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EN: Jos del Valle y Luis Gabriel-Stheeman (eds.). La batalla del
idioma: la intelectualidad hispnica ante la lengua. Vervuert /
Iberoamericana. 2004.
Nacionalismo, hispanismo y cultura monoglsica
Jos del Valle y Luis Gabriel-Stheeman
INTRODUCCIN
En la historia moderna de las culturas hispnicas, las primeras dcadas del siglo XIX
estuvieron marcadas por los movimientos independentistas que dieron lugar a la
formacin de la mayora de las naciones latinoamericanas. Conviene recordar de entrada
que, como bien muestra el estudio de Carlos Rama (1982), la independencia de las
colonias espaolas no fue un fenmeno exclusivamente poltico, y que vino acompaada
de proyectos de emancipacin en el mbito de la produccin de ideas y la vida
intelectual. El liberalismo latinoamericano se forj, por supuesto, en contacto con
intelectuales espaoles, tal como seala el propio Rama (67-102); pero el fracaso del
proyecto liberal espaol (manifiesto en la sumisin a Napolen, entre 1808 y 1814, y el
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posterior retroceso, entre 1814 y 1833, durante el reinado de Fernando VII) ayud sin
duda a que los lderes intelectuales de la independencia desplazaran su atencin de la
antigua metrpolis hacia los mundos anglosajn y francs. Si estos pases representaban
el progreso y la modernidad y funcionaban como guas para las jvenes naciones
latinoamericanas, en el imaginario de aquellos americanos Espaa segua asociada a la
Inquisicin y a las estructuras reaccionarias de las sociedades tradicionales. En efecto,
junto a la independencia poltica se produjo una suerte de cisma cultural que habra de
afectar profundamente la vida intelectual espaola y latinoamericana, en tanto que
condicionaba de un modo fundamental la visin y utilizacin del espacio transatlntico
que dejaba vaco el desmoronado imperio.
Naturalmente, en Amrica Latina la independencia trajo consigo la urgente necesidad de
crear las estructuras administrativas y los contenidos culturales propios que habran de
materializar las nuevas naciones. Tambin en Espaa, a pesar de que sta posea el
entramado poltico y el pedigr de una de las ms viejas naciones-Estado europeas,
intelectuales y polticos liberales se enfrentaban por su parte al reto de crear una nacin
moderna que sirviera los intereses de la que poco a poco se iba convirtiendo en la nueva
clase social dominante, la burguesa. En este proceso de construccin nacional, result
ser decisivo el ordenamiento postcolonial de la relacin con la Amrica hispnica, as
como la incorporacin de este nuevo orden transatlntico al tambin nuevo imaginario
espaol (tal como apuntarn los estudios aqu incluidos de Valera, Unamuno y Menndez
Pidal). As pues, a lo largo del XIX, tanto Espaa como sus antiguas colonias se
enfrentaron a los retos de la modernidad esforzndose por constituirse y consolidarse
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como entidades nacionales viables y de pleno derecho. La extraordinaria diversidad de
las circunstancias que determinaron (y, por supuesto, an determinan) la evolucin de
cada pas no debe ocultar la relevancia de un hecho por todos compartido, y que
consideramos central para comprender el diseo de los muchos perfiles nacionales
hispnicos y las mltiples tensiones que condicionaron su desarrollo: el pasado colonial y
su descendiente moderno, la comunidad hispnica.
LAS DOS FASES DEL NACIONALISMO
Los creadores y guardianes de la ideologa nacionalista tienden a concebir la nacin
como una entidad eterna, natural y objetiva. El mundo est naturalmente dividido en
naciones, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, definidas por una serie de
rasgos objetivos. Frente a esta visin (que, lo admitimos, supone una caricaturesca
simplificacin del lenguaje nacionalista), los estudios contemporneos del fenmeno han
tendido a enfatizar su carcter moderno y subjetivo (p. Ej. Anderson, Gellner, Hobsbawm
y, para una revisin de la historiografa del nacionalismo, Smith 2000).
Las tesis modernistas sitan el origen de la nacin tras la Era de las Revoluciones, cuando
el poder del Estado se desplaz de la monarqua, la aristocracia y los intereses que stas
representaban hacia la burguesa. Tan radical transformacin en las fuentes del poder
trajo consigo un desplazamiento paralelo de la soberana, de Dios al pueblo. En el mismo
contexto histrico en que se producan estos cambios, tena lugar tambin la construccin
romntica del pueblo y el diseo poltico del ciudadano, as como la identificacin
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conceptual de ambos con el Estado. Sera la confluencia de estas transformaciones
materiales e ideolgicas en un perodo histrico lo que posibilitara la irrupcin de la
nacin en el imaginario poltico.
