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Filosofía del lenguaje y epistemología: ¿una vinculación accidental o sustancial?
Susana V. Calvo (UBA)
En el presente trabajo nos propondremos abordar críticamente dos posiciones
teóricas antagónicas respecto del lenguaje: la orientación pragmática y la
representacionista.
Se ha sostenido, no sin razón, que mientras la filosofía clásica hizo de la
ontología su objeto de reflexión y la moderna realizó lo propio con el conocimiento, el
pensamiento contemporáneo centró su atención en la investigación del lenguaje.
El denominado “giro lingüístico” modificó radicalmente la formulación de
intrincados problemas filosóficos. Ello no significa que el examen del lenguaje haya
tenido comienzo en las primeras décadas del siglo pasado, porque como es bien sabido,
tal tipo investigaciones se remonta a la antigüedad preplatónica. Corresponde, no
obstante, señalar que el concepto de “giro lingüístico” no hace sólo referencia al
lenguaje como objeto de reflexión: alude, asimismo, a la convicción de que el camino
preliminar de toda búsqueda filosófica y la manera más apropiada de resolver sus
problemas es, precisamente, la reflexión sobre el lenguaje.
-1. La perspectiva analítico-logicista
El mérito fundamental de esta perspectiva teórica es el de haber contribuido a
orientar el pensamiento contemporáneo hacia la problemática del lenguaje. Su
Manifiesto programático1, fuertemente inspirado en las tesis de Wittgenstein2, comienza
denunciando el crecimiento ininterrumpido del pensamiento “metafísico y teologizante”
tanto en el ámbito cotidiano como en el científico. Los empiristas lógicos explican tales
extravíos a partir de distintos orígenes: psicológicos, sociológicos, etc. Pero según el
Manifiesto en cuestión, estas desviaciones proceden, además, de la ligazón del intelecto
con los lenguajes naturales, intrínsecamente ambiguos e imprecisos, y de la exagerada
1 cfr. La concepción científica del mundo: el Círculo de Viena, en Redes, Revista De Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, Universidad Nacional de Quilmes, Vol. 9 Nº 18, junio de 2002 Presentación y traducción Lorenzano, P., pp.103-149 2 Wittegenstein, L. Tractatus Logico- Philosopicus, escrito entre 1914 y 1916
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confianza en que el pensar, por sí solo, puede llevar al conocimiento sin recurrir a
ningún tipo de contacto experiencial.
El artículo titulado “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico
del lenguaje”3 resulta en tal sentido de especial interés. Allí plantea Carnap el problema
de la demarcación entre el lenguaje significativo y el no significativo. Según el autor, en
la búsqueda de criterios que permitan distinguir las expresiones verdaderamente
significativas de aquellas que carecen de significación, no es conveniente atenerse a los
criterios lingüísticos gramaticales, pues éstos hacen aparecer como dotadas de sentido
oraciones que, analizadas lógicamente, se encuentran totalmente desprovistas del
mismo. Se requiere, según Carnap, un análisis semántico profundo, con arreglo al cual
pueda establecerse una neta diferenciación entre enunciados que representan hechos y
enunciados que no los representan en absoluto, debido a deficiencias sintácticas o
léxicas que los despojan de toda significación. La teoría lógico-lingüística puede y debe,
entonces, constituir un instrumento apropiado para diferenciar las auténticas
proposiciones, los enunciados con significado, de las pseudoproposiciones, entidades
lingüísticas aparentemente enunciativas, pero carentes de sentido.
La lengua consta esencialmente de léxico y de sintaxis, es decir, de un conjunto
de palabras que poseen significado y de un conjunto de reglas conforme a las que éstas
deben combinarse. Que una entidad lingüística enunciativa posea significado depende
entonces de estas dos condiciones: de las palabras utilizadas y de las reglas aplicadas
para su combinación. Son asimismo éstos los dos factores responsables de la
asignificatividad de las pseudoproposiciones: en ellas no se emplean términos con
significado o no se los combina de manera apropiada.
¿En qué consiste el significado de una palabra? Carnap responde: “en designar
un concepto”. ¿Qué estipulaciones deben establecerse para que una palabra tenga
significado? Según el autor, debe fijarse la sintaxis de la palabra, es decir, la manera
como se presenta en la forma proposicional más simple en la que pueda aparecer. El
término 'piedra', por ejemplo, podría aparecer en una forma enunciativa elemental como
“x es una piedra”. Si llamamos p a este tipo de proposiciones, el significado del término
`piedra' viene indicado en el significado global de p. Captar este significado global
3 cfr. “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje” en Ayer, A.J (comp.)., El positivismo lógico, México, F.C.E., 1965, pp. 66-87.
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equivale, según la tesis de Carnap a conocer las condiciones bajo las que p es verdadera
o no lo es. En otras palabras, 'piedra' tiene el significado que nosotros le atribuimos
cuando atendiendo la categoría de cosas escogidas para ocupar el lugar de “x” podemos
determinar el valor veritativo de “x es una piedra” (Pa), es decir, cuando podemos saber
qué observaciones llevarían, bajo ciertas condiciones, a aceptar la proposición como
verdadera o a rechazarla como falsa.
Así, pues, si alguien pretendiera introducir un nuevo término para designar un
conjunto de elementos, resultaría imprescindible que proporcionara alguna prueba
empírica con arreglo a la cual se pudiese distinguir la “cosa” a la que se refiere el
vocablo en cuestión. Si afirmara que no hay ningún criterio empírico de aplicación,
insistiendo no obstante en querer significar algo con la nueva expresión, su aplicación
en el lenguaje sería, según Carnap, ilegítima.
