Inglaterra victoriana: atmósfera clave en la conformación y asimilación de
la figura vampírica
Gabriela CÓRDOBA
Resumen
Sucinto análisis sobre la constitución de noción del personaje vampírico en
la Inglaterra Victoriana, elaborado a partir de una tarea comparativa entre
diversas disciplinas (Religión, Sociedad, Política) que describen los
inconvenientes que debieron afrontar los trabajadores de la Revolución
Industrial, los cuales condicionan un marco perfecto para que coexista la
creencia.
Palabras clave: Vampiro, Vampirismo, Vampirología, Era Victoriana,
Revolución Industrial, Muerte.
Sumario 1.Introducción. 2. Desarrollo social bajo el auge de la Revolución
Industrial. 2.2 Enfermedades industrializadas. 2.3 Muertes por
envenenamiento. 2.4 Preciado tesoro: el souvenir de los fallecidos. 2.5 Los
periódicos muestran a la muerte como un hecho frecuente. 3. Desarrollo del
ideario mortuorio occidental. 4. Aspectos religiosos que confluyen en la
estructuración de la imaginería vampírica victoriana. 4.1 El encuentro de la
fe inglesa con las creencias celtas de Irlanda. 5. Leyes frente al
acontecimiento de la muerte. 6. Conclusión. 7. Referencias Bibliográficas
1
1. Introducción
El plan que motiva este análisis consiste específicamente en abordar el
marco real sobre el cual la figura del vampiro toma significativa relevancia
durante el transcurso de finales del siglo XVIII y al avanzar el siglo XIX en
Inglaterra, en el periodo que comúnmente se ha denominado Era
Victoriana. Planteamos así someras enumeraciones del desempeño social,
político y religioso, además de algunos procedimientos (con probabilidad de
tasación) éticos que
coadyuvaron para
constituir los
basamentos de la
fiebre vampírica
desatada en la
sociedad victoriana.
Habiendo cotejado
los anteriores,
podemos arriesgar
que bajo tal
atmósfera
predispuesta, donde
la idea y el
sentimiento de muerte están adheridos al quehacer cotidiano, la aparición
redentora de un símbolo con la primordial característica de inmortalidad es
el resultado evidente de un afán casi innato por la perduración. De esto
también se desprende el por qué la imagen del vampiro continúa siendo, ya
instalados en el siglo XXI, próspera materia para elaboración y
cuestionamiento artístico, histórico y científico, inquebrantable (como
Una familia hacinada del East End londinense, recluida en una pieza de
diez metros cuadrados, siglo XIX. © Carmen Cortés.
2
insustituible) exponente ficcional de la discusión que se plantea entre
supervivencia y desaparición humanas.
2. Desarrollo social bajo el auge de la Revolución Industrial
Los trabajadores del campo migraban voluntariamente a la Gran Ciudad,
donde –pensaban–, sus condiciones de vida mejorarían a través de la
obtención de un mejor poder adquisitivo. El auge de las nuevas industrias
textiles (lana, lino, algodón) y metalúrgicas (hierro), urgidas de mano de
obra económica y cercana, ofrecería aquello que el medio rural del
Medioevo afanosamente les negaba: vivienda, salarios dignos, educación
sistematizada y la opción de asequibles divertimentos urbanos.
Trabajadores en una fabrica de algodón esperan su turno para recibir un plato de sopa de pollo. Imagen de
dominio público.
El Parlamento inglés fomentaría este movimiento repulsivo del campo,
estableciendo la Ley de Cercado, la cual obligaba a los yeomen (los antiguos
pequeños propietarios del suelo agrícola) a rodear -cercar- las áreas
3
cultivables, prados y pastos, para determinar en concreto, altos gravámenes
por el trabajo rural que en éstos acontecía.
Indudablemente, con esta ley gran cantidad de propietarios y trabajadores
campesinos se vieron sumidos en la pobreza. La oposición política no tardó
en pugnar su descontento, apelando a un principio ético de larga data en el
ánimo inglés: todos los hombres, sin ninguna distinción, tenían el derecho a
trabajar, siendo la misma sociedad la que garantizara gratuitamente las
necesidades
fundamentales: alimento,
vestido, educación y
entierro (demostración
evidente de la defensa de
lo que la Sociología ha
denominando universales
culturales).
Esta vez la resolución
parlamentaria ofreció la
Ley de Pobres para esa
creciente disconformidad
social. Las parroquias
serían las encargadas de
recaudar las subvenciones
que les aseguraban a los
más desprotegidos una
ayuda básica de subsistencia. Un mendrugo de pan les quedaba asegurado
de por vida tanto a desempleados como a asalariados con cobros mínimos.
Dispensario de la muerte, caricatura (1866), abierto a los pobres
gratis con permiso de la Parroqia. Imagen de dominio público.
Aunque, este paño de agua fría para los resentimientos de los trabajadores
de la agricultura, no tardó en viciarse. La corrupción surgió de la mano de
4
aquellos propietarios contribuyentes que no cumplían con la subvención por
pobreza frente a los que sí realizaban sus aportes.
