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Nació en Cali estudió artes plásticas
en su ciudad y luego filosofía en
Bogotá. Abandonó su carrera y
emprendió un largo viaje por
diversas regiones del país y de
América Latina, a su regreso fundó
y dirigió el Teatro Experimental de
Cali (TEC) hasta su muerte.
Además de dramaturgo fue
ensayista, narrador y poeta. Realizó
una labor encomiable con el teatro
colombiano. Obtuvo el premio Casa
de las Américas, un doctorado
Honoris Causa de la Universidad del
Valle, fundó el Plan de Arte
Dramático de la misma Universidad
e impulsó los procesos de creación
colectiva en el teatro
colombiano.
Perteneciente a la raza de los incansables, Enrique Buenaventura, mantuvo
durante casi cinco décadas una impresionante labor creativa con el teatro
colombiano. Protagonista central de nuestra cultura en el siglo XX hizo de la
ausencia una tarea educativa y nos legó con su Teatro Experimental de Cali
la ruda modestia de quien sabe desear, por eso asumió casi todos los roles:
dramaturgo, director escénico, maestro de actores, promotor cultural. No
logro decidirme por la sensación que más me atrae de sus obras: si el
humor corrosivo y cáustico de algunas escenas o la angustia y el
desencanto de los males sociales que parecen marcar nuestra memoria. La
trama escogida para esta edición tiene mucho de horror, ausencia, muerte y
representación del abandono: una huella violenta que afirma la decepción,
también, creo, la dignidad. En el prólogo a su Teatro Inédito, Carlos José
Reyes pone en relación la dramaturgia de Buenaventura con el teatro del
absurdo: “más que una herida ontológica profunda, entre el ser y la nada,
como lo plantea Beckett, o la destrucción del lenguaje por el hábito, hasta
llegar al vacío, como lo formula Ionesco, el absurdo concebido por
Buenaventura es el de un mundo que se destruye y se rehace
continuamente, donde la escasez y la desmesura conviven diariamente, y
donde la vida y la muerte intercambian sus máscaras en un juego sin fin”.
Ese tránsito mágico de la escena, cargada de voz y de intimidad, cubren en
Buenaventura una diversa amplitud de fuentes: teatro medieval, cultura
popular, tradiciones indígenas, dramaturgia clásica, mestizaje étnico, lo
precolombino, la cultura negra, el quiebre contemporáneo, en fin, un corpus
que no sólo tiene valor literario sino también humanista. Un fragmento de
testimonio familiar, escrito por Nicolás, me sirve de cierre a estos renglones:
“no otra cosa significa quizás la pieza más expresiva de la creatividad de
este dramaturgo, la orgía, sea la develación de la vida y la leyenda de esta
abuela materna que, viuda, joven y hermosa, a más no poder, se dio, sin
recato, a publicar el amor cuando el amor era prohibido, a desatarle todos
los nudos en tiempos cuando estaba amordazado y atado, y así murió y
murió en su ley mirando a todos sus amantes con estas palabras
inexorables; –pobrecitos los hombres, nueve meses luchando por salir, para
luego, una vida entera tratando de volver a entrar–”.
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(En primer plano una mujer joven, sentada en un banco. Detrás de ella o a
un lado van a ocurrir algunas escenas. No debe haber ninguna relación
directa entre ella y los personajes de esas escenas. Ella no los ve y ellos no
la ven)
- La Maestra: Estoy muerta. Nací aquí, en este pueblo. En la casita de
barro rojo con techo de paja que está al borde del camino, frente a la
escuela. El camino es un río lento de barro rojo en el invierno y un remolino
de polvo rojo en el verano. Cuando vienen las lluvias, uno pierde las
alpargatas en el barro y los caballos y las mulas se embarran las barrigas,
las enjalmas y hasta la cara y los sombreros de los jinetes son salpicados
por el barro. Cuando llegan los meses de sol, el polvo rojo cubre todo el
pueblo. Las alpargatas suben llenas de polvo rojo, y los pies y las piernas y
las patas de los caballos y las crines y las enjalmas y las caras sudorosas y
los sombreros, todo se impregna de ese barro y de ese polvo rojo, y ahora
he vuelto a ellos. Aquí, en el pequeño cementerio que vigilia el pueblo desde
lo alto, sembrado de hortensias, geranios, lirios y espeso pasto. Es un sitio
tranquilo y perfumado. El olor acre del barro rojo se mezcla con el aroma
dulce del pasto yaraguá y hasta llega, de tarde, el olor del monte, un olor
fuerte que se despeña pueblo abajo (Pausa.) Me trajeron al anochecer.
(Cortejo mudo, al fondo con un ataúd.) Venía Juana Pasambú, mi tía.
- Juana Pasambú: ¿Por qué no quisiste comer?
- La Maestra: Yo no quise comer. ¿Para qué comer? Ya no tenía sentido
comer. Se come para vivir y yo no quería vivir. Ya no tenía sentido vivir.
