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EDUCACIÓN EMOCIONAL: ¿PARA QUÉ?Antes incluso de aprender a caminar, y mucho antes de aprender a leer, ya aprendemos a
relacionarnos con el mundo a través de nuestras emociones. Desde la cuna ya mostramos
nuestros instintos básicos y universales que nadie nos ha enseñado: sabemos reír y sabemos
llorar.
Durante muchos siglos, la educación no ha contemplado nuestros sentimientos como objeto de
estudio, pero, afortunadamente en los últimos años, por fin la ciencia está respaldando la
importancia de la gestión de las emociones frente a los contenidos académicos.
Para aprender de nuestras emociones es requisito indispensable interactuar con los demás, y qué
mejor lugar para desarrollar la inteligencia emocional que la escuela, el primer espacio de
aprendizaje social en el que nos vemos inmersos desde que nacemos. Como bien dice Eduard
Punset:“La inteligencia, sea emocional o de cualquier tipo, o es social o no es inteligente.”
Entonces, ¿qué enseñamos cuando educamos las emociones?
Para Rafael Bisquerra “La educación emocional tiene como objetivo el desarrollo de las
competencias emocionales y del bienestar. Se basa en el principio de que el bienestar es
uno de los objetivos básicos de la vida personal y social.
Las ciencias del bienestar, y en concreto la psicología positiva, la inteligencia emocional y la
educación emocional aportan evidencias de lo que funciona y de lo que no. Estos conocimientos
deben ser difundidos a través de la educación, con el objetivo de desarrollar competencias
básicas para la vida que permitan alcanzar un mejor bienestar.”
Por ello, la educación emocional debe iniciarse en las primeras etapas de la vida, pero debe
extenderse a lo largo de todo el ciclo vital. Las competencias emocionales que debe desarrollar
la educación emocional son:
conciencia emocional regulación emocional autogestión inteligencia interpersonal habilidades de vida y bienestar
Pero hay que tener en cuenta, que adquirir estas competencias no es como aprender a resolver
una ecuación de segundo grado o saber distinguir el complemento directo en una oración. Son
competencias que se han de trabajar diariamente, semanalmente, a lo largo de un curso y
durante todos los cursos de la vida académica. Se necesita una cantidad adecuada y una
continuidad. Se necesitan programas de educación emocional en los centros que tengan
como objetivo final que los niños y jóvenes sean más felices, y también los docentes, porque un
docente feliz transmite su felicidad a sus alumnos.
¿Qué deberían contener los programas de educación emocional?
Necesariamente deben surgir de la sensibilización y de un compromiso de la comunidad
educativa, una actitud abierta ante la educación que no es puramente “académica” y que sin
embargo es tan necesaria.¿Acaso un profesor no dedicaría una hora a la semana a tratar
aspectos emocionales con sus alumnos si ésto revirtiera en un ambiente más cálido, tranquilo y
más predispuesto al aprendizaje y por tanto un mayor bienestar de todos?
Como en todos los ámbitos de la vida, no existen recetas mágicas, y el resultado depende de
multitud de factores, pero los estudios han demostrado que los programas de educación
emocional tienen un efecto positivo en el desarrollo de las personas que lo realizan, y que a
diferencia de la mayoría de los contenidos curriculares no se olvidan nunca y sirven a lo largo de
toda la vida.
¿Qué se puede hacer en un centro educativo para que sus alumnos sean más felices?
Contemplar el bienestar de los alumnos como objetivo curricular. Dedicar espacios y tiempos en el centro y en las aulas para desarrollar emociones
positivas. Practicar técnicas de relajación, mindfulness o cualquier otra técnica que ayude a tomar
conciencia del valor de la calma y el silencio para el bienestar físíco y psicológico. Introducir el valor del juego en el aprendizaje, ya que aprender no tiene por que ser
aburrido. El sentido del humor no está reñido con la disciplina, e incluso puede afianzar una buena relación entre profesor y alumno basada en la confianza y el respeto.
Favorecer y crear un entorno psicológicamente “seguro”, donde no quepan los miedos: ni al aprendizaje, ni a los profesores, ni a los compañeros, ni a los exámenes…
Utilizar al máximo técnicas de trabajo colaborativo, donde los alumnos interactúen con sus pares y con los profesores en el logro de un objetivo común, y donde puedan desarrollar y experimentar sus competencias emocionales.
Tratar a los alumnos y a los compañeros como se espera que se comporten, no como se cree que son. La “profecía autocumplida” o el “efecto Pigmalión” son un fenómeno real.
Utilizar siempre un lenguaje positivo, y destacar los aciertos por encima de los errores, dándoles a estos últimos su valor necesario como experiencia de aprendizaje.
Pero lo más importante de todo, lo que nos debe impulsar cada vez más a contemplar la
educación emocional en nuestras escuelas es que el bienestar personal y social se puede
aprender, y se puede aumentar. El tema del fracaso escolar, que tanto se mide y del que tanto se
habla y del que parece ser no se encuentra remedio, podría reducirse enormemente si se tuviera
en cuenta a la hora de diseñar los curriculums obligatorios algo tan demostrado por la ciencia
como que el aprendizaje se dificulta en gran medida cuando nuestro estado de ánimo está
alterado, o que tendemos a evitar aquello que nos produce emociones negativas, mientras que
nos aproximamos a aquello que nos produce emociones positivas.
No se necesitan grandes cambios, es tan sólo cuestión de cambiar la mirada y focalizarla en sitios
donde no nos habíamos parado a mirar. Y sólo con eso se puede cambiar la vida de muchas
personas… Como dice Luis López, autor y coordinador del libro “Maestros del corazón”:
“Es maestro del corazón todo aquel docente que se siente persona y que parte de la base de que
en frente tiene personas que sienten, que sufren, que dudan…, y que están construyendo un
proyecto de vida.”