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8/18/2019 Fernando Ulloa - Una Aproximación a Su Obra
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Universidad de Buenos AiresFacultad de Filosofía y LetrasCarrera: Ciencias de la EducaciónCátedra: Análisis Institucional de la Escuela
y de los Grupos de AprendizajeProfesora consulta a cargo: Lidia Fernández
FERNANDO ULLOA
UNA APROXIMACIÓN A SU OBRA
Compiladora: Prof. Ana M. Silva
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INDICE
INTRODUCCIÓN….…………………………………………………………………….…………1
FERNANDO ULLOA: PUNTEO DE SU BIOGRAFÍA Por Ana María Silva…………………………………………………………………….…………2
LAS “ NUMEROSIDADES SOCIALES” , DE DUELO Por Pedro Lipcovich………………………………………………………………………….……4
NOTAS PARA LA MESA DE DESINSTITUCIONALIZACIÓN Por Fernando Ulloa…………………………………………………………………….………….7
“ LA ÉTICA DEL DESEO DEBE BALANCEARSE CON LA ÉTICA DEL COMPROMISO”¿POR QUÉ FERNANDO ULLOA? UN REFERENTE INDISCUTIBLE Por Pedro Lipcovich…………………………………………………………………….………..14
SOCIEDAD Y CRUELDADPor Fernando Ulloa…………………………………………………………………….………...21
DE LAS TRISTES PALABRAS QUE HE ESCUCHADOPor Fernando Ulloa…………………………………………………………………….………...29
DESAMPARO Y CREACIÓNPor Fernando Ulloa…………………………………………………………………….………...37
LA OBSCENIDAD DEL PODER, LA TERNURA DE LOS PIQUETEROSEntrevista de Vicente Zito Lema y Gregorio Kazi…………………………………………….43
ENTREDICHOSEntrevista de Luís Grieco...........…………….………………………………….……………...57
SACRIFICIO, TERNURA/CRUELDAD Y PODER SOBERANO Por Fernando Ulloa…………………………………………………………………….………...66
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INTRODUCCIÓN
La selección de artículos que se presenta a continuación intenta establecer un
puente que aproxime a los alumnos de la cátedra al pensamiento y la obra de Fernando
Ulloa. En estos se abordan nociones relevantes de un modo riguroso y accesible, para
quienes se ocupan de la perspectiva de lo institucional como ámbito privilegiado de
abordaje.
Ternura, crueldad, encerrona trágica, cultura de la mortificación, condiciones
clínicas, son entre otras, algunas de las herramientas conceptuales que se plantean para
pensar e intervenir en los ámbitos sociales, en palabras de Ulloa, el campo de la
numerosidad social, donde se incluyen todas aquellas situaciones “sociales” en las que el
psicoanálisis ha ido poniendo a punto su metodología clínica más allá del uno a uno
tradicional.
Esta compilación también intenta ser un reconocimiento especial de la cátedra a
Fernando Ulloa, un referente indiscutible del análisis institucional en la Argentina,
formador y “amigo de la biblioteca”, (como él dice), de varios de sus integrantes, por su
labor y compromiso social y político.
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FERNANDO ULLOA: PUNTEO DE SU BIOGRAFÍA
Por Ana María Silva
Nació el 1° de marzo de 1924 en Pigüe, provincia de Buenos Aires.
Vivió en el campo, donde hizo su escuela primaria.
Cursó su escuela secundaria en la Capital Federal.
En 1943 comenzó a estudiar medicina.
Ingresó desde segundo año al servicio de transfusión montado por el Dr. Agote en elHospital Ramos Mejía, interesado por el saber práctico.
Lector en la biblioteca nacional. Demoró su carrera.
Le regalan el libro: “El mundo de ayer” una autobiografía de Stefan Zweig. Conoce
de nombre a Freud.
Avanzados sus estudios fue practicante de una guardia clínica quirúrgica de
emergencia en el Hospital Pirovano.
En 1950, comienza en el APPA su capacitación psicoanalítica. Se desempeñó como
didacta. Abandonó la institución en 1965. Fundó el grupo Documento.
Su maestro: Pichón Riviere.
Sus amigos: María Langer y José Bleger.
Su terapeuta: León Grinber.
En 1956, se casó con María Celia “Chichu” y tuvo un hijo, Pedro.
A principio de los ’60 fue uno de los fundadores de la carrera de Psicología de la
UBA. Creó las Asambleas Clínicas.
En la 1° mitad de la década del ’60, dictó el primer seminario universitario centrado
en un enfoque clínico de las instituciones.
A partir de este seminario le pidieron charlas y algunas intervenciones
institucionales, en cátedras universitarias y en algunos servicios hospitalarios.
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PAGINA 12/ Lunes 2 de junio de 2008
LAS “ NUMEROSIDADES SOCIALES” , DE DUELO
Ulloa fue un luchador por los derechos humanos, reconocido por sus conceptos teóricos y
por su práctica como psicoanalista. Fue uno de los fundadores de la carrera de Psicología en
la UBA. Renunció a su cátedra en el ’66 y en el ’76 se exilió en Brasil.
Por Pedro Lipcovich
Muchas “numerosidades sociales” están de duelo, porque el viernes pasado, a los 84
años, falleció el psicoanalista Fernando Ulloa. Así, “numerosidad social”, denominaba él a
los distintos colectivos humanos en los que había desarrollado técnicas “para generar
pensamiento crítico”, según sus propias palabras. Así trabajó para encarar conflictos en
hospitales públicos, en instituciones educativas, en grupos de profesionales –el más
célebre de éstos fue el conjunto Les Luthiers–, en barrios y comunidades. Recibió,
preservó y acrecentó la herencia de su maestro Enrique Pichon–Rivière, y su trabajo con
esas “numerosidades” lo condujo a un compromiso social y político que manifestó a lo
largo de toda su vida, incluyendo su exilio bajo la dictadura militar y, con la democracia,
sus aportes conceptuales y prácticos a la lucha por los derechos humanos. Puso en
valor, para la teoría, nociones como la de ternura y la de crueldad, y obtuvo elreconocimiento unánime de las distintas corrientes del psicoanálisis argentino. A
principios de los ’60 había sido uno de los fundadores de la carrera de Psicología en la UBA.
En la carrera de Psicología, que en esa época dependía de la Facultad de Filosofía y
Letras, tuvo a su cargo la cátedra de Clínica de Adultos. Como muchos profesores,
renunció en 1966, después de la Noche de los Bastones Largos, pero volvió a principios
de los ’70. Lejos de plantear la psicopatología en una perspectiva individual, introdujo las
“asambleas clínicas”, donde centenares de alumnos deliberaban durante varias horas:
“Ellos mismos eran objeto de la clínica; se observaban como comunidad”, recordó el año
pasado a este diario. El preparó a generaciones de psicólogos en la aptitud y la voluntad
de trabajar en instituciones públicas.
Ulloa había nacido en Pigüé, provincia de Buenos Aires, el 1º de marzo de 1924. Estudió
Medicina en la UBA. Interesado por la psiquiatría y el psicoanálisis, fue discípulo de Enrique
Pichón-Rivière, de quien aprendió el valor de prestar atención a las “numerosidades”.
Ingresó en la Asociación Psicoanalítica Argentina, donde llegó a ser “didacta”, luego de
presentar un trabajo que, por primera vez en la historia de esa institución, se refirió no a
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un caso individual sino al análisis de instituciones. Años después, en 1971, se separó de
esa institución como fundador del grupo llamado Documento.
El psicoanalista y analista institucional Osvaldo Saidón –uno de los autores del libro
Pensando Ulloa– recordaba ayer que “ya en los ’60, Fernando Ulloa desarrolló los
‘grupos de reflexión’, en los que se ponía en juego la capacidad de un grupo de pensarse
a sí mismo, con un germen de autogestión. Y fue el verdadero creador del análisis
institucional en la Argentina, con rasgos distintos a los que había tenido en otros países
como Francia: para Ulloa, el psicólogo institucional no es un ‘organizador’, ni menos un
jefe, sino un clínico, atento sobre todo al sufrimiento de los que integran la institución”.
El golpe militar de 1976 lo obligó a exiliarse en Brasil, donde permaneció hasta 1981.Residió sobre todo en Bahía, pero también trabajó y formó profesionales en Río de
Janeiro y otras ciudades. Volvió a la Argentina en 1981, y se comprometió profundamente
con la lucha por los derechos humanos. En el estudio de los efectos de la represión sobre
la subjetividad se vio llevado a desarrollar el concepto de la crueldad: “Yo empecé a
trabajar la cuestión de la crueldad a partir de un peritaje para Abuelas de Plaza de Mayo,
en un caso judicial. La pregunta que se nos formulaba a los peritos era: ¿qué
consecuencias sufre un bebé cuya madre fue torturada con picana eléctrica cuando él
estaba en su vientre, mantenida con vida hasta el parto y luego asesinada? Esa preguntatrazaba el paradigma de todas las crueldades”, contó mucho después a este diario.
Contrapartida de la crueldad es, para Ulloa, la ternura, “el primer elemento para que se
constituya un sujeto social, que comprende el abrigo, el alimento y el buen trato”.
Liliana Lamovsky –psicoanalista, miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires–,
quien trabajó con Ulloa en análisis institucional, destacó que “todas las corrientes del
psicoanálisis lo han reconocido porque, en todos los ámbitos, él admitía el saber del
inconsciente y, siempre, sabía escuchar: ‘Yo quizá no sea el analista más buscado, pero
soy el más encontrado’, decía”.
