Download - Hasta Siempre
“Hasta Siempre.”
Vida.
Como un pequeño susurro al despertarse, sonríes.
La voz de alguien familiar se había dibujado hace unos instantes en tus oídos. Tu
cuerpo se mueve inquieto entre las sábanas. Giras el rostro, pero no hay nadie.
Entonces, algo se revuelve en tus entrañas, un pequeño sonido punzante, una sensación
que tú ya conoces, no necesitas darle nombre de nuevo. Y mientras tanto, aquella
excitación en el pecho, esa adrenalina con la que se llenaban las oportunidades,
desaparece.
Vuelves a entrecerrar los ojos. El sonido del monitor palpita a lo lejos, incluso aquella
molesta irritación en tu brazo izquierdo, donde la vía dejaba entrar el resto de
medicamentos. Parece que nada había cambiado, aquella máquina de oxígeno, estudios
con números y coordenadas que no comprendías, los parches en el pecho, incluso la
ropa, pura rutina. Y, sin embargo, nada era igual.
Gruñes entre aquella cama blanca de hospital, envuelto en una sala de color enfermizo
que tanto conocías. Tu piel estriada, cansada de tanto despertar, de saber que no eras
más que un anciano enfermo de cáncer.
Observas a través de la ventana, donde millones de puntos luminosos relucían en la
noche. Aquella vez parecía como si pudieras ver dos cielos en uno. Curiosa sensación.
Sonríes de nuevo.
¿Qué día era hoy? ¿Cuánto tiempo había pasado? No podías recordarlo, no eras
capaz de enumerar nada en tu mente. Tu propio nombre se asemejaba a algo extraño.
No obstante, tenías la sensación de echar algo de menos. Y era tal el sentimiento, que
no parecía desaparecer nunca.
24 de diciembre, decía el calendario en la pared, tras hacer varios esfuerzos con tu
vista. Una pequeña emoción de ilusión desilusionada pasó entonces a través de tu
mente, tan pequeña como el silencio. Ese que nadie suele escuchar, sorprendente en su
sorpresa. Tu pequeña mente había tenido una idea.
Volviste a recordar la voz que te había despertado. "Puede que si nadie está aquí,
quizás tenga que ir yo a buscarlos". ¿A quién iba dirigido aquel mensaje? No tenías
respuesta. Y, sin embargo, aquello tenía demasiada fuerza como para ser medido.
Con algo de esfuerzo, y no sin cierta liberación, arrancaste aquellos parches, la
pequeña vía de oxígeno, y ya sin aliento, te levantaste de aquel lugar, sujeto a la barra
de metal con millones de medicamentos. Cruzaste el resto de habitaciones, sorteaste a
los demás médicos, y sin a penas creértelo, cogiste el ascensor hasta llegar a la azotea.
La ciudad. Enormes y luminosos edificios se alzaban ante tí, tras cruzar la puerta, sin
final en su horizonte. Tus ojos vidriosos y enfermos encuadraron las casas, las
ventanas, los colores rojos y amarillos, los barrios y suburbios de todas las formas,
anchuras y tamaños. Vivos, como si formaran una melodía ascendente, alegre, sin fin.
Luces, y una nueva sensación de frío. Sí, el viento de la noche helada pasó a través de
tus mejillas. El sudor de la fiebre, el cansancio desmedido provocó que te temblaran las
piernas. Pero no quisiste caer. Sabías que aquel acto de valentía temerosa estaba
prohibido en tu condición, pero no quisiste volver. No, ahora estabas en casa. Por fin
estabas en casa.
Dentro de aquella insanía, las luces volvieron a dibujar el rostro de tu amada. Aquella
voz, aquellos sonidos sin nombre que en la noche tanto te despertaban, se
emborronaron en el horizonte. Incrédulo, te llevaste las manos a los ojos." ¿Podía ser?
