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CURIOSIDADES DE MADRID: EL HOGAR EXTREMEÑO DE
MADRID ESTÁ SITUADO SOBRE LOS TERRENOS DEL
ANTIGUO CONVENTO DE LOS JESUITAS. NOTICIAS SOBRE SU
INCENDIO EN 1931 Y DELRESCATE DE LOS RESTOS DE SAN
FRANCISCO DE BORJA ALLÍ ENTERRADOS.
Fotos modernas del primer y tercer tramo de la construcción de la Gran Vía madrileña
Madrid, capital del reino de España, antiguo poblachón manchego y
ciudad durante siglos de aluvión de ciudadanos de otras partes de la nación
que venían a ella buscando, bien la cercanía del poder político, o bien un
lugar de trabajo al ser el centro de la vida comercial, industrial, económica
y cultural más importante en muchos momentos de nuestra historia, ha
sufrido en sus suelos infinidad de acontecimientos que han ido
transformando su fisonomía como ciudad, hasta convertirla en una
bellísima y moderna ciudad europea, destino hoy día de infinidad de visitas
de turistas culturales y hasta gastronómicos de otros paises del mundo.
Naturalmente, no vamos nosotros en estos breves apuntes a señalar
todos y cada uno de los distintos acontecimientos que se han ido dando a
través de los tiempos y que han dejado huella en sus calles, sus plazas, sus
barrios, hasta hacer de Madrid un referente de ciudad moderna, pero sí nos
vamos a detener, según nuestro personal criterio, en algunos de estos
momentos de la gran historia de la ciudad, hasta llegar al momento del gran
acuerdo por el que se aprueba la construcción de una Gran Vía urbana que
atravesando la parte más antigua de la misma, diera solución a los grandes
problemas del ya incipiente tráfico automovilístico, pero, principalmente, al
incipiente comercio que desde su nombramiento como capital de España se
venía realizando y dinamizando a la sociedad madrileña.
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Un primer momento en su evolución y desarrollo como gran ciudad
sería, por lo tanto, su designación y establecimiento como Corte de la
monarquía del rey Felipe II.
La capitalidad, con sus efectos espaciales, funcionales y fisonómicos,
constituye el factor de diferenciación de Madrid con respecto al resto de
ciudades españolas. La capitalidad favoreció el aumento demográfico y la
prosperidad económica y cultural de la villa.
A pesar de que desde 1561 el establecimiento de manera permanente
de la Corte en Madrid otorgara a la Villa la condición de capital (de la
Monarquía Católica y del Imperio español), el reconocimiento jurídico de
la función de capitalidad hubo de esperar más tiempo. Sin embargo, no fue
hasta 1931, con el advenimiento de la Segunda República Española, que se
oficializa constitucionalmente este hecho. Igualmente, fue reconocida
oficialmente como capital de España durante el franquismo en la Ley de
Régimen Especial de Madrid (11 de julio de 1963), un hecho que fue
posteriormente también sancionado en la Constitución de 1978. Hasta 2006
no se promulgó una ley, la Ley de Capitalidad y de Régimen Especial de
Madrid, por la que el Parlamento desarrolló legislativamente las
consecuencias de esta especificidad.
Después de la guerra de Sucesión (1700-1714) se produjo el ascenso
a la Corona española de los Borbones, quienes llevaron a cabo una
profunda reforma en muchos aspectos de la vida española y, también, en la
arquitectura, algo que quedó bien reflejado en Madrid. La nueva dinastía
borbónica trae a España nuevas ideas en lo político y lo administrativo.
Una de las de mayor repercusión es quizás la necesidad de dotarse de un
estado fuertemente centralizado, en el que se hace necesario, por tanto,
ejercer el gobierno desde una gran capital, al estilo fundamentalmente del
París francés de Luis XIV. Esta idea, comenzada a poner en práctica por
Felipe V, nieto de Luis XIV, será continuada por sus sucesores borbones,
quienes se esforzarán por hacer de Madrid un lugar clave para la vida
política, económica, social y cultural de España. De los monarcas
borbónicos, será Carlos III quien tenga mayor influencia sobre la fisonomía
de la capital, siendo conocido como "el mejor alcalde de Madrid". Realizó
el primer ensanche, en el sector meridional, con las amplias avenidas y
paseos de Acacias, Delicias, Melancólicos, Olmos y Chopera, mandó
construir la actual Puerta de Alcalá, los Paseos de la Castellana, Recoletos
y Prado y el Museo del Prado. Durante su reinado la población alcanzó los
160.000 habitantes.
Su consonancia con las ideas ilustradas imperantes en la época le
llevan a promover la construcción de obras públicas, para uso y disfrute de
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los ciudadanos, a veces continuando la labor iniciada por sus predecesores.
Las calles se amplían y se adornan con fuentes y jardines; se construyen
puentes y nuevos y más modernos edificios; se arreglan caminos; etc. Para
ello, los monarcas se rodean de grandes arquitectos, como Sabatini o
Villanueva, que dan a la ciudad un aire neoclásico. El ansia de saber y
enseñar al pueblo se manifiesta en la construcción del Jardín Botánico o del
Gabinete de Historia Natural, embrión del posterior Museo del Prado.