De entre las visiones modernistas que asignan un papel central a la lengua en el diseo de
la nacin, quiz sea la de Benedict Anderson (1983) la ms emblemtica (pero no por ello
menos disputada): la nacin como comunidad imaginada, como conjunto de individuos
que, sin haberse visto ni odo jams, se imaginan, de alguna manera, iguales gracias a una
lengua verncula comn y a un tambin comn peregrinar por los caminos que traza la
estructura administrativa del Estado. Es la de Anderson una visin radicalmente
constructivista de la nacin e ingenuamente instrumental de la lengua. Frente a ella se
sitan desde luego los discursos nacionalistas de base cultural que ven encarnado en la
lengua el espritu del pueblo. No es ste el lugar para entrar en la polmica sobre si el
nacionalismo precede a la nacin o viceversa; pero nos atreveremos a afirmar que la
existencia conceptual de esta ltima posibilita el despliegue de discursos nacionalistas,
que en base a tal existencia reivindican para este tipo de agrupacin humana el derecho al
autogobierno. Por eso, detrs de todo discurso nacionalista se encuentra un modo de
concebir la nacin, un modo de concebirla que, por cierto, no es constante. De ah que
hallemos concepciones primordialistas e instrumentalistas, perennialistas y modernistas,
constructivistas y etnosimblicas (vase Smith 2000 para una revisin crtica de todas
ellas). Este carcter polidrico del nacionalismo (que, en un sentido, es la condicin
modular que le atribuye Anderson y que le permite manifestarse en contextos diversos) se
basa en la multiplicidad de elementos (con frecuencia contradictorios) disponibles para la
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definicin de la entidad nacional. De este modo, los agentes del nacionalismo echan
mano de aquellos elementos de ese amplio repertorio que en un momento dado, en un
contexto concreto, ms les convienen. Uno de esos elementos es sin duda la lengua, que
se prestar a desempear mltiples funciones segn los elementos que la acompaen y
segn las necesidades polticas concretas de los autores del discurso nacionalista en
cuestin.
Volveremos abajo al asunto lingstico, pero detengmonos aqu para trazar a grandes
rasgos la evolucin de los discursos nacionalistas a lo largo del XIX. Seguiremos el
estudio realizado por Hobsbawm de los textos en que se manifest la ideologa
nacionalista y de la concepcin de la nacin implcita (o explcita) en los mismos. Esta
visin del fenmeno nos permite dibujar el teln de fondo histrico frente al cual
desarrollaremos nuestro estudio propiamente hispnico y propiamente lingstico.
Segn Hobsbawm, a lo largo del siglo XIX avanz la primera fase del nacionalismo,
favorecida por la burguesa liberal y en estrecha relacin con el desarrollo del
capitalismo. En este perodo, los grandes Estados nacionales (muchos de los cuales
haban surgido durante el Renacimiento) completaron su construccin. La correlacin
entre capitalismo y desarrollo nacional que establecan los textos estudiados por
Hobsbawm tena un claro corolario: slo territorios en los cuales fuera posible el
crecimiento econmico basado en el libre mercado podran ser considerados naciones. A
esta condicin se refiere Hobsbawm como el principio del umbral (el threshold principle)
o, en traduccin que preferimos, el principio de viabilidad. La idea representada por este
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principio la ilustran ejemplarmente las siguientes palabras del economista liberal alemn
del ochocientos Friedrich List:
Una poblacin numerosa y un territorio extenso dotado de mltiples recursos
nacionales son requisitos indispensables de toda nacionalidad normal... Una
nacin territorial y demogrficamente limitada, especialmente si tiene su propia
lengua, slo puede poseer una literatura disminuida e instituciones incapaces de
promover el arte y la ciencia. Un Estado de pequeas dimensiones no podr jams
llevar a la perfeccin dentro de su territorio las diversas ramas de la produccin
(cit. en Hobsbawm 1992: 30-1; salvo que se indique lo contrario, las traducciones
son nuestras).
Segn Hobsbawm, adems del principio de viabilidad, el lenguaje del liberalismo
decimonnico estableca de modo implcito tres criterios adicionales para la
determinacin de la entidad nacional de un territorio: Asociacin histrica con un
Estado... una elite cultural bien establecida y en posesin de una lengua verncula
nacional de uso administrativo y literario... y una demostrada capacidad de conquista
(37-8). Si bien notamos que uno de estos criterios es lingstico, de nuevo siguiendo a
Hobsbawm, matizamos que en el discurso nacionalista liberal decimonnico, la conexin
entre lengua y nacin se afirma todava de modo poco enftico (al menos hasta 1880,
poca en la cual, como enseguida veremos, cobrara mpetu la segunda fase del
nacionalismo). La existencia de una lengua nacional era desde luego un criterio
definitorio, pero se daba por hecho que todos los ciudadanos la adoptaran como modelo
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de conducta lingstica ante las obvias ventajas materiales que se derivaran de su
conocimiento y uso. Es ms, la presencia de otras lenguas y de otros usos lingsticos en
el territorio nacional no se perciba como una amenaza sino como una situacin natural
(motivo incluso de orgullo) que, de un modo igualmente natural, se ira modificando
segn los duros dictados de las leyes del progreso. As se expresaba, a mediados de siglo,
el reverendo gals Griffiths: Dejmosla [la lengua galesa] morir en paz, limpia y
honrosamente. Por muy ligados a ella que nos sintamos, pocos querrn posponer su
eutanasia. Sin embargo no habr sacrificio lo bastante grande para impedir su asesinato
(cit. en Hobsbawm 1992: 36).
A partir de 1880, como acabamos de indicar, empez a adquirir protagonismo un nuevo
tipo de nacionalismo. Proliferaban ahora los movimientos nacionalistas para los cuales el
principio de viabilidad dejaba de ser relevante y adquiran prominencia especial los
criterios tnicos y lingsticos. Las causas de este nuevo desarrollo son muchas y
complejas, pero, de entre ellas, sealaremos dos que encontramos particularmente tiles
para examinar las posiciones adoptadas por la filologa y la lingstica moderna frente a
las lenguas y el lenguaje, y para analizar el papel de estas disciplinas en los proyectos de
construccin nacional que aqu nos ocupan. El primero es la democratizacin de la
poltica, que redujo la distancia entre el ciudadano y las instituciones del poder poltico.