Luego de un tiempo, la implementación de la Segunda Ley de Pobres quitó
a las parroquias el control sobre estas recaudaciones para traspasarlas a las
casas de trabajo (Workhouses). Carlyle nos las describe:
Es un invento simple como todos los grandes inventos... Si los
pobres son reducidos a la miseria, su número disminuirá. Es un
secreto conocido por todos los que se dedican a exterminar
ratas.1
Un mendrugo de pan, el hacinamiento en estos nuevos asilos filantrópicos y
la desmesurada reorganización e implantación de tazas al trabajo agrícola,
contribuyeron a los grandes desplazamientos humanos que atestarían
Londres y las ciudades vecinas con entusiasta mano de obra.
2.1 Los conflictos del establecimiento en las urbes
La clase trabajadora, ahora aglomerada en las reducidas superficies urbanas
(formaban núcleos de hasta dos mil personas), estaba obteniendo derechos,
pero que de ningún modo mejorarían las precarias condiciones logradas en
las áreas rurales. Esta recién emergida proletarización inglesa tiene a su
alcance el trabajo y el hogar, aunque los costes por este progreso equivalgan
al menoscabo significativo de su dignidad humana.
Conocemos, a través de los registros históricos, los graves problemas que
han surgido a partir de la aglutinación humana en espacios reducidos.
Tanto en Europa occidental como central, al desarrollarse la Revolución
Industrial, las ciudades cambian sus dimensiones demográficas y espaciales,
1 SALINAS, Carmen, La Inglaterra victoriana, Madrid, Akal, 1994, p. 21.
5
las formas y los paisajes. Es probable que convivieran, de este modo, en
verídica cercanía aspectos tan disímiles como un descontrol generalizado en
los ciclos de reproducción (elevada tasa de nacimientos) como una alta
mortandad durante los primeros años de vida.
Las máquinas de vapor, por un lado, embellecían y tornaban próspera a la
urbe y tan meritorios eran los resultados de la industrialización que se
ofrecían fastuosos balances mediante la organización de la Exposición
Universal.
No obstante, quienes hacían posible el Progreso, la clase trabajadora,
permanecía excluida y relegada a un tránsito mínimo sólo bajo el perímetro
de los barrios que ocupaban.
2.2 Enfermedades de
la industrialización
La vecindad de estos
barrios con las nuevas
industrias contribuía
a rápidos
colapsamientos en la
emergente
urbanización. Los
desechos sólidos y
líquidos, provenientes
del combustible
básico victoriano,
obtenido por la minería (el carbón), eran arrojados hacia la atmósfera como
también en los desagües.
El Padre Támesis introduce su descendencia (difteria, escrófula y cólera)
en los canales de Londres. Punch, julio 1858.
6
Además, podemos pensar que en este medio en el que surgía la ciudad
industrial, la ineludible proximidad humana, los largos tiempos de
exposición al arduo trabajo y la ausencia total de reglamentaciones que
velaran por el saneamiento básico e higiene de los habitantes, llevarían a
importantes brotes de enfermedades. Leonardo J. Mata nos refiere:
El cólera hizo estragos en Inglaterra y otros países europeos a partir
de 1854. Con motivo de las epidemias en Londres, John Snow logra
vincular al cólera con el consumo de agua y alimentos contaminados
con excretas fecales. […]Las deplorables condiciones de salubridad
prevalecientes en la mayoría de las ciudades del mundo durante el
siglo XIX se deducen de varias narraciones de la época. La
convivencia íntima del ser humano con sus propias excretas era la
regla. Las ciudades (1850-1860) venían siendo azotadas por la
tifoidea, la disentería, el cólera y otras formas de diarrea, sobre las
cuales se intuía su origen "hídrico", esto es, del agua contaminada con
materia fecal.2
Mata añade que uno de los grandes causantes de las enfermedades
intestinales durante el siglo XIX, con consecuencias muchas veces
terminales, era el agua, ya que los bacilos provenían de las haces o los
vómitos de las personas infectadas que despedían sus deposiciones en los
desagües comunes a toda la ciudad, los mismos que se usaban para el aseo
cotidiano o la preparación de alimentos.
[…] El excremento se depositaba en los patios de todas las casas pues
no había cloacas; tampoco se disponía de lavamanos, y las letrinas, en
número de dos o tres [para toda la ciudad] estaban todas en las
2 MATA, Leonardo J., El cólera: historia, prevención y control, Costa Rica, EUNED, 1992, p. 7.
7
mejores zonas de la ciudad. Era costumbre almacenar los
excrementos en grandes potes o bacines dentro de las casas [cuando
el frío dificultaba el defecar a campo abierto]; el contenido de los
recipientes era lanzado a la calle desde las ventanas de los pisos
superiores, junto con el grito preventivo "gardez l'eau" (¡cuidado con
el agua!). […]3
En un principio comercializada como remedio para la tuberculosis, laringitis y tos, la heroína luego
sustituyó a la morfina. Muchas veces fue usada sin discriminación. Imagen de dominio público.