¿Están allí? Sí, están allí..." susurraba eufórico tu corazón. Aquel malestar en el
estómago desapareció, puede que quizás está vez para siempre, y corriste hacia
aquellos sueños como si de un globo pendieses en el aire. Temblabas, caías, pero nunca
dejaste de seguir. Y cuando llegaste al borde de tus sueños, las luces desaparecieron.
La ilusión se volvió niebla, hasta dejarte al borde del vertiginoso precipicio.
Asustado, retrocediste y caíste al suelo. Esta vez, no te volviste a levantar. La piedra
bajo tus pies, y junto a ti, enormes extensiones de edificios sin nombre, luminosa
frialdad. Como la curiosa sensación de un niño al temer, aquel mundo se había vuelto
,de repente, demasiado grande. No había nadie. Esa era su realidad, no había nadie
para ampararlo, como no había nadie esperándote a ti. Sólo aquella apariencia,
aquella máquina llena de coches, edificios, prisas y luces de navidad. Sí, de nuevo las
luces, pero aquel abismo te había provocado demasiado miedo como para ser verdad.
¿Y si quizás ya estabas cayendo?
No podía ser. Eras un niño que sólo quería volar, que no quería despertarse. Repetiste
sus nombres, llevabas mucho tiempo haciéndolo, inmerso en aquella locura sin calor.
Estabas solo, no conocías donde buscar. En verdad, ya no había que buscar, porque
todos se habían ido. No obstante, aquella horrible realidad no querías que fuera la
tuya. Por eso seguías allí. Una realidad donde todas las oportunidades, el sentido y la
humanidad habían desaparecido. No podía existir algo así, ¿verdad? Necesitabas un
sentido. Volviste a buscarlos con tu mirada. Tu esposa fallecida, tus dos hijos de los
que a penas memorizas sus nombres. Amigos, recuerdos, porque la vida está hecha de
recuerdos, los únicos capaces de llenar el corazón cuando encuentras el abismo de tu
propia ciudad. Tu propio mundo, pensaste.
Millones de luces, de nuevo. Millones, billones, pero ninguna iba dedicada a ti. No
hiciste nada memorable, nada para ser recordado. Entre aquella enfermedad, las
lágrimas recorrieron tu rostro, impidiéndote respirar. "Y si la vida quizás no sea nada
más que estar respirando." Quizás todos estemos respirando.
Despertaste.
Como un cuerpo sin vida, volviste a entrar en el edificio, el lugar donde pasarías tus
últimos meses, días, o puede que minutos. Aquello ya daba igual. Como un títere sin
dueño, buscaste tu habitación, necesitabas urgentemente descansar, olvidar. Los
pasillos parecían oscuros, puede que tu vista estuviera fallando. Como un niño cuando
se acerca la hora de dormir, caminaste arrastrando los pies, gruñendo de nuevo.
Esquivaste ciertas enfermeras, enfermos y médicos serios, mientras otros no te dirigían
la palabra. Las plantas se confundían entre tu cansancio, y mientras tanto, por otro
lado, las familias saludaban alegres antes de despedirse. Dibujos en las paredes,
colores enfermizos, sentías frío. Anduviste sin camino hasta que el camino te encontró a
ti.
Un enorme espejo, una cristalera bajo una tenue luz azulada dejaba ver tu rostro.
¿Aquel eras tú?, más bien el resultado de lo que nunca quisiste ser. Parecías un
espectro, un hombre desamparado, un hombre sin nada. Sin embargo, a tus ojos les
llamó algo la atención.
Un pequeño cuerpecito rosado te observaba tras la ventana, envuelto en una manta
blanca. ¿Te miraba a ti? ¿O sería una ilusión? Sí, te estaba observando. Aquel bebé
asombrado miraba los ojos enfermos de un anciano sin nombre. Como una melodía de
cuna, su ingenua sorpresa abrió la puerta de una enorme melancolía. "Te espera una
vida llena de oportunidades", le susurraste en silencio. Silencio, curioso poder sin
palabras. Quizás ahora sepas lo que trata de decir. Sí, aquel bebé era una luz más. Una
luz cálida, amable, inocente, donde residían todos los sueños que estaban por llegar. La
verdad. Una luz que no se había extinguido, no como tú.