El mencionado autor establece las condiciones necesarias y suficientes para
otorgarle significado a una proposición “P(a)”:
1. Que las notas empíricas de “a” sean conocidas.
2. Que haya sido estipulado de qué proposiciones protocolares es
derivable “P(a)”.
3. Que las condiciones de verdad para “P(a)” hayan sido
establecidas.
4. Que el método de verificación “P(a)” sea conocido.
Será, entonces, éste el único medio legítimo con arreglo al cual podrán
introducirse nuevas expresiones en un lenguaje, puesto que “…la estipulación
de este criterio elimina cualquier posible libertinaje con respecto a lo que nos gustaría
que “significara” una palabra. Si la palabra ha de recibir un significado exacto no debe
mutilarse su criterio de aplicación” 4
No siempre las condiciones de verificabilidad de una proposición elemental p
suelen ser muy sencillas. Podría suceder que el concepto utilizado fuese más complejo
que el de “piedra”; en tal caso, la atribución de significado al vocablo requiere el
4 cfr. ibid. p.69
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conocimiento de su definición en términos de otros más simples. Es éste el caso de
términos tales como “artrópodo”, “perisodáctilo”, “gimnosperma”, “esclerodermia”, etc.
La atribución de un significado a los mismos requiere el conocimiento de su definición
en términos de otras expresiones más simples. Así, por ejemplo, puede precisarse el
significado de “artrópodo” retrotrayendo este vocablo a otros de menor complejidad:
“artrópodo”=df. “animal que posee un cuerpo segmentado con extremidades articuladas
y una cubierta de quitina”; en otras palabras, tratando de derivar la proposición
elemental “x es un artrópodo” de la conjunción de las proposiciones elementales o
primarias (proposiciones protocolares) que contienen los vocablos simples que integran
su definición. Según la tesis expuesta por Carnap, cualquier expresión significativa
resulta, entonces, contrastable directamente con la realidad, o indirectamente, partiendo
de su descomposición en expresiones más simples:
“cada palabra del lenguaje se retrotrae a otras y, finalmente, a las palabras que aparecen en las llamadas 'proposiciones protocolares' o 'proposiciones de observación'. Es a través de este procedimiento como adquiere su significado una palabra”5
Sintetizando, aquello que otorga significación a las proposiciones protocolares
de una lengua es, en última instancia, su conexión con la realidad, directa o mediante
definición; las expresiones no susceptibles de tal conexión resultan vacías de
significado, del mismo modo que las pseudoproposiciones de las cuales forman parte,
puesto que no se ajustan a los criterios de aplicación establecidos. Se advierte, entonces,
que para los representantes del Wiener Kreis el significado de una palabra no depende
de sus relaciones intralingüísticas con expresiones o enunciados, sino de su vinculación
con la realidad extralingüística6, vinculación que solamente la teoría del conocimiento
5 cfr. ibid. pp.68-69 6Moritz Schlick, el fundador del Círculo de Viena, sostuvo que resulta imprescindible distinguir la coherencia o compatibilidad entre las proposiciones, de su acuerdo con la realidad, pues el que sólo exige la coherencia, sin más, como criterio de verdad “debería considerar los cuentos fantásticos tan verdaderos como un relato histórico o como el contenido de un tratado de química a condición de que sean hábilmente inventados y que no presenten contradicciones”. Continúa Schlick: “Puedo describir arbitrariamente un universo grotescamente extraño; el filósofo de la coherencia deberá encontrar mi exposición exacta, verdadera, si tan sólo mis afirmaciones son compatibles unas con otras y si, con precaución adicional, evito chocar con las maneras habituales de describir el mundo colocando el teatro de mi narración en una estrella lejana donde nadie irá a ver allí lo que pasa /nadie tendrá/ el derecho de objetarme sus observaciones, que nada tienen que ver aquí, puesto que sólo cuenta la ausencia de contradicción entre enunciados.” (Lecourt, D.; El orden y los juegos, Bs. As., Ediciones de la Flor, 1984,pp..108-109).
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(con el auxilio de la lógica) puede especificar. De modo, entonces, que los problemas
semánticos de definición de significado se trasladan así al ámbito epistemológico.
No sólo razones de índole léxica pueden, según Carnap, tornar asignificativa una
proposición. Existen, además, razones de orden sintáctico, consistentes en la utilización
incorrecta de las reglas conforme a las que deben combinarse las palabras. A este
respecto, Carnap y los positivistas consideraron necesario diferenciar la sintaxis lógica
de la gramatical. Al solo efecto de aclarar esta distinción consideraremos los siguientes
enunciados:
a) “Este escritorio es ante”
b) “César es un número primo”
La primera expresión revela un error sintáctico gramatical y representa un
sinsentido. La segunda, aun siendo asignificativa, resulta gramaticalmente correcta,
pues se trata de una oración bimembre del tipo sujeto predicado verbal; en otras
palabras, responde a un esquema formal correcto. Es este último ejemplo el escogido
por Carnap para ilustrar las discrepancias que suelen suscitarse entre ambas sintaxis. A
la sintaxis gramatical le corresponde sólo investigar el carácter estructural de las
expresiones que se combinan, estableciendo cuáles configuraciones son gramaticales y
cuáles no, sin ir más allá; pero esto resulta claramente insuficiente cuando se trata de
identificar las distintas clases de pseudoproposiciones. Corresponderá, en consecuencia,
a la sintaxis lógica establecer una nítida diferenciación entre las combinaciones
categoriales de índole ontológico-semántica permisibles, y las construcciones
gramaticales que en verdad no lo son.