Asimismo, otra enfermedad fulminante se esparcía entre las clases menos
favorecidas inglesas, la viruela; resultado quizás también derivado de la falta
de aseo personal. Como citan los estudios sobre su sintomatología, hasta la
total manifestación de las postulas, la enfermedad pasa desapercibida, sin
que el contexto por el cual deambula el enfermo note el alto grado de
contagio que conlleva. E Inglaterra también se infectó:
3 Op. Cit. p. 8.
8
Ninguna otra enfermedad causó tantos desastres como la plaga. La
alta mortalidad de este periodo se debió a una combinación de
desórdenes incluyendo tuberculosis, disentería y tifus. Pero, después
de la desaparición de la plaga, la más temida y la más contagiosa de
todas las enfermedades de la época fue la viruela. Durante su
desarrollo las postulas despedían un olor desagradable y una vez que
cicatrizaban dejaban cicatrices permanentes, que desfiguraban
cualquier cara bonita. 4
2.3 Muertes por envenenamiento
En otro orden, el uso no reglado de químicos en las manufacturas proveyó
otro factor preponderante como causante de muerte. Tal es el caso del
antimonio y el arsénico (amén del uso en los famosos envenenamientos
infantiles para la obtención de seguros). Éste último utilizado
indiscriminadamente en la elaboración de empapelados. James C. Whorton
lo documenta, e indica que, siendo frecuentes los casos de difteria dados en
Londres, un médico fue llamado para que determinara los causales del
deceso de dos niños en una vivienda. Examinó la comida por la
probabilidad de haber sido adulterada, el lugar de trabajo de los tutores, en
caso de desempeñarse en sitios peligrosos como mataderos o plantas
químicas y el aspecto general del hogar, ya que hasta el pleno desarrollo de
la teoría de los gérmenes se suponía que enfermedades infecciosas como la
difteria se producían por la inhalación de tóxicos, aquellas atmósferas
"miasmáticas" eran generadas por basura, aguas residuales y otros materiales
orgánicos en descomposición (teoría a esta fecha obsoleta). De esta manera,
el funcionario público indagó el desagüe, la ventilación y la situación
4 HOULBROOKE, Ralph, "The age of decency: 1660-1760", En Death in England: an illustrated
history, Manchester, Manchester University Press, 1999, pp. 174 - 182.
9
higiénica general de la vivienda. Sorprendido, no halló respuestas, ya que
las condiciones eran óptimas para la residencia y no había presencia de
indicativos de difteria. Abandonó la investigación, pero en un lapso corto
nuevas muertes de pequeños se produjeron en el mismo barrio. Agotando
todas las posibilidades, concluyó que el origen se encontraba en el
empapelado Scheele's green. 5
Fotografía de un niño muerto (lo indica el rosario que se ubica entre sus manos). Circa 1865.
Copyright desconocido.
Estos papeles verdes para paredes eran elaborados con pigmentos
entremezclados con arsénico. La utilización era generalizada, puesto que las
clases media y la menos pudiente lo utilizaban para adornar las habitaciones
de los infantes. La Revolución Industrial había permitido la fabricación
ilimitada de un elemento que en anteriores épocas significaba un lujo. A
finales del siglo XIX el uso de estos papeles fue prohibido en toda
5 WHORTON, James C., The arsenic century: how Victorian Britain was poisoned at home, work, and
play, New York, Oxford University Press, 2010. pp. 153 - 160.
10
Inglaterra aunque sin poder resarcir los incontables decesos infantiles que
había provocado.
2.4 Preciado tesoro: el souvenir de los fallecidos
Lo antedicho nos sitúa frente a la imagen ineludible de la mortalidad
infanto-juvenil que atravesara los años intermedios de la Era Victoriana. La
familia del trabajador industrial era numerosa: cuatro o cinco hijos. Si la
enfermedad arribaba y se producía la muerte de uno (aunque posiblemente
más) de los integrantes menores, poco era el tiempo de convivencia con el
infante. Los daguerrotipos contribuían al recuerdo de esa conformación
familiar.
Desde la década de 1840, los retratos post mortem se volvieron frecuentes
entre parientes que habían sufrido la pérdida de algún niño o adulto. Estas
fotos no solamente son importantes hoy debido a su valor histórico como
registros de época, sino por el esmero que conllevaba realizarlas, ya que
luego de uno o dos días de transcurrida la muerte, la cara del fallecido
modificaba su apariencia totalmente.
En cuanto a la defunción temprana de niños, podemos observar claros
registros en las cartes-de-visite de la época. Sobre éstas nos acota Carol
Richard:
A veces, los niños sucumbieron a la enfermedad, incluso antes de su
primera visita al estudio del fotógrafo. Para preservar su recuerdo, en
los retratos post mortem se tomaban el cuerpo del niño haciéndolo
pasar por dormido. En raras ocasiones, el niño muerto se fotografiaba
en los brazos de su madre. Aunque este tipo de imágenes pueda
parecer hoy macabro, en el siglo XIX ofrecían un recordatorio
11
tangible y reconfortante de un niño perdido, que merecía aparecer
junto a sus hermanos y otros familiares en el álbum familiar. 6
2.5 Los periódicos muestran a la muerte como un hecho frecuente
Similarmente, puede rastrearse la presencia de la muerte en el entorno
victoriano si cotejamos alguna publicación de ese siglo. La crítica
periodística se centraba sobre la vergüenza que producía el descuido en los
enterramientos de indigentes. Una madre había perdido a sus dos hijos en el
mes de julio de 1866. Una vez que obtuvo la orden reglamentaria para
sepultarlos, el servicio
mortuorio que la mujer
recibió fue deplorable.