En los últimos años de su vida, Ulloa trabajó intensamente con sus “numerosidades”;
por ejemplo, asesorando a equipos de salud en barrios carenciados de Neuquén y del
conurbano bonaerense. Ello lo condujo a teorizar sobre “la cultura de mortificación”, que
se extiende “cuando la queja no se eleva a protesta y las infracciones sustituyen a las
transgresiones”. El psicoanalista Sergio Rodríguez, quien fue su discípulo y paciente,
recuerda que “Ulloa ironizaba con aquella fórmula de Heidegger, ‘ser para la muerte’,
diciendo que él prefería ‘ser hasta la muerte’”.
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Fernando Ulloa trabajó hasta pocos días antes de su fallecimiento, que se produjo tras
una breve enfermedad. Estuvo acompañado por su esposa, María Celia, “Chichu” –con
quien se había casado en 1956–, y por su hijo Pedro.
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NOTAS PARA LA MESA DE DESINSTITUCIONALIZACIÓN (1990)
Dr. Fernando Ulloa
Hace alrededor de veinte y cinco años que trabajo con instituciones. Últimamente he
limitado este quehacer a las instituciones psiquiátricas, instituciones de salud en general
y también la institución psicoanalítica (no siempre de salud por cierto), institución de
aprendizaje, etc.
Algunos de mis amigos se sorprendieron un tanto al verme incluido en un panel sobre
desinstitucionalización, pero en realidad el eje principal de mi trabajo es el intento de
desmontar aquello que puede definirse como el “síndrome de violentación institucional” y
sus efectos neutralizadores del pensamiento. Se trata legítimamente de un enfoque
desinstitucionalizante por lo que encuentro totalmente coherente estar en este panel.
He de ocuparme en esta oportunidad de un tipo de institución en la que acumulo
mayor presencia y experiencia en los últimos años. No lo haré de las llamadas, en el
campo de la psiquiatría, instituciones totales sino de las abiertas, tal un servicio de
psicopatología, un hospital de día, un consultorio externo, etc., servicios que no internando
pacientes suelen internalizar enfermedad que incide sobre los trabajadores de la salud.
Además de ocuparme de este tipo de instituciones abiertas, también lo haré de una
metodología que denomino Comunidad Clínica y que no hay que confundir con
comunidad terapéutica. La Comunidad Clínica es mi mejor oportunidad para operar
desinstitucionalizantemente.
En realidad en estos años de trabajo institucional he acumulado un montón de
fracasos. No puedo exhibir ningún éxito total y decir: he aquí una institución modelo. Pero
de ninguna manera los considero fracasos absolutos, se trata de los límites hasta dondeme ha sido posible llegar, ya sea porque los obstáculos se hicieron insuperables por
diferentes factores socioeconómicos, políticos, etc., ya sea por la pobreza crónica de
recursos, habitual en el campo de la salud, suele convertir a los trabajadores de salud
mental en administradores de dicha pobreza. Muchas veces, incluso sin advertirlo, en
administradores represivos de la misma. También existe un límite muy especial que se
instrumenta en el propio campo de la salud mental. Si una institución empieza a introducir
cambios novedosos, este solo hecho lo hace aparecer denunciando por contraste la
patología institucional del contexto. Entonces suelen generarse ataques fulminantes
anuladores de la experiencia.
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Cuadro que tiene dos componentes sintomáticos. Por un lado un marcado descenso de
capacidad y nitidez en el registro y en la operatoria de los afectos, de los pensamientos y
de las palabras. Básicamente un déficit para imaginar soluciones y para tomardecisiones. En segundo lugar se configura una suerte de situación tóxica que habrá de
reflejarse corporalmente como apatía, desgano, abatimiento, etc. Estos dos niveles de la
neurosis de angustia, más allá de las explicaciones un tanto mecanicistas que por
entonces daba Freud, quien atribuía la misma perturbación del sujeto para investir
libidinalmente un objeto originando una rémora libidinal causante del cuadro. El modelo
corresponde bastante adecuadamente a lo que acontece con los operadores clínico
sitiado, que por haber degradado sus herramientas teóricas y metodológicas a meros
baluartes defensivos, frente a pacientes a su vez visualizados como perturbadores,
encuentran muchas dificultades para sublimar libidinalmente su oficio y muchas para
conceptualizar su práctica.
Esta situación se corresponde con la de los pacientes que a su vez fracasan como
sitiadores, puesto que demandan no desde su fuerza sino desde su necesidad, desde su
falta de recursos. Finalmente terminarán conformándose no ya con ser atendidos
clínicamente en su sufrimiento, sino con ser atendidos en su expectativa de ser
atendidos, “ya fui al hospital”, dirán resignados como si esto es todo lo que pueden esperar.
No es mejor la situación de los operadores clínicos, pues si un oficio es una manera de
vivir, ellos viven muy mal su oficio, al principio la situación será menos grave, pues habrá
conciencia de conflicto pero luego esta conciencia de conflicto tiende a desaparecer, a
zozobrar frente a la cultura constitucional sufriendo un proceso de caracteroapatización,
donde el síntoma se incorpora a la manera de ser.
El síndrome de violencia institucional neutraliza la producción de inteligencia de los
clínicos transformándolos a su vez en síntomas de sus propias instituciones, lo cual
realimenta y perpetúa la violentación represiva. Cuando se instaura este círculo viciosose produce un hecho en cierta forma curioso: las personas, víctimas de esta situación,
tienen muy sensiblemente disminuída su capacidad de entender como individuos
singulares la dinámica institucional. Entonces procuran esforzadamente entenderse.
Existe una sustancial diferencia cuando dos o muchos entienden y desde ahí se
entienden a través de un debate productivo, alimentado por todos. En cambio cuando
prevalece sólo el esfuerzo por entenderse, no hay producción de inteligencia sino
producción de acciones reactivas-reaccionarias que finalmente generan normas formales,
mediocres y aun estúpidas, impulsadas por el personalismo de algunos nonecesariamente desde posiciones jerarquizadas.
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Frente a esta situación resulta importante crear condiciones que permitan
desinstitucionalizar a los clínicos, víctimas de esta neutralización represiva, para
recuperar su no neutralidad de personas y de clínicos.
Este propósito conlleva algo de tarea utópica, no en el sentido de imposible ni de
ilusoria sino en el sentido de la eficacia propia de la utopía cuando mediante una doble
negación logra negar-repudiar, las condiciones culturales que niegan-ocultan la realidad
subyacente. Así entendida la utopía, es develadora.
Utopía es la posibilidad de pensar un modelo alternativo distinto, resultando este
modelo pensado, un verdadero proyecto identificatorio que desde el mañana tiñe y da
sentido al presente. Tiene tanta importancia esto del proyecto identificatorio que muchasveces por faltar el mismo en la psicosis, el psicótico se ve cristalizado en un presente
continuo regresivo. En cierta forma el “institucionalismo” también es una figura psicótica.
En mi práctica la metodología idónea para crear condiciones de desinstitucionalización de
los clínicos, víctimas de violentación regresiva, es lo que denomino la Comunidad Clínica.
Por operar sobre los clínicos y por ser una técnica que se ajusta al método clínico, la
denomino así: Comunidad Clínica. Insisto que no debe confundirse con la comunidad
terapéutica.
No me resulta fácil explicar en pocas palabras, ni en muchas, qué es una Comunidad
Clínica, pues la misma es tan proteiforme y variada como son las situaciones que debe
enfrentar.
Puedo dar sí algunas líneas generales.
En primer término, frente a la situación de aislamiento de un grupo que ha presentado
en posición de sitiado, ha de procurarse fomentar un espíritu de autogestión. No se trata
de romper con el contexto institucional ni con las jerarquías de una manera absoluta. Setrata de no esperar lo que no vendrá y antes bien fortalecerse para reclamarlo, para
consolidar lo que vaya surgiendo y para extenderlo al resto institucional. En general se
comienza a trabajar de entrada, con un tipo de problemas que denomino patología de los
sectores intermedios. Ocurre que en un grupo con la dinámica sitiado-sitiadores, aquellas
personas que articulan el enfrentamiento, suelen quedar atrapadas entre las demandas
de ambos sectores. Esta suele ser la situación de los coordinadores y muchas veces del
personal de enfermería, en tanto articula el grupo sitiador y al grupo sitiado.
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Lentamente en las discusiones de la Comunidad Clínica, van surgiendo problemas que
tienen que ver con el quehacer específico de los clínicos, en general como episodios
fragmentados que ilustran dificultades y éxitos, toda la oportunidad para ir creandocondiciones de seguridad psicológica. Entiendo por seguridad psicológica, el clima que se
logra cuando la torpeza o la habilidad de alguien, remite a la propia experiencia de
torpeza o habilidad de los que escuchan, evitando así crear ni chivos expiatorios ni
campeones del éxito. En gran medida esta seguridad psicológica depende de las
condiciones de continencia logradas al superar el equívoco que pretende que alguien
pueda ponerse en el lugar de otro cuando en realidad podemos remitir lo del otro a
nuestra propia y semejante experiencia importante.