“El hecho de que los lenguajes cotidianos permitan la formación de secuencias verbales carentes de sentido sin violar las reglas de la gramática indica que la sintaxis gramatical resulta insuficiente desde un punto de vista lógico. Si la sintaxis gramatical tuviera una exacta correspondencia con la sintaxis lógica no podrían formarse pseudoproposiciones. Si la sintaxis gramatical no solamente estableciera diferencias en el orden categorial de las palabras, tales como sustantivos, adjetivos, verbos, conjunciones, etc., sino que hiciera dentro de cada una de esas categorías las diferencias posteriores que son lógicamente indispensables, no podrían constituirse pseudoproposiciones” 7
Sintetizando, Carnap sostuvo que la sintaxis lógica debía incorporar las reglas de
compatibilidad semántica omitidas por la sintaxis gramatical. De esta manera quedaría 7 cfr. op.cit p.74
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satisfactoriamente explicada la asignificatividad de los enunciados metafísicos típicos,
cuyo origen radica en los errores categoriales que incluyen.
El autor analizó en particular algunos enunciados de la obra de Heidegger
titulada ¿Qué es la metafísica? mostrando que en éstos se emplea, por ejemplo, el
término 'nada'8 de forma sustantivada, que de él se deriva el espurio neologismo
'nadear', y que de ambas transgresiones categoriales proceden combinaciones
asignificativas como “la angustia revela la Nada” o “la Nada nadea”. Así, pues, los
empiristas lógicos creyeron poder mostrar de qué manera las trampas del lenguaje
suelen conducirnos a postular la existencia de entidades que, en verdad, sólo tienen
lugar en el ámbito lingüístico como consecuencia de la trasgresión de la sintaxis lógica.
Los integrantes de Wiener Kreis, reconocieron además otro tipo de
pseudoproposiciones metafísicas: las que contienen palabras carentes de sentido. Un
ejemplo de ello es “El principio del ser es el espíritu”, pues allí “principio” no alude a
una prioridad temporal, la cual podría determinarse empíricamente, sino a una prioridad
metafísica, para la cual no puede señalarse ningún criterio empírico.
No sólo los enunciados del texto heideggeriano -concluye el Círculo de Viena-
carecen de sentido, sino que toda la metafísica se halla desprovista de él, pues sus
proposiciones infringen la sintaxis lógica o contienen términos que no se encuentran en
relación designativa con la realidad.
Resumiendo, los empiristas lógicos establecieron dos exigencias insoslayables
para determinar la significatividad de los enunciados: a) la conexión de los términos
empleados con la realidad, a través de la verificación de los enunciados protocolares a
que fueran reducibles, y b) la adecuada construcción lógica, con arreglo a la cual
pudieran evitarse las combinaciones categoriales aberrantes. Tomando como criterio
las condiciones en cuestión, pretendieron efectuar una nítida diferenciación entre los
enunciados con significado cognitivo y los enunciados carentes del mismo (enunciados
sin sentido o con un significado puramente emotivo). Entre los primeros incluyeron los
que poseen contenido informativo, propios de las ciencias empíricas y, conforme a su
8 Según los empiristas lógicos la utilización que Heidegger efectúa del vocablo ´nada´ constituiría, entonces, un claro ejemplo de la falacia de reificación.
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interpretación del Tractatus wittgensteiniano9, sostuvieron el carácter tautológico de las
proposiciones lógicas y matemáticas, a las que no corresponde ningún estado
individualizable de la realidad; en otras palabras, consideraron que tales proposiciones
carecen de contenido informativo y precisamente por ello están privadas de
significación.10; Entre las pseudoproposiciones incluyeron los enunciados metafísicos,
éticos y estéticos..
Resulta, evidente, a partir de lo expuesto, el privilegio que los empiristas lógicos
otorgaron a la función descriptiva o referencial, y la aspiración a un representacionismo
lingüístico capaz de alcanzar el acoplamiento progresivo, cada vez más perfecto, entre
el lenguaje y los hechos del mundo; asimismo, su íntima convicción de que el análisis
del lenguaje constituye la condición sine qua non para alcanzar el orden lógico y la
claridad enunciativa en ausencia de los cuales resulta imposible someter proposición
alguna al control observacional.
Conforme a su concepción verificacionista del significado, los integrantes del
Wiener Kreis olvidaron la amplia gama de posibilidades que encierra el lenguaje y
limitaron la imagen del mundo a un conjunto de hechos simples de los que darían
cuenta las proposiciones elementales.