Fuentes como la de La Cibeles o Neptuno engalanan las avenidas. La
Puerta de Alcalá, obra de Sabatini, enmarca los paseos en los que la
sociedad madrileña juega a su deporte favorito: ver y ser visto.
Arquitectura aparte, durante el Siglo de las Luces Madrid se convierte en
punta de lanza del movimiento ilustrado. Se fundan Academias, como las
de la Lengua, la Historia, la de Jurisprudencia de Santa Bárbara o la de
Bellas Artes de San Fernando. También se crean nuevas instituciones de
enseñanza superior, como el Seminario de Nobles, fundado en 1725 a
instancias de Felipe V; la Real Escuela de Mineralogía de Madrid o la de
Veterinaria; los Reales Estudios de San Isidro; la Librería Real (1716) -
núcleo de la futura Biblioteca Nacional-; el Real Gabinete de Máquinas;
Laboratorios de Química General, Química Aplicada a las Artes y Química
Metalúrgica; el Observatorio Astronómico, de Villanueva, etc.
En la primera mitad del siglo XVIII se produjo la destrucción del
alcázar debido a un incendio (1734) y, en 1738, se inició la construcción
del Palacio Real, abarcando hasta 1764.
Portada del Jardín Botánico, obra de Francisco Villanueva y Puerta de Alcalá, de
Sabatini, construidas en tiempos de Carlos III
Otro momento fundamental en la historia de Madrid, que fijaría para
siempre la capitalidad del reino, hasta esos momentos debatida y en
permanente duda por la falta de agua con la que abastecer a su cada vez
mayor población, fue la traída de agua desde la cercana sierra madrileña, en
tiempos de la reina Isabel II, en un prodigioso proyecto salido del
ministerio del extremeño don Juan Bravo Murillo.
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La Historia del Canal de Isabel II es parte de la historia y evolución
de la ingeniería hidráulica empleada en el abastecimiento de agua a la
ciudad de Madrid. El suministro de agua ha pasado por dos etapas bien
diferenciadas cuya frontera temporal es el inicio en 1851 de la construcción
de la red denominada Canal de Isabel II. La demanda creciente de agua
desde los inicios, ha ido pareja a la incorporación progresiva de las
numerosas infraestructuras hidráulicas creadas para abastecer a la ciudad de
Madrid. Inicialmente se dio solución con el uso y empleo de diferentes
arroyos, y posteriormente se canalizó y recolectó en los viajes de agua. Con
el tiempo la cada vez mayor demanda, y los nuevos requerimientos que
imponía una sociedad en la que deseaba el agua "dentro de las casas" hizo
que, ya desde el siglo XIX, se fuera creando una compleja red de
abastecimiento que procedía de regiones cada vez más lejanas como es la
toma de aguas del río Lozoya mediante Real Decreto de 18 de junio de
1851. A esta infraestructura, que tras más de ciento cincuenta años,
continua en funcionamiento se le denominó Canal de Isabel II, su objetivo
es el de abastecer la demanda de agua sobre Madrid y municipios.
Los asentamientos iniciales de
Madrid se ubicaron en una zona de
abundantes aguas para una población
de miles de personas, pero esta
decisión primitiva no contó con la
evolución poblacional posterior. La
demanda de agua crecía y el
abastecimiento hídrico fue un
problema que había que resolver ya
desde el siglo XV. Madrid es una de
las pocas capitales europeas que carece
de río desde un punto de vista
funcional. El caudal del Manzanares
no permite el abastecimiento y
tampoco la comunicación fluvial. Los
cronistas que puntualizan este tema
van cambiando de opinión a medida que van pasando los siglos, desde las
crónicas de abundancia iniciales, se critica abiertamente la carencia de
aguas. Es en este punto de carencia cuando el proyecto (denominado
colosal en la época) del Canal de Isabel II se hizo necesario para una
ciudad que planificaba un futuro Ensanche. Desde su nacimiento el Canal
ha tenido el reto de tener que ofrecer suministro de agua a una población
creciente.
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El aumento de la demanda y los problemas de carestía durante este
siglo XVIII se disparan por causa del aumento de población, del cambio de
las costumbres higiénicas de los madrileños, y de la limitación que
comenzaban a mostrar los viajes de agua. Las nuevas ideas sobre la
higiene, y limpieza de las ciudades hacen que exista una mayor demanda,
independiente del crecimiento poblacional. Cabe pensar que la ciudad no
muestra un aspecto higiénico durante los siglos precedentes, y cuenta de
ello lo dan los viajeros que documentan su estancia en la capital. Los
grandes viajes de agua como son el Alto Abroñigal, construido en 1614, el
Bajo Abroñigal en 1617 y al Viaje de la Castellana construido en el periodo
de 1614 y 1621 empiezan a mostrar una oferta deficiente. Otros viajes de
menor tamaño fueron el viaje de Alto y el Bajo Retiro, el de la Fuente de la
Salud, el del Conde de Salinas, el de Retamar, el de San Dámaso o
Butarque, el de la Fuente de la Reina. A ello se añade el frecuente
desplome de algunas galerías y sus consiguientes problemas, las
filtraciones habituales de los pozos ciegos. Algunos estudios sobre la
eliminación de las aguas residuales se inician, siendo uno de los más
conocidos el que realiza el agrimensor Joseph Alonso de Arce que publica
en 1735 un proyecto titulado; Dificultades vencidas y curso natural en que
se dan reglas especulativas y prácticas para la limpieza y asseo de las
calles de esta corte, va más allá de los simples estudios de fontanería
realizados previamente por Teodoro de Ardemans (autor de las Ordenanzas
de Madrid), proponiendo un plan de saneamiento y recogida de las aguas
residuales en un conjunto de calles. El plan no pudo ponerse en ejecución.