Pero fundamentalmente la comunidad apunta crear una importante experiencia de
capacitación encuadrada en cuatro parámetros de una situación clínica:
Materialidad del campo (incluye numerosidad)
Proyecto del campo (condiciones de institucionalismos)
Teoría-Metodología-Técnica (no neutralidad clínica)
Estilo personal (pasaje de ideología reactiva a procesada)
Me resultaría muy extenso desarrollar lo que en algún trabajo he denominado lametabolización e internalización ascendente de un encuadre clínico. Solamente quiero
destacar que cuando se puede trabajar el estilo personal pertinentemente, el estilo
personal con que un clínico proyecta como operador, se logra superar una ideología
reactiva y reaccionaria, fruto de los puntos ciegos caracterológicos de su personalidad,
transformando esta versión primaria de la ideología en su ideología trabajada como
propio proyecto. Este proyecto personal, pasará a ser el eje principal de su metodología
clínica y necesariamente habrá de confrontarse con el proyecto del campo. De esta
confrontación entre el proyecto del sujeto y las condiciones del campo, depende un
aspecto particularmente importante, la no neutralidad del clínico. Esta confrontación entre
un clínico no neutral –no neutralizado- y las condiciones frente a las cuales operan, le
darán necesaria autonomía frente a la materialidad del campo para pretender
implementar modificaciones sustanciales.
Quiero detenerme un poco más en este asunto de la no neutralidad del terapeuta,
pues es un tema de particularidad importancia. Es en el campo concreto de los Derechos
Humanos donde esta neutralidad frente a la represión se ha ido desarrollando y
afirmando con valor en la operatoria clínica. Un trabajo que presentamos los clínicos delMovimiento Solidario de Salud Mental, gira en torno a este problema. Pero si bien el tema
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es caso obvio en Derechos Humanos frente a la represión política también la violentación
represiva institucional, reflejó en última instancia de la represión política, afecta los
derechos humanos de pacientes y de trabajadores de la salud.
Un último punto, ¿Cómo juega el psicoanálisis en una Comunidad Clínica?
En mi experiencia en todos los pasos que he diseñado juega pertinentemente mi
condición de analista, si bien reconozco que es difícil operar psicoanalíticamente con las
instituciones guardando esta pertinencia; pertinencia que habrá de ser función tanto del
proyecto del campo como del momento de la experiencia. Pero no es asunto fácil, ni
tampoco nadie pretenda que me estoy refiriendo a algo fácil cuando hablo del
institucionalismo a que somete la violentación institucional y su abordaje desde la
Comunidad Clínica opera psicoanalíticamente significa que cuando se habla del
inconsciente se debe hablar al inconsciente.
Hace un tiempo escribí un trabajo que denominé La torre de Babel del Psicoanálisis.
No sólo aludía a que este mito es el primer conflicto institucional prontuariado en la Biblia,
sino a las condiciones babilónicas que se recrean cuando se confrontan el estatuto de la
institución y el estatuto del psicoanálisis.
La institución se hace en torno a una tarea principal y por consiguiente requiere
consenso, consenso que es precisamente factor institucionalizante. El psicoanálisis se
ocupa de la singularidad desde antes del individuo y por definición no es consensual y
por consiguiente tampoco institucionalizante.
Como en el mito de la torre de Babel se enfrentan diferentes situaciones a partir de la
confrontación movilizadora y desinstitucionalizante de estos dos estatutos.
1. La empresa utópica que pretende revertir, desde un proyecto identificatorio posible
de ser pensado como alternativa, el círculo vicioso de sitiados-sitiadores.
2. La confusión de lenguas a partir de la confrontación del estatuto de la institución con
el estatuto del psicoanálisis. Confusión de lenguas posibles de ser escuchadas
psicoanalíticamente, como es escuchada la asociación libre.
3. La amenaza de dispersión de gente en tanto se entiende a romper un fatídico, falso y
estúpido de entender, que no está basado primero en un entender singular.
4. Finalmente la convocación de dispersos, en tanto se haya logrado producir un
campo de inteligencia que haga posible los acuerdos para organizar nuevas
situaciones.
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Nota madre:
“ La ética del deseo debe balancearse con la ética del compromiso”
¿POR QUÉ FERNANDO ULLOA?
Un referente indiscut ible
Por Pedro Lipcovich
“Yo fui a entrevistar a una gloria del psicoanálisis argentino, pero me encontré con un
hombre en un momento pleno, complejo y polémico de su práctica y su producción
teórica sobre un tema de excepcional interés: la articulación entre salud mental,
psicoanálisis y política”. Con esta frase, enviada por mail a Fernando Ulloa, el periodista
encabezada la solicitud de la segunda de las entrevistas que fueron necesarias para
completar este reportaje. La gloria de Ulloa es haber llegado a ocupar, en el psicoanálisis
y el ámbito intelectual de la Argentina, un lugar de referencia indiscutido, desde las más
diversas corrientes, que sólo Enrique Pichon-Riviere mereció en su momento. Por
ejemplo, Pensando Ulloa se llama el libro escrito hace ya un par de años, en el que un
grupo de destacados profesionales “psi” se reunió para escribir un libro a partir de la vida
de Ulloa.
...
En la biblioteca del consultorio de Fernando Ulloa se destacan los libros de crítica:
Harold Bloom, gran parte de la obra de George Steiner. Si Freud distinguió a los poetas,
los escritores, como fuente de sabiduría para el psicoanálisis, Ulloa vino a hacer algo
parecido con los críticos; la generación de un “pensamiento crítico” es el eje de su trabajo
con lo que denomina la “numerosidad social”.
– Una institución, supongamos un hospital o un equipo de salud, me llama porquetiene conflictos serios o no le salen bien las cosas o enfrenta nuevos desafíos. En esa
situación, que llamo la numerosidad social, se suscita un “acto de habla mirado”: el
término viene del derecho romano; eran palabras habladas ante testigos que acreditaban
su valor de compromiso. En esa escena formada por 20, 40, 200 personas, el peso de las
palabras se multiplica, pero también aparecen ocurrencias, inventivas. Yo fui un chico
campesino, nací en Pigüé: en las casas, recuerdo, se contaban sucedidos; todos escuchaban
en ronda pero siempre, en alguna pausa del relato, otro intervenía: “A propósito de lo que
usted está diciendo...”. Este es el que llamo efecto per. Se trata de algo que Freudmencionó como “memoria perlaborativa”. El prefijo remite a aquello que se extiende en el
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tiempo: perdura, pervive. Es una memoria que estaba perdida hasta que algo la vuelve a
hacer presente, “a propósito de...”. En la numerosidad social, el efecto per estimula a que
lo reprimido, en forma de ocurrencia, surja, y entonces empieza el pensamiento crítico:empiezan a debatirse esas cosas que todos veían cada día sin advertirlo.
– ¿Podríamos ver esto en un ejemplo?
– Uno de mis actuales bancos de prueba, como los llamo, es una residencia
interdisciplinaria de médicos, trabajadores sociales y psicólogos, que trabajan en un
barrio muy carenciado cerca de La Plata. Una chiquita de 6 años fue llevada a consulta
con flujo maloliente y escoriaciones en la vulva. Dos médicas la revisaron y
diagnosticaron falta de higiene. Dos o tres meses después, la nena volvió con el mismocuadro. Se la envió a un dispensario en La Plata que atiende casos de abuso sexual, y
allí ratificaron: falta de higiene. La nena no volvió a la consulta. Pasaron tres años hasta
que una abuela de la nena se dio cuenta de lo que pasaba: el segundo marido de la
madre abusaba de la nena. El diagnóstico no podía haberse logrado desde la medicina
porque no había lesiones importantes, sólo manoseos. Pero faltó un buen seguimiento
desde los trabajadores sociales. Revelado y hecho cesar el abuso, la nena empezó a ser
tratada por una psicóloga de la institución.
Pero no respondía al tratamiento –cuenta Ulloa-. Hasta que un día le propuse a la
psicóloga que empezara a trabajar con el cuerpo, y todo cambió. Es que tanto en una
niña resignada ante el abuso como en una comunidad resignada ante la miseria, el
cuerpo se desadueña. Yo denomino “síndrome de padecimiento” lo que sucede cuando
un sujeto o una comunidad se resignan frente al sufrimiento. Lo primero que se pierde es
el coraje: la nena no podía decirle a la madre lo que le estaba haciendo ese hombre.
Pierden valentía la comunidad resignada a la indigencia o el profesional que, en el
manicomio, se resigna a la indigencia intelectual. Y pierden lucidez. Los hechos quepadecen se naturalizan: los sujetos reniegan de las condiciones adversas en que viven, y
esto lleva a una amputación del aparato perceptual: el sujeto ya no sabe a qué atenerse,
y se atiene a las consecuencias. Y el cuerpo se desadueña: ya sólo responde a
movimientos reflejos, defensivos, no elige movimientos nuevos. El cuerpo desadueñado
pierde su contentamiento.
Pero de pronto surge algo nuevo, el piquete: esos mismos cuerpos trazan nuevos
movimientos, cortan la ruta. Cuando el cuerpo recupera su contentamiento, se recupera
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el coraje. Así, a partir del caso de la niña abusada, Ulloa avanza hacia lo que llama una
clínica de la salud mental.
– Un paradigma del síndrome de padecimiento es la cultura de mortificación, que
abarca a grandes sectores, donde la queja no se eleva a protesta y las infracciones
sustituyen a las transgresiones. La transgresión, que se juega a cara o cruz, puede
fundar una teoría revulsiva o revolucionaria, o una ruptura epistemológica. Y funda la
fiesta. En la cultura de mortificación, bajo el padecimiento colectivo, no hay más que
infracciones. En estos términos bosquejo una clínica de la salud mental: cómo lograr que
alguien salga de la resignación, que genera padecimiento, para pasar a la pasión de la
lucha. “Pasión” es una palabra de la misma familia pero donde la “c” de “padecer” cambió
por una “s”, que es de “sufrimiento” pero también de “sujeto”.
Bueno, yo me dedico a la producción de salud mental en equipos de salud.
