Download - ENSAYOS Y NOTAS - COLMICH
ENSAYO S Y N O TA S
LOS TRABAJADORES ASALARIADOS DE LA
ZONA CITRICOLA DE NUEVO LEON
Luis M aría G atti
C1S1NAH/EI Colegio de Michoacán
G raciela A lcalá
El Colegio de Michoacán
En este trabajo1 nos proponemos analizat la fuerza de trabajo utilizada por el complejo agro-industrial de la plantación citrícola de Nuevo León. Para esto, tenemos qué describir someramente las tareas diferentes en que se emplean distinto tipo de trabajadores y, también, tratar de caracterizar a estos trabajadores en función de las formas de inserción en la producción, de su historia como dase y de su situación de clase en la formación social.
La plantación citrícola de Nuevo León
La plantación citrícola de Nuevo León es el resultado histórico-social de una profunda transformación que hacia principios de siglo fue impulsada por una vieja clase de terratenientes que, en forma pionera, consiguió integrar verticalmente la producción y elaboración de críticos, destinados desde su concepción al mercado estadounidense, En este sentido difiere profudamente de otras áreas fru- ticultoras del país, controladas desde la misma producción por empresas transnacionales (la fresa, por ejemplo).
El cultivo de cítricos reemplazó rápidamente al de la caña de azúcar con que se elaboraba 'piloncillo orientado a abastecer el mercado interno, básicamente el de las áreas mineras de Coahuila. En las márgenes irrigadas de los ríos Pilón y Ramos y en una franja que sijgue, más o menos, el trazado de la carretera entre Monterrey y Cd. Victoria (Tams.), proliferaron las huertas, explotaciones tecni- ficadas según el modelo tomado de la citricultura de Florida y California. Hacia la década de los 40, la burguesía agraria regional pasa a invertir sus ganancias en empacadoras, jugueras y gajeras, industrias todas montadas para satisfacer las exigencias técnicas, sanitarias y de calidad determinadas por el mercado estadounidense-canadiense y, posteriormente, europeo y japonés.
Hoy, esta burguesía agro-industrial controla también el mercado interno y fija precios a la producción en todos los estados de la república, incluso en Veracruz que es el principal productor.2
La casi totalidad de las tareas desplegadas a lo largo del ciclo agrícola e industrial en la plantación están basadas en el uso de fuerza de trabajo asalariada.3 El mayor contingente es el que trabaja en la pizca de la naranja, actividad que se desenvuelve entre octubre y mayo, escalonando la cosecha de diversas variedades: temprana, mandarina, toronja y Valencia. Sigue en volumen el grupo formado por los trabajadores industriales” de las empacadoras, jugueras y gajeras; la actividad de éstos cubre un período mayor pero aleatorio, pues estas “fábricas” elaboran también cítricos procedentes de Veracruz, San Luis Potosí, Tamau- lipas; piña de Oaxaca, ciruela de Colima, etc. Y, finalmente, el grupo menos numeroso es el de los trabajadores permanentes de las huertas, dedicados a las tareas de mantenimiento: riego, poda, aplicación de fertilizantes y plaguicidas, etc.
no
Los pizcadores
Es difícil estimar la cantidad de trabajadores involucrados en esta actividad; nuestras informaciones, más o menos precisas según los municipios, indican que hay alrededor de 2500 a 3 000 pizcadores en toda el área, aunque no todos trabajen simultánea ni regularmente a lo largo del período de labores.
Reconocen básicamente un doble origen: por un lado los que provienen de los ejidos cercanos y por otro los “po- sesionarios urbanos” de las cabeceras municipales. Los primeros son hijos de ejidatarios que, como fuerza de trabajo, exceden estacionalmente a las necesidades de cuidado de las parcelas; también es frecuente encontrar entre los .pizcadores a titulares de parcelas, que complementan con el salario recibido los ingresos originados en la agricultura ejidal (tanto comercial como “de subsistencia”), y los provenientes de las distintas actividades de su gru'po doméstico (venta de fuerza de trabajo de los hijos e hijas, venta de productos del solar y autoconsumo de los mismos: puercos, gallinas, una vaca, etc.). Finalmente, hay un grupo menor, los avecindados, nombre que reciben los hijos o parientes próximos de los ejidatarios que viven en el ejido sin tener parcela. Los avecindados son esencialmente asalariados eventuales, trabajan tanto en la pizca de la naranja como en los ranchos ganaderos, en la siembra y cosecha de cártamo y otros cultivos comerciales, en la construcción y * en lo que se ofrezca”.
