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LA INDIFERENCIA: ACERCA DE LA VIDA COMO CONCEPTO O
LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LA VIDA
Víctor González Osorno
En 1936, Charlie Chaplin dio a conocer una de sus obras más hermosas: Modern
Times, donde el personaje de Charlot aparecía en un ámbito nuevo de las
sociedades modernas: la industrialización de la vida. Desde las primeras escenas,
se refleja la vida de las personas que venden su fuerza de trabajo a los dueños
déspotas de las fábricas para no hundirse más en la miseria. Las características
de aquella fábrica eran la monotonía con que se laboraba, la presión que se
ejercía y las consecuencias lógicas de un trabajo así. Charlot no tenía una relación
humana con sus compañeros, mucho menos con su jefe, quien justificaba su
maltrato con la paga que proporcionaba. El dueño, para que sus trabajadores no
perdieran tiempo comiendo y lavándose, prueba una máquina que les suministra
todo esto, para que así no abandonen su puesto para nada. Charlot, al salir de su
turno, seguía moviendo los brazos robóticamente como si estuviese apretando las
tuercas de la fábrica. Todo esto retrataba, ya en 1936, lo que los tiempos
modernos estaban dejando a las grandes sociedades. Y todo esto no es más que
la puesta en escena de aquellas propuestas nacidas de la idea de progreso y la
razón ilustrada.
También por esos años, la realidad se convertía en noche helada y turbia,
noche y humo para judíos y todos aquellos «no-arios». Eran montados grandes
escenarios de muerte en Europa, de los que, con razón, aún se avergüenzan los
alemanes. Los intelectuales convocaban, los clérigos callaban, y así nacía la
historia que manifestaba cómo podían los hombres eliminar «lo humano» de
manera sistemática, a través del orden que da la razón, la técnica y la ciencia. En
los treinta, Estados Unidos, siempre racista, hacía lo suyo con los «negros», y en
otras partes del mundo se daban muestras de lo que la modernidad ilustrada, la
egocéntrica, podría traer para el hombre mismo.
Hoy en día, según atestigua el documental La pesadilla de Darwin (2005),
de Hubert Sauper, mientras en Navidad, franceses, norteamericanos e ingleses
comen uvas y pescado del Lago Victoria, las regiones de Uganda, Kenia y
Tanzania se reparten las armas que llegan de estos países, y familias enteras se
alimentan o de la guerra, o bien de los deshechos de las pescaderías
exportadoras. Y así, todos somos testigos, en todas partes del mundo, de la
manera como un tipo de pensamiento moldea formas de vida que desembocan en
la indiferencia. La indiferencia es el diagnóstico a partir del cual ha sembrado sus
reflexiones Ramón Kuri, pero las problemáticas que encierra son muchas: ¿Qué
es lo que permitió que esta historia haya surgido y se haya perpetuado en los
ámbitos más falsos, en las mascaradas, de las relaciones humanas? ¿Cómo se ha
podido lograr la diferencia radical entre aquellos que mandan y quienes
obedecen? ¿Cómo ha podido maquinarse la maldad? ¿Cómo se ha convertido el
hombre en el lobo del hombre?
En el fondo de todo esto, pienso, está una visión del mundo y un proceder
basado en ella que ha dominado la escena mundial: se trata de pensar, creer y
apostar que la existencia, que la vida de cada persona, puede ser representada (el
problema de la técnica para Heidegger), esquematizada y abstraída en su
esencia. Se trata de la conceptualización de la vida o la vida como concepto, como
número. Las consecuencias inmediatas de una posición así son la posibilidad de
manipular la vida de cualquiera, de superar cualquier barrera moral que logre el
trato del individuo bajo el respeto inherente a su persona. Ejemplo de estas
consecuencias son las guerras, la historia del holocausto, la venta de armas en
África, Afganistán y otros, y el retroceso político-social que significó ya la matanza
de Acteal (1994), en Chiapas, y otras comunidades en Guerreo o el Estado de
México; pero también es lo que permite las actuales «ejecuciones» aquí en
México, por el narcotráfico, y en todo el mundo.
Bajo este supuesto, analizamos ahora en qué se han convertido las
respuestas a estos problemas y acentuamos la tesis de La indiferencia, en tanto
que carácter social que ilumina al hombre moderno, lo que sigue permitiendo
estos y otros fenómenos que el Dr. Kuri desglosa en su obra. Se trata de la
autonomía que rescata el hombre de la modernidad, la idea de libertad y el énfasis
que ahora se hace en las diferencias. El hombre autónomo se convierte en eso
nada más, su libertad se desenvuelve como libertinaje y el énfasis en las
diferencias se vuelve pura indiferencia, manifestaciones todas del nihilismo.