Mucho de lo que se ha sostenido acerca del lenguaje procede, como se ha
observado con anterioridad, de la ilusión de que éste representa -o debiera representar-
la realidad extramental, de que una vez despojado de sus tendencias anárquicas
mediante una adecuada terapia lógico-lingüística, podría exhibir una estructura capaz
de reflejar isomórficamente la estructura del mundo real. Según los integrantes del
Círculo de Viena, las expresiones anfibológicas o polisémicas, los significados
9 “La proposición muestra aquello que dice; la tautología y la contradicción muestran que no dicen nada. La tautología no tiene condiciones de verdad, pues es incondicionalmente verdadera; y la contradicción, bajo ninguna condición es verdadera. La tautología y la contradicción carecen de sentido (como el punto del cual parten dos flechas en direcciones opuestas.) (Yo no sé, por ejemplo, nada sobre el tiempo, cuando yo sé que llueve o no llueve.)” (TLF, 4.461). “Tautología y contradicción no son figuras de la realidad. No representan ningún posible estado de cosas. En efecto, una permite todos los posibles estados de cosas; la otra, ninguno. En las tautologías, las condiciones de acuerdo con el mundo –las relaciones representativas- se anulan recíprocamente en cuanto no están en ninguna relación representativa con la realidad. (Wittgenstein, L., Tractatus Logico-philosophicus, Madrid, Alianza, 1979, 4.462) 10 Los positivistas lógicos adoptaron la distinción wittgensteiniana entre sinlos (carente de significación) y unsinnig (carente de sentido, absurdo, insensato) “Tautologia y contradicción no son, sin embargo, sinsentidos (unsinnig); pertenecen al simbolismo, del mismo modo que cero es parte del simbolismo de la aritmética” En otras palabras, no informan nada ni tienen la pretensión de hacerlo. (op-cit. 4.4611).
8
emotivos, las paradojas, en suma, la amplia diversidad de supuestas irregularidades y
anomalías, debía ceder en beneficio de un lenguaje descriptivo emotivamente neutro y
exclusivamente literal, apropiado para expresar de modo preciso y unívoco, mediante
enunciados elementales, los hechos atómicos primarios.
Conforme a una tradición que Frege transmitió a buena parte de la filosofía del
lenguaje del siglo XX, la disyuntiva que se presenta ante las anomalías e irregularidades
del lenguaje corriente es o bien su reemplazo por instrumentos expresivos más claros y
precisos como los símbolos matemáticos o bien el análisis conceptual de dicho lenguaje,
que haga posible descubrir la estructura lógica oculta de las expresiones que lo
conforman. La estricta ordenación lógica y el análisis formal serán entonces, a partir de
Frege los instrumentos predilectos de quienes se declaran comprometidos en la
resolución de los tradicionales problemas semánticos.
No sólo Frege y Russell, sino diversos filósofos posteriores a ellos, suscribieron
aquella tendencia semántica a ver en el lenguaje natural una fuente de engaño. Según
estos pensadores, en el lenguaje se debe buscar un orden que no se halla manifiesto,
sino velado por su forma superficial; en otras palabras, el lenguaje no revela de manera
directa su estructura lógico-semántica. Pensar que sí lo hace constituye la causa de
diversos errores y confusiones. Se debe efectuar, entonces, un análisis que permita
acceder a su naturaleza profunda; esa naturaleza es lógica, es decir, formal, constituida
por relaciones entre elementos que tienen una conexión directa con la realidad. El
examen de esa lógica interna y la captación de sus reglas es lo que hace posible
diferenciar la clase de las proposiciones significativas del conjunto de las
pseudoproposiciones carentes de significación. La tarea del análisis lógico, consistirá,
entonces, en la búsqueda de una estructura lógica oculta bajo la forma superficial del
enunciado, pues sólo ésta recoge la naturaleza lógica de la proposición poniendo de
manifiesto su estructura pictórica o figurativa y permitiendo así comprender la relación
interna en que se encuentran la proposición y el hecho.
El medio del cual se valieron los integrantes de Wiener Kreis para delimitar el
conocimiento científico y formular los criterios que permitiesen diferenciarlo de otros
sistemas de ideas no cognoscitivos fue –como se observó en uno de sus más notables
representantes- el análisis lógico del lenguaje, presuntamente depositario de tal
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conocimiento. Su modo de concebir la semántica se pone de manifiesto en los rasgos
siguientes: a) la reducción de las funciones semánticas lingüísticas a la descriptiva o
enunciativa; b) el análisis semántico entendido esencialmente como la búsqueda de una
estructura lógica oculta bajo la forma superficial de los enunciados correspondientes al
lenguaje natural, cuyo carácter confundente impide captar en forma inmediata el
significado de las proposiciones c) la consideración de la estructura lógica como base
para la interpretación semántica; d) la tesis según la cual el significado de la proposición
consiste en la vinculación entre los elementos que la componen y la realidad. Queda
claro, entonces, a partir de lo expuesto, que para efectuar la diferenciación entre el
genuino conocimiento y las creencias infundadas, los empiristas lógicos se vieron
obligados a centrar sus investigaciones en el lenguaje enunciativo, es decir, en aquel
tipo de entidades lingüísticas indicativas de cómo son los hechos. Es así como el
problema epistemológico se transformó en un problema lógico-lingüístico.
-2. La perspectiva pragmática Tal como se observó con anterioridad el interés que suscitó el estudio del
lenguaje en las primeras décadas del siglo pasado se ha dado en llamar “giro
lingüístico”. Pero en el interior de este giro cabe, además, reconocer el giro pragmático.
La perspectiva pragmática sostiene que la referencialidad semántica depende del uso, de
los juegos de lenguaje y de las formas de vida que enmarcan la interacción lingüística,
en otras palabras, que no existe una relación de referencia lenguaje-cosa que funcione
con prescindencia de los usuarios del lenguaje, de sus prácticas y de sus creencias
básicas.