“Trabajamos a como cayera. No es que estemos más dispeross, pero, ¿cómo diría yo?, toda esa gente que por ahí está, son gente de las orillos, de los ranchos, vienen de los ejidos, casi puro ejidales, toda esa gente” (entrevista, pizcador “profesional”)
Los posesionarlos urbanos siguen llamándose así a pesar de que lo normal es que sus “posesiones” estén regu-
lanzadas por las autoridades municipales. No pasa mucho tiempo entre la instalación o ampliación de una colonia (en realidad: un barrio), y el momento en que las distintas fuerzas políticas (todas “oficiales”) consiguen de los alcaldes el arreglo de la situación, previo pago del terreno que ocupan. En general carecen de todos los servicios, siendo la luz el primero y único que suelen tener. Provienen de las haciendas y ranchos que expulsaron a sus trabajadores en el proceso de cambio de la actividad azucarera a la citrícola; tienen sus “derechos a salvo”, pero ninguna posibilidad de conseguir una parcela en el área., Dispersan el trabajo de sus grupos domésticos en una multitud de tareas, no siempre asalariadas, y complementan sus ingresos con “ayuda” que reciben de sus parientes en los ejidos o “del otro lado” Al igual que los ejidatarios, son un grupo importante en la composición de los migrantes “indocumentados” a Estados Unidos y todos ellos tienen parientes, amigos y vecinos ya asentados “del otro lado”. Obviamente, usan estas relaciones en todo lo que pueden para facilitar la migración, conseguir empleo, cambiar de trabajo, etc.
Dentro de este segundo grupo, hay unos pocos piz- cadores “profesionales”, i.e., hombres que solamente trabajan en la pizca de la naranja, moviéndose por un espacio que incluye las áreas citrícolas de Nuevo León, Ta- maulipas y Veracruz. Esto supone un trabajo extremadamente duro, pues deben “ahorrar” durante el período de trabajo para poder “aguantar” los cinco meses de desempleo.
La tarea de los pizcadores consiste en recolectar la fruta del árbol y echarla en los colotes que, llevados a las sendas, serán descargados en las carretas; éstas sacarán las frutas hasta los caminos vecinales donde esperan los camiones; de allí llegarán a las empacadoras. Es una dura
tarea, wun acabadero de ropa”, pues las ramas secas rasgan hasta la piel; y ellos mismos deben llevar los instrumentos de trabajo: colote y escalera son indispensables y quien no los posea debe alquilarlos en los negocios que los tienen especialmente para estos casos. En general dichos negocios son pequeñas tiendas situadas en las proximidades de los “mercados de fuerza de trabajo”, i.e., las plazas de los pueblos en que se reúnen desde la madrugada los pizcadores en espera de que lleguen camionetas de los coyotes o de las empacadoras buscando una o más cuadrillas “para la huerta de Fulano”. La cuadrilla es algo más que una unidad de fuerza de trabajo, ya que normalmente se integra de manera no formalizada entre trabajadores que son, antes, parientes, vecinos, amigos, “hermanos” de la misma secta protestante. La cuadrilla es, de hecho, un tipo de organización primaria que incluye el trabajo, pero también la ayuda mutua, la solidaridad inmediata y firme con los compañeros. El jefe de cuadrilla, apenas un trabajador más, es quien se encarga de reunir los hombres cuando el trabajo es solicitado, de controlar el peso de lo pizcado, de recibir el dinero y repartirlo entre sus compañeros. En la temporada 77-78, el promedio que estimamos de salario fue de alrededor de $200 a $250 diarios... ¡los días en que se trabaja!4 Las cuadrillas se integran, con variantes locales, con un mínimo de 7 y un máximo de 15 trabajadores; cuando se trata de pizcar en otros estados o muy lejos del lugar de residencia, el contingente de trabajadores se integra generalmente con dos o tres cuadrillas completas, que sólo ocasionalmente incorporan trabajadores aislados.
Los asalariados “industriales*.