Diagnóstico del presente: el problema de la indiferencia
La racionalidad europea, en la que aún creían Husserl (pensar el genio europeo1)
y Ortega (europeizar España), llevaba consigo el poder de lo irracional, las formas
y los actos en los que se hacía daño a cualquiera bajo los mínimos pretextos,
ideologías o fundamentalismos. Se trata pues de la expresión del nihilismo:
[…] el nihilismo nacido en Europa hace dos siglos que, negando el mal y cultivando su ignorancia, se expresa refinadamente no sólo en el hombre autónomo moderno que sólo sabe ser hombre autónomo, sino también cruelmente en las relaciones fundadas en la capacidad de dañar y destruir.2
El hombre autónomo que sólo sabe ser autónomo expresa el juego que la
Ilustración dirigió contra el pensamiento del Medioevo y que pronto, a pesar de
Kant, se convirtió en la capacidad del hombre de ser egoísta, de mantener sólo el
criterio de saber estar solo a pesar de los demás. El hombre autónomo, para Kuri,
es el hombre de hoy: individualista, cosmopolita, regionalista, tolerante, esteta,
informado, juguetón… «sin dogmas ni creencias sólidas». Y no es sólo el hombre
1 Reyes Mate, «Introducción», en Edmund Husserl, Invitación a la fenomenología, España, Paidós, 1998, p. 15.2 Ramón Kuri, La indiferencia, México, Ediciones Coyoacán, 2003, p. 9.
moderno europeo, sino los hombres de sociedades y países que, se dice, de
modernos sólo manifiestan la legalidad del libre comercio, una «democracia
discursiva» y los ideales de convertirse en «primer mundo». El hombre autónomo
conlleva una forma de vida que ahora es generalizada en países de
Latinoamérica, que expresa que no sólo se trata de la maquinaria que hace
posible el cuidado de uno mismo (egoísmo) a cualquier precio, sino de varias
estructuras que tienden hacia una idea de progreso marcado sólo por la técnica y
la economía. Esto ha logrado establecer una constante posibilidad de
desorganización social, expresada en las múltiples corruptelas, manipulación de la
ley, desvanecimiento de la política idealizada e indiferencia a las leyes
internacionales, como la de los Derechos Humanos.
A veces parece sobrada la crítica al egoísmo, que es la actitud del hombre
autónomo, pero es verdad que ahí, en la actitud del «ego», del mismo, que rinde
culto al presente, radica la fuerza con que ahora acontece el declive ambiental de
las sociedades contemporáneas: el problema de la eliminación de los deshechos
de las grandes ciudades, la sobrepoblación que sobre-contamina y se apropia de
más nichos ecológicos para asentarse, el uso descontrolado y egoísta de los
automóviles e industrias que contaminan la atmósfera, la tala de árboles,
contaminación de ríos y mares… y en general, un deterioro del medioambiente
que nos atrapa en un camino hacia la destrucción.
Por esta encerrada del yo en el puro presente –porque todo está hecho y
pensado, por eso no hay pasado ni futuro–, se da hoy en día una situación general
de desorientación que da pauta a esquemas de «superación personal», «medicina
alternativa», «terapias humanistas», entre otra serie de ofertas de vida que
aprovechan esa serie de dicotomías insuperables que enfatizan el sinsentido de la
vida y la posibilidad de encontrarlo en esquemas superficiales y egoístas, donde el
conocimiento de la historia y la conciencia de la existencia de los demás quedan
descartados. Se trata del énfasis en la diferencia, aquella que cierra y abre
caminos de «tolerancia» basada en la conveniencia de un «yo» que ha sabido
separarse de las respuestas que necesariamente tendría que dar como ser
humano. Éste, el de las diferencias que separan y encierran, es el camino de la
indiferencia.
