IDEOLOGIA Y SOCIEDAILucio CollettiLibros de confrontación Filosofía 6
El movimiento revolucionario ha comprendido fácilmente las consecuencias más visibles de unas relaciones sociales en las que los medios de producción han sido separados de ios productores y son poseídos privadamente por las clases dominantes.Cuando los productores no tienen ningún poder acerca de las finalidades a que se destinan los medios de producción, las personas carecen de poder de decisión acerca de qué necesidades suyas van a ser satisfechas. Por aquf se enlaza con la temática de la alienación: el destino de los medios de producción es ajeno a los productores. Una amplia zona de inutilidades, de utilidades ficticias y un desorden erárquico de las necesidades a cubrir, son as consecuencias del sistema.
DEOLOGIA Y SOCIEDAD es una invitación a la lectura de los que no lo saben todo y necesitan averiguar lo que parece a aportación más interesante del libro de 20LLETTI: su reflexión sobre la atiena- :ión y sobre los aspectos cualitativos de a explotación capitalista.
.a edición inglesa de IDEOLOGIA Y SO 3IEDAD ha sido galardonada con el pres :igioso ISAAC DEUTSCHER PRIZE 1973.
r n r m o i A i en u t a u n i a
Traducido al castellano por A. A. Bozzo y J.-R. Capel!a, del original italiano Ideología e societá, publicado por Editori Laterza.Barí, Italia.
© Editori Laterza, Bari, 1969 (2* ed, 1970).
<© de la presente ediciónEDITORIAL FONTANELLA, S. A , Escorial, 50, Btrcelona-12. 1975
Primera edición. Febrero 1975
Cubierta de Alicia Fingerburt y Jaime Sons.
Printed in Spain-Impreso en Esptña por Gráficas Tricolor,Eduirdo Tubau, 20. Barcelona.
Depósito legal: B. 8.227 - 1975
ISBN 84-244-036M
Advertencia preliminar.
E l prim ero de los ensayos recogidos en este volum en apareció en 1959 en la revista <Societá», y es el texto de unos coloquios realizados en el In stitu to Gramsci con oca- sión de una conferencia sobre «Marxismo y sociología». Los otros ensayos, a su vez, fueron redactados entre los años 1967 y 1969. E l referente a Bernstein apareció como introducción a la edición italiana de Socialismo y socialdemocracia.* Los que tratan de Rousseau y Marcuse vieron la luz en la revista «De Homine», en tos núm eros de marzo y junio de 1968, respectivam ente . Los ensayos están ordenados según el orden cronológico de redacción. Cabía agruparlos de otro m odo , al objeto de obtener una distribución más adecuada de las m aterias, e iricluso la apariencia de una m ayor unidad . Pero se ha preferido el primer criterio en un intento de conservar en cada uno de los ensayos su carácter de «prueba» o, por decirlo asi, de experim ento .
* E. Laterza, Bari, 1968.
7
BERNSTEIN Y EL MARXISMO DE LA SEGUNDA INTERNACIONAL
1. E l «testam ento político» de Engels
En la introducción a la prim era reedición de La lucha de clases en Francia, escrita en m arzo de 1895 pocos meses antes de su m uerte, Engels observaba que el p rin cipal e rro r com etido por Marx y p o r él m ismo, en ia época de la revolución del 48, había consistido en considerar que la situación europea de entonces estaba ya m adura para la transform ación socialista: «La historia nos ha desm entido a nosotros y a quienes pensaban de análoga m anera. Ha m ostrado claram ente que el estado de la evolución económica del C ontinente distaba todavía m ucho entonces de e s ta r m aduro p a ra la elim inación de la producción capitalista; lo ha dem ostrado por medio de la revolución económica que desde 1848 se ha adueñado de todo el Continente (...) haciendo de Alemania un verdadero país industrial de p rim er o rden».1
A este e r ro r de apreciación acerca del nivel real del desarrollo capitalista en 1848 había concurrido relevantemente tam bién, según Engels, una concepción política equivocada que M arx y él habían inferido entonces de la
I. K. M a r x -F . E k c e ijS, 184A en Francia y en Alemania. La introducción de Engels a la primera reedición de La lucha de clases en Francia, de Marx, de donde se han tomado las citas siguientes, está fechada en Londres el 6 de marzo de 1895.
71
experiencia h istórica revolucionaria anterior, sobre todo de la francesa: se tra ta de la idea de revolución como hecho «de minorías». «Era, pues, lógico e inevitable que nuestra m anera de represen tarnos el carác ter y la m archa de la revolución “social* proclam ada en París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese fuertem ente teñida p o r el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.» Pero, puesto que «todas las revoluciones pasadas han conducido a la sustitución del dom inio de una clase por el dom inio de otra», y «hasta ahora todas las clases dom inantes eran solam ente pequeñas m inorías respecto de la m asa del pueblo dom inada», «la form a com ún de todas esas revoluciones consistía en el hecho de que todas ellas eran revoluciones de m inorías»: «incluso cuando la m ayoría tom aba parte activa en ellas, lo hacía solamente, conscientem ente o no, al servicio de una minoría; pero este hecho, o incluso solam ente el hecho de la actitud pasiva y de la falta de resistencia de la m ayoría, daba a la m inoría la apariencia de ser el rep resen tan te de todo el pueblo».
Ahora bien: a esta extensión indebida del ca rác ter de las revoluciones an teriores «a las luchas del proletariado p o r su emancipación» había opuesto la historia un duro m entís. La h isto ria «ha revelado —escribe Engels— que nuestra concepción de entonces era una ilusión*. «La historia ha ido incluso m ás lejos: no sólo ha dem olido nuestro e rro r de entonces, sino que ha cam biado radicalm ente las condiciones en que ha de luchar el proletariado. El modo de com batir de 1848 es hoy anticuado en todos los aspectos, y es éste un punto que m erece ser examinado más de cerca en la presente ocasión.»
La conclusión que obtiene Fngels de este examen es que. teniendo en cuenta los grandes ejércitos perm anentes m odernos (adem ás, naturalm ente, del ca rác ter mismo de la transform ación socialista), «la época de los golpes p o r sorpresa, de las revoluciones hechas p o r pequeñas minorías a la cabeza de m asas inconscientes» ha pasado ya irrevocablem ente. «Donde se tra ta de una transform ación com pleta de las organizaciones sociales deben partic ipar
/2
las m asas m ism as; ahí las masas m ism as deben haber com prendido ya de qué se trata , por qué dan su sangre y su vida. Esto es lo que nos ha enseñado la h istoria de los últim os cincuenta años. Pero para que las m asas com prendan lo que se debe hacer es necesario un trab a jo largo y paciente, y es este traba jo lo que nosotros es ta mos realizando ahora, y lo llevamos a cabo con un éxito que hunde a nuestros adversarios en la desesperación.»
La necesidad de este traba jo largo y paciente —que es «el lento trab a jo de propaganda y la actividad parlam entaria»— se reconoce com o «la tarea inm ediata del p artido», no sólo en Alemania sino tam bién en Francia y en los dem ás «países latinos», en los que «cada vez se com prende más que la v ieja táctica debe ser revisada». De todos modos, «pase lo que pase en los dem ás países», este es el camino por el que debe seguir avanzando la socialdem ocracia alem ana, como vanguardia del m ovimiento internacional.
«Los dos millones de electores que envía a las urnas, junto con los jóvenes y las mujeres que están detrás de ellos y no tienen voto, forman la masa más numerosa y más compacta, la "fuerza de choque’' decisiva del ejército proletario internacional. Esta masa suministra, ya hoy, más de la cuarta parte de todos los votos emitidos; y crece incesantemente, como lo demuestran las elecciones complementarias al Reichstag, las elecciones a las Dietas de los distintos estados y las elecciones municipales y de tribunales industriales. Su crecimiento avanza de un modo tan espontáneo, tan constante, tan incontenible y al mismo tiempo tan tranquilo como un proceso de la naturaleza. Todas las intervenciones del gobierno han resultado impotentes contra él. Hoy podemos contar ya con dos millones y cuarto de electores. Si este avance continúa, antes de term inar el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas intermedias de la sociedad, tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos, y nos habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse, quiénranlo o no, todas las demás potencias. Mantener en marcha ininterrumpida este in-
73
cremento hasta que desborde por sí mismo el sistema de gobierno dominante [...]: tal es nuestra tarea fundamental.»
De esta visión confiada acerca de la dirección en que evolucionan las cosas y la rapidez con que podrá alcanzarse la m eta (alcanzablc, si el ritm o no se in terrum pe debido a errores, ya antes de term inar el siglo, o sea, apenas en el transcurso de cinco años), Engels obtiene impulso para rem achar y poner al ro jo lo que es el tem a central de su escrito: la necesidad v la oportunidad del «giro» que la socialdem ocracia ha realizado ya en Alemania y que se prepara ahora en los dem ás países tam bién. Se impone la «revisión» de la vieja táctica porque hoy «solamente hay un m edio p ara poder contener m om entáneam ente el crecim iento constante del ejército socialista en Alemania e incluso para llevarlo a un retroceso pasajero: un choque en gran escala con las tropas, una sangría como la de 1871 en París», que, aunque ciertam ente se superaría a la larga, no podría menos que «frenar» la «evolución normal».
En cam bio, la nueva táctica, que sólo puede favorecer y secundar esta progresiva e irresistib le evolución hacia el socialismo a que em puja el propio desarrollo capitalista, ahora en el punto culm inante de su m adurez, es la de la «utilización inteligente» que han sabido hacer los obreros alem anes del sufragio universal; a ella se debe el sorprendente desarrollo del partido, docum entado por el impulso de las afirm aciones electorales, que Engels relaciona:
«Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal [...] el crecimiento asombroso del partido aparece en cifras indiscutibles a los ojos del mundo entero. 1871: 102.000 votos socialdemócratas; 1874: 352.000; 1877: 493.000. Luego, vino el alto reconocimiento de estos progresos por la autoridad: la ley contra los socialistas; el partido fue momentáneamente destrozado y, en 1881, el número de votos descendió a 312.000. Pero se sobrepuso pronto y ahora [...] ha empezado la verdadera difusión rápida del movimiento. 1884: 550.000 votos; 1887: 763.000; 1890:
/4
1.427.000. Al llegar aquí, se paralizó la mano del estado. Desapareció la ley contra los socialistas y el núm ero de votos socialistas ascendió a 1.787.000, más de la cuarta parte del total de votos emitidos. El gobierno y las clases dom inantes habían apurado todos los medios: estérilm ente, sin objetivo y sin resultado alguno [...] . E l estado había llegado a un atolladero y los obreros estaban al principio de su avance.»
Con esta utilización del derecho de voto los obreros alem anes no han construido solam ente el «partido socialista más fuerte, m ás disciplinado, m ás ráp ido en su desarrollo»; han dado tam bién «a sus com pañeros de todos los países» una de las arm as m ás eficaces, m ostrando cómo hay que servirse del sufragio universal que, «según las palabras del program a m arxista francés (...), por ellos ha sido transform é, de moyen de duperie qu'il a été jusqti’ici, en instrum ent d'ém ancipation\ transform ado de instrum ento de engaño como ha sido hasta ahora en instrum ento de em ancipación». Y, precisam ente, «esta eficaz utilización del su fragio universal* es justam ente el «nuevo m étodo de lucha» que el p roletariado ha adoptado ya y que deberá tra ta r de u tilizar en el fu tu ro tam bién. Ya que, como todo parece indicar, «la burguesía y el gobierno» tem en hoy «mucho más la acción legal que la acción ilegal del partido obrero; tem en más las victorias electorales que la de la rebelión». «La ironía de la h istoria —concluye Engels— lo vuelve hoy todo del revés. N osotros, los ‘’revolucionarios*', los “subversivos”, prosperam os m ucho m ás con los medios legales que con los medios ilegales y la subversión. Los partidos de orden, como se autodenom inan ellos, van a la ruina con el ordenam iento legal que ellos mismos han creado. Exclaman, desesperados, con Odilon B arro t: la legalité nous tue, la legalidad nos m ata; m ientras que nosotros echam os, con esa legalidad, m úsculos vigorosos y m ejillas sonrosadas, y prosperam os que es un placer.»
75
Este escrito de Engels, convertido en su «testam ento político» al sobrevenirle la m uerte, es de 1895. Un año después, Bernstein empezó a publicar en la «Neue Zeit» aquella serie de artículos titu lada Problemas del socialismo que, in terrum pida varias veces y reanudada entre los años 96 y 98 p o r las diversas reacciones polémicas suscitadas, fue finalm ente re tundida y am pliada p o r el autor, en m arzo de 1899, en Los presupuestos del socialismo y las tareas de la socialdemocracia} El modo en que plantea B ernstein su argum entación recuerda inm ediatam ente las cuestiones que Engels había suscitado en su escrito: el e rro r de juicio en que habían incurrido Marx y él al valora r la duración de la evolución social v política; la equivocada concepción de la revolución como «revolución de minorías»; la necesidad de la «revisión» de la «vieja táctica» insurreccional en favor de la ya adoptada por la socialdem ocracia alem ana, basada en la utilización del derecho de voto.
Engels había hablado de una revisión de la «táctica». B ernstein aduce que esta revisión de la táctica no puede d e jar de im plicar una revisión de la «estrategia» tam bién, esto es, una revisión de los mismos presupuestos del m arxismo teórico. Los errores denunciados realm ente p o r E ngels no se han originado ocasionalm ente, sino que se derivan de puntos doctrinales sustanciales, y hasta que no se revise esta ú ltim a será im posible liberarse de ellos. B ernstein, por tanto, no disiente de la nueva táctica. La política práctica del partido es justa. Sólo que p a ra avan
2. E. B ernste in . Die Voraiissetzungen des Sozialismus und die Aufgaben der Sozialdemokratie, Stuttgart, 1899. Acerca de las vicisitudes relacionadas con la publicación de la serie de artículos Prohleme des Sozialismus, véase la cuidada nota de L. Amodio a la publicación italiana de textos de R. Luxemburg. Scritti scelti, Milán, 1963, pp. 135-40. Las principales réplicas al libro de Bernstein fueron la de K . K a u t s k y , Bernstein und das sozialdemokraiische Program, Stuttgart, 1899. y la de R. L u x e m b u r g , Sozialreform oder Revolution?, Leipzig, 1899. Los artículos de Plechánov, en polémica con Probteme des Soiialismus y en respuesta a la réplica de Conrad Schmidt, que bajó a la palestra en defensa de Bernstein, están recogidos en sus Obras, ed. rusa, vol. XI.
2. Los tem as de la critica de Bernstein
76
zar rápidam ente y sin contradicciones p o r el camino indicado p o r la nueva tác tica hay que liberarse —dice— de la fraseología utópica e insurreccional, alim entada p o r la vieja teoría. «El partido alemán, de hecho, ha practicado bastan te a m esnudo, o incluso siem pre, el oportunism o.» Y no a pesar de ello, sino precisam ente p o r ello, «su política, en todo caso, ha sido siem pre bastan te m ás ju sta que la fraseología. Yo no pretendo en absoluto, p o r tanto, reform ar la política efectiva del partido (...); a lo que tiendo, y a lo que como teórico debo tender, es a re s tau ra r la unidad en tre la teo ría y la realidad, en tre la palabra y la acción».3 E sta declaración se encuentra en una carta a Bebel de octubre de 1898. En febrero de 1899 Bernstein escribe a V iktor Adlcr en los siguientes térm inos: «La doctrina —o sea, el m arxism o— no es para mí suficientem ente realista; se ha quedado, p o r decirlo así, p o r detrás del desarrollo práctico del movimiento. Acaso pueda ser todavía útil p a ra R usia (...), pero en Alemania está superada en su vieja fo rm a».4
E ntre los presupuestos teóricos del socialismo, p o r tan to, y la práctica de la socialdem ocracia (de ahí el títu lo del libro) existe contradicción. La tarea que se impone consiste en rev isar la teoría, ahora utópica y envejecida, para ponerla al com pás de la política práctica del partido. El in tento del libro, en suma, es poner en cuestión que exista una relación necesaria en tre el m arxism o y el movim iento obrero. El socialismo debe poder liberarse de los estorbos de la vieja teoría. «El defecto del m arxism o consiste en el exceso de abstracción» y en la «fraseología teórica» que se deriva de ella. «No debe olvidarse —escribe Bernstein a Bebel— que Fí Capitol, con toda su cien- tificidad, en ú ltim o térm ino era un escrito tendencioso y que quedó inacabado, e inacabado, a mi m odo de ver, precisam ente porque el conflicto en tre cientificidad y ten- denciosidad ha hecho cada vez m ás difícil la tarea de
3. V. Adler, Briefwechsel mit August Behet und Kart Kautsky, V/ien, 1954, p. 259. La carta de Bernstein a Bebel es del 20 de octubre de 1898.
4. Adler, op. cit., p. 289.
77
Marx. Desde esta perspectiva, el destino de esta gran obra —concluye— es casi simbólico, y, en todo caso, una adm onición.» 5
Los errores denunciados por Engels no proceden, pues, d e causas ocasionales sino de la teoría misina. E l e rro r acerca de los ritm os del desarrollo capitalista procede del apriorism o dialéctico de tipo hegeliano, del fatalism o y el determ inism o de la concepción m ateria lista de la historia: es, en una palabra, el e rro r de la «teoría del hundimiento» (Z usam m cnbruchstheorie), o sea, de la espera constante de la inm inente c inevitable «catástrofe», a la que, según el m arxism o, estaría por su propia naturaleza condenado el sistem a capitalista. El e r ro r cuarcntayochcs- co de la concepción de la tom a del poder en la form a de la «revolución» o de una «catástrofe política», y, p o r tanto, del abatim iento del estado, procede igualm ente del carácte r apriorista y tendencioso que frecuentem ente tiene el razonam iento de Marx —razonam iento que en este caso, dice B ernstein, se ha tom ado prestado enteram ente del blanquism o.
En suma: el apriorism o derivado de una visión del progreso histórico p o r antítesis dialéctica, el esp íritu de ten dencia o, como se d iría hoy, la intención «ideológica», in d u jero n a Marx a violentar los resultados del análisis científico. De ahí su teoría de la polarización de la sociedad hacia las dos clases extrem as; de ahí la concepción de la pauperización creciente y de la proletarización de las capas medias; de ahí, finalmente, la concepción de una p rogresiva agudización de las crisis económicas y del consiguiente acrecentam iento de la tensión revolucionaria.
La prueba del ca rác te r apriorístico de todas estas tesis está en el hecho —dice Bernstein— de que han sido invalidadas p o r el acaecer histórico. Las cosas no han ocurrido del modo previsto y propugnado p o r Marx. No ha tenido lugar la concentración de la producción y la eliminación de la pequeña em presa p o r la grande, porque m ientras en el com ercio v en la industria esta concentra
5 . ibid., p. 261.
78
ción se \h a producido hasta ahora con extrem a lentitud, en la agricultura la elim inación de la pequeña em presa no sólo nó ha tenido lugar sino que se ha producido p re cisam ente Vi fenómeno opuesto. Tampoco es cierta la agravación y la intensificación de las crisis, porque m ientras éstas se han vuelto m ás raras y menos agudas, en cam bio lian aum entado —con la formación de los carteles y los tru sts— los instrum entos de autorregulación de que el capitalism o puede disponer hoy. Y tam poco ha tenido lugar, p o r últim o, la polarización de la sociedad hacia las dos clases extrem as, pues la fa lta de proletarización de las capas medias y la m ejora de las condiciones de vida de las clases traba jadoras han atenuado la lucha de clases en vez de agudizarla. «La exacerbación de las relaciones sociales —dice B cm stcin— no se ha cum plido del m odo señalado p o r el Manifiesto. O cultarse esto es no sólo inútil sino una locura. El núm ero de propietarios no ha dism inuido sino que ha aum entado. El enorm e increm ento de la riqueza social no va acom pañado de la form ación de un círculo cada vez m ás reducido de m agnates del capital sino del crecim iento num érico de los capitalistas de todos los grados. Las capas medias cam bian de ca rác ter pero sin desaparecer de la escala social.» Por últim o, «desde eí punto de vista político, en todos los países avanzados —añade B ernstein— vemos que va cediendo el privilegio de la burguesía capitalista a m anos de las instituciones dem ocráticas. B ajo la influencia de estas instituciones v por el em puje cada vez m ás decidido del m ovim iento obrero se ha puesto en m ovimiento una reacción de la sociedad fren te a las tendencias explotadoras del capital, que, pese a ser todavía hoy incierta y vacilante, sin em bargo abarca sectores cada vez más am plios de la vida económica». En sumar la «legislación laboral», la «democratización de las adm inistraciones locales», el sufragio universal, tienden a m inar las bases m ism as de la lucha de clases, confirmando que donde dom ina la dem ocracia parlam entaria ya no es posible considerar a l E stado com o un órgano de dom inación de clase. «Cuanto m ás se democratizan las instituciones políticas de las naciones moder-
19
ñas más se reducen las ocasiones y la necesidad de grandes catástrofes políticas.» La clase obrera, por íanto , no debe tra ta r de apoderarse del poder con la revolución, sino que debe refo rm ar el Estado, remodelán^lolo en un sentido cada vez m ás dem ocrático. En conclusión: en tre la dem ocracia política y la explotación capitalista existe contradicción. El desarrollo de la prim era, o sea, el desarrollo de la igualdad política, no puede d e jar de reabsorber y com poner, progresivam ente, las desigualdades económicas y con ellas las propias diferencias de clase.
E stá claro que, en su razonam iento, Engels no había pretendido decir nada de todo esto. El propio Bernstein, por lo demás, que precisam ente subraya la im portancia de aquel «testam ento político», reconoce que no se podía esperar que fuera precisam ente Engels quien em prendiera «la necesaria revisión de la teoría». Y, sin em bargo, en el m om ento en que comienza la serie de artículos de la «Neue Zeit», B ernstein goza de un gran prestigio en la socialdemocracia alem ana no sólo por haber dirigido en Zurich varios años el órgano del partido duran te el período de las leyes de excepción en Alemania, no sólo por haber colaborado con K autsky en la preparación del Programa de E rfu rt/ sino tam bién —y sobre todo— p e r haber vivido duran te años en Ing laterra al lado de Engels como discípulo y amigo. «Desde 1883, Engels nos consideraba a B ernstein y a mí —recordará posteriorm ente Kautsky— com o los más fieles representantes de la teoría m arxista .» 7 En agosto de 1895, a la m uerte de Engels, se descubre que de los dos el preferido es precisam ente aquél —B ernstein—, a quien es confiado el «legado literario» de Engels y Marx.
Es manifiesto que p re tender afirm ar, a p a r tir de estos elem entos, una com unidad de puntos de vista en tre B ernstein y Engels sería em presa vana. Aunque en realidad Bernstein haya insinuado alguna vez que su «lucha in terna» y el «nuevo m odo de ver», m adurado en él, no eran un secreto p ara Engels, es indudable, como dice Kautsky,
6. K. K autsky, Das Erfurtcr Programm, Stuttgart, 1892, p. VIII.7. F. Engels' Briefwechsel mit Karl Kautsky, cit., p. 90.
80
que «si hubiera tenido la m enor sospecha de su cambio, Engcls ciertam ente no le hubiera confiado su legado literario».* Y, adentrándonos incluso en el terreno de estos aspectos secundarios, nos parece que la m ism a asiduidad de sus relaciones sirve para destacar dos hechos im portantes: no sólo que el «revisionismo» ha nacido y se ha abierto cam ino en el corazón m ism o del m arxism o de la Segunda Internacional, sino tam bién que la polémica de B ernstein es incom prensible si no se tom a en consideración la particu lar fisonomía de este m arxism o, del que nace y respecto del cual ha sido siem pre, en todos los sentidos, com plem entaria.