A pesar de los problemas, no fue hasta
mediados del siglo XIX hasta cuando se pone
el proyecto en marcha, con una conducción
de setenta y seis kilómetros de longitud,
formada por canales, túneles, acueductos y
sifones, que desde las presas de Navarejos, el
Pontón de la Oliva y El Villar traía
diariamente a la capital ciento cuarenta mil
metros cúbicos de agua por día procedentes
del Lozoya. La obra duraría inicialmente
cerca de siete años. La historia del Canal,
según el ingeniero Severino Bello Poysuan
(asistente a la Exposición Iberoamericana de
Sevilla en 1929) se divide en tres periodos: el
primero de 1851 a 1886, el segundo de 1867
a 1907 y el tercero de 1907 a 1929.
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En 1850 existían cerca de medio centenar de viajes de agua,
completando todos ellos cerca de 124 km de longitud. La mayoría de ellos
poseía denominación clara: El Alto y Bajo Abroñigal, el de Alcubilla,
Amaniel (también denominado de Palacio) y la Fuente Castellana. El
reparto de aguas se realizaba mediante el real de agua fontanero (134
litros/hora) y cada fuente tenía una dotación predeterminada de Real Agua.
Estas fuentes sacaban agua que era recogida por el pueblo, así como por los
aguadores que se encargaban de transportar el agua en cántaros (es decir
con un volumen de cinco azumbres o lo que es lo mismo con 10 litros) a las
viviendas privadas que lo solicitasen. La carestía de agua en la ciudad se
iba haciendo cada vez más acuciante. En esta época la población de Madrid
era de doscientos mil habitantes, los cálculos establecen que se pretendía
ofrecer una decena de litros diarios por madrileño, algo insuficiente.
Al pasar de los años, ya en el siglo
XIX el Ayuntamiento de Madrid se encarga
del servicio de abastecimiento de agua a la
Capital. La decisión tomada mediante Real
Decreto del 18 de junio de 1851 de tomar
las aguas del río Lozoya es refrendada por
Bravo Murillo.
Las obras se inspiraron en los estudios
previos realizados por los ingenieros Juan
Rafo y Juan de Ribera de los cauces del Río
Lozoya. El abastecimiento previsto era de
10.000 reales fontaneros (32.440 m3/día).
Para realizar la primera obra se fijó como
objetivo embalsar primero el agua procedente del Pontón de la Oliva
(construida en el periodo que va desde 1851 - 1857 y en la actualidad fuera
de servicio), lugar donde se acumulaban las aguas del Lozoya antes de su
desembocadura en el Jarama. El primer tramo, junto al denominado Canal
de Cabarrús (existente ya en 1762 en tiempos del reinado de Carlos III), y a
un nivel superior a este, se construye en el periodo que va desde 1852 al
1853. El embalse de El Villar (primera presa de arco de gravedad
construida en Europa.) que se construye en el periodo 1873 - 1882.
Posteriormente se construirían otras represas como la de Puentes Viejas en
1925.
Las obras consiguen que el agua del Canal de Lozoya entren en la
ciudad de Madrid en 1858, en el primer depósito ubicado en la calle de
Bravo Murillo (con capacidad de casi sesenta mil metros cúbicos de agua).
El 24 de junio de 1858 una multitud contempla como en la Puerta del Sol
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un río “se ponía de pie”, según la expresión del novelista Manuel
Fernández González.
Sin restar la menor importancia a los acontecimientos que hemos
relatado, que reafirman la ya firme personalidad de una gran ciudad como
es Madrid, creemos que el mayor acontecimiento realizado y el que más
repercusiones tiene sobre el futuro de la misma va ser la construcción del
gran eje que atravesará la ciudad, que cambiará completamente su
fisonomía urbana, buscando, como ya sucedía en otras grandes capitales
europeas, una gran avenida que la embelleciera y que sirviera en el futuro
de gran referencia comercial y cultural.
Para nosotros,
además, es el gran motivo
de estos apuntes, pues su
construcción va pareja al
estudio que queremos
realizar sobre el convento de
los jesuitas de la calle Flor
Alta, incendiado por las
hordas marxistas en los
comienzos de la gran
revolución que daría paso a
la guerra civil del 36-39, y
en cuyos terrenos se levantaría un gran edificio de viviendas y
apartamentos en el que actualmente se ubica el Hogar Extremeño de
Madrid, santo y seña de la emigración extremeña desde los años 50-60 del
pasado siglo.