En la indiferencia es fácil la entrada de la malformación incitada por los
medios de comunicación, la estupidez que reproducen y fomentan (caso big
brother y otros reallity shows).3 En la indiferencia es posible que todos seamos
libres e iguales, pero sólo porque, de una manera u otra, «todos podríamos ser
‹usuarios›». Si de pronto apareció la famosa tolerancia a homosexuales y
lesbianas fue porque sobre ellos dominó la mirada económica de los medios,
porque lograron mostrar que también ellos podían ser usuarios, buenos
consumidores, estetas del cuerpo. Por eso aún dudo de esa palabra «tolerancia»,
que reproduce tantas mascaradas que ocultan odio, racismo, jerarquías:
De este modo, en nuestra sociedad de masas de consumo, no hay lugar para la libre elección, sino apenas la ocasión de someternos una vez más (bajo la ilusión de la libertad) a los propósitos y despropósitos de los dueños del poder y de los medios de comunicación.4
Y es que la demanda de la racionalidad moderna e ilustrada, la autonomía
malformada del pensamiento moderno, reformado, logró que el hombre se
estableciera en un ámbito mutilador del espíritu humano: «A la espalda, las ruinas;
delante, el vacío». Esto es lo que de suyo fomenta nuestro énfasis y ansiedad en
la innovación, satisfacción inmediata y visceral que sólo la ciencia y la tecnología
ha podido brindar. El culto al presente es olvido de los ancestros, pero también,
del futuro, porque el progreso es progreso sin el pasado, alejamiento,
distanciamiento; y también es futuro pero de aquello de lo cual se echa mano para
progresar: la ciencia y la tecnología. De ahí que el progreso se convierta en el
3 Es importante mencionar aquí uno de los trabajos pioneros en Latinoamérica respecto de la influencia de los mass media en las diferentes culturas: se trata de Para leer al pato donald. Comunicación de masa y colonialismo, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. En él se muestra cómo se ha podido dar la transmisión de una ideología a través de una historieta y un negocio llamado Disneylandia. Este libro puso en la mesa el papel que juegan en los «colonialismos» los medios de comunicación y las consecuencias reales y efectivas en los consumistas.4 Ramón Kuri, La indiferencia… p. 12.
objetivo de la humanidad, «y no la humanidad en el objetivo del progreso». Es
éste el problema que Husserl trata en su conferencia del 35 «La filosofía en la
crisis de la humanidad europea», donde insiste que la separación entre los
científicos del espíritu y los de la naturaleza ha logrado que los primeros no tengan
avances ni seguridad científica, y los segundos, pierdan el sentido de sus
avances, es decir, olviden la base a la que deben estar dirigidos: el mundo de la
vida (Lebenswelt). De aquí parte también su crítica al psicologismo, que con sus
esquemas reduce la libertad a las funciones psíquicas del cerebro.
El hombre autónomo es un individuo que no se hace responsable de nada,
no encara, porque no es culpable, sólo presenta ansiedades, confusión, ansiedad,
locura, perturbaciones; es decir, enfermedades. El hombre autónomo representa
el individualismo y no la individualidad, se aísla en su propia esfera o en el sistema
que siempre está al asecho. Esto fue precisamente lo que permitió a Eichmann
(en los 60´s) y a otros nazis enjuiciados argumentar que no eran responsables,
pues sólo obedecían órdenes. Es decir, que al ser absorbidos por el mandato, por
el sistema (neutralidad y anonimato, Todo y Nada), la evidencia del «yo», del
individuo que puede ser responsable, se ve impelida por esfera que lo ha
absorbido. Pero por eso dirá después Sartre, en El existencialismo es un
humanismo, que el hombre está condenado a ser libre, precisamente porque bajo
esta condena jamás alguien podrá justificar su entrega al sistema o a su esfera
egocéntrica, que también evita responsabilidades.
El error ha sido creer que la autonomía ya se tiene; se nace autónomo y
sólo hay que reclamarlo. La autonomía en las sociedades actuales no es algo que
se tenga que conquistar, porque ya está ahí, por eso –dice Kuri– no es extraño
que «los jóvenes en su exigencia de independencia y autonomía sólo exijan
‹respeto›, o lo que es lo mismo: reconocimiento». Pero tampoco es de extrañar
que ahora «el respeto a la ancianidad sólo sea porque aquellos viejos han sabido
permanecer jóvenes, no porque la ancianidad merezca respeto por sí misma».5 Y
es que también, nuestros viejos, por este culto al presente, quieren siempre
5 Ibídem, p. 41.
mantenerse jóvenes, inclusive tratando de igualar el vocabulario o las expresiones
comunes de sus hijos o nietos. Con ello, pienso, se ha perdido el respeto y la
confianza en quienes han vivido y tienen toda la experiencia para ponernos a
pensar sobre nuestra propia vida. La tradición se pierde, los posibles guías reculan
y el futuro se desmorona en un presente que ya no lo piensa porque le es
indiferente.
