Eloy Alfaro Memoria Insurgente
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Hugo Chávez Frías Comandante Presidente de la República
Bolivariana de Venezuela
Rafael Correa Delgado Presidente de la República del Ecuador
Ramón Torres Galarza
Embajador del Ecuador en Venezuela
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Eloy Alfaro Memoria Insurgente
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Hugo Chávez Frías Presidente de la República Bolivariana de Venezuela Erika Farías Peña Ministra del Poder Popular del Despacho de la Presidencia Norys Valero Altuve Directora General de Gestión Comunicacional Raúl Tamarís Estrada Director de Archivos y Publicaciones Gladys Ortega Dávila Jefa de la División de Publicaciones
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Eloy Alfaro y la Revolución de Nuestra América Depósito Legal: lf23420119002350 ISBN: 978-980-253-492-0 2.000 ejemplares 1ra edición, Caracas, agosto 2011 Diseño y concepto gráfico general: David J. Arneaud G. Coordinación de producción y corrección: Embajada de Ecuador en Venezuela Portada: Pavel Egüez, Eloy Alfaro, 2011, óleo sobre tela, 180 x 90 cm. Agradecimiento al Fondo Editorial Fundarte FUNDARTE. Av. Lecuna. Edif. Tajamar. PH. Zona Postal 1010, Distrito Capital, Caracas-Venezuela Telfax: (+58-212) 5778343 - 5710320 Gerencia de Publicaciones y Ediciones
Índice PRESENTACIÓN
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Ramón Torres Galarza…………………….……………..…………………….. 1 PARTE I Rafael Correa Delgado…….……………………………….…………….…….. 1
El viejo luchador Eloy Alfaro, el primero en el corazón de su pueblo…….. 1 Ante el mausoleo del General Eloy Alfaro………………………….…….. 1
Juan Paz y Miño…….……………………………………………………………1
Eloy Alfaro y el liberalismo latinoamericanista…..…………………….….1 Enrique Ayala Mora..…………………………………………….…………….. 1
La revolución liberal ecuatoriana, breve perspectiva general (1895-1912)..1 Tatiana Hidrovo………………………………………………….…………….. 1
Alfaro y su revolución………………………........…………………….….1 Jorge Núñez………..………………………………………………..…………... 1
Eloy Alfaro: un revolucionario de talla continental………….…….…….. 1 Regino Sánchez Landrián……….…..……………….………………………... 1
Eloy Alfaro y la emancipación latinoamericana………………..….…….. 1 Carlos Rodríguez Andrade.………………………….…………………………1
Aporte de Eloy Alfaro en la formación del derecho público americano…… 1 Rodolfo Pérez Pimentel………………….……………..…………………….. 1
Biografía de Eloy Alfaro……………….………………………….…….. 1 Alfredo Pareja Diezcanseco………………………….…………………………1
La Hoguera Barbara (extracto)………………………………………...… 1 PARTE II Mensajes de Eloy Alfaro………………………………………………………...1 Campaña de Esmeraldas…………………………………..……………………1 Historia del Ferrocarril de Guayaquil a Quito………………….……………..1 Mensaje del Jefe Supremo de la República a la convención nacional……….1 Mensaje del Presidente de la República sobre liberación de derechos de aduana y las máquinas para la agricultura………………………………….....................1 Mensaje del Presidente de la República solicitando la protección especial a la mujer y participación a los empleos públicos………………………………………..1 Mensaje del Encargado del Mando Supremo de la República a la convención nacional…………………………………………………………………………..1
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Mensaje Especial del Presidente de la República a la Asamblea Nacional sobre la ley de liberación de derechos sobre la importación de víveres………………...1 PARTE III CARTAS De Carlos González Borja, Fernando Sánchez y Felicísimo López para Cipriano Castro, José Santos Zelaya y Eloy Alfaro (Caracas 09/11/1900).......…………………………. 1 De Felicísimo López para Eloy Alfaro (Brooklyn 24/02/1902)………….………... 1 De Eloy Alfaro para Carlos Freile Zaldumbide (Guayaquil 08/10/1902).............. 1 De Felicísimo López para Eloy Alfaro (Brooklyn 07/03/1902)……………………1 De Eloy Alfaro para Baltasar T. Arauz (Guayaquil 08/11/1902)………………....1 De Felicísimo López para Eloy Alfaro (Brooklyn 31/10/1904)…………………....1 De Eloy Alfaro para Carlos Freile Zaldumbide (Guayaquil 26/11/1902)………...1 De José María Borrero para Eloy Alfaro (Cuenca 25/12/1902)…………………..1 De Eloy Alfaro para Carlos Freile Zaldumbide (Guayaquil 22/10/1902)………..1 De Antonio J. Restrepo para Eloy Alfaro (Nueva York 16/09/1901)…….………1 De Eloy Alfaro para Subsecretario de Estado en el Despacho del Interior Don José de Lapierre (Guayaquil 28/10/1895)…………………………………………………1 PARTE IV Poemas a Eloy Alfaro
Jorge Carrera Andrade………………………........................................… 1 José María Vargas Vila……………………………………..................… 1 Nelson Estupiñán Bass………………………………………..............… 1 José Regato…. ………………………………………............................… 1 Benjamín Carrión……………………………………….......................… 1 Pedro Jorge Vera……………………………………….........................… 1
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Presentación
Los procesos para recuperar nuestra memoria histórica, nos permiten saber
de donde venimos para orientarnos hacia donde vamos, al hacerlo, desarrollamos
una virtud, gozamos de un atributo, que como seres humanos tenemos para
determinar los referentes del origen y el destino de nuestros propósitos y actos.
Por esto recuperar para la memoria contemporánea, la significación de Eloy
Alfaro, El Viejo Luchador, nos permite a los ecuatorianos y latinoamericanos
conocer y valorar en el presente, en este siglo, el por qué sus causas siguen siendo
nuestras.
La lucha e insurrección liberal en el Ecuador se desarrolló entre 1884 y 1895,
año en que las fuerzas liberales obtuvieron su triunfo definitivo. Alfaro ejerció la
Presidencia del Ecuador durante dos períodos 1895-1901 y 1906-1911. Su liderazgo
e influencia se extendió desde 1895 hasta 1912, año en que fue vilmente asesinado
y arrastrado por las calles de Quito. En 1883 proclamaba: Si no por gratitud, por
patriótica conveniencia debemos esforzarnos en tributar homenaje de reconocimiento a
nuestros ilustres progenitores del 10 de agosto en Quito y el 9 de octubre en Guayaquil,
coronar la magna obra del Libertador Bolívar y del inmaculado Sucre, debe ser la aspiración
de todo hombre honrado y el fruto de nuestros patrióticos esfuerzos.
En 1879 cuando Nicolás Piérola asume el gobierno peruano, Alfaro
promueve la discusión sobre la necesidad de crear la Confederación de Estados
Sudamericanos.
En 1887 para honrar el sueño del Libertador, pacta con el Presidente de
Venezuela, General Guzmán Blanco, una alianza ofensiva y defensiva, que sirva de
fundamento para la reconstitución de la Gran Colombia, bajo las bases de un
sistema Federal, o de la Confederación, y en guarda de la dignidad y recíprocos
intereses de ambos países. En 1889, Alfaro recibió la visita del general Joaquín
Crespo, que había ejercido la Presidencia de Venezuela, acordando brindarse
mutua ayuda para la implantación del liberalismo.
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Alfaro en 1890, ante el inminente conflicto armado entre Guatemala,
Honduras y El Salvador, intervino buscando la conciliación y logró con éxito
reunir en el puerto salvadoreño de Acajutla un Congreso Centro Americano de
Plenipotenciarios, que propuso las bases del acuerdo de paz aceptadas por los
gobernantes, lo cual provocó reconocimiento general al líder ecuatoriano.
La Asamblea Nacional nicaragüense, en decreto de 1895 y “en atención a los
altos merecimientos personales del señor don Eloy Alfaro y a los grandes servicios
prestados por él a la causa de la democracia en la América Latina”, le confirió el
grado de “General de División del Ejército de la República”.
Joaquín Crespo por Venezuela, José Santos Zelaya por Nicaragua, Juan de
Dios Uribe por Colombia y Eloy Alfaro por Ecuador, suscriben un Tratado,
conocido como “Pacto de Amapala”, por el que se comprometen a la ayuda mutua
en beneficio de la causa liberal, los dos primeros ya como gobernantes en sus
respectivos países.
Así sucede también el apoyo alfarista a la lucha de Maceo y Martí por la
independencia de Cuba, y el respaldo a Venezuela contra las pretensiones inglesas.
En otro de sus intentos de reunificación de los países latinoamericanos, se
busca convocar en 1895-1896 a un encuentro de delegados en México para elaborar
un Derecho Público Americano, en el que se replantee los alcances de la Doctrina
Monroe.
Don Eloy pensó, sintió y actuó sobre los procesos de la Revolución como
una necesidad de toda Latinoamérica, su comprensión sobre la integración, el
papel del estado, el ejercicio de la soberanía y autodeterminación de los pueblos y
las naciones, el ser honrado en el manejo de los fondos públicos, la responsabilidad
de la prensa, la promoción del desarrollo industrial, la concepción del comercio
entre los pueblos, la dotación de infraestructura estratégica, la ilegitimidad de la
deuda externa, la necesidad de políticas públicas, la defensa del laicismo, el
reconocimiento de los derechos de la mujer y del trabajador, constituyen principios
en su quehacer, que hoy orientan el imperativo histórico de una transformación
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radical, profunda y en democracia de nuestros estados, economías y sociedades. El
Viejo Luchador en medio de su revolución complementaba radicalidad con
racionalidad democrática.
Eloy Alfaro desarrolló una permanente capacidad de solidaridad, de
consecuente complicidad y activa conspiración insurreccional en las causas de
liberación de América Latina, al admirar profundamente el pensamiento y la
práctica del padre Libertador, activo procesos en distintos momentos y
circunstancias en Argentina, Cuba, Colombia, Costa Rica, Chile, Guatemala,
México, Panamá, Honduras, El Salvador, Uruguay y Venezuela. Sin duda su
pensamiento es precursor de nuestras iniciativas de integración contemporáneas
en la Alianza para los Pueblos de Nuestra América ALBA; La Unión de Países
Suramericanos UNASUR; y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del
Caribe CALC.
Por todo esto somos alfaristas somos bolivarianos.
Por algunas de sus causas perdidas lo llamaron el general de las derrotas y
frente a ellas, consideraba que la dimensión humana se mide al enfrentarlas al
decir: no hay que abatirse por nada; aunque el mundo se venga abajo, el hombre debe de
permanecer impasible y ser siempre superior a su propia desgracia….El grande es
precisamente grande porque es favorecido por su mala suerte a la cual combate
victoriosamente.
Decimos con el compañero Presidente Rafael Correa en uno de sus
memorables discursos que recogemos en esta publicación:
“Vamos a seguir sus huellas, Comandante Montonero. En esta hora de
esperanza y de concreción de los sueños democráticos, le decimos lo que le escribió
Remigio Romero y Cordero:
Tranquilo, tranquilo, mi General Por más que el odio de algunos
agite su negro mar; por más que torvas pasiones
revueltas en huracán quieran golpearte en la frente
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tranquilo, mi General. Estamos aquí, en su pueblo, mi general, y ante su osamenta, juramos
defender la Patria. Nunca más, mi general, esta tierra será víctima de opresores;
nunca más será hacienda de los poderosos; nunca más será humillada ni pisoteada;
esta es la Patria altiva, libre y soberana que juramos defender con la vida,
¡tranquilo, mi General!”.
Resignificar a Eloy Alfaro, para nuestras nuevas batallas, nos permite
comprender la importancia de valorar y dar continuidad a los logros que la
independencia, la revolución liberal y la liberación nacional nos legaron y nos
comprometen para actuar en consecuencia.
Esta memoria se recoge por una iniciativa conjunta de la Embajada del
Ecuador en Venezuela con el Fondo Editorial Ipasme del Ministerio del Poder
Popular para la Educación. Esta publicación se divide en cuatro partes, que
sistematiza textos inéditos y otros creados en distintos momentos y publicaciones
anteriores, escritos, poemas y discursos con aportes de: Rafael Correa Delgado,
Juan Paz y Miño, Enrique Ayala, Tatiana Hidrovo, Jorge Núñez, Regino Sánchez
Landrián, Carlos Rodríguez Andarade, Rodolfo Pérez Pimentel, Alfredo Pareja
Diezcanseco, y poemas de: Jorge Carrera Andrade, José María Vargas Vila, Nelson Estupiñán
Bass, José Regato, Benjamín Carrión y Pedro Jorge Vera.
Este libro de fecunda creación colectiva sólo es posible en tiempos de
revolución, por eso el reconocimiento profundo al Gobierno y al Pueblo
Bolivariano por permitir que el Ecuador en Venezuela honre en memoria de
insurgencia presente a Eloy Alfaro Delgado.
Ramón Torres Galarza
Embajador del Ecuador en Venezuela
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PRIMERA PARTE
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Familia de Alfaro
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El que no sabe obedecer,
no sabe mandar.
Esta regla es casi infalible,
según he podido observar
en mi vida pública y privada.
Eloy Alfaro
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Rafael Correa Delgado
PRESIDENTE DEL ECUADOR
Discurso pronunciado en Montecristi en el aniversario
del Natalicio de Eloy Alfaro
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Quito, 25 de junio de 2007
Hoy, 25 de junio de 2007, conmemoramos la fundación de Manabí como
provincia, hecho sucedido en 1824, y el mismo día, 18 años más tarde, el natalicio
de Eloy Alfaro, en la ciudad que era entonces capital de la provincia, esta bella
Montecristi, de nombre poético y de fecundidad histórica.
José Eloy, hijo de Manuel Alfaro y Natividad Delgado, se inició en la lucha
política motivado por circunstancias graves para el país. La suscripción del
Concordato que sometió la voluntad nacional a las conveniencias de la Santa Sede;
las gestiones del gobierno con el objetivo de que el país pasara a ser parte de un
protectorado francés, entre otras situaciones, despertaron en Alfaro ideales que
jamás abandonaría. Otra casualidad significativa se manifiesta el día 5 de junio.
En 1864, en Colorado, sitio cercano a Montecristi, Alfaro tomó prisionero a
Salazar, representante de García Moreno, y 31 años más tarde, se dio el gran
triunfo de la Revolución, con el nombramiento de Alfaro como Jefe Supremo.
Quizá más que coincidencia, es la constatación y el testimonio de una vida entera
entregada a la lucha por la transformación de la República.
Su relación intelectual con Juan Montalvo, cuando ambos estaban exiliados
en Panamá, contribuyó a la formación doctrinaria de Alfaro. También desde el
inicio de sus actividades políticas, siempre comprometidas con la insurrección,
Alfaro fue denostado, vejado y ultrajado. Desde las sentencias de “cabecilla sin
gente” hasta prisiones y destierros. En defensa de Alfaro, en 1878, Montalvo
escribió: “Si Veintimilla supiera con qué hombre está haciendo lo que está
haciendo, por bronco que sea su corazón, se moriría de vergüenza”.
Hoy, en su pueblo de Montecristi, el gobierno de la Revolución Ciudadana
rinde tributo a la figura más trascendente de nuestra historia republicana. Y lo
hacemos con plena conciencia y convicción de que la obra de Alfaro, truncada por
manos asesinas, por contubernios e intereses colusorios, debe continuar y
profundizarse. Por eso dijimos, sin vanidad, pero con enorme voluntad, el día de la
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posesión, el pasado 15 de enero: que a nadie le quepa duda nuestro gobierno será
bolivariano y alfarista.
Cuando las transformaciones son verdaderas, y no simples maquillajes, se
enfrentan a poderes invisibles, a titiriteros que actúan tras el telón y que se escudan
en voceros y portavoces sumisos. Así sucedió con Alfaro y la feroz campaña que la
prensa reaccionaria impulsó contra el Viejo Luchador.
Si por un lado apoyaban a Alfaro figuras de dimensión mundial y
continental, como Rubén Darío y Vargas Vila, las huestes conservadoras apoyaban
libelos, pasquines y publicaciones infamantes contra el General.
César Borja -quien firmaba bajo el seudónimo de Metacarpo-, y César Larrea
Donoso (fundador del Banco del Pichincha) aupaban publicaciones que, a la luz de
la historia, nos parecen bien conocidas, porque encontramos en ellas la misma
desinformación, calumnias y virulencia que cierto sector de la prensa y la
televisión exhibe contra los postulados y las conquistas de la Revolución
Ciudadana de hoy.
Compatriotas: al mirar la historia del Ecuador nos encontramos con situa-
ciones y acontecimientos que parecería que han sucedido ayer. Escuchen lo que
decía Alfaro en un manifiesto de 1907, hace exactamente un siglo: “La prensa sedi-
ciosa, satisfecha de su obra nefanda, porque obra de ella es esta situación anormal
de la República, redobló sus ataques contra la administración, que la toleró hasta el
absurdo...”. No es una simple coincidencia o casualidad del destino, es la misma
infamia, la misma calumnia que hoy se regodea al mentir, la misma patraña tejida
por los hilos invisibles de la oligarquía.
Con la mayor humildad, y reverente ante Alfaro, asumo sus palabras como
un credo: “Considerarme capaz de apostatar de mi credo político a trueque del
poder, no solo es el mayor de los absurdos, sino la ofensa más grave que puede
inferírseme...”, y la asumo como propia porque hoy, y gracias a la voluntad de
nuestro pueblo, sus mandatarios no vamos a retroceder, no vamos a claudicar
jamás de nuestros principios.
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Lo he manifestado en otras circunstancias, y hoy, en el pueblo de Alfaro, es
grato ratificarlo, lo que ahora sucede es que el poder atrabiliario se enfrenta al
poder ciudadano, y ahora ese poder ciudadano tiene un Presidente, no un testigo
de los atracos; ahora en nuestro país hay un Presidente, no un cliente sumiso de los
poderosos.
Se nos ha criticado también por dedicar recursos para construir la Ciudad
Alfaro, es decir, se nos critica por honrar la memoria del hombre más grande de la
Patria. Es hora de preguntarse entonces: ¿dónde estaban los criticones cuando la
partidocracia se llevaba el país en peso? Si hasta el agua ha sido convertida por la
Constitución de los sucretizadores en un bien privado. ¿Han dicho acaso algo los
censuradores sobre crímenes de lesa humanidad como la legislación que permite
privatizar el agua?
Pero se acabó... No vamos a permitir el regreso de los privatizadores,
muchos de ellos prestos para enlistarse en la misma Asamblea Nacional
Constituyente que denigraron.
Será el pueblo ecuatoriano el que en los próximos comicios vuelva a dar una
lección histórica a la partidocracia, a esa Sociedad que no tiene nada de Patriótica,
y al Partido Social que no tiene ni idea de lo que significa ser cristiano.
Aquí, y con mayor convicción que nunca, debemos recordar los lazos que
nos unen a la Revolución Alfarista, y si nos preguntan qué significa hoy ser
Alfarista, podemos responder:
Es defender la autodeterminación de los pueblos.
Es propugnar y promover la integración de los pueblos de América Latina,
tal como lo soñaran los Libertadores.
Es actuar con la mayor honestidad y transparencia en el manejo de los
fondos públicos.
Es propiciar la integración nacional y actuar a favor de los más necesitados y
vulnerables.
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Es la consagración de los derechos de las mayorías, y no la exclusividad del
uso de los bienes públicos para una minoría que se cree dueña de la historia y del
país.
Es reconocerse en el Socialismo del Siglo XXI y recordar que en el
Romancero Alfabético Alfarista, el poeta Remigio Romero y Cordero así lo declaró:
“Socialista Don Eloy”.
Es luchar contra el crimen organizado, porque es la hora de unir los
corazones generosos y ardientes para tener una Patria en la que la violencia sea un
mal recuerdo. Ya lo hemos dicho: ninguna conquista de la Revolución Ciudadana
servirá si la violencia, enajenante y perversa, sigue matando niños, si emboscadas y
complot siguen matando a gente inmensamente honesta como Irene Guerrón, y
vamos a luchar para que la justicia sea real y no una oratoria grandilocuente.
Alfaro decía: "Cuando desaparece la práctica de la Justicia, se viene al suelo
el edificio social que llamamos Nación". La Revolución Ciudadana asume ese
apostolado y ratifica sus convicciones, porque la Patria no es el Club de la Unión,
la Patria es de todos, hombres y mujeres, ancianos y niños, indígenas, mestizos,
cholos y chasos. La Patria es la mujer, y es bueno recordar ahora la figura
emblemática de Matilde Huerta Cedeño, nacida en Charapotó, primera mujer que
se incorporó al trabajo del Estado en la administración de Alfaro, en Octubre de
1895.
Repetimos con Alfaro: “Nada soy, nada valgo, nada pretendo, nada quiero
para mí, todo para vosotros que sois el pueblo que se ha hecho digno de ser libre”.
Por Alfaro y la Patria, Tierra Sagrada
¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!
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El hombre cobarde,
aún cuando sea de buena conducta privada,
es capaz de cometer cualquier infamia:
esa es la tutora imperiosa que convierte a los débiles
en instrumentos involuntarios del crimen.
Eloy Alfaro
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Rafael Correa Delgado
PRESIDENTE DEL ECUADOR
Discurso ante el Mausoleo del General Eloy Alfaro
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Montecristi, 30 de noviembre de 2007
La consecuencia de la Revolución Ciudadana, al seguir los pasos y las
huellas de soberanía, independencia y patriotismo de Alfaro, son prueba
fehaciente de la perennidad y vigencia de su ideario. José Peralta, en su obra “Eloy
Alfaro y sus victimarios”, acuñó frases lapidarias para quienes urdieron la página
más nefasta de la historia republicana: el asesinato del general Eloy Alfaro. Peralta
responsabiliza, con nombres y apellidos, a quienes actuaron motivados por “la
ingratitud y la inmoralidad política; las tendencias anarquistas más acentuadas y el
maquiavelismo más execrable; la traición y la perfidia”.
Esa página oscura e inquisitorial ha sido juzgada por la historia. La
reverencia del pueblo ecuatoriano al Viejo Luchador es, quizá, la mayor expresión
del repudio ante ese hecho execrable. El amor de los manabitas a la mayor figura
de nuestra historia republicana demuestra la trascendencia del pensamiento y la
obra del líder de la transformación de 1895, y la consecuencia de la Revolución
Ciudadana, al seguir los pasos y las huellas de soberanía, independencia y
patriotismo de Alfaro, es prueba fehaciente de la perennidad y vigencia de su
ideario.
Por eso, este día, en que sus restos regresan a la tierra donde nació, tiene
relevancia histórica. No es expresión de necrolatría, es el más vivo tributo a la
memoria del revolucionario; a la obra fecunda del estadista; el homenaje al ser
humano generoso, transparente y honesto que jamás repelió las montañas de odio
que se acumularon contra él. Este acto representa el reconocimiento al más grande
de los ecuatorianos, cuyos restos descansarán en la ciudad que lleva su nombre, y
que se convierte así en memorial de la vida, obra y heredad del General.
No debemos olvidar, en esta hora de esperanza, lo sucedido el 28 de enero
de 1912. Poderes colusorios e invisibles, expresados por títeres y portavoces de
grandes intereses se aliaron para disfrazar, con la máscara de levantamiento
popular espontáneo, una masacre premeditada y tramada por el poder de la
oligarquía.
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La muerte de Alfaro y sus tenientes, no fue fruto del fanatismo sectario,
como cierta historia oficial ha pretendido. El asesinato fue consecuencia de una
confabulación, en la que, como probó el Fiscal Pío Jaramillo Alvarado en 1919,
participaron diversos sectores, desde fracciones retardatarias del Partido Liberal,
hasta las huestes conservadoras, pasando por representantes de embajadas,
cúpulas religiosas, infame soldadesca, lumpen y arrabaleros desquiciados, todos
elementos colusorios de un maridaje inmundo.
Tras la aparente sedición, que devino en magnicidio, estaban intereses
económicos como los de la bancocracia naciente y cierta prensa que, como dijo el
propio Alfaro, “redobló sus ataques contra la administración, que la toleró hasta el
absurdo”.
Esas páginas oscuras son, desgraciadamente, irreversibles, pero en este
momento, con un gobierno democrático y revolucionario, llegó la hora de ajustar
cuentas con la historia, y el heroico soñador (como lo calificó Vargas Vila),
descansa en su tierra, con la venia de sus compatriotas, con el fulgor de este tiempo
rebelde, con la certeza de que su herencia será asumida con hidalguía y nobleza
por su pueblo.
Hoy, como ayer, el poder ciudadano ha enfrentado los embates de los
poderosos. Hoy, como ayer, hemos sido víctimas de calumnias e improperios.
Hoy, como ayer, el país cuenta con un Presidente que no es testigo impasible de
atracos ni un cliente sumiso de los poderosos. Decimos esto con la mayor
humildad, sin analogías desatinadas, pero tenemos la certeza que el camino
emprendido por la Revolución Ciudadana es un camino de vindicación de la
huella del general Alfaro.
Hablamos de las calumnias porque nos parece inadmisible que quienes
promocionaron veleidades, como el Concurso Miss Universo, en el que se gastaron
ingentes cantidades de dinero, se hayan opuesto a la construcción de la Ciudad
Alfaro; hablamos de infundios, como los de quienes denostaron nuestra propuesta
de construcción de esta ciudad, de este mausoleo y memorial. Se dijo que jamás
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terminaríamos la obra en el tiempo previsto, pero la voluntad de los trabajadores
de la Patria, una vez más se ha puesto de manifiesto, y aquí estamos, con el ánimo
de ensalzar a Alfaro, de continuar la obra inconclusa de su transformación, de ser
dignos herederos de su ideal, su devoción y pasión por la Patria.
Seguir las huellas del general Alfaro significa defender la autodeterminación
de los pueblos y propugnar la unidad e integración de los pueblos de Nuestra
América; es actuar con la mayor honestidad en el manejo de los fondos públicos; es
gobernar para todos, con especial énfasis en los derechos de los sectores más
vulnerables.
Agradecemos a este pueblo altivo y soberano, al pueblo de Montecristi, de
Manabí y del Ecuador, por sumarse a esta romería de la dignidad. Agradecemos a
los familiares del general Alfaro que dieron su venia para el traslado de los restos
hasta su ciudad natal. Es un episodio de enorme simbología, pero también es justo
decir que la heredad de Alfaro, su voluntad de Patria y soberanía, estará siempre
en Guayaquil, como estará en todos los rincones de la nación que él, con su espada
y su grandeza, ayudó a construir y consolidar.
La maledicencia ha querido enfrentar esta decisión con el pueblo
guayaquileño, cuando somos Guayaquil, nos inspira y amamos su historia
libertaria, y seguimos con devoción las huellas de sus más grandes ciudadanos y
ciudadanas. La senda de Rocafuerte y Olmedo, del grupo de Guayaquil, “los cinco,
como un puño”, del Padre Gómez Izquierdo, querido amigo, y especialmente, de
los héroes anónimos de todos los días, de los pobres y humildes, estará siempre en
nuestra memoria y en nuestra acción cotidiana, y estamos seguros que todos ellos,
la mayoría sin voz de mi Guayaquil querido, comparten con alegría este homenaje
al Viejo Luchador.
Vamos a seguir sus huellas, Comandante Montonero. En esta hora de
esperanza y de concreción de los sueños democráticos, le decimos lo que le escribió
Remigio Romero y Cordero:
Tranquilo, tranquilo, mi General
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Por más que el odio de algunos
agite su negro mar;
por más que torvas pasiones
revueltas en huracán
quieran golpearte en la frente
tranquilo, mi General.
Estamos aquí, en su pueblo, mi general, y ante su osamenta, juramos
defender la Patria. Nunca más, mi general, esta tierra será víctima de opresores;
nunca más será hacienda de los poderosos; nunca más será humillada ni pisoteada;
esta es la Patria altiva, libre y soberana que juramos defender con la vida,
¡tranquilo, mi General!
Por Eloy Alfaro, por Montecristi, por la Patria, Tierra Sagrada
¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!
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Donde impera la desmoralización
y el robo, es imposible la República.
Eloy Alfaro
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Juan J. Paz y Miño Cepeda1
ELOY ALFARO Y EL LIBERALISMO
LATINOAMERICANISTA
1 Doctor en Historia, Cronista de la Ciudad de Quito, Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia y Vicepresidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC).
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El liberalismo revolucionario
En medio de la expansión capitalista de la época, desde mediados del siglo
XIX buena parte de los países de América Latina asisten a un período de rápido
ascenso económico, favorecido por el incremento de sus ventas de materias
primas, el precio de los bienes importados, la ampliación de sus posibilidades de
endeudamiento, la introducción de ciertas tecnologías, la comunicación
interregional y la consolidación de sectores productivos especializados.
Paulatinamente se conforman incipientes burguesías beneficiadas con el negocio
comercial y financiero, las cuales empiezan a definir mejor sus intereses frente a las
tradicionales oligarquías terratenientes que, ante la movilización de recursos, las
perspectivas comerciales y la incidencia de los contactos internacionales, divisan la
quiebra del rumbo habitual de su dominación sobre grandes masas rurales
sometidas a servidumbre.
Desde 1850 y hasta fines de siglo, los antiguos localismos económicos y la
intolerancia regional y del caudillaje oligárquico, frente a la organización estatal y
la acción gubernamental, son afectados por el afianzamiento de Estados nacionales
surgidos de la confrontación entre liberales y conservadores, cuyas políticas
definitivamente se clarifican. Tales procesos, observables en países de la dimensión
e importancia de México y Argentina, se cumplen, con sus propias características,
en Ecuador, Chile, Guatemala, Uruguay y Venezuela. Entre 1850 y 1880, se
produce un significativo auge del liberalismo en todos los países latinoamericanos,
lo cual se explica por la relativa modernización económica, la integración al mundo
internacional capitalista, las tensiones sociales correlativas, la influencia cultural
europea, el desarrollo del positivismo y la reacción frente a la Iglesia Católica que,
además del poderío económico que le vincula al sector oligárquico, interviene
políticamente aliada a los conservadores y tiende a seguir las directrices del
pontificado integrista y ultramontano, que procura someter al clero
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latinoamericano en tanto libra sus últimas batallas ideológicas contra el liberalismo
europeo.
La acción de las burguesías liberales enfrenta la política conservadora y
posibilita ciertas transformaciones sociales mediante la ampliación de la
democracia, la abolición de la esclavitud, la introducción de salarios, la reforma
institucional y jurídica, el avance de inversiones extranjeras y el desarrollo de una
amplia economía mercantil.
En Brasil, Uruguay, Chile, Venezuela, Guatemala y Ecuador se imponen
reformas inspiradas en el liberalismo y en otros países como Colombia, Bolivia,
Honduras, Haití, Perú, Paraguay y Costa Rica las nuevas fuerzas sólo triunfan
episódicamente, sin conseguir imponer un sistema. También los últimos intentos
de reconquista europea sobre América alientan las definiciones liberales y hasta
una romántica conciencia americanista, que en la época algunos consideraron
respaldada desde los Estados Unidos, a través de la Doctrina Monroe, sin advertir
la manipulación que de ella hacen los norteamericanos. La flota francesa bloquea
Buenos Aires entre 1838 y 1840; una flota anglo-francesa actúa en el río Paraná en
1845 reclamando la libertad de los ríos; en ese mismo año España hace una
demostración de fuerza en el Pacífico aspirando a intervenir en América Central y
Ecuador; en 1852 Francia trata de imponerse en México; España en el Caribe en
1861-65; en México, una nueva Santa Alianza entre España, Francia e Inglaterra, de
la que finalmente sólo queda Francia, impone el Imperio en 1861-67 y, en 1864-67;
España actúa nuevamente en el Pacífico llegando a bombardear El Callao y
Valparaíso.
Todos estos intentos, en muchos casos respaldados por políticos
conservadores, reafirman la convicción liberal y despiertan la solidaridad
hispanoamericanista. Perú, por ejemplo, convocó en Lima, en 1864, un congreso al
que concurrieron delegados de Colombia, Chile, Argentina, Venezuela, Bolivia y
Ecuador, donde expresamente se condenó el intervencionismo hispánico. La
actitud reconquistadora de España interesó a los países en la causa de la
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independencia de Cuba y Puerto Rico. El gobierno de Chile llegó a designar a
Benjamín Vicuña Mackenna como Jefe de una misión confidencial que debía
adquirir en Nueva York armamentos para la guerra contra España y tomar
contacto con refugiados de Cuba y Puerto Rico ''para ofrecerles en apoyo de
nuestros corsarios en las Antillas y concurrir a sus designios con los demás medios
que están al alcance de usted''. La misión chilena llegó a proponer al Perú el envío
conjunto de una fuerza militar expedicionaria y, aunque los proyectos no pudieron
concretarse, Chile proveyó de fondos a los independistas y sufragó publicaciones,
medidas de las que participaron, en diverso grado, los gobiernos dominicano,
argentino, venezolano y colombiano.
La solidaridad americana también se expresó en intentos de unificación y
confederación entre países. El General Justo Rufino Barrios acaudilló en Guatemala
la lucha contra los terratenientes y el clero, e inspiró la unión de Guatemala,
Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. Similar obra había pretendido
Morazán. Sin embargo, la campaña de Barrios no tuvo éxito, entre otras razones
porque México y los Estados Unidos estaban dispuestos a impedir la unión “con
las armas en la mano”. Proyectos parecidos, como los de la reunificación
bolivariana, ideal del que fuera partícipe a su tiempo el General Eloy Alfaro,
tampoco pudieron culminarse.
En los diversos países los liberales, impulsados por la modernización de las
condiciones económicas, sociales y culturales y contagiados de fervor político, se
comprometen en la lucha contra lo que llamaban oscurantismo, tiranía y
feudalismo. Proclaman la civilización, el progreso cultural y material, reclamando
representación de los pueblos y vigencia auténtica de derechos y libertades.
Muchos se vinculan a la masonería, forman grupos conspirativos y ensayan planes
para la toma del poder. Algunos radicalizan posiciones contra la Iglesia. Todos
consideran a los conservadores como representantes del pasado, la opresión y la
desdicha de los pueblos. Los liberales se hacen eco de las corrientes anticlericales y
renovadoras de Europa y en especial de Francia e Italia. Entre los intelectuales se
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propagan las obras de Lammenais, Quinet, Mazzini, Cantú o Renan; surge la
definición filosófica por Augusto Comte, Herbert Spencer, Stuart Mill, Littré, los
krausistas españoles, los penalistas italianos; aparecen signos filosóficos propios en
Sarmiento, Sierra, Martí, Hostos, etc. Incluso desde muy temprano, como sucede
en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, México y Bolivia, penetran obras e ideas
socialistas acogidas por grupos intelectuales reducidos que, por lo mismo, no
llegan a pesar en el conjunto de las convicciones liberales.
El ímpetu liberal logra también algunas importantes movilizaciones
populares que enfrentan a las oligarquías terratenientes, el clero y los gobiernos
calificados como despóticos, oprobiosos, oscurantistas y tiránicos. Son exaltados,
en cambio, los gobiernos y prohombres liberales como Sarmiento en Argentina y
Juárez en México, además de que se experimentan las campañas propias como
movimientos patrióticos, de signo libertario, popular y americanista, casi todas
ejecutadas definitivamente en la segunda mitad del siglo XIX.
El evidente peligro representado por el progreso económico, el mercado
exterior, las vinculaciones al capitalismo mundial y las presiones sociales
involucradas con el desarrollo de las burguesías liberales y el auge de su acción e
ideología política, provoca, a su vez, la reacción de los conservadores. En Uruguay
y Chile la beligerancia no llegó a hacer crisis, como sucedió en Argentina o México
y con particulares características de guerra civil en Ecuador, Venezuela y
Guatemala. Pero todos los países, de una u otra forma, sufrieron las consecuencias
de los enfrentamientos. Así ocurrió en Uruguay, con las revoluciones y motines de
“colorados” y “blancos”; en Chile, donde tras varias derrotas, los liberales
finalmente logran imponerse a partir de 1851; o en Bolivia, Colombia, Honduras,
Perú, etc., repúblicas en las que los liberales triunfan esporádicamente sin poder
asegurar su sistema.
Los gobiernos conservadores persiguen a sus opositores políticos, ejercitan
la represión y pretenden salvaguardar los intereses de las clases que los sustentan.
En países como Bolivia, Paraguay, Perú, Venezuela, Guatemala, Colombia y
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México, la Iglesia, además de conservar un amplio poder agrario, aseguraba el
dominio ideológico en la sociedad y se presentaba aliada a los conservadores,
alentando la defensa de la religión, la moral, el orden público, la autoridad y sus
privilegios. El combate a quienes son llamados masones, impíos, herejes, enemigos
de la moral, las virtudes y la autoridad establecida, que se imponía sobre masas
fanatizadas y sistemas hegemonizados por oligarquías tradicionalistas, crearon
aún mejor ambiente para la solidaridad en las filas liberales. Los perseguidos y
combatidos encontraron refugio en las logias masónicas, los círculos de amigos y
los grupos políticos propios.
Como los principales líderes se veían obligados a expatriarse, los contactos,
amistades e intercambio de experiencias logrados con liberales de otros países y el
amparo o recursos conseguidos de gobiernos afines, fortalecieron la esperanza en
el triunfo definitivo, concebido por diversas elites como causa común a los pueblos
latinoamericanos. Por eso se discute proyectos revolucionarios orientados a la
victoria liberal en las repúblicas del continente, para lo cual los comprometidos
canalizan recursos, enfrentan las necesidades de las campañas y hasta pretenden,
en algunos casos, la reunificación entre Estados a fin de cumplir los sueños de
grandes líderes de los movimientos independistas, como Simón Bolívar, en los
cuales se inspiran.
Sin embargo, aunque la ideología liberal toma definitivo impulso a partir de
los años 1850, no guarda coherencia ni uniformidad permanente. Las nacientes
burguesías latinoamericanas no se diferencian radicalmente de las oligarquías
tradicionales. Tampoco la modernización social y económica es masiva, de modo
que los mercados interiores son limitados y la inserción en el sistema capitalista
mundial aprovecha a sectores reducidos. La influencia cultural extranjera es
asimilada con desniveles: inquietan las modas y gustos consumistas, se imitan usos
o costumbres. Reducidos núcleos de intelectuales convierten en ideología propia y
de avanzada lo que proviene de obras y autores europeos. Pocos son quienes
logran un coherente pensamiento crítico. Éstos y los líderes revolucionarios, que en
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muchos casos todavía conservan la imagen de caudillos, son los principales
protagonistas y dirigentes de las luchas y campañas.
Como ideario orgánico, ilustrado, compenetrado de filosofía política, el
liberalismo es patrimonio de pocos. En su mayor parte las burguesías aspiran la
derrota de las oligarquías para obtener seguridad y desarrollo de sus negocios. Los
sectores medios anhelan presencia política y reconocimiento a sus intereses; los
sectores populares se ligan a los liberales esperanzados en el mejoramiento de sus
condiciones de vida y muchos decididos a respaldar una transformación social
radical, aunque más tarde queden justificadas sus frustraciones. Incluso las
movilizaciones que pretenden o pueden aparecer se ven afectadas por la acción de
los conservadores, los gobiernos y la Iglesia.
En las filas liberales pesan también los oportunismos y personalismos,
algunos juzgados como traidores. Las incoherencias iniciales sólo se superan en
las últimas décadas del siglo XIX y con la definitiva constitución de los partidos.
Pero aún así el liberalismo manifiesta tendencias a veces contrapuestas. Los
liberales radicales aparecen a fines de siglo, los clásicos conservan el sentido y
orientaciones generales de los primeros tiempos y definitivamente el liberalismo se
compromete con la derecha a partir del siglo veinte. Del liberalismo radical
derivarán, en el siglo XX, los primeros gérmenes izquierdistas.
El liberalismo ecuatoriano
La época del auge liberal latinoamericano involucró necesariamente al
Ecuador, donde el bipartidismo político adquirió características originales con
respecto a otros países. Desde luego, no sólo tuvo que ver en ello la influencia de
las circunstancias exteriores, la dependencia económica o la internacionalización
de procesos sociales, sino, especial y fundamentalmente, el desarrollo histórico del
País.
A raíz de la Independencia la hegemonía en el poder se consolidó en manos
de la clase terrateniente, la cual, sin embargo, no pudo articular un sistema
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nacional de dominación ya que el poder tendió a dispersarse como consecuencia
de los localismos económicos y geográficos. En la sierra, donde la Iglesia y la
oligarquía habían acaparado enormes haciendas como fruto del sistemático
despojo de las tierras indígenas, las masas trabajadoras fueron reclutadas mediante
el concertaje, afianzándose, en consecuencia, relaciones de tipo servil reforzadas con
la acción ideológica del clero, que difundió, como en la época colonial, un
catolicismo de corte medieval.
La economía serrana, fundamentalmente agrícola, de escaso mercadeo y
basada en relaciones de producción no salariales, careció de significación en las
exportaciones. Más dinámica fue, en cambio, la economía costeña. Aquí, la
ausencia de grandes masas indígenas y la existencia de selvas vírgenes,
concentraron las actividades productivas alrededor de las grandes cuencas
hidrográficas, principalmente en la zona del Guayas e hicieron que se reduzca la
importancia del concertaje, por lo que se favoreció la temprana presencia de
relaciones salariales. Los hacendados y plantadores costeños subordinaron a los
trabajadores fundamentalmente a través de la sembraduría y el peonaje y se
vincularon al mercado exterior mediante las exportaciones de cacao, sombreros de
paja, cascarilla y tabaco, que a mediados del siglo XIX cubrían un 90% del valor de
las exportaciones del país. Sólo el negocio cacaotero significó por lo menos un 50%
del valor total exportado.
Mientras en la costa, por consiguiente, empieza a formarse rápidamente una
clase terrateniente que sin ser capitalista se beneficia con el progreso mercantil; en
la sierra los terratenientes conservan, sin mayor modificación, la herencia colonial.
Pero de la circulación de las rentas terratenientes costeñas, sobre todo cacaoteras,
surgió la transformación de la renta en capital, cuyos agentes paulatinamente
fueron constituyéndose en “burguesía financiera y comercial” plenamente
identificable a fines del siglo XIX. Estos procesos de diferenciación económica y
social regional fundamentarían las bases para el surgimiento de las fuerzas
liberales y conservadoras que se expresaron como movimientos arraigados, de
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manera esencial, en la Costa, con eje en la incipiente burguesía, y en la Sierra, raíz
de la oligarquía terrateniente. Sin embargo, hubo costeños decididamente
partidarios de los conservadores y serranos unidos a las fuerzas liberales, en lo que
tuvo evidente peso la convicción acerca de la organización estatal, la práctica
política y gubernamental, el alcance de los principios relativos a los derechos y
libertades públicas.
Las primeras décadas republicanas en el Ecuador fueron de inestabilidad
gubernamental, anarquía y desarticulación. Conservadores y liberales, más que
distinciones de tendencias clarificadas y coherentes, reflejan posiciones
caudillistas. Así sucede también entre federalistas y unitarios o centristas en otros
países; con los conservadores y liberales en la Colombia de Mosquera; en el
Uruguay de Rivera y Oribe entre colorados y blancos; en la Argentina de Rosas; en
el México de Santa Ana; con los pipiolos y pelucones de Chile, todos los cuales
“encubren ante todo propósitos personalistas”, al decir del historiador peruano
Luis Alberto Sánchez.
Con el presidente José María Urbina (1852-1856) el liberalismo ecuatoriano
adquiere presencia definida: se hace posible la abolición de la esclavitud y de las
protectorías de indios, la existencia de logias masónicas, la eliminación de ciertas
restricciones a las exportaciones y aún el enfrentamiento a un combatiente clero,
llegándose a decretar la expulsión de los jesuitas y la virtual suspensión de
relaciones con la Santa Sede. Bajo el gobierno del sucesor Francisco Robles (1856-
1859) se logró la abolición del tributo indígena; pero, tras su renuncia, sobrevino
una época de total anarquía, que amenazó la existencia misma del País en el año
1859, cuando Perú bloqueó el puerto de Guayaquil, los países vecinos proyectaban
el reparto del Ecuador, y en Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja se formaron
gobiernos autónomos.
En tan críticos momentos descolló la figura de Gabriel García Moreno, quien
logró imponer el orden con la fuerza de las armas y unificar al país. La Asamblea
Constituyente de 1861 le reconoció como Presidente de la República. Su acción
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unificadora y su política gubernamental (1861-1865 y luego 1869-1875) sentaron así
las bases definitivas para la constitución del Estado nacional en el Ecuador. Pero, al
mismo tiempo, bajo su mandato se precisó la ideología conservadora con
características inusitadas no sólo en América sino en la segunda mitad del siglo
XIX.
Durante la primera administración, García Moreno impulsó la ejecución de
grandes obras públicas, inició la construcción del ferrocarril, la limpieza y
canalización de los ríos navegables, la explotación de petróleo por cuenta del
Estado, la organización de la hacienda pública, la construcción de cuarteles y casas
de beneficencia; fomentó la educación multiplicando escuelas, colegios y
universidades, introduciendo la enseñanza científica y técnica, creando la Escuela
Politécnica, la de Artes y Oficios y de Bellas Artes, el Observatorio Astronómico.
La segunda administración fue, prácticamente, una continuación de la
primera, pero estas obras de singular importancia sólo fueron posibles mediante
un tiránico ejercicio gubernamental, basado en un radical sistema de catolicismo
integrista y ultramontano, sustentado en el respaldo y alianza de la aristocrática
clase terrateniente serrana y de sectores de las poderosas oligarquías costeñas,
garantizadas por la autoridad omnímoda y represiva del gobernante. En efecto, ya
en la primera presidencia garciana, se trajo a los Hermanos Cristianos y a las
Monjas de los Sagrados Corazones para encargarles la enseñanza primaria y se
celebró un Concordato con la Santa Sede.
La libertad de imprenta fue restringida, conculcadas las garantías públicas y
protegida oficialmente la religión. Pero es en la segunda presidencia cuando el
conservadorismo garciano se consagra, lo que se evidencia en la Constitución de
1869, llamada desde entonces “Carta Negra”. Por ella se excluye de la ciudadanía a
los no católicos, se restringe las libertades públicas y la de conciencia; el Ejecutivo
adquiere preeminencia, centralización y autoridad amplia; se otorga privilegios a
la Iglesia Católica. El Gobierno convierte los principios religiosos en fuente de
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autoridad pública respaldada por la Iglesia, condena el liberalismo y persigue a los
opositores haciendo uso legal de las penas corporales, de muerte y extrañamiento.
El ideal teocrático convertido en forma de gobierno y el despótico ejercicio
de la autoridad, radicalizan entonces las convicciones liberales, estimulando el
compromiso de sus partidarios que experimentan las circunstancias del día como
infamantes, tiránicas y dignas de ser liquidadas, sin posibilidades de acceso al
poder; y ante el fracaso de sus tentativas, algunos liberales se definen por el
atentado personal; finalmente García Moreno es asesinado como fruto de una
conspiración, el 6 de agosto de 1875.
Después del asesinato de García Moreno, con el retorno de los exiliados y la
desarticulación que sufre el conservadurismo, los liberales encuentran mejores
condiciones para la lucha. Apoyaron la presidencia de Antonio Borrero (1875-
1876), pero frustrados con su política, promovieron la sublevación del 8 de
septiembre de 1876, que proclamó Jefe Supremo a Ignacio de Veintemilla (1876-
1883). Para los conservadores el ascenso del liberal Veintemilla representaba un
peligro para la vigencia de la fe y de las instituciones católicas, por lo que no
tardaron en reaccionar.
El liberalismo respondió con la persecución constante al clero y los católicos,
apareciendo de esta forma las primeras manifestaciones de lucha religiosa, en la
cual obispos y sacerdotes jugarían un papel fundamental patrocinando, cada vez
más, a los conservadores. Sin embargo, también los liberales hicieron creciente
oposición una vez que se hizo evidente la corrupción apadrinada por Veintemilla,
su política personalista, el atropello sistemático de libertades y derechos, y hasta su
acercamiento a los conservadores. Los desafueros gubernamentales crearon un
amplio consenso de oposición y organizados en un Ejército Restaurador,
conservadores y liberales, unidos bajo la coyuntura, derrocaron al dictador.
Tras la derrota de Veintemilla, durante los once años comprendidos entre
1884 y 1895, la lucha liberal fue permanente y adoptó la forma de insurrección
armada en los campos del litoral conocida como “guerra de los chapulos”. Eloy
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Alfaro no estuvo ajeno a estas campañas. Sin embargo, cuando las fuerzas liberales
obtuvieron el triunfo definitivo el 5 de Junio de 1895, el líder se encontraba en
Nicaragua. Por el Acta del pronunciamiento de aquel día en Guayaquil, se nombró
como Jefe Supremo de la República y General en Jefe del Ejército a Eloy Alfaro,
quien acudió al llamado y llegó a los pocos días. Encabezó entonces la revolución,
organizó el ejército y realizó una exitosa campaña militar con apoyo popular que
culminó con la derrota de los conservadores en San Miguel de Chimbo y en
Gatazo, en agosto del mismo año.
En septiembre, Alfaro hizo su entrada triunfal a Quito. El liberalismo había
alcanzado finalmente el poder y la reacción de los conservadores fue, en lo
posterior, inútil.
La influencia política de Alfaro se extendió desde 1895 hasta 1912, año en
que fue asesinado (28 de enero). La presidencia la ejerció en dos períodos: 1895-
1901 y 1906-1911. Solo entonces pudo demostrar con amplios recursos, acciones
efectivas y decisión gubernamental, la dimensión de sus compromisos
internacionalistas y la consecuencia de sus ideales como liberal.
Eloy Alfaro: liberal internacionalista
Desde la instauración del régimen garciano la lucha liberal fue alcanzando
proporciones definitivas. En ellas se involucró, ya a temprana edad, Eloy Alfaro.
Nacido el 25 de junio de 1842 en Montecristi, entonces capital de la Provincia
costeña de Manabí; Alfaro creció bajo un ambiente liberal gracias a la educación,
las narraciones, los viajes juveniles y las lecturas cultivadas por su padre.
Contagiado con el sueño de ser liberal, masón y patriota, cuando Eloy supo
que los liberales manabitas preparaban la insurgencia, se presentó ante el líder
Manuel Albán, poniendo a su disposición la fortuna que su padre le confiara. El
movimiento formaba parte de un levantamiento general dirigido por el
expresidente Urbina y una vez que se entrevistó con éste en el Perú, retornó para
levantar la primera montonera en 1864. Pero como el movimiento fracasó, la
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represión desatada por García Moreno le obligó a salir a Panamá, volviendo al año
siguiente con la misión de insurreccionar a Manabí en un nuevo intento urbinista
que también fracasó. Entonces Alfaro decidió radicarse definitivamente en
Panamá, donde hizo fortuna, se vinculó a la masonería e inició amistades con
emigrados y políticos liberales con quienes gestó esperanzas por el triunfo liberal,
ayudando con sus recursos. Desde Panamá financió en 1871 una sublevación anti-
garciana en Manabí, en un intento fallido por proclamar Jefe Supremo a Vicente
Piedrahita.
En la sublevación de 1876, Alfaro intervino a favor de la jefatura de Nicolás
Infante; pero, descubierta la conspiración, las fuerzas liberales se agruparon en
torno a Ignacio de Veintemilla. El gobierno de Veintemilla (1876-1883),
profundamente corrupto y personalista, traicionó los intereses del liberalismo que
sostuvo sistemáticas campañas rebeldes. Para entonces la coherencia política de
Alfaro, la persecución de la que fuera víctima y el compromiso revolucionario
demostrado, le convirtieron en el líder principal de la causa liberal en el Ecuador.
Las dos últimas décadas del siglo XIX coinciden, además, con el
compromiso efectivo de los principales líderes liberales latinoamericanos para
implantar, en forma definitiva, regímenes propios sobre la base de la derrota del
sistema conservador. En estas circunstancias, arraiga la visión internacionalista
como extensión y parte de las actividades revolucionarias. En el extranjero se
moviliza recursos y se intercambia contactos de apoyo. Fluyen planes de ayuda
mutua y el respaldo de algunos gobiernos que han logrado instalarse en el poder.
La campaña liberal se convierte finalmente en causa americana.
Eloy Alfaro, que lleva prácticamente una vida de emigrado en Panamá,
estrecha amistades no sólo allí sino también en los diversos países por los que
viaja; se solidariza, como otros, con los patriotas cubanos que anhelan la
independencia de la isla, participa de los planes subversivos, intercede por sus
compañeros y aún revive la empresa por la unificación de la Gran Colombia,
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cultivando la inspiración en las ideas de Bolívar, por quien siente veneración.
Como bien afirma el historiador ecuatoriano Alfredo Pareja:
Alfaro era, cada vez más, un ciudadano de América. Ilustres amigos en todos los países del continente esperaban su triunfo como causa propia. La revolución liberal era un fenómeno, de totalidad americana, de complementación de la Independencia. Y uno de los más grandes caudillos de la América mestiza y moderna, no haya duda, Eloy Alfaro.
Encontrándose en Panamá y en vísperas de partir al Ecuador “para tomar
parte en la sagrada y honrosa campaña que ha emprendido la Nación contra la
oprobiosa dictadura que está insultando la dignidad de la América republicana”,
Eloy Alfaro se dirige a los ecuatorianos en Proclama del 27 de enero de 1883,
señalando:
Si no por gratitud, por patriótica conveniencia debemos esforzarnos en tributar homenaje de reconocimiento a nuestros ilustres progenitores del 10 de Agosto en Quito y del Nueve de Octubre en Guayaquil: coronar la magna obra del libertador Bolívar y del inmaculado Sucre, debe ser la aspiración de todo hombre honrado y el fruto de nuestros patrióticos esfuerzos.
Una vez incorporado a la rebelión contra Veintemilla y en su calidad de Jefe
Supremo de las Provincias de Manabí y Esmeraldas, eleva un Mensaje a la
Asamblea reunida en Quito el 9 de Octubre de 1883, en el que manifiesta:
Los ecuatorianos que rendimos culto eterno a la imperecedera memoria de Bolívar, al par que a las virtudes del inmaculado Sucre, hemos de propender a la pacífica reconstitución de Colombia, la grande.
En el mismo año y con motivo del centenario del nacimiento de Bolívar, el
General Guzmán Blanco, Presidente de Venezuela, había convocado un Congreso
Internacional en Caracas, que debía encargarse de la delimitación de fronteras
entre las repúblicas vecinas, establecer alianzas defensivas y convenir en el
arbitraje obligatorio para dirimir controversias. También existía un pacto de ayuda
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mutua entre los liberales colombianos y ecuatorianos representados por el
Presidente provisorio del Estado del Cauca y el Coronel José Luis Alfaro, que
proyectaba la resurrección de la nacionalidad grancolombiana. Inscrito en el
compromiso americanista de la causa liberal -inspirada como culminación del
espíritu que infundiera a próceres y patriotas durante la guerra de Independencia-,
el ideal grancolombiano era compartido internacionalmente y en lo interior tenía
que ver con las disputas sobre gobierno federal y descentralizado, que
preconizaban los liberales y gobierno centralista, defendido por los conservadores,
lo que evidenciaba la precariedad del Estado-nación, pese a la unidad impuesta
por García Moreno.
Por entonces no pasaba todavía de ser un enunciado político. Pero la
convocatoria de Guzmán Blanco parecía viable y Eloy Alfaro, desde su exilio en
Lima, envió una carta al mandatario venezolano el 9 de enero de 1887, en la que
daba cuenta de su pasado Mensaje de 1883 a la Asamblea Constituyente:
Mas no siempre ni en todas las regiones son acogidas las grandes ideas, o para hablar con más franqueza, en aquella Asamblea predominaba el partido sin luces ni virtudes, formado por los tiranuelos de mi patria, y yo desde entonces he tenido que morar en el destierro, donde no he dejado de luchar un solo día, a brazo partido, y continuaré luchando hasta ver triunfante la idea.
Enseguida, mediante Carta Credencial y expresándose como “Jefe de la
Revolución Ecuatoriana y en virtud de los plenos poderes de que estoy investido,
tanto por actas públicas y privadas en el Ecuador, como por actas de los emigrados
en Colombia y el Perú”, Eloy Alfaro acredita a su hermano Marcos como Agente
Diplomático para la reconstrucción de la Gran Colombia bajo las bases del sistema
Federal y en representación del Partido Liberal de la Patria, con el objeto de que
pueda pactar con el Ilustrado Presidente de Venezuela, General Guzmán Blanco,
una alianza ofensiva y defensiva, que sirva de fundamento para la reconstitución
de la Gran Colombia, bajo las bases de un sistema Federal, o de la Confederación, y
en guarda de la dignidad y recíprocos intereses de ambos países.
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La actitud resultaba insólita, pues revolucionarios en exilio y bajo la
representación de Eloy Alfaro, daban activo respaldo a un proyecto atribuible sólo
a gobiernos plenamente constituidos; designaban, por primera vez, un embajador
oficial del Partido que adquiría estatus jurídico internacional y convenían en darse
poder estatal al margen de los sistemas institucionales. Por lo demás, tal hecho era
explicable en medio del enfrentamiento librado en el Ecuador contra el gobierno de
la “argolla”, presidido por José María Plácido Caamaño, que había reanudado una
política cercana a la del antiguo régimen de García Moreno –tildado por el
liberalismo como “terrorista”- y que, por tanto, resultó intolerable para los
liberales, que avizoraban su triunfo como inevitable. De allí que Marcos Alfaro,
dirigiéndose a Guzmán Blanco, en carta del 28 de abril de 1887, le dice:
Debo manifestar... que a juicio de la persona y del Partido Liberal ecuatoriano que represento, jamás ha habido una época propicia para la realización de la Unión Colombiana, como la presente, ni nunca después del Libertador, ha habido un hombre capaz de llevarla a cabo como Su Excelencia (...). Al prestigio del nombre de S. E., al poder del Gobierno venezolano que patrocina la idea, a la bondad misma de la causa, agreguemos el apoyo del Partido Liberal Ecuatoriano y la Unión Colombiana vendrá a ser cuestión de días y asunto de convenio entre Gobiernos.
Marcos le explica, además, que Perú se sentiría garantizado “contra la
probable cercana desmembración de su territorio por Bolivia apoyada por Chile”,
que este solo bien que produjera la Gran Colombia justificaría incluso “los
sacrificios de la guerra que se hiciera para realizar la Unión Colombiana o
sostenerla” y que lo propio que acontece con Perú “sucede con nuestro vecino del
norte, la República de Costa Rica, segregada de la comunidad política de Centro
América”, que acaso algún día, abierto el canal de Panamá “venga a ser, movida
por voluntad propia, parte integrante de Colombia, por razones de mutua
conveniencia y seguridad” y que, por tanto, será éste un gran día para la América,
porque de este modo la Unión Colombiana hará de hecho la Unión Centro
Americana, con las cuatro repúblicas restantes. Quién sabe si después Dios moverá
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el patriotismo de los Centro americanos, y éstos hagan que el poder de Colombia
parta límites con México.
El fervor del liberalismo ecuatoriano rebasaba el proyecto unionista original.
Marcos, al informar de su misión a Eloy Alfaro, en carta desde Caracas fechada el
13 de abril de 1887, le dice:
Por otra parte, a Guzmán Blanco le convendría darle mayor ensanche a la política, pensando en que, abierto el Canal de Panamá, Costa Rica tiene que ser parte integrante de la Unión Colombiana, por razones de seguridad y conveniencia propia de esa Republiquita, y, además, porque el territorio colombiano no debe acabar en punta con el Istmo, sino que es necesario darle mejores fronteras geográficas por ese lado. En vista de esto creo que Guzmán querrá pensar seriamente en este sentido y comenzará a trabajar. Esto sería de un avío dos mandados porque si Costa Rica se une a Colombia, el resto de la Unión Centro Americana será un hecho por necesidad fatal. Un Ministro Residente en San José podría ganar mucho terreno, y a su sombra, nuestra causa reportaría inmensas ventajas. Pero en fin estas cosas que demoran y demandan tiempo y que conviene tenerlas presente sólo como una indicación hecha al General Guzmán. La Compañía Inglesa, dueña de una parte de la Guayana venezolana, naturalmente llamará la atención del Gobierno Venezolano hacia sólo ese asunto con perjuicio de los demás: el desenlace de la cuestión sabe Dios cuál sea. De Guzmán se dice que no aceptará ninguna transacción sobre aquel territorio.
Sin embargo, la romántica empresa no tuvo feliz suerte no sólo porque el
liberalismo ecuatoriano no llegó al poder y Guzmán Blanco hubo de enfrentar
problemas internos, sino porque la estructura social latinoamericana, los conflictos
entre clases, el fraccionamiento y los localismos de los sectores dominantes y aún
los intereses de los países imperialistas -que a la época comenzaban a tomar
presencia-, se lo impedían. La atención del liberalismo ecuatoriano fue absorbida
por los sucesos internos.
Hallándose en Lima, en 1889, Alfaro recibió la visita del general Joaquín
Crespo, que había ejercido la Presidencia de Venezuela, acordando brindarse
mutua ayuda para la implantación del liberalismo. Crespo entró triunfal en
Caracas el 6 de octubre de 1892. A través de Sergio Pérez hizo comunicar a Alfaro
este particular, llamándole a tratar pormenores para la victoria liberal en Ecuador,
Colombia y los países centroamericanos. Trasladado a Caracas, Crespo le informa
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de los planes revolucionarios, autorizándole girar contre él hasta por 500 mil
bolívares.
Alfaro se embarca en La Guaira con dirección a Nueva York, iniciando
contactos hasta poder hacer efectiva la primera letra girada contra Crespo. Sigue a
California y luego a México, actuando, pues, como intermediario. Desde Nicaragua
el Presidente José Santos Zelaya, que desde su ascenso en 1893 apoyaba una
revolución liberal contra el gobierno conservador hondureño del General Domingo
Vásquez, llama a Alfaro, quien acude y se establece en León. Tales llamadas tenían
como antecedente, además de la amistad personal, el enorme prestigio alcanzado
por Alfaro en 1890, cuando, ante el inminente conflicto armado entre Guatemala,
Honduras y El Salvador, intervino oficiosamente buscando la conciliación y logró
con éxito reunir en el puerto salvadoreño de Acajutla un Congreso Centro
Americano de Plenipotenciarios, en el que también tuvieron representación
Nicaragua y Costa Rica y que propuso las bases del arreglo de paz aceptadas por
los gobernantes de El Salvador, Guatemala y Honduras, lo cual provocó
reconocimiento general al líder ecuatoriano.
Con la misión de obtener recursos y apoyo, Alfaro parte de Nicaragua, viaja
a Nueva York, trata secretamente con los liberales de Panamá, se relaciona con
Antonio Maceo y José Martí en Costa Rica y consigue los auxilios necesarios. Todo
ello permite que el General Anastasio Ortiz deponga en Tegucigalpa al General
Vásquez y asuma la Presidencia. La Asamblea Nacional nicaragüense, en decreto
del 12 de Enero de 1895 y “en atención a los altos merecimientos personales del
señor don Eloy Alfaro y a los grandes servicios prestados por él a la causa de la
democracia en la América Latina”, le confirió el grado de “General de División del
Ejército de la República”.
Al calor de los éxitos, Joaquín Crespo por Venezuela, José Santos Zelaya por
Nicaragua, Juan de Dios Uribe por Colombia y Eloy Alfaro por Ecuador, suscriben
un Tratado, conocido como “Pacto de Amapala”, por el que se comprometen a la
ayuda mutua en beneficio de la causa liberal, los dos primeros ya como
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gobernantes en sus respectivos países. En virtud del célebre compromiso, Zelaya
puso a órdenes de Alfaro el buque Momotombo. Después, Alfaro se trasladó a
Costa Rica para reunir armamento y recursos destinados a la revolución en
Ecuador, pero como la campaña en Colombia parecía llegar antes, el material
bélico fue puesto a disposición de los colombianos. Antonio Maceo entregó mil
pesos como contribución personal al liberalismo ecuatoriano. Alfaro regresó a
Nicaragua.
Radicado aún en Lima, el vehemente ideal grancolombiano de Alfaro se
complementa con las conversaciones mantenidas con Nicolás de Piérola, quien
asumió el gobierno peruano en 1879, y en las que Eloy Alfaro discute sobre la
posibilidad de la Confederación de Estados Sudamericanos. En 1889 recibe la visita
del General Joaquín Crespo con quien, además de acordar ayudas recíprocas, trata
sobre la reconstitución de la Gran Colombia. Y como la causa liberal urge de
recursos y apoyo, por gestión personal, de los partidarios, o como jefe
revolucionario, Eloy Alfaro realiza una activa campaña internacional, logrando con
ello ampliar los contactos del liberalismo ecuatoriano y acrecentar su propia
imagen de líder perseverante.
En Lima hizo amistad con el General Antonio Maceo, que recorría América
buscando ayuda a la lucha de los patriotas cubanos. Después viajó a Valparaíso,
Santiago de Chile y Buenos Aires donde conoció a Mitre; de allí a Montevideo y
Río de Janeiro hasta radicarse finalmente en Caracas, donde gobernaba el General
Joaquín Crespo y de quien recibió recursos. Después se dirigió a Nueva York, pasó
a Costa Rica, luego a Panamá, en la época en que gobernaba al Ecuador el
Presidente Antonio Flores Jijón, quien obtuvo del gobierno colombiano la
expulsión de Alfaro, que se trasladó a Costa Rica y de allí otra vez a Nueva York,
San Francisco de California, México y El Salvador. A la época, también intervenía
en las misiones del Presidente José Santos Zelaya y lograba arreglar el conflicto
centroamericano gracias a su amistad con los Presidentes de Guatemala, Honduras
y El Salvador. Se estableció definitivamente en Nicaragua. Allí se enteró de la
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reacción general contra el Presidente Luis Cordero, del pronunciamiento del 5 de
Junio de 1895 y de que se le había nombrado Jefe Supremo de la República.
Enseguida partió al Ecuador.
Con el triunfo de las montoneras y el ascenso al poder del General Alfaro, el
liberalismo ecuatoriano se empeñó en ejecutar las obras que correspondían a su
política. Fue posible la conclusión del ferrocarril, la construcción de carreteras y la
realización de obras públicas, la promoción de exportaciones y los leves intentos
de fomento a la industria y de apertura a los capitales extranjeros. Sin embargo el
desarrollo capitalista del Ecuador apenas estaba por iniciarse y, pese a ciertas
reformas de carácter social, como la supresión de la prisión por deudas, que tan
graves repercusiones había tenido, el liberalismo no pudo hacer frente a la vigencia
hegemónica de relaciones de tipo servil y la estructura social del Ecuador
permaneció sin sustanciales modificaciones hasta bien entrado el siglo XX.
Pero las reformas liberales fueron de profunda significación en otras
diversas áreas y ya no únicamente bajo las presidencias de Eloy Alfaro sino,
además, en las del General Leonidas Plaza Gutiérrez (1901-1905 y 1912-1916),
considerado de tendencia moderada frente al liberalismo alfarista. La introducción
de la educación laica y pública, la legislación sobre matrimonio civil y divorcio, la
incorporación de la mujer a la administración, el establecimiento de nuevos centros
de enseñanza, la creación de normales, la libertad de conciencia, contribuyeron a
secularizar profundamente los poderes públicos y la sociedad misma, a lo que se
agregó un nuevo régimen jurídico en materia religiosa mediante la Ley de
Patronato (1899) y la Ley de Cultos (1904) que colocaron a la Iglesia bajo la
autoridad estatal; la Ley de Beneficencia (1908) y otras, que consolidaron la
separación entre Estado e Iglesia, la misma que, por otra parte, perdió el enorme
poder de antaño, incluidas sus posesiones territoriales.
Sin embargo, para Eloy Alfaro el control del Gobierno significaba la
oportunidad para cumplir con los compromisos internacionalistas liberales. Como
además se proyectaban los afanes imperialistas, intentó precursoras acciones
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destinadas a evitarlos. Así sucede con el apoyo alfarista a la lucha por la
independencia de Cuba, el respaldo a Venezuela contra las pretensiones inglesas y
el llamado que se formula a celebrar un Congreso continental en México (1895) en
el que se replantee los alcances de la Doctrina Monroe.
Confiando en que el liberalismo hecho gobierno en el Ecuador puede ya
llevar adelante los enunciados acerca de la reconstitución grancolombiana, a este
ideal también dedica Alfaro sus esfuerzos y de los más significativos, pues son
reiteradas las insistencias y las acciones a favor de lo que personalmente
consideraba uno de sus más sentidos ideales.
En 1897 Alfaro recibe la visita del dirigente liberal nicaragüense Fernando
Sánchez, emisario del Presidente José Santos Zelaya, con quien trata de la unidad
grancolombiana. A su retorno, Sánchez y Zelaya mantienen entrevistas con los
liberales colombianos desterrados a ese país y luego, como Ministro del Ecuador
en Nicaragua, nombramiento oficial otorgado por Alfaro, Sánchez viaja a Caracas
para fijar posiciones con el Presidente venezolano General Joaquín Crespo acerca
de la Unión Grancolombiana, sobre la cual existía acuerdo previo en los días de la
emigración de Alfaro a Lima. La empresa continuó con el presidente venezolano
Cipriano Castro y los liberales colombianos, al propio tiempo que Sánchez
proseguía luego su misión en México (1902) haciendo las propuestas al Presidente
Porfirio Díaz, quien tuvo una posición vacilante.
Pero en Colombia los liberales habían perdido el poder, de manera que su
recuperación pasó a ser el objetivo más importante. Los revolucionarios
colombianos nombraron al General Gabriel Vargas Santos como Director supremo
de la guerra y presidente provisorio y el país se sumió en la “Guerra Magna” o
“Revolución de los Mil Días” (1899-1902), quizás la más cruenta y sangrienta
guerra civil colombiana, que terminó con el triunfo de los conservadores, pese al
apoyo internacional recibido por los liberales.
Con anterioridad, en Mensaje al Congreso de 1898, el Presidente Alfaro
manifestaba, con mucha lucidez:
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La veneración que guardo por los próceres de nuestra Independencia, quienes nos legaron una Patria, la más poderosa en las Américas del Sur y Central, me impele a fijar la atención en nuestra debilidad y pequeñez actuales, e indicaros lo que, a mi juicio, convendría realizar para asegurarnos tranquilo porvenir al abrigo de una hermosa fraternidad. Por ahora, no es posible pensar en la reconstitución de la antigua y gloriosa Colombia de Bolívar; pero sí sería fácil formar una Confederación que presentara unidos, ante el mundo, a los pueblos que conquistaron su independencia en los campos de Carabobo, Boyacá y Pichincha. Efectuada esta unión, esas nacionalidades, en lo tocante a sus asuntos internos, continuarán disponiendo de sus destinos, como a bien tuvieren, tal cual ha venido sucediendo hasta el día de hoy; pero, en lo referente a relaciones exteriores, formarían una sola Entidad Política, compuesta de Venezuela, Colombia y Ecuador...
Para ello proponía una Dieta de Plenipotenciarios de las tres Repúblicas,
llamada a organizar la entidad internacional que, además, reportaría la ventaja de
que entonces, en palabras de Alfaro, “nuestras cuestiones de límites, tan peligrosas
y de suma trascendencia ahora, siendo de suyo insignificantes, al tratarse de una
fraternidad práctica, serían arregladas por juntas Anfictiónicas, como querellas de
familia”, opinión que reflejaba el interés porque el proyecto grancolombiano
pudiera servir para afrontar el problema limítrofe del Ecuador con Perú, de tan
graves consecuencias durante la vida republicana del país.
Alfaro solicitaba, por tanto, autorización del Congreso para proponer, sin
demora, a los Gobiernos de Caracas y Bogotá, la reunión de un Congreso
preliminar, en el que se discutan las bases de la gran Confederación que ha de
verificarse después naturalmente, con el mutuo acuerdo de los pueblos
respectivos.
En el Congreso de 1899, Eloy Alfaro volvió a insistir sobre la posibilidad de
la Unión Grancolombiana y en su Mensaje Presidencial de 1900 informaba a la
Legislatura sobre las gestiones desarrolladas:
Este grandioso propósito que palpita en todo pecho patriota y noble, ha sido bien acogido en principio; y sin la gigantesca conflagración política que agita a Colombia, ya tendría la honra de anunciaros en este Mensaje la reunión de la referida Dieta; la que, estableciendo
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una verdadera solidaridad de intereses internacionales en los tres pueblos hermanos, nos presentaría ante el Mundo respetables y felices por la unión.
La Guerra de los Tres Años hizo inejecutable la empresa. Pero la constancia
de Eloy Alfaro había servido para que la junta Patriótica Colombiana proclamara el
26 de Abril de 1901:
Los suscritos Miembros del Gran Partido Liberal de Colombia, plenamente autorizados y con credenciales especiales, proclamamos como Supremo Director de la Gran Confederación de la Antigua Colombia, al muy egregio apóstol de la libertad, el EXIMIO GENERAL ELOY ALFARO.
Al retornar al ejercicio gubernamental en 1906 y con motivo de la
inauguración del ferrocarril Guayaquil-Quito, el 25 de junio de 1908, Eloy Alfaro
recibió la felicitación del entonces Presidente de Colombia, General Rafael Reyes,
en la cual se renovaba el ideal grancolombiano:
Cuando los rieles unan a Quito con Bogotá y Caracas, podremos esperar que se reconstituya la Gran Colombia que formó Bolívar, y que a la sombra de la justicia y el orden que hacen efectiva la libertad, sean felices sus hijos.
En su contestación, Alfaro también renueva la idea de la Dieta
Grancolombiana, de lo que da cuenta al Congreso el 10 de Agosto de 1908;
después, insiste en su Mensaje del 10 de Agosto de 1910. Al año siguiente, con
motivo de la conmemoración de la fecha de Independencia de Venezuela, Alfaro
envía al Presidente, General Juan Vicente Gómez una cálida felicitación avivando
el recuerdo de la Confederación Colombiana. Al cumplirse el centenario de su
emancipación política, el 5 de junio de 1811 el Gobierno venezolano invita a una
Conferencia Internacional de las cinco Repúblicas libertadas por Bolívar,
incluyendo a Bolivia y Perú, para sentar las bases de conformación de la Unidad
Bolivariana y a la cual se acredita como representante del Ecuador a José Peralta,
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quien preside la delegación. Los resultados de la Conferencia no fueron positivos y
Alfaro, al dar informe al Congreso de 1911, señaló:
El Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela, con motivo de la celebración del Centenario de su emancipación política, invitó a las cinco Repúblicas libertadas por Bolívar, a un Congreso, en el que debían acordarse las bases de la unión de dichos Estados. Como era natural, el Gobierno ecuatoriano aceptó la fraternal invitación; y, conforme a los deseos de la Cancillería venezolana, nuestros Delegados fueron provistos de plenos poderes, para entablar un arreglo definitivo y decoroso con la República peruana, en el seno de esa Asamblea. Por desgracia, como os dará cuenta detallada el Ministro del ramo, los Plenipotenciarios del Perú declararon enfáticamente que su nación no aceptaba arreglo alguno con el Ecuador, y que la Unión debía pactarse sobre la base del arbitraje absoluto, para todo género de divergencias. En presencia de declaraciones semejantes, la Delegación del Ecuador tuvo que Presentar el voto negativo razonado que os remitirá el Señor Ministro de Relaciones Exteriores, y que se ha pasado a las naciones amigas para su conocimiento.
Pero el segundo gobierno de Alfaro, acosado por la oposición, estaba en
franco derrumbe. Un movimiento de resistencia hizo concluir su mandato (1911) y,
tras un fracasado intento por la reconquista del poder, el Viejo Luchador y sus
principales compañeros fueron apresados. Se les condujo a Quito en el mismo
ferrocarril construido por Alfaro y en la penitenciaría de la capital, a consecuencia
del asalto de una turba fanática, los presos fueron víctimas de una terrible
agresión, que acabó con sus vidas el 28 de enero de 1912. El cuerpo de Alfaro fue
arrastrado por las calles y en el parque de El Ejido fue quemado. El historiador
Alfredo Pareja Diezcanseco calificó ese acontecimiento como “hoguera bárbara”.
Con Eloy Alfaro murieron también los ideales grancolombianos del liberalismo.
La solidaridad con Cuba
Para la época cuando el liberalismo ecuatoriano accede al poder, el
capitalismo mundial entra en la fase imperialista y empiezan las primeras
manifestaciones de su masiva expansión, con lo que América Latina se ve
arrastrada por las grandes potencias a la vorágine de la economía y la política
mundial. Como el fenómeno reviste características de intervención en los asuntos
internos de los países y atenta contra la soberanía estatal y los derechos de los
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pueblos a su autodeterminación, entre los sectores más lúcidos y democráticos del
continente surge una temprana conciencia anti-intervencionista que, por su
radicalidad, ha sido considerada como precursora de la conciencia anti-
imperialista. El liberalismo alfarista se hizo eco de esa postura, incorporándola
como parte de la lucha a favor de su causa y de los esfuerzos unionistas entre
repúblicas.
Especial preocupación merecieron, entonces, las reivindicaciones de
Venezuela sobre los territorios de la Guayana Esequiva y la lucha de los
revolucionarios cubanos por alcanzar la independencia de su Patria frente a
España.
Si bien las protestas venezolanas contra Gran Bretaña provocaron la
mediación del gobierno de Antonio Flores Jijón y una similar actitud del
Presidente Luis Cordero, Inglaterra mantuvo su intransigencia. En Cuba el afán
independista despertó una amplia solidaridad bajo el recuerdo de las guerras
emancipadoras que concluyeron con el coloniaje. Los líderes cubanos recorrían los
diversos países en busca de apoyo y recursos. Venezolanos y cubanos, como
sucedió con otros pueblos, recibieron decidido respaldo del General Alfaro una
vez que llegó a la Presidencia.
Ya en 1873 Eloy Alfaro, que se hallaba en Panamá, trabajaba activamente en
la filial de la sociedad "Amigos de Cuba" y era uno de sus dirigentes. Después, en
sus continuas relaciones, hizo amistad con Antonio Maceo, José Maceo, Máximo
Gómez, Flor Crombet, Eusebio Hernández, Rafael María Merchán, Miguel
Albuquerque, etc. Apenas un año y medio antes del triunfo liberal, Alfaro había
discutido con Maceo y José Martí, un plan de ayuda a la revolución cubana con la
acción armada de liberales ecuatorianos, colombianos y nicaragüenses. Martí
estaba convencido de que el triunfo cubano se obtendría antes que el triunfo liberal
en Ecuador y que, por tanto, tareas internas más urgentes ocuparían la atención de
Alfaro. El Viejo Luchador, en cambio, persistía en que la guerra en Cuba sería larga
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y mucho más corta la del Ecuador. En febrero de 1895 estallaba la revolución
cubana, pero en junio Eloy Alfaro se hacía con el poder en Ecuador.
Entonces, la solidaridad con Cuba recibió un impulso efectivo. Eloy Alfaro
dispuso al coronel León Valle Franco la organización de una expedición militar,
para lo cual se armó batallones con veteranos de las guerrillas liberales
ecuatorianas; pero el gobierno colombiano no autorizó el paso de las tropas por el
Istmo de Panamá y la empresa fue frustrada. Con todo, Alfaro continuó
debatiendo la cuestión cubana con Miguel Albuquerque, designado agente
confidencial y financiero en Ecuador. Y el 19 de diciembre de 1895, siete días antes
de convocar a un Congreso Internacional en México, el general Alfaro dirigió,
desde Guayaquil, una Carta a la Reina María Cristina, Regente de España,
manifestándole que el pueblo del Ecuador “se siente conmovido en presencia de la
cruenta y aniquiladora lucha que sostienen, Cuba por su emancipación política y la
Madre Patria, por su integridad” y que, interponiendo sus buenos oficios “como lo
haría el hijo emancipado a la madre cariñosa” se dirigía “para que Vuestra
Majestad, en su sabiduría y guiada por sus humanitarios y nobles sentimientos, en
cuanto de V.M. dependa, no excuse la adopción de los medios decorosos que
devuelvan la paz a España y Cuba”. Alfaro añadía una especial consideración
histórica:
Nuestra historia recuerda que durante quince largos años lidió Colombia por su independencia y la conquista a costa de más de doscientas mil vidas, de la casi total extinción de su riqueza pública y privada y de un legado de deuda flotante de doscientos millones de pesos; y ha sido preciso el decurso del tiempo para que las antiguas colonias, ya constituidas en naciones autónomas, reanudasen oficialmente, con la Madre Patria, los lazos de amistad. España perdió casi todo su comercio con América; no obstante que a raíz de obtenida la independencia, Colombia permitió la admisión de la bandera española en sus puertos y que los españoles eran acogidos en ellos como hermanos. Tan grandes males se habrían evitado, a mi ver, si España no hubiera desoído el prudente consejo que en tiempo oportuno dio el Gabinete Británico, consistente en que ajustase a paz con sus colonias, reconociendo su independencia con la reserva establecida en solemne convenio, entonces aún posible, de ventajas especiales para su bandera. No se habría desviado la corriente de su comercio de esta parte del mundo y la comunión entre ambos pueblos no habría tenido solución de continuidad. V. M. sabe que fue solo bajo el reinado del augusto esposo de V.
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M. don Alfonso XII, de la gloriosa memoria, cuando definitivamente las relaciones oficiales entre España y sus hijos vinieron a ser cordiales. Parece cuerdo acatar ahora las enseñanzas de la experiencia y el consejo del Gabinete Británico, dado en caso análogo en la época a que me he referido; así España pondrá a cubierto sus intereses y habrá hecho justicia a las aspiraciones de Cuba, sin mengua de su decoro.
Alfaro quería que la carta a favor de la independencia de Cuba tuviera un
carácter colectivo y para ello envió mensajes correspondientes a los Presidentes de
Colombia, Venezuela y Perú, que, sin embargo, se negaron. Incluso el Presidente
colombiano prescribió a los gobernadores del Estado que prohibieran la colecta de
donativos para ayudar a los cubanos y la entrega de lo recaudado a la Cruz Roja
española, actitud que le valió la condecoración con la Gran Cruz de Isabel la
Católica otorgada por la Corte de España.
El Gobierno de España fue indiferente y la carta, al parecer, ni siquiera
mereció consideración. Pero Alfaro dio publicidad a su mensaje y los periódicos de
diversos lugares lo editaron. Mientras la actitud del Jefe Supremo ecuatoriano fue
alabada por unos, otros la reprobaron.
Tomando en cuenta la obstinada reacción inglesa contra los reclamos de
Venezuela, la de España frente al problema de Cuba, los compromisos
latinoamericanistas y aún la necesidad de afrontar la ubicuidad política de los
Estados Unidos, el 26 de diciembre de 1895 Eloy Alfaro hizo cursar una circular a
las cancillerías de América invitándolas a participar en un Congreso Internacional
a celebrarse en México el 10 de Agosto de 1896, en conmemoración al Primer Grito
de Independencia del Ecuador. El propósito fundamental de tal reunión sería la
formación de un Derecho Público Americano “que dejando a salvo derechos
legítimos, dé a la doctrina americana, iniciada con tanta gloria por el ilustre
Monroe, toda la extensión que se merece y la garantía necesaria para hacerla
respetar”.
Además, como se señalaba en la convocatoria, el Congreso debía procurar
mejores y más estrechas relaciones internacionales, afianzar la paz en el continente,
discutir y resolver todo lo relacionado con el progreso y bienestar de las diversas
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repúblicas, excepto lo relativo a problemas limítrofes, discutir sobre el adelanto y
progreso económico dictando medidas correspondientes y aprovechar todo
aquello que debía servir al engrandecimiento mutuo. Tan vasto programa no
dejaba, evidentemente, de ser muy general, más logró interesar a la numerosos
países: El Salvador, Chile, Bolivia, Guatemala, Honduras, Paraguay, Costa Rica,
Venezuela, Nicaragua, México y a los acuerdos anticipaban adherirse Argentina y
Perú.
Como la convocatoria afectaba los intereses de los Estados Unidos -no en
vano manipulaban desde hacía tiempo la Doctrina Monroe según sus
conveniencias a fin de asegurar sus proyectos hegemónicos sobre América Latina-
y les arrebataba iniciativa, su actitud, desde el comienzo, fue contraria. El Ministro
del Ecuador en Washington informaba, en una circular, haberse acercado al
Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mr. Olney, quien aceptaba la idea del
Congreso a condición de que todas las demás repúblicas americanas lo hicieran y
que evidenciaba el deseo de que el Congreso se realizara en Washington. Al
Ministro Luis Felipe Carbo se le había solicitado, además, suprimir la mención al
Congreso Internacional en su discurso de presentación de credenciales ante el
Presidente.
