Colombia. Medellín, la ciudad empresa neoliberal
Publicado el 4 mayo 2015 por Kaosenlared
Por Horacio Duque
Los Planes de Ordenamiento Territorial neoliberal en Medellín, el último de los cuales se aprobó en el 2014 con vigencia hasta el año
2027, son los causantes de la pobreza y segregación social en la
ciudad.
Sin duda, el siglo XXI será urbano. En el 2040 más de la mitad de la población colombiana habitará en una ciudad multipolar,
fragmentada, llena de redes comunicacionales e inserta en los ámbitos mundiales, una ciudad autónoma y preocupada por la
devastación ambiental, que enfrentará nuevos problemas sociales originados en el múltiple cruce de grupos e individuos aún
desarraigados y miserables. Los límites de la ciudad serán oscuros y mostrarán a una ciudad de línea continua, de flujos y espacios
convenientes para los proyectos globales, de sistemas económicos que inventarán nuevas formas para una explotación que se vuelva
natural, gracias a una dispersión de actividades que favorezcan las diferencias sociales. Este fenómeno de las metrópolis nos abre hacia
diversos trayectos que ya serpentean entre los múltiples y diarios
desplazamientos para trabajar un-poco-acá, un-poco-allá, nuevas relaciones con el espacio, nuevos trayectos, nuevas formas de
desplazamiento que enredarán los tiempos exigiéndoles concertarse para unir sus distintos campos de acción.
Ese naciente fenómeno urbano llevó a Edward Glaesser[1] a afirmar
que nuestra época es la del triunfo de las ciudades[2].
Los hechos le dan la razón, la gran mayoría de la población en el mundo vive en los espacios urbanos, una minoría (que es un mundo
de personas, por supuesto) está en las zonas rurales. El proceso urbano se caracteriza hoy por la conformación ascendente de
ciudades de más de un millón de habitantes, de las cuales en
Colombia tenemos 4, y por la presencia de la ciudad global, en la apreciación de S. Sassen[3].
En Colombia, el desarrollo urbano de las ciudades, ha sido regulado mediante los Planes de Ordenamiento Territorial/POT ordenados por
la Ley 388 de 1997[4], de estos, las principales ciudades han adoptado recientemente la segunda generación, cuya vigencia se
prolongará hasta los años 2027 y 2028. Los POT han sido sobredimensionados como una medicina óptima de cuya aplicación
saldrían, como por arte de magia, las soluciones a los problemas de millones de personas, particularmente en temas como los de
vivienda, movilidad, espacio público, convivencia, empleo, sostenibilidad ambiental, democracia, participación, comunalidad y
transparencia.
Después de casi 15 años de vigencia de dichos instrumentos de planificación urbana, los resultados son bastante ruinosos. Hoy, lo
que encontramos es mayor segregación social, fragmentación y
pobreza urbana. La inseguridad es rampante, el deterioro ambiental es agudo, la movilidad es un desastre, la violencia es viral, la
corrupción es ubicua, el espacio público es mediocre, provocando la agorafobia y la informalidad laboral se ha generalizado.
En esos términos no es una exageración afirmar que los POT son una
verdadera basura neoliberal instrumentalizada por poderosos conglomerados inmobiliarios que acumulan riquezas descomunales
con el negocio de la construcción urbana de centros comerciales, edificios de oficinas, hoteles y conjuntos residenciales exclusivos en
las afueras de las ciudades o en los centros de las mismas mediante feroces procesos de gentrifcación (aburguesamiento) de antiguos
enclaves coloniales.
Lo que en Medellín[5] hemos tenido por 15 años es una
planificación[6] condicionada por los códigos del libre mercado, el eje neoliberal, lo cual ha generado los siguientes fenómenos:
– Globalización neoliberal de mercados de bienes y servicios. – Movilidad Creciente del capital versus inmovilidad de la fuerza de
trabajo – Redefinición de las economías locales. Con la liberalización y
el desmantelamiento del sistema del Estado de bienestar y distributivo desaparece su papel igualador o protector, se borran
las fronteras y emerge la ciudad como unidad o módulo de la economía global.
– Reorganización de las economías urbanas en torno a los servicios, el capital financiero, la industria del espacio y las exportaciones.
– Crisis generalizada de legitimidad y control social
– Crecimiento de la criminalidad, la impunidad y la inseguridad
urbanas. – Segregación social espacial creciente
– Demandas y desafíos nuevos desde la sociedad civil.
Estos son algunos de los nuevos desafíos de la planificación
urbana que son desconocidos por la tecnocracia municipal.
Es hora de profundizar un amplio debate púbico sobre el POT y la planificación urbana que promueven. Es urgente para millones de
ciudadanos buscar otras formas de planificación de las ciudades que consideren los intereses colectivos y comunales, pues los únicos
beneficiarios de lo existente son las grandes compañías inmobiliarias que han capturado oficinas de planificación y curadurías urbanas para
hacer prevalecer su descontrolado afán de lucro y acumulación.
El punto más positivo del debate en curso es el descredito de la planificación urbana clásica de corte tecnocrático que a nombre de la
ciencia reclama el derecho a determinar por sí misma la dirección y
prioridades de la ciudad. Atrapada en la producción de planes maestros de ordenamiento interminables, planes parciales y
actuaciones urbanísticas, a menudo impracticables, que privilegian la dimensión espacial sobre las demás, esa planificación es criticada
hoy por autoritaria y elitista, y por favorecer los intereses de especuladores inmobiliarios, institucionalizar la separación social,
y convertirse en un mecanismo unilateral de control policial autoritario.
La ciudad empresa.
El último grito de esta ola perversa postmoderna es la glorificación de
la ciudad como una empresa, el más reciente engendro del neoliberalismo urbanístico.
Después de haber sido aprobado recientemente el POT de segunda generación, la administración del Alcalde Aníbal Gaviria, la está
promoviendo como una gran empresa con grandes oportunidades para los capitales internacionales; en ese sentido, recientemente se
adoptó un Acuerdo en el Concejo municipal para hacer de su cadena administrativa un holding empresarial de alta competitividad,
mediante la privatización de las Empresas Públicas de Medellin.
Todos estos cambios institucionales y urbanos ocurridos en Medellín en los últimos años nos permiten plantear la hipótesis de la
conformación de un modelo de ciudad enganchado a los patrones fundamentales del neoliberalismo.
Hoy lo que tenemos en Medellín, es la ciudad empresa neoliberal
promovida desde el gobierno municipal.
La Medellín del siglo XXI no surge en el aire. Ella está estrechamente
asociada a grandes cambios económicos relacionados con la imposición del neoliberalismo.
En ese sentido, la función y la situación de la ciudad varió de modo
significativo durante el momento neoliberal del capitalismo, que se puede datar más o menos hacia los años setenta. El caos urbano
sistémico que produjo, y la expansión igualmente sistémica del caos que acompaña de modo creciente a la debilitación del neoliberalismo,
es la principal tendencia.
Es en la ciudad donde las políticas abstractas del neoliberalismo se materializan, toman forma concreta y se introducen en la vida
material y cotidiana de los ciudadanos; así se vuelve posible hablar de la “ciudad neoliberal” o ciudad postmoderna.
No es sólo que las ciudades sean cada vez más importantes para la economía global y para la realización de la competitividad
internacional, sino que la globalización neoliberal construye actitudes y valores que transforman las subjetividades individuales y
colectivas, los imaginarios urbanos y las identidades de los grupos sociales. Lo hace, por supuesto, acorde con las exigencias del
mercado y la empresa como modelo sublime de organización social, con efectos radicales sobre las expectativas ciudadanas en
esferas básicas de la vida urbana como el trabajo, la vivienda, los servicios públicos, la salud y la educación.
También se producen efectos importantes en cuanto al gobierno “a
distancia” de las ciudades, que pretende operar sobre ciudadanos responsables por sí mismos y auto regulados. Una consecuencia
de lo anterior es que las ciudades se convierten en lugares
privilegiados para la construcción de la legitimidad gubernamental, la solidaridad territorial y una ciudadanía sumisa alrededor del
proyecto neoliberal, mediante estrategias locales basadas en la reconstrucción de los derechos y deberes del ciudadano, las
formas legítimas de participación política, las responsabilidades individuales, la relación con los demás y con el Estado, las
expectativas frente a las instituciones y la esfera de lo público en general. Sin embargo, este esfuerzo es siempre incompleto y
provisional: tiene que renovarse todos los días frente a las oportunidades recortadas y las realidades contradictorias de la vida
urbana.