La Gran Vía es la calle más
conocida y transitada de
Madrid. Históricamente ha
recibido muchos otros nombres
como Eduardo Dato, Pi y
Margall, Conde de Peñalver,
Avenida de Rusia o Avenida del
quince y medio. El más
trascendente fue Avenida de
José Antonio, en homenaje a
José Antonio Primo de Rivera
por su victoria en la Guerra Civil. Alfonso XIII inicia con una piqueta de plaza el inicio de la obra
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La
construcción de la
Gran Vía fue un
proyecto que duró
varias décadas de
principio a fin. Los
primeros bocetos
datan de 1862, época
en que se reformó
parte del centro
histórico madrileño,
pero, el diseño final
no llegó hasta 1899
cuando los
arquitectos José
López Salaberry y Francisco Octavio Palacios presentaron el proyecto. Las
obras comenzaron finalmente en 1910, con la inauguración por parte del
rey Alfonso XIII, el 4 de abril, y terminaron en 1929.
La Gran Vía ha sido una de las obras más trascendentes de España,
hubo que demoler más de 300 casas y afectó a casi 50 calles. Gracias a la
Gran Vía se consiguió una mejor comunicación entre el centro de Madrid
(Calle Alcalá) y el noroeste de la ciudad (Plaza de España).
Actualmente, en Gran Vía encontraremos básicamente tres tipos de
establecimientos: restaurantes, tiendas de moda y cines. A día de hoy los
cines están de capa caida y cada vez hay menos; en su apogeo, Gran Vía
recibió el apodo de el
broadway madrileño.
Según nos cuenta
José Corral en su libro La
Gran Vía. Historia de una
calle, las demoliciones
para la apertura del tercer
tramo, es decir desde la
plaza de Callao hasta la
plaza de España,
comenzaron el lunes 16
de febrero de 1925,
desapareciendo en su
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trazado las calles de San Cipriano, Eguiluz, Santa Margarita, Travesía del
Conservatorio, del Rosal, Federico Balait, Travesía de Altamira, Peralta,
Perro y Travesía de Moriana.
Reformadas, y en
ocasiones muy
profundamente, serían las
calles de Ceres, de la que
sí desapareció el nombre,
San Bernardo, Reyes,
Flor Baja, plaza de los
Mostenses, Isabel la
Católica, Flor Alta, Silva,
Tudesco, plaza de
Leganitos y plaza de San
Marcial.
Por otra parte, una
simple mirada al plano ofrecerá al lector la realidad de la mayor longitud de
este último tramo, con lo que también aumentaron las obras que, además
por ser las últimas, quedaron con mayor persistencia en el recuerdo de
quienes las vivieron. El número de desalojados fue muy considerable, y
aunque verdaderamente en general el comercio de la zona era deleznable, sí
fue grande en número y, como puede suponerse, en ninguno de los casos
los afectados aceptaron tranquilamente la orden de desalojo, sino que
lucharon hasta que fue posible, tejiendo una red de recursos y
reclamaciones que vino a caer sobre las oficinas municipales. Como sucede
siempre en estos casos, si no se podía evitar la ruina de la finca, al menos
se procuraba salir con la mayor ventaja posible.
Pero hubo un caso
que vino a resultar
excepcional y que
además, por la
personalidad de los
propietarios, se convirtió
en algo muy seguido por
la prensa de la época y se
le dio, inevitablemente,
matiz político. Fue una
gran posesión en la
manzana 495.
Podemos visualizar el alcance de las obras viendo el edificio Metrópolis
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Sin que nadie se dieran cuenta, el problema comenzó muy
tempranamente: el 12 de febrero de 1926, el concejal marqués de
Encinares, hizo, en el Ayuntamiento, una proposición que tenía todo el
aspecto de algo muy normal y con verdaderos motivos razonables. Propuso
que este tercer tramo de la obra tuviera la misma anchura que el segundo,
que era más ancho al unir en su calzada el bulevar central que tenía
proyectado, así que en vez de los 25 metros de la calzada que
correspondían según el proyecto a este tercer tramo, como tenía el primero,
que pasara a medir 35 metros de la calzada como el segundo.
Indudablemente la propuesta era razonable y la vida posterior ha
venido a demostrar que llena de razón. Pero una vez aprobada surgió un
tremendo inconveniente. Construido ya el Palacio de la Prensa, el aumento
de anchura de la calzada había de hacerse, totalmente, por la acera
izquierda y en esa acera el ensanchamiento de la calle suponía derribar el
templo de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, que estaba en esa
indicada manzana 495, en la calle Flor Baja.
Terrenos de la Plaza de España. Al fondo los de Torre Madrid. A la derecha, los del Edificio España
Como es natural, los afectados recurrieron contra el Acuerdo
Municipal de Ensanche de la Gran Vía, muy posterior al Proyecto aprobado
en todos los niveles, y que obligatoriamente causaba a los recurrentes un
gravísimo daño.
Este expediente de expropiación de la Casa Profesa, existente en el
Archivo de Villa, abulta casi tanto como el resto de todos los expedientes
que fueron incoados. Representó a los jesuitas un equipo de abogados
excelentes, que adujeron tales argumentos que el pleito venía quedando
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cada vez en mayor peligro para toda la acción de reforma urbana. Pero no
fueron solo los jesuitas los que protestaron, sino que también lo hizo el
contratista de obras, por motivos económicos, pues al ser mermados los
solares que se pusieron a la venta, él vería reducidos sus ingresos.