3. La «teoría del hundim iento»
El eje en torno al cual gira todo el razonam iento de Bernstein es la crítica de la «teoría del hundim iento». En su libro Bernstein y el programa socialdemócrata , aparecido en el curso de ese m ism o año de 1899, K autsky señala justam ente que «Marx y Engels no han elaborado nunca una “ teoría del hundim iento” particular», y que «esta expresión procede de Bernstein, de la m ism a m anera que la expresión "teoría de la pauperización" procede de los adversarios del m arxism o».9 En substancia, lo que B ernstein designa con esta teoría no es o tra cosa que el contenido m ism o del célebre parágrafo de El Capital sobre la «tendencia histórica de la acum ulación capitalista».
Las leyes coercitivas de la concurrencia, dice Marx, determ inan la progresiva expropiación de los capitalistas m enores p o r los mayores, y, sobre todo, una «centralización de capitales» cada vez m ás acentuada. Este proceso, que se ve acelerado periódicam ente con el surgim iento de crisis económicas, pone de relieve el lím ite inm anente del régimen capitalista: la contradicción en tre el ca rác ter so-
8. Carta de Kautsky a V. Adler del 21 de marzo de 1899. en A d l e r , op. cit., p . 303 .
9 . K . K a u t s k y . Bernstein und das soziaídemokratische Pro- gramm, c i t . f p . 42 .
81
cial de la producción y la form a privada de la apropiación. Por una parle , señala Marx, «se desarrollan a escala cada vez m ayor la form a cooperativa del proceso de traba jo (...), la transform ación de los medios de traba jo en medios de trabajo utilizables sólo colectivamente, y la economía de todos los m edios de producción m ediante su uso como m edios de producción del trab a jo com binado, social»; ptfr o tra parte , «con la constante disminución del núm ero de los m agnates del capital que usurpan y m onopolizan todas las ventajas de este proceso de transform ación, crece la m asa de la m iseria, de la opresión, de la sum isión, de la degeneración y de la explotación, pero crece tam bién la rebelión de la clase obrera, que se acrecienta cada vez m ás y que es disciplinada, unida y organizada p o r el propio mecanismo del proceso de producción capitalista». «El monopolio del capital —concluye Marx— se convierte en un grillete del modo de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los m edios de producción y !a socialización del traba jo alcanzan un punto en que se vuelven incom patibles con su envoltura capitalista.Y ésta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.» "
Es un hecho que Bernstein disiente de esta descripción de la «tendencia histórica de la acum ulación capitalista», considerada por él com o una «anticipación especulativa». Y, no p o r casualidad, el esfuerzo principal de todo su libro va dirigido a negar o lim itar fuertem ente lo que hoy es considerado, incluso p o r los econom istas no m arxistas, como la p arte m ás verificada de las previsiones de Marx: la prognosis de la concentración y la centralización capitalista.11 En este sentido tiene, pues, razón Rosa Luxemburg
10. K. Marx, El capital (trad, cast* de W. Roces), México, FCE, volumen I, pp. 64&-M9. [Todas las citas de El capital han sido referidas a esta traducción castellana. (N. del T.l]
11. Se recuerda aquí solamente el juicio de un eminente economista norteamericano, que rechaza muchos aspectos de la teoría de Marx. W. Leontiev, en Proceedings o f the 50th. Annual Meeting of the American Economic Association 1937 (en «American Economic Review Supplement*, marro 1938, pp 5 y 9), quien observa, a
82
al decir que «lo que Bernstein ha puesto en cuestión no es la rapklez del desarrollo, sino el curso m ism o de la evolución de la sociedad capitalista, y, en relación con esto, el paso al ordenam iento socialista». B ernstein, en realidad, «no rechaza solam ente una determ inada form a de hundim iento del capitalism o, sino que niega el hecho m ismo del hundim iento».12 O, p o r decirlo m ejor, no niega solam ente el «hundim iento» (que, como verem os, no es idea de Marx), sino que —prescindiendo de cualquier «hundimiento* autom ático, y así, p o r ejem plo, de la tesis luxem burguiana según la cual que el sistem a «se prepare espontáneam ente a deshacerse y a reducirse es una pura y sim ple im posibilidad»— ,u niega tam bién lo que es en cam bio el núcleo vital del marxismo: la idea de que el ordenam iento capitalista es un fenómeno histórico , un o rdenam iento transitorio y no «natural», y que, a causa de sus contradicciones internas y objetivas, m aduran inevitablem ente en su seno fuerzas que em pujan hacia o tra form a de organización de la sociedad.
Oue B ernstein rechaza intencionadam ente todo esto es cosa indudable. La m ejor prueba, de ser necesaria, es el m ismo em peño que pone en dem ostrar la posibilidad de «autorregulación* que posee el capitalism o. Los carteles, el crédito, el sistem a de com unicaciones m ejorado, la elevación de la clase trabajadora —en la m edida en que elim inan o al m enos m itigan, según B ernstein, las con tradicciones in ternas de la economía capitalista, im pidiendo
propósito del «brillante análisis marxiano de las tendencias a largo p*azo del sistema capitalista», lo que sigue: «La relación verdaderamente impresionante: concentración creciente de la riqueza, rápida eliminación de la pequeña y mediana empresa, progresiva limitación de la concurrencia, incesante progreso tecnológico acompañado de una importancia creciente siempre del capital fijo y, por último, aunque no de menor importancia, la no disminuida amplitud de los ciclos periódicos, constituye una serie sin precedentes de previsiones verificadas, frente a la cual la moderna teoría económica, con todos sus refinamientos, tiene poco que mostrar».
12. L uxem burg , cfr. la trad, italiana Scritti scelti, citada en nota 2. pp. 148-9.
13. Ibid., p. 148. Esta tesis sería posteriormente desarrollada por Rosa Lexemburg. como es sabido, en su Acumulación del capital.
83
su desarrollo y su agudización— aseguran al sistem a la posibilidad de una supervivencia ilim itada. E n este sentido, a la concepción básica de Marx, según el cual el advenim iento del socialismo tiene condiciones y raíces objetivas en el m ismo proceso de la producción capitalista, B ernstein sustituye el socialism o como ideal ético , o sea, el socialism o como m eia de una hum anidad civilizada, lib re de escoger el propio fu tu ro y de adecuarse a los m ás elevados principios de m oral y de justicia. Como señala con desprecio la Luxemburg, aquí «lo que se nos ofrece es la fundam entación del program a socialista m ediante Mpuro conocim iento” , o, lo que es lo mismo, en palabras suaves, una fundam entación idealista, m ientras desaparece la necesidad objetiva, o sea, la fundam entación a través del proceso social m aterial».”
Pero, adm itiendo todo esto, forzoso es conceder tam bién que el m odo en que se in te rp re taba el razonam iento de Marx p o r el m arxism o de la época transform aba lo que para el propio M arx era una tendencia histórica en una «ley de naturaleza inevitable». Una crisis de violencia extrema produciría ta rd e o tem prano condiciones de m iseria grave que inflam arían los ánimos contra el sistem a dem ostrando la im posibilidad de continuar con el viejo orden de cosas. E sta grave y fatal crisis económica se prolongaría después en una crisis general de la sociedad, cerrándose p o r ú ltim o con el acceso al poder del p ro letariado. E sta era, según B ernstein, la concepción dom inante en la socialdemocracia. En ella ha arraigado, escribe, «el convencim iento de que esta vía de desarrollo es una ley natural inevitable y que una gran crisis económica general es el camino obligado hacia la sociedad socialista».
E sta atribución a la socialdem ocracia alem ana de la tesis de un «hundim iento» (Z usam m enbruch ) inm inente e inevitable de la sociedad burguesa p o r el em puje fatal de «causas puram ente económicas», fue rechazada por K autsky en su razonada réplica a Los presupuestos del socialism o y las tareas de la sociatdetnocracia, con gran decisión.
14. Ibid., p. 151.
84
«Bernstein buscará en vano en las declaraciones oficiales de la socialdem ocracia alem ana una afirm ación que vaya en el sentido de la teoría del hundim iento p o r él aludida. En el pasaje del Program a de E rfu rt que tra ta de las crisis no se dice ni una palabra del hundim iento.» 15 Y, sin embargo, para confirm ar que con su acusación B ernstein había captado de algún modo el sentido, adem ás de algunas reacciones que se produjeron entonces p o r p arte m arxista (por ejem plo, Cunow) y que reafirm aron que Marx y Engels creían efectivam ente en un hundim iento catastrófico del capitalism o,1* puede recordarse el propio Programa de E r fu r t , redactado por Kautsky en tre 1891 y 1892, en el que es evidente, precisam ente la conversión y la tra ducción de la «tendencia histórica», de que había hablado Marx, en térm inos de una necesidad natu ra lis ta y fatal.
«Consideramos el hundimiento IZusammenbruch] de la sociedad actual como inevitable —explicaba entonces Kautsky en su comentario al programa— porque sabemos que el desarrollo económico produce con necesidad natural condiciones que obligan a los explotados a combatir contra la propiedad privada; que ello acrecienta el número y la fuerza de los explotados y reduce el número y la fuerza de los explotadores interesados en el mantenimiento del actual orden de cosas; que conduce, finalmente, a condiciones insoportables para la masa de la población, que sólo le dejan a esta última la elección entre el embrutecimiento inerte o el derrumbamiento activo del orden de propiedad existente.»
Y K autsky añadía: «La sociedad capitalista ha entrado en quiebra; su disolución es sólo cuestión de tiem po; el irresistible desarrollo económico produce con necesidad natura l la bancarro ta del modo de producción capitalista. La construcción de una nueva form a de sociedad en lugar
15. Kaitsky, Bernstein und das soziatdemokratische Programm, citada, p. 43.
16. Para la reconstrucción del debate en tomo a la «teoría del hundimiento», cfr. P. M. S weezy, Teoría del desarrollo capitalista (hay trad, cast., México, FCE).
85
de la actual ya no es solam ente algo deseable sino que se ha convertido en algo inevitable»}'
Este tem a del fin inm inente de la sociedad capitalista y del tam bién inm inente paso al socialismo constituye un motivo cscncial de orientación en el debate sobre Bernstein; no sólo p o r las razones teóricas o doctrinales a las que se acaba de a lud ir y sobre las que tendrem os ocasión de volver en seguida, sino porque, en las diversas coloraciones que este tem a va tom ando en el período que cabalga en tre los dos siglos, se refleja un proceso histórico real de fondo, al que es p o r lo menos necesario aludir cuando se toca este tem a.
4. La «Gran Depresión*
El últim o cuarto del siglo xix ha venido adquiriendo desde hace tiem po, en la consideración de los econom istas, el significado de una fase crucial en la h istoria del capitalism o. Este período está ocupado casi p o r entero p o r una larga crisis económica que lleva el nom bre de Gran Depresión y que se inició en 1873 prolongándose, salvo dos breves m om entos de reanim ación, hasta 1895.18 En el curso de esta crisis, que empezó con un violento crack pero que cobró en seguida un desarrollo más suave aunque de agotadora duración (lo cual, en parte, perm itió a m uchos contem poráneos no identificarla con una auténtica crisis, en el sentido clásico de la palabra), tuvieron libre juego y plena aplicación todas las categorías fundam entales del análisis de Marx: caída tendencial de la tasa de la ganancia como consecuencia de la aum entada «composición orgánica» del capital, estancam iento y parcial saturación de las ocasiones de inversión y acción desenfrenada de la
17. K autsky, Das Erfurter Programm, c it., pp. 106 y 136,18. M. D obb , Problemas de historia deJ capitalismo. Para indi
caciones bibliográficas y noticias esenciales sobre la Gran Depresión (articuladas según voces como ocupación, inversiones, precios, etc.), cfr. S. G. E. L ythe, British Economic History since 1760, Londres. 1950.
86
concurrencia, que adem ás de incidir sobre los m árgenes de beneficio determ inó una caída espectacular de los p re cios.
Con ocasión de la publicación del Libro III de El Capital, en una larga nota inserta en el tratam ien to de Marx sobre las sociedades por acciones, Engels aludió a la Gran Depresión entonces en curso en los siguientes térm inos:
«La rapidez diariamente creciente con que hoy puede aumentarse la producción en todos los campos de la gran industria choca con la lentitud cada vez mayor de la expansión del mercado para dar salida a esta producción acrecentada. Lo que aquélla produce en meses apenas es absorbido por éste en años (...). Las consecuencias son la superproducción general crónica, los precios bajos, la tendencia de las ganancias a disminuir e incluso a desaparecer; en una palabra, la tan cacareada libertad de competencia ha llegado al final de su carrera y se ve obligada a proclamar por s£ misma su manifiesta y escandalosa bancarrota . * 19
La insistencia de este texto en la len titud creciente siem pre con que se extiende el m ercado se refiere, p a rticularm ente, a un acontecim iento esencial que m aduró en aquellos años y al que Engels aludió en varias ocasiones: el final del m onopolio industrial inglés en el m undo, el comienzo de la lucha internacional p o r los m ercados —no, obviam ente, por la exportación de m ercancías, sino por la de capitales—. En realidad, es en el período de la Gran Depresión cuando la industria alem ana y am ericana —que habían en trado en el proceso de la centralización antes y bastante m ás intensam ente que la b ritán ica— empiezan a d ispu tarse la suprem acía en el m u n d o ”
19. M4RX, El capital. I I I , p. 416.20. G. M. T revelyan, Historia de la sociedad inglesa. «La guerra
franco-prusiana de 1870 fue la primera sacudida; en los tres decenios siguientes América y Alemania se alzaron como rivales nuestros en capacidad industrial. Los recursos naturales de América, inmensamente mayores, la educación técnica y científica dispuesta por previsores gobiernos en Alemania, se dejaban sentir más de año en año. Para afrontar esta situación nueva la libertad civil, el
87
Este final del «monopolio industrial inglés» cobró g ran relieve en el pensam iento de Engels, en sus últim os años. Alude a él en el prefacio de 1892 a la Situación de la clase obrera en Inglaterra : el final de ese m onopolio debía llevar consigo «la pérdida de la posición privilegiada» de la clase obrera b ritán ica y «la reanim ación del socialism o en Inglaterra». Y, p o r lo que parece, an te los efectos de la Depresión y la «bancarrota» de la libre concurrencia, se debió reforzar en él —y m ás todavía en sus discípulos— la sensación de que el sistem a se preparaba rápidam ente a la rendición de cuentas final. «Precisamente en la época de mi tercera estancia en Londres (1885), Engels no se cansaba de afirm ar —recordaría posteriorm ente K autsky— que el alejam iento de los obreros ingleses del socialismo estaba relacionado con la posición de monopolio de la industria inglesa en el m ercado m undial, que perm itía a los capitalistas conceder a los sindicatos ingleses ex traordinarias facilidades. Pero ahora, con el surgim iento de industrias poderosas en o tros países, este monopolio concluiría v la oposición en tre el traba jo organizado y el capital resultaría agudizada incluso en Inglaterra.» Y Kautsky añade: «A decir verdad, nosotros esperábam os m ucho m ás de la crisis de entonces. No sólo el reforzam iento del movimiento socialista en Inglaterra, sino el hundim iento [Zu- sam m enbruch] del capitalism o en el m undo entero. E sta espera fue vana. EL capitalism o sobrevivió a la crisis, a pesar de la enorm e extensión de ésta en el espacio y en el tiempo y a su inaudita intensidad. Se inició una nueva era de prosperidad capitalista. Pero lo que vino entonces fue un capitalism o enteram ente cambiado. El viejo se había ido a paseo» .21
libre cambio y el espíritu de iniciativa individual, de los que, con toda razón, podíamos alardear, podían no ser suficientes en si mismos. Cuando se advirtió vagamente esto nos decidimos a mejorar nuestra preparación técnica; también se observó con mayor cuidado nuestras tierras de ultram ar ello produjo el movimiento imperialista posterior a 1890 y una actitud más amistosa y de respeto pora con América (...) y las “colonias", como se llamaba todavía al Canadá y a las tierras de Australia.»
21. F. Engels' Briefwechsel mit K. Kautsky, cit., pp. 174-75. El comentario de Kautsky sobre estas cartas es de 1935.
88
Y acaso éste sea el punto esencial. La larga crisis pasó y sobrevivió el capitalismo. Es más: superó la crisis transformándose. Aleccionado sobre los drásticos efectos de la concurrencia sobre los precios y sobre los m árgenes de beneficio, el capitalism o reaccionó em prendiendo decididam ente el camino del desarrollo m onopolista .512 Habiendo en trado en la Gran Depresión en su form a clásica y ochocentista de economía concurrencial, e] capitalism o salió de ella, al final del siglo, con una fisonomía radicalm ente cambiada. La vieja bandera del taissez-faire había sido arriada. La concurrencia ilim itada es sustitu ida p o r las m edidas restric tivas de la concurrencia misma; la fe en las providenciales virtudes autorreguladoras del sistem a, por los acuerdos sobre los precios y las cantidades a producir. H asta la década de 1870 dom ina indiscutida la libre concurrencia; al iniciarse el nuevo siglo los carteles se han convertido ya en una de las bases de la vida económica. El gran im pulso de los negocios a p a r tir de 1895 y la nueva crisis de 1900-1903 se desarro llan por vez prim era —al menos en las industrias m ineras y siderúrgicas— enteram ente bajo el signo de la cartelización m onopolista.
La libertad comercial cede el paso cada vez m ás al proteccionismo; pero con la diferencia de que m ientras originalm ente el proteccionism o tenía la ta rca de salvaguardar las industrias nacionales en vías de desarrollo de la desigual concurrencia de los países m ás adelantados, ahora modifica com pletam ente su función, e incluso la invierte, transform ándose «de medio para la defensa contra la explotación in terior por p arte de la industria exterior» en «instrum ento para la conquista de los m ercados extranjeros p o r ob ra de la industria nacional, de arm a defensiva de los débiles en arm a ofensiva de los fuertes».23
22. W. W . R o sto w , Investment and tkc Great Depression, en «Econ. Hist. Review», mayo de 1938, p. 158 (citado por Dobb, op. cit.); Rostow observa que los capitalistas «empezaron a buscar salvación [a la reducción de los márgenes de beneficio] en los mercados asegurados por la expansión imperialista, en la protección aduanera, en los monopolios y en las asociaciones de empresarios».
23. R. H ilferding, Bl capital financiero (trad, cast., Madrid, Ed. Tecnos, 1963).
89
También se producen m utaciones igualm ente profundas en el cam po de la política colonial. En el período clásico de la libertad de comercio, el sistem a colonial se había desacreditado hasta tal punto que, como recuerda Lenin, ya a p a rtir de 1860 «los dirigentes políticos de Ing la te rra eran adversarios de la política colonial y consideraban como inevitable y útil la liberación de las colonias y la com pleta separación de éstas de Inglaterra».5* En cambio, a p a riir de 1S80 se despierta un nuevo sentido del valor económico de las colonias. Hobson, en su obra sobre el im perialism o, señala particu larm ente el período com prendido en tre 1884 y 1900 como el de m ayor expansión territo ria l de los m ás im portantes países europeos. África, que hasta 1876 sólo estaba ocupada en una décima parte, a principios de 1900 está bajo la dom inación ex tran jera en sus nueve décim as p arte s aproxim adam ente.
Los efectos de este giro sustancial y profundo en el desarrollo capitalista son uno de los factores decisivos de la «crisis del marxismo» que estalla a finales del siglo. El sistem a, que desde los años setenta parecía haber en trado en una larga fase de com a m ás allá de la cual parecía entreverse —cercano y palpable— el colapso final de la sociedad burguesa y el advenim iento del socialismo, experim enta una brusca recuperación que modificaba profundam ente el cuadro europeo y m undial, deshaciendo aquellas firm ísimas esperanzas de «hundimiento» inm inente de la vieja sociedad que parecían apoyarse en una intocable «necesidad natural». «A decir verdad, por debajo de este rum or de d isputa —escribe Labriola al irru m p ir en el debate sobre B ernstein— hay una cuestión grave y esencial; las esperanzas ardientes, vivísimas, de hace unos años —aquellas expectativas de detalles y contornos dem asiado precisos— topan ahora contra la m ás com plicada resistencia de las relaciones económicas y con tra los m ás com plicados m ecanism os del m undo político.» 15
24. W. I. Le n in . El imperialismo (hay trad. cast, en Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1970, vol. I), p. 756.
25. Cfr. la carta de Labriola a Lagardelle del 15 de abril de 1899, en A. I-ABRIOLA, Saggi stii materialismo storico, Roma, 1964, p. 302.
90
E m pezaba u n a nueva e ra de p ro sp e rid ad cap ita lis ta . E l cap ita lism o ren ac ía de sus cen izas, p ro fu n d a m e n te cam b iado- Y, au n q u e la G ran D epresión co b ró d esp u és en la considerac ión d e los econom istas «la c a ra c te rís tic a de u n a línea d iv iso ria e n tre dos fases del cap ita lism o , v igorosa, p ró sp e ra y an im ad a de un em p ren d ed o r o p tim ism o 3a p r im era , y m ás to rm en to sa , m ás vacilan te y en op in ión de algunos m arcad a ya p o r los rasgos de la sen ilidad y la decadencia la segunda»,** la im presión d o m in an te en m u chos de sus con tem p o rán eo s e ra que se e n tra b a de lleno en un a época nueva , regida p o r m ecan ism os en p a r te inexplorados, y llena d e d ificu ltades h a s ta en to n ces im p re vistas.
Y esa sensación no e ra ú n icam en te de L abrio la . K au tsky, en el n ú m ero de la «N eue Zcit», en q u e p o r vez p rim e ra p roclam a exp líc itam en te su d isen tim ien to con B ernste in , a firm a que los cam bios de la v ida económ ica y po lítica de los ú ltim os vein te años han sacado a re lu c ir rasgos ocu ltos todavía en la época del M anifiesto y de E l Capital. «Un reexam en , un a revisión de n u e s tra s posiciones, se ha hecho consigu ien tem en te necesario .» A unque no co m p arte el m étodo ni los re su ltad o s de lo que hab ía aparec id o h asta en tonces en los a rtícu lo s de B ern ste in , es a és te a qu ien co rresp o n d e el m é rito de h a b e r p lan tead o el p roblem a.*
El e s tad o de incom odidad e in c e rtid u m b re fre n te a la nueva s ituac ión q u e e s tá su rg iendo es ta n to m ás agudo cuan to in cau to y confiado h ab ía sido el o p tim ism o de po cos años an tes . Y, en la v ieja generación , e s te m a le s ta r se
76. D obb, op. cit.27. Cfr. L. Amodio en los citados Scritti scelti, de R. Luxem
burg, p. 137. Esta sensación explica la favorable espera o incluso la simpatía con que fueron acogidos los artículos de Bernstein en la «Neue Zeit», Todavía en noviembre de 1898, o sea después de que el Congreso de Stoccarda del partido socialdemócrata alemán rechazara las tesis de Bernstein, Labriola, por ejemplo, da muestras de considerar su posición con simpatía (cfr. G. Procacci, Antonio La- briola e la revisions del marxismo attraverso Y epistolario con Bernstein e con Kautsky, en «Annalai dcU'Istituto G. Feltrinelli», año III, 1960, Milán, 1961, p. 268). Como, por lo demás, ha señalado V. Gerratana en su introducción a Labriola, Del materialismo storico, Roma, 1964, p. 11, nota 1, tampoco Lenin, en el primer momento, comprendió el significado de los artículos de Bernstein.