La burguesa capitalista, para anclar su poder en el pueblo soberano, deba crear
mecanismos que permitieran la intervencin (o la apariencia de intervencin) del pueblo
en las cuestiones de Estado. Al mismo tiempo, y en parte como consecuencia de lo
anterior, los defensores del Estado nacional capitalista se vean obligados a crear
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mecanismos de control ms o menos sutiles que garantizaran la lealtad del individuo al
sistema dominante. As fue cmo el Estado moderno penetr en la vida cotidiana del
ciudadano, por medio de la escuela, el ejrcito, la polica, el correo, el censo, el telgrafo
o el ferrocarril. Esta compleja red administrativa y de comunicaciones facilitaba la
propagacin de ideas de arriba abajo, pero posibilitaba tambin la rpida difusin de
pensamientos contrarios al orden establecido. Hacia finales del XIX, los nuevos
nacionalismos populares competan con los viejos estados nacionales por ganarse la
lealtad de los ciudadanos. En consecuencia, aqullos se vean obligados a hacer uso del
aparato ideolgico del Estado para propagar su idea de la nacin y para integrar en ella al
pueblo, persuadindolo de su pertenencia a un todo nacional, cultural y lingstico. Se
consolidaba precisamente en esta interseccin (del nacionalismo cvico de las viejas
naciones-Estado con el tnico de las nuevas naciones) el poder simblico de la lengua en
la elaboracin de discursos nacionalistas y en su proyeccin sobre la praxis poltica.
Otra de las causas de la aparicin del nuevo nacionalismo fue el impacto de los grandes
movimientos de poblacin. Las migraciones pusieron en contacto a gentes que hablaban
dialectos diversos y lenguas ininteligibles, y aumentaron la diversidad lingstica, social
y cultural de los centros urbanos. El crecimiento y mayor protagonismo de grupos
sociales tradicionalmente alejados del poder poltico (debido en parte a la movilidad de la
sociedad liberal capitalista) pareca debilitar el orden lingstico, cultural y poltico que
en la primera fase del nacionalismo no haba sido cuestionado. Junto a la burguesa
urbana y su elite cultural crecan nuevos grupos de poblacin, y sus usos lingsticos (as
como otros patrones de conducta) exhiban una desconcertante distancia respecto de la
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lengua estndar. La emergencia de estos elementos centrfugos provoc a su vez la
intensificacin de las actividades centrpetas homogeneizantes. Estas tendencias, como ha
indicado Beatriz Gonzlez-Stephan, se manifestaban con frecuencia en la elaboracin de
escrituras disciplinarias, es decir, textos civilizadores de la subjetividad: constituciones,
manuales de urbanidad y buena conducta y, por supuesto, gramticas:
El proyecto de nacin y ciudadana fue un imaginario de minoras pero... se
postul como expansivo, y que efectivamente tuvo la capacidad de englobar-
domesticar a comunidades diferenciales que ofrecan resistencia a costa de no
fciles negociaciones (1995: 25).
En resumen, la emergencia de nuevos nacionalismos que daban prioridad a los elementos
tnicos y lingsticos en su diseo de la nacin y el creciente protagonismo de grupos
sociales marginales forzaron a los agentes del nacionalismo liberal a reaccionar
intensificando la produccin de discursos que, frente a aqullos, les aseguraran la lealtad
de los ciudadanos y su fe en la unidad indivisible de la nacin-Estado.
LOS DESAFOS AL NACIONALISMO ESPAOL
Si se acepta la visin del nacionalismo previamente delineada, parece razonable sugerir
que la Espaa del XIX era una candidata ideal para la construccin de una de las grandes
naciones-Estado europeas. Sus dimensiones garantizaban en la prctica el cumplimiento
del principio de viabilidad; su asociacin histrica con un aparato estatal resultaba
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incuestionable; su capacidad de conquista an poda ser soada gracias a la historia
imperial (un imperio cuyos restos an sobrevivan), as como a, segn seala Raymond
Carr, ms recientes aventuras expansionistas:
La captura de Tetun evoc una apoteosis nacional del ejrcito con la reina como
heredera de la Gran Isabel. La guerra no trajo consigo una expansin territorial...
pero vindic la misin espaola contra el infiel y saci la sed de regeneracin
nacional... era prueba de que el patriotismo nacional todava poda aunar las
lealtades regionales en los aos sesenta (Carr 1982: 261).
Finalmente, la existencia de una elite cultural leal a la lengua verncula de uso
administrativo y literario era un hecho. Se trataba del legado natural de una larga
tradicin que se remontaba a la corte alfons y al humanismo renacentista, que haba
culminado en 1713 con la creacin de la Real Academia Espaola, que tendra
continuidad en el siglo XX en forma de una prestigiosa escuela de estudios filolgicos y
lingsticos (como se ver en el captulo 5) y que se mantiene en el XXI gracias a
instituciones lingsticas y culturales de gran proyeccin meditica patrocinadas por el
Estado y por corporaciones privadas (asunto al que nos referiremos en el captulo 9).