Habían trasladado los
cuerpos de sus hijos junto a
otros siete cadáveres, todos
con excepción de uno,
muertos por cólera, en el
mismo carruaje fúnebre. Al
llegar al cementerio,
arrojaron los cuerpos
tapándolos con tierra, sin
ninguna lápida que indicara sus nombres. Tampoco se les ofreció algún
servicio religioso. Finalmente, los sepultureros tuvieron que admitir a la
madre que habían mezclado los cadáveres sin ningún cuidado y fueron
reprendidos, obligándoles a enviar una explicación a las autoridades del
Recorte de un periódico londinense, 1866. © Penny Illustrated
Paper.
6 WICHARD, Carol, Victorian cartes-de-visite, CIT Printing Services Press, Buckinghamshire, 1999,
pp. 49 - 52.
12
cementerio mencionando la causa de por qué no habían ofrecido servicios
fúnebres a los cuerpos.7
Debido a esta permanencia forzada de la muerte en la conciencia popular
mientras sucedía el quehacer diario, las demostraciones en el ánimo
comenzaron a evidenciarse. Fueron necesarias medidas que controlaran (o
así lo parecía) esta idea tan latente del rito de paso. Las acciones del gobierno
parlamentario no tardaron en aparecer, junto al férreo predominio religioso
inglés.
3. Desarrollo del ideario mortuorio occidental
Si nos remontamos en la historia de los países de Occidente, percibimos
claramente el modo en que las personas fueron asimilando y modificando la
percepción que poseían sobre la muerte. A partir del siglo XV, luego de
enfrentar Europa la más terrible pandemia conocida como Peste Negra, la
“muerte del yo” se instala en las conciencias, añadiendo el creciente
individualismo que comenzaba a prosperar. Los seres humanos veían
identificaban su propio ser durante el proceso de la llegada de la muerte. El
hecho continuaba siendo presidido por la Iglesia Católica por el fuerte
predominio que aún detentaba sobre los eventos comunales. Los artistas que
decoraban frontones de iglesias o la vidriería sacra (arte vitraux) en algunos
mausoleos familiares, se valían de una iconografía macabra que
representaba cuerpos en avanzado estado de descomposición con huéspedes
tan sobrecogedores como gusanos y serpientes entrelazados. Al aparecer las
primeras investigaciones científicas y con el predominio de la nueva era del
raciocinio, la Ilustración (s. XVIII) la influencia religiosa se vio mermada
sobre la mente humana, adoptando una importante primacía la idea del
7 Penny Illustrated Paper; London, Issue 264. October 20, 1866, pg. 212.
13
individuo, uno que veía a la muerte como muestra infranqueable de la
ruptura con la vida, y no, al igual que en siglos anteriores, como parte de
ella.
El siglo XIX portó en sí la idea de la extinción del otro, desplazando la
imagen del propio fallecimiento sobre la de seres cercanos o personas
públicas. La literatura se encarga de embellecer a sus personajes
moribundos, entonces la idea de muerte se idealiza. La Pintura contribuye
otro tanto, retratando a los enfermos tuberculosos como seres lánguidos y
demacrados, consumidos en su afectación, con un atractivo producido por
la palidez que los mostraba casi etéreos.
Durante estas décadas, las creencias en la vida futura y en un posible
reencuentro con el ser perdido se instalaron en el inconsciente colectivo.
Lorraine Green hace referencia a que, los muertos que observamos gracias a
las fotografías post mortem de la era victoriana, fenecen en completa soledad
y aislamiento (rasgo común de las sociedades occidentales es esta muerte
invisible).8 Las agonías sufridas en hospitales adjudican al moribundo la
característica de invisibilidad Otros mueren cerca suyo, aunque aislados del
resto de los enfermos para así evitar más propagación del contagio. La
condición incurable los torna imperceptibles
4. Aspectos religiosos que confluyen en la estructuración de la imaginería
vampírica victoriana
Una vez que avanzamos sobre la línea temporal de la idea de muerte,
llegamos hasta el siglo XIX. El aspecto religioso en Inglaterra durante esta
época fue guiado por iglesias disidentes (cuáqueros y metodistas), esenciales
oponentes al arbitrio del Estado en cuestiones de índole netamente
8 GREEN, Lorraine, Understanding the Life Course. Sociological and psychological perspectives, Polity
Press, Cambridge, 2010, p. 74.
14
doctrinaria, rivales también de la antigua iglesia anglicana. Los primeros,
sucesores de antiguos grupos asentados en el país desde el siglo XVII,
instruían a sus creyentes con un marcado rechazo por el clero, la doctrina y
los libros, indicándoles que cada ser poseía “una luz interior” que conectaba
directamente con la divinidad, sin ser necesaria la intervención de ningún
intermediario.
Como era de esperar, el Anglicanismo se vio amenazado con la
implementación de este nuevo dogma. La jerarquía religiosa que había
ostentado la iglesia oficial anteriormente, resultaba eclipsada frente a esta
nueva auto-suficiencia secular predicada por cuáqueros y metodistas.
En cuanto a los últimos, integrantes de la Nueva Disidencia, bregaban no
sólo la no existencia de elegidos ni predestinados, sino que sostenían que
mediante la búsqueda comprometida de la perfección interior, era posible
resultar salvo.
Las actividades filantrópicas de ambos grupos, abocados en exclusivo a los
sectores marginales de la sociedad (pobres, enfermos) y a la clase
trabajadora habían sido el eje clave para expandir tal individualismo religioso.