El Ministro mexicano Matías Romero informaba a su gobierno la "ninguna
disposición" de Washington para la celebración del Congreso. A su vez, el
Encargado de Negocios de México en Washington, Miguel Covarruvias, daba
cuenta a su gobierno de que según Mr. Olney, no se habían definido claramente los
fines y propósitos de la mencionada reunión internacional, que antes de convocarla
debía haber un intercambio de opiniones mutuas entre Estados Unidos y los
principales poderes sudamericanos para convenir en un programa bien definido,
que si el Congreso norteamericano resolvía una convocatoria en Washington ese
Gobierno no estaría dispuesto a tomar parte en el promovido por Ecuador, que
Olney sostenía “que el Ecuador no tenía el prestigio bastante para acometer ni para
llevar a cabo una empresa de la importancia que debía tener un Congreso
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americano” y que no sería prudente entrar en una discusión sobre la Doctrina de
Monroe, ahora que los Estados Unidos están negociando con Gran Bretaña un
tratado general de arbitraje y de gran trascendencia, que puede dar por resultado
el arreglo de la cuestión de límites entre Venezuela y la Guayana Inglesa.
Como los Estados Unidos no estaban dispuestos a compartir la
interpretación de la Doctrina Monroe ni a discutir una eventual política
americanista que pudiera contradecir sus intereses de gran potencia, emplearon su
influyente acción para boicotear el Congreso Internacional convocado por el
gobierno de Eloy Alfaro, desorientaron la opinión general y presionaron sobre
otros países con el propósito de conseguir su inasistencia.
El 10 de Agosto de 1896 se reunieron en el Palacio de Chapultepec de
México los representantes de Ecuador, México, Nicaragua, Guatemala, Costa Rica,
El Salvador, Honduras y República Dominicana. Pero en virtud de la circunstancia
creada con la ausencia de la enorme mayoría de países invitados, la Junta de
Delegados resolvió “no se inaugura dicho Congreso, y en consecuencia, esta junta
procederá a su disolución”.
Sin embargo, se aprobó un concluyente Informe sobre la Doctrina Monroe,
verdaderamente precursor e insólito como manifestación de una postura anti-
intervencionista radical y hasta cierto punto anti-imperialista, acorde con los
intereses sentidos por América Latina. En dicho informe se consideró que la
actitud de los Estados Unidos se debía a motivos diversos a los que motivaron su
ausencia al Congreso que en otra época había convocado Simón Bolívar; que la
Doctrina Monroe no resultó un obstáculo para el bloqueo de San Juan de
Nicaragua y de las costas de El Salvador por los buques ingleses, ni para que
Inglaterra y Francia intervinieran en la Argentina, y tampoco para que la flota
española bombardeara Valparaíso, o para detener la guerra de la alianza tripartita
en México. Que tal Doctrina, desde su origen, era una simple regla de conducta
internacional aplicable según voluntad de los Estados Unidos.
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Por otra parte, se reconoció la original e inmediata repercusión que tuvo la
Doctrina en la época en que Monroe la había proclamado. Se sostuvo que la
Doctrina atravesaba por una verdadera crisis y que parecía indicado sujetarla a un
análisis jurídico que le diera su alcance e inteligencia plenos y no constituyera, por
tanto, un simple acto unilateral por parte de los Estados Unidos, sino que exigiera
un consenso en toda América. Y esto, se añade, se imponía, pues, como debía
recordarse, en 1848 el Presidente Polk había estado a punto de anexar Yucatán a
los Estados Unidos; en 1871 el Presidente Grant no había logrado obtener el
acuerdo del Congreso para hacer lo propio con Santo Domingo. Además, se acogió
las palabras del Presidente Porfirio Díaz acerca de los alcances que debía tener la
Doctrina Monroe y se concluyó con el Proyecto de Acuerdo aprobado por
unanimidad.
Aunque el congreso de México resultó un fracaso, su importancia es
insoslayable. Después del Congreso de Panamá, en 1826, convocado por Simón
Bolívar -y al que es comparable por la dimensión de sus propósitos-, el de 1896
participa, como aquél, del interés en la defensa provechosa de Latinoamérica frente
a potencias hostiles y al margen de las interesadas iniciativas características de los
Estados Unidos. Era la primera vez que se clarificaba una política manipulada
unilateralmente con visos de americanismo.
De tal manera que Eloy Alfaro se destaca como un consecuente seguidor del
espíritu libertario que animaba a Bolívar. No puede, en consecuencia, considerarse
al Congreso Bolivariano de 1826 ni al Congreso Alfarista de 1896, reuniones
convocadas bajo el espíritu del “monroísmo” o del “panamericanismo” y tampoco
como antecedentes de la Organización de Estados Americanos (OEA) o del
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que tiene propósitos
militares. Además, no se identifican con asociaciones internacionales regionales de
fines económicos, especialmente porque el pensamiento de Bolívar y de Alfaro se
proyectaba con intereses de transformación social, sin afanes expansionistas y con
genuino sentido latinoamericano. El latinoamericanismo liberal del alfarismo
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representa, por todo lo analizado, la expresión de una política fiel a la democracia
internacional aspirada por los pueblos del continente.
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Eloy Alfaro Delgado y familia
Colección de fotografías de la familia Ávila Alfaro
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Donde impera la desmoralización
y el robo, es imposible la República.
Eloy Alfaro
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Enrique Ayala Mora2
LA REVOLUCIÓN LIBERAL ECUATORIANA,
BREVE PERSPECTIVA GENERAL (1895-1912)
2 Ensayista, historiador y autor de cinco de los trece estudios que componen “La nueva historia del Ecuador”; político de convicción socialista.
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Introducción
Este artículo está destinado a ofrecer una visión de los procesos históricos
que se dieron en el Ecuador entre 1895 y 1912. Esta etapa correspondió a la
Revolución Liberal, el cambio más profundo y radical que ha sufrido el país en
toda su historia republicana.
Luego de la Revolución Liberal se dio otra etapa, que se llamó el
“predominio plutocrático” o la dictadura plutocrática, que fue desde 1912 hasta
1925. Ambas etapas se caracterizan por el signo liberal, pero son bien distintas.
Mientras a lo largo de los primeros diecisiete años, luego del triunfo del
radicalismo liberal, se dieron amplias reformas en el estado y la sociedad, se
instauró el Estado Laico y se mantuvo una situación de enfrentamiento con el
conservadorismo; en los siguientes doce o trece años, se revirtió el proceso y
gobernaron los liberales bajo el control de la banca, enfrentando al radicalismo en
armas.
Este trabajo ha sido especialmente preparado para el libro Eloy Alfaro y la
revolución en nuestra América. Su objetivo es ofrecer elementos generales del
proceso, con una visión rápida y de conjunto. Para cumplir su cometido, el artículo
será fundamentalmente una crónica. Comenzará con una caracterización general
de la Revolución Liberal, estudiará la secuencia del proceso y al fin delineará los
principales elementos del “Estado Laico”. Tiene como base los textos del autor que
constan en el Manual de Historia del Ecuador, Época Republicana (1). Su concepción
general viene del libro Historia de la Revolución Liberal Ecuatoriana, 1895-1912 (2).
Perspectiva general
El sostenido incremento de la exportación cacaotera y del comercio de
importación, que se dieron en el Ecuador desde las últimas décadas del siglo XIX,
trajeron consigo un proceso de acumulación cada vez más significativo de capital,
al mismo tiempo que más estrechas vinculaciones con el mercado mundial. Se
consolidó así el predominio de los sectores capitalistas dinámicos de la economía.
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Se definió así el “Modelo primario agroexportador”, bajo cuya vigencia se
mantuvo la regionalización del país, pero se rearticularon diversas formas de
producción, desde las más tradicionales hasta las más modernas. Las relaciones de
tipo salarial se ampliaron no solo en las ciudades, especialmente en Guayaquil,
sino también en algunos espacios rurales.
El auge de las exportaciones cacaoteras provocó la consolidación, al interior
de la oligarquía costeña, de una fracción de comerciantes y banqueros,
diferenciada de los propietarios rurales. Ese grupo, al que podemos llamar con
propiedad burguesía comercial y bancaria, fue el sector que logró la dirección
política con la “transformación” liberal. En el golpe de estado y la guerra civil de
1895, sin embargo, aunque el beneficiario político fue la burguesía, los sectores
sociales más dinámicos fueron el campesinado costeño, movilizado en las
montoneras, los artesanos, especialmente del Puerto Principal, y la intelectualidad
liberal de sectores medios que era la divulgadora de las ideas radicales.
Esta fue una etapa de consolidación del Estado Nacional en el Ecuador. Ello
supuso, por una parte, un programa orientado a la integración económica de las
regiones naturales. Por otra parte, el proyecto liberal trajo también la mayor
transformación político-ideológica en la historia del país. El Estado consolidó su
control sobre amplias esferas que estaban en manos de la Iglesia, que también fue
despojada de una buena parte de sus latifundios. Por otra parte, se modernizó la
sociedad y se impulsaron las organizaciones obreras y artesanales.
Inicio de la Revolución Liberal
Don Eloy y el 5 de junio
El escándalo de la “venta de la bandera” devino en crisis nacional (3). En
Guayaquil se pidió investigar el negociado y la renuncia del presidente de la
República Luis Cordero. En varios lugares de la Costa hubo pronunciamientos por
la jefatura suprema de Eloy Alfaro y se reactivaron los montoneros. Un grupo de
liberales serranos intentó una transacción con los restos del progresismo gobernante,
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pero fracasó. Cordero renunció y dejó el poder al vicepresidente Vicente Lucio
Salazar, que tenía apoyo de los conservadores. Pero era tarde. El eje de los
acontecimientos se desplazó a Guayaquil. Alfaro tenía allí fuertes resistencias entre
los notables, pero el 5 de junio de 1895 se lo proclamó jefe supremo, bajo la presión
popular. Los notables porteños tuvieron que aceptar al caudillo. Su participación
garantizaba la movilización popular y la conducción de la guerra civil que venía.
En el pronunciamiento confluyeron la burguesía y los campesinos costeños en
pelea por la tierra, artesanos y grupos medios, que protagonizaron la lucha
ideológica.
Alfaro había nacido en Montecristi, provincia de Manabí, el 25 de junio de
1842. Sus padres fueron Manuel Alfaro, comerciante español, y Natividad Delgado
(4). Su educación fue poco sistemática. Desde temprano se dedicó a los negocios y
a la política. En 1864 participó en una conspiración contra García Moreno. Viajó a
Panamá donde se casó con Ana Paredes Arosemena. Allí conoció a Juan Montalvo.
En 1875 volvió al Ecuador y se enfrentó al gobierno de Borrero. Meses después
luchó junto a Veintemilla, a quien se opuso cuando no cumplió su programa
liberal. Alfaro acaudilló varias revueltas contra Veintemilla desde 1880. Entre 1882
y 1883 fue proclamado jefe supremo de Manabí y Esmeraldas y dirigió uno de los
ejércitos que derrocaron al dictador. El año 1884, encabezó una nueva montonera.
Viajó por Sudamérica y conoció a importantes líderes liberales. En América Central
tuvo gran influencia. Llegó a ser general del ejército nicaragüense.
Alfaro vino de Centroamérica y asumió el mando. Trató de evitar el
enfrentamiento y envió comisiones de paz a la Sierra. Pero el conservadurismo se
había radicalizado. El gobierno de Salazar se lanzó a la guerra. La Iglesia desató
una campaña de terror ideológico contra el liberalismo (5). Fracasada la mediación,
Alfaro avanzó a la Sierra. Venció en San Miguel y Gatazo. Entró en Quito el 4 de
septiembre. La guerra civil fue también un enfrentamiento regional. Reforzó la
movilización antiliberal en la Sierra, pero consolidó la unidad en la Costa.
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La Revolución Liberal se inició en medio de un contexto latinoamericano de
agitación. En los países vecinos, Perú y Colombia, estallaron revoluciones por esos
mismos años. En Cuba, Martí y los demás próceres intensificaban la lucha por la
Independencia. Estos acontecimientos reforzaron la existencia de una especie de
“Internacional del liberalismo” que actuaba en Latinoamérica.
El primer gobierno liberal
Alfaro equilibró su gobierno con sectores radicales y moderados. Aunque
intentó un acercamiento y dirigió al Papa una carta de tono conciliador, el clero y
los conservadores lanzaron una cruzada para recobrar el poder. Prelados como el
alemán Schumacher y el español Massiá, obispos de Portoviejo y Loja, alentaron
invasiones armadas. Los miembros de la “Restauración Católica” cruzaron la
frontera con apoyo colombiano y llegaron cerca de Quito. En julio de 1896 los
conservadores cuencanos se sublevaron. Alfaro los derrotó y tomó Cuenca. Se
confiscaron bienes de los jefes de la revuelta y se fusiló a un periodista de
oposición.
En medio de la tensión, el gobierno llevó adelante obras públicas, realizó
reformas arancelarias y dispuso la suspensión del pago de la deuda externa. En
acto de solidaridad, Alfaro solicitó a la reina de España la Independencia de Cuba.
También convocó a un Congreso Internacional Americano que debía reunirse en
México en 1896, pero fracasó, básicamente por la actitud norteamericana.
En 1896 se reunió la Asamblea Constituyente en Guayaquil, donde se
produjo un feroz incendio que consumió casi un tercio de la ciudad (6). La nueva
Constitución consagró las libertades de conciencia y cultos (7). Eso creó un
conflicto por la vigencia del Concordato. Don Eloy, que fue elegido presidente, no
quiso romper con la Iglesia sino obligarla a aceptar las reformas. La actitud
eclesiástica, empero, fue rígida. En 1899 para someter al clero se dictó la Ley de
Patronato. Los obispos no la aceptaron. En 1900 se estableció el Registro Civil y se
secularizaron los cementerios. La ruptura Iglesia-Estado se ahondó y se dieron
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encuentros armados. El gobierno expulsó varios obispos y sacerdotes. También en
1900, los refugiados conservadores, con apoyo del gobierno de Colombia,
preparaban una invasión. Alfaro ayudaba a los liberales del país vecino a conspirar
contra el gobierno conservador de Bogotá. Cuando la guerra parecía inevitable, el
obispo de Ibarra Federico González Suárez la impidió (8). El Vaticano aceptó
negociar en 1901. Se llegó a acuerdos limitados, que no se cumplieron.
En 1897 se celebró un contrato con el ingeniero estadounidense Archer
Harman, que constituyó una compañía para construir el ferrocarril de Guayaquil a
Quito. La obra enfrentó mucha oposición, incluso de liberales y notables
guayaquileños, pero el contrato fue autorizado. Alfaro apoyó la obra con grandes
recursos fiscales. Esto trajo resistencia a la compañía extranjera, la renegociación de
la deuda externa y la elevación de los impuestos al comercio exterior para financiar
la obra. El gobierno realizó una reforma aduanera y entregó la recaudación de
impuestos en la Costa a la Sociedad de Crédito Público, una compañía privada. Se
dieron cambios y fundaciones de establecimientos en la educación oficial; se
produjeron avances en la organización y formación de las Fuerzas Armadas. En
1900 se descubrieron los restos del mariscal Sucre, depositados desde entonces en
la Catedral de Quito. Ese año el Ecuador participó en la Exposición Universal de
París.
División del liberalismo
El “placismo”
En medio de la amenaza de invasión, Alfaro aceptó respaldar para la
sucesión al general Leonidas Plaza Gutiérrez, que fue elegido presidente (9). El
nuevo mandatario había ganado prestigio como defensor de las tesis liberales y
buen negociador. Apenas elegido, Alfaro intentó forzarlo a renunciar, pero Plaza
había logrado un acuerdo con sus adversarios y controlaba el Congreso y los
cuarteles. El Viejo Luchador tuvo que entregarle el poder en agosto de 1901, pero
se formalizó la división del liberalismo.
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Plaza robusteció su gobierno, integrando notables costeños y aseguró el
respaldo de varios opositores que le ayudaron a controlar el ejército. Así logró
aislar a Alfaro y su círculo cercano. Con una política de no intervención en
Colombia, logró neutralizar y, al fin, conjurar la amenaza conservadora del norte.
El Presidente fue más allá y entregó cargos a conservadores. Plaza realizó las
reformas más radicales del Estado laico, varias de las cuales, el propio Don Eloy
había considerado prematuras. La estrategia del presidente Plaza concentró el
ataque contra la Iglesia Católica, ofreciendo al mismo tiempo garantías al
latifundismo serrano. Localizado el clero como objetivo, se lanzó a impulsar la
reforma político-religiosa y a provocar la ruptura entre Estado e Iglesia. Pero al
mismo tiempo, el gobierno no intentó ninguna reforma agraria y garantizó la
represión de los trabajadores (10).
El placismo iría definiéndose y consolidándose en la primera década del
siglo. Representaba a notables porteños, latifundistas serranos convertidos al
liberalismo, conservadores “colaboracionistas”; profesionales y comerciantes
medios, periodistas e intelectuales. Todos unidos en oposición al alfarismo, en
contacto con la persona y la familia de Plaza y vinculados al Banco Comercial
Agrícola.
Plaza mantuvo respeto por la prensa de oposición; permitió el retorno de
expatriados, aunque siguió controlando las elecciones. No estuvo de acuerdo con
el contrato ferrocarrilero pero prefirió reformarlo a suspender la obra. En la
negociación territorial con el Perú, el gobierno mantuvo una política errática e
inconsistente que obstaculizó el arbitraje del rey de España sobre el diferendo.
Una nueva revuelta
En 1905, Plaza apoyó la candidatura de su anterior adversario, Lizardo
García, gerente del Banco Comercial y Agrícola. Los liberales de oposición
intentaron resistir al “continuismo” (11). Pero el gobierno impuso a García como
presidente. A pesar del respaldo del poder económico, la nueva administración era
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débil. En diciembre de 1905 lo derrocó una revuelta militar de Alfaro, que llegó a
dictador como jefe de una fracción liberal en lucha contra otra. Las guarniciones
militares (Riobamba y Guaranda en primer lugar) protagonizaron el hecho.
Guayaquil fue una de las últimas plazas en ser tomadas (14-16 de enero). La
mayoría de los notables liberales guayaquileños respaldaron a García.
Alfaro triunfó contra el grueso de la burguesía y el latifundismo con
respaldo del ejército, grupos populares, intelectuales históricos del liberalismo, un
sector minoritario de la burguesía con intereses en la industria, la Compañía del
Ferrocarril, y el apoyo coyuntural de un sector latifundista serrano con intereses
industriales, necesitado de proteccionismo. Don Eloy logró ese apoyo para “salvar
la revolución”. Las reformas liberales laicas y el ferrocarril estaban inconclusos. El
intento de la burguesía de ganar la dirección política excluyendo a otros sectores
del liberalismo había resultado prematuro.
Hacia el fin de la revolución
Segundo gobierno alfarista
Alfaro llevó adelante un programa que planteaba la institucionalización
definitiva del Estado laico, la conclusión del ferrocarril y la puesta en marcha de
medidas destinadas a proteger y desarrollar la industria nacional. Ante las
expectativas populares, se volvió a hablar de reforma social.
La Constitución de 1906 institucionalizó la reforma liberal (12). Esta se
completó dos años después con la nacionalización de varias haciendas de la Iglesia.
Esta medida, empero, no trajo el reparto de las tierras a los campesinos, sino el
cambio de arrendatarios. El 25 de julio de 1908 se inauguró el ferrocarril
trasandino. Fue un gran momento para Don Eloy. Pero el ferrocarril dejaba al
gobierno con una monstruosa deuda y sin su consigna fundamental, tanto más que
la obra no tuvo los efectos inmediatos que se esperaban. Luego de un intento de
establecer un sistema de protección industrial, el gobierno cedió a la presión de los
comerciantes y abandonó su tímido proyecto industrialista.
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El alfarismo perdía bases sociales. El 25 de abril de 1907, los universitarios
de Quito demandaron elecciones no controladas por el gobierno y fueron
reprimidos. Se patentizó el divorcio entre Alfaro y la intelectualidad liberal (13).
Semanas después, en Guayaquil, el Presidente sufrió un atentado contra su vida.
En el fracaso de la protección industrial se visualizó el poder de la oposición. El
gobierno entregó las recaudaciones de aduana a la Compañía Nacional Comercial,
CNC.
Se generalizó la reacción de los grupos populares frustrados y la pérdida del
liderazgo de Alfaro sobre el ejército. El Viejo Luchador había sufrido un violento
deterioro físico, pero pudo presidir la conmemoración del aniversario del 10 de
Agosto en 1809, y liderar en 1910 la reacción nacional ante el anuncio de que el rey
de España preparaba su dictamen arbitral contra Ecuador en su disputa con Perú y
marchó a la frontera a dirigir el ejército. El país lo respaldó, pero se perdió una
nueva posibilidad de arreglar el diferendo territorial.
Caída y asesinato de Alfaro
Para la elección de 1911 Alfaro escogió como candidato a Emilio Estrada y lo
hizo ganar. Sin embargo, cuando intentó obligarle a renunciar a la presidencia a
Estrada antes de asumirla, éste se negó y consiguió respaldo de la oposición liberal.
El 11 de agosto de 1911, ante el rumor de un golpe de Alfaro, los cuarteles se
sublevaron. Una asamblea de placistas y conservadores desconoció al gobierno.
Don Eloy renunció y viajó a Panamá.
Posesionado de la presidencia en septiembre de 1911, Estrada consolidó su
respaldo pactando con sus adversarios. Pero el Presidente no duró mucho. Murió
el 22 de diciembre. Carlos Freile Zaldumbide asumió el poder. Enseguida se dieron
alzamientos armados en Esmeraldas y Guayaquil, liderados por Flavio Alfaro y
Pedro Montero, quien llamó a Don Eloy, que volvió intentando constituirse en
mediador. Pero el gobierno de Quito se negó a todo arreglo y mandó al ejército
comandado por los generales Plaza y Andrade. Los rebeldes fueron vencidos en
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Huigra, Naranjito y Yahuachi. Un acuerdo propiciado por diplomáticos permitió la
entrega pacífica de Guayaquil. Alfaro, Franco y otros jefes fueron apresados.
Montero fue asesinado. El Viejo Luchador y sus compañeros fueron enviados a
Quito, donde una multitud asaltó la cárcel, los asesinó, los arrastró por las calles y
los incineró (14). Se ha discutido mucho sobre la responsabilidad del hecho, pero
hay evidencia de que Freile y su gobierno tuvieron criminal complicidad (15). Los
placistas, junto a conservadores y clérigos, azuzaron a la multitud.
Con Alfaro fue derrotada la alternativa radical. En 1895, se necesitaba un
líder para el triunfo. Alfaro, caudillo popular radical y gran jefe militar, fue el
hombre. Pero su presencia en el poder tenía un precio que los grupos dominantes
eran reacios a pagar. Alfaro impulsó la secularización del Estado y la
modernización, que incluía desarrollo industrial, organización obrero-artesanal y,
hasta cierto punto, liberación de los campesinos. Esto le enajenó el apoyo del
grueso de la burguesía y del latifundismo, que propiciaron su caída y asesinato. La
movilización popular y los planes de reforma fueron limitados, pero suficientes
para alarmar a la oligarquía, que temía que Alfaro fuera más allá. Había, entonces,
que deshacerse del Viejo Luchador, víctima de su papel histórico de líder
revolucionario.
El Estado Laico
El Estado y la Iglesia
Tarea fundamental del liberalismo fue la secularización del Estado. Aunque
desde 1895 se dieron diferencias en la actitud oficial frente a la Iglesia, hubo
consenso en el gobierno sobre la necesidad de reformar el Concordato, de modo
que rigieran la libertad de conciencia y la prohibición al clero de participar en
política. Para conseguirlo, Alfaro mantuvo una política de apaciguamiento, aun
desafiando a los radicales. Pero el clero respondió con la “guerra santa”, mientras
el Vaticano se mantuvo sin querer negociar. Ante los hechos, el gobierno
suspendió el Concordato y volvió al ejercicio del Patronato. En un primer
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momento se trató de impedir la separación del Estado y la Iglesia, sujetándola al
poder civil. Este intento, empero, fue resistido por la jerarquía. Luego del fracaso
de los tratados de Santa Elena de 1901, fue imponiéndose una ruptura controlada,
que consumó la separación, pero mantuvo bajo manejo estatal parte de los bienes
de la Iglesia. Esto sostuvo el presidente Plaza, partidario de “Reconocer
explícitamente que la Iglesia no toma parte en nuestro organismo político y que
sus funcionarios deben considerarse como dependientes de un poder extranjero y
tratárselo bajo este pie”. (16)
Durante el gobierno de Plaza se realizaron las transformaciones más
radicales. En 1902 se emitieron las leyes de Matrimonio Civil y Divorcio. La Iglesia
acusó al gobierno de “autorizar el concubinato público”. (17). De todos modos se
pusieron en vigencia. En 1904 se emitió la Ley de Cultos, que regulaba el
funcionamiento de la Iglesia y las comunidades religiosas y ponía sus bienes bajo
manejo estatal.
Con la Constitución de 1906, la separación Iglesia-Estado quedó consumada.
La Iglesia perdió su condición de religión oficial y persona jurídica de derecho
público. En 1908 los bienes eclesiásticos de manos muertas fueron estatizados.
Luego, el gran punto de conflicto Iglesia-Estado fue el control de los centros
educativos católicos, muchos de los cuales lograron mantenerse como instituciones
privadas. Con el tiempo se multiplicaron. Así quedó planteado el enfrentamiento
entre el sistema estatal laico y la educación religiosa, que duraría más de medio
siglo.
El programa liberal
La obra material del liberalismo fue grande. Se amplió la red de caminos y
telégrafos, se realizaron mejoras urbanas y se construyeron edificios públicos. El
ferrocarril trasandino fue su logro mayor (18). La compañía domiciliada en Estados
Unidos Guayaquil and Quito Railway Co., dirigida por Harman, fue concesionaria.
La obra fue financiada con inversión fruto de la renegociación de la deuda de la
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Independencia. Los bonos emitidos fueron garantizados por el Estado, que cubrió
parte sustancial de la financiación. Luego de enormes dificultades y desembolsos
no previstos, el ferrocarril se inauguró en 1908. Antes de su conclusión ya había
afrontado resistencia de los latifundistas serranos, que temían que la construcción
les traería encarecimiento y fuga de la mano de obra campesina, y alzas de precios.
Una vez concluida, la línea no fue rentable, pero logró unir la Sierra y la Costa,
transformándose en columna vertebral de la integración nacional.
Las administraciones liberales consideraron que la consolidación de su
triunfo político dependía, en gran manera, de un mecanismo de reproducción
ideológica. Establecieron un sistema educativo oficial y laico. En una década, los
centros oficiales de educación fueron arrebatados a la Iglesia y se fundaron varios
nuevos como el Instituto Nacional Mejía. El contenido de la nueva educación era
fuertemente anticlerical e influenciado por las corrientes positivistas en boga. La
formación de maestros laicos fue provista por los colegios normales. La enseñanza
universitaria fue secularizada y se suprimieron los estudios teológicos. Se implantó
el bachillerato en Humanidades Modernas y se ensayaron nuevos métodos
pedagógicos. Luego de más de una década, el sistema de educación laica estaba
consolidado. En 1911 había 1.197 escuelas fiscales del total de 1.551 escuelas, 1.484
maestros laicos de un total de 2.326, y 92.947 de 124.113 alumnos. Había once
colegios nacionales y siete colegios particulares con un total de 2.633 alumnos (19).
El Estado intervino la beneficencia. Impulsó la junta privada de beneficencia
de Guayaquil y fundó juntas oficiales en el resto del país. A éstas les entregó los
bienes eclesiásticos. Otros quedaron en manos de la diócesis, destinados a la
educación (20). No se entregó tierras a los campesinos. El gobierno retuvo la
posibilidad de negociar el control de esos latifundios con los terratenientes locales.
El programa liberal abarcó, además la nacionalización de cementerios,
Un importante aunque olvidado aspecto del programa liberal fue la
organización popular. Habiendo llegado al poder con respaldo popular, Alfaro se
dio cuenta de la necesidad de mantener organizadas sus bases, especialmente las
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artesanales. Por ello promovió y respaldó la secularización de las organizaciones.
Respaldó a Miguel Albuquerque, figura de la organización popular liberal de la
época, que fundó varias entidades clasistas, tratando de mantenerlas bajo control
del liberalismo. En la Costa el plan tuvo éxito, pero en la Sierra la derecha logró
mantener el control.
La estructura del Estado
El Estado laico no significó solamente un cambio en las relaciones del poder
y la ideología. El aparato del Estado experimentó un enorme crecimiento. La
consolidación del Estado-Nación representó también un robustecimiento de los
mecanismos del poder central y un gran esfuerzo de centralización.
El programa liberal trajo un incremento significativo del servicio público. El
Ministerio de lo Interior, la administración provincial y el Ministerio de Hacienda,
con sus ramificaciones, crecieron aceleradamente. La cifra de burócratas en esas
ramas se incrementó en una proporción de uno a seis (21). El aumento en número
de los empleados públicos y militares, y las obras públicas demandaron un
crecimiento de las rentas del fisco, que se elevaron de siete a dieciocho millones de
sucres.
Al fin de la Revolución Liberal, en la estructura administrativa del país se
había consolidado un sector de burócratas seglares, del que formaban parte
mujeres que, al ser designadas por primera vez para ejercer cargos públicos, se
transformaron en uno de los pilares del Estado laico. Se ampliaron de esta manera
los grupos medios urbanos que cumplirían un importante papel en la vida del
Ecuador del siglo XX.
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NOTAS 1. Enrique Ayala Mora, Manual de Historia del Ecuador II, Época
Republicana, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2008, pp 62-73.
2. Enrique Ayala Mora, Historia de la Revolución Liberal Ecuatoriana, 1895-1912, Quito, Corporación Editora Nacional/TEHIS, 1995
3. El gobierno permitió en 1895 que Chile vendiera al Japón un buque de guerra usando la bandera ecuatoriana. (Elías Muñoz Vicuña, La guerra civil ecuatoriana de 1895. Guayaquil, Departamento de Publicaciones de la Universidad de Guayaquil, 1976
4. Hay varias biografías de Alfaro. Roberto Andrade y Jorge Pérez Concha son los biógrafos más notables. La hoguera bárbara, de Alfredo Pareja Diezcanseco, es la obra más recomendable.
5. En su pastoral de 1895, en medio de la guerra, decía el Arzobispo de Quito: “Monstruo en el infierno, espantoso, indescriptible el liberalismo y el radicalismo; es la gran ramera de Babilonia que vio San Juan en el Apocalipsis…”. Pedro Rafael González y Calisto, Novena Carta Pastoral, Quito, 1895, p. 4.
6. La cifra calculada de las pérdidas fue de S/. 18.055.612. Algo menos del 30% estaba asegurado, fundamentalmente mercaderías, en su mayoría por aseguradoras británicas. Cfr. El Ecuador: Guía Comercial, Agrícola e Industrial de la República, Guayaquil, Compañía “Guía de Ecuador”, 1909, p. 367.
7. “El Estado respeta las creencias religiosas de los habitantes del Ecuador y hará respetar las manifestaciones de aquellas”. República del Ecuador, Constitución Política de la República del Ecuador, Quito, Imprenta Nacional, 1896-1897, art. 13.
8. Federico González Suárez, Cuestiones palpitantes. Carta explicada, Quito, Tip. de la Escuela de Artes y Oficios, 1900.
9. Julio Tobar Donoso, Monografías históricas, Quito, Ed. Ecuatoriana, 1937, p. 426.
10. Ya no se hablaba de la abolición del concertaje. Se la condicionaba a los intereses del latifundismo y a la necesidad de mayor represión del campesinado. Para Alfaro y otros radicales el enemigo era el “tradicionalismo” de la sociedad ecuatoriana. Para Plaza, el adversario era solo el clero. De este modo, la aplicación del radical proyecto de secularización del Estado que llevó adelante Plaza, con mayor decisión que Alfaro, representó el límite de la Revolución y el comienzo de la vigencia de una alianza oligárquica que terminaría por sofocarla.
11. La Asamblea Liberal ante la Historia, Guayaquil, Imprenta de El Tiempo, 1905, p. 93.
12. Fue un documento corto en el que se consagró la separación de la Iglesia y el Estado, la supremacía de éste sobre el poder seccional; las garantías ciudadanas. Se transformó en la “Carta Magna” del liberalismo
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13. Aurelio Dávila, El 25 de abril de 1907, Recuerdos Históricos, Guayaquil, Imprenta Popular, 1909.
14. Cfr. Alfredo Pareja Diezcanseco, La hoguera bárbara, México, Compañía General Editora, 1944.
15. El ministro de Guerra, Juan Francisco Navarro y el de lo Interior, Octavio Díaz, deben ser señalados como principales instigadores del asesinato. Se redujo a prisión a una veintena de actores materiales del hecho, pero nunca logró establecerse su autoría intelectual. Cfr. Pío Jaramillo Alvarado, Estudios históricos, Quito, Casa de la Cultura, 1960, pp. 177-210.
16. Leonidas Plaza Gutiérrez, “Mensaje del Presidente de la República al Congreso Nacional de 1903”, en A. Novoa, Recopilación de Mensajes, vol. V, Guayaquil, Imprenta de El Telégrafo, 1890, p. 157.
17. Sexto Manifiesto de los obispos del Ecuador sobre la Ley de Matrimonio Civil, en Federico González Suárez y la polémica sobre el Estado laico, p. 280.
18. Cfr. Eloy Alfaro, “Historia del Ferrocarril de Quito a Guayaquil”, en Narraciones históricas, Quito, Corporación Editora Nacional, 1983, pp. 385-482.
19. República del Ecuador, Informe del Ministerio de Instrucción Pública, Quito, Imp. del Gobierno, pp. VI-XX.
20. No es posible precisar el porcentaje de tierras afectadas, pero no fueron todas las que tenía la Iglesia. Los bienes de las diócesis no fueron afectados. De más de treinta instituciones religiosas que había en el Ecuador, se intervinieron las haciendas de siete que habían acumulado más tierras. Cfr. Ayala, Historia de la Revolución Liberal Ecuatoriana, pp. 307-318.
21. Ayala, ibíd., p. 408.
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Portoviejo, sección superior del Colegio Olmedo
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Entre el patriotismo y el fanatismo
hay la misma diferencia
que entre la luz que vivifica
y el rayo que extermina.
Eloy Alfaro
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Tatiana Hidrovo3
ALFARO Y SU REVOLUCIÓN
3 Escritora, política, docente universitaria, investigadora, historiadora y Presidenta de Ciudad Alfaro.
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Eloy Alfaro (1842–1912) es la principal figura política de la historia del
Ecuador, de trascendencia latinoamericana: Mostró tener una visión anticolonial y
llevó a cabo una serie de acciones para lograr la articulación de Latinoamérica. A
pesar de que todo proyecto liberal ortodoxo del siglo XIX tenía como principal
objetivo consolidar el modo de producción económico–capitalista, este ecuatoriano
ejecutó un proyecto de modernización donde puso su mayor énfasis en las
dimensiones sociales y políticas de la realidad, lo cual creó condiciones para que se
estableciera una nueva correlación de fuerzas a partir de la conformación de un
segmento medio, que resistió durante todo el siglo XX los proyectos
neocolonizadores y neoliberales en el Ecuador. Desde entonces, este país pequeño,
ha significado un foco de producción ideológica y acción política en contra del
orden capitalista e imperialista, creados por la Modernidad.
En este corto trabajo intentamos entregar información interpretada y
contextualizada sobre Eloy Alfaro, para dar a conocer las particularidades de una
revolución ocurrida a fines del siglo XIX, en un país latinoamericano – Ecuador -, y
la forma cómo en América Latina se recrearon ideologías foráneas, entre ellas el
liberalismo, y por tanto la Modernidad. Hoy sabemos que esa Modernidad está en
crisis y debatimos acerca de cómo resolver sus contradicciones: la historia siempre
guarda claves para la comprensión del presente.
También es propósito de este trabajo historiográfico, difundir la acción y
pensamiento de Alfaro, lo cual constituye un acto de afirmación de la historia
ecuatoriana y latinoamericana; y de difusión de la vida de un hombre bastante
excepcional, que merece ser conocida y estudiada.
La invención de la república de Ecuador
Construir repúblicas fue una obra experimental y nueva, tanto en América
como en Europa, lugar donde se originó la Modernidad y se concibió la idea de
democracia, república y Estado–nacional, para la organización política de las
sociedades, coherentes con el modo de producción capitalista. De hecho, después
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de EEUU y Francia, los primeros proyectos de repúblicas tuvieron lugar en
Hispanoamérica a principios del siglo XIX. Varios autores han tratado de explicar
las causas de la fragmentación de Hispanoamérica, la misma que dio lugar a varias
repúblicas independientes. A priori la respuesta señala que las antiguas unidades
territoriales administrativas de la Colonia, entre ellas las reales audiencias,
establecieron condiciones que después permitieron la concreción de las repúblicas.
En el caso de Ecuador efectivamente la nueva República se erigió sobre el área
nuclear de la antigua Audiencia de Quito.
Desde el principio hubo una diferencia sustancial entre el discurso político
que pregonaba el orden republicano y democrático y el proyecto político concreto
que la clase dirigente estaba dispuesta a llevar a cabo. Al igual que en Europa, las
jóvenes repúblicas hispanoamericanas debieron redactar constituciones, definir su
territorio, crear instituciones constitucionales, establecer derechos políticos para
sus habitantes, financiar sus arcas, imponer el monopolio de la fuerza armada y
lograr que sus habitantes tuvieran un sentido de nación. A diferencia de Europa,
estos países hispanoamericanos mantenían un orden social heredado de la Colonia,
que dividía a sus habitantes en grupos étnicos-raciales según fueran blancos,
indios o negros, quienes históricamente tuvieron derechos y obligaciones distintas,
y en el caso de los blancos, privilegios. De acuerdo al discurso republicanista, la
democracia era el mejor de los sistemas políticos, lo que significaba que todos,
incluyendo los indios y negros, o en otro caso los vecinos-mestizos de los pueblos,
debían ser ahora “ciudadanos”, lo cual implicaba otorgar derechos políticos a la
gran mayoría y dejar atrás esa forma de sociedad segmentada por criterios
pigmentocráticos. Esta disyuntiva, dividió desde el principio a la clase política de
varios países: en un lado se situaron los que buscaron construir Estados nacionales
con ciudadanos, y en otra parte se situaron los que defendían el viejo orden y
pretendían limitar los derechos de ciudadanía a la elite histórica, para preservar
además sus beneficios económicos.
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Después de consolidadas las independencias, en varios países de América
andina se evidenciaron las dos corrientes ideológicas que imaginaban órdenes
políticos distintos y enfrentaba a los grupos que defendían Estados teocráticos
custodios de privilegios con los que, por su parte, planteaban la instauración de
repúblicas con instituciones civiles que garantizaran una progresiva igualdad
política. Estos dos proyectos, con sus variantes respectivas, se enfrentaron no sólo
en las nuevas instituciones republicanas, tales como los congresos nacionales, sino
también en los campos de batalla donde finalmente se medían las facciones
armadas que se disputaban el monopolio de la fuerza, como condición
indispensable para el control de los nuevos Estados. La joven República del
Ecuador, constituida en 1830, no fue la excepción en esta dinámica del poder y la
política.
Los actores políticos que irrumpieron en la vida republicana fueron los
criollos, segmento social–cultural conformado a lo largo de la Colonia, constituido
por los hombres blancos o blanqueados que habían demostrado ser descendientes
de españoles y por lo tanto “pureza de sangre”. Las mujeres, mestizos, indios y
negros no participaban directamente en la disputa por el poder del Estado durante
la época fundacional. No obstante, algunos lograron insertarse en la naciente clase
política usando los resquicios abiertos durante las luchas de las independencias,
que permitían recompensas a mestizos y mulatos que hubieran apoyado a los
grupos bolivarianos. Una vez que usando sus fueros, reconocimientos y
privilegios, algunos de estos mestizos y mulatos se insertaron en el grupo
dominante a través del matrimonio o juntaron suficiente fortuna, lograron la
categoría de ciudadano con derecho a elegir y ser elegido a alguna dignidad.
La Constitución de la República del Ecuador de 1830 reconocía a todos como
ecuatorianos, pero sólo otorgaba derechos de ciudadanía a los hombres casados,
letrados, mayores de 22 años, que tuvieran propiedad valorada en más de 300
pesos, profesión o industria y no tuviera la categoría de sirviente. Para ser elegido
Presidente de la República o diputado se debía contar con una propiedad de al
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menos 4.000 pesos. Con ello una minoría muy reducida tenía acceso al poder, y
estos eran básicamente los antiguos criollos herederos de propiedades. Este
modelo republicano no fue extraño en esta etapa inicial de los Estados nacionales;
en la propia Francia, cuna de la filosofía política de la Modernidad y de los
procesos revolucionarios, se negaron los derechos políticos electorales a las
mujeres, la servidumbre, los no contribuyentes y los que carecían de domicilio,
creando una categoría de “ciudadanos pasivos”. De ahí que para el caso de Francia
se plantea la existencia de dos proyectos distintos: el reformador liberal del antiguo
régimen y el de la democracia revolucionaria que buscó el sufragio universal,
logrado más tarde.
El orden político establecido en 1830 en el Ecuador dejaba por fuera no sólo
a la mayoría de los habitantes, sino también a los grupos y caudillos que no
reunían las condiciones para acceder a la ciudadanía o simplemente no formaban
parte del grupo triunfante encabezado por un exsoldado de la independencia, el
venezolano Juan José Flores, primer Presidente del Ecuador, quien hizo rápida
alianza con los poderosos de la Sierra centro norte. El joven Estado no tenía el
monopolio de la violencia, factor principal para detentar el poder real, debido a
que desde la época de la Independencia pululaban por todo el país grupos
armados articulados y movidos por caudillos, quienes apoyados por dirigentes
peruanos o colombianos e incluso bolivianos, acechaban sistemáticamente las
fronteras del Ecuador, por entonces indefinidas.
Estos grupos se articulaban sobre la base de múltiples alianzas con criollos
locales que “enganchaban” campesinos por medio de la fuerza o la persuasión,
para establecer la base de su poder territorial y lograr parte de los futuros
beneficios. De esta manera, las provincias de la Costa ecuatoriana se convirtieron
en zonas de “enganche” y de violencia, dejando sin opción de vida pacífica a los
campesinos mestizos y mulatos. Los indios localizados en el área interandina,
estaban sujetos a un régimen especial que en general limitó su ingreso a estos
grupos armados.
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Por otra parte, la nueva realidad política pasaba por la creación, recreación o
mantenimiento de instituciones. Sin instituciones no era posible la existencia de un
Estado. Obviamente una de las nuevas y emblemáticas instituciones republicanas
fue el Congreso, entidad del poder legislativo, lugar donde se decantaban
fundamentalmente los intereses regionales en un país que nació bajo un acuerdo
territorial más que por un pacto entre ciudadanos, principio pregonado por uno de
los inspiradores franceses de los procesos republicanos, Jean Jacques Rousseau. El
Congreso de la nueva República fue también el lugar donde se definía el límite de
la democracia ecuatoriana. Estaba compuesto en general no sólo por ciudadanos
propietarios, sino además por sacerdotes. Entre las instituciones viejas y poderosas
que protegieron la estructura del viejo régimen estuvo la Iglesia Católica, la misma
que había cogobernado con el imperio español bajo el antiguo pacto político del
regalismo.
La Iglesia Católica no sólo tenía propiedades, sino que además estaba a
cargo de la educación, de los temas de salud, del registro de los individuos, de los
cementerios y cobraba varios impuestos, a cambio de lo cual el poder civil incidía
en el nombramiento de prelados e impedía la adhesión de la gente a otras
religiones emergentes.
Otra de las instituciones viejas fue ampliada y reformada, se trataba de la
aduana, lugar importante para recabar los impuestos de exportación e
importación, fuente financiera del Estado ecuatoriano. Así mismo pervivía el
antiguo Estanco, entidad fundamental en el control de la economía del Estado,
encargada de recabar los impuestos concernientes a tabaco, aguardiente y naipes.
Finalmente se hallaban los cabildos, institución autónoma de origen colonial que
permitió durante largo tiempo materializar el pacto entre el Rey y los criollos
locales, quienes en definitiva administraban los recursos y el poder local. Los
cabildos de Cuenca, Quito y Guayaquil fueron instituciones controladas por los
criollos, enclaves de poder regional y actores fundamentales en el pacto territorial
que dio lugar a la formación de Ecuador. De hecho la Constitución de 1830 dice en
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su artículo 1° que “los Departamentos del Azuay, Guayas y Quito quedan reunidos
entre sí formando un solo cuerpo independiente con el nombre de Estado del
Ecuador”.
En el territorio nacional con fronteras aún indefinidas, el poder se expresaba
también de manera desigual: históricamente el mayor peso político estuvo en
Quito, donde hubo mayor institucionalidad y presencia del Estado. En Quito
actuaba el poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial, la universidad y la jerarquía
eclesiástica. En el resto del país, el Estado se expresaba básicamente por medio de
los antiguos cabildos autónomos, que a su vez estaban sólo en las principales
ciudades como Cuenca, Guayaquil y Quito. Otros cabildos como el de Puerto Viejo
e Ibarra tenían menor peso en el contexto nacional. De esta manera, se
configuraron espacios nucleares y espacios periféricos con escasa presencia
institucional y menor peso político. Las gobernaciones eran instituciones
poderosas, debido a que estas autoridades civiles y militares representaban al
Presidente en el territorio y tenían aún facultades legislativas y judiciales. La
Aduana de Guayaquil era decisiva puesto que ella recababa la mayor parte de los
impuestos de la exportación del cacao. De ahí que Guayaquil se convirtió muchas
veces en la sede del poder real.
La división territorial por departamentos estuvo vigente hasta 1835, después
se eliminaron y crearon las provincias como segundo nivel del Estado. En la Costa,
al norte de Guayaquil, estaba situada una provincia llamada Manabí, creada como
unidad política recién en 1824, aunque dependiente de Guayaquil hasta 1835. Este
extenso territorio de más de 20.000 kilómetros cuadrados, estaba organizado en
tres cantones: Portoviejo, Jipijapa y Montecristi. Este último tenía como su cabecera
cantonal a Montecristi, ciudad situada cerca del mar y puerto de Manta, desde
donde se controlaba la actividad mercantil, en un momento de despegue
agroexportador e institucionalización del puerto de Manta, que antes no había sido
reconocido por el Estado colonial.
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Históricamente la Audiencia de Quito se había conformado a partir de la
conectividad de Guayaquil y Quito, creando un corredor transversal que configuró
un área económica social centrífuga. En los primeros años del siglo XIX la
economía cacaotera tenía su epicentro en Guayaquil (ciudad–puerto) cuyos
alrededores eran las zonas de mayor producción. La exportación del cacao por el
puerto de Guayaquil financiaba alrededor del 90% de la nueva economía
ecuatoriana, progresivamente articulada al comercio mundial y por ende a la
división internacional del trabajo que otorgaba a estos nuevos países el rol de
productores de materia prima, mientras los países hegemónicos localizados en
Europa, dominaban la producción industrial, en una relación favorable para éstos.
El siglo XIX es para el Ecuador un siglo de revolución demográfica; no sólo
porque crece la población sino también porque cambian los referentes
poblacionales: la Costa, y principalmente Guayaquil comienza a experimentar un
rápido crecimiento, lo que contrastaba con una tradición de casi tres siglos durante
los cuales la mayoría de la población estuvo asentada en la Sierra (área
interandina). Ello también implicó un cambio en la jerarquía urbana. No obstante,
aún en 1865 los censos reportaban una mayor población en la Sierra. El total de
habitantes alcanza en ese año la cifra de 846.770, de acuerdo al informe del
Ministro del Interior de ese año. La Sierra tenía entonces el 78% de la población; la
Costa alcanzaba 19% y el oriente el 1.5%.
La propiedad de la tierra estaba concentrada en manos de terratenientes
serranos y costeños. En la Costa la gran propiedad cacaotera se localizaba
alrededor de la cuenca del Guayas. En Manabí, provincia situada hacia el norte
existían en cambio resguardos indígenas o propiedad comunal de tierra situada en
la zona árida, y, por otra parte, estancias y haciendas medianas localizadas en la
zona norte, productora de cacao.
No obstante que las acciones armadas obedecían a intereses económicos y
regionales de caudillos, también actuaban varios líderes de facciones que
defendían un proyecto republicano con visión nacional. Uno de estos caudillos era
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José María Urvina, quien estuvo guerreando varios años. Por otra parte, el
Presidente Juan José Flores, ex lugarteniente de Bolívar, entronado en el poder,
garantizó la vigencia de constituciones que otorgaban derechos políticos a una
minoría escogida (1830–1845). En 1851 Urvina logró llegar al poder y consecuente
con su pensamiento liberal, realizó varias enmiendas a favor de los indios y los
negros, cuya esclavitud abolió en 1851. En 1860 apareció una nueva figura en la
política nacional, Gabriel García Moreno (1861–1875). La Constitución de 1861
mantuvo la prohibición de la pena de muerte para “delitos puramente políticos”,
se introdujo el sufragio directo y se eliminó el requisito de la propiedad para la
ciudadanía. No obstante, García Moreno, desconoció la Carta Magna, instauró un
régimen de terror y consolidó el Estado oligárquico, terrateniente y confesional. La
Iglesia se convirtió en la institución ideológica y económica más poderosa del
Estado: cobraba los tributos, otorgaba la identidad ciudadana, daba asistencia
pública y controlaba el sistema educativo. En 1869 el régimen garciano logró que se
aprobara una nueva Constitución que restringía las garantías ciudadanas,
reimplantó la pena de muerte por delitos políticos y exigía ser católico para optar
por la ciudadanía.
Manabí: agitación en un espacio periférico
La provincia de Manabí correspondía en 1830 a un espacio histórico
ocupado por pueblos indígenas desde hacía 10.000 años, los mismos que convivían
ahora con mestizos y blancos. Su geografía particular presenta una diversidad de
zonas de vida que varían desde las áreas secas espinosas hasta las húmedas,
situadas indistintamente en sus cordilleras cercanas o en la costa del Pacífico. En
1831 la población manabita totalizaba 20.761 habitantes, de los cuales el 38% eran
indígenas; poco más del 1% eran esclavos negros y el 60% se declaraba mestizo. La
mayor población estaba en Jipijapa, antiguo pueblo de indios situado al sur, que
cumplía el rol de centro coordinador de actividades económicas de acopio de
tabaco y artesanías de fibras naturales. El cantón Portoviejo, donde se encontraba
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la antigua ciudad de españoles, le seguía en población; y Montecristi, asiento
comercial y portuario, centro de operaciones del cercano puerto de Manta,
ocupaba el tercer lugar, con una población de 6.297 habitantes, de los cuales 1829
eran indígenas.
El censo de 1864 indicó que Manabí tenía ya 36.159 habitantes, la mayoría de
los cuales residía ahora en el extenso cantón Portoviejo. Esta primera radiografía
presenta una sociedad disgregada espacialmente con una numerosa población
indígena hacia el sur y una creciente población mestiza hacia el norte. Esta
población estaba situada en su mayor parte en la zona rural.
Por otra parte, el poder económico tuvo sus particularidades en esta región:
los caciques indios de Jipijapa lograron una cierta acumulación de riqueza hasta
principios del siglo XIX cuando comerciantes mestizos comenzaron a controlar el
sistema mercantil a partir de la creciente demanda de los sombreros de paja
toquilla. Los criollos de Portoviejo eran en realidad medianos propietarios y
agricultores. Hacia el norte, en las áreas más húmedas se empezaron a formar
grupos sociales de propietarios de estancias y haciendas productoras de cacao,
fruto que era exportado a través del puerto de Bahía de Caráquez, lugar donde se
lograba progresivamente la acumulación de capital por parte de los comisionistas o
intermediarios asentados en estos dos lugares. Alrededor de esta dinámica
económica, existía una población de conciertos o labradores y recolectores libres, y
así mismo, descendientes de indios que eran fundamentalmente artesanos expertos
en producir bienes elaborados a mano con fibras naturales (sogas, muebles,
sombreros, entre otros). Era pues, una realidad económica compleja y
diversificada, que se insertaba progresivamente en la economía exportadora.
Durante la Colonia, la sociedad manabita había desarrollado históricamente
una noción de autarquía en su relación con las antiguas autoridades que
estuvieron asentadas en Guayaquil, a quienes resistían cada vez que intentaban
ejercer mayor control en las entidades locales, entre ellas el cabildo de Portoviejo.
Por entonces, la Iglesia se expresaba en la realidad a través de unos pocos curas
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que debían someterse al poder indígena entronado en varias cofradías, cuyos
mayordomos eran en su mayor parte naturales. Los indios de Manabí eran
reputados, a finales del siglo XVIII como insolentes, altaneros y muy políticos,
debido a que habían aprendido a usar la ley para su beneficio.
Al iniciarse el siglo XIX, Manabí presentaba todas las características de un
territorio de periferia y frontera (limitaba con el mar). Ciertamente la creación de la
República, implicó progresivamente la presencia del Estado en sus territorios,
donde prácticamente antes estuvieron ausentes o al menos se expresaron
débilmente las instituciones clásicas del orden colonial, tales como la Iglesia
Católica y la Encomienda. Con la República se crearon dos entidades que
impactaron en la vida de la gente: la Gobernación y las aduanas, caracterizadas por
su función controladora.
La provincia de Manabí se convirtió poco después de la Independencia en
un lugar de “enganche” de campesinos e indios para engrosar las filas de las
distintas facciones políticas que se enfrentaban a lo largo del país, con el propósito
de desestabilizar al gobierno de turno y obligarlo a pagar indemnizaciones o
entregar una parte del poder institucionalizado. Estos enganches se realizaban de
manera violenta por parte de grupos armados o a través de caudillos locales por
medio de la coerción o relaciones personales y grupales. La población de Manabí
pasó entonces de un largo período de calma a un período de violencia que provocó
la reacción de campesinos e indios, quienes huyeron hacia el interior o debían
aceptar esta nueva forma de vida que los obligaba a tomar partido por uno u otro
bando, posiblemente sin entender los intereses o proyectos políticos de los
caudillos.
Poco después de la Independencia, la pugna entre facciones bolivarianas o
contrarias también era evidente en Manabí. Uno de los caudillos foráneos que tenía
a Manabí como su centro de enganche y de operaciones y que variaba su posición
frente al proyecto bolivariano, fue Juan Francisco Elizalde, quien mantenía alianzas
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con criollos de Portoviejo y grupos de Chone; Juan Álvarez del Barco le proveía de
hombres para sus faenas.
Siendo Gobernador de Manabí durante el gobierno de Flores, el liberal
Urvina pasó a la oposición y secundó la participación de Manabí en la Revolución
Marcista, promoviendo la definición de la provincia en contra de Flores, a través
del pronunciamiento de los cabildos. El peso de las huestes manabitas se hizo
sentir en el éxito militar de la Revolución de Marcista de Guayaquil: Urvina logró
reunir o enganchar unos mil doscientos hombres “escogidos” que formaron la
Segunda División del Ejército y entró en Guayaquil el 16 de Mayo de 1845.
En 1848 nuevamente Manabí era territorio favorito para operaciones
políticas y militares. Se advertían movimientos floreanos de oposición en Manabí y
Loja, dos provincias de frontera y periferia. Se decía que Urvina estaba detrás de
movimientos armados de desestabilización y que conectado con él estaba un tal
Suárez, quien actuaba expresamente en Manabí.
En su lucha por el poder, Urvina mantuvo su base de conspiración en Lima,
Perú, después de 1861, a poco tiempo de que asumiera el poder García Moreno, y
desde allí estableció alianzas con varios grupos, entre ellos con el Jefe Político de
Montecristi, José María López Albán. Allí organizó una célula política que debía
actuar en junio de 1864 para defenestrar al “tirano” García Moreno, en una acción
coordinada con facciosos de Quito. Poco después, la célula revolucionaria de
Montecristi decide actuar de manera independiente, lo cual indicaría que a partir
de ese momento la provincia logra una politización de ciertas bases que comienzan
a actuar movidos por un proyecto político propio, de corte liberal y nacionalista,
encabezado por un líder regional: el joven Eloy Alfaro, secundado por sus
hermanos y seguidores.
Los antiguos grupos armados que operaban desde la Época de la
Independencia bajo la tutela de caudillos foráneos, se transformaron en actores
políticos que la historiografía conoce ahora como los Montoneros Alfaristas. Estos
grupos actuaban con una estrategia de guerrilla que operaban en determinados
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períodos, acosando zonas estratégicas e intentando tomar sobre todo las plazas de
los pueblos donde no sólo se encontraba la autoridad gubernamental, sino que
también se acopiaba la producción exportable de la zona y circulaban los bienes de
consumo. Se organizaban en “columnas” integradas por campesinos y artesanos,
encabezadas por un “Coronel”, título otorgado por las huestes, el mismo que casi
siempre era un caudillo que en su vida cotidiana era un hacendado, comerciante o
intelectual.
No están claras las razones de adhesión campesina, es un tema aún por
estudiar. Algunos autores señalan que la base social de la Revolución Alfarista
estuvo compuesta por algunos peones–conciertos, lo que sugiere que los
hacendados-caudillos liberales, enrolaron a sus trabajadores conciertos debido a
deudas mantenidas con sus patrones. Empero, también parece evidente que hubo
una adhesión típica de un fenómeno de atracción al caudillo carismático, a una
suerte de búsqueda de cambio en momentos en que el nuevo orden republicano no
había dado respuestas a la población de indios, mestizos y negros (no eran
ciudadanos), frente a posibilidades de movilidad y asenso social o por una
politización relacionada efectivamente con un imaginario de “revolución” radical.
Esto está sujeto a comprobación histórico–científica.
El financiamiento de las montoneras fue realizada de manera formal por
empresarios y hacendados que efectivamente creyeron en el proyecto
revolucionario e incluso murieron por éste; uno de ellos, fue el esmeraldeño
Vargas Torres; el propio líder Eloy Alfaro, quien siendo inicialmente un hombre
acaudalado, entregó toda su fortuna a la causa; y amigos como el minero y
empresario Miguel Macay.
Alfaro: el mundo de la vida
En el continuo de la vida cotidiana y social los sujetos asimilan patrones de
interpretación y valoración de la realidad que de manera dinámica se trasmiten
históricamente. Vivir en un lugar, relacionarse con un conjunto cultural específico,
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ser formado por tutores afectivos (los padres), condiciona la forma como se
decodifica la realidad y es la base a partir de la cual se imagina el ideal de lo que
debe ser ese mundo exterior. Jurgen Habermas define el concepto del Mundo de la
Vida, como un “acervo de patrones de interpretación trasmitidos culturalmente...” de
una generación a otra, en medio de una relación dinámica y como un elemento que
opera aún fuera de la racionalidad. De acuerdo a este concepto el Mundo de la
Vida actúa como una especie de subconsciente colectivo que atraviesa tiempos, por
lo cual se explica que en la vida cotidiana puedan prevalecer costumbres y valores
de antaño.
El Mundo de la Vida de Alfaro está constituido por su relación con una
comunidad que deviene de un proceso colonial, segmentada en grupos étnicos
(blancos, negros, indios) que viven en un asentamiento pequeño, situado en una
zona periférica y de frontera, con afanes de modernidad, articulado activamente a
las actividades comerciales del Pacífico y las grandes ciudades del corredor, pero al
mismo tiempo campechano y traspasado por una realidad eminentemente rural.
Montecristi, centro coordinador de actividades manufactureras y mercantiles,
contaba con 6.297 habitantes, de los cuales 1.829 eran indígenas y 99 eran negros
esclavos. En el siglo XIX el asiento era lugar de residencia de un conjunto de
comerciantes mestizos.
Los grupos étnicos habían logrado una peculiar relación política que se
expresaba en la representación del joven Cabildo de Montecristi, en el cual
participaban los blancos-mestizos, con el bando de los pizarros; y los indios, con el
bando de los atahualpas, encabezado por Calixto Quijije: este era un ambiente muy
politizado. A diferencia de otras ciudades de origen colonial, Montecristi era un
asiento sin fuertes jerarquías y estratificaciones, bastante democrático y articulado
a las principales ciudades del Pacífico, lo que le permitía estar al día de las
principales noticias e ideologías en cuestión.
Eloy Alfaro nace el 25 de Junio de 1842 en Montecristi, Manabí, a escasos
años de los hechos de la Independencia. Manuel Alfaro, su padre, provenía de la
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España de principios del siglo XIX donde ebullía el debate entre los defensores de
la tradición, la monarquía y los liberales, quienes buscaban un nuevo régimen
político basado en la monarquía constitucional o incluso la república democrática.
Roberto Andrade, historiador contemporáneo de Alfaro, dice que Manuel Alfaro
era originario de La Rioja y habría participado en las primeras guerras carlistas que
se iniciaron en 1833, conformando las huestes liberales. Los biógrafos de Alfaro
coinciden en que su padre fue un hombre de ideas liberales. El padre de Alfaro
habría inmigrado de España alrededor de 1835; trashumó por Inglaterra después
de haber experimentado la derrota en las guerras carlistas, pasó a Cuba, que en la
época aún era colonia de España; avanzó a Panamá y finalmente se radicó en
Guayaquil como empleado de Antonio Luzárraga, un comerciante español
residente en el lugar, quien lo comisionó para que compre sombreros de
exportación a los indios de Manabí.
Posteriormente, Manuel Alfaro se independizó e inició el mismo negocio
desde Montecristi. Esta práctica demostraba que Manuel Alfaro portaba la
ideología de la intermediación o comercio, como forma de obtener ganancia e
incremento monetario, al modo mercantil capitalista. El español Alfaro utilizó
como otros comerciantes un tipo de concertaje. Este sistema estaba sustentado en el
anticipo de dinero a los artesanos, para asegurar una porción de la producción, a
base de la deuda.
Más tarde, Manuel Alfaro adquiriría también una mediana propiedad en
“Colorado” de Montecristi, para la cría de ganado. Su identidad de clase y su
mundo cotidiano, como el de su familia, se constituía no en una gran ciudad, sino
en un pequeño pueblo comercial y portuario ligado a la vez a las faenas agrarias y
ganaderas. Era un mundo campechano, más rural que citadino, conectado sin
embargo con las principales ciudades del Pacífico, como Lima y Panamá, a las que
visitaba continuamente para realizar sus negocios.
Ya radicado en Montecristi, Manuel Alfaro formó una familia con Natividad
Delgado López y posteriormente contrajo matrimonio con ella. Natividad Delgado
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López fue una mestiza o cuarterona de familia más o menos acomodada, cuyo
fenotipo revela los rasgos de los indios costeños. La unión libre de la que habla el
biógrafo Wilfredo Loor, es una demostración de prácticas abiertas y toleradas por
la sociedad manabita del siglo XIX, que hubieran sido impensadas en lugares como
Quito, donde la Iglesia Católica calificaba tales hechos como reñidos con la moral y
con Dios. Roberto Andrade dice que “el hogar que fundaron fue muy respetable,
holgado y ejemplar, porque uno y otra eran de educación severa y poseían cuántas
comodidades eran apetecibles allí”. La pareja procreó ocho hijos: Tomasa,
Idelfonso, José Luis, Manuela, Eloy, Manuel, Medardo y Marcos, varios de ellos
fueron después montoneros revolucionarios.
La acción política de los hermanos a lo largo de sus vidas, permite inferir
que la casa de los Alfaro fue un lugar de sociabilidad y reproducción del
pensamiento liberal, y que tal como sostienen los biógrafos tempranos, el Padre fue
el elemento trasmisor de esa visión del mundo. No fue Alfaro el típico
descendiente de un criollo o del militarismo de la Independencia; no nació en los
tradicionales centros del bi-poder nacional (Guayaquil y Quito), no estuvo
articulado a la banca, ni fue un terrateniente cacaotero que demandaba ventajas
comerciales y eliminación de impuestos. Tampoco fue producto de la educación
formal a la cual tuvieron acceso los hijos de los poderosos de las principales urbes.
Uno de los rasgos de la Modernidad es la formación de ciertos valores
culturales que concibe el orden y la disciplina como necesarios para lograr el
progreso personal. Manuel Alfaro fue al parecer un padre severo que observaba
estos principios y propiciaba castigos a sus hijos a efectos de modelar su carácter.
Cuando alguna vez el niño Eloy fue dominado por sus emociones: “Don Manuel
alejó a las personas que estaban en la pieza, apagó las luces, salió y cerró la puerta
con llave, dejando en prisión al niño, quien hubo de amanecer en aquel sitio a
pesar de los clamores de la madre. Debe aprender a sufrir”, habría dicho Don
Manuel Alfaro, en un evidente intento por lograr que su hijo forjara un carácter
racional y dominara su emotividad. Sin embargo, ese mismo padre inclemente,
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inculcó a los hijos la idea de “patria” como un ente al cual el soldado–ciudadano
debía tributar incluso su vida: “Bien está, vaya usted a cumplir con sus deberes
para con la patria”, diría Manuel Alfaro a sus hijos, frase que también se atribuye a
la madre de Alfaro. Estos datos dejan ver la forma como fue formado Eloy Alfaro
durante su niñez y adolescencia.
Mientras en Quito ya hacía varios siglos que existía la educación
universitaria, al menos para una elite, en Montecristi no existía ni siquiera
educación primaria, aunque si trabajan en el lugar varios maestros de escuela. Sin
embargo, la condición de puerto permitía la circulación de impresos, tales como la
versión de la Biblia protestante desde 1820, la misma que era vendida por un
escocés que tenía como propósito difundir el sistema educativo lancasteriano,
además de fundar escuelas. Desde la mitad del siglo XIX se producían en el lugar
varios impresos, uno de los cuales era editado por el indio y político Calixto
Quijije. Esto permite conocer que Montecristi era zona de circulación de nuevas
ideas. En ese pequeño poblado vivía por entonces un francés con quien Manuel
Alfaro decide asociarse para contratar conjuntamente un profesor europeo para
sus hijos, a efectos de que los preparara sobre todo en el manejo de la contabilidad.
Es posible que este maestro haya además transferido conocimientos y visiones
europeas y modernas a los hermanos Alfaro.
Eloy fue un niño bastante inquieto que tuvo como su espacio natural de
aventura el bello Cerro de Montecristi, lugar de sus correrías y la de sus hermanos.
Era un terreno empinado y boscoso donde se enredan las brumas provocando un
clima especial, y se anidan animales, hoy casi extinguidos entre ellos variedad de
felinos pequeños, al cual contuvo alguna vez el avezado infante en defensa de su
hermano. En otra ocasión, ya adolescente, se enfrentó “a pedradas” al jefe Político
de la localidad junto con sus amigos. Los principios morales de la Modernidad
condenaban por aquellos tiempos los juegos de azar, los cuales se practicaban en
épocas de celebración de una fiesta pagano–religiosa de Montecristi, llamada San
Pedro y San Pablo. Alfaro jugó en alguna ocasión con éxito. Estas jornadas del
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joven Alfaro fueron motivo para que su padre se preocupara y decidiese tutelarlo
permanentemente y por lo tanto llevarlo consigo a cuanto viaje de negocio hiciese:
“este muchacho tiene trazas de vivir vida alborotada”, advirtió alguna vez el pater
familiar.
Don Manuel se movía constantemente a ciudades de países vecinos, una de
las cuales era Lima, en Perú. Esta movilidad marcaría la vida de Alfaro, le dio la
visión propia de la vida urbana, más cosmopolita; le otorgó la posibilidad de
entablar relaciones tempranas con actores políticos y lo acercó a las grandes
bibliotecas; de hecho se habría forjado en el caudillo cierta tradición de lectura
pues se afirma que solía pedir prestado libros a la Biblioteca Nacional de Lima, en
su trayecto por esa capital antes de 1864. Después, accedió a textos sobre las
campañas de Bolívar y Garibaldi, “a los cuales profesaba verdadera admiración”.
A pesar de su educación informal, Alfaro demostró tener una comprensión sólida
de la filosofía liberal, conocimiento que complementó durante su relación con
varios ideólogos americanos y sobre todo con el intelectual ecuatoriano, Juan
Montalvo.
Un rasgo de la personalidad de Alfaro resaltada por distintos biógrafos, fue
su desprendimiento, generosidad y su persistencia. En su vida privada, Alfaro fue
un hombre que creyó en la familia y era el espacio donde expresaba amor de
esposo y padre; este rasgo quedó plasmado en sus cartas personales.
A pesar que los biógrafos presentan al Alfaro juvenil como un personaje
agitado, el historiador y amigo Roberto Andrade lo describe después, ya en el
poder, como un hombre de temple y carácter firme a la hora de tomar decisiones:
“cuando estaba convencido de que defendía el bien, era fuerte e incontrastable…”,
pero al mismo tiempo era reflexivo y entraba en períodos de meditación cuando
tenía que tomar una decisión seria. Demostró tener siempre el rasgo de la
perseverancia, lo que lo llevó a la lucha continua durante más de tres décadas,
antes de tomar el poder, período en el cual fue en innumerables ocasiones
derrotado. Hasta los más apasionados detractores reconocieron la honradez del
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“Viejo” y el sentido de trabajo y responsabilidad; Andrade dice en su testimonio:
“Yo no he conocido a hombre alguno más conocedor y observador de sus deberes
que Alfaro”. La primera lección que tenía en su alma “consistía en saber amar a la
gloria y a su patria”.
En Alfaro se producía el fenómeno de la coherencia entre su pensamiento y
su acción. Una de las más decidoras frases del pensamiento político de Alfaro, dice:
“Si en lugar de afrontar el peligro, hubiera yo cometido la vileza de pasarme al
enemigo, habríamos tenido paz, mucha paz, la paz del coloniaje”. El mismo
Andrade describe algunas de las características del soldado: “inteligencia, energía,
actividad, salud, valor, don de mando, prudencia, patriotismo, sobre todo, eran de
él”. Sus opositores lo tachaban de obcecado por el poder, otro testimonio
publicado en un impreso llamado Europa y América, decía de Alfaro:
Alfaro posee todas las dotes de caudillo militar; mas no podemos concederle las de hombre político, a causa de que su organización moral inquebrantable, lo aleja de la habilidad diplomática. Tan magnánimo que todo lo perdona; tan ingenuo y de buena fe, que todo lo cree; tan desinteresado que todo lo deja por bondad, en poder de los enemigos: los pícaros le engañan fácilmente y los sesudos no temen su resistencia. Alfaro ha sido el héroe de la revolución que ha dado en tierra con Veintimilla, y los triunfantes son sus enemigos. Pudo haberse apoderado de todo, y no ha querido nada en término que el partido contrario ha cosechado el fruto de sus afanes.
Después que el padre de Alfaro marchara a España dejando a sus hijos a
cargo de los negocios familiares, Eloy entró de lleno en política. Por entonces el
joven tomó contacto con el agente de Urvina en Manabí, quien fraguaba la toma
del poder desde Lima: José María López Albán, a quien entregó dinero para que
financiaran la acción política. Eloy tenía apenas 22 años cuando decide colocar
como su propósito principal la acción política a favor de la “Patria”, y empezó a
destinar las ganancias del negocio de sombrero de paja toquilla, para la causa de la
Revolución. Albán decide entonces enviar a Eloy a Lima a entrevistarse con
Urvina. Este acontecimiento desató el episodio con el cual Alfaro se transforma en
el líder de una primera montonera, a través del apresamiento del Gobernador de
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Manabí, autoridad designada por el Presidente conservador Gabriel García
Moreno. Desde aquella acción, suscitada el 5 de Junio de 1864, con 22 años de
edad, Alfaro se convirtió en un actor político, hasta el día de su asesinato ocurrido
el 28 de Enero de 1912, en Quito.
Alfaro se casó en Panamá (1872), lugar donde residió continuamente
después de 1864, con Ana Paredes Arosemena, una aristócrata del istmo, con quien
procreó nueve hijos, de ellos solo cinco sobrevivieron: América, Colombia,
Esmeraldas, Olmedo y Colón. Entre sus múltiples vicisitudes tuvo que afrontar la
muerte temprana de cuatro hijos.
Durante la década de los 70 del siglo XIX, desarrolló actividades comerciales
en Panamá, que le permitieron reunir una relativa fortuna, la cual le sirvió para
financiar la educación de sus hermanos, pero fundamentalmente la entregó a la
causa de la Revolución y a ayudar a algunos intelectuales y actores radicales.
Enfrentó por ello largos períodos de limitaciones económicas.
Eloy Alfaro creía firmemente en “la potencia de la idea”; usó la prensa como
medio de propaganda política a favor del liberalismo radical y ello lo llevó a
imprimir y difundir sus panfletos. Redactó y publicó varios cuadernillos que
contenían los relatos de sus acciones montoneras, las gestiones y procesos de
construcción del ferrocarril, o en otro caso el problema de la deuda externa (La
campaña de Esmeraldas, La Regeneración y Restauración, 1882-1885; La Deuda
Gordiana, 1896; Narraciones Históricas, Historia del Ferrocarril de Guayaquil a
Quito, 1911).
Los biógrafos contemporáneos de Alfaro afirman que el líder fue Masón
grado 33; por otra parte existen testimonios de su correspondencia con varios
espiritistas, quienes “vaticinaron” su “gloria” y su predestinación para llevar a
cabo una obra política de gran magnitud. La sociabilidad masónica y espiritista fue
un ámbito político de articulación de los liberales radicales de América, que les
permitía además contar con un apoyo concreto a la hora de sus acciones militares y
de buscar financiamiento. Alfaro no fue ateo, por el contrario fue creyente, pero
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ciertos rasgos indican que la forma de su fe fue más del tipo protestante, que como
lo define Weber, establece una relación más personalizada con Dios, distanciada de
la intermediación del sumo sacerdote, modelo propio de la Iglesia Católica.
Una vez que los radicales lograron llegar al poder, Alfaro fue nombrado Jefe
Supremo del Ecuador y gobernó bajo esa fórmula política hasta 1896, cuando la
Constituyente lo designó Presidente Constitucional y ya en esa condición estuvo al
frente del poder hasta 1901. En 1906 asume nuevamente el poder en calidad de Jefe
Supremo y en 1907 nuevamente es Presidente Constitucional hasta 1911. En el
intervalo de tiempo se evidenció la división entre el radicalismo y los moderados,
que buscaban poner límites a la Revolución y de ellos fue su representante más
visible Leonidas Plaza Gutiérrez, su pupilo, quien gobernó entre 1901 y 1905.
Retirado del poder, Alfaro retorna desde Panamá al Ecuador para servir de
mediador en el conflicto interno del Partido Liberal, y ante la resistencia del
gobierno decide participar en un combate donde se decidiría la toma de poder a
favor de los radicales. Derrotados los radicales, Eloy Alfaro, su hermano Medardo,
su sobrino Flavio, y otros seguidores, son tomados presos y enviados a Quito.
Gente de Quito agitadas por los intereses de los terratenientes y de la
burguesía costeña, aliada con sectores de la Iglesia Católica y los liberales
moderados, promovieron su asesinato e inmolación, lo cual constituye un hecho
que marcó la vida política del país. Los dos actores directos a los cuales la
historiografía ha identificado como autores intelectuales de este hecho de gran
violencia, son el Presidente de entonces, Carlos Freile Zaldumbide y Leonidas
Plaza Gutiérrez. Más allá de ellos, es indiscutible que quienes promovieron el
macabro suceso fueron las fuerzas terratenientes y burguesas, temerosas de que el
alfarismo desatara una agencia mayor de los nuevos actores políticos urbanos
aliados con las históricas fuerzas campesinas, promoviendo una transformación
social, política y económica más profunda, en contra de sus intereses, expresados
en el control de la tierra, el comercio de importación y la actividad financiera, los
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bancos privados eran prestamistas del Estado y encargados de la impresión de la
moneda.
Un testimonio del horrendo asesinato en el cual perdieron la vida otros
importantes radicales, señala la impresión que generó el suceso en la época:
Innumerables relaciones del drama han corrido impresas, llenando de indignación y horror a las naciones civilizadas del mundo: desacordes algunas en meros detalles, todas están conformes en acusar a Freile Zaldumbide (entonces Jefe de la República), y sus Ministros, a Plaza (Leonidas Plaza), Navarro (liberal placista) y Sierra, a los soldados del “Marañón” y a los clericales fanáticos de Quito, como directamente responsables de tanta inequidad. La opinión unánime los designa como criminales; y ha sido vano, completamente vano todo esfuerzo de su parte para procurar defenderse de acusaciones tan tremendas y tan sólidamente fundadas.
José Peralta. Año posterior a 1912.
En el juicio instaurado en la época, que por lo demás no arrojó finalmente
culpables, se recogieron varios testimonios que dan cuenta de los actores que
estuvieron involucrados directamente en el arrastre del cuerpo y su inmolación,
hecho ocurrido el 28 de Enero de 1912.
Entre los arrastradores de los cuerpos estuvieron: el comerciante Beltrán, Pérez, el anotador de cheques del Banco del Pichincha, los Mantilla de El Comercio, los peluqueros Camacho y los Salvador del almacén la Violeta.
Testimonio de Miguel Dávila. 1912. Folio 340.
Imaginario e ideología de Alfaro
El liberalismo es una doctrina política y económica moderna, que fue
concebida en Europa, objeto de reflexión de varios filósofos ingleses y franceses.
De acuerdo al enfoque político de la época esta corriente asumía la potestad de la
soberanía en el pueblo y por lo tanto el gobierno de los hombres era un asunto civil
que debía resolverse sin injerencia de la Iglesia Católica, encargada
fundamentalmente de tutelar la fe. El liberalismo clásico creía en la creación de las
repúblicas a base de un pacto entre cada uno de sus ciudadanos que daba lugar a
la Ley fundamental, llamada Constitución.
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Así mismo asumía la separación de poderes para concretar el contrapeso.
Por lo tanto concebía que los ciudadanos debían elegir representantes para
gobernar a través de esas funciones. Como hemos visto, el discurso político y la
práctica se entramparon a la hora de establecer quiénes era ciudadanos con
derechos políticos para ser representantes. En lo fundamental, el liberalismo como
doctrina política del siglo XIX, creía en las libertades de los individuos, por
ejemplo, libertad de conciencia y de culto; tales libertades individuales debían
tener como límite la libertad del otro. Los teóricos actuales señalan que el
liberalismo como doctrina y práctica es un fenómeno inherente a la Modernidad,
un modelo cultural que subsume lo político a la realidad económica capitalista. Así
mismo advierten que la realidad colonial de Latinoamérica la ha llevado a recrear
la Modernidad.
Es necesario establecer qué elementos de la doctrina liberal se hicieron carne
en el pensamiento y práctica de Alfaro y si acaso en él se expresa el fenómeno de
un imaginario distinto al pensamiento convencional, debido a su particular
“Mundo de la vida”, sobre el cual se ha referido antes. Difícil pregunta. Los
conceptos estructurantes del pensamiento liberal clásico, tienen palabras claves
como: progreso, orden, tiranía, democracia y libertad. Y para el caso del Ecuador,
cuya sociedad había vivido un proceso colonial, también se vuelve importante
establecer qué pensaban los liberales radicales sobre el problema de la mujer y del
indio. No será en este espacio en el que se decante un trabajo que exige una
profundidad extrema en el análisis de las evidencias, pero al menos plantearemos
algunos rastros que se pueden ver en cartas y mensajes a la nación y en su praxis.
Hay elementos claves en la vida de Alfaro que muestran su particular
imaginario: el hecho de que siendo originalmente un empresario por demás
exitoso entrega todo su capital a la causa de la “Revolución” y la “Patria”. El
espíritu típicamente liberal privilegia en general el éxito empresarial y la
acumulación del capital como su principal objetivo, por lo que el caso de Alfaro se
muestra como un fenómeno excepcional. Lo es también, por ejemplo, el caso del
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hacendado Vargas Torres, que así mismo se convierte en un financista de la
Revolución e igualmente muere por su causa. Un pensador ecuatoriano
contemporáneo, Bolívar Echeverría, en una reinterpretación del pensamiento de
Marx, plantea el problema de la “enajenación” de la sociedad moderna,
caracterizada por el modelo de reproducción capitalista. Este fenómeno de la
“enajenación” consiste en el hecho que los sujetos pierden capacidad de decisión
política sobre su vida y su sociedad, debido a que están sujetos a las reglas del
mercado.
Llama la atención entonces, que pensadores y actores que portaban una
ideología reconocida por ellos como “liberal”, es decir, moderna, y que además
fueron originalmente comerciantes o empresarios, revirtieran esa condición al
privilegiar lo político sobre lo económico. Este filón es visible no sólo en el
comportamiento privado de Alfaro demostrado en el abandono de su exitosa
actividad empresarial y la entrega de sus recursos acumulados a la causa de la
Revolución; sino también en el énfasis que tiene su política gubernamental en los
aspectos sociales. Esto fundamenta la necesidad de estudiar la forma particular
como fue recibida la Modernidad y la ideología liberal, en Latinoamérica.
El léxico político de Alfaro, extraído de proclamas y discursos, pone de
relieve palabras tales como: tiranía, orden, progreso, restauración, honra nacional,
teocracia, civilización; típicas del léxico político moderno del siglo XIX. En efecto,
en el imaginario político de Alfaro se revela el uso continuo y reiterado de la
palabra tiranía, heredada de la Europa republicanista, perseguida por el fantasma
de la monarquía absolutista. García Moreno encarna, por ello, la idea de tirano que
Alfaro ya había preconocido durante una niñez plagada de conceptos modernos.
En su manifiesto del 25 de Junio de 1895, señala expresamente que instaurará una
administración “ilustrada y honorable” para demostrar que las “tiranías” no han
logrado dañar a la nación. “Los errores del antiguo régimen de absolutismo y
derroche, han detenido la marcha progresiva del país”, dice Alfaro.
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La libertad es otro de los conceptos recreados en esta larga época de
transformación tanto en América como en Europa, relacionada directamente con la
doctrina liberal. El principio fundamenta los derechos civiles que, de acuerdo a
esta ideología deben tener los ciudadanos, los mismos que tienen que ser
garantizados por el Estado, que en definitiva es la Ley. Estos derechos de primera
generación tienen que ver con la propiedad privada, con la libertad de culto,
conciencia y expresión. Dice Alfaro al inaugurar su mandato: “…como lo habéis
podido observar, la Administración que acaba de inaugurarse respeta las creencias
del pueblo y todas las libertades públicas”. Pero estas libertades debían tener el
límite que establecía el derecho del otro, así lo define expresamente otro liberal de
la época, Roberto Andrade.
Para Alfaro existe un pueblo que aunque tiene una independencia política
no es libre, y la causa de la libertad colectiva es la que mueve su acción; escribe en
ese contexto la célebre frase: “Nada soy, nada valgo, nada pretendo, nada quiero
para mí, todo para vosotros que sois el pueblo que se ha hecho digno de ser libre”.
En 1883, en una de sus proclamas, señala que los muertos en campos de batalla
“están clamando conciencia, patriotismo, libertad y paz”.
La “honra de la Nación” es una idea que se repite en varias proclamas y que
está fuertemente atada al nacionalismo que porta Alfaro, y por lo tanto a su sentido
de Patria. Para Anderson, la Modernidad tiene un fenómeno complejo y
contradictorio, que es el del nacionalismo, el mismo que constituye más un
sentimiento y una cuestión de fe, que de razón y ciencia, por lo tanto opera como
una religión cívica. De este modo, el fundamento de la Modernidad que es el
racionalismo queda en cuestión. Los liberales radicales muestran en todo momento
que se mueven por un fuerte sentimiento patriótico, y este sentimiento adscrito
más a la esfera política, es una de las preocupaciones centrales de los rojos.
La palabra “civilización” tiene como su fundamento la idea del progreso
para salir de la barbarie y llegar a un estadio superior de civilización, puesto que
los modernos entienden la historia como un proceso lineal, un avance continuo, a
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través del único camino posible. Alfaro dice en la misma proclama de 1895:
“Ayudadme en esta obra civilizadora y yo os prometo que sabremos merecer la
independencia que nos legaron nuestros mayores”. El orden era una condición de
civilización, y Alfaro creía fielmente en esta dimensión posible. Tempranamente,
en 1883, estima necesario “hundir la dictadura para siempre y hacer reinar el
imperio de la libertad y el orden”, el medio para lograrlo, es la Ley.