A lo largo del siglo XIX, en Espaa se fue desarrollando un proyecto para la articulacin
del Estado como nacin moderna: el ferrocarril, la red de oficinas y servicios de correo
postal, la creacin de bancos nacionales, la expansin del sistema educativo y la apertura
de oficinas del gobierno en todas las provincias, fueron algunos de los logros asociados
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con la modernizacin y la construccin nacional. Segn Garca de Cortzar y Gonzlez
Vesga, la Constitucin de 1812 ya haba sentado las bases para la unificacin:
Hasta el ms mnimo detalle es regulado por la Constitucin de 1812, cuyo diseo
de Estado unitario impona los derechos de los espaoles por encima de los
histricos de cada reino. La igualdad de los ciudadanos reclamaba una burocracia
centralizada, una fiscalidad comn, un ejrcito nacional y un mercado liberado de
la rmora de aduanas interiores. Sobre estos cimientos, la burguesa construir, a
travs de los resortes de la administracin, la nacin espaola, cuya idea vena
siendo perfilada desde el siglo anterior (1999: 431).
Con todo, este proceso no fue fcil, y habra de enfrentarse a desafos tanto internos como
externos (muchos de los cuales an son condicionantes de la vida poltica y cultural
espaola a principios del siglo XXI). La industrializacin era lenta, a pesar de lo
prometedor que, segn Pierre Vilar (1985: 73-5), haba resultado el progreso econmico
y demogrfico del XVIII. Adems, a lo largo del siglo, a las presiones de los movimientos
secesionistas latinoamericanos se sum el espectro del secesionismo en la periferia
espaola. El carlismo, movimiento asociado con ideologas tradicionales y con el
mantenimiento de los privilegios del Antiguo Rgimen, exiga la preservacin de las
singularidades fiscales y legales del Pas Vasco. A finales de los sesenta, el creciente
poder de los federalistas en el seno del Partido Democrtico provoc la salida de los
unitarios, que vean peligrar la unidad de Espaa. El vigor de las fuerzas centrfugas se
intensific cuando, hacia el fin de siglo, los ecos del nuevo nacionalismo llegaron a
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Espaa. La aparicin de estos movimientos en Catalua, Pas Vasco y Galicia planteaba
un serio problema a la articulacin poltica nacional y a la definicin cultural unitaria de
Espaa. La historia, debido en parte a la ausencia de un sistema natural de
comunicaciones, haba generado un alto grado de diversidad lingstica, cultural y
econmica que se haba vuelto an ms complejo con la industrializacin y el
crecimiento urbano.
Desde una posicin nacionalista, como veremos ms abajo al discutir la monoglosia y el
dogma del homogenesmo, esta diversidad cultural y lingstica tena que ser vencida
tanto material como ideolgicamente. La intervencin del aparato ideolgico del Estado
se haca as necesaria. Su misin sera la configuracin de un espacio homogneo que
garantizara la unidad nacional, cultural y lingstica de Espaa: La identificacin del
Estado con una nacin... implicaba una homogeneizacin y estandarizacin de sus
habitantes, esencialmente, por medio de una lengua nacional codificada (Hobsbawm
1992: 93).
La aparicin en la escena cultural y poltica de los movimientos centrfugos, unida a la
lenta industrializacin, produjeron una sensacin de crisis que se vio reflejada en las
polmicas intelectuales que giraban en torno al problema de Espaa, es decir, al atraso
cientfico y cultural de la nacin con respecto a sus vecinos europeos. La polmica de la
ciencia espaola y el debate sobre la intolerancia religiosa y la Inquisicin, revelaban las
preocupaciones que perseguan a los intelectuales del cambio de siglo: dudas sobre la
dignidad del pasado de Espaa y desolacin ante el vaco intelectual que caracterizaba su
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tiempo (ver Prez Villanueva 1991: 82-5; Varela 1999). La sensacin de inseguridad
nacional provocada por la inestabilidad poltica y econmica, por el peligro de
desintegracin, por la crisis de identidad cultural y por la apata general, alcanz niveles
sin precedentes tras la infame derrota del 98 ante los Estados Unidos y la consiguiente
prdida de los restos del viejo imperio. El resultado de la guerra hispano-americana,
inmortalizado como El Desastre, fue escogido por la historiografa espaola para
representar el sentimiento generalizado de crisis con el cual los intelectuales espaoles se
adentraron en el siglo XX.
LA PERSISTENCIA DEL IMPERIO CULTURAL
A pesar del carcter irreversible de las independencias latinoamericanas, a lo largo del
XIX los gobiernos espaoles perseveraron en sus intentos por recuperar el control de las
viejas colonias, tanto por la va militar (Pike 1971: 3) como por la va de la diplomacia
cultural. La organizacin de congresos y simposios, as como la publicacin de revistas
tales como La Ilustracin Ibrica, La Revista Espaola de Ambos Mundos y La
Ilustracin Espaola y Americana, perseguan crear un clima de armona que, por un
lado, preparara el terreno para el futuro establecimiento de vnculos comerciales, y por
otro, promoviera la imagen de una civilizacin hispnica con races en Espaa y
extendida por las Amricas. Una de las primeras revistas que asumieron esta ideologa
fue La Revista Espaola de Ambos Mundos, que en su primer nmero afirmaba:
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Destinada a Espaa y Amrica, pondremos particular esmero en estrechar sus
relaciones. La Providencia no une a los pueblos con los lazos de un mismo origen,
religin, costumbres e idioma para que se miren con desvo y se vuelvan las
espaldas as en la prspera como en la adversa fortuna. Felizmente han
desaparecido las causas que nos llevaron a la arena del combate, y hoy el pueblo
americano y el ibero no son, ni deben ser, ms que miembros de una misma
familia; la gran familia espaola, que Dios arroj del otro lado del ocano para
que, con la sangre de sus venas, con su valor e inteligencia, conquistase a la
civilizacin un nuevo mundo (Fogelquist 1968: 13-4, el nfasis es nuestro).