(Pausa) Venía Pedro Pasambú, mi tío.
- Pedro Pasambú: Te gustaban los bananos manzanos y las mazorcas
asadas untadas de sal y manteca.
- La Maestra: Me gustaban los bananos manzanos y las mazorcas asadas,
y sin embargo, no los quise comer. Apreté los dientes. (Pausa.) Estaba
Tobías el Tuerto, que hace años fue corregidor.
- Tobías el tuerto: Te traje agua de la vertiente, de la que tomabas cuando
eras niña en un vaso hecho con hoja de rascadera y no quisiste beber.
- La Maestra: No quise beber. Apreté los labios. ¿Fue maldad? Dios me
perdone, pero llegué a pensar que la vertiente debía secarse. ¿Para qué
seguía brotando agua de la fuente? Me preguntaba. ¿Para
qué? (Pausa) Estaba la vieja Asunción, la partera que me trajo al mundo.
- La vieja Asunción: ¡Ay mujer! ¡Ay niña! Yo, que la traje a este mundo. ¡Ay
niña! ¿Por qué no recibió nada de mis manos? ¿Por qué escupió el caldo
que le di? ¿Por qué mis manos que curaron a tantos, no pudieron curar sus
carnes heridas? Mientras estuvieron aquí los asesinos…
(Los acompañantes del cortejo miran en derredor con terror. La vieja sigue
su planto mudo mientras habla la Maestra)
- La Maestra: Tienen miedo. Desde hace un tiempo el miedo llegó a este
pueblo y se quedó suspendido en el aire como un inmenso nubarrón de
tormenta. El aire huele a miedo, las voces se disuelven en la saliva amarga
del miedo y el rayo cayó sobre nosotros.
Hay que ser duro
como las piedras
feroz como los felinos
y estar alerta
como las serpientes.
Nunca sabes dónde
viene el golpe.
Quizás pueda llegar
del ser querido
que por querido
puede ser más cruel
que el enemigo.
O de ti mismo.
De tu propia mano.
Cuida tu mano derecha
de la izquierda.
Vigila un ojo
con otro ojo
aprieta bien los labios.
Un beso puede delatarte.
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(El cortejo desaparece. Se oye un violento redoble de tambor en la
oscuridad. Al volver la luz, allí donde estaba el cortejo, está un
campesino arrodillado y con las manos atadas a la espalda. Frente a
él un sargento de policía)
- Sargento: (Mirando una lista.) ¿Vos respondés al nombre de
Peregrino Pasambú? (El viejo asiente) Entonces vos sos el jefe
político de aquí (El viejo niega).
- La Maestra: Mi padre había sido dos veces corregidor. Pero
entendía tan poco de política, que no se había dado cuenta de que la
situación había cambiado.
- Sargento: Con la política conseguiste esta tierra, ¿cierto?
- La Maestra: No era cierto. Mi padre fue fundador del pueblo. Y
como fundador le correspondió su casa a la orilla del camino y su
finca. Él le puso nombre al pueblo. Lo llamó: “La Esperanza”.
- Sargento: ¿No hablás, no decís nada?
- La Maestra: Mi padre hablaba muy poco. Casi nada.
- Sargento: Mal repartida está esta tierra. Se va a repartir de nuevo.
Va a tener dueños legítimos, con títulos y todo.
- La Maestra: Cuando mi padre llegó aquí, todo era selva.
- Sargento: Y también las posiciones están mal repartidas. Tu hija es
la maestra de escuela, ¿no?
- La Maestra: No era ninguna posición. Raras veces me pagaron el
sueldo. Pero me gustaba ser maestra. Mi madre fue la primera
maestra que tuvo el pueblo. Ella me enseñó y cuando ella murió, yo
pasé a ser la maestra.
- Sargento: ¡Quién sabe lo que enseña esa maestra!
- La Maestra: Enseñaba a leer y escribir y enseñaba el catecismo y el
amor a la patria y a la bandera. Cuando me negué a comer y a beber,
pensé en los niños. Eran pocos, es cierto pero ¿quién les iba a
enseñar? Ya no tenía sentido leer y escribir. ¿Para qué han de
aprender el catecismo? ¿Para qué han de aprender el amor a la
patria y a la bandera? Ya no tiene sentido la patria ni la bandera. Fue
mal pensado, tal vez, pero eso fue lo que pensé.
- Sargento: ¿Por qué no hablás? No es cosa mía. Yo no tengo nada
que ver, no tengo la culpa. (Grita.) ¿Ves esta lista? Aquí están todos
los caciques y gamonales del gobierno anterior. Hay orden de
quitarlos del medio para organizar las elecciones. (Desaparecen el
Sargento y el Viejo)
- La Maestra: Y así fue. Lo pusieron contra la tapia de barro, detrás
de la casa. El sargento dio la orden y los soldados dispararon. Luego
el sargento y los soldados entraron en mi pieza y, uno tras otro, me
violaron. Después no volví a comer, ni a beber y me fui muriendo
poco a poco. (Pausa.) Ya pronto lloverá y el polvo rojo se volverá
barro. El camino será un río lento de barro rojo y volverán a subir las
alpargatas y los pies cubiertos de barro y los caballos y las mulas con
las barrigas llenas de barro y hasta las caras y los sombreros irán,
camino arriba, salpicados de barro.
