Comunicado luego del Golpe de
Estado del 2 y 3 de febrero del ´89
Los acontecimientos del 2 y 3 del corriente, que derivaron en la instalación del nuevo Gobierno provisional de la República,
sorprendieron a todo el país. Los Obispos del Paraguay, en muchas ocasiones hemos manifestado el propósito que nos anima de
acompañar y orientar la vida de nuestro pueblo. Por eso este acontecimiento hace necesaria una especial consideración de nuestra parte.
Reiteradamente la Iglesia venía manifestando su inquietud por la forma en que se desenvolvía la conducción del país. Tres años atrás,
en el documento de convocatoria al Diálogo Nacional, percibíamos la peligrosa sensación de una convivencia frágil, por no estar fundada
en el amor, en la justicia, en la verdad. Desgraciadamente hoy debemos
lamentar que el desarrollo de los acontecimientos haya alcanzado el resultado por todos conocido con la pérdida lamentable de inocentes
vidas humanas. Este es el momento de encomendar a Dios a todos los fallecidos y de mostrar nuestra solidaridad con los heridos y con
los familiares de todas las víctimas.
La Iglesia considera que de una o otra manera, en mayor o menor
medida, todos somos responsables de la situación que atravesó nuestro país. Por eso creemos que no debemos eludir nuestra propia
responsabilidad como también juzgamos que no es el momento de
echar culpa del pasado o del presente.
Hoy más que nunca, los paraguayos estamos convocados a trabajar para la superación de los males que nos afligen. Sin distinción de
banderías políticas, unidos y en actitud de diálogo, todos tenemos que asumir la resposabilidad que nos cabe en esta labor. Con seriedad
y patriotismo debemos procurar la unidad,la concordia, la participación de todos en la construcción de una sociedad más justa y
fraterna. Deben relegarse los privilegios y las marginaciones entre
los ciudadanos. La reconstrucción de nuestro tejido social será fruto de una labor que a nadie excluye y de todos necesita.
Los obispos manifestamos también hoy, nuestra profunda inquietud
por el grado de deteriodo moral a que llegó nuestra sociedad. Es
alarmante constatar que las propias bases de la dignificación de la persona humana están socavadas. Es urgente tomar conciencia de
este problema. Es urgente restituir a este pueblo la confianza en su propio valor y en sus propias fuerzas. El hombre paraguayo debe
mostrar fe y esperanza en su propia capacidad. Pero todo esto será
posible solo sobre la base de la aplicación de una justicia serena e
implacable con los resposables de tantos y tan lamentables males, así
como de la efectiva vigencia de los derechos fundamentales de la persona humana.
En esta hora de expectativas y de esperanzas, la Iglesia no dejará de
aportar su colaboración. Su misión de evangelizar le mueve a
proclamar la necesidad de vivir los valores cristianos. Esa misma misión le exige denunciar todo aquello que se opone a la vigencia de los Derechos
Humanos. Llamamos a deponer enconos y rencores, a superar impaciencias y prejuicios, a rechazar toda tentación de desquite y venganza. Los
obispos confiamos en la nobleza espiritual de este pueblo y a todos pedimos el esfuerzo necesario para construir un Nuevo Paraguay.
Asunción, 7 de febrero de 1989
Por el Consejo Episcopal Permanente
+ Jorge Livieres Banks
Obispo-Prelado de Encarnación y Secretario General de la CEP