La idea de que el significado de una expresión debe rastrearse en su uso se
encuentra desde el inicio de las Investigaciones Filosóficas11, en clara contraposición
con el modelo representacionista que Wittgenstein imputa allí a San Agustín. El autor
comienza mencionando un pasaje de las Confesiones con el propósito de destacar las
insuficiencias de las teorías tradicionales: Cuando ellos (los mayores) nombraban alguna cosa y consecuentemente con esa apelación se movían hacia algo, lo veía y comprendía que con los sonidos que pronunciaban llamaban ellos a aquella cosa. Pues lo que ellos pretendían se entresacaba de su movimiento corporal: cual lenguaje natural de todos los pueblos que con mímica y juegos de ojos, con el movimiento del resto de los miembros y con el sonido de la voz hacen
11 cfr. Wittgenstein, L., Investigaciones filosóficas, México, ed. Crítica, edición bilingüe, trad. García Suárez A.y . Moulines, U. 1988
10
indicaciones de las afecciones del alma al apetecer, tener, rechazar o indicar cosas. Así, oyendo repetidamente las palabras colocadas en sus lugares apropiados en diferentes oraciones, colegía paulatinamente de qué cosas eran signos, y una vez adiestrada la lengua en esos signos, expresaba ya con ellos mis deseos”12
Esta manera de definir dando significado a un vocablo -el nombre- al tiempo que
se señala su referente -la cosa-. conlleva la idea de que “nombrar algo es similar a fijar
un rótulo en una cosa”13 lo cual supone para el filósofo vienés “una extraña conexión de
una palabra con un objeto”14.
De hecho, la imagen tradicional de lo que es aprender un lenguaje comporta
cierta circularidad; si concebimos que el aprendizaje consiste en pensar (decirse) que
ciertas palabras se corresponden con objetos, el propio aprendizaje supone ya una forma
de lenguaje, aun cuando ésta fuese muy primitiva. En otras palabras, para aprender el
lenguaje el niño debería hallarse ya en posesión de alguno. Aun cuado sea cierto que no
se debe ignorar la relevancia que el juego nominativo y la definición ostensiva pueden
tener en la adquisición del lenguaje, ello no justifica, según el autor, que se reduzca a
esta definición toda nuestra práctica lingüística.
Con la intención de adelantar sus objeciones a aquel reduccionismo nominativo
según el cual todo simbolismo, y en particular el del lenguaje natural, debe su
virtualidad semiótica a esa capacidad reproductora de una realidad simbolizada,
Wittgenstein afirmará que tal postura teórica realiza una abusiva extrapolación de la
función nominativa y mutila de esta forma la realidad concreta de lo que pretende
caracterizar.
Esta idea –agrega el autor de Investigaciones refiriéndose a la concepción
agustiniana- no es incorrecta, sino incompleta; entre otras razones, porque solamente
toma en consideración un tipo de palabras, los sustantivos o nombres que se refieren
directamente a objetos; y porque puede valer, por lo tanto, para caracterizar un juego de
lenguaje tan primitivo y simple como lo es el de “nombrar”, propio de los albañiles15 y
análogo, asimismo, a los tempranos usos lingüísticos con que los niños comienzan a
aprender un vocabulario. Tratará seguidamente de demostrar que aquello que la
12 IF. & 1 13 ibid. &15 14 ibid.&38 15 ibid. &2-3
11
tradición lingüística consideraba esencial en el lenguaje, no es más que la injustificada
generalización de un juego semántico muy simple, el de nombrar objetos, y además, que
éste no ostenta el carácter paradigmático que la tradición filosófica le ha conferido.
Al solo efecto de manifestar sus discrepancias con esa concepción combinatoria
y representacionista apelará a un ejemplo de codificación e intercambio lingüístico
entre agentes A y B, ocupados en la construcción de una obra de albañilería, donde en
una especie de lenguaje primitivo y en extremo precario, los sustantivos “ladrillo”,
“losa”, “soporte”, “bloque” son usados por A para impartir a B la orden de traer los
diversos materiales, pero donde un cierto juego permitiría a B emplear los mismos
vocablos para confirmar o infirmar la presencia de los materiales en cuestión.
(…) Imaginemos un lenguaje para el que vale una descripción como la que ha dado Agustín. El lenguaje debe servir a la comunicación de un albañil A con su ayudante B. A construye un edificio con piedras; hay cubos, pilares, losas y vigas. B tiene que pasarle las piedras y justamente en el orden en que A las necesita. A este fin se sirven de un lenguaje que consta de las palabras “cubo”, “pilar”, “losa”, “viga”. A las grita –B le lleva la piedra que ha aprendido a llevar a ese grito” "Ese concepto filosófico del significado reside en una imagen primitiva del modo y manera en que funciona el lenguaje. Pero también puede decirse que es la imagen de un lenguaje más primitivo que el nuestro. 16
Este ejemplo le permitirá a Wittgenstein marcar los límites del paradigma
descriptivo o aseverativo del lenguaje, introduciendo una idea que será de capital
importancia para el giro pragmático retomado posteriormente por Austin, a saber, que
el lenguaje puede ser empleado con significado para múltiples propósitos, y no
solamente en clave representacionista:
“…Es como si alguien explicara: ´Los juegos consisten en desplazar cosas sobre una superficie según ciertas reglas…` - Y le respondiéramos: ´Pareces pensar en juegos de tablero; pero estos no son todos los juegos. Puedes corregir tu explicación restringiéndola expresamente a esos juegos` “17
El autor de Investigaciones sostiene que la enseñanza basada en la definición
ostensiva se limita simplemente a grabar en la mente del ayudante una conexión
asociativa entre los nombres y los objetos correspondientes, suscitando la evocación de
imágenes en la mente del aprendiz que escucha un nombre. Ello no garantiza que éste
actúe tal como el albañil espera. Por ello es que “con una diferente instrucción la misma
16 ibid & 19 y ss 17 IF &3
12
enseñanza ostensiva habría producido una comprensión enteramente diferente”18 . Aun
cuando el juego del albañil y su ayudante se presente como un ejemplo de lenguaje
nominativo, éste no es, en rigor, un juego nominativo en estado puro, pues si bien es
cierto que la enseñanza ostensiva tuvo alguna utilidad en el proceso de aprendizaje, el
objetivo del albañil, lejos de limitarse a producir una evocación en la mente del
ayudante, fue el de lograr que éste aprendiera una actuación o conducta específica. Se
revela, así, el corto alcance de aquella concepción que ve la esencia del lenguaje en esa
extraña conexión de una palabra con una cosa. Debe subrayarse, entonces, una idea
central en las Investigaciones: aprender el significado de un nombre no consiste en
evocar las imágenes correspondientes ni en ningún otro proceso mental concomitante,
sino en adquirir una forma de conducta que, en distintos individuos, puede hallarse
asociada a diferentes representaciones o procesos psicológicos; pero, subraya el autor,
no es la referencia a los hechos psicológicos aquello que puede dar cuenta de la
homogeneidad necesaria para el despliegue de la comunicación.
Con éstas y otras observaciones análogas, Wittgenstein intentará explicitar las
insuficiencias de la definición que San Agustín formula con respecto a la esencia del
lenguaje.
Piensa en las herramientas de una caja de herramientas: hay un martillo, unas tenazas, una sierra, un destornillador, una regla, un tarro de cola, cola, clavos y tornillos.- Tan diversas como las funciones de estos objetos son las funciones de las palabras. (Y hay semejanzas aquí y allí)”19
Así, pues, el acento estará ahora puesto en el vínculo consustancial que une los
significados de las palabras con sus múltiples usos, para marcar cómo la tradicional
concepción filosófica del “significado”, al no haber considerado esta diversidad,
propició cuanto dijeron los lógicos sobre la estructura del lenguaje (y entre ellos se
incluye explícitamente Wittgenstein a sí mismo)
El hecho de que una expresión nominal nombre realmente un objeto (en el
interior de una proposición) -sostiene Wittgenstein- no es algo inherente a la propia
naturaleza del nombre; contrariamente a ello, depende de factores externos a sus
propiedades estrictamente lingüísticas. Para expresarlo en términos del autor, que un
18 IF & 6 19 cfr. op.cit. & 11
13
nombre denomine efectivamente un objeto depende de su aplicación como nombre, y
ésta no se encuentra en una relación interna con el nombre, sino externa a él, por cuanto
depende de que tal nombre sea realmente empleado en una ocasión concreta, con el
propósito de nombrar un objeto. Sintetizando, la función designativa de las expresiones
se muestra en su uso.
Aquello que nos confunde, en el caso de las palabras es, según el autor, la
uniformidad de su apariencia, cuando las consideramos como signos, ya sea hablados o
escritos:
Es como cuando miramos la cabina de una locomotora. Los diferentes manubrios que hay en ella son parecidos, en tanto todos han sido diseñados para manejar con la mano. Pero un análisis más minucioso nos permite advertir que algunos de ellos pueden graduarse de modo continuo en tanto que otros tienen tan sólo un par de posiciones efectivas. El mango de una palanca de freno acentúa su poder en función de la fuerza ejercida sobre él, mientras el manubrio de una bomba sólo funciona al ser movido de un lado a otro20
Tal como sucede con los diversos manubrios existentes en la cabina de una
locomotora, lo importante, lo que cuenta en el caso de las palabras no es la uniformidad
de su apariencia, sino el modo en que se las emplea para que puedan cumplir las
diversas funciones en virtud de que han sido creadas. El autor de Investigaciones
cuestiona, entonces, el supuesto de que los nombres refieren a objetos
independientemente de los propósitos de su utilización, y de que éste es un hecho básico
en el proceso de aprendizaje de cualquier lengua. Con ello ataca las tesis de toda una
tradición filosófica, representada por San Agustín, conforme a la cual los signos
significan porque están en lugar de aquello que designan, es decir, porque su
significación consiste en sustituir realidades, y comprenderlos equivale, entonces, a
advertir que están lugar de las cosas significadas.
La nueva teoría del lenguaje que Wittgenstein defenderá en las Investigaciones
consiste precisamente en la propuesta de un nuevo modo de entender la significación de
un signo y su comprensión. ¿De qué depende, entonces, el significado de una palabra?
La respuesta de Wittgenstein es categórica: “Del papel que desempeña esa palabra
dentro de un juego de lenguaje”. En otros términos, “el significado está en el uso”; “el
significado de una palabra es su uso en el lenguaje” Las voces son función de los
“juegos”
20 cfr. ibid. & 12
14
Según Wittgenstein, entonces, es falaz creer que un lenguaje suficientemente
rico posee una sola función, y erróneo pensar que todos los lenguajes tienen la misma
función. Las funciones lingüísticas son muy variadas. No hay lenguaje sino “juegos
lingüísticos”. Éstos no corresponden a expresiones o grupos de expresiones
determinados, sino a actos tales como “dar órdenes y actuar siguiendo órdenes, describir
un objeto por su apariencia o sus medidas, relatar un suceso, hacer conjeturas sobre el
suceso, formular y comprobar una hipótesis, presentar los resultados de un experimento
mediante tablas y diagramas, inventar una historia y leerla, actuar en teatro… traducir
un lenguaje a otro, suplicar, agradecer, saludar, maldecir, rezar.21
También el sentido de las oraciones depende del modo de su empleo, es decir,
reside también en el uso: “¿Pero no consiste el mismo sentido de las oraciones en su
mismo empleo? (En ruso se dice “piedra roja” en vez de “la piedra es roja”; ¿les falta la
cópula en el sentido o añaden la cópula mentalmente? Naturalmente que es por el
contexto de uso como se ve la injerencia de la cópula y se la completa mentalmente.”