En más de un sentido, el gobierno urbano, y especialmente la última década de la administración descentralizada ha ido ajustando sus
políticas sobre el proyecto de lo que podríamos nombrar como la
ciudad neoliberal.
El neoliberalismo, como adjetivo para el sustantivo «ciudad», implica
algo más que el simple hecho de que las políticas urbanas hayan estado estrictamente subordinadas a las élites urbanas regionales. La
«ciudad neoliberal» define un campo de relaciones en el que esta subordinación viene determinada por el propio plegamiento de las
formaciones urbanas a las condiciones de mercado, o por decirlo estrictamente a las lógicas de la acumulación. Pero para que esto se
dé, la ciudad debe convertirse en algo más que el simple escenario de las fuerzas políticas y económicas que la atraviesan, como el Estado o
la llamada globalización. En cierto modo, la ciudad debe mutar, y convertirse en agente económico, esto es, debe someterse a una
lógica empresarial ajustada a las modalidades de la competencia y los criterios contables corrientes de costo-beneficio, que es lo que se ha
proyectado con Medellín y su Área Metropolitana.
Con una batería conceptual relativamente novedosa, la geografía
crítica y la sociología urbana más progresiva de las últimas décadas han tratado de comprender esta filtración del neoliberalismo como
proyecto político y económico a las escalas geográficas más bajas.
Por un lado, se ha señalado que la globalización financiera y económica se compone como un nuevo arreglo espacial que atraviesa
todas las escalas geográficas. A nivel regional y urbano esto implica una delegación de competencias y obligaciones que antes estaban en
manos de los Estados (dentro del viejo marco keynesiano-fordista) hacia las unidades subestatales.
El proyecto de la «ciudad neoliberal» arranca así de un marco
institucional novedoso, de un nuevo reparto de competencias y roles de las distintas escalas geográficas y administrativas.
La característica principal de este arreglo espacial es que las nuevas condiciones institucionales permiten y a la vez obligan a los gobiernos
urbanos y regionales a aceptar un gran número de competencias en materia fiscal y presupuestaria que en ocasiones abarcan ámbitos
que van mucho más allá de sus tradicionales ocupaciones relativas al urbanismo y los suministros básicos. Sobre estos mimbres, el
gobierno urbano se ve progresivamente sometido a las imposiciones de un cash flow (flujo de caja) que se alimenta de los recursos
fiscales disponibles en la unidad territorial, al tiempo que se ve forzado a hacer frente a un cuerpo de competencias cada vez más
amplias y que en algunos casos comprenden las principales partidas del gasto social, como la educación, la sanidad, etc. El resultado es
una fuerte presión sobre las arcas públicas, convertidas cada vez más en un motor de desarrollo económico regional, al tiempo que se ven
compelidas a administrar con recursos escasos partidas
presupuestarias esenciales para la reproducción social.
Dicho de otro modo, cuando la suerte de la ciudad parece
abandonada a su propia capacidad para atraer inversiones y turistas, así como a desarrollar producciones competitivas a nivel global, el
gobierno urbano se pliega a la figura del empresarialismo urbano, al tiempo que se ve sometido al imperativo, siempre arbitrario, de la
competencia interterritorial.
Lo que está en juego en muchos casos es el abandono del principio del gobierno local como servicio público.
Lo que llamamos, de forma probablemente gruesa, «ciudad
neoliberal» es, por lo tanto, algo más complejo que un gobierno urbano a favor de las clases propietarias y plenamente funcional a las
necesidades de la acumulación.
La ciudad neoliberal comprende un proyecto de clase, pero también y
sobre todo una arquitectura institucional que imprime nuevas obligaciones y presiones sobre los gobiernos subestatales, dentro de
un marco de creciente exposición a las fluctuaciones globales de determinados mercados (de capitales, turísticos, de bienes y
servicios), así como de competencia por la captación de recursos. El resultado suele derivar en una creciente fragilidad de los gobiernos
locales que, bajo la máscara de una autonomía administrativa aparentemente mayor, se manifiesta en una suerte de
empresarialización del gobierno, que muchas veces deriva también en una creciente pérdida de fundamentos sólidos para las arcas públicas.
En uno de los primeros esfuerzos sistemáticos de teorizar la política,
la dinámica institucional y los efectos socioespaciales del neoliberalismo a un nivel específicamente urbano, muchos expertos,
identifican siete características principales : a) la importancia de la
ciudad-región como escala clave en la economía global y el surgimiento de la competitividad urbana, b) la naturaleza
multiescalar del gobierno urbano, con la ciudad como punto de intersección de políticas supranacionales, regionales, nacionales y
locales, c) la reestructuración de los gobiernos locales y la introducción de técnicas de administración prestadas de la empresa
privada mediante la denominada Nueva Gestión Pública, d) nuevas formas de gobierno y la promoción de una cultura de
emprendimiento, e) la reestructuración de los mercados de trabajo, f) privatización y mercantilización, y g) el auge de sector
de servicios y de la economía cultural. Con la suma de dichos factores se produce una transformación de fondo enorme: en
vez de un Estado que regula el mercado, el mercado actúa como el regulador interno del Estado imponiendo su ethos de
productividad y eficiencia, mecanismos de control y evaluación
más técnicos que políticos, y el consecuente agregado autoritario del neoliberalismo; todo lo cual se asienta y se siente en todo su
peso a escala urbana del mercado: encadenamientos hacia
adelante y hacia atrás, derrames tecnológicos, mercados laborales densos, fuerza laboral calificada, alta inversión pública en
infraestructura y estructuras productivas avanzadas.
Dentro del marco neoliberal, en referencia a la intervención urbana, el Estado deja al mercado la regulación de la tierra. Esto da como
resultado políticas urbanas y funcionamiento de los mercados de suelo (precios altamente irracionales) que reproducen ciudades
económicamente desiguales, con exclusión política y social, segregación espacial e insostenibilidad ambiental. Se genera también
la venta de reservas de tierras estatales para facilitar las inversiones extranjeras en proyectos inmobiliarios, directamente a través del
mercado. Esto se ha visto impulsado por un gobierno municipal ausente que vende sus tierras en busca de divisas y en busca de
redes de infraestructura que las empresas ejecutan a cambio de
venta de tierras a precios inferiores. Por ende aquella tierra que debía estar destinada a resolver las problemáticas de vivienda de los
sectores más pobres de la población se convirtió en el negocio de las clases ricas.
Medellín, durante los últimos años muestra algunas tendencias en
ese sentido. Por una parte, se observa una tendencia a la acentuación de la homogeneidad social de los barrios ricos, producto
de la preferencia de sus habitantes por vivir tan alejados como sea posible de los diferentes (esto es, de las “clases peligrosas”) y en la
proximidad de sus iguales. De donde, la homogeneidad social de los barrios ricos permite tomar conciencia de la ambivalencia de la
segregación: ella no es nunca solamente separación, sino también siempre agregación y búsqueda de sus similares. Sin embargo, esta
búsqueda de los iguales, no significa una búsqueda de convivencia
en comunidad, no obstante que el “producto comunidad” se haya transformado en uno de los más promovidos por la nueva oferta
inmobiliaria. Como señala Bauman[7], “la ‘comunidad’ que buscan equivale a un ‘entorno seguro’, libre de ladrones y a prueba de
extraños.
Comunidad equivale a aislamiento, separación, muros protectores y verjas con vigilantes. En lo fundamental, se trata de una tendencia de
lo que este mismo autor caracteriza como “la secesión de los triunfadores”, que tiene como manifestación culminante la tendencia
a la auto guetización, la guetización voluntaria, materializada en la explosión de los condominios y barrios cerrados. Son justamente
estas islas urbanas, una de las principales expresiones de la estructuración social de la ciudad de nuestro tiempo: la
fragmentación social urbana como expresión de una discontinuidad o
discontigüidad del tejido urbano derivado de un crecimiento marcado por un estallido y una dispersión de nuevas implantaciones, con
vacíos no urbanizados y aún no urbanizables entre ellas. Donde la
ausencia de articulaciones entre los pedazos en los que estalla el aglomerado urbano y la disimilitud extrema de las formas de los
paisajes, tanto al nivel del tejido como al del Hábitat, así como una gran heterogeneidad de los tipos de niveles de equipamiento (de
infra-estructura y colectivos) y de servicios urbanos, aparecen como rasgos distintivos de esta evolución.
A ello habría que agregar las peculiaridades de las áreas ocupadas
por los sectores medios, donde la peri urbanización y la gentrifcación (aburguesamiento) aparecen como dos modalidades
residenciales que influyen de manera importante en la nueva morfología urbana; de un lado, una parte importante de los nuevos
grupos medios en ascenso promueven la recuperación y reconversión de una parte de las antiguas áreas centrales. Y, de otro lado, una
parte muy significativa de los sectores medios más tradicionales,
motivados por su preferencia por la vivienda individual y, también, por su aspiración a condiciones de vida diferentes a las que pueden
tener en las partes más inseguras, congestionadas y contaminadas de la ciudad, se desplazan hacia un periurbano semi-rural, que por esta
misma razón tiende a crecer de manera incontrolable. Estas dos tendencias, gentrifcación y periurbanización, marcan dos de las
velocidades que caracterizan la transformación de la ciudad actual.
Por otra parte, en contraposición a estos mundos de la riqueza, el panorama se completa con la ciudad de los tugurios y ranchos,
que se constituye en un componente ineludible de la ciudad de la tercera revolución urbana y caracteriza la tercera velocidad, la de la
relegación.
Con el neoliberalismo, la imagen que emerge es la de una ciudad
mucho más dividida en dos partes que incluso la que provocó las discusiones sobre la ciudad dual[8] en los años ochenta. No solo está
la recalificación urbanística de zonas del centro de la ciudad y los diversos enclaves y complejos enriquecidos por inversiones de capital
y negocios en contraste con las crecientes zonas de tugurios. Esa existente dualidad geográfica económica de la ciudad contemporánea
se ha intensificado, pero también ha sido petrificada por la infusión política de un nuevo régimen de seguridad. Ciudades valladas,
enclaves y urbanizaciones para ricos junto a una floreciente seguridad privada y transporte seguro son la norma para cada vez más núcleos
privilegiados; aumento de policía patrullando el espacio público, vigilancia, represión y la militarización de las patrullas de vigilancia
donde no estaba militarizada anteriormente son las nuevas normas para muchos de los pobres.
La concentración de ingresos en aquellos sectores económicos y sociales articulados a la globalización resultó en la profundización
de diferencias en el mercado del suelo, en la fragmentación urbana,
la segregación socio-espacial , la implantación de “islas” y “archipiélagos” urbanísticos para los ampliados servicios
financieros, tecnológicos y de negocios internacionales, las unidades residenciales cerradas. Los mega-proyectos
infraestructurales en función de las empresas multinacionales y élites locales, el descuido y deterioro del hábitat de los sectores
populares, etc.
Estos fenómenos constituyen el eje de la reciente geografía urbana de la globalización en Medellín, con estudios importantes
sobre la metropolización, las transformaciones en la estructura urbana, los patrones de segregación, las desigualdades socio-
territoriales, los espacios de las élites y las condiciones de vida. Tal vez la implicación más importante de este fenómeno se concreta
en la esfera de la vida urbana cotidiana.
Sin embargo, este hecho trae implicaciones importantes para las
políticas de desarrollo urbano-regional y la práctica de la planeación. Las políticas territoriales nacionales en las últimas
décadas han buscado eliminar las diferencias entre las ciudades y regiones, mediante la distribución homogénea de las actividades
productivas y sus efectos sociales; la estrategia contemporánea neoliberal enfatiza la exploración de las diferencias. Este fenómeno
ha sido descrito como el ajuste territorial en función de la acumulación del capital que está claramente establecido en el
Sistema de ciudades promovido por el Departamento Nacional de Planeación[9].
En otras palabras, las ciudades-región de ahora -en su
organización, infraestructura, equipamientos, instituciones, fuerza
laboral y cultura- deben ponerse al servicio del capital nacional y transnacional.
Este hecho trae sus propias contradicciones. Las promesas formales
nunca se cumplen plenamente y las condiciones materiales de amplios sectores de la población se deterioran en términos absolutos
o relativos. Dado que es en las ciudades donde se viven y se experimentan estas contradicciones neoliberales, son las
administraciones urbanas, y no tanto los gobiernos nacionales, los que tienen que enfrentarlas, manejarlas, gestionarlas, en lo que
se ha denominado un esfuerzo permanente de “administración de crisis” . Una buena parte de las políticas urbanas relacionadas con
los proyectos urbanísticos, el espacio público, los programas de cultura ciudadana, los presupuestos participativos, la gestión
ambiental, etc., funcionan en este sentido: la creación de
sensaciones de integración y bienestar social. Y una buena parte del éxito o no de un alcalde depende de su habilidad de captar la
imaginación y la voluntad de cooperación de la ciudadanía en
este entorno urbano vivencial , incluso convirtiendo a los pobres en autogestores de su propia desgracia.
Siguiendo la tesis de Harvey[10] sobre el neoliberalismo como
“acumulación por desposesión”, el impacto más drástico de la reestructuración global de la economía ha tenido lugar no en los
países desarrollados sino en las economías emergentes, y con consecuencias devastadoras. La globalización neoliberal constituye
nada menos que el “segundo saqueo” de nuestro país y ciudades, cuyas economías adquirieron la tarea triple de servir la deuda
externa, actuar como eslabón inferior de la cadena de transferencia de riqueza hacia arriba y hacia afuera, y sostener las élites locales
cada día más reducidas pero a la vez más ricas y globaIizadas. En consecuencia, se echó para atrás el proceso de desarrollo
nacional, instaurando una economía altamente informal y una
ciudad neoliberal predatoria.
La globalización neoliberal ha impulsado el proceso de urbanización (especialmente en las grandes metrópolis), a su vez acentuando y
dando nuevas dimensiones a sus características preexistente élites ahora desterritorializadas, segregación socioespacial aguda,
urbanización de la pobreza, degradación del trabajo, crisis de legitimidad de los gobiernos locales, informalidad e inhabilidad
de los asentamientos populares, economías ilegales, y un nuevo desorden tanto en la institucionalidad como en la vida cotidiana.
Es cuestionable, entonces, el papel de la planeación urbana en el
proceso de “gobernanza económica” de la ciudad; urge una planeación alternativa” desde abajo”, contestataria y humanizante,
basada en el re[11]conocimiento de la diversidad y la resolución
creativa de las contradicciones urbanas.
La transformación de Medellín en una empresa neoliberal hay que asociarla, por supuesto, con la creciente importancia de los negocios
inmobiliarios en el desarrollo urbano propiciado por la velocidad con la que se mueven enormes masas de capital, el debilitamiento de la
intervención estatal en la gestión urbana y la competencia entre ciudades que buscan atraer inversiones.
El fenómeno, de alcance mundial, se verifica también en Medellín.
Estas inversiones se orientan a construir grandes complejos comerciales, modernos edificios de oficinas y lujosas residencias que,
aunque pueden contribuir al crecimiento de la ciudad, también profundizan la fragmentación y las desigualdades territoriales.
Las inversiones inmobiliarias privadas han provocado una aguda intensificación de la mercantilización del desarrollo urbano.
En una primera aproximación, el fenómeno solamente puede entenderse en el marco de la creciente movilidad del capital
producida por la globalización financiera que comenzó a procesarse e intensificarse en las últimas décadas del siglo pasado, y se profundizó
bajo los efectos combinados de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y la aplicación de políticas de
liberalización económica, desregulación y apertura externa. En este escenario, la recuperación del crecimiento económico en numerosas
ciudades imbricadas en la dinámica globalizada las ha convertido en escenarios privilegiados para la valorización de los capitales móviles.
Ahora bien, ¿cuáles son las tendencias específicas de esa dinámica
que permiten hablar de la creciente importancia de los negocios inmobiliarios como un fenómeno diferenciado respecto de la fase
anterior? Tres tendencias, constitutivas de la nueva fase de
modernización capitalista que se configuró a partir de la crisis del fordismo, aparecen como la causa principal del desencadenamiento y
el fortalecimiento de la mercantilización del desarrollo urbano: – En primer lugar, la incontenible financiarización de la economía
mundial que, con el estímulo de las políticas de desregulación, privatización y liberalización, cobró mayor impulso desde mediados
de los 70. Esto generó un sustantivo aumento de la oferta de capital, una parte
importante de la cual se orientó hacia la inversión inmobiliaria. – En segundo lugar, el abandono de los esfuerzos por promover una
planificación urbana racional y democrática y su reemplazo por un enfoque en el que priman los criterios de neutralidad y subsidiariedad
del Estado. Esto contribuyó a consolidar una situación en la que las decisiones y las acciones privadas pueden desplegarse con mucha
más autonomía y libertad que en el pasado.
– Finalmente, la generalización, en el marco de este nuevo enfoque de gestión urbana, de estrategias de competitividad urbana y city
marketing, mediante las cuales las autoridades de un número creciente de ciudades buscan, explícita y deliberadamente, atraer
capitales externos. Esto ha contribuido a aumentar la inversión inmobiliaria privada y potenciar su rol en la transformación urbana y
metropolitana.