Los predicadores ambulantes y la participación laica en tareas apostólicas
entre sectores de clase media baja, artesanos y trabajadores cualificados,
aumentaron la participación de estos conjuntos.
Observemos una definición más perceptible del planteamiento metodista:
son fundamentales la experiencia personal de la salvación y la
búsqueda de la nueva santificación, en la que el cristiano encuentra y
experimenta alegría, sintiéndose feliz con Dios”. El alma del
metodista se renueva si asemeja su imagen a la del Señor; una vez que
ha adquirido “el mismo pensamiento que Cristo, camina como él
caminó.9
9 Metodismo. En el Diccionario Akal de las religiones, Madrid 2001, p.370.
15
Cuando finalizó el periodo victoriano, la iglesia anglicana continuaba
brindando la religión oficial para gran parte de los estados en Inglaterra y
Gales. Asimismo, este grupo y el de los disidentes, debían resguardarse de
una amenaza mayor que la aparición de nuevos grupos practicantes de la fe:
el alto grado de secularización por el que atravesaba la clase trabajadora. El
siguiente gráfico circular demuestra los porcentajes de asistencia de la
población de las nombradas ciudades a los oficios religiosos:
Práctica religiosa en Inglaterra y Gales. Datos establecidos sobre la población
total en 1851 -urbana y rural- 10
DISIDENTES 19,4%
CATÓLICOS 1,4%
ANGLICANOS 19,7%
NO ASISTENTES 59,5%
Aunque los intentos de los grupos protestantes y del Anglicanismo
resultaron innumerables para atraer más adeptos hacia la doctrina cristiana
10 EVANS, E. J. The forging of the modern state: early industrial England, 1783-1871, Longman,
Londres 1983, p. 426.
16
(influencia decisiva en el estricto cumplimiento del integrismo evangélico:
la no apertura de exhibiciones, museos y el acatamiento al descanso laboral,
el día domingo en Londres; construcción de más edificios religiosos en las
ciudades más pobladas), no consiguieron el objetivo que se habían
propuesto que consistía en evangelizar a las clases populares.
A esto debe agregársele el hecho de una creciente revisión del evangelio
cristiano, el cual dejaba de entenderse como una extensa seguidilla de
castigos para el creyente, para innovar con la implementación de directrices
cercanas a la exploración del amor por el prójimo. Al surgir nuevos
descubrimientos científicos y una crítica sostenida para la interpretación
literal de la Biblia, el cristianismo y sus vertientes cayeron en una crisis que
venía previéndose. Darwin aportó su teoría en El origen de las especies y,
como sostiene Esteban Canales:
la religión recibió el mayor desafío, pues la teoría de la evolución
parecía atentar al corazón de la doctrina cristiana al desacralizar el
acto de la creación y relativizar la especie humana.11
De este modo, el manantial de conocimientos que había significado la
iglesia hasta esos siglos con sus ortodoxos representantes, nunca dispuestos
al diálogo con los nuevos librepensantes, comenzó a verse desestimado por
gran parte de los pobladores. Ideas comprobables y posibles incluso de ser
experimentadas, nacían de la mano de hombres de ciencia e intelectuales.
Esa pugna religiosa de la que hablábamos, sumada al florecimiento de la
ciencia como nueva doctrina creíble, arrojaron menos adeptos religiosos,
instalándose un ánimo laico mejor predispuesto al emplazamiento de otros
folclores de países vecinos o el rescate de creencias locales, añadido el hecho
de la próspera literatura vampírica. Para el inglés victoriano se planteó una
11 CANALES, Esteban, La Inglaterra victoriana, Ed. Akal, Madrid, 2008, p. 179.
17
fina línea que separaba la realidad de la ficción. Su discernimiento racional,
frente a los desórdenes laborales, sociales, políticos y religiosos tambaleaba.
Tal vez el contrapeso ideal a aquella inestabilidad podría llegar a través de
un examen de la tradición y una consciente propensión a la aculturación
creciente, producida por los choques religiosos, y alimentada por el gran
flujo de inmigrantes de países aledaños, que llegaban a la gran ciudad por
empleo. La siguiente tabla nos demuestra aquella gran afluencia hacia el
Londres victoriano industrial:
Lugar de
nacimiento
Nº de
inmigrantes
Irlanda 601.634
Francia 12.989
Grecia 574
Italia 4.489
Alemania 28.644
Rusia 1.633
Polonia 3.616
China 146
Estados
Unidos
7.686
Total de
inmigrantes
686.724
Datos establecidos para el año 1861.12
4.1 El encuentro de la fe inglesa con las creencias celtas de Irlanda
12 Censo de Inglaterra y Gales para el año 1861, Tabla de población, Londres, 1863.
18
Como atestiguan los datos, gran parte de los inmigrantes llegaba desde
Irlanda, país que durante el siglo XIX expulsaba a sus habitantes debido a
las guerras independentistas, los conflictos civiles y el terrorismo. Con un
gran bagaje de leyendas y supersticiones heredadas desde su origen celta
(pueblo integrante del conjunto indoeuropeo), los irlandeses recién
afincados en una –a primera instancia– inflexible Inglaterra etnocéntrica,
además de los otros grupos de inmigrantes de países aledaños, provocaron
un importante suceso multicultural tardío. A pesar de haber sido el espíritu
irlandés subyugado por el catolicismo liberal, mantenía todavía resabios del
antiguo credo, el cual se trasladó también con los inmigrantes a Inglaterra.