El movimiento que inspir las iniciativas de la diplomacia cultural comenz poco
despus del nacimiento, en los aos veinte, de las repblicas latinoamericanas. Nos
referimos, por supuesto al hispanismo, tambin llamado hispanoamericanismo o
panhispanismo. Aunque resulta extremadamente difcil definirlo con precisin, se puede
afirmar, a partir del excelente estudio ya clsico de Pike, que el hispanismo abraza al
menos las siguientes ideas: la existencia de una singular cultura, forma de vida,
caractersticas, tradiciones y valores, todas ellas encarnadas por la lengua; la idea de que
la cultura hispanoamericana es simplemente cultura espaola trasplantada al Nuevo
Mundo; y la nocin de que la cultura hispnica posee una jerarqua interna en la que
Espaa ocupa una posicin hegemnica.
Contra el teln de fondo de los ya mencionados retos a los que se enfrentaba Espaa, el
hispanismo puede ser visto a la luz de dos interpretaciones, diferentes pero
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complementarias. En primer lugar, para poder aspirar a presentarse como un pas que se
hallaba a la altura de los Estados Unidos y de las potencias europeas (los cuales
establecan y representaban el carcter expansionista de la nacin moderna), Espaa tena
que demostrar alguna suerte de preeminencia sobre sus antiguas colonias, especialmente
ante las polticas cada vez ms intervencionistas de Estados Unidos en esas tierras. Como
la hegemona militar y econmica estaban fuera de toda posibilidad, la solucin cultural,
que de modo latente ofreca el hispanismo (la persistencia del imperio cultural), se
convirti en un instrumento esencial para alcanzar el deseado nivel de prestigio
internacional. Es de suma importancia sealar que el efecto de este prestigio se debera
sentir no slo ante los vecinos europeos y Estados Unidos, sino tambin dentro de la
propia Espaa. Lo cual nos conduce a la segunda de las interpretaciones que creemos
iluminan la razn de ser del hispanismo. Como ya hemos mencionado, Espaa se
enfrent a un proyecto de construccin nacional a lo largo del ochocientos que se hubo de
enfrentar al cuestionamiento de la integridad nacional por el desarrollo de movimientos
nacionalistas en la periferia. En tal contexto, las nociones propuestas por el hispanismo
proporcionaban las anheladas seas de identidad que Espaa poda exhibir ante quien se
atreviera a cuestionar su integridad y viabilidad como nacin moderna.
LA ACEPTACIN DE LA LENGUA COMO SMBOLO NACIONAL
Como ha indicado Hobsbawm (1992: 93), el proceso de unificacin que entraa el
desarrollo nacional implica la homogeneizacin de la ciudadana, es decir, la reduccin al
mnimo de las diferencias internas: las particularidades individuales y locales deben
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quedar subordinadas (y si es necesario sacrificadas incluso) a la identidad colectiva. A
partir del Romanticismo, como ya hemos visto, la lengua tiende a concebirse como la
encarnacin del Volksgeist y por lo tanto como instrumento preferido por los
nacionalismos para construir la identidad del grupo. Con todo, no slo los nacionalismos
de inclinacin romntica echaron mano de la lengua. Tambin otros movimientos, desde
los de carcter mayormente cvico hasta aquellos en los que pesaba ms el elemento
tnico y cultural, deban asumir y asuman la centralidad del idioma en la legitimacin de
la nacin: ya fuera porque se conceba como instrumento que posibilita el imaginarla
(como seala Benedict Anderson), como depsito de la realidad cultural en que se funda
el derecho al autogobierno (siguiendo la lnea de los romnticos alemanes), o como
smbolo en torno al cual se construye la lealtad del pueblo y se persigue la victoria en el
plebiscito cotidiano que asegura su supervivencia (del que hablaba Renan). Por ello, por
la centralidad de lo lingstico en la construccin nacional, se haca imperativo para
alcanzar la deseada igualdad ejercer un riguroso control sobre la lengua. As surge la
necesidad de asignarle a grupos de individuos selectos (el caso ingls) y a instituciones
concretas (el caso francs o espaol) la tarea de seleccionar, codificar y elaborar el habla
legtima, as como de desarrollar mecanismos que permitan influir en las prcticas y en
las actitudes lingsticas de los miembros de la comunidad en cuestin. En otras palabras,
en la nacin moderna, para alcanzar la deseada unidad lingstica (aunque, como
suceder sobre todo a partir de la mitad del siglo XX, no necesariamente el
monolingismo, cuidado), se disean estrategias y se dota a instituciones especializadas
para el ejercicio de una cuidadosa planificacin lingstica.
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Partamos de una definicin amplia y convencional de planificacin lingstica:
Ideas, leyes y reglamentos (poltica lingstica), normas de cambio, creencias y
prcticas destinadas a conseguir un cambio planificado (o a impedir que se
produzca un cambio) en el uso lingstico de una o ms comunidades. Dicho de
otro modo, la planificacin lingstica implica un cambio orientado hacia el futuro
y deliberado, aunque no siempre explcito, en los sistemas lingsticos codificados
y/o en el habla en un contexto social (Kaplan y Baldauf 1997: 3).
Uno de los procesos ms relevantes en los que participan los planificadores es la
estandarizacin. Se suele aceptar, siguiendo a Haugen (1972: 237-54), que este proceso
consta a su vez de cuatro subprocesos: seleccin, codificacin, elaboracin y aceptacin.
Durante el subproceso de seleccin se identifica una lengua verncula que sirva como
base al estndar que se pretende construir. La codificacin por su parte consiste en la
fijacin de la norma, es decir, de su fonologa, gramtica, lxico y ortografa. La
elaboracin supone la expansin del estndar de modo tal que pueda desempear un
nmero mximo de funciones, es decir, para que pueda ser utilizado en mltiples
contextos. Finalmente, la aceptacin consiste en que los planificadores traten de hacerse
con la lealtad y respeto del pueblo, persuadiendo a ste de que acate y, si interesa,
aprenda y use el estndar. Estos subprocesos no ocurren necesariamente en secuencia y
de hecho suelen coincidir (como se ver en al captulo 3).
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Las lenguas estndar desempean mltiples funciones: instrumental por ser usadas
para facilitar la actividad administrativa de la comunidad, comunicativa cuando son
adems el cdigo compartido en las interacciones cotidianas y, finalmente y sta es
la ms relevante para entender el objetivo del presente libro simblica, al
supuestamente encarnar el espritu de la nacin y/o representar (aunque sea en una
relacin arbitraria) la unidad nacional. Conferir a la lengua este poder simblico que hace
innecesaria su imposicin por va coercitiva, es con frecuencia uno de los mayores retos
para los planificadores:
Me atrevera a sugerir que el problema ms frecuente durante la instalacin de
una lengua nacional no tiene nada que ver con la expansin del vocabulario, la
estandarizacin de la gramtica o la ortografa, la suficiencia del sistema
educativo o la slida presencia de una lengua colonial. El problema es
simplemente que con frecuencia no existe una lengua que una mayora suficiente
de los ciudadanos acepte como smbolo de la identidad nacional (Fasold 1988:
185).
La planificacin puede desde luego concebir prcticas coercitivas: un funcionario, por
ejemplo, puede tener que demostrar un determinado nivel de conocimiento de una lengua
para poder acceder a ciertos puestos en la administracin; un editor de prensa puede tener
que comprometerse a usar una lengua dada o una variedad concreta de esa lengua para
recibir ayudas pblicas; un nio puede ser castigado por hablar una lengua vedada en la
escuela. Pero ninguna de estas medidas garantizan (ms bien al contrario) que la lengua
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en cuestin ser aceptada como smbolo de la comunidad. En este sentido, las estrategias
de persuasin suelen ser ms eficaces (y eficientes) que las coercitivas: El lingista con
su gramtica y lxico ya puede proponer lo que quiera, si faltan los mtodos que habran
de asegurarle la aceptacin... Al final todas las decisiones las toman los hablantes
(Haugen 1972: 178). Para tener xito, la planificacin debe persuadir a la gente de que
hablar de una determinada manera o albergar ciertas creencias sobre el lenguaje es
beneficioso, o mejor incluso, natural. En otras palabras, el objetivo de estas estrategias es
naturalizar y legitimar las prcticas y actitudes que las agencias al servicio de la
planificacin lingstica tratan de promover.
LA BATALLA DEL IDIOMA
Se entender ahora la importancia de la planificacin lingstica para el proceso de
construccin nacional emprendido por las nuevas naciones latinoamericanas y para el
movimiento hispanista, tan estrechamente asociado con la modernizacin de Espaa. Para
los intelectuales latinoamericanos involucrados en el proceso de desarrollo nacional,
controlar la lengua (su seleccin, elaboracin, codificacin) y establecer y propagar su
valor simblico (aceptacin) eran consecuencias naturales de la independencia. Para los
intelectuales involucrados en la creacin de la Espaa moderna, retener el control sobre
aquellos mismos procesos se haca necesario para demostrar la viabilidad de Espaa
como nacin. El lector recordar que, al ser una de las viejas naciones-Estado, Espaa
necesitaba elevar su imagen tanto internamente como en el escenario internacional; y,
para ello, ganarse la lealtad de sus viejas colonias se haca imperativo. El choque entre
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los discursos que verbalizaban estos dos proyectos en conflicto constituye lo que Carlos
Rama ha llamado la batalla del idioma (1982: 115-59).
Aunque en ambos discursos el carcter variable de las lenguas es un tema prominente y
con alta carga simblica, el tratamiento del cambio vara con cada autor, en tanto que
asumen diferentes visiones del grado y direccin en que la evolucin lingstica pueda
canalizarse. Llevaran los cambios inevitablemente a la fragmentacin del espaol o se
podra preservar la unidad? De ser as, quin debera estar a cargo de la canalizacin del
cambio para preservar esa unidad? stas son las preguntas que parecen yacer bajo la
batalla del idioma. Algunos autores, como Sarmiento (se ver en el captulo 2), no teman
a la fragmentacin del espaol y la vean como un paso hacia la consumacin de la
autonoma cultural de las nuevas naciones latinoamericanas. Otros, como Cuervo (y se
ver en el captulo 4), vean la futura fragmentacin como el resultado desafortunado
pero inevitable del cambio lingstico. Sin embargo, muchos otros, como Andrs Bello,
Juan Valera o Ricardo Palma, crean que la unidad lingstica se podra mantener a pesar
de la inevitable evolucin (los captulos 3, 4 y 5 darn ejemplos de ello). Por supuesto, el
mantenimiento de esta unidad requerira estrategias de planificacin lingstica bien
coordinadas y ampliamente aceptadas. Pero dnde resida la legitimidad de los
planificadores en la comunidad hispnica post-colonial? Las diferentes respuestas dadas a
esta cuestin revelaban tensiones subyacentes que entorpecan gravemente el deseado
consenso lingstico.