91
ve complicado por la turbación por la pérd ida reciente de la guía de Engels. «En todas las cosas veo —escribe Adler a Bebe!— solam ente la dificultad que ha supuesto la m uerte de Engels; el Viejo nos habría facilitado tam bién la “■revisión”, en la m edida en que ésta es necesaria .» 28 Y poco después, al escrib ir a Kautsky, añade: «Vosotros —o sea, B ernstein y el propio Kautsky— hubierais debido realizar ju n tos la obra, que era necesaria y lo sigue siendo todavía, para hacer pasa r al partido del punto de vista de 1847 al punto de v ista de 190G».2*
En el curso de pocos años la situación económico-social se presenta, por tan to , con un aspecto radicalm ente cambiado: lo que poco antes parecía el preludio inm ediato del «giro final», se descubre de improviso que resu lta ser el perfil de una época nueva. Y, al igual que ocurre cuando se cruza una divisoria en los montes, unas breves diferencias de pasos en tre personas que avanzan jun tas bastan p ara que se les presenten horizontes distintos. En 1895, en su prefacio a la prim era reedición de la Lucha de clases en Francia, el optim ism o de Engels, que ve al capitalism o avanzando inevitablem ente hacia su rápido declinar antes del «fin de siglo», m ientras que el ascenso al poder de la socialdcm ccracia le parece avanzar «de m odo espontáneo, constante, irresistib le y al m ismo tiem po tranquilo , como un proceso natu ra l —cuadro en el que todo parece colabo ra r para la ru ina inm inente del orden constituido, incluso el «ordenam iento legal» que la propia burguesía se ha dado—; en 1896, en cambio, las dudas, la «desilusión», la inquietud de B ernstein, que sólo contem pla la táctica, el «movimiento» de cada día, la routine, y que ya no com prende qué sentido tiene el «objetivo final» (das Endziel).
Ambos perciben los m ism os fenómenos; am bos registran el nacim iento de los carteles y los tru sts . Pero estos m ismo fenómenos cobran en sus razonam ientos significados opuestos. En la larga nota, ya citada, que añadió al tratam iento de Marx en torno a las sociedades por acciones, Engels habla de «nuevas form as de organización in
28. Adier. op. cit., p. 268.29. Ibid., p. 353.
92
dustrial, que represen tan las sociedades por acciones a la segunda y a la tercera potencias». En todos los países, escribe, «los grandes industriales de un determ inado sector se reagrupan en un cartel para regular la producción. Un com ité fija la cantidad que debe p roducir cada establecim iento y de d istribu ir en últim a instancia los encargos recibidos. En algunos casos han llegado a form arse incluso consorcios internacionales, por ejem plo, en tre la producción siderúrgica de Inglaterra y de Alemania».33 Pero m ientras que para Engels este fenómeno de la carteliza- ción m onopolista y la «reglamentación» de la producción que in troduce significa la involución final, la extinción, ahora próxim a ya, del sistem a, la «quiebra» de la libre com petencia como principio base del sistem a capitalista, para Bernstein, por el contrario —B ernstein que, como señala agudam ente Kautsky,3* no habla de los carteles cuando éstos confirman que se h a producido la concentración capitalista y constituyen, por tanto , un argum ento «en favor de Marx», acordándose de ellos en cambio cuando van «contra Marx»— , los carteles y esa «reglam entación» de la producción que introducen significan el advenim iento de un capitalism o nuevo y, por decirlo así, regenerado, que ha aprendido a enm endar sus viejos errores (la anarquía) «autorregulándose», y que p o r tan to es capaz de sobrevivir indefinidamente.
La diferencia en tre B ernstein y K autsky procede en p rim er lugar de una percepción diversa del m om ento histórico. Y p o r esto, es decir, por advertir que los tiem pos estaban cambiando, preciso es decir que B ernstein se adelantó y ganó en visión anticipatoria a Engels, a K autsky v a todos los demás. La consciencia de encontrarse fren te a una situación nueva constituyó su ventaja y su fuerza. Y aunque su intento de esclarecer los fenómenos del desarrollo capitalista m ás reciente resu lta ra irrelevan- tc desde el punto de vista científico, esa anticipación de B ernstein explica que pueda parecer p e r algunos rasgos
30, Marx, El Capital, III, p. 416.31. K autsky, Bernstein tind das sozialdcmokrattsche Programtn,
citada, p. 80.
93
—p or la rapidez con que intuye la nueva orientación y no, m anifiestam ente, p o r la in terpretación que da de ella— m ás próxim o a la generación de los Lenin y los H ilferding que a la de los K autsky y los Plechánov. Sociedades anónimas, desarrollo de los carteles y de los tru sts , disociación en tre «propiedad» y «control», creciente «socialización de la producción», «dem ocratización del capital», etc., los tem as que tan to destacan en la argum entación de B ernstein, son tam bién los tem as del Capital financiero, de H ilferding, y del Im perialism o , de Lenin; ello induce a pensar que las respuestas m as eficaces a las cuestiones p lanteadas p o r Bernstein hayan de buscarse, precisam ente, en estos escritos.
5. Teleología y causalidad
Pero p o r debajo de la controversia sobre la «teoría del hundim iento» no está solam ente la experiencia de la Gran Depresión y del consiguiente «giro» del desarrollo capitalista. No puede fa lta r o tra com ponente en una reconstrucción, por sum aria que sea, del m om ento histórico en que vio la luz el lib ro de Bernstein, y es la del carác ter del m arxism o de la Segunda Internacional, del modo en que había recibido y entendido la obra de Marx, de la influencia ejercida por los escritos de Engels,32 y de la
32. Está todavía por hacer —que sepamos nosotros— una investigación exhaustiva acerca de la influencia ejercida por los escritos de Engels sobre la formación de los principales exponentes del marxismo de la Segunda Internacional. Adviértase, ante todo, que la identificación plena y total del pensamiento de Marx y el de Engels (en las formas acríticas que han llegado hasta nosotros) empieza a cobrar forma precisamente en este período (posteriormente, Lenin y el marxismo ruso la harían perentoria y absoluta). La influencia de Engels —como confirman todos los testimonios directos— parece que debe ser atribuida a diversos motivos. En primer lugar, al hecho de que la mayor parte de los escritos teóricos de Engels (que aparecen en los últimos años de vida de Marx o son incluso posteriores a su muerte) coinciden con los años de formación de la generación de los Kautsky y Plechánov, con quienes Engels tenía intereses culturales comunes (el darwinismo, las investigaciones etnológicas y, en suma, el ambiente cultural de la época). En segundo lugar, esta influencia (reforzada por la asiduidad de las relaciones personales)
94
contam inación y la subordinación de este m arxism o respecto de las orientaciones dom inantes en la cu ltu ra de la época.
La tesis de Bernstein es a este respecto que la «teoría del hundim iento» procede d irectam ente del «fatalismo» y el «determ inism o» de la concepción m ateria lista de la historia. La espera de la inm inente e inevitable catástrofe de la sociedad burguesa por la acción de causas «puram ente económicas», reproduce —según él— el lím ite y el e r ro r de cualquier explicación m aterialista, p o r la cual la m ateria y los m ovim ientos de ésta deben ser la causa de todo. «Ser m ateria lista significa p o r encim a de todo recon- ducir todo acontecim iento a m ovimientos necesarios de la m ateria.» Por o tra parte , «el m ovim iento de la m ateria se produce, según la doctrina m aterialista, de modo necesario como un proceso mecánico». De ello se sigue que, puesto que este m ovim iento es tam bién el que ha de determ inar «la form ación de las ideas y de las orientaciones de la voluntad*, el m undo histórico y hum ano acaba configurándose como una concatenación de acontecim ientos predeterm inados e inevitables; de modo que el m aterialista —concluye B ernstein— es un «calvinista sin Dios».
Sabido es que el m arxismo de la época rechazó con fuerza esta acusación de «fatalismo». K austky replicó que el m aterialism o histórico jam ás había soñado en descuid a r la esencial im portancia que tiene la intervención hum ana en la h istoria. Marx no había confiado la superación
parece deberse también, además de a la mayor sencillez y claridad divulgadora de los escritos de Engels, como subrayaron a menudo Kautsky, Plechánov, etc. (cfr., p. cj., K . K autsky, F. Engcls (setn Le- hen, sein Wirken, seine Schriften), Berlín, 1908, p. 27). al desarrollo dado por Engels a la parte, llamémosla así, filosófico-cosmológica o de filosofía de la naturaleza, esto es, al desarrollo y «ampliación» del materialismo histórico en el «materialismo dialéctico», cuya primera denominación, como es sabido, es del propio Engels. Este último aspecto tuvo un peso decisivo también en la generación siguiente, como por ejemplo en Max Adler, quien, en su escrito Fngels ais Üenker. Berlín, 1925. pp. 65 ss„ destaca precisamente como gran mérito de Engcls el de haber liberado al marxismo de la tespecial forma económico-social» que le había dado Marx, ampliándolo hasta convertirlo en eine Weltauffassung.
95
de la sociedad capitalista sólo a la acción de causas «puram ente económicas»; en el mismo párrafo sobre la «tendencia h istórica de la acumulación capitalista», además de la agudización de las contradicciones económicas, se subrayaba tam bién o tro factor: la «madurez», la educación de la clase obrera, el alto grado de consciencia alcanzado, su capacidad organizativa v de disciplina .33 No muy diferente fue —aunque argum entada con m ayor sistema- ticidad filosófica y con una notable dosis de virulencia política— la respuesta de Plechánov, quien ya por su cuenta, p o r lo dem ás, había publicado en 1898 La función de la personalidad en la historia . Sin embargo, lo característico de las tom as de posición antibernstein ianas de la época (como tam bién de mucho m arxism o actual, que sin em bargo enrojecería de vergüenza con sólo im aginarse «determ inista») es el ten er en com ún con Bernstein un mismo presupuesto: un concepto e lem en ta l34 e ingenuo de «economía».
Tam bién aquí el punto en que se apoya el argum ento de Bernstein es un célebre pasaje autocrítico de Engels: «'Según la concepción m aterialista de la historia, el factor que en la h isto ria es determ inante en últim a instancia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo —escribe Engels en 1890— hem os afirm ado nunca más. Si alguien tergiversa las cosas, afirm ando que el facto r económico es el único facto r determ inante, transform a esa proposición en una frase vacía, abstracta , absu rda».55
Y prosigue: «El hecho de que los jóvenes atribuyan a vcccs al lado económico una im portancia m ayor de la que le corresponde es en p arte culpa m ía v de Marx. Frente a nuestros adversarios, teníam os que subrayar el principio
33. Kautsky, Bernstein und das sozialdemokratiscke Programm, citado, p. 4é.
34. Un documento significativo de esta «elementariedad» lo constituyen los capítulos iniciales de la Economía política, de Oskar L a sge , donde, por lo demás, s e alude a autores y textos del marxismo de la Segunda Internacional.
35. Carta de Engels a J. Bloch del 21 de septiembre de 1890, en M ak x- E n g e l s . Obras escogidas (Moscú, Ed. Progreso, 1966), vol. H, páginas 492-95.
96
esencial negado p o r ellos, y no siem pre encontrábam os el tiem po, el lugar y la ocasión para hacer justicia a los dem ás factores que partic ipan de la acción recíproca».36
Estas observaciones autocríticas de Engels son consideradas p o r B ernstein como una innovación substancial respecto del «determinismo» originario de la concepción m ateria lista de la historia, tal como había sido form ulada p o r Marx en el prefacio de 1859 a la Introducción a la crítica de la economía política . Y sabido es que un juicio análogo (aunque sin la referencia crítica al texto de 1859) ha acabado p o r prevalecer desde hace tiem po en el m arxismo contem poráneo tam bién; en éste se subraya análogam ente el valor resolutivo, por ejem plo, de la carta enviada en 1894 por Engels a S tarkenburg: «La evolución política, jurídica, filosófica, literaria, artística, etc., descansa en la evolución económica. Pero todas ellas reaccionan a su vez, tanto en tre sí como sobre la base económica. No se tra ta de que la situación económica sea la única causa activa v todo lo demás efecto pasivo. Existe, por el contrario, acción recíproca sobre la base de la necesidad económica, que, en últim a instancia, se im pone siempre».37
El com entario de B ernstein a estas líneas de Engels destaca que se le hace más mal que bien al m aterialism o histórico cuando se rechaza con altanería, como si d e eclecticismo se tratara , la decisiva acentuación de «otros factores» distintos al de naturaleza «puram ente económi-
36. Ibid. Vale la pena señalar que estas afirmaciones «autocríticas» de Engels (respecto de las cuales, dicho sea entre paréntisis, expresaron serías perplejidades autores tan diversos como Plechánov v Max Adler) no se comprenden fácilmente. Tomadas al pie de la letra significarían que en la obra de Marx se ha dado un relieve excesivo al «factor económico». Pero el propio Engels, a continuación, excluye esta interpretación («apenas se llegaba a la explicación de un período histórico, esto es, a la aplicación práctica, la cosa cambiaba y no era posible error alguno»). El defecto lamentado por Engcls debía referirse, por tanto, a los enunciados generales relativos al materialismo histórico. Pero también es sabido que este ripo de enunciaciones son raras en la obra de Marx (Tesis sobre Feuerbach), v que escapan, salvo tal vez un caso (cfr. nota 38) a este tipo de críticas.
37. Ibid., p. 492.
974
ca», para lim itarse únicam ente, en cambio, a la «técnica de la producción» (P roduktionstechnik). E l eclecticismo —añade B ernstein en polém ica con el m onism o de Plechánov— a m enudo no es más que la reacción natu ra l contra la pretensión doctrinaria de querer deducirlo todo de un único principio.
Y, a pesar de todo, lo que B ernstein tiene en común con Plechánov —y lo que la «autocrítica» de Engels no podía servir p ara corregir, sino en todo caso, p ara acentuar—, es nada m enos que la profunda adulteración del concepto de «economía», o, m ejor, de «relaciones sociales de producción», que se halla en el centro y en la base de toda la obra de Marx. Y ello en el sentido de que separada de los dem ás «factores» y reducido él m ism o a un factor aislado, la llam ada esfera económica —que, p ara Marx, es producción de cosas y a la vez producción (objetivación) de ideas, producción y comunicación in tersubjetiva, producción m aterial y producción de relaciones sociales (la relación del hom bre con la naturaleza, dice Marx, es a la vez relación del hom bre con el hom bre y viceversa)— tiende a vaciarse de todo contenido hisiórico-social cfectivo para presen tarse en cambio como una esfera previa y an terio r a la m ediación in terhum ana .36 La produc-
38. Este es el período al que, desde nuestro punto de vista, da lugar la teoría de los «factores» aludida por Engels en sus cartas; precisamente en ellas se destaca el papel decisivo ejercido, además de por la «base económica», por la llamada «sobreestructura», favoreciéndose la interpretación de que la «base económica» es una esfera «puramente material» o «f¿crt¿coeconómica», que no incluye las relaciones sociales y, por tanto, la comunicación intersubjetiva. Aunque aquí es necesario proceder con gran cautela, obsérvese que Woltinann, por ejemplo, cree advertir a este respecto una diferencia entre el concepto social de «economía», propio de Marx, y el naturalista de Engels, Kautsky y Cunow (cfr. K autsky, Bernstein und das sozialdcmokratische Programm, cit., p. 47). La distinción entre «estructura» y «sobrccstructura», que en Marx es bastante rara y poco más que una metáfora, ha cobrado un relieve exorbitante en el marxismo posterior. Debe observarse, sin embargo, que al menos una parte de la responsabilidad por el desarrollo posterior de este par de conceptos hay que atribuirla al célebre prefacio de M arx a la Contribución a la crítica de la economía política, donde formulaciones como «el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general».
98
ción social se transform a así en la «técnica de la p roducción»; el objeto de la economía política en el objeto de la tecnología. Y puesto que esta «técnica», que es la «producción m aterial» en el sentido estric to de la expresión, se disocia de esa o tra producción sim ultánea que los hombres llevan a cabo de sus mismas relaciones (y sin la cual, p a ra Marx, ni siquiera la p rim era es real), la concepción m ateria lista de la historia tiende a transform arse en una concepción tecnológica de la historia, dando así la razón a esos críticos del marxismo, como el profesor Robbins, p ara los cuales el m aterialism o histórico se resum e en la idea de que «la técnica m aterial de la producción condiciona la form a de todas las instituciones sociales, y que todos los cam bios en las instituciones sociales son el resultado de cam bios en la técnica de la producción», o, finalm ente, que «la H istoria es el epifenómeno del cambio técnico».®
La principal consecuencia de este m odo de ver «según factores», que más o menos ab iertam ente serpea por todo el m arxism o de la época —y que es la base com ún de razonam ientos tan distintos en tre sí como los de Bernstein y Plechánov—, es la disociación de «producción» y «sociedad», de m aterialismo e historia , la separación de la relación del hom bre con la naturaleza de la relación sim ultánea del hom bre con el hom bre; en una palabra: la incapacidad de entender cómo —sin m ediación in terhum ana o social— es inconcebible el propio institu irse del traba jo y de la actividad productiva. «En la producción —dice Marx— los hom bres no actúan solam ente sobre la natu raleza, sino tam bién unos sobre otros. Producen solam ente en cuanto que colaboran de un modo determ inado e intercam bian recíprocam ente sus actividades. Para p roducir en tran unos con otros en vínculos y relaciones determ inados, y su acción sobre la naturaleza, la producción,
I hacen suponer, tomadas al pie de la letra, que puede existir unaí «producción material* que no sea a la vez «proceso social*.
39. L. Robbins, An Essay on the Nature and Significance of Eco~ I notnic Science, Londres, 1948, p. 43.
I 99
I
I
tiene lugar únicam ente en el m arco de estos vínculos y relaciones sociales .» 40
El entrelazarse de estos dos procesos es la clave del m aterialism o histórico . E l m aterialism o tradicional, que considera a los hom bres como un producto y un resultado difican a su vez el am biente y que «el educador debe .ser <lel am biente, olvida —dice Marx— u que los hom bres mo- «ducado a su vez»; olvida que no es suficiente considerar la s circunstancias práctico-m ateriales como causa y al hom bre como efecto , sino que hay que tener presen te tam bién el m oviento inverso: ya que como el hom bre, que es efecto, es a la vez causa de su causa, tam bién esta ú ltim a es a su vez efecto de su efecto.
En sum a: el hom bre, p roducto de la causación m ateria l objetiva, es a la vez tam bién el inicio de un nuevo proceso causal, que es el opuesto del prim ero y en e l cual el punto de partida no es ya el am biente natural, sino el concepto, la idea del hom bre , su proyecto m ental. E ste segundo proceso, que tiene como prius a la idea y en el que la causa no es p o r tan to un objeto sino un concepto , respecto del cual el objeto es puesto como fin y punto de llegada, es la llam ada causalidad fina lf el finalis- m o o proceso teleológico, en oposición a la causalidad eficiente o m aterial del p rim er caso. «El fin —dice K ant— es el objeto de un concepto, en cuanto que éste es considerado como causa de aquél (el fundam ento real de su posibilidad); y la causalidad de un concepto en relación a su o b je to es la finalidad (form a finalis).»*3 El finalismo, pues, invierte y vuelve del reves el orden de la causalidad eficiente, en el sentido de que m ientras según este últim o decim os que la causa precede al efecto y lo determ ina, cuando el efecto es un fin, o sea, una m eta intencional, entonces es él precisam ente el que determ ina la causa eficiente, la cual se convierte en un simple m edio puesto a su servicio.
40. K. Marx, Trabajo asalariado y capital, en Obras escogidas, c i t a d a , v o l. I , p . 75.
41. III Tesis sobre Feuerbach.42. Kamt, Critica del juicio.
100
Ahora bien: la sim ultaneidad de estos dos procesos, cada uno de los cuales es la vuelta del revés del o tro y que, a pesar de ello, concurren jun tos a fo rm ar esa um - waelzende o revolutionaere Praxis de que se habla en las Tesis sobre Feuerbach , no es solam ente la clave y el secre to del m aterialismo histórico en su doble acepción —justam ente— de causalidad (m aterialism o) y finalidad (historia), sino que tam bién perm ite explicar ese lugar neurálgico de la obra de Marx que es su concepto de «producción» o «trabajo», como producción de cosas y a la vez producción (objetivación) de ideas, producción y com unicación in tersubjetiva, producción m aterial y producción de relaciones sociales.
«Una araña —escribe Marx en un célebre pasaje de El Capitala— ejecuta operaciones que se parecen a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fm que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación.»
El producto del trabajo , pues, es la objetivación y la extrinsecación de la idea del traba jador: es el convertirse en exterior y en real del concepto o program a con que el trab a jad o r se ha puesto a traba jar. Lo cual significa que el traba jo es una actividad finalista , que la producción no es solam ente relación del hom bre con la naturaleza, sino tam bién relación in terhum ana, o sea, lenguaje,** m anifestación
43. El Capital, I, cit., p. 130.44. En la Ideología alemam la producción se define como «len
guaje de la vida real».
101
del hom bre al o tro hom bre. Por o tra parte , en la m edida en que para realizar la idea o proyecto de trab a jo e<i p reciso que se tenga en cuenta cuál es la naturaleza especifica de los m ateriales a tra ta r , el proceso de trab a jo resulta ser, adem ás de finalista, una causalidad eficiente. En realidad, para ob jetivar en el producto la idea, o sea, «ese m otivo ideal que es el estím ulo in terno de la producción y el presupuesto de ésta» v transfo rm ar así la naturaleza según nuestros proyectos e intenciones, es preciso tam bién que la idea, que p o r una p arte determ ina al objeto, sea a su vez determ inada por éste ; según el famoso aforism o de Bacon, para m andar a la naturaleza tam bién hay que obedecerla; para adecuar a nosotros el objeto, es preciso tam bién que nosotros nos adecuem os a él. Según Marx, «la producción no solam ente produce un objeto para el sujeto, sino tam bién un sujeto para el objeto». El «estímulo ideal» que actúa en ella «como imagen interior, como necesidad, como im pulso y como fin» no solam ente es causa sino efecto tam bién: va que «él m ism o como im pulso está m ediado por el objeto, y la necesidad de este últim o que experim enta aquél está creada por la percepción del ob jeto m ism o».43
No se tra ta ahora de detenem os a ver cómo esta relación causalidad-finalismo es la misma relación inducción- deducción y, por tanto, cómo el conccpto m arxiano de «relaciones sociales de producción» im plica tam bién una lógica de la investigación científica. Volviendo a Bernstein y a la polém ica suscitada por él en to rno al «determ inis- mo» de la concepción m ateria lista de !a h istoria, m ás bien resulta conveniente destacar que todas las tendencias del m arxism o de la Segunda Internacional dirigen su atención precisam ente a la dificultad de en tender esta com penetración recíproca de causalidad y finalismo a la que se acaba de aludir.
«La actividad del hom bre —escribe Plechánov en uno de sus artículos en polémica con B ernstein v con la crítica
4S. K. Marx, Introducción (de 1857) a la critica de la economía política.
102
de éste al m aterialism o— puede ser considerada desde dos perspectivas diferentes.» Por una parte , «se nos m anifiesta como causa de tales o cuales fenómenos sociales», en la m edida en que el hom bre es consciente de ser esa causa, «en cuanto que supone que depende de él provocar esos fenómenos sociales». Por o tra parte , «el hom bre que se nos aparece como causa de determ inado fenóm eno social puede y debe ser considerado como consecuencia de los fenómenos sociales que han influido sobre la form ación de su ca rác ter y sobre la orientación de su voluntad. Considerado corno consecuencia, el hom bre social no puede ser visto como agente libre, porque las circunstancias que han determ inado su movimiento no dependen de su voluntad. Por tanto , su actividad se nos aparece ahora com o una actividad subordinada a la ley de la necesidad»?*
La argum entación no puede ser más clara: el hom bre, que en su propia consciencia se im agina ser causa, es en realidad efecto únicam ente. Plechánov, dicho de o tro modo, no consigue un ir causalidad y finalismo: el concepto de la um w aelzende Praxis, esto es, de la actividad productiva que subvierte y subordina a si m ism a las condiciones de que depende —o del «educador que debe ser educado»— sigue siendo para él un tem a que no puede apresar. De ello se desprende que el único modo en que consigue componer las dos instancias consiste en reconocer como real solam ente la necesidad o la causalidad m aterial, asignando en cam bio a la consciencia, o sea, al finalismu y a la libertad, únicam ente la tarea de tom ar no ta de ese orden necesario e inevitable. La libertad —dice Plechánov repitiendo a Engels y a Hcgel a través de éste— es el «reconocim iento de la necesidad» :47 esto es, la libertad es la consciencia de esta r determ inados.
No podem os detenem os a m ostrar aquí cóm o esta referencia a Hegel a propósito de la relación libertad-neco sidad se fundam enta, al igual que todas las dem ás proposi-
46. G. Plechínov, Cant contra Kant, o eí testamento espiritual del señor Bernstein, en Obras, ed. rusa, vol. XT. p. 77.
47. G. Plechánov, Essai sur Vhistoire du matérialistne, París, 1957, página 123.
103
dones hegelianas tom adas en préstam o por el «m aterialism o dialéctico» de Engels y de Plechánov, en una «lectura» bastan te inoportuna del texto del gran filósofo alem án .48
La identidad de libertad y necesidad, o, lo que es lo m ismo, la identidad de pensam iento y ser/9 son tem as frecuentes solam ente en la ta rd ía obra filosófica de Engels, pero absolutam ente extraños a l pensam iento de Marx. En este caso, por lo dem ás, la verdadera ascendencia de esta tesis queda puesta de manifiesto, no sin ingenuidad, por el p ropio Plechánov, cuando para defender la identidad de libertad y necesidad recurre , adem ás de a Hegel, a las últim as páginas de la C uarta Sección del Sistem a del idealismo trascendental de Schelling .55 Pero aquí in teresa sobre todo poner de m anifiesto la extrañeza de principio en que se encuentra el m arxism o «ortodoxo» de la Segunda In ternacional respecto a la problem ática originaria de Marx.
El hom bre se concibe solam ente como un eslabón de la concatenación m ateria l objetiva, como un ser cuyo actu ar es «necesitado» por una fuerza superior y trascendente —que Plechánov llam a M ateria, pero que tam bién se podría calificar de Absoluto o de «Astucia de la Razón *— que actúa, a través del propio ac tu ar del hom bre, utilizando para o tros efectos los intentos que éste, conscientem ente (y p o r tan to ilusoriam ente), persigue. La novedad y la especificidad del m undo histórico-hum ano —que
48. Para la relación con Hegel, vid. en particular el artículo dePlechAkov, Zu IlegeVs sechzigstem Todestag. en «Neue Zeit», X Jahr- gang. I. Band, 1891-92, pp. 198 ss., 236 ss., 273 ss.
49. G. P lho^ nov, Le questioni fondamentali del marxismo, Milán, 1945, p. 114.
50. El recurso a estas páginas de Schelling reaparece en casi todos los escritos filosóficos de Plechánov. Los pasajes de Schelling sobre los q u c Plechánov modeló su propio pensamiento son especialmente los siguientes: «La inteligencia es libre sólo como fenómeno interno, y por esto somos, y en nuestro interior creemos ser siempre, libres, aunque el fenómeno de nuestra libertad, o nuestra libertad en cuanto que se transfiere al mundo objetivo, cac bajo las leyes naturales al igual que cualquier otro hecho». Y «toda acción, ya sea del individuo, ya de la especie entera, debe ser pensada libre como acción, pero como acontecimiento objetivo sujeta a las leyes naturales. Subjetivamente, pues, por el fenómeno interior, operamos; objetivamente, no operamos, sino que opera otro por medio de nosotros».
104
se encierra en el com plejo concepto m arciano de «producción» como producción de relaciones in terhum anas y a la vez de cosas, y, por tanto, como autoproducción y reproducción de «otro»— aquí es total e irrem ediablem ente ignorada. El resultado es que la concepción a la que se da cim a no puede ser o tra cosa que una m etafísica y cosmología histórico-evolutiva bastante ingenua, una filosofía providencialista expuesta justam ente a la acusación de fatalism o.
«Algunos escritores, p. cj., Stammler —escribe Plechánov— observan que si el triunfo del socialismo es una necesidad histórica, la actividad práctica de la socialdemocracia es enteramente superflua. Pues, ¿para qué trabajar para que se produzca un fenómeno que de todos modos tendrá lugar inevitable e igualmente? He aquí un sofisma ridículo y mezquino. La socialdemocracia considera el desarrollo histórico desde el punto de vista de la necesidad, y mira su propia actividad como un eslabón necesario en la cadena de esas condiciones necesarias cuyo conjunto hace inevitable el triunfo del socialismo. Un eslabón necesario no puede ser superfluo. De suprimirlo quedaría rota toda la cadena de los acontecimientos.» Sl
La consecuencia principal de este modo de ver es la reabsorción —o m ejor: la trascendencia— del nivel específico del análisis m ateria lista histórico, esto es, de la problem ática económico-social de Marx, en una cosmología v cosm ogonía que se titu la «m aterialista» cuando no pasa de ser una novela filosófica. Todo es evolución dialéctica de la M ateria. Y esta evolución se produce, en cualquier orden y grado, debido a «leyes» om nipresentes y generalísim as que son tan to las leyes del m ovim iento m ecánico y del desarrollo de la naturaleza cuanto de la sociedad y del pensam iento hum anos.2* La «base económica» de Marx se
51. Obras, ed. rusa, vol. XI, p. 88, nota.52. F. E mgels, Anti-Diihring (trad. cast, de M. Sacristán; México,
Grijalbo, 1964) y Dialéctica de la Naturaleza (Buenos Aires, Ed. Claridad).
105
convierte así en la M ateria. Y esta M ateria no específica, no determ inada, que es a la vez todo y nada, m era hipótesis m etafísica y p o r tanto an tim ateria lista p o r excelencia, m uestra su factura teológica al descubrirse, en la ingenua prosa de Plechánov, como la versión últim a del deus abscondítus: «en la vida de los pueblos existe algo, una x , una incógnita, a la que la “fuerza” de los pueblos mismos, así como la de las d iferentes clases sociales existentes en su seno, deben su origen, su dirección y sus m odificaciones. En sum a, está claro que algo form a la base de esta m isma “fuerza”, y aquí se tra ta de determ inar la n a tu raleza de esta incógnita».5,3
La atención se separa resueltam ente de la h istoria , o sea, del análisis de las form aciones económico-sociales, para concentrarse en el estudio de lo que verdaderam ente im porta: la m ateria prim igenia de la que desciende todo, la gran fictio de es ta religiosidad popular. «La m ateria se mueve en un ciclo eterno (...)• Nada de e terno hay en él como no sea la m ateria que eternam ente se transform a, que se mueve eternam ente, y las leyes según las cuales se mueve y se transform a.» Y puesto que todo pasa y nada m uere, «nosotros tenem os la certidum bre de que la m ateria sigue siendo eternam ente la m ism a en todos sus cambios; de que ninguno de sus a tribu tos puede perderse jam ás, y de que p o r esto debe crear de nuevo, en o tro tiem po y en o tro lugar, su fru to m ás alto, el esp íritu pensante, p o r esa m ism a necesidad férrea que llevará a su desaparición sobre la tie rra ».54
La identidad de pensam iento y ser queda transferida así al seno mismo de la M ateria. No hay ya una teoría del pensam iento como pensam iento del ente natu ra l «hombre» —de su socialidad— y, p o r tanto, una teoría del pensam iento en su unidad-distinción con el lenguaje y con el hacer práctico-experim ental que es la producción y e l tra bajo. La teoría del pensam iento prescinde del hom bre; el discurso sobre el pensam iento es o tra vez discurso so
53. Plechánov, Essais sur Vkistoire du matérialisme, cit., p . 135.54. E n g e l s , Dialéctica de la Naturaleza.
106
bre el Absoluto como identidad orig inaría de pensam iento y ser. Gnoseología y epistem ología son anuladas por el recurso sim plista a la «evolución» («los productos del cerebro hum ano —escribe Engels—, que en últim a instancia son a su vez productos naturales, no contradicen el restan te nexo de la naturaleza, sino que corresponden a él>). Un Hegel «popularizado» ocupa el puesto de Marx.Y tras de Hegel aparece Schelling; tras de Schclling, Spinoza. Plechánov, que alim enta las form as m ás elem entales de m aterialism o repitiendo tranquilam ente que el pensam iento es una secreción del cerebro; M Plechánov, que considera que toda la gnoseología m ateria lista es tá ya en Helvetius y d'Holbach, figura tam bién en tre quienes consideran a Marx solam ente como una prolongación y una explicación de Spinoza.
«Afirmo con plena convicción que Marx y Engels, tras el giro materialista de su evolución, no abandonaron jamás el punto de vista de Spinoza. Y este convencimiento mío se basa entre otras cosas en un testimonio personal de Engels. En 1899, mientras pasaba una temporada en París con ocasión de la Exposición internacional, tuve la oportunidad de llegarme a Londres y conocer a Engels personalmente. Tuve la satisfacción de pasar casi una semana entera en largas conversaciones con él sobres diversos temas prácticos y teóricos. Una vez nuestros razonamientos recayeron sobre la filosofía. Engels criticó duramente lo que Stem, de modo tan impreciso, llama “materialismo de la filosofía de la naturaleza". ¿De modo que para vosotros —le pregunté— el viejo Spinoza tenia razón al decir que el pensamiento y la extensión no son más que dos atributos de una sola y misma substancia? ‘‘Naturalmente —respondió Engcls— el viejo Spinoza tenía toda la razón” .» 56
55. G. P lechAnov, Obras, vol. XVIII, p. 310.56. G. PiJtCHÁNOV, Bernstein y el materialismo, en Obras, XI, p. 21.
Vid. también Las cuestiones fundamentales del marxismo, cit., p. 32, donde, sobre la premisa de que Feuerbach representa el spinozismo liberado del disfraz teológico, se añade que «es precisamente este spinozismo (...) el que adoptaron Marx y Engels cuando rompieron con el idealismo».
107
Plechánov reduce a Marx a Spinoza; Kautsky lo reduce a Darwin. El hom bre —dice— vive en dos m undos; el del pasado y el del fu turo .” El prim ero es el m undo de la experiencia, del conocim iento científico, del determ inism o y de la necesidad. El segundo, el de la libertad y la acción. La contraposición en tre estos dos m undos se deshace con el deshacerse de la distinción m ism a en tre «sociedad» y «naturaleza». Cualquiera que sea su especificidad, el m undo histórico hum ano es un «momento» en la serie de la evolución; el m undo de la libertad y de la ley m oral es solam ente un fragm ento p articu la r (S tiickchen) del m undo sensible/ 3
Kautsky quisiera asegurar la distinción en tre libertad y necesidad aunque evitando, naturalm ente, el dualismo. En realidad com prende bien la dificultad del em pirism o v del sensism o ilum inista que, al reducir a simple instinto la vida m oral, no logra explicar la peculiaridad del «querer»; éste, a diferencia del instin to , im plica elección, deliberación y, por tanto , responsabilidad. A pesar de todo, la conclusión a la que tam poco él puede escapar es la de com prim ir hasta tal punto el mundo histórico-social dentro del m arco de la evolución cósm ico-natural, que ya no puede distinguirlo de esta últim a. La opción m oral acaba resultando así m ero instin to (ein tierischer Trieb); y la «ley ética», un im pulso de naturaleza igual al instin to de procreación .59
El carác ter ingenuam ente m onista y m etafísico de estas construcciones del m arxism o «ortodoxo» de la Segunda Internacional perm ite en tender bien qué tipo de antítesis había de b ro ta r de su m ism o seno y cóm o debía encon trar
57. K autsky, Ethik und mat. Geschichtsauffass., cit., p. 36.58. Ibid., p. 39.59. Ibid., pp. 63 y 67. Para la crítica de este libro de Kautsky
desde una posición neokantiana, cfr. O. B auer, Marxistnus und Ethik, en «Die Neue Zeit», 1906, Jhrg. XXIV, 2 Band, pp. 485-99. La réplica de Kautsky a Bauer, titulada Leben, Wissenschaft und Ethik, se halla en «Die Neue Zeit», 1906. Jhgr. XXIV, 2. Band, páginas 516*529.
6. Juicios de hecho y juicios de valor
108
en esta antítesis su com plem ento natu ra l, Al igual que Plechánov, B ernstein p arte tam bién de un concepto natu ra lista de «economía». Habla de ella como de un «instinto»o de una fuerza económica n a tu ra l (oekonom ische Natur- kraft) análoga a la fuerza físico-natural. Sin embargo, mientra s que para Plechánov este m undo de la concatenación causal objetiva lo es todo, para Bernstein existe, al lado y p o r encim a de él, el «ideal moral», el «deber ser» de K ant, al que se rem ite ahora la m ism ísim a realización del socialism o .60 La sociedad del fu tu ro no es el resu ltado inevitable de la evolución objetiva, sino una m eta ideal que el querer hum ano se señala librem ente.
La férrea Necesidad evoca su abstracto opuesto: la L ibertad; el determ inism o, el indeterm inism o absoluto; la cerrada cadena del «ser», la perspectiva ab ierta e infinita del «deber ser». Y puesto que cada uno de los dos principios opuestos tiene fuerza para d estru ir al o tro aunque sin poder subsistir solo, las dos posiciones an titéticas se generan y se reproducen recíprocam ente, a veces en un m ism o autor. Ejem plo: la Etica y la concepción materialista de la historia, donde Kautsky, tras haber criticado duram ente el socialismo ético neokantiano y haber reducido la decisión m oral a sim ple instinto, concluye im previstam ente con el llam am iento a un ideal m oral del que ni siquiera la lucha de clases puede prescindir, y que, p o r su oposición con tra todo lo que existe en la sociedad p re sente, y p o r tan to p o r la negatividad de su contenido, no es o tra cosa que la form alidad m ism a del querer que los neokantianos invocan.
«La organización socialdemocrática del proletariado no puede prescindir en su lucha de clase del ideal m oral, de la indignación etica contra la explotación y la opresión de clase. Pero este ideal nada tiene que ver con el socialismo científico , que es el estudio de las leyes
60. Para la integración del materialismo histórico con la ética de Kant véase también K. V o r l a e n d e r , Marx und Kant, Vicna, 1904. Las ideas enunciadas en esta conferencia fueron retomadas v desarrolladas posteriormente por Vorlaender en K. Marx, sein Leben und sein Werk, Leipzig, 1929.
109»
que rigen la evolución del origen social Cierto es que, cuando se trata de un socialista, el pensador es también un militante, y que nadie puede ser dividido artificialmente en dos partes, cada una de las cuales no tenga nada que ver con la otra; así, incluso en Marx, aflora a veces, en el curso de su investigación científica, la acción de un ideal moral. Pero Marx, y con razón, ha tratado de prescindir de el todo lo posible* Ya que, en la ciencia, el ideal moral es una fuente de errores.» 61
La contraposición de causalidad y finalismo vuelve a su rg ir aquí bajo la form a de oposición entre juicios de hecho y juicios de valor, en tre ciencia e ideología .82 La ciencia «constata»: carece de opciones que proponer a la acción hum ana. E n tre las objetivas e im parciales constataciones de hecho de la ciencia y la finalidad del querer hay u na separación radical. De las prem isas en indicativo de la ciencia es im posible ob tener conclusiones que sean imperativas y vinculantes para la acción.
«Se ha dicho —escribe Hilferding en el prefacio a El Capital financiero— que la política es una doctrina normativa que, en última instancia, está determinada por juicios de valor. Pero como éstos no son asunto de la ciencia, el estudio de la política cae fuera del marco de la consideración científica» Naturalmente, es imposible abordar aquf las discusiones teóricas sobre la relación entre la ciencia de las leyes y la de las normas, entre la teleología y la causalidad (...). Lo único que hay que decir aquí es que el estudio de ia política no puede tener para el marxista otra finalidad que la de descubrir relaciones causales (...V Poner de manifiesto la determinación de la voluntad de clases es. en la concepción marxista, tarea de una política científica, es decir, de una política que sepa descubrir relaciones cau-
61. K autsky, op. cit., p. 141.62. Para una brillante reconstrucción de estas alternativas en
el marxismo de la Segundo Internacional, recuérdese el magnífico ensayo de L Goldmann, Y a-t-il une sociología marxiste? en «Les Temps Modemes». a. 13, n. 140, octubre de 1957.
110
Y concluye Hilferding:
«De ahí que sea falso, aunque se trate de una idea muy extendida intra et extra muros, identificar sin más el marxismo con el socialismo. Y esto porque, considerado únicamente como sistema científico, esto es, prescindiendo de sus efectos históricos, el marxismo no es más que una teoría de las leyes del devenir de la sociedad (...). El reconocimiento de la exactitud del marxismo (que lleva ínsito el reconocimiento de la necesidad del socialismo), no implica en modo alguno la formulación de juicios de valor ni tampoco reglas de conducta práctica, toda vez que una cosa es reconocer una necesidad y otra muy distinta ponerse a su servicio.» 61
No puede ser m ás com pleto el divorcio en tre ciencia y revolución, en tre conocim iento y transform ación del m undo. Y en este divorcio reside todo el ca rác te r subalterno del m arxism o de la Segunda Internacional, dividido en tre cientificismo positivista y neokantism o, y, a pesa r de todo, solidario in ternam ente en esta oposición. El objetivism o determ inista no consigue incluir el m om ento ideológico, el program a político revolucionario .61 Por o tra parte , la ideología, excluida de la ciencia, vuelve a p lantearse como el m undo de la «libertad ética», jun to al m undo de la «necesidad» natu ra l, reproduciendo, con esto mismo, el dualism o neokantiano en tre M üssen y Sollen.
E ste razonam iento, en Hilferding, en Marx Adler y en el austrom arxism o en general, se desarrolla con una finura argum cntal que se buscaría en vano en los escritos filosóficos de Kautsky y Plechánov. A pesar de todo, el convencim iento de que puede darse un cuerpo de conocim ientos
63. H ilferding, op. cif., p. 11. Cfr. E. Thier, Etappen der Mar- xinterpretation, en Marxismtisstudieti, Tübingen, 1954, pp. 15 ss.
64. En una Randbctncrkung de la Ideología alemana anota Marx: «La llamada historiografía objetiva consistía precisamente en concebir las situaciones históricas separadas de la actividad. Carácter reaccionario».
sales. La política del marxismo, al igual que la teoría,está libre de “juicios de valor”.»
l i t
científicos, adquiridos independientem ente de toda valoración, m uestra bien a las claras el ingenuo positivismo que se halla en la base de este razonam iento y su incapacidad para en tender que e l papel que desem peña el fina- lismo en la investigación científica es, en cierto sentido, el m ism o que el de la deducción. La finalidad —recuérdese la definición de Kant— es la causalidad de un concepto respecto de su objeto: es el proceso que tiene como prius una idea. Ahora bien: la im posibilidad de elim inar este proceso de la investigación científica es la im posibilidad m isma de la ciencia de p rescindir de la anticipación ideal y de la hipótesis. La teoría debe se r un prius porque sin ideas no hay observación y porque nosotros vemos sólo lo que nuestras ideas preconcebidas nos preparan y nos predisponen para ver («La teoría —dice Myrdal— debe ser siempre un prius respecto a las observaciones em píricas de los fenómenos», porque «los fenómenos vienen a cob rar un significado propio sólo si se distinguen y se insertan orgánicam ente en un esquem a teórico».85 «Es necesario plantearse las preguntas antes de que se puedan ob tener las respuestas. Y las preguntas son expresión de nuestro interé s por el m undo; son, en últim o térm ino, valoraciones».16
E sto es lo que ya había observado K ant al destacar que •«cuando Galileo hizo rodar sus esferas... y Torricelli..., e tcé tera y StahI..., etc., com prendieron que la razón sólo ve lo que ella misma produce según su designio, y que... debe adelantarse con sus juicios y obligar a la naturaleza a responder a sus preguntas, sin dejarse conducir como
65. G. Mikiml, Teoría económica y países subdesarrollados (trad, it., Milán, 1959, pp. 201-2); v^ase en general todo el capítulo XII muy breve pero importantísimo, titulado «La dificultad lógica de toda ciencia».
66. G. Myrdxl, The Political Element in the Development of Economic Theory, Londres, 1953, p. Vil, con la importante autocrítica de la tesis original del libro: «throughout the book there lurks the idea that when all metaphysical elements are radically cut away, a healthy body of positive economic theory will remain which is altogether independent of valuations (...). This implicit belief in the existence of a body of scientific knowledge acquired independently of all valuations is, as I now see it, naive empiricism*.
.112
con andadores*.67) Lo que significa que lo que al principio parece sim ple observación o constatación es en realidad deducción, objetivación de nuestras ideas, proyección sob re el m undo de nuestras valoraciones y de nuestras ideas previas.
Por o tra p arte —y de nuevo aquí el finalismo se reconvierte en la causalidad, la deducción en la inducción—, lo que distingue las inevitables ideas previas de la ciencia de los prejuicios del m etafísico (las hipótesis de la prim era de las hipóstasis del segundo) es que, «si la teoría es un prius, por o tra p arte es un p rim er principio de la ciencia que los hechos son soberanos». Lo cual significa que «cuando las observaciones de los fenómenos no concuer- dan con la teoría, o sea, cuando no tienen sentido dentro del esquem a teórico utilizado para realizar la investigación, hay que descartar la teoría y reem plazarla p o r o tra que sea coherente con los hechos»; o bien que, para ser verdadera, la teoría debe tener su fuen te y su origen en la realidad, o sea que debe tener a sus espaldas «una búsqueda em pírica basilar», que «debe preceder a la construcción de la teoría abstrac ta y que es necesaria para hacerla realista y pertinen te».68
En o tras palabras: presencia inevitable de los juicios de valor en la m ism a investigación científica, pero como juicios cuyo significado últim o se rem ite a su posibilidad de soportar la verificación histórico-práctica o el experim ento y, p o r tanto , a su capacidad de convertirse finalm ente en juicios de hecho. Lo cual es el nexo m ism o ciencia-política, conocim iento-transform ación del m undo, realizado por Marx en el campo histórico-m oral. («En su obra, Marx había unido —se ha dicho m— inseparablem ente las constataciones de hecho y los juicios de valor»); ello perm ite en tender tam bién cómo lo que B ernstein y tan tos o tros han señalado como el defecto y la debilidad de E l Capital —la copresencia en él de ciencia e ideología— re-
67. I. K ant, Critica de la razón pura, p re fa c io a l a s e g u n d a e d ic ió n .
68. Myrdal, op. cit., p. 204.69. Goldmann, art. cit..
113
presenta, por el contrario , su originalidad m ás profunda y el elem ento de m ayor fuerza.
7. La teoría del valor-trabajo.
La insuficiencia y la elem entalidad del concepto de «economía» que se ha señalado antes y que constituye el elem ento más o m enos común a todas las orientaciones del m arxism o de la Segunda Internacional, perm ite comp render tam bién cómo, en este período precisam ente, se ponen las bases de una interpretación de la teoría del valor-trabajo de la que ni siquiera el m arxism o posterio r ha sabido prescindir. E sta in terpretación, que consiste en la reducción de la teo ría del valor de Marx a la de R icardo, o incluso a la m adurada en el curso de la «disolución de la escuela ricardina», se caracteriza por la incapacidad de com prender, o siquiera de sospechar, que la teoría del valor de M arx es su m ism a teoría del fetichism o , y que, precisam ente p o r este elem ento (en el que incluso in tu itivamente, en cambio, se advierte el peso y la im portancia de la relación con Hegel), ésta se diferencia, de principio, de toda la economía política clásica.