La cantidad de trabajadores de las empacadoras es ligeramente inferior al número de pizcadores (2000?), pe-
ro más concentrados pues se reparten entre las 30 empacadoras de la zona citrícola de Nuevo León. Es una fuerza de trabajo mayoritariamente (abrumadoramente) femenina que reconoce un grado bastante simple de división del trabajo. También es mayoritariamente joven: es frecuente encontrar “empacadoras” a partir de los 14 años e incluso niños que ayudan en limpieza y acarreo. Su origen es semejante al de los pizcadores y, a pesar de lo que ellas mismas consideran, el trabajo es tan “eventual " como el de aquellos, pues aunque permanezcan más tiempo con un solo patrón, el trabajo no cubre más que nueve meses del año. No entraremos en detalles acerca de estos tiabajadores, a quienes ya hemos analizado anteriormente (Gatti et al.'). Hay, sin embargo, un fenómeno que quisiéramos destacar: el trabajo en las empacadoras es un buen “antecedente” laboral para conseguir trabajo en las maquiladoras de la frontera con Estados Unidos. Se observa en esto un proceso de transferencia de fuerza de trabajo, pues el objetivo de “irse pa Reynosa” no es estrictamente trabajar en las maquiladoras: emplearse en ellas significa conseguir un certificado de residencia y trabajo, papeles indispensables para obtener “la mica” y poder pasar “al otro lado” sin recurrir a traficantes de fuerza de trabajo (polleros). Este procedimiento permite a las maquiladoras (e indirectamente a las empacadoras) mantener salarios mínimos o por debajo del mínimo, a costa de un reciclaje permanente de la mano de obra: en la imagen de los trabajadores, puede valer la pena “aguantar” un par de años entre empacadora y maquiladora para conseguir pasar a Estados Unidos a ganar en dólares... y poder ayudar a la familia que queda en los ejidos, en los
Las relaciones laborales están fuertemente cargadas de patemalismo y claramente personalizadas, lo que cons
tituye un factor fundamental para la sindicalización de los trabajadores. De hecho* ni los sindicatos “rojos* (C T M ) ni los “blancos” (patronales) entran en una empacadora sin acuerdo previo entre patrones y dirigentes sindicales. Y más de la mitad de las empacadoras carecen de sindicato, unas pocas tienen sindicato “blanco" y otras menos “rojo”.
Los salarios, tomando en cuenta un promedio anual Sobre los meses trabajados, oscilan entre 900 y 1 300 pesos mensuales según la posición en el trabajo (empacadora, apuntadora, seleccionadora, etc.).
Los empatronados
Los empatronados son los obreros permanentes de las huertas, y se alegran de las mejoras que ven en la huerta como si fuera propia; están absolutamente seguros de las bondades de su posición asalariada y hacia ellos se dirige, ahora, un esfuerzo deliberado de sindicalización. Podemos decir sin dudas que, debido a las entradas seguras y regulares (Gatti et aZ.) que tiene este grupo, y al “préstamo” de tierras que los patrones les hacen para que siembren cultivos de subsistencia, su posición económica es ligeramente mejor que la de los eventuales urbano-ejida- les y que la de los asalariados “industriales”.
Se dedican a mantener “en buena estado” las huertas durante todo el año, lo que implica que un día pueden ser deshierbadores, otro removedores de tierra, otro abrecanales, etc., siempre dispuestos a que la tierra del patrón produzca. Están orgullosos de ser empatronados, término con el que se designan a sí mismos. Comentan de los campesinos que prefieren la inseguridad y “la batalla" (batalla por la subsistencia, por el sustento de la familia).
Los patrones son “buenos” con ellos y “hasta nos han metido al Seguro, que si no, aquí nos moríamos sin ver a un doctor”.
Se les paga el salario mínimo, $600 por semana (marzo 1979) y se les “presta” una pequeña parcela de una o dos hectáreas en el temporal de la huerta, “de la que el patrón no se queda con nada”. Los que tienen, rentan su carreta y su yunta y se emplean ellos mismos como carreteros, es decir, como los encargados de sacaT los cítricos que se han pizcado a los caminos vecinales. Con esto logran un ingreso adicional para la familia... sin contar con la “expulsión” de algunos de sus miembros, “exportados” a Reynosa para de allí conseguir pasar a Estados Unidos (Gatti et al.').