Así, las tempranas creencias arraigadas no pudieron verse fácilmente
absorbidas por las disidencias religiosas británicas. Como lo ha señalado
Montague Summers, un importante rastro supersticioso pendía sobre el
ánimo irlandés:
Nunca he estado en algún lugar de Irlanda donde los habitantes, en
términos generales, parezcan tan conscientes de la interpenetración
en todo momento entre las cosas que no se ven con aquellas que
parecen ser. Uno sentía que estaba en contacto con un ámbito de
creencias que no conocía acerca de otro mundo. Ellos (los irlandeses)
son toscos, valientes y, podríamos decir, supersticiosos. 13
Cabe destacar un hecho fundamental en el traspaso de la tradición celta en
Irlanda, y es que con el advenimiento del cristianismo, no fueron borradas
por completo las tradiciones antiguas, sino que, al reclutar sacerdotes del
grupo druídico para un mejor acercamiento en la evangelización, las
prácticas no se perdieron. El pueblo aceptaba las nuevas normas espirituales
13 SUMMERS, Montague, Vampire in Europe, University Books, New York, 1968. p. 119.
19
emanadas desde su ya conocido guía espiritual, pero también esta situación
perpetuaba la preexistencia de sus creencias.
De este modo, aquellos monjes-druidas modificaron la historia cristiana,
fusionándola con la cosmovisión celta. Cuando el latín llega a sus manos,
transcriben su historia registrada en idioma gaélico, entremezclándola a la
cristiana. Más cercano a la época que nos ocupa, siglo XIX, el fuerte
predominio inglés sobre Eriu (Irlanda en gaélico antiguo), hace prohibir la
utilización de esta lengua, lo que concluye, prácticamente en su
desaparición. Más
tarde, de manos de
jóvenes intelectuales
interesados en
rescatar las
costumbres del
pueblo primitivo
mediante la
revaloración del
idioma gaélico, se
traducen antiguos
textos y crean
epopeyas con
personajes olvidados.
Yeats, Hyde o Lady
Gregory (entre o
son los encarga
instaurar el imp
clave para alcanzar la
estimación de esa identidad nacional perdida.
Escaneo de las ilustraciones para los comentarios de Bello
Gallino. © Gallica, bibliothéque numérique.
tros),
dos de
ulso
20
Recordemos en este repaso, que al extenderse el poderío del Imperio
Romano sobre los territorios europeos, se desplazó también su religión. De
este modo, el folclore de aquellas zonas, sustrato inapelable de la herencia
indoeuropea, fusionó su arraigo sobre la mentalidad de los moradores,
valiéndose de los nuevos cánones latinos y obteniendo conservación y
uniformidad para los credos ancestrales. Es entonces que, la vuelta del
aprecio por la tradición céltica muda junto a los inmigrantes. Ellos
transportan estas creencias con su traslado hacia las principales ciudades
británicas.
Es necesario, a estos fines que revisemos grosso modo el conjunto de
costumbres y doctrinas, que podrían orientarnos más acertadamente sobre
la correlación entre la situación habida en la Inglaterra del siglo XIX y los
influjos extranjeros, los cuales propiciaron una conformación arraigada del
vampiro en el ánimo victoriano.
No existe un informe escrito de mitos e historias de los celtas primitivos,
durante los tiempos de su asentamiento en la Europa central. Los registros
que se conservan son tal vez producto de los pueblos que los sojuzgaron, en
primera instancia griegos y más tarde, romanos. Heródoto los menciona en
sus relatos (keltoi es el vocablo usado) adicionando una característica
geográfica, como los pueblos asentados hacia el norte del río Danubio. Más
tarde, durante la ocupación de las tribus celtas desde la antigua Galacia
(Turquía) hasta las tierras europeas, atravesando (los hoy conformados
países) Irlanda, Alemania e Italia, y con la abrupta irrupción de los ataques
romanos sobre dichos avances, los rituales, tradiciones y la religión céltica
toda (guardada con celosa reserva por los sacerdotes druidas durante años)
atrapó la atención de los comentaristas romanos, quienes se ocuparon de
elaborar una crónica -aunque extranjera y desentendida- de la fe celta.
Julio César nos transmite su parecer: podría aseverarse que el pueblo celta
no fue inmune a la Metempsicosis pitagórica. En su avistaje sobre los
21
métodos de enterramiento celta, transcribe que éstos colocaban en las
sepulturas comidas, armas, adornos, carros y amuletos. Lo cual atestigua
que en la doctrina espiritual celta la idea de la trasmigración de las almas
era, sino posible, por lo menos meditada. Un pasaje de La guerra de las
Galias nos lo ratifica:
In primis hoc volunt persuadere, non interire
animas, sed ab aliis post mortem transire ad
alios, atque hoc maxime ad virtutem excitari
putant metu mortis neglecto.