De modo, pues, que así como el uso que damos a las palabras es múltiple y diverso,
también lo es el que damos a las oraciones, razón por la cual su significado debe
especificarse en el uso.
No son escasos ni carentes de importancia los autores que manifiestan su
desacuerdo con el filósofo vienés y afirman que las diferentes oraciones se caracterizan
por poseer estructuras que las hacen apropiadas para funcionar de tal o cual manera –
como órdenes, como ruegos, como advertencias, como informaciones, como
expresiones de sentimientos, etc.-, y, conforme a tal criterio las dividen en enunciativas,
interrogativas, directivas, expresivas, etc. Hay quienes sostienen que la función primaria
es la aseverativa o “descriptiva”, y, además, que si la oración no es descriptiva tiene que
poder reducirse lógicamente a tal.
Contra tales criterios se levantó la concepción pragmatista de Wittgenstein,
según la cual un enunciado es descriptivo, exhortativo o de cualquier otra índole, porque
se usa como tal dentro de un juego determinado.22 Y los ejemplos precedentes parecen
21 IF. & 23 22 “¡Fuego!” por ejemplo, puede servir para dar una voz de alarma, para ordenar a un pelotón que ejecute una sentencia, etc. “Cinco peras y dos naranjas” puede usarse para contar peras y
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apoyar esta aserción. En síntesis, así como el uso que damos a las palabras es múltiple y
diverso, también lo es el que les damos a las oraciones. Por ello es que su significado
tiene que especificarse en el uso:
¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? Hay innumerables géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que llamamos “signos”, “palabras”, “oraciones”. Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez por todas; sino que nuevos signos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura aproximada de ello pueden dárnosla los cambios de la matemática 23
Los juegos que constituyen nuestro lenguaje son, entonces, múltiples; y las
palabras que lo componen son empleadas de formas diversas, participan en variados
juegos y se hallan sujetas a la peculiar gramática de cada uno de ellos.
La declaración de Wittgenstein de que existen incontables tipos de oraciones,
innumerables formas en que podemos emplearlas, resulta algo extraña, pues parece
poco respetuosa con evidentes hechos gramaticales. Pero es necesario entender esta
aseveración en el contexto de lo que constituye una explicación del significado. Desde
el punto de vista gramatical existen varios tipos de oraciones que se distinguen por
características estructurales; pero lo que resulta esencial para Wittgenstein consiste en
aclarar si son realmente las clases de oraciones las que determinan los tipos de
significados. Ya conocemos su respuesta: las aparentes homogeneidades estructurales
esconden una infinita variedad de usos, una indeterminada cantidad de posibilidades de
que tales oraciones entren a formar parte de juegos lingüísticos diversos. Lo interesante,
entonces, en la medida en que queremos entender cómo funciona el lenguaje, es que el
significado de una oración no se halla determinado por sus aspectos gramaticales o
estructurales (la gramática superficial en la acepción de wittgensteiniana). Aun cuando
sólo contáramos con oraciones indicativas, interrogativas e imperativas, ello no
supondría que podemos efectuar sólo afirmaciones, preguntas o mandatos24podríamos,
contrariamente a ello, realizar una infinidad de (tipos de) acciones que, entretejidas,
constituyen nuestra vida social y comunicativa.
naranjas, para solicitarlas en un comercio, para separar o distinguir las peras de las naranjas, etc. 23 ibid. op.cit 24 IF.&12
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La expresión “juego de lenguaje” debe poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida25
Cuando se concibe el lenguaje como una actividad que se realiza en el seno de
una comunidad, es decir, como una práctica socialmente compartida, la apertura y la
historicidad de la vida social se trasladan al propio sistema lingüístico. No sólo existe la
libertad de inventar y vivir nuevas formas de comunicación que den lugar a nuevos
juegos de lenguaje, a nuevos significados; también es preciso considerar el lenguaje
bajo la óptica de la historia, como la acumulación de formas de vida inventadas,
practicadas, quizás ya olvidadas:
Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas plazas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes.26
…Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez por todas; sino que nuevos signos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan…27
Los juegos lingüísticos se hallan indisolublemente vinculados con las formas de
vida, su unión con ellas no es ni azarosa ni irrelevante sino interna y sustancial. Usar
una expresión perteneciente a un juego lingüístico equivale a comportarse de cierta
manera. Los “modos de hablar” se hallan entretejidos con los modos de vivir, y en
particular, de actuar. Entender un lenguaje implica, entonces, hacer algo o dominar algo
en lo que uno se ha ejercitado y ha aprendido durante mucho tiempo. Entender un
lenguaje y saber hablar conlleva, necesariamente, haber aprendido a realizar ciertas
actividades referidas a contextos particulares y específicos, entender y ostentar una
praxis social, participar en una forma de conducta gobernada por reglas28. La
multiplicidad y dinamismo de los juegos lingüísticos parece, entonces, hallarse en
función de las necesidades humanas, si se considera que Wittgenstein ofrece una visión
25 IF &23 26 IF.&18 27 IF & 20 28 La pertinencia de las reglas se pone de manifiesto cuando ingresamos en un grupo cuyos juegos lingüísticos desconocemos. Al intentar comunicarnos allí experimentaremos inevitablemente discordancias y tensiones. porque la comunicación entre sus miembros responde a reglas que sólo podremos conocer en la medida en que abandonemos nuestro rol de observadores no participantes y nos "arrojemos al agua”; en otras palabras, cuando decidamos participar en la comunicación. Lograr hacerlo de tal modo que la interacción no quede perturbada implica haber comprendido las reglas en cuestión.
