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  • FEMINISTA QUIN?, FEMINISTAS CUNTXS?

    Por Diego Alarcn

    Hace unos das se archiv el proyecto de despenalizacin del aborto en casos de violacin. Lo que en otro pas menos anclado en el medioevo hubiera sido controversia pblica, aqu no provoc ms que algunas protestas en las redes sociales, ese cristal deformador que tiende a sobredimensionar nuestras preocupaciones e intereses (en mi Facebook gan Villarn, se aprob la unin civil y Julio Guzmn est a un paso de Palacio). La noche anterior al debate (o sea, al archivamiento), veinte activistas, en butleriana perfomance, hicieron un platn frente al congreso con flores en las manos, trajes lilas y el torso desnudo. El hecho transgresor, sin embargo, tuvo el mismo silencioso destino.

    Ser feminista, en este tiempo, debera ser consenso, pero las discrepancias emergen cuando empezamos a notar que no hay un feminismo, sino diversas vertientes que incluso se contraponen. Una cosa es ser feminista en el sentido de Andrea Dworkin y otra en el de Judith Butler. Es cierto: Ciertas vertientes le han creado mala fama al movimiento, hacindolo parecer una secta de odio contra los hombres. (Esto, en trminos lgicos, no debera ser problema, porque se puede ser feminista y rechazar estas vertientes como se puede ser de izquierda y rechazar a Sendero; pero la poltica no se rige por protocolos lgicos, no?).

    Para nadie ser sorpresa que los ndices de violencia contra la mujer en nuestro pas son de los ms altos del mundo. En casos de violaciones sexuales, por ejemplo, ocupamos el tercer lugar, slo debajo de Etiopa y Bangladesh, de acuerdo con un estudio de la Organizacin Mundial de la Salud de 2013. No tengo una cifra a la mano, pero no sera descabellado afirmar que en los sectores ms pobres los ndices de violencia contra la mujer son ms crnicos. Esto, sin duda, nos remite al hecho de que, en nuestro pas, luchas como la despenalizacin del aborto en casos de violacin no han sido, digamos, luchas del todo populares; por el contrario, el apoyo a estas iniciativas es mayor en sectores con ndices de ingresos y acceso a la educacin ms altos. S, la religin y otros factores culturales tienen que ver, pero qu hay de la estrategia poltica?

    En su conocido artculo The Professor of Parody, Martha Nussbaum, filsofa estadounidense, abord esta problemtica sealando que la gran tragedia de la nueva teora feminista de los Estados Unidos es la prdida del sentido de compromiso pblico. Nussbaum focaliza su crtica en la campeona del feminismo postmoderno, Judith Butler. En abusivo resumen, Butler nos dice que sumergidos en estructuras de poder desde el nacimiento y condenados a repetirlas, la nica salida es burlarnos de ellas (de las estructuras), hacerlas temblar con performances pardicas, ya que algunas formas de burla pueden ser subversivas. Esta concepcin, sin embargo, como apunta Nussbaum, presenta serias dificultades para articularse como praxis poltica realista: Por ejemplo, la creencia de que los agentes de cambio son individuales, privados. Sumado a eso, la teora butleriana entraa cierto elitismo. Sern pocas las personas que logren acceder a la, digamos, "radiografa del sistema", descubrir sus normas estructurales y a la postre burlarse de ellas.

  • En consecuencia, estas perfomances pardicas nunca desestabilizan el sistema y terminan siendo, en palabras de Nussbaum, slo actos personales llevados a cabo por un pequeo nmero de actores con conocimiento. Hay adems en la teora butleriana una especie de exaltacin del acto subversivo per se, un entusiasmo que relega su prosaica utilidad como medio. As, el acto subversivo se torna tan fascinante, tan sexy, que pensar que el mundo puede ser mejor se convierte en una pesadilla.

    Esta excesiva confianza en el individuo como agente de cambio y en los actos transgresores es propia de los movimientos contraculturales. Como sealan Joseph Heath y Andrew Potter en su libro Rebelarse Vende, para la contracultura el acto transgresor es una forma de diversin, el hedonismo se transforma en doctrina revolucionaria. Pero, aunque duela decirlo, divertirse no es transgresor, ni socava ningn sistema. En trminos polticos incluso puede ser contraproducente: Adems de malgastar energa en iniciativas que no mejoran la vida de las personas, slo fomenta el desprecio popular. Resultado? Quietismo poltico, al decir de Nussbaum. La contracultura, como han demostrado Heath y Potter, le ha hecho mucho dao a la izquierda progresista, que relegando sus preocupaciones tradicionales como la pobreza, el nivel de vida y la defensa de las minoras por objetivos "ms profundos" se ha sumergido en una lgica en donde un modernillo que oye jazz en el local de moda puede convertirse en un crtico ms profundo de la sociedad moderna que un defensor de los derechos civiles. Quizs, como piensan estos autores, es momento de reconciliarnos con las masas, regresar a la poltica tumultuosa y desarrollar un feminismo no ensimismado en su propia abstraccin y oscuridad lingstica. Slo as, algn da, las nietas de los aclitos de Julio Rosas sabrn que ese seor les jodi la vida a no pocas personas.


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