(Esméranse sobre todo en persuadir la inmortalidad
de las almas y su trasmigración de unos cuerpos
en otros, cuya creencia juzgan (Galos) ser grandísimo
incentivo para el valor, poniendo aparte el temor
de la muerte.)14
Así es como tal percepción de traspaso del alma debe sustentarse junto a
otras creencias que confirmen un posible lugar en El Otro Lado
(Otherworld) irlandés. La noción de la sangre (cual elemento que participa
tanto en la muerte como durante el renacimiento) y la cacería divina,
presente en gran parte del cúmulo de mitos, presta sus figuras para esta
idea. Desde el momento que el acto de cazar precisa derramamiento de este
fluido para encontrar alimento, emerge un dualismo que ineludiblemente
atañe a la interdependencia entre vida y muerte. Más tarde, el cristianismo
medieval heredará para su dogma un ave simbólica, que representará al
espíritu liberado del cuerpo cuando el suceso de la muerte se presenta.
14 Cesar, De bel. gal, VI, cap. XVI
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Para la idiosincrasia celta, El Otro Lado resultababa un mundo idílico
semejante al de los vivos, eso sí, con algunas particularidades. Bajo la
cosmovisión irlandesa, la tierra de Tir na n'Og (La tierra de la eterna
juventud) fue un lugar mágico, fuente de armonía, sabiduría y paz, donde
cada día se celebraba el banquete del que se obtendría el sustento para
alimentar con carne la fuente principal. Este ciclo se repetía todos los
amaneceres y era presidido por el dios tutelar que correspondiese. Los vivos
podían acceder a este mundo sobrenatural, allí se mantendrían jóvenes,
aunque, si retornaban a proseguir su vida terrena, horrorizarían a sus
semejantes y todos los achaques de la senectud, ésos que habían sido
absueltos en el Otherworld, caerían sobre sus huesos.
Asimismo, las sombras que llegaban desde la Tierra Joven no siempre
resultaban bienhechoras. Durante los días de Samhain (a principios de
noviembre) las barreras espirituales que separaban ambos mundos (el
sobrenatural y el verdadero) eran disueltas; entonces, sombras (espíritus) y
hombres podían entremezclarse, generando un trastorno en el equilibrio
normal.
Un texto que podría ilustrarnos lo antedicho es el escrito por Adolphe
Assier. A tal punto el sistema de creencias céltico había influido en la
mentalidad victoriana, que al cotejar las publicaciones de la época, no
sabríamos distinguir la tradición inherente a cada país:
He dicho que la existencia de la sombra es muy breve. Su tejido se
desintegra fácilmente bajo la acción de las fuerzas físicas, químicas y
atmosféricas que, de modo constante, la asaltan, volviendo a entrar,
molécula por molécula al medio planetario universal. Sin embargo,
en ocasiones, resiste estas causas destructivas, continuando su
existencia más allá de la tumba. Tratamos aquí la fase más curiosa de
su historia, lo que nos lleva hasta el vampiro póstumo.
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La primera vez que leí esta palabra (vampiro), aplicada por Gorrës a
los fantasmas que salían de sus tumbas y drenaban la sangre de un
pariente o amigo, como una comadreja desangra a un conejo, volví la
página por no tener el más mínimo deseo de ser el títere de una
mistificación. Pero, como esta palabra es utilizada por la mayoría de
los autores que he consultado, me vi obligado, a pesar de mí, a leer lo
que se había escrito sobre el asunto y pronto me convencí de que el
vampirismo póstumo es mucho más que una realidad. Muchas de
estas historias no pueden ser rechazadas por dudosas, ya que se
relacionan con hechos de los que pueblos enteros han sido testigos.15
Los habitantes de las tierras altas escocesas creían que un fallecido podía
regresar para cobrar venganza sobre su asesino. Mucho antes del cambio del
alma a otro cuerpo, las personas que habían muerto volvían a residir entre
sus familiares con vida, no importaba el motivo que los hubiese traído de
regreso (una madre joven que retornaba para cuidar a sus infantes, los
amantes que habían visto frustrado su idilio, etc.).
Claramente, el
predominio de la idea
de transubstanciación
puede visualizarse en la
caracterología del
buggane (demonio
menor celta que
participa del conjunto
de los mitos de la Isla
de Man; es una criatura Trabajadores enfermos recluidos en una habitación. Imagen de
dominio público.
15 D’ ASSIER, Adolphe; Posthumous humanity: A study of phantoms, Cornell University Library,
London, 1887.
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mitológica común en Irlanda, Gales y Escocia). Encargado de ocasionar
tempestades y devastar iglesias durante las horas nocturnas, el buganne
vampiro queda inutilizado al llegar la mañana, ya que el sol puede hacerlo
arder. Otro ciclo, entre los muchos de la mitología celta primitiva, que se
repite y se traslada junto a los inmigrantes hasta Britania: nacimiento y
muerte.
5. Leyes frente al acontecimiento de la muerte
Durante los siglos de conformación del parlamento británico, las prácticas
de entierro eran regladas y administradas por la misma Iglesia Anglicana,
costumbre que fue adquirida del entorno judío. El ámbito clerical ejercía
pleno control sobre la disposición y el establecimiento de las zonas en
donde los cadáveres descansarían. La simbiosis que comenzaba a
establecerse entre creencias dispares, resultaba en el uso de métodos
judeocristianos cuando los fallecimientos ocurrían.
Posteriormente, con el transcurso del siglo XIV y XV, al fundarse Gremios,
la tarea de las parroquias fue delegada.