En realidad, es una fuerza de trabajo mínima, ya que, v.g., tres personas desempeñan todas las tareas (excepto la pizca) de huertas de 7 a 15 mil árboles, lo que puede equivaler a unas 1 200 has. Las huertas son llamadas por ellos y el resto de los componentes de las clases subalternas, haciendas, patentizándose ahí, en el lenguaje, la doble relación que tienen con los patrones y con la tierra como medio de producción. Si bien es cierto que la producción es capitalista, no lo es menos que las relaciones de producción muestran claros resabios no-capitalistas que persisten en la zona.
Salario y clases sociales
Hemos mostrado ya que los trabajadores de la plantación citrícola son casi exclusivamente asalariados, lo que equivale a decir que las relaciones de producción en ella son, también, capitalistas. Sin embargo, creemos que esto no es suficiente para caracterizar a estos trabajadores, asalariados, como un proletariado en sentido estricto.
Desde un punto de vista puramente económico, está claro que ni los pizcadores ni los trabajadores “industriales” obtienen del salario recibido lo necesario para la supervivencia. En todo caso, este salario es sólo un salario directo (Meillasoux, 1976) que cubre apenas la reposición inmediata de la fuerza de trabajo desplegada durante el proceso productivo. La reproducción de la fuerza de trabajo, elemento esencial en el sistema, está garantizada, por el contrario, por las unidades domésticas... y éstas se rigen por una lógica y un cálculo económico diferente al capitalista. Este hecho, que resulta evidente en el caso de los ejidatarios y sus familiares, puede no serlo tanto para el caso de los eventuales “urbanos”, ya sea que trabajen como pizcadores, ya como obreros de las empacadoras. Pero vuelve a serlo si se toma en cuenta que estos eventuales también conforman un grupo doméstico que completa sus precarios ingresos con la cría de gallinas, puercos, comercio al menudeo, ayuda que reciben de sus parientes en los ejidos y ranchos, etc. La organización campesina sigue primando en estos grupos, con la única y sustancial diferencia de que el capitalismo precisa explotar más fuerza de trabajo por cuyo costo de re-producción no haya pagado... y para eso recurre a salarios de miseria; estos grupos resisten al capitalismo apelando a sus vínculos y tradiciones campesinas.
Los empatronados plantean otro problema; si bien es cierto que tampoco el salario es para ellos el único ingreso (¡parcela y solar “prestados” por el patrón!), en cambio debe enfatizarse en su caso que el total de sus ingresos depende de su vinculación con el patrón. Esto puede plantear un sistema caracterizado como “tradicional”, “atrasado” de relaciones de producción, pero no un carácter no capitalista a estas relaciones. Paralelamente la estabilidad de su trabajo y la dependencia hacia el patrón refuerzan su carácter de obrero permanente, estable.
En el terreno ideológico, los empatronados denigran a los otros trabajadores por la inestabilidad de sus ingresos y su ánimo de “batalar”; mientras que, especularmente, los otros trabajadores desconfían de estos apatronados que “sólo miran para el patrón”. Este es un problema complicado, pues a pesar de sus diferencias y distinta inserción en la producción, sus intereses objetivos coinciden, pero sirve también como muestra de la habilidad y poder de la burguesía agro-industrial para fragmentar ideológica y políticamente a las clases subalternas. Hemos mostrado en otros trabajos la identidad profunda (v.g., a nivel de las prácticas de las clases sobre el espacio) de estos grupos cuando se los enfoca con el concepto de clases subalternasf de clases cuyos intereses coinciden desde la óptica del cambio de una formación social (Gatti et ah); en cambio, analizados a nivel de clases correspondientes a modos de producción, se llega a un callejón sin salida donde, como máximo, puede llegar a plantearse una “alianza” abstracta, orientada a priori por una de las clases que condena a la otra —desde la propia “teoría”—, a su desaparición, más o menos pronta- o tardía.