Estas tres tendencias explican que la actual situación, radicalmente diferente de la de la ciudad industrial, se caracterice por la creciente
importancia del papel de la inversión privada y, consecuentemente, por la imposición de una lógica más estrictamente capitalista en el
desarrollo urbano.
Al mismo tiempo, esta situación está relacionada con el impulso, con
diverso énfasis e intensidad según los países, de un conjunto de reformas estructurales, orientadas fundamentalmente por los
postulados de un nuevo discurso teórico-ideológico que se impuso en
simultáneo con el avance de la globalización. En este contexto, Colombia fue escenario de un experimento, bautizado generalmente
con el eufemismo de «ajuste estructural», que generó diversos cambios sustantivos en política económica, que más tarde se
formalizaron bajo la etiqueta del «Consenso de Washington».
Como parte de este proceso, se observa un incremento de los negocios inmobiliarios en las principales ciudades, lo cual ha
generado un efecto decisivo en la metamorfosis urbana. Globalización financiera e inversiones inmobiliarias
Como ya se ha señalado, el primer cambio importante que ha
contribuido a intensificar la convergencia de un volumen creciente de capitales móviles hacia las grandes ciudades es la financiarización de
la economía mundial iniciada en la década de 1970, que se consolidó
y profundizó posteriormente con la aplicación de las políticas de liberalización y desregulación. Desde entonces, la organización y el
funcionamiento de la economía mundial han estado asociados a un persistente incremento de los flujos de capital, lo cual fue impulsado
por una gran variedad de mecanismos e instrumentos introducidos y perfeccionados bajo la propia dinámica de la globalización financiera.
Estos mecanismos e instrumentos (fondos de pensiones, fondos
mutuos, seguros, fondos bancarios, hedge funds, sociedades de inversión, etc.) han permitido movilizar cotidianamente, y en tiempo
real, una enorme masa de capitales de diversa procedencia hacia los más variados destinos. Al abolir las fronteras nacionales, la
liberalización financiera ha creado las condiciones para una circulación de los capitales sin trabas, a escala internacional. Las
NTIC (nuevas tecnologías de la información y la comunicación) han
amplificado esta evolución permitiendo a los capitales desplazarse a la velocidad de la luz a través del planeta. La liberalización financiera
y las NTIC han abolido las dimensiones espacio-temporales: los capitales circulan instantáneamente y por todos los lugares. Es el
triunfo de la economía virtual a gran velocidad.
En este contexto, los flujos de capital traspasan cada vez con mayor facilidad las fronteras nacionales, que aumentan su porosidad. Y es
que, además de los cambios impuestos por la globalización, los propios Estados nacionales han implementado medidas para
desnacionalizar ciertos componentes particulares de lo nacional, con el deliberado propósito de permitir su articulación a los circuitos
globales, como dice Sassen. En sintonía con la lógica de la globalización, los gobiernos han buscado instaurar un level playing
field en sus respectivos territorios, es decir, un terreno de maniobras
que permita el libre despliegue de las estrategias de las empresas, sea para ampliar el mercado, sea para minimizar los costos, sea para
las dos cosas a la vez.
Bajo estas reglas del juego, la nueva geografía se articula en torno de
circuitos «desnacionalizados» y «desfronterizados». Las grandes ciudades –y, en especial, las grandes regiones urbanas conformadas
en torno de ellas– constituyen los focos principales de acumulación y crecimiento de la economía mundial.
En esta dinámica, al tiempo que los capitales aumentan
aceleradamente su movilidad por un espacio cada día más extenso, también incrementan su autonomía, respecto tanto a las indicaciones
públicas como al movimiento de mercancías. La consecuencia es la consolidación de una situación en la que, el capitalismo financiero,
habiéndose impuesto por todas partes, se ha liberado en todos lados del poder político y de sus variaciones nacionales para transformarse
en el principio indiscutido de la organización económica de las
sociedades.
Esto significa que el nuevo modelo de acumulación y crecimiento ha profundizado, prácticamente a escala mundial, la dependencia
estructural de las sociedades respecto al capital financiero. En términos esquemáticos, esto puede resumirse en la forma siguiente:
en una sociedad que evoluciona en esta dirección el crecimiento económico es un requisito obligado para elevar el ingreso y, por lo
tanto, satisfacer las necesidades básicas de la población. El crecimiento, a su vez, está condicionado esencialmente por los
niveles de inversión, y esta depende de la tasa de ganancia a la que aspiran los propietarios del capital. Los niveles de inversión de un
determinado lugar están definidos por las condiciones para la valorización del capital que dicho lugar pueda ofrecer. En esa
situación, frente a la creciente autonomía de los flujos de capital para
escoger hacia dónde dirigirse, los lugares solo pueden incrementar su capacidad de atracción –atractividad– mejorando las posibilidades de
valorizar esos capitales.
En esta dinámica estructural, se produce una incontrolable intensificación de los flujos financieros a través de las fronteras
nacionales, una parte significativa de los cuales se destinó a la inversión en bienes raíces, especialmente en aquellas ciudades en las
que se preveía un mayor crecimiento económico. En otras palabras, el aumento de la inversión inmobiliaria fue estimulado por la
recuperación del crecimiento de ciertas ciudades, evaluadas por los potenciales inversores como lugares recomendables para la obtención
de tasas de retorno más elevadas que las que podían ofrecer otros destinos. La teoría detrás de estas inversiones globales es que, a
medida que estas naciones estabilizan y modernizan sus economías,
se convierten en lugares más seguros para invertir y con precios inmobiliarios que continuarán en alza.
El incremento del excedente disponible de capitales para la inversión inmobiliaria también se debe a que se trata de un medio idóneo para
el reciclaje de dinero procedente del crimen organizado y, en particular, del narcotráfico, un aspecto no despreciable a la hora de
explicar el crecimiento de los flujos orientados en esta dirección. El sector inmobiliario entra hoy plenamente en la esfera de las
actividades fraudulentas de los blanqueadores. Las inversiones de capitales ilícitos en el sector inmobiliario constituyen un método
clásico y probado para blanquear dinero sucio, particularmente en los países dotados de estabilidad política, económica y monetaria. El
blanqueo puede ser operado por transacciones inmobiliarias realizadas en cadena para impedir que se rastree el origen ilícito de
los fondos, por inversiones de capitales criminales en complejos inmobiliarios turísticos o de esparcimiento que les confieren una
apariencia de legalidad.
Pero más allá del origen de los capitales, lo central es que una parte
importante de estos ha llegado a lugares de alto crecimiento económico y bajo riesgo, sitios recomendables para los negocios
inmobiliarios. Diversas ciudades latinoamericanas han sido consideradas como destinos particularmente atractivos,
especialmente en naciones como Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, México, Panamá y Perú.
Al mismo tiempo, junto con el persistente incremento de los flujos de
capital, de origen tanto interno como externo, se ha observado, especialmente en los países mencionados, un aumento de la
demanda de una amplia variedad de productos inmobiliarios por parte de familias y empresas. Esta nueva realidad, especialmente relevante
en las grandes ciudades que exhiben tasas de crecimiento elevadas o
estables, genera una transformación de sus respectivos paisajes urbanos. Entre estos nuevos productos inmobiliarios se destacan los
denominados «grandes proyectos urbanos» que dejan una especial impronta en las ciudades y generan un impacto relevante en su
organización y funcionamiento.
Pero los efectos, aunque importantes, son limitados. Dado que la mayor parte de las grandes inversiones inmobiliarias se ha orientado
a satisfacer los requerimientos de los sectores más solventes, ellas se han concentrado solo en ciertas zonas, en desmedro de las áreas
habitadas o utilizadas por los sectores de menores recursos. Esto ha contribuido a profundizar las desigualdades que caracterizan la
configuración socio territorial de estas ciudades.
En general, el crecimiento de las inversiones en diferentes
aglomeraciones metropolitanas inmersas en el proceso de globalización ha generado un crecimiento desmesurado de la oferta
inmobiliaria, generalmente acompañado por un sostenido aumento de
los precios de la tierra y de los bienes raíces, lo que en muchos casos ha producido importantes distorsiones en los mercados respectivos.
Subsidiariedad estatal y nueva gestión urbana.