«La economía política —escribe M arx70— ha analizado, indudablemente, aunque de un modo imperfecto, el concepto del valor y su magnitud, descubriendo el contenido que se escondía bajo estas formas. Pero no se le ha ocurrido preguntarse siquiera por qué este contenido reviste aquella forma, es decir, por qué el trabajo toma cuerpo en el valor y por qué la medida del trabajo según el tiempo de su duración se traduce en la magnitud de valor del producto del trabajo.»
El m érito y el lím ite de la economía política clásica se señalan aquí con ex traord inaria claridad. El m érito consiste en que, aunque sea incom pletam ente y en tre varias inconsistencias, la economía política ha com prendido que el valor de las m ercancías lo da el trabajo incorpo
70. M a r x , El Capital, I, pp. 44-45.
114
rado en ellas, o bien que lo que se presen ta como «valor» de «cosas» es en realidad (he aquí «el contenido que reviste esa form a») el « trabajo humano» m ism o que ha concurrido para producirlas. El lím ite, en cambio, consiste en no haberse planteado nunca el problem a «del porqué esc contenido asum e esa forma», o sea, por qué el traba jo hum ano se presen ta como valor de cosas y, en sum a, en base a qué condiciones histórico-sociales el producto del traba jo tom a la forma de mercancía. Marx explica que la economía política no se ha planteado este problem a porque no ha visto que «la form a de valor del producto del trabajo es la form a m ás abstracta pero tam bién m ás general del m odo de producción burgués»; por el contrario , ha considerado erróneam ente que la producción de m ercancías, en vez de ser un fenómeno histórico, era «la eterna form a natural de la producción social»71: corno si no pudiera haber producción en sociedad sin que fuera tam bién producción de m ercancías, y com o si en todas las sociedades el p roducto del trabajo hum ano hubiera de asum ir esta form a .72
La principal consecuencia que se deriva de este distinto planteam iento es que, m ientras la economía política clásica, considerando la existencia de la mercancía como un hecho «natural» y por tanto no problem ático, se ha lim itado a investigar las proporciones en que las m ercancías se intercam bian, concentrando su examen en el valor de cambio y no en el valor propiam ente dicho («el análisis de la m agnitud del valor —dice Marx— absorbe com pletam ente la atención de Sm ith y de R icardo»)73; para
71 fbid., p. 45, nota 35.72. Este cambio se encuentra ya en las primeras páginas de
La Riqueza de las Naciones, donde Smith identifica «división del t r a b a jo » y « c am b io » . V é a se a l r e s p e c to S wetzy, op. cit., y R . L v- xembi r g . Einführunz in die Nationaloekonotnie, en Ausgewahlte Reden und Schriften, I. Band, Berlín, 1951, p. 675.
73. K. M a rx , Theorien iiber den MeHrwert (hay trad. cast, del rondo de Cultura Económica, México). Ricardo «no investiga el valor según la forma —la forma determinada que cobra el trabajo como substancia del valor—, sino solamente las magnitudes de valor»; de ahí que «se podría reprochar a Ricardo haber olvidado muy a menudo este "valor real" o “absoluto** y haberse atenido
115
Marx, p o r el contrarío , el problem a esencial —antes que el de las razones de cam bio de las m ercancías— ha sido el de explicar por qué el producto del trabajo tom a la form a de mercancías, por qué el « trabajo humano» se nos presenta como «valor» de «cosas»; de ahí la im portancia decisiva que tiene p ara él el análisis del «fetichismo», o la «alienación» o «reificación» (Verdinglichung), esto es, de este proceso p o r el cual m ientras el trab a jo subjetivo hum ano o social se presen ta en la form a de una cualidad in trínseca a las cosas m ism as, estas últim as, a su vez —resultando dotadas de cualidades subjetivas o sociales propias— aparecen, p o r decirlo así, «personificadas» y «animadas», como si fueran sujetos autónomos.
«Donde el trabajo se realiza en común —escribe M arxTi— las relaciones entre los hombres en la producción social no se representan como ‘'valor* de "cosas”. El intercambio de los productos como mercancías es un determinado método del intercambio de trabajo, de la dependencia del trabajo de uno del trabajo del otro, una determinada especie de trabajo social o de producción social. En la primera parte de mi escrito he aludido a cómo lo que caracteriza el trabajo basado en el cambio privado es que el carácter social del trabajo se “representa” como “propiedad” de las cosas; a la inversa; que una relación social aparece como una relación de las cosas entre sí (de los productos, valores de uso, mercancías).»
El modo en el que se opera este cambio de lo subjetivo con lo objetivo, y viceversa, en que consiste el fetichism o de la producción de m ercancías, lo explica M arx con su célebre concepto de «trabajo abstracto» o «trabajo hum a' no igual». El trab a jo abstracto —dice— es lo que hay de
solamente al valor “relativo” o comparativo*. Más adelante; «El error de Ricardo consiste en que sólo se ocupa de la magnitud del valor...». Aquí reside la principal diferencia entre la teoría del valor de Ricardo y la de Marx, también según Schümpeter, History of Economic Analysis, Nueva York, 1954, pp. 596-7.
74. M arx, Theorien über den Mehrwert,
116
igual y de com ún en todas las actividades concretas de trabajo hum anas (carpintería , tejido, h ilatura, etc.), cuando estas actividades se consideran prescindiendo de los objetos reales (o valores de uso) que de hecho traba jan y en función de las cuales se diversifican. Si se hace abstracción de las m aterias sobre las cuales se ejerce el tra bajo, se hace abstracción tam bién —señala Marx— de la determ inación de la actividad productiva, o sea, del carácte r concreto que diferencia los diversos trabajos útiles en tre sí. Pero, hecha esta abstracción, lo que queda de los diversos trabajos es sólo el hecho de que son gasto de fuerza de trabajo humana. «El traba jo del sastre y el del tejedor, aun representando actividades productivas cualitativam ente d istin tas, tienen en com ún el ser un gasto productivo de cerebro hum ano , de m úsculo, de nervio, de brazo, etc.; p o r tanto, en este sentido, am bos son trabajo hum ano .» 75 Ahora bien: este traba jo hum ano igual o abstracto —que es precisam ente el traba jo considerado como sum inistro y objetivación de fuerza-trabajo hum ana indistin ta, o sea, tom ada independientem ente de las form as concretas de actividad en que se realiza— es el trab a jo que, según Marx, produce valor: este últim o no es m ás que «una sim ple concreción del traba jo hum ano indistin to , o sea, de gasto de fuerza de traba jo hum ana dejando de lado la form a de ese gasto». Considerados como productos del trabajo abstracto , todos los productos de los tra bajos concretos ven canceladas sus cualidades sensibles o reales de valores de uso para rep resen ta r en lo sucesivo solam ente «el hecho de que en su producción se ha em pleado fuerza de trab a jo hum ana, se ha acum ulado trabajo humano». Y «como cristalizaciones de esta sustancia social com ún a ellos, son valores, valores-mercancías».”
La cuestión sobre la que, no sin cierto énfasis, se quisiera llam ar la atención es el hecho de que no sólo los críticos de M arx sino incluso sus m ismos continuadores y seguidores —y no sólo los de la Segunda Internacional,
75 . M a r x , El Capital, c i t . , T, p . 11.76. Ibid., I. p. 6.
117
sino tam bién los posteriores, hasta nuestros días—, hasta ahora, de hecho, se han m ostrado incapaces de en tender y realizar plenam ente el significado de este concepto. El « trabajo abstracto» ha aparecido como una noción en lo sustancial c lara y caren te de problem as. Y ni Kautsky en sus Doctrinas económicas de K. Marx,77 ni H ilferding en su im portan tísim a réplica a Bohm-Bawerk ,78 ni la Luxemburg en su am plia Introducción a la economía políticap ni Lenin, ni tantos otros, se han enfrentado jam ás, realm ente, con este «perno» de la teoría del valor. «El trab ajo abstracto —escribe Sweezy (que sin em bargo es uno de los que ha avanzado con m ayor impulso)— es abstracto únicam ente en el sentido, claram ente m anifestado, de que se ignoran todas las características especiales que diferencian un género de trab a jo de otro. En definitiva, la expresión “trabajo abstracto” , como se desprende claram ente del m ism o uso que de ella hace Marx, equivale a "trabajo en general”; y esto es lo que tiene en común toda actividad productiva hum ana .»®0
El sentido del razonam iento está claro. El « trabajo abstracto» es una abstracción, en el sentido de que es una generalización m ental de los m últiples trabajos útiles o concretos; es el elem ento general y com ún a todos estos trabajos. Esta generalización —añade Sweezy— tiene un parangón en la realidad capitalista —puesto que en este tipo de sociedad el trab a jo se desplaza siguiendo las inversiones del capital—, en cuanto que una determ inada p arte del traba jo hum ano es proporcionada, en conform idad a las variaciones de la dem anda, en un determ inado m om ento en una form a determ inada, y en o tro m om ento de o tra form a, lo cual prueba de nuevo la im portancia secundaría que, en este régimen, tienen los diversos tipos específicos de traba jo respecto al trab a jo en general o en sí y para sí. No obstante, a pesar de que Sweezy añade
7 7 . K . Kautsky, Karl Marx’s oekonomische Lehren, J e n a , 1887.78. R. H il f e r d i n g , Bóhm-Bawerks Marx-Kritik (Separatabdruck
aus den *Marx-Studien», 1. Band), Viena, 1904.79. L uxem burg , Einfiihrung in die Nationaloekonomie, cit., p á g i
n a s 412-731.80. S w e e z y , op. cit.
118
además que «hay que com prender bien que la reducción de todo traba jo a un denom inador común (...) no es una abstracción a rb itra ria , d ictada de algún m odo p o r el particula r m odo de se r del investigador», sino que «es m ás bien, como justam ente observa Lukács, una abstracción “que pertenece a la esencia del capitalism o”» 81; no obstante esto —y a fa lta de la precisión que parece decisiva a nuestros ojos— el « trabajo abstracto» sigue siendo siem pre, en ú ltimo térm ino, una generalización mental.
El defecto de este modo de en tender el « trabajo abstracto» no es solam ente que —si es una generalización m ental— no se ve cómo puede ser algo real lo que ese trabajo debe sin em bargo producir, el valor sino tam bién que, de este modo queda abierto el cam ino para transfo rm ar en una abstracta generalidad o en una idea el valor mismo. En el sentido de que, como en este caso sólo resu ltan reales los traba jos útiles o concretos y el traba jo «abstracto* aparece en cam bio com o un sim ple hecho mental, tam bién deben re su lta r reales sólo los p roductos de los trabajos útiles, los valores de uso, y abstracto, o sea, sim ple elem ento general y com ún a ellos, el valor.
La línea in terpretativa que adopta Bernstein es precisam ente ésta: el «valor» es ein G edankenbitd, una sim ple construcción intelectual; en la obra de Marx es un princi- traba jo debe sin em bargo producir, el valor, sino tam - pío form al que sirve para d o tar de orden y de sistem atici- dad al conjunto del análisis, pero que está falto de existencia real. «En cuanto se toma en consideración la m ercancía particu lar —dice B ernstein—, el valor p ierde todo contenido concreto y se convierte en una sim ple construcción m ental.» Por tan to está claro que «en el m om ento en que el valor-trabajo dem uestre poder valer sólo com o fórm ula de pensam iento [gedankliche Formel] o como hipótesis científica, tam bién el plusvalor se convierte en una pu ra fórm ula, en una fórm ula que se apoya en una hipótesis».
Sabido es que con an terio ridad a B ernstein esta in terpretación había sido propuesta p o r W em er Som bart y
81. Ibid.
119
Conrad Schm idt, a tiem po para que Engels pudiera ocuparse de ella en sus Consideraciones com plem entarias al libro I I I de El Capital “ El valor, afirm a Som bart, «no es un hecho em pírico, sino un hecho lógico, de pensamiento».Y Schm idt define la ley del valor, en la form a de producción capitalista, incluso como una «ficción», aunque se tra te de una ficción necesaria teóricam ente.
Ahora bien: tam bién en este punto decisivo p ara la génesis del «revisionismo» sorprende la inseguridad y el e rro r sustancial de la réplica de Engels; éste, aunque form ula algunas reservas respecto de Som bart y Schm idt, acaba adm itiendo el razonam iento de fondo (o sea, la irrealidad de la ley del valor, cuando las m ercancías son p ro ducidas en condiciones capitalistas), restaurando así la posición de Sm ith (en su día criticada ya p o r M arx),13 y relegando p o r tan to la acción de la ley del valor a las condiciones históricas precapitalistas.
En o tras palabras: « trabajo abstracto» y «valor» —y éste es el punto del que depende todo— se entienden aquí como m eras generalizaciones m entales operadas p o r el in vestigador (en este caso p o r Marx), sin que se com prenda nunca que, si fueran efectivam ente eso, al realizar esta generalización Marx habría com etido un «grosero error» contra el que valdría toda la crítica de Bohm-Bawerk. En realidad, el razonam iento central de esta crítica —contenida ya en Geschichte und K ritik der K apitalzinstheoríen (pp. 435, sg.) y que Bohm-Bawerk retom ó posteriorm ente en 1896 en Z um Abschluss des Marxschen System s (escrito que acaso tuvo presente Bernstein)— es que, si el «valor* es la generalización de los «valores de uso», entonces es tam bién el valor de uso «en general*, y no, como p re tende Marx, una entidad cualitativam ente d istin ta de éste. El e rro r de Marx, dice Bohm-Bawerk, ha sido el de quienes «truecan la abstracción de una circunstancia en gene- ral [von einem Umstande iiherhaupt] con la abstracción de ¡as especiales modalidades bajo las cuales aparece esa
82. Marx, El Capital, cit., I ll , pp. 24 ss.83. Para esta crítica de Marx a Smith, cfr. Theorien tiber den
Mehrwert.
120
circunstancia»84: el e rro r de quien cree que ab s trae r de las diferencias que los valores de uso presentan en tre sí quiere decir p rescindir del valor de uso en general, en cambio, afirma, el verdadero valor es el valor de uso m ismo, y la verdadera teoría del valor es la del valor-utilidad. La consecuencia de este «erro r lógico» a tribu ido a Marx sería, según Bohm-Bawerk, que en vez de ver en el «valor de cambio» una relación o una simple proporción cuantitativa en tre los valores de uso, y considerarlo por tanto, como toda relación, irreal fuera de las entidades relacio* nadas, M arx ha supuesto, por debajo del valor de cambio, la existencia de un ente objetivo (el «valor»), sin darse cuenta de que esta «entidad» era sólo un producto «csco- lástico-teológico», una hipóslasis nacida de su defectuosa lóg ica”
Sabida es la respuesta que del lado m arxista se ha dado tradicionalm ente a estas objeciones. Consiste casi siempre en recordar la originaria concepción de Ricardo, quien, como se desprende tam bién de su últim a m em oria inacabada, había distinguido ya, antes que Marx, en tre Absolute Value and Exchangeable Value. Pero lo que debilita esta respuesta, adem ás de las consideraciones de Marx acerca de la tendencia del análisis ricardino a ocuparse m ás del «valor de cambio» que del «valor» propiam ente dicho, es el hecho de que, an te la no coincidencia de los «valores» con los «precios de producción», esta línea de in terpretación se ve im pulsada continuam ente hacia las posiciones de Som bart y Schm idt o incluso del propio Bernstein, en el sentido de que, habida cuenta de que el valor no se identifica con los valores de cam bio concretos o precios de concurrencia a que se venden de hecho las
84. E. Boiim-Bawerk, Zum Abschluss des Marxschen Systems (en un volumen de escritos en honor de Karl Knies), Vicna, 1896, pp. 157-8. La réplica de Hilferding a Bohm-Bawerk, la mejor crítica que existe por parte marxista de la teoría de la utilidad marginal, es equivocada en este punto; cfr. op. cit., p. 6: cLo que Marx emprende en realidad es sólo uno abstracción de la modalidad determinada bajo la que se presenta el valor de uso».
85. E. B ohm-Bawerk, op. cit., pp. 151-2. Análoga crítica en G . Ca- uxiERü, 11 método úelVeconomía e it marxismo, Bari, 1967, pp. 37 ss.
121
m ercancías producidas capitalísticam ente, vuelve a a trib u ir el «valor» el significado esencial de una abstracción . En este sentido resulta característico el caso de Dobb, quien tras haber afirm ado que «el valor es solam ente una aproxim ación abstrac ta a los valores de cam bio concretos», que «este ca rác ter aproxim ativo fue generalm ente considerado pernicioso para la teoría», y que «éste fue el núcleo de la crítica de Bohm-Bawerk a Marx», se lim ita a concluir que «toda abstracción nunca es más que una aproxim ación a la realida» y que «repetir sim plem ente esta constatación no constituye crítica alguna para una teoría del valor».*8
8. Teoría del valor y fetichism o
El punto decisivo que, a nuestro modo de ver, queda sin com prender en todas estas in terpretaciones, es, como se ha dicho ya, el concepto de « trabajo abstracto», esto es: a) cómo se produce esta abstracción del trabajo , y b) qué significa exactam ente.
La prim era parte de la cuestión es la m ás sencilla relativam ente. Los productos del trabajo , dice Marx, tom an la form a de m ercancías cuando son producidos p ara el ca m bio . Y son producidos para el cam bio cuando son producto de trabajos privados autónom os, realizados cada uno independientem ente. Al igual que Robinson Crusoe, el p roducto r de m ercancías decide por sí m ismo qué quiere producir y cuánto. Pero, a diferencia de Robinson, vive en sociedad y, por tanto, en el in terio r de una d ivisión social del traba jo , en la que su trabajo depende del de los demás y viceversa. De ello se sigue que m ientras Robinson realiza todos los traba jos indispensables por s í so lo y cuenta solam ente con su propio trabajo para la satisfacción de sus necesidades, el productor de m ercancías realiza solam ente un trab a jo determ inado, cuyos productos están destinados a los dem ás, de la m isma m anera que los productos de los diversos trabajos de los dem ás están destinados a él.
86. M. Dobb, Economía política y capitalismo, trad. cast. México, FCE, 1961, p. 17.
122
Si esta división del trab a jo social fuera una d istribución consciente y program ada, por p arte de la sociedad y en tre todos sus m iem bros, de los diversos géneros de trab a jo que es necesario producir, los productos de los trabajos individuales no asum irían la form a de mercancías. En una fam ilia patria rcal campesina, p o r ejem plo, hay una distribución de los trabajos que los m iem bros de la misma deben realizar, pero sin que los productos de estos trabajos se conviertan en m ercancías o sin que los diversos com ponentes del núcleo fam iliar se com pravendan sus p roductos .57 En las condiciones de la producción de m ercancías, en cambio, los trabajos individuales no son trabajos que el particu la r realice p o r comisión y encargo de la sociedad, sino que son trabajos individuales privados autónom os, realizados independientem ente el uno del otro. Esto significa que, al fa lta r en este caso aquella asignación o distribución previa y consciente p o r p arte de la sociedad, los trabajos individuales no son inm ediatam ente articulaciones del trab a jo social, sino que sólo consiguen hacer valer esta naturaleza suya de partes o cuotas del traba jo com plejo m ediatam ente, o sea, a través del cambio o del mercado.
Pues bien: la tesis esencial de Marx es que, para intercambiar sus productos, los hom bres deben igualarlos, esto es, abstraer del aspecto físico-natural o de valor de uso p o r el cual un producto difiere de o tro (el cereal del hierro , el h ierro del vidrio, etc.); y que, sin em bargo, al ab s trae r de los objetos o m aterias concretas de su trabajo , abstraen tam bién ipso facto de aquello en función de lo cual se diversifican sus trabajos. «Con el ca rác ter ú til de los productos del trabajo , desaparece el ca rác te r ú til de los trabajos representados en ellos, y por ta r to desaparecen tam bién las diversas form as concretas de estos tra bajos, que ya no se distinguen, sino que se han reducido todos a trabajo hum ano igual, a traba jo hum ano en abstracto.» 81
87. Cfr. El Capital, cit., I, pp. 42-43.88. Ibid., I, pp. 5-6.
123
Al ab strae r a p a r tir de la objetividad natura l o sensible de sus productos, los hom bres abstraen al m ism o tiempo, tam bién, a p a r tir de lo que diferencia sus diversas actividades subjetivas .
«El trabajo forma la substancia de los valores —escribe Marx—; es trabajo humano igual, inversión de la misma fuerza humana de trabajo. Es como si toda la fuerza de trabajo de la sociedad, materializada en la totalidad de los valores que forman el mundo de las mercancías, representase para estos efectos una inmensa fuerza humana de trabajo, no obstante ser la suma de un sinnúmero de fuerzas de trabajo individuales. Cada una de estas fuerzas individuales de trabajo es una fuerza humana de trabajo equivalente a las demás, siempre y cuando que presente el carácter de una fuerza media de trabajo social y dé, además, el rendimiento que a esa fuerza media de trabajo social corresponde.»5*
Con esto puede considerarse aclarado que el proceso con el que se llega al traba jo abstracto no es ante todo una abstracción m ental del investigador, sino que se tra ta de una abstracción que tiene lugar cada día en la m ism a realidad del cambio («Los hom bres —escribe Marx— equiparan uno con otro sus diferentes trabajos como trabajo hum ano, equiparando el uno con el otro, como valores, en el cambio, sus heterogéneos productos. No lo saben, pero lo hacen.» w)
Falta ahora com prender la segunda parte de la cuestión, y es qué im porta propiam ente esta abstracción. Tam bién aquí es sencillo el punto decisivo. En realidad, a diferencia de los in térp re tes, los cuales consideran norm al, obvio, no problem ático, el hecho de que, en la producción de m ercancías, cada una de las fuerzas-trabajo individuales sea considerada y tra tad a como una «fuerza-trabajo hum ana idéntica a las demás», o como «una fuerza-trabajo
89. Ibid., I, p. 6.90. Ibid., I, p. 39.
124
social media», y que, consiguientem ente, no se han p reguntado jam ás qué significa esta igualación, nosotros consideram os, en cambio, que precisam ente en este asemeja- m iento está todo el significado del « trabajo abstracto» y de la teoría del valor. Precisam ente en el sentido de que m ientras de hecho las capacidades laborales o fuerzas de trab a jo son d istin tas las unas de las o tras, son desiguales en tre sí, lo mismo que los individuos a quienes pertenecen, que «no serian individuos d istin tos si no fueran desiguales» M; en cambio, en la realidad del m undo de las m ercancías, las fuerzas de trab a jo son igualadas las unas con las o tras precisam ente en cuanto que se tom an ab strac ta o separadam ente de los individuos em pírico-reales a quienes de hecho pertenecen, o sea, precisam ente en cuanto son tra tad as como una «fuerza» o una en tidad «en sí», prescindiendo de los individuos m ism os de quienes son. Lo cual, en conclusión, se reduce a decir que el « trabajo abstracto» es el traba jo alienado, o sea, separado o extrañado respecto al hom bre mismo.