El vocablo revolución es, así mismo, el que sintetiza la idea de un cambio
profundo en contraposición con la tradición. En términos modernos, la palabra
Revolución encarna la utopía de “borrar la historia pasada y comenzar a rescribirla
sobre una página en blanco”. En Alfaro, esa palabra parece tener un sinónimo, “la
regeneración”, lograr la honra nacional, acabar con la dictadura e instaurar la
democracia.
Los radicales pregonaban la necesidad de la educación de la mujer como
trasmisora de valores de los futuros ciudadanos y patriotas que necesitaba la
nación. En 1895, a escasos meses de tomar el poder, dispone el ingreso de la
primera mujer a una institución pública –el correo- y anuncia que emitirá un
decreto generalizando la disposición porque “en todas las naciones serias y
verdaderamente civilizadas de uno y otro Continente, viene dándose a la mujer, de
acuerdo con los principios más obvios de la ciencia de buen gobierno, una
participación directa en aquellos de los asuntos públicos que, lejos de ser
incompatibles con su condición e índole especialísimo, contribuyen, por el
contrario, a darle mayor realce, elevándose a sus propios ojos y suministrándole
los medios necesarios de practicar la virtud y de atender a su subsistencia por sus
propios esfuerzos y con una honrada independencia”. Está clara la visión de
Alfaro, quien buscaba además que la mujer tuviera una libertad económica y fuera
actora pública.
Como consecuencia del proceso colonial, la composición étnica era diversa
en la joven república del Ecuador. Esto planteaba un desafío para los liberales
radicales y sus ideólogos, puesto que la doctrina europea no daba respuestas para
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una situación expresa de la realidad americana. Alfaro se conmueve frente a la
realidad del indio, de la “raza primitiva”, de la crueldad con la que es tratada y de
su “repugnante desnudez”, y por lo tanto, dice Alfaro, es necesario que “tan
monstruosa excepción desaparezca; que la República sea consecuencia consigo
misma, y que nuestra civilización no tenga anchurosos aspectos de barbarie”. En
1896, a un año de su gobierno, decreta que los indígenas se acojan al beneficio de
“amparo de pobreza”, que la mitad de los costos por juicios sean pagados por los
procuradores, y por lo tanto dispone la libertad inmediata de los indios presos por
impago de costas. Posteriormente dispone que “la clase india” no esté obligada al
pago de ninguna contribución territorial. Abelardo Moncayo, intelectual radical,
denuncia el problema del concertaje, y durante el segundo período de Alfaro la
Asamblea Constituyente abolió el Concertaje, forma por la cual los indios y peones
de las haciendas debían pagar sus deudas creadas por el sistema, trabajando de
manera obligatoria, y aún más, estaban sujetos a la presión por impago. El tema de
lo indígena fue un asunto abordado por los radicales que lo volvió cuestión
nacional, creando condiciones para visibilizar esta realidad heredada de la
Colonia.
Este hombre de pequeña estatura –Alfaro-, tenía reparos a la debilidad; para
Alfaro una de las virtudes más trascendentes en el ser humano era la capacidad de
enfrentar el infortunio, y esa capacidad era la que determinaba el estado de
felicidad, aun cuando en la realidad existiera la desgracia. Con apenas 28 años de
edad escribe una carta a sus hermanos Marcos y Manuel, en la cual les dice: “no
hay que abatirse por nada; aunque el mundo se venga abajo, el hombre debe de
permanecer impasible y ser siempre superior a su propia desgracia….El grande es
precisamente grande porque es favorecido por su mala suerte a la cual combate
victoriosamente”. Este escrito muestra el rasgo de los modernos que otorgan
albedrío y capacidad de controlar la realidad, más allá de los designios divinos.
Alfaro tuvo una visión bolivarianista; admiró a Bolívar y Sucre. Esa
perspectiva de América se tradujo por otra parte en acciones concretas: fue parte
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de fraternidades políticas internacionales, persiguió la articulación de los países
latinoamericanos, la independencia de uno de los últimos bastiones de España,
Cuba, y apoyó en varios países procesos armados que buscaban transformaciones
liberales, por lo cual fue investido con el título de General de Nicaragua (1897). Su
comprensión de América fue construida a partir de la lectura de textos históricos,
pero también por su trashumancia, residió temporalmente en varios países; estuvo
presente en Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Venezuela, Colombia, Brasil, Perú,
Argentina, Chile y E.E.U.U., realizando tareas políticas. Eloy Alfaro intervino como
agente conciliador de los países centroamericanos: uno de sus logros fue el
Congreso de Plenipotenciarios de Acajutla (1890), luego de lo cual planteo la
necesidad de la unión de los países centroamericanos y de los países del sur. Antes,
en 1883, buscó una alianza con el Presidente venezolano Guzmán Blanco para
concebir una estrategia de reconstrucción de la Gran Colombia. Ya en 1898, Alfaro
reconoce la dificultad del proyecto de integración y plantea la alternativa de una
confederación que permitiera presentar unidas a estas naciones ante el mundo. En
ese sentido, el caudillo visualizó la correlación de fuerzas mundiales a favor de las
emergentes potencias económicas y políticas del mundo. Alfaro señaló que “una
dieta compuesta de Plenipotenciarios de las tres repúblicas, sería la llamada a
organizar a esta entidad internacional que nos mostraría fuertes y respetables ante
las demás potencias y nos permitiría representar un inmenso papel como Nación
en la vida del porvenir”.
Alfaro se interesó por la Independencia de Cuba ante España desde 1883,
cuando integró un comité formado en Panamá para apoyar la causa promovida
por la Sociedad de Amigos de Cuba en New York. Luego, en 1888, se reunió varias
veces con Maceo en Lima para intercambiar opiniones. Sostuvo también una
reunión en Costa Rica con el propio Martí, para discutir las diferencias que ambos
tenían sobre los planes políticos y militares. El interés de Alfaro por la causa se
transformó en práctica, cuando ya en el gobierno, en 1895, envía una carta a la
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Reina de España pidiendo la libertad de Cuba. Fue el primer Presidente que hacía
un pronunciamiento oficial y mostraba que Cuba no estaba sola en el continente.
En otro de sus intentos de reunificación de los países latinoamericanos,
convoca en 1896 a un encuentro de delegados en México para elaborar un Derecho
Público Americano, pero el evento fracasa por la secreta conspiración de un
funcionario del gobierno de Estados Unidos.
La acción revolucionaria de Alfaro
La práctica política de Alfaro se expresa de cuatro maneras: acción armada;
agitador político que usa como instrumento la proclama y panfleto; miembro de
sociabilidades nacionales e internacionales, y obviamente como gobernante. La
acción montonera se libra desde 1864 a 1895; en ese período realiza varias
campañas que buscan controlar distintos asientos de la Costa procurando debilitar
al poder central y lograr el cambio del gobierno de turno, para lo cual opera
fundamentalmente desde Centroamérica como sitio de planificación y
organización de la estrategia armada dentro del territorio ecuatoriano.
De acuerdo a biógrafos de la época, el adolescente Eloy Alfaro y varios de
sus hermanos se convirtieron tempranamente en agitadores políticos locales. Con
apenas trece años de edad (1855) Alfaro organizó una revuelta en contra del Jefe
Político de la localidad, quien les impuso sanciones por ciertos desórdenes. La
gente común de Manabí y entre ellos los indios del sur de la provincia, tenían una
larga historia de irreverencias y de enfrentamiento a autoridades coloniales. Los
indios y mestizos no eran ciertamente gente sumisa y desarrollaron formas de
enfrentar políticamente a las autoridades guayaquileñas que en la práctica
ingresaban al territorio a cobrar los tributos. La propia Iglesia Católica debió
negociar con los distintos grupos de Portoviejo, Jipijapa y Montecristi en el manejo
de cofradías y los rituales. Este comportamiento se convirtió en un rasgo cultural
ya en la época de la República. De hecho no sólo eran los Alfaro los revoltosos,
puesto que en el episodio contra el Jefe Político participaron otros tres
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adolescentes, uno de los cuales sería actor en el célebre hecho de la primera
montonera ocurrido nueve años después.
El Alfaro adolescente fue testigo de varios hechos políticos de trascendencia.
Las movilizaciones armadas eran una tradición en la provincia desde la Época de
la Independencia, por lo tanto no eran una novedad en la región aunque se
expresaban de manera intermitente según ingresarán al territorio los ejércitos
gubernamentales o las facciones armadas en busca de hombres para enganchar.
Entre los múltiples eventos armados, estuvo el que ocurriera en Charapotó, donde
se enfrentaron las fuerzas conservadoras con grupos que se declaraban contrarios
al gobierno (19 de julio de 1860). Poco tiempo después, la sede de la capital
provincial asentada tradicionalmente en Portoviejo, antigua ciudad de españoles,
es trasladada a Montecristi, la ciudad–puerto. Las razones del traslado fueron
enteramente políticas. En 1864 las fuerzas urvinistas contactan con Alfaro, como
líder de una facción política, para que acompañe un alzamiento múltiple que se
daría en varias ciudades y acabaran en conjunto con el régimen de García Moreno.
Alfaro viaja a Lima a contactarse con Urvina alrededor del año 1864. Poco después
Alfaro recibe la orden de suspender la revuelta, pero éste decide realizar una
montonera apresando al Gobernador de García Moreno en Manabí, lo que
constituye la primera acción armada autónoma. En esta acción lo acompañaron un
grupo de montecristenses, jóvenes comerciantes y agricultores medianos. Poco
después viaja a Panamá, lugar que desde entonces se volvió el asiento de todas sus
acciones conspirativas al mismo tiempo que llevaba adelante sus negocios.
Avanzado el gobierno de García Moreno, el entonces empresario Alfaro
había acumulado una cierta fortuna a partir de sus actividades desarrolladas en
Panamá, lo que le permitía ayudar a varios liberales radicales, como Montalvo y
otros que actuaban por iguales ideales en países centroamericanos. Esta relación y
su ubicación en Panamá, además de sus múltiples viajes a Lima, le permitieron
construir una red de amigos en varios países, todos los cuales compartían una
misma visión política.
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En 1868, Alfaro respaldó la candidatura de Francisco Xavier Aguirre en
contra de García Moreno, y un año después, tras un nuevo triunfo, el conservador
García Moreno expide la famosa Carta Negra que consagra la República teocrática.
Entonces los Alfaro deciden nuevamente actuar de manera directa; en 1871 los tres
hermanos Alfaro envían armas para un alzamiento popular, Idelfonso, Medardo y
José Luis, proclaman a Urvina como Jefe Supremo, hecho que no tuvo
trascendencia. En 1875 caía el régimen garciano cuando asesinaron en Quito al
Presidente Gabriel García Moreno.
Libre el camino para los liberales, presentan la candidatura de Antonio
Borrero a la Presidencia de la República y logran el triunfo. Se inaugura así lo que
la historiografía ecuatoriana denomina el Progresismo, fase en la que se buscó un
equilibrio entre el proyecto oligárquico-teocrático y la propuesta civilista, sin
alterar la estructura social, tocar los privilegios y poner en riesgo la propiedad de
los medios de producción, base para la agroexportación y el modelo terrateniente.
Alfaro solicita entonces convocar a una Constituyente, pedido que no fue atendido.
El 2 de mayo de 1876 se firma un acta secreta para conspirar contra el
gobierno de Borrero quien había traicionado los ideales liberales al no derogar la
Constitución conservadora. Nicolás Infante fue designado líder de las
movilizaciones y conspiración. El 8 de septiembre de ese año se produjo un
alzamiento en Guayaquil desconociendo a Borrero y proclamando a Ignacio de
Veintimilla, quien presumía de ser liberal. En favor de la causa, Alfaro participa en
la Batalla de Galte para lograr la consolidación del liberal Veintimilla, quien en
principio mostró signos de cambio al promover una nueva carta política que sin
embargo no recogía totalmente el espíritu de los rojos.
Veintimilla muestra el límite de su acción gubernamental y los radicales se
distancian del nuevo gobierno. En este contexto, Alfaro inicia nuevamente su
acción conspirativa y es tomado preso en Guayaquil por Veintimilla. En grave
riesgo, Alfaro logra finalmente su libertad gracias a una campaña conjunta de
Montalvo y Ana Paredes, su esposa. En 1879 Alfaro se encontraba nuevamente
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exiliado en Panamá. La fortuna del otrora exitoso empresario había desaparecido y
esta vez el revolucionario debió trabajar al servicio de una imprenta local, ayudado
además por la familia Paredes Arosemena. Fue un tiempo de gran acercamiento
con Montalvo.
Sin tregua alguna, Don Eloy reinicia en 1880 su lucha contra Veintimilla. En
septiembre viaja de Panamá a Tumaco y de ahí a la provincia ecuatoriana
Esmeraldas, desde donde se alza en armas en contra del gobierno, desconociendo
el acuerdo de exiliarse y no participar en la vida política del país. El 2 de Octubre
se declaró Jefe Supremo de Esmeraldas y el gobierno lo declara pirata. Es un
momento de intensa movilidad en toda la Costa buscando apoyo o pretendiendo
tomarse las plazas de las cabeceras. El control de estos espacios significaba incidir
sobre las áreas de producción exportable y distraer la mano de obra debido a la
adhesión de los campesinos. En estos lugares se encontraba además la base
campesina aliada y varios de los estancieros y aún hacendados. No está claro, si
más allá de factores ideológicos, había otras razones por las que estos hombres se
politizaron. El apoyo logrado por Alfaro alcanzaba hasta Machala.
La primera época revolucionaria fue financiada directamente por Alfaro en
base a los réditos de sus empresas, pero en la jornadas de 1880 los financistas
fueron sus amigos, quienes en el pasado habían recibido favores económicos de
Alfaro, un hombre reconocido por su generosidad. También financiaban sus
acciones algunos importantes hacendados de Esmeraldas.
En una nueva jornada, Alfaro viaja en 1882 en un barco sin brújula y a su
arribo a Río Verde sufre de fiebre palúdica. No obstante, sus hombres atacan en
Tachina y después Alfaro gana la batalla de Las Quintas. Avanza en sus jornadas y
hace una curiosa alianza con los cayapas, etnia asentada en Esmeraldas. Asciende a
la zona interandina y llega a Ipiales desde donde retorna a Panamá. En el istmo
recibe a Luis Vargas Torres, un hacendado y revolucionario esmeraldeño que le
entrega 75.000 pesos para la compra de armas. Vargas retorna a Esmeraldas donde
se reúne con Medardo Alfaro en su hacienda La Propicia, para acordar la campaña
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armada y agitación contra Veintimilla, a quien tras apoyar en su ascenso al poder,
ahora consideraban traidor del proyecto político radical.
Al empezar el año de 1883 Alfaro envía un mensaje de guerra al emitir una
proclama contra la dictadura de Veintimilla. Inician entonces la campaña y a pesar
de la experiencia lograda y el armamento adquirido, fueron derrotados en
Esmeraldas. No obstante, la suma de las acciones de la oposición, entre las cuales
se encontraban la agitación alfarista, logran la caída del gobierno de Veintimilla
como consecuencia de lo cual se forma un pentavirato integrado por varios
liberales históricos, entre ellos Pedro Carbo y algunos miembros de la burguesía
financiera, como José María Plácido Caamaño, quien posteriormente sería un actor
fundamental del Progresismo, modelo político que intentaba el eclecticismo entre
los dos proyectos políticos en cuestión, pero quien además representaba los
intereses de la burguesía de Guayaquil.
Alfaro viaja nuevamente de Panamá a Esmeraldas y denota su total
desacuerdo declarándose Jefe Supremo de Manabí y Esmeraldas e instaura un
gobierno efectivo en Portoviejo, el 14 de marzo de 1883. El gobierno regional
alfarista ejecutó acciones gubernamentales reales y concretas, entre ellas la
apertura del primer colegio secundario de la provincia de Manabí, Colegio
Olmedo, que al mismo tiempo sería el primer centro laico; en 1887 era su rector un
inglés protestante, William P. Flecher a quien el nuevo Presidente Caamaño,
cercano al conservadurismo, lo destituyó por no ser católico, requisito que exigían
para ejercer cargos públicos. Así mismo, Alfaro crea otra herramienta de poder
político, la Gaceta oficial de Montecristi. Estas acciones concretaban un poder
gubernamental real en una provincia que además generaba suficientes recursos
como para garantizar la supervivencia interna.
Con el control sobre el territorio, Alfaro buscó extenderlo hasta cubrir buena
parte de la costa ecuatoriana y sobre todo las áreas claves de producción cacaotera,
con lo cual controlaría la base de los ingresos estatales y el impuesto de
exportación generado a través de la Aduana de Guayaquil, de manera tal que
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quebrara el poder central. En el mismo año de 1883 el caudillo recluta 900 hombres
en Jipijapa, avanza a Daule, concentra sus fuerzas en Pascuales, se dirige en abril a
Mapasingue a reunirse con Sarasti, miembro del pentavirato. Como demostración
de fuerza localizada, varios de sus seguidores lo avivaban en lugares como Manta.
Centeno, un viejo liberal manabita, traslada 600 hombres más desde Manabí, la
estrategia apuntaba a controlar Guayaquil para lograr posibles acuerdos que
garantizaran un gobierno definitivamente radical. No obstante, las fuerzas
gobiernistas derrotan al alfarismo en junio, en Guayaquil. Un rasgo de su carácter
militar se revela en estas jornadas, después de alguna derrota, por lo común el
caudillo llevaba adelante otro acecho, lo que le granjeó el apodo del Viejo
Luchador: de esta manera, ataca nuevamente Guayaquil el 8 de julio. El País se
encontraba por entonces dividido con tres gobiernos, Pedro Carbo en Guayaquil,
Alfaro en Manabí y Esmeraldas y el pentavirato en Quito. Finalmente se realiza
una asamblea constituyente y Alfaro baja las armas en el entendido que se llevaría
a cabo los cambios fundamentales. Marcos Alfaro es designado representante a la
asamblea y en febrero de 1884 el cuerpo nombra a Caamaño como el nuevo
Presidente.
Caamaño asume el poder y sus acciones decepcionan nuevamente a los
radicales quienes buscaban una transformación más profunda. En 1884 Alfaro
compra un viejo buque mercante en Centroamérica, llamado Alajuela, para iniciar
la que sería su primera campaña por mar. Vargas Torres se reúne nuevamente en
Panamá con Alfaro y entrega un crédito de 7.000 pesos, dato que revela el origen
del financiamiento de la Revolución Alfarista. Posteriormente, en octubre, Vargas
Torres entrega un nuevo aporte de 1.700 pesos. En noviembre se veía el fruto del
aporte económico y llega a Colón, Panamá, el armamento para ser traslado en el
Alajuela a Ecuador y reiniciar nuevamente las jornadas de lucha.
El 14 de noviembre el viejo Coronel Francisco Centeno se alza en armas en
Charapotó, Manabí, y declara a Alfaro Jefe Supremo de la República, acción
política que por cierto no tuvo las repercusiones esperadas. Un día después, el 15
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de noviembre, Alfaro zarpa desde Panamá con rumbo a Ecuador a bordo del
Alajuela para llevar adelante toda una campaña armada en contra del gobierno de
Caamaño, con el espíritu de que los radicales tomaran el poder. Para entonces, las
fuerzas gobiernistas se preparaban a borde del buque Santa Lucía bautizado más
tarde como “8 de Julio”. El 19 de noviembre proclaman en Esmeraldas Jefe
Supremo a Eloy Alfaro, y lo propio hace Nicolás Infante en la provincia de los Ríos
en ese mismo mes. Avivan a Alfaro en Tulcán, Ambato, Latacunga, Vinces, Balzar
y Daule. Estaba claro que había toda una campaña articulada a partir de los
principales enclaves productivos o urbanos del Ecuador para tomar el poder
definitivamente, y el contrapeso final lo daría la fuerza armada alfarista.
El primer territorio del teatro sería Manabí, una vez que el Alajuela con
Alfaro estaban ya en Esmeraldas a finales de noviembre. Los partidarios de Alfaro,
con Guedes a la cabeza, avanzan a Portoviejo, capital de Manabí. Fidel Andrade y
Flavio Alfaro, sobrino de Eloy, llevan armas a Charapotó. El 28 de noviembre del
año 1884 Alfaro ya estaba en Manabí y se reúne en Charapotó con varios
seguidores, seguramente para diseñar la estrategia de insurrección. Insisten en la
estrategia de controlar las principales plazas, asiento del poder político. Por ello
planifican la toma de Portoviejo y llevan a cabo el Combate de Portoviejo el 1° de
Diciembre, que Alfaro pierde por las pugnas internas de sus propios partidarios.
No obstante la derrota, avanza a la Costa, se embarca en el Alajuela para
enfrentar a la armada gobiernista y libra el Combate de Balsamaragua o Jaramijó,
que terminó no sólo con la derrota de Alfaro, sino además con la pérdida del único
buque de los radicales, el Alajuela. Entonces corre la voz de la muerte del líder,
quien sin embargo logró salvarse llevado por sus amigos hasta la playa. Las
retaliaciones no se hacen esperar, el gobierno ordena fusilar a varios radicales,
entre ellos Nicolás Infante y se ejecutó a un exclérigo en Bahía de Caráquez.
Mientras tanto, Alfaro retorna a través de Esmeraldas a Panamá.
Después de la fracasada campaña de 1884, es notorio el cambio de la
estrategia de los radicales para la toma del poder. En 1886, en el mes de marzo,
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Alfaro se encuentra en Lima y al mismo tiempo los Rojos en el Ecuador insisten en
la estrategia del pronunciamiento de proclamas políticas desconociendo al
gobierno de Caamaño y proclamando a Alfaro. El centro del teatro es ahora Loja, al
sur del Ecuador, provincia limítrofe con Perú. Vargas Torres, uno de los
principales radicales y financistas de la revolución es ejecutado por Caamaño en
Cuenca, el 20 de marzo de 1887. La agitación se mantiene en Manabí en localidades
como Montecristi, Charapotó y Bahía de Caráquez.
En 1889 los montoneros siguen desestabilizando la zona de Manabí y toman
ahora el control de Chone. El líder se encontraba nuevamente en Lima y desde allí
inicia uno de sus célebres periplos que lo lleva a recorrer, en busca de ayuda
internacional, a Chile, Argentina, Uruguay, Brasil y Venezuela, donde Alfaro es
objeto de un multitudinario recibimiento. Va luego a Panamá, Costa Rica,
Nicaragua y avanza también a New York. Para entonces se produce un relevo en el
gobierno y asume la presidencia Antonio Flores Jijón (1892), hijo de Juan José
Flores, fundador de la República, defensor del orden establecido, y en 1895 estaba
en el poder Luis Cordero Crespo.
La argolla formada por la burguesía guayaquileña en contubernio con los
terratenientes serranos, continuaban operando la estructura de un Estado
oligárquico. Pero a finales de 1894 el entonces Gobernador de Guayaquil, ex
presidente de Ecuador, José María Plácido Caamaño, había realizado una acción
intolerable: autorizó a Chile a usar la bandera y el nombre del Ecuador para
vender a Japón el buque Esmeraldas, como instrumento de guerra con China. Esto
provocó una reacción generalizada contra el gobierno de Cordero y creó la
coyuntura para la toma del poder por parte de los radicales, quienes habían
logrado no sólo consolidar ya un apoyo internacional sino acumular una basta
experiencia en guerrillas y en manejo político.
Nuevamente se reproduce la estrategia de realizar proclamas para
territorializar el poder montonero. Pedro Montero, el Tigre de Bulubulo, se alza
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contra el gobierno en la zona de Milagro. Poco después, Alfaro, desde Panamá
dirige una proclama a la nación el 5 de febrero.
El 15 de febrero Cordero renuncia y asume el vicepresidente Vicente Lucio
Salazar. El 5 de Mayo de 1895 montoneros en Chone proclaman a Alfaro Jefe
Supremo. Se enfrentan paralelamente fuerzas gobiernistas en varias zonas entre
ellas Chone y Manabí. Se suceden las proclamas: El Guabo, Pasaje y Buena Vista en
el Oro, Vinces y Olmedo.
La oligarquía guayaquileña prepara el recambio y propone a Darío Morla,
pero para entonces los radicales controlaban no sólo la vasta zona rural de Manabí
y Guayas, zonas productoras del cacao, sino que además habían logrado la
adhesión de las bases populares guayaquileñas, las cuales salieron a las calles
respaldando al Alfarismo. Alfaro llega y libra batalla contra la resistencia
gobiernista en Gatazo, arriba a Quito el 4 de Septiembre y toma el poder para
iniciar una transformación de corte liberal radical.
Como se puede ver, el Ecuador vivió casi todo el siglo XIX en estado de
guerra civil, el mismo que continuó durante la ejecución de la Revolución Alfarista.
No se conoce con exactitud, pero este estado de violencia costó miles de vidas de
ecuatorianos.
Desde 1901 el ala de los liberales moderados controlaban el gobierno y era
visible un pacto con las fuerzas tradicionales y los terratenientes. En 1906 Alfaro
lidera nuevamente una acción armada para tomar el poder en manos de Lizardo
García y asume la jefatura suprema. En 1911 entrega nuevamente el poder y
debido a la muerte del Presidente Estrada, asume Carlos Freile Zaldumbide, tras lo
cual estallan nuevamente los conflictos armados entre los aspirantes a la
presidencia de la República. Alfaro regresa desde Centroamérica, en calidad de
mediador. Después de gestiones infructuosas pierde un combate y es tomado
preso, llevado a Guayaquil, donde asesinan a Montero. Varios radicales, entre ellos
Alfaro, son llevados a Quito y expuestos a la furia de una muchedumbre azuzada
por la prensa y los enemigos. En su celda del panóptico es asesinado, luego
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arrastrado por las calles de la capital e incinerado junto con su hermano Medardo,
su sobrino Flavio y los radicales Ulpiano Páez, Manuel Serrano, Belisario Torres y
Luciano Coral.
El legado de la revolución alfarista
La Constitución aprobada en la época garciana, la llamada Carta Negra,
exigía ser casado y profesar la religión católica para ser ciudadano, en
consecuencia para poder acceder a derechos políticos; y por otra parte, tener
propiedad y capital para lograr el derecho a ser elegido, de esta manera se limitaba
el ejercicio del voto y de la representatividad, manteniendo un orden político
terrateniente, oligárquico y confesional. Si alguien hubiere alcanzado el derecho de
ser elector, perdía su potestad debido a que no podía ejercer la ciudadanía si era
“Tahúr” o vago. La libertad de expresión se podía ejercer siempre y cuando no
atentara contra la “moral y la decencia”, valores subjetivos juzgados por el poder
de turno, limitando en la realidad esta potestad. La Constitución no garantizaba la
inviolabilidad de la vida y por lo tanto era posible la pena de muerte.
La Constitución del Progresismo (1884), no obstante que no avanzó en
función de la demanda de los radicales, eliminó la exigencia de ser católico para
ejercer el derecho de ciudadanía, pero restringía ese derecho sólo a los varones
casados o solteros. Así mismo, eliminó la condición de la propiedad y el capital,
como requisito para ser Presidente de la República o representante ante el
Congreso. Se prohibió por primera vez la reclusión forzosa, y se establece además
la educación primaria como gratuita y obligatoria. La inviolabilidad de la vida no
fue garantizada, y aunque se eliminó en general la pena capital, se mantuvo para
los casos de parricidio. Se prohibió al menos la pena de azote. No obstante, la
Constitución reconocía como el principal legislador del universo a Dios. En su
preámbulo decía: “En nombre de Dios, autor y legislador del Universo”; en ese
sentido seguía siendo una carta magna teocrática.
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La nueva Constitución de 1897, expedida a pocos meses de que Alfaro
asumiera el poder, consagró avances fundamentales, pero no suficientes. La
correlación de fuerzas, el estado de guerra civil y el hecho concreto de que el poder
burgués tomó control de varios espacios del gobierno, limitó la posibilidad de
materializar el Estado laico. Por entonces se iniciaron las conferencias para dejar
sin efecto el Concordato con la Iglesia Romana y volver al menos temporalmente a
la figura del Patronato. Los radicales buscaban al menos en un primer momento
tener el control sobre esta institución en tanto desmontaban su presencia como
entidad del Estado.
La alianza entre la Iglesia y los intereses terratenientes había dominado
varias décadas a la República y significaba una estructura poderosa. Al menos la
nueva Constitución de 1897 empezaba reconociendo la soberanía del pueblo como
hacedor de la Carta Magna. Extendió por otra parte la ciudadanización a hombres
y mujeres de dieciocho años casados o solteros, a partir de su condición de
letrados. La libertad de expresión y conciencia estaban garantizadas, sin el límite
de la ofensa a la religión, y se tipificaba la injuria y la calumnia como objeto de
acusación. Todos podían expresar libremente su pensamiento, de palabra o por la
prensa, sujetándose a la responsabilidad establecida por las leyes. Un jurado
especial conocía las causas por infracciones cometidas por medio de la imprenta
(art. 32.).
En el caso de la educación, no se llegó a establecer el laicismo, aunque sí la
gratuidad. Quedó abolida de manera total la pena de muerte por infracciones
comunes y políticas. Esta Constitución continuó reconociendo a la religión católica
como oficial, pero dio un paso fundamental al garantizar y proteger el derecho a
profesar otras religiones. Dejó expresamente establecido que: “Las creencias
religiosas no obstan para el ejercicio de los derechos políticos y civiles”.
La carta fundamental de 1906, no obstante ser la más avanzada, aumentó a
21 años la edad básica para acceder a la ciudadanía, sin embargo la de 1896 había
propuesta la edad mínima de dieciocho años. Esta es la carta magna que consagra
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el laicismo: “la enseñanza oficial y la costeada por las Municipalidades, son
esencialmente seglares y laicas”. Y por otra parte, elimina la prisión por deudas,
coartando de esta manera el problema del concertaje, figura a través de la cual
miles de campesinos e indios permanecían en estado de servidumbre. Esta es
también la primera Constitución que establece expresamente el principio de
inviolabilidad de la vida.
Tras once años del radicalismo en el poder y en medio de una cruenta
guerra civil, se había refundado y creado una nueva República, que esencialmente
sentó la base de la ciudadanía, el Estado de derecho y el Estado laico. Estos
principios constitucionales fueron implementados en la realidad con una serie de
acciones y disposiciones legales que crearon las condiciones para la formación de
nuevos actores políticos medios, básicamente urbanos, que cambiaron la
correlación de fuerzas en el viejo estado oligárquico. Se amplió el sistema
educativo a escala nacional con espíritu laico; los referentes más importantes
fueron los colegios secundarios y los normales. La mujer ingresó no sólo al espacio
público sino que comenzó a formarse en los establecimientos creados, como
consecuencia de lo cual en poco tiempo el país tuvo un legado de maestras.
De la mano con estas reformas se desarrolló la comunicación telegráfica y la
conectividad con caminos y la obra magna del Alfarismo, el ferrocarril que unió
Costa y Sierra. La iglesia dejó de ser una institución pública, se confiscaron los
bienes de las congregaciones y las actividades antes asignadas a esta organización,
una de ellas, el registro de los ciudadanos, fue suplantada por una nueva
institución civil, el Registro Civil, asignando a lo público este rol fundamental.
No obstante, aunque se dictaron leyes favorables a los indios y se limitó el
concertaje, en la realidad el problema de la propiedad de la tierra no fue tocado.
Por otra parte, se impuso el patrón oro, pero la emisión de billetes y el crédito
permaneció en manos de la burguesía financiera, que pudo ejercer poder sobre el
Estado. Los importadores se sentían sin embargo amenazados debido a que los
radicales protegían a los medianos industriales, más bien artesanos, limitando la
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libre importación, en momentos en que la división internacional del trabajo y el
desarrollo industrial de los países europeos, presionaban por la apertura de los
mercados latinoamericanos.
Para la burguesía ecuatoriana y los terratenientes, quienes luchaban
tenazmente por recuperar el control del Estado, Alfaro representaba un peligro por
su naturaleza personal y su identificación con sectores populares: era imposible
manipular al “Viejo”, en quien predominaba un “sentimiento” patriótico, una idea
de “nación” y un compromiso con sus bases sociales campesinas. En definitivas el
Alfarismo proponía una modernización desajustada con el modelo de las elites
nacionales, que pretendían de alguna manera una modernización de forma y no de
fondo, y dar paso a un estado secular pero custodio de sus intereses. La burguesía
comercial costeña pretendía la liberalización de una parte del mercado relacionado
con la importación, cuyo negocio manejaban. La naciente y a la postre fracasada
burguesía industrial pretendía que el gobierno les diera ventajas competitivas, es
decir, encarecer los productos de importación. De hecho ni a los unos ni a los otros
les agradaba la liberalización de las fuerzas productivas, a riesgo de perder el
control sobre ellas y engendrar una sublevación popular.
Las nuevas condiciones políticas creadas por el alfarismo se expresaban
ahora en la propia sociedad. Un alzamiento de campesinos, obreros urbanos e
intelectuales podría representar un verdadero peligro sobre dos aspectos
sustanciales: la propiedad de la tierra y las actividades del capital financiero. Con
Leonidas Plaza y los liberales moderados se había consolidado el viejo pacto. Y en
ese contexto se concibe el asesinato de Alfaro y otros radicales una vez que estos
volvieron a la palestra. El hecho se consumó el 28 de Enero de 1912, pero los
radicales siguieron guerreando hasta 1916 en las montañas de Esmeraldas y
Manabí.
A lo largo del siglo XX han existido diferentes interpretaciones sobre Alfaro,
la Revolución Alfarista y su legado. Alfredo Pareja Diezcanseco dice en la
introducción de su relato novelado La Hoguera Barbara: “Escribir la vida de Eloy
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Alfaro vale tanto casi como escribir la historia de la República del Ecuador, a partir
de su separación de la Gran Colombia de Bolívar”. Y agrega “una historia sin
pasión deja de serla. La imparcialidad se procura, pero no se alcanza. Hago esta
confesión porque es necesaria. Y porque todo el libro está inflamado, como yo
mismo me inflamara al conocer la vida del caudillo”.
Otro intelectual de izquierda, Benjamín Carrión, autor del “Cuento de la
Patria”, califica a Alfaro como “la más alta figura de nuestro período republicano”
y distingue al proceso como un “movimiento liberal” de gran trascendencia para el
devenir civilizador, cuya obra más importante fue el laicismo.
En otra perspectiva, la Revolución Liberal es considerada como una
revolución burguesa en la que no obstante participaron sectores populares rurales
y urbanos, que “fueron determinantes en la conquistas democráticas”. La esencia
del cambio, se dice, fue la creación de un Estado laico, lo que significó la
consagración de la “soberanía popular” frente a un viejo régimen fundado en la
autoridad de origen divino. Enrique Ayala Mora, un estudioso contemporáneo de
la Revolución Liberal, plantea que el alfarismo abrió la posibilidad hasta cierto
punto de la liberación de los campesinos, ya que rebasaba el proyecto burgués,
cuyos actores, junto con el segmento latifundista, finalmente propiciaron la caída
del régimen y el asesinato de Alfaro. “La movilización popular y los planes de
reforma fueron limitados, pero suficientes para alarmar a la oligarquía, que temía
que Alfaro fuera más allá. La radicalidad que en 1895 fue ventaja se trasformó en
peligro, una vez que se dieron las reformas laicas”.
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Eloy Alfaro, en un recorrido de inauguración de obras
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El hombre que predica la moralidad y
la economía a personas dominadas
por la concupiscencia, es un insensato.
Eloy Alfaro
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Jorge Núñez Sánchez4
ELOY ALFARO UN REVOLUCIONARIO DE TALLA
CONTINENTAL
4 Historiador, ensayista y antropólogo ecuatoriano, Dr. en Jurisprudencia, con estudios de postgrado en Antropología, Geografía e Historia, en México y España. Fue Presidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe y del Consejo Nacional de Cultura. Es miembro de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, la Real Academia Española de Historia, la Academia Hispanoamericana de Letras y Ciencias, y la Academia Colombiana y Peruana de la Historia.
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Un siglo después de su inmolación en esa “hoguera bárbara” de El Ejido,
ocurrida en enero de 1812, la figura de Eloy Alfaro sigue siendo poco conocida en
varios aspectos y particularmente en lo que hace referencia a su actividad
internacionalista y su pensamiento político. Lo primero puede resultar explicable,
en tanto que aún no se ha hecho una minuciosa investigación sobre la actividad
política coordinada que desarrollarán, entre fines del siglo XIX y comienzos del
XX, ese conjunto de revolucionarios liberales de América Latina al que
pertenecieran Eloy Alfaro y José Martí, entre muchos otros. Pero lo segundo
resulta del todo inexplicable, dada la buena cantidad de estudios, ensayos y libros
que han merecido Alfaro y la Revolución Liberal ecuatoriana de 1895.
Ocurre, a nuestro entender, que la imagen de Alfaro como pensador político ha
sido distorsionada por el fervor que se ha puesto en la consagración del héroe,
hecho que ha privilegiado el estudio de sus acciones políticas y militares sobre el
de sus ideas y experiencias políticas. Pero también ha contribuido a ello cierta
pereza mental de algunos estudiosos, que se han limitado a repetir que Alfaro fue
un liberal por antonomasia y quienes, a partir de ese equívoco, nos han regalado
una figura de alcance ideológico limitado e incluso anacrónica a la luz de la
historia.
Algo ha tenido que ver en esto ese complejo de inferioridad con que nuestros
intelectuales han visto la vida y la historia nacional. Acostumbrados a
minusvalorar a su propio país y a mirarlo con desprecio o, en el mejor de los casos,
con conmiseración, a ellos les parecía lógico que nuestra Revolución del 95 hubiera
sido el más tardío ensayo de reforma ocurrido en la América Latina. De lo cual se
derivaba la conclusión de que Alfaro todavía se hallaba empeñado en la reforma
liberal cuando en otras partes del continente ya se estaba luchando por la
revolución agraria.
Apreciaciones de esta laya, construidas sobre prejuicios intelectuales y
complejos nacionales, han contribuido a disminuir nuestra historia y a distorsionar
la imagen de los grandes personajes de ella. Si esos supuestos estudiosos del
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alfarismo y la Revolución del 95 se hubieran empeñado en investigar a fondo aquel
período de nuestra vida nacional, pasando luego a compararlo con el similar de
otros países de Hispanoamérica, se hubiesen puesto varias verdades de bulto,
entre otras:
– Que si bien Eloy Alfaro vino de una matriz ideológica liberal y, en sentido
general, puede ser clasificado dentro del liberalismo de su tiempo, no es menos
cierto que integró la vanguardia ideológica del radicalismo, un movimiento
político de corte social demócrata, que por entonces emergía en América Latina y
que luego daría lugar a la formación de los Partidos Radicales en varios países
sudamericanos.
– Que Alfaro imprimió a la Revolución Liberal ecuatoriana un carácter de
avanzada, que la convirtió en la última y más completa experiencia de reforma del
continente, a la vez que en un matinal ensayo de desarrollo industrial autónomo,
en el que se podían identificar ya ciertos rasgos del nacionalismo revolucionario
que luego florecería en otros países del área, particularmente en el “varguismo”
brasileño, el “peronismo” argentino y el “cardenismo” mexicano.
– Que el proyecto alfarista de desarrollo industrial fue tomado como modelo
en al menos otro país de América Latina (Colombia), con efectos altamente
positivos.
– Que fueron precisamente esas ideas las que distanciaron a Alfaro y los
alfaristas de Plaza y el liberalismo tradicional, llevándolos a romper el bloque
histórico de la revolución del 95 y a enfrentarse por las armas en 1906, en busca de
definir la orientación revolucionaria.
– Que, por otra parte, Alfaro fue uno de los principales líderes del
internacionalismo liberal, movimiento que promovió la independencia de Cuba y
Puerto Rico, abogó por la reconstitución de la Gran Colombia y adelantó un audaz
intento de alianza militar y unidad política de América Latina para enfrentar la
emergencia del imperialismo.
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Para estudiar la acción y el pensamiento alfarista, hallo que un primer hito a
señalar es la identificación moral y política que Alfaro asumió respecto a Bolívar y
Sucre, los dos grandes libertadores sudamericanos, a los que admiró siempre y
luego estudió sostenidamente durante su exilio en Lima, estimulado por el gran
polígrafo peruano Ricardo Palma, entonces Director de la Biblioteca Nacional del
Perú. Los papeles privados de don Eloy revelan su profundo conocimiento de la
personalidad de Bolívar, de quien llegó a escribir que “fue Libertador hasta 1824, o
sea hasta terminar la campaña de Independencia. ¡Después fue un hombre afectado, como
efecto material de la atmósfera reaccionaria que irresistiblemente quería asfixiarlo!”.
En cuanto a Sucre, hay que mencionar que nuestro personaje hizo una
sostenida investigación en fuentes primarias y secundarias, en busca de conocer
sus acciones de vida y establecer los detalles de su trágica muerte, en especial las
motivaciones y personalidad de los autores intelectuales de su asesinato. Luego,
reconociendo que no era un escritor, ni tenía tiempo para escribir el libro deseado,
entregó esos materiales al escritor liberal Nicolás Augusto González, a quien
contrató para que redactara la obra titulada “Cuestión Histórica”, cosa que éste hizo.
Pero, años después, apurado por la pobreza, González se puso al servicio de
Antonio Flores Jijón, hijo del general Juan José Flores, a quien la documentación
mostraba como el principal sospechoso de haber inspirado ese crimen, y el escritor
terminó renegando de su libro sobre el asesinato de Sucre y afirmando que lo
habían comprometido a escribirlo. Entonces, Alfaro salió al paso del renegado y
afirmó públicamente que había sido él quien hizo la investigación, quien recogió
los materiales, quien delineó el libro y quien financió su publicación, por lo que
reivindicaba su autoría.
Esa admiración por los libertadores se expresó notoriamente el 27 de enero de
1883, cuando inició su lucha por la Regeneración de la República en combate
contra el dictador Ignacio de Veintemilla. En su Manifiesto a la Nación dijo, entre
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otras cosas: “Coronar la magna obra del Libertador Bolívar y del inmaculado Sucre, debe
ser la aspiración de todo hombre honrado y el fruto de nuestros patrióticos esfuerzos”.
Al fin, ese culto a los héroes colombianos lo llevaría directamente a formular
su propio proyecto de reunificación de la Gran Colombia, planteado en su calidad
de Jefe Supremo de Manabí y Esmeraldas, a los diputados del Congreso
ecuatoriano, el 9 de octubre de 1883, en estas palabras:
El Ecuador se ha quedado rezagado, atrás de sus hermanas las hijas del inmortal Bolívar, y, en lo legítimamente noble y bueno, nuestra política debe ser colombiana de llano en plano; porque así lo reclama nuestro progreso y nuestra grandeza futura. Hoy no somos más que un girón desprestigiado de la gloriosa nacionalidad que nos legaron íntegra los héroes de la magna revolución de la independencia.
Dejemos, pues, a un lado las pasiones ruines del partidismo personal, honorables diputados, y reparemos medio siglo que llevamos de errores y calamidades, bajo el título nominal de República.
Los ecuatorianos que rendimos, culto eterno a la imperecedera memoria de Bolívar, al par que las virtudes del inmaculado Sucre, hemos de propender a la pacífica reconstitución de Colombia la grande. Venezuela y la nueva Colombia, son acaso las que menos necesitan de la grandiosa reorganización de la nacionalidad fundada por los egregios obreros de nuestra emancipación y sin embargo siempre anhelan, como sus documentos públicos lo comprueban, la unión de las tres secciones en la misma gloriosa entidad de otros días. Deseo innato es siempre en los pueblos tender hacia su mayor grandeza y así, tarde o temprano el advenimiento de la unión colombiana será el fruto espontáneo de la ilustración de sus hijos.
Cuatro años más tarde, en enero de 1887, escribiría al general Antonio Guzmán
Blanco, Presidente de Venezuela, en el mismo sentido, y acreditaría ante este
gobierno a su hermano, el doctor Marcos Alfaro, con una credencial que decía:
Como Jefe de la Revolución Ecuatoriana, y en virtud de los plenos poderes de que estoy investido, tanto por actas públicas y privadas en el Ecuador, como por actas de los emigrados en Colombia y el Perú, expido a Ud. la presente credencial, para que en representación del Partido Liberal de nuestra Patria, pueda pactar con el Ilustrado Presidente de Venezuela, General Antonio Guzmán Blanco una alianza ofensiva y defensiva, que sirva de fundamento para la reconstitución de la Gran Colombia, bajo las bases del sistema Federal, o de la Confederación, y en guardia de la dignidad y recíprocos intereses de ambos países.
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Al llegar al poder, en 1895, su política internacional se orientó a respaldar la
independencia de Cuba, para lo cual escribió una memorable carta a la Reina
Regente de España, María Cristina, abogando por la libertad de la isla. Pero no
dejó de avivar el fuego que iluminaba su sueño grancolombiano, como lo revela su
Informe al Congreso Nacional de 1898, uno de cuyos acápites manifestaba:
La veneración que guardo por los Próceres de nuestro Independencia, quienes nos
legaron una Patria, la más poderosa en las Américas del Sur y Central, me impele a fijar la atención en nuestra debilidad y pequeñez actuales, e indicaros lo que, a mi juicio, convendría realizar, para asegurarnos tranquilo porvenir, al abrigo de una hermosa confraternidad.
Por ahora, intereses bastardos impiden pensar en la reconstitución de la antigua y gloriosa Colombia de Bolívar; pero sí sería fácil formar una Confederación que presente unidos, ante el Nuevo Mundo, a los pueblos que conquistaron su Independencia en los campos de Carabobo, Boyacá y Pichincha.
Efectuada esta unión, esas nacionalidades, en lo tocante en sus asuntos internos, continuarán disponiendo de sus destinos, como a bien tuvieren, tal cual ha venido sucediendo hasta el día de hoy; pero, en lo referente a Relaciones Exteriores, formarían una sola entidad política compuesta de Venezuela, Colombia y el Ecuador confederados, con un total de ocho millones de habitantes, esparcidos desde las playas del Orinoco y Hoya Amazónica, hasta el Golfo del Guayas; es decir, en toda la extensión del territorio más rico del Continente de Colón.
Una Dieta, compuesta de Plenipotenciarios de las tres Repúblicas, sería la llamada a organizar esa gran entidad internacional, que nos mostraría fuertes y respetables ante las demás potencias, y nos permitiría representar un inmenso papel, como Nación, en la vida del porvenir. Además tendríamos la ventaja de que entonces, nuestras cuestiones de límites, tan peligrosas y de suma trascendencia ahora, siendo de suyo insignificantes al tratarse de una fraternidad práctica, serían arregladas por Juntas Anfictiónicas, como querellas de familia.
Meditad, os ruego, al calor de acendrado patriotismo, plan tan vasto como provechoso, a fin de que si, con la mirada siempre fija en lo porvenir, lo estimáis oportuno, me autoricéis para proponer, sin demora, a los Gobiernos de Caracas y Bogotá, la reunión de un Congreso preliminar, en el que se discutan las bases de la gran Confederación que ha de verificarse después, naturalmente con el mutuo acuerdo de los pueblos respectivos.
Quiero destacar el hecho de que cuando Alfaro manifestaba esto al Congreso
ecuatoriano, las provincias ecuatorianas del norte estaban siendo atacadas por
invasiones armadas de “cristeros” colombianos, organizadas por el sanguinario
obispo de Pasto, Ezequiel Moreno Díaz, actualmente santo de la iglesia, quien
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consideraba que el liberalismo era un pecado mayúsculo y que había que
erradicarlo por medio del fuego y la sangre. Empero, ni siquiera eso detuvo al
“Viejo Luchador” en su propósito de unidad colombiana, que concebía como
punto de partida de la unidad latinoamericana.
Firme en su propósito integracionista, veintiún años después, durante su
segundo período de gobierno, escribió al Presidente conservador de Colombia,
general Rafael Reyes, una carta oficial en la que expresaba:
Agradezco a V. E. profundamente la expresiva felicitación que V. E. se ha dignado enviarme, en nombre del pueblo y Gobierno colombiano y en el suyo propio para el pueblo y Gobierno ecuatoriano y para mí, con motivo de la inauguración de nuestro ferrocarril interandino, en las puertas de la histórica Ciudad de Quito. Se ha realizado en mis días con esta obra magna de paz, progreso y civilización, el anhelo más grande de mi vida de ciudadano, de soldado y de magistrado; y mi satisfacción sube de punto cuando considero que la Providencia me ha concedido la fortuna de haber acercado, por mi mano, con el lazo de acero de la fraternidad humana, el Ecuador a sus hermanos de sangre, la nueva Colombia y Venezuela: primer paso gigantesco dado hacia la Confederación de las tres hijas de Bolívar, obligadas a cumplir su testamento político, ya que heredaron de él Patria y Gloria. Después de este gran acontecimiento de la terminación de la primera etapa del ferrocarril interandino del Ecuador, la lógica de la historia nos señala ya un deber que cumplir: el dar el primer paso hacia la Confederación Colombiana.
Este año rico, a pesar de todo, en beneficios para Colombia, Venezuela y el Ecuador, no debe terminar sin que se cuente en sus anales la primer gran Dieta Colombiana, en la cual los delegados de los Gobiernos respectivos pongan los cimientos de la Confederación de las tres repúblicas.
Confiemos en Dios que tendremos virtudes y fortaleza para conquistar y conservar este gran bien.
Quiero detenerme aquí en el relato histórico para reflexionar sobre los fines
que perseguía Alfaro con su proyecto de reintegración de la Gran Colombia.
Algunos han quedado evidenciados en los textos precedentes: la búsqueda del
progreso y la grandeza de los países bolivarianos, la resolución de problemas
limítrofes en un plano de fraternidad y como querellas de familia, y sobre todo, la
consolidación, en América Latina, de una “gran entidad internacional, que nos
mostraría fuertes y respetables ante las demás potencias, y nos permitiría
representar un inmenso papel, como Nación, en la vida del porvenir.”
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Me pregunto: ¿no fueron esos los propósitos del Congreso Anfictiónico
convocado por Bolívar? ¿No ha sido ese el sueño de todo latinoamericano
consciente de las realidades del mundo internacional, donde solo prevalecen las
naciones fuertes y poderosas? ¿No son esas, hoy mismo, las metas de la ALBA y de
la UNASUR?
Pero volvamos a los tiempos de Alfaro y encontraremos que esa política de
unidad regional obedecía también a dos amenazantes realidades, cuales eran la
política neocolonial de las oligarquías conservadoras y la emergencia del
imperialismo.
En cuanto a lo primero, todo muestra que nuestras oligarquías criollas, luego
de producida la independencia, buscaron preservar la vieja estructura social
mediante la imposición de un colonialismo interno sobre indios, negros y mestizos,
pero debieron enfrentar el ímpetu renovador de las emergentes burguesías
liberales, que se empeñaban en implantar un cabal sistema republicano, basado en
la soberanía popular y la igualdad de todos ante la ley, como medio de afianzar a
estos jóvenes Estados nacionales, que recién emergían en el panorama mundial.
Entonces, sintiéndose huérfanas de respaldo internacional, esas oligarquías
buscaron el amparo neocolonial de potencias europeas, que les garantizarán el
tranquilo disfrute de su dominación social.
Fue así que en Centroamérica, en los años cincuentas del siglo XIX, los
conservadores apoyaron inicialmente las expediciones filibusteras de William
Walker, creyendo que podían usarlas en su beneficio. Por la misma época, un
expresidente ecuatoriano y personaje de la independencia, el general venezolano
Juan José Flores, fue echado del país por una revolución nacionalista y no halló
mejor tarea que la de ofrecer sus servicios a la reina Isabel, para reconquistar los
países andinos para España y establecer un Imperio de los Andes, con un príncipe
español a la cabeza y él mismo como regente. Fracasada su expedición militar, por
las gestiones de varios países latinoamericanos, vino a la América Central y entró
en tratos con el filibustero Julius de Brissot, uno de los socios de Walker, y con el
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senador estadounidense Juda P. Benjamin, para apoderarse de las islas Galápagos,
donde se creía que había una gran riqueza guanera y desde donde planeaban
desatar una campaña filibustera contra los países del Pacífico Sur, para tomarlos
bajo su control.
En la década siguiente, en Ecuador, las oligarquías regionales se sintieron
amenazadas por el reformismo liberal de Urbina y las “Sociedades Democráticas”,
por lo que desataron una guerra civil que casi provocó la extinción del país. Tras
recuperar el poder, en 1860, inmediatamente solicitaron la implantación de un
protectorado francés sobre el país. A su vez, los conservadores de Venezuela,
temiendo ser derrotados por los liberales en la “Guerra federal”, dirigieron en 1861
una exposición a la Reina Victoria, de Inglaterra, por la que solicitaban una
intervención para terminar con “el desenfreno de las masas”, ofreciendo a cambio
“desprenderse del territorio de la Guayana”.
Por su parte, los conservadores de México clamaron por una intervención
francesa y apoyaron el establecimiento del Imperio Mexicano de Maximiliano de
Habsburgo, impuesto por las armas francesas. En esa circunstancia, Napoleón “El
Pequeño” se cruzó en los planes de reconstitución de la Gran Colombia que
adelantaban los gobiernos liberales de Mosquera, en Colombia, y Guzmán, en
Venezuela, y que resistía el gobierno conservador del Ecuador, presidido por
Gabriel García Moreno.
En lo que se refiere a la emergencia del imperialismo, ciertamente no era fácil
entender el carácter de ese fenómeno, que cambiaba radicalmente el carácter del
capitalismo mundial, como concluyera el filósofo panameño Ricaurte Soler. Y en el
caso de Nuestra América eso implicaba un fenómeno todavía más complejo,
puesto que los Estados Unidos seguían utilizando su política de cañoneras contra
los países vecinos, solo que ya no lo hacían con ánimo de apoderarse de territorios,
sino de controlar mercados, recursos y países por medios más sutiles, como la
penetración financiera y la monopolización económica.
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Alfaro y otros liberales latinoamericanos vivieron y enfrentaron esas dos
amenazas sucesivas, es decir, la política neocolonial de los conservadores y las
amenazas y agresiones del emergente imperialismo mundial, y en especial del
norteamericano. Sería largo enumerar aquí todos los vínculos, planes y acciones
desarrollados entre ellos para defenderse de los unos y del otro. Pero no quiero
dejar de mencionar los proyectos particulares emprendidos por Alfaro con los
liberales centroamericanos, dentro de ese horizonte de luchas de reforma política y
afirmación de los Estados nacionales.
El internacionalismo alfarista
Eloy Alfaro fue también un líder preocupado por la suerte de América Latina,
continente que conocía más que la mayoría de líderes políticos de su tiempo.
Habiendo vivido, trabajado y luchado por la reforma liberal en Panamá y varios
países centroamericanos, también estaba al tanto de las realidades políticas
existentes en México y los países del Caribe y, gracias a sus contactos con José
Martí, Antonio Maceo y otros independentistas caribeños, seguía con sumo interés
las luchas de independencia de Cuba y Puerto Rico. En fin, sus viajes de exiliado
político por Sudamérica le pusieron en contacto con los grandes líderes y
pensadores de la región, particularmente con los liberales peruanos, colombianos y
venezolanos, e igualmente con los radicales chilenos y argentinos.
Esas estancias y viajes le pusieron en contacto con las duras realidades sociales
y políticas del continente, donde sesenta años después de la independencia
pervivían las viejas lacras sociales heredadas de la Colonia y agravadas por el
republicanismo oligárquico: el peonaje servil de los campesinos indígenas, la
explotación y marginalidad de negros y mestizos y el atraso económico de las
regiones interiores, junto a la prepotencia de las oligarquías terratenientes,
estrechamente aliadas con una Iglesia de mentalidad colonial, que todavía
predicaba contra el sistema republicano de gobierno.
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Pero, por otra parte, ese conocimiento y esas relaciones le permitieron también
enterarse de las luchas y proyectos de las fuerzas progresistas del continente, que
por diversos medios buscaban impulsar una reforma que modernizara y
fortaleciera al Estado nacional, liberándolo de la agobiante influencia eclesiástica,
integrando sus regiones dispersas, estimulando el desarrollo económico y
mejorando las condiciones de vida de la población. Y finalmente lo llamaron a
convertirse en una suerte de coordinador de las acciones del liberalismo
revolucionario del continente y a plantearse avanzados proyectos de unidad e
integración entre los países del área.
Influido desde su juventud por la combativa prédica liberal de Juan Montalvo,
su pensamiento político se completaría más tarde con las ideas de liberales
románticos como el panameño Justo Arosemena, el peruano Ricardo Palma, los
cubanos José Martí y Rafael María Merchán y el colombiano José María Vargas
Vila; de liberales nacionalistas como el chileno José Manuel Balmaceda, los
venezolanos Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo y el nicaragüense José
Santos Zelaya y también de pensadores radicales como los chilenos José Victorino
Lastarria y Francisco Bilbao y el argentino Leandro N. Alem.
Durante su exilio en Lima, sus planes internacionalistas tuvieron un avance
significativo en las conversaciones entabladas con el prócer cubano Antonio
Maceo, en 1888, en las cuales identificaron como objetivos comunes la lucha por la
independencia de Cuba y la liberación política del Ecuador. En esa ciudad trabó
amistad con su antiguo admirador, Rubén Darío. Dos años después, en 1890,
Alfaro viajó con destino a Chile, donde entró en contacto con dirigentes liberales y
radicales, siempre en el marco de la fraternidad masónica. Luego viajó a la
Argentina, con la recomendación de tomar contacto con el expresidente Bartolomé
Mitre, que dirigía el respetado rotativo La Nación, en el que colaboraba José Martí.
Por entonces, Mitre acababa de fundar con Leandro N. Alem la Unión Cívica, que
en el futuro se convertiría en un partido simbólico del radicalismo sudamericano.
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Cuando Alfaro reemprendió su viaje, con dirección a Uruguay, Brasil y
Venezuela, llevaba consigo una carta de Mitre para José Martí, presentándole a
Alfaro y recomendándole aunar esfuerzos con él; llevaba también una suma de
dinero, que era el pago de Mitre por las colaboraciones de Martí. Pero antes de
entregar esas valiosas encomiendas, Alfaro recaló en Venezuela, donde gobernaba
por entonces el general Joaquín Crespo, uno de los líderes liberales nacionalistas,
con quien entabló estrecha amistad política y de quien recibió apoyo pecuniario
para su lucha. Ahí se encontró también con el pensador y activista liberal
colombiano José María Vargas Vila, que se asilará en ese país huyendo del
gobierno conservador de Rafael Núñez. Alfaro reconoció en Vargas Vila al
pensador de avanzada que requería su causa y éste, por su parte, vio en el
ecuatoriano la experiencia y capacidad de liderazgo que hacía falta para comandar
los planes revolucionarios del internacionalismo liberal; fue así que ambos
decidieron concertar en el futuro sus esfuerzos de liberación.
En octubre de 1890 Alfaro marchó hacia los Estados Unidos, en busca de José
Martí, con quien se encontró finalmente en Nueva York el 24 de ese mes. Luego de
la entrega de las encomiendas de Mitre, los dos heraldos de la libertad entablaron
estrecha amistad y desarrollaron planes de cooperación política, en compañía de
otros latinoamericanos radicados en esa ciudad (César Zumeta, Patricio Jimeno y
Juan Antonio Pérez Bonalde) y más tarde también de Vargas Vila, quien se sumó al
grupo junto con su secretario Ramón Palacio Viso.
Tras su estancia en los Estados Unidos, Alfaro siguió su periplo
latinoamericano, que lo llevó nuevamente hacia Centroamérica, donde desarrolló
una acción mediadora entre Guatemala, Honduras y El Salvador, para evitar el
conflicto armado que se veía venir. Ese esfuerzo suyo culminó con la celebración
de un Congreso Centroamericano de Plenipotenciarios que se reunió en Acajutla,
El Salvador, en 1890. Ahí se aprobaron las bases de un acuerdo de paz, aunque
fracasó el proyecto alfarista de reconstituir la República Centroamericana.
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A continuación retomó su acción de agitador revolucionario, viajando a
Estados Unidos, Costa Rica y Panamá. En Nueva York hizo contactos con cubanos
emigrados y proveedores de armas, y luego se dirigió a San José de Costa Rica,
para coordinar acciones con el gobierno liberal que presidía José Joaquín
Rodríguez. En esta ciudad efectuó tratativas fraternales con los revolucionarios
cubanos José Martí y Antonio Maceo, masones como él. Posteriormente pasó a
Panamá, para concretar planes político-militares con los liberales panameños que
lideraba Belisario Porras.
En Nicaragua, en 1893, Alfaro se entrevistó con su presidente, el general José
Santos Zelaya, un reformador que laicizó y modernizó el Estado, eliminó los fueros
coloniales, nacionalizó los bienes de manos muertas, impulsó el desarrollo
económico y actualizó la legislación del país; Zelaya era también un fervoroso
partidario de la unión centroamericana.
Vinculados por un ideario político común, Alfaro y Zelaya negociaron
reservadamente el primer “Pacto de Amapala”, por el que se creó una Internacional
revolucionaria con participación de los revolucionarios centroamericanos José
Santos Zelaya, de Nicaragua, Policarpo Bonilla, de Honduras, y Rafael Antonio
Gutiérrez, de El Salvador, y de varios otros revolucionarios americanos: el
ecuatoriano Eloy Alfaro, los colombianos Benjamín Herrera y Juan de Dios Uribe,
el venezolano Joaquín Crespo, el colombo–panameño Belisario Porras, los cubanos
José Martí y Antonio Maceo, y el peruano Nicolás de Piérola. Por ese pacto, los
suscriptores se comprometieron a brindarse ayuda mutua en los campos militar,
político y financiero, con miras a conquistar un abanico de objetivos que incluían la
independencia de Cuba y Puerto Rico, la aplicación de la reforma liberal en los
países centroamericanos y andinos, y la reconstitución de la Gran Colombia y la
República Centroamericana, como puntos de partida para un proyecto mayor de
unidad de América Latina.
Una simple revisión de la cronología política de esos años muestra la seriedad
con que los firmantes tomaron su compromiso y el modo coordinado con que
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ejecutaron sus acciones. Crespo tomó el poder en Venezuela en 1892, entrando en
Caracas de modo triunfal, el 6 de octubre de ese año. Zelaya tomó el poder en
Nicaragua en julio de 1893, derrocando al conservador Roberto Sacasa. Bonilla
depuso del poder al conservador Domingo Vásquez en Honduras y asumió el
mando en 1893. Piérola logró coordinar a las montoneras peruanas desde 1893 y
alcanzó el gobierno tras una guerra civil de dos años, en la que sus montoneros
derrotaron al ejército regular. Los liberales colombianos se alzaron en armas en
enero de 1895 contra el gobierno conservador, que les había cerrado las puertas a la
participación electoral, y capitularon tras una breve campaña de sesenta días. Por
su parte, los liberales cubanos se lanzaron en febrero de 1895 a una nueva campaña
por la independencia de su país.
Alfaro, llamado por el pueblo ecuatoriano, asumió la Jefatura Suprema del país
en junio de 1895 y entró triunfalmente en Quito el 4 de septiembre de ese mismo
año, tras derrotar a las fuerzas conservadoras en una breve pero durísima guerra
civil. Y los liberales colombianos tomaron nuevamente las armas en octubre de
1899 e iniciaron la llamada "Guerra de los Mil Días", ganada finalmente por los
conservadores.
A más de la coordinación de sus cronogramas de acción, la fraternidad
masónica que unía a todos estos revolucionarios liberales se expresó también en
formas directas de colaboración político-militar, en las que Eloy Alfaro destacó
notoriamente, tanto a través de sus iniciativas políticas como de sus giras
continentales, en las que promovió la formación de una alianza revolucionaria
latinoamericana. Llegados a este punto, no hay que olvidar que don Eloy “ofreció su
espada al general Aizpuru, Jefe Civil y Militar del Istmo de Panamá, en el año de 1885,
para repeler a los legionarios de la marina yankee que habían desembarcado en aquel
territorio”.
La acción de esa Internacional Revolucionaria coordinada por Alfaro no se
redujo a conversaciones y planes políticos. Pasando de las palabras a los hechos, el
presidente venezolano Joaquín Crespo entregó fondos para promover las acciones
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revolucionarias. Lo propio hizo el gobernante nicaragüense José Santos Zelaya,
quien entregó para la causa recursos financieros, armas y un barco, el
"Momotombo", que quedó en manos de Alfaro. Hubo también otras contribuciones
para la causa común, de las que se conoce poco o casi nada, en razón del secreto
con que se manejaron. Y no faltaron contribuciones específicas para tal o cual
proceso nacional, como por ejemplo el aporte personal de mil pesos que Antonio
Maceo hizo a Alfaro para la revolución liberal ecuatoriana.
Los participantes del "Pacto de Amapala" habían acordado previamente que
esos recursos serían usados en el país donde más próximo estuviera un estallido
revolucionario. Y como el estallido se dio primero en Colombia, el barco, las armas
y los recursos acopiados fueron canalizados hacia ese país, donde los liberales se
habían lanzado a una guerra revolucionaria con más voluntad que recursos y sin
contar con el armamento indispensable para una larga campaña, al punto que no
pudieron proveer de armas de fuego a grandes contingentes de voluntarios que se
enrolaron para la lucha.
Para entonces, las fuerzas conservadoras del área coordinaban también sus
acciones contrarrevolucionarias, en especial los gobiernos de Bogotá y Quito, que
mantenían una estrecha colaboración mutua; estos gobiernos también cruzaban
información con el gobierno español, cuyos agentes vigilaban estrechamente a los
revolucionarios cubanos y a sus colaboradores en los diversos países. Fue así que
Eloy Alfaro, identificado ya como el jefe de esa internacional revolucionaria, fue
expulsado de la provincia de Panamá por el gobierno colombiano de Rafael
Núñez, a petición del gobierno ecuatoriano de Antonio Flores Jijón (el mismo que
poco antes le había propuesto cogobernar el Ecuador, recibiendo el rechazo del
“Viejo Luchador”).
Nuestro personaje pasó entonces a Costa Rica y desde ahí emprendió una
nueva gira política que lo llevó a Nueva York, San Francisco de California, México,
El Salvador y finalmente Nicaragua. Aquí lo esperaba un honroso decreto de la
Asamblea Nacional nicaragüense, por el cual "en atención a sus altos merecimientos
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personales" y a "los grandes servicios prestados por él a la causa de la democracia en
América Latina" se le otorgaba el grado de "General de División del Ejército de la
República". Ese decreto tenía fecha del 12 de enero de 1895. Cinco meses después,
Alfaro recibía desde Guayaquil el aviso de que había sido proclamado Jefe
Supremo de la República del Ecuador, por lo que regresó de inmediato a su país.
Una vez en el poder, Alfaro se empeñó en cumplir con las obligaciones que le
imponía el "Pacto de Amapala", particularmente respecto de la guerra cubana de
independencia y la revolución liberal colombiana. En cuanto al primer caso, es
conocido su frustrado intento de enviar tropas ecuatorianas a pelear por la
independencia de Cuba, así como sus gestiones políticas ante el gobierno español.
También es conocido su apoyo a la lucha de los liberales colombianos, que en
buena medida era una continuación de los apoyos mutuos que en el pasado se
habían brindado los liberales de Ecuador y Colombia.
El apoyo de Alfaro a la revolución colombiana no sólo se justificó en los ideales
comunes y la fraternidad masónica, sino también en la activa colaboración que el
gobierno conservador de Colombia, presidido por Miguel Antonio Caro, brindó a
los derrotados conservadores ecuatorianos, amparándolos en territorio
colombiano, brindándoles apoyo económico y financiero, y entregándoles una
franja fronteriza, para que desde ahí incursionaran frecuentemente contra el
Ecuador. Alfaro, por su parte, dio protección territorial y entregó apoyo
económico, armas y equipos a los revolucionarios colombianos, con miras a que
estos lograran abrir un corredor en el frente sur para abastecer por ahí a sus tropas
del Cauca. Cabe precisar que igual cosa hicieron entonces los gobiernos liberales
venezolanos de Joaquín Crespo y Cipriano Castro, quienes proveyeron de armas,
recursos y apoyo logístico a los liberales colombianos del departamento de
Santander. Y tampoco faltó el sostenido apoyo del gobierno nicaragüense de
Zelaya, que ayudó, conjuntamente con el gobierno ecuatoriano de Alfaro, a la
fuerza liberal colombiana de Belisario Porras que incursionó en Panamá desde
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Centroamérica, con ánimo de abrir un nuevo frente de guerra contra el gobierno de
Bogotá.
A su vez, varias fueron las incursiones militares hechas en ese período desde
Colombia contra el Ecuador, bajo la coordinación de los generales colombianos
Miguel Montoya, Jefe del Sur del Cauca, y N. Domínguez, enviado especial del
gobierno colombiano. La primera tuvo lugar en 1895, cuando el jefe conservador
ecuatoriano Aparicio Ribadeneira, autoproclamado “Capitán General de los Ejércitos,
Supremo Director de la Guerra y Encargado Provisional del Poder Ejecutivo”, empezó
una campaña de reclutamiento de mercenarios en las poblaciones del sur de
Colombia, con fondos y armas provistos por las autoridades colombianas; de este
modo logró formar una columna de más de 100 pastusos, con la que fortaleció sus
propias tropas, cada vez más afectadas por la deserción.
Sin embargo, por presión directa del Presidente colombiano, que buscaba
guardar al menos un aparente respeto al derecho internacional, Ribadeneira se vio
compelido a ocupar “siquiera un palmo de terreno ecuatoriano”, como condición
indispensable para continuar recibiendo el reconocimiento oficial colombiano de
“representante del Gobierno Constitucional del Ecuador” y el consecuente apoyo
económico y militar. Buscando, pues, controlar el territorio de la sierra norte para
asentar allí su gobierno, el exministro lanzó una operación militar contra Ibarra, a
cargo de los batallones Ayacucho y San Gabriel, dirigidos por el comandante
Ricardo Cornejo. La operación resultó un fracaso, pues los expedicionarios fueron
derrotados en Ibarra por las fuerzas liberales del coronel Nicanor Arellano. Esto
produjo un generalizado derrotismo en el resto de emigrados conservadores, que
terminó por frustrar la continuación de la campaña. Al fin, el gobierno colombiano
desarmó a los emigrados y mercenarios, poniendo fin, por el momento, a la acción
militar de éstos en la región fronteriza colombo-ecuatoriana (3 de octubre de 1895).
Posteriormente, nuevas incursiones militares contra el Ecuador fueron
organizadas por los conservadores ecuatorianos emigrados, con el activo respaldo
del gobierno de Colombia y del Obispo de Pasto, fray Ezequiel Moreno Díaz, que
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convirtió a la guerra contra los liberales ecuatorianos en su particular “guerra
santa” contra el odiado liberalismo.
Uno de sus protegidos en Pasto era don Pedro Schumacher, el obispo de
Portoviejo, que había desatado la guerra civil en la provincia de Manabí,
proclamando “el exterminio de los impíos”. Al fin, como el aguerrido ejército
ecuatoriano derrotara una y otra vez a los invasores (que en enero de 1899 llegaron
a penetrar hasta el nudo de Sanancajas), fray Ezequiel y sus cómplices buscaron
provocar la directa intervención de tropas colombianas en los ataques al Ecuador.
Entonces, al gobierno de Alfaro le salió un aliado inesperado: lastimado su
espíritu patriótico por la descarada intervención extranjera en los asuntos internos
de su país, el obispo de Ibarra, monseñor Federico González Suárez, dirigió a los
sacerdotes de su jurisdicción una notable carta en la que advertía: “Cooperar de un
modo u otro a la invasión colombiana, sería un crimen de lesa Patria; y nosotros los
ecuatorianos no debemos nunca sacrificar la Patria para salvar la Religión: el patriotismo es
virtud cristiana y, por lo mismo, muy propia de sacerdotes”. Exasperados, fray Ezequiel
y sus áulicos se lanzaron frontalmente contra González Suárez. Mediante folletos y
pasquines le dijeron de todo: “apóstata”, “oportunista”, “infame”, “tonto”, “turiferario
del crimen victorioso”, etc.
Sus proyectos de unidad latinoamericana
Los proyectos de unidad americana fueron parte esencial del
internacionalismo revolucionario de Eloy Alfaro. Hay que destacar su empeño por
el establecimiento de una “Confederación de Estados Sudamericanos”, que vinculara
políticamente a nuestros países y contrapesara la influencia continental de los
Estados Unidos, asunto que trató, entre otros, con el líder liberal peruano Nicolás
de Piérola. Y hay que agregar, en este sentido, dos hechos de la mayor importancia:
uno, su iniciativa de convocar un Congreso Continental Americano, hecha en 1895
en su calidad de Jefe Supremo de la nación, y otro, la suscripción de un Pacto
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Secreto con los presidentes Cipriano Castro, de Venezuela, y José Santos Zelaya, de
Nicaragua, hecha en 1900, en su condición de Presidente del Ecuador.
En cuanto a la iniciativa de reunir un Congreso Internacional Americano, sus
objetivos fueron definidos de este modo por el gobierno alfarista:
La formación de un Derecho Público de América, que, dejando a salvo derechos legítimos, dé la Doctrina Americana, iniciada con tanta gloria por el ilustre Monroe, toda la extensión que se merece y la garantía necesaria para hacerla respetar.
Medios de procurar el adelanto por el perfeccionamiento e implantación de industrias; impulsar el comercio dictando medidas que vayan extendiéndolo, con desarrollo progresivo, sin dejar de atender a las necesidades, conveniencias y derechos de nación a nación, y aprovechar, en fin, todo aquello que, sin perjudicar a los demás, proporcione a nuestras repúblicas medios adecuados para afianzar las relaciones comerciales y conseguir el engrandecimiento mutuo.
Sin duda resultaba audaz, por decir lo menos, que el gobierno de un pequeño
país sudamericano promoviera una reunión internacional para analizar y
reglamentar la aplicación de la “Doctrina Monroe”, usada por los Estados Unidos
como un pretexto para intervenir unilateralmente en los asuntos internos de los
demás países americanos. Y, obviamente, esta iniciativa alfarista mereció la activa
oposición de la diplomacia norteamericana, que finalmente hizo fracasar la
celebración de tan importante cónclave hemisférico, pese a la favorable disposición
mostrada inicialmente por varios países de América Latina.
Para evaluar mejor esa iniciativa del líder ecuatoriano hay que precisar que los
Estados Unidos vivían por entonces el momento de emergencia de su poder
imperialista y que, en ese mismo año de la convocatoria alfarista, en 1895, el
Secretario de Estado norteamericano, Richard Olney, señaló que “La soberanía de los
Estados Unidos, por motivos de defensa, se extiende a todo el continente”. También es útil
indicar que, un año después, el Presidente Cleveland afirmó: “Hoy los Estados
Unidos son prácticamente soberanos en este continente y su palabra es ley en los asuntos en
los que intervienen”. Y no está demás exponer que poco después, en 1899, el
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Presidente Teodoro Roosevelt proclamó desembozadamente el supuesto derecho
de su país a la expansión imperial, diciendo:
Siempre que se ha producido un movimiento de expansión ha sido porque la raza que lo ha llevado a cabo era una gran raza. Ha sido como una señal y una prueba de la grandeza de la nación expansionista. Y además debe tenerse en cuenta que, en todos y cada uno de los casos, esos movimientos supusieron un beneficio incalculable para la humanidad.
Al fin, el Congreso Americano se reunió en México, en la fecha prevista, pero
sólo asistieron a él los representantes de los países anfitriones (Ecuador y México)
y de las cinco repúblicas centroamericanas. Esto llevó al ilustre internacionalista
mexicano don Genaro Estrada a atribuir el fracaso de la reunión a “los más fuertes
intereses de los Estados Unidos…al negarse a que se discutiera la Doctrina Monroe, y la
reservadísima actitud de los gobiernos sudamericanos”.
Hablemos ahora del Pacto Reservado firmado en 1900 entre los presidentes
Cipriano Castro, de Venezuela, José Santos Zelaya, de Nicaragua, y Eloy Alfaro,
del Ecuador (Documento Nº 20). Ante todo, hay que precisar que se trata de un
documento que ha sido recientemente descubierto en el Archivo del Ministerio de
Relaciones Exteriores de Venezuela, dentro de una investigación efectuada acerca
del tema “Venezuela y las Conferencias Panamericanas”.
Es bueno recordar que el año de 1900 encontró a los países latinoamericanos en
una expectante actitud frente a la situación internacional, caracterizada por
variados síntomas de emergencia de un nuevo imperialismo. Dos años antes,
España, la vieja potencia imperial, había sido vencida militarmente por el
emergente poder de los EEUU, que tomó Cuba y Puerto Rico y se convirtió, así, en
una potencia dominante en el Caribe. Ese mismo año, Colombia se hallaba
conmocionada internamente por un nuevo intento de revolución liberal, la llamada
“Guerra de los Mil Días”, mientras que los Estados Unidos firmaban con Inglaterra
el Tratado Hay–Pauncefote, que marginaba a los ingleses de la futura construcción
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de un canal por Panamá, obra que quedaba consagrada como un derecho exclusivo
de los estadounidenses.
Al mismo tiempo, crecían las tensiones entre EEUU y Nicaragua, cuyo
gobierno había respaldado a los independentistas cubanos y miraba con recelo el
proyecto de construcción de un canal por Panamá, que dejaba al margen el
proyecto de canal interoceánico por Nicaragua. Y finalmente planeaban sobre el
horizonte regional, los nubarrones de la primera crisis de la deuda externa, pues
varios países latinoamericanos habían suspendido el pago de la deuda (entre ellos
Ecuador y Venezuela) y otros más se hallaban inclinados a hacer lo propio. Y
Ecuador, como se ha visto, se hallaba bajo la amenaza de enajenar sus islas del
Archipiélago de Colón o ser despojado de ellas.
En medio de ese crítico panorama, la conciencia latinoamericana recibió por
entonces un campanazo de alerta con la publicación de “Ariel”, libro escrito por el
pensador uruguayo José Enrique Rodó, en el que se denunciaba la presencia de un
nuevo imperialismo, que amenazaba a los pueblos hispanoamericanos. Y fue
precisamente a fines de ese año cuando los delegados plenipotenciarios de
Venezuela, Nicaragua y Ecuador, debidamente instruidos por sus gobiernos,
firmaron en Caracas, el 9 de noviembre, ese Pacto Político Reservado, “inspirados por
el deseo de precaver á los tres Países de todo peligro internacional y de velar colectivamente
por la conservación del orden público en cada uno de los tres Estados.”
Por este pacto, los tres países se declaraban “unidos por el sagrado vínculo de los
principios liberales y democráticos que felizmente rigen en las Instituciones de los tres
Países” y constituían una triple “alianza ofensiva y defensiva para los casos de
hostilidad”, detallando las medidas a tomar por los tres países en caso de que
alguno de ellos fuese agredido y comprometiéndose a utilizar todos los recursos
pacíficos y militares que fuesen necesarios para la defensa del país atacado.
Dos características particulares de este pacto internacional eran el plazo de
vigencia del mismo, que debía durar mientras ejercieran el poder los tres
gobernantes que lo suscribieron, salvo el caso de que alguno de sus sustitutos
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quisiera adoptar las obligaciones contraídas y los demás estuviesen de acuerdo, y
el carácter secreto del mismo, derivado del artículo octavo, donde se especificaba
que dada “la naturaleza especial de este Pacto, cada una de las Partes contratantes se
obliga a mantenerlo en secreto, hasta que por las tres se considere oportuno su publicación”.
Empero, los suscriptores subrayaban que no se trataba de una alianza agresiva
contra otros países latinoamericanos y precisaban, en el artículo séptimo, que “las
tres Altas Partes contratantes propenderán de común acuerdo a obtener la incorporación de
las demás Repúblicas hermanas a esta alianza, que sólo tiende al mayor aseguramiento de la
paz general”.
A nuestro entender, es precisamente este artículo el que revela el sentido
profundo del Pacto tripartito, que buscaba crear una barrera defensiva frente a la
amenaza implícita de los poderes imperialistas, por medio de una alianza que
vinculaba a tres países, pero propendía a crear un sistema defensivo
latinoamericano, en busca del “mayor aseguramiento de la paz general”.
Visto en perspectiva histórica, este Pacto Tripartito fue una reedición
actualizada del “Tratado de Unión, Liga y Confederación” suscrito en 1825 por los
asistentes al Congreso Anfictiónico de Panamá y también, en gran medida, un
anticipo de la UNASUR. Es más, ese documento muestra la agudeza política con
que sus suscriptores apreciaron el fenómeno de la emergencia del imperialismo, un
fenómeno no fácil de aprehender, y el sentido patriótico con que buscaron proteger
a Nuestra América de las agresiones que veían venir contra ella, y que se
concretaron en los años siguientes, con fenómenos tales como la aprobación de la
“Enmienda Platt” en 1901, el bloqueo naval imperialista contra Venezuela
(diciembre de 1902), la amenaza de una flota de guerra norteamericana (de cuatro
acorazados y cuatro mil marines) contra Nicaragua (1903) y la independencia
tutelada de Panamá, con ocupación militar de la Zona del Canal (noviembre de
1903).
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Luego, los suscriptores del Pacto Tripartito fueron eliminados del panorama
político de nuestra América, tanto por acción de las oligarquías locales o las
intervenciones imperialistas, o por ambas fuerzas coaligadas.
En 1908, tras romper relaciones diplomáticas con los EEUU y ser satanizado
por la gran prensa europea y norteamericana, el nacionalista Castro fue derrocado
por una conspiración militar dirigida por Juan Vicente Gómez, que fue alentada
por intereses extranjeros, en especial por intereses mineros y petroleros, que luego
recibieron trato favorable por parte del dictador Gómez.
En 1909, el Secretario de Estado norteamericano Philander C. Knox calificó a
Zelaya de ser un “monstruo de tiranía, rapacidad y crueldad”, en lo que fue un acto
preparatorio de una nueva intervención militar extranjera en Nicaragua, que llevó
al derrocamiento del régimen nacionalista de Zelaya y a la instauración sucesiva de
los gobiernos títeres de Juan José Estrada y Adolfo Díaz.
En agosto de 1911, el radical y nacionalista Alfaro, que se había negado a la
enajenación de las islas Galápagos, ambicionada por los Estados Unidos, fue
derrocado por una revuelta militar financiada por la banca y unos meses después
(enero 12 de 1912) fue asesinado por una turba de bandidos y prostitutas, alentada
por clérigos y organizada desde el poder.
En los años siguientes, todas las intervenciones militares estadounidenses en
América Latina contarían con la complicidad activa o, al menos, la tolerancia de
las oligarquías locales.
Los grandes sueños de Alfaro
Como todo estadista de verdad, Alfaro tuvo grandes sueños y proyectos para
el progreso nacional. El primero de todos ellos fue el plan de ferrocarriles y
carreteras, que él concebía como el medio básico para unir a las grandes y aisladas
regiones, romper los prejuicios regionalistas, promover el desarrollo interno de la
nación y fortalecer al país para su defensa, buscando paralelamente la resolución
pacífica del secular problema territorial con el Perú. En este sentido, el plan de
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ferrocarriles nacionales tenía una gran importancia, porque era el medio a través
del cual el régimen revolucionario se proponía unir a Sierra y Costa (línea
Guayaquil - Quito), vincular al norte con el sur (ferrocarril Tulcán - Loja, ferrocarril
de El Oro y ferrocarriles de Manabí) y colonizar y poblar la región oriental
(ferrocarril Ambato–Curaray). Además, el plan ferroviario respondía también a
una estrategia de defensa nacional, pues permitiría una rápida movilización de
tropas desde y hacia cualquier lugar de país.
Empero, tan ambicioso proyecto nacional debía chocar inevitablemente con
muchos intereses creados, puesto que implicaba romper con unos aislamientos
regionales favorables al caciquismo político, facilitar la movilización de las gentes
y los productos, y abrir el interior del país a la modernidad tecnológica y las
nuevas ideas. Entre los mayores opositores al plan ferroviario figuraron los curas,
que proclamaban que el ferrocarril era un engendro del demonio, que era movido
por fuego y vapor, echaba chispas y producía ruidos metálicos, todos ellos signos
infernales.
Su segundo gran sueño fue el desarrollo industrial del país. Como radical que
era, quería un Ecuador moderno, lleno de fábricas y con trabajadores bien
pagados, que diera un salto hacia la modernidad y dejara atrás los tiempos del
atraso y la dependencia. Para ello, promovió leyes que protegieran a la industria y
la agricultura nacional y estimularan el desarrollo interno y el empleo,
anticipándose a las ideas del “New Deal” que aplicara Franklin Delano Roosevelt
en los EEUU una treintena de años después. Opinaba que un país como el nuestro,
“casi virgen en materia de aplicaciones modernas, demanda una decidida protección para
levantarse al nivel industrial productor de naciones mucho más pobres que la nuestra en
materias primas”. Y consideraba que un mecanismo esencial de ese proteccionismo
debía ser el manejo arancelario, toda vez que, en su opinión, “la liberación de
derechos sobre la importación de artículos similares a los que se producen en la República,
tiene necesariamente que producir una competencia desastrosa para la agricultura e
industrias nacionales; puesto que los importadores de productos extranjeros, están en
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condición de abaratar el precio de esos artículos, hasta el extremo de hacer ruinosa la
producción ecuatoriana”.
Movido por estas ideas, Alfaro solicitó al Congreso liberar de derechos a la
importación de máquinas para la agricultura y la industria fabril, a fin de
modernizar la producción, fomentar el empleo y duplicar la riqueza pública,
consciente como estaba de que “la carencia de brazos, el elevadísimo tipo de interés
sobre el capital que se emplea en la República, lo rudimentario de nuestra agricultura, los
mismos fenómenos meteorológicos que ocasionan la frecuente escasez de víveres, las
dificultades de transporte, el casi ningún uso de la fuerza mecánica aplicada a las labores
del campo, etc., son obstáculos inmensos para la producción nacional; y, por lo mismo, el
precio de nuestros productos resulta excesivamente subido, en comparación de los gastos
que los productores extranjeros tienen de hacer en el mismo caso”.
Inevitablemente, esta política económica intervencionista le ganó una feroz
oposición de sus antiguos amigos, los comerciantes liberales del puerto, que se
oponían a todo proteccionismo y abogaban por la más absoluta libertad de
importación y exportación, en busca de favorecer a sus negocios particulares. En
cambio, fue apreciada por los trabajadores del país, que le agradecieron por ella, y
admirada en otros países de América Latina, donde el liberalismo tradicional había
merecido la resistencia de los productores nacionales, precisamente por su feroz
librecambismo, que terminaba siempre por arruinar las manufacturas, las
artesanías e incluso la agricultura nacional.
Como anotara el ex Presidente de Colombia Alfonso López Michelsen, Alfaro
sorprendió a la América Latina con “el impacto de una concepción liberal, impregnada
de contenido social, despojada de retórica vacua, y que tenía por meta el desarrollo
económico… Fue un caso realmente excepcional en la América española el de que, años
antes de la revolución mexicana, de la aparición de Alessandri en Chile o de Irigoyen en la
Argentina, hubiera aparecido en este rincón de América, que es el Ecuador, un precursor de
la talla de Eloy Alfaro”.
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Continuando con ese análisis de la Revolución Liberal ecuatoriana, López
Michelsen agregó:
No era Alfaro un hombre culto en el sentido que se le daba a esta palabra entonces. Era, por sobre todo, un hombre práctico. Se había iniciado como empresario y había culminado su carrera como político, tras haber dado muestras de una singular sensibilidad social. … Pero lo más interesante del político liberal ecuatoriano fue el haberse desprendido de los prejuicios liberales de sus antecesores y haber optado por constituirse en defensor de las clases trabajadoras y en vocero de las reivindicaciones proletarias. Su espíritu pragmático lo llevó a atribuirle una gran importancia al desarrollo de la infraestructura de su país, poniendo especial empeño en la construcción del ferrocarril entre Quito y Guayaquil, pero, simultáneamente, en donde puso el mayor énfasis el llamado “Solitario de Montecristi” fue en hacer de su partido el abanderado de las ideas progresistas de la época. Y cuando digo progresistas me refiero no al marxismo, que hasta entonces era desconocido en la América española, sino a las grandes divulgaciones que a través de sus novelas había hecho Víctor Hugo sobre la condición de las clases menos favorecidas por la fortuna.”
Con razón decía yo, en el discurso que pronunciara con motivo de la inauguración de un busto de Alfonso López Pumarejo en el salón llamado de los Ex Presidentes, (del Congreso Colombiano), que la “Revolución en Marcha” de los años 30 había sido un reflejo de la enorme influencia que ejerció Eloy Alfaro sobre López Pumarejo, apenas salido de la adolescencia.
El tercer gran sueño de Alfaro fue una reforma social que aboliera el viejo
sistema clerical-terrateniente, rompiera la mentalidad patriarcal y creara una
sociedad más abierta, equitativa y democrática. En ese marco, debe verse su
esfuerzo por romper las cadenas que ataban a las mujeres al mundo de la vida
doméstica, la ignorancia y el beaterío. Decía que “nada hay tan doloroso como la
condición de la mujer en nuestra Patria” y por eso se propuso “abrirle nuevos
horizontes, hacerla partícipe de las manifestaciones del trabajo compatible con su sexo,
llamarla a colaborar en los concursos de las ciencias y las artes; ampliarle, en una palabra,
su campo de acción, mejorando su porvenir.” Uniendo la acción a la palabra, les
franqueó a las mujeres la entrada a los colegios y universidades, las ocupó en las
Administraciones de Correos y Telégrafos Nacionales, y creó para ellas Escuelas
Normales y numerosas plazas de maestras de párvulos. Claro está, los curas y
conservadores pusieron el grito en el cielo, acusándolo de corromper a las mujeres
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y violar la santidad del hogar, aunque en verdad temían que esas mujeres
educadas y dueñas de su propio destino dejaran de estar bajo el control ideológico
de la iglesia.
También debe verse bajo esta orientación la más radical medida de su
gobierno, que fue la nacionalización de los “bienes de manos muertas” (1908), es
decir, de todos los bienes raíces de las comunidades religiosas establecidas en la
República. Las rentas de esos bienes fueron destinadas a la beneficencia pública y
con ellas se crearon hospitales gratuitos, ancianatos y hogares para niños
desamparados, además de seguir manteniendo a los religiosos existentes. Por
desgracia, muchos de esos bienes no llegaron a manos del Estado, sino que se
quedaron en manos de jefes liberales, que se apoderaron ilícitamente de ellos tras
recibirlos en “encargo” de las comunidades religiosas, que buscaban evitar así su
expropiación.
La misma orientación tuvo su denuncia del “concertaje” y su pedido de
soluciones legales, hechos a la Convención Nacional de 1897: “Tenemos en las
provincias del Litoral una clase de gente campesina, conocida con el nombre de peones
conciertos; esclavos disimulados, cuya desgraciada condición entraña una amenaza para la
tranquilidad pública, el día en que un nuevo Espartaco se pusiera a la cabeza de ellos para
reivindicar su libertad”. Por desgracia, la resistencia conjunta de sus aliados liberales
y sus oponentes conservadores impidió la eliminación del “concertaje” y la creación
de un mercado de trabajo basado en la libre contratación y el pago de salarios.
En fin, hay que recordar que esa preocupación por los problemas sociales llevó
a don Eloy a interesarse por la suerte de los trabajadores ecuatorianos, a partir de
la idea de que su primer problema era la falta de fuentes de trabajo. Precisamente
por ello, abogó por la protección a las industrias nacionales, a las que algunos
diputados liberales próximos al comercio buscaban afectar, bajo el pretexto de
combatir a los monopolios. Dijo al respecto: “Lo más grave, es la pérdida de trabajo
para tantos brazos empleados hasta ahora en dichas fábricas. El problema que más preocupa
a los hombres de Estado, en todos los países civilizados, es el de proporcionar trabajo
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remunerativo al pueblo; porque los brazos desocupados constituyen un peligro mortal para
las naciones; el pueblo sin trabajo, es el abismo siempre abierto para las instituciones, para
la moralidad y el progreso, para la paz y felicidad pública”.
No es menos cierto que Eloy Alfaro promovió la organización de sindicatos,
contando para ello con el apoyo del líder obrero cubano Miguel Albuquerque, que
por entonces vivía en Guayaquil y actuaba como representante del Partido
Revolucionario Cubano. Eso explica que las primeras organizaciones obreras
nacieran en la época de la Revolución Liberal y desenvolvieran en aquel tiempo
sus primeras luchas. Y así se explica también, en buena medida, la fuerza que el
movimiento sindical ecuatoriano alcanzó entre 1912 y 1922, que llegó al punto de
desenvolver grandes huelgas obreras.
No es menos cierto que Eloy Alfaro promovió la organización de sindicatos,
contando para ello con el apoyo del líder obrero cubano Miguel Albuquerque, que
por entonces vivía en Guayaquil y actuaba como representante del Partido
Revolucionario Cubano. Eso explica que las primeras organizaciones obreras
nacieran en la época de la Revolución Liberal y desenvolvieran en aquel tiempo
sus primeras luchas. Y así se explica también, en buena medida, la fuerza que el
movimiento sindical ecuatoriano alcanzó entre 1912 y 1922, que llegó al punto de
desenvolver grandes huelgas obreras.
Un reflejo del avanzado pensamiento político del sector radical del liberalismo,
más conocido como bando alfarista, es el que trasluce el “Programa Liberal Radical
del Chimborazo”, suscrito hacia 1908 por los activistas de Riobamba, encabezados
por el general Julio Román, que fuera Ministro de Educación de Alfaro y actuara
como uno de los líderes de la rebelión militar de enero de 1906 contra el presidente
liberal Lizardo García. En este documento, pueden verse planteamientos tales
como la igualdad entre hombres y mujeres, la protección a ancianos y personas con
alguna discapacidad, la nivelación de las inequidades humanas por medio del
poder público, el combate al egoísmo individual en pro de la unidad humana, la
nacionalización de la propiedad agraria “en beneficio de todos los asociados”, la
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protección y control a la producción industrial, la concentración en el Estado del
derecho a la emisión monetaria, la recaudación completa de los bienes de manos
muertas, la elevación cultural del pueblo y su preparación “para la revolución
científica” y el reconocimiento de la ciencia como única fuerza del progreso. En
suma, toda una serie de planteamientos que se aproximaban más a un liberalismo
anarquista, al estilo del que enarbolaban los hermanos Flores Magón en México,
que al viejo liberalismo individualista.
Epílogo
Iniciado el siglo XXI, la imagen de Alfaro ha cobrado una creciente dimensión
histórica, mientras los fuegos de su revolución siguen encendiendo el espíritu de
los ecuatorianos e inspirando movimientos políticos y proyectos revolucionarios.
Seguidores de Alfaro se reclamaron los jóvenes oficiales que derrocaron al régimen
de la “bancocracia” en 1925 e instauraron la Revolución Juliana. Y como alfaristas se
proclamaron los jóvenes guerrilleros que insurgieron contra el régimen oligárquico
en los años ochenta del siglo XX. En fin, hace apenas unos pocos años, el pueblo
del Ecuador, mediante una encuesta nacional, escogió a Eloy Alfaro como “El mejor
ecuatoriano de todos los tiempos”, lo cual revela la profundidad con que su acción
caló en la conciencia del país.
Las ideas de Alfaro trascendieron también las fronteras nacionales. Durante su
vida, fue objeto de variados honores y homenajes. A fines del siglo XIX, un
congreso liberal colombo-venezolano lo proclamó futuro Presidente de una nueva
Confederación Grancolombiana. Por su parte, el gran pensador, escritor y prócer
cubano José Martí lo proclamó como “uno de los pocos americanos de creación”.
Un escritor ecuatoriano, Ángel T. Barrera, escribió una biografía de Alfaro, en que
lo calificó como “El Garibaldi americano”, comparándolo con el gran revolucionario
europeo y unificador de Italia. Y José María Vargas Vila, otro notable pensador
radical y hombre de letras colombiano, escribió un libro sobre su vida e
inmolación, titulado “La muerte del cóndor”. Luego, monumentos en su honor se
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levantaron en casi todas las repúblicas americanas, a la par que sucesivos
gobiernos cubanos elogiaban sus gestiones ante la corona española, en favor de la
libertad de Cuba.
Justificadamente, el nombre y la imagen de Eloy Alfaro siguen siendo un
símbolo de transformación social y vocación integracionista de nuestra América.
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Es deber de todo gobierno
mejorar la condición de la mujer.
Eloy Alfaro
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Regino Sánchez Landrián5
ELOY ALFARO Y LA EMANCIPACIÓN
LATINOAMERICANA
5 Museólogo Especialista del Museo Fragua Martiana de la Universidad de La Habana.
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Pensar en Alfaro implica, necesariamente, la formulación de dos verbos
vitales en la Historia de América Latina: independizar y refundar, en ellos están los
derroteros de quien consagró su existencia a la causa bolivariana de hacer de
Latinoamérica la patria grande, plural e incluyente que soñaran los preclaros
padres fundadores de nuestras naciones.
José Eloy Alfaro Delgado inmerso desde temprana edad en el tradicional
conflicto costa-sierra, sierra-costa que ha configurado los paradigmas de
pensamiento en Hispanoamérica y sus ideologías, sintió además de la influencia de
las ideas liberales de sus padres Manuel y María Natividad, una precoz
identificación con el ideario de Simón Bolívar y la independencia de Cuba.
Identificación que se desarrolla y consolida desde la niñez, cuando su madre
coloreaba las largas y oscuras noches de su pueblito natal con narraciones épicas
de las hazañas que protagonizaran Sucre, Páez, Santander y Urbina, las huestes
guerreras del libertador, siendo esto el deleite de la numerosa prole de ocho hijos y
los vecinos cercanos.
Allí conoció del emigrado cubano Francisco Calderón, vinculado al primer
grito emancipador de América Latina el 10 de agosto de 1809, quien llegó a
Cuenca, otra de las provincias ecuatorianas, en 1780. Contrajo matrimonio con
Manuela de Garaycoa y Llaguno; de esta unión nace Abdón Calderón de
Garaycoa, el joven héroe de la batalla de Pichincha, el 31 de mayo de 1804 y muere
un 25 de mayo de 1824 a causa de las heridas recibidas el día anterior en la batalla
que dirigió el propio Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre y donde el
joven Calderón derrochó valor y temeridad al conquistar la cima de la montaña
con el estandarte libertador y el pecho lleno de la metralla enemiga, hecho este que
le valió elogios del Mariscal y disposiciones para recordar su altruista acción.
También fueron determinantes en el proceso formativo de Eloy Alfaro, las
simpatías y acciones por Cuba de los dos líderes ecuatorianos que más admiró:
Vicente Rocafuerte y José María Urbina, ambos visitaron, indistintamente, la Perla
Antillana y entablaron relaciones de amistad y compromisos independentistas con
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prominentes figuras reformistas como José Antonio Miralla, José Fernández de
Madrid y José Antonio Saco entre otros.
Estos elementos le cimientan la sólida estructura en pos del ideal de una
América solidaria hasta concretar la unidad y la refundación de la Gran Colombia,
por un lado y por el otro la realidad de fraccionamiento, atraso material-espiritual,
servidumbre y explotación de indios y negros en todo el subcontinente,
especialmente en Ecuador, le concientizan la necesidad del cambio y le harán dejar
el hogar con solo 24 años y levantar su primera montonera para pelear contra la
dictadura del pietista Gabriel García Moreno, hecho que le costará su primer exilio
en tierras centroamericanas, Panamá.
Será el Istmo uno de los escenarios geográficos privilegiados donde Alfaro
materializa acciones concretas por la independencia de Cuba y profundiza su
admiración y amor a la Llave del Golfo a través de la amistad fraterna y solidaria
que establece con ilustres patriotas antillanos como José María Merchán y Antonio
Maceo. La isla caribeña despertó siempre en el corazón del viejo luchador
sentimientos de gratitud, pero el amor le llegó a través del contacto con las figuras
cimeras del movimiento independentista que conoció con sus prolongados años de
ostracismo en tierras de América Central, Perú y Estados Unidos.
Estudiosos de la temática liberal en el Ecuador y de la figura de Eloy Alfaro,
como líder de este proceso tardío en esa nación, como Malcom D. Deas y Hernán
Malo, han hiperbolizado la influencia en Alfaro de pensadores liberales románticos
como Juan Montalvo (1832-1889), César Zumeta (1863-1955), Juan de Dios Uribe
(1859-1900) etc., atribuyéndole, sobre todo a Montalvo, la proyección ideológica. Y
no es menos cierto que este representante del liberalismo utópico y romántico
premió, en gran medida, la lógica operativa del general de las montoneras
(agrupaciones guerrilleras compuestas por negros, mestizos e indios), en el
período de 1870.
Hasta 1890, pero quedan por esclarecer muchas cosas y mucho que decir del
influjo transmitido por Maceo, Vargas Vila y José Martí, con quienes, al igual que
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con Montalvo, trabó profunda y determinante amistad y quienes le dimensionaron
los horizontes de la Patria chica a la América de todos los americanos, la Madre
América.
A los hermanos Maceo, Máximo Gómez, Flor Crombet, Francisco Carrillo y
Eusebio Hernández les conoció en Panamá a fines de la década del setenta, cuando
concluyeron las acciones bélicas en la manigua cubana con el Pacto del Zanjón y
los principales jefes mambises comienzan un periplo por tierras americanas como
exiliados, según el general y doctor Eusebio Hernández en carta dirigida a
Emeterio Santovenia el 28 de noviembre de 1928.
Más no será hasta el año 1888 en Lima, Perú, donde se sentaron las bases
para proyectos futuros de ayuda mutua en los respectivos empeños de
independizar a Cuba del dominio español y refundar Ecuador después de
redimirlo de la fórmula del liberalismo católico conservador que perpetuaba el
dominio de la hacienda y los terratenientes como eje económico del país, sumiendo
en servidumbre total a un gran porcentaje de la población indígena con el apoyo
coercitivo ideológico de la Iglesia Católica y la dicotomía entre sierra y costa,
representadas por las urbes de Quito y Guayaquil, que no permitían cimentar
puntos seguros donde edificar un verdadero proyecto de estado nacional.
Según Roberto Andrade, biógrafo de Alfaro y compañero de ostracismo en
Perú, en su libro “Vida y muerte de Eloy Alfaro” comenta una de las muchas
entrevistas entre el general Antonio Maceo y el ecuatoriano, la cual se efectúo en el
hotel secundario Los Andes, adonde se dirigió para encontrar al recién llegado
luchador cubano tras recibir una tarjeta de anuncio. Otro que ilustra estos
contactos es el prestigioso intelectual andino Alfredo Pareja Diezcanseco en su
memorable y referencial obra “La Hoguera Bárbara”, donde esclarece que se
reúnen varias veces en la habitación que ocupaba el general Alfaro en el hotel
Maury para coordinar acciones conjuntas. Además, existe un dato curiosamente
sospechoso si tenemos en cuenta algunos antecedentes enunciados en este trabajo,
que ubica al general Máximo Gómez en la Navidad del año 1888 en Lima, pues
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envía desde allí una tarjeta postal a su esposa Bernarda Toro Peregrín y según
Emeterio Santovenia, firma la dedicatoria a un libro de Emilia Pardo Bazán, “San
Francisco de Asís”, que reza: “Como recuerdo a mi querida hermana Regina”,
Ciudad de Lima, Perú, 1ro. de Enero de 1888, su hermano M. Gómez (1). Se puede
inferir por estas premisas que existían conversaciones orientadas a la consecución
de fines claros como la independencia de Cuba y la redención de Ecuador. Esto lo
confirma la carta de Maceo a Alfaro con fecha 12 de junio de 1896 desde Tapia,
Pinar del Río, donde el Titán de Bronce agradece al manabita su fidelidad a los
compromisos contraídos con la causa cubana: “Por la prensa española he sabido la
parte que Ud., en cumplimento de lo que un día me ofreció, ha trazado en pro de la
causa cubana. Reciba, por tan señalada prueba de amistad y de consecuencia, mis
más expresivas y las de este ejército”. (2), ¡Pero hay mucho más! para comprender
en su justa medida el origen y alcance de estos “compromisos”, tendremos que
retroceder a los fines de la década del ochenta y al año 1890.
Alfaro tiene la necesidad de salir del Perú; peligros constantes lo acechan y
se impone la obligación de encontrar mejores escenarios que permitan desarrollar
sus actividades conspirativas para continuar la lucha armada en Ecuador. El
itinerario que se ve obligado a recorrer le llevará por Sudamérica; tierras como
Chile y Brasil, cobijarán al forastero. Pero hay dos estaciones que revisten
importancia raigal para la tesis que presentamos: Argentina y Venezuela.
En su periplo le es recomendado entablar contactos con el ex presidente
argentino Bartolomé Mitre y Vedía, devenido director del prestigioso rotativo La
Nación, periódico en el que colabora José Martí desde noviembre de 1882 y al que
conoce por artículos del periódico liberal colombiano La Pluma y por el mismo La
Nación. Ya ha escuchado por diferentes fuentes que se trata de uno de los más
preclaros y visionarios pensadores cubanos exiliados en Norte América.
Conocedor Mitre de los planes de su huésped de viajar a los Estados Unidos, le
pide lleve el pago de las últimas colaboraciones de Martí a La Nación y una carta
de presentación para que conjuguen esfuerzos; como bien lo reconoce años más
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tarde Alfaro en carta a José Peralta, el 22 de octubre de 1902, envuelto en una
evidente crisis existencial por los fracasos y traiciones en sus gestiones, por la
creación de un Estado nacional moderno.
El día anterior escribe al mismo destinatario y le confiesa que: “Siempre he
descansado en la fuerza natural del destino” (3). Pero en la epístola del día
veintidós derrocha añoranza por aquellos días gloriosos junto al Apóstol de los
cubanos: “recuerdo que la fortuna premió mis desdichas cuando conocí a Martí en
aquel frío octubre por encomienda del Sr. Bartolomé Mitre”. (4)
Además, relacionado con este hecho hay una demostración de honradez y
probidad del general Alfaro, pues cuando acepta dicha encomienda su situación
económica no podía ser peor. En una aguda crisis que le apena confesar a Mitre,
tiene que acudir a un italiano residente en Buenos Aires para que le facilite algo de
dinero para el viaje; este fue un antiguo agraciado por el general en tiempos de
bonanza cuando vivía en el Istmo. Además, en la capital austral tendrá ocasión
pausada de leer las excelentes crónicas, con que Martí desmitifica el paradigma de
institucionalidad y el verdadero gesto humano del progreso material ilimitado que
presentan los Estados Unidos al subcontinente.
Todo queda abocado al encuentro, antes necesita el general Alfaro pasar por
Venezuela, la tierra del Libertador, al encuentro de un incondicional amigo y
gestor, al igual que él, del proyecto que permitirá la ansiada unidad continental: el
general Joaquín Crespo. Este será el contexto en que se propicia el reconocimiento
de lo mucho que habían hecho los colombianos en el rediseño de la nueva Gran
Colombia. Conoce personalmente a José María Vargas Vila (1860-1933) refugiado
en aquel país de la dictadura de Rafael Núñez. Vargas Vila comparte con Alfaro
muchas de sus inquietudes políticas y juran pelear contra las dictaduras de
caudillos como la de José María Plácido Caamaño y el propio Núñez, así como
refundar repúblicas liberales autóctonas, dependientes y soberanas de la influencia
imperial europea y norteamericana. Venezuela deviene en lugar de encuentros y
reflexiones, viraje en la estrategia a seguir. Este lugar marcará uno de los tantos
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puntos paralelos entre la vida del Apóstol antillano y el cóndor ecuatoriano;
justamente, once años antes un cubano estuvo en Caracas con ansias de
refundación y se declaró hijo y soldado de América.
El viaje a la nación norteña se impone como urgente para que Alfaro
materialice sus planes restauradores, y Vargas Vila queda en Venezuela en la
compañía de colombianos exiliados como él, tras el conflicto entre liberales y
conservadores en su natal Colombia.
El general llega a Estados Unidos en octubre de 1890, y a los pocos días
cumple con el encargo de Bartolomé Mitre y conoce a José Martí en la mañana del
24 de octubre de 1890 en la casa de huéspedes de Carmen Miyares, que en esa
época estaba situada en la calle 29 N° 51 este en Nueva York. En aquellos días
Martí se desempeñaba como Cónsul de tres repúblicas latinoamericanas: Uruguay,
Paraguay y Argentina, y estaba muy laborioso en los preparativos para lograr la
unidad y consenso de la emigración latinoamericana para la gesta independentista
cubana.
Según testimonios de José María Vargas Vila y su secretario Ramón Palacio
Viso, quienes conocen a Martí por medio de Eloy Alfaro en noviembre de 1892, el
Apóstol se hacía acompañar por un grupo de latinoamericanos a quienes
adoctrinaba con ideas emancipadoras y con los que compartía inquietudes de sus
respectivas naciones con sus problemáticas. Asegura el finado profesor-
investigador Oscar Valdés Carrera, quien recibió el archivo de Vargas Vila,
celosamente guardado por Raúl Salazar Pasos en La Habana tras comprárselo a
Georgina Palacio, hija del albacea del colombiano quien murió en el asilo de
Santovenia en 1953, que Martí estaba muy interesado en conocer el pensamiento
político de naciones como Venezuela y Colombia, sobre todo, el pensamiento
liberal colombiano y, por esa razón, le pide a Vargas Vila todo lo relacionado con la
guerra de los mil días y sus fuentes ideológicas.
En este período, poco explorado en sus relaciones, el Apóstol y el general
Alfaro enraízan una profunda amistad, coloreada por la presencia y afectos de
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otros latinoamericanos como César Zumeta, Patricio Jimeno y Juan Antonio Pérez
Bonalde entre otros. Muchos fueron los encuentros entre Alfaro y Martí; muy a
pesar de los constantes movimientos de ambos en gestiones propiciatorias para
emancipar sus distintas naciones, siempre encontraran momentos para cultivar la
amistad y conocerse mejor.
Trabajaran desde entonces por esa especie de internacional revolucionaria
con todos los líderes liberales del subcontinente para reeditar la Gran Colombia
bolivariana como bien lo señala el estudioso ecuatoriano Enrique Ayala Mora:
“Para él –alude Alfaro- como para muchos líderes liberales de su época, debía
formarse una especie de internacional revolucionaria de América Latina destinada
a la coordinación de esfuerzos y al auxilio mutuo”. Se conoce que entre varios
dirigentes se suscribió este pacto que justamente tenía ese objetivo. Los hechos
posteriores probarán que la solidaridad existía, (5) un dimensionamiento mayor al
Pacto de Amapala de los centroamericanos. Además, el también historiador
colombiano Gustavo Humberto Rodríguez R. comenta y autentifica los nexos entre
figuras de la talla de Crespo, Benjamín Herrera y Alfaro en ese anhelado proyecto
unitario.
Mas la génesis de esta genial idea que penetra al continente en recíproco
intercambio de lo mejor de la producción intelectual de sus hijos, solo lo
encontraremos en el inicio de la década del noventa con los contactos que
establecerán Alfaro, Martí y Vargas Vila.
Los mejores textos grancolombianos con su pensamiento emancipador,
encuentran acogida y comentarios exaltadores. Desfilan nombres como Simón
Rodríguez, Andrés Bello y José María Torres Caicedo, entre otros; este último, cuyo
programa de integración tiene una admirable concordancia con el ideario
americanista de Martí de apoyatura liberal autóctona y algo del positivismo
spencerniano, asegurado por autores como Gerardo Molina, Javier Ocampo-López,
Eduardo Posada Garbó y Jaime Jaramillo Uribe en sus estudios sobre las ideas
liberales en Colombia y sus orígenes.
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La interacción de próceres como Alfaro y Martí, conjugada con la rebeldía
antidictatorial de Vargas Vila, produce, inequívocamente, un ideario
profundamente antiimperialista, antidictatorial y americanista. Un texto formador
de esta conciencia lo sería el libro del panfletista colombiano “Ante los bárbaros” a
principio del siglo XX. Comenta también Vargas Vila que en varios lugares tuvo
ocasión de escuchar a Martí, en presencia de Alfaro, manifestarse contra estos
flagelos que amenazaban al subcontinente; dos de estas ocasiones fueron un
discurso en el Steck Hall y otra el onomástico cuarenta y uno del Apóstol, que se
celebró en la casa de huéspedes de Carmen Miyares y al cual asisten Vargas Vila y
Eloy Alfaro en calidad de invitados por el propio homenajeado. Alfaro le obsequia
al Maestro un genuino sombrero de jipijapa que se conserva y archiva en el Museo
Casa Natal de José Martí. Confirman este hecho la lectura que hace Gonzalo de
Quesada y Miranda, de una narración de Fermín Valdés Domínguez, uno de los
participantes, como también, apoyándose en narraciones de su abuelo Ramón Luís
Miranda y su primo Luís Rodolfo Miranda de la celebración del último
cumpleaños de Martí en el afamado restaurante neoyorquino “Dolménico” el 28 de
enero de 1895, situado en la calle 26 esquina de 5ta avenida.
Retomando los pocos conocidos encuentros entre Alfaro, Vargas Vila y
Martí en pos de la causa americana, existe un borrador de una carta perteneciente
al fragmentado archivo del colombiano que rememora desde París, el 23 de abril
de 1908, y le comenta al general ecuatoriano su añoranza por los días de Nueva
York donde compartiera tantos ideales y planes para lograr la verdadera
independencia de la América Hispana. Pero Alfaro y Martí intentarían concretar
esfuerzos y tuvieron varios encuentros con el fin expreso de accionar en favor de la
independencia de Cuba, la regeneración del Ecuador y la causa gran colombina de
unidad y refundación; ejemplo de lo anterior fueron los encuentros en San José de
Costa Rica entre los días 7 y 10 de junio de 1894, según Pareja Diezcanseco en la
obra citada, y otro, el día 11 del mismo mes y año, en el poblado de Alahuela,
donde Alfaro ocupaba la casa de su difunta madre Natividad, y Martí, en
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compañía de Francisco Gómez Toro, pasan de regreso al norte. Quizás por estas
cosas, y otras tantas, el Apóstol cubano no duda en decir que: “Alfaro es de los
pocos americanos de creación”. (6), cuando le ofrece ayuda incondicional a la gesta
cubana y en el empeño de la refundación continental.
Asimismo, el archivo de José María Vargas Vila contiene dos cartas inéditas
a Martí, del 24 de diciembre de 1894 y del 28 de enero de 1895, donde el panfletista
devela los compromisos entre ellos pactados que fueron la cimiente de la
solidaridad revolucionaria y liberal que bien señalara Ayala Mora en la obra
citada. Vargas Vila dice al Apóstol: “llega la hora de incendiar con la fuerza del
ideal, nuestros pueblos de Hispanoamérica, que tanto han sufrido por la
separación. (…) Ud., el cóndor y yo seremos fieles a la promesa de restaurar el
ideal. Sé que Ud. entrará a sus 42 eneros con el renovado empeño de refundar
naciones como un día lo juramos”. En la última de estas epístolas esclarece el
incidente que tuvo Vargas Vila con el genial poeta del modernismo, el
nicaragüense Rubén Darío; Martí intercede entre ambos para que la causa
hispanoamericana no pierda por la enemistad y división de sus hijos ilustres, los
altos valores con que el ideal urge a la América.
Por esas promesas y compromisos es que recién tomado el poder en
Ecuador, tras la Revolución del 5 de junio de 1895, el general Alfaro intenta enviar
un contingente armado bajo las órdenes del Comandante León Valle Franco a
pelear por la independencia de Cuba; proyecto que se frustra por la negativa del
gobierno colombiano a que pasasen por su territorio; también, la carta a la Reina
Regenta de España, María Cristina, a fines de 1895 solicitando la independencia de
la isla antillana y la propuesta de un congreso americano a celebrarse en México en
el mes de agosto de 1896, donde se intentaría una relectura desde el sur a la
Doctrina Monroe de “América para los americanos” y la independencia total de la
ínsula esclava de España. Alfaro nunca desistió del compromiso con Cuba y los
cubanos, cuando por razones de Estado no pudo reconocer la beligerancia y el
gobierno de la República en armas de Cuba, dio su dinero y afecto al representante
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del partido Revolucionario Cubano, Arístides Agüero y apoyó los esfuerzos de
Miguel de Albuquerque de crear en Guayaquil un club del PRC. En una rápida
revisión a la colección de León Primelles de la delegación del Partido en los
Estados Unidos, encontramos la interrelación de los hechos enunciados y los
vínculos de patriotas cubanos como Antonio Maceo con el general ecuatoriano. Por
todo ello, la gratitud que el pueblo de Cuba siempre le ha profesado al general de
las grandes ideas.
Muchas cosas quedan por esclarecer de esta fecunda relación, que involucra
a tres figuras que con diferentes percepciones y formaciones supieron concordar y
conjugar esfuerzos en pos de una promesa que dio origen a una raza y a un
pueblo: el latinoamericano, más allá de sus orígenes geopolíticos.
Poco a poco aparecen pruebas como las epístolas de Vargas Vila, las
crónicas de Martí en el periódico liberal colombiano La Pluma y en el ecuatoriano
El Globo; nacen interrogantes que nos llevan a conclusiones: el sueño de
integración ha estado siempre presente en las más preclaras y progresistas mentes
de nuestro continente y este sueño es el alma virtuosa del subcontinente que clama
por manifestarse a plenitud.
Eloy Alfaro es el puente entre fundadores y las generaciones
contemporáneas, cuyo pensamiento y acciones nos inspiran a seguir replanteando
la utopía posible, de una América unida desde el Bravo a la Patagonia.
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NOTAS 1. SANTOVENIA, Emeterio, Eloy Alfaro y Cuba. La Habana, Imprenta El Siglo
XX, 1929, p. 134. 2. Ob. Cit. p. 156. 3. ALFARO, Eloy, Narraciones históricas. Quito, Corporación Editora Nacional,
1992, p. 337. 4. Archivo Vargas Vila, José María. Exp. 0132 sección 12. 5. AYALA MORA, Enrique, Historia de la revolución liberal ecuatoriana. Quito,
Corporación Editora Nacional, 1994, p. 81. 6. MARTÍ, José, Obras completas. La Habana, Editora Nacional de Cuba, 1963, T.
7, pp. 267-268.
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Eloy Alfaro Delgado y familia
Colección de fotografías de la familia Ávila Alfaro
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Sin sacrificios no hay redención.
Eloy Alfaro
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Carlos Rodríguez Andrade6
APORTE DE ELOY ALFARO EN LA FORMACIÓN
DEL DERECHO PÚBLICO AMERICANO
6 Consejero del Servicio Exterior, Dr. en Medicina, Lic. en Diplomacia y Ciencias Internacionales, PUCG, y Egresado de la Academia Diplomática.
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Introducción
El General Eloy Alfaro Delgado no sólo representa en el continente
americano la egregia figura de un líder revolucionario que logró profundas
transformaciones en la existencia política y social de toda una nación, sino que se
proyecta, además, con luz propia, como uno de los más claros precursores del
panamericanismo al proponer su doctrina bolivariana de unión continental, cuyo
enunciado abarca, efectivamente, la América toda, sustentado, en primer lugar, en
la fuerza hispanoamericana heredada del Libertador Bolívar y, en segundo
término, en la correcta interpretación de la Doctrina Monroe.
Alfaro, gestor y gran caudillo de la Revolución Liberal ecuatoriana del 5 de
junio de 1895, inició su lucha desde muy joven, habiendo sufrido innumerables
vicisitudes y destierros. El exilio no mermó sus fuerzas, por el contrario, propició
un acercamiento solidario con sus amigos latinoamericanos que lo animaron a
proseguir el plan que se había trazado. Sobre este apoyo, a manera de digno
ejemplo, muy significativa fue la acogida que le brindaron en Centroamérica,
especialmente en Nicaragua -cuna del bardo universal Rubén Darío, a quien
conoció de cerca-.
En el libro “Eloy Alfaro, su vida y su obra”, del Profesor Jorge Pérez
Concha, benemérito historiador ecuatoriano, sobresale la visita que recibió el
caudillo, en 1895, en la ciudad nicaragüense de León, en el hogar de Don Fernando
Sánchez -a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Liberal de José
Santos Zelaya-, por parte de una Comisión de Diputados de la Asamblea
Legislativa de Nicaragua, la misma que le hizo entrega de un Decreto, mediante el
cual se le confiere el grado de General de División de la República, ...”En atención
a los altos merecimientos personales (...) y a los grandes servicios prestados por él
a la causa de la democracia en la América Latina”. (1). Sobre el ambiente que
reinaba ese día en León ante tal acontecimiento, Jorge Eduardo Arellano, prolífico
historiador granadino, hace referencia de las palabras de Juan de Dios Uribe,
escritor político colombiano, al citar: “Las tropas se despliegan a lo largo de la
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calle, formando avenidas, las casas se adornan con banderas, cortinas y ramos de
flores; las bandas de música tocan piezas alegres y el cañón retumba como en las
festividades de la patria./ (...). La morada del proscrito se llenó de ciudadanos de
los distintos gremios, asociados de todo corazón al honor que él recibía”... (2).
Continúa la cita: “El grado de General de División es el más alto de la jerarquía
militar de Nicaragua”… (3)
Según las expresiones del reconocido internacionalista mexicano Genaro
Estrada, Eloy Alfaro “fue un iluminado continuador del pensamiento inicial de
una unión continental hispanoamericana, lanzada por Bolívar, Valle y
Monteagudo, cada uno en sus respectivos países”; y conforme lo manifestado por
Henry Wallace, Vicepresidente de los Estados Unidos, “... Su deseo de convocar en
1896 a una Conferencia Interamericana en México, con el objeto de discutir la
manera de mejorar las condiciones de vida materiales del continente,
desgraciadamente no tuvo la acogida deseada, pero constituye indudablemente
uno de los jalones más significativos en el panamericanismo”. (4).
El presente estudio aborda, precisamente, la talla internacionalista del
pensamiento del General Eloy Alfaro Delgado, aporte propio en la formación del
Derecho Público Americano, como justo homenaje a su memoria y a los ideales que
sembró en la conciencia de los pueblos libres.
La influencia bolivariana
No cabe la menor duda de que la influencia primigenia que recibió el
General Eloy Alfaro en su pensamiento americanista fue el bolivarismo, reflejado
en las aspiraciones legítimas del Libertador Simón Bolívar de reunir a las ex
colonias de España en una Confederación de naciones para la defensa de sus
intereses comunes. Este afán había germinado desde 1815 cuando escribe la Carta
de Jamaica dirigida a un “caballero de esta isla interesado en la causa republicana
de la América del Sur”, haciéndole saber su proyecto de reunir “un augusto
Congreso de los representantes de las Repúblicas, Reinos e Imperios, para tratar y
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discutir sobre los altos intereses de la guerra y de la paz con las naciones de las
otras tres cuartas partes del mundo”. (5). Convocó así Bolívar a los gobiernos de las
Repúblicas de América al Congreso de Panamá de 1826 (6). Entre los asuntos a
tratar en el Congreso se destacaban:
La renovación solemne de los pactos de unión y de alianza ofensiva y
defensiva; la adopción de medidas respecto a las islas Cuba y Puerto Rico y en caso
que se resolviese emanciparlas, resolver su destino futuro, si deberíanse agregar a
alguna de las nuevas repúblicas o dejar que se constituyan independientes;
resolver si las mismas medidas deberían adoptarse con las otras colonias de
España, Filipinas, Canarias; celebrar tratados de comercio y navegación con los
aliados. Otros puntos de la agenda comprendían “la adopción de medidas para
hacer eficaz la declaración del Presidente de los Estados Unidos del Norte al
Congreso de aquella República para frustrar, en lo venidero, toda tentativa de
España de colonizar el continente americano; establecer principios fijos de derecho
internacional con el fin de evitar choques sobre puntos controvertibles; fijar
relaciones políticas y comerciales que deben existir entre las partes contratantes de
los Estados que, como Haití, han declarado su independencia de la metrópoli a que
pertenecían, pero que no han sido reconocidos; abolir el tráfico de esclavos de
África; determinar los subsidios y contingentes con que los confederados deban
contribuir; procurar la fijación de límites territoriales para los nuevos Estados
adoptando el uti possidetis al comenzar la revolución; que al ratificarse los
tratados celebrados por el gran Congreso federal de los Estados Americanos,
deberá declararse que esos tratados son el Código de derecho público americano, y
que es obligatorio para los Estados que forman parte del Congreso. (7).
Para evitar malas interpretaciones históricas y abonar a la mejor
comprensión del tema que nos ocupa, debe aclararse que el Congreso de Panamá,
en estricto sentido, no fue panamericano, sino hispanoamericano, puesto que
reunió a Plenipotenciarios de la Gran Colombia, América Central, Perú y México,
además de observadores de Inglaterra y Países Bajos. En cuanto a los Estados
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Unidos, este país fue invitado en contra de la voluntad de Bolívar por pedido del
Vicepresidente de Colombia, Francisco de Paula Santander, con el respaldo
mexicano. Finalmente, los delegados estadounidenses, que llevaban la consigna de
abstenerse de suscribir Tratado alguno, no participaron en lo absoluto en la
reunión, debido a que uno falleció de fiebre amarilla durante el viaje y el otro
arribó a ciudad de Panamá en circunstancias en que el Congreso había sido
trasladado a Tacubaya, México. Además, en la circular de convocatoria, Simón
Bolívar se refiere a las “Repúblicas Americanas, antes Colonias Españolas”, las
mismas que se reunirían en una Asamblea de Plenipotenciarios “bajo los auspicios
de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español”.
Alfaro Delgado acoge entonces el bolivarismo en toda su extensión y
espíritu, bajo la inspiración de la decidida acción del Libertador expresada
fielmente en la celebración del Congreso Anfictiónico de Panamá, uno de los polos
ideológicos sobre el que ha girado la política internacional americana.
La doctrina Monroe
Más allá del hispanoamericanismo bolivariano, Eloy Alfaro expande su
visión en cuanto a la formación del Derecho Público de América al receptar la
Doctrina del Presidente estadounidense James Monroe, de 1823 -la misma que, en
realidad, tuvo su origen en el pensamiento del Secretario de Estado de Monroe,
John Quincy Adams-, ante la amenaza sobre el continente americano de la Santa
Alianza, conformada por Austria, Prusia y Rusia, a la que acudió España para
reprimir los movimientos de rebelión en Sudamérica; y la actitud contra los
Estados Unidos del Zar Alejandro I, quien, por la letra de un ucase, reservaba al
pueblo ruso “todo el comercio costero desde el Estrecho de Behring hasta el grado
51 de latitud”. (8).
James Monroe, en su mensaje dirigido al Congreso de los Estados Unidos, el
2 de diciembre de 1823, declara:
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Los continentes americanos, por la condición libre y soberana en que se
encuentran, desde ahora no han de ser considerados como objetos de futura
colonización por parte de cualesquiera potencias europeas (...). El sistema político
de las potencias aliadas es esencialmente diferente (...) del sistema de América (...).
Por ello, en honor a la franqueza y a las relaciones amistosas existentes entre
Estados Unidos y aquellas potencias, debemos declarar que consideraríamos todo
intento de su parte de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio
como algo peligroso para nuestra paz y seguridad (...). Con las colonias existentes
(...) de cualquier potencia europea, no hemos interferido ni tenemos la intención de
interferir. Pero con respecto a los gobiernos que han declarado su independencia
(...) no podríamos considerar ninguna intervención realizada con el propósito de
oprimirlas (...), por parte de cualquier potencia europea, de otra manera que como
la manifestación de una disposición inamistosa hacia Estados Unidos (...). Nuestra
política en lo concerniente a Europa (...) sigue siendo la misma; es decir, la de no
interferir en los asuntos internos de ninguna de sus potencias… (9).
No obstante, este discurso, sintetizado en la famosa frase “América para los
americanos”, hechos subsiguientes demostraron que la Doctrina Monroe se utilizó
como un instrumento intervencionista en América Latina: anexión de territorios
mexicanos; desembarco de marines en Nicaragua, Haití y República Dominicana;
establecimiento de un protectorado en Cuba; conquista de Puerto Rico; y captación
del Canal de Panamá. Pero el General Alfaro, en su momento histórico, mediante
la convocatoria que hace en 1895 a un Congreso Internacional en México, celebrado
en 1896 (véase más adelante “La Doctrina Alfaro”), intenta otorgarle a la Doctrina
de James Monroe ...“la extensión que se merece y la garantía necesaria para hacerla
respetar”. (10). Bien podría tal Doctrina haber obtenido un real sustento de
reivindicación frente a los pueblos americanos si el Gobierno de los Estados
Unidos hubiera apoyado la realización del Congreso convocado por Alfaro.
Como puede inferirse, Eloy Alfaro amplía su concepción
hispanoamericanista de asidero bolivariano hasta el panamericanismo en su
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legítima acepción. Aún más, el propósito que tuvo de discutir la justa aplicación de
la Doctrina Monroe en el Congreso de México, constituye antecedente único en la
historia de las relaciones interamericanas, puesto que, recién durante la IV
Conferencia Panamericana llevada a cabo en Buenos Aires (1910), se dio paso a un
debate sobre la Doctrina Monroe y en la V Conferencia de Santiago de Chile (1923)
se habló de su multilateralización.
La doctrina Alfaro
La proyección americanista del caudillo liberal nos conduce a proclamar la
“Doctrina Eloy Alfaro”, expuesta el 13 de diciembre de 1967 en la Universidad de
Panamá por el catedrático ecuatoriano Doctor Víctor Hugo Rodríguez Roditi,
quien la incorpora, de manera definitiva, en el estudio del Derecho Internacional
Americano. La “Doctrina Alfaro” acoge la tesis de las Uniones Regionales
representadas fielmente en el Congreso Diplomático Centroamericano de Acajutla,
El Salvador, celebrado el 25 de agosto de 1890, y en el Congreso Bolivariano de
Caracas del 1º de julio de 1911 -Grancolombiano, con Perú y Bolivia inclusive-,
puesto que, a decir de Eloy Alfaro: “La Unión Centroamericana será igual a la que
deberá alzarse más al Sur, sobre el solar de la Gran Colombia, preludio ambas
uniones de otra más vasta, la Continental”. (11). De tal manera, vemos revivir el
caro ideal del Libertador Simón Bolívar, robustecido con el pensamiento alfarista
de integración que abraza las Américas para lograr una gran unidad.
El Congreso de Acajutla congregó a Plenipotenciarios de El Salvador,
Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, con el propósito de evitar un
conflicto armado entre los tres primeros Estados, que habría sido de gravísimas
consecuencias para la región. En este encuentro diplomático, en un hecho sin
precedentes en la historia de las relaciones internacionales americanas, Alfaro
interpuso sus buenos oficios para obtener como feliz desenlace la suscripción de
un Convenio de Paz que fue ratificado por los Gobiernos de los generales Manuel
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L. Varillas, Luis Bogrón y Carlos Ezeta, Presidentes de Guatemala, Honduras y El
Salvador, respectivamente (12).
En cuanto al Congreso Bolivariano de Caracas de 1911, este constituyó, en
su momento, el mejor de los intentos para lograr el resurgimiento del anhelo de
Bolívar. Con tal cometido, Alfaro realizó intensas gestiones ante los primeros
mandatarios de Colombia, Rafael Reyes, y Venezuela, Juan Vicente Gómez.
Lastimosamente, no pudo obtenerse un resultado positivo, dada la pugna
mantenida por el Gobierno del Perú que impidió la concreción de una fórmula
sustentada por Ecuador y Colombia para que la Unión Bolivariana descansara
sobre el arbitraje limitado y no sobre el arbitraje absoluto. Ante esta desafortunada
situación para los intereses grancolombianos, José Peralta, entonces Canciller
ecuatoriano, manifestó: “que la paz siga amparándonos con su égida salvadora y
que llegue una oportunidad más feliz en que podamos realizar el colosal
pensamiento de Venezuela y darnos un abrazo de hermanos entre todos los hijos
de Bolívar”. (13).
La Doctrina Alfaro fue enunciada con carácter precursor el 9 de octubre de
1883, cuando el líder liberal, ejerciendo la Jefatura Suprema de las provincias
ecuatorianas de Manabí y Esmeraldas, en su mensaje dirigido a la Asamblea
Nacional, dijo: “Los ecuatorianos que rendimos culto eterno a la imperecedera
memoria de Bolívar, al par que a las virtudes del inmaculado Sucre, hemos de
propender a la pacífica reconstitución de Colombia la Grande”. (14).
Eloy Alfaro difunde su Doctrina, entre 1897 y 1902, por intermedio de su
entrañable amigo, el destacado político nicaragüense, Doctor Fernando Sánchez,
quien, ulterior a la visita que realizó a la ciudad de Quito en el año 1897, regresa a
su país donde, junto al Presidente José Santos Zelaya, líder de la Revolución
Liberal de Nicaragua, toma contacto con representantes del liberalismo
colombiano para informarles el objetivo alfarista de unión. Recibido el
nombramiento de Ministro del Ecuador en Nicaragua, Sánchez se dirige a Caracas,
a fin de exponer el proyecto al Presidente venezolano, General Joaquín Crespo.
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Posteriormente, tal propósito continuó su orientación con Cipriano Castro, Primer
Mandatario de Venezuela. En 1902, Fernando Sánchez presentó en México al
General Porfirio Díaz el plan de reconstitución de la Gran Colombia que, al
consolidarse con la Unión Centroamericana, daría paso a la Confederación
Continental. No obstante las dudas que surgieron en Díaz acerca de la tesis de Eloy
Alfaro, ante las reacciones que podrían darse por parte de los Estados Unidos y
Guatemala, este último país gobernado entonces por Estrada Cabrera, contrario a
los unionistas de Centro América, su aceptación fue un factor determinante para
evitar que el conservatismo de Colombia enviara expediciones armadas a
Nicaragua, Estado que había acogido el ideal de Alfaro (15). De igual manera, la
propagación doctrinaria del General Alfaro la realiza en Colombia el diplomático
ecuatoriano Luis Felipe Carbo.
Expresa aceptación tuvo esta Doctrina Internacional cuando el liberalismo
colombiano proclama a Eloy Alfaro como “Supremo Director de la Gran
Confederación de la antigua Colombia” y lo denomina “egregio apóstol de la
libertad”, con ocasión de la celebración del pacto de Amapala, suscrito en
Honduras entre el Doctor José Santos Zelaya, en representación de Nicaragua, el
General Vargas Santos por Colombia; el General Cipriano Castro, representando a
Venezuela; y el mismo Alfaro por Ecuador (16).
El congreso internacional de México
El ideal bolivariano de Alfaro está claramente demostrado en la
convocatoria que realizó el 26 de diciembre de 1895 a un Congreso Internacional en
México que se reunió el 10 de agosto de 1896, a fin de, según sus propias palabras,
“mostrar al mundo desde la patria de Cuauhtémoc y Juárez las tablas de la ley
americana” (17). Así, mediante Circular dirigida desde la ciudad de Guayaquil, el
Ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador, Ignacio Robles, invita a los
Cancilleres del Continente a participar en el Congreso:
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Ministerio de Relaciones Exteriores.- Guayaquil, Ecuador.
Diciembre 26 de 1895.
Señor Ministro:
Después de la revolución política efectuada en la República del Ecuador, se ha
inaugurado un gobierno popular cuyo programa puede reducirse a esta
expresión: la prosperidad de la Patria.
Y como para conseguirlo, no sólo debe entenderse al régimen político
administrativo, sino también procurar las mejores y más estrechas relaciones
internacionales y no sólo entre el Ecuador y las demás repúblicas americanas, sino
de todas ellas entre sí; he recibido instrucciones del señor Jefe Supremo de la
República, quien desea dar una prueba de sus elevadas miras respecto de la
política en el exterior y procurar que se afiance la paz en el continente, para
dirigirme al gobierno de la República de .......... por el digno órgano de V. E. e
invitarle a la reunión de un Congreso Internacional a que concurran dos
representantes de cada una de las repúblicas del Continente de Colón.
La realización de este propósito ha sido constante preocupación del Señor
Jefe Supremo, quien en sus largos años de ostracismo ha sabido captarse la
simpatía de muchos pueblos, de manera que cuenta con la aquiescencia de los
gobiernos de varias repúblicas y con la cooperación de varios hombres ilustrados,
patriotas de influencia y de prestigio reconocido.
Hoy que se encuentra al frente de los destinos del Ecuador, en observancia
de sus principios siempre firmes y favorables a la reunión de las repúblicas
americanas, su primer paso fue acreditar un plenipotenciario ante el gobierno de
Washington con instrucciones de facilitar dicha reunión, como consta en el oficio
dirigido al Excelentísimo Señor Secretario de Estado de los Estados Unidos el 16 de
noviembre del presente año, con estas frases:
“ENSANCHAR LAS RELACIONES POLÍTICAS Y COMERCIALES ENTRE LOS
DOS PAISES Y OCUPARSE EN DAR A LOS INTERESES DE ESTE CONTINENTE,
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POR MEDIO DE UN CONGRESO INTERNACIONAL, TODA LA FUERZA DE
COHESIÓN DE QUE HAN MENESTER PARA LA MUTUTA PROSPERIDAD Y
GRANDEZA DE LAS NACIONES DEL NUEVO MUNDO, SON LAS LABORES A
QUE DEDICARA EL REPRESENTANTE DEL ECUADOR SUS PREFERENTES
ESFUERZOS”.
El ilustrado gobierno de V. E. está, sin duda, penetrado de la necesidad de
tal reunión, porque ella es la llamada a resolver puntos de vital importancia para
todas las repúblicas de América, en lo político y en lo comercial.
En la actualidad y considerando el impulso que han recibido estas
repúblicas por el esfuerzo propio de sus hijos, y por el imprescindible adelanto que
proporcionan el tiempo, el estudio y el trabajo, cada una de ellas ha adquirido su
importancia y por mutuo interés, por seguridad propia, deben reunirse los
representantes de todas las repúblicas americanas y discutir y resolver todo lo que
se relaciona con su progreso y bienestar; y formar, teniéndose por base la justicia y
la confraternidad, el derecho público americano.
Así habremos adquirido respetabilidad y evitaremos conflictos, asegurando
la paz entre nuestras repúblicas y las demás naciones.
El Ecuador, por esto, quiere tomar la honrosa iniciativa para la reunión del
Congreso Internacional de que he hablado, Congreso que debe tomar en
consideración como puntos primordiales:
La formación de un derecho público de América, que dejando a salvo
derechos legítimos, dé a la doctrina americana, iniciada con tanta gloria por el
ilustre Monroe, toda la extensión que se merece y la garantía necesaria para hacerla
respetar.
Medios de procurar el adelanto por el perfeccionamiento e implantación de
industrias; impulsar el comercio dictando medidas que vayan extendiéndolo, con
desarrollo progresivo, sin dejar de atender a las necesidades, conveniencias y
derechos de nación a nación, y aprovechar, en fin, todo aquello que, sin perjudicar
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a los demás, proporcione a nuestras repúblicas medios adecuados para afianzar las
relaciones comerciales y conseguir el engrandecimiento mutuo.
Resolver la reunión del congreso en épocas determinadas, que bien puede
fijarse en cada diez años; y designar la capital de la República, en donde, de un
modo alternativo, debe efectuarse la reunión.
Como por desgracia, entre algunas de nuestras repúblicas, existen hoy
diferencias por hechos especiales que traen su origen desde años atrás, como la
discusión sobre límites, no debe el congreso, de ninguna manera ni en forma
alguna ocuparse de estos asuntos, porque ello podría traer dificultades mutuas y
hacer hasta perjudicial la benéfica labor que deseamos llevar a cabo.
Los fines principales de la convocatoria están expuestos, dejándose en
libertad al Congreso para que determine el tiempo que debe funcionar. Como
lugar para la reunión, fíjase, por esta vez, la capital de la república mexicana y
como fecha para la instalación el 10 de Agosto del año próximo, aniversario del
primer grito solemne de independencia lanzado con tanto heroísmo, en la cuna de
los primeros próceres, quienes como mártires regaron con su sangre el suelo de la
antigua capital de los Shiris y hoy de la República Ecuatoriana.
Si el gobierno de V. E. juzga, como lo creo, aceptable la proposición, fácil
será llevarla a cabo, sobre todo, cuando mi gobierno se propone que el Congreso
Republicano de América, se reúna, cualquiera que sea el número de
representaciones que a él concurran, pues, como es de costumbre, las otras
naciones podrán adherirse posteriormente a las resoluciones que se dicten.
Esperando favorable acogida de parte del gobierno de.......... tengo a honra
suscribirme con la mayor consideración y respeto.
De V. E. obsecuente servidor,
f) IGNACIO ROBLES. (18).
Como puede observarse en el contenido de la Circular del Ministro Robles,
uno de los objetivos primordiales del Congreso Internacional Americano de
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México lo constituye: “La formación de un derecho público de América, que
dejando a salvo derechos legítimos, dé a la doctrina americana, iniciada con tanta
gloria por el ilustre Monroe, toda la extensión que se merece y la garantía necesaria
para hacerla respetar”. Tómese en consideración que la Doctrina del Presidente
estadounidense James Monroe de 1823 rechaza todo tipo de intervención
colonialista europea sobre territorio americano. Este trascendental evento, como lo
señala Rodríguez Roditi…“ es un magno intento de revivir la iniciativa de las
repúblicas latinoamericanas, en la dirección de los asuntos internacionales, perdida
por sus luchas internas y mutuos conflictos externos que los desviaron de la
convivencia predicada por el Libertador Bolívar en el Congreso de Panamá de
1826”… (19).
Sin embargo, el Congreso Internacional de México no tuvo la acogida
deseada. Al mismo, asistieron únicamente los delegados de los países de
Centroamérica, de México y del Ecuador. En este encuentro, prominente es la
decidida actitud del General Alfaro para dar solución a dos grandes problemas
continentales: la independencia de Cuba, patria de los héroes José Martí y Antonio
Maceo, y el conflicto anglo-venezolano de la Guayana Esequiva. Histórica es la
frase de Martí al exclamar “Alfaro es uno de los pocos americanos de creación”.
La independencia de Cuba
Ya en 1894 Alfaro se había entrevistado en Costa Rica con los mencionados
héroes cubanos, cuya lucha por la independencia de la isla seguía con suma
atención, así como el accionar decidido de otros patriotas, entre ellos Máximo
Gómez, Miguel de Albuquerque y Rafael María Marchán. En ese tiempo, a Martí y
Maceo les propuso Alfaro un plan para acelerar la emancipación de Cuba
mediante la intervención armada de hermanos colombianos y nicaragüenses
pertenecientes a las facciones liberales. No obstante, tal propósito no fue aceptado
por José Martí, quien confiaba en que su causa de libertad tendría éxito antes del
inicio de la Revolución Liberal en el Ecuador.
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Si observamos cronológicamente ambos procesos revolucionarios, el cubano
(24 de febrero de 1895) estalló antes del ecuatoriano (5 de junio de 1895),
prolongándose, sin embargo, por mayor tiempo, motivo por el que Alfaro,
persistente como siempre, dispuso hacer frente al dominio extracontinental
mediante la organización de un expedición de guerra a Cuba al mando del Coronel
León Valle Franco, empresa que no prosperó, puesto que el Gobierno colombiano
negó conceder la respectiva autorización de paso por el istmo de Panamá. Acerca
de la emancipación cubana, de gran relieve en las páginas de la historia es la carta
que remite Eloy Alfaro a Su Majestad la Reina María Cristina Regente de España,
solicitándole, altivamente, la independencia de Cuba. El célebre documento reza
como sigue:
El Jefe Supremo de la República del Ecuador a su Majestad la Reina María
Cristina, Regente de España.- Madrid.
Majestad:
El pueblo del Ecuador que en un tiempo formó parte de la monarquía
española a la cual lo ligan los vínculos de la amistad, de la sangres, del idioma y de
las tradiciones, se siente conmovido en presencia de la cruenta y aniquiladora
lucha que sostienen, Cuba por su emancipación política y la Madre Patria, por su
integridad. Mi gobierno, ciñéndose a las leyes Internacionales, guardará la
neutralidad que ellas prescriben; pero no se puede hacer el sordo al clamor de este
pueblo anheloso de la terminación de la lucha; y debido a esto me hago el honor de
dirigirme a V. M. como lo haría el hijo emancipado a la madre cariñosa,
interponiendo los buenos oficios de la amistad, para que Vuestra Majestad, en su
sabiduría y guiada por sus humanitarios y nobles sentimientos, en cuanto de V. M.
dependa, no excuse la adopción de los medios decorosos que devuelvan la paz a
España y Cuba. Nuestra historia recuerda que durante quince largos años lidió
Colombia por su independencia y la conquista a costa de más de doscientas mil
vidas, de la casi total extinción de su riqueza pública y privada y de un legado en
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deuda flotante de doscientos millones de pesos; y ha sido preciso el decurso del
tiempo para que las antiguas colonias, ya constituidas en naciones autónomas,
reanudasen oficialmente, con la Madre Patria, los lazos de amistad. España perdió
casi todo su comercio con América; no obstante que a raíz de obtenida la
independencia, Colombia permitió la admisión de la bandera española en sus
puertos y que los españoles eran acogidos en ellos como hermanos.
Tan grandes males se habrían evitado, a mi ver, si España no hubiera
desoído el prudente consejo que en tiempo oportuno dio el gabinete británico,
consistente en que ajustase la paz con sus colonias, reconociendo su independencia
con la reserva establecida en solemne convenio, entonces aún posible, de ventajas
especiales para su bandera.
No se habría desviado la corriente de su comercio de esta parte del mundo y
la comunión entre ambos pueblos no habría tenido solución de continuidad V. M.
sabe que fue solo bajo el reinado el augusto esposo de V. M. don Alfonso XII, de la
gloriosa memoria, cuando definitivamente las relaciones oficiales entre España y
sus hijos vinieron a ser cordiales.
Parece cuerdo acatar ahora las enseñanzas de la experiencia y el consejo del
gabinete británico, dado en caso análogo en la época a que me he referido; así
España pondrá a cubierto sus intereses y habrá hecho justicia a las aspiraciones de
Cuba sin mengua de su decoro.
Ruego a V. M. que acoja esta carta como una prueba de la leal amistad que
el Ecuador profesa a España, puesto que sólo un sentimiento elevado me mueve a
dirigirle a V. M.; así como me guía también un sincero deseo de que se acreciente la
gloria del trono que con tanta prudencia como sabiduría ocupa V. M. en nombre y
representación de su augusto hijo de Alfonso XII a quien Dios guarde.
Hago votos por la felicidad de España, y por la de V. M. y la de su augusto
hijo el Rey.
Dado en Guayaquil, residencia accidental del gobierno, a 19 de Diciembre
de 1895.-
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f) Eloy Alfaro.
El Ministro de Relaciones Exteriores.-
f) I. Robles (20).
El conflicto anglo-venezolano de la Guayana Esequiva
Uno de los propósitos del General Eloy Alfaro en el Congreso Internacional
de México fue el de asumir la defensa de la soberanía territorial de Venezuela
frente a los intereses de Gran Bretaña, respecto de una amplia zona de cincuenta
mil millas cuadradas (Guayana Esequiva). A partir de 1850, los ingleses habían
extendido sus dominios cada vez más hacia el oeste, desde los límites de la
Guayana británica. Tal penetración en tierras venezolanas se convirtió en un
verdadero conflicto, lo que motivó que el Gobierno de ese país solicitara ayuda a
los Estados Unidos de América. Este último obligó a Gran Bretaña a suscribir un
Tratado de Arbitraje Internacional con Venezuela (febrero, 1897), instrumento
ejecutado en París, en 1899. Y es precisamente la determinación de Eloy Alfaro, al
incorporar el problema anglo-venezolano en la cita continental de México, la que
ejerció influencia en el Presidente estadounidense Stephen Cleveland para obtener
de parte de la Corona británica la suscripción del Tratado en mención.
Sin embargo, Washington no estuvo representado en el Congreso
convocado por Alfaro, debido, según explicó, a que Cleveland había adoptado,
acerca del problema esequivo, una actitud defensora de la Doctrina Monroe, razón
para no asistir al magno evento y evitar un acto de imprudencia, dada su
condición de Estado que la originó, el mismo que se encontraba negociando con
Gran Bretaña un Tratado General de Arbitraje que podría dar por concluido el
diferendo de límites entre Venezuela y la Guayana Inglesa. Las negociaciones
concluyeron con la suscripción del referido Tratado, gracias a la influencia que
sobre el tema ejerció la actitud de Alfaro en las decisiones del Presidente
Cleveland. Adicionalmente, reacio a la Doctrina Alfaro, el Gobierno
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norteamericano manifestó que, de cara a los acontecimientos, no cabía incluir el
tema en la agenda de México.
Conclusiones
Luego de realizado el presente análisis, puede concluirse, sin duda, que el
pensamiento internacionalista del General Eloy Alfaro Delgado, sustentado en el
anhelo bolivariano de unión continental, dio paso a la concreción de una auténtica
doctrina panamericanista, base de la integración, que hace su llamado a los
pueblos americanos, mediante el Congreso Internacional de México de 1896, uno
de cuyos puntos primordiales sería la formación de un derecho público de
América que otorgara a la doctrina Monroe…“ toda la extensión que se merece y la
garantía necesaria para hacerla respetar”. Esta propuesta de Alfaro puede
interpretársela como reivindicatoria del enunciado doctrinario dado a conocer por
el Presidente estadounidense James Monroe en 1823, el cual, desde un primer
momento, es percibido por la crítica latinoamericana y el mismo Libertador Simón
Bolívar como portavoz de los intereses hegemónicos de los Estados Unidos,
desviando su prédica de rechazo a cualquier tipo de intervención colonialista
europea.
No obstante, la noble intención alfarista, el Gobierno norteamericano evitó
asistir al Congreso de México, explicando que su posición de defensa de la
Doctrina Monroe ante los derechos venezolanos de la Guayana Esequiva,
enfrentados a las pretensiones territoriales británicas, le impedía enviar una
representación a la cita por considerarlo imprudente, puesto que no podía estar
presente el país que originó dicha Doctrina, además de considerar innecesario
abordar este asunto en el Congreso. Tal proceder evidencia que los Estados Unidos
no tomó en consideración el hecho de que fue en realidad la actitud decidida del
General Alfaro, al incluir el tema del conflicto anglo-venezolano de la Guayana
Esequiva en la agenda del Congreso Internacional de México, la que influyó para
que el Primer Mandatario estadounidense, Stephen Grover Cleveland, lograra que
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Gran Bretaña suscribiera en Washington, en 1897, un Tratado de Arbitraje con
Venezuela.
Por otro lado, de gran relieve en la historia de las relaciones internacionales es
la iniciativa diplomática de Eloy Alfaro de dirigir una misiva a su Majestad la
Reina María Cristina Regente de España, solicitándole la independencia de Cuba.
Lamentablemente, el Gobierno español fue indiferente a este pedido. Aún más, el
célebre documento remitido por Alfaro, que estuvo en manos del Primer Ministro
Antonio Cánovas del Castillo, jamás se encontró posteriormente en el Archivo de
la Madre Patria. A pesar de todo, el Ecuador, con este supremo gesto de Alfaro
Delgado, salvó la dignidad de América al obtener de parte de los pueblos
hermanos del Continente el interés común por la causa emancipadora cubana.
El espíritu, los ideales y la obra del General Alfaro marcaron un verdadero hito
en la existencia de la nación ecuatoriana y de América. Para él, las palabras
imperecederas de uno de los mayores exponentes de la literatura
hispanoamericana, José Enrique Rodó: “Sólo han sido grandes en este continente
aquellos que han desarrollado por la palabra o por la acción, un sentimiento
americanista”.
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NOTAS 1. PEREZ CONCHA, Jorge. Eloy Alfaro su vida y su obra, Guayaquil: Departamento de Publicaciones de la Universidad de Guayaquil, 1978, p. 92. 2. ARELLANO, Jorge Eduardo. “Eloy Alfaro y José Santos Zelaya: Paralelismo Histórico y Relaciones Políticas”, Cuadernos Centroamericanos de Historia, [Managua], Num 6, septiembre-diciembre, 1989, pp. 73, 74. 3. Ibid. p. 74. 4. RODRIGUEZ RODITI, Víctor Hugo. “Conferencia del Doctor Víctor Hugo Rodríguez Roditi sobre la Doctrina Internacional de Eloy Alfaro”. Instituto de Diplomacia y Ciencias Internacionales de la Universidad de Guayaquil. V Congreso Latinoamericano y del Caribe de Escuelas de Relaciones Internacionales y Diplomacia; Noviembre 29 a Diciembre 3, Año 1982. Guayaquil: Litografía e Imprenta de la Universidad de Guayaquil, 1983, p. 49. 5. SOCIEDAD BOLIVARIANA DE VENEZUELA, Revista, Volumen XXI No. 71. “Elogio del Doctor Pedro Gual” por F.S. Angulo Ariza, Caracas: Imprenta Nacional de Caracas, 1962, p. 274. 6. ALVARADO GARAYCOA, Teodoro. El Imperialismo y la Democracia a través de la Doctrina Monroe, Guayaquil: Imprenta Universidad de Guayaquil, 1946, pp. 33, 34, 35, 36. El documento de convocatoria dirigido por Bolívar desde Lima, el 7 de diciembre de 1824, manifiesta: “Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América por obtener el sistema de garantías que en paz o en guerra sea el escudo de nuestro destino, es tiempo ya de que los intereses y relaciones que unen entre sí a las Repúblicas Americanas, antes COLONIAS ESPAÑOLAS, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos Gobiernos. Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político pertenece al ejercicio de una autoridad sublime que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios y cuyo solo nombre calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una Asamblea de Plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras Repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español. Profundamente penetrado de estas ideas invité en 1822, como Presidente de la República de Colombia, a los Gobiernos de México, Perú, Chile y Buenos Aires, para que formásemos una Confederación y reuniésemos en el Istmo de Panamá u otro punto elegible, a pluralidad, una Asamblea de Plenipotenciarios de cada Estado, QUE NOS SIRVIESE DE CONSEJO EN LOS GRANDES CONFLICTOS, DE PUNTO DE CONTACTO EN LOS PELIGROS COMUNES, DE FIEL INTERPRETE EN LOS TRATADOS PUBLICOS CUANDO OCURRAN DIFICULTADES Y DE CONCILIADOR, EN FIN, DE NUESTRAS DIFERENCIAS. Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado como está, en el centro del globo, viendo por una parte el Asia, y por otra el África y la Europa. El Istmo de Panamá ha sido ofrecido por el Gobierno de
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Colombia para este fin en los tratados existentes. El Istmo está a igual distancia de las extremidades; y por esta causa podría ser lugar provisorio de la Primera Asamblea de los Confederados. Difiriendo por mi parte, a estas consideraciones, me siento con gran propensión a mandar a Panamá a los Diputados de esta República, apenas tenga el honor de recibir la ansiada respuesta de esta circular. Nada ciertamente podría llenar tanto los ardientes deseos de mi corazón como la conformidad que espero de los gobiernos Confederados a realizar este augusto acto de América. Cuando después de cien siglos, la prosperidad busque el origen de nuestro Derecho Público y recuerde los pactos que consolidaron nuestro destino, registrará con respeto los protocolos del Istmo. En ellos encontrará el plan de las primeras alianzas que trazaron la marcha de nuestas relaciones con el Universo. Que será entonces el Istmo de Corinto comparado con el de Panamá?” 7. SOCIEDAD BOLIVARIANA DE VENEZUELA. Op. Cit. p. 276. 8. ALVARADO GARAYCOA. Op. Cit. p. 20. 9. BOERSNER, Demetrio. Relaciones Internacionales de América Latina. Breve
Historia, Caracas: Editorial Nueva Sociedad, 1996, pp. 77, 78. 10. RODRIGUEZ RODITI, Víctor Hugo. La Doctrina Internacional del General Eloy
Alfaro y su Trascendencia en el Derecho Público Americano. Guayaquil: Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas, 1968. p. 39. Estudio presentado por el Doctor Rodríguez Roditi a la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de Guayaquil como Tesis previa al grado doctoral. Premio “Universidad de Guayaquil”.
11. RODRIGUEZ RODITI. (Conferencia) Op. Cit. p. 49. 12. Ibid. 13. Ibid. p. 50. 14. RODRIGUEZ RODITI. Op. Cit. p. 24. 15. Ibid. pp. 89, 90. 16. RODRIGUEZ RODITI. (Conferencia) Op. cit. p. 50 17. Ibid. p. 51. 18. RODRIGUEZ RODITI. Op. Cit. p.p. 37, 38, 39, 40. 19. RODRIGUEZ RODITI. (Conferencia) Op. cit. p. 51. 20. RODRIGUEZ RODITI. Op. Cit. pp. 27, 28.
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General Eloy Alfaro Delgado, su esposa Ana Paredes Arosemena de Alfaro y su
hija América Alfaro Paredes
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La libertad no se implora como un favor,
se conquista como un atributo inmanente
al bienestar de la comunidad.
Eloy Alfaro
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Rodolfo Pérez Pimentel
BIOGRAFÍA DE ELOY ALFARO
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Nació en Montecristi el 25 de Junio de 1842. Hijo legítimo del comerciante
español Manuel Alfaro González, natural de Montecristi. Aprendió catecismo y
luego tuvo un aprendizaje principalmente comercial con un profesor francés traído
por su padre y por Monsieur Becherel, que también tenía hijos de edad escolar en
Montecristi.
Desde pequeño se destacó por su valentía y arrojo. Un día, mientras iba con
su hermano mayor José Luis, vieron a un pequeño tigrillo agazapado y Eloy lo
atacó e hizo huir. De 13 años encabezó con varios amigos una pandilla y al ser
perseguidos por el Jefe Político José Pinto, lo enfrentaron a pedradas y obligaron a
retirar. Entonces su padre se lo llevó a Lima para evitar retaliaciones, después
pasaron por el negocio de los sombreros a Centroamérica. De regreso a Manabí
ayudó a su padre en las labores agrícolas y gozó de gran popularidad en el pueblo,
En 1846 ayudó económicamente al liberal Manuel Albán para hacer la revolución
en Manabí. Albán lo envió a Lima a conferenciar con el General Urbina, quien les
recomendó esperar. De vuelta a Montecristi se insurreccionó y penetró en los
bosques. El Gobernador Francisco Javier Salazar mandó un espía, pero la
generosidad de Alfaro lo atrajo y supo los taimados planes de Salazar, a quien los
revolucionaros cercaron en su casa. Después Salazar los envolvió con argucias y
todo quedó en nada. Alfaro tuvo que viajar a Panamá, ingresó a la Masonería del
itsmo, pasó a El Salvador y de allí a Lima, empleándose en la Casa comercial de
Lazarte.
En 1865 regresó a Manta con instrucciones de Urbina que no pudo cumplir.
En Montecristi se enteró del desastre naval ocurrido en Jambelí, viajó a Guayaquil
a inquirir más noticias, fue protegido por varios amigos de su padre —Manuel
Luzarraga, Clemente Bailen, Ildefonso Coronel— y tras largas vicisitudes pudo
arribar sano y salvo a Panamá, dedicándose a los negocios, que entonces iban
viento en popa por la construcción del Canal o vía interoceánica, y en poco tiempo
se hizo inmensamente rico como agente de una compañía de navegación alemana
y explotando a medias con el ingeniero Manuel Mackay la rica mina de plata
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"Corozal" en El Salvador. De hecho se convirtió en el indiscutible jefe de su familia
pues envió a sus hermanos Manuel y Medardo a estudiar medicina en los Estados
Unidos, a Marcos a Cuenca a seguir leyes, mantenía a su padre en Punta Arenas y
al resto de los suyos en Montecristi. También ayudó a muchos liberales en
desgracia, al Dr. Zaldívar que después llegaría a ocupar la presidencia de El
Salvador, a Urbina, a Veintemilla y a Montalvo.
En 1871 envió armas a su hermano Ildefonso para fomentar la revolución en
Manabí y pocos meses después contrajo matrimonio en Panamá con Ana Paredes
Arosemena, tuvieron un hogar modelo y larga descendencia. En 1875 Montalvo le
invitó desde Ipiales a sumarse a la conspiración contra la vida de García Moreno
pero se negó a ello.
Muerto el tirano, viajó a Guayaquil a apoyar la candidatura liberal de
Antonio Borrero que triunfó ampliamente. El 5 de Enero de 1876 firmó con otros
notables de Montecristi una petición para la convocatoria a una Constituyente,
pero Borrero se hizo el sordo y Alfaro se declaró su opositor, pasó a Guayaquil a
conspirar con Miguel Valverde a favor de la dictadura de Nicolás Infante y al ser
descubierto en Mayo se ausentó a Panamá.
En Agosto estuvo nuevamente en Guayaquil y volvió a conspirar contra
Borrero. Para eso llamó a Montalvo que se hallaba en París. El 18 de Septiembre se
sublevó Guayaquil a favor del Comandante Militar Ignacio de Veintemilla, quien
designó a Alfaro Jefe Político de Portoviejo. Como Ayudante de Campo de Urbina
peleó en la batalla de Galle, entró en Riobamba y allí se dio cuenta que Veintemilla
no tenía ideales políticos ni era tampoco liberal y lo expresó en un banquete. En
Quito visitó al Dr. Manuel Polanco en el Panóptico y llamó a su lado a Roberto
Andrade y a Abelardo Moncayo, instándoles a que salieran de sus escondites.
Veintemilla ordenó que no se le pagaran sus sueldos de Coronel, pasó días de gran
estrechez y regresó a Guayaquil, pues su fortuna se había evaporado a causa de su
generosidad. En el puerto principal se dedicó a pequeños negocios con Panamá.
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En 1878 conspiró a favor de Vicente de Piedrahita, fue apresado y tras varias
gestiones del Cónsul de Colombia recobró su libertad, aunque muy enfermo de
reumatismo. Otra vez en Panamá, trabajó casi como peón en la imprenta de "La
Estrella" y en la sección correspondencia de ese periódico logró que se insertaran
noticias del Ecuador.
En 1880 pasó a Esmeraldas. El 20 de Octubre se proclamó Jefe Supremo y
como no encontró apoyo disolvió a su gente y se retiró al Norte. En 1881 publicó
"Las Catilinarias" de Montalvo en forma de folletos. En Julio del 82 volvió a
Esmeraldas con el objeto de sumarse al movimiento contra Veintemilla, luchó en
San Matheo primero y el 6 de Agosto atacó la población, fue rechazado y tuvo que
huir por la selva a los páramos y de allí a piales y a Barbacoas en Colombia, de
donde siguió a Panamá.
Poco después lo fue a visitar Luis Vargas Torres con dinero y le convenció a
regresar a Esmeraldas, decisión que tomaron el 9 de Enero de 1883 y donde le
proclamaron Encargado del Mando Supremo de esa provincia, organizando su
Gabinete de la siguiente manera: en el Interior y Relaciones Exteriores Manuel
Semblantes, en Hacienda Federico Proaño que no pudo llegar y fue sustituido por
el Dr. Camilo Octavio Andrade, en Guerra y Marina Víctor Proaño y cuando se
retiró lo reemplazó con Manuel Antonio Franco.
De inmediato mandó a ocupar Bahía. Las fuerzas del gobierno marcharon
hacia Rocafuerte para cercarlo pero se dispersaron y casi toda la provincia pasó a
su poder. El 17 de Marzo entró en Montecristi y fundó "La Gaceta Oficial". El 21
recibió una carta del General José Marta Sarasti ofreciéndole alianza, no pudo
esperarlo, pasó a Jipijapa y Daule, que ocupó sin resistencia, impidiendo el avance
de los vapores del gobierno. El 4 de Junio atacó Guayaquil por el manicomio, el 12
por el Estero Salado y en ambas ocasiones fue rechazado; Veintemilla le ofreció el
Mando Supremo si se le unía y Alfaro no aceptó porque hubiera equivalido a una
traición al Pentavirato formado en Quito.
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El 8 de Julio decidieron atacar conjuntamente a Guayaquil. Alfaro entró por
el Manicomio y los restauradores por El Salado; después del triunfo sus tropas se
dispersaron en diferentes casas particulares. Pedro Carbo fue designado Jefe
Supremo de Guayaquil, Alfaro partió en Septiembre a Manabí y en Octubre se
enteró que la Convención Nacional había designado presidente provisional al Dr.
Plácido Caamaño y regresó a Panamá desilusionado.
En 1884 organizó una expedición armada. Compró el buque "Alajuela" y
armas con un préstamo de la Casa comercial de Ramón Vallarino y con dinero de
Vargas Torres, y se hicieron a la mar. En Tumaco se enfrentaron al vapor
gobiernista "Nueve de Julio" con resultados indecisos, siguieron a Bahía y
desembarcaron, pasando por tierra a Portoviejo, pero fueron rechazados.
Nuevamente en Bahía, el 5 de Diciembre atacó al "Huacho" que se fue a
pique con doscientas bajas gobiernistas. Al día siguiente 6 de Diciembre fue
atacado por el vapor "Nueve de Julio”, que con su mayor velocidad y potencia no
pudo ser abordado. La situación se volvió desesperada y Alfaro decidió hundir el
"Alajuela" antes que cayera en poder del enemigo y se dispuso a morir con él, pero
sus compañeros lo salvaron en una pipa de manteca que arrojaron al mar y pudo
llegar a la costa. Su aventura se seguía con inusitada emoción y convirtióse en una
figura internacional.
Huyendo siempre por la selva perseguido por el ejército del gobierno, pudo
atravesar la frontera con Colombia y finalmente arribó a Panamá. Allí se
registraron varias tentativas para asesinarlo y como el gobierno de Caamaño hasta
intentó su extradición, viajó a Guatemala donde también quisieron matarlo y
escribió "La Campaña de 1884", que hizo circular en el Ecuador para desvirtuar las
ridículas acusaciones que hacía el gobierno en su contra. Todo ello en medio de la
vorágine revolucionaria de las guerrillas "Chapulas".
En Marzo del 86 y cansado de la inactividad, decidió residir en Lima con los
demás exiliados ecuatorianos y tomó habitaciones en el hotel Maury. En 1887
fracasó la invasión armada de Vargas Torres por el sur. En 1888 fue candidato a la
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Presidencia de la República por el Partido Radical, pero su situación económica en
Lima se había tornado tan crítica, que había días en que no tenía ni para comer por
eso regresó a Panamá.
En 1890 y merced a la ayuda de varios políticos liberales del continente
realizó una gira triunfal por Chile, Argentina y Brasil. En Venezuela lo recibieron
como un héroe y con honores, luego visitó a su esposa e hijos en Panamá tras
cuatro años de ausencia. En New York trabó amistad con ilustres notabilidades del
continente y otra vez en Panamá siguió rumbo a Costa Rica, visitó a su madre y
partió a El Salvador, contribuyendo a detener una guerra con Guatemala y
Honduras mediante un Congreso diplomático. Era el hombre del momento. Se
había convertido en una personalidad, su fama era legendaria.
En 1891 publicó el primer folleto sobre "La Deuda Gordiana" atacando al
presidente Antonio Flores. En 1892 lo expulsaron de Colombia por gestiones
diplomáticas de Flores, pasó a Alajuela y editó un segundo folleto sobre la citada
Deuda, sindicándole nuevamente de ser autor de numerosos negociados con los
tenedores de Bonos. Ese año apoyó la candidatura conservadora de Camilo Ponce
Ortiz para evitar que el continuismo político se enseñoreara en el Ecuador.
En 1893 suscribió con el expresidente venezolano Joaquín Crespo y el
colombiano Sergio Pérez un convenio para conseguir el triunfo del liberalismo en
el Ecuador, Colombia y Centroamérica. Al mismo tiempo recibió órdenes para
poder girar dineros contra el exterior. Otros viajes a Estados Unidos y México y
una invitación personal del presidente nicaragüense José Santos Zelaya lo llevaron
a vivir en León. Poco después el liberalismo triunfó en Honduras con el General
Anastasio Ortiz y Alfaro firmó el Pacto de Amapala con los representantes de
Colombia, Venezuela y Centroamérica.
