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El México Profundo de Guillermo Bonfil
El México Profundo de Guillermo Bonfil es una obra que ha trascendido las fronteras
temporales, antropológicas y nacionales, a más de dos décadas de haber sido publicado.
El mismo término de "México profundo" es usado profusamente para identificar a la
población indígena, pueblos, comunidades y sectores sociales portadores de maneras de
entender el mundo y organizar la vida que tienen su origen en la civilización
mesoamericana, y a su influencia cultural en otros ámbitos mayoritarios de la sociedad
nacional.
Se trata de una obra que expone una visión panorámica y multiforme de lo indio en
nuestro país y que reflexiona sobre el significado --para nuestra historia, nuestro
presente y nuestro futuro-- de la coexistencia de dos civilizaciones: la mesoamericana y
la llamada “occidental”.
El autor sostiene la pertinencia de discutir el problema de los proyectos civilizatorios en
medio de la crisis que vivía el país en el momento en que escribe la obra, afirmando que
cualquier decisión que se tome para reorientar la vida nacional, implica una opción en
favor de uno u otro de esos proyectos civilizatorios en pugna. Este debate resulta
todavía actual, particularmente después de la sublevación indígena de 1994 y de la
profundización de la crisis económica, social y política que caracteriza la realidad
nacional de nuestros días.
Bonfil mantiene la tesis de que la historia de México ---en los últimos 500 años-- es la
historia del enfrentamiento entre quienes pretenden encauzar el país en el proyecto de la
“civilización occidental” y quienes resisten a ello arraigados en formas de vida de
estirpe mesoamericana. A ese sector que encarna el proyecto dominante en nuestro país,
Bonfil lo denomina “el México imaginario.”
El México imaginario y el México profundo, con sus expresiones y elementos culturales
propios, han nutrido a grupos y clases sociales de una pirámide en cuya base se
encuentran los pueblos y en cuya cúspide se encuentran los impulsores del proyecto
occidental.
El autor defiende la idea de una estructura colonial interna que niega y excluye la
cultura del colonizado, misma que es considerada como símbolo de atraso y obstáculo a
vencer. El México profundo resiste permanentemente; no es un mundo pasivo o
estático, renueva su identidad propia de acuerdo a las circunstancias de una lucha
secular.
Bonfil propone la necesidad de formular un nuevo proyecto de nación que incorpore las
formas culturales del México Profundo, esto es, toda la rica experiencia milenaria de la
civilización negada, para desplazar de una vez y para siempre el proyecto del México
imaginario, ya caduco.
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A partir de esta introducción, en la que plantea sus tesis principales, el autor desarrolla
su obra en tres partes:
La civilización negada. Aquí desarrolla la imagen general de la presencia de la
civilización mesoamericana en el México contemporáneo. Se hace un esbozo histórico
del surgimiento y desarrollo de esta civilización para, sobre esta base, hacer una
descripción de la civilización mesoamericana tal como se vive hoy en la cultura de los
pueblos indios. Bonfil afirma que los pueblos que participan de esta estirpe
mesoamericana "conservan una cosmovisión en la que están implícitos los valores mas
profundos de esa civilización…los que conforman la matriz cultural que da sentido a
todos sus actos."
En esta primera parte, el autor explora la presencia de la civilización mesoamericana en
otros grupos de la sociedad mexicana que no se reconocen a si mismos como indios,
introduciendo el concepto de desindianizacion como la perdida de la identidad colectiva
original, como resultado del proceso de dominación colonial.
Bonfil concluye su primera parte con una descripción de los sectores que encarnan el
México imaginario, proyectando una imagen de la sociedad mexicana con formas
culturales que corresponden a dos civilizaciones diferentes, nunca fusionadas, aunque si
ínter penetradas. El México imaginario intenta subordinar a su proyecto-afirma Bonfil--
- al resto de la población, siendo este el dilema de la cultura mexicana.
La parte dos de la obra explica “como llegamos a donde estamos”; esto es, las líneas
principales del proceso histórico, las tendencias generales que ayudan a explicar la
persistencia del proyecto externo, las maneras como se ha agredido a los pueblos
indígenas, el secular empeño por negarlos. En la sección final de esta segunda parte se
expone de manera sucinta las formas de resistencia del México profundo.
La parte final trata sobre las opciones posibles para construir un nuevo proyecto
nacional, que-según Bonfil- "debe estar enmarcado en un nuevo proyecto civilizatorio
que haga explícita nuestra realidad, no que la oculte”.
El autor plantea un punto muy actual, cuando afirma que es necesario para ello poner en
primer término la cuestión de la democracia. “Pero no la democracia formal, dócil y
torpemente calcada de Occidente, sino la democracia real, la que debe derivarse de
nuestra historia y responder a la composición rica y variada de la sociedad mexicana.”
Algunas tesis adicionales que Bonfil plantea a lo largo de la obra destacan la
originalidad de la civilización mesoamericana, anotando que lo indio en México
proviene de ella, su raíz y punto de partida. No hay una continuidad histórica de los
mexicanos con ese pasado, una vinculación, se considera como pasado del territorio, no
como el pasado nuestro, que es lo indio.