– En aquella institución, ¿cómo se concretó su trabajo con el equipo, con la
numerosidad social?
– El caso de la chiquita fue un “analizador”: un punto de discusión suficientemente
abarcativo para concitar el interés de todos y suficientemente acotado para que el
pensamiento crítico no se pierda en generalidades. Cuando el analizador se va agotandosuele aparecer otro, y así se va creando una estructura de pensamiento. El caso de la
chiquita, como analizador, conduce a la cuestión de cómo responder en términos
comunitarios a la frecuencia de abusos sexuales, incrementados por la miseria, la
convivencia promiscua, la sobrevivencia. A menudo los profesionales se limitan a hacer la
denuncia policial y esto no resuelve la cuestión: hay miles de denuncias cajoneadas. A
partir de este caso, fueron las trabajadoras sociales quienes advirtieron que, en barrios
como ése, los abusos no son “delitos privados”: son frecuentes, públicos, y la
organización atenta de la comunidad es lo que puede ponerles límite.
Ante los grupos, Ulloa no se presenta para enseñar, sino para discernir lo que los
sujetos ya saben pero desestiman.
– Mi trabajo con la numerosidad social es producir lo que llamo “notables”: gente que
tiene algo que decir. Yo los identifico en las primeras reuniones. No son los que más
hablan, tienen una actitud distante. Me escuchan en silencio, con cierto fastidio, como
pensando: “Yo dije mil veces lo que éste que viene de afuera dice ahora, pero no me
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escucharon”. Y tienen razón. No hablan porque se han llamado a silencio. Son distintos:
notables. Son los que se cansaron de predicar en el desierto. Siempre existen, siempre
los encuentro. En cambio l os portavoces, los que enuncian por qué he sido convocado,no dicen más que lo ya reconocido, esas quejas.
Entonces yo hago intervenir a uno de los notables: “¿Vos qué pensás de esto que
están diciendo?”. Y él, con su experiencia allí, que es mucho mayor que la mía, va a decir
algo que romperá la situación.
– ¿Esta intervención logra modificar las instituciones? Ulloa tardó años en encontrar su
respuesta.
– Sucedió que, al pasar el tiempo, me encontraba con gente que me decía: “Yo estuve
cuando vos hiciste un trabajo en tal institución...”. “Ah, sí, fue un desastre”, contestaba yo.
“Pero no: la institución no cambió pero varios de nosotros nos organizamos, nos
capacitamos y logramos cambios en nuestro sector”; o bien: “Vimos que la institución era
refractaria a todo cambio y nos fuimos, fundamos otra institución distinta”. El trabajo
había tenido efectos, no siempre en las políticas institucionales pero sí en las
subjetividades. La numerosidad social es, en última instancia, una fábrica de notables.
– Hace unos momentos usted mencionó un posible incremento de abusos sexuales enrelación con la miseria y “la sobrevivencia”: esto podría referirse a una de las formas que
usted ha discernido en su estudio de la crueldad, la “crueldad del sobreviviente”.
– Sí, hay una crueldad del sobreviviente de la destrucción social: él va matando, a la
busca de su propia muerte. Personas que habían optado por la delincuencia, al resultar
heridas, llegaban a pedir que no se llamara a la ambulancia: “Quiero morir en la calle”. El
sabe que se juega la vida. Claro, mejor no llegar a toparse con él porque puede ser muy
violento: su ética de sobreviviente es la violencia y él sabe que lo espera la cárcel, el
hospicio o, si tiene suerte, el cementerio.
Hay un concepto psicoanalítico que dice que, en el final de nuestras vidas, nos espera
el real de nuestro cadáver: él cotidianamente anuncia cómo su cuerpo ha de ser cadáver.
En este marco, Ulloa menciona otro de sus “bancos de prueba”.
– Una de mis experiencias actuales es el trabajo con Barriletes en Bandada, que
organizó la psicóloga Marta Basile en Neuquén. En un lugar que le presta un colegio
público, trabaja con 60 chicos de seis a once años que todavía no saben leer, viven en
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– No corresponde montar una exculpación del torturador; lo que le corresponde son
los estrados de la Justicia. Yo empecé a trabajar la cuestión de la crueldad a partir de un
peritaje para Abuelas de Plaza de Mayo, en un caso judicial. La pregunta que se nosformulaba a los peritos era: ¿qué consecuencias sufre un bebé cuya madre fue torturada
con picana eléctrica cuando él estaba en su vientre, mantenida con vida hasta el parto y
luego asesinada? Esa pregunta trazaba el paradigma de todas las crueldades. En rigor,
la vera crueldad, la de estos personajes malignos, en realidad es una mentira, porque es
mentira el saber cruel: el saber cruel es el que rechaza lo que aparezca como contrario a
la propia ideología o pensamiento sobre cómo debe ser el otro; rechaza lo distinto, lo
odia, lo discrimina o lisa y llanamente lo elimina. Entonces, podría simplemente decir que
tengo demasiado trabajo con las víctimas como para ocuparme del victimario. Podría
aducir, y es verdad, mi repugnancia. Pero además, insisto, mal puede un torturador
aceptar las leyes que muestran cómo fueron los hechos.
– Otra área de su práctica es la atención de pacientes privados, y algunos de estos
empresarios, incluso importantes, que pertenecen a un sector social al cual sirvieron
aquellos torturadores. En estos tratamientos, ¿se hace presente lo político? Y si es así,
¿de qué manera?
– Para que haya psicoanálisis, debe haber un deseo de escuchar a alguien y tambiénes necesario que alguien demande ser escuchado por ese psicoanalista. El psicoanalista
pone en juego la ética del deseo, balanceada por la ética del compromiso: si sólo pone en
juego la ética del deseo, va al muere, termina frito como Edipo; pero si sólo trabaja por la
ética del compromiso, si no hay deseo, se muere por aburrimiento. Uno de mis pacientes
era un empresario bastante exitoso, buena persona, dedicado a causas gremiales en su
área, que era amigo de un sindicalista en ascenso.
El empresario me pagaba un honorario respetable, el más alto que yo cobraba en ese
momento. Yo tengo un honorario que llamo “del Conicet”: si viene un becario del Conicet,paga 60 pesos, aunque yo puedo cobrar cuatro veces más. Bueno, me vino a ver ese
sindicalista. Al terminar la entrevista, le digo: “Bueno, hablemos de los honorarios...”. Y él:
“... Pero yo sé cuáles son sus honorarios: a mi me manda Fulano, yo sé lo que él paga”.
Ingenuamente exclamé: “Pero usted es sindicalista”. “Me cagó”, contestó el tipo. Nos
despedimos y nunca más volvió. Fue como si yo, inesperadamente, hubiera planteado
cuál era su problema: no todo era santo en él.
– Desde principios de los ’60, Ulloa estuvo ligado a la Carrera de Psicología de la UBA.
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– Cuando me propusieron dar un seminario sobre grupos operativos, la carrera todavía
funcionaba en el rectorado de la UBA. Se anotaron 80 personas. Teníamos reuniones
plenarias y yo promovía que, en determinados momentos, nos quedáramos en silencio,pensando en algo que había sido particularmente interesante. En una situación así, entra
Risieri Frondizi, el rector de la Universidad: nos ve, todos callados; no había hojas en los
pupitres, no estaban dando examen escrito: “¿Qué está haciendo, profesor?”.
“Estamos pensando”, le contesto. El, al irse, irónicamente dice: “¿...En la
universidad?”. Después me ofrecieron la cátedra de Clínica de Adultos. Renuncié en
1966, después de la Noche de los Bastones Largos, y volví a principios de los ’70. Advertí
que había muchos diversos pequeños fraudes por parte de los alumnos: gente que se
presentaba con el documento de otro para dar examen, esas cosas. Y decidí hacer
asambleas clínicas: no quería una actitud policial, sino un debate público sobre qué
quiere decir, en una carrera universitaria como Psicología, el fraude. En esas asambleas,
además de enfrentarse la cuestión del fraude, se empezó a poner a punto lo que hoy
llamo la numerosidad social. Eran centenares de alumnos, en el Aula Mayor, desde las
dos de la tarde hasta la noche. Aprendían clínica de adultos porque ellos mismos eran
objeto de la clínica; se observaban como comunidad. Yo les decía: “Vengo del hospital,
para preparar gente que le interese trabajar en instituciones públicas”. De allí salieron
muchos que fueron a trabajar a hospitales, venían familiares, era casi una fiesta.
– Pero si las fiestas se fundan en la transgresión, las de esa época estaban bajo
vigilancia.
– En la asamblea clínica había un tipo, el marido de una alumna, que tenía algo raro:
“¿Dónde trabajás?”, le pregunté. “Soy funcionario público.” Estábamos en 1972. Vi que la
mujer le hacía un gesto. Al terminar la reunión, él se acercó. “Soy cana”, confesó. Lo
mandaban para observar lo que hacíamos. “Pero nunca dije nada en contra suyo...” Yo le
agradecí su franqueza pero le dije que iba a plantear en la asamblea clínica lo que mehabía contado. No volvió más. Después vino la dictadura, yo me exilié en Brasil, volvió la
democracia, volví del exilio y un día, frente a una embajada, escucho: “¡Tordo! ¡Tordo!,
¿se acuerda de mí?”. “¿Qué haces acá?” “Mi mujer me dejó y yo salí de la cana, ahora
trabajo como custodio.” “Estás en la misma...” “Es que me hice alcohólico. Tiene que
darme una mano para salir de esto.” “Sí, claro.” Después de varias entrevistas lo
encaminé a un grupo de Alcohólicos Anónimos. Superó el alcohol y cambió de trabajo: se
hizo taxista. Cada tanto me ve por la calle y me saluda: “¡Tordo, tordo...!”.