Con el arribo de la Revolución Industrial, los Gremios se vieron
desplazados y quienes se encargaron de brindar los servicios fúnebres a los
ciudadanos fueron los Clubes de Entierro (Burial Clubs) y las Sociedades
Amistosas (Friendly Societies). Éstos, brindaban los servicios de transporte,
entierro y una digna lápida al muerto (además de seguros por enfermedad,
viudedad o emigración), a cambio de recibir un ínfimo abono semanal de
manos de los familiares que quisiesen contratar un seguro de vida.
Resultó tan fácil para el proletario inglés obtener un contrato de estas
características (previamente habiéndose inscripto en diferentes sociedades),
que la tasa de mortalidad infantil sufrió un incremento desmesurado a causa
25
de aquellos padres responsables. Observemos el comentario de un físico
victoriano, en 1843, a este respecto:
Chadwick habló de un hombre que había registrado a su hijo en por
lo menos 19 de estas organizaciones, obteniendo un seguro por cada
una de 5 £ *, lo cual implicaba beneficios importantes.16
La fiebre por el infanticidio requirió atención gubernamental. Así fue como
se previó la implantación de un sistema nacional de certificación y registro
de defunciones. La sospecha para determinar tal decisión recaía en los
innumerables casos de muerte por envenenamiento de menores (arsénico,
antimonio, heroína) y la venta no legislada de tales tóxicos empleados.
Al promediar 1888, el parlamento motivó la creación de la Sociedad de
Londres para la Prevención de la Crueldad hacia los Niños. La ley que
dicho organismo defendía se dedicaba a denunciar negligencia, abandono o
la exposición de un menor que le provocara sufrimiento o daños innecesarios a
su salud. Dicha ley exigía una multa de £ 100 para todo tutor que se había
encontrado implicado en la muerte de su hijo.
6. Conclusión
Así, en este escenario de florecimiento industrial, también fluctúa uno de
los temores más arraigados del ser humano, que es la muerte. Como
acontecer que no puede desligarse de la vida, tampoco evadirse, morir es un
* Deberíase tener en cuenta que el salario promedio de la clase obrera (mineros, albañiles, carpinteros,
artesanos, herreros, marineros, telegrafistas, etc.), por año -1860- no excedía £110.
16 GREEN, Jennifer, Dealing with death: a handbook of practices, procedures and law, Athenaeum Press,
Great Britain, 2006, p.26.
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tema del cual el ser victoriano habla sin miramientos. Habla, lo trabaja, le
recrea… es decir convive latente a su proximidad. Y le teme, por no ansiarlo
para sí ni para los suyos. Es un hecho que debe enfrentar de modo
cotidiano y no tiene mejor idea que erigir un adalid (monstruoso, sí, al igual
que el día a día en que se mueve) que posea la singularidad de lo
imperecedero. Religión, superstición, creación artística, leyendas trasladadas
de lugares por el boca en boca coexisten junto al hombre de trabajo. Llevan
muerte también. Comprensible es admitir el predominio de tales y su efecto
expiable cuando acaece la desaparición física, entronizando un icono con
persistencia más extendida.
La miseria de los pobres y la mala salud de sus hijos se yuxtaponen a la riqueza y a los privilegios de
una minoría. Punch, Julio, 1843.
El vampiro que hereda el inconsciente victoriano es una mixtura de los
muertos vivos griegos, eslavos, célticos y escandinavos. Se caracteriza por
ejercer pleno predominio mental sobre sus acciones (aunque muchas veces
tal labor le acarree la pérdida de su condición vívida), es un ferviente
detractor de la religión y deambula entre los vivos ingleses del siglo XIX,
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aunque clarificando su cronología a través de los relatos mitológicos de
comunidades tribales.
Todo el conjunto de arbitrariedades que sufre la clase proletaria influye
decisivamente sobre su entronización como símbolo certero de
inmortalidad. Un vampiro escapa de la muerte, pero no se conforma con
eludirla, además es representante de la clase terrateniente victoriana (un
estrato social significativamente digno ante el de los obreros) y resarce
cualquier ignominia (puesto que carece de moralidad humana) que sobre sí
se cometa, con la única arma que no puede esquivar la vida y de la cual él se
mofa: muerte.
La importancia de este carácter ficcional radica, si se realiza una
comparativa con el hombre común, en los diversos atractivos que adopta.
Un vampiro siempre fue física e intelectualmente más fascinante que un
pobre y desahuciado jornalero industrial. Esa es la imagen sobre la que se
narra, la figura que visita un camposanto durante la nocturnidad y del cual
se elabora un sesgado poema…
Un antihéroe valiente que conceptualiza y encarna la dicotomía implícita en
el Equilibrio. Representar el par muerte-vida bien le vale el pormenorizado
tratamiento en divergentes ámbitos que históricamente ha recibido.
7. Referencias Bibliográficas
. TARLOW, Sarah, Ritual, Belief and the Dead Body in Early Modern
Britain and Ireland, Cambridge University Press, New York, 2011.
. PANAYI, Panikos, Immigration, ethnicity, and racism in Britain, 1815-
1945, Manchester University Press, New York, 1994.
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. ROLLESTON, Thomas William, Myths & legends of the Celtic race,
Thomas Y. Crowell Company, New York, 1911.
. ROSE, Lionel, The massacre of the innocents: infanticide in Britain,
1800-1939, St Edmundsbury Press, 1986.
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