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Ay, hermanos,
los de antes,
los de siempre,
los de nunca,
los que no han tenido tiempo
ni tienen historia.
Aún están en los bosques,
hablan con los árboles
y responden las hojas
con una algarabía
de lenguas arcaicas
y hablan con las nubes
donde nacen los rayos
y los truenos responden:
Está bien, hermanos.
Enciendan el fuego,
dibujen los tatuajes
quemando la piel
con el hierro encendido
y copulen día y noche
y engendren lagartos,
aves carniceras y monstruos marinos
y hagan correr la luna
con sus fantasmas adentro
en el oscuro rió
donde riela su sangre.
Y mañana, mañana,
hagan salir el sol
y hagan crecer la yerba
con plegarias y canto.
Ay hermanos, mis hermanos.
No estaban aquí cuando los dinosaurios
elevaban al cielo sus cabezas
y juntaban sus garras
y rezaban rodeados
por inmensos helechos.
Pero quizá en un ruedo,
tomados de las manos
ya estaban ustedes,
transparentes, tan sólo en espíritu,
y resistían, por eso,
al peligro de muerte.
Ay, hermanos, mis hermanos,
después no sabemos
cómo vino el caos
y vino la muerte
y les dio permiso
de vivir un instante
y los condenó a morir
cuando estaban a punto
de encontrar el secreto.
Mujer hermosa,
verde desde los pies
hasta el escote rojo
que se abre en cáliz,
en ánfora y en labios
duros, cerúleos y arteriales.
Princesa de los tepayes,
en la aridez estableces
tu precario reino,
guardas en tu capucha
roja un ácido sabor a hormiga
y a miel para atrapar
insectos. De sus extravíos
y tentaciones vives, reina,
de sus diminutos cadáveres
te nutres, devoradora,
milagro del desierto,
pájaro quieto que sembró
su vuelo, copa de mieles
traicioneras, corola de marfiles
irrigadas por redes de sangre.
Te inventó la vida
por divertirse quizás,
por gozar tu coqueta altanería
por puro gusto levantó
tu peligrosa y frágil existencia
que se mece amenazante
en un viento de insectos
y de polen y semillas.
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“El arte no sirve para decir lo que uno tiene que decir, sirve también
para decir lo que uno tiene que callar”
“El monumento” (1959)
“Réquiem por el padre de las Casas” (1963)
“La tragedia del Rey Chiristope” (1963)
“Historia de una bala de plata” (1965)
“Los papeles del infierno” (1968)
“Seis horas en la vida de Frank Kulack” (1969)
“El convertible rojo” (1969)
“La orgía” (1973)
“Ópera bufa” (1984)
“La estación de Aladino y la lámpara maravillosa” (1984)
Llueve con sol
sobre la tierra seca
que bebe hasta las raíces
esta líquida luz enardecida.
Así es el amor que me ilumina:
sacia mi sed sin apagarla
la calma manteniéndola encendida.
Decir todo sin decir casi nada.
Entender el lenguaje de la lluvia
ser cruzado por relámpagos
que dejan ver la armazón del esqueleto.
Las golondrinas que aquí no hacen verano
ni tampoco nidos pero escriben trazos
en el aire y me dictan la escritura
mientras la tarde se viste de ceniza.
Husmear el mar desde los cerros.
Oler la furia erótica del viento.
Sentir el aire que viene de la selva
con un olor a verdura y podredumbre.
Decir todo sin decir casi nada,
oír el silencio, sin secretos en la oreja
hablar con la sartén, la cacerola,
vivir, vivir y morir casi de nada.
Hay el tiempo de las lluvias
torrenciales
hechas hilo de plata
por el sol
que sale enmedio de la lluvia
y establece un delirante verano.
En este mar tempestuoso
y congelado
con nieves eternas
y profundos valles
que hierven como calderos
y dos mares
que sin límites lo cercan
nieve y hoguera y selva
urbana y verdadera.
Vine a nacer aquí y no me arrepiento
y quizá vine a
morir también
en esta tierra.
BUENAVENTURA, Enrique (1997) Teatro Inédito. Bogotá: Imprenta
Nacional de Colombia.
BUENAVENTURA, Enrique (2005) Nueve poemas. En: Clave
Revista de Poesía y Cultura., Año 2, No 5. Cali.
Otros poemas en www.enriquebuenaventura.org Los cuadros de
Salvador Dalí en el servidor de imágenes de www.google.com