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Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación
Dirección Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente
Área de Desarrollo Profesional Docente
Seminario internacional La escuela media hoy. Desafíos, debates, perspectivas.
Del 5 al 8 de abril de 2005 en Huerta Grande, Córdoba. Panel: Brecha social, diversidad
cultural y escuela.
SOCIEDAD Y CRUELDADPor Fernando Ulloa
Este tema de la crueldad, tan complejo, tan arduo y, además, tan cotidiano, es asunto
obsceno y no fácil de exponer, entre otras cosas por lo que señalo. En general, me
resulta fácil la tarea cuando hablo de la crueldad y como analista interesado en el campo
de la salud mental –porque me permite ajustarme a un código más específico que cuando
debo hacerlo -como en esta ocasión- ante un público procedente de otros campos.
Empezaré por presentar una primera contradicción que plantea la crueldad, en tanto
flagelo que acompaña al hombre desde el inicio de la civilización. Un acompañamiento
paradojal, ya que a lo largo de la civilización la humanidad siempre ha tratado de acotar
la expresión instintiva de la agresión tratando de consolidar los derechos de los individuos
y de los pueblos. Pero es obvio que la civilización ha ido sofisticando, al mismo tiempo,
los dispositivos socioculturales necesarios para el despliegue de la crueldad. Insistiré en
que la crueldad siempre implica un dispositivo sociocultural. En esto hay una diferencia
sustancial con la agresión, heredad instintiva del hombre. El instinto no es de por sí cruel.Está sujeto a la ley de la sobrevivencia y por eso puede llegar a ser feroz, pero no cruel.
El paradigma del dispositivo de la crueldad, es la mesa de torturas, pero el accionar cruel
no está acotado solamente al ámbito puntual del tormento, sino que debe estar sostenido
por círculos concéntricos, logísticos, políticos, desde ya incluyendo a los beneficiarios de
las políticas que se pretenden instaurar por el terror. En cambio, la agresión de dos
automovilistas que chocan en la esquina y se agarran a trompadas no es en sí cruel
aunque pueda ser reprochable, llegaría a serlo si frente a uno de ellos reducido a la
invalidez, el otro se ensaña sin que nadie del público intervenga. Esto configura unasituación típica del dispositivo de la crueldad al que habré de denominar “encerrona
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trágica”, y que resulta el núcleo central de este dispositivo. Esta encerrona cruel es una
situación de dos lugares sin tercero de apelación –tercero de la ley- sólo la víctima y el
victimario. Hay multitud de encerronas de esta naturaleza, dadas más allá de la atroztortura. Ellas se configuran cada vez que alguien, para dejar de sufrir o para cubrir sus
necesidades elementales de alimentos, de salud, de trabajo, etc., depende de alguien o
algo que lo maltrata, sin que exista una terceridad que imponga la ley. Lo que predomina
en la encerrona trágica no es la angustia, con todo lo terrible que esta puede llegar a ser;
predomina algo más terrible aún que la angustia: el dolor psíquico, aquel que no tiene
salida, ninguna luz al final del túnel. La angustia puede tener puntos culminantes pero
también momentos de alivios; en cambio, el dolor psíquico se mantiene constante en el
tiempo. La salida parece identificarse con la muerte. Es que la crueldad siempre aparece
estrechamente amarrada a la muerte, ya sea porque éste es su desenlace o porque la
muerte ya está instalada en el mismo sujeto de la crueldad.
En los comienzos de la humanidad, próxima a los primates, la agresión era
herramienta instintiva de sobrevida, pero lo específico del sujeto humano es la pulsión.
Resulta complejo presentar sintéticamente la noción de pulsión, pero sin ella es difícil
avanzar en la comprensión de la crueldad. Al respecto, por el momento, sólo diré que la
pulsión (literalmente impulso) es una suerte de “mutación” del instinto –producción de
naturaleza biológica- como efecto del accionar de la cultura. A su vez la pulsión, irá“trabajando” al infantil sujeto consolidando su condición psíquica. Lo paradójico es que
este nivel pulsional, que coexiste con el nivel instintivo, será una bisagra donde opere la
cultura para mantener acotada la agresión del instinto. Cuando por precario
establecimiento de lo pulsional (índice de un fracaso de los suministros de la ternura) no
se establece una buena frontera entre lo pulsional, ‘haciendo techo al piso instintivo’.
Entonces el instinto se “pulsionaliza” y la pulsión es afectada por la agresión instintiva. De
ahí que la crueldad es una patología ‘de frontera’ más establecida. La civilización supone
la prevalencia de lo pulsional sobre el nivel instintivo, sin que la agresión sea ajenatampoco a la pulsión. No obstante, hay una diferencia substancial entre ambos niveles:
los dos parten de una fuente somática desde la cual el instinto irá en busca de un mismo
objeto siempre por el mismo recorrido, en tanto que en la pulsión son posibles caminos y
objetos alternativos. Por esto el instinto es de índole metonímico, mientras la pulsión
esboza la metáfora, anunciando el reino de la misma en la palabra. La palabra será el
polo de la cultura como el instinto lo se de la natura. Entre ambos la pulsión hace bisagra.
El escenario donde el cachorro humano se va constituyendo sujeto pulsional es el de
la ternura. Cuando se habla de la ternura, uno tiene la sensación de que, si bien es una
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idea valorada, la misma aparee dudosamente articulada sólo a lo blando del amor. Sin
embargo, la ternura es el escenario formidable donde el sujeto no sólo adquiere estado
pulsional, sino condición ética. De ahí que hablar de la ternura en la Casa de las Madres,evocar la epopeya de estas mujeres de la Plaza, el momento en que surgieron y la lucha
sostenida que mantienen, es un ejemplo de lo que representa la firmeza de la ternura en
la organización y defensa de los valores éticos del sujeto social. Si la crueldad excluye al
tercero de la ley, en la ternura este tercero siempre resulta esencial, lo que no supone
necesariamente una presencia concreta, ya que a lo largo de la civilización, esa
terceridad se ha ido incorporando en la estructura psíquica del dador de la ternura,
prevalentemente en la madre. Cuando esto no es así, puede que la ternura claudique. Es
el tercero social el que acota la “libertad” pulsional del adulto y de ahí el surgimiento,
cuasi sublimado, de la ternura materna responsable de la pulsionalización del hijo. A su
vez cabe insistir en que el nivel pulsional será límite al instinto. Una precaria
pulsionalización, por fracaso de los suministros tiernos, tendrá como consecuencia la no
represión instintiva, esa mermada herencia que acompaña la inmadurez biológica con
que nace el niño. Mermada pero potencialmente activable si las condiciones son de
sobrevida. Además, si el nivel pulsional es precario establecimiento no sólo no marcará el
límite con lo instintivo, sino que terminará “corrompiendo al instinto”. Mucho se ha escrito
en relación a esto, acerca de la civilización y la barbarie, pero lo que aquí quiero rescatar
es que la crueldad, así entendida, es patología de fronteras entre el instinto y lo pulsional
entremezclados. Bastará la oportunidad del necesario dispositivo sociocultural para que
esta mezcla bárbara advenga cruel.
La coartación implica desde la perspectiva psicoanalítica –ya lo adelanté- cierta
estación elemental de sublimación que dará origen a dos producciones ejes de la ternura.
Por un lado, la “empatía” que garantiza el suministro de lo necesario para el niño. La
segunda producción es el “miramiento” en su significado de mirar con considerado
interés, con afecto amoroso, a quien habiendo salido de las propias entrañas, esreconocido sujeto distinto y ajeno. Si la empatía garantiza los suministros necesarios a la
vida, el miramiento promueve el gradual y largo desprendimiento de este sujeto hasta su
condición autónoma. Es más, el miramiento acota la empatía para evitar sus abusos. La
ternura supone tres suministros básicos: el abrigo, el alimento y el “buen trato”. Después
de pensar mucho acerca de cómo nombrar el afecto de ternura, terminé definiéndolo
como buen trato, como trato pertinente. Pero fundamentalmente un trato que alude a la
donación simbólica de la madre hacia el niño. En la medida que la madre, y demás
dadores de la ternura, desde la empatía y el miramiento, decodifican las necesidades
traduciéndolas en satisfacción merced a los suministros adecuados, estas necesidades
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satisfechas, irán organizando un código comunicacional presidido por la palabra. El
infante irá tomando palabra, construyendo una lengua. Por supuesto que buen trato alude
al sentido generalizado de la ternura como referente al amor. Un buen trato del quederivan todos los “tratamientos” que el sujeto recibe a lo largo de la vida, en relación a la
salud, la educación, el trabajo, de hecho al amor. También de buen trato proviene
‘contrato’ social, el solidario que preside toda relación humana.
Tal vez por todo lo anterior cada vez que tengo que enfrentar una actividad de
derechos humanos: un peritaje, el tratamiento de una víctima directa o indirecta de la represión,
quizá de la mortificación de la que luego hablaré, e incluso cuando debo escribir un texto
teórico o hacer una transmisión como está, intento siempre establecer el telón de fondo
de la ternura para confrontar y destacar nítidamente el insulto mayor de la crueldad.
Aludiré ahora, a la idea de “lo cruel”, que luego retomaré más extensamente, como
una manera de señalar que el entorno de la ternura es el ámbito de “lo familiar”, palabra
que por supuesto remite a familia. Sabido es que familia es un término que se las trae.