El expediente, iniciado en 1926, corrió vivo un año y otro, llegó la
salida del gobierno de Primo de Rivera, continuando en tanto la acción
recurrente. Pasaron los gobiernos que al General sucedieron, llegó el
cambio de régimen y la proclamación de la República sin que se hubiera
sustanciado. Y entonces quedó resuelto: el 11 de mayo de 1931 un grupo
de incontrolados, pero abundantemente provistos de latas de gasolina –
petróleo se decía en leguaje de la época–, dieron fuego a la Casas Profesa
de los jesuitas en la calle de la Flor; la fuerza pública, como es sabido, no
intervino y ellos no dejaron actuar a los bomberos. La Casa Profesa se
convirtió en ruina.
El rey Alfonso XIII se reune con los banqueros alemanes financiadores de la obra
Fue entonces cuando, indudablemente con gran satisfacción, el
Alcalde republicano, Pedro Rico, pudo firmar el “archívese” del
expediente, sin explicaciones. Los jesuitas habían sido disueltos como
orden religiosa por la República.
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El asunto, sobre el que habían corrido auténticos ríos de tinta y que
había encrespado a la clase política e incidido fuertemente en la esfera de la
Justicia, quedó rematado y listo y la Gran Vía no encontró dificultades para
el ensanche de este último tramo. Un hotel, un cine o teatro, numerosos
establecimientos y apartamentos (entre los que se encuentra el Hogar
Extremeño de Madrid, piso 4º izquierda), forman hoy el bloque entre las
calles de San Bernardo y de Isabel la Católica de la antigua y desaparecida
manzana 495, donde estuvo y ardió la Casa Profesa de la compañía de
Jesús.
El rey Alfonso XIII y la reina victoria Eugenia firmando el comienzo de las obras
Sin embargo, con los años, la Compañía pudo rescatar,
verdaderamente de forma increíble, el tesoro más preciado para ellos de
cuanto encerraba la desaparecida Casa Profesa de la calle de la Flor, el
cuerpo de San Francisco de Borja, traído a Madrid en 1617. Fueron el
arquitecto Pedro Muguruza y Alberto Fontana quienes tuvieron ocasión de
encontrar las reliquias, entre el conjunto de los restos calcinados, y así
fueron rescatadas con la intervención del notario Toribio Gimeno, el día 1
de julio de 1932. Con fe notarial, fueron depositadas en un arca de alcanfor,
en casa de la madre del arquitecto, en el número 42 de la calle Alfonso XII,
y allí permanecieron. Pero allí estaban, ciertamente, las cenizas de san
Francisco, aunque mezcladas con multitud de otras reliquias.
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En mayo de 1942 el
padre Romañá llevó estos
restos a la Escuela de
Medicina Legal, y su
director, el gran
especialista doctor Piga
Pascual, se encargó de la
determinación científica de
las reliquias con los
doctores Pérez Petinto,
Aznar y García del Villar.
Crónica del incendio de la Casa Profesa de los Jesuitas en la calle de la
Flor.- La repercusión que tuvo en toda España la quema de conventos en
Madrid, y sobre todo la quema de la Casa Profesa de los jesuitas de la calle
de la Flor dio mucho de sí, y muchos fueron los cronistas que dejaron
escritos sus comentarios, opiniones, quejas, denuncias e, incluso, crónicas
del aquel suceso que a estas alturas de la historia, viene bien rescatar para
saber de primera mano todo lo sucedido.
Tenemos en nuestras manos un
libro de la Editorial Castro, 1931, rústica
editorial, 17 x 11, 125 páginas, firmado
por José Mª de la Chica y prólogo de
Roberto Castrovido, cuyo encabezamiento
es el Las luchas políticas. A
continuación: Cómo se incendiaron los
Conventos de Madrid. Breve historia de
los Conventos madrileños.
El libro comienza con una breve e
interesante historia de los conventos
madrileños desde que se tienen noticias de
su fundación, hasta finales del siglo XIX,
y el destino final de cada uno de ellos,
bien conservados hasta nuestros días, o bien derribados por la piqueta de
los especuladores, o víctimas del fuego de los intransigentes religiosos.
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Pero es la segunda parte del mismo la que a nosotros más nos
interesa, por señalar cada uno de los conventos incendiados en Madrid
como consecuencia de las luchas políticas y de la intransigencia religiosa
de la República, que desembocarían en la guerra civil del 36-39.
Si en las dos fotografías anteriores podemos ver cómo se fue construyendo el edificio de
la Telefónica, en esta podemos ver solamente el solar que ocuparía años después
Cuando se refiere al incendio de la Casa Profesa de los jesuitas en la
calle de la Flor, nos dice: “Cerca de las diez de la mañana los grupos que se
habían congregado en el último trozo de la Gran Vía fijaron su atención en
el convento de jesuitas que existe inmediato al cruce de la calle de San
Bernardo. Los más exaltados arrancaron tablas de las vallas de los solares
inmediatos y formaron con ellas un montón ante la puerta principal del
edificio, prendiéndole fuego acto seguido.
El espectáculo se repetía poco después en las dos puertas laterales de
la fachada. Sonaron entonces varios disparos, que se ignoran de donde
partieron, pero han sido descubiertos impactos en los edificios que dan
frente al convento. Los guardias de Seguridad que acudieron a proteger el
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edificio fueron recibidos con disparos y pedradas. Entretanto las puertas del
convento habían comenzado a arder y las llamas lamían toda la fachada.
Al mismo tiempo otros
grupos numerosos se proveyeron
de grandes trozos de madera de los
que se utilizan en las obras
inmediatas para la cimentación, y
marcharon a la parte trasera del
edificio, donde se dedicaron a
forzar las puertas.
También acudieron allí los
guardias de Seguridad, que fueron
impotentes para contener la
avalancha arrolladora.
Por el frente de la Gran Vía hicieron su entrada fuerzas de la Guardia
Civil, que acordonaron la calle. También llegó el servicio de bomberos;
pero no pudo dedicarse a los trabajos de extinción porque el público se lo
impidió.
Destrozadas las puertas traseras del convento, la multitud penetró en
el edificio, dedicándose a prender fuego en todas partes. Rápidamente las
llamas se enseñorearon del convento y del templo, y una inmensa columna
de humo se elevaba, visible desde todos los extremos de Madrid.
Varios guardias de Seguridad de sevicio en la comisaría del Distrito
de Palacio pusieron en salvo, realizando verdaderos y abnegados esfuerzos,
a las religiosas pertenecientes a la Orden llamada de “Las Vallecas”.
Las religiosas fueron conducidas a casas particulares y a diversos
centros.
Durante el tiroteo registrado en las inmediaciones del convento
resultó herido de bala en la región glútea el guardia de Seguridad Miguel
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González Anguera, el cual fue asistido en la Casa de socorro
correspondiente.
Algunos guardias de Seguridad que prestaban servicio en las puertas
del templo y en la calle de Isabel la Católica, recogieron ropas y vasos
sagrados, que depositaron poco después en la Comisaría de Palacio. Los
efectos del Culto que fueron substraidos a las llamas son muy escasos.
Hasta las diez y media se dieron en la Universidad todas las clases
con orden y tranquilidad absoluta; pero al llegar dicha hora y ser conocida
la noticia de que ardía el convento de los jesuitas de la Gran Vía, los
estudiantes abandonaron las aulas. Se produjo entre ellos viva excitación, y
entanto unos procuraban organizar una manifestación de protesta contra los
sucesos de ayer, protesta que querían expresar frente al Ministerio de la
Gobernación, otros defendían la tesis de que era necesario disolverse para
lograr cuanto antes la normalización de la ciudad. No llegaron a un
acuerdo, y consiguieron formarse algunos grupos, que se dirigieron al
centro de Madrid.
A las dos salieron del cuartel del Conde Duque los primeros
destacamentos de Caballería para ocupar los lugares estratégicos de la
ciudad, con objeto de impedir que los incendiarios continuasen su obra.
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A la una y media, la Dirección General de Seguridad envió fuerzas
contingentes de guardias a las inmediaciones del convento de jesuitas de la
Grn Vía, y los bomberos comenzaron a trabajar en la extinción de aquel
incendio.
A mediodía, por orden del gobernador, fueron circuladas
instrucciones a fin de que cuanto antes saliesen a la calle los elementos que
componen la Guardia Cívica, con objeto de colaborar con la fuerza pública
al mantenimiento del orden.
Relato completo del incendio en el Convento de Jesuitas.- Es imposible
hacer el relato detallado de cómo fue desarrollándose el incendio que ha
hecho pasto de las llamas la residencia principal de los jesuitas en Madrid.
Desde luego parece demostrado que ante la masa que a primera hora de la
mañana se congregó frente al edificio protestando airadamente contra la
obtención de dos millones que pagó el Ayuntamiento a la Compañía en
concepto de indemnización, dificultando, no obstante, el trazado regular de
la Gran Vía se contestó con gritos de “¡Viva el Clero!” y “¡Viva la
Monarquía!”, que exasperaron la actitud de la muchedumbre. Para irritar
más los ánimos sonaron varios disparos, que, como decimos, dejaron la
huella de los impactos en la parte media de la fachada de la casa de
enfrente.
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En vista de que no se lograba de que las llamas prendieran por la
fachada principal de la iglesia, edificación, como todo el mundo sabe,
reciente, y hecha de hormigón y vigas de hierro, los grupos dieron la vuelta
al edificio para ganar la fachada de la calle de Isabel la Católica, que
corresponde a la parte más vieja de la finca. Con maderas y piedras saltaron
las puertas, chapeadas de hierros, quedando franco el paso. Los grupos
penetraron en el interior del edificio y encendieron hogueras que bien
pronto dieron satisfacción al propósito de éstos.
Restos calcinados de la iglesia, mientras el público miraba pero no actuaba contra el fuego
Mientras tanto, los miles de ciudadanos que rodeaban la finca sin
tomar parte activa en la provocación del incendio, aplaudían,
entusiasmados.
Al iniciarse el fuego acudieron fuerzas de la Guardia Civil y de
Seguridad, que desfilaron en actitud pasiva entre los aplausos de la
multitud.
Las masas entraron en el interior del edificio minutos después de las
once dedicándose a alimentar las llamas con cuanto había en el interior de
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la finca, lo mismo en la iglesia que en la residencia. Los muebles de las
celdas, armarios, cómodas de pino, una mesa de billar y libros y papeles
fueron arrojados a la hoguera.
Alrededor de las doce, las llamas coronaban por completo el edificio,
hasta el extremo de que la imponente masa humana que contemplaba la
acción destructora tuvo que retirarse, no obstante lo ancho de la Gran Vía,
ganando las calles inmediatas, porque el calor era insoportable.
Vemos el humo salir por las ventanas de la Casa Profesa, mientras que el numeroso
público asiste sin intervenir en su extinción
Uno de los momentos más angustiosos se registró porque uno de los
asaltantes, muchacho de unos dieciséis a dieciocho años, al parecer, trató
de entrar dentro de la residencia por uno de los últimos balcones del piso
principal, al cual había llegado trepando por una ventana. En el momento
de ganar el balcón una lengua de fuego salió a la vez por la ventana y por el
balcón envolviendo al muchacho. La multitud dio un grito; pero el chico
conservó la serenidad suficiente y se tiró desde el balcón a la calle, donde
fue recogido por algunos, al parecer, sin daño grave.
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Las personas inmediatas y las que tomaban parte en el asalto
pusieron empeño en no lucrarse en nada para que no pudiera asociarse a la
idea de quemar el convento un propósito de pillaje. Cuantos objetos de
valor hallaron al paso fueron arrojados a las llamas. Un barril de vino
encontrado en el convento fue arrojado a la calle.
Triste resultado del incendio: infinidad de obras de arte se perdieron
Como decimos, los bomberos acudieron en distintas ocasiones; pero
respetaron la voluntad popular, decidida a ver desaparecer el convento
pasto de las llamas. A las doce y media, el edificio era una hoguera, y la
corona de llamas salía del interior por una montera de cristales que une los
dos cuerpos. A esta hora se produjo una nueva retirada de los grupos de
curiosos, porque el color cambiante del humo, que iba del azul al ocre y al
amarillo, hizo creer que había materias explosivas en el interior, y ante el
temor de que una explosión determinase una catástrofe, se retiraron un
poco.
A la una ya estaba visto que no era posible salvar nada del inmueble,
y el público advirtió que no obstante estar aislado el edificio, las llamas, a
esa hora impotentes, podían ganar las casas que dan a la fachada posterior
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del edificio. En este momento aparecieron otra vez los bomberos, y
entonces el pueblo les señaló este peligro, permitiendo y colaborando a que
éstos cumplieran su misión de evitarlo; para impedir que los curiosos
pudieran entorpecer esta labor, una Sección de la Guardia Civil, con
aplausos de la multitud, se situó convenientemente, despejando un espacio
para que los bomberos pudieran desenvolverse con libertad.
A las dos de la tarde, la
inmensa hoguera que formaba el
que fue convento de los jesuitas, se
corrió a las casas inmediatas a su
fachada trasera, las cuales
comenzaron a arder por la parte
alta. A sofocar este corrimiento del
fuego se dedicaron desde el primer
momento los bomberos con gran
celeridad.
Era creencia general que
cuando el público prendía fuego al
convento de los jesuitas de la calle
de la Flor, sus moradores ya no
estaban dentro. Sin embargo no
fue así.
El público, como ya hemos dicho anteriormente, violentó las puertas
del convento, y los frailes, ante la inesperada irrupción, se guarecieron en el
sótano para huir de las iras de la multitud.
Se ignora como los refugiados avisaron a la Dirección de Seguridad
del peligro que corrían; pero inmediatamente de aquel Cuerpo policíaco se
destacó un camión que momentos después llegaba a la calle Ancha de San
Bernardo. Los frailes, que ya se habían despojado de sus vestiduras
religiosas, vistieron trajes de paisano. Estos trajes no se hallaban en el
convento por pura casualidad, sino que a nosotros nos consta de una
manera ciertísima fueron confeccionados por una sastrería situada en una
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calle que desemboca en la de San Bernardo con fecha posterior al día de la
proclamación de la República. Estos trajes eran unos treinta.
La Guardia Civil, apenas llegado el camión preparado al efecto, se
dedicó a proteger la salida de los frailes; pero no pudieron hacerlo todos, y
algunos, que seguramente, no lograron llegar a reunirse con sus
compañeros, se quedaron dentro del convento. Cuando ya el fuego había
comenzado, salió del convento un fraile vestido de paisano, y a todo correr
trató de subir por la calle de San Bernardo. Una pareja de Seguridad logró
darle alcance, más que con ánimo de detenerle, con el de protegerlo para
que el público no le agrediera. A este religioso se le ocuparon dos pistolas.
Otro fraile huyó también, y fue perseguido por la multitud hasta la
Diputación Provincial, donde pudo refugiarse.