«El tiem po de tra b a jo rep re sen tad o en e l va lo r de cam bio — dice M arx— es el tiem po de tra b a jo del individuo , p e ro del ind iv iduo ind ife renc iado del o tro indiv iduo , de todos los indiv iduos en cuan to que realizan u n tra b a jo igual ( ...) . E s el tiem po de tra b a jo del indiv iduo , su tiem po de tra b a jo , pero só lo com o tiem po de tra b a jo com ún a todos, p a ra el cual es in d ife ren te de qué ind iv iduo d e te rm in ad o es el tiem po de tra b a jo .» 03 E s to significa p rec isa m en te que aqu í el tra b a jo es co n sid erad o com o un proceso en sí, in d ep en d ien tem en te del h o m b re qu e lo realiza , p o rq u e lo qu e in te resa n o es el h o m b re d e te rm in ad o qu e re a liza el tra b a jo o el tra b a jo d e te rm in ad o que realiza , sino la fu erza-trab a jo qu e se d is trib u y e así, p resc in d ien d o «de q u é ind iv iduo p a rticu la r» es la fu erza o p a ra qué tra b a jo co n cre to se gasta ; o, en sum a, p o rq u e lo que in te re sa es la energ ía h u m an a com o ta l, la fu e rza -trab a jo ta l com o
91. K . M a r x , Crítica del Programa de Cotha, e n Obras escogidas, cit.» 2, p. 16.
92. K. Marx, Contribución a la crítica de la economía política (1859).
125
es, fuera e independientem ente del hom bre que la ha gastado; como si el sujeto real no fuera el hom bre sino la fuerza de trab a jo m ism a y al hom bre no le quedara en adelante más que hacer de vehículo o de medio para la m anifestación de aquélla .03 E n o tras palabras: la fuerza
93. Algunas aclaraciones pueden ayudar a seguir más fácilmente la argumentación desarrollada en estas páginas. Donde el trabajo se realiza en común (el ejemplo más fácil: en una comunidad primitiva), el trabajo social es simplemente el conjunto de los trabajos individuales y concretos: es su totalidad, y no existe separadamente de estas partes suyas. En cambio, en la producción de mercancías, donde el trabajo social se presenta como trabajo igual o abstracto, no sólo está calculado para prescindir de los trabajos individuales y concretos, sino Que cobra una existencia distinta e independiente de ellos. Un trabajo individual, que de hecho haya costado diez horas, puede valer como trabajo social de cinco. «Por ejemplo, después de introducirse en Inglaterra el telar de vapor, el volumen de trabajo necesario para convertir en tela una determinada cantidad de hilado, seguramente quedaría reducido a la mitad. El tejedor manual inglés seguía invirtiendo en esta operación, naturalmente, el mismo tiempo de trabajo que antes, pero ahora el producto de su trabajo individual sólo representaba ya media hora de trabajo social, quedando por tanto limitado a la mitad de su valor primitivo» (cfr. El Capital, cit., 1, p. 7). Este abstraerse del trabajo del sujeto trabajador concreto, este hacerse independiente del hombre, culmina en la figura del trabajador asalariado moderno. La inversión, la vuelta del revés por la cual el trabajo ya no aparece como una manifestación del hombre, sino el hombre como una manifestación del trabajo, cobra aquí una existencia palpable e inmediata. El asalariado es el propietario de su capacidad de trabajo, de su fuerza de trabajo, esto e s , de sus energías físicas e intelectuales. Estas energías, que de hecho forman un todo con la persona viviente, han sido aquí abstraídas (o separadas) del hombre hasta tal punto que s e presentan como mercancías, como un «valor* que tiene por «cuerpo» (o «valor de uso») al hombre. El asalariado es simplemente el vehículo, el portador de la mercancía fuerza de trabajo. El sujeto es, por tanto, esta mercancía, la propiedad privada; el hombre es el predicado. La fuerza de trabajo no es una propiedad del hombre, sino que el hombre es una propiedad o un modo de ser de la «propiedad privada». «Para el hombre que no es más que obrero, en cuanto obrero, sus cualidades humanas —dice Marx— existen sólo en cuanto son para di capital extranjero.» Y, de hecho, cuando logra realizarse (en la compraventa) como mercancía o «valor», la fuerza de trabajo se convierte en parte del capital. Se trata de la parte que Marx denomina, como se sabe, «capital variable». La inversión o vuelta del reves de que se hablaba más arriba reaparece aquí en una figura más determinada: el «valor» de la fuerza de trabajo, que, en cuanto «valor», forma parte del capital mismo, se anexiona el uso de la fuerza de trabajo, o sea, el propio trabajador. En su trabajo, el hombre no se pertenece a sí mismo, sino a quien ha adquirido
126
de trabajo —que es una propiedad, una determ inación o un a trib u to del hom bre— se transfo rm a en u n su jeto independiente o en sí, representándose como «valor» de «cosas»; m ientras los individuos hum anos, que son 1' auténticos sujetos reales, se convierten en determ inaciones de esta determ inación suya, o sea, en articulaciones o apéndices de su fuerza de trab a jo com ún, cosificada así. «El trabajo , m edido así m ediante el tiem po, no aparece e¡: realidad —dice Marx— como trab a jo de sujetos d ifentes, sino que los diferentes individuos que traba jan aparecen como simples órganos del trabajo .»** En sum a: «los hom bres desaparecen an te el trabajo»; «el balanceo del péndulo se ha convertido en la m edida exacta de la actividad relativa de dos obreros, como lo es de la velocidad de dos locom otoras». De ello concluye Marx que «ya no se debe decir que una hora de un hom bre vale una hora de o tro , sino m ás bien que un hom bre de una ho ra vale o tro hom bre de una hora. E l tiem po lo es todo, el hom bre no es nada; es, a lo sum o, el caparazón del tiem po *.95
Séanos perm itido echar m ano de una analogía. De la m ism a m anera que Hegel ha separado el pensam iento del hom bre m ism o convirtiéndolo en un «sujeto independiente» con el hom bre de Idea, de modo que p a ra él quien piensa no es ya el individuo hum ano, sino que es la Idea
la fuerza de trabajo. Sus energías ya no son «suyas» sino de «otro». La capacidad productiva del trabajo se ha convertido en «la productividad del capital». Este «extrañarse», este hacerse independiente dei trabajo del hombre —que culmina en la gran industria moderna donde «no es el obrero quien se sirve de las condiciones del trabajo sino, a la inversa, las condiciones de trabajo las que se sirven del obrero# (El Capital, I: «en la fábrica existe un mecanismo muerto independiente de ellos, y los obreros se incorporan a él como apéndices humanos*)— expresa, según Marx, «la esencia de la producción capitalista o, si se quiere, del trabajo asalariado, del trabajo extrañado a sí mismo, al que la riqueza por él creada se le contrapone como riqueza ajena, la fuerza productiva propia como fuerza productiva de su producto, su enriquecimiento como empobrecimiento de sí mismo, y su fuerza social como fuerza de la sociedad sobre sí mismo» (Theorien über den Mehrwert).
04. M a rx , Contribución a la critica de la economía política.95. ¿\1arx, Misére de la Philosophic, en Oeuvres, París, Gallimard,
1965 («La Pléiade»), I, p. 29.
127
o el Logos quien, a través del hom bre, se piensa a sí m isma; y como, en este caso, «abstraer quiere decir poner (...) la esencia del hom bre fuera del hom bre, la esencia del pensam iento fuera del acto de pensar», p o r lo que «la filosofía especulativa —dice Feuerbach— ha fijado teoréticam ente esta escisión de las cualidades del hom bre, y el hom bre mismo, y p o r tan to ha acabado p o r divinizar cualidades m eram ente abstractas como si fueran esencias existentes p o r sí mismas»/* de esa misma m anera el m undo de las m ercancías ha procedido con el propio hom bre real. En realidad, ese m undo de las m ercancías ha dividido, separado o abstraído del hom bre su «subjetividad», o sea sus energías «físicas e intelectuales», su «capacidad» para trab a jar, y la ha convertido en una esencia en si m ism a; ha fijado la energía hum ana com o tal en ese «cristal» o «coágulo» de trab a jo que es el valor, convirtiéndolo así en un se r distin to , o sea, no sólo en un ser autónom o e independiente del hom bre, sino en algo que al hom bre le domina.
«Lo que aquí reviste, a los ojos de los hom bres, la form a fantasm agórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida en tre los mismos hombres. Por eso, si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, tenemos que rem ontam os a las regiones nebulosas del m undo de la religión, donde los productos de la m ente hum ana sem ejan seres dotados de vida propia, de existencia independiente y relacionados entre sí y con los hom bres. Así acontece en el m undo de las mercancías con los productos de la mano del hom bre. A esto es a lo que yo llamo el fetichismo bajo el que se presentan los productos del trabajo tan pronto como se crean en form a de mercancías y que es inseparable, por consiguiente, de este m odo de producción.»97
En conclusión: el « trabajo abstracto» no es solam ente lo que es «común» a toda actividad productiva hum ana; no
96. L. F e u e r b a c h , Principios de ta filosofía det porvenir.97. M arx , El Capital, c i t . , I , p . 38.
128
es solam ente una generalización m ental: es tam bién una actividad real, aunque de género opuesto a todos los t ra bajos útiles o concretos. Y se tra ta precisam ente de una actividad que, a diferencia de las demás, no representa una apropiación del m undo natural objetivo sino, por el contrario , una expropiación de la subjetividad humana , es decir, una separación de la «capacidad» o «fuerza» de traba jo , entendida como el conjunto de las actitudes físicas e intelectuales hum anas, del hom bre m ismo. E sto quiere decir que en una sociedad en la que las actividades individuales tienen ca rác ter privado y en la que p o r tanto los intereses del p articu la r están divididos y contrapuestos o, como suele decirse, en concurrencia en tre sí, el momento de la unidad social solam ente puede valer en la forma de una igualación ab strac ta que prescinda de los individuos, y, por esto, en nuestro caso, únicam ente en la form a de una cosificación de la fuerza de trabajo , la cual se califica de igual o de social no porque sea realm ente de todos v p o r tan to m ediadora en tre los individuos, sino sólo porque es de ninguno, o sea, porque es obtenida prescindiendo de las desigualdades reales de esos individuos. Esto es precisam ente lo que dice Marx cuando escribe que el tra bajo abstracto es «el trab a jo en que ha sido anulada la individualidad de quien trabaja», o que, cuando com prador y vendedor in tercam bian sus productos, y al hacerlo igualan sus trabajos, «entran en esta relación sólo en cuanto su trab a jo individual es negado, o sea, se convierte en traba jo de ningún individuo particu lar, se convierte en dinero»;98 o, finalmente, cuando define el capital como «una fuerza social independiente» que, en la m edida en que se ha hecho autónom a de la sociedad dotándose de una existencia particu lar o en sí, se h a convertido en «la fuerza de parte de la sociedad» contra la o tra, o sea, en una fuerza que «se conserva y se acrecienta a través del cam bio con la fuerza de traba jo viviente, inm ediata».99
No podem os detenernos aquí a ver cómo esta concep
ts. M a r x , Contribución a Ja crítica de la economía política.99. M arx, Trabajo asalariado y capital, cit. (vid. n o ta 40), p . 77.
1295
ción de la teoría del valor constituye el elem ento de continuidad m ás profundo en tre la obra juvenil de M arx y la de su plena m adurez. E n la Ideología alemana , p o r lo dem ás, se subrayaba que en las condiciones m odernas las fuerzas productivas «aparecen como com pletam ente independientes y separadas de los individuos, como un mundo ap arte al lado de los individuos». Con la consecuencia de que, m ientras p o r una p arte se tiene una «totalidad de fuerzas productivas que han cobrado, por decirlo así, una form a objetiva, y que ya no son para los propios individuos las fuerzas de los individuos, sino las de la p ropiedad p rivada, y p o r tan to de los individuos sólo como propietarios privados», «por o tra p arte se contrapone a estas fuerzas productivas la m ayoría de los individuos, de los que se han separado estas fuerzas, y que por tan to han sido expoliados de todo contenido real de vida, se han convertido en individuos abstractos».
Tampoco se tra ta aquí de pararnos a ver cómo esta in terpretación nu estra de la teoría del valor, que asim ila el «valor» a los procesos de hipostatización de Hegel, rcconduce tam bién la igualación, de la que surge el «trabajo abstracto», a la igualdad solamente política que se realiza en el Estado representativo m oderno («el interés colectivo —dice Marx en La ideología alemana— asum e una configuración autónom a como Estado , separado de los intereses individuales y generales reales», en cuanto, «precisam ente porque los individuos buscan solamente su in terés particu lar, que no coincide con su in terés colectivo, y el in terés general es frecuentem ente form a ilusoria de la colectividad, éste se presenta como un in terés “gener a r , que a su vez es particu la r y específico, “extraño” a ellos e ‘'independiente” de ellos»; de ahí que «el poder social», al transm utarse en poder del Estado, «se les aparece a estos individuos..., no como su propio poder unificado, sino como una potencia extraña, situada fuera de ellos, y de la cual ellos no saben ni de donde viene ni adonde va»).100 Aquí in teresa más bien señalar cómo esta
100. Ideología alemana.
130
confluencia en Marx de la teoría del valor con la teoría del fetichism o o alienación constituye no sólo la diferencia de principio fundam ental respecto de la economía política clásica, para la que la teoría de la alienación es absolu tam ente inconcebible, sino que constituye adem ás el punto de vista a p a r tir del cual explica Marx el nacim iento y el destino de la econom ía política como ciencia. E l nacim iento, en cuanto que considera que el presupuesto para el surgim iento de la reflexión económica es el oscurecerse y el com plicarse, a los ojos de los hom bres, de sus propias relaciones sociales como consecuencia del generalizarse, con la sociedad burguesa m oderna, de la p roducción de m ercancías y del fetichism o a ella vinculado («los antiguos organism os sociales de producción —dice Marx— son extraordinariam ente más sencillos y m ás transparen tes que el organism o burgués», pues aunque en ellos aparece a veces la producción de mercancías, lo hace únicam ente como un ram o m arginal y secundario en el in terio r de modos de producción basados en la economía natu ra l, o sea, en el consum o inm ediato de los productos y en su destinación al mercado). Y explica el destino , en cuanto que la tarca de la economía política como ciencia consiste esencialm ente, según Marx, en la desfetichización del m undo de las m ercancías, esto es, en la progresiva com prensión de que lo que se presenta como «valor» de «cosas» es en realidad no ya una propiedad de las cosas m ism as sino trabajo hum ano rcificado; y éste es precisam ente el hilo que según él atraviesa toda la h istoria de las doctrinas económicas, desde el m ercantilism o a Sm ith, o sea, el redescubrim iento gradual, bajo la objetividad fetichista, de la subjetiv idad hum ana alienada. «El sistem a m onetario, p o r ejem plo —se dice en la in troducción de 1857— presenta la riqueza de un m odo que es todavía com pletamente objetivo, como cosa fuera de sí, en e! dinero. Fue un gran progreso respecto de este punto óc vrrta que el sistem a m anufacturero y comercial transfiriera la fuente de la riqueza del objeto a la actividad subjetiva, en el tra bajo comercia] o m anufacturero», que sin em bargo todavía era concebido «en el lim itado aspecto de una actividad
131
productiva de dinero*. «Frente a este sistem a —prosigue Marx— un nuevo progreso fue el sistem a fisiocrático, que presenta como creadora de la riqueza a una determ inada form a del trab a jo —la agricultura— y concibe el ob jeto mismo no ya bajo el disfraz del dinero sino com o producto en general, como resu ltado general del trabajo , incluso aunque este producto, conform e al carác ter lim itado de la actividad, sea siem pre, todavía, un producto determ inado por la naturaleza, un producto agrícola, un producto de la tie rra par excellence.» Marx concluye finalm ente que «Adam Sm ith consiguió un enorm e progreso al rechazar todo carác ter determ inado para la actividad productiva de riqueza y al considerarla trab a jo sin más: no ya m anufactura, ni trab a jo com ercial ni agrícola, sino tan to una cosa como la otra».101
Ya hem os visto que a pesar de este m érito suyo la economía política clásica —y no sólo la Vulgdroekonomie— sigue estando finalm ente p risionera del fe tich ism o103 a causa de su m ism a incapacidad p ara p lan tear el problem a de p o r qué el producto del traba jo asum e la form a de m ercancía y, p o r tanto, de por qué el traba jo hum ano se presen ta como «valor» de «cosas». E sta observación nos perm ite alud ir ahora a un tem a esencial que hoy ha caído to talm ente en olvido: Marx considera que, con el fin de la producción de m ercancías, debe finalizar tam bién
101. Marx, Introducción (1857) general a la Crítica de la Economía política.
102. Marx, Theorien über den Mehnvert. «A medida que se desarrolla la economía política —y Ricardo es la expresión más aguda de este desarrollo en lo que se refiere a los principios fundamentales—, representa el trabajo como el único elemento del valor (...). Pero en la medida misma en que el trabajo es concebido como la única fuente del valor (...), en esa misma medida se concibe Mel capital" por los economistas burgueses, y especialmente por Ricardo (pero todavía más por Torrens, Malthus, Bailey, etc., después de él), como el regulador de la producción, la fuente de la riqueza y el objetivo de la producción (...). En esta contradicción, la economía política no hace más que enunciar la esencia de la producción ca- pitalista o, si se prefiere, del trabajo asalariado; del trabajo extrañado de sí mismo, al que se contrapone la riqueza creada por el como riqueza ajena, y su fuerza productiva como fuerza productiva de su producto, y su enriquecimiento como empobrecimiento de sí mismo, y su fuerza social como fuerza de Iasociedad sobre él.»
132
la economía política que ha nacido con ella; la obra de M arx es —antes que la obra de un econom ista strictu sen- su— una crítica al contrario de la economía política m ism a /03 tal como p or lo dem ás reza el subtítulo de El Capital, el escrito de 1859 Para la crítica de la economía política, y el g ran b o rrad o r de 1858 que se conoce precisam ente con el nom bre de Grundrisse der K ritik der politischen O ekonom ie .
El «valor» es el producto del traba jo hum ano. La «plusvalía», que es el p roducto del traba jo asalariado hum ano, se subdivide en beneficio y ren ta (naturalm ente, adem ás de la reconstitución del salario). En la economía política , a la que estas categorías no logran coordinar y reducir a unidad, la ren ta aparece como un producto de la tie rra como tal, o sea, cual ruáis indigestaque m oles; el beneficio, el producto de la fam osa «productividad del capital», o sea, de las m áquinas y m aterias prim as como tales; el salario, el producto del trabajo . Categorías físico-naturales (como la tierra y los medios de producción) y categorías económico-sociales (como el beneficio, la ren ta , etc.) —esto es, m agnitudes inconm ensurables en tre sí— son, como dice Marx en el célebre capítulo sobre la Fórmula trinitaria,lai fetichísticam ente confundidas y mezcladas entre sí. Por el contrario , en la crítica de la econom ía política realizada por Marx, el cuadro aparece profundam ente cambiado. Cae la m isteriosa trin idad de Capital, T ierra y Trabajo. Y, puesto que el «valor» es considerado como la objetividad m ism a de la fuerza de traba jo hum ana, el discurso crítico-científico o an tifetichista de E l Capital viene a coincidir con la autoconscienda m ism a de ¡a clase obrera (enésim a confirmación de la unidad de ciencia c ideología), en el sentido de que, como el trabajo asalaria-
103. Este tema del final de la economía política ha sido cultivado por H il f e r d in g , Bohm-Bawerks Marx-Kritik, p. 11; por la L uxem bu rg , Einführang, cit., p. 491, y por último se halla en la base de la obra del economista ruso, miembro de la oposición trostkista, E. P re o b ra z e n sk ij , La nonvelle Economique, París, 1966. Véase un examen de esta cuestión de gran interés en K a r l K orsck , KarI Marx, Frankfurt-Viena, 1967 (rccd.).
104. El Capital. III, 3. cit.. cap. 47.
133
do, en el conocer la esencia del «capital» y del «valor», la reconoce como el propio «sí» objetivado (de ahí que, al conocer esos objetos, se conquiste consciencia de sí); de este modo, al conocerse a sí m isma, la clase ob re ra realiza tam bién —al ser beneficio y ren ta form as derivadas de la plusvalía— el conocim iento del lugar de origen y de las fuentes de vida de las dem ás clases, y, con esto, de la sociedad entera.105
Aquí puede com pxenderse la diferencia profunda que m edia en tre Marx y sus in térp retes m arxistas (m ás o menos conscientem ente) ricardianos: éstos, al no haber entendido la unidad orgánica que hay en tre la teoría del valor y la teoría del fetichism o, deben confundir tam bién dos cosas que son muy diversas en tre sí: p o r una parte, la necesidad de que una sociedad, al dividir y d istribu ir en tre varios em pleos el com plejo de sus fuerzas productivas, tenga en cuenta el tiem po de trabajo que com porta cada uno de estos em p leo s;1W p or o tra , el modo específico en que actúa esta ley, en cambio, en el capitalism o, donde, al no haber una división consciente y planificada del trab a
105. G. Linoícs, Geschichte und Klassenbewusstsen, Berlín, 1923.106. K. M a r x , Grumlrisse der Kritik der polilischen Oekonomie,
Berlín, 1953. p. 89 (hay trad, cast., Ed. Siglo XXI): «Propuesta la producción en común, la determinación del tiempo resulta naturalmente inesencial. Cuanto menos tiempo necesita la sociedad para producir grano, ganado, etc., mayor tiempo queda a su disposición para la producción restante, sea material o espiritual. De la misma manera, en el individuo particular, la omnilateralidad de su desarrollo, de su goce üe la vida y de su actividad, depende del ahorro de tiempo. Economía de tiempo: he aquí a qué se reduce finalmente toda la economía. Como la sociedad debe distribuir su tiempo de manera adecuada, al objeto de realizar una producción adecuada al conjunto de sus necesidades, también el individuo debe distribuir adecuadamente su tiempo, de modo que se procure conocimientos en la medida adecuada o para satisfacer las diversas exigencias de su actividad. Economía de tiempo, así como distribución planificada del tiempo de trabajo entre las diversas ramas de la producción, sigue siendo, pues, en las condiciones y sobre la base de la producción en común, la ley económica primera. En este caso se convierte en una ley incluso de mayor importancia. Y, sin embargo, eso es esencialmente distinto de la medición de los valores de cambio mediante el tiempo de trabajo».
134
jo social, el tiem po de trab a jo que exigen las diversas actividades productivas se presenta como una cualidad in trínseca de los productos mismos, esto es, como «valor» de «cosas». E ste intercam bio en tre la ley del tiem po de tra bajo (de la que no puede prescindir ninguna sociedad) v su realización fetichista en el m undo del capital y de las m ercancías, o bien, en térm inos m ás m odernos, el intercam bio en tre principio del plan v ley del valor p ro piam ente dicha, se halla en el origen del revisionism o de nuestros días, tal como transparen tan los actuales debates económicos de la Unión Soviética. Lo mismo se halla en Italia en el origen del planteam iento teórico m ás reciente (que nos parece imposible com partir) de dos estudiosos, Galvano Delia Volpe y Giulio P ietranera, de los cuales nos reconocemos deudores en otros aspectos. Respecto de la posición del prim ero: cuando, en polém ica con la ju sta afirmación de Sweezv de que «valor y planificación se hallan tan contrapuestos como capitalism o y socialismo, y p o r los m ism os motivos», Delia Volpe objeta «que en tre valor v planificación sólo hay una diferencia de grado, o sea, de desarrollo, v nada de negativam ente “con trario” u “opuesto”».117 Respecto del segundo: cuando, siguiendo a O skar Lange, P ietranera habla del «mercado» y del «beneficio» no ya como supervivencias inevitables de las instituciones burguesas en la sociedad socialista, como sociedad de transición por excelencia, sino «como criterios o índices racionales de economicidad, o sea, como algo positivo que debe ser conservado en las economías socialistas planificadas», y, en sum a, como de instituciones socialistas p o r su propia naturaleza.108 Ahí reaparece y se m anifiesta bien lo que nos parece un e rro r adicional y análogo de Delia Volpe, que es su presentación (en las ú ltim as ediciones de Rousseau y M arx)* del E stado en el socialismo. Se tra ta , nótese bien, del Estado, o sea, de la hipóstasis del
107. G. D e l la V olpe, Chiave delta dialettica storica, R o m a , 1964, p. 32, nota.
108. G. PrETRAVFRA, Capitalismo ed economía, Turin, 1966. p. 2V>.* Hav trad, cast., publicada por Ed. Martínez Roca, Barcelona.
(N. del T.)