La adopción de los criterios de subsidiariedad estatal y el consiguiente
repliegue del intervencionismo en la gestión urbana constituyen otro de los factores que contribuyeron a estimular los negocios
inmobiliarios en numerosas ciudades latinoamericanas. Esto es consecuencia del agotamiento de las propuestas keynesianas que
habían ganado influencia desde fines de la crisis de 1929 y que postulaban la necesidad de una intervención exógena en el mercado
para controlar o regular los desequilibrios generados por el desarrollo capitalista. Superado este modelo, comenzó a imponerse un discurso
teórico-ideológico que reivindicaba la liberalización y la desregulación
económica.
La convicción era que las recetas basadas en una mayor intervención estatal no resultaban efectivas para conducir o regular los procesos
de cambio en sociedades crecientemente complejas, tanto en el ámbito nacional como en el urbano. A medida que esta idea se fue
imponiendo se produjo el abandono, hoy prácticamente total y definitivo, del enfoque del urbanismo racionalista, en especial el
promovido por Le Corbusier y la Carta de Atenas.
Esta perspectiva fue reemplazada por las concepciones sobre gobernanza y planificación estratégica, que revalorizan el papel del
mercado en la regulación de la vida económica y la participación consensuada de los principales actores involucrados en las prácticas
sociales.
La convicción dominante desde entonces es que el manejo de los
procesos económicos y sociales debe regularse por el libre juego de las fuerzas del mercado mediante el principio de subsidiariedad
estatal. Esto significa, básicamente, que el Estado debería sujetar sus funciones a un esquema de racionalidad económica en el que estarían
claramente diferenciadas las actividades públicas y el nuevo papel del capital privado, núcleo de las capacidades y la iniciativa individual.
Por consiguiente, se debería tender a consolidar un Estado que en
materia económica solo se encargara de regular, supervisar y vigilar que las relaciones de mercado se realizaran de acuerdo con los
marcos legales establecidos.
El resultado de este enfoque fue una drástica reducción de la
intervención y de la inversión pública y un renovado protagonismo del capital privado. Esta perspectiva de administración urbana hizo que
se pasara de una concepción que suponía un manejo de corte
gerencial a otro de tipo empresarial, bajo el supuesto de que los beneficios positivos serán obtenidos por ciudades que asuman una
postura empresarial en relación con el desarrollo económico.
El abandono de las ideas y las propuestas «gerencialistas» se evidencia en el convencimiento acerca de la inoperancia del
urbanismo racionalista y el creciente consenso en cuanto a que la coherencia del proceso no se deriva de una imposición de una
doctrina urbanística bajo la coacción de la autoridad, puesto que la autoridad política no es la única base de una racionalidad espacial,
detrás de la cual no se encontraría más que el caos, tal como había sido postulado por el urbanismo racionalista.
A partir de estas nuevas premisas, se llegó a la conclusión de que la
intervención política y urbanística tiene mucho más peso si se inserta
en un proceso que toma fuerza independientemente de ella. Es natural entonces que la nueva política urbana comenzara a actuar de
acuerdo con ese proceso que toma fuerza independientemente de ella. La idea, en suma, es que la viabilidad de cualquier proceso
urbano solo podrá asegurarse en la medida que sus objetivos no sean contradictorios con la dinámica social predominante.
Esta forma de concebir las prácticas sociales, que descarta la
posibilidad de una planificación normativa, tiene su fundamento en el reconocimiento de que los procedimientos practicados por los poderes
públicos no son sino uno de los componentes de procesos en los que se combinan, según modalidades muy diversas, lógicas públicas y
lógicas privadas, evoluciones ‘espontáneas’ e intervenciones planificadas, racionalidad técnica y elecciones políticas, experticias
científicas y compromisos militantes, programación y concertación,
etc.. Esta nueva perspectiva, que implica un cambio radical con respecto a las ideas y a las prácticas del siglo pasado, contiene las
bases sobre las que se sustenta el concepto de gobernanza, que ahora tiende a imponerse como fundamento para la gestión pública
en sociedades complejas y democráticas.
Complementariamente, y conforme a las ideas centrales del nuevo discurso ideológico dominante, se impulsaron medidas de
descentralización política y administrativa, que se consideran mecanismos adecuados para acotar las atribuciones del Estado
central en beneficio de la sociedad civil y de las comunidades locales.
En general, la descentralización ha permitido que las administraciones locales dispongan de facultades más amplias para negociar
directamente con los capitales privados las condiciones requeridas
por estos para aumentar allí sus inversiones. La descentralización ha terminado por constituir un camino apropiado para el mejor
desarrollo de los negocios inmobiliarios.
En efecto, al destrabar, estimular y sostener las acciones de las
fuerzas sociales con más capacidad para concretar las intervenciones que, por su magnitud e importancia, tienen mayor incidencia en el
desarrollo de las ciudades, se consolidaron condiciones muy favorables para que estos capitales operen con creciente autonomía.
Esto ha hecho que los negocios inmobiliarios jueguen un papel todavía más importante que el que habían tenido en el pasado. En
algunas regiones metropolitanas, verdaderos mosaicos de poderes públicos locales, la competencia entre diversas municipalidades
conduce a una superoferta de este tipo de mercancía, inmovilizando capitales en construcciones ociosas.
Por lo tanto, la gestión empresarial ha podido cumplir con su
propósito de remover, debilitar o neutralizar las regulaciones
establecidas en la época en que el urbanismo racionalista se había propuesto, aun con escasos resultados, controlar o regular el
desarrollo urbano. Esto ha permitido estructurar un escenario mucho más ventajoso para el despliegue de la multitud de procesos privados
de apropiación de espacio que marcan la esencia de la urbanización capitalista. En definitiva, esto significa que los cambios en la
orientación y el contenido de la gestión lograron establecer un escenario más favorable a ciertas tendencias congénitas al desarrollo
urbano capitalista que, si bien habían estado presentes en fases anteriores, no habían alcanzado la intensidad actual. Es posible
concluir, por consiguiente, que la aplicación de políticas concebidas según este enfoque alternativo fortaleció aún más la vigencia de una
lógica de urbanización intrínsecamente capitalista en los procesos de transformación urbana y metropolitana.
Competitividad de las ciudades y atractividad urbana
El tercer factor –además del impacto de la globalización financiera y el nuevo enfoque de gestión urbana– que mejoró las condiciones para
los negocios inmobiliarios fue resultado de la competencia por la inversión externa entre los gobiernos de diferentes ciudades. Aunque
en cierta forma las ciudades siempre han estado en competencia, lo novedoso ahora es que la competitividad interurbana es un
componente central de la gestión urbana.
En lo fundamental, los gobiernos locales han justificado sus estrategias de city marketing mediante el supuesto de que un mayor
flujo de capitales (así como también la presencia de nodos de empresas y de visitantes globales) constituye un requisito para
incrementar la capacidad productiva y el crecimiento. Esto, a su vez,
sería una condición necesaria para aumentar los niveles de empleo y de ingreso y, por último, para asegurar una mejor calidad de vida
para los habitantes.
En concordancia con estos objetivos, por lo general las inversiones
inmobiliarias han sido altamente valoradas por las administraciones urbanas, al considerar que inducen la activación de la industria de la
construcción, y a su vez esta, por sus efectos en términos de encadenamientos productivos y por su capacidad para generar
empleos, beneficiaría el crecimiento general de la ciudad. Por estas razones, se ha tendido a establecer condiciones especialmente
favorables (y permisivas) para la atracción de inversiones de esta naturaleza.
Desde otro punto de vista, el city marketing, se fundamenta en el
reconocimiento de que el avance de las tendencias a la «desfronterización» que afecta a los recursos de alta movilidad –y en
especial al capital– ha permitido escoger con mucha más autonomía
que en el pasado los lugares de destino, en un espacio de acumulación que ha ido adquiriendo cobertura mundial y en el que,
por lo tanto, cada día hay muchos más competidores en pugna.
Frente a ello, cada lugar trata de potenciar su capacidad para atraer los flujos de capitales móviles. Las inversiones toman crecientemente
la forma de una negociación entre el capital financiero internacional y los poderes locales, y estos hacen todo lo que está a su alcance para
maximizar la atractividad local como un aliciente para el desarrollo capitalista.
Al generalizarse estas estrategias, se configuró una situación mucho
más propicia para el despliegue de los capitales interesados en los negocios inmobiliarios: por un lado, un número creciente de
potenciales inversores buscaban lugares que les ofreciesen mejores
condiciones para valorizar sus capitales, al tiempo que, por otro lado, una cantidad también creciente de lugares intentaba atraerlos. Esto
es, la disponibilidad y oferta de capitales para este tipo de inversión aumenta conjuntamente con la demanda por ellos.