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En la seccin anterior sealbamos que la funcin simblica de las lenguas suele tener
mayor relevancia social que las funciones instrumental y comunicativa. De hecho, tal
como trataremos de mostrar en este libro, la batalla del idioma ha sido en realidad una
manifestacin de las luchas de poder asociadas con la elaboracin moderna del mapa
poltico y cultural de la comunidad hispnica.
LA CULTURA MONOGLSICA Y EL DOGMA DEL HOMOGENESMO
Ya se indic arriba que la identificacin entre lengua y nacin se volvi particularmente
intensa hacia finales del siglo XIX, cuando los viejos Estados nacionales sintieron el
desafo de los emergentes nacionalismos de base cultural. En aquel momento, los
Estados-nacin intensificaron el componente cultural de su discurso nacionalista para
asegurarse la lealtad de los ciudadanos por la cual tenan que competir con los nuevos
aspirantes a nacin. Esta era precisamente la situacin en Espaa, donde la aparicin de
los movimientos regionalistas cataln, gallego y vasco vino a perturbar el proceso de
desarrollo de una identidad nacional espaola. La identificacin de lengua y nacin en la
que se apoyan estos movimientos nacionalistas (todos ellos, cataln, espaol, gallego y
vasco) es la formulacin ms sinttica de los principios de la cultura lingstica
dominante en los tiempos modernos: la cultura monoglsica (vase Del Valle 2000).
Tomamos el trmino cultura lingstica del marco terico desarrollado por Harold
Schiffman en Linguistic culture and language policy (1996). Con l se hace referencia a
un conjunto de ideas, relativamente abstractas y supuestamente universales, sobre
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conceptos generales tales como lengua, habla, comunidad lingstica, alfabetizacin, etc.
En comunidades donde son prominentes las culturas lingsticas heteroglsicas, por
ejemplo, coexisten mltiples normas de comportamiento lingstico y las prcticas
verbales se pueden representar como un punto del que salen una serie de vectores que a
su vez representan la tendencia del habla a aproximarse a las distintas normas
disponibles, dependiendo de las complejidades del contexto o situacin comunicativa. Si
bien es posible que cada una de las normas est asociada con una cultura diferente, su
coexistencia y el modo complejo en que interactan se consideran naturales y pueden en
s mismas constituir una fuente de identidad grupal. No es simplemente la coexistencia de
mltiples normas lo que caracteriza a las culturas heteroglsicas; sino la posibilidad del
uso combinado de aquellas normas y su potencial como fuente de una identidad a su vez
compleja. Tal como ha mostrado Ana Celia Zentella (1997), los latinos en Nueva York
usan mltiples variedades de ingls y espaol tanto por razones prcticas, para
comunicarse, como para expresar la complejidad de su identidad. Su expresin verbal con
frecuencia exhibe la combinacin de elementos que proceden de esas mltiples
variedades. Factores individuales (como el nivel de educacin formal, por ejemplo) y
situacionales (lugar de la interaccin e interlocutores) inciden en estas hablas, pero todas
coinciden en equipar al individuo para moverse en un entorno lingsticamente complejo
y para desarrollar una relacin compleja con la identidad grupal. Sus prcticas
lingsticas, como indica Zentella, deben ser representadas como un constante proceso de
seleccin a partir de un amplio repertorio pluridialectal y plurilingstico y no
simplemente como el uso alternativo de dos gramticas.
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Sin embargo, en las sociedades occidentales se ha tendido a ignorar o estigmatizar las
culturas heteroglsicas. Ya anticipbamos arriba que la ideologa lingstica dominante
est construida sobre una conceptualizacin distinta de la relacin entre lengua e
identidad: la cultura lingstica monoglsica, que, tal como la defini Del Valle (2000),
consiste en dos principios. El principio de focalizacin refleja la idea de que hablar es
siempre usar una gramtica, entendida como sistema bien definido y mnimamente
variable. Las prcticas no focalizadas o altamente variables son estigmatizadas en las
comunidades lingsticas en las que la cultura monoglsica es dominante. A su vez, el
principio de convergencia, equivalente diacrnico de la focalizacin, presupone que el
comportamiento verbal de los miembros de una comunidad tiende a hacerse ms y ms
homogneo con el paso del tiempo. Se da por hecho que el plurilingismo tiende a
desaparecer a medida que la gente va adquiriendo la lengua dominante, y que la variacin
dialectal disminuye a medida que el sistema educativo transmite la variedad dominante.
Se acepta, por supuesto, el bilingismo (si bien suele haber un ms o menos latente
escepticismo ante su continuidad en el tiempo). Pero, en las culturas monoglsicas, y a
diferencia de lo que ocurre en los entornos heteroglsicos, la coexistencia de lenguas no
debe conllevar mezcla, siempre interpretada como competencia lingstica insuficiente o
como deslealtad perturbadora del orden idiomtico y cultural.
La cultura monoglsica es consistente con la conceptualizacin de las comunidades
humanas como naturalmente homogneas, idea a la que se refieren Blommaert y
Verschueren (1991, 1998) como el dogma del homogenesmo:
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Una visin de la sociedad en la cual las diferencias son percibidas como
peligrosas y centrfugas y en la cual se sugiere que la mejor sociedad es la que
no presenta diferencias intergrupales.... El nacionalismo, entendido como la lucha
por preservar a un grupo tan puro y homogneo como sea posible, es visto
como una actitud positiva desde el dogma del homogenesmo. Las sociedades
pluritnicas o plurilingsticas se perciben como propensas a tener problemas
porque requieren formas de organizacin estatal contrarias a las caractersticas
naturales de las agrupaciones humanas (1998: 195).