Proviene de famulus, designando el conjunto de siervos y esclavos que pertenecían a un
amo. La familia se fue perfeccionando, como concepto y como institución, merced a la ley
del parentesco, una ley que alcanza a todos y en primer término a los padres, en tanto
éstos no son arbitrarios hacedores de la ley, sino sus representantes. La ley también losinvolucra. De este ámbito surge la noción de lo familiar, algo dado incluso por fuera de la
familia. Lo familiar puede ser descrito de muchas maneras, pero me interesa señalar
aquella situación, donde bajo la impronta de la ternura, un sujeto no es solamente echura
de la cultura sino que es hacedor de la misma. Esto ocurre en la familia y en cualquier
contexto que merezca definirse como familiar. Si el sujeto sólo es hechura de la cultura y
no su hacedor, peligra como sujeto. Tal vez es objeto de una situación infamiliar. El
paradigma de esto se da cuando un niño, ignorando explícitamente su situación, vive con
sus apropiadores. Ahí se produce lo que denominaré “el efecto siniestro”. Estos niños,
poniendo en juego la formidable captación infantil, habrán de registrar, a través de
vacilaciones y contradicciones, la naturaleza cruel del ámbito que los rodea. Un registro
tan terrible que es rechazado, nunca con eficacia total, por el niño, produciéndose el
efecto siniestro, equivalente a lo “infamiliar”. “Secretear” lo que de por sí ya aparece como
secreto, terminará siendo un secreto si no a voces, sí a murmullos. Una verdad
murmurada que al mismo tiempo que se impone, se intenta recusar a través de la
renegación. En psicoanálisis a este mecanismo se lo describe como negar y negar que
se niega. Una verdadera amputación del aparato psíquico que configura uno de los
riesgos mayores a que están sometidos los niños que han pasado años en ese entorno
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siniestro; en ellos puede instaurarse una renegación cronificada, creándoles serios
problemas afectivos con la verdad, puesto que no sabiendo a qué atenerse, pueden
terminar teniendo que atenerse a las consecuencias, antigua fórmula para definir laposición del idiota antes que esto constituya un insulto o un cuadro neuropsiquiátrico.
Esto se incrementa frente a un entorno infamiliar de naturaleza cruel.
Voy ahora, casi hablando esquemáticamente, a presentar las principales formas de la
crueldad. En primer lugar aquello que un tanto paradójicamente, suelo denominar como
vera-crueldad. Paradójicamente porque si la palabra vera remite a verdad, resulta que el
agente mayor de la crueldad, para el caso un torturador, es totalmente ajeno a la verdad.
En la crueldad mayor, su ejecutor se abroquela en la pretensión de impunidad, en el
desconocimiento de toda ley. Ya no se dan, al menos en forma rotunda, los efectos de la
represión integral, tan extendidos hace pocos años, pero lo que no desapareció es la
pretensión de impunidad de quienes cometieron crímenes o se beneficiaron en
complicidad con ellos. Esta pretensión sigue instaurada como algo propio del sujeto maligno.
Diré algo más sobre la vera-crueldad, en cuanto saber canalla. Cada vez que algún
saber o alguna cultura distinta, amenazan conmover su precaria estructuración psíquica, el
cruel despliega tres acciones: la exclusión de lo que considera distinto, el odio y, cuando
puede, la eliminación lisa y llana no sólo del saber contradictorio, sino de quien lo sostiene.Este “saber eliminador” pretende conocer toda la verdad acerca de la verdad, a esto es lo
que se llama saber canalla, negación de todo saber curioso atento a lo distinto, a lo extraño.
Existen otras formas de la vera-crueldad, por desgracia muy frecuentes en nuestros
tiempos. En la vera-crueldad el sobreviviente, que ha atravesado un dispositivo social
marcadamente cruel, apenas si sobrevive. La muerte ya está instalada en él y despojado
de los recursos elementales de lo familiar: abrigo, alimento, buen trato, la única ética posible
es la violencia, aunque escandalice esta extensión del término ética. Este sujeto sobreviviente
ejemplifica lo que antes decía acerca de un nivel pulsional precariamente establecido,capaz de corromper este esbozo instintivo con que viene a la vida un sujeto humano. Esbozo
instintivo que habrá de desarrollarse en función de la necesaria agresión para sobrevivir.
Una tercera forma más universal de la crueldad que retomo es “lo cruel”. Aquí lo
esencial de la crueldad aparece velado por el acostumbramiento. Se convive cotidianamente
con lo cruel y muchas veces en connivencia, sobre todo cuando esta palabra, alude a
ojos cerrados y aún a guiño cómplice. Si algo propio de la ternura es que vela la
sexualidad, abriendo el campo del erotismo, y cuando esto no ocurre la sexualidad puede
llegar a la obscenidad, este velamiento no se justifica con la crueldad. Si el velo de la
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sexualidad deviene intimidad erótica, en la crueldad no hay nada que velar. Hay que
develarla, evidenciarla. Cuando se vela la crueldad, cuando se hace cultura del
acostumbramiento, se llega a configurar lo que denomino “la cultura de la mortificación” ala que me referiré muy brevemente. En esta cultura, el término mortificación no sólo
remite a muerte, sino principalmente a mortecino, ha apagado, a sujetos que no son
hacedores de la cultura sino enrarecidas hechuras de la misma, próximos a la posición
del idiota que no sabe a qué atenerse. Podemos ver esta situación no ya en las masas
más marginadas, sino en las que aún permanecen mortificadas y en el centro. En ellas
impera, como decía antes, hablando del efecto siniestro, la renegación. ¿Qué se reniega
en esa familia, en esa fábrica, en esa comunidad? En términos amplios, se reniega la
intimidación como un elemento constante que se ha hecho costumbre. Una intimidación
que forma parte de la cultura, no ya del fecundo “malestar de la cultura”, del que nos
habla el psicoanálisis, donde hay una tensión entre el sujeto hacedor y el sujeto hechura
de la cultura, una tensión entre el deseo singular y el compromiso solidario. Aquí el
malestar de la cultura se ha trocado en cultura del malestar. Se reniega la intimidación y
se convive con ella como un elemento “normalizado”. Entonces, lo que retrocede es la
intimidad, esa resonancia íntima necesaria para que cuando alguien expresa algo válido,
tal vez en relación a la situación, encuentre resonancia en el otro, un interés no
necesariamente coincidente, puede ser en disidencia. Esa resonancia, cuando existe,
promueve respuestas que van creando una producción de inteligencia lúcida y colectiva.
Así es posible el debate de ideas. En cambio en la intimidación, quien legítimamente
tiene algo que alertar, algo que denunciar, suele encontrarse con un desierto de oídos
sordos, entonces es posible que su discurso se degrade al de un predicador que siempre
dice lo mismo sin ninguna eficacia. Por supuesto esa comunidad está atenta y
predispuesta a los embaucadores electorales de turno, en tanto éstos tienen la astucia de
decir a las gentes lo que necesitan escuchar, para acrecentar su renegación como
espurio refugio. Uno se pregunta: ¿cómo puede ser que una comunidad tan mortificada,
tan lastimada, no reaccione? Es que en estas condiciones la queja nunca arriba aprotesta, más bien se apoya en las propias debilidades intentando despertar la piedad del
opresor. No se afirma en las propias fuerzas, tal vez endebles fuerzas, pero fuerzas al fin.
En esa comunidad tampoco la infracción apunta a trasgresión. La infracción es ventajera,
oportunista, a lo más se arregla con una multa o se presta a la coima. La trasgresión no
es así, ella siempre funda algo: funda la teoría revolucionaria o la ruptura epistemológica,
tal vez la toma de conciencia, o quizá funda la fiesta. En las comunidades mortificadas no
hay tal acontecer ya que la gente acobardada pierde su valentía al mismo tiempo que su
inteligencia. Pero sobre todo pierde el adueñamiento de su cuerpo y las patologíasasténicas abundan anulando la acción. El cuerpo se ha hecho servil. En esas
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comunidades mortificadas con frecuencia he observado –por ejemplo en agrupaciones a
cargo de la salud que tienen que realizar una actividad que obliga a desarrollar
pensamiento- lo que terminé llamando el síndrome SIC, una sigla integrada por“saturación”, “indiferenciación”, “canibalismo”. El ejemplo lo tomé de lo que acontece en
una jaula de monos cuando hay demasiados congéneres. Entonces empiezan a
devorarse canibalísticamente entre sí, sin ningún tipo de diferenciación, ya se trate de
padres o de hijos, o de cualquier otro congénere. El síndrome SIC, aplicado al contexto
social, no necesariamente coincide con un exceso de personas, sino que habitualmente
es disparado por la indiferenciación, ya que en la mortificación suele no haber
normativas, sino que prevalece la anomia. Esa indiferenciación provocará una saturación
de la actividad pensante que se hace indiscriminada; las ideas, los entusiasmos, los
proyectos, resultan entremezclados devorándose unos a otros. Incluso puede ocurrir, con
alguna frecuencia, una cosa curiosa: cuando se pretende instaurar un debate de ideas,
so pretexto de denunciar la impunidad, el debate tiende a juicio público. Sabido es que el
juicio público pretende, cuando esto está validado por las circunstancias, denunciar la
impunidad. Pero en esta ocasión lo que se denuncia son situación en general
intrascendentes, apartadas de lo que verdaderamente interesa. Se diría que ahí reina el
narcisismo de las pequeñas diferencias. La cosa puede pintar aún como juicio popular,
aquel en que se busca no ya la denuncia, sino la sanción de la impunidad. Vale decir que
en nombre de la impunidad se promueve grotescamente un acto impune. Por supuesto
que el juicio público tiene su razón histórica de ser, y lo mismo vale para el juicio popular
en ámbitos y en situaciones donde resulta un accionar legítimo, para una comunidad
oprimida donde toda instancia jurídica ha dejado de existir. Pero en estos ámbitos a los
que hago referencia se trata de una suerte de parodia grotesca, con efectos canibalísticos.