Sin embargo, sonreías. Curiosa reacción. ¿Cómo algo tan lejano te había hecho
sonreir? Lo desconoces, pero seguiste haciéndolo. Seguiste soñando, aún cuando nada
conseguirías. Extraño, quizás era aquello lo que te hacía humano. No lo sabes, pero el
malestar del estómago había desaparecido de repente. Sí, la culpa, y no el karma. La
culpa te había llevado hasta lo que eras ahora, por querer terminar así. El
remordimiento, causante de todo mal en el arte y en el brillo, te atormentaba desde
hacía ya mucho tiempo.
Echabas algo de menos, les echabas a todos de menos, y volviste a susurrar sus
nombres, observando a aquel bebé desconocido. Pero en esta ocasión, no fuiste capaz
de llorar.
Millones de luces. Millones, billones de ellas, ¿cómo pensar que había una dentro de
ti? Lo desconoces, y no obstante, ella te había llevado a soñar.
Los echas de menos. Te echas de menos a ti mismo. Tanto tiempo buscando un sentido
que no había que buscar. Tanto tiempo gastando una luz que nunca se extinguiría.
La enfermera te vio observando al niño, sonriente. Se acercó en un gesto, cogiéndolo
con sus manos.
Sus rostros. Tu amada, hijos, amigos, se dibujaron a través de la ventana. Repetiste sus
nombres, una y otra vez, sin descanso, mientras las lágrimas no dejaban de caer. Ya
estabas en casa.
"Y quizás la vida sea algo más que estar respirando, y no lo sepamos"
Quizás, como una mariposa cuando aletea, cuando se gastan sus alas. Pero nunca se
van, ¿no? , siempre siguen ahí, entre sueños posibles e inimaginables, hasta que creas
que se hallan extinguidos.
Todo había cambiado, y sin embargo, todo seguía igual. Como un niño cuando dibuja
lo que quiere ser de mayor, observas un cielo lleno de estrellas ante tus ojos. Porque
todos somos luz,¿verdad?, porque todos acabamos siéndolo. Porque nunca dejamos de
serlo, incluso al dejar de ser. Sí, lo echabas de menos, echabas de menos lo que nunca
se fue, lo que nunca te dejó. Porque nunca dejaste de soñar.
Volviste a llamar a tu amada, mientras te respondía en una forma que sólo ella
conocía. Que sólo tú comprendías. Cada vez más cerca. Y cada vez, la enfermera más
se extrañaba. Empezó a pensar que algo te ocurría. Pero eso para ti ya no tenía
importancia.
Miles, millones de luces, y su manita cerca de ti. Inmerso en tu locura, juntaste la mano
de aquel bebé sorprendido con la tuya, con la de un viejo sin razón y anciano sin
nombre. Seguiría así, por mucho tiempo.
No obstante, volviste a sonreir. Y con aquella sonrisa, tu respiración se agitó, como el
aleteo de una mariposa. Una mariposa que está por comenzar un viaje indescriptible, a
través de los siete océanos y más allá. Soñar.
"Feliz Navidad", se oían voces a lo lejos. El reloj marcaba las doce.
Caíste al suelo, dejando que un alboroto sin forma se creara a tu rededor. Cerraste los
ojos, dolorido. Y esta vez, no volviste al despertar. Ya no estabas solo, todos estaban
contigo. Siempre estuvieron contigo. Abrazaste el aire que te rodeaba, como si su
recuerdo cobrase forma. Dulce locura.
Como un niño cuando duerme junto a su corazón, esperando una nueva mañana. Un
sol radiante, una nueva sonrisa. Un bebé que crece, sueña. Nunca cambia. Todo
permanece.
Y con un último aliento, fuiste feliz.
Entonces, mueres.
Alegría, como un susurro al despertarse.
Vida.