Define pueblos como sociedades particulares y sostiene que en el territorio de lo que
hoy es México, se da una continuidad cultural que hizo posible el surgimiento y
desarrollo de una civilización propia. Esa civilización tiene sus inicios hace unos 30 mil
años a partir grupos nómadas de cazadores y recolectores que ante la reducción de la
fauna por los cambios climáticos y una mayor dependencia en la recolección, inician los
procesos de domesticación y cultivo de plantas fundamentales como el fríjol, la
calabaza, el chile pero, en particular, el maíz, que vendría a ser el factor esencial de la
economía mesoamericana y de una buena parte de su cosmogonía, al grado de
considerar en sus mitos fundacionales al hombre hecho de maíz.
Como sabemos, los Olmecas, en aproximadamente el año de 1500 antes de nuestra era,
dan inicio a la civilización mesoamericana, como una especie de cultura madre, que
pese a la diversidad se le considera como un mismo horizonte de civilización, con las
inscripciones, el calendario, uso de terrazas artificiales, canales, represas y chinampas y
las formas de organización social calificada como señoríos teocráticos, aunque se da la
discusión sobre lo apropiado de identificar estas culturas como dentro del modo de
producción tributario.
Un punto importante del planteamiento de Bonfil en esta sección es que la
conformación del México actual es el resultado de una historia cultural milenaria, cuya
huella profunda no ha sido borrada por los cambios de los últimos 500 años y que esa
milenaria presencia de la especie humana en el actual territorio mexicano produjo una
civilización, cuyos testimonios nos rodean; una civilización que sirve de base común y
de orientación fundamental a los proyectos históricos de todos los pueblos que la
comparten.
Cualquier comunidad campesina, por ejemplo, tiene su asentamiento en función de los
requerimientos locales del cultivo del maíz, sus casas, el espacio interno y externo tiene
que ver con el maíz. Hay una cultura viva, un acerbo de conocimientos acumulados
durante siglos, con esquemas de valores profundamente arraigados, con formas
particulares de organización social.
Así, los mexicanos que no dominan alguna lengua indígena -según Bonfil- han perdido
la posibilidad de entender mucho del sentido de nuestro paisaje cultural, cuya historia
esta en los toponímicos, muchos de los cuales --a pesar de los esfuerzos de la colonia y
de la república-- aun perduran en su origen mesoamericano. Lo mismo ocurre con el
idioma castellano de los mexicanos que incluye una gran cantidad de vocablos de
procedencia india. El punto que quiere probar Bonfil es que las lenguas indígenas
poseen una terminología más rica que el español pues otorgan un conocimiento mas
preciso de las características botánicas del maíz, lo cual es normal en otros muchos
casos de especialización lingüística y ocupación del entorno.
Otro tanto ocurre con los rostros, afirma Bonfil. Y aquí entra a una disquisición
pertinente en el sentido de reconocer las determinaciones sociales y culturales en los
procesos de reproducción biológica. Sin embargo, nuestro autor defiende la idea
arraigada acerca de una población de 25 millones de personas en el territorio de México
antes de la llegada de los europeos, lo cual es difícil de aceptar. En todo caso, defiende
el argumento de que la mayoría de la población tiene rasgos indios por esta mayoría
demográfica. También insiste en que no se vive una democracia racial; de que el
mestizaje no ha ocurrido de manera uniforme, sino a partir de las concepciones de
superioridad de una raza.
Lo que enfatiza Bonfil en este aspecto es que el rostro indio de la gran mayoría de la
población indica la existencia, a lo largo de cinco siglos, de formas de organización
social que hicieron posible la herencia predominante de esos rasgos. Esto fue resultado
de la segregación colonial que estableció espacios sociales y culturales para la
reproducción indígena.
Bonfil sostiene que no hay mucha diferencia somática entre indios y mestizos, debido a
que estos forman el contingente de indios desindianizados. Esto es, poblaciones que se
han visto forzadas a renunciar a su identidad indígena por la acción de fuerzas etnocidas
que terminan con impedir la continuidad histórica de un pueblo como unidad social y
culturalmente diferenciada.
De la misma manera, Bonfil explica las características somáticas de los grupos que
detentan y heredaron riqueza y poder a partir de la negativa de lo indio, del rechazo a
cualquier vinculación real con la civilización mesoamericana, que es el espejo en el que
no queremos miramos.
En la parte final, Bonfil desarrolla el tema de la población que efectivamente es
reconocida como perteneciente a un pueblo indio: los indios genéricos, los remanentes
del pasado, lo que quedo de aquello. No habiendo una definición jurídica de la
condición de indio, --esbozada en el antiguo cuarto y en el actual segundo artículos
constitucionales--, los censos registran cantidades que son discutidas y puestas en duda;
incluso es pertinente referir al llamado “etnocidio estadístico”. Desarrolla en esta
sección una caracterización de pueblo o grupo indígena como proveniente de una
historia particular, que de generación en generación trasmite una cultura, misma que es
definida como abarcando objetos y bienes materiales territorios recursos naturales, que
contiene formas de organización social, conocimientos, valores, todo lo cual conforma
una identidad; saberse y asumirse como integrante de un pueblo y ser reconocido como
tal por propios y extraños, esto es, la auto adscripción y la adscripción de los otros que
plantea Frederick Barth, en la obra colectiva coordinada por él, Los Grupos étnicos y
sus fronteras.