Sin embargo, cuando se analizan las motivaciones de los inversores
inmobiliarios, no hay que soslayar que el sector privado, con conocimiento de causa, no realiza inversiones no rentables, sin
importar lo socialmente loables o deseables que puedan ser, y las principales opciones para los gobiernos locales son a menudo tratar
de oponerse a los desarrollos privados o trabajar con ellos. En base a esta idea, no hay dudas de que, en una economía capitalista, quienes
invierten en respuesta a los estímulos que ofrecen estas estrategias, lo hacen motivados por objetivos que no son ni la generación de
empleos, ni el mejoramiento de la calidad de vida de las ciudades de
destino, sino, lisa y llanamente, la posibilidad de aprovechar las ventajas que cada ciudad puede ofrecer para realizar buenos
negocios.
No obstante, pese a todo, hay abundantes ejemplos que indican que
cada día más administraciones urbanas promueven estrategias de esta naturaleza, muchas veces mediante ambiciosos programas de
cosmética urbana, que se considera un componente imprescindible para promover a la ciudad respectiva en la vitrina de la red global de
ciudades. Por ello mismo, los destinos inmobiliarios más ofrecidos incluyen escenografías urbanas que buscan mejorar el marketing
internacional de la ciudad. Y son justamente esos destinos los que resultan más atractivos para los capitales móviles, teniendo en
cuenta los retornos que las propias estrategias de competitividad urbana se encargan de ofrecer. Esto, por supuesto, les otorga poca
importancia a temas como la vivienda popular o la infraestructura básica para los sectores mas pobres.
Para fortalecer las estrategias de atracción de capitales, cada vez son más numerosas las ciudades que convocan a los profesionales más
representativos y cotizados del jet set arquitectónico internacional, cuyos nombres constituyen poderosos anzuelos para la promoción
externa. Hoy, contar con un artefacto firmado por un star architect del renombre de Norman Foster[12], Frank Gehry[13], Santiago
Calatrava[14] o César Pelli[15], entre otros, constituye un activo invalorable para el correspondiente marketing urbano.
En los últimos años cada vez más ciudades colombianas, incluida
Medellín, han optado por estrategias de este tipo y hoy muestran paisajes urbanos marcados por un número creciente de íconos o
emblemas concebidos con estos objetivos.
Por otra parte, prácticamente en todos los países que han logrado
avances en los procesos de globalización se comprueba que las principales ciudades han comenzado a mostrar un importante
crecimiento de la inversión inmobiliaria en un diversificado conjunto de artefactos representativos: complejos empresariales construidos
como «edificios inteligentes» según normas y diseños estandarizados globalmente, entre los que los rascacielos aparecen como la máxima
expresión; hoteles de lujo de las más variadas cadenas internacionales, también concebidos según patrones internacionales;
enormes y lujosos centros comerciales diseñados como verdaderos «no lugares» (Augé); barrios amurallados y protegidos para sectores
de altos ingresos; llamativos museos donde el continente puede contar más que el contenido, etc. Todas estas con- figuraciones
arquitectónicas están contribuyendo a afirmar una tendencia hacia una mayor homogeneización del medio ambiente construido.
Al mismo tiempo, como parte de las estrategias de competitividad urbana, también se ha comenzado a promover operaciones
inmobiliarias de gran magnitud para la realización de grandes
proyectos urbanos, que buscan replicar modelos ya impuestos en el mundo desarrollado, como La Défense en París[16], Postdamer
Platz[17] en Berlín y Canary Wharf en Londres[18]. Estas configuraciones, muchas veces orientadas a la generación de nuevas
centralidades urbanas, también son utilizadas como un medio para mejorar el posicionamiento de la ciudad respectiva en el nuevo
escenario. Ejemplos destacados de esta tendencia en América Latina son, entre otros, Puerto Madero en Buenos Aires[19], el Centro
Comercial Santa Fe en Ciudad de México[20] y el nuevo centro empresarial de San Pablo en la Avenida Berrini[21].
También siguiendo ejemplos europeos, sobre todo el de Barcelona, ha
comenzado a ganar impulso en América Latina la recuperación de los frentes marítimos o fluviales en aquellas ciudades que hasta ahora no
habían explotado este potencial. Además del caso de Puerto Madero
en Buenos Aires, pueden mencionarse, entre muchas otras experiencias, el Malecón 2000 en Guayaquil[22], la Estação das
Docas en Belem[23] y la recuperación de la zona ribereña en Rosario. Todas estas iniciativas han permitido abrir y ofrecer a los negocios
inmobiliarios amplios frentes fluviales.
En un balance final, se puede concluir que las inversiones inmobiliarias han tendido a materializarse ante todo en el
«inmobiliario de empresa» y en las respuestas a las sofisticadas demandas residenciales de los sectores de mayores ingresos,
situadas principalmente en las áreas más desarrolladas de cada ciudad. La tendencia dominante, entonces, ha sido hacia la
agudización o la preservación de una ciudad desigual y fragmentada en Colombia y Medellín, en este caso concreto. Las áreas donde
residen los sectores de menores ingresos continúan suscitando
escaso interés como destino para el capital inmobiliario. Si esto continúa así, la conclusión es que el fenómeno de los tugurios,
seguirá pendiente.
Esta situación es particularmente preocupante. Si no se logra cambiar la orientación de las inversiones inmobiliarias aquí analizada, las
carencias de infraestructura y vivienda que actualmente afectan a los sectores populares continuarán siendo un problema de difícil solución.
La realidad es que la vivienda sólo es un problema para las personas que buscan casa y no pueden pagarla a los precios actuales, pero no
para la administración municipal, ni tampoco para la arquitectura ni para la proyección urbana, que en el último cuarto de siglo han vivido
consagradas a las iniciativas espectaculares y grandilocuentes vinculadas al marketing urbano.
¿Cómo podrían resumirse los principales cambios producidos por los factores que han contribuido a intensificar las inversiones
inmobiliarias urbanas?
Ante todo, los elementos expuestos permiten indicar que algunas
tendencias constitutivas del nuevo modelo han incidido en la consolidación de condiciones más favorables para la profundización
de una lógica genuinamente capitalista en la metamorfosis metropolitana. En este contexto, las ciudades como Medellín se han
transformado en un campo de operaciones privilegiado para los negocios inmobiliarios.
En la medida en que esta tendencia continúe afirmándose, se corre el
riesgo de dejar la suerte de la ciudad casi en su totalidad en manos de los contratistas y especuladores inmobiliarios, de los constructores
de oficinas y del capital financiero. Este probable destino puede ser el desenlace inevitable de las propuestas de gestión urbana basadas en
las ideas de gobernanza. En efecto, la vigencia del criterio de
subsidiariedad, que limita la intervención pública en la gestión urbana, junto con el incontrolable aumento de la movilidad del capital
producido por la globalización financiera, del cual un volumen creciente tiende a orientarse hacia las grandes ciudades como
Medellín, puede terminar otorgando una importancia cada vez mayor a estas inversiones en el desarrollo y la transformación urbana, lo
que contribuye a intensificar la mercantilización del proceso de desarrollo urbano y, por lo tanto, a reducir la posibilidad de impulsar
proyectos de ciudad concebidos con el propósito de mejorar la calidad de vida del conjunto de los habitantes.
Parece lógico pronosticar, entonces, que los procesos de
transformación urbana tenderán a evolucionar cada vez más al ritmo de la acumulación de inversiones en busca de elevados retornos, que
se localizan preferentemente en las partes más desarrolladas de la
ciudad. Esto tenderá reforzar una estructuración socio territorial caracterizada por fuertes desigualdades y por nuevas modalidades de
fragmentación urbana. La gobernanza se plantea como un mecanismo funcional a una sociedad con baja intervención del Estado
y supone una mayor participación de los actores de la sociedad civil.
Sin embargo, en las condiciones ya analizadas, en las que no todos estos actores tienen igual poder para incidir en la transformación
urbana, la gobernanza, en definitiva, resulta funcional a la reproducción de la ciudad desigual en que actualmente vivimos.
Para Medellín y sus habitantes, para la gran mayoría de los sectores
populares, es imperativo plantearse nuevos horizontes de
movilización que vayan en la búsqueda de otras formas de
construcción del espacio urbano.
Es cierto, la planificación tradicional busca ordenar el futuro sobre
la base de la racionalidad. Dicho proyecto se apoya en el supuesto de que la sociedad procede de acuerdo con leyes
permanentes o regulares que una vez formuladas permitirían predecir y legislar el futuro con objetividad. Los críticos de
este concepto han cuestionado esta aproximación desde dos líneas de argumentación fundamentales: la primera se basa en
el cuestionamiento de la posibilidad de unas ciencias sociales construidas sobre las bases de las ciencias exactas y naturales.