La Guardia Cívica, y
especialmente los individuos del
Partido Republicano Radical
Socialista D. Manuel Bueno Álvarez
y D. Vicente Costales, que desde los
primeros momentos del incendio de
los conventos de la calle de la Flor y
religiosas Bernarda se hallaban en el
lugar del suceso con varios
correligionarios más soportando un
trabajo abrumador, al darse cuenta de
la cantidad de objetos de valor que
podría destruir el fuego, se
preocuparon de organizar los trabajos
de salvamento de éstos.
Con exposición de sus vidas, entraron en los conventos, y en sacos,
que previamente se proporcionaron en los comercios de los alrededores,
fueron guardando cuantos objetos de valor encontraron en la iglesia y
habitaciones de los frailes.
Mientras, otros individuos, también del Partido Radical Socialista,
comprometieron a un zapatero de viejo que tiene su establecimiento en la
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calle de Isabel la Católica, frente al convento de las Bernardas, para hacerlo
depositario de todo cuanto se recogiera. A los pocos momentos empezaron
a llegar a la casa del zapatero sacos y paquetes, y allí iban quedando.
Uno de los grupos que recorría el convento de la calle de la Flor
descubrió en un despacho un paquete de papel del Estado del 4 por 100
interior con láminas por valor de 330.000 pesetas. Este papel del Estado fue
llevado a la Comisaría, previa la firma del recibo correspondiente.
Como ya decimos
anteriormente, D. Manuel
Bueno Álvarez ha sido
uno de los hombres que
más denodadamente han
trabajado en el
mantenimiento del orden
y salvamento de objetos
de valor en los conventos
de la calle de la Flor y
religiosas Bernardas. He
aquí lo que ha contado dicho señor:
“Yo llegué al convento de la calle de la Flor antes de que se
prendiera fuego al edificio, y en cumplimiento de la obligación que nos
hemos impuesto en la organización Republicana Radical Socialista de
Madrid de acudir siempre en defensa del orden y la justicia, que es la causa
de la República. Puede usted decir que desde el convento de la calle de la
Flor se hicieron disparos, y uno de ellos hirió a un guardia. Es digno de que
se haga resaltar el comportamiento de los individuos del pueblo que
entraron a los conventos para salvar todo cuanto fuera posible. Apenas
recogían un objeto cualquiera, lo entregaban, y tenían especial cuidado de
que a dicha entrega asistiera algún representante de la autoridad para que
en ningún momento se pudiera decir que había habido saqueos ni idea de
lucro en los que, exponiendo su vida, luchaban por salvar cuanto
encerraban de valor los conventos.
Ni a los frailes ni a las monjas se les ha insultado ni hecho objeto de
mofa. Cuando llegó el piquete de al Guardia Civil, se intentó dar una carga
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por parte de éste, para los cual los guardias desenvainaron sus sables. Un
grupo de radicales socialistas que nos hallábamos en aquel momento entre
el público y los guardias nos dimos cuenta de
la catástrofe que la actitud de la fuerza pública
podía ocasionar, dado el estado de ánimo en
que se hallaba la gente, y, en un impulso
espontáneo, corrimos hacia el oficial que man
daba las fuerzas y le pedimos que los guardias
envainaran sus sables. Dicho oficial reaccionó
inmediatamente y ordenó a sus subordinados
que accedieran a nuestra petición. El público,
al darse cuenta de ello, aplaudió a la Guardia
Civil, y ya entonces ésta y en actitud pacífica,
pudo retirar a prudente distancia a los que
rodeaban el convento.
También nos elogió mucho el señor Bueno Álvarez la actitud del
zapatero d ela calle de Isabel la Católica, que desde los primeros momentos
se prestó a ser depositario de los objetos recogidos.
Nos consta de una manera cierta que hace cosa de una semana se
habian iniciado gestiones por parte de los jesuitas para la venta del
convento que ocupaba la comunidad en el tercer trozo de la Gran Vía.
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Bibliografía:
Chica, José María de la.- Cómo se incendiaron los conventos de Madrid,
Editorial Castro, 1931, páginas 57-68.
Del Corral, José.- La Gran Vía. Historia de una calle, Editorial Silex,
Madrid, 2002.
- La Gran Vía de José Antonio. Datos de su historia y
construcción, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, Tomo II,
Madrid, 1967.
- La Gran Vía, en la obra Madrid. Dirigida por el Instituto de
Estudios Madrileños y editada por Espasa Calpe (Tomo IV de V, Madrid,
1980)
- Historias y estampas de la Gran Vía, Ayuntamiento de Madrid
e Instituto de Estudios Madrileños, Madrid, 1992.
Martínez Medina, África.- La inauguración de la Gran Vía,
Ayuntamiento de Madrid e Instituto de Estudios Madrileños, Madrid, 1997.
Ruiz Palomeque, Eulalia.- Ordenación y transformaciones del casco
antiguo madrileño durante los siglos XIX y XX, Instituto de Estudios
Madrileños, Madrid, 1976.
- El trazado de la Gran Vía, como transformación del paisaje
madrileño, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, Tomo XIV,
Madrid, 1977.
- La urbanización de la Gran Vía, Ayuntamiento de Madrid e
Instituto de Estudios Madrileños, Madrid, 1985.