Entonces comenzó la insurrección de los pueblos del Ecuador en protesta
por el negociado de la bandera y el 5 de Junio de 1895 Guayaquil proclamó su
Jefatura Suprema. El 18 arribó en el "Pentaur", e Ignacio Robles le impuso la banda
presidencial; designó su primer gabinete de la siguiente manera: Interior y
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Relaciones Exteriores Luis Felipe Carbo, Hacienda y Obras Públicas Lizardo
García, Guerra y Marina Cornelio E. Vernaza y para evitar cualquier
derramamiento de sangre envió una posta ofreciendo la paz a Sarasti y salió en
campaña.
Al General Vernaza mandó con el primer ejército por Babahoyo a Guaranda
y Alfaro tomó el mando del segundo que subió por Huigra. El 14 de Agosto se
produjo el encuentro armado en Gatazo y ante la retirada de las fuerzas
conservadoras y progresistas pudo entrar victorioso en Cajabamba. De allí pasó a
Riobamba donde cablegrafió a su esposa: "Señora: pongo a sus pies la espada
vencedora del ejército liberal en el Ecuador. Bendigamos a la Providencia.
Abracemos a nuestros hijos. Eloy Alfaro".
Una vez en Quito tuvo que dedicarse a consolidar el gobierno. Las guerrillas
conservadoras perturbaban el norte con sus continuas invasiones y para
contrarestarlas, el 7 de Septiembre ordenó que los gastos de la guerra se pagaran
con los bienes personales de los insurrectos. Empleó a las mujeres en el correo,
suprimió el impuesto del uno por mil que gravaba a los indios en favor de la
iglesia. El 12 de Noviembre llegó su familia a Guayaquil.
El 16 se reunió en México el Congreso Internacional solicitado por Alfaro
para la formación de un Derecho Público Americano.
Mientras tanto había comenzado a captarse la buena voluntad de las clases
populares de la sierra y se dedicó a visitar la Casa de los Huérfanos, el Hospital y
otros centros de salud y filantropía. En lo económico abolió el Impuesto de la
contribución subsidiaria y aumentó los aranceles de Aduana. En Diciembre recibió
en Guayaquil los restos del héroe Vargas Torres y gestionó ante la reina regente de
España "la adopción de medios decorosos que devuelvan la paz a España y Cuba".
En lo concerniente al asunto religioso anduvo con tino y mesura. El 31 de
Diciembre se dirigió a León XIII anunciándole su ascenso al poder. En Mayo de
1896 el Papa le contestó enviando su Bendición Apostólica.
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En Enero Alfaro había regresado a Quito tras permanecer tres meses en el
puerto principal y como los Hermanos Cristianos, casi todos franceses, no
permitieron que sus alumnos le rindieran honores como Presidente de la
República, el viernes 26 se produjo un miting popular y tuvieron que asilarse en la
Legión de Francia, saliendo muchos de ellos del país.
La situación político-religiosa seguía álgida por la reacción del clero
nacional y de los sacerdotes extranjeros. En Marzo fueron sacados a Colombia los
padres Capuchinos, acusados de conspiradores. El 24 de Mayo fue develada una
revolución en Cuenca y el 29 atacó Ricardo Cornejo en el punto de Cabras a una
guarnición ecuatoriana, pero fue derrotado y repasó la frontera con Colombia.
En Junio, Antonio Vega se levantó en armas en el Azuay y tomó por la
fuerza a Cuenca, la rebelión religiosa comenzó a extenderse por el austro y Alfaro
decidió dirigir la guerra, bajó a Guayaquil, siguió por la vía de Máchala y tras
rudos combates pudo el 22 de Agosto ocupar esa plaza, permaneció tres días,
visitó al Obispo Miguel León, fue padrino de un niño y ofreció una suma mensual
para la continuación de las obras de la Catedral, suspendidas por falta de fondos.
Nuevamente en Guayaquil le tocó presenciar el pavoroso incendio grande
del 5 y 6 de Octubre y asistió a la inauguración de las sesiones de la Convención
Nacional.
En Marzo de 1897 arribó Archer Harmann a Quito y en Junio se firmó el
contrato para la construcción del ferrocarril Guayaquil-Quito por diecisiete
millones de sucres.
Entre 1897 y 1900 numerosas invasiones armadas se registraron por la
frontera con Colombia pero el 31 de Marzo de ese último año, el Obispo de Ibarra,
Federico González Suárez, dirigió una Carta Pública a su Vicario Dr. Alejandro
Pasquel Monge, aconsejando la no intervención del clero en política.
La mañana del 25 de junio de 1908, el general Eloy Alfaro se preparaba para
una ceremonia muy importante. Después de tomar su bastón de empuñadura de
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plata, miró su reloj. Una multitud lo esperaba en Chimbacalle, pero todavía era
temprano.
Seguramente evocó entonces aquel día de 1895, luego del triunfo de la
revolución liberal, cuando anunció que emprendería la construcción de un
ferrocarril entre Guayaquil y Quito. Era un viejo proyecto de Gabriel García
Moreno que no se había hecho realidad por desidia de los gobiernos.
El mayor obstáculo era la escasez de recursos financieros. Los banqueros
europeos habían sido categóricos: no darían nuevos créditos a ningún gobierno del
Ecuador mientras no se solucionase el problema de la deuda externa, que el país
arrastraba desde la independencia.
Apareció entonces el gringo Archer Harniáh, un aventurero que tenía apoyo
de mister Fox, el representante de Estados Unidos Harman llegó con una fórmula
para conseguir el dinero que hacía falta: Ecuador podía comprar una parte de su
propia deuda, y reemplazar el resto con bonos del ferrocarril. Él en persona se
haría cargo de las negociaciones en Londres; cierto es que el país quedaría
nuevamente endeudado, y que habría que aumentar los impuestos. Pero el
ferrocarril se haría realidad.
Entusiasmado, Alfaro aceptó firmar un contrato lesivo con la Guayaquil and
Quito Railway Co.. la empresa de Harman, dando motivo para que sus enemigos
lo acusen de corrupción. Aunque la verdad fue que el norteamericano le había
ofrecido a Alfaro 3,5 millones de pesos en acciones, que el caudillo nunca aceptó.
En su lugar las traspasó al Estado ecuatoriano.
Después de varias negociaciones con el Congreso, para revisar los peores
términos del contrato, la obra finalmente arrancó el 10 de julio de 1899. Pronto se
supo que no sería una tarea fácil. La ascensión de los Andes demandaba un
esfuerzo enorme. Los derrumbes se repetían y centenares de trabajadores
murieron. Para suplir la escasez de mano de obra, hubo que contratar cuatro mil
trabajadores negros de Jamaica. Cuando la vía llegó a la Nariz del Diablo, fue
menester volar inmensas rocas, y no era raro que entre los escombros apareciese el
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cadáver de algún obrero. Varias veces hubo que cambiar el trazado por los
obstáculos que se hallaban en el terreno. Y todo esto, mientras los estertores de la
guerra civil continuaban en distintos lugares del país.
Pero por fin llegó él gran día. Cuando el tren arribó a su última estación en
Chimbacalle, en las afueras de Quito, una multitud lo recibió entusiasmada, dando
vivas a Alfaro. Bandas militares entonaron canciones patrióticas mientras su hija
América ponía el ultimo clavo, de oro. Hubo chicha, bailes y comida; y pocos se
acordaron de los enormes obstáculos que se habían vencido.
Posiblemente Alfaro pensó en ese momento que la unidad del país sí era
posible. El tren la haría realidad. Cuatro años después, el viejo general era
arrastrado hacia una hoguera. Pero su sueño, aunque todavía no se cumple
plenamente, nunca murió. De allí en adelante se estabilizó el gobierno liberal y
Alfaro terminó su período en paz en 1901, dejando por sucesor al General Leónidas
Plaza Gutiérrez, quien le pagó mal, pues a última hora no cumplió con sus
ofrecimientos de nombrarle Gobernador del Guayas.
Retirado a la vida privada y en situación modestísima, Alfaro fue un
ejemplo para sus conciudadanos. Se le veía diariamente con sus amigos, rodeado
por el pueblo que jamás había dejado de quererle y apoyarlo. Y como para las
elecciones de 1905 el presidente Plaza exhibió un candidato oficial, que fue Lizardo
García Sorroza, Alfaro se inhibió de competir. Electo García, desconfiando de
Alfaro, mandó a ponerle pesquisas en la puerta, pero en Octubre de 1905 fue
designado por el Congreso como miembro de la Comisión Codificadora de las
Leyes Militares, junto a los Generales José María Sarasti y Francisco Hipólito
Moncayo. Con tal motivo viajó a Quito, preparó el golpe militar con Emilio María
Terán, Nicanor Arellano, Flavio Alfaro y Manuel Benigno Cueva y regresó al
puerto principal.
La noche de! 31 de Diciembre salió subrepticiamente a la sierra y tras
numerosas peripecias derrotó a las fuerzas gobiernistas en Chasqui el 15 de Enero
de 1906, entró al día siguiente en Quito, asumió por segunda ocasión el poder y el
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9 de Octubre la Convención Nacional le designó Presidente interino de la
República. Mas este segundo período tampoco estuvo exento de peripecias.
En Abril de 1907 hubo una protesta de universitarios en Quito y en Junio
numerosos “plazistas” atacaron a bala el edificio de la gobernación del Guayas
donde se encontraba Alfaro, quien logró a duras penas sofocar el movimiento. En
1908 rompió con su Ministro Abelardo Moncayo y el ferrocarril arribó a la capital,
dando lugar a una serie de festejos que alegraron la nación. Al año siguiente se
celebró con gran pompa el Centenario de la Independencia, las obras públicas
nacionales cobraron auge, el nuevo siglo sirvió para incorporarnos al grupo de las
naciones civilizadas del continente, pues se gozaba de una relativa paz y armonía
basada en la libertad de cultos, la enseñanza laica, la libre circulación de libros y
escritos. En lo económico se estableció el Patrón Oro para favorecer al comercio
exterior, en lo religioso se hallaba suspendido el Concordato con la Santa Sede y en
lo cultural numerosos ecuatorianos gozaban de becas y se protegía a los artistas,
músicos e intelectuales.
Pero, como nada es perfecto en esta vida, la arteriosclerosis comenzó a
minar la salud del caudillo liberal y en eso advino en 1910 el problema con el Perú.
Alfaro ordenó la movilización general a la frontera; el país le obedeció como un
solo hombre y se superó la crisis armada. Fue su momento de mayor popularidad,
en 1911 tuvo que escoger sucesor presidencial, que lo fue en esta ocasión el viejo
Chapulo Emilio Estrada Carmona, sin embargo, no faltaron los chismes de partes
interesadas que enturviaron las buenas relaciones entre ambos.
Alfaro terminó alejándose de Estrada, quien de todas maneras ganó las
elecciones y viendo que Alfaro planeaba una nueva dictadura con el apoyo de su
hijo Olmedo, dio el golpe el 11 de Agosto. Alfaro fue tomado preso en el Palacio
pero protegido por el Cuerpo Diplomático pudo salir a la legación de Chile, donde
permaneció treinta y cinco días asilado, hasta que le permitieron viajar a
Guayaquil y tomar un vapor rumbo a Panamá.
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Tres meses después falleció el Presidente Estrada y asumió al Poder Carlos
Freile Zaldumbide. En Guayaquil el General Pedro J. Montero desconoció a las
nuevas autoridades y pidió el regreso de Alfaro, quien embarcó el 30 de Diciembre
en Balboa y arribó el 4 de Enero de 1912 a Guayaquil, donde fue proclamado por el
pueblo, aunque el verdadero líder del movimiento era su sobrino Flavio.
Entonces se apeló a las armas. En Quito pedían la cabeza de Alfaro y el
gabinete constitucional de Freile Zaldumbide designó a los generales Plaza y Julio
Andrade directores de la Guerra. En la costa Flavio Alfaro tomó el mando de las
fuerzas radicales que, enfrentadas a las serranas en Huigra, Naranjito y Yaguachi,
sufrieron aplastantes derrotas.
Alfaro estaba viejo, casi decrépito y no atinaba a encontrar soluciones, aún
más, no atinaba a salir de Guayaquil cuando la situación se tornó perdida.
Las fuerzas combinadas de Plaza y Andrade, luego de firmar un Convenio
en Durán por el que juraron respetar las vidas de los comprometidos, entraron en
Guayaquil y de inmediato Plaza ordenó la captura de Alfaro y sus tenientes,
quienes fueron localizados en la calle Chimborazo No. 619. Felizmente el General
Julio Andrade evitó el bochorno de ser llevados a pie a un cuartel y les hizo
conducir al edificio de la Gobernación, donde impidió que los ultimaran.
Al día siguiente Plaza lo visitó y lloró con él, pero el 26 fueron sacados sin
miramientos a Duran para que tomaran el ferrocarril, pues había llegado la orden
de Quito, de que se les condujera detenidos al Panóptico. El viaje se realizó sin
contratiempos, Alfaro fue llevado de los brazos, pues su estado de debilidad era
general.
A las doce del día una poblada compuesta por mujeres de mal vivir,
cocheros comandados por José Ceballos y en general, por la gente pobre de los
barrios, ingresó sin ningún contratiempo al interior del penal y en complicidad con
los guardianes subieron hasta el pabellón asignado a los presos políticos, donde
Ceballos ultimó a Alfaro, en el interior de la celda, a palos y un tiro de fusil que le
entró por el ojo derecho. Posteriormente masacraron a sus acompañantes en las
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otras celdas, uno por uno tranquilamente y en desenfrenada orgía de sangre. Los
cadáveres fueron amarrados con cuerdas y arrastrados por las calles hasta El Ejido,
donde llegaron en hilachas. Allí les prendieron fuego y hubo algazara y baile
general. Tan dantesca escena motivaría años después al novelista Alfredo Pareja
Diez-Canseco a titular su célebre biografía de Alfaro con el hombre de "La
Hoguera bárbara". Murió el caudillo de casi 70 años, pero representaba mucho
más.
América entera repudió el crimen y la conciencia política del continente
señaló a Leonidas Plaza como el autor intelectual de la masacre, junto al Encargado
del Poder Ejecutivo Carlos Freile Zaldumbide y su equipo de Ministros.
Posteriormente un Tribunal Civil señaló la responsabilidad administrativa de estos
últimos, sin mencionar el papel protagónico de Plaza.
El Lunes 29, a las cinco y media de la tarde, fue sepultado en el cementerio
de San Diego. En su matrimonio con Ana Paredes Arosemena tuvo nueve hijos, de
ellos vivieron Olmedo, Colón Eloy, Colombia, Esmeralda y América. Fue bueno y
generoso, por eso se ha escrito que tenía corazón de madre.
Su estatura pequeña, contextura gruesa, piel blanca, pelo cortado casi a rape,
encanecido prematuramente, ojos pequeños, indígenas, vivaces y con la llama de la
fortaleza inextinguible del luchador nato, del líder carismático y del hombre que
todo lo sacrificó por conseguir el bien de sus semejantes. En vida fue caudillo.
Viejo Luchador le decían, en muerte personificó un ideal.
Su bondad y generosidad eran proverbiales. Ayudó a amigos y
compatriotas dentro y fuera del país. Tuvo talento comercial y varías veces hizo
fortuna pero la gastó en aras del ideal liberal radical masónico. Hijo devoto,
hermano servicial, esposo amantísimo, político honesto y sacrificado. En guerra
valiente, sufrido y leal compañero, en la paz ciudadano trabajador y patriota. El
país le debe el Ferrocarril y numerosísimas obras públicas, pero por sobre todo la
libertad de conciencia que luego les permitió a los ecuatorianos vivir y trabajar
libres. Como muestra de su temple y carácter, de la solidez de su voluntad, cabe
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reproducir un hermoso párrafo escrito por Alfaro a sus hermanos en Diciembre de
1861: "No hay que abatirse por nada, aunque el mundo se venga abajo: el hombre
debe permanecer impasible y superior a su propia desgracia. Desgraciado el que
no tiene armas para sufrir. Los débiles jamás son felices. Sin las amargas pruebas
del infortunio, no hay virtud, genio ni gloria''.
Alfaro representa para el Ecuador la más alta cifra de la democracia y su
nombre es símbolo de dignidad y patriotismo, por eso los grupos políticos surgidos
en los últimos años, como "Alfaro Vive Carajo'', han crecido a la sombra de su
ejemplo y memoria.
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Eloy Alfaro Delgado y familia
Colección de fotografías de la familia Ávila Alfaro
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Los vencedores recogen el triunfo
de lo que han sembrado,
los mártires con su sacrificio.
Eloy Alfaro
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Alfredo Pareja Diezcanseco7
LA HOGUERA BARBARA (extracto)
7 Novelista, ensayista, periodista, historiador y diplomático ecuatoriano.
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Éxodo
“Panamá, octubre 9 de 1911. – Hijita Esmeralda, recordada de mi alma: El
día tan grande como el aniversario de Guayaquil, me complace escribirte; tiempo
doblemente bien empleado... Todavía me parece un sueño lo que ha venido
pasando desde el 11 de agosto. Ha sido providencial que haya salvado del
asesinato, que era la base principal de ese trastorno criminal en todo sentido. En
cuanto a tu mamacita, se manejó como un general en jefe renombrado. Ella estaba
sólita en casa, acompañada de América, que también se comportó como un buen
edecán veterano... El fuego en las calles era un tiroteo nutridísimo... Bajo esa
atmósfera, daba órdenes doña Anita... Tres días con sus noches duró el fuego de
fusilería de parte de los revoltosos... Voy terminando esta carta y todavía no he
hablado de esa nietecita ángel, que Dios me ha dado...”
¿Adónde se cobijaron los sueños? ¿Qué fue de tanta gloria celosa? Echado
del poder, echado de la tierra, Viejo estorbador de ajenas ambiciones, ya no tienes
nada que hacer aquí, decían entre dientes. Tirano, corrompido, traidor, eran
palabras que deletreaba la generación recién nacida. La República se envenenaba.
Bien que lo vio, bien que la afrenta se le clavó en mitad del corazón. Al destierro, al
querido Panamá de los recuerdos mozos... Allí estaba ahora, absorto, la mano
pálida en la perilla blanca, asiéndola como un retazo de sueños... Un rumor de
voces cautas llegaba por el balcón. Lejos, el mar, la bahía dulce y verde, el pregón
de los diarios. Pero él se fue olvidando de las cosas vecinas. Estaba amaneciendo y
renegó del día. Guayaquil... El viento barría las calles cuando rozó la tierra con sus
pies livianos. Sus ojos se lanzaron por los cuatro lados de la duda... Inválidos de las
guerras por la libertad, combatientes de los primeros días de la alfarada, sastres y
zapateros con despachos de comandantes, pueblo triste y atónito le despedían. La
derrota no era sólo de él: hombres descalzos, mujeres de sonrisa amarilla, niños
que amaron su nombre como el del Padre Nuestro cotidiano, esperanza de una
tierra malograda por la historia, todos eran vencidos. Tuvo un estremecimiento. El
general Montero le miraba, la pregunta en los ojos. Entonces, don Eloy le tomó la
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mano y con el entrecejo duro, cuajado de tristeza viril, le advirtió:
–Permanecerás en Guayaquil de guardián del Partido Liberal, Pedro. Es tu
obligación: cumple con ella.
Nada respondió Montero porque sintió la voz apedazada. Le dejó partir, y
ya no pudo ser más; quedó solo, partija desvanecida, cuento sin palabras. No lo
supo tan pronto. Fue después cuando quiso levantarse sin don Eloy que se halló
destruido y sin cabeza; corazón desorientado, nada más.
Panamá no estaba tan cálido aquel día, o acaso él no sintiera el calor porque
estaba viajando por las horas increíbles de su caída. Perdonaba a Montero. Claro, si
el ministro de lo Interior de Freile Zaldumbide, un Octavio Días –hechura mía
también, se dijo– había advertido al general Páez que si no rendía sus fuerzas, la
vida del general Alfaro no podía garantizarse. Páez debió contárselo a Montero...
Empero, la muerte se le acercó, y los acuerdos con el cuerpo diplomático no se
respetaron inmediatamente. No le dieron el pasaporte en los primeros días.
Agitadores venales hirieron sus oídos con la voz de sangre. Estaba asilado, bajo la
bandera chilena, sin rabia, sin odio, un poco asombrado, receptor como era de la
palabra misteriosa del pueblo. ¡No era el pueblo! Eran locos que venían a darle
muerte y que llegaban ya al jardín y empujaban las puertas y lanzaban piedras.
Gritos roncos, ojos saltados de furia, alcohol, el olor insoportable del alcohol y las
cebollas, allí cerca del balcón desde donde fijaba las miradas dulces, pegado al
vidrio semioculto por el cortinaje de seda. ¡No era el pueblo! Locos, borrachos,
soldados disfrazados, soldados con uniforme. ¡Si le dieran un caballo y unos
cuantos hombres de su guardia! ¡Buena letra, muchachos! Pero recibir la muerte
así... Empezó a pasearse, las manos a la espalda. ¿Y doña Anita? ¿Y los hijos? Una
mancha de sangre le subió a los ojos; lo esperaba todo, cuando los locos empezaron
a retirarse porque el Ministro de Chile y sus empleados defendían las puertas...
Creo que me van a dejar vivir todavía, se repitió. Y luego, pudo preparar su
equipaje para el puerto y el destierro.
En Manabí, Carlos Alfaro, hijo de Medardo, encabezó la revuelta a nombre
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de la legitimidad, pero fracasó. Senadores y diputados suplentes completaron el
número de los que no quisieron regresar a la legislatura –habían estado
comprometidos con Flavio– y el orden constitucional prosiguió. El 1 de
septiembre, Emilio Estrada tomó posesión de su cargo.
El 21 de diciembre murió súbitamente en Guayaquil. He aquí que el
presagio se cumplía. La provincia de Esmeraldas se sublevó por Flavio Alfaro, que
desde Panamá conspiraba, ocultándose de don Eloy, y creía poder arreglarse con
Plaza. Un día, Flavio embarcó para Esmeraldas. “En todos los planes
revolucionarios... siempre tuvo el cuidado de obrar sin dejarle conocer el mínimo
detalle a su tío, el general Eloy, a quien consideraba el peor enemigo para sus
aspiraciones... “Mi tío, me decía (a su secretario), no quiere convencerse de su
desprestigio y pretende pesar todavía en la balanza política cuando ya el país sabe
que no le puede dar nada porque su edad y su salud no le ayudan... A la sombra
de su gobierno el árbol del odio ha esparcido sus ramas y ellas han llegado a
molestar a los miembros de la misma familia. Mi tío no debería moverse de
Panamá... El general Plaza es mi compadre, cultivé con él... muy buenas relaciones
y en su administración, que fue la mejor del liberalismo, fui su ministro de
Guerra... Creo que no me sería difícil un acercamiento con él y entonces sí le
aseguro a usted que el Partido... se hará poderoso en el Ecuador... Al día siguiente
de nuestro arribo a Esmeraldas, el coronel Otoya presentó sus cuentas... El 30 de
diciembre en la mañana se recibió noticia de Guayaquil de haber desconocido el
gobierno del doctor Freile Zaldumbide y de haberse proclamado como Jefe
Supremo al general Pedro J, Montero... Fue aquí cuando nació el gran peligro para
la revolución con motivo de quedar proclamados dos Generales como Jefes
Supremos” (1).
En Guayaquil, Flavio contaba con partidarios de valer. Habían acosado a
Montero para que lo secundase. La candidatura presidencial de Leonidas Plaza
quiso imponerse desde el gobierno; Montero rehusó. Fueron seis días de trajines
políticos. Montero, Jefe de la Zona Militar del Guayas, aun pareció acceder en
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favor de Flavio, pero los consejeros le cantaron músicas en los oídos y, perplejo, el
28 de diciembre de 1911 habíase proclamado.
Aquella noche, montado en brioso caballo, corrió Montero por las calles,
obligando a cerrar teatros y cantinas, sableando grupos de curiosos.
–¡Cierra puertas! –gritaron por todos los barrios. Y la juventud dorada
repitió con rabia:
–¡El cholo Montero se proclamó! Este es el alfarismo... Y empezaron a huir
de la ciudad, para sumarse el ejército que el gobierno de Quito enviaría a combatir.
***
Don Eloy quería paz. No la pudo alcanzar. Primero le hirió la nueva de la
trágica muerte de Archer Hacinan en Nueva York, de una caída de caballo. Mató
los días escribiendo la Historia del ferrocarril o cartas a los amigos y a las hijas, a
su secretario Barrerita, a los partidos que le insinuaban otras revoluciones ya
candorosas. Y, de súbito, la noticia telegráfica, cuando aún estaba repasando el
recuerdo de su caída, y que leyó por tres veces: “Siguiendo su consejo de no dejar
claudicar al Partido Liberal Radical, he aceptado que el pueblo me nombre Jefe
Supremo, pero siempre bajo las órdenes de usted, y espero venga en primer vapor
para entregarle el ejército”. Firmaba Montero. ¿Montero? ¡Qué podía hacer solo!
Un día mas tarde, nuevo mensaje: “Urge presencia suya aquí. Si es preciso, vapor
expreso”. (2).
¿Es posible que Montero haya hecho eso?, se dijo tantas veces. Pocos días
atrás le había escrito, por intermedio del capitán Colón Eloy, prohibiéndole la
revuelta. Montero habíase reído, y luego dicho:
–Don Eloy está lejos... No esa bobo; te ascenderé a mayor.
De nada valieron protestas de Colón Eloy y su hermana Colombia.
Montero reía y guiñaba los ojos.
Y ahora, tenía la noticia. Por lo pronto, a consultar a los amigos, pero ya en
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el alma luchadora le estaba ganando la decisión.
“Deseo vida privada –decía a su hijo Colón Eloy y a sus dos yernos, Emilio
Clemente Huerta y Jerónimo Avilés Aguirre–, pero deber mío atender voluntad
pueblos, prefiriendo ser mediador pacificador”. (3).
Y así vino a Guayaquil, donde lanzó un manifiesto a la Nación y se dirigió a
los gobiernos de Quito, al del Flavio y al de Montero. Nada mejor para el país que
terminar con el militarismo. Un candidato civil, como ya lo había querido en 1901 y
1911, era la fórmula política adecuada. ¡La paz! Clamaba por ella con todas las
fuerzas de su destino contradictorio... “Hoy más que nunca deben posponerse las
aspiraciones personales ante la necesidad de unificar la acción patriótica de
cimentar la paz de la República... para contener la anarquía, cuyas funestas
consecuencias a nadie se le ocultan. Para evitar tan grave mal, prefería abandonar
el suelo patrio, antes que ocupar nuevamente la Presidencia como pude hacerlo sin
ningún esfuerzo, a raíz de los sucesos de agosto del año pasado (cuando menos,
evitó entonces la guerra civil, al ordenar al general Ulpiano Páez rendir las
armas),... La familia ecuatoriana se encuentra en plena discordia y a punto de
entrar en una guerra fratricida, cruenta y dolorosa. En tales circunstancias, no he
trepidado en abandonar mi retiro para mediar amistosamente con el objeto de que
se llegue a buen acuerdo entre las secciones de la República que se encuentran
regidas por gobiernos diferentes. El patriotismo me impone misión de paz, y, si
como lo espero, me secunda la mayoría de los ecuatorianos... será ello lo que
constituya la más grande satisfacción de mi vida... Reclamo, pues, el concurso de
todos mis compatriotas para la obra que me propongo realizar, haciendo completa
abstracción de mi personalidad y sin otra mira que la de ver a mi patria feliz al
amparo de una sólida paz interna basada en el imperio de las instituciones
liberales vigentes. Procedamos con la cordura que las circunstancias reclaman y no
sólo daremos una prueba de civilización, sino que escribiremos una bella página en
la historia ecuatoriana”. (4). Viejo patriarcal, visionario, quería que se olvidaran del
caudillismo de hombres de espada, del que tenía, en buena porción, la
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responsabilidad. A Olmedo, que permanecía en Panamá, le escribía: “Se hizo todo
con reserva, pero se traslució que recomendábamos un candidato civil, lo cual me
ocasionó disgustos muy graves... Montero se comporta con lealtad conmigo en
todo lo que está a su alcance comprender... La exigencia de Quito para que
Montero adoptara la candidatura oficial de Placita fue lo que produjo el
movimiento del día 28... Se cree generalmente que el gobierno seccional de Quito
aceptará mi mediación; y en caso contrario, me parece que debo reembarcarme
para Panamá... He palpado que si hubiera propalado que quería volver al poder,
casi todos me habrían rodeado y apoyado. Pero he manifestado con sinceridad que
no quiero más volver a regir los destinos del país, y todos aquéllos que necesitan
de empleos para vivir se me han enfriado y retirado... Atravesamos una situación
parecida a la del año 60, cuando surgió el partido conservador con García Moreno
a la cabeza...” (5).
Eran palabras tristes las que decía, evocando la historia, profeta de la
dolencia de la patria. Más no le creyeron. Creció el odio contra el alfarismo, no
contra la alfarada: contra Montero y los que cometieron los desacatos
desgraciadamente usuales en nuestros países. Aún tenían esperanzas, empero, en
Freile Zaldumbide, que, muerto Estrada, habíase vuelto a encargar del Poder como
Vicepresidente de la República. Una vez más, el anciano, antes que por la edad,
por las penas, trajines de su heroica lucha, y su enfermedad arterial, fue engañado.
¿Iba Freile Zaldumbide a entender palabras tan dignas como las que le dirigiera,
como lo hiciera con Montero y Flavio Alfaro?:
“... Para el mejor éxito de mi pacificadora misión es indispensable disipar
hasta la sombra de la sospecha de una ambición personal de mi parte, y, con tal
motivo, insinúo la conveniencia de fijarse en un candidato civil para el ejercicio del
poder. Punto es éste sobre el que llamó la atención de usted, confiado en que sabrá
estimarlo como la segura prenda de que no me guía otra aspiración que la de la
paz general y la de la buena armonía de cuantos componen el gran partido liberal
radical. Conozco el patriotismo de usted, y no dudo que sin vacilación alguna se
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prestará a coadyuvar a la consecución de la paz sin derramamiento de sangre, con
lo cual habrá usted alcanzado un nuevo timbre honroso y la gratitud de los
ecuatorianos...”. (6).
¡Ah, pero la prensa al servicio de la beatería derrotada pedía sangre y
escarmiento! Y por su parte, Flavio Alfaro, indignado por la tesis civilista de don
Eloy, quiso cierto día, con sus partidarios, “amarrar al Viejo Luchador...; y ya
tenían todo listo para reembarcarlo a Panamá como enemigo de la clase militar.
Asegurase que Flavio llegó a conspirar contra Montero, y éste contra aquél; y que,
cada uno por su lado, tentó avenimientos con Julio Andrade, Jefe de Estado Mayor
del Ejército...“. (7).
Y salieron las tropas de Quito, como su General en Jefe, Leonidas Plaza y
como Jefe de Estado Mayor, Julio Andrade.
Después de la jornada de Yalancay, donde Andrade ganó la primera batalla,
las tropas de Quito vencieron y entraron a Huigra el 11 de enero. El coronel
Belisario Torres, Jefe de las fuerzas montero-flavistas, fue hecho prisionero y
llevado a Quito.
En las puertas del panóptico, lo abalearon por la espalda.
– ¡Cobardes! ¡Así no se mata a un prisionero indefenso y amarrado! –
exclamó.
¿Al Hospital? No. Antes quisieron obligarlo a firmar una declaración
culpando al pueblo, a un disparo anónimo, de su muerte. Con sus últimas fuerzas,
se negó a la infamia. Agonizaba ya cuando llegó al Hospital Militar, acompañado
de su soldado Perdomo, también herido de muerte.
El 14 de enero. Plaza tomó Naranjito, y avanzó al Milagro, desde donde
telegrafío al general Andrade, que hallábase en Huigra: “En vez de Venecia, debe
quedar al segundo convoy en San Miguel. El primer convoy pasará hasta el
Ingenio “Matilde”, en donde acampará usted, quedando a diez minutos del
Ingenio “Valdez”, en que estoy yo. Usted vendrá hasta este cuartel general, donde
le daré un abrazo y discutiremos su plan, que tiene que ser bueno y que, desde
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luego, lo aceptaré y tomaré mi parte en desarrollarlo. Véngase usted, mi querido
General, a mandar estas tropas y vencer con ellas, que yo no sirvo para estas cosas.
La sangre de Huigra y Naranjito me tiene anonadado”. (8).
El 18 de enero sobrevino el desastre de Yaguachi. El general Andrade hubo
de ametrallar a sus propios soldados cuando no quisieron avanzar por la línea del
ferrocarril, pues los heridos se ahogaban en la creciente del invierno. Fue una
cruenta batalla, de la que no había memoria en algunos años de guerras civiles.
Flavio Alfaro, aunque sin pericia estratégica, se batió valientemente, desmontado
por la muerte de su caballo, hasta que le hirieron en una pierna y cayó disparando
su pistola. Entonces, el coronel Carlos Concha, lo tomó en brazos, ayudado por
otros camaradas y le hizo descender hacia el río, donde en una canoa fue
conducido a Guayaquil.
Don Eloy no quiso que siguiera la contienda. Poseía barcos de guerra, y la
toma de Guayaquil, con un ejército que venía combatiendo sin descanso, era
empresa harto difícil. Así lo diría el general Julio Andrade al Gobierno, cuando
hubo de defender el compromiso de la capitulación... “es evidente de toda
evidencia que, sin el compromiso, los Generales no entregaban la plaza, no
disolvían su ejército... y nos veíamos nosotros en las condiciones más desventajosas
que imaginarse puedan para continuar la campaña y obrar sobre Guayaquil con
acción inmediata. A ningún ejército del mundo se le podía exigir más de lo que el
nuestro había dado. Tres combates en una semana, y, después de Yaguachi, la
postración fue evidente... habría sido indispensable perder el terreno ganado,
retrogradar a Alausí y Riobamba para establecer nuestros cuarteles de invierno...”.
(9).
Y bien, producido el desastre de Yaguachi, Alfaro aceptó, en reemplazo de
Flavio, el nombramiento de Director General de la Guerra hecho por Montero, más
no para batallar, sino para negociar. “Verdaderamente, en esos momentos su
figura cobra grandeza singular... Ni pensó en fugar, como pudo hacerlo, pues le
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sobraban medios y ni siquiera le ataban responsabilidades, ya que no había
autorizado ni aprobado la rebelión”. (10).
Convenció a Montero que había que negociar, única respuesta posible a las
intimidaciones de rendición que Plaza hiciera. Protestó entonces Flavio en una
carta a Montero, por la intervención de don Eloy en asuntos políticos, pues habían
ambos convenido en que el viejo estuviese alejado de ellos. Según Flavio, el
acuerdo con Montero estaba roto. Don Eloy se encogió de hombros. La paz era su
decisión. Veníala buscando para sí sin poder hallarla; acaso ahora, si la Patria la
alcanzaba, también le llegaría a él. Logró así la mediación del cuerpo consular, y
una comisión compuesta de varias personas de prestigio y de los cónsules de
Inglaterra y los Estados Unidos marchó a Duran para encontrar a Plaza, el 20 de
enero. Avisado el Gobierno por su General en Jefe de que había ofrecido la paz, a
cambio de la entrega de Guayaquil y el compromiso de que los “cabecillas” se
ausentasen del país por un tiempo prudencial, Freile Zaldumbide respondió:
“Acordamos (él y sus ministros)... que proceda a la inmediata ocupación de
Guayaquil por medio de las armas, si fuere necesario, pues sería una vergüenza
para ustedes y el Gobierno conceder garantías a los traidores que han
ensangrentado la República...”. (11).
El odio y la ambición se extendían por el país manchándolo todo, mientras
naufragaban los principios y la condición humana descendía a sus más primitivos
estadios. El 10 de enero de 1912, en Quito, el diario oficial, “La Constitución”,
decía: “Ayer lo decíamos y hoy reiteramos nuestra aseveración categórica: Es
imposible la vuelta del alfarismo en el Ecuador. Y si él viene, será para que el
pueblo de Quito haga con esa gente lo que el pueblo de Lima hizo con los
Gutiérrez (asesinados, arrastrados y colgados de faroles, en Lima, en 1872)”. El
ministro de Gobierno, Octavio Díaz, había dicho terribles palabras, reproducidas
en “El Tiempo” de Guayaquil, el 8 de ese fatídico enero: “Los Alfaros son
imposibles; si ellos intentan regresar, los liberales, radicales y conservadores nos
uniríamos con el gran pueblo para rechazarlos o para incinerarlos si cayeran
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prisioneros”. El diario La Prensa de Quito, en editorial del 11, titulado La Víbora
en Casa, calumniaba de manera repugnante al viejo Alfaro y agregaba: “... con aire
de Soberano del Congo viene a pacificar sus dominios, y dirige circulares y da
órdenes hasta al Gobierno de Quito, olvidando el imbécil que no impunemente se
ultraja la moral... ¡Esta es la víbora que tenemos entre nosotros, oh ecuatorianos, y
a esta víbora es preciso triturarla!” Y en otro editorial, también del 11, publicado en
“El Comercio”, también de Quito: “...Será (la llegada a Guayaquil de Alfaro)... un
poderoso estímulo para acabar, de una vez para siempre, con todos estos
elementos nocivos para la República. Tal vez la justicia haya unido a Montero con
Alfaro para ejercer sobre ellos sus inexorables reivindicaciones”. (12).
Plaza respondía el 22 a Freile Zaldumbide: “En cuanto que sea vergonzoso
obtener la entrada a Guayaquil por capitulación, acepto esa vergüenza y desde
ahora les aseguro que esta página será la mejor que legue a mis hijos. Exento de
ambiciones y hombre sin pretensión, ni vanidades, prefiero los modestos triunfos
pacíficos a los ruidosos y sangrientos. Mi espíritu está enfermo. La sangre
derramada en Huigra, Naranjito y Yaguachi es sangre de nuestros hermanos y no
puedo ser impasible ante semejante calamidad. Todavía tenemos 400 cadáveres
insepultos en Yaguachi. ¿Se quiere más sangre? Que venga otro a derramarla”.
(13).
Suscrito el acuerdo, desde el 21 de enero, las fuerzas del gobierno
desembarcaron el 22 en Guayaquil. Y ocurrió que un contingente del batallón
esmeraldeño “Vargas Torres”, que fueran tropas de Flavio Alfaro, negose a
entregar sus armas y luchó hasta que no tuvo cartuchos. ¿Estaba Flavio tan
desconcertado que sólo pensaba en la guerra? Los muertos que quedaron en las
calles de Guayaquil irritaron al ejército vencedor, que esperaba entrar sin disparar
un tiro. Y en este incidente se encontró el pretexto para afirmar que los rebeldes no
habían cumplido con la entrega de las armas, estipulada en la capitulación.
Olmedo había permanecido en Panamá por haberlo así dispuesto su padre.
Otros miembros de la familia del General se hallaban a bordo del “Chile”, listo a
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zarpar en cuanto se viera acercar la lancha con don Eloy, según instrucciones
enviados por éste con su hijo Colón Eloy. No quería marchar hasta que las
condiciones de la capitulación fueran cumplidas. Le acompañaba su hijo político,
Jerónimo Avilés Aguirre. Como le hicieran objeciones, repuso tranquilamente:
–No, no Placita tiene que cumplir con su palabra. Están de por medio los
cónsules. Después me embarcaré...
Los soldados vencedores andaban por las calles proclamando el exterminio.
Era una gran pena que no les hubiera sido autorizado el saqueo de la ciudad, como
lo hicieron en Yaguachi. Y el viejo Alfaro... Tendrían que arrancarle la barba... Le
buscaban, olfateando su rastro. En una casa amiga, don Eloy halló refugio. Era un
cuarto pequeño, pobre, una hamaca, tablas carcomidas en el piso, tres sillas y en
las paredes algunos retratos. Esperaría la oportunidad para embarcarse, cuando los
ánimos se hubieran apaciguado. Con esa pausa que siempre tuvo y que ahora
acentuaba la edad, se quitó la americana y se echó en la hamaca, vistiendo su
chaleco blanco y el pantalón de fuerte tela ordinaria. Los zapatos ñatos y gruesos
apenas si alcanzaban el piso, mientras se mecía despacio. Cerca de él, Jerónimo
Avilés estaba callado. Alfaro tampoco quería hablar.
Llamaron de repente. Una escolta. Don Eloy les recibió de pie y les habló.
Los aprehensores dijeron que el general Plaza les enviaba y que su vida estaba
protegida. ¿Y Montero? Montero tenía un salvoconducto de Plaza. Entonces se
presentó.
–Quiero correr la misma suerte de mi caudillo. Lo había escuchado todo
desde una habitación vecina.
***
Una delgada pared los separaba de la sala donde se juzgaba a Montero.
Escuchaba en silencio. Ahora hablaban los testigos: oficiales, aquel mismo
ayudante de Plaza que le prendió, aquel otro que vino en el ejército... Don Eloy
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movía la cabeza y se pasaba la mano por la perilla. Montero respondía a las
preguntas con voz tranquila: casado, cincuenta años de edad, general de la
República.
Junto a don Eloy, su hermano Medardo, enfermo, un poco paralítico.
Acababa de llegar en un buque, ignorante de las derrotas. Fue desembarcado y
hecho prisionero. Olmedo había avisado a don Eloy que Medardo viajaba y que era
necesario doblar los efectivos militares. Ninguno de ellos pensó que el desastre le
sorprendía. Más allá de Medardo, el general Manuel Serrano, se paseaba por la
habitación; nada había tenido que ver con el alzamiento. Flavio Alfaro, herido,
también fue apresado, a pesar de que mostraba el inútil papelito del salvoconducto
en su mano derecha. El general Ulpiano Páez, que había sido designado Jefe del
Estado Mayor del ejército de Montero, miraba a don Eloy y le seguía la dirección
de los ojos. Luciano Coral, el periodista que desde “El Tiempo” fustigara al
régimen también les acompañaba. Jerónimo Avilés ya no estaba; obligado a
separarse, le condujeron al barco donde se hallaba la familia.
Todos miraban al viejo luchador vencido, esperando algo de él y algo que
sabían imposible. Pero tenían que asirse de la esperanza frágil.
¿Qué había ocurrido? El general Plaza lo explica así:
“Desde el... 21 de enero yo venía demandando del Supremo Gobierno su
alta autorización para cumplir la Capitulación que había firmado ese mismo día y
para permitir, en virtud de ella, que los cabecillas... pudieran salir del país. El
Gobierno me había negado esa autorización, negativa que me confirmó, perentoria
y terminantemente, el señor general ministro de Guerra (Juan Francisco Navarro,
en Guayaquil desde el 24 de enero), quien, a poco de llegar... me ordenó el
enjuiciamiento de esos cabecillas. Obediente a las resoluciones de la superioridad,
yo expedí la orden... de enjuiciamiento del general Pedro J. Montero, único de los
prisioneros que estaba sujeto a la jurisdicción militar. El día 25 de enero, a las 7
a.m. fue reducido a prisión el general don Manuel Serrano. ¿De quién emanó esta
orden de prisión? De nadie. Soldados y paisanos armados... acudieron a su casa lo
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aprehendiere, conduciéndolo enérgicamente al edificio de la Gobernación, donde
ya se encontraban los otros prisioneros... Os lo repito... no impartí yo la orden de
prisión...; pero si la hubiese impartido, tranquilamente os lo declarara, porque esa
prisión era lo menos que se podía hacer con un General llamado a servicio activo
de las armas por el titulado Jefe Supremo general Montero, según constaba en los
boletines y periódicos que circulaban en Guayaquil... Era el medio día del 25.
Estaba yo presente en la sala que servía de prisión... Hora de almuerzo;
conversábamos. En cierto momento, el señor general Serrano, dirigiéndose a don
Eloy Alfaro, le suplicó... que declarase ante mí cómo era cierto que él... no había
tomado parte alguna en la revolución... Eran las cinco de la tarde, más o menos... El
pueblo de Guayaquil y la tropa del Ejército Constitucional pasaban por una terrible
crisis de indignación incontenible a causa de la explosión que había ocurrido en el
cuartel de artillería. Se culpaba a los rebeldes y se pedía inmediata y enérgica
sanción. Las masas populares asediaban el edificio de la Gobernación. La consigna
era reclamar la cabeza de los Generales Montero y Alfaro. Aquello era una
tempestad horrible de gritos, imprecaciones y denuestos. La muchedumbre
pugnaba por invadir el edificio. Y allí yo, jugando mi vida, mi nombre y mi fortuna
política, contuve las masas, defendí los prisioneros, y me coloqué resueltamente en
la puerta de entrada... mientras se ultimaban los preparativos para iniciar el
Consejo de Guerra que debía juzgar al general Montero, única perspectiva que
había logrado calmar momentáneamente las iras populares...”. (14).
Los gritos de los soldados ebrios llegaban a estrellarse contra las paredes de
madera. Volvían ellos a mirarse. Todo venía ocurriendo como un vértigo, pero
preciso. Ya no se discutía la libertad de los prisioneros, a pesar de las formales
protestas de los cónsules, que afirmaban que el tiroteo habido al desembarcar las
tropas del gobierno era completamente extraño a la voluntad de Alfaro y de
Montero. ¿Adónde juzgar a los prisioneros? Era lo único que debatía.
Plaza había telegrafiado diciendo que si se quería más sangre, viniera otro a
derramarla. Vino a eso el ministro Navarro, dócil instrumento de una situación que
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le sobraba. El asesinato del coronel Torres ya no era un secreto. Si los llevaban a
Quito, era segura la muerte de todos. Pues a juzgarlos en Guayaquil. Hasta ciertos
enemigos políticos de Alfaro intercedieron para que no lo llevaran al panóptico.
Don Eloy fumaba. Mal le sabía el cigarro. Buscó fósforos en el bolsillo y no
los halló. Entonces, mordió la punta del cigarro, la mascó un momento y escupió.
La rivalidad entre Plaza y Andrade era pública. Montero había pedido
entregar las armas al general Andrade. Con él conversó largamente y en reserva
don Eloy. Los rumores corrieron sobre un entendimiento entre Alfaro y Andrade,
así como antes se afirmara de ciertas comunicaciones con Montero, antes del 28 de
diciembre, para oponerse a Plaza. ¿Montero y Andrade de acuerdo?...Y ahora,
¿todavía el viejo tenía fuerzas para conspirar? quizás; ahora le iba la vida en ello.
Pudieron hablar largo rato a solas. Le daría las gracias por haberle salvado de la
soldadesca pues, cuando le condujeron a pie desde su refugio y en medio camino,
el general Andrade había desenvainado su espada y dándole el brazo.
No irían a Quito. Nadie en Guayaquil dudó que llevarlos era sacrificarlos.
Todo, en la capital, estaba preparado para el asesinato, para el doble crimen de
matarlos y después culpar al pueblo.
¡Ah, y esas explosiones en el cuartel de artillería! El periódico conservador,
“El Ecuatoriano”, vespertino que ordinariamente circulaba a las seis de la tarde, se
voceó a las dos de ese 25 de enero: “Se cree que han sido manos criminales... Por lo
pronto, sólo se tiene noticia de quince muertos y de varios heridos que con su
sacrificio han venido a obscurecer más el cuadro horrendo de esta guerra civil que
va asumiendo los más salvajes caracteres; y decimos que va asumiendo porque se
nos antoja que la inmolación ciudadana no ha terminado todavía... Hay grande
excitación popular... Aunque muchos lo dudamos, deseamos que sea esta la última
sangre vertida para el logro de ambiciones... Escritas estas líneas, se nos informa el
juzgamiento del general Montero, mediante un Consejo de Guerra que debe
reunirse hoy a las cinco de la tarde...” Y “El Grito del Pueblo”, también en
Guayaquil, que la víspera del sacrificio de Montero, decía: “Si el general Montero
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asumió la responsabilidad, él debe salir a la buena a costo de su propia cabeza”; y
el diario liberal “El Guante”, de combativa influencia entre la intelectualidad
guayaquileña: “Con qué gusto habríamos visto que el noble gremio de cocheros de
la capital, y los batallones de aquella guarnición, levantasen una horca más alta
que la que levantaron los limeños para los hermanos Gutiérrez en la torre de la
Catedral de Lima”. (15).
–Oigan, van a leer la sentencia –dijo alguno. Inclinaron los cuerpos,
aguzaron los oídos, se quedaron inmóviles.
La explosión en el cuartel de artillería fue naturalmente atribuida a Montero
y sus secuaces. Claro, eran ellos que debían haber puesto la colilla del cigarro del
borracho sobre la dinamita...
–Dieciséis años de presidio y degradación militar.
–Yo no soy un traidor -se alcanzó a oír entre las voces de odio-.
Le gustaba tanto su grado. En su papel de cartas, a manera de escudo, hacía
imprimir una alegoría a grandes letras, con su nombre y el grado, General de la
República...
– ¡No! ¡La muerte! ¡La muerte!
Cuántas voces airadas se cruzaban desde la calle hasta el tribunal que les
juzgaba. Montero se hizo oír:
–Está bien: les daré mi vida, pero mañana... Quería despedirse de su mujer,
quería ganar tiempo.
– ¡Mañana no! ¡Ahora mismo!
Un sargento del “Marañón”, Alipio Sotomayor, le aventó el grito mientras le
apuntaba. Oyeron el tiro y luego el ruido de un cuerpo que se desplomó.
Ya no pudieron escuchar más que una inmensa voz múltiple de rabia. Sillas
destrozadas, saltos, alaridos, disparos, maldiciones...
Vivía aún Montero, cuando le arrojaron por el balcón. Lo arrastraron hasta
la Plaza de San Francisco, atravesándolo de bayonetas, las entrañas colgando.
Le prendieron fuego y empezaron a brincar sobre las llamas.
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“En la tarde de ese día atrozmente luctuoso, tuve la única conversación de
mi vida con el viejo caudillo liberal. Es de imaginarse la consternación que se
apoderaría de los compañeros de Montero al presenciar su tragedia. Todos los del
grupo ya presentían la propia. Sin embargo, el general Eloy Alfaro se mantenía
impasible, con una serenidad heroica. Al acercarme a él para ofrecerle algún
pequeño comedimiento, me preguntó mi nombre. Mi apellido suscitó su interés
por una devota amiga suya, tía política mía, doña Rosa Cevallos de Guarderas, y
por su hijo Guillermo, dos partidarios que le fueron fíeles en la vida y en la muerte.
Sus preguntas todas concernientes a ellos, fueron de tal índole que me pareció que
se sentía ausente del esquiliano horror que nos envolvía”. (16).
***
Sólo a su hija Colombia permitieron bajar del buque. Corrió de un sitio a
otro para ver a su padre. Debía esperar. Todo aquel día se atormentó, suplicante
enloquecida, y no pudo ver al querido viejo enfermo. Una hora más, le decían... Y
vino la noche y con ella el asesinato de Montero. Los tiros de fusilería coreaban los
gritos de sangre. Rompieron puertas de almacenes, robaron, dispararon sobre
inocentes. En algunas casas de gente bien se murmuraba: “Deben hacer lo mismo
con el indio Alfaro”. “Todos los Alfaros deben morir”.
A la medianoche, la llamaron por teléfono para avisarle que el general Plaza
podía recibirla. Tenía que pasar por las calles transitadas por soldados ebrios que
jugaban a la muerte. Tenía que atravesar aquella plaza en que los órganos de
Monteros se subastaron al más audaz. Tenía que pasar junto a la hoguera. No le
dejaron salir. Pero en la mañana habló con Plaza. Las lágrimas le adelgazaban la
voz y no hacía más que pedir compasión con las temblorosas manos juntas.
El general Plaza había estado hasta tarde en la noche junto a los presos
políticos, según se ve de su explicación a la Cámara de Diputados, meses más
tarde: “... Me constituí en guardián de sus vidas (después del asesinato de
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Montero)... Puse mi cuerpo como antemural al atropello. Y abandoné ese recinto
únicamente cuando me avisaron que las turbas quemaban los restos del general
Montero en la Plaza de San Francisco. Volé a ese lugar, solo, enteramente solo, sin
que nadie me acompañase, y, apenas llegado..., me impuse a los desalmados,
ordené a la guardia de una compañía de bomberos allí ubicada que sacase una
manguera y apagase el cadáver humeante de la desgraciada víctima; y luego envié
en busca del Subintendente de Policía... recomendándole que trajese gente, un
ataúd y un vehículo; y cuando me cercioré de que este funcionario había cumplido
mis órdenes, llevándose aquellos restos semicarbonizados, regresé a la
Gobernación. Era, más o menos, las 9 y 30 de la noche... Allí me dijo el señor
ministro de Guerra que ya les había notificado a los presos la orden de partida a
Quito, íbamos a comentar ese particular, cuando fui llamado por el general don
Eloy Alfaro. Acudí a verlo en el acto... me salió al encuentro y me abrazó
efusivamente, casi con emocionante ternura, y cuando iba a hablar, me adelanté,
diciéndole: “General, no me lo cuente, porque ya lo se”... Fiel a la promesa que
había hecho, me dirigí al señor ministro de Guerra, solicitándole la libertad del
señor general Serrano, en atención... a su menor culpabilidad... Oyeron mi alegato
los señores general Julio Andrade y don Gustavo R. de Ycaza. Y en mi demanda
fui apoyado por este último... El señor ministro de Guerra me ofreció revocar la
orden... No tuve valor para despedirme de los prisioneros; y aunque fueron
muchas las llamadas que me hicieron los Generales don Eloy y don Flavio Alfaro,
que querían, según ellos, despedirse de mí, me abstuve de pasar por ese trance
siempre doloroso, y salí de la Gobernación por la puerta del Telégrafo. Puesto que
los presos debían ser trasladados a Quito en pocas horas más, ¿para qué me
quedaba yo en la Gobernación, si debía ser solamente mudo testigo de un acto que
repugnaba a mi criterio y voluntad? Me recogí en mi alojamiento y de él no salí
hasta las nueve y media de la mañana del día siguiente, hora en que, ya dispuesto
a embarcarme, fui a la Gobernación... El señor ministro de Guerra... me informó de
cómo se había efectuado el envío... Le pregunté si había cumplido su oferta de
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dejar al señor general Serrano, y, por única respuesta, me dijo que eso no había
sido posible, en atención a que dicho General se había negado a cumplir sus
compromisos... Fue a mi regreso... que conocí los pormenores de la negativa del
señor general Serrano a firmar la renuncia de su grado militar... Mi conciencia me
dice que, como funcionario y como hombre, supe honrar a mi patria, a mis padres
y a mis hijos, en aquellas horas en mi destino quiso colocarme entre las ceguedades
del triunfo popular y las atracciones benditas del infortunio que aplastaba a mis
prisioneros de guerra. Yo sé –y esto me basta- que tuve fuerzas en el alma para ser
hermano antes que un verdugo”. (17).
Plaza había telegrafiado al Presidente y Ministros, el 22 de enero: “Los
cónsules de Inglaterra y Estados Unidos de América reclaman íntegramente el
cumplimiento de las bases de la capitulación acordada con Montero... El pueblo de
Guayaquil está reunido y vigilante y seguramente hará cuanto pueda para evitar la
salida de los prisioneros. Por mi parte, creo que debemos cumplir lo pactado,
obligando a estos señores a dar garantía de que no volverán al país durante cuatro
años. También esperaríamos para embarcarlos la entrega de todas las plazas
rebeldes y de los elementos bélicos que tienen en ella. Mediten bien el asunto y
resuelvan lo más conveniente para el país y para el honor del ejército”. (18). Y el
general Andrade, el mismo día: “Mi opinión en incidente de la captura de los
Generales Eloy Alfaro, Montero y Páez, es que debemos cumplir el compromiso de
darle garantías para que salgan del país; lo contrario sería ofensivo para los
cónsules... y aún podría exponerse a una reclamación diplomática si alguno de
dichos Generales fuese víctima de un atentado popular que es muy de temer”. El
23 recibía Plaza este telegrama:
“Amigos y compatriotas creemos absolutamente imposible la libertad de
Eloy Alfaro ni sus cómplices por ninguna causa, so pena de la ruina de la patria. La
opinión es completamente unánime de que presos sean juzgados. .. Proyecto de
libertad ha causado gran excitación que puede tener funestísimas consecuencias”.
A este mensaje, respondió Plaza el mismo día: “No comprendo la indignación de
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los ciudadanos de esa capital por... haber expresado honradamente mi opinión...
Como no nací para verdugo, mañana mismo declinaré el mando del ejército para
que venga a reemplazarme quien se atreva a llevar a estos desgraciados Generales
a esa capital, con el propósito de que corran la misma suerte del infortunado
Quirola. Llevando a los prisiones a Quito se va a infringir la Constitución que
ordena no distraer a los delincuentes de sus jueces naturales”. (19).
Los mismos y otros firmantes, enviaron aquel mismo día otro telegrama a
los Generales Plaza y Andrade: “La sola lectura de los telegramas de ustedes... ha
causado profunda indignación en las masa populares (que en su gran mayoría no
sabían leer)... piden a grito herido la sanción legal para los traidores y el
cumplimiento inmediato de la orden del gobierno para que sean remitidos a esta
capital. El comicio popular reunido en este instante en casa del Encargado del
Poder Ejecutivo ha resuelto lo arriba expresado”. (20).
A Plaza, Juan Benigno Vela, el 24 de enero le telegrafiaba así: “Deje pasar la
justicia de Dios, remita los presos a Quito, no se enajene la voluntad de los pueblos:
su situación es delicadísima, corre peligro su inmenso prestigio y sería de lamentar
que después de haberse coronado con tantas glorias, tenga la patria una nueva
calamidad separándolo a usted del escenario político: sus deberes de capitán
victorioso y su generosidad para con los vencidos están ya satisfechos; deje, por lo
mismo, que caiga sobre ellos la sanción de la ley”.
No era la sanción de la ley lo que esperaba a los prisioneros en Quito. Eran
el circo y las fieras.
Plaza, como todos, sabía, aún antes del asesinato de Montero, que el envío a
la capital de los prisioneros era entregarlos a la horripilante muerte del
descuartizamiento callejero. Por eso, telegrafió a Freile Zaldumbide el 24 de enero:
“No quiero entrar en discusiones respecto de las facultades del General en Jefe del
Ejército, porque seria improcedente y no llegaría al resultado que me propongo,
pero si debo dejar constancia de hechos que debe conocer la historia: el general
Montero tenía fuerzas... para dar otra batalla tan sangrienta como la de Yaguachi,
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y, sin embargo, no vaciló en aceptar las condiciones que le impuse y que constan
en la capitulación que se firmó; que la facción flavista obstaculizó los arreglos con
fines siniestros contra sus compañeros, y especialmente contra los Generales Eloy
Alfaro y Pedro J. Montero, quienes salvaron por el hecho de haber entregado las
armas del “Tulcán” a los bomberos, que los defendieron del machete de los
esmeraldeños; que los Generales... pudieron escapar el día anterior y no lo hicieron
para evitar que el flavismo se apoderara de la situación y para cumplir las
estipulaciones de la capitulación; que momentos después de que ocupé la plaza, el
señor general Eloy Alfaro dio aviso al Gobernador del lugar en que se encontraba,
habiendo enviado yo el batallón “Guardia de Honor” para conducirlo al lugar
donde ahora se halla. Todo esto es verídico y debe tenerse en cuenta por el
Gobierno. Acabo de saber que viene el general Navarro... y me alegro... para que
sea él quien viole una capitulación que yo firmé... convencido de que hacia un gran
servicio al país y al ejército. Como la campaña ha terminado con la entrega de las
provincias de Esmeraldas, El Oro y Los Ríos, y no cabe duda que Manabí” se
someterá tan luego podamos comunicamos con las autoridades, declino el Mando
del Ejército, porque quiero aprovechar la salida del vapor “Chile” para irme a
Nueva York a reunirme con mi familia (21).
Pero las fieras y el circo esperaban en Quito lo que no pudieron terminar en
Guayaquil.
Vino el ministro Navarro, ya lo sabe el lector. Plaza no partió a Nueva York,
sino que decidió seguir a Manabí a recibir la rendición de esa provincia. En el peor
de los casos, esta conducta sería un delito de omisión. ¿No se hallaba todo
perdido?, se diría el General, que empezaba a sospechar de la lealtad de Freile
Zaldumbide a su candidatura a la Presidencia, pues los rumores decían de
entendimientos con sectores de la derecha llamada progresista. La alternativa,
pues, quizás hubiera sido la de dar un golpe de Estado, apresar a Navarro en
Guayaquil, y muy probablemente exponerse al odio de las tropas serranas, cuyo
regionalismo se había estimulado como simple antialfarismo, y al de las mujeres,
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los hijos, los hermanos que perdieron a los suyos en la guerra contra Flavio Alfaro.
¿Otra contienda civil, entonces? ¿Y con las perspectivas de que fuera infructuosa?
Nadie puede saber lo que ocurrió entre el 24 y el 25 de enero en el espíritu
del general Plaza, como nadie tampoco lo que preocupaba al espíritu del general
Andrade, a quien los conservadores “progresistas” de la costa, siguiendo a algunos
de la sierra, ofrecíanle su apoyo para que ganase él la Presidencia de la República,
a la cual era ya candidato el general Leonidas Plaza.
Así era la confusión general de política y ambiciones, de entregar
entusiastas al mito de unas ideas que empezaban a flaquear con la división de los
liberales, de afán de lucha y machismo tropical, de venganza y de miedo, una
atmósfera densa agravada por el repugnante crimen cometido contra el general
Montero. En esos momentos, en que la vida cuenta poco y el aire se llena de
muerte y presagios de horror, doña Colombia imploraba a Plaza que salvase a su
padre. Procuró él tranquilizarla. Los presos habían partido ya por orden del
ministro de la Guerra... Si, desde la madrugada, según fue dictada la orden la
noche anterior... Pero irían bien guardados, y él. Plaza, avisaría a doña Anita que
saliera en el primer buque de Panamá para ver a don Eloy en Quito. Rogole ella
que pusiera un telegrama a Federico González Suárez, Arzobispo de Quito, pues él
sería el único capaz de contener a las fanáticas turbas quiteñas. (¿Era acaso las
turbas quienes habían montado el circo y cebado a las fieras?) Pero ella misma
escribió otro con la fiel expresión de sus sentimientos de hija: “En medio de mi
desesperación acudo a usted como única áncora de salvación para consérvame la
vida de mi idolatrado padre, a quien llevan a ésa como preso político. Espero que
usted oirá esta súplica de una hija que, en su impotencia por hacer algo en favor de
su padre, no tiene otra esperanza más que en el Todopoderoso y su representante
en esta tierra. Perdone, Señor mi abuso en molestarle, y compadézcase de la
desgracia... (22)
He aquí el telegrama del general Plaza al Arzobispo González Suárez:
“Apelo a sus sentimientos humanitarios y cristianos para que emplee su influencia
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en favor de los prisioneros de guerra... Vele usted por la vida de éstos a fin de que
la justicia cumpla con su deber. Un acto de sangre y de violencia sería un escándalo
ante el mundo que nos exhibiría muy tristemente. Apelo a usted, apelo a la Junta
Patriótica, apelo al noble pueblo de Quito, para que todos reunidos cuiden a los
prisioneros y contengan la ira popular que es inconsciente. La tragedia de ayer
tiene consternada a toda la ciudad y hasta el pueblo que la consumó está
arrepentido y avergonzado. Déme una respuesta tranquilizadora”. (23).
Doña Colombia pidió viajar para seguirlo. No corrían trenes. Tendría que
ser más tarde. Habló con Julio Andrade. Siempre más tarde, porque la compañía
del ferrocarril no recibía aún las órdenes. El general Andrade telegrafió a su
hermano, el coronel Carlos Andrade: “Esta mañana salió tren con generales
prisioneros: incorpórate al convoy y haz cuanto puedas por salvarles la vida, a don
Eloy especialmente. Yo trato de salir hoy para secundarte, y si lo consigo, nos
encontraremos en el camino. Te abrazo, y piensa en que es ésta la comisión más
noble y más sagrada que has podido desempeñar”. (24).
Era un tren militar. La soldadesca disputaba. Por una lata de galletas, un
soldado mató a otro de un tiro de fusil. Las caras pálidas, brillantes de sudor, vistas
como al través de una amarilla luz de esperma, se alineaban pegadas a las
ventanas o allí mismo, contra el suelo, en hacinamiento triste y malo. Era un tren
militar. Y corría por entre las avenidas verdes.
***
Clamaba la prensa de Gobierno. Sangre para la fiesta del circo. El director
del panóptico se afanó en comunicaciones diciendo que las puertas de su cárcel se
hallaban débiles y que necesitaba de más hombres armados para defenderla. Hoy
pedía un candado; mañana, un fierro; otro día, fusiles... Tramoya de la farsa.
Algunos presos políticos a quienes se quiso salvar fueron puestos en libertad.
Así, el 25 de enero, Freile Zaldumbide ordenó con su firma la libertad de
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Emilio Chevasco “en la noche... cuidando de tomar para ello las precauciones
convenientes en orden a la seguridad del mencionado preso...” Y luego el 27 de
enero, se ordena dar libertad al coronel Pedro Concha y Augusto Yépez (25). Un
diario contaba los días: faltan cuatro, faltan tres, faltan dos...
Aquella fortaleza de piedra, el panóptico, se podía defender con pocos
hombres. Y las puertas eran inexpugnables.
Desde Guayaquil, doña Teresa de Montero telegrafió al Encargado del
Poder: “Deber sagrado de esposa me obliga a dirigirme a usted para solicitar la
entrega de la cabeza y el corazón de mi esposo, señor general Pedro J. Montero,
que existen como trofeos en poder del ejército del señor general Leonidas Plaza
Gutiérrez, pues fue cobarde y alevosamente asesinado anoche”. (26). No hubo
respuesta.
***
La embarcación que los llevó a Duran navegó con luces muertas. Don Eloy
habló al coronel Alejandro Sierra, jefe del batallón “Marañón”:
–Si no han tenido valor para asesinarme en Guayaquil, fusíleme usted aquí
mismo, pero no me obligue a hacer este viaje. ¡No quiero hacer este viaje!
Ulpiano Páez lo miraba. Don Eloy respondió a esos ojos tan abiertos:
–Prepárate, Ulpiano, para que nos descuarticen. Flavio Alfaro, encerrado en
silencio. El general Medardo, recogida la cabeza contra el pecho. Luciano Coral,
con esperanzas. El comandante Saona procuraba pasar inadvertido porque
confiaba en que le dejarían con vida.
La máquina jadeaba antes de parar. Una delgada columna de humo hacia
arriba, y por cerca de las ruedas el vapor silbando. La música que tuvo medio siglo
adentro el viejo luchador. Así pasaban las estaciones del tránsito: humo en el cielo,
desde la punta de los cerros hasta los ejes lustrosos, humo en los hombres que le
insultaban, azadas y palos contra las ventanillas. Cada piedra rebotaba y su ruido
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se iba a perder en la suave tierra serrana.
–Si esto sigue así –dijo el coronel Sierra–, va a haber bala –y miró fijamente a
los prisioneros.
Don Eloy no le hizo caso y se entretuvo en contar los puentes. Cada uno
tenía su historia y en cada uno se prendió su sangre.
– ¿Por qué me obligan a hacer este viaje?
Cuando se incorporó al convoy el coronel Carlos Andrade, entonces,
trabajosamente se puso en pie y le abrazó. En el Hotel de Huigra, les esperaba el
almuerzo.
“...Los Generales y demás compañeros fueron –relata el coronel Carlos
Andrade –servidos dentro del vagón. El general don Eloy, al empezar a tomar la
sopa, me dijo:
“Desde ayer de mañana, sólo he tomado una tacita de café, que me dieron
en Guayaquil: ahora no quiero sino unos bocados de caldo. Ya has de saber la
muerte de Montero. No es obra del pueblo guayaquileño... Placita hizo lo que
pudo y se portó bien”. A poco siguió el tren en su marcha. Pasada la Nariz del
Diablo, el maquinista se detuvo.... Encontráronse... muchas piedras en la línea...
Cerca de Alausí, otra detención: de una manera intencional, habían querido
destruir el tanque de agua, a golpes de hacha, para inundar la vía; pero llegamos a
tiempo... Más adelante, una piedra enorme, colocada en la mitad de la línea.
Pasamos el obstáculo. Al llegar a Alausí, de noche, una poblada nos esperaba en la
estación, y prorrumpió en gritos torpes contra el general Eloy y compañeros. Me
asomé a una ventanilla, increpé duramente a los manifestantes, y se disolvieron...
Entramos a un hotel... Catani, dueño del hotel, facilitó colchones para los Generales
don Eloy y Flavio, quien estaba herido... Al día siguiente, 27, supe que había orden
de no seguir la marcha, sino la de que los prisioneros regresaran a Guayaquil para
ser allí juzgados. Fuime a hablar con el coronel Sierra... Tratamos detenidamente
de esto, y... me manifestó que había inminente peligro, que la tropa... estaba
desesperada por llegar a Quito, y que la gente de Alausí, así como también la de
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los pueblos cercanos, se había apercibido que los prisioneros no avanzarían, y
estaban de acuerdo con la tropa para fines siniestros. Entonces, convinimos en
poner un telegrama al Gobierno... entendido que respondíamos que en el trayecto
no habría novedad y que era más peligroso el regreso a Guayaquil... Me entregó un
rollo de papeles escritos en máquina (el general Eloy Alfaro), en presencia de los
demás prisioneros, y oficiales y tropa... “Te encargo esto, me dijo, que me ha tenido
muy preocupado durante el viaje, por temor de que se me pierda, no de que me
roben, porque felizmente estos muchachos son muy honrados. (En el tono de frase
se notó la ironía de la última frase). La maletita en que los he guardado a cada rato
se me confunde; y en tus manos, los papeles quedarán seguros. Es la historia del
ferrocarril”... A poco respondió el Gobierno que podíamos seguir viaje a Quito, y
que contaba tomaríamos providencias para que en el camino no ocurriera
novedad. Entonces bajaron los prisioneros a almorzar en la estación; y sentados ya
a la mesa, el general Don Eloy Alfaro me dijo: “Esos papeles que te he dado son
muy interesantes: sería lástima que se perdieran. Contienen la historia del
ferrocarril. Es la vindicación del pobre Harman, a quien tanto se ha calumniado...
En cuanto puedas, que eso se dé a luz. Es la única copia que me ha quedado... Tal
vez me dé un cólico en viaje y quiero estar seguro de que esos documentos no
desaparecerán...”. (27).
Al italiano Catani, dueño del hotel, pidió el viejo que lo despidiera de sus
hijos. Que acompañen a su madre –díjole–, que no beban nunca mis hijos hombres.
Nada hay peor que la embriaguez. Dígales usted que voy a morir, pensando en
ellos, hijos queridos de mi alma.
“A la una de la tarde estuvo listo el tren para seguir marcha... Una turba
más numerosa e insolente que la de la víspera... comenzó a gritar
desaforadamente. No pude calmarla, a pesar de mis esfuerzos. Fui insultado
también yo. Por fortuna, partió el tren... En otras estaciones del tránsito no faltaron
alarmas... De Guamote se comunicó al Gobierno... que llegaríamos a las cuatro de
mañana a dos kilómetros de Quito, según el itinerario acordado. En Ambato,
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trataron de hacer manifestaciones hostiles... pero pasamos rápidamente... Por
varios motivos... demoramos en Latacunga cosa de dos horas; y en consecuencia,
no se pudo realizar el itinerario acordado. En esa estación hubo también una feroz
asonada. No obstante haber llegado a las doce de la noche, acudió una horda de
mujeres desarrapadas... a insultar infamemente a los Generales prisioneros y
arrojar tierra y guijarros a las ventanillas del coche. En un rato de indignación hice,
sin poder contenerme, dos disparos de revólver al aire, pero ni así se contuvo la
furia de aquella gente, hasta que el tren estuvo en disposición de seguir marcha.
Allí tomo el general una tacita de café: yo me permití ofrecérsela, y la aceptó sin
repugnancia ni recelo. Al amanecer, después de una noche horriblemente fría,
llegamos a Tambillo. El Gobierno ordenaba el avance a Quito... La tropa del
“Marañón” nos inspiraba serios temores, y era imposible demorar en Tambillo, ni
retroceder, razón por la cual el coronel Sierra recibió autorización para continuar...
Ya en el tren, el general don Eloy llamó al citado Coronel y a mí y nos dijo
textualmente:
“–A mí me gusta preverlo todo: entiendo que en la estación de Chimbacalle
(Quito) nos espera una poblada, y yo quisiera que ustedes enviaran adelante una
comisión para que se entienda con la multitud, manifestando que me resigno a ir al
panóptico, a esperar el resultado de un juicio, o lo que sea. Si acaso no convienen,
que me permitan hablarles, y los convenceré de que estoy resuelto a irme al
panóptico, y en último caso les diré que me perdonen. No quiero que me vengan
agarrar de las orejas o de la barba, ni ser ultrajado de ningún otro modo”.
“El coronel Sierra y yo le dijimos que no tuviera cuidado, que ya estaban
tomadas las medidas... Se resignó el General y no volvió a decimos una palabra.
Por lo demás, su actitud durante el viaje fue de completa serenidad y de una
resignación imponderable. Ni un reclamo, ni una queja... Ya cerca del lugar en que
debía parar el tren para que los prisioneros fueran trasladados en un automóvil,
según lo convenido, el general don Eloy recomendó al Mayor Alberto Albán, quien
iba al frente de su asiento, el cuidado de dos maletitas de ropa interior, para que se
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las mandara después al panóptico... Entonces los Generales bajaron del tren y
subieron al automóvil, con absoluta serenidad. Yo pedí un caballo para
acompañarlos; y como no hubiera, el coronel Sierra me indicó que fuese en el
automóvil. No hago comentarios sobre tal indicación, que quizá pudo ser inspirada
por buenos fines, pero ya mi compañía, en esas condiciones, de ninguna utilidad
podría ser para los prisioneros; y les vi partir sin imaginarme que me despedía de
ellos para siempre...”. (28).
El Comandante Saona bajó por otra puerta, y nadie quiso notar su falta.
Empezó la procesión. Piedras curvando el aire lleno de insultos. Una tocó
las mejillas de Páez.. Disparos de fusil. Don Eloy advirtió la palidez de sus
camaradas. Medardo, medio paralítico, tenía un temblor extraño.
–¿Tiene miedo a la muerte? –preguntó despacito don Eloy– Ningún Alfaro
ha temido nunca el peligro. Sigamos al sacrificio.
Frente a frente, la fortaleza de piedra. Descendieron del automóvil. Don
Eloy, arrastrando los pies, dificultado en su marcha por los anchos escalones,
tropezó y cayó. Le dieron el brazo y siguió trepando.
Se cerraron luego las puertas del panóptico. El coronel Sierra se dirigió a la
multitud:
–Yo ya cumplí con mi deber.
Y aquel soldado oscuro se marchó.
***
¿Cómo obró el notable historiador y prelado, Federico González Suárez,
Arzobispo de Quito? Simplemente, por no desoír las solicitaciones de doña
Colombia y del general Plaza (una del general Andrade nunca llegó a su destino),
hizo circular ese pavoroso 28 de enero una candorosa y pequeña hoja suelta con el
título de SÚPLICA: “Ruego y suplico encarecidamente a todos los moradores de
esta católica ciudad, que se abstengan de hacer con los presos demostración alguna
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hostil: condúzcanse para con ellos con sentimiento de caridad cristiana. Lo ruego,
lo suplico, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. (29).
Bien poco era, por cierto, para quien mucho hubiera podido en población
tan religiosa como era entonces la de la ciudad capital. ¿Temió el ilustre prelado a
la multitud y a las maniobras del Gobierno? He aquí la respuesta al general
Leonidas Plaza: “Ayer a las siete de la mañana, recibí su telegrama. Estaba
escribiendo la contestación cuando aconteció la acometida del pueblo al panóptico:
así que los presos entraron al panóptico creí que se había salvado la vida de ellos.
No es posible que usted pueda ni siguiera imaginar la escena de ayer; lo menos
cinco mil personas, a quienes nadie podía contener. La fuerza militar fue arrollada
y el panóptico invadido”. (30).
El panóptico, dicho está, es una fortaleza. Pocos hombres bastaban para
defenderlo.
***
En salvo. Era increíble. Don Eloy se estaba llenando de paz interior. ¿Qué le
importaba ya el poder? Vivir, sí, un poco más, para ver a los hijos y dar consuelo a
doña Anita. Cuánto silencio en la piedad. El frío le entró a los huesos. Apoyado
contra el muro, se frotó las manos, dio vuelta a la cabeza y luego llamó: quería un
cajoncito para sentarse.
De repente, como un estallido, gritos y carreras surcaron por los corredores.
Las escaleras de fierro sonaron enmohecidas. Tiros de fusil se ahogaron entre las
paredes grises. Don Eloy no lo quiso creer. Corrían, se empujaban, ola en furia,
reventazón en los acantilados... ¡No! No lo sería. Se acercaban. ¿A qué? No
distinguía palabras; eran nudos de garganta desatados los que trepaban a su celda.
Y así estaba, recogido, los nervios finos por saber, cuando su puerta se abrió de un
golpe. El se incorporó, tieso y veraz:
– ¡Silencio! ¿Qué quieren de mí?
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Un tiro en la cabeza le hizo caer suavemente, como un desvanecer de piel y
huesos. Sus brazos delgados se posaron en el pequeño cajón de madera y allí, sin
una seña, reposó. Era la primera y última herida que recibía el Viejo Luchador en
más de cuatro decenas de constante batallas.
Rieron los invasores. Y aquél que blandía el arma se adelantó. Cochero José
Cevallos, el primero, matador alegre. Y los soldados del Marañón con las fauces
húmedas. El carnicero José Chuleo, Rosa, alias la hermosa. La Pacache, el clérigo
Serrano con una bandera bien levantada, el fraile Bravo de La Merced, Las
Potrancas, Adelaida Almeida, alias Piedras Negras, el hijo de La Pola...
¡En el nombre de Dios! Prostitutas, ladrones y frailes. Alargaron las manos
sobre el menudo cuerpo, a tantearle, a dejarle sin sonido, a desgarrar sus ropas, a
tocarle alguna vez, ídolo muerto. No podían hablar, pero reían. Se dieron placer en
clavar las uñas y robarle. Desnudo ya, descolgado de su aventura, le llevaron hasta
el filo del corredor y de allí lo aventaron contra el patio.
El general Páez había ocultado una pistola en la bota, y se defendió:
–¡Muero matando! –gritó al desplomarse. Flavio Alfaro, herido y todo,
opuso resistencia. Arrimado a la puerta de hierro, no dejaba pasar a nadie, pero le
ubicaron el primer blanco y fue agarrado. Se prendió del corredor, las manos
engarriadas. Entonces, le clavaron las bayonetas en los dedos. ¡Abajo, herejes! Saltó
en el vacío, volteando las piernas, recogiendo la cabeza.
– ¡Mueran los masones!
– ¡Mueran los herejes!
– ¡Viva la religión!
Mujeres sudorosas, las manos en alto, los cabellos abiertos como las colas de
los cometas, las faldas girando llenas de color... Voces universales, torrentes
despeñados, sangre en las manos, sangre en los rostros, sangre en las miradas...
– ¡Que le arranquen la lengua! ¡Para que no hable más!
Luciano Coral, el periodista y coronel decía que no con la cabeza y los ojos le
brincaban de espanto. ¡La lengua! ¡Saca la lengua! Una mano inmensa se posó en la
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boca y le desgarró los labios. Un trapo sucio sirvió para atraparla y con la punta de
una bayoneta la cortaron de tajo. Dio un salto el cuerpo entero, arco la espalda,
sacudidas las piernas de aserrín...
El anciano Medardo semi-paralítico rodaba por los escalones de piedra,
desnudo, rojizo, cárdeno. La cabeza del general Serrano golpeaba el pavimento,
salpicando botas y alpargatas con rojiblancos pedazos de cerebro. El tímido cuerpo
de don Eloy iba inerte, tirado de las piernas. Flavio, Páez, unos sin acabar de morir,
otros blancos, mudos, con los ojos clavados en una distancia inapelable.
Cuerdas oportunas fueron distribuidas. Todos desnudos, a unos de los pies,
a otros de los brazos, los arrastraban. Celia María León, La Pájara, se había
prendido la primera y marchaba cantando, la cabeza en compás. El jefe de
guardianes del panóptico, Arroyo, que había hecho disparos certeros de guía,
brincaba de gozo. Algunos se embolsicaban de prisa las monedas enviadas para el
reparto. Y los niños descalzos, curiosos, corrían en pos de los cuerpos, cuesta abajo.
– ¡Al Ejido!
En el dilatado parque se partieron los despojos. Gritos y saltos, una pierna
jugaba de mano en mano, testículos arrancados pasaban por sobre las cabezas. Y
un bárbaro de ojos rojos pidió que le mirasen la prueba: levantó con ambas manos
un cráneo hueco, colmado de chicha, y se puso a brindar y a beber.
Anochecía. Los árboles se pintaron de crepúsculo. Miradas extrañas y
atónitas se acercaban, y todos los balcones vecinos se llenaron de caras de espanto.
Bebieron como locos y danzaron, regando kerosén sobre los miembros
apedazados. Crujieron las llamas torcidas. ¡La prueba de saltar de una en una, de
dos a un golpe, a la carrera! Olor a carne quemada hízoles abrir las narices.
En la punta de una bayoneta, la barba de don Eloy viajaba iluminada por las
llamas.
En los parques, ese domingo de caníbales se escuchó, como solía hacerse de
costumbre, las retretas de las bandas militares de la guarnición de Quito.
Del notable maestro en ecuatorianidad, Pió Jaramillo Alvarado, es menester
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reproducir unas palabras de su Acusación Fiscal ante el jurado que se reunió en
Quito el 6 de marzo de 1919: “...En esta ciudad (Quito) crecía... la ola enorme de la
indignación popular, que encontró allanados todos los caminos en la debilidad del
gobierno de... Carlos Freile Zaldumbide... en perenne incertidumbre, en el afán de
simpatizar con todas las corrientes de opinión, buenas o malas, de piedad para los
vencidos o de dar pábulo a la represalia que se planteó con caracteres precisos, por
mucho que se emplee la palabra legalidad, donde sólo podía leerse exterminio... En
todo flotaba la intención de exterminar a los prisioneros de guerra... que se tradujo
claramente por los diarios “El Comercio”, “La Prensa”, y el diario oficial “La
Constitución”... “La Prensa” decía... “Esta es la víbora –calificando así al general
Alfaro– que tenemos entre nosotros,... y a esta víbora es preciso triturarla”
“...He aquí su confesión (la del general Navarro, ministro de Guerra)... al
Congreso de 1912: “Para el juicio de los contemporáneos y de la Historia, creo un
sagrado declarar categóricamente que hube de usar mi alta autoridad... para
imponer al General en Jefe del Ejército (Leonidas Plaza Gutiérrez) el cumplimiento
de las órdenes del Gobierno, relativas a la traslación de los presos a Quito...; y ante
la negativa del General en Jefe...; ante sus persistentes alegatos tendientes a que se
cumpliera la capitulación pactada, yo no vacilé en imponer la voluntad el
Gobierno, que se tradujo, como primera medida, en ordenar el enjuiciamiento
del general Montero. El General en Jefe renunció su alto cargo ante el Gobierno de
Quito; pero esta renuncia no fue aceptada. La insistencia en ella habría traído
complicaciones difíciles de calcular; y acaso fue esta patriótica determinación en las
que se inspiró el General en Jefe al someterse a las disposiciones del Gobierno”...
“Lo hice (continúa Navarro) en la honrada y profunda convicción de que así los
salvaba de un destino análogo al del general Montero”.
“...Si es verdad que el general Alfaro tuvo grandes errores (continúa
Jaramillo Alvarado), sus virtudes también fueron grandes, y su vida y su muerte
corresponden a esa grandeza. Faltaba el martirio, y he aquí que sus propios
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enemigos le han dado la consagración suprema: morir por un ideal... ¿Y por qué –
continúa Jaramillo Alvarado-... no se eligió por lo menos una hora adecuada para
el arribo a la ciudad?... Llegado que hubo el convoy a Chiriaco... el Subsecretario
de Guerra... y el Jefe de zona (Alcides Pesantes y Leonardo Fernández) observaron
al coronel Sierra la conveniencia de refugiar al general Alfaro en el Cuartel de la
Magdalena, para conducirle en hora más oportuna... pero el coronel se negó
rotundamente... y no solamente no la aceptó (la indicación), sino que, en vez de
preferir la ruta de la Magdalena, que alejaba... a los prisioneros de la zona poblada,
prefirió recorrer la Avenida 24 de Mayo...” Hasta la llegada al panóptico, dice en
su declaración... el señor Pesantes, si bien se hizo a los prisioneros manifestaciones
hostiles por parte del pueblo, se pudo garantizar la vida... Puse especial cuidado en
conducir personalmente... Avancé del brazo del general Eloy Alfaro hasta dejarlo
en la puerta misma del presidio, quedándome yo afuera... Traté de que el pueblo se
retirar... no quedó gente momentos después ni en la puerta ni en el atrio. Viendo
despejado el peligro, entré al edificio...”.