Basada en análisis de género, preferencia sexual, raza y clase,
la segunda se basa en la naturaleza contestataria de la practica social y arguye que este tipo de propuesta no solamente
se inspira en una sociedad dominada por el patriarcado que ha regido la sociedad Occidental sino que oculta la realidad de un
dominio patriarcal de clase. De esta manera, la planificación
institucionalizada se presenta como una dictadura patriarcal a nombre de la racionalidad (que también ha sido cuestionada como
un reflejo y soporte de esta racionalidad).
Ya desde la fundación de la planificación existían paradigmas de clase y proyectos alternativos que no tuvieron mucho eco. A partir de
los años 60s, empezaron a surgir otros modelos de planificación. Sin embargo, la mayoría de ellos seguían reflejando la
racionalidad científica.
Jane Jacobs[24] analizo en detalle la tiranía de una planificación totalitaria y homogeneizadora que producía ciudades
segregadas, totalitarias y por lo mismo inseguras e invivibles. Por su parte, Lefebvre arguyo que la planificación institucional era
una secreción de una sociedad dominada por el valor de cambio y
que, por ende, generaba un espacio homogeneizador, represivo y cuantitativo manteniendo a raya la diferencia, la calidad y la
creatividad. El papel de tal planificación es traducir el orden social en una organización territorial que lo reproduzca.
Esta propuesta ha sido rechazada por provenir de una persona
o una visión que Occidente ha demonizado. Aquí la planificación surge como la búsqueda de una sociedad diferente a la actual donde
no sean las prioridades de acumulación y por ende la planificación institucional, las que rigen sino las prácticas contestatarias y la
experimentación con nuevos espacios. Lefebvre ilustra estos puntos así para América Latina:
Las enormes shanty towns de América Latina (favelas, barrios,
ranchos) manifiestan una vida social mucho más intensa que los distritos burgueses de las ciudades. Esta vida social solo
sobrevive en tanto que se auto-defiende y entra al ataque en el curso
de la lucha de clases. A pesar de su pobreza, estos distritos organizan el espacio a veces tan efectivamente casas, paredes, espacios
públicos, que generan una admiración nerviosa. Se trata de una apropiación de un orden superior extraordinario. La arquitectura
espontanea de la planificación (formas salvaje sí, usando una terminología elegante) demuestra ser muy superior en la
organización del espacio por parte de especialistas quienes traducen el orden social en una realidad territorial con o sin ordenes
directas de las autoridades económicas o políticas.
El resultado en el terreno constituye un dualismo especial extraordinario. Y el dualismo en el espacio mismo genera la impresión
muy fuerte de que allí hay un dualismo de poder político: un equilibrio tan amenazante que una explosión es inevitable. La
impresión sin embargo es equivocada una medida precisamente de
la capacidad represiva y asimiladora del espacio dominante. El dualismo persistirá ciertamente; y, en ausencia de una
inversión de la situación, el espacio dominado simplemente será debilitado. Un dualismo conflictivo, que es un estadio de transición
entre la oposición (la diferencia inducida) y la contradicción/trascendencia (diferencia producida), no puede durar
para siempre; puede sostenerse, sin embargo en torno a un equilibrio considerado optimo por una ideología particular.
Tal anti-planificación exigiría una nueva teoría que trascienda el
tratamiento institucional del espacio y la ciudad y que permita articular las contradicciones. Lefebvre la describe como una ciencia
del espacio:
La ciencia del espacio debería ser vista como ciencia de uso, en tanto
que las ciencias sociales especializadas conocidas como ciencias sociales se basan en el intercambio y aspiran a ser ciencias del
cambio o sea de la comunicación y de lo comunicable. En este sentido, la ciencia del espacio se ocuparía de los campos de lo
material, sensorial, y natural, si bien en lo que toca a la naturaleza, su énfasis seria en lo que hemos llamado una segunda naturaleza:
la ciudad, la vida urbana, y la energética social, consideraciones ignoradas por las aproximaciones basadas en una
visión simplista de la naturaleza con conceptos tan ambiguos como los de medio ambiente. La tendencia de tal ciencia iría en dirección
contraria a la tendencia dominante (y dominadora) también en otro aspecto: asignaría a la apropiación un estatus practico y
teórico. A favor de la apropiación y el uso, por tanto y contra el cambio y la dominación.
En este contexto, la anti-planificación emerge como una oposición transformadora que busca cambiar relaciones de poder
y reglas de juego opresivas por relaciones de diferencia y las
prioridades de la acumulación que sujeta a la ciudad a la tiranía del valor de cambio por relaciones de uso. Sea que estemos de acuerdo o
no con la propuesta y las múltiples practicas de la anti-planificación o que busquemos un compendio entre ellas, nos
encontramos frente a dos conceptos contradictorios de planificación: la planificación autoritaria de la institucionalidad dominada por las
prioridades de la acumulación y la planificación contestataria que busca una gobernanza real, un humanismo y democracia radicales.
El punto álgido aquí es la lucha entre el autoritarismo
homogenizante y la diversidad. En última instancia, la planificación es un acto de poder. Entonces podemos hablar de un poder que
impone su agenda desde arriba, una negociación donde cada parte entra con la misma posibilidad de influir el resultado, o un ejercicio de
contradicciones donde puede haber formaciones que incluyen varios
sectores de clase bajo el control de una de ellas (ej. el clientelismo) o una lucha por imponer los intereses de una a las demás.
De hecho la planificación no ha logrado ni puede imponer un
dominio absoluto de clase. La democracia representativa ha propuesto una planificación con participación constreñida
(planificación participativa) donde se manipulan los intereses de clase y donde se presentan muchas combinaciones. Para
nuestro caso, la globalización neoliberal aparece como un nuevo absolutismo de clase apoyada en una maquinaria apabullante
de propaganda e ideología (las virtudes del libre cambio y de la mal llamada democracia), un monopolio cada día más arraigado del
poder represivo del estado y la dictadura del mercado. Esta planificación ha sido devastadora para la ciudad Latinoamericana y ha
profundizado el sistema de transferencia de valor hacia fuera y hacia
el Norte. Si queremos cambiar nuestro destino hay que desarrollar otra doctrina, otra práctica, y una planificación contestataria o
alternativa a la que la globalización neoliberal impone.
Los grandes beneficiarios de la planeación urbana y de los POT no son los ciudadanos, quienes han sacado provecho de todas estas normas,
como lo muestran los resultados del desarrollo urbano, son poderosos grupos empresariales inmobiliarios., que sacan partido de la captura
y control de las Oficinas de planeación y de las curadurías.
Esta propuesta de planificacion urbana alternativa debe considerar, por lo demás, el momento de quiebre del modelo neoliberal.
Es innegable que hoy la ideología del neoliberalismo ha perdido su
poder. También en la práctica el neoliberalismo parece haber perdido impulso.
Lo mismo que el neoconservadurismo perdió su poder ideológico después de que la guerra de Irak fracasara de modo creciente, hoy el
neoliberalismo tampoco está generando nuevas ideas. Eso no sucedió repentinamente sino que se produjo a lo largo de por lo menos una
década. Al menos cinco factores contribuyeron a esa pérdida de impulso político del neoliberalismo. Primero, la crisis económica
asiática de 1997-1999 dejó al descubierto el fracaso del neoliberalismo en sus propios términos económicos, convenciendo a
varios defensores importantes, desde Joseph Stiglitz hasta Jeffrey Sachs, a lanzar críticas fulminantes y entonar mea culpas. Segundo,
la emergencia de la oposición política, especialmente en Latinoamérica, supuso un significativo desafío a un conjunto de ideas
y práctica económicas que fueron impuestas al continente a comienzos de los años setenta. Tercero, y más importante, el
movimiento antiglobalización de finales de los noventa y comienzos
del siglo XXI —de Vancouver a Génova, de Seattle a Cancún— también dejó al descubierto la brutalidad e hipocresía del
neoliberalismo; aunque se fragmentó pronto, ese movimiento merece una valoración positiva considerable por traducir la acusación al
neoliberalismo en un desafío abierto. Cuarto, la guerra de Irak, encabezada por Estados Unidos y el Reino Unido, que se limitó a
confundir la guerra al terrorismo con los planes políticos y económicos del neoliberalismo, fue un grave error diplomático incluso
en los propios términos de la administración Bush, por no mencionar la gran incompetencia con la que se llevó a cabo. Hacia los primeros
años del siglo XXI, pues, un ya anquilosado neoliberalismo fue, en el mejor caso, llenando los intersticios sociales y geográficos de un
proyecto que se había estancado. El colapso económico que se produjo en 2008 con la crisis de las «sub prime», y la resultante
debacle económica global, fue solo el último y quinto clavo en el
ataúd del neoliberalismo. Aunque una mejoría en la caída del mercado de valores en la primavera de 2009 animó a algunos
economistas y comentadores estadounidenses a predecir una atenuación de la crisis, otros, considerando de modo más global la
bajada de la producción industrial y del comercio global, detectan un declive aún más pronunciado que el de 1929 que inició
Por supuesto, como siempre, la profundidad y extensión del declive
económico están muy desigualmente repartidas por el globo.