Voy a terminar señalando que cuando una acción, provenga de donde provenga (en
todo caso yo hablo de mi trabajo como psicoanalista, que intenta abordar la numerosidad
social) comienza a tener efectos positivos, suele ocurrir algo a tomar en cuenta. Siempre,en una situación mortificada, esto es obvio, existe algún grado de represión. Entonces
cuando la gente empieza a juntarse para discutir, cuando comienza a promover un
verdadero debate de ideas, es posible que desde alguna instancia administrativa estos
comportamientos sean calificados como delitos de asociación. Por supuesto esta gente
empieza a pensar y este pensamiento ya no tiene efectos canibalísticos, sino que son
críticamente eficaces sobre el campo y sobre los propios discutidores, por lo que suelen
merecer la tilde represiva de delito de opinión. Fácil es entender que cuando el cuerpo se
recupera para la acción movilizadora, la condena será mayor aún, implicando la categorización
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de delito de movilización. Estas instancias represivas pueden serlo verdaderamente o
quedar sólo en calificaciones administrativas, depende de qué tiempos corran.
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R evista Fin de Siglo
DE LAS TRISTES PALABRAS QUE HE ESCUCHADO
DR. FERNANDO ULLOA
Hace pocos días asistí, en función privada, a un film de Eduardo Mignona. En una
compaginación, para mi criterio bien lograda, Mignona entremezcla la ficción con
testimonios reales de distintas personas relacionadas con la defensa de los Derechos
Humanos. La intención de la obra es mostrar cómo una sociedad, la nuestra o cualquier
otra de cualquier tiempo, cuando tiende a ocultar con el olvido los momentos atroces
donde fueron arrasados los valores del humanismo: la justicia, la libertad, la solidaridad
social, la creatividad científica, el arte, no sólo asesinan el amor, la alegría y la
inteligencia, sino que al instaurar la impunidad abren las compuertas a toda corrupción.
Entonces se aproxima un futuro donde los crímenes olvidados no retornarán como
memoria histórica sino como horrible repetición.
Cuando concluyó la exhibición comenté con el director y con el periodista José María
Pasquini Durán, que muy probablemente un film como éste pese a sus indudables
méritos artísticos, documentales e ideológicos, se vería enfrentado con un amplio sector
de la crítica y del público que lo rechazaría “por antiguo”, y eso pese a la destreza deldirector que fue componiendo su obra sin efectismos truculentos ni tibieces claudicantes,
avanzando una estética donde el síntoma de la negación social resalta sobre un telón de
fondo entretejido con la poética del humor y la ternura. ¿No son acaso los suministros de
la ternura: abrigo, alimento y caricia arrullante aquello que asesina la represión social
impune?
Entonces la primera encerrona: una obra como la que comento se justifica
precisamente por el rechazo que promueve lo que denuncia. Y ese rechazo no es tanto el
frontal, aquel que maccartísticamente podría expresarse más o menos así: “Estos zurdossiempre jodiendo con lo mismo”. El rechazo es el de la indiferencia renegadora donde no
sólo se niega lo que denuncia, ya sea la película o este mismo comentario, sino que se
niega que se está negando. Doble vuelta renegadora con efectos estupidizantes que se
abren en abanico desde la frívola banalización de las ideas hasta la crudeza del
cretinismo cínico.
El síntoma social de la encerrona, que denomino trágica y que iré desarrollando, tiene
múltiples variables. Está en una encerrona la sociedad desmemoriada que en renegación
facilita el retorno de los tormentos que pretende olvidar. Pero también enfrenta la
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encerrona el cineasta o cualquier creador cuando tiene que financiar su creación
dependiendo para ello de un público que prefiere ignorar el peligro acerca del que se lo
alerta.
Luego me ocuparé de los dos lugares enfrentados propios de la encerrona, antes otro
ejemplo para ir avanzando en su explicitación.
Escuché decir a un experto e inteligente analista político internacional lo siguiente: “La
Argentina va a tener enormes problemas de aquí en más, pero serán problemas
totalmente nuevos muy distintos a los que viene soportando desde hace 50 años. Sin
duda la Argentina va a crecer...”
El comentario, más allá de dejar de lado la gravedad actual de las crisis sociales,
proclama esperanzado el beneficio de enormes y nuevos problemas como precio de
crecimiento.
Puede ser que este comentario suene sólo como un habitual lugar común propio del
discurso cotidiano. Si es así y no se evidencian las trágicas contradicciones que implica
es precisamente por el efecto ensordecedor y de ceguera renegadora que llegan a
producir esas mismas contradicciones cuando configuran lo que vengo denominando
encerrona trágica, término que extraigo de mi experiencia en el campo de los derechoshumanos. El punto culminante de esta encerrona lo ejemplifica la atrocidad de la mesa de
torturas, donde alguien para tener alguna esperanza de sobrevivir o de dejar de sufrir
depende de aquel a quien rechaza totalmente. Pero también lo ejemplifica la situación en
que se encontraban, y ojalá el verbo siga siendo declinado en pasado, los familiares de
alguien recientemente secuestrado. Una madre podría encontrarse en la terrible angustia
de pensar: “ojalá todavía viva”, y conociendo la inexorabilidad del tormento también
podría surgir en ella el horror de pensar: “ojalá que ya haya muerto y no sufra”.
Quizás esto haga entendible la contradicción de crecimiento a costa de grandes y
nuevos problemas, problemas que en realidad no son otros que los explícitos o
encubiertos genocidas que suelen que suelen preceder a los crecimientos basados en los
crímenes de la marginación, consecuencias de “ajustes” como el que soporta gran parte
del mundo denominado subdesarrollado. Es obvio que frente a estas contradicciones,
aún aquellos que no están ideológica, política y éticamente de acuerdo con esta
metodología de ajuste socioeconómico, no pueden dejar de albergar el deseo de que el
tan anhelado crecimiento nacional acontezca. Y también aquellos que se benefician
directamente con ese crecimiento o que incluso son conductores responsables del mismo
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tampoco pueden dejar de advertir el escándalo de la marginación y sus encubiertos o
explícitos efectos genocidas. Es decir la encerrona de las contradicciones está ahí, en
unos y en otros, claro que unos impulsarán la salida en una dirección y otros en otra; perolos más, y esto es importante, se paralizarán como mayoría silenciosa e incluso
silenciada.
No son novedad los genocidios como pretensión de crecimiento, en nuestra historia
vienen de lejos. En el siglo pasado el exterminio de aborígenes en la campaña del
desierto, y el exterminio de la población negra hecha carne de cañón en otro exterminio,
el de la floreciente organización socioeconómica que iba dibujando el Paraguay y que fue
arrasando en la guerra de la Triple Alianza.
Estos genocidios pusieron pies de barro al crecimiento que ha dado en llamarse “de la
generación del ‘80” con todo su aporte demográfico inyectando grandes contingentes de
inmigrantes que prometía, y en parte fue así, convertir a la Argentina en el granero del
mundo. Seguramente aquellos pies de barro no son ajenos al vuelo corto de aquel
florecimiento que habría de desembocar primero en la década infame del ’30 y luego en
sucesivos golpes militares hasta la atroz tiranía militar del Proceso y sus crímenes al
amparo de la represión integral. Proceso aún victorioso en cuanto a su impunidad. Viene
de lejos esto de la tragedia como encerrona. Todo esto introduce el punto de vista quequiero desarrollar en torno a lo que he denominado la encerrona trágica como síntoma de
la enfermedad social.
La encerrona trágica es paralizante por definición. Es una situación de dos lugares
donde, insisto, se rechaza aquello de lo que se depende y viceversa. Es paralizante
sobre todo por el afecto correspondiente a la misma: el dolor psíquico o el dolor infernal
sin esperanza de salida. Cuando hablo de la tragedia como una situación de dos lugares
estoy señalando la falta del tercero de apelación, la falta del representante de la ley justa.
Precisamente la impunidad como cultura social es posible cuando han desaparecido lossistemas jurídicos creíbles y no es dado esperar la solidaridad como elemento integrante
del pacto social. Es al amparo de la impunidad que la corrupción se transforma en la
principal herramienta de una sociedad de dos lugares: marginados y marginadores. Es
obvio en esta dualidad precisar dónde está el poder y dónde la víctima, pero también es
obvio que en esta situación de dos lugares los poderosos soportan algunas
consecuencias y no sólo: “...la sonrisa triste de los niños ricos...”, sino las múltiples
formas del malestar cultural bajo formas frívolas de estupidización banal, buena
conciencia más o menos culposa, etc., como precio de los beneficios del centro,obligándose a producir continuamente velos fetichistas que permitan repudiar con el
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ocultamiento el escándalo de la miseria genocida. Claro que inexorablemente estos velos
dejan de ser telón de ocultamiento para transformarse cada vez más en el
perfeccionamiento de los muros de la Bastilla para proteger el botín, incluso el bienhabido frente al asedio de los desposeídos. En esta situación la constitución ética del
sujeto tanto marginador como marginado difícilmente pueda desarrollarse en términos de
amor solidario y de imposición de justicia como algo inherente a la personalidad, sino en
términos de la violencia del sobreviviente.