La convergencia de la cultura monoglsica con el dogma del homogenesmo produce los
fundamentos del nacionalismo cultural. Las comunidades nacionales se imaginan cultural
y lingsticamente homogneas (o en proceso de homogeneizacin sometidas al principio
de convergencia), y esta uniformidad justifica la exigencia poltica de autogobierno.
Si bien los nacionalismos tienden a fundarse en la cultura monoglsica, cada movimiento
produce sus propias ideologas lingsticas. En este libro seguiremos la siguiente
definicin del concepto: una visin de la configuracin lingstica de una comunidad
concreta, as como los razonamientos que, primero, producen esa visin, y segundo,
justifican su valor. Con el uso del trmino ideologas lingsticas obviamente
reconocemos nuestra asociacin con una escuela de pensamiento que estudia los
fundamentos e implicaciones culturales, econmicas, polticas y sociales del lenguaje y
de los discursos sobre el lenguaje (Joseph y Taylor 1990; Kroskrity 2000; Schieffelin,
Woolard y Kroskrity 1998).
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Las ideologas lingsticas producidas por los autores analizados en este libro estn
construidas predominantemente sobre las bases de la cultura lingstica monoglsica. De
alguna manera, todas giran en torno al mantenimiento o desarrollo de una lengua
nacional, es decir, un sistema lingstico bien definido hacia el cual deben apuntar las
prcticas verbales de los miembros de la comunidad. En consonancia con la base
monoglsica de sus ideologas, la lengua se vuelve un instrumento central en las
conceptualizaciones que nuestros autores desarrollan de la comunidad nacional o
supernacional. Puesto que sus ideologas, con frecuencia contradictorias, se basan en la
misma cultura lingstica y puesto que con frecuencia persiguen objetivos similares, en
un ejercicio aparentemente paradjico, acaban recurriendo a estrategias de argumentacin
y autolegitimacin equivalentes.
RAZONAMIENTO LINGSTICO Y LEGITIMIDAD
Las razones de la preocupacin nacionalista con la homogeneidad se pueden explicar
usando la visin de Bertrand Russell sobre el origen de la nacin (1972). Para Russell, la
nacin surge en el contexto del conflicto romntico entre la fe en la absoluta libertad del
individuo y la innegable necesidad de vivir en comunidad. El conflicto se resuelve, segn
Russell, proyectando el ego individual hacia el grupo, inventando la nacin. Esta
proyeccin, aadimos nosotros, es posible gracias a la transgresin lgica entre el
argumento de la calidad y el de la cantidad. Como en trminos cuantitativos la suma de
cinco unidades es igual a la multiplicacin de una por cinco, la mente nacionalista
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presupone errneamente que la multiplicacin de un ciudadano ideal por el nmero total
de miembros de la comunidad es igual a la suma de todos estos miembros. La falacia de
este argumento reside en el hecho de que, para que la anterior ecuacin sea correcta, las
diferencias cualitativas entre individuos deben ser ocultadas.
El ocultamiento es precisamente uno de los tipos de razonamiento retrico que aparecen
frecuentemente en los debates lingsticos. Irvine y Gal han definido el ocultamiento
(erasure en ingls) como el proceso en el cual la ideologa, al simplificar el campo
sociolingstico, invisibiliza a ciertas personas o actividades (o fenmenos
sociolingsticos). Hechos que resultan inconsistentes con el esquema ideolgico
dominante o bien pasan desapercibidos o bien son minimizados razonadamente (2000:
38). Otra estrategia usada en la legitimacin de ideologas lingsticas es la iconizacin.
Segn Irvine y Gal, este proceso
consiste en la transformacin de la relacin semitica entre rasgos lingsticos (o
variedades lingsticas) y las imgenes sociales con las cuales estn vinculadas. Los
rasgos lingsticos que marcan grupos sociales o actividades aparentan ser
representaciones icnicas de stos, como si, de alguna manera, un rasgo lingstico
representara o exhibiera la esencia o naturaleza inherente a un grupo social (37).
Como quedar claro a lo largo del libro (o al menos eso esperamos), los intelectuales aqu
estudiados han intentado establecer la hegemona de su ideologa lingstica recurriendo
al ocultamiento, es decir, ignorando o minimizando fenmenos problemticos o
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ideologas alternativas. Veremos tambin que el espaol (o una variedad dialectal del
mismo, o su ortografa, o su historia) han sido iconizados, es decir, han sido asociados,
por medio de estrategias discursivas, con rasgos que supuestamente reflejan o encarnan el
espritu de la comunidad. En los captulos que siguen se ver que este tipo de
razonamiento retrico con frecuencia va de la mano de la necesidad de usar el poder
legitimador de la ciencia del lenguaje. La lingstica se desarroll como disciplina
acadmica independiente a lo largo del siglo XIX asociada desde su nacimiento con los
mtodos y marcos conceptuales de las ciencias naturales, el paradigma cientfico
dominante de su tiempo. Muchos de nuestros autores se aprovecharon de su asociacin
con la prestigiosa disciplina lingstica para intervenir en un debate tan profundamente
poltico como es el de la batalla del idioma. La vinculacin con la ciencia les otorg a
estos intelectuales la legitimidad necesaria para presentar sus ideologas lingsticas
como naturales, rodendolas de un halo de veracidad cientfica. Como ya anticipamos
arriba, esta naturalizacin es esencial para obtener el consentimiento del pueblo, un
consentimiento que implica no slo compartir una visin sino tambin reconocer la
legitimidad del visionario.