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pragmática del lenguaje, situándolo en el mismo nivel que cualquier otro tipo de
actividad de la especie humana.
A lo largo de este trabajo se ha venido observando que las Investigaciones se
dirigen principalmente a cuestionar la “concepción agustiniana del lenguaje”. Si las
palabras fueran rótulos y el lenguaje constituyese el medio para hacer referencia a las
cosas del mundo, a la vez que para expresar nuestros pensamientos y creencias, lenguaje
y mundo serían dos esferas separadas aun cuando estuviesen correlacionadas, y la
estructura del mundo determinaría, sin más, la estructura del lenguaje. Es éste,
precisamente, el supuesto sobre el cual descansa la teoría semántica de la verdad,
formulada inicialmente por Aristóteles y formalizada luego por Tarski. El autor de
Investigaciones adopta una posición marcadamente polémica respecto del supuesto en
cuestión: cualquier determinación de la realidad resulta, según Wittgenstein,
inevitablemente parasitaria del lenguaje; en otras palabras, no existe fuera de la
experiencia lingüística ningún lugar desde el cual poder acceder al mundo, pues nuestra
relación con éste se halla simbólicamente mediada por el lenguaje. Así, entonces, los
presuntos rasgos de la realidad que tradicionalmente se presentan como dados, lejos de
determinar el lenguaje, son, según Wittgenstein productos de su actividad
configuradora. A ello se refiere Winch en el siguiente pasaje:
Nuestra idea de lo que pertenece al reino de la realidad nos viene dada en el lenguaje que empleamos. Los conceptos que poseemos establecen para nosotros la forma de la experiencia que tenemos del mundo 29
Un claro ejemplo al respecto lo proporciona el lenguaje de la física cuántica.
Quine formula el siguiente interrogante: “¿Quién se compromete a traducir ´ los
neutrinos carecen de masa´ al lenguaje de la jungla?”. Es obvio que la respuesta a este
interrogante exige el previo esclarecimiento de una cuestión fundamental: “¿Hay o no
neutrinos en el mundo?” Como atinadamente observa Hanna Fenichel Pitkin, el acceso
a algún ámbito del saber científico, implica la incorporación de lenguajes
especializados, de sistemas simbólicos que suponen nuevos modos de ver el mundo.
Así, por ejemplo, en la actualidad casi todos los físicos “ven” la naturaleza en términos
de partículas elementales y creen que la realidad está compuesta por electrones,
protones, neutrones, neutrinos, y que a su vez estas partículas pueden estar compuestas
29 cfr. Rivera, S., “La relación entre lenguaje y orden del mundo en el pensamiento de Ludwig Wittgenstein”, en Cuadernos de Ética Nº 11-12, diciembre de 1991, pp.111-124)
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por entidades más elementales llamadas quarks. El recurso a un lenguaje especializado
como el de la física de partículas resulta, sin duda, sumamente apropiado para hacer
zozobrar el supuesto sobre el cual se erigen “la concepción agustiniana del lenguaje” y
la teoría semántica de la verdad.
También la multiplicidad de lenguas naturales ofrece una amplia variedad de
ejemplos ilustrativos al respecto. Sapir y Whorf relevaron una abundante cantidad de
datos reveladores de la influencia que ejerce el lenguaje sobre la percepción sensible a
nivel cotidiano30, en lo que respecta a objetos, a colores e incluso al tiempo.31Si bien es
cierto que Wittgenstein no adhiere a un determinismo lingüístico en sentido “fuerte” a la
manera de Whorf, es indudable que deja abierta la posibilidad de entender la relación
entre el lenguaje y el mundo de otra manera, y de preguntarse, por ejemplo: “si el
mundo es algo estable, permanente, que antecede como tal al propio lenguaje, ¿por qué
no impone su auténtica estructura, su organización unívoca sobre nuestro trato
lingüístico con él? ¿Por qué no reduce la diversidad de lenguas y de formas de empleo a
una leibniziana mathesis universalis?”
Se ha afirmado con anterioridad que un mérito fundamental de la corriente
analítico-logicista fue haber orientado el pensamiento contemporáneo hacia el estudio
del lenguaje. Cabe atribuir a Wittgenstein otro mérito de análoga importancia: su dura
crítica a los supuestos epistemológicos de la mencionada corriente y a los criterios de
verdad que la acompañan ha producido un vuelco radical en el concepto de lenguaje y
una influencia nada desdeñable en la reconsideración de la naturaleza misma del
conocimiento (tanto científico como ordinario), en la reformulación de la vinculación
que media entre el conocimiento y la realidad, y en la redefinición del concepto mismo
de realidad.
30 cfr.ibid. pp. 117-118 31 cfr.ibid p.118