135
«interés general» que se lia vuelto (recuérdese a Marx) independiente y «extraño» a la generalidad de los in teresados, y no ya como una supervivencia (que es en cambio el modo en que habla del Estado p o r ejem plo Lenin en El E stado y la Revolución cuando escribe que la perm anencia en el socialismo del «derecho burgués en lo que se refiere a la distribución de los objetos de consumo, supone necesariam ente un Estado burgués, puesto que el derecho no es nada sin un aparato capaz de constreñir la observancia de las norm as jurídicas»; de esto concluye Lenin que, en la nueva sociedad, «subsisten duran te algún tiem po no sólo el derecho burgués sino tam bién el E stado burgués, sin burguesía»);109 Delia Volpc habla, en cambio, de un Estado intrínsecam ente socialista o de tipo nuevo.
9. Equivalencia y plusvalía
Volviendo a B ernstein, hay que señalar que la prim era y m ás im portan te consecuencia de su in terpretación del «valor» como sim ple «hecho mental» es que, en la im posibilidad de explicar el valor y, a m ayor abundam iento, la plusvalía , como un resultado de la producción capitalista, B ernstein se ve obligado a tras lad a r su lugar de nacim iento de la esfera de la producción a la de la circulación y el cambio, como si la plusvalía surgiera de una violación de la justic ia conm utativa , esto es, de la lev del cam bio de base equivalencial, rem ozando incluso así la vieja concepción m ercantilista del profit upon alienation, esto es, del nacim iento del beneficio de un acto de venta a un precio m ás elevado que el precio a que se ha com prado (de ahí, p o r últim o, la im portancia que adquieren en el pensam iento de B ernstein las «cooperativas de consumo»).
E ste modo de ver —que tiene como consecuencia la restauración del esquem a de discurso del «socialismo u tópico» y, en concreto, del socialismo de Proudhon, con su tesis de la explotación como robo y por tanto de la con tra
109. Lenix, El Estado y la Revolución, en Obras escogidas (3 vols.), Moscú, Ed. Progreso, vol. 2.
136
dicción entre explotación y legalidad— constituye el núcleo esencial del «revisionismo»: pues, m ientras que para Marx la desigualdad social m oderna o explotación cap italista se produce con el desarrollo pleno y total de la igual- dad jurídico-politica, aquí, p o r el contrario , la igualdad jurídico-politica (y p o r tanto, en últim o extrem o, el E stado representativo m oderno) se convierte en la palanca que ha de elim inar y com poner progresivam ente las desigualdades reales, que más parecen fru to del a rb itrio que un resultado orgánico del sistem a mismo.
La im portancia que este nexo igualdad-desigualdad tiene en el pensam iento de Marx ha de subrayarse porque, adem ás de las consecuencias que tiene en filosofía política, a las que se aludirá , en él se com pendia una de las m ayores aportaciones científicas del m ism o Marx, que es la disolución de la llam ada «paradoja» de la ley del valor.
La ley del valor, dice Adam Em ith, es la ley del in tercam bio entre equivalentes. Esta ley, adem as de la igualdad de valor de las m ercancías intercam biadas, presupone tam bién, como subraya Marx, la igualdad de los con trayentes del cambio. En el cambio, en realidad, «los poseedores de m ercancías deben reconocerse recíprocam ente como propietarios privados», instituyendo una «relación jurídica, cuya form a es el contrato, se desarrolle o no en form as legales».116 La «paradoja» consiste en que m ientras la producción de m ercancías (o para el cambio) se convierte en dom inante por vez prim era sólo en condiciones capitalistas, precisam ente en este caso en que la ley del valor debería encontrar plena aplicación parece contradicha en realidad por el fenómeno de la plusvalía v de la explotación, esto es, por la aparición de un intercam bio desigual.
Sabido es que ante esta «paradoja» Sm ith pasó de la teoría del valor-trabajo contenido a la teoría del valor- traba jo mandado, relegando la validez de la ley del valor a condiciones precapitalistas. Y tam bién es sabido que Ricardo, pese a advertir la diferencia existente en tre el in tercam bio igual de m ercancías por m ercancías y la desi
110. Et Capital, cit. I, p. 48.
137
gualdad que caracteriza el cam bio de m ercancías por fuerza de trabajo (que es el cam bio propiam ente capitalista), no explicó sin em bargo «cómo concucrdan estas excepciones con el concepto de valor».111 A diferencia de ellos, la teoría de M arx explica el fenómeno de la expropiación o desigualdad m oderna precisam ente con la generalización del derecho de propiedad o igualdad solam ente jurídica.
El capitalism o —dice Marx— es la generalización del intercam bio. Todas las relaciones sociales im portan tes se convierten en este régim en en relaciones de cambio, em pezando p o r la m ism a relación productiva que presupone la com pra-vcnta de la fuerza de traba jo. Con la generalización del cam bio se crea tam bién por vez p rim era una esfera de la igualdad jurídica extendida a todos. El trab ajad o r m oderno es un titu lar de derechos, una persona libre y sin em bargo capaz de ce rra r un contrato; tanto , dice Marx, como lo es el dador de trabajo . «El traba jo asalariado a escala nacional, y por tan to el modo de producción capitalista, sólo es posible —escribe— donde el obrero es personalm ente libre. Se basa en la libertad personal de los obreros.» m Dador de trabajo y vendedor de la fuerza de traba jo son aquí, ambos, personas juríd icam ente iguales porque son propietarios privados, esto es, poseedores de m ercancías.
Pero lo que según Marx hace form al la relación de igualdad, y que bajo ella se oculte la desigualdad real, es el hecho de que la propiedad de que dispone el obrero (su propia capacidad productiva) es sólo aparentem ente una propiedad y en realidad es lo contrario: un estado de necesidad, pues «cuando no se vende, esa capacidad no le sirve para nada al traba jador, y en este caso sentirá como una cruel necesidad natu ra l el hecho de que su capacidad de trabajo ha exigido, p a ra ser producida, una cierta cantidad de medios de subsistencia, y sigue exigiéndolos para ser reproducida».113
111. Theorien über den Mehrwert, cit.112. Ibid.113. El Capital, cit., I, p. 126.
138
En sum a: «en el concepto de trabajador libre se halla ya im plícito —escribe Marx— que es un pauper: un pauper virtual», pues «según sus condiciones económicas, es pura capacidad de trabajo viviente», que, al estar «dotada de necesidades vitales», se halla sin em bargo fa lta de los m edios para traducirse en acto; que m uestra ser, de p o r sí, no un bien o una propiedad , sino «indigencia en todos los sentidos».1'4
P or tanto, la generalización del intercam bio, que es el fenómeno típico del capitalism o m oderno, no solam ente am plía a todos p o r vez p rim era la esfera de la igualdad jurídica , convirtiendo tam bién en una persona libre al trab a jad o r m oderno, sino que realiza esta liberación de u na m anera doble, en cuanto que la extensión de la relación contractual a la producción, m ediante la com pra-venta de la fuerza de trabajo , significa o bien que el trab a jad o r es libre en el sentido de que es «libre propietario de su propia capacidad de trabajo y de su prop ia persona», o bien que es libre en el sentido de que ha sido expropiado de los medios de producción, o sea. que es «falto y existente, libre de todas las cosas necesarias para la realización de su fuerza de trabajo».115
Ahora bien: la aplicación del derecho igual o de propiedad a dos personas, solam ente una de las cuales es realm ente un propietario , explica p o r qué ese derecho form alm ente igual es en realidad el derecho del más fuerte, que es lo que afirma Marx cuando escribe que «los econom istas burgueses —los cuales com prenden que «con la policía m oderna se puede producir m ejor que, p. ej., con el derecho del m ás fuerte»— «olvidan solam ente (...) que el derecho del m ás fuerte sigue viviendo bajo o tra form a en su “Estado de derecho’'».116
En conclusión: la ley del valor, que es la ley del in tercam bio de equivalentes, en el m om ento en que se realiza
114. Marx, Grundrisse der Kritik der politischen Oekonomie, cit., p. 497.
115. Et Capital, cit., I, p. 122.116. introducción de /¿57.
139
verdaderam ente, o sea cuando es ley dominante, se revela como la ley de la plusvalía y de la apropiación capitalista.
«El intercam bio de equivalentes, que parecía ser la operación originaria —dice Marx—, se ha vuelto del revés, de modo que ahora se efectúan cambios sólo por la apariencia, pues, en prim er íugar, la parte del cap ita l‘intercam biada con fuerza de trab a jo es a su vez sólo una parte del producto del trabajo ajeno apropiado sin equivalentes; y, en segundo lugar, esta parte no sólo debe ser reintegrada po r su productor; el obrero, sino que debe ser reintegrada con un nuevo sobreplus (...). Originariam ente el derecho de propiedad se liabía presentado como basado en el trabajo propio. Al menos habíam os tenido que considerar esta hipótesis como válida, porque sólo se encuentran frente a frente poseedores de mercancías con iguales derechos y el medio para apropiarse de mercancías ajenas es únicam ente la enajenación de las propias, y éstas sólo pueden producirse mediante trabajo. Ahora la propiedad se presenta, por parte del capitalista, como el derecho a apropiarse de trabajo ajeno no retribuido, o sea, del producto de éste; y, por parte del obrero, como la imposibilidad de apropiarse de su producto. La separación entre propiedad y trabajo —concluye Marx— se convierte en la consecuencia necesaria de una ley que aparentem ente partía de su identidad.*117
De aquí la oposición de Marx al «socialismo utópico» o «revisionismo» ante literam; éste, «especialm ente en su versión francesa» (Proudhon) concibe «el socialismo como realización de las ideas, enunciadas p o r la Revolución francesa, de la sociedad burguesa»: como si la plena actuación de los «derechos del hom bre», o principios de 1789 —o, como se diría hoy en Italia, de la C onstitución republicana—. pudiera sanar esa desigualdad social m oderna que estos principios juríd icos y constitucionales han dado p o r supuesta al nacer y que siem pre han repetido desde entonces. Esos socialistas, dice Marx, «dem uestran que el
117. El Capital, cit.
140
cambio, el valor de cambio, etc., originariamente (en el tiem po) o in sé y per sé (en su form a adecuada) crean un sistem a de libertad e igualdad de todos, pero han sido adulterados p o r el dinero, p o r el capital, etc. (...) Hay que responderles que el valor de cambio, o más precisam ente el sistem a del dinero, es en efecto el sistem a de la igualdad y de la libertad , y que lo que parece contradictorio con ellos en el m ás reciente desarrollo del sistem a es u n a contradicción inm anente al sistem a mismo: precisam ente que la realización de la igualdad y de la libertad dem uestra que son desigualdad e ilibertad».
Marx prosigue:
«Es un deseo tan pío como necio que el va'or de cam- bio no se desarrolle en capital, o que el trabajo que produce el valor de cambio no se convierta en trabajo asalariado. Lo que distingue a estos señores de los apologetas de la sociedad burguesa es por una parte la percepción de las contradicciones que encierra el sistema, y por otra el utopismo, que no les permite comprender la necesidad burguesa y que por ello les induce a emprender el oficio superfluo de pretender realizar nuevamente esa expresión ideal, la cual, de hecho, no es más que el reflejo de esta realidad.»113
La reform a legal, consiguientem ente, no puede atacar y transfo rm ar los m ecanism os fundam entales del sistem a; y no puede hacerlo porque —com o destaca agudam ente la Luxem burg en su polémica con B ernstein— lo, que diferencia a la sociedad burguesa de las sociedades clasistas anteriores, antiguas y medievales, es precisam ente la cir- custancia de que el dom inio de clase ya no se apoya en «derechos adquiridos» o desiguales como en el pasado, sino en relaciones económicas de hecho, m ediadas p o r el derecho igual
«No es la form a de coerción de ninguna ley —escribe Rosa Luxemburg— lo que unce al p ro letariado a l capital, sino el estado de necesidad, la falta de m edios de produc-
118. Grundrisse, cit., p. 160.
141
ción.» Y «ninguna ley del mundo, en el m arco de la sociedad burguesa, puede decretarles la asignación de estos medios, puesto que fue despojado de ellos no m ediante leyes sino p o r un proceso económico». Por lo dem ás, «la explotación en el interior de la relación salarial es igualm ente independiente del sistem a jurídico, porque el nivel de los salarios no se determ ina p o r vía legislativa sino que lo determ inan factores económicos. Y el hecho mismo de la explotación no se apoya en disposiciones legislativas (...). En una palabra: todas las relaciones fundam entales del dom inio de clase capitalista no pueden ser modificadas m ediante reform as legales sobre una base burguesa porque no son fru to de leyes burguesas ni han conservado la form a de ellas».
En nuestro sistem a legislativo —prosigue la Luxemburg— nadie encontrará una scla form ulación ju ríd ica del actual dom inio de clase. «¿Cómo superar gradualm ente, pues, “vía legal", la esclavitud del salario, si ésta ni siquiera se expresa en la legislación?» La verdad —concluye— es que quien se pronuncia «en favor de la vía de las reform as legales en vez y en contraposición a la conquista del poder político y a la subversión de la sociedad, escoge en realidad no un camino m ás tranquilo , seguro y lento hacia un objetivo idéntico, sino m ás bien otra meta: en vez del advenim iento de un nuevo orden social, sólo modificaciones inesenciales del viejo. Así, de las concepciones políticas del revisionismo se llega a las ya tra tad as conclusiones de sus teorías económicas: que fundam entalm ente están encam inadas no ya a la realización del ordenam iento socialista sino sólo a la reform a del ordenam iento capitalista ; no a la superación del sistem a del traba jo asalariado sino a una dosis m ayor o m enor de explotación» (en fórm ulas italianas recientes, al «beneficio equitativo»); «en una palabra, al acantonam iento de las aberraciones capitalistas y no del capitalism o mismo».119
119. R . L u x e m b u r g , ed. i t a l . c i t . de Scritti scelti, p p . 20941.
142
10. E l «capital social»
La insistencia puesta h asta ahora en destacar los lím ites de la com prensión teórica de Bernstein y del m arxism o de la Segunda Internacional no debe hacernos olvidar, sin em bargo, que la im portancia de esos lím ites —y tam bién el significado regresivo que, respecto de Marx, es típico de buena p arte del m arxism o del final del siglo xix— cobró todo su peso determ inante sólo a la vista bajo el em puje de una situación h istórica nueva y com plicada, donde una serie de fenómenos —a veces entrevistos ya p o r Marx pero desarrollados m acroscópicam ente sólo ahora— modificaron profundam ente la fisonomía tradicional de la siv ciedad capitalista.
Los años del paso del capitalism o a la fase m onopolista presenciaron un trem endo desarrollo del proceso de socialización de la producción, con la introducción en la vida social y productiva de las grandes «masas» m odernas, anteriorm ente dispersas en ocupaciones que habían sobrevivido a los viejos m odos de producción. E ste proceso de «socialización», acelerado por la form ación de las «sociedades anónim as», supuso no sólo una enorm e am pliación de la escala de la producción y de las em presas que no habría sido posible con capitales individuales, pero significó tam bién el nacim iento de la llam ada «empresa social» m oderna, dando vida a ese com plicado fenómeno que es la anulación de la industria privada capitalista sobre la base del propio sistem a capitalista. «El capital, que se basa por sí m ism o en un m odo de producción social y presupone una concentración social de los medios de producción y de las fuerzas de traba jo , conquista aquí —o sea, en las sociedades anónim as según Marx— directam ente la form a de capital social (capital de individuos asociados directam ente) contrapuesto al capital privado, y sus em presas se presentan com o em presas sociales contrapuestas a las em presas privadas. Es la supresión del capital com o propiedad privada en el ám bito del mismo m odo de producción cap ita lista .»130
120. El Capital, d t., III, p. 415.
145
Las principales consecuencias de este fenómeno (empezando por la disociación en tre «propiedad» y «control»), que en la época de la redacción de El Capital se hallaban poco m ás que en su fase incipiente, fueron sin em bargo captadas en sus rasgos esenciales ya p o r el propio Marx. El desarrollo del capital social —escribe— im plica la «transform ación del capitalista realm ente operante en sim ple dirigente, adm in istrador de capital ajeno, y la de los propietarios de capital en capitalistas m onetarios puros y simples». Incluso cuando los dividendos que perciben com prenden el interés y el lucro de em presario, o sea el beneficio total, «este beneficio total —continúa Marx— va a para r a su bolsillo únicam ente a títu lo de interés, o sea, como una simple indemnización de la propiedad del capital, propiedad que ahora se halla (...) tan separada de la función del capital como esta función se halla separada en la persona del dirigente de la propiedad del capital».121
De ello se derivan dos efectos que el análisis de Marx no deja de destacar. En p rim er lugar, la acción de «expropiación pacífica» que ejerce el gi*an capital —con el sistem a de crédito en general y con las sociedades anónim as en p articu la r— sobre los pequeños capitales ya form adoso en vías de formación, creando una situación en la que, m ientras la gran m ayoría de los accionistas resulta privada del control de la propiedad en favor de una pequeña m inoría de propietarios, estos últim os, inversam ente, se encuentran en disposición de un poder que va m ucho m ás allá de los lím ites de su propiedad efectiva. En segundo lugar, la progresiva despcrsortalizaciótí de la propiedad que se produce con el desarrollo de la gran sociedad «anónima» m oderna, y que im plica el surgim iento como sujeto del m ism o objeto de propiedad, o sea, la com pleta em ancipación de la propiedad del hom bre m ismo, donde la em presa parece conquistar vida independiente, como si no fuera propiedad de nadie, transform ándose en una entidad en sí, con características análogas a las del Estado.
Precisam ente esta difusión de las sociedades anónim as,
121. ibid., id.
144
con todos sus aspectos especuladores y aventureros (a propósito de los cuales escribe Marx que «se reconstituye una nueva aristocracia financiera, una nueva categoría de parásitos en la form a de ideadores de proyectos, de fundadores y de d irectores que sólo lo son de nom bre; todo un conjunto de engaños y complicaciones que tiene por obje to la fundación de una sociedad, la em isión de acciones y el com ercio de las m ismas»), precisam ente este fenómeno se convierte en uno de los puntos de apoyo principales del razonam iento de Bernstein sobre la progresiva «dem ocratización del capitalism o». La concentración industrial m oderna, según Bernstein, va acom pañada, con las sociedades por acciones, no ya de una concentración de la propiedad análoga (como sostenía Marx), sino de la difusión de ésta, de la m ultiplicación del núm ero de cap italistas y la progresiva am pliación de los llam ados a com p a r tir los beneficios de las grandes «em presas sociales»
i m odernas. Y, puesto que los capitalistas aum entan en vezde dism inuir, el razonam iento de Marx sobre la concentración y la consiguiente acumulación de la riqueza en un polo de la sociedad resu lta , según Bernstein, invalidado y contradicho.
No podem os detenernos aquí a ver cómo este tem a ha sido retom ado en fechas relativam ente recientes p o r obra de dos neoliberales norteam ericanos, Berle y Means,122 con la tesis de que, puesto que las grandes sociedades por acciones representan solam ente una concentración técnico- industrial que no sólo no implica una concentración de la propiedad, sino que en vez de ello im plica una difusión y una descentralización de ésta, pueden co n stitu ir por sí m ism as la superación del capitalism o —con la condición de que el control de estas em presas «cuasi-públicas» sea confiado a técnicos desinteresados (Berle y Means pronostican el advenim iento de una «tecnocracia im parcial») y a condición de que la propiedad por acciones se extienda y am plíe progresivam ente a todos los estra tos de la sociedad. Lo que in teresa destacar aquí es más bien —a propó-
122. A. Bhrle y G. Mews, The Modern Corporation and Private Property, 1932.
145
sito de la ingenuidad científica que hay p o r debajo del razonam iento bem stein iano de la m ultiplicación de los capitalistas— la eficacia de dos rasgos puestos de relieve p o r la Luxemburg: 1) que «Bem stein no entiende p o r capitalista una categoría de la producción, sino del derecho de propiedad; no una unidad económica sino fiscal; y p o r capital, no una to talidad productiva, sino sim plem ente un patrim onio m onetario»; de ahí —concluye la Luxemburg— «Bernstein transfiere la cuestión del socialism o de la relación de capital y trab a jo a la de rico y pobre*. Y 2) que la tesis bem stein iana de la progresiva disolución de los grandes capitales en una m iríada de pequeñas propiedades. como en general toda su inclinación a destacar las contratcndencias a la concentración, m uestran ser, adem ás de producto de una fantasía utopista, argum entos esencialm ente reaccionarios, en el sentido de que —si pudieran ser verdaderos— conducirían a «una detención del desarro llo del sistem a de producción capitalista* y al re to rno involuntario de éste a una fase prenatal».123
Lo mismo puede ser dicho acerca del razonam iento desarrollado p o r B ernstein sobre la persistencia y el aum ento de la pequeña y m ediana em presa. La «falange casi indestructible» de em presas m edianas es p a ra él la señal de que el desarrollo de la gran industria no tiene un efecto resolutivo, en sentido concentrador, como preconizaba Marx. No obstante, aunque el juicio de S ch u m p ete r124 puede exim im os en este caso de u lteriores argum entaciones («B ernstein was an admirable man but he was no profound th inker and specially no theorist. In som e points , specially as regards... the concentration o f economic power, his argum ent was d istinctly shallow»), puede aducirse, con Rosa Luxemburg, que «esperar que las m edianas em presas desaparezcan gradualm ente de la superficie de la tie rra en realidad quiere decir que no se ha com prendido nada del desarrollo de la gran industria», y en particula r no haber entendido que, respecto de esta gran indus
123. L u x e m b u r g , Seritti scelti, c i t . , pp. 187-8 y 180-1.124. J. C c h v m p e te r , History of Economic Analysis, cit., p. 883.
146
tria , «el pequeño capital asum e un papel de pionero de la revolución técnica, y ello desde dos puntos de vista, ya sea en relación a nuevos m étodos de producción en ram as antiguas y seguras, sólidam ente arraigadas ya, o bien por referencia a la creación de nuevas ram as productivas, del todo explotadas todavía p o r el gran capital». «La lucha del capital medio con el gran capital —prosigue la Luxemburg— no debe ser concebida como una batalla norm al, en la que las tropas de la parte m ás débil se agotan cuan titativam ente siem pre m ás y d irectam ente, sino como una expoliación periódica del pequeño capital, que luego vuelve a florecer rápidam ente para ser nuevam ente segado por la gran industria.» Esto, concluye Rosa Luxemburg, no se expresa necesariam ente «en la dism inución num érica absoluta de las em presas medias, sino an te todo en el aum ento gradual del capital m arginal necesario para la existencia em presarial de las viejas ram as y, en segundo lugar, en el período de tiem po m ás breve que le queda al pequeño capital para la explotación de las ram as nuevas».125
Por lo demás, cuáles son, a propósito de este razonam iento, las ingenuidades (por decirlo así) en que incurre B ernstein al u tilizar los m ateriales estadísticos, o en lo que respecta a la difusión de las pequeñas y m edianas em presas, o bien en lo concerniente a las variaciones en el flujo de las rentas, el lector podrá verlo docum entado exhaustivam ente recurriendo al libro contra Bernstein escrito por Kautsky, una obra de la que se ha hablado bastante poco y que sin em bargo constituye (especialm ente en los capítulos centrales), jun to con el Agrarfrage, lo m ejor que su au to r escribió nunca. De la m ism a m anera, apenas es necesario decir que es al propio K autsky y al Capital financiero de H ilfcrding adonde debe dirigirse el lector para encon trar respuesta al discurso suscitado por B erstein en torno a las «nuevas capas medias». He aquí un grave problem a que en el período del im perialism o cobra todo su relieve, especialm ente como consecuencia del inusitado desarrollo del aparato de distribución, provocado
125. L uxemburg , op. cit., pp. 161-2.
147
p o r los m onopolios, adem ás de la elefantiasis del aparato burocrático y m ilitar característica de los Estados m odernos.
Aquí sólo falta aludir m ás bien a la teoría de la llam ada «pauperización absoluta» o del em pobrecim iento secu lar de las m asas que, a p a r tir de B ernstein, se suele a tribu ir al pensam iento de Marx, por obra de la m ás variada publicística, incluyendo, al m enos hasta hace m uy pocos años, a los más burdos exponentes del «m aterialism o dialéctico» soviético.
Hay que señalar al respecto que no sólo la inexistencia sino incluso la im posibilidad de que una teoría así se produzca en el caso de Marx queda dem ostrada (entre o tras muchas razones) sim plem ente p o r el hecho de que, en la determ inación del «precio del trabajo», Marx in troduce (p o r lo dem ás, distanciándose tam bién aquí de R icardo) una com ponente histórico-moral explícita. Al determ inar «la suma de los medios de subsistencia» que debe ser «suficiente p ara conservar en su vida norm al al individuo que trabaja», no basta —dice Marx— considerar que «las necesidades naturales, como alim entación, vestuario, calefacción, alojam iento, etc., son en cada caso diferentes según las peculiaridades clim áticas y o tras peculiaridades natu rales de los diversos países»; hay que ten er en cuenta o tro factor: que «el volum en de las llamadas necesidades naturales, como tam bién el modo de satisfacerlas, es a su vez un producto de la historia, y p o r tan to depende en g ran parte del grado de civilización de un país, y en tre o tras cosas tam bién de las condiciones, y p o r tan to tam bién de las costum bres y de las exigencias en tre las cuales y con las cuales se ha form ado la clase de los traba jadores libres».12* Y precisam ente basta pensar en este carácte r históricamente relativo que caracteriza la determ inación del llam ado «precio del trabajo» y que M arx subraya a l afirm ar explícitam ente que «la determ inación del valor de la fuerza de trabajo , al contrario de lo que ocu rre con todas las demás, contiene un elem ento histórico y m oral»,
126. El Capital, cit., I, p. 124.
148
para com prender que para Marx, m ás que para nadie, es imposible por principio hab lar de un em pobrecim iento secular de los obreros, esto es, de un em peoram iento, en valores absolutos, del nivel de vida de las clases trab a ja doras en el curso del plurisecular desarrollo capitalista.
Cierto es que el M anifiestot como en m uchos o tros escritos suyos, Marx habla de la pauperización de la clase obrera, de la creciente dependencia de la voluntad de los demás para su sostenim iento, esto es, de la voluntad de los capitalistas, y que habla del aum ento de la «miseria», la «degeneración» y la «sujeción» de los obreros; hab la tam bién de la precariedad creciente — de la creciente inseguridad— de su traba jo , y afirma que, «a m edida que se acum ula el capital, la situación del obrero, cualquiera que sea su retribución [la cursiva es nuestra ], alta o baja , debe em peorar». Pero esto, que es el convencim iento al que Marx perm aneció siem pre fiel a lo largo de toda su vida, no significa sino que, a diferencia de lo que cree el «rae- jorism o» reform ista , el desarrollo capita lista no está destinado a tran sfo rm ar a todos en capitalistas y en propietarios, no recom pondrá, m ediante reform as graduales, la desigualdad social fundam ental en tre capital y trab a jo sino que, p o r el contrario , tenderá a reproducirla constan temente, y a reproducirla agravada. O significa la teoría de la pauperización relativa, esto es, del aum ento del desnivel o desigualdad de la condición obrera por relación a las condiciones de la clase detentadora de los m edios de p roducción .137
«Un aum ento sensible del salario —escribe Marx en 1849 128— presupone un crecimiento veloz del capital productivo. A su vez, este veloz crecimiento del capital productivo provoca un desarrollo no menos veloz de riquezas, de lujo, de necesidades y goces sociales. Por tanto, aunque los goces del obrero hayan aum entado, la satisfacción social que producen es ahora m enor, com-
127. J. G illm a x , It saftgio di profitto, Roma, 1961, p p . 203 SS.128. Trabajo asalariado y capital, en Obras Escogidos, cit,, I,
p. 80.
149
parada con los goces mayores del capitalista, inasequibles para el obrero, y comparada con el nivel de desarrollo de la sociedad en general. Nuestras necesidades y nuestros goces tienen su fuente en la sociedad y los medimos, consiguientemente, por ella, y no por los objetos con que los satisfacemos. Y como tiene carácter social, son siempre relativos.»
La teoría de Marx, por tanto, no sólo no excluye en absoluto el m om ento de los salarios reales; y este aum ento —piensen lo que quieran Bernstein y la señora Robinson— no sólo no prueba absolutam ente nada en con tra del pensam iento de Marx, sino que su teoría del aum ento de la explotación «se aguanta» m agníficamente incluso en el caso de que crezcan los salarios, Y no sólo porque este aum ento de los goces del obrero no excluye para nada que dism inuya la «satisfacción social» que éstos en proporción p rocuran, sino porque nuestras necesidades y nuestros goces 11 o los m edim os sólo «sobre la base de los medios m ateriales para su satisfacción», sino que los medimos, precisam ente, según una «escala» o una «relación» social; y éstos nos dicen que «de la misma m anera que el vestuario, la alim entación, un tratam iento m ejor y un m ayor peculio no abolen la relación de dependencia y la explotación del esclavo, tam poco anulan la del trabajo asalariado ».129 Y éste es el auténtico punto decisivo de toda la concepción m arxiana de la explotación —el punto sobre el cual ayuda a ilum inar tam bién nuestra in terpretación de la teoría del valor com o teoría de la alienación—, esto es, que es la dependencia que vincula a los obreros a la voluntad del capital, y no su pobreza, dice Marx, lo que constituye «la differentia specifica de la producción capitalista»; 13í o bien que la apropiación capitalista no es sólo o en p rim er lugar apropiación de cosas, sino apropiación de la subjetividad o energía laboral m ism a, como conjunto de las capacidades físicas e intelectuales del hom bre.
129. F.l Capital, c i t , I.130. Ibid.
150
11. Constitución y capitalismo
Quien considere en su conjunto el libro de B ernstein advertirá que el punto al que su razonam iento vuelve una y o tra vez y hacia el que apuntan todas sus tesis es, por una parte , el de la «contradicción» existente en tre igualdad- política y desigualdad socialt y, por o tra , el de la capacidad del gobierno parlam entario o Estado representativo p ara com poner y sanar progresivam ente, hasta ex tirpar incluso sus raíces, los conflictos y las tensiones derivados de las diferencias de clase.
El llam am iento constante a los inalienables «derechos del hom bre» proclam ados p o r la Revolución francesa, el fuerte acento ju stan atu ra lis ta que se halla en el fondo del socialism o «ético» bem steiniano, la exaltación del liberalism o que em prende este au to r —y que considera incluso como el alm a de la dem ocracia m oderna, h asta el pum o de reducirla sim plem ente a la «forma política» del p rim ero (die D emokratie ist nur die politische Form des Libe- ralism us)—, todo ello nos ahorra , p o r su m ism a claridad elocuente, la necesidad de un com entario que, de haber tiem po y espacio p ara ello, no podría p rescind ir de una com paración con ese adm irable docum ento de reflexión ético-política que es el escrito juvenil de M arx sobre La cuestión jud ía*
Aquí, incluso para anudar el discurso a lo inicialm ente dicho, conviene destacar más bien que la m aduración de esta concepción intercJasista del E stado había ido fraguando, en la socialdem ocracia alem ana, progresivam ente y casi por una lenta acum ulación h istórica en conexión con las vicisitudes práctico-políticas del partido. En 1890, con la caída de Bism arck, se produjo tam bién la derogación de la ley contra los socialistas. Cuando se dictó esta ley, que obligó a la socialdem ocracia alem ana a una existencia casi ilegal du ran te doce años, no habían sido ex trañas las dificultades consiguientes a la depresión económica recor-
* Hay trad. cast, en Anales franco-alemanes, Barcelona, Ed. Martínez Roca. — (N. del T.)
151
dada al principio. «Con la ley contra los socialistas la gran industria, bajo las repercusiones de la gran crisis, hizo causa com ún —escribe M ehring— con las clases reaccionarias. En cambio estas tuvieron sus exenciones industriales, de la m ism a m anera que los Junker, ahora en plena decadencia, fueron m antenidos artificialm ente en vida con las exenciones fiscales agrarias y otros regalos, y el absolutism o m ilitar se liberó con las asignaciones financieras del contro l parlam entario , siem pre incómodo a pesar de la debilidad de los partidos parlam entarios burgueses .» 131
La socialdem ocracia alem ana salió de este difícil período, que había afrontado con decisión y valor, ex traordinariam ente reforzada a pesar de todo. Cuando se d ictaron las leyes de excepción el partido tenía 437.000 votos y las organizaciones sindicales contaban con 50.000 inscritos; al ser abolida la ley contra los socialistas el partido podía a lardear de 1.427.000 votos y las organizaciones sindicales de más de 200.000 afiliados. «En doce años de lucha el partido no sólo se había vuelto m ayor y más fuerte sino que tam bién se había desarrollado con m ayor riqueza en su esencia íntim a. No sólo había com batido y golpeado, sino tam bién trabajado y aprendido; había dado no sólo la prueba de su fuerza, sino tam bién la prueba del tem ple de su ánim o .» 133
Este crecim iento cuantitativo y el retorno a la legalidad, aunque dentro de los bastante rctringidos lím ites perm itidos p o r las particulares condiciones alem anas, crearon una serie de problem as cualitativam ente nuevos. E ntrado ya en su pleno desarrollo, el partido tenía que afro n tar el difícil y com plejo paso de la fase de la simple propaganda a la de las opciones políticas concretas y de la acción práctica coordinada v constante. M ientras el partido había estado proscrito , por fuerza había de servirse del parlam ento como de una tribuna para la propaganda socialista. Pero, destitu ido B ism arck, cuando se abría la perspectiva del crecim iento electoral ráp ido y constante y el clim a general parecía propicio para la in-
13!. F. M f j í r i x g , Historia de la socialdemocracia alemana.132. Ibid.
152
traducción de reform as sociales, ¿no se im ponía acaso el abandono de esta ac titud puram ente negativa? ¿No debía la delegación parlam entaria convertirse en in té rprete de las reivindicaciones del m ovim iento sindical, favorecer la aprobación de las m edidas reform adoras que parecieran realizables y, en sum a, insertarse positivam ente de algún m odo en los debates del Reichstag , pasando de la no-colaboración a una política constructiva? 133
El giro p lanteaba problem as graves de táctica y de estrategia. ¿E ra lícito buscar colaboraciones y alianzas con las dem ás fuerzas políticas, o había un riesgo de que, por esta vía, el partido todavía joven y adem ás hinchado p o r las levas de reclutas recientes, perdiera su independencia y su fisonomía? El Reich germánico constituido en 1870, ¿había de ser considerado como un enemigo a ab a tir o aceptado como un hecho en cuyo in terio r trab a ja r para ob tener m ientras tan to las reform as de dem ocracia b u rguesa de que distaba tan to el Estado alem án?
En el Congreso de E rfu rt (octubre de 1891), la ac titud que llegó a prevalecer pareció inspirada en gran p arte p o r la confianza y el optim ism o. El partido, ciertam ente, experim entó en esta ocasión una pequeña escisión p o r la izquierda, pero ésta pareció subrayar todavía m ás la firme decisión de la m ayoría de luchar y progresar en la legalidad. La era que entonces se iniciaba vería crecer y reforzarse, gradual pero irresistiblem ente, al partido y al m ovim iento sindical. La socialdemocracia, en un plazo de tiem po razonable, conquistaría la m ayoría de los escaños del Reichstag , una m ayoría que ninguna soldadesca gubernam ental podría d ispersar nunca. Y entonces, confortada po r la m adurez y la consciencia alcanzada p o r las masas, em prendería sirviéndose del parlam ento la transform ación socialista de la sociedad. El hecho de que el partido , p o r el m om ento, careciera todavía de una influencia decisiva en el Reichstag no debía inducir a condenar el sistem a.
133. Para todo esto véase G. D. H. Cole, A History of Socialist Thought, vol. I ll , The Second Internacional, Part. I, Londres, 1963, pp. 249 ss. (hay trad, cast., México, Fondo de Cultura Económica).
153
«El parlam ento —dijo el viejo Wilhelm Liebknecht en el Congreso de E rfu rt— no es m ás que la representación del pueblo. Si hasta ahora no hem os conseguido resultados en el parlam ento no es por defecto del sistem a, sino sim plem ente p o r el hecho de que no tenem os la fuerza necesaria en el país y en tre el pueblo .» 154 La «otra vía», la que acariciaban algunos, la vía «más corta», la vía de la «violencia», e ra el cam ino de la anarquía.
Las páginas de Engels, que hem os citado al comienzo, reflejan esencialm ente, como se recordará, esta visión estratégica. El derecho de voto es considerado en ellas como el arm a que llevará al poder al proletariado en e l m ás breve curso de tiem po; la Com una de París es vista como un baño de sangre que no hay que repetir. Insistim os en afirm ar que esta visión estratégica no es todavía, c iertam ente, el «revisionismo». Pero aunque no lo es, sí es en cam bio su inconsciente preám bulo y su preparación.
La socialdem ocracia alem ana opta en E rfu rt p o r la «vía parlam entaria», no porque haya abandonado ya la concepción clasista del Estado, sino porque su confianza «fatalista» y «providencial» en el progreso autom ático de la evolución económica le da la certidum bre de que su propia ascensión al poder está destinada a realizarse «de un m odo espontáneo, constante, irresistib le y al m ismo tiem po tranquilo , como un proceso natural». E sto p o r una parte ; por o tra, el objetivism o natu ra lis ta que caracteriza este concepto de «evolución económica» es tam bién lo que vacía de sentido la teoría m arciana del Estado.
Vayamos al fondo del asunto. La teoría del E stado del m arxism o de la Segunda Internacional es la contenida en el Origen de la fam ilia , de la propiedad privada y del E sta - do (1884) de Engels. Lo que caracteriza a este escrito, como a p a r tir de entonces a todos los razonam ientos m arxistas sobre el Estado, es la transposición de los caracteres específicos del Estado representativo m oderno al Estado en general, cualesquiera que sean la época histórica y el ré
134. Citado p o r Cole, op. cit.t pp. 253 ss.
154
gimen económico-social existentes p o r debajo de él. La conocida afirmación de M arx según la cual, en la sociedad burguesa, los intereses «particulares» o de clase cobran la form a ilusoria de intereses «universales» o «generales» —que es el tem a de fondo hacia el que converge todo su análisis, ai que se ha aludido m ás arriba, de la relación m oderna en tre igualdad política y desigualdad social— es presentado aquí p o r Engels como una característica de todos los tipos de dom inio de clase, con el resu ltado de que en la im posibilidad de ser relacionado con la particu la r estru c tu ra económico-social capitalista y, p o r tan to , de ser explicado como un producto orgánico de este determ inado tipo de sociedad, ese proceso de «abstracción* o de «sublimación» objetiva pasa a configurarse como un «disfraz» o un engaño conscientem ente perseguido p o r las clases dom inantes, de modo no m uy distin to a como Voltaire im aginaba que las religiones tenían su origen en la astucia de los curas.
La consecuencia que se deriva de esta incapacidad para relacionar realm ente el Estado m oderno con sus específicas bases económicas es, en p rim er lugar, una concepción voluntarista que se ve en el Estado, o al m enos en la form a que asum e, un producto intencional, una invención ad hoc de la clase dom inante, y, en segundo lugar, se tra ta de una concepción que, en la m edida en que considera indiferente la form a del E stado al tipo de relaciones sociales que preside, queda ab ierta al m ismo tiem po (según un proceso que p o r lo demás tam bién se ha repetido recientem ente) al más desenfrenado subjetivism o y a la vez al interclasism o. Al subjetivism o, en cuanto que considera decisivo y esencial para el socialismo prom over el ascenso al poder de determ inado personal político, en vez de m odificar de raíz las estruc tu ras del poder mism as (de ahí los llam ados regím enes a lo Rákosi); al inter- clasismo, en cuanto que el poder, concebido y entendido como un solo y único instrum ento que puede servir, según la ocasión, a intereses opuestos, se halla destinado ya a aparecer en su estruc tu ra in trínseca como indiferen te a todo contenido de clase (como ocurre en la re
155
ciente teoría del llam ado «Estado de todo el pueblo»).*«Marx enseñó —escribe Lenin en E l Estado y la Revo-
luclón— que el pro letariado no puede conquistar pu ra y sim plem ente el poder del E stado, en el sentido de que el viejo aparato estatal pase a nuevas manos [la cursiva es nuestra ], sino que debe d es tru ir y despedazar este aparato y sustitu irlo p o r uno nuevo.» 533 E sto es, sustitu irlo p o r un Estado que empieza a «extinguirse» cediendo el paso a form as cada vez m ás extendidas de democracia directa . He aquí una posición que puede ser discutida, pero que en el pensam iento de Marx tiene motivaciones profundas.Y que en nuestra opinión empieza a en tra r en crisis en el propio «testam ento político» de Engels: ahí, como el «ordenam iento legal» parece rebelarse contra las fuerzas sociales y políticas de que orig inariam ente había sido expresión, tam bién el viejo aparato del E stado parece destinado a acoger en su seno a los nuevos herederos, siem pre que éstos sepan «m antener in in terrum pidam ente el ritm o de su aum ento electoral, h asta que aplaste p o r sí m ism o al sistem a dom inante de gobierno».
Es im posible decir ahora cómo esta concepción —singularm ente disponible a dos in terpretaciones opuestas, la sectaria y prim itiva, que considera la igualdad política un m ero «encaño», y la «revisionista», que ve en el E stado representativo m oderno la expresión del interés «general y común»— ha alim entado hasta el agotam iento las dos tradiciones opuestas del m ovim iento obrero. Baste aquí
* El «Estado de todo el pueblo» es la ideología que cubre el distaneiamiento del marxismo de la burguesía de estado soviética. Vid., p. e.j., F. Bourlatski. L'Etat et le communisme (Moscú, Ed. du Progres, s. f.). — (N. del T )
135. Liínin, El Estado y la Revolución, cit., Obsérvese a este respecto que Bernstein cifa varias veces una afirmación de Marx sacada del prefacio de 1872 al Manifiesto, en la que se dice que «la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines». El sentido de la afirmación de Marx es aue la clase obrera no puede limitarse a tomar el poder, sino que debe transformar, «despedazar» la estructura vieja, y sustituirla por un poder de nuevo tipo. Según Bernstein, en cambio, Marx, con estas palabras, habría puesto en guardia a la clase obrera contra el excesivo impulso revolucionario en el momento de la conquista del poder.
156
recordar, como indicación de lo m ucho m ás realista y com plejo que fue el análisis de Marx, una de las fórm ulas m ás densas y eficaces acuñadas p o r él en Las luchas de clases en Francia a propósito de la C onstitución francesa de 1848:
«La contradicción de más envergadura de esta Constitución consiste en lo siguiente: mediante el sufragio universal, otorga la posesión del poder político a las clases cuya esclavitud social viene a eternizar: al proletariado, a los campesinos, a los pequeños burgueses. Y a la clase cuyo viejo poder social sanciona, a la burguesía, la priva de las garantías políticas de este poder. Encierra su denominación política en el marco de unas condiciones democráticas que en todo momento son un factor para la victoria de las clases enemigas y ponen en peligro los fundamentos mismos de la sociedad burguesa. Exige de los unos que no avancen, pasando de la emancipación política a la social; y de los otros que no retrocedan, pasando de la restauración social a la política.»136
El au to r que (si no nos equivocamos) por vez p rim era «redescubrió» esta página convirtiéndola en el cen tro de su propio análisis de la relación en tre dem ocracia liberal y dem ocracia socialista fue Otto Bauer, quien, en un famoso y en m uchos aspectos im portan te libro de 1936, Zwischen zwei W eltkriegen?, le dio una in te rp re tac ió n 137
del todo sim ilar a la tesis de Bernstein, in terpretación que posteriorm ente ha sido retom ada p o r John S trachey en su libro sobre el Capitalismo contem poráneo.m
Según esta línea in terpretativa , el texto de M arx confirm aría lo que es la tesis central de al m enos una parte de la socialdem ocracia actual: la tesis de que, en las grandes «democracias occidentales», «las tendencias de fondo
136. Marx, La lucha de clases en Francia, en Obras escogidas, cit., I, p. 158.
137. O. Bauer, Zwischen zwei Weltkriegen?, B ratislava, 1936, pp. 97 ss.
138. J. Stracbey, El capitalismo contemporáneo.
157
del campo político y del cam po económico —como escribe precisam ente Strachey— van en direcciones d iam etralm ente opuestas». Y ello en el sentido de que, m ientras «la difusión del sufragio universal y su utilización cada vez m ás eficaz, el reforzam iento del sindicalismo», etc., en la p rim era m itad de nuestro siglo, habría «difundido el pod er politico», poniéndolo poco a poco en manos de las clases trabajadoras, «en los m ism os decenios», p o r el contrario , com o señala Strachey, «el poder económico se ha ido concentrando en cam bio en m anos de los m ayores oli- gopolios».
La conclusión que se deriva de esta in terpretación es que en las «grandes dem ocracias occidentales» la situación se caracteriza fundam entalm ente p o r el contraste existente en tre política y economía, o sea en tre la constitución o E stado de derecho o gobierno parlam entario (que m ás o menos es la form a política com ún a todos estos países) y su base económica, capitalista todavía. En o tras palabras: no se tra ta ría de buscar una dem ocracia nueva o de o tro tipo: la existente es la única posible. El problema consistiría más bien en tran sfe rir la dem ocracia del plano político en que vive ya al plano de la economía (aunque sin «subvertir» el sistem a, p o r o tra parte); o bien, por em plear la fórm ula habitual, se tra ta ría de llenar de contenido, como si a su m anera no lo estuvieran, las «libertades» que hoy son sólo «formales».
Volviendo al texto de Marx, nos parece en cam bio que esta interpretación pierde de vista toda su com plejidad. M arx reconoce, ciertam ente, que por medio del sufragio universal la constitución m oderna pone a las clases trabajadoras, en cierto sentido, «en posesión del poder político», pero señala tam bién que la constitución, precisam ente respecto de estas clases, debe al m ism o tiem po «eternizar su esclavitud social». Reconoce que ta constitución le quita a la burguesía «las garantías políticas de su poder», pero declarando a la vez que «sanciona el viejo poder social». En una palabra: m ientras para la socíaldemocra- cia la contradicción se da tan sólo entre constitución y capitalism o, para Marx la contradicción, que se halla en
158
el in terio r de la sociedad, pasa tam bién al in terio r de la constitución. En el sentido de que si por una p arte , con el sufragio universal, llam a a todos a la vida política, y así reconoce por vez prim era la existencia de un in terés común o público y, p o r tanto, de una «voluntad general» o soberan ía del pueblo, por o tra p arte no puede dejar de hacer de este in terés com ún u n in terés solam ente form al, al ser todavía particu laristas o contrapuestos los intereses reales p o r la división clasista de la sociedad («El E stado constitucional —escribe Marx— es el Estado en que el interés general, en cuanto interés real del pueblo, existe sólo form alm ente. El interés del E stado ha cobrado realidad -formalmente como in terés del pueblo, pero debe tener únicam ente esta realidad formal» ya que de hecho el Estado constitucional m oderno —añade— es precisam ente aquél en el cual «tanto el in terés general como el ocuparse de él son un monopolio, y donde, p o r el contrario , los monopolios son los asuntos generales reales»).
En conclusión: la constitución de la república democrática burguesa es el résumé, el com pendio m ismo, de las contradicciones existentes en tre las clases de esta sociedad. Pero, puesto que «de una» de estas clases «exige que no avance de la em ancipación política a la em ancipación social, y de la o tra que no retroceda de la restauración social a la restauración política», esa república es para Marx no ya la superación o la composición de los contra s te s fundam entales, sino sólo el terreno m ejor para que éstos puedan desplegarse y llegar a m adurar.
159