En una entrevista sobre su libro Modernidad líquida,6 el sociólogo Zygmunt
Bauman sostiene que los tiempos de hoy son, precisamente, de la modernidad
líquida. Los líquidos, dice, tienen la propiedad de no poder mantener su forma y
ser vulnerables. La modernidad líquida se refiere a esta manera de habitar el
mundo en el presente, en el que toda relación humana es volátil. Según este
sociólogo, la sociedad –cualidad imaginaria en que se desarrollan el poder y la
política– está siendo atacada en la actualidad por dos frentes: por el poder que se
evapora hacia arriba («el dominio de los negocios extraterritoriales») y por la
política, que se encamina hacia el espacio de las fuerzas del mercado. Con ello se
ha debilitado la solidaridad social, por el sentimiento de que uno está solo
(individualismo) y que no se puede hacer nada como sociedad, por lo que hay que
enfocarse a uno mismo siendo «competitivo». La competencia, el trabajo en busca
del éxito (que se busca a costa de cualquiera) provoca, en general, la «fragilidad
de los lazos humanos».
En esta sociedad líquida, la felicidad corresponde a momentos cortos, a
encuentros breves. No se deriva de una «consistencia, la cohesión, la lealtad y el
esfuerzo a largo plazo que sostenían la mayor parte de los filósofos modernos».
Las condiciones de competitividad, individualidad y constante cambio no permiten
que se logren esas líneas de responsabilidad y compromiso que requiere el
establecimiento de la amistad o el amor. Así, la vida que mantiene y fomenta el
hombre autónomo, a través de los mass media sobre todo, es líquida, porque todo
proyecto de futuro se desvanece en el solipsismo (individualismo). Todo es fugaz,
y eso nos hace indiferentes. Aquí todo pasa, pero no pasa nada.
6 «El imperio del individuo. Entrevista a Zygmunt Bauman». Entrevista de Juana Libedinsky, publicada en La Nación, Buenos Aires, 26 de Diciembre de 2004.
Responsabilidad y acontecimiento
Todo ello es la manifestación de la indiferencia: la vacuidad de las relaciones que
se dicen humanas pero que son sólo presentaciones de máscaras que excluyen
una relación cara a cara. ¿Qué significa esto? Una relación donde el otro se
presenta bajo un sentido original de la presencia, como fenómeno concreto y real
que no puede ser determinado, aprehendido en el concepto, como cosa en el
mundo. Precisamente lo que da sentido al otro es su extrañeza constante a la que
no se puede representar, su participación en el mundo como un espíritu que
aparece, da la espalda y regresa en un constante cuestionamiento al que hay que
responder (ser responsables). Sin embargo, siguiendo a Levinas, hay que pensar
que esta responsabilidad no es una decisión que venga de mí, porque eso no sale
de la idea de tolerancia a la que me someto porque quiero.
La responsabilidad ilimitada en que me hallo viene de fuera de mi libertad, de algo «anterior-a-todo-recuerdo», de algo «ulterior-a-todo-cumplimiento», de algo no-presente; viene de lo no-original por excelencia, de lo an-árquico, de algo que está más allá o más acá de la esencia. La responsabilidad para con el otro es lugar en que se coloca el no-lugar de la subjetividad, allí donde se pierde el privilegio de la pregunta dónde.7
Este carácter por excelencia que determina de facto las relaciones humanas no
puede supeditarse al egoísmo que caracteriza a la sociedad neo-liberal, a la masa
que se autoflagela como reflejo de su adicción al televisor, que dirige la mirada
hacia la superficialidad de los problemas, precisamente para que no se vea el
fango y se deje de ser optimista (aquel que gasta pensando en que podrá pagar
algún día o que para eso es la vida), buscador del éxito (avasallador economista o
contador, que sabe la manera de explotar, ser explotado y trabajar para el
explotador, sin importar que por ello familias enteras se queden sin comida
suficiente o medicamentos imprescindibles).
7 Emmanuel Levinas, Otro modo que ser o más allá de la esencia, España, Sígueme Salamanca, 2003, p. 54.
La responsabilidad para con el otro interrumpe el pensamiento del ego que
mantiene la idea de que todo es representable, medible, expresable, cognoscible;
que la vida es manifestación de esencias que crean leyes, y de leyes que
mantienen el saber del mundo. Sin embargo, es la experiencia del otro que nos
provoca, «es la desnudez del rostro del otro que me interpela a la respuesta, a la
responsabilidad, y que por lo mismo carece de fundamento, pues la relación con el
Otro es gratuita; es decir, infinita»8. El otro representa, en ese sentido, no aquel
que es diferente a mí y al que «tengo que» respetar, porque esto ya es
representarlo (ser-otro) y agregar a la relación humana la posibilidad de
jerarquizar. Pero el otro, «en su irreductibilidad y exterioridad, es el origen de
sentido».
Hoy, esto pasa desapercibido, pues domina el Mismo, la mismidad, el
individualismo… el nihilismo. Las consecuencias son evidentes y las reflejan muy
bien un país como el nuestro. Aquí, las primeras preocupaciones de cada año de
legisladores y demás burócratas-políticos es agenciarse las vendimias del poder.
Lo menos importante son los otros, aquellos ajenos al ámbito en el que todo se
decide y se piensa para la masa, para los números en las pantallas, para las
gráficas; ésas son las representaciones que han hecho de la política y los
ciudadanos comunes y corrientes, trabajadores en verdad, dos ámbitos
completamente separados. En el primero se encienden las peleas constantes por
gobernar, es decir, por obtener el control del sistema que se ha gestado desde
hace varios años, pero que se hizo descarado y sin vergüenza hace pocos años:
el estado como empresa.
Esta estructuración del estado lo ha convertido en regulador y opresor, poco
menos, defensor de los ciudadanos que lo forman. La historia que no se cuenta va
por ese rumbo, desde lo local hasta lo federal, desde los sindicatos hasta los altos
mandos; dirigiendo y cobijando pero también criticando y atacando los mismos
males, aclarando y confundiendo hasta el cansancio, de tal manera que la
población, de tanta confusión, se resguarde en su casa, frente al televisor, en
8 Ramón Kuri, La indiferencia… p. 70.
familia. Se trata de una mescolanza tal, que la barbarie, la mutilación, la
enfermedad… el mal vagabundea por las esquinas, como antigua leyenda que ha
recobrado nuevos bríos y amenaza ya con ser más que una pesadilla.
Conceptualizar al otro, la vida de cada individuo, es decir, tratar al hombre
como objeto (tatuarlo con números, como le hicieron a los no-arios, fue un modo
de cubrir su rostro; aniquilamiento de la conciencia9) es manifestación del egoísmo
que hoy reina e impide la responsabilidad de habitar un mundo, que también nos
exige trabajar por el bienestar y supervivencia de los demás. Convivir y dialogar
con los demás es un riesgo (por la posibilidad del mal, de la violencia), pero
también es una oportunidad importante para practicar el respeto y la
responsabilidad. La convivencia es una apertura del caparazón del ego que logran
la hospitalidad y la acogida. Hay un sujeto que recibe, pero no es quien determina
(representa o conceptualiza):
[… ] abordar «a Otro», abrirse al Rostro en la palabra, nombrarlo significa no sólo acogerlo y darle hospitalidad, sino que en el mismo instante de acogerlo, el Rostro del otro es por sí mismo desbordamiento de lenguaje: resistencia a toda tematización.10
El pensamiento que todo lo atrapa, el que rinde culto a la autonomía y al egoísmo
que lo alimenta; el que conceptualiza la vida y pide que su buhardilla sea
respetada, no puede más que fundirse en los esquemas que lo subliman y lo
mantienen aislado, indiferente. Mantenerse en esta indiferencia es mantenerse sin
pasado y sin futuro, es maquinar un ambiente de agonía, en el que se escapa toda
posibilidad de superar o saber asumir coherentemente la indiferencia con que la
naturaleza nos responde.
9 Alain Finkielkraut, La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX, España, Anagrama, 1998, p. 62-86.10 Ramón Kuri, ¿Por qué hay mal y no, preferiblemente, bien?, México, Ediciones Coyoacán, 2005, p. 207.
BIBLIOGRAFÍA
FINKIELKRAUT, Alain, La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX, España,
Anagrama, 1998.
HUSSERL, Edmund, Invitación a la fenomenología, España, Paidós, 1998.
KURI, Ramón, La indiferencia, México, Ediciones Coyoacán, 2003.
___, ¿Por qué hay mal y no, preferiblemente, bien?, México, Ediciones Coyoacán,
2005.
LEVINAS, Emmanuel, Otro modo que ser o más allá de la esencia, España,
Sígueme Salamanca, 2003.
LIBEDINSKY, Juana, «El imperio del individuo. Entrevista a Zygmunt Bauman»,
publicada en La Nación, Buenos Aires, 26 de Diciembre de 2004.