La ideología neoliberal puede que ya esté fatalmente herida, pero no debemos apresurarnos a declarar el final del neoliberalismo per se.
Solo si aceptamos la autorrepresentación ideológica del neoliberalismo, esto es que representó un abandono de la economía
privada por parte del Estado y un regreso a mercados puramente
libres y a la propiedad privada, tendría sentido anunciar el fin del neoliberalismo en cualquier cosa excepto en términos ideológicos. Un
neoliberalismo sin Estado fue su propio mito. En realidad, claro, el
Estado en diversas escalas nacionales, locales y globales contribuyó asiduamente por medio de la desregulación empresarial, los gastos
militares, la política de la vivienda, la política de impuestos a las empresas, el desarrollo urbano, la represión social, las políticas de
«desarrollo» global y la expansión de su propia iniciativa empresarial, al avance del proyecto neoliberal. Muchas de las instituciones y
normas de esa época se mantienen firmes en su puesto con muy pocas alternativas coherentes a la vista. Así puede que tenga más
sentido tomar prestada la afortunada frase que Jürgen Habermas aplicó en los años ochenta a la situación del modernismo, y concluir
que el neoliberalismo «ha muerto pero sigue vigente».
El neoliberalismo se encuentra en un estado de atrofia, sin duda, pero su poder económico y militar aún perdura. Ha dejado a su paso, y
continúa dejando, una estela de destrucción humana, tanto en los
barrios pobres del mundo, como en el medio ambiente, o entre personas desposeídas por razón de clase, género, raza, nacionalidad,
o por pertenecer a un pueblo indígena.
Conclusión.
Como en todos los ámbitos de la vida social de nuestra nación, el neoliberalismo ha significado la destrucción de nuestras ciudades en
los años recientes, sometidas, mediante los Planes de Ordenamiento Territorial/POT a las lógicas del mercado y los valores de cambio. A
pesar de haber sido derrotado, a escala global, el neoliberalismo, aun sigue vigente en nuestra sociedad causando grandes daños entre los
sectores más pobres lo que plantea la necesidad de la constitución de un sujeto urbano que se movilice en defensa de sus derechos y por la
construcción de ciudades democráticas y con justicia y solidaridad
social, como en el caso de Medellín que nos ocupa.
[1] Ver en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1FFZ6yK [2] Ver en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1JZtljj
[3] Ver en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1DKzCdq [4] Ver texto de la ley en el siguiente enlace
electrónico http://bit.ly/1jkKA2t [5] Medellín es la capital del Departamento de Antioquia, tiene 2
millones 6 mil habitantes y su Área Metropolitana reúne 3 millones 6 mil personas, fue fundada el 2 de noviembre de 1675, tiene 339
años; su espacio urbano está organizado en 16 comunas y 5 corregimientos. Ver siguiente enlace electrónicohttp://bit.ly/1DRTsoq
[6] El primer Plan de Ordenamiento Territorial de Medellín fue adoptado mediante el Acuerdo 062 de 1999, ver siguiente enlace
electrónico http://bit.ly/1ClGL4J; posteriormente mediante el Acuerdo
046 del 2006 se hizo una revisión del mismo, ver el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1JZwvU9; para Ver POT vigente de Medellín,
aprobado mediante el Acuerdo 048 de 2014 por el Concejo de la
ciudad consultar el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1PeewuU [7] Ver siguiente enlace
electrónico http://es.wikipedia.org/wiki/Zygmunt_Bauman [8] Sobre la ciudad dual ver el siguiente enlace
electrónico http://bit.ly/1bOmaPC [9] Ver siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1vpxEAe
[10] Ver sobre David Harvey en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/1I5tSmD
[11] Esta reflexión se apoya en los planteamientos de Carlos A. De Mattos recogidos en el texto cuyo enlace electrónico es el
siguiente http://bit.ly/1zq5AjZ [12] Norman Foster (Mánchester, 1 de junio de 1935) es un
arquitecto británico. Ha sido galardonado con el premio Pritzker en 19991 y el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2009.
[13] Frank Owen Gehry, es un arquitecto canadiense asentado en
Estados Unidos, ganador del Premio Pritzker, reconocido por las innovadores y peculiares formas de los edificios que diseña
[14] Santiago Calatrava Valls es un arquitecto, ingeniero y escultor español. Entre los premios y reconocimientos que ha recibido destaca
el Premio Príncipe de Asturias de las Artes de 1999 y el Premio Nacional de Arquitectura de 2005
[15] César Pelli es un arquitecto nacido en la provincia de Tucumán, Argentina. Estudió arquitectura y se graduó en la Universidad
Nacional de Tucumán [16] La Défense es un moderno barrio de negocios situado al oeste
de París, como prolongación del “axe historique” (eje histórico) que comienza en el Louvre y prosigue por la avenida de los Campos
Elíseos, el Arco de Triunfo, y hasta el puente de Neuilly y el Arco de la Defensa o Grande Arche. Se extiende sobre los municipios de
Puteaux, Courbevoie y Nanterre (todos en el departamento de Hauts-
de-Seine). Este distrito se compone esencialmente de rascacielos de oficinas, conectados por una inmensa explanada peatonal (Le Parvis)
de 31 hectáreas. Los jardines colgantes y sesenta obras de arte hacen de él un verdadero museo al aire libre y un paseo muy
apreciado por las personas que viven o trabajan allí [17] Potsdamer Platz, es una importante plaza pública e intersección
del tráfico del centro de Berlín y se cuenta como uno de los lugares más destacados de esta ciudad.
[18] Canary Wharf es un gran complejo de negocios de Londres, situado en la Isla de los Perros en el barrio londinense de Tower
Hamlets, en la zona de los Docklands. [19] Puerto Madero es uno de los 48 barrios en los que se divide
legalmente la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Su ubicación cercana a la zona céntrica de la ciudad, lo extenso de su área y su
vista al río hacen de este distrito uno de los más exclusivos de
Buenos Aires. [20] El Centro Santa Fe, es un centro comercial, cuenta con 6
niveles. Está ubicado en la Ciudad de México, dentro de la zona
financiera de Santa Fe. Cuenta con más de 500 locales, estacionamiento para más de 10 000 autos, un nuevo nivel de
compras y un campo de golf. [21] O Centro Empresarial Nações Unidas é um complexo comercial
localizado na cidade de São Paulo, no bairro de Cidade Monções, no distrito de Itaim Bibi. Está situado entre as avenidas Nações Unidas e
Luís Carlos Berrini, com entrada principal pela avenida Berrini, atualmente uma das regiões mais valorizadas da capital paulista.
Tem 277.446,18 m² de área construída, incluindo centro comercial e as torres Oeste, Norte e Leste. O projeto de 1989 só foi concluído em
torno dos anos 2000, devido a problemas econômicos. [22] Malecón 2000, ubicado en la ciudad de Guayaquil, junto al río
Guayas, es un proyecto de regeneración urbana del antiguo Malecón Simón Bolívar, de 2.5 km de extensión en donde se puede disfrutar
de los grandes monumentos de la historia de Guayaquil, como el
Hemiciclo de la Rotonda, museos, jardines, fuentes, centro comercial, restaurantes, bares, patios de comida, el primer cine IMAX de
Sudamérica, así como muelles, desde donde se puede abordar embarcaciones para realizar paseos diurnos y nocturnos por el río
Guayas y miradores entre otras atracciones. [23] A Estação das Docas é um complexo turístico da cidade de
Belém no estado brasileiro do Pará. Anteriormente parte do Porto de Belém, foi inaugurado como complexo turístico em 13 de maio de
2000, antes esta área tinha altos índices de criminalidade e prostituição, atualmente tornou-se um ponto de lazer para elite
paraense. [24] Jane Butzner Jacobs (Scranton, Pensilvania, 4 de mayo de 1916
— Toronto, 25 de abril de 2006) fue una divulgadora científica, teórica del urbanismo y activista sociopolítica canadiense, nacida en
Estados Unidos.