La organización político-sindical de estas clases plantea el último problema. Y tiene algunas vertientes curiosas. En primer lugar es sintomático que en Montemore- los, cabeza de la zona citrícola, eje del mercado nacional de cítricos, nudo de las exportaciones nacionales de naranja, no exista ningún tipo de asociación sindical ni civil que agrupe a los pizcadores, mientras que sí existen sindicatos (rojos y blancos) en el sector “industrial” de la plantación. Casi a la inversa, en los demás pueblos de la zona (Linares, Allende, Hualahuises) no hay sindicato industrial, en sentido estricto, pero casi todos los pizcado- res están en alguna de las varias organizaciones sindicales. Se trata sin duda de políticas coyunturales que se da la burguesía agro-industrial de acuerdo a condiciones locales,
pero es posible ver en esto (i.e., en los dos casos) una coherencia destinada a reproducir el aislamiento de los trabajadores.
“. . . (los de la CTM ) presentaron una queja a las autoridades municipales para que no se nos permitiera trabajar a los que andaban libres, sólo a los que pertenecían a las uniones. Bueno, que nos dieron quince días para que nos disciplináramos. En eso... ¡no! en eso cae Ito y La Chiva, estábamos yo y La Chiva y entonces se formó la Unión de Trabajadores Naranjeros de la CNOP (entrevista con pizcador. Linares)
En los municipios en que los pizcadores están sindi- calizados, hay actualmente organizaciones pertenecientes a CTM, CROC, CGT y CNOP, siendo esta última, la sigla de las “organizaciones populares”, la que nuclea a mayor cantidad de trabajadores. Y aquí hay otra cuestión: la afiliación a estas organizaciones supone que el trabajador de la empacadora puede ser enviado, por la empresa y con el visto bueno del sindicato, a pizcar.
Si se observa bien, es daro que estas organizaciones son simples siglas sobrepuestas a la existencia de las cuadrillas: las distintas cuadrillas, formadas en base a lazos de parentesco, vecindad, amistad, etc., deben en algún momento respaldarse en una organización de los “aparatos del Estado” para negociar trabajo. La consecuencia de esta dispersión sindical es la transformación de las cuadrillas en una suerte de clientela cautiva de fuerza de trabajo. Quizás esta cautividad se vea más clara si, para terminar, tomamos en cuenta a los sindicatos de las empacadoras:
“. ..s e trata de un acuerdo entre la empresa y el sindicato; nosotros ponemos las instalaciones, los instrumentos de trabajo, la fruta y el compromiso
^>mprar la producción. El sindicato pone la
gente y el control sobre ésta” (entrevista: Jefe de Producción, empacadora en Montemorelos).
Este tipo de "acuerdos” remite, sin dudas, a la muy discutida cuestión de la manipulación y control de sectores del proletariado. Pero plantea contradicciones curiosas. En efecto, si bien es cierto que las empresas logran una masa disponible y supuestamente disciplinada (encuadrada por los aparatos del Estado) de fuerza de trabajo, no es menos cierto, por otro lado, que el control sindical es precario y apenas superpuesto a lazos de solidaridad más inmediata. Sin embargo, dada la creciente masa de fuerza de trabajo “excedente”, "marginal” en el contexto de una crisis financiera e industrial que concentra más la producción y, para lo que nos interesa, provoca desempleo en las áreas donde los “indocumentados” encuentran normalmente su “válvula de escape”. .. todo el sistema de control de este proletariado puede evaporarse, empezando por las organizaciones sindicales.
N O T A S1 Este trabajo forma parte del proyecto colectivo del CLSINAH
“Formas y procesos de articulación social en la plantación citrícola de Nuevo León". Fue presentado originalmente en el Primer Seminario Nacional de Sociología y Desarrollo Rural, celebrado en Chapingo, México, en julio de 1979.
2 En varios trabajos hemos abordado diferentes cuestiones que pueden resultar pertinentes para ampliar información. Véase Gatti et al., 1980. y Gatti, Cuello y Alcalá, 1980.
B I B L I O G R A F I A
G a t t i , L.M., C u e l l o , D. y A l c a l á , G . (1980) “Historia y espacios sociales” en Memoria del Primer Coloquio de Historia y Antropología Regional, El Colegio de Michoacán (en prensa).
G a t t i et al. (1980) "La plantación citrícola de Montemorelos”, México: CISINAH, Cuadernos de la Casa Chata (en prensa).
M e il l a s s o u x , C. (1976) Mujeres, graneros y capitales, México: Siglo XXI.