Narra luego Jaramillo Alvarado la renuncia de su cargo del Intendente de
Policía, don Agustín Cabezas, y sus declaraciones en el juicio, que terminan así:
“Al día siguiente fui reemplazado por el señor Leopoldo Narváez”.
“Quiero llamar preferentemente vuestra atención (dice a los Jurados) a los
documentos que acabo de leer... Las declaraciones de los señores Pesantes y
Cabezas valen... por todo un proceso para inquirir el ánimo de la población“...Dice
el Comandante Miguel C. Dávila (preso político en el panóptico): ... “la turba se
regresó... para la esquina de San Roque, sin saber nosotros por qué quedaba la
escolta de soldados... para custodiar... en número... de unos seiscientos... Viendo
esto y creyendo que ya no tenían riesgos los Generales, salimos yo y mis
compañeros a la garita...; y en es mismo momento el guardián Segundo Estrada...
me gritó: Comandante Dávila, escóndase, porque ya se regresa el pueblo, vienen
armados,.., con escaleras y palos, con barras...” Regresamos y... directamente nos
dirigimos a la ventana, y vimos que la gente de tropa llamaba con pañuelos,
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sombreros y las manos al pueblo (subrayado del autor de este libro)... y apenas
llegó el pueblo se abrazaban con los soldados quienes les entregaban sus rifles y
yataganes... con los que rompieron las puertas de la Dirección... Después de un
minuto ya oímos tiros de rifle en la Bomba (ruedo central del Penal) y también los
soldados que custodiaban el panóptico hacían descargas a la Bomba y de estos
resultados murió con siete balazos el preso común Martín Serrano”... “No se ha
podido esclarecer –expresa Jaramillo Alvarado– la coincidencia desgraciadísima de
que el cochero José Cevallos, que afirma que estuvo con el ministro de Gobierno
(Octavio Díaz), resultó momentos después el victimador de don Eloy Alfaro...”
No quiere el autor de este libro fatigar más al lector con este epílogo, pero le
recomienda que lo lea (se encuentra en Estudios Históricos, Casa de la Cultura,
1960, págs. 177-210). Pero si se toma la imperiosa y obligatoria libertad de
transcribir el final de esta notable pieza jurídica:
“... Acuso ante la historia la responsabilidad del Gobierno del señor Carlos
Freile Zaldumbide, y conjuro ante la faz del mundo al Congreso Nacional que se
encargará de formular la acusación definitiva, para que la Corte Suprema diga con
su sentencia que la justicia es inexorable para los grandes, como lo ha sido para los
pequeños”.
La Justicia ecuatoriana olvidó de lo que debe ser y sólo es para los débiles
con repugnante frecuencia.
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NOTAS 1. Jorge Pérez Concha, Eloy Alfaro, Ecuador, Casa Editora La Palabra, págs. 381-382. 2. Francisco Guarderas, El Viejo de Montecristi, Ecuador, libro biográfico del presidente Eloy Alfaro, 1953, pág. 432. 3. Jorge Pérez Concha, Eloy Alfaro, ob. cit., pág. 399. 4. Robalino Dávila, El Ocaso del Viejo Luchador, México, Editorial José M. Cajica, Jr., 1969, págs. 554-556. 5. Ídem. 6. Jorge Pérez Concha, Eloy Alfaro, ob. cit., pág. 410. 7. Robalino Dávila, El Ocaso del Viejo Luchador, ob. cit., págs. 569. 8. Ídem. 9. Jorge Pérez Concha, Eloy Alfaro, ob. cit., pág. 417. 10. Leonidas Plaza Gutiérrez, Mensaje a la Cámara de Diputados, octubre 18 de 1912, respecto a la acusación presentada por la señora Clara viuda de Serrano, Quito, Imprenta Nacional, 1912, Págs. 4, 6,7 y 8. 11. Francisco Guarderas, El Viejo de Montecristi, ob. cit., pág. 435. 12. Ídem. 13. Jorge Pérez Concha, Eloy Alfaro, ob. cit., pág. 422. 14. Leonidas Plaza Gutiérrez, Mensaje, ob. cit., págs. 9-12 y 16. 15. Jorge Pérez Concha, Eloy Alfaro, ob. cit., pág. 412. 16. Ídem. 17. José Peralta, Eloy Alfaro y sus Victimarios, Ecuador, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1977, pág. 165. 18. Archivo del autor. 19. José Peralta, Eloy Alfaro y sus Victimarios, ob. cit., pág. 173. 20. Archivo del autor. 21. Coronel Carlos Andrade, Carta fechada en Riobamba el 20 de febrero de 1912, dirigida a la señora Colombia Alfaro de Huerta, publicada en Noticias Históricas, Quito, Imprenta Nacional, 1912, págs. 33-35. 22. Coronel Carlos Andrade, págs. 36-39. 23. Archivo del autor. 24. César Sánchez Núñez, ob. cit., pág. 225. 25. Ob. cit., pág. 226. 26. Ob. cit., pág. 225. 27. Ídem. 28. Ídem. 29. Ídem. 30. Ob. cit., pág. 226.
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Primer gabinete de Alfaro
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El padre de familia,
sacrificándose por la causa pública,
trabaja no sólo por la felicidad general,
sino por la felicidad de sus descendientes en particular.
Eloy Alfaro
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SEGUNDA PARTE
MENSAJES DE ELOY ALFARO8
8 Tomado de Eloy Alfaro, Colección del Pensamiento Fundamental Ecuatoriano, Quito, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, 2010.
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Campaña de Esmeraldas El deber cumplido hace que sea menos dolorosa para mí la obligación en
que estoy de hacer una reseña de lo más sustancial ocurrido en la reciente
campaña de Esmeraldas. Propóngome, pues, hacer una breve exposición de los
hechos para que formen su juicio mis conciudadanos.
El 5 de junio llegué a Pianguapí, en donde me esperaba un grupo de
voluntarios; asumí el mando y nombré secretario general al joven patriota don
Miguel Valverde, que me acompañaba en unión del coronel J. Mz. Pallares,
comandante Centeno y otros amigos más. El armamento que allí encontré consistía
en menos de 100 fusiles de fulminante, entre buenos y malos, 18 armas de
precisión de diferentes sistemas, con muy pocas cápsulas y algunas escopetas. Y
llevé 60 rifles y 10 carabinas Remington con abundante parque. Al emprender la
marcha desde Panamá, mi propósito era seguir avanzando con celeridad como
medida indispensable, para evitar se reforzara la guarnición enemiga que había en
Esmeraldas; pero esto no me fue posible verificarlo.
En la madrugada del 7 salimos de Pianguapí para La Tola en embarcaciones
menores y en el curso del día llegamos a esa población; al siguiente debíamos
continuar avanzando y tuve que desistir por informes especiales; y resolví esperar
la llegada de un buque que debía traerme una cantidad de rifles y dos cañones, de
montaña. El buque tuvo su viaje dilatadísimo; llegó al fin pero sin los cañones y
desfalcadas las cajas, en las que solamente resultaron 36 rifles. Ignoro dónde tuvo
lugar el robo. Los citados rifles con abundantes cápsulas fueron trasbordados en
canoas y llegaron a mí poder después de un viaje peligrosísimo, pues hubo que
burlar la vigilancia de varios vapores enemigos que recorrían la costa con tropas de
desembarco y que esperaban dar caza al buque y a los valerosos expedicionarios
que lo tripulaban. Recibido este armamento, aunque muy deficiente, resolví
avanzar. Durante mi permanencia en La Tola, el enemigo, superior en número y
bien provisto de artillería, no intentó ningún movimiento agresivo y se limitó a
bloquearnos y a hacer ostentación de sus fuerzas sin desamparar sus
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embarcaciones. Para facilitarles el ataque, dispuse dejarles libres todos los puntos
por donde podían efectuar un desembarco; medida infructuosa, pues, como llevo
dicho, sólo se limitaron a hacer alarde de los elementos de que disponían. En La
Tola se engrosaron algo nuestras filas, y puse especial atención en disciplinarlas lo
mejor posible. ¡Ímproba labor es organizar voluntarios! Se formaron las columnas
Esmeraldas, Seis de Abril, Libertadores y Constitución, que componían un total de
150 hombres, aproximadamente, al mando de los comandantes Villacís, Ríos,
Centeno y mayor Marchán, respectivamente.
Dos días antes de salir de La Tola llegó a mis manos un Boletín que el
enemigo había dejado en un caserío inmediato, en el cual anunciaba oficialmente
haber sido dispersadas las fuerzas revolucionarias del norte. Yo no le di entero
crédito a esa noticia, pero en la duda no vacilé en tomar la ofensiva para cumplir
con mi deber en lo que humanamente fuera posible. Con las fuerzas mencionadas
emprendí la marcha. Llegamos a Rioverde el 14 de julio, en donde encontré varios
tripulantes del vapor Esmeraldas con su capitán, tomados prisioneros por nuestra
avanzada. Una fuerte fiebre que nos atacó al señor Valverde y a mí nos hizo perder
muchos días en Rioverde. Allí se nos presentaron también algunos voluntarios. El
23 se incorporó el señor Roberto Andrade, que había salido de Imbabura con tal
propósito; y en el acto como un homenaje tributado a sus heroicos méritos, lo
nombré jefe de Estado Mayor con el grado de comandante. El 24 emprendimos
nuevamente la marcha para buscar un paso por donde cruzar el correntoso río de
Esmeraldas.
Se caminó toda la noche, y al rayar el día 25 pasamos por el caserío llamado
La Piedra, frente a la ciudad de Esmeraldas y a tiro de cañón de vapor enemigo
que estaba anclado en el puerto. En ese punto me informaron que el enemigo tenía
la costumbre de situar un destacamento de 25 a 50 hombres en el caserío de
Tachina; dispuse lo necesario para coparlo y designé las columnas Seis de Abril y
Esmeraldas para su ejecución, con orden, terminante comunicada a sus jefes de no
hacer fuego mientras no se les intimara rendición. En Tachina nada encontramos,
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pero allí adquirimos la certidumbre de que el destacamento enemigo estaba en el
caserío inmediato de Tábule.
La Seis de Abril llevaba la vanguardia, y en los momentos que consumaba la
sorpresa y que el comandante Ríos personalmente intimaba rendición, que ya era
inevitable para los contrarios, una descarga inesperada sembró la desolación de ese
recinto; descarga que por poco ocasiona también la muerte del valiente Ríos. Había
sucedido que un sargento con unos pocos soldados de la Esmeraldas se habían
extraviado de su columna, y apenas divisaron por una vereda el grupo de los
soldados del destacamento, sin orden rompieron los fuegos, que ocasionaron seis
bajas, entre muertos y heridos, dos de estos paisanos. Siempre deploraré esa sangre
derramada inútilmente.
El destacamento se componía de sólo 10 soldados; los sobrevivientes, que
eran seis con un oficial, fueron tomados prisioneros, y los rifles que tenían pasaron
a mejores manos. La captura de ese piquete nos causó mucho daño, debido en
parte a los guías que, temerosos de un encuentro, nos extraviaron y
desorganizaron en el orden de la marcha. Seguimos adelante y donde encontramos
canoas principiamos a pasar el río; en la tarde de ese mismo día acampamos en
Puebloviejo. Ocupábamos ya la misma orilla en que estaba el enemigo.
El 28 recibí un posta de Tumaco con cartas de los tripulantes del vapor
Olmedo. Se me proponía que fuera yo a Tumaco, o bien que evitara encuentros y
que me retirara a La Tola para recibir ciertos refuerzos. Reuní un Consejo de
Guerra para deliberar lo que convendría hacer, en el que prevaleció la opinión de
que si emprendíamos retirada a La Tola, perderíamos la mitad de la tropa en razón
de que estaba muy maltratada por las penosas jornadas que se habían hecho y por
el riguroso servicio de campaña que acostumbrábamos hacer, y que entre todos
ellos ninguno quería retroceder sino combatir. Se tomaron en consideración otras
circunstancias que presentaban como infructuoso el regreso a La Tola. A mí
también se me hacía doloroso retroceder por más que deseaba recibir el refuerzo
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de buenos compañeros y de 80 rifles. Pero convencido de la verdad que
expresaban los jefes que componían el Consejo de Guerra, procedí de conformidad.
Las fuerzas que estaban a mis órdenes se componían de propietarios
artesanos, agricultores, etc., etc., gente toda difícil de sujetarse a una vida dilatada
de cuartelía y marchas y contramarchas. Contesté a los amigos de Tumaco lo que
me cumplía hacer.
Al día siguiente, julio 29, tuvo lugar la acción de Las Quintas. En la mañana
recibí aviso de que el enemigo se movía sobre nuestro campamento, que la mayor
parte de sus fuerzas venía por tierra camino de Tiaune a la Victoria, y que una
pequeña parte estaba destinada a llamarnos la atención por la isla de Tontavaca,
situada cerca de Puebloviejo. A las 10 de la mañana los fuegos de nuestras
avanzadas por la orilla del río anunciaron la presencia del enemigo en la citada
isla. Inmediatamente dispuse que la columna Esmeraldas, compuesta de excelentes
tiradores, se situara en el caserío de Las Quintas, y el resto de las fuerzas las
coloqué convenientemente para recibir al enemigo que venía por tierra. Viendo
que el ataque por el río era de mayores proporciones de los que se me había
avisado, ordené que el Libertadores tomara parte en la acción; momentos después
de haber entrado en línea este refuerzo, el enemigo principió a gritar «viva Alfaro,
viva Villacís» y los fuegos calmaron de ambos lados. Acto continuo el enemigo se
internó al monte y se perdió de vista. No era posible imaginarse que las tales vivas
habían sido una estratagema para conseguir retirarse impunemente. El ataque
esperado por tierra no se efectuó.
En la acción de Las Quintas que duró una hora, el enemigo presentó sobre
200 soldados en una línea de guerrillas situada en la playa de la isla, que sirvieron
de buen blanco para nuestros tiradores; las pérdidas que sufrieron fueron
considerables, las que tuvieron buen cuidado de ocultar. La fuerza que los rechazó
se componía de menos de 70 voluntarios, y no tuvimos pérdida que lamentar,
gracias a la favorable situación del terreno. Aunque todos pelearon bien, los
honores del triunfo correspondieron a la Esmeraldas, en particular al Comandante
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Villacís y a todos los oficiales que mandaban las descubiertas tenientes Ampudia y
Cazar que fueron ascendidos a capitanes. Cayeron en nuestro poder la mayor parte
de las canoas en que había venido el enemigo, en las cuales se encontró un
pequeño botiquín de campaña y dos cajones de cápsulas Remington.
Confieso que las innobles estratagemas del enemigo me quitaron las
ventajas de la victoria. Al mismo tiempo que se retiraban a todo correr para
Esmeraldas, recibía yo aviso de que realmente venían las fuerzas anunciadas por
tierra. Con ese informe y los vivas durante el combate, que yo tenía motivos para
considerar verdaderos, me engañaron completamente.
En Puebloviejo aumentáronse bastante nuestras filas; allí organicé la
columna Colombia, que eligió por su comandante al entusiasta señor Jacinto
Nevares. Como resultado de la acción de Las Quintas, los mudistas hicieron
embarcar en Esmeraldas sus equipajes y todo lo que les estorbaba para la retirada y
pronto embarque de sus tropas. Para mí no podía ser más aciaga la noticia, puesto
que teníamos seguridad de apoderarnos del armamento que tenían en mano.
Estaban en disposición de reembarcarse cuando optaron por hacer trincheras para
defenderse en la ciudad. De Guayaquil me habían escrito asegurándome que de
allí no saldrían refuerzos para la guarnición de Esmeraldas.
Yo estaba esperando, aunque ya con desconfianza, un movimiento que
debía tener lugar en las fuerzas contrarias, cuando se me informó que esperaban
recibir refuerzos de Guayaquil. Entonces resolví no perder más tiempo. Salimos de
Puebloviejo el 4 de agosto con el propósito de efectuar el ataque al día siguiente. El
atraso de una de las Columnas retardó nuestra llegada al estero de Tiaune, y en la
mañana siguiente pasamos en canoas el estero para llegar a la hacienda llamada
«La Propicia», en donde se empleó parte del día en limpiar el armamento que se
había mojado por la lluvia constante de la noche anterior. Se hizo forzoso perder
allí el resto del día.
Circunstancias especiales me determinaron a mandar un parlamentario para
intimar la rendición a la guarnición de Esmeraldas. El capitán Sarria, que fue de
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parlamento, cumplió su misión y regresó con la noticia de haber llegado el
Babahoyo con el general Robles.
Pensar en retirada encontrándonos en las inmediaciones de Esmeraldas no
era prudente ni decente. Reflexioné en la confianza que entraría el enemigo con el
refuerzo recibido, y resolví llevar a cabo el ataque a las cuatro de la madrugada.
Personalmente di la orden a los jefes de cuerpo para que algunas horas después, a
medianoche, estuvieran listos para marchar. En la tropa que yo tenía, la columna
más cumplida era la Seis de Abril, la cual en ese día estaba situada vigilando uno
de los caminos que conducía a Esmeraldas. Llegó la hora fijada y esa columna no
apareció. Mandé traerla y al fin llegó algunas horas después. Su demora consistió
en que emboscaron una avanzada más lejos del lugar que había señalado yo
personalmente.
Esta dilación me trastornó lo primordial del plan. Al fin emprendimos la
marcha; todos íbamos a pie con excepción de dos presos políticos, a quienes por
estar en imposibilidad de caminar les permití ir a caballo; tres bestias, unas que con
mucha dificultad conseguí, las destiné para conducir el parque.
Horas antes de salir de «La Propicia», dispuse que todos los empleados
civiles formaran una columna de Macheteros, la que puse bajo las órdenes del
secretario general señor Valverde. Amanecía cuando descendíamos el cerro
Mucumbiazo; a las seis y media de la mañana hice alto: nos encontrábamos a pocas
cuadras de Esmeraldas. El monte estaba espeso, y al aparecer nosotros, el enemigo
no había advertido nuestra aproximación. Las columnas Esmeraldas y
Constitución venían de vanguardia; llamé a sus jefes comandante Villacís y mayor
Marchán; al primero le señalé el extremo sur, y al segundo el norte, los que debían
atacar, limitándose a sostener el fuego, formados en guerrillas a distancia
proporcional.
Les manifesté que el objeto de iniciar el ataque en la forma indicada a los
extremos opuestos de la ciudad, era para llamar la atención del enemigo hacia esos
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lados, y que el resto de las fuerzas las destinaba para tomar por asalto el centro;
operación que se facilitaba por extenderse Esmeraldas de norte a sur.
En términos precisos les manifesté todo el plan para que se penetraran bien
de la importante cooperación que yo esperaba de esos dos cuerpos. Ambos jefes
conocían perfectamente la localidad. Les ordené marchar por las veredas interiores
que hay, para no ser vistos o detenidos por el enemigo. Tenía planos de las
trincheras y conocía las disposiciones de defensa que adoptaban en la población.
Previne a Marchán de no romper los fuegos hasta tanto no lo hiciera la Esmeraldas,
y ambos jefes se fueron llenos de entusiasmo. Entonces avanzó la Seis de Abril a
poca distancia para esperar mis órdenes. Principiaba a desfilar la Colombia cuando
oí el primer tiro, que fue contestado con una descarga del enemigo, y continuó el
fuego generalizándose.
Al momento supuse que la Constitución y quizás la Esmeraldas habían
encontrado obstáculos para avanzar, y en el acto resolví precipitar el asalto del
centro. Al efecto ordené que la Colombia, seguida de la columna de Macheteros, se
incorporaran a la Seis de Abril y ejecutaran el ataque. Avanzaba yo con el
Libertadores que tenía de reserva, cuando se me presentó un sargento de la
Colombia a darme parte de que el enemigo maniobraba para cortarnos, señalando
con la mano hacia mi izquierda. Lancé al Libertadores en la dirección que se me
indicaba. Yo seguí adelante y entonces vi a nuestros voluntarios desorganizados y
en pelotones. Continué recorriendo nuestra línea hacia la izquierda, y encontré al
Libertadores que, no habiendo hallado enemigo a retaguardia, iniciaba el ataque
por un camino bastante ancho que hay detrás de la iglesia. Dispuse una carga
general. En ese avance murió el denodado mayor Pizarro, segundo jefe del
Libertadores. Fueron apagados los fuegos de la trinchera inmediata a la iglesia que
estaba a pocos pasos de nuestros valientes, la cual, como un cuarto de hora
después, la reocupó el enemigo. La artillería funcionaba con actividad, pero
ningún daño nos causaba; no así de las trincheras, de donde disparaban sin dejarse
ver ni la cabeza.
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Estaban muy nutridos los fuegos, cuando recorrió nuestra línea la voz de
«bandera de parlamento, el enemigo se rinde». La bandera blanca que había puesto
el enemigo, la fueron desenvolviendo lentamente hasta que se reconoció la antigua
bandera ecuatoriana que es azul en el centro y blanca a los extremos. Reconocida la
inicua superchería, los fuegos se renovaron, pero no volvieron a tomar el vigor que
tenían antes.
Veamos lo que desde el principio había causado el trastorno del plan. El
mayor Marchán se puso a la cabeza de la descubierta que precedía a su columna, y
en vez de elegir una vereda que lo llevara al punto que le había designado yo,
tomó el camino que conduce al centro del enemigo. El primer tiro salió de esa
descubierta y mató al centinela; el enemigo respondió con una descarga que mató
al valeroso Marchán que avanzaba. El resto de la Columna sin voz ni mando se
convirtió en una pelotera. El comandante Villacís al oír esos tiros no prosiguió su
marcha, y seguido de unos pocos inició el combate por ese lado.
Con el resto de esa columna sucedió como con la anterior. El enemigo que
creía probable nuestro avance y que descansaba descuidado, recibió aviso
oportuno de nuestro movimiento, concentró sus fuerzas, se preparó y nos recibió
con descargas cerradas. El comandante Ríos entró con muy poca gente también. El
comandante Nevares evitó en parte ser envuelto por el torbellino, desviándose
hacia la derecha y mediante maniobra entró en lucha la Colombia con arrojo
temerario. Los Macheteros, aunque envueltos por el tumulto, se condujeron con
intrepidez. El Libertadores fue la única columna que entró íntegramente a la pelea,
y con algunos dispersos que se agregaron, sostuvo los fuegos con regularidad.
Perdió más de una tercera parte de los 33 voluntarios que la componían. Entre los
muertos que hubo en ese recinto quedaron, además de los malogrados Marchán y
Pizarro, los intrépidos oficiales Roberto Morales, Rubén Miranda, Daniel Carrillo;
y entre los heridos el señor Montúfar de quien recordaré sus denodados esfuerzos
con admiración y gratitud, y los valientes oficiales Santillán, Julio Carrasco.
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Continuaba el combate, en algunos lugares a tiro de pistola, cuando se me
presentó un oficial a darme parte de que el enemigo tomaba posiciones en punto
inmediato para flanquearnos. Llamé al comandante jefe de Estado Mayor que
estaba inmediato, a mi ayudante capitán Andrade y unos cuantos compañeros
más, y marché a contener el avance del enemigo por nuestra retaguardia.
Siguiéronme los demás combatientes de ese punto; por este movimiento se
interrumpió casi repentinamente el combate, pues un momento después sólo se oía
uno que otro tiro por el resto de la línea. A retaguardia no encontramos enemigos;
a unos pocos de nuestros dispersos los confundieron sin duda con los contrarios.
Apagados nuestros fuegos y en desorden todo, no era posible ya renovar la
lucha. Busqué el camino que había traído y principié a organizar los dispersos que
encontré. Entonces emprendimos la retirada andando paso a paso, por los heridos
que llevábamos, de los cuales, los más graves iban a hombros o colocados en los
caballos que conducían el parque. El intrépido mayor Rebolledo, tercer jefe de la
Colombia, que había sido de los últimos en retirarse, cerraba la marcha con un
grupo que él mismo había organizado.
Como a las dos de la tarde hicimos alto en la hacienda de San Rafael, situada
a orillas del Tiaune. Allí se atendió a los 10 heridos que llevábamos, entre los
cuales estaba el segundo jefe de la Seis de Abril, el abnegado comandante López
Rosas, a quien se le amputó un pie, y el valerosísimo joven Clemente Concha,
segundo jefe de la Colombia que había sido sacado de la inmediación de una
trinchera por la intrepidez de nuestro cirujano, fue allí curado también.
Cuando el ataque, contábamos con 250 voluntarios. El armamento consistía
en 115 rifles, 70 fusiles de fulminante, algunas escopetas y machetes. Aún en medio
de la pelotera, los que tenían armas de fuego no se retiraron sin disparar; pero los
que realmente combatieron en toda regla, calculo que no llegaron a ciento,
consecuencia del desorden que se introdujo al principiar la acción. La lucha duró
menos de una hora. Nuestras bajas fueron relativamente considerables;
ascendieron a unos 40 entre muertos y heridos. Prisioneros perdimos muy pocos;
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entre éstos, uno de mis ayudantes, capitán Mario Oña, que combatió con mucho
denuedo; se había separado de mí para ejecutar una orden. También quedaron en
poder del enemigo, heridos, el abnegado sargento mayor Julio Estupiñán y el
bravo alférez Octavio Jurado, perteneciente a la columna Macheteros. Individual
mente ejecutaron prodigios de valor nuestros voluntarios. Tal fue el combate de
Esmeraldas, que tuvo lugar el día 6 de agosto.
Yo estoy seguro de que sin la heroica precipitación del sargento mayor
Marchán, todas las columnas habrían ocupado sus puestos previamente
designados, y entonces, sin embargo de los 1 000 hombres que atrincherados y con
artillería guarnecían la ciudad, la victoria habría sido irremisiblemente nuestra.
A los valientes que yo tenía la honra de mandar, les sobraba voluntad y
resolución para combatir y triunfar. Solamente un desorden fortuito ha podido
hacer infructuosos, por el momento, los esfuerzos del más abnegado patriotismo.
Como en la acción de Las Quintas, hubo también en las trincheras vivas insidiosos.
De Esmeraldas habíaseme informado que la guarnición estaba pronta a proclamar
a don Pedro Carbo siempre que yo lo apoyara con las fuerzas que tenía a mis
órdenes. Yo acepté, y en esperar el pronunciamiento perdí un tiempo precioso. El
envío de un parlamento la víspera del combate de Esmeraldas, no fue más que un
ultimátum a esa proposición.
Después de la retirada, nuestra fuerza reunida en San Rafael ascendió a
unos 170 hombres. En la noche acampamos en las inmediaciones de la hacienda de
San José. Al día siguiente hicimos alto en Monquilve, a orillas del estero. Muchos
me pidieron su baja y se la concedí; y a los prisioneros que aún tenía los puse en
libertad. Algunos desertaron. Estas circunstancias redujeron mucho mis fuerzas.
Los soldados, llenos de indignación, me informaron que el enemigo ofrecía 25 000
pesos por mi cabeza.
En Monquilve descansamos un día, y el 9 de agosto cruzamos la montaña;
como a las dos de la tarde, salíamos a Timbre en el río de Esmeraldas. El enemigo
en número considerable había llegado en la mañana a la hacienda de La Victoria
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distante una hora de Timbre. Hicimos rancho en el Peñón de Chula y continuamos
a la hacienda del señor Chiriboga. En la tarde del 10 de agosto continuamos la
marcha, subiendo el río con el deseo de pasar a Manabí. Había que cruzar una
dilatadísima montaña, y por escasez de víveres tuve que desistir, y adopté otra
ruta.
Por enfermedad tuve que separarme de mi compañero don Miguel Valverde
que se quedó en compañía del muy patriota gobernador don Pedro Gómez, quien
tampoco pudo seguir la marcha por su quebrantada salud. Pasamos el riachuelo
Popa y llegarnos al estero de Rioverde. Nos encontrábamos en la montaña, en vía
para el río Onzole, cuando recibimos un posta que traía la noticia de haber sido
reducida a 200 hombres la guarnición mudista de Esmeraldas, y que lo demás de
las tropas las habían mandado a Guayaquil. En el acto dispuse regresar, y nos
encontramos con que la noticia había sido inexacta. Regresamos. El 30 de agosto
subimos el estero de Meribe, y después de dos días de montaña, llegamos al estero
de Contaduro en donde nos proveímos de balsas y en pocas horas de navegación,
desembocamos al río Onzole, que bajamos en dos días. Estuvimos a corta distancia
de La Tola, que estaba ya ocupada por el enemigo, lo mismo que otros puntos de
tránsito para la costa.
Determinamos trasladarnos a la Sierra. En canoas subimos el caudaloso río
Cayapas, y el 7 de septiembre llegamos a un lugar que llaman El Puerto, de donde
principia el viaje a pie por la montaña. Allí tuvieron que quedarse muchos
compañeros. El día 8 principiamos a internarnos; el 10 llegamos a Pueblo Viejo,
caserío antiguo de los indios Cayapas, en donde se quedaron los comandantes
Centeno y Ríos y algunos compañeros más que no podían caminar o que estaban
enfermos. De allí en 5 días cruzamos la montaña más inclemente y áspera que sea
posible imaginarse.
El día 15 salimos a la provincia de Imbabura por los páramos de Pifian. Me
acompañaban el coronel Pallares, comandante Andrade; en fin, 22 entre jefes,
oficiales y clases. Mi plan se desconcertó porque no encontré los caballos que se me
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había dicho habría para todos. Tuve que variarlo. El 17 estuve a corta distancia de
Ibarra, y adquirí la certidumbre de un próximo movimiento revolucionario.
Encontré en el tránsito numerosos amigos que me acompañaron y facilitaron el
viaje que era casi público.
El 20 de septiembre por la mañana pasaba el puente de Chiles y me
encontraba en territorio de la libre Colombia. En Ipiales, los colosos en intrigas
políticas, hicieron imposible mi cooperación personal: el movimiento
revolucionario que a la sazón se levantaba en Imbabura tenía color de rosa y
consideraron innecesario el contingente del patriotismo. En obsequio de la verdad
agregaré que no dejaron de invitarme repetidas veces para que los acompañara,
pero sin programa, sin organización y de tal modo que implicaba renegación
anticipada de mis convicciones políticas; proposición inaceptable para mí, que
tengo por norma respetar las opiniones ajenas, y que aspiro a un movimiento
verdaderamente nacional. Y como tampoco era decoroso favorecer división
alguna, resolví regresar a la Costa, y al efecto el 28 de septiembre salí de Ipiales
para Tumaco.
Los hechos que han ocurrido demuestran palpablemente que si al principiar
la campaña hubiera tenido a mi disposición 209 Remington, en el término de la
distancia habría caído en nuestro poder la guarnición mudista que había en
Esmeraldas, y sobre la marcha Manabí hubiera sido el lugar donde en breve
pudiera organizar fuerzas respetables que habrían dado apoyo eficaz al
levantamiento de las provincias del Guayas y Los Ríos. Los enemigos del
usurpador son numerosos; lo que ha faltado han sido armas de precisión.
Frecuentemente sucedió en Esmeraldas, al presentarse un hombre, que al
armarlo con un fusil o escopeta, decía francamente que si no le daban un
Remington desertaba; y como no podía mejorarle el armamento, tampoco podía
evitarle la deserción por ese motivo.
Me cumple dar cuenta del dinero sonante recibido y gastado en Esmeraldas
bajo mi inspección. Excusado es anticipar que no tuvimos abundancia del precioso
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metal. En La Tola fue urgente tomar prestados 600 pesos; en Rioverde recibió el
comisario de Guerra, mayor Estupiñán, unos 300 pesos en dos partidas, y en
Puebloviejo 200 pesos, otro préstamo. Algunos créditos que se contrajeron,
especialmente por víveres, ropa, etc., constan en los recibos respectivos. No había
más sueldo que la ración en víveres que se daba diariamente y que era igual para
todos. Algunos amigos del exterior me ayudaron oportunamente con generosidad.
Con esos elementos, yo no me habría lanzado a la campaña tan
prematuramente como lo hice; mucho más teniendo entre manos una fuerte
negociación por armamento, que un mes después habría estado a mi disposición;
pero mi respetable amigo el doctor Francisco J. Montalvo me comunicó que iban a
ponerse en armas por Imbabura, y me instaba para que cooperara por la Costa; y
también se me dio aviso de que el grupo de patriotas que había en Pianguapí se
disolvería si yo retardaba mi viaje. Y como no soy muy reacio cuando se trata de
luchar por los principios republicanos, por ello me felicito, aun cuando el
descalabro del Seis de Agosto haya interrumpido el curso de la campaña.
La caída del Mudo Veintemilla habría sido inmediata, sin los intrigantes
que, por adueñarse del Poder por medio de la cábala, han sacrificado a los que
combatían a pecho descubierto. Mientras los pueblos se levantaron inermes para
combatir y derrocar al traidor, los miserables intrigantes por interés personal
frustraron movimientos importantes en Guayaquil especialmente. Mientras tanto
Esmeraldas, la débil y aislada provincia del Ecuador, puede enorgullecerse de
haber cumplido su deber con denuedo.
Panamá, octubre 14 de 1882.
ELOY ALFARO
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Historia del ferrocarril de Guayaquil a Quito Páginas de verdad escritas por el general Eloy Alfaro, gestor de la magna obra.
Quito, marzo 5 de 1931
Señor don Leopoldo Rivas B.,
Director de la Revista «Nariz del Diablo».
Presente.
Mí estimado señor:
Tengo el agrado de contestar la atenta esquela de usted, correspondiente al
14 de enero del año en curso.
No son «folletitos sobre el desarrollo de los trabajos del Ferrocarril del Sur,
que, de su puño y letra, escribió el General Eloy Alfaro», los que se hallan en mi
poder, sino páginas escritas a máquina y corregidas por el propio General, acerca
de la construcción de dicho Ferrocarril, tres meses antes de su victimación. Las
referidas páginas, en forma de carta, fueron dirigidas al señor Ángel T. Barrera —
ex secretario privado del General— quien comenzó a darlas a luz en El Tiempo de
Guayaquil; pero los acontecimientos políticos de entonces, el asalto a la imprenta
de ese diario, etc., etc., impidieron que continuase la publicación, desapareciendo
los originales.
Cuando el General era conducido preso a la Capital —en el mismo
Ferrocarril objeto de sus constantes desvelos— acompáñelo yo desde Huigra. En
Alausí me entregó un rollo de papeles, diciéndome: «Te encargo esto que me ha
tenido muy preocupado durante el viaje, por temor de que se me pierda, no de que
me roben; porque, felizmente, estos muchachos son muy honrados. (Pronunció
estas palabras con marcada acentuación dirigiéndose a los que le escoltaban.) La
maletita en que los he guardado, a cada rato se me confunde; y en tus manos, los
papeles quedan seguros. Es la Historia del Ferrocarril». Más tarde, al momento de
almorzar, el General agregó: «Esos papeles que te he dado son muy interesantes:
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sería lástima que se perdieran. Contienen la historia del Ferrocarril. Es la
vindicación del pobre Harman, a quien tanto se ha calumniado. Comenzó a
publicarse en El Tiempo; pero supongo que ya no existen los manuscritos. En
cuanto puedas, que eso se dé a luz. Es la única copia que ha quedado… Tal vez me
dé un cólico en el viaje, y quiero estar seguro de que esos documentos no
desaparecerán».
He conservado el rollo de papeles con la veneración de que es digno todo
cuanto proviene de una mano ilustre. Las vicisitudes de la suerte —adversa antes
que próspera— no me han permitido emprender en la publicación de obra de tanta
importancia y trascendencia. En mi concepto reviste carácter de palpitante
actualidad e interesará la lectura no sólo a nuestros compatriotas.
El respeto a la verdad y el que merece un autor tan eminente, ya por la
sinceridad del relato, ya por la justicia y la modestia, en los conceptos con que se
refiere a sus más encarnizados enemigos, imponen el deber de no omitir ni una
línea del escrito. Conviene que el Ecuador lo conozca, que lo conozca Quito,
especialmente, Quito que presenció el sacrificio del hombre cuyas energías se
consagraron, exclusivamente, a su engrandecimiento y belleza.
Accediendo, pues, a la amable insinuación de usted, gustoso le envío las
páginas del General Alfaro, con algunas notas mías que no se apartan de la verdad.
De usted, muy atento y S. S.
CARLOS ANDRADE
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Historia del ferrocarril de Guayaquil a Quito Panamá, 28 de octubre de 1911
Mí recordado amigo Barrerita:
Todavía no me llega tu carta correspondiente al presente vapor, lo que
significa que no me has escrito o que en la oficina de correos de allá la han
interceptado para evitarme la molestia de leerla. En este caso, poco ganamos con el
transcurso del tiempo, que tiene la imprudencia de aclararlo todo.
Me ha sorprendido dolorosamente la noticia de la muerte de Don Archer
Harman, de la manera trágica que dicen ha sucedido. Yo la deploro en el alma,
porque sin la honradez, inteligencia y actividad de ese amigo, los cargos
espantosos lanzados por los enemigos del Partido Liberal, con ocasión del
Ferrocarril, habrían quedado aparentemente justificados.
Todavía recuerdo con indignación que el Congreso de 1898 levantó la
bandera de la insurrección contra el contrato ferrocarrilero, calificándolo de
pretexto para saquear la Nación, sin perjuicio de calificarme de traidor a la Patria,
porque de esa manera iba a entregar el País a los yanquis, aseguraban, y sobre
todo, que con su anulación se salvaba la santa religión de nuestros mayores.
Recuerdo que en la Cámara de Diputados, quedamos reducidos a dos votos
favorables al Gobierno, el de Don Emilio Estrada y el de un joven Intriago, que
después nombré ministro del Tribunal de Cuentas de Guayaquil, en premio a su
patriotismo. Recuerdo que dicha Cámara acordó un decreto, anulando el indicado
contrato y expresamente quitándome hasta la facultad de intervenir de ninguna
manera en su realización. Advertido de ese propósito, pasé un mensaje especial a
la Cámara del Senado, protestando enérgicamente de ese proceder arbitrario e
inicuo, y aunque sólo como una tercera parte de los senadores apoyaban
honradamente al Gobierno, conseguí contener la avalancha desmoralizadora de
esos políticos de sacristía y obtuve también que el señor Harman consintiera en
satisfacer las exigencias de mis enemigos políticos, y se acordaron algunas
reformas secundarias en el contrato originario. Sería alargar demasiado esta carta,
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si me pusiera a referir todos los incidentes que entonces ocurrieron, así es que me
limitaré ahora a mencionar lo más notorio.
Aquella oposición que entonces se me hacía, no era más que un pretexto
para facilitar la revolución contra los liberales que componíamos el Gobierno y que
de buena fe emprendimos en la tarea de la reforma política y social del Ecuador.
Para dar una idea de la magnitud de las contrariedades que hemos sufrido, referiré
únicamente lo que se relaciona con el Ferrocarril.
Desempeñaba en esa época Don Miguel Valverde el Consulado del Ecuador
en Nueva York. Se me dio parte de que era agente activísimo de los conspiradores
de Quito, especialmente inculcando la desconfianza a los accionistas del
Ferrocarril, y lo destituí al momento. Antes Don Miguel había descollado por sus
sacrificios en pro de la buena causa. Siendo adolescente mereció que García
Moreno, arbitrariamente, lo aventara al Napo, junto con el malogrado joven Don
Federico Proaño, en castigo de ser redactores de un periódico moderado de
oposición, llamado la Nueva Era. Para mí era un deber la buena colocación del
señor Valverde y lo nombré cónsul en Nueva York, designándole todos los ingresos
como sueldo. Si hombres ilustrados y de talento como el señor Valverde, tuvo de
contrarios el contrato Harman, ¿qué había que esperar de los señores curas, que se
les hacía creer que defendían la Santa Religión haciéndole la guerra al Gobierno
Liberal que yo presidía?
Entre los senadores se encontraban los señores Manuel A. Larrea y Lizardo
García, ambos candidatos rivales a la jefatura Suprema de la revolución en ciernes.
El primero consiguió la supremacía de la presunta jefatura, y despechado Don
Lizardo de la conducta de los conspiradores, apoyó con algunos de los suyos el
Contrato Ferrocarrilero, y de esta manera, desde ese día, obtuvimos en el Senado
una ligera mayoría de votos que facilitó el arreglo de la transacción con Mr.
Harman. Revísese la lista de los nombres de los ciudadanos que componían el
Congreso netamente oposicionista de 1898 y se podrá estimar el cargo pérfido que
por la prensa y a gritos vociferaban contra la «feroz tiranía» de mi Gobierno. Se
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verán allí los nombres de muchos «radicales» que dudando se consolidara la
doctrina liberal en el Poder, se afiliaron con los empedernidos terroristas de
siempre. En cierto modo, siendo notoria la hostilidad que se presentaba por la
frontera del norte y sur, y que realmente en el interior de la República estábamos
en minoría entonces, no era obligación de los dudosos afrontar el peligro, como lo
afrontamos nosotros sin vacilación, hasta triunfar en toda la línea. Con esta
explicación, no hay que extrañar la generosidad con que fueron tratados todos
nuestros adversarios. Pero no anticipemos el orden de los sucesos.
Cuando regresó el señor Harman a Quito y se encontró con la novedad
hostil del Congreso, accediendo con generosidad a mis observaciones, me dijo que
con la venta de una de las islas de Galápagos, obtendría más de lo necesario para
ser indemnizado por daños y perjuicios; pero que por consideraciones a mí,
entraría en arreglos con el Congreso, porque prefería ganar por medio de su
trabajo y a la vez siendo útil a mi Gobierno y al País, lo mismo que podía conseguir
por medio de una reclamación, y de ese modo retribuía la manera decente como yo
lo había tratado; pero que contaba con mi apoyo honrado de siempre cuando la
empresa lo necesitara. Habría preferido que Harman hubiera relacionado este
punto, porque habría sido más explícito que yo.
Enseguida del arreglo con el Congreso, volvió Don Archer a Nueva York y
se encontró con el principal accionista, desanimado en lo absoluto, por dos agentes
de Quito, que tuvieron el apoyo del señor Valverde en su labor diabólica. Siento no
recordar en este momento el nombre del accionista principal de entonces, que era
una casa millonaria, y que dándose por engañada, exigió de Mr. Harman la
devolución de la fuerte cantidad que ya había desembolsado. El hecho de la
modificación arbitraria del primitivo contrato, celebrado con todos los requisitos
de Ley, ponía en transparencia que no había buena fe en esa clase de operaciones
en el Ecuador, principiando por el Gobierno que lo permitió, decían los accionistas,
y exigieron el reembolso de lo que ya habían pagado y fue forzoso a Don Archer
Harman atenderlos, quedando así casi desbaratada la Compañía.
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Al señor Harman se le había facilitado conseguir en Nueva York la
suscripción completa de accionistas, comprobando que en la adquisición del
Contrato del Ferrocarril no había tenido necesidad de gastar en gratificaciones ni
un solo centavo con nadie, circunstancia que demostraba la idoneidad de todos los
ciudadanos que intervinieron en la negociación, entre quienes se encontraban los
miembros de la Asamblea Constituyente, que había reorganizado la República del
Ecuador y que tuvo la honra de decretar y sancionar las bases para el Ferrocarril
Trasandino Nacional. Decreto que considerado en sentido mercantil tenía las
apariencias de visionario, porque en realidad la Nación no contaba con capital ni
con crédito para poder realizar obra tan gigantesca. Solamente tenía en nuestro
abono la pureza con que se manejó la negociación, que demostraba la
honorabilidad de todos los diputados, amén de la gratificación de $3.500.000 en
bonos diferidos que fueron rechazados con el decoro debido.
En cambio estábamos abrumados con las perpetuas conspiraciones
reaccionarias, que frecuentemente nos envolvían en la guerra civil, siendo la más
ruidosa la que terminó en la batalla de «Chimborazo», que a bandera desplegada
era enemiga del Ferrocarril; y como adehala de semejante época de lucha, vivíamos
debiendo hasta el aire que respirábamos, para ser menos gravosos a los vencidos y
facilitar la reconciliación. Mucho hay que aclarar a este respecto.
Don Archer había conseguido contratar con una poderosa compañía de
materiales para ferrocarril, la ejecución del nuestro; pero cuando el representante
que mandaron a Quito presenció el procedimiento de los congresistas, desistieron
y anularon su convenio con Harman. Este inteligente y audaz empresario no se
amilanó ni un momento y continuó en su labor adelante, con el firme propósito de
llevar el tren a Quito y así lo cumplió salvando terribles contrariedades. Hubo
momentos que su principal capital consistió en el desinteresado apoyo que
decididamente le prestaba el exhausto Gobierno Ecuatoriano.
Escribiendo sin ver los documentos pertinentes, no puedo precisar muchos
puntos esenciales que me sirvan de base de comparación. El Ferrocarril nuestro se
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contrató en $12.282.000, en bonos que deben ser pagados gradualmente por el
Gobierno. Además hay otra emisión de $5 250 000, que deben ser amortizados con
productos del mismo Ferrocarril. Nuestra vía férrea mide 290 millas desde Durán a
Quito. En su construcción se emplearon doce años escasos.
Entiendo que el Ferrocarril del Oroya mide 148 millas escabrosas como el
nuestro, y que su construcción costó más de 40 000 000 de pesos oro, invertidos
paulatinamente en más de 30 años de trabajo.
El Ferrocarril de Costa Rica, del Puerto Limón a Alhajuela, mide unas 120
millas, costó más de 4 000 000 de libras esterlinas, siendo la altura de su cordillera
como la mitad de la nuestra.
Solicitando el valor de los Ferrocarriles de Valparaíso a Santiago; de
Millendo a Puno; de Veracruz a Méjico, y otros similares en América, podríamos
establecer comparaciones concluyentes en nuestro favor.
Palpando ya el señor Harman los aciagos efectos de las travesuras de los
congresistas y confiando firmemente en la buena fe de mi Gobierno, resolvió
cambiar de escenario y se trasladó a Londres. Allí se encontró con Sir James
Sivewright, archimillonario filántropo que daba protección a toda empresa
honrada que se le presentara, por lejano que fuera el lugar donde se realizara.
Cerciorado el filántropo inglés de los antecedentes y pureza que había mediado en
la negociación, tomó parte como accionista en nuestro Ferrocarril y este apoyo
entrañó la realización de nuestra obra redentora, base eficaz del desarrollo
industrial de algunas provincias andinas del Ecuador.
Los gobiernos de García Moreno, Borrero, Veintemilla y Caamaño, habían
construido como 60 millas de la línea férrea, vía angosta, es decir, treinta y seis
pulgadas de ancho, desde Durán a Chimbo, de donde tenía que seguir a Sibambe,
como la ruta más asequible para trepar la cordillera andina. Lo construido
comprendía la parte plana del camino.
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El empresario Harman inició los nuevos trabajos con mucho vigor. Estaban
ya enrieladas seis millas y listas número mayor de millas para recibir los rieles,
cuando un derrumbe espantoso cubrió con grueso espesor de tierra la mayor parte
de cuanto se había trabajado. Sucedió que en ese año no hubo estación seca y que
las lluvias torrenciales se prolongaron ocasionando el desastre indicado.
En años anteriores había sucedido igual percance en los trabajos que
iniciaron el presidente García Moreno y el empresario Kelly, que terminaron con
derrumbes de tierra; pero los trabajos fueron entonces en la parte más baja del
trayecto; mientras que los trabajos de Harman fueron en latitud más alta, para
ponerse a cubierto de los percances sucedidos a Don Gabriel y a Kelly; pero parecía
que hasta la naturaleza se oponía al avance de la locomotora a la cuna de los Shirys
y que se había aliado con los terroristas para darle golpe mortal al Ferrocarril.
Don Archer llegó desalentado a Quito, y cuando me relacionó la magnitud
del desastre acaecido, también quedé anonadado, y cuando me preguntó, ¿ahora
qué hacemos?, le contesté: primero tomemos un trago de whisky para espantar al
diablo y después veremos qué se hace. Ambos quedamos reanimados, y como mi
interlocutor era hombre de empresa, convinimos en buscar una nueva vía. La
Compañía tenía un magnífico ingeniero, de apellido Davis, que ganaba $14.000 de
sueldo anual (sueldo mayor que el del presidente del Ecuador), y lo escogimos
para la nueva exploración, utilizando los diversos datos adquiridos antes por los
prácticos montañeros, en definitiva aceptamos la del río Chanchán con el
inconveniente de exigir más gradiente y ser muy escabrosa, pero más corta que la
ruta de Sibambe abandonada por necesidad. El ingeniero Davis adquirió en el
desempeño de su comisión una insolación terrible que lo llevó a la tumba.
Felizmente quedó un buen auxiliar en el mayor John A. Harman, ingeniero,
hermano de Don Archer, que se desempeñó perfectamente y que más tarde
también fue víctima de la maligna fiebre.
Los trabajos volvieron a iniciarse con mucho empeño partiendo desde Bucay
(Elizalde) en dirección a Huigra y Alausí. La Compañía Empresaria hizo venir más
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de 4000 peones de Jamaica, que prestaron en oportunidad buen concurso, porque
los jornaleros nacionales escaseaban.
Repentinamente se me presentó el señor Harman en Quito, con la novedad
de que toda la cuadrilla de peones que trabajaban en abrir la trocha, habían caído
enfermos con fiebre. Observaron que a la altura de unos 700 pies sobre el nivel del
mar, había muchos árboles pequeños que producían insectos coloraditos muy
diminutos, que al caer sobre cualquier persona le ocasionaba dolor de cabeza, que
degeneraba en fiebre. Mucho nos alarmó esa novedad. Acordamos guardar reserva
del obstáculo inesperado y que se contratara la destrucción de esos arbustos con
una persona competente, mediante generosa gratificación, abarcando el espacio de
cien metros a cada lado del camino. Don Archer regresó volando a su
campamento, ejecutó todo con la actividad y energía de costumbre, y desapareció,
sin causar alboroto, ese peligro inimaginable.
Don Archer tuvo que regresar a ultramar. Siempre que hacía compras de
materiales en cantidad considerable, nos presentaba en Quito las facturas
originales, lo mismo que los conocimientos de embarque. De todos esos materiales
había en camino, en la época a que aludo, cantidades considerables. El reembolso
que hubo que hacer a los primeros accionistas, que se retiraron espantados del
proceder de los congresistas del 98, puso en conflicto a la compañía, que también
tuvo que atender al pago de los valiosos materiales adquiridos para llevar adelante
los trabajos principiados de la magna obra.
Los ministros de Estado, especialmente el doctor José Peralta y Don
Abelardo Moncayo, mis buenos auxiliares, vivían llenos de confianza, lo mismo
que yo, considerando que ya la gran obra estaba salvada y asegurada su ejecución,
aunque los tenaces oposicionistas seguían asegurando en todos los tonos, que todo
no era más que un pretexto para saquear al País, y que Don Gabriel la habría
realizado con solo 100 000 libras, a lo más. No dejaban de infundir desconfianza y
alarma.
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En esas circunstancias, se me presentó el mayor Harman con un cablegrama
descifrado, en el cual le decía su hermano Archer que le pidiera al Gobierno, en
calidad de anticipo, tal cantidad en bonos (no recuerdo ahora la suma fija, pero
pasaban de $2.000.000), para poder hacer frente a tales y cuales compromisos
pendientes; o de lo contrario, la bancarrota de la compañía era inevitable. Aunque
la respuesta tenía el carácter de premiosa, contesté al emisario volviera por la
resolución definitiva. Entonces llamé a los señores ministros Peralta y Moncayo, y
al leer el cablegrama en referencia, los dominó la misma mortificación que yo había
sentido. Entramos en conferencia que importaría se conociera en sus menores
detalles, pero que no lo hago hoy por no alargar demasiado esta carta. Pues bien,
los señores ministros, con mucho juicio, apelaron a todos los razonamientos y
peligros que presentaba el préstamo para negarse rotundamente. Obsérveles que
con la negativa se venía abajo el proyectado Ferrocarril, y que eso equivalía a la
caída del Partido Liberal y al consiguiente triunfo de los terroristas. Más bien
estaban resueltos a expatriarse voluntariamente del país, que a sufrir los peligros
que presentaba el préstamo. Felizmente el patriotismo es una fuente ilimitada para
los sedientos de esa enfermedad. Les observé que los materiales habían
principiado a llegar y que llegaría lo restante anunciado; que al quebrar la
compañía, como se presumía, yo me comprometía a dejar la Presidencia de la
República en manos del vicepresidente, para irme a dirigir personalmente los
trabajos de la vía férrea, y que ayudado por ingenieros competentes, si no traía el
tren hasta Guamote, por lo menos alcanzaría a dejarlo en Alausí. Los ministros
interlocutores tenían plena confianza en el cumplimiento de mis resoluciones.
Aceptaron con aplauso mi combinación y facilitaron con regocijo el temido
préstamo, que me parece pasó luego de $4.000.000 en total, y que después de la
terminación de mi período constitucional, nos puso en peligro de ir a parar al
Panóptico, como lo demostraré a su tiempo. En medio de la gritería que levantaron
nuestros enemigos, vivíamos tranquilos, porque podíamos comprobar de manera
exacta, con las facturas a la vista, cómo se había invertido el supuesto desfalco, que
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había salvado la obra del Ferrocarril; la falta consistía en el pago anticipado del
valor entregado, lo cual envolvía responsabilidad para nosotros al ser juzgados por
la mala fe, mientras que ese proceder salvó a los accionistas de la pérdida de sus
aportes, y al Gobierno de los trastornos consiguientes.
Cada vez que se me ofrecía hacer viaje a Guayaquil, me venía por el lado de
Alausí, recorriendo la línea señalada para la vía férrea, y quedaba espantado al ver
esos precipicios que eran intransitables hasta para las cabras, y a veces me asaltaba
la idea de su impracticabilidad si no se hacía mayor gasto de millones de dólares.
Cerraba los ojos y confiaba en mi buena estrella.
Me propuse acumular recursos para atender al servicio de los bonos
respectivos, desembolso que entonces era reducido. Sin embargo de las
necesidades terribles exigidas por la situación de guerra interna que
atravesábamos, remitíamos a Londres esos fondos. Recuerdo que cuando me
separé del Gobierno en 1901, quedaron depositados en poder del fideicomisario,
algo como 150.000 libras, depósito que les dio valor extraordinario a los bonos
ferrocarrileros y que moralmente sirvió de mucho a la compañía empresaria en el
ensanche de su crédito.
Teníamos en contra el desprestigio de los bonos de la llamada Deuda Inglesa,
provenientes de la época de la Independencia. Aquello fue un abuso de los
primitivos prestamistas, aunque algunos de ellos aparentemente justificados por el
hecho de dar crédito a los patriotas de la Guerra Magna, lo que en apariencia
equivalía a arrojar el oro sellado al fondo del mar; de tal manera era el peligro que
se corría al cruzar el Océano hasta llegar a tierra firme. En muchos casos sucedió
que una Nación poderosa facilitó el dinero que algunos comerciantes antillanos
recibían a condición de invertirlo en materiales de guerra y darlo a crédito con la
seguridad de ser consumidos en favor de la Independencia de Colombia. De esta
manera el Gobierno protector se ponía a cubierto del cargo de quebrantar la
neutralidad; pero los intermediarios abusaron sensiblemente de su generoso
proceder. En el arreglo de cuentas, aparecieron uniformes para soldados, pantalón
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y chaqueta de paño ordinario, al precio de 16 libras cada terno, y lo demás por el
estilo. Mediaron otros abusos, efecto de la inocencia de nuestros mayores en esa
clase de negociaciones. En el definitivo reconocimiento de esos créditos, la víctima
venía a ser la generación presente; y conociendo los antecedentes que en variadas
formas habían ocurrido, especialmente la falta de colonización pactada en el
arreglo conocido con el nombre de Icaza-Mocatta, que doraba la píldora, porque en
verdad al cumplirse habría iniciado la prosperidad del País, en vez de producirnos
el conflicto de 1858 con el Perú, que tanto daño causó al Ecuador. Tuve que
aplicarle a ese nudo gordiano un golpe supremo: decreté la suspensión de esa
deuda, contrariando mis propios deseos, porque me hacía mucho daño personal
ese proceder; pero en cambio cumplí con mi deber.
Acreedor muy diferente fue el presidente africano de Haití, protector de
Bolívar. Cuando Don Simón le preguntó de qué manera le pagaría el cargamento
de materiales de guerra que le daba, le contestó el noble Pection: «Me paga usted
dándoles libertad a los esclavos», y así lo cumplió con la subsiguiente derrota de
los realistas en Venezuela, Cundinamarca, Quito y en el Virreinato de Lima.
La Compañía del Ferrocarril necesitaba que los bonos del Ferrocarril, que les
dábamos en pago de los trabajos que se realizaban en la vía férrea, fueran
cotizados en la Bolsa de Londres, y para conseguir esto era necesario la extinción
de los bonos de la llamada Deuda Inglesa; lo que considerándolo conveniente a la
salvación del crédito nacional, de acuerdo con mis colaboradores principales,
acepté las condiciones que me dirigió el señor Harman, al tipo de 35%, parte al
contado y parte en una emisión de bonos, llamados bonos Cóndores, moneda de oro
ecuatoriano, equivalente a una libra esterlina. El señor Harman consiguió comprar
gradualmente una parte de los llamados Bonos de la Deuda Inglesa a tipo muy
bajo; pero cuando en la Bolsa advirtieron que había compradores de ellos,
principiaron a subir su precio, y Don Archer optó por entenderse directamente con
los Bondholders y los contrató al 35% con excepción de unas 100.000 libras en
bonos que conservaba particularmente un socio de la firma de Rubert Lubbeck y
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Compañía, que Don Archer se encontró compelido a comprar al 45%, para
conseguir recoger toda la emisión circulante entonces. Los terroristas clamaron
contra ese arreglo, y más tarde intrigaron y consiguieron se enviara a Londres a
Don Lizardo García, con el carácter de comisionado fiscal, para que pesquisara los
fraudes que firmemente creían, a puño cerrado, habían ocurrido, y poder acabar
así con mi pobre personalidad política. La operación fue tan clara y sencilla, que
con facilidad pudo el señor comisionado fiscal cerciorarse del proceder correcto en
todo ese negociado. A los esfuerzos del señor Harman, procurando la mejor
cotización en la Bolsa de Londres, de los bonos ferrocarrileros, se debió la extinción
de la llamada Deuda Inglesa, deuda que después de la consumación de nuestra
Independencia causó muchísimos males al Ecuador.
El general Castilla, presidente del Perú, dominado de nobles sentimientos
de americanismo, impugnó la concesión de terrenos baldíos en el Oriente, que el
Gobierno del Ecuador había celebrado con nuestros acreedores de ultramar y que
debían colonizar los ingleses, considerando salvar así la autonomía de las Naciones
de la América del Sur; pero pretextando que esos terrenos eran peruanos, porque
de otro modo no podía impedir la supuesta amenazante colonización, y, además,
salvándonos del peligro de volvernos ingleses.
Los oposicionistas del Gobierno en Quito también desconfiaban de la
colonización inglesa, y miraban con simpatía la intervención del Perú, cuya
protección aceptaron al principio, suponiendo que el bondadoso presidente
Castilla hacía el reclamo de los terrenos baldíos para salvar al Ecuador de las
garras de los ingleses. Sobrevino la confusión y se convirtió todo en un caos,
sirviendo de pretexto el forzado arreglo de la llamada Deuda Inglesa; digo arreglo
forzado, porque también se propalaba la especie de que en caso contrario,
obligábamos a la poderosa Nación inglesa a echársenos encima para cobrarnos lo
que debíamos, especie que propalaban los cobradores, abusando de nuestra
debilidad. Atribuyeron a la Gran Bretaña una intención malévola que jamás abrigó
contra nuestros pueblos; intención imaginaria que fue explotada pérfidamente por
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los especuladores, como lo comprobó más tarde la repudiación de los bonos
aludidos, cuando el cumplimiento de exigencias temerarias nos obligó a anularlos.
Sin la necesidad de construir el Ferrocarril Trasandino, quizás se habría puesto en
evidencia la verdadera historia de los bonos antiguos, si se nos hubiera exigido su
pago; pero fue forzoso atender de preferencia a la obra redentora del Ecuador,
dejando a la vez terminado el odioso reclamo de esa deuda, que había asumido ya
apariencias de completa legalidad. Volveremos a tomar el hilo de los trabajos de
nuestro Ferrocarril Trasandino.
Los trabajos en la construcción del Ferrocarril continuaron con vigor
extraordinario. El trayecto de Durán a Chimbo, que era de vía angosta, se ensanchó
a 42 pulgadas y así continuó desde Bucay hasta Quito. El renombrado ingeniero
coronel Shunk, que había sido presidente de la Comisión de Ingenieros
Americanos que había estudiado el trazo para el grandioso Ferrocarril
intercontinental, proyectado por el Gobierno de Washington, fue contratado por la
Compañía para rectificar el trazo que debía servir de lecho a nuestra línea férrea, y
en esa labor pude verlo varias veces en mis frecuentes viajes a la Costa.
Los materiales anunciados llegaron y continuaron llegando en abundancia:
ya no había lugar a desconfianza, en apariencia al menos. La plaga de la variolosa,
muy aficionada a la raza indígena y a los africanos, de los que tenían algunos miles
de braceros, se introdujo varias veces a los campamentos; pero fue repelida
rápidamente adoptando medidas sanitarias eficaces.
En agosto de 1901 terminó mi Administración, y contento me separé del
ejercicio de la abrumadora Presidencia. Como de costumbre, me vine a Guayaquil
recorriendo los campamentos y lugares de trabajo. Cada campamento era una idea
donde abundaban materiales y elementos de subsistencia, y régimen de sanidad y
de moralidad. Prevalecía completo orden y organización magnífica en todo
sentido.
Con mi familia fijé mi residencia en Guayaquil, como un grato homenaje al
valeroso Pueblo que el Nueve de Octubre, Seis de Marzo y Cinco de Junio, llevó a
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cabo la Independencia y regeneración política y social de la Patria amada, a la vez
que procuraba garantías para mi personalidad. Por igual consideración estaría
actualmente viviendo en Guayaquil; pero los sentimientos de patriotismo que en la
Capital de la República me obligaron a permanecer en quietud, me obligaron
también a expatriarme. Salvado milagrosamente de la sorpresa que produjeron los
acontecimientos del día 11, con sólo guardar silencio, habría recobrado en seguida
el ejercicio de la Presidencia en Quito; pero los revoltosos habrían abandonado la
ciudad, y mirando por su propia defensa; se habrían retirado a los páramos, donde
tenía que prolongarse la guerra civil, que habría arruinado completamente al País,
y así debilitado, puéstonos a merced de cualquier invasión, que impulsada por el
interés de consumar la descuartización inicua del territorio nacional, se habría
lanzado contra el Ecuador.
Ante semejante perspectiva, mi deber era prescindir en lo absoluto de mi
venganza personal y procurar la unificación del elemento liberal en el Poder, con la
certidumbre de que al verificarse la codiciosa invasión suriana, sería
victoriosamente rechazada. Al quedarme en Guayaquil, juzgaba que al
presentárseme el pueblo pidiéndome que se repitiera otro Gatazo, tenía que darle
gusto, y la manera de evitar ese compromiso, era alejarme, bajando
silenciosamente el río, con la resolución de que al sobrevenir cualquier conflicto
internacional y necesitar la Patria de mis servicios, al instante volar a su llamada
para conducir a mis compatriotas al combate y a la victoria.
Encontrábame, pues, en la época a que me refiero, avecindado en
Guayaquil, cuando se me presentó el mayor Harman a manifestarme
confidencialmente que ya se había gastado en los trabajos del Ferrocarril todo lo
presupuestado hasta Guamote.
No me causó sorpresa la confidencia, porque en más de 20 millas, enrieladas
unas y listas para recibir durmientes las otras, destruidas en los espantosos
derrumbes ocurridos entre Chimbo y Sibambe, la Compañía había sufrido pérdida
considerable, y el costo de cada milla por la nueva ruta del muy escabroso
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Chanchán, era muy superior al de la vía abandonada. No recuerdo si entonces
había llegado o estaba al llegar la locomotora a Alausí.
No quedaba otra medida de salvación, decíame el Mayor Harman, que el
auxilio extraordinario del archimillonario Sivewright, y que estaban seguros de
conseguir ese concurso monetario si yo le dirigía el cablegrama que en borrador
me presentó, explicando extensamente la situación. El mensaje me pareció
demasiado extenso, con explicaciones técnicas escritas en un pliego, y lo rehusé.
Convine en dirigir a dicho Don James un cablegrama netamente mío, lacónico y
escrito a mi manera. Este cablegrama se encaminó sin demora y se ha publicado
después, pero sin la explicación de los antecedentes premiosos que lo motivaron,
ha pasado desapercibido. Más o menos decía en mi lacónico mensaje cablegráfico,
que la necesidad de salvar el capital invertido, obligaba a los accionistas a proteger
a la empresa hasta alcanzar la llegada del tren a Guamote, con cuya operación
quedaba asegurado el tráfico en la parte más difícil del camino, y que de esa
manera se aseguraba un considerable rendimiento, teniendo por base un buen
servicio de utilidad pública. El señor Sivewright me contestó al instante, que
seguiría apoyando los trabajos de la obra del Ferrocarril hasta llegar a Quito, y así
lo cumplió en todo lo que le fue pedido razonablemente por los accionistas
directores.
En homenaje a los importantes servicios prestados por Sir James Sivewright,
en la obra ímproba del Ferrocarril Tras andino del Ecuador, fue que figuró su
fotografía en la colección de estampillas que se emitieron oficialmente para
conmemorar el portentoso arribo del tren a la cuna de los Shyris. Pero no
anticipemos los acontecimientos. Me parece que en septiembre de 1902 alcanzó a
llegar el tren a la villa de Alausí. Algunos días después de la inauguración, por
invitación del presidente de la compañía, fui con mi familia y muchas personas
amigas a visitar la magna obra terminada hasta Alausí. Quedamos encantados del
escabroso trayecto recorrido desde Elizalde (Bucay) en adelante. Mediante
infinidad de puentes, chicos y grandes, y tres túneles pequeños con gradiente
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máxima hasta de 6% en determinado lugar, se pudo conseguir la formación del
lecho para los durmientes y consiguiente ascenso a la cordillera de los Andes en la
parte más difícil para la vía férrea. Hubo que atropellar el escabroso cerro conocido
con el nombre de la Nariz del Diablo, para abrirle paso a la locomotora. Ese
pequeño obstáculo pudo dominarlo la empresa con el gasto de un 1.000.000 de
sucres.
Poco tiempo después volvió a invitarme el señor Harman, fuera a
inspeccionar los trabajos en el paso de la quebrada de Shucos. En efecto fui, y
salimos de Alausí en un convoy compuesto de la locomotora y un carro. Hicimos
alto al llegar al sitio de los trabajos, y salimos del carro y seguimos a la orilla, desde
donde con la vista se dominaba la profunda quebrada de Shucos y el puente que se
trabajaba para cruzarlo, cuyo piso tendría como una cuadra de extensión. Su costo
fue mayor que lo gastado en el paso de la Nariz del Diablo. Pasaría media hora en
esa inspección turista, cuando al regresar encontramos a la locomotora con una de
sus ruedas descarriladas por un hundimiento pequeño del terreno. Se supone que
ese espacio debió ser en tiempo inmemorial el cráter de un volcán, pues todo ese
terreno se hunde en pequeñas secciones con frecuencia (esta sección es la que hoy
se conoce con el nombre de Puebloviejo, en donde la Compañía del Ferrocarril ha
mantenido siempre cuadrillas para cuidar la línea en el terreno que se hunde).
Volví a mi domicilio de Guayaquil algo alarmado con la continuación de los
obstáculos inesperados.
Los trabajos continuaron adelante con actividad, y en seguida el tren llegó a
Guamote. No recuerdo con precisión si ese grato acontecimiento ocurrió en 1903.
Las pasiones políticas se habían calmado y pude concurrir a su inauguración, con
la trivial novedad de que pudiendo llegar el tren en la tarde, de día, lo hicieron
llegar en la noche para evitar que el Pueblo me hiciera una demostración
entusiasta. Tuvieron la atención oficial de señalar el 25 de junio, día de mi natalicio,
para hacer la fiesta de la inauguración. Allí tuve el placer de ver a muchos amigos,
que pasaron de paseo a Guayaquil. Algunos de ellos visitaban por primera vez a la
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invicta ciudad, cuna de Olmedo y de Rocafuerte, más regocijados y orgullosos que
si vinieran de explorar el Polo Ártico.
Los trabajos prosiguieron bien y con ligera variación en el lecho que recibió
los rieles entre Guamote y Riobamba; pues, en el plano original se prescindía casi
en lo absoluto de ocupar en parte la carretera que servía de tráfico al público.
Alcanzó a llegar el tren a Riobamba, pero no recuerdo con certeza si este gratísimo
acontecimiento se verificó en 1904 o en 1905.
La compañía solicitó a la Municipalidad de la citada ciudad, le señalara sitio
para establecer la estación, y por indicación de uno de los señores concejales más
influyentes, señalaron un solar situado a algunas cuadras fuera de la población.
Anoto este incidente porque más tarde fue motivo de serios disgustos para el
Gobierno, y con dificultad se consiguió que la compañía llevara la estación del
Ferrocarril adentro de la ciudad, como se encuentra actualmente.
El Congreso de 1905, tuvo a bien legislar sobre Codificación de las leyes
militares y nombró una Comisión compuesta de los generales Sarasti, Nicanor
Arellano y el suscrito. En oportunidad me trasladé a Quito para dar cumplimiento
al mandato legislativo. En lo que menos pensaba era en tomar parte en ningún
trastorno político; pues sólo el pensarlo me causaba disgusto. Mis correligionarios
connotados, me patentizaban el peligro que corría el Partido Liberal Radical de
sucumbir, envuelto por una política descolorida, mercantil, y les contestaba con
una negativa redonda. Para ponernos a cubierto de eventualidades adversas,
observé la necesidad de tomar parte en la elección de senadores y diputados en
perspectiva, y cuando observé que teníamos que luchar contra corriente y marea,
como dicen los marinos, al tener que navegar contra obstáculos insuperables,
comprendía lo grave de la perspectiva.
Ya veía a los espías que rondaban mi casa habitación para conocer a las
personas que suponían que yo llamaba para catequizarlas. Los señores que
componían el Gobierno creían de buena fe que yo era un cadáver político, y en esta
creencia consideraban les era permitido tratárseme de la manera más desairada
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posible. Bastará observar, por ahora, que yo había llevado a mi hijo Olmedo, que
había estudiado con provecho en las Escuelas Militares de West Point y Saint Cyr,
con el objeto de utilizar sus conocimientos militares en la emisión legislativa en lo
que a mí correspondía hacer, y se me pusieron obstáculos que me dieron la medida
de lo que yo tenía que esperar.
Además de los cargos políticos, tenía en perspectiva la cárcel con toda
apariencia de justicia, por los millones que anticipadamente había ordenado se le
entregaran a la Compañía del Ferrocarril, sin lugar a defensa ante la desaforada
perversión de mis enemigos.
Cuando tuve conocimiento de que en la alta esfera oficial se había tratado de
la conveniencia de apresarme y de reducirme al Panóptico, ya no me quedó otro
recurso que procurar el inmediato cambio del personal gubernativo.
En una de tantas visitas de los principales correligionarios liberales
radicales, tratose de la situación, y en definitiva resolvimos apelar a las armas, para
poner a cubierto de cualquier trapisonda política, los principios liberales
proclamados en la popular transformación de 1895, y al mismo tiempo darnos
garantía personal.
Recomendé a dicha junta designara al ciudadano que debíamos reconocer
como caudillo, anticipándoles que de mi parte prestaría con gusto mis servicios
únicamente como militar. La junta se fijó en mi persona, y como no había tiempo
que perder, acepté el patriótico encargo.
Inmediatamente dicté todas las órdenes necesarias para en el caso de que yo
fuera apresado, estallara en el acto la revolución en la misma capital.
Para llevar a feliz término el patriótico problema resuelto por la junta,
contábamos únicamente con el prestigio que nos daba en la mayoría de la opinión
pública, la nobilísima doctrina Liberal Radical, conocida ya prácticamente por el
pueblo ecuatoriano.
Al principio tuvimos que soportar las contrariedades consiguientes, que por
la intriga de un alma de Judas revistieron más gravedad de lo imaginable.
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Emprendí viaje de regreso a Guayaquil. En Riobamba me puse de acuerdo
con los amigos principales. A dicha ciudad llegaban con regularidad los trenes
desde la estación de Durán. Los trabajos en la vía férrea en construcción
continuaban lentamente, y se desconfiaba de oír pronto el silbato de la locomotora
saludando la cuna del esclarecido Juan Montalvo.
Proseguí ya mi viaje en tren expreso, gracias a la fina atención de los
empleados, del Ferrocarril; pero en la base de la Nariz del Diablo, me encontré con
un carro descarrilado intencionalmente, lo cual me obligó a seguir en carro de
mano hasta Huigra y me hizo demorar el tiempo respectivo, lo que nada me
significaba con tal de llegar al día siguiente en la tarde. Pero para desbaratar la
demostración popular que las autoridades suponían me haría el pueblo
guayaquileño, determinaron que mi arribo fuera tarde de la noche, como sucedió,
pero con la novedad de que millares de ciudadanos me esperaron en el Malecón y
me acompañaron contentos desde el muelle hasta mi casa de habitación.
Indudablemente el celoso pueblo del Cinco de Junio desconfiaba también sobre la
estabilidad de sus heroicos esfuerzos en 1895.
Insensiblemente, el trastorno para mis proyectos había sido completo en la
cuna de Olmedo. Se veía en transparencia que la intriga de una persona experta en
política hacía informar de lo más esencial al Gobierno. Ya veremos el nombre y
apellido de ese ambicioso de baja estofa.
No cabía prórroga. Se había acordado que al amanecer el día 1º de enero,
tuvieran lugar los pronunciamientos. Se trataba por lo menos de la salvación
personal de mis correligionarios comprometidos, y ya no me era posible ni vacilar.
Sin embargo de encontrarse mi casa permanentemente vigilada, me resolví a
salir de ella en la noche del 31 de diciembre de 1905, y lo conseguí con toda
felicidad. Necesitaba encontrarme en campo libre para poder concurrir al lugar
donde me llamaran los acontecimientos.
Mediante rápida travesía por la montaña, guiado por el intrépido coronel
Montero, antiguo guerrillero conocedor de esos lugares, estaba al día siguiente a
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corta distancia de la estación de Barraganetal. Únicamente pude adquirir la noticia
de que los patriotas de Riobamba se habían pronunciado el día 1.º de enero, de
conformidad con lo acordado.
Los empleados del Ferrocarril, creo que todos tenían simpatía personal en
mi favor, pero en cumplimiento de su deber, guardaron estricta neutralidad, de
manera que me fue imposible incorporarme al instante a mis bizarros camaradas
pronunciados en Riobamba, teniendo la confianza de que mi presencia allí, en esos
momentos, produciría el inmediato pronunciamiento de toda la República, pues
amigos y enemigos ignoraban mi paradero en la montaña, incidente que
explotaban a su amaño los gobiernistas.
Como era natural, el Gobierno se apropió del tráfico de los trenes y con
mucha actividad movilizó tropas de Guayaquil, que pusieron en jaque a
Riobamba.
En la necesidad de ponerme en contacto con mis correligionarios, resolví
encaminarme al centro de la República, y por camino montañero me dirigí a la
provincia de Bolívar. En el tránsito tuve conocimiento del desastre de
Yaguarcocha, noticia propalada por los señores curas de aldea, con la añadidura de
que los pronunciamientos de Riobamba andaban dispersos.
Felizmente, Guaranda se había pronunciado también el 1º de enero, grato
acontecimiento que facilitó la realización de mi itinerario. Excúsome detalles que
me será satisfactorio relacionar más adelante, en homenaje a mis bizarros
compañeros. Únicamente diré ahora que el 12 de enero me incorporé a mis
valerosos camaradas que me esperaron en Latacunga y que cinco días después
descansábamos tranquilamente en Quito, en donde también se me incorporó en
breve el general Nicanor Arellano, a la cabeza de los batallones de voluntarios que
comandaba. Al darme cuenta de la manera como había cumplido su comisión en el
norte, me manifestó la mortificación que había sufrido al escuchar al doctor
Manuel Benigno Cueva, en sentido enteramente contrario a lo que habíamos
resuelto en la junta. Dicho doctor Cueva era uno de los pocos copartidarios de
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confianza que habían compuesto el escaso número de los amigos que formaron la
referida junta, y estaba, por consiguiente, impuesto de todo lo que se resolvía y
hacía. Don Nicanor era la honradez y lealtad en pasta, sencillez de carácter
extraordinaria, y todavía expresaba su espanto al oír la insistencia del Doctor
Cueva, para persuadirlo que dejara sin cumplir la comisión que yo le había
señalado en las provincias del norte, de acuerdo con lo resuelto en la junta, de la
cual era miembro también Don Nicanor. «El general Alfaro es un cadáver político;
no se sacrifique usted inútilmente», llegó a decirle el doctor Cueva al General
Arellano. Al informarme de semejante incidente, mi sorpresa fue también
extraordinaria. En cumplimiento de mi deber, los señores ministros de Estado
fueron informados del particular por el mismo Don Nicanor, quien autorizó se
hiciera el uso que consideraran conveniente de todo lo que relacionaba. Así pude
conocer quién era el alma de Judas que nos puso en inminente peligro de
sucumbir.
Al haberse cumplido el pronóstico del ex vicepresidente de la República,
aún estaríamos esperando la llegada de la locomotora a Quito.
La Convención Nacional que en 1906 funcionaba en la capital, exigió
cambiara el personal del Ministerio, y en esa época, ejercía el general Arellano el
cargo de ministro de Guerra y Marina. Mirando por la conciliación entre los
copartidarios, de acuerdo con los ministros censurados, hube de acceder a la
expresión de los legisladores constituyentes. Desde entonces principiaron los
intrigantes a minar el carácter sencillo de Don Nicanor, hasta que con el transcurso
del tiempo, consiguieron convertirlo en enemigo del Gobierno, en cuya labor
sospecho tuvo parte principal el doctor Cueva.
Como hombre rastrero o felón, es una notabilidad ese doctor Manuel
Benigno Cueva. Como diputado concurrió a la Convención Nacional que en 1896
se instaló en Guayaquil. Era persona de una conducta privada intachable,
trabajador, estudioso y de carácter conciliador. Lo consideré adecuado para
vicepresidente de la República y le ofrecí ese puesto. Me contestó que no podía
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desempeñar ese alto cargo con dignidad, y lo rehusaba porque era deudor de
tantos miles de sucres, cuya cantidad no recuerdo ahora, pero que la mandé
entregar y se obvió el obstáculo. El agraciado tuvo su polémica con algunos de sus
coterráneos que trataron de desacreditarlo, tanto por la prensa como por medio de
un abogado respetable de Guayaquil. En obsequio a la verdad declararé que en el
desempeño de la Vicepresidencia se comportó relativamente con honradez,
aunque algunas ocasiones con timidez ante el peligro. Con el transcurso del
tiempo, llegó la época de elegir el Presidente que debía de sucederme en ese cargo,
y francamente me propuso lo apoyara en esa elección, a lo cual me negué
rotundamente, porque la Constitución lo inhabilitaba para ese cargo en tal período,
lo mismo que a mí. Desde esa época, silenciosamente se alejó de mi lado. Cuando
para la Codificadora regresé a Quito y vino a yerme, me figuré que lo hacía por
patriotismo ante el peligro que amenazaba a los liberales, y con esa apariencia
consiguió desorientarme. Tiene su circulito, y en agradecimiento a los notorios
servicios que le he prodigado, me ha causado sigilosamente todo el daño que ha
estado a su alcance hacerme.
Clausurada la Asamblea Nacional de 1907, tuvo la Policía conocimiento de
que Don Manuel Benigno era uno de los conspiradores de trastienda, y se resolvió
su destierro, de cuyo castigo se salvó presentándose y haciéndome la promesa de
guardar absoluta neutralidad. En lugar de mandarlo inmediatamente al patíbulo,
con lo cual habría consumado un acto de estricta justicia, confié en su palabra y
cometí el crimen de dejarlo libremente en su casa. A renglón seguido se fraguó una
seria conspiración, que al haber tenido feliz resultado, habría dado al traste con los
trabajos de la vía férrea en las provincias de León y de Tungurahua, o retardarlos
por mucho tiempo al menos. El manipulador de esos planes fue el doctor Cueva,
valiéndose de otras personas que en cierto modo le pertenecían, pero que
procediendo judicialmente, lo dejaban a salvo de responsabilidad.
Entraron en acción los conspiradores, y descubiertos los cabecillas
ostensibles de la rebelión, cayeron prisioneros algunos y fueron a parar al
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Panóptico, mientras que otros ganaron la frontera para esquivar el rigor de la Ley.
Constantemente se me presentaban dificultades indirectas en esas conspiraciones,
que habrían dado al traste con la obra del Ferrocarril Trasandino, y que felizmente
desvanecimos.
De los nuestros, no faltaba uno que otro cangrejo que desconfiara hasta de sí
mismo. Por mi parte no hubo jamás el interés del soborno, que podía enderezar a
cualquier torcido o tímido. Advertiré que siempre les he tenido miedo a los flojos,
porque por timidez, ante el peligro, cometen cualquier bajeza, sin el menor
escrúpulo. Sobre este particular podré escribir prodigios a su debido tiempo.
Anticiparé que he tenido a mi lado numerosos patriotas con cuya cooperación he
podido darle patria redimida a los esclavos.
Volveré a tomar el hilo del trabajo material de la vía férrea, con el mayor
laconismo posible.
Los accionistas muy contentos con el cambio del personal del Gobierno, y
nosotros ofreciéndoles cariñosamente hasta el cielo con la mano, con tal de que
pronto llevaran el tren a Quito. En cambio, los verdaderos enemigos del
Ferrocarril, procurando hacernos volar hasta con bombas de dinamita. En lo
económico, la situación de la compañía era muy crítica. Desacreditados sus bonos,
que los cotizaban al 40%, sin compradores.
En el antiguo plano de la línea férrea, estaba señalado que un ramal debía
hacer la conexión con Ambato pero definitivamente se consiguió que el tren
cruzara la ciudad.
Recomendamos encarecidamente emplear el máximo de actividad en los
trabajos, y salvadas las dificultades que presentó la quebrada conocida con el
nombre de Oreja del Diablo, entró la locomotora a la cuna del egregio Juan
Montalvo y se inauguró alegremente la estación. Los empresarios, haciendo
prodigios de inteligencia y de economía, alcanzaron a llevar el tren a los suburbios
de San Miguel.
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Si mal no recuerdo, gran parte de los pagos que habíamos anticipado a la
compañía en momentos de suprema necesidad correspondían al trayecto de la vía
férrea en la provincia de León; había que darle inversión legal a ese préstamo y
cancelarlo. No podíamos repetir la misma operación anterior sin agravar nuestra
responsabilidad; y sin el respectivo auxilio, la vía férrea no podía adelantar una
milla más puesto que los bonos correspondientes a este trayecto los habíamos
entregado en pago anticipado y su valor encontrábase invertido en la parte
construida ya.
En presencia de situación tan angustiosa, resolví que se le ayudara con
dinero efectivo; pero sucedía que recursos en metálico, no teníamos; que las rentas
eran insuficientes para atender a los gastos en el sostenimiento de las tropas que se
organizaban para poder contrarrestar a los conspiradores y mantener el orden
público; en fin, atravesábamos espantosa escasez de recursos.
La situación era aún más grave de lo que vamos reseñando. Estaba
informado de que la cantidad gastada en los trabajos ferroviarios realizados
excedía con mucho a lo presupuestado. Comprendía que al suspenderse los
trabajos, la ruina de los empresarios era obligada, y que los bonos ferrocarrileros
caerían en completo desprestigio. Al finalizar esta relación, explicaré la
equivocación que sufrió el señor Harman al formular su contrato ferrocarrilero; la
enorme pérdida que sufrió la compañía y la manera como fue subsanada.