Estos lugares contrapuestos que acá estoy definiendo desde la asimetría de víctima y
victimario tienen además un efecto particularmente importante entre las víctimas, o sea
entre aquellas personas que están en igual condición de desposeimiento: es frecuente
advertir cómo los sectores oprimidos tienden permanentemente a dividirse
fragmentariamente. Pareciera que cada fragmento, ya sea representados por una
persona frente a otra o por fracciones enfrentadas son proclives a “inventar” al otro desde
su subjetividad, desconociéndolo en su realidad. Se instaura así una suerte de situación
concreta que no deja espacio lúdico para la discusión, la producción de inteligencia, la
negociación, el llegar a acuerdos.
Esta es una situación que configura casi una maldición en el quehacer político de
nuestro tiempo. Este efecto fragmentador rompe cualquier posibilidad de acción conjuntacon economía de esfuerzos generando una situación muy particular que podríamos
denominar la de predicador en el desierto: es fácil advertir cómo en una reunión política o
institucional cuando alguien asume un discurso que ostensiblemente es representativo de
todos, se transforme no obstante en un predicador en el desierto que no encuentra
resonancia alguna. Uno podría explicar esta situación desde la prevalencia de los tres
síntomas clásicos que se dan en la marginación o en condiciones próximas a la misma: el
aislamiento, la alienación y la inmovilidad. En efecto, estas tres producciones
sintomáticas tienen gravitación en la falta de respuestas solidarias y participativas, pero
en mi experiencia creo que hay que tomar en cuenta que en las condiciones que voy
describiendo lo que desaparece es la producción de inteligencia íntima donde la idea de
intimidad alude a la resonancia que puede tener en nosotros el discurso del otro cuando
es escuchado desde una actitud deseante. Esta falta de resonancia es en realidad
consecuencia de lo que antes denominé el dolor psíquico o el dolor sin salida que hace
que toda idea válida corra el riesgo de ser transformada en el mismo verso de siempre”
sin deseos que se amalgamen.
En realidad todo pensamiento aún ajustado a la descripción objetiva de los hechosaparece como la falacia de una utopía mentirosa, una vana promesa perdida en el futuro
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acuerdo entre los distintos grupos que la integran, en general grupos con distinta
pertenencia institucional.
Cuando se rompe el acuerdo por pobreza de recursos, por autoritarismo, etc., los
grupos de mayor pertenencia tienden a transformar sus herramientas en baluartes, es
decir degradan ese instrumental conceptual, metodológico y administrativo en muros de
aislamiento frente a los usuarios (pacientes, estudiantes, etc.), que a la vez son
degradados a la categoría de perturbadores. Nuevamente se configura una situación de
dos lugares, aquí sitiados y sitiadores.
En diferentes ocasiones he desarrollado y conceptualizado las consecuencias de esta
situación en ambos grupos. Básicamente en el grupo sitiado aparece toda una patologíaque desde la perspectiva del psicoanálisis aproxima mucho el viejo cuadro de las
neurosis actuales (causadas principalmente por noxas actuales) y sus efectos tóxicos,
tanto en el nivel del aparato psíquico donde la capacidad de imaginar soluciones se ve
seriamente comprometida, como en el nivel corporal donde aparece la amplia gama de
las patologías asténicas, en cierta forma las clásicas neurastenias. Los pacientes desde
su posición de sitiados se ven obligados a transportar, en su pasaje por la institución,
solamente la cuota de sufrimiento y de enfermedad de la que ésta puede hacerse cargo.
En realidad dependen, para encontrar alguna solución a sus males, de un sistema deatención al que rechazan por arbitrario o injusto. Finalmente pueden desembocar en la
resignada expresión: “ya fui al hospital” como único resultado de su concurrencia.
En el S.V.I. tanto los sitiados como los sitiadores pierden su funcionalidad para
transformarse en síntomas sociales. Así por ejemplo si pensamos en un residente de un
hospital público que ha ganado un difícil concurso para acceder a tal condición, verá
cómo las motivaciones vocacionales que lo han llevado a una carrera terciaria, y
posteriormente a inscribirse en una institución pública, están postergadas frente a la
realidad de su inserción hospitalaria. Que todas las expectativas de capacitación quelegítimamente lo llevaron a través de esfuerzos a acceder a esa residencia también se
ven diferidas o libradas a que ellos mismos puedan organizar un sistema de capacitación
que los saque de la sola condición de mano de obra barata. Que las legítimas
expectativas de remuneración económica generalmente quedan muy alejadas de sus
necesidades. Y lo que es más, que todos los principios éticos con que fue pensada la
práctica también desaparezcan en el caos. Este clínico no es un corrupto, pero en la
medida en que estos ejes en su quehacer están degradados, pasa a constituirse en un
eslabón más dentro de un sistema corrupto de atención pública. Este es un ejemploparadigmático de la violentación institucional.
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En realidad todos estos ejemplos configuran una amplísima gama de diferentes
encerronas donde el individuo para poder llevar adelante sus funciones depende de un
sistema que rechaza y lo rechaza. Y lo que es más, para poder convivir dentro de esesistema tiende a desarrollar una actitud de renegación que termina “secreteando” esa
realidad hostil en la que está inmerso. Se diría que por propio accionar termina
conviviendo familiarmente con un secreto dañino. Es precisamente esa inclusión pasiva
lo que va desarrollando en el individuo y su comunidad de entorno un efecto siniestro. La
figura efecto siniestro también es una conceptualización del psicoanálisis con especial
vigencia en el campo de los derechos humanos, y alude a los individuos de una sociedad,
que soportando fuerte represión, pretenden huir de la misma ocultándose en el
aislamiento, en la alienación, en la inmovilidad a costa de perder inteligencia, originalidad
para encontrar soluciones, y valentía para enfrentar los hechos.
Todo lo anterior define una situación que puede alcanzar una apariencia ordenada,
pero encubridora del caos y donde bien puede afirmarse que las personas en tanto no
saben a qué atenerse, inevitablemente se atienen a las consecuencias, entre ellas a la
negación de toda actitud política, social e institucional. En salud, y en otras actividades
sociales, la palabra política conlleva una connotación de planificación en el sentido de
pretender saber no sólo a qué atenerse sino a organizar la salud a partir precisamente de
esa pretensión. Por supuesto que esto significa superar lo que antes definía como elpredicador en el desierto, de nada vale organizar excelentes planes de salud si no se
considera cuál es la realidad cultural de los individuos que integran las instituciones que
deben ponerlos en práctica, y esta realidad cultural muchas veces está atravesada por lo
que he llamado la encerrona trágica y sus efectos siniestros.
Hace un tiempo debía introducir en una reunión destinada a poner a punto la Red
nacional de Salud mental, el tema de “Teorías y práctica en salud mental comunitaria”. El
público estaba integrado por un grupo heterogéneo de enfermeros mapuches, médicos
generales, psicoanalistas sofisticados, sociólogos inteligentes, etc., y entonces tomé
como punto de partida algo que después lo he ido entendiendo mejor. Dije que uno de los
problemas de la salud pública era resolver el problema de los idiotas. Por supuesto que
se me dijo que existen muy pocos idiotas. Yo respondí que no me estaba refiriendo a ese
cuadro que cabalga entre la neurología y la psiquiatría, sino que aludía a las condiciones
idiotizantes que crea, en los propios operadores de la salud, el síndrome de violentación
institucional. Y aclaré que me refería al término idiota en su sentido etimológico griego,
donde idiota es aquel que no tiene ideas válidas y eficaces en el área de su
responsabilidad y que además no está en condiciones de discutir públicamente los
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problemas de los que es responsable. Idiota es lo contrario de ciudadano y éste es
alguien que no vive y trabaja solamente en la ciudad, sino que lo hace en su ciudad, vale
decir que no permanece ajeno a los problemas de su comunidad. Sin duda un concepto,el de ciudadano, con evocación de la revolución francesa. Cualquier intento de revertir
esta situación significa un intento de capacitación a partir de las condiciones reales en
que transcurre la práctica cotidiana. Es necesario crear condiciones de autogestión, no
precisamente como una espuria privatización de las falencias que el Estado no cubre,
sino como una manera de no depender de los recursos que no aparecen, sin dejar por
eso de presionar para que los recursos aparezcan. También es necesario crear
condiciones de utopía en términos no mentirosos de algo sin real tópica actual sino en
términos posibles en lo inmediato: negarse a aceptar aquellas condiciones que niegan la
realidad.
Solamente así existe alguna chance de que esa capacitación produzca inteligencia
íntima que corrija la fragmentación de los múltiples enfrentamientos resolviendo el
aislamiento generador de predicadores en el desierto. Que se traduzca en originalidad no
solamente para plantear nuevas soluciones, sino para recuperar antiguas y abandonadas
soluciones cuando mantienen su valor. Que exista alguna chance para superar el
aislamiento, la alienación y la inmovilidad produciendo la valentía necesaria para no caer
en la resignación renegadora.
Finalmente podemos entonces llenar los puntos suspensivos del título que encabeza
esta nota, completando el verso del poema de Walt Whitman: “De las tristes palabras que
he escuchado las más tristes son: pudo haber sido...”.
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Reuniones de la Biblioteca
Red de investigación en psicoanálisis
DESAMPARO Y CREACIÓN
Dr. Fernando Ulloa
Yo también soy algo caminador como el Dr. Wenk; también voy a ambientar el tema
que he elegido para esta mesa: es la crueldad. La crueldad es el desamparo mayor y eneste sentido, indudablemente, coincide con esta