En esta dirección, Bonfil define al indio como el que pertenece a una colectividad
organizada (un grupo, una sociedad, un pueblo), que posee una herencia cultural propia
que ha sido forjada y transformada históricamente por generaciones sucesivas. A partir
de estos criterios resulta difícil saber cuantos pueblos indios hay en México, o cual es el
número de la población indígena.
También, nuestro autor refiere a la atomización histórica de los pueblos, reducidos a lo
local, haciendo una especie de clasificación en pueblos continuos, como los Mayas,
pueblos históricos, como los Zapotecos, cuya diversidad histórica ha sido acentuada por
la dominación colonial, y los pueblos en riesgo de extinción por la acción etnocida.
Con todo, Bonfil trata de argumentar la existencia de una civilización única como la
matriz cultural de todos los pueblos de México, el trasfondo cultural común, así como la
experiencia también común de la dominación colonial.
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A partir de esta base trata de describir un perfil de la cultura india, de la que se destaca:
Noción del salario ajena; la tierra no se concibe como mercancía; unidad inseparable
entre grupo y territorio; autoridad unida al prestigio social, civil, religioso, moral;
economía de prestigio; concepción cíclica del tiempo; actividad productiva principal: la
agricultura (maíz, fríjol, calabaza, chile); armonía con la naturaleza; autosuficiencia;
bajo nivel de acumulación de excedentes; participación activa de la mujer; endogamia.
Estos son elementos que --de acuerdo con el autor-- constituyen lo que el llama la
cultura autónoma de los pueblos, esto es la que se fundamenta en la herencia cultural
que cada pueblo recibe y sobre la cual ejerce control y decisión. Con base en esta
cultura autónoma cada grupo se adapta a las nuevas circunstancias, resiste, se
transforma.
En el capitulo III, Bonfil plantea –dicotomicamente-- una tesis sobre la cultura nacional:
esta no existe como tal sino en realidad constituye un conjunto heterogéneo de formas
de vida social disímil y aun contradictoria. Mientras en los indios todo es unidad y
coherencia en las culturas de los no indios se carece de ambas, haciendo una revisión de
la diversidad regional, del contraste entre lo rural y lo urbano y, finalmente, después de
76 páginas, menciona las diferencias culturales que obedecen a la división jerárquica de
la sociedad en estratos y clases.
Después de expresar esta tesis, Bonfil pasa al análisis más detallado de ciertos sectores:
el mundo campirano, que es descrito por nuestro autor como comunidades con cultura
india que han perdido la identidad correspondiente, la lengua, comunidades indias que
no saben que son indias.
Lo indio en las ciudades. A pesar de ser la ciudad un bastión colonial, el indio se
encuentra en ella. Había segregación espacial a través de los barrios indios, mismos que
han sido amenazados o destruidos por los procesos de urbanización modernos. Pese a
esto, persisten las mayordomías, en algunos casos, la lengua, la familia extensa, ritos y
celebraciones. También la identidad india subsiste enmascarada, clandestina, siendo la
ciudad de México la localidad con más indios en todo el hemisferio.
En la sección “La raza de bronce y la gente linda”, Bonfil plantea la exaltación
ideológica de lo indio por parte del Estado; el nacionalismo oficial que exalta al indio
muerto en el arte, principalmente en el muralismo, en los museos, en las zonas
arqueológicas. Como fin de esta sección, Bonfil vuelve a reiterar su tesis acerca de la
escisión cultural de la sociedad mexicana que se expresa en el enfrentamiento de dos
civilizaciones, la mesoamericana india y la occidental cristiana, pero aquí lo hace de una
manera tal que otorga a esa ruptura un papel “que determina la estructura y la dinámica
cultural de la sociedad mexicana”, como una estructura dual.
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A manera de reflexión final
No cabe duda de la importancia de esta obra de Guillermo Bonfil como antecedente
teórico del movimiento de rebeldía indígena iniciado por el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional el 1 de enero de 1994, mismo que, lamentablemente, no pudo
analizar por su muerte prematura. Sin embargo, en su momento plateamos nuestra
crítica a esta visión etnicista y dicotomica de lo indígena versus el México imaginario.
Desde nuestras posiciones, los indígenas no enfrentan un mundo genérico “occidental”
sino a clases sociales específicas y sus representantes en el aparato de Estado. Las etnias
existen firmemente relacionadas con la estructura socioeconómica y política en que se
insertan. De aquí que las entidades étnicas no son concebidas como “armónicas” o
“equilibradas”, sino incididas por su integración en la matriz clasista y por las
contradicciones inherentes a la misma. Con todo, esta crítica no demerita la significativa
aportación de Bonfil a los procesos liberadores y autonómicos de su México Profundo.