No me quedó otro recurso que disponer, en calidad de préstamo, de los
fondos destinados al servicio de los bonos, salvando así los cuantiosos intereses de
los contratistas y los del Gobierno. La suma fue relativamente considerable, no
recuerdo ahora el total, que se entregó en dinero sonante a los empresarios, y que
se invirtieron en la prosecución de la obra magna. Resultó insuficiente este auxilio,
y fue necesario agregar 600.000 sucres más, que se consiguieron en operaciones de
crédito en el comercio de Guayaquil.
Después de ímproba labor, pasó el tren por los suburbios de Latacunga y
llegó a Machachi. De este lugar a Tambillo, se presentaba un declive que parecía
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favorable, pero que al soportar el peso del tren, se hundía el lecho en algunas
partes, motivado por grietas subterráneas formadas por corrientes de agua. Fue
preciso reforzar el lecho de ese trayecto y los gastos presupuestados se aumentaron
considerablemente. En definitiva, para llegar a los suburbios de la histórica ciudad
de Quito, tuvimos que prestar 400 000 sucres más a la compañía; y el 17 de junio de
1908, en el barrio de Chimbacalle, se colocó el último clavo de oro que fue clavado
por mi hija América. La fiesta de la inauguración fue solemne. Los habitantes de la
República, regocijados, se pusieron en pie para saludarla. En especial, el
entusiasmo del verdadero pueblo quiteño rayó en delirio.
Don Archer Harman estuvo presente en la inauguración, y las
demostraciones de merecido cariño de que fue objeto, le hicieron olvidar las
gratuitas ofensas que los enemigos de mi Gobierno le habían prodigado
temerariamente.
Ante el beneficio que reportaba a la Patria amada, me consideré
recompensado también y profundamente agradecido de mis nobles copartidarios,
especialmente de mis valerosos camaradas que, en cada uno de sus triunfos,
dejaban expedito el camino para el avance de la locomotora hacia la cuna de los
Shyris, y con sus toques marciales de dianas en cada triunfo que obtenían,
saludaban el progreso material de la Nación.
Mi proyecto primitivo fue dejar establecida la vía férrea desde Loja a Tulcán,
con cuya medida consideraba la República, relativamente, bien defendida. Igual
propósito fue el que me impulsó en la necesidad de llevar el tren, a todo trance, de
Bucay a Quito, de cuya medida hemos principiado a recoger ya el fruto, previsto.
Cuando, en el año anterior, tuvimos la amenaza de invasión por el lado de
Tumbes, nuestras medidas de defensa las facilitó mucho nuestro Ferrocarril
Trasandino. Desde Pasto y Tulcán, lugares los más distantes del probable teatro de
la guerra, habrían venido los voluntarios por miles, soldados todos, y desde Quito,
el tren les habría facilitado su marcha rápida a la Costa y consiguiente
incorporación al Cuartel General. Por documento oficial irreprochable, sabemos
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que el Gobierno peruano movilizó más de 30.000 soldados, que escalonaron en los
departamentos del norte hasta el puerto de Tumbes. Esa amenaza de invasión
tomó tal aspecto de gravedad, que juzgué de mí deber inspeccionar personalmente
el campo limítrofe y me trasladé al poblado de Santa Rosa. Los gratuitos enemigos
del Ecuador tenían ya abundante material de guerra y mucha tropa acantonada en
Tumbes y sus inmediaciones. Entonces dispuse la movilización de algunos
batallones de Guayaquil, y horas después cruzaban entusiastas por Machala. En
esos momentos llegaron, también, dos batallones de los bravos Esmeraldeños, que
desesperaban por tener la honra de pertenecer a la vanguardia. Los patriotas
orenses clamaban por su acuartelamiento; dispuse se acuartelaran solamente tres
batallones, en Santa Rosa, en Machala y en el Pasaje, sirviéndome el primero de
escolta en la parroquia limítrofe. De los patriotas azuayos llegaron hasta Girón dos
batallones que se desesperaban por incorporarse al Cuartel General. Vinieron
volando de Quito, el regimiento de artillería Bolívar, y de Portoviejo, el batallón
Manabí. Gracias al Ferrocarril se me habrían incorporado, sin dilación, numerosos
batallones que sólo esperaban la orden de marchar. En pocos días más, habría
contado en el Cuartel General, con un ejército capaz de castigar al aleve invasor;
digo aleve, porque entiendo que a título de más fuertes, pretendían adueñarse
hasta de Machala, a pretexto de indemnización. Mientras tanto, el más ínfimo de
los soldados que me acompañaba tenía absoluta confianza en nuestro triunfo,
como que nuestra causa entrañaba la justicia. Paralizó el enemigo la concentración
de su ejército en Tumbes, y paralicé también la marcha del nuestro hacia la línea
fronteriza; pues nosotros siempre hemos tratado con generosidad a nuestro vecino,
como hermano.
Yo me regresé entonces para Quito, dejando en mi lugar al bizarro general
Franco, con la recomendación de vigilar bien la línea fronteriza.
Felizmente sobrevino la mediación ofrecida por los gobiernos de
Washington, Río Janeiro y Buenos Aires, que aceptamos con agradecimiento, como
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acción humanitaria, y retiramos de la provincia de El Oro los batallones que
teníamos allí acantonados.
Por el interés que presentaba la cuestión internacional, inspeccioné el
Ferrocarril que parte de Puerto Bolívar a Machala y al Pasaje, y lo encontré en
malísimo estado todo. En el viaje nos descarrilamos varias veces, pero como el
terreno es muy plano, no hubo novedad andando despacio como íbamos. Sin
embargo, para el servicio militar nos era útil, y resolví su reconstrucción inmediata.
Apelé al señor Harman, y conociendo el beneficio temporal que podía reportar esa
mejora a la Nación, en esa época de movimientos militares, al instante principió el
trabajo de su mejoramiento sin exigir ningún pago de presente, en consideración a
nuestra penuria fiscal y convino en ser reembolsado con el producto del tráfico del
mismo ferrocarril.
Conociendo la importancia estratégica que significaba un ramal ferroviario
de Machala a Santa Rosa, estuvo a punto de realizarse; pero cuando tuve
conocimiento que un senador en plena Cámara, con aplauso de los oposicionistas,
había dicho, más o menos, que era falso el mal estado del Ferrocarril de Machala, y
que sólo servía de pretexto para negociaciones ilícitas y poner su manejo en manos
de extranjeros, presumí se presentarían mayores dificultades. Consigno este
incidente antiferrocarrilero, relativamente insignificante, para dar una idea de la
clase de oposición que he tenido que contrarrestar constantemente.
Se presentó en Quito el Conde de Charnacé; y cuando tuve conocimiento
que este caballero contaba con el apoyo de los banqueros Rothschild, conocidos
favorablemente en el mundo comercial, para la empresa que venía a proponer al
Gobierno Ecuatoriano, entramos en arreglos, ad referéndum, sobre la construcción
de un Ferrocarril que partiendo de un lugar central (no recuerdo ahora el lugar de
partida), debía terminar en la orilla norte del río Amazonas. Parte del territorio
señalado para el nuevo Ferrocarril ecuatoriano estaba ocupado abusivamente por
el Gobierno peruano, lo sabía perfectamente el contratista Charnacé, y nos decía
que estaba bien informado que la justicia amparaba los derechos del Ecuador en
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toda su plenitud, y que no tenía la menor duda de que el laudo sería en nuestro
favor. Se convino en pagar en terrenos baldíos, en lotes alternados, a tanto la milla,
el valor de la línea férrea pactada. Antes de firmarse la escritura respectiva, nos
suplicó el Conde de Charnacé que suprimiéramos las palabras de «lotes
alternados», porque le proporcionaría algún tropiezo en la formación de su
compañía en Europa, y que esa condición la dejáramos al arbitrio del Congreso,
que viendo que la operación era tan benéfica para el Ecuador, lo ayudaría en la
forma que fuere necesario. Siendo ad referéndum el contrato, convine en la
supresión de esas dos palabras, puesto que en definitiva el Congreso resolvería lo
que fuere conveniente a la Nación. Sobre todo, a mí me halagaba muchísimo el
auxilio indirecto, eficaz, que nos iba a proporcionar el contrato con el honorable
Conde de Charnacé en la cuestión Oriente.
Pues bien, la oposición anatematizó el contrato Charnacé, y trabajó con tanta
actividad, que consiguió poner al país en peor predicamento que en 1858, cuando
la temida colonización inglesa. Los principales promotores fueron los héroes de
Torres-Causano o Padre Solano.
La situación llegó al extremo de que si no rescindía el contrato Charnacé, sin
esperar el Congreso como lo pedían los rememoradotes de Don Gabriel, la
revolución estallaba, el país se arruinaría completamente y el único beneficiado
sería el Perú.
Era perjudicial a los intereses del país la anulación del referido contrato;
pero los perjuicios habrían sido mayores al estallar la guerra civil por ese motivo.
En presencia de tan grave perspectiva, se acordó anular el contrato Charnacé, y
administrativamente lo anulamos, aunque mortificados con la postergación del
anhelado ferrocarril al Oriente. Transcurrirían muchos años antes que se vuelva a
presentar la oportunidad de conseguir la celebración de otro contrato similar, que
reporte tanto beneficio al Ecuador, como el de Charnacé, repudiado
temerariamente en fuerza de las malas pasiones de los oposicionistas al régimen
Liberal.
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Habíamos pactado ya con el señor Harman, la prolongación del Ferrocarril
de Quito a Ibarra, cuando Don Archer, espantado de la oposición que hacían a mi
Gobierno, con pretexto de las obras ferroviarias especialmente, encareciome se
cancelara la escritura sobre continuación del Ferrocarril al norte, siquiera para no
oír tanta difamación gratuita y atrozmente calumniosa, que ya volvía casi
imposible el sostenimiento del orden público; me suplicó Mr. Harman, repito, que
le cancelara el contrato adicional aludido, y tuve que cancelárselo, sin someterlo al
Congreso.
Preocupado en la conveniencia de procurar a mi país alguna otra
producción que iguale o supere a la del Cacao, cuyo cultivo actualmente constituye
la riqueza principal de nuestra agricultura, venimos a informarnos que el maguey
o heniquen, ramie y más similares textiles, era el ramo que debíamos proteger para
fomentar su cultivo en el Ecuador, con la perspectiva de superar pronto en riqueza
al cacao, y sin causarle perjuicio de competencia.
Don Archer Harman, procurando un nuevo artículo que fomentara el
aumento de carga para el Ferrocarril, había mandado de Riobamba muestras de
cabuya a la rústica, tal cual se produce, para su análisis en los Estados Unidos, y
resultó ser la fibra de superior calidad a la de Manila y Yucatán.
Vinieron de Chicago capitalistas especuladores en esa fibra, y quedaron
muy entusiasmados de las facilidades que había para su cultivo, y especialmente
del análisis de la cabuya de Imbabura, que resultó de calidad superior a la de las
otras provincias ecuatorianas. Me manifestaron que necesitaban alguna garantía
para los fuertes capitales que pensaban dedicar al negocio, tales como la de que no
se les impondría fuertes derechos de exportación que les causaran la ruina de su
negocio.
Necesitaban también procurarse transporte barato, para lo cual pensaron en
establecer un tranvía movido por fuerza eléctrica desde Ibarra a Quito, y para la
conducción al puerto de Guayaquil, contaban con el Ferrocarril Trasandino.
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Por el deseo de abreviar el fomento de la agricultura en Manabí, con
facilitarle transporte barato, especialmente al maguey o cabuya, conseguí del señor
Harman, presidente de la Guayaquil and Quito Railway Company, celebrar un
contrato para que se tendiera a uno de los puertos marítimos del cantón de
Jipijapa, y fue negado o embrollado en el Congreso.
Esta oposición motivó, de parte de los fanáticos políticos, un torrente de
improperios contra el Gobierno y los empresarios ferrocarrileros, que llegó a tal
extremo que los contratistas nos rogaron nuevamente se cancelara el contrato que
los obligaba a extender la vía férrea a la provincia de Imbabura, sin someterlo al
Congreso, y que fue forzoso acceder. Capitalistas franceses habían ofrecido al
señor Harman ser accionistas principales en esta sección del Ferrocarril al norte.
Yo deploré inmensamente este trastorno en mis planes ferrocarrileros,
especialmente en lo relativo a Manabí, porque sobre la protección a las industrias,
me preocupaba más la movilización rápida de tropas de Manabí o viceversa, pues
en los planes de hostilidad del adversario gratuito del Ecuador, entra la ocupación
transitoria de la rica provincia manabita, como medida estratégica contra
Guayaquil.
Yo reconozco la superioridad del actual ejército peruano al que actuó en la
Guerra del Pacífico: ahora es relativamente respetable por su mejor organización y
disciplina, y desde luego, le he prestado la buena atención que merece. Dispone el
Perú de mayores elementos bélicos, especialmente marítimos.
Ahora la superioridad del ejército ecuatoriano consiste principalmente en
que el último de nuestros soldados sabe y está identificado con la justicia que asiste
al Ecuador en su cuestión límites, y que la santidad de la causa que defiende, lo
obliga a luchar hasta vencer o morir. Con esta resolución inquebrantable, con más
o menos sacrificios, la victoria tiene que coronar los esfuerzos del ejército
ecuatoriano. Desde luego, preferible que el Gobierno peruano abandone sus
pretensiones y acatando los nobles sentimientos de justicia, prefiera una
transacción razonable, capaz de que reconcilie a ambos pueblos, que en su
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conveniencia recíproca, reconocen la de vivir como buenos hermanos. Que
desistan, pues, de su política de rapiña de territorio en el Oriente, y que también
tratan de implantar en la línea del Macará, especialmente en las inmediaciones de
Tumbes. Ni aun Colombia ha estado libre de esa rapacidad internacional, aliento
de los especuladores en caucho en vasta escala, por de pronto.
En vista de la situación intransigente, que en cierta manera predominaba en
el País, desistieron los capitalistas de Chicago en sus proyectos de implantaciones
textiles, y por tanto, se desvaneció la esperanza del tranvía eléctrico a Ibarra.
En la provincia del Cañar existen magníficas hulleras, reconocidas ya. El
carbón que consume la compañía, lo traen de Australia, que es caro. Algunos
accionistas del Ferrocarril pensaron en la organización de un sindicato con el
objeto de construir una línea férrea para explotar las hulleras, dando al Gobierno
una módica retribución por el uso de ellas. Habláronme sobre el particular,
convinimos en que formalizarían su propuesta para someterla al Congreso; pero en
presencia de la situación intransigente que observaban, desistieron de su propósito
del Ferrocarril a Cuenca, y terminó la esperanza que abrigábamos de que
continuaría inmediatamente la cinta de acero hasta Loja, si los informes que les
dábamos sobre abundancia de minas de mármol, hierro, cinabrio, parafina y otros
minerales, se presentaban en cantidad suficiente para su favorable explotación.
Todo hubo de suspenderse, hasta que desaparezca la influencia de los cabecillas
promotores de esa resistencia antipatriótica en algunas poblaciones serraniegas,
como todavía sucede, aunque de capa caída ya, cuando no son utilizadas por los
explotadores políticos.
Personalmente me abochornaron mucho semejantes contrariedades
producidas por el fanatismo religioso, y ante los extranjeros procuraba atenuar las
pasiones extraviadas de muchos de mis conciudadanos que, con pretexto de
defender la pureza de sus sentimientos religiosos, violaban precisamente los
preceptos evangélicos que recomiendan la tolerancia religiosa y respeto a la
conciencia honrada del género humano. Que en Turquía, sin embargo de
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encontrarse a la vista de Europa, tan poderosa, no podían evitar dejaran de
cometerse atropellos sangrientos, fruto exclusivo del fanatismo. Lo que acontecía
en la Patria de Rocafuerte y Montalvo, apenas eran rezagos de la Colonia.
En la cuestión límites con el Perú, hemos visto a tales opositores del
Gobierno liberal, negarle toda clase de recursos para atender a la defensa de la
integridad nacional, con el santo pretexto de no agobiar a los pueblos con pesadas
contribuciones, o de que los gobernantes se robaban el producto de esas
contribuciones, escarneciendo así uno de los preceptos sagrados de la Iglesia, que
manda no calumniar a su prójimo. Por moderación, suspendo, por ahora, la
continuación de este párrafo.
Pero para nada toman en consideración que en la época que los gobiernos
del Ecuador confesaban y comulgaban constantemente, y que eran más papistas
que el Papa, ha sido que algunos gobiernos católicos del Perú principiaron a
adueñarse de nuestro selvático territorio Oriental, y que solamente desde 1895, que
los gobernantes ecuatorianos comulgaban en la fuente del patriotismo, ha venido a
contenerse el avance desmedido del maquiavélico usurpador.
Lejos de mí la idea de lanzar la menor inculpación contra los legisladores
que aceptaron el monstruoso arreglo Herrera García; digo monstruoso, porque
imposible que el Ecuador quede sin salida libre, propia, al Amazonas, y que la
locomotora, al fin y al cabo, lo ponga en contacto directo con las riberas del
Guayas, mediante la conexión con nuestro Ferrocarril Trasandino, existente ya.
Con la realización del contrato Charnacé, debidamente estudiado y sancionado por
el Congreso, habríamos terminado la más grande aspiración nacional. Pero no
volvamos a recordar este fracaso, que constituye un gran triunfo de los enemigos
del régimen político que he tenido la honra de acaudillar, y volvamos a reanudar el
asunto primordial de estos apuntamientos.
Desagradaba mucho a los habitantes de Riobamba el establecimiento de la
estación ferroviaria a algunas cuadras fuera de la ciudad, y tenían razón.
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Las complicaciones que se presentaron sirvieron de pretexto para algunas
publicaciones muy ofensivas y calumniosas contra los empresarios del Ferrocarril
y el Gobierno.
Entonces los neutrales fomentaron la idea de que la línea férrea fuera directa
de Cajabamba a Ambato, lo cual acortaba la distancia, y que un ramal hiciera el
servicio a Riobamba. Semejante innovación levantó el consiguiente resentimiento
de los riobambeños. El caso era delicado. La tarifa de pasajeros y flete de carga,
señalada a tanto la milla, y la innovación favorecían el tráfico directo entre Quito,
Guayaquil y poblaciones intermedias. Que ganaban algunas millas en el viaje
directo, era incuestionable.
En Riobamba decían que al no llegar el tren de pasajeros a la ciudad,
quedaban reducidos a ruinosa exclusión, y era la verdad. Pensábamos en que si
aplicábamos esa máxima de economía a la ciudad de Ambato, quedaba también
perjudicada, y que el objeto de las líneas férreas es favorecer a las poblaciones
razonablemente.
Al fin se acordó que los trenes de pasajeros continuaran llegando
directamente a Riobamba, y se contrató la construcción de una línea férrea que,
partiendo de las inmediaciones de Cajabamba, acortara la distancia a Riobamba,
con el fin de afianzar el tráfico directo de los trenes de pasajeros.
Para rebajar la tarifa de fletes y pasajes, era forzoso procurarse combustible
barato. Ya no era posible pensar por de pronto, en las hulleras del Cañar y Azuay.
De acuerdo con el señor Harman, se resolvió apelar a la fuerza eléctrica. El camino
se encuentra cruzado por algunos riachuelos muy correntosos, suficientes para
proporcionar todo el poder hidráulico necesario para un buen servicio del
Ferrocarril. La base central venía a ser el riachuelo que corre por las inmediaciones
de Ambato; pero en esta ciudad se formó un grupo de oposición, con el pretexto de
que las aguas que se tomaran del río, eran perdidas para los agricultores que
tenían chacras de plantaciones frutales en las orillas, quienes, engañados, se
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presentaban como enemigos irreductibles de cualquier estación hidráulica en su
río. No había más remedio que desistir o exterminarlos: se optó por lo primero.
El pueblo ambateño no es responsable de ese atraso, sino un grupo de
leguleyos desalmados, a quienes movía el deseo criminal de causar daño al
Gobierno, cuando el perjudicado era el mismo pueblo, cuyos intereses pretextaban
defender. Quedó, pues, sin efecto, el propósito de rebajarse la tarifa de fletes y
pasajes, a causa del crecido valor del combustible en uso.
Omito ocuparme del contrato de transacción, celebrado con la Compañía del
Ferrocarril, porque sin tener a la vista el texto respectivo, no puedo recordar
detalles de trascendencia.
Lo propio tengo que manifestar respecto al capítulo arbitraje, en el cual me
representó el finado doctor César Borja con inteligencia y probidad; lo mismo que
del ministro plenipotenciario William C. Fox, digno representante del
excelentísimo presidente de los Estados Unidos.
Aún más ocurrió en Ambato, por el insano interés de perjudicar a Harman,
socio de Alfaro, decían los infames calumniadores, con el objeto de acrecentar el
odio contra mí y mis dignos colaboradores.
Resolvió la compañía sacar del ardiente clima de Durán, sus talleres de
reparación de máquinas y construcción de carros que tienen allí, y que le convenía
establecerlos en Ambato, por su clima benigno, abundancia de agua, que el pueblo
congeniaba con sus empleados, y sobre todo, por ser lugar central. Tenían la
intención de establecer allí talleres que les facilitarían hasta la construcción de
locomotoras. El señor Harman consultó al Gobierno su proyecto, pidiendo se le
concediera gratis los solares de pertenencia fiscal que se necesitaren, y con gusto
accedimos a ello.
Se esparció la grata noticia en las provincias centrales de la República, y
cuando llegó a conocimiento del grupito de aque llos leguleyos desnaturalizados
de Ambato, a los que he aludido antes, principiaron en tal laboreo de oposición,
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que la Compañía desistió del proyecto de establecer sus grandes talleres de
maquinarias en Ambato.
En contraposición, vecinos honorables de Riobamba ofrecieron facilitar
gratis, los solares que necesitaren para trasladar los talleres de Durán a Riobamba.
También el Gobernador de la provincia de León informó al Gobierno, que la
Municipalidad o vecinos ofrecían hacer construir en Latacunga, gratis, los edificios
que indicara la Compañía para establecer allí los grandes talleres que tenían en
Durán, y rogaban que les dieran la preferencia.
De todos esos particulares informamos a la compañía; pero recordaron que
en Riobamba había existido una pandilla denominada Manta Negra, que hasta
personalmente provocaba a los empleados de la Compañía, y que deseaban evitar
choques escandalosos; que además, la escasez de agua adentro de la ciudad era
grave inconveniente. Las propuestas generosas de Latacunga le agradaron
muchísimo al señor Harman, pero su ubicación lo alejaba demasiado del punto
central, aparte de que las erupciones del Cotopaxi se encaminaban mucho a los
contornos de Latacunga, y que ya habían causado daños terribles a los empresarios
en fábricas de telares. Para evitar reclamaciones judiciales y aun choques con
apariencias de populares, hubo que desistir de la implantación del sistema
eléctrico, que habría podido movilizar con economía los trenes de nuestro
Ferrocarril Trasandino.
En conversación confidencial, pregunté al señor Harman a cuánto ascendía
el valor real, en efectivo, gastado en la obra del Ferrocarril.
Me contestó Don Archer que aún no se había preocupado en saberlo con
precisión matemática, pero que calculaba que tal vez alcanzaba a $20.000.000 el
valor de lo gastado en dinero sonante.
Le observé se sirviera informarme de qué manera había cubierto el déficit
que a simple vista, notaba en la operación.
Me respondió el señor Harman que el déficit lo habían sufrido en especial
las compañías auxiliares que había organizado para atender a la mejor adquisición
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de los materiales que se habían empleado en la vía férrea. En seguida, mencionó
los nombres de los agentes vendedores o casas comisionistas que se encargaron de
ese trabajo y con cuyo sacrificio se cubrió el déficit de la enorme pérdida sufrida,
que no pudieron resistir, y que en definitiva los obligó a presentarse en quiebra.
Sucedió que la compañía pagaba en bonos, el valor de los materiales
conseguidos para el Ferrocarril, y que fueron los agentes intermediarios aludidos,
los que sufrieron las pérdidas que ocasionaron las fluctuaciones en el tipo de los
bonos que recibieron en pago. La operación, aunque correcta, fue desgraciada para
los especuladores, y de suyo se explica el resultado, sensible para nuestro crédito.
Únicamente la Ecuadorian Association, establecida en Londres, se salvó de
la quiebra, como había sucedido con sus antecesores similares en Nueva York y
Londres. Los accionistas de la Ecuadorian Association eligieron de su presidente a
Sir James Sivewright. Este caballero aceptó el cargo por lo que tenía de honorífico,
pero no concurrió al despacho ni una sola vez. Al informarse que se encontraba en
falencia la asociación que estaba garantizada moralmente con el prestigio que le
daba la gerencia de su nombre, dispuso su liquidación y que el déficit se pagara a
prorrateo entre los accionistas. Verificada la liquidación, le correspondieron a Sir
Sivewright más de 90.000 libras de pérdida y al señor Harman 42.000 libras, que
era uno de los socios de menor cuantía, y en proporción pagaron los demás
accionistas, cuyo número no recuerdo. Mediante este sacrificio, pudo la
Ecuadorian Association salvarse de la quiebra; medida que no pudieron adoptar
los accionistas de las agencias anteriores; pero cuya pérdida contribuyó también a
cubrir el déficit que, de otro modo, habría correspondido a los empresarios del
Ferrocarril, o encontrándose obligados a paralizar la obra sin poder llegar a su
término.
Me parece que después, los accionistas del Ferrocarril organizaron otra
compañía con el nombre de Inca, que les ha servido mucho.
Ahora, ocupémonos en recapitular la operación.
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El Gobierno ha pagado la suma de $12.282.000 en bonos, que llaman
«principales» y que ganan el 6% de interés y que serán amortizados en el
transcurso de 33 años con el 1% anual que tiene asignado para el objeto. Este es el
costo neto de la obra para la Nación.
Además, debidamente autorizada por el contrato, la compañía constructora
ha emitido $5.250.000 en bonos, que ganan el 6% de interés anual, y señalado
también el 1% de amortización, servicio que debe ser atendido del producto del
tráfico del mismo Ferrocarril; comprometido a atender con su rendimiento, de
preferencia, al pago de sus empleados y demás gastos propios. A estos bonos se les
da la denominación de «privilegiados».
Por intereses y amortización, se han entregado sumas considerables
relativamente, pero estrictamente ajustado a lo debido. A estos pagos, es que mis
enemigos políticos califican de robos del Gobierno, o de peculados, de acuerdo con
el señor Harman. Todos esos santos fariseos católicos aseguran y han publicado, en
todos los tonos, que existe ese latrocinio o peculado. Ocasión propicia se les ha
presentado a esos feroces calumniadores, para comprobar judicialmente su
aseveración.
Los bonos amortizados ya, pasan de un $1.000.000, bonos que permanecen
en depósito en la respetable casa bancaria de los señores Glyn, Mills, Currie y
Compañía, que actúan como fideicomisarios en el Contrato del Ferrocarril
Trasandino.
De conformidad con el respectivo contrato de junio de 1897, se ha verificado
otra emisión como de $7.000.000 (no recuerdo la suma fija) que se denominan
«bonos comunes», de los cuales corresponden al Gobierno 49% y a la compañía
constructora 51%, cuyas unidades rigen la administración de la empresa,
determinada en los estatutos respectivos. Después de amortizados los bonos
principales, serán únicamente los bonos comunes los que representen a la
compañía constructora, principalmente para el reparto de los ingresos líquidos con
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el Gobierno, hasta terminar el plazo de la concesión, desde cuyo vencimiento
vendrá a ser el Ferrocarril propiedad exclusiva de la Nación.
Yo sí comprendo la buena fe con que se imaginan mis enemigos políticos,
que ellos podían haber arreglado un contrato infinitamente mejor que el celebrado
bajo mi inspección; pero sucede que, por egoísmo, nunca hacen nada grande que
pueda mejorar la condición de sus prójimos, amén de que ni banqueros católicos se
atreven a hacerles préstamos de millones ni con hipotecas, por la perspectiva de
que aun librando bien, se convierta lo esencial en carnes condensadas en lata, como
aconteció en la construcción del famoso Ferrocarril de Ambato al Curaray. Sabían
perfectamente lo que hacían, al oponerse patrióticamente al proyecto efectivo del
Ferrocarril Charnacé, de Ambato o sus inmediaciones a la orilla norte del
Amazonas. Mientras tanto, esos santos católicos de la oposición podían hacer saber
al público, por la imprenta, la cantidad de centenares de miles de sucres que
recibieron para la obra del Ferrocarril de Ambato al Curaray, de qué manera la
invirtieron y cuántas millas férreas recorre la locomotora. Demás es decir que no se
preocuparon en comprar ni un solo riel; pero sí compraron en Nueva Cork
cantidades considerables de víveres conservados en latas, especialmente carnes, en
época que, como el Ferrocarril no había llegado todavía a Ambato, se conseguía el
mejor novillo por menos de 20 pesos sencillos. La Policía de Guayaquil se encargó
de arrojar al río, por encontrarse en mal estado, muchos cajones o barriles que
contenían de esos materiales destinados a la construcción de la flamante vía férrea
de Ambato al Curaray.
Bien conozco que el Ecuador, con su Ferrocarril Trasandino, emprendió una
obra superior a sus recursos, y que su realización nos había de envolver en
gravísimos apuros económicos, si sobrevinieren contrariedades extraordinarias.
Recuerdo que en 1897 se levantó un catastro ligero, que computó el valor de
las propiedades urbanas y rústicas de las provincias del Pichincha, León,
Tungurahua y Chimborazo, en algo más de 100.000.000 de sucres, catastro que se
pensó en formalizarlo judicialmente para darle precio propio a cada propiedad e
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imponerle una contribución sobre el aumento del valor que le diera la vía férrea,
cuyo impuesto se destinaría al pago de la obra del Ferrocarril. La operación se
presentaba muy complicada y desistimos de ella.
Bien, pues; esas mismas casas, haciendas y terrenos del catastro de 1897, con
la llegada del tren a Quito, han cuadruplicado su valor, que actualmente valen más
de 400.000.000 de sucres. De manera que los propietarios de las provincias por
donde ha pasado la línea de acero, han obtenido una utilidad de 300.000.000, sin
más sacrificios que los que ha soportado el Gobierno, en cumplimiento de su
deber, mirando por la prosperidad de sus compatriotas y vecinos.
Por su parte, los caballeros de la oposición no se cansan de propalar en
todos los tonos, que esa obra monstruosa tiene arruinado al país y que si el
Gobierno no se compusiera de pícaros y ladrones, ya el Ferrocarril sería propiedad
nacional. Los más moderados de los enemigos dicen que el Ferrocarril es un
ELEFANTE BLANCO para el Ecuador. ¡Hágame usted patria libre con semejantes
cangrejos!
Desgraciadamente, los últimos semestres de intereses y amortización no se
pudieron pagar, debido a la amenaza permanente de agresión del Perú, que nos
obligó a destinar todas nuestras escasas rentas para atender a la defensa nacional.
Atónito tengo que recordar la vocinglería que formaron los filántropos de la
oposición, para combatir los decretos legislativos de contribuciones llamadas de
«guerra», que le quitaban la comida de la boca al pueblo infeliz, clamaban con
desenfado los flamantes opositores.
Basta manifestar que, si hubiera tenido que apoyarme en el producto de esas
contribuciones de guerra, ni un buen servicio diplomático habría podido atender
con la oportunidad y eficacia necesaria, como se atendió todo. Se trataba de
cuestión internacional y de acuerdo con mis colaboradores principales, se
nombraron a varios conservadores en el alto cargo de ministros plenipotenciarios y
enviados extraordinarios; y en homenaje a la justicia, diré que se manejaron muy
bien, como buenos ecuatorianos, porque no hay regla sin excepción, agregaré.
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Cuando en el año pasado se consideró inminente la invasión, según los
aprestos bélicos que hacía el Gobierno del Perú, vime obligado a trasladarme a
Guayaquil. Recuerdo se me presentó una comisión de la junta patriótica de esa
ciudad, compuesta de personal muy honorable, a estimularme para el inmediato
acuartelamiento de nuestros conciudadanos que anhelaban organizarse. Nos
cruzamos las explicaciones del caso, y se convencieron que, de mi parte, no
consistía la demora. Les dije que señalaran el número de miles de compatriotas que
juzgaban necesarios para la campaña y que en el acto serían complacidos; pero que
la indicada junta se hiciera cargo de hacer pagar directamente las raciones
respectivas y que en cuanto al armamento, todo estaba listo. Me ofrecieron
consultarse con la junta. En definitiva les manifesté que, si deseaban se elevara a
60.000 soldados veteranos el número de tropas existentes, al momento se
ordenaría, comprometiéndome a tenerlos listos y equipados en el curso de una
semana; que lo único que necesitaba era contar, con seguridad, con el servicio de
las raciones.
La contestación de la junta patriótica fue que estaba empeñada en la
adquisición de algunas baterías de cañones de los mejorados recientemente, y que
en cuanto a lo demás, cuando se presentara el caso se atendería en la forma
posible.
La Comisión de la junta estaba compuesta de los connotados vecinos Don
Carlos Gómez Rendón y Don Martín Avilés, que a veces no concurría por
indisposición en su salud, y una o dos personas más, notables de la localidad, que
a veces se renovaban. En la primera visita, fueron acompañados por Don Amalio
Puga, intendente general de Policía. A estas conferencias asistía también Don
Emilio Estrada, gobernador de la provincia del Guayas, cuando el despacho a su
cargo se lo permitía. Me parece que su ocupación principal entonces era procurar
recursos para gastos del ejército, y que los conseguía de los bancos. Ante la
inminencia del peligro, se veía a los ciudadanos, pobres y ricos, artesanos y
labriegos, lo mismo que al estudiante y al doméstico, preocupados esencialmente
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en aprender el manejo del fusil y uniformes, todos en nobles sentimientos de
abnegación para atender a la salvación de la Patria amada. Con orgullo
descansaban en el cumplimiento de sus deberes desde el más infeliz soldado hasta
el jefe. Fortalecidos por la justicia que asiste a la Nación ecuatoriana, tenían
absoluta confianza en que el triunfo coronaría sus esfuerzos. A nadie le
preocupaba el capítulo raciones, porque muchos que habían sido mis comilitantes
sabían que cuando escaseaba el dinero, abundaba el ganado: comida no había
faltado nunca, y por tanto no faltaría en lo futuro.
Recuerdo que en esos días de preparativos premiosos, tuvimos acuartelados
más de 28.000 soldados, listos para entrar en campaña, los cuales considerábamos
base suficiente para conseguir rechazar completamente la invasión que nos
amenazaba por la línea del Macará.
Contábamos, además, con unos 20.000 voluntarios que por la tarde
concurrían a los cuarteles provisionales, y que después de sus ejercicios doctrinales
volvían por la mañana a sus ocupaciones habituales durante el día, para atender a
la alimentación de sus familias.
Declarada que hubiera sido la guerra, al instante se habría duplicado el
efectivo del ejército ecuatoriano, obligado a defender con las armas, la integridad
de su territorio, que trata de arrebatarle el Perú, a viva fuerza.
Pero el Ecuador, si no contara con las facilidades que le presta el Ferrocarril
Trasandino, estaría embromado, porque le sería imposible atender a la
movilización de sus elementos con eficacia. Sin embargo de palparse este beneficio
salvador, no estaba libre el señor Harman, lo mismo que yo, de los más burdos
improperios, sin tener más culpabilidad Don Archer, que haber cumplido sus
contratos con el Gobierno, de la manera más honorable a su alcance.
Conmigo, el caso era distinto, porque los movía la venganza contra el
hombre que los había aniquilado políticamente, destruyéndoles la continuación de
la vida política de antaño. Ahora mismo sucede que uno de los principales
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difamadores que han aprovechado de la transformación del 11 de agosto, lo hace por
inquina personal.
Decía el renombrado Don Pedro Moncayo que entre los liberales y
conservadores doctrinarios no había más que un paso de diferencia; que unos
deseaban ampliar la libertad individual, y que los otros procuraban concentrar más
acción en la autoridad; no son las mismas palabras expresadas en una de sus
publicaciones por el esclarecido publicista señor Moncayo, pero en esencia es el
contenido de su apreciación. Por supuesto, se refería a los países cimentados en el
camino del progreso. En verdad, no puede decirse lo mismo de los políticos que
son movidos por bastardos intereses o por depravadas pasiones personales, como
sucede con la notabilidad cuyo nombre deseo lanzar a la estampa, para que sea
juzgado por sus propios coterráneos.
Bien, pues; esa clase de simulados políticos, cuando abundan, son los que
conducen a los pueblos al caos y a la confusión, como ocurre actualmente en el
Ecuador. Merece un estudio imparcial el punto, comparados los antecedentes, con
los que precedieron al Seis de Marzo y Cinco de Junio.
Esa clase de personas en su labor inicua, son las que consiguieron amargar
en su vida a Don Archer Harman, en su carácter de gerente en la construcción del
Ferrocarril Trasndino, al extremo de haber conseguido formar en la opinión
pública cierta corriente desfavorable; todo con el objeto principal de proyectar
sombras tenebrosas contra el régimen liberal que me ha tocado en suerte presidir
en el Ecuador. Felizmente al fin, la luz resplandece más en semejantes
tenebrosidades y pone en transparencia a los actores.
Constantemente me llaman «asesino del pueblo quiteño», «asesino del 25 de
Abril», afirmación que vociferan y propalan mis enemigos, tal como si realmente
hubiera ocurrido algún acontecimiento desgraciado que autorizara ese calificativo.
Sucedió lo siguiente:
Los oposicionistas conspiraban públicamente; se valieron de los estudiantes
descendientes de familias curuchupas (palabra quichua, que significa ganado que se
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encuentra muy agusanado; el pueblo quiteño designaba con ese adjetivo a los
defensores del Gobierno conservador de 1895), que relativamente son numerosas,
para formar su asonada. Sin recelo hacían propaganda en favor de su revolución.
Con pretextos especiosos se presentaron en pleno día en la Plaza principal, a
bandera desplegada; como a los vivas y mueras no se les agregaba nadie
principiaron a disparar sus revólveres. Entonces el destacamento que teníamos en
la plaza rompió sus fuegos al aire, según lo había ordenado anticipadamente. Los
bochincheros consiguieron herir al jefe de Artillería, a un joven empleado del
Ministerio y a uno o dos más neutrales. Ante el fuego nutrido al aire que hacía la
tropa, los estudiantes abandonaron la plaza y se dispersaron completamente sin
salir ninguno de ellos ni contuso. Tal fue el decantado asesinato del pueblo quiteño
que se me atribuye.
También sucedió que al oírse el alboroto en el cuartel del batallón Carchi,
destacaron un piquete para que recorriera las inmediaciones. Los soldados no
hacían caso de las provocaciones que les hacían los revoltosos que encontraban a
su paso, pero uno que otro borrachito se permitió hacerles fuego con su revólver, y
los soldados, en natural defensa, dispararon sus rifles sobre ellos, y dos de los
bulliciosos murieron y unos pocos más salieron heridos en el curso de la recorrida
del mencionado piquete. Esta fue la famosa carnicería del 25 de abril.
Detalladamente consta todo en el respectivo sumario que se levantó, con
motivo de los disturbios del 25 abril de 1907 en Quito; y sin embargo, no trepidan
en afirmar que el pueblo fue asesinado, cuando lo cierto es que el verdadero
pueblo quiteño fue indiferente a ese bochinche y lo ha sido siempre a todo lo que
sea innoble, aun cuando se le atribuyan actos que únicamente corresponden a los
trastornadores fementidos.
Como esos calumniadores no tienen respeto ni por la memoria de sus
antepasados, que en parte fueron los asesinos de Berruecos, Miñarica, del 19 de
octubre en Quito, de Mocha y Jambelí, del 3 de junio en Guayaquil, y otros muchos
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actos sangrientos, no les importa un pito el reproche histórico, por amargo que sea,
con tal de colmarnos de improperios y satisfacer sus bastardas aspiraciones.
Uno de los cargos formidables que me han atribuido los furibundos
oposicionistas ha sido de que he tratado de negociar el archipiélago de Galápagos.
He manifestado ya que la mayoría de los senadores y diputados que constituyeron
el Congreso de 1898, tomaron por bandera para su revolución el contrato del
Ferrocarril Trasandino, pretextando ser ruinoso; pero había omitido decir, que
también propalaban que yo trataba de vender el archipiélago de Galápagos, con el
innoble propósito de enriquecerme y enriquecer a mis partidarios.
Entonces juzgué de mi deber pasarles un mensaje, haciéndoles saber que
antes de finalizar el año de 1895, había recibido ofrecimiento de 5.000.000 de libras
esterlinas por el mencionado archipiélago, que había rechazado, además de otra
cantidad igual destinada para repartir entre las familias que estaban en desgracia a
consecuencia de la tiranía de García Moreno, y de cualquier otro acto de reparación
justiciera, que quedaba a mi albedrío donar, como lo considerara justo. La
necesidad de poner a salvo la honorabilidad del Partido Liberal Radical que me
había honrado con su confianza, que se trataba de mancillar gratuitamente, me
obligó a poner en evidencia la manera como realmente había pasado el incidente.
La oferta tenía más gravedad de lo imaginable, porque entonces ejercía yo el
cargo de jefe supremo de la República, investido de facultades omnímodas en las
Actas Populares, en cuya confección no tuve arte ni parte, ni podía tenerla,
encontrándome hacía muchos años lejos de la Patria amada y declarado hasta
pirata por una Legislatura endemoniada.
No necesitaba del concurso del Congreso para consumar legalmente la
negociación del archipiélago. Lejos de mí el pensamiento de atribuirme ningún
mérito en mi procedimiento, porque simplemente cumplía con mi deber, juzgando
que estando en poder de una poderosa nación europea aquellas islas, constituía
entonces una amenaza para la autonomía de las repúblicas de la América del Sur
en la costa del pacífico. Ipso facto rechacé la proposición, y después referí a los
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colaboradores lo ocurrido y a muchos amigos les he mostrado los mensajes
aludidos.
Con el Congreso de 1898, coincidió también que me ofrecieron 300.000.000
de francos por el archipiélago de Galápagos o de Colón, como se le llama ahora en
memoria al legendario marino descubridor de América, y los rechacé sin vacilación
por las consideraciones apuntadas. Con este motivo, pasé otro mensaje reservado
al Congreso, y cesaron entonces en el cargo de especulación con el archipiélago, y
sólo quedaron los conspiradores limitados en su oposición al Ferrocarril, dizque
por considerarlo ruinoso al país.
Hará cosa de dos años, se me insinuó que si el Gobierno del Ecuador
convenía en arrendar dicho archipiélago, se me haría la propuesta respectiva. Yo
no podía resolver problema tan arduo por mí y ante mí, y habiendo cambiado las
circunstancias se resolvió en Consejo de Ministros que yo pasara una circular a los
gobernadores de las provincias, indicándoles que consultaran la opinión de los
vecinos principales para saber positivamente los deseos de la mayoría de los
habitantes, y entonces resolver lo que me cumplía contestar. En definitiva, al
Congreso le correspondía solucionar el problema.
Los opositores se aprovecharon de la circular sobre arrendamiento del
archipiélago que dirigí a los gobernadores, de la cual tuvieron conocimiento por la
imprenta, pues tenía la costumbre de hacer publicar mis actos administrativos, de
interés general, en la mayor extensión que era dable hacerlo, y juzgaron propicia la
ocasión para pensar en otro 25 de Abril en mayor escala.
Forzoso una ligera digresión. En años anteriores que tuve la satisfacción de
ser vecino de Guayaquil, hubo un intendente a quien le agradaba mucho cualquier
manifestación contra mi persona. De vez en cuando, se veían grupos de pueblo, más
o menos numerosos, que recorrían en la noche las calles de la ciudad al grito de
«muera o abajo Alfaro», con el aditamento de tirano, asesino, ladrón, traidor,
incendiario, pirata, y otras lindezas de estilo en esa clase de manifestaciones.
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Al día siguiente recibía las visitas de algunos artesanos nacionales, que
venían a informarme que los manifestantes agresivos de la noche pasada eran casi
en su totalidad peruanos, que había muy pocos ecuatorianos, pero que ninguno era
guayaquileño. Me lo decían con cierto orgullo los descendientes o compañeros de
los que realizaron las transformaciones políticas del Seis de Marzo y Cinco de
Junio.
En ese tiempo había avecindados en Guayaquil como 8000 peruanos entre
mujeres, niños y hombres, la mayor parte jornaleros oriundos de los
departamentos del norte del Perú, quienes encontraban fácil ocupación en nuestro
Litoral. La participación que han tomado en nuestras disensiones domésticas les ha
perjudicado tanto como la cuestión internacional, tratándose de un pueblo
esencialmente liberal como el costeño ecuatoriano, en particular en presencia del
pueblo guayaquileño, que con justicia se enorgullece de haber tomado parte
decisiva en favor de los grandes acontecimientos que han conducido a la República
por el camino de su verdadera regeneración política y social.
Sin embargo de tanto encono como ha germinado de la cuestión
internacional, no pueden quejarse los peruanos del maltrato en el Ecuador,
comparado con el que en el Perú han sufrido los ecuatorianos, siendo los
agredidos. De parte de la autoridad ecuatoriana, han tenido siempre los peruanos
las consideraciones y tolerancia que han sido posibles, con generosidad.
Los oposicionistas pusieron en explotación sus planes subversivos en toda la
República, con ocasión del archipiélago, y no se discutía lo que conviniera al País
sino lo que más pudiera contrariar la acción del Gobierno.
Problema tan grave lo trataba siempre con mis compatriotas connotados, en
especial con los señores ministros de Estado, como era natural. Ninguno pensaba
en enajenar ni una pulgada de territorio nacional, pero se preocupaban de lo que
sería más conveniente a la Nación y del peligro de perder el archipiélago sin lugar
a respirar. Mucho se discutían las complicaciones que pudieran surgir después de
terminada la grandiosa obra del Canal Interoceánico, y que nuestras islas, debido a
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su posición geográfica, y casi desiertas, venían a constituir una zona estratégica en
el Mar Pacífico, estación obligada e inmejorable, para cualquier flota beligerante.
Conferencias íntimas de esa clase no se pueden publicar prematuramente con
todas sus minuciosidades y sólo se manifiesta aquello que en esencia signifique lo
favorable y adverso a la conveniencia pública. En estos casos, siempre he puesto a
un lado los enconos políticos, sea cual fuere su naturaleza, y he procedido de
acuerdo con lo más conveniente al País, dentro de los límites de la dignidad
nacional.
Concluyamos con el capítulo arrendamiento. Activaron los opositores sus
trabajos, especialmente en la Costa. Ocasionalmente encontrábame en Guayaquil,
cuando se me presentó una comisión a solicitar del Gobierno de parte del pueblo y
en su propio nombre, que rechazaban en lo absoluto el arrendamiento del
archipiélago de Colón y que no pensara en ello. Contesté que siempre había
acatado la voluntad del pueblo, y que por tanto atenderíamos sus deseos. Influyó
moralmente en mi contestación, el personal de la comisión, compuesta de vecinos
respetables de la ciudad, cuya intervención pacífica en los asuntos internos he
atendido siempre, cuando la consideraba desinteresada. Con esta contestación de
mi parte, se desentendió el Gobierno en el asunto arrendamiento; pero no así los
opositores, que siguieron propalando rumores falsos que favorecieran sus planes
proditorios.
Cortemos por lo sano, para abreviar la terminación de estos breves datos
ferrocarrileros.
Entró ya la compañía constructora en desahogo, nos devolvió los centenares
de miles de sucres que le habíamos prestado para conseguir llevar la locomotora a
Quito, como la llevó, y aún más, nos dio en préstamo, en momentos de penuria
fiscal, una regular cantidad, 500.000 de sucres, si mal no recuerdo, y que con
nuestros agradecimientos les pagamos también, después de poco tiempo.
Llegó el momento de fijar, dentro de la ciudad de Quito, sitio para la
estación ferroviaria. El señor Harman solicitó que la Municipalidad señalara la
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localidad necesaria, y con tal motivo se suscitó entre los vecinos alguna
competencia, natural en esos casos, que dio por resultado disolverse la reunión de
vecinos o de ediles, no recuerdo con precisión, sin resolver el problema.
Entonces solicitó la compañía, que el Gobierno fijara el sitio de la Estación.
Cuando se me presentó el señor Harman con semejante solicitud, le contesté que
debíamos fijarnos en que el lugar de la nueva Estación facilitara la continuación de
la vía férrea al norte. Uno de los circunstantes observó que si nos empeñábamos en
la continuación del Ferrocarril a Ibarra, la malicia de los oposicionistas supondría
que era un pretexto para perpetuarme en el Poder y que corríamos el peligro de
que intentaran asesinarnos. Nos reímos de la broma amenazante, que tenía
apariencias de verdad, y Don Archer manifestó que sospechaba que el sitio que yo
deseaba era el ejido norte de la ciudad, que provocaba a la continuación del
Ferrocarril a Tulcán, que tanto anhelaba yo. Por unanimidad se acordó con placer
que la nueva estación se estableciera en el lugar que ocupan los vastos edificios que
componen el Hipódromo y cuartel de Caballería y que además se le facilitara el
terreno fiscal necesario para que la estación fuera muy amplia, cual lo requería mi
proyecto. El señor Harman impartió las disposiciones del caso, y lleno de salud y
vigor emprendió viaje a Nueva York, sin imaginarnos jamás que se despedía para
la otra vida.
Quedó a cargo de la administración del Ferrocarril el señor Norton,
caballero muy honorable. Terminados los estudios de la prolongación de la vía
férrea de Chimbacalle al Ejido, vino a informarme el señor Norton que ese trabajo
se presupuestaba en 1.500.000 de sucres o de dólares, no recuerdo bien en cuál
moneda, y que atento a la situación financiera de la compañía, lo conveniente era
cruzar el río Machángara por la cercanía del Palacio de la exposición y establecer
en sus inmediaciones la estación principal; cuya operación se calculaba costaría
500.000, y que el millón de economía se invirtiera en nuevo material rodante que
atendería bien, con provecho recíproco, el servicio público.
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Siendo tan juiciosas las observaciones del señor Norton, le contesté que por
mi parte las aceptaba, pero que atento a las circunstancias, yo no podía por
delicadeza resolver solo el asunto, que se sirviera dirigirme una solicitud razonada,
que sometería al Consejo de Estado, y que en definitiva, en Consejo de Ministros se
resolvería su solicitud. Convinimos en esto, pero en esos días tuvo necesidad el
señor Norton de irse a Guayaquil, y me manifestó que a su regreso presentaría la
solicitud indicada. Más, a su regreso se tropezó con los famosos accidentes del Once
de Agosto y se paralizó mi intervención.
Conociendo que el costo del Ferrocarril Trasandino había sobrepujado
mucho al valor contratado y que no obstante esa enorme pérdida, el Ferrocarril
había sido construido hasta llegar a los suburbios de Quito, les he guardado, por
decencia y en conciencia, toda clase de consideraciones a los contratistas en lo
relativo a detalles secundarios de la magna obra.
Felizmente el producto del tráfico ha correspondido a lo que se esperaba.
No recuerdo el rendimiento en los últimos meses, pero ya pasaban de 100.000
sucres mensuales, observándose que van aumentando rápidamente con el
transcurso del tiempo. A ese paso ya produce más de lo necesario para atender a
sus gastos, y pronto tendrá sobrante, que será aplicado al servicio de intereses y
amortización de los bonos ferrocarrileros.
En la actualidad, volver a estudiar los medios conducentes para conseguir la
reducción de la tarifa de fletes y pasajes, es lo primordial. Obtenida esta reducción,
contribuirá a fomentar eficazmente el desarrollo de la producción agrícola en todas
sus variedades, ensanchará el comercio interno y aumentará extraordinariamente
el tráfico personal, en beneficio todo del Ferrocarril y de la Nación. Entonces el
rendimiento de la vía férrea retribuirá con creces los sacrificios sufridos antes.
Siento no tener a la vista algunas publicaciones favorables y adversas a los
contratos de 1897 y 1898 relativas al Ferro carril, que me refrescarían la memoria y
me permitirían aclarar puntos contradictorios.
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Después de llegada la locomotora a los suburbios de Quito, he tenido la
intención de hacer venir un ingeniero caracterizado, que se ocupara en estudiar
valorizar por secciones, nuestra vía férrea trasandina; pero la contratación de un
buen ingeniero de reputación conocida, cuyo informe sea intachable, demanda un
gasto crecido, que la crisis económica que hemos atravesado no me lo ha
permitido. Una verídica información de esa clase ahogará para siempre a los
difamadores sin ley ni conciencia.
En muchas naciones del mundo, se ha visto con frecuencia hartar de
improperios a empresarios honrados, cuyos hechos causaban daño a un bando
político, y en la innoble necesidad de desprestigiar al adversario, han traspasado
los límites del encono y se han posado en el fango de la calumnia. Estos fenómenos
se advierten principalmente en los países donde predomina el fanatismo.
Notorio que en materia religiosa, sobrepujó el Gobierno ecuatoriano a todas
las naciones del continente americano, al extremo de que se trataba de eliminar el
nombre glorioso de «Ecuador» por el de «República del Sagrado Corazón de
Jesús». Esto ocurría hasta el día de la batalla de «Gatazo».
Al partido que yo he tenido la honra de acaudillar, le ha tocado una época
de reformas que hemos llevado adelante, amparados por la equidad y la justicia
siempre. En otras naciones, pero de épocas recientes aún, las reformas religiosas se
han verificado a sangre y fuego; mientras que los liberales ecuatorianos hemos
realizado dichas reformas con la mayor cortesía y humanidad.
Vencidos nuestros fanáticos adversarios, reaccionaban constantemente,
ayudados por sus cofrades de las naciones vecinas. En 1898, hasta llegó a realizarse
una colecta considerable en el continente, con cuyo auxilio llevaron a cabo la santa
cruzada que terminó con la derrota que sufrieron en las faldas del Chimborazo.
Para nuestros católicos, no era el mismo Dios, el God de los ingleses, el Gott
de los alemanes, el Allah de los turcos, o el Dieu de los franceses. Hasta el año de
1895, sobraban dedos de la mano para contar el número de residentes europeos en
Quito, porque a todos se les miraba como herejes, y si no confesaban y oían misa
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frecuentemente, estaban expuestos a recibir una cariñosa apedreada en las calles, o
por lo menos, oír insultos y provocaciones insulsas. Tales son los enemigos
acérrimos del Ferrocarril en el Ecuador.
Don Archer Harman profesaba la religión protestante, circunstancia que lo
presentaba como persona inaceptable, bajo ningún concepto, para los fanáticos
católicos. Era Don Archer un caballero cumplido en la extensión de la palabra:
trabajador activo, generoso, franco y jovial en su trato social.
Contrariedades y disgustos no faltaron como sucede siempre en toda
grande empresa. Yo sólo tengo motivos de consideración y aprecio por la memoria
del señor Archer Harman, en recuerdo de su porte honrado, inteligente y leal. En
conciencia declaro que sin el auxilio personal de Don Archer Harman, jamás habría
podido realizar la obra del Ferrocarril Trasandino del Ecuador, como al fin se
realizó, venciendo dificultades casi increíbles.
Estoy seguro que, cuando los habitantes del Ecuador se convenzan del
honrado proceder observado por Don Archer Harman, en la obra del Ferrocarril,
como homenaje de gratitud le elevaran una hermosa estatua en una de las cumbres
de los Andes, en la vía férrea, que eternice a la vista del viajero, los esfuerzos de un
hombre digno de ese recuerdo y del pueblo agradecido que la erigiere.
Termino estos breves apuntamientos, significando mi profundo pesar por la
pérdida en esta vida del excelente amigo y buen obrero auxiliar del progreso
material, apoyo de la moral, del Ecuador, rogando al Todopoderoso prodigue su
mirada misericordiosa en favor del Espíritu del que fue Archer Harman. Por mi
parte, ¡honra a su memoria!
ELOY ALFARO
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1896-1897
Mensaje del Jefe Supremo de la República a la convención
nacional Señores Diputados:
En cumplimiento del deber que me ha impuesto el cargo de Jefe Supremo de
la República, paso a daros cuenta de los actos ejecutados durante el tiempo que he
ejercido el Poder Supremo, de que fui investido por los pueblos.
Breve seré en la narración de los hechos, porque así lo requiere la naturaleza
misma de este mensaje; pero, la deficiencia que notéis, será suplida, ya por los
señores Ministros en sus respectivos informes, ya por mensajes especiales, que
debo presentaros para tratar, detenidamente, de varios asuntos de vital interés.
Vivía la Nación bajo el peso abrumador de un círculo político, corrompido y
corruptor, cuando la medida de la iniquidad se colmó con el negociado del Japón.
La prensa honrada del país afrontó el peligro, descubrió por completo el negociado
infame y los pueblos se lanzaron a la lucha armada. Guayaquil, el pueblo de las
heroicas tradiciones, dio forma respetable al sentimiento patriótico de reivindicar
la dignidad nacional ultrajada, y, en ejercicio de su soberanía inmanente, el 5 DE
JUNIO, estableció un nuevo Gobierno que lo dirigiera en la gran labor de su
regeneración.
Yo tuve la honra de ser proclamado Jefe de ese Gobierno, con el carácter de
Jefe Supremo de la República.
Hallábame en la hospitalaria tierra de Nicaragua, cuando el alambre
eléctrico me llevó la noticia de mi proclamación. Al instante acepté tan alta
distinción, me puse en marcha y el 18 de junio arribé a esta ciudad. Conmovida mi
alma por el entusiasmo delirante del pueblo, que me hacía palpar que siempre era
digno descendiente de los Próceres del Nueve de Octubre, asumí el mando el día
19.
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Un deber de justicia me obliga a hacer constar aquí que el cargo de que fui
investido lo recibí de manos del señor don Ignacio Robles, a quien Guayaquil
encargó del mando, con el carácter de jefe Civil y Militar, durante mi ausencia.
Su comportamiento en los momentos de mayor excitación; en las
circunstancias difíciles que siguen siempre después de que un pueblo sacude la
opresión; en el instante mismo en que se hacía indispensable unir el tino a la
energía, la indulgencia con la justicia y procurar la unión del partido, hacen
recomendable al señor Robles, a la gratitud del pueblo que, si honra le dispensó y
justicia le hizo con la elección, bienes ha recibido de él, con un proceder
ejemplarmente desinteresado, en época tan especial en que ambiciones bastardas
suelen poner a prueba la moría de bien.
La Nación se encontraba, cuando me hice cargo del mando, en completa
anarquía; y fue por esto mi cuidado preferente procurar la conciliación ánimos
exaltados, para que no fueran estériles los sacrificios del pueblo.
Envié comisiones de paz a Quito y Cuenca, donde se encontraban los
verdaderos núcleos de resistencia, y di como instrucción especial, al señor doctor
don Rafael Pólit, Presidente de la Comisión principal, la de que, si mi personalidad
fuese un inconveniente para obtener la paz, yo estaría pronto a separarme del
poder, con tal de que ese paso tendiera a la reconciliación de la familia ecuatoriana.
Las comisiones fueron rechazadas, e hizo entonces inevitable la guerra.
Carecíamos del armamento necesario para atender a los miles de patriotas
que clamaban por empuñar el rifle para combatir y lavar la afrenta inferida al
sagrado Emblema de la Patria, a esa bandera que Bolívar y Sucre llevaron en sus
manos siempre victoriosa, hasta verla tremolar con gloria en la cumbre de los
Andes, sellando la independencia de medio Continente.
La situación económica del país no podía ser más aflictiva; todas las rentas
pignoradas; la Tesorería de Guayaquil empeñada con certificados por ingentes
sumas y la ciudad amenazada de un desbordamiento por manejos maquiavélicos,
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brote natural de esa escuela de depravación que había implantado en el país el
partido floreano de tenebrosa historia.
Para llevar a cima la grande obra de la regeneración, se presentaban
obstáculos al parecer insuperables, pero la sensatez y levantado patriotismo del
pueblo guayaquileño alejó el peligro y obvió todos los inconvenientes. Se facilitó al
Gobierno el dinero preciso para atender a los gastos inaplazables; las armas que
estaban en manos de los buenos ciudadanos fueron entregadas al parque y se
organizó en la Costa un ejército de voluntarios hasta donde lo permitieron los
exiguos elementos de guerra; ejército que, por distintas direcciones, marchó en
auxilio de sus hermanos del interior, quienes, si es verdad se encontraban
empeñados en heroica lucha, hubieran sucumbido ante la desigualdad de fuerzas y
la carencia de elementos. Con su abnegada cooperación y con el valeroso arrojo de
nuestros soldados se triunfó en todas partes, volviendo así la paz a la Nación.
Los vencidos en armas fueron perdonados.
Restablecido el orden, dedicó el Gobierno sus esfuerzos a reorganizar la
administración pública y a prestar decidido apoyo a las mejoras de interés general
que reclamaban preferente atención.
Empeñado en esas labores sobrevino la tenaz conspiración de los vencidos.
Mi programa de Perdón y Olvido lo tomaron por debilidad, acostumbrados, como
estaban, en la condición de vencedores, al exterminio del vencido.
Era notorio que el Gobierno se encontraba con escasez de armamento en sus
parques. Para prevenir la alteración del orden y en la convicción de que estando
bien armado el Gobierno, desistirían los insensatos de sus planes subversivos, o
bien que, al estallar cualquier movimiento reaccionario, anonadaríamos por la
fuerza y en poco tiempo a los rebeldes, puse especial cuidado en proveer nuestros
parques, y en consecuencia, contraté una buena cantidad de elementos de guerra,
que habrían estado en nuestro poder en febrero próximo pasado, a no haber
ocurrido en Europa intrigas que lo impidieron.
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El contrato se ha renovado, y por cable tenemos ya aviso de encontrarse en
camino 10 000 rifles Mausser. Con este refuerzo seguirá consolidándose la paz, y
en caso necesario, tendremos a la mano medios con que restablecer el orden sin
demora.
Los enemigos del adelanto del Ecuador se reanimaron al ver casi desarmado
al Gobierno y aún precipitaron sus movimientos temerosos, quizás, de que
pudiéramos remediar el daño que se nos había causado. Ambiciones bastardas
completaron el plan revolucionario.
Cuando la conspiración tomó el carácter de notoriedad pública, expedí el
decreto de 21 de marzo que prescribe que el Gobierno haría la guerra con los
bienes de los enemigos; decreto que, al haberlo puesto en ejecución, sin
miramientos de ninguna clase, habría ahorrado a particulares y al país inmensos
sacrificios. Más, debo aclarar que en el terreno de las intrigas, bajo el velo de los
empeños por conmiseración, no soy fuerte.
Poco uso he hecho de este decreto, casi reducido a pocas familias que
dedicaron con cinismo sus bienes a proteger invasiones filibusteras y a favorecer
insurrecciones en todo sentido. Esos bienes adquiridos con la desolación del país,
amasados con el sudor del pueblo, fomentados con la fuerza y regados con la
sangre de hermanos, debían pagar el mal que hicieron y precautelar uno mayor.
Los facciosos llamándose defensores de la Religión que el Gobierno no ha
atacado ni podía atacar —aunque dictara providencias contra determinadas
personas del clero, quienes saliendo del círculo de acción que les da su ministerio,
se convirtieron en corifeos políticos—, se presentaron en armas desde el Carchi al
Macará y sólo debido al concurso y denuedo de los buenos ciudadanos ha podido
el Gobierno debelar la insurrección más formidable que registran nuestros anales.
Según los datos adquiridos ha sido el clero extranjero el motor principal de
la conspiración. Son de notoriedad pública los trabajos en el exterior del Obispo
Schumacher, oriundo de Austria, para organizar invasiones y procurarnos
conflictos internacionales; así como la labor constante del Obispo Masía, de
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nacimiento español, revelada en una carta que se encuentra en poder del
Gobernador de Loja. En Cuenca los Padres Salesianos fabricaron gran cantidad de
cápsulas para los facciosos, asegurando que era para salvar la Religión.
En Riobamba expedí el decreto de 1 de julio, que asigna gratificaciones a los
heridos y a los deudos de nuestros valerosos soldados que se sacrificaran en
defensa de las libertades públicas.
He cometido la falta de no haber impuesto a los culpables una contribución
de guerra extraordinaria para el cumplimiento de ese sagrado compromiso, pero
os ruego, encarecidamente, que reparéis esa falta involuntaria en la forma que
estiméis conveniente.
En Cuenca, compadecido del engaño de que habían sido víctimas los
azuayos, que pensaban que era deber morir por la religión que creían perseguida,
mandé poner en libertad a los prisioneros de guerra en el mismo campo de batalla
y expedí además el decreto de indulto fechado en 23 de agosto.
Encontrábame en Riobamba por consecuencia de los disturbios que
terminaron en los desfiladeros de Quimiag a Chambo, cuando tuve conocimiento
de la representación dirigida al Gobierno por el pueblo guayaquileño, solicitando
que la Convención Nacional se reuniera en esta ciudad.
Grande fue mi conflicto: conocía por una parte las ventajas naturales que
tiene en su favor la Capital de la República y que ellas facilitarían la reunión y
trabajos de la Representación Nacional; y por otra, me encontraba en el deber de
hacer justicia a la alteza de miras que entrañaba la solicitud del pueblo factor
principal de la Regeneración del Ecuador.
Resolví el problema, conciliando los deseos y aspiraciones de los dos
pueblos, en comunicación telegráfica que dirigí al Consejo de Ministros y en
circular que, por recomendación mía, pasó el señor Ministro de lo Interior a los
Gobernadores de Provincia.
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En tal virtud, expedí con fecha 14 de septiembre el decreto de convocatoria
que me permite la honra de veros reunidos en el Templo de la Ley, y presentaros
mis respetuosas congratulaciones.
Nuestras relaciones internacionales son satisfactorias.
Mi Gobierno ha puesto todo su anhelo en estrechar más los vínculos de
cordial amistad con todas las naciones del mundo y, especialmente, con las de este
Continente.
Hemos recibido ministros plenipotenciarios de Colombia, Perú, Venezuela,
Brasil, Chile y España y Ministro residente de la Gran Bretaña.
Por nuestra parte se acreditó una misión diplomática ante los Gobiernos de
Estados Unidos de Norte América y Méjico.
Abundando el Gobierno ecuatoriano en sentimientos fraternales de
levantado americanismo, invitó a los gobiernos del Continente a un Congreso
Internacional, que debía reunirse con el objeto de dictar un Derecho-Público-
Americano, a la vez que facilitar los medios para ensanchar las relaciones
comerciales entre sí. En el día señalado se instaló en la Capital Mejicana la Junta de
Delegados, con asistencia de los representantes de Méjico, Guatemala, San
Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Ecuador. Las Repúblicas de Bolivia y
Paraguay, ofrecieron enviar sus representantes; mas, después se excusaron.
La mayoría de los gobiernos de las demás naciones acogieron el proyecto
con entusiasmo, elogiando el propósito; y ofrecieron estudiar las decisiones del
Areópago y adherirse a ellas, sometiéndolas a sus legislaturas.
La Junta de Delegados al Congreso Americano clausuró sus sesiones,
contrayendo el empeño de procurar la reunión de otro Congreso con la asistencia
de representantes de todas las Repúblicas del Continente.
Al Ecuador, que le cupo la honra de tomar la iniciativa para la reunión de
una Asamblea Internacional que tan imperiosamente se hace necesaria, cábele la
satisfacción de haber dejado su nombre en alto puesto, habiendo recibido, a la vez,
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honrosos elogios en documentos de trascendental significación, que tendré
complacencia de comunicaros, en el instante que los reciba oficialmente.
Siendo la Isla de Cuba, teatro de una guerra desoladora, consideré deber de
humanidad, a la vez que de americanismo, interceder con nuestra Madre Patria a
favor de la generosa emancipación de esa Antilla. Aún no he recibido contestación.
Con la íntima convicción de que uno de los pactos que requiere variaciones
trascendentales es el existente en el Ecuador y el Vaticano, envié especiales y
concretas instrucciones a nuestro Ministro ante la Santa Sede, a fin de que iniciara
las reformas convenientes y de acuerdo con las ideas, tendencias y aspiraciones del
país. Los trabajos para conseguir la variación del Concordato, que tanto
predominio concede a la Iglesia sobre el Estado, se han iniciado ya, y los informes
y demás documentos recibidos me persuaden de que esos trabajos avanzan en
términos satisfactorios.
Dados los antecedentes escandalosos que han precedido siempre a los
arreglos de la Deuda Inglesa, juzgué de estricta justicia cortar, ejecutivamente, el
nudo gordiano, y al efecto expedí el decreto de 14 de marzo, que suspende la
entrega de las sumas asignadas para el pago de esa deuda y ordena depositar su
producto en el Banco del Ecuador. El depósito está existente sin que la penuria del
Erario, ni en los momentos más difíciles, haya sido motivo para distraer esa suma;
la honra nacional exigía su conservación.
Para que se estudiara detenidamente este viejo y enojoso asunto, nombré
una comisión de personas honorables y competentes de Guayaquil, pero
desgraciadamente no aceptaron.
Por fortuna, el Sr. Dr. Emilio M. Terán había aceptado el cargo de esclarecer
la manera como se había procedido en la concesión de los terrenos baldíos de
Esmeraldas, y como uno y otro asunto están conexionados íntimamente, se
impuso, espontáneamente, la ímproba labor de hacer a la Nación ese especial
servicio. Los documentos recopilados, los datos recogidos y la narración de los
hechos que han tenido lugar, constan impresos en un libro de 868 páginas.
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La República ha contraído deuda de gratitud con ese buen ecuatoriano, y,
por mi parte, y en nombre del Gobierno, he expresado mi reconocimiento al
inteligente laborioso patriota.
El vigor más inquebrantable, la mayor energía de mi Gobierno, no han sido
suficientes para triunfar sobre las capciosas y eternas alegaciones empleadas por
los fatídicos empresarios de la vía férrea de Chimbo, por tener el injusto pleito que
se ha sostenido contra los derechos de la Nación.
Cuando me hallaba resuelto a emplear todo rigor de la justicia ejecutiva
contra esos pertinaces especuladores, convine en una transacción cuyo resultado
fuese la entrega inmediata al Gobierno del Ferrocarril de Durán a Chimbo, ciertas
restricciones y el pago de las costas procesales a cargo de la Compañía de Obras
Públicas, aunque, a decir verdad, la insolvencia de ésta dejaba sin efecto el
cumplimiento del convenio.
Se me ha informado posteriormente que los términos del arreglo son de tal
naturaleza que verificada la liquidación prescrita, el Estado, además de pagar lo
que no tiene por qué reconocer, quedaría todavía comprometido con fuerte suma
de dinero a favor de los autores de nuestra ruina. Las bases de transacción han sido
suscritas a nombre del Gobierno de completa buena fe y por falta de conocimientos
perfectos en el embrollo; de ahí el que todo esfuerzo de mi parte haya sido estéril
sobremanera.
Esto me ha persuadido de una tristísima realidad; si a un Gobierno como el
que os dirige la palabra, que ha hecho guerra con energía a quienes de mala fe han
especulado con el país, lo burlan sin temor ni respeto a la justicia ¿qué no se habrá
consumado antes de ahora si el régimen caído hubo pervertido en los suyos todo
sentido de honradez, para aprovecharse de negociaciones siniestras y perdurables?
La Deuda Externa y el Ferrocarril de Chimbo explican suficientemente la
perversión de esos Gobiernos y lo ilícito del móvil de sus actos administrativos.
El retardo en la solución del pleito con los titulados contratistas ha
impedido al Gobierno dar a los trabajos del Ferrocarril una forma práctica y
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beneficiosa, consignándolos previamente a la administración de una Junta formada
en Guayaquil con sujetos de indisputable honradez y competencia rentística, que
alejaran la venalidad y el fraude e inspirasen absoluta confianza a la República. En
esta forma el ferrocarril será un hecho.
Capitales se consiguen fácilmente para grandes empresas, cuando la
inversión de los empréstitos es honrada y se sabe que la obra que se construye es la
mejor garantía para el prestamista, sin tomar en cuenta los productos del mismo
ferrocarril y las rentas que el Gobierno puede afectar transitoriamente para el pago
de un interés moderado, pero que estimule el lucro individual de capitales
nacionales y extranjeros que no tardarían en cubrir sus gastos y ser atendidos con
seguridad en el servicio de intereses.
Va para un año que el Gobierno tiene contratado un buen cuerpo de
ingenieros —dirigido por el señor Muller, profesor de primera clase y
ventajosamente conocido por su honorabilidad y competencia— que se ocupa de
ejecutar el trazo de la vía a Sibambe. Levantando científicamente el plano, se sabrá
el costo de la obra.
Tanto de Europa como de Norteamérica se han solicitado informes sobre ese
proyecto ferrocarrilero y he diferido el suministrarlos para cuando esté terminado
el plano respectivo.
Habiendo honradez, habrá capital de sobra, repito, y la obra se realizará, sin
pérdida de tiempo.
A un ingeniero del Estado se ha recomendado levantar el plano para una vía
férrea de Manta a Santa Ana, pasando por Montecristi y Portoviejo. El trayecto es
llano y por tanto la obra barata y con brillante perspectiva de beneficios para los
empresarios y para Manabí.
Otra empresa ferroviaria de fácil construcción es la de Machala al Pasaje.
Tarde vine a penetrarme de ello, por cuyo motivo no he tenido tiempo de hacer
estudiar científicamente ese camino.
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He tenido ofertas para varias otras empresas de ferrocarril: la principal una
que debía partir de la Provincia de los Ríos a Ibarra. Para garantizar el
cumplimiento del contrato, exigí el depósito de una cantidad competente, y como
la que se ofreció fue pequeña, la rehusé. Además, la Nación debe dar toda
preferencia a la obra empezada por Yaguachi.
Habría aceptado un depósito de 50.000 sucres, por un privilegio para
construir el ferrocarril del Pailón a Quito, pero consultado el ingeniero Thill en los
detalles, éste lo condenó por ser de vía demasiado angosta y por tanto quedó sin
efecto el proyecto.
El camino de herradura de Ibarra al Pailón estaría ya terminado sin los
trastornos políticos que han tenido lugar en las provincias del norte. Para la
prosecución de los trabajos se ha asignado renta especial y la terminación de la
obra será una realidad en el año próximo.
La apertura de ese camino dará vida al comercio de Imbabura y Carchi con
Esmeraldas.
La instrucción pública exige de preferencia vuestra especial atención; que se
establezca un buen sistema de una manera sólida y que se reglamente la enseñanza
para hacerla fácil y práctica.
Para ello se hace necesario crearle rentas propias y que garanticen su
existencia independientemente del Gobierno. De este modo no estarán los
preceptores sujetos a los vaivenes de la política, percibirán sus haberes con
regularidad y, por tanto, se contraerán con interés y buena voluntad al
cumplimiento de sus deberes.
La Beneficencia necesita también rentas y administración propias.
Con el sistema actual, no reciben los Hospitales y demás casas de caridad los
subsidios que debe darles el Gobierno, con la puntualidad debida, por causas que
serían demás reseñar en este Mensaje.
Bien reglamentado el servicio y con personal honrado que se encargue del
manejo del ramo, no se repetirían los casos de falta absoluta de recursos, como
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sucede a menudo en épocas de alternación del orden. Se ha observado en la
Beneficencia de Guayaquil, que cuando ha estado servida por personas honorables,
los donativos han sido cuantiosos, y que éstos cesaron cuando el Gobierno anterior
puso en juego su influencia perniciosa, para explotar también ese ramo. Personal
honrado dirige hoy la administración de la Beneficencia, pero con el accidente que
ocurrió prevalece la desconfianza que es preciso desvanecer con leyes protectoras
de tan respetable institución.
La agricultura, hoy por hoy, constituye la verdadera riqueza del país, y, por
consiguiente, merece leyes que le presten apoyo y fomento. Los gravámenes que
pesen sobre ella deben dedicarse exclusivamente al establecimiento de escuelas
agrónomas, tendentes a mejorar científicamente el cultivo de los existentes y a
introducir nuevas industrias, como la seda, el henequen y otras que no están al
alcance de la iniciativa particular para implantarlas inmediatamente. El cultivo del
henequen o cabuya en Yucatán —Méjico—, sobrepuja en valor al cacao en el
Ecuador, con la perspectiva favorable de que en nuestro país, se produce esa
planta espontáneamente.
Precisa reglamentar el cultivo de la tierra, porque entiendo que la
destrucción de los bosques produce el alejamiento de las lluvias, así como también
es menester disminuir gradualmente los impuestos ordinarios que gravan los
frutos, especialmente al cacao.
Me he visto obligado, pero urgido por los gastos de la guerra, a gravar
algunos productos de exportación, pero esto es transitorio y deben desaparecer tan
luego como se cubran los empréstitos a que están afectados.
La agricultura merece tal protección que, en mi concepto, los frutos de
exportación deben estar exentos de toda contribución fiscal, exceptuando lo que se
destine para el establecimiento y fomento de escuelas agrícolas. Los impuestos
municipales deben limitarse en lo posible.
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Los establecimientos bancarios que destinaran sus capitales al exclusivo
fomento de la agricultura, necesitarían a su vez de prerrogativas razonables, y la
concesión de ella, os la recomiendo especialmente.
El comercio ha tenido en mí decidido apoyo en consonancia con las
conveniencias generales, y por esto he alterado en tal sentido los derechos de
importación de algunos artículos.
Soy partidario del libre cambio en su más lata aceptación, pero mientras
dure la infancia de nuestro desarrollo industrial, pienso que debemos dar amparo
juicioso a los ramos que necesitan de leyes protectoras, y aun de razonables
auxilios del Tesoro Nacional.
La grande cuestión que viene preocupando a los pueblos y gobiernos es la
de la moneda que debe adoptarse como el curso obligatorio.
Las estadísticas demuestran que al presente no hay en el planeta oro
suficiente para atender a todas las transacciones y que su producción es
relativamente escasa: mientras que la plata abunda y su producción aumenta
diariamente en proporción tan gigantesca que la depreciación de su valor secular
obedece a ese interés natural que señala los precios sobre toda especie por la ley
económica de la oferta y la demanda. Esta emergencia ha dado margen al inmenso
juego de bolsa que hacen los grandes capitalistas de ultramar; juego que ha estado
amenazado arruinar a los países de América, donde el metal blanco es la base
monetaria de su sistema económico; situación anómala que convierte en su caos el
valor real de los tipos regulares de cambio y que directamente afecta la marcha
próspera de nuestro comercio.
Prevenir, en lo posible, los daños que todavía pueden surgir de semejante
situación, será labor que os agradecerá el país.
Escuchar a los economistas y estudiar atentamente los debates que susciten
los particulares sobre tan vitalísimo problema a fin de resolver lo que convenga a
los habitantes de la República, cuya prosperidad, proveniente siempre del trabajo,
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constituye la riqueza positiva y honrada de la familia y la fuerza y respetabilidad
de los pueblos libres; ésta es la cuestión.
El papel moneda fiscal en sus variadas formas, debemos desecharlo, porque
este arbitrio, como recurso normal, establece y constituye, con rarísimas
excepciones, una amenaza inminente a la fortuna del rico, como al bienestar del
pobre. Al fin degenera el papel moneda en juego de bolsa y las fluctuaciones de
alzas y bajas, efecto del agio corruptor socavan la moralidad comercial,
precipitando a la ruina absoluta, como corolario de las bajas forzosas.
Procurar la descentralización de las rentas nacionales, lo más posible, es en
mi concepto un asunto que debe ocupar, preferentemente, la atención de la
Convención Nacional. Los asociados teniendo particular interés en la recaudación
e inversión de las rentas públicas, vigilarán especialmente su manejo y harán
notorias las faltas que se noten y las necesidades y reformas que deban llenarse.
Igualmente y para que día a día, en lo posible, pueda saberse el movimiento
de la Hacienda pública es menester que en la contabilidad de hacienda se efectúen
reformas de trascendencia.
Esto hará a mi juicio indispensable la creación de una cartera especial, que
se contraiga, exclusivamente, a la recta administración de los caudales públicos, a
la inspección periódica u ocasional de las oficinas de Hacienda y a cuidar de que
las cuentas marchen con el día, como sucede en los bancos comerciales.
Así como en la milicia no hay verdadero ejército sin disciplina, en el orden
económico no hay hacienda sin método claro y sencillamente práctico.
Debido al actual sistema está ahora la Nación, en riesgo de perder algunos
centenares de miles de sucres por derechos de importación de la Aduana de
Guayaquil. Las planillas de varias quincenas no pudieron pasarse con
oportunidad, debido al pésimo sistema que está en vigencia y el último incendio se
ha encargado de liquidarlas.
Los créditos antiguos a cargo de la Nación necesitan que se regularice el
pago buscando un sistema que, sin gravar en demasía al erario, permita ir
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amortizando esas deudas contraídas por todos los gobiernos, reconocidas por
muchos y no cubiertas por ninguno.
El cumplimiento de las obligaciones contraídas trae el crédito; nadie debe
tenerlo mayor que el Estado y sin embargo la ley actual que reglamenta la
cancelación de deudas tiene también cancelado el crédito nacional interno.
Con excepción de los préstamos en dinero que hacen los bancos al Gobierno,
y que tienen ramos determinados para amortizar las sumas dadas por contratos y
cuyo fiel cumplimiento interesa a la conveniencia pública; para el servicio de los de
créditos antiguos puede asignarse cantidades limitadas y prudentes, con el fin de
extinguir las deudas de quienes concedan mayores ventajas al Fisco. Este sistema
de licitación o remate ha sido adoptado ya con resultado satisfactorio en otras
naciones, desapareciendo también así, el favoritismo y aun el agio corruptor.
El servicio judicial ha venido siendo una llaga social gangrenosa, porque las
disposiciones legales subsistentes dan lugar a toda clase de abusos.
Sin buena administración de justicia no puede vivir en paz ningún país y
para conseguir ésta en el nuestro, es indispensable que se lleven a cabo las
necesarias reformas que requiere tan importante ramo de la administración
pública. Jueces que personalmente son honrados pero que tienen que guiarse por
leyes tenebrosas no pueden dar buen fruto. Corrijamos, pues, los defectos legales
para impedir la torcida aplicación de la misma ley.
Creo que convendría hacer obligatorio el sistema de árbitros en las
cuestiones civiles, a fin de conseguir así pronta y barata administración de justicia,
y procurar favorecer al litigante honrado.
Puede hacerse el ensayo limitándolo a las cuestiones que en lo futuro se
ventilen y fijando cuantía bien determinada. Los demás quedarían bajo la férula
del actual sistema, hasta tanto se palpen los beneficios o inconveniencias del
nuevo.
En la administración pública el progreso material que ha alcanzado el
Ecuador, se debe, por lo general, a esfuerzo de las municipalidades; y esto a pesar
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de que algunos malos gobernantes han restringido y desviado por miras
proditorias la acción benéfica de los municipios.
Es indispensable darles facilidades fuerza y amplitud en su acción local,
pero sin permitirles que comprometan por sí solas las rentas del porvenir. Bien,
que la acción libre se ejerza en las rentas del año, pero no así en la de los
posteriores, porque tal procedimiento es poner al personal que va sucediéndose en
la dolorosa necesidad de no poder ejecutar trabajos que se hacen indispensables en
épocas dadas aunque antes no lo hayan sido.
Recibir por legado de un personal anterior la bancarrota del erario
municipal, es bien triste; y sobre todo si, como sucede actualmente en la de
Guayaquil, se hace indispensable acudir al alza de contribuciones o la creación de
otros impuestos, para salvar una situación difícil o conseguir los medios precisos
de llenar las obligaciones que impone la ley. Los que comprometen el porvenir no
asumen la responsabilidad; los que heredan la triste situación son quienes sufren
las consecuencias y la mala voluntad del pueblo, que sin atender a los
antecedentes, fijase solo en la nueva traba que se le impone.
Juzgo, pues, conveniente que siquiera mientras se consiga regularizar la
marcha económica de los Municipios, deben de limitarse sus atribuciones por lo
que respeta a la administración e inversión de fondos, a los de sólo un año,
pudiendo afectarlos por tres, previa aprobación del Ejecutivo con dictamen del
Consejo de Estado. Si la época pasare de más de tres años, deben acudir al
Congreso para obtener la concesión.
La mujer, ese ángel del hogar, que entre nosotros vive relegada a oficios
domésticos, merece la especial protección de una asamblea liberal, por medio de
leyes que la protejan, como en Estados Unidos de América, y darle, además,
derecho de participación en los empleos públicos que sean compatibles con su
sexo. Por mi parte, he dado principio a esa protección ocupándolas en las
administraciones de correos; aparte de que en Guayaquil se ha establecido una
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escuela de telegrafía para señoritas, con el objeto de emplearlas en nuestras
oficinas telegráficas.
Justo es también ensanchar la esfera de protección abriendo a las mujeres las
universidades de la República, a fin de que puedan dedicarse al estudio de
profesiones científicas y proporcionarles, igualmente, talleres adecuados para el
aprendizaje de artes y oficios.
En Guayaquil sería fácil, con apoyo de un decreto protector, organizar otra
sociedad que a semejanza de la Filantrópica se ocupe exclusivamente de niñas.
Reconociendo el Gobierno los inmensos beneficios que la Sociedad
Filantrópica de esta ciudad viene prestando, por esfuerzo privado, a juventud
desvalida, y por eso, dispuso auxiliarla con la suma de 100.000 sucres que percibirá
de un pequeño dividendo que se le ha señalado en los rendimientos del muelle.
Igual apoyo he dispensado a otras instituciones análogas, por ser este puerto el
centro donde convergen las mayores necesidades y ocupaciones comerciales.
Tenemos en las provincias del Litoral una clase de gente campesina,
conocida con el nombre de peones conciertos; esclavos disimulados, cuya
desgraciada condición entraña una amenaza para la tranquilidad pública, el día
que un nuevo Espartaco se pusiera a la cabeza de ellos para reivindicar su libertad.
En el curso de la campaña del año anterior, recibí muchas insinuaciones de
soldados que eran peones, en el sentido que esperaban de mí un decreto que los
redimiera de su condición de esclavos. Recuerdo la impresión que me causó en la
batalla de «Gatazo», un soldado que se me acercó para decirme, enaltecido por
ardor bélico, poco más o menos estas palabras: «Mi general, voy a pelear mi
libertad; después del triunfo me dará una papeleta, para no ser más concierto». —
Creo que ese valeroso soldado sucumbió en el combate, porque no se me presentó
al día siguiente como se lo recomendé, para atenderlo en su justo reclamo.
He tenido el propósito de reunir en Guayaquil a los dueños de haciendas
para que excogiten los medios de llegar a un resultado satisfactorio tanto para el
patrón como para el infeliz concierto.
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La solución del problema no es tan difícil como a primera vista aparece.
Hablando sobre el particular con un inteligente administrador de una gran
hacienda, me dijo que a sus peones les había perdonado las deudas bajo la
condición de que, por el jornal que les pagara otro, le darían la preferencia, y que
desde entonces, por agradecimiento, tenía los brazos necesarios para sus labores
agrícolas.
Este punto es digno de vuestra atención, pues más vale prevenir el mal que
remediarlo.
La raza indígena, la oriunda y dueña del territorio antes de la conquista
española, continúa también en su mayor parte sometida a la más oprobiosa
esclavitud, a título de peones. Triste y bochornoso me es declararlo; los benéficos
rayos del sol de la Independencia no han penetrado en las chozas de esos infelices,
convertidos en parias por obra de la codicia que ha atropellado a la moral cristiana.
A título de peones conciertos, los indios son siervos perpetuos de sus
llamados patrones.
Y como no sólo son culpables los que esclavizan sino también los que
sancionamos con la indiferencia, ese delito de lesa humanidad, contra una clase
desvalida, cada uno de nosotros cargue con la parte de responsabilidad que le
corresponde y ponga el hombro a la reparación que reclama la propia conciencia
de personas racionales y honradas.
Por un decreto se ha exonerado ya a la clase indígena de ciertas
contribuciones.
A vuestra sabiduría toca conciliar el derecho a la libertad que tiene esa clase
desvalida, con el apoyo que requiere la agricultura y servicio doméstico, pues si no
debemos consentir la esclavitud, tampoco debemos tolerar la vagancia, ni menos
que falte a los patrones la protección debida en contratos humanitarios y honrados
con los peones y jornaleros.
Con la perspectiva del restablecimiento completo del orden, de las liberales
y progresistas reformas que con justicia se esperan de la Convención Nacional y
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seguros de que en el Ecuador encontrarán una libertad completa en sus distintas
manifestaciones, tal como sucede en todos los países civilizados, se preparan a
venir a nuestro suelo millares de familias de Europa y de América del Norte, con el
propósito de cultivar nuestras selvas.
Preparar el terreno para darles facilidades, proporcionarles la mejor acogida
posible y garantizarles por completo el ejercicio libre de industrias, favoreciéndolas
por medio de concesiones que despierten el deseo del trabajo, tal es nuestro deber,
porque ésa es también nuestra conveniencia.
Dar vida al país por medio de la inmigración y el fruto benéfico que más
tarde se coseche, será debido a la fructífera semilla sembrada en hora feliz por los
distinguidos patriotas que forman hoy la Asamblea Constituyente,
En el Ecuador existen fueros para los militares y los eclesiásticos, odioso
privilegio que es necesario eliminar.
Pensé decretar la abolición de tales fueros, mas tuve que abstenerme por la
cortapisa que pone una de las cláusulas del Concordato; pero como este obstáculo
tiene que ser obviado en el nuevo arreglo con la Santa Sede, creo que, en nuestra
Carta Fundamental podéis consignar que, ante la ley, son iguales todos los
habitantes de la República.
Servicios inmensos prestaría a la marina, dando ocupación lucrativa a
centenares de artesanos, la construcción de un verdadero astillero o dique seco en
la ría de Guayaquil.
En tiempo de la Colonia, Guayaquil era el obligado arsenal marítimo, donde
no sólo se reparaban los buques que surcan el mar Pacífico, sino también donde se
construían las naves para el servicio de cabotaje.
El flujo y reflujo hace de las riberas de la ría, astilleros naturales, que sólo
por incuria de los gobiernos permanecen estacionarios.
Esta obra en mi concepto es indispensable, y conociendo su importancia me
he ocupado de ella, pero sin poder darle forma práctica por lo azaroso de los
tiempos que han corrido.
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Una vez levantados los planos, creo fácil conseguir que por empresa
particular se realice la construcción del dique aludido, atendiendo a que será un
buen negocio para el empresario.
Para nada nos hemos preocupado aún del fomento de la piscicultura, sin
embargo de prestar nuestros ríos y esteros de agua salada, facilidades inmensas
para la procreación del salmón y otra variedad de peces, que no existen en nuestras
aguas. Igual cosa pasa con los criaderos de ostras, que fácilmente pueden
aumentarse en proporción suficiente para abastecer la costa del Pacífico.
No se necesitan caudales para fomentar éstas y otras nuevas industrias, sino
ligero apoyo pecuniario del Gobierno cuando sea menester. Concediendo
privilegios razonables abundarían las ofertas de capitalistas y la implantación y
fomento de nuevas empresas sería un hecho.
Juzgo que podéis autorizar al Gobierno para que, mirando como más
convenga a los intereses comerciales, proceda a dar apoyo transitorio, ya sea en
forma de prima, garantía de intereses sobre capital, concesión de privilegio o alza o
baja de derechos de importación a toda empresa nueva que se introduzca al país,
sujeto como es natural a la aprobación del Congreso cuando se trate de operación
de mayor cuantía. Me refiero sólo a empresas y concesiones de menor
consideración, las últimas pueden fijarse limitadamente, disponiendo que la
concesión se efectúe de acuerdo con el Consejo de Estado y sin afectar en ningún
caso el presupuesto y la marcha próspera de la administración.
El ejército que tenemos, todo es nuevo, improvisado, y si algo se ha
veteranizado ha sido en la campaña misma.
Todo él ha sabido corresponder a la aspiración de la República,
combatiendo con bizarría donde ha sido menester, sin que la falta de elementos, la
diferencia del clima y las privaciones y fatigas de varias campañas, hayan hecho
vacilar su constancia ni doblegar su valor. El restablecimiento del orden lo han
conquistado nuestros bizarros soldados en cruentas luchas; la paz de que disfruta
el país y la reunión del Cuerpo Constituyente, son el resultado de sus sacrificios.
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Los jefes y oficiales que hoy tenemos ostentan sus presillas orladas con el
fuego de los combates, ellos y nuestros valientes soldados pusieron a prueba su
patriotismo. Me enorgullezco con justo motivo de haber sido el jefe de esa legión
de valerosos ciudadanos.
En otra parte ya os he hablado de la deuda que tiene pendiente la Nación
con los heridos y deudos de los que han rendido la vida con la aspiración de ver la
Patria honrada y libre. Os recuerdo también, de nuevo, mi recomendación,
esperando de vosotros este acto de justicia.
He ofrecido terrenos baldíos, con la condición de que sean cultivados, a los
voluntarios que han sido licenciados después de ruda campaña soportada con
ejemplar abnegación. Nada más justo que recompensa tan exigua y nada más
conveniente al incremento de la agricultura.
Que el Gobierno cumpla con lo ofrecido a sus denodados defensores y que a
la vez procure decretar cuanto convenga al mejoramiento moral y material del
ejército activo, es uno de mis principales aspiraciones.
Os he hablado anteriormente del ejército activo; tócame ahora recordaros
que debéis también dictar disposiciones adecuadas para reglamentar debidamente
las guardias nacionales.
Los gobiernos anteriores han abusado tanto de este elemento militar, que su
existencia ha venido a ser impopular y es preciso que sabias reformas den por
resultado que corresponda a los altos propósitos que entraña esa nobilísima
institución.
De ella hay que obtener en caso indispensable los ciudadanos que la Patria
necesite para su defensa, pero garantizando su estabilidad e impidiendo que los
abusos que se cometen y los forzados cuanto inútiles trabajos a que en más de una
ocasión se les obliga, den un contrario resultado, pues así en lugar de tener buenos
soldados, aumenta el número de peones arrastrados por el abuso o por el engaño.
Preferible es la esclavitud voluntaria a la obligada; de allí que los peones
abunden y los soldados del ejército pasivo sean en tan escaso número.
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Muchos extrañarán que habiendo estado investido de todos los Poderes, sin
limitación alguna, no haya puesto en práctica varias de las reformas que voy
reseñando.
Bien sabéis la vida tempestuosa que ha llevado el Gobierno y que hemos
vivido constantemente con el arma al brazo, asechados siempre por un enemigo
implacable e insensato.
La lucha ha sido, por otra parte, no solamente en los campos de batalla, sino
también contra ese torrente de enredos, intrigas y favoritismo, convertido desde
antaño en sistema de vida política, y que impide al mandatario honrado cumplir
sensiblemente con su deber. Agréguese a esto, la necesidad inaplazable de levantar
recursos para atender a tantos gastos extraordinarios, motivados por las
aspiraciones, y se comprenderá fácilmente que no he dispuesto materialmente de
más tiempo que el que he empleado en lo poco que se ha hecho en el sentido de la
reorganización del país.
(…)
Por la situación anómala que ha atravesado el país no me ha sido dable
estudiar las necesidades de las oficinas públicas y las reformas que en ellas
convenga implantar.
Algunas variaciones he llevado a cabo, así como también he aumentado en
varias oficinas el tren de empleados, por considerarlo de necesidad inaplazable,
como lo ha sido el aumento de muchos sueldos. —Sólo así se obtiene buen servicio
en las oficinas con buenos colaboradores.
En el régimen pasado, ha sido sistema señalar sueldos exiguos que
obligaban a vivir casi en la indigencia al hombre de bien que será por la necesidad
o la desgracia compelido a prestar sus servicios.
En cuando a otros que aceptaban desempeñar un puesto para explotarlo, el
monto del sueldo les era del todo indiferente.
Actualmente por el cambio de empleados como por el aumento de la renta
que les estaba asignada, el servicio público ha mejorado notablemente en todo
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sentido en especial en el ramo de Hacienda, pues sin embargo de habernos
encontrado envueltos en dilatada guerra civil, que todo lo ha trastornado, los
ingresos han sido superiores a los de los últimos años en que la paz daba
facilidades para la recaudación de rentas.
Las entradas de la Aduana de Guayaquil en el presente año serán superiores
a las del mejor año económico del Gobierno anterior.
Para la buena administración de justicia, para conseguir aumento de rentas,
para contar con soldados pundonorosos y empleados activos, se necesita ocupar
hombres inteligentes y honrados y los servicios de ellos sólo se consiguen con el
sistema de pagar buenos sueldos implantados ya por la Jefatura Suprema.
El ensayo durante la borrasca ha sido favorable; al consolidarse la paz estoy
seguro de que en el año próximo, el resultado será extraordinariamente
satisfactorio.
Sé muy bien que este Mensaje no encierra la solución de grandes problemas,
ni la minuciosa relación de todos los actos de la administración política que ha
corrido a mi cargo desde junio de 1895; lo último corresponde a los Ministros de
Estado, como ya os lo manifesté al principio, lo primero lo espera el país con
derecho y con justicia como obra digna de vuestros méritos e ilustración.
No olvidéis que esa obra tiene que ser redentora y que la suerte del Partido
y de la Patria se encuentra en vuestras manos; tened presente que la corrupción
política implantada desde la dominación floreana es sistema que en las últimas
administraciones ha adquirido prosélitos en gran escala, quienes hoy, siguiendo la
consigna del partido, tratan en todo terreno de establecer el caos y de dividir para
mandar.
Aquí debiera terminar el presente Mensaje, pero tengo que extenderlo aún
más, porque si las amarguras que he experimentado en el Calvario del Poder, no
han sido suficientes para herir de golpe y profundamente mi ánimo, el flagelo
terrible de las llamas que en fatídica hora ha destruido el corazón de la República,
me ha contristado tanto, que justo y necesario es que os llame la atención de
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manera especial, sobre la triste situación a que ha quedado reducido Guayaquil, el
orgullo de nuestra Patria y áncora preciosa de las libertades patrias.
Si como Magistrado cumplo con el deber de deciros, el Ecuador ha perdido
su mejor ciudad; como ciudadano tengo que demostrar mis sentimientos de dolor
al ver aún las cenizas humeantes de este suelo querido; sólo como patriota, callo,
porque Guayaquil es escombros, pero la libertad y el patriotismo tienen su
domicilio en el espacio de tierra privilegiada donde os encontráis; su hogar es la
ciudad entera, cubierta por el cielo que ostenta los colores de su gloriosa bandera.
Oprimidos se encuentran hoy por el dolor, contristados al ver el esfuerzo de
tantos años en escombros, pero al toque de guerra, si ésta es para defender la Patria
y sostener sus principios, veréis al instante salir de entre las ruinas un nuevo
ejército de voluntarios y sacrificar familia y fortuna en aras de la libertad.
Manos criminales han querido ahogar el progreso de esta ciudad, herirla de
muerte, para ver en agonía su preponderancia y amortajada la libertad, pero
insensatos, no conseguirán sus fines, porque de esas cenizas saldrá Guayaquil más
floreciente, más próspera y más rica.
La adversidad retempla los ánimos y donde hay elementos y hábitos de
trabajo, las riquezas acumuladas en un siglo se recuperan en pocos años.
Por sus propios esfuerzos se levantará la Perla del Pacífico, pero eso no
quita que los Representantes de la Convención Nacional, que comprenden bien
cuánto debe la transformación política del país a esta ínclita ciudad, que saben que
el ejército patriota se ha compuesto en gran parte de hijos de Guayaquil y que les
consta los esfuerzos y sacrificios que le cuesta la derrota del odioso partido que nos
agobiaba y la conquista de la libertad que disfrutamos, excogiten los medios de
devolver en corto tiempo todo el esplendor y toda la belleza a esta patriótica
ciudad.
Protección decidida a ella y que la paz sea el primer bien que reciba.
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La suerte de Guayaquil está en vuestras manos porque con sabias
disposiciones de vuestra parte y un Gobierno que esté a la altura de su deber
renacerá de nuevo feliz.
Dios os guíe en el cumplimiento de vuestro deber.
Señores Diputados,
Quito, octubre 10 de 1896.
ELOY ALFARO
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Mensaje del Presidente de la República sobre liberación de
derechos de aduana y las máquinas para la agricultura Señores Diputados:
En uno de mis anteriores Mensajes os manifesté cuán decisiva es en el
progreso de los pueblos la acción proteccionista de los Gobiernos.
El egoísmo arancelario respecto a artículos dedicados a la agricultura y a las
industrias debe desaparecer de nuestra Ley de Aduanas, a fin de fomentar el
empleo de las máquinas, que tanto significan para el impulso y desarrollo de las
empresas fabriles y agrícolas, duplicando la riqueza pública.
Países como el nuestro, casi virgen en materia de aplicaciones modernas,
demanda una decidida protección para levantarse al nivel industrial productor de
naciones mucho más pobres que la nuestra en materias primas.
El empirismo y la rutina dominante en casi todas las manifestaciones del
trabajo, por falta de máquinas, es asunto de reforma que debemos favorecer hasta
donde sea posible; para lo cual bastaría librar de derechos de importación todo lo
que sea máquinas para la agricultura y la industria fabril, especificando
convenientemente las clases exceptuadas, correspondiéndole al Ejecutivo conceder
la liberación, como medida reguladora del abuso que puede sobrevenir.
Con sólo esta medida habremos dado un gran paso favoreciendo dos
fuentes de riqueza, cuyos benéficos resultados muy pronto los palpará el país.
Dictad, pues, la reforma conveniente en la Ley de Aduanas, seguros del
inmenso beneficio que reportará tan liberal disposición.
Señores Diputados,
ELOY ALFARO
El Ministro de Hacienda, encargado del Despacho de Fomento, Ricardo Valdivieso Quito, mayo 27 de 1897.
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Mensaje del Presidente de la República solicitando la protección
especial a la mujer y participación a los empleos públicos Señores Diputados:
Nada hay tan doloroso como la condición de la mujer en nuestra Patria,
donde relegada a los oficios domésticos, es limitadísima la esfera de su actitud
intelectual, y más estrecho aún el círculo donde pueda ganarse el sustento
independiente y honradamente.
Abrirle nuevos horizontes, hacerla partícipe en las manifestaciones del
trabajo compatible con su sexo, llamarla a colaborar en los concursos de las
ciencias y de las artes; ampliarle, en una palabra, su campo de acción, mejorando
su porvenir, es asunto que no debemos olvidar.
En el Ecuador, especialmente, nada se ha hecho por mejorar la condición de
la mujer; no es justo que una Asamblea ilustrada y compuesta de liberales clausure
sus sesiones sin haber iniciado siquiera la reforma en este sentido.
¿Por qué no franquearle a la mujer las puertas de las Universidades, a fin de
que se dediquen al estudio de profesiones científicas?
¿Por qué no proporcionarle, asimismo, institutos especiales para el
aprendizaje de artes y oficios que no riñan con su sexo?
¿Por qué no darle participación en los empleos públicos, compatibles
también con su sexo?
En los Estados Unidos, la protección especial que las instituciones han dado
a la mujer está proclamando el perfeccionamiento social de ese gran país.
Y no se diga, siguiendo el pesimismo egoísta de muchos, que todas estas
reformas en la educación de la mujer alejan del hogar su poesía y su tranquilidad.
Todo lo contrario: la mujer instruida, la mujer que posee artes o industrias, la
mujer que trabaja y adquiere la experiencia que da el contacto más inmediato con
la vida real, lejos de perjudicar en la vida doméstica, es un gran auxiliar para la
familia y una prenda valiosa para el esposo, porque, retemplada su alma en el
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realismo, sus ideas acerca de la fidelidad y del honor —su mejor patrimonio—,
llegan a ser más claras y más perfectas, y más sólida, por consiguiente, la
educación moral que reciben los hijos de tales mujeres.
Prácticamente proclama el aserto anterior la mujer norteamericana, donde
las leyes protegen decididamente al bello sexo, dándole garantías y concediéndole
derechos que han levantado su nivel a un grado tal, que es prodigiosa la actividad
en que se desenvuelve la influencia femenina en las distintas manifestaciones de la
vida social.
Convencido de la importancia de cuanto dejo expuesto, inicien el período de
la Jefatura Suprema esa protección a la mujer, ocupándolas en las
Administraciones de Correos y estableciendo una clase de Telegrafía para
señoritas.
Pero como no es posible quedarnos en el principio, corresponde a la
Asamblea de 1897 perfeccionar la protección iniciada dictando leyes que
emancipen a la mujer ecuatoriana de ese estrechísimo círculo en que vive, y la
brinden oportunidad de levantarse a un nivel que la ofrezca abundancia de
recursos para su subsistencia honrada.
El tiempo se encargará de hacer palpar las ventajas de las reformas en este
sentido, y la Historia hará justicia a quienes las pusieron en práctica.
Señores Diputados,
ELOY ALFARO
El Ministro de Hacienda, encargado del Despacho de Fomento, Ricardo Valdivieso Quito, junio 2 de 1897.
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1906-1907
Mensaje del Encargado del Mando Supremo de la República a la
convención nacional Señores Legisladores:
Cumplo la honrosa obligación de presentaros el Mensaje de estilo; a fin de
que conozcáis lo principal de la marcha administrativa y de las necesidades de la
Nación.
Como sabéis, desde la memorable transformación política de 1895, la
República se convirtió en un campamento hasta 1901; porque la desesperada
resistencia que opuso el partido conservador a las reformas liberales fue tenaz y
constante, a pesar de los repetidos triunfos que obtuvo en muchos campos de
batalla, el denodado e invencible ejército liberal.
Contra toda previsión, vino enseguida un período de traficantes en políticas;
y la desmoralización más lamentable cundió en todos los ramos de la
administración nacional. Y como consecuencia legítima de esa profunda
corrupción administrativa, surgió la elección del Sr. Dn. Lizardo García; elección
debida a la coacción y a la venalidad más degradantes y vergonzosas. En las
elecciones presidenciales anteriores, con excepción de la popular del Sr. Don
Antonio Borrero, habían luchado los partidos disputándose el triunfo en los
comicios, aun con violencias de hecho, y ensangrentando no raras veces las urnas
del sufragio; pero, jamás, ningún bando político había descendido a comprar
votos, hasta la elección del Sr. García. Este procedimiento corruptor sembró el
descontento en todas las clases sociales; y el Gobierno del Sr. García se inauguró
sin partido doctrinal propio, y sobre una base de arena que debía derrumbarse al
menor soplo.
Evidenciada la política desmoralizadora de mi sucesor en el Gobierno, fui
acremente censurado por la generalidad de los liberales; y muchos consideraban
que estaba en el deber ineludible de ponerme en armas para lanzar del Solio, al
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Magistrado que nos afrentaba, después de habernos hecho traición. Amante de la
paz, y esperando que ese período de mercantilismo político terminaría con la
elección del nuevo Presidente, me negué repetidas veces a echar mano del
doloroso remedio de las armas; y, persiguiendo siempre mis pacíficos propósitos,
provoqué la reunión de una Asamblea de Delegados del Partido Liberal, a fin de
que se eligiera una persona honorable para candidato a la presidencia de la
República. Y, en efecto, reuniose en Quito esa Asamblea de patriotas, a pesar de la
odiosidad y resistencia del Gobierno; pero, por desgracia, no dio resultados
prácticos, a causa de haberse negado a terciar en la lucha electoral, el candidato
que fue elegido. Los secuaces del mercantilismo quedaron, pues, dueños absolutos
del campo; y el Sr. García fue levantado al Poder por el esfuerzo oficial y los votos
comprados.
En vista de la mala atmósfera que rodeaba el nuevo Gobierno, los
partidarios del Sr. García propalaron de todas maneras que estaba resuelto a tomar
el camino de la rectitud y de la honradez, separando de la administración a todos
los que la habían desacreditado; mas, nada de esto llegó a cumplirse; y, con ligeros
cambios, todo continuó como antes, para oprobio de la República.
A pesar de todo, deseando mantener la paz a toda costa, opiné todavía que
debíamos dejar pasar los cuatro años de administración del Sr. García, si
obteníamos por lo menos honradez en el sufragio; pero mi opinión fue debatida en
los principales grupos liberales; y mucho más cuando se llegó a tener conocimiento
de los proyectos que halagaba el Gobierno en punto a reformas reaccionarias de la
Constitución.
Por ese tiempo fueme forzoso abandonar mi domicilio y trasladarme a la
Capital, para desempeñar el cargo de Codificador Militar, con que me honrara el
Congreso, y sin parar mientes en la hostilidad que desplegó el Gobierno contra las
pacíficas labores que se me habían encomendado, a fin de que no se alterase el
orden, hice un llamamiento a mis correligionarios para que se organizaran y
tomaran parte en la próxima lucha eleccionaria de Senadores y Diputados. Pero,
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luego llegué a convencerme y a palpar que era inútil ese trabajo; y que se hallaban
en grave peligro esas instituciones liberales que tantos sacrificios habían costado al
país.
Había llegado el momento de resolver definitivamente acerca de la
situación; y reuní a mis amigos políticos de la Capital, a fin de buscar el medio más
adecuado para conjurar los males que afligían a la República. La discusión fue
serena y desapasionada; y por unanimidad, resolviese apelar a las armas para
libertar la Patria de manos de los que la infamaban; y se me impuso la obligación
de acaudillar ese movimiento salvador, el que debía realizarse el día 1.º de enero
en varias provincias, cuando yo me hallase de regreso en la ciudad de Guayaquil.
Si el partido liberal-radical contaba con la opinión pública, carecía de armas
y de dinero; y un patriota de la Capital proporcionó la pequeña suma de 18 000
sucres, en calidad de préstamo y en dos dividendos, para los grandes gastos que la
transformación política demandaba. Esta cantidad distribuyose entre los jefes del
movimiento que debían operar en las provincias de Chimborazo, Tungurahua,
Carchi y Pichincha; y el General Flavio E. Alfaro reintegró después una parte de la
suma destinada a la última provincia, por no haberla invertido. Este es el único
dinero que tuve a mi disposición para realizar los acontecimientos del mes de
enero pasado; y he tenido que entrar en estos detalles, quizás impropios de un
documento tan solemne, para desvanecer las calumnias de nuestros adversarios.
Toda la fuerza de la transformación de enero estuvo en el inmenso prestigio de la
causa liberal, amenazada por el mercantilismo político imperante. Las instituciones
liberales que implantaron los Legisladores del sextenio de mi primera
administración habían echado hondas raíces en el corazón del pueblo; y los
ciudadanos que se levantaron en armas para defenderlas, de ninguna manera
pensaron en el lucro vil, sino que obraron impelidos por los más nobles ideales.
Las armas con que combatieron fueron las mismas que ya otras veces habían
manejado en defensa de la libertad, como le consta a todo el país; de manera que es
una calumnia infame afirmar que manos extrañas me suministraron dinero y
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enviaron fusiles Winchester desde Norteamérica, para que derrocara al Gobierno
del Sr. García.
La política desleal y corruptora del General Plaza; las sórdidas
negociaciones en que se hallaban envueltos algunos de los principales dignatarios
de la Nación; los proyectos de operaciones financieras ulteriores, denunciadas y
combatidas por la prensa, como afrentosas para el país; nuestras cuestiones
internacionales lamentablemente dirigidas por nuestra Cancillería; la tendencia
manifiesta a favorecer la reacción conservadora, resucitando el progresismo; el
quebrantamiento de las leyes fundamentales, y la degradación de las instituciones
democráticas, llevada hasta el extremo de ponerle precio al sufragio popular, los
atentados y errores diarios de los gobernantes, habían llenado ya la medida de la
paciencia del pueblo, y fueron los más poderosos elementos para la caída de ese
mercantilismo político que representaba el Sr. García. La revolución era necesaria,
inaplazable, en el concepto de la mayoría de los ecuatorianos; como un remedio
heroico para los males de la República; y cuando me puse a la cabeza del
movimiento, verificose, de modo espontáneo y fácil, la más rápida de las
transformaciones políticas que registra la Historia de América.
Los radicales de Riobamba y Guaranda iniciaron esa transformación en la
noche del 31 de diciembre al 1º de enero, y se apoderaron de las citadas plazas, con
la mayor facilidad. En Riobamba dirigieron el movimiento los Coroneles Pacífico
Gallegos, Emilio María Terán y Julio Román, que fueron aclamados Generales del
ejército, a raíz del triunfo; pero, desgraciadamente, cuatro días después, se sacrificó
esa falange valerosa en los desfiladeros de Chancaguán.
El 4 de enero se pronunció en Latacunga el bizarro batallón Pichincha,
impulsado exclusivamente por la adhesión de la tropa a la causa liberal; puesto
que el ejército, formado y aguerrido en las incesantes luchas del liberalismo contra
los enemigos de la civilización y la libertad, no podía permanecer indiferente, y
menos, combatir contra su propia bandera, por la que había derramado su sangre
en tantos campos de batalla. El ejército era esencialmente liberal; y, obedeciendo a
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sus principios y a sus tradiciones gloriosas, tenía que apoyar por fuerza, el
movimiento salvador de la causa democrática, que es la causa santa de la
humanidad. Gran parte del ejército se puso, espontáneamente y con el mayor
entusiasmo, de nuestro lado, y en el mismo día 4 de enero, se pronunciaron,
asimismo, los valerosos Carchenses que componía el batallón No. 7º de línea, y que
se encontraban en marcha para Latacunga. El denodado escuadrón Yaguachi se
incorporó también en masa al Carchi; y todas las fuerzas indicadas pusiéronse a
órdenes del Coronel Justiniano Viteri, Jefe que las condujo hasta la población de
San Andrés, en el Chimborazo, en donde el General Terán asumió el mando de esa
División.
Movida por los mismos patrióticos sentimientos, la guarnición de Ibarra se
pronunció el 5 de enero y se puso a órdenes del General Nicanor Arellano, siendo
reforzada, luego, por los valientes soldados de Tulcán que se pronunciaron por la
revolución el día 7 del mismo mes.
Mientras tanto, se habían levantado partidas armadas en los históricos
cantones de Daule y Vinces; y los liberales y radicales de todas las provincias se
hallaban a punto de secundar los pronunciamientos ya realizados, pues reinaba en
todo el país el más grande entusiasmo por la transformación.
A las once de la noche del 31 de diciembre salí de Guayaquil, sirviéndome
de guía el antiguo y valiente guerrillero radical Coronel Pedro Montero; y a través
de las montañas, me dirigía a la provincia de Bolívar, acompañado ya por un
puñado de patriotas. En el camino tuve conocimiento del desastre de Chancaguán;
y cerca ya de Guaranda se me unió el Jefe Civil y Militar de la provincia, Dr. José
Facundo Vela, con unos 50 jóvenes armados. Sin más noticia que la derrota de las
fuerzas revolucionarias de Riobamba, pensé retroceder a la provincia de Los Ríos
para organizar las fuerzas liberales de la Costa; pero recibí aviso oportuno del
pronunciamiento de los batallones Carchi y Pichincha, y del escuadrón Yaguachi; y
me puse en marcha inmediatamente para incorporarme a mis valerosos
camaradas, lo que conseguí el 12 de enero, en Latacunga.
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En la mañana del 15 de enero, seguí la marcha con el ejército, en dirección a
la Capital; y al llegar al tambo de Cuilche, nuestra bizarra Caballería capturó una
avanzada; y por ella supe, con seguridad, que el ejército contrario se encontraba
acampado en Chasqui. Proseguí la marcha y, como a una milla, hice alto y dispuse
el orden de ataque. La resistencia de los adversarios fue vigorosa y digna de mejor
causa; mas fue tan irresistible a fondo la carga que dieron mis valientes camaradas,
que no tuve necesidad de impartir nuevas órdenes para obtener la más completa
victoria. En premio de tanto valor, concedí un ascenso general hasta Tenientes
Coroneles, inclusive; y como el Coronel Montero sobresalió en esa acción de
guerra, ganó las estrellas de General de la República.
Al día siguiente proseguimos la marcha a la Capital, y antes de llegar a
Machachi, recibí la grata nueva del pronunciamiento de Quito. Sucedió que los
presos políticos del Panóptico, dirigidos por uno de ellos, el General Flavio Alfaro,
se adueñaron de las armas de la guardia, y, apoyados por el pueblo, se lanzaron
denodadamente sobre los cuarteles, los que se rindieron sin resistencia alguna. El
17 de enero, en medio del entusiasmo del pueblo, tuvo lugar la entrada del ejército
vencedor en el Chasqui; e inmediatamente me ocupé en la organización del
Gobierno. El día 18 expedí un decreto de amplia amnistía; puesto que no debía
haber entre ecuatorianos ni vencedores, ni vencidos.
Entretanto, la población de Santa Rosa, en la provincia de El Oro, se había
pronunciado el día 16; y la libérrima provincia de Esmeraldas, el 19, dirigida por el
Coronel Carlos Concha. Las partidas armadas que levantaron los Coroneles
Martínez, Rugel y Figueroa, se habían aumentado considerablemente y
concentrándose en Palenque y Daule.
El siempre invicto pueblo guayaquileño se levantó en masa el día 19 de
enero, impulsado sólo por su amor a las instituciones liberales, y sin siquiera un
caudillo que lo dirigiera en el combate. Principió por libertar a los presos políticos
y apoderarse sorpresivamente del Cuartel de Policía, y con las armas que encontró
allí, lanzose sobre los cuarteles y se sacrificó heroicamente en lucha desigual con
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los cuerpos de línea. Sin embargo de haberse agotado las municiones, se mantuvo
a la defensiva, sin que lo amedrentaran los centenares de víctimas, tendidas en las
calles. En el fragor del combate, muchos patriotas se reunieron en la Gobernación,
y aclamaron como Jefe Civil y Militar al Dr. Emilio Arévalo. Al amanecer del día
20, vino por fin el desenlace de aquel sangriento drama: se rindieron los cuarteles,
y se concedieron amplias garantías a todos los vencidos.
Cuenca, la cuna de Abdón Calderón, se pronunció el 21 del propio mes,
dirigiendo el movimiento el Dr. José Peralta; y en el mismo día, se pronunciaron
también Azogues y Machala, siendo nombrados para Jefes Civiles y Militares,
respectivamente, el Dr. Rafael Aguilar y el Comandante Benicio Mejía. En igual
fecha, como si hubiera habido acuerdo previo, se pronunció Loja con el Coronel
Virgilio Guerrero a la cabeza; y en fin, el movimiento popular de enero fue
secundado a porfía por todas las poblaciones de la República. La guarnición de
Manabí fue la última en rendirse el día 26, al Coronel Carlos Concha; el que había
desembarcado en Bahía con los voluntarios de Esmeraldas, para auxiliar a los
radicales manabitas que se habían levantado sin armas.
Por esta breve y genuina narración constante a todos los moradores del
Ecuador, conoceréis, Señores Legisladores, la magnitud e infamia de las calumnias
lanzadas contra la transformación de enero: os repito que ninguna clase de
elementos hemos recibido, ni podido recibir, del Exterior, como lo propalan los
enemigos de nuestra causa; pues la caída del Sr. García se debió únicamente a su
propio desprestigio, y al patriótico entusiasmo de la inmensa mayoría de los
ecuatorianos.
Fenecida la lucha armada, emprendieron los vencidos la más dura campaña
política contra los vencedores; y, en su desapoderado furor, han echado mano de
todos los medios imaginables, por reprobados y desdorosos que fuesen. Jamás, en
ningún país de América, se ha desbordado la prensa de oposición, como entre
nosotros, en la época actual; la falsedad, la injuria, la calumnia, en sus más
repugnantes e inmorales fases, han sido las armas preferidas por nuestros
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adversarios. Se ha conspirado abiertamente, sin respetos ni escrúpulos; se han
urdido conjuraciones que, descubiertas a tiempo, se han desvanecido; se ha
difamado a la Nación misma, por combatir a mi Gobierno; en fin, se ha dado
rienda suelta a todas las pasiones de bandería, en uno como certamen de
perversidad y de infamia. Y en medio de este desleal combate, el Gobierno se ha
mantenido sereno y exageradamente respetador de todas las libertades, de todas
las garantías constitucionales, de todos los principios de equidad y de tolerancia.
Aun llegado el caso de ser ya necesario reprimir a los conspiradores más audaces,
el Gobierno no ha salido de los estrictos límites señalados por la ley, como os lo
expondrá el Ministro de lo Interior y Policía; de manera que si la audacia y
procacidad de los enemigos del régimen radical ha ido a los extremos, también la
moderación y tolerancia del Gobierno han sido sin igual en nuestra historia.
Arduos y difíciles, os he dicho que son varios de los problemas sometidos y
a vuestra deliberación; y salta como el primero y más importante el de las
relaciones entre la Iglesia y el Estado, que tenéis que resolver con amplio criterio y
elevado espíritu; ya que la cuestión religiosa ha dividido hondamente a la familia
ecuatoriana y mantenídola en agitación violenta. Recordad que el sextenio de mi
primera administración, a pesar de nuestra tolerancia y generosidad con los
adversarios, nos vimos envueltos en una constante guerra religiosa, que devastó al
país; y como vuestra labor es de paz, y ha de tender al establecimiento de
instituciones definitivas y permanentes, os recomiendo que prestéis especial
atención a este difícil problema, y que tratéis de solucionarlo de manera que
desaparezca, una vez por todas, de la órbita de la política ecuatoriana.
La doctrina liberal impone el deber ineludible de respetar la creencia de
toda persona; y de amparar y rodear de garantías el santuario de la conciencia
humana. La tolerancia más amplia, el respeto más acendrado al derecho ajeno, el
acatamiento más profunda a la fe de todos los asociados, son la base del
liberalismo y la norma de una política conciliadora y acertada.
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La grandiosa misión del Partido liberal consiste, precisamente, en romper
toda traba de la conciencia, en extirpar toda opresión del espíritu humano, en
hacer práctico el derecho irrestricto de adorar a Dios, según las creencias de cada
cual; y es por esto que combate todo fanatismo y condena en lo absoluto toda
tiranía religiosa.
La ley llamada de Cultos, hízose necesaria para evitar que los bienes de los
fieles llegasen a invertirse otra vez en elementos de discordia social, en
revoluciones sangrientas, en esas invasiones ofensivas a la dignidad de la
República, tan frecuentes en los años de mi Gobierno anterior; y esa Ley, aunque
imperfecta, si se hubiera ejecutado con tino, honradez y equidad, habría evitado
que se exasperara tanto la pasión religiosa y se ahondase más y más la división
entre los ecuatorianos. Pero, de la manera como se ha llevado a ejecución la Ley de
Cultos, preciso es decirlo, el Gobierno del General Plaza ha querido arrojar un
baldón eterno sobre su Administración; puesto que no se ha hecho sino proteger
negociaciones ilícitas y afrentosas con pretexto de dicha Ley, como si hubiera sido
sancionada únicamente para favorecer usurpaciones. Al volver al mando de la
República, unos de mis mayores empeños ha sido corregir este mal; y he dado
órdenes constantes a los Señores Ministros de Cultos para que esa Ley fuese
lealmente cumplida, y se cubrieran con puntualidad los Presupuestos de las
Comunidades religiosas que, hasta la transformación de enero, casi no habían sido
pagadas de sus haberes, sin embargo de haber fondos para ese pago.
Empeñado, como el que más, en que la doctrina liberal se llevase a la
práctica, mi primera administración fue de constante labor para establecer una
razonable libertad de conciencia en el Ecuador, procurando conciliar todos los
intereses de los asociados, en beneficio de la paz; pero la intransigencia del clero —
acostumbrado a un dominio absoluto no interrumpido— volvió estériles todos los
esfuerzos conciliadores de mi Gobierno. El clero, con raras excepciones, y el
partido conservador se opusieron a todo advenimiento, a toda tentativa de
pacificación, a todo anhelo de concordia; porque sólo aspiraban a la restauración
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de ese estado de cosas que había mantenido al pueblo en el aislamiento y el atraso,
hasta la gloriosa Revolución de 1895. Y hoy, como entonces, nos hallamos al frente
del problema religioso, de cuya solución depende, en gran parte, la consolidación
de la tranquilidad pública.
Dos son, a mi juicio, las soluciones posibles de la cuestión religiosa; el
regreso al antiguo patronato, con todos sus inconvenientes, y mientras la libertad
de cultos se abra campo en los centros populares para que pueda el clero católico
adquirirse vida independiente y propia, o la separación de la Iglesia y el Estado,
también con todas las dificultades inherentes a este sistema político. Si hemos de
tomar en cuenta el estado de nuestra civilización y los seculares perjuicios
dominantes todavía ente nosotros, lo natural y conveniente sería tornar a la Ley de
Patronato en una forma equitativa y conciliadora, de manera que la creencia
católica quedase amparada y garantizada por los poderes públicos; pero dentro de
límites fijos, que la potestad eclesiástica no pudiese traspasar, con ningún pretexto.
De esta manera, deslindadas las facultades de ambos poderes; señalada la órbita de
acción meramente espiritual para la Iglesia; desligadas la religión y la política, es
de creer que la concordia surgiría de suyo; y que la reconciliación sincera de los
ecuatorianos no presentaría dificultades de ningún género. Dada la excepcional
situación de la República, éste sería tal vez el camino de la prudencia y del acierto;
pero el clero se niega a reconocer el patronato, juzgándolo contrario a sus
doctrinas.
Eliminado uno de los términos de la disyuntiva, no quedaría sino la
separación de la Iglesia y el Estado, para resolver el problema que me ocupa.
Háblese de personas o de colectividades, es la base del liberalismo genuino el
respeto al derecho ajeno; y por tanto, en este caso, lo racional, lo justo, lo
conveniente, sería que el Estado reconociese todos los derechos de la Iglesia,
considerada como persona jurídica, tal y conforme sucede en las naciones más
libres y más adelantadas del mundo moderno. Así lo exige el más sagrado de los
principios, el respeto al sentimiento religioso, a la libertad más íntima del hombre,
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la de su conciencia; principio sin el que vendría a ser contradictoria la doctrina
liberal.
Sea libre la Iglesia y capaz de adquirir derechos y contraer obligaciones;
pero, quede sujeta a todas las prescripciones de nuestra legislación. Y al decretarlo
así, os encarezco prevenir todos los motivos de ulteriores conflictos entre la Iglesia
y el Estado; adoptando en lo posible disposiciones análogas, a las que en los EEUU,
México, Venezuela, etc., han evitado toda colisión entre los Poderes. En los países
que van a la vanguardia del progreso, el clero está privado de toda oportunidad de
intervenir en los negocios del Estado; y el ateísmo es casi desconocido, y no existen
partidos que profesen en sus doctrinas forma alguna de hostilidad contra el culto.
Los gobiernos, por su parte, se ven libres de la necesidad de dictar medidas
preventivas o represivas que hieran, de una manera u otra, los sentimientos
religiosos de gran número de ciudadanos. Allí, donde la religión existe en
situación de completa independencia, toda forma de subvención oficial es
innecesaria para su mantenimiento; porque las erogaciones de los fieles son
suficientes para dar al culto todo el esplendor que sus dogmas exigen. La
separación de los Poderes, cuando no significa la erección de un Estado dentro del
Estado y del Altar frente del Solio; cuando la potestad eclesiástica, como mera
persona jurídica, está sujeta a todas las leyes de la Nación, y no sale de la órbita
espiritual en que domina; cuando el Estado no invade, ni puede invadir, esas
atribuciones espirituales de la Iglesia, no hay duda que es una base sólida y
perdurable de concordia social, y un elemento de progreso y de civilización.
Os he puesto de manifiesto, con la ingenuidad y alteza de miras propias de
la ocasión, el difícil y complejo problema religioso; y la Nación puede esperar que
cualquiera solución que adoptéis será maduramente dictada, bajo la inspiración de
los más elevados sentimiento de justicia y patriotismo, y teniendo en cuenta
únicamente la mayor conveniencia nacional.
No ignoráis, Señores Legisladores, el rumbo dado a nuestros negocios
internacionales, en los pasados cuatro años; y el Ministro del Ramo os expondrá en
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su Memoria todo lo necesario, al respecto. A pesar de los inconvenientes creados
por esa desacertada dirección diplomática, el nuevo Gobierno ha puesto todo
empeño en remover dificultades y cimentar las más cordiales relaciones de
amistad con las Repúblicas limítrofes; me es placentero afirmaros que la labor de
nuestra Can cillería ha producido los mejores resultados.
En Colombia y en el Perú continúan representando al Ecuador los mismos
diplomáticos Andrade y Aguirre Aparicio, respectivamente; y han sido
acreditados por mi Gobierno el Dr. Emilio Arévalo, como enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario, ante el Gobierno del Brasil; el Sr. Dn. Luis F. Carbo, con
igual carácter, ante el Gobierno de Norte América; el Dr. Emilio María Terán, con
el mismo elevado cargo, ante la Gran Bretaña; el Dr. Fernando Sánchez, como
Ministro Residente, adhonorem; en Nicaragua; el Dr. Rafael H. Elizalde, ascendido
a Ministro Residente, ante la República de Chile; y el Sr. Walter Schultze, como
Encargado de Negocios adhonorem, ante el Imperio Alemán. Los Sres. Ministros
Rendón y Vásquez continúan en España con la Misión Diplomática que antes
desempeñaban; siendo el primero, además, Ministro Residente en Francia.
El cuerpo Diplomático en esta Capital se compone de los distinguidos
señores: Monseñor Alejandro Bavona, enviado extraordinario y Delegado
Apostólico; Dn. Emiliano Isaza, enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario
de Colombia; Dn. Joseph Lee, enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario
de los Estados Unidos de América; Dn. Francisco J. Herboso, enviado
extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Chile; Dn. T. Carletti, enviado
extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Italia; Dn. G. Michaelles, enviado
extraordinario y ministro Plenipotenciario de Alemania; Dn. Ricardo Larios y
Segura, que remitió de Lima copia de las credenciales que lo acreditan como
enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario de España; representando a
esta Nación, como Encargado de Negocios, el Sr. Enrique de Perera y Blesa,
mientras venga el Sr. Larios al Ecuador; Dn. Graccho da Sá Valle, Ministro
Residente del Brasil ; Dn. Bobot Descoutures, Ministro Residente de Francia; Dn.
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William Nethorpe Beauclork, Ministro Residente de la Gran Bretaña e Irlanda; y
Dn. Arturo García, encargado de Negocios del Perú; Diplomáticos que han
contribuido eficazmente a estrechar más los lazos de amistad y unión que nos ligan
a las nobles Naciones que representan.
El nuevo Gobierno fue quien tuvo la honra de recibir y reconocer en su
elevado cargo a los Sres. Herboso, Carletti y Descoutures.
El Ministro de Relaciones Exteriores, lo repito, os dará razón detallada de
todos los actos del Gobierno creado por la transformación política de enero; y os
encarezco, señores Legisladores, que prestéis atención preferente a nuestros
negocios internacionales, pues sois los llamados a resolver de una manera
satisfactoria, las complicadas y difíciles cuestiones que se hallan pendientes en la
Cancillería.
Bien sabéis, Señores Legisladores, que a medida que desarrollan y adelantan
los pueblos, han menester leyes adecuadas que llenen las nuevas necesidades; y
sean conformes con el grado de prosperidad y civilización de los que han de
obedecerlas. Las transformaciones del Derecho están íntimamente ligadas a las
transformaciones de los pueblos; de tal manera que sería absurdo regir un Estado
moderno con la misma jurisprudencia de las naciones antiguas. Los progresos de
nuestra República y las conquistas del liberalismo ecuatoriano, exigían
premiosamente una reforma radical de nuestras leyes; las que ni siquiera
guardaban armonía con la Constitución, ni con los principios filosóficos y políticos
que hoy imperan en el Ecuador.
Conocedor de esta necesidad, he decretado nuevos Códigos, como el Penal,
el de Comercio, el de Policía, el de Enjuiciamientos en materia Criminal y la Ley de
Instrucción Pública; leyes que someto a vuestro ilustrado criterio para que,
estudiándolas maduramente, las reforméis y perfeccionéis en cuanto fuere posible.
Al promulgar dichos Códigos, me propuse facilitaros vuestra labor, presentándoos
un cuerpo de leyes; a fin de que la discusión de los Señores Legisladores recayese
únicamente sobre puntos determinados, y se ahorrasen tiempo y trabajo en la
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realización de reformas tan indispensables. Como el interés de todo ecuatoriano no
debe ser otro que el acierto en cuestión de tanta monta, confío en que
emprenderéis el examen de dichas leyes con el empeño y patriotismo que os
distinguen.
El estado de la Hacienda deja mucho que desear; y requiere reformas
urgentes.
El aumento de gastos que ha producido la guerra, indispensable para salvar
al país de garras del mercantilismo político, y la rebaja de las rentas aduaneras,
producida por el inconsulto Arancel que expidió el Congreso último, han causado
el natural desequilibrio en el Presupuesto; pero, mediante las acertadas reformas
económicas que habéis de dictar seguramente, se restablecerá ese equilibrio tan
necesario para que la República pueda llevar vida desahogada y propia. Y esto os
será fácil; porque, como lo estamos viendo ya, las industrias toman inusitado
incremento y se extienden a regiones que antes no las conocían; los capitales
extranjeros acuden a fomentar el progreso de la Nación; las vías de comunicación
dejan de ser una ilusión lejana, mantenida sólo por el patriotismo, y las riquezas
naturales del país se están transformando en filón abierto y en fuente de
prosperidad para todos. La explotación del los bosques; el cultivo del caucho; el
desarrollo de la agricultura en sus ramos más productivos; la extensión del
comercio; el laboreo de minas, en especial las de carbón en las provincias azuayas;
la implantación de nuevas industrias, etc., no son ya meras esperanzas, sino que
unas se han convertido, y otras están por convertirse, en halagadoras realidades,
en pruebas elocuentes e indiscutibles de que el Ecuador marcha sin detenerse por
el camino del progreso; y de que, en un día no muy lejano, lo veremos grande,
próspero y feliz. La República no está, Señores Legisladores, en el estado de inopia
y miseria que los calumniadores de su propia Patria han pintado con colores
siniestros; la República está exuberante de vida y tiene a su alcance todos los
medios para enriquecerse, para llegar al nivel de los pueblos poderosos del
Continente. Y vosotros tenéis la gloria de haber sido llamados para emprender la
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labor económica que ha de conducir a nuestra Patria a ese estado de prosperidad y
grandeza; puesto que el Gobierno, en que tengo la honra de presidir, se ha limitado
a decretar las reformas que ha creído más urgentes e inaplazables para la
reorganización de la Hacienda.
Para combatir el contrabando de aguardientes, se ha limitado a una quinta
parte de los rendimientos que debía producir ese Ramo, expedí el decreto del 10 de
abril, gravando la destilación; puesto que con este sistema se logra facilitar la
recaudación de la renta y evitar en mucho los perjuicios que el Fisco recibe de los
contrabandistas. Esa contribución la pagan, en definitiva, los consumidores; y de
ninguna manera se ha de considerar como un obstáculo puesto a la producción.
Naturalmente, el decreto mencionado ha sido muy combatido por los que tenían
interés en mantener las facilidades para el contrabando; pero, espero de vosotros
que conservaréis el mismo sistema de imposición, con el que veremos
cuadruplicarse las rentas del ramo de aguardientes, en el próximo año; lo que
contribuirá a balancear el presupuesto de las provincias. Esta renta es cuantiosa en
todos los países; pero en el Ecuador ha sido casi nula hasta ahora por falta de leyes
adecuadas sobre la materia.
Deseando restar apoyo eficaz a las industrias nacionales, promulgué un
nuevo Arancel de Aduanas, basado sobre el sistema proteccionista; arancel que
debía principiar a regir el 1º de noviembre próximo. Mas, como se levantase una
considerable corriente de oposición contra ese decreto, dando prueba de
imparcialidad, lo declaré suspenso, para someterlo a vuestra consideración; y os
recomiendo que emprendáis su inmediato estudio, a fin de que el nuevo Arancel
que acordéis, principie a regir desde el año entrante.
Con el fin de atraer capitales extranjeros y de que se establezcan nuevas
industrias en el país, expedí el decreto de 26 de junio, el que producirá opimos
frutos para el progreso nacional.
El cultivo del tabaco constituye un ramo de riqueza que puede desarrollarse
muy en grande, ya en la Costa, ya en las regiones montañosas de la zona media; y
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considerando necesario proteger esta industria, decreté la abolición del estanco,
aceptable sólo en países no productores.
Y, como es más beneficioso para todo país el comercio libre que el
monopolio, dispuse también la extinción del estanco del papel de fumar y de la
pólvora.
Por un error económico se habían multiplicado las Colecturías especiales, en
las que existen cantidades relativamente considerables, sin utilidad práctica para la
Nación. Por esto he decretado su abolición, exceptuando las Colecturías de
Beneficencia, de Instrucción Pública, de Aduana de Guayaquil, y de las cuotas
correspondientes a los Municipios en las rentas del Fisco. Además decreté que los
ingresos locales de cada provincia se invirtiesen exclusivamente en el pago de
sueldos de los empleados respectivos, los que antes han vivido recibiendo sus
haberes con mucho atraso.
La dualidad que existía en los Tribunales de Cuentas me determinó a crear
un Tribunal de Revisión que garantizara mejor los intereses del Fisco y de los
cuentadantes.
Una comisión de Banqueros de Francia y Holanda ha celebrado con el
Gobierno un contrato ad referéndum, sobre empréstitos; contrato que en breve
someteré a vuestra deliberación, para que resolváis lo que sea más conveniente a la
República.
Pretender progreso sin vías de comunicación es buscar el fin sin poner los
medios indispensables para conseguirlo. Aquella frase tan común y tan repetida de
que los caminos son las arterias que dan la vida a los pueblos encierra una gran
verdad; porque la nación que no tiene ferrocarriles, ni carreteras, ni caminos de
herradura, es realmente una nación muerta para el progreso. Mientras más vías de
comunicación tenga un Estado, mayor y más pronto es su desarrollo; de manera
que nunca es inútil la apertura de la más pequeña senda, porque significa un
adelanto positivo para el país. Sin caminos ¿qué significan para el Ecuador sus
inmensos y feraces bosques, donde la cosecha siempre es segura y pingüe, donde
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las maderas preciosas abundan en asombrosa variedad, donde el caucho y aun el
cacao son espontáneos, donde la quina se halla a cada paso, donde todo es riqueza,
apenas desflorada? ¿Qué significan las dilatadas y fértiles planicies interandinas,
cuando la producción ha tenido que limitarse siempre al consumo interior, por
falta de salida de los productos excedentes, aún a las comarcas más cercanas? ¿No
estamos viendo frecuentemente que el hambre aflige a una provincia, mientras las
vecinas nadan en la abundancia, y no pueden socorrerla sólo por falta de facilidad
de locomoción? ¿De qué le han servido al Ecuador las grandes riquezas minerales
de sus cordilleras, cuando los mejores yacimientos, los filones más abundantes, se
hallan muy lejos de las costas, aislados entre las quiebras de los Andes, en lugares
donde no es posible el transporte de máquinas poderosas ni de los medios más
necesarios para su explotación?
Para mí, señores Legisladores, lo mismo que para todos los ecuatorianos que
ansían el engrandecimiento de la patria, la realización de nuestro ideal está en la
apertura de caminos, de cuantos caminos se pueda, en todas direcciones; y sin
perdonar sacrificio, sin retroceder ante ningún obstáculo, sin acobardarse ante la
grita del tradicionalismo que anhela aún mantenernos en el más absoluto
aislamiento, es decir, en la oscuridad y el atraso, en la miseria y la muerte. He aquí
la razón de mi decidido empeño en la construcción del Ferrocarril Central; y tengo
el placer de anunciaros que, a pesar de todos los obstáculos que la mala fe y el
espíritu de bandería han opuesto a esta obra verdaderamente redentora, se ha
conseguido ya que la gigantesca palanca del progreso, la locomotora, llegase a
Mocha. En el curso de este mes avanzará a la ciudad de Ambato; en noviembre, a
Latacunga, y muy a principios del año próximo, a la Capital, la que verá realizados
sus sueños más constantes y patrióticos, al escuchar en su seno esos silbidos de la
locomotora que son la llamada de resurrección para los pueblos.
Siguiendo el mismo sistema de promover el progreso, ha celebrado el
Gobierno dos contratos ad referéndum para la construcción de una línea férrea que
una las provincias de Cañar y Azuay al Ferrocarril Central. Esas dos provincias
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importantísimas, aparte de la feracidad y extensión de sus campos, constituyen la
zona mineral más rica de la República; y bastará la explotación de sus abundantes
minas de carbón para que ese ferrocarril tenga vida propia desde luego, y deje
utilidades a la empresa y al Gobierno.
El primer contrato se celebró con el señor Eduardo Morley; y el segundo,
con la misma Compañía del Ferrocarril de Guayaquil a Quito: el Ministro de Obras
Públicas os presentará ambos contratos para que os sirváis estudiarlo, y aprobar el
que mayores ventajas ofrezca a la Nación.
Animado del mismo espíritu, ha celebrado también el Gobierno otro
contrato ad referéndum, para la construcción de tres líneas férreas: la primera, de
Quito a la rica e importante provincia de Imbabura; la segunda, de Bahía a Chone;
y la tercera, de Manta a Santa Ana, ambas en la no menos rica e importante
provincia de Manabí. Os dignaréis asimismo prestar vuestra atención a este
contrato; y aprobarlo si lo juzgáis ventajoso para la República, como lo ha juzgado
el Gobierno.
El Ferrocarril al Curaray es de suma importancia; de modo que debe
construirse sin omitir sacrificio alguno. Mas, según las bases del contrato acordado
con la Junta Patriótica, ese ferrocarril habría resultado sumamente caro; y el
Gobierno se vio en la necesidad de convocar licitadores, a fin de obtener las
mayores ventajas posibles. El Ministro del Ramo os dará cuenta detallada de este
importantísimo negocio y de las ofertas que se nos han hecho.
Los caminos de Quito a Chone, y de Ibarra a Esmeraldas, se hallan
destruidos en gran parte por la imperdonable desidia en no haberlos terminado, y
por la inercia en no haber reparado lo construido; y os encarezco que dictéis las
medidas necesarias para que tan importantes vías de comunicación se pongan al
servicio público lo más pronto posible.
El camino de Machala a Cuenca, a más de poner en comunicación dos
provincias, dará vida a los ricos valles que atraviesan los ríos Jubones, Rircay y
Tarqui. Las leyes han señalado fondos especiales para este camino; pero esos
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fondos han desaparecido sin que la obra se realizara. Servíos, pues, dictar
disposiciones adecuadas y de la mayor eficacia para la apertura inmediata de esta
vía.
Una de las obras más necesarias y urgentes para la Capital es su
canalización y provisión de agua potable; y el Gobierno declarándola obra
nacional, votó la suma de $1.700.000, como veréis en los decretos respectivos. Esta
obra es inaplazable; y os recomiendo su inmediata conclusión.
Es incalculable la importancia de la canalización y saneamiento de
Guayaquil, nuestra metrópoli comercial y el centro del movimiento del país. El
Ministro de Obras Pública os informará de las disposiciones dadas al respecto;
pero me incumbe recomendaros sobre modo que, ampliando el decreto dictado
últimamente para la extirpación de la fiebre amarilla, señaléis los fondos necesarios
para esta obra salvadora.
Del respeto debido a lo más sagrado del hombre, la conciencia, nace la
libertad de enseñanza: limitarla, de cualquier modo que fuera, sería volver a la
esclavitud del espíritu humano, contra la que tanto ha combatido y combate la
doctrina liberal. Todos tienen derecho para enseñar, sujetándose a las leyes de la
materia; pero la enseñanza oficial y costeada con fondos públicos debe continuar
obligatoria y laica.
Asombroso es el interés que en todas las clases sociales se ha despertado por
la educación e ilustración de sus hijos; de suerte que las escuelas y los colegios son
pocos para esa laudable ambición de saber que se ha apoderado del pueblo. Puedo
afirmaros que, dentro de poco, el Ecuador rivalizará con las naciones más
adelantadas de América, en el número proporcional de escolares y de estudiantes;
lo que ha de significar un alto grado de progreso moral e intelectual para nuestra
Patria.
Aparte del adelanto en los colegios y universidades, debo anunciaros que se
palpa ya la gran utilidad de los demás planteles de enseñanza, como los Institutos
Normales, la Escuela de Bellas Artes, el Conservatorio de Música, etc.; de donde
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principian a salir alumnos muy aprovechados, y aptos para desempeñar el
magisterio. El Instituto Normal de Señoritas acaba de proporcionar institutrices a
varias provincias; y el pueblo, conocedor de estas ventajas, tiene ya empeño en que
sus hijos concurran a los referidos planteles.
El Gobierno ha comprado varias casas destinadas a escuelas y colegios; pues
juzga que todo sacrificio es pequeño, al tratarse de la difusión de las luces entre el
pueblo.
Fue mi resolución destinar para Beneficencia e Instrucción Pública, en
general, las rentas de Sal y de Timbres; pero, el cúmulo de obstáculos sobrevenidos
en la actualidad, me han impedido realizarla.
No cumpliría un deber de justicia y de patriotismo, si no os recomendara a
nuestro denodado ejército; cuyas dotes militares son una firme garantía para el
liberalismo y para la seguridad de la Nación. El valor indómito, la abnegación, la
disciplina, la constancia en la defensa de los principios liberales, el amor ardoroso
a la Patria, hacen del ejército ecuatoriano una colectividad digna de la atención
preferente de todos los altos Poderes del Estado.
La Instrucción del ejército va muy delante; y el Colegio Militar y la Escuela
de Clases están produciendo buenos resultados. La reorganización de la milicia
será más fácil, a medida que aumente la instrucción del soldado y de la oficialidad;
y es de esperar que, no muy tarde, tendrá la República un ejército bien organizado
e instruido que rivalice con los mejores del Continente.
El Gobierno ha iniciado la compra de 50.000 fusiles Manlicher reformado,
calibre siete-nueve, con las municiones necesarias; elementos de guerra comprados
al Sr. Georg Grotstueck de Berlín. También se ha negociado con el Sr. F. U.
Falcinelli Graziosi dos baterías de artillería, sistema Skoda, austriaco, con las
municiones necesarias.
Los Señores Ministros de Estado os darán cuenta detallada de todo lo
relacionado con su respectivo departamento administrativo.
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Os repetiré, para concluir, Señores Legisladores, que este Mensaje no
contiene sino ideas generales sobre lo principal de la Administración pública; pero,
vosotros, interesados en el bien de la Nación, y con vista de los informes de los
Ministros Secretarios de Estado, desarrollaréis mis ideas y las transformaréis en
leyes, si las juzgáis encaminadas al progreso y engrandecimiento de la República.
Al someteros mis propósitos, no tengo otro fin que cumplir un deber; y cooperar
con patriótico empeño, al mejor acierto en las labores de los encargados del Poder
público. Pero en vuestras manos está la suerte de la Patria; y tengo la convicción
íntima de que os conquistaréis un puesto envidiable en la historia ecuatoriana,
cumpliendo como se debe el difícil y elevado cargo que os han conferido los
pueblos.
Honorables Diputados,
ELOY ALFARO
Palacio Nacional, Quito, a 9 de octubre de 1906.
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Mensaje Especial del Presidente de la República a la Asamblea
Nacional sobre la ley de liberación de derechos sobre la
importación de víveres Honorables Señores Diputados:
Tengo la honra de dirigiros este Mensaje especial porque, convencido como
estoy de vuestra alteza de miras y acendrado patriotismo, no dudo que acogeréis
las observaciones que voy a haceros sobre la Ley de Exoneración de derechos de
importación de víveres.
El Gobierno, como repetidas veces lo ha manifestado, tiene el mayor interés
en remediar las necesidades del pueblo; pero débese ejercer esta filantropía oficial
conciliando los intereses de la clase necesitada con los de las industrias nacionales
y los del Fisco. La Ley que habéis sancionado, desde luego animados de las
mejores intenciones, no guarda esta conciliación tan necesaria para la prosperidad
del país; y en las objeciones que os presenté, las que ni siquiera han sido leídas en
la Asamblea, puse de manifiesto los gravísimos inconvenientes que se originarían
de la sanción de la referida Ley.
En efecto, la liberación de derechos sobre la importación de artículos
similares a los que se producen en la República tiene necesariamente que producir
una competencia desastrosa para la agricultura e industrias nacionales; puesto caso
que los importadores de productos extranjeros están en condición de abaratar el
precio de esos artículos, hasta el extremo de hacer ruinosa la producción
ecuatoriana. La carencia de brazos, el elevadísimo tipo de interés sobre el capital
que se emplea en la República, lo rudimentario de nuestra agricultura, los mismos
fenómenos meteorológicos que ocasionan la frecuente escasez de víveres, las
dificultades de transporte, el casi ningún uso de la fuerza mecánica aplicada a las
labores del campo, etc., son obstáculos inmensos para la producción nacional; y,
por lo mismo, el precio de nuestros productos resulta excesivamente subido, en
comparación de los gastos que los productores extranjeros tienen de hacer en el
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mismo caso. De aquí es que, por ejemplo, los cereales producidos en California,
aun cargando los gastos de conducción hasta Guayaquil, pueden ser vendidos a
menor precio que los productos similares del país; lo que, a todas luces, vendría a
causar la más completa ruina de la agricultura ecuatoriana; es decir, cegaría esa
fuente de riqueza, la primera en todos los pueblos, y la que todos los Legisladores
del mundo han procurado mantener abierta y ensancharla cuanto les ha sido
posible.
Y no se diga que así se combate la miseria del pueblo; porque, en épocas
anormales, se puede conseguir tan laudable fin, concediendo a los Municipios el
privilegio que hoy se ha concedido a todo el comercio. El proyecto que tuve la
honra de someteros, al respecto, habría llenado todas las necesidades públicas, sin
causar el menor perjuicio a los intereses de la Nación y de los productores.
Añadid a esto la pérdida de más de 1.000.000 de sucres anuales para el
Fisco, con la liberación de los derechos de aduana de que estoy tratando; y veréis
que, sin aliviar sensiblemente la condición del pueblo, habéis aumentado las
dificultades económicas del Gobierno, precisamente cuando debemos poner todo
empeño en aumentar las rentas fiscales para salvar al país.
Por lo que mira a la industria azucarera, ciertamente, debéis poner coto a
todo monopolio que encarezca aquel artículo de primera necesidad; pero la Ley
que impugno, sin remediar el mal, no ha hecho sino abrir nuestros mercados al
libre expendio de azúcar extranjera, en perjuicio de los productores nacionales.
Vuestra gran ilustración me dispensa de hacer comentarios sobre este desastroso
resultado; pero, sí llamaré la atención de la Honorable Asamblea, sobre las
indefectibles leyes económicas que regulan ese equilibrio instable entre la
demanda, la oferta y el precio de un artículo. Abierto un nuevo y vasto mercado al
azúcar del Perú, por ejemplo, su precio debe subir necesariamente; y más, si se
toma en cuenta que la producción ecuatoriana viene de sufrir una depresión
considerable, ya que no sufra paralización completa, como es de temer. Por
consiguiente, no tendremos azúcar barata, como se ha pretendido al expedir la Ley
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que refuto; sino que, lejos de obtener este beneficio, emigrará el numerario y
quedará sacrificada una industria nacional en provecho exclusiva de la República
vecina.
Lo mismo digo de las demás industrias perjudicadas, como la fabricación de
cerveza y de fideos; pero lo más grave es la pérdida de trabajo para tantos brazos
empleados hasta ahora en dichas fábricas. El problema que más preocupa a los
hombres de Estado, en todos los países civilizados, es el de proporcionar trabajo
remunerativo al pueblo; porque los brazos desocupados constituyen un peligro
mortal para las naciones; el pueblo sin trabajo es el abismo siempre abierto para las
instituciones, para la moralidad y el progreso, para la paz y felicidad públicas.
Más, la Ley que habéis expedido produciría todo lo contrario; porque privaríais de
ese trabajo moralizador a millares de ecuatorianos, los que han de convertirse por
necesidad en factores de desorden y de anarquía.
Ahora, si paramos mientes en cómo se ha tramitado la expedición de dicha
Ley, no os ocultaré mi extrañeza de que el Ejecutivo haya sido así como
sorprendido, en un asunto de tan suma importancia. En oficio de fecha 2 del
presente mes, marcado con el número 71, el Ministro de Hacienda se dirigió a la
Honorable Convención, acusando recibo de los Proyectos de decreto sobre
liberación de derechos de aduana de artículos alimenticios de primera necesidad, y
sobre derogación del decreto Supremo de 4 de octubre del año anterior; e hizo la
observación de que el término para sancionar dichos proyectos no debía correr
desde el 1.º de enero, por haber sido feriado dicho día. La Asamblea, tomando en
consideración el referido oficio del Ministerio, declaró que accedía a las
insinuaciones hechas por el señor Ministro Puga; y, por tanto, quedó resuelto que
el término para la sanción indicada debía contarse desde el día 2, como así consta
en el oficio del Sr. Secretario de la Asamblea, fechado el día 3 y marcado con el
número 73. El H. Consejo de Estado, con vista de este oficio y atendiendo a que los
términos deben contarse conforme al artículo 44 del Código Civil, resolvió en la
sesión del día 4 estudiar los proyectos que se le habían sometido, en la reunión del
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día siguiente; y así lo hizo, en efecto, y el día 5 fueron presentadas las objeciones
del Ejecutivo. El Consejo de Estado, el Presidente de la República y sus Ministros
descansábamos, pues, en la resolución previa de la Asamblea Nacional; y no
podíamos suponer, ni por un momento, que habíais de declarar ilegal vuestra
resolución del día 2, y sancionado por el Ministerio de la Ley, un decreto tan lesivo
a los intereses de la Nación. Os repito, el Ejecutivo se ha visto así como
sorprendido; pero, aún es tiempo de remediar el mal, modificando el referido
decreto en el sentido de Proyecto que os presenté, o conforme vuestra alta
ilustración os aconseje. Evitad, señores Legisladores, todos los graves
inconvenientes que a la ligera os he apuntado en este Mensaje; sin que por esto
desatendáis las necesidades del pueblo ni dejéis de reprimir los monopolios, que
tan justamente os han alarmado. Como sólo el patriotismo y la conveniencia
pública inspiran a todos los poderes públicos, espero que acogeréis benévolamente
mis observaciones.
Señores Diputados,
ELOY ALFARO
Palacio Nacional, Quito, a 9 de enero de 1907.
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Segundo Mensaje Especial del Presidente de la República a la
asamblea nacional sobre la derogación de la ley de derechos sobre
la importación de víveres Honorables Diputados:
Conocido en la República el texto del decreto de 27 de diciembre del año
próximo pasado, sobre liberación de derechos a la importación de víveres, etc., ha
producido él la excitación que era de esperarse, por los males que a la industria y a
la clase obrera acarrea, y los cuales tuve ocasión de apuntaros en mis objeciones a
dicho decreto.
Los trabajadores de la Fábrica de Cerveza Nacional de Guayaquil, los
primeros, me han dirigido la solicitud que os transcribo, y en la cual ponen de
manifiesto todo el cuadro de miserias y desdichas que se les depara con motivo de
la próxima clausura de esa Fábrica, la cual va a ser literalmente arruinada por ese
mismo decreto.
Doscientas familias, Sres. Diputados, van a quedar sin pan ni abrigo; la
floreciente industria de Cerveza Nacional va a ser extinguida; y todo esto con
perjuicio del erario y con riesgo inminente de la alteración de la bienhechora paz, a
cuyo abrigo, únicamente, puede engrandecerse la Nación. Y mañana, asimismo,
quedarán arruinados los ingenios de azúcar, deudores, en su mayor parte, de
gruesas sumas de dinero a los bancos nacionales, y saldrán a la calle millares de
laboriosos jornaleros a engrosar el número de los elementos nocivos del país, y el
Fisco perderá una respetable cantidad que debería figurar en su exhausto ingreso.
Y lo sabéis bien, señores diputados, el Gobierno carece de facultades para
contener tamaño mal; y si vosotros no lo remediáis, tendrá el dolor de ver que se
consuma, y con él, la ruina de la industria y el desastre de considerable número de
jornaleros, dignos de que los protejan y amparen los Poderes del Estado.
No quiero cansaros repitiendo las mismas poderosas razones que tuve el
honor de exponeros en mis objeciones y Mensaje anterior sobre ese decreto que, si
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inspirado en el más puro patriotismo a acarrear no los bienes que os propusisteis
sino todos los males que no os imaginasteis, y que los considero irremediables, si
es que no optáis por revocarlo, como es de conveniencia y de justicia; y así me
limito a llamar vuestra atención acerca de ellas, y pediros carguéis vuestra
consideración sobre la fundada solicitud de que os vengo hablando, a fin de que,
interesados como sois por la paz y el progreso del país, hagáis por salvarlo del
peligro que le amenaza, revocando el decreto.
Vuelvo a repetiros; el decreto prepara la ruina de una parte importante de la
industria nacional, y deber mío es volver a vosotros para que la conjuréis:
conjuradla. El decreto va a inutilizar centenares, tal vez millares de brazos,
sacándolos de las fábricas donde elaboran la riqueza nacional, a la calle, en donde
engrosarán, seguramente, las filas de los perturbadores del orden público; y deber
vuestro es contener la consumación de este gravísimo mal: contenedlo. El decreto
va a privar el erario de una gruesa suma de dinero en sus ingresos; y deber vuestro
es evitar este daño a las rentas nacionales: evitadlo.
Y no debo dejar desadvertida la consideración de peso indiscutible, de que
el decreto fue oportunamente objetado, y por lo mismo, no pudo ser sancionado
por el Ministerio de la Ley, como lo acreditan los antecedentes publicados en el
No. 274 del Registro Oficial, conexionados con el propio decreto; sobre cuyo
particular llamo vuestra ilustrada atención, a fin de que lo apreciéis como una
razón más para declarar su derogación.
He aquí, Honorables Diputados, la solicitud en referencia: estimadla en todo
lo que ella vale, y salvad la industria nacional.
Honorables Diputados,
ELOY ALFARO
Palacio Nacional, Quito, a 18 de enero de 1907.
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La hora más oscura es la más
próxima a la aurora.
Eloy Alfaro
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TERCERA PARTE
CARTAS
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Carta de Carlos González Borja, Fernando Sánchez y Felicísimo López para Cipriano Castro, José Santos Zelaya y Eloy Alfaro (Caracas 09/11/1900)
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Carta de Felicísimo López para Eloy Alfaro (Brooklyn 24/02/1902)
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Carta de Eloy Alfaro para Carlos Freile Zaldumbide (Guayaquil 08/10/1902)
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Carta de Felicísimo López para Eloy Alfaro (Brooklyn 07/03/1902)
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Carta de Eloy Alfaro para Baltasar T. Arauz (Guayaquil 08/11/1902)
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Carta de Felicísimo López para Eloy Alfaro (Brooklyn 31/10/1904)
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Carta de Eloy Alfaro para Carlos Freile Zaldumbide (Guayaquil 26/11/1902)
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Carta de José María Borrero para Eloy Alfaro (Cuenca 25/12/1902)
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Carta de Eloy Alfaro para Carlos Freile Zaldumbide (Guayaquil 22/10/1902)
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Carta de Antonio J. Restrepo para Eloy Alfaro (Nueva York 16/09/1901)
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Carta de Eloy Alfaro para Subsecretario de Estado en el Despacho del Interior Don José de Lapierre (Guayaquil 28/10/1895)
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Alfaro a caballo durante su Presidencia.
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La libertad no se implora de rodillas,
se conquista en los campos de batalla.
Eloy Alfaro
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CUARTA PARTE
POEMAS A ELOY
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Alfaro Jorge Carrera Andrade
Polo de luz, múltiple mar,
estallido de llamas.
Desde cielos y rocas, trizada esfera
que a cada ecuatoriano dio su pan,
a cada madre, su tierra
a cada hijo, su bandera encendida.
Alfaro: siglo, más que página de historia.
Llamarada que no necesita un Ejido
pero que fue, porque Calvarios y cruces
son las alturas de los Cristos.
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La muerte del cóndor
Del poema: de la tragedia y de la historia José María Vargas Vila
XXVII
Cae la noche...
la lluvia, apaga las hogueras; y los cuerpos quedan a medio calcinar;
manos piadosas los recogen, para darles piadosa sepultura;
¿qué queda de Eloy Alfaro?
un tronco a medio arder, recogido de aquella hoguera, sobre cuyo
emplazamiento, mañana la Libertad le alzará una estatua;
la virtud misteriosa que se escapa de la tumba, de aquel gran Poeta de la Espada,
basta para despertar todas las potencias dormidas,
en el corazón inerme de la raza;
hay, en ella, tal fuerza de encantamiento,
tal sugestión galvanizadora y profunda,
que el hipnotismo de la Gloria, posee los corazones,
con sólo mirar hacia esa tumba,
de donde brota un coro de sonoridades bélicas,
en la repercusión dolorosa,
de esas soledades perfumadas de un aliento de Inmortalidad;
contener y revelar la Gloria,
he ahí la misión del Héroe, cuando es puro;
y esa revelación, se escapa de su tumba, cuando ha sido libertado ya, de este vaho
de miserias que es la Vida;
la quintaesencia de la Libertad reside en ese puñado de cenizas,
que manos piadosas recogieron de las hogueras del Ejido;
todo el hálito de la tempestad, que fue esa Vida,
duerme en el sudario de ese muerto;
y, se escapa de él, con fuerza bastante para convulsionar un Mundo;
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los grandes nombres sobreviven a los grandes pueblos,
y ellos llenan con su sonoridad, los ámbitos de la Historia;
el nombre de Eloy Alfaro, es uno de éstos;
nada es tan bello como la Gloria, sino la Virtud;
cuando una vida, las reúne en sí, la grandeza de un ser,
ha llegado a su plenitud;
de esos seres, hay raros en la Historia;
a Eloy Alfaro, le cupo la ventura, de ser uno de ellos;
ese soplo de Gloria y de Virtud, se escapa de sus huesos calcinados:
¡Grandia, ossa!
las llamas, que se escaparon de esa pira, no están extintas;
ellas, servirán para iluminar, la marcha de un pueblo en la Noche;
dos manos heridas, se escapan de esa tumba;
la una, sostiene una bandera; la bandera de la Libertad;
la otra, marca con su sangre, el rostro de sus asesinos;
el porvenir los reconocerá, por la marca que hizo en sus frentes,
el brazo escapado de esa tumba, donde duermen reunidos,
el corazón de Cincinato,
y el alma de Pericles:
Magna ossa;
las figuras circunstantes de ese martirio, fueron grandes,
pero ninguna igualó, ni superó, la de Eloy Alfaro;
la soberana potencia de ese nombre, basta para apagar en torno suyo, el rumor de
todos los otros;
el Héroe, victorioso de la Muerte, a causa de la Muerte misma,
vencedor en el seno de ella, volatilizado en cenizas,
bajo el fuego versicolor, se hizo coloso, silenciosamente,
fuera de todo clamor de tempestad;
él, que lo había vencido todo, venció también la Muerte,
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alzándose del fondo de ella, más vivo, más luminoso,
más trascendental, transfigurado ya,
y fundido en los linchamientos de la Inmortalidad;
¿qué fuego, extinguirá ese nombre?
no, lo hay bastante en las entrañas de la tierra;
fuera de la apoteosis irreverente, que le hicieron sus enemigos,
no había otra muerte, ni otra escena, digna por su trágica grandeza, para la
desaparición definitiva del Héroe;
el águila, que confundió con la roca, la cabeza de Esquilo,
no hizo más honor al Genio,
soltando sobre ella la tortuga prisionera para matarlo,
que el que los asesinos de Quito, hicieron al Heroico Soñador,
dándole una muerte digna de sus sueños, un desaparecimiento heroico, capaz de
convertirlo en Mito, un cuadro de horror,
lleno de la inaudita potencia,
necesaria para hacer aparecer al Destino, rompiendo entre las llamas, aquella
espada terrible;
la gran cúpula del cielo, ondeante y móvil, es la única cúpula posible,
a aquella tumba sin límites,
llena del prestigio ultra potente de un Tabor... de todos los tabores;
ningún Cristo, subió más alto, en la hora de su Transfiguración;
en esa hora divina, en que el Hombre se hace Dios.
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Alfaro Nelson Estupiñán Bass
El Poker de la Patria
Fue un domingo de sangre inolvidable
-el Viernes Santo ecuatoriano-
Alfaro, sentenciado,
entra oyendo su réquiem al penal.
A Alfaro lo atraparon esas manos
que cogen por la pretina a cualquier nación
y la detienen,
le abren arteros huecos en el suelo,
le tergiversan los claveles,
le derriban a tiros sus gorriones
y le eclipsan el sol al mediodía.
Dicen que en El Ejido
el pueblo quiteño lo quemó
Yo lo niego rotundo:
¿Cuándo un pueblo
mató a su adelantado?
¿Cuándo las llamas
quemaron otra llama?
¿Cuándo un comando
destruyó su cabeza de playa
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en la ofensiva?
Alfaro escapó de la fogata
ileso,
subió a la inmortalidad
y, desde entonces,
es el hombre invisible
que anda por todas partes conspirando.
Toca a rebato en las montañas,
flamea su espada en media calle,
agita su cascabel en las cornetas
sube el aire
hasta su escalón consolidado,
vuelve a saltar del Alajuela,
trepa, entre espumas, los farallones
afilados
gana las tembladeras de la Costa
y demanda su puesto
hoy día, aquí mismo, este instante,
en la nueva pelea…
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¡Lo más grande de Ecuador es el viejo luchador! José Regato
1.-
Eloy Alfaro Delgado
Es la figura cimera,
Es una enhiesta bandera
¡Por su glorioso legado!
Su nombre está cincelado
Con letras de fuego y oro...
...Es un preciado tesoro
De la vida nacional,
Comandante General
¡Con dignidad y decoro!
2.-
Pero, ¿quién es este Alfaro,
Que su nombre se hace mito,
Que su vida marca un hito
Luminoso como un faro?
Ese es el líder preclaro,
El caudillo liberal,
El grandioso General,
Nuestro Viejo Luchador,
El guerrillero mayor
¡De la lucha anti feudal!
3.-
Hoy evocamos su nombre,
Su grandiosa trayectoria,
Exaltamos su memoria,
¡Su merecido renombre!
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Que tan insigne prohombre
Con porte continental
Y con vuelo sideral
Y con grandiosa valía,
Hace falta en nuestros días,
¡Y con urgencia vital!
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Alfaro Benjamín Carrión
En lo material, la obra fundamental
fue la construcción del ferrocarril de Guayaquil a Quito,...
En lo internacional tuvo dimensiones bolivarianas.
Toda esta obra heroica y luminosa,
fue premiada el 12 de enero de 1912,
con el asesinato cobarde de Eloy Alfaro (70 años)
y sus tenientes por turbas enloquecidas de fanatismo,
que al grito de ¡viva la religión!,
¡abajo los masones!,
arrastraron por las calles de Quito
al Jefe Liberal hasta los campos de El Ejido,
donde se encendió “La hoguera bárbara”,
en uno como regreso a los orígenes primitivos del hombre...
Eloy Alfaro es la más alta figura de nuestro período republicano.
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Recado al gran viejo Pedro Jorge Vera
Eloy Alfaro, mi viejo
manabita duro y claro,
viento grande montonero
de nuestro Ecuador amargo,
fulgor en Jaramijó
y llamarada en Gatazo,
vuelve para rescatar
la flor, el aire, el arado.
¡Ah estas ganas de gritar
que viva Alfaro carajo!
Te han convertido en estatua
para tenerte amarrado.
Te escarnece y ningunea
audaz cualquier pobre diablo.
Te incineran diariamente
llena la boca de Alfaro
y mancillan tus cenizas
payasos de tres al cuarto.
Tu corazón indomable
de guerrillero templado
latía en el vendaval
del dolor americano
y ofreciste tu palabra
y el empuje de tu brazo
sin vainas ni vuelva luegos
al Martí de los cubanos.
En tu alma estaba el pobre
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y el pobre sigue de esclavo.
Niños de hueso desfilan,
los pulmones en la mano.
El indio riega la tierra
con sus lágrimas de espanto.
Esta es la patria, mi viejo,
que los buitres han dejado.
Montubio de siete suelas,
eras del indio el hermano.
General de hacha y machete
nunca fuiste derrotado.
Ah mi viejo luchador
costeño como serrano,
ven dáñales el pastel
que los vivos amasaron.
¡Estas ganas de gritar
que viva Alfaro carajo!
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