En memoria del Subteniente de la Guardia Civil D. Cristóbal Martín Luengo, asesinado por el Comando
Vizcaya de ETA, en Bilbao (Vizcaya) el día 08.09.87 a la edad de 50 años.
Carta de una joven a su padre asesinado por ETA
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Mi padre fue enterrado en un pequeño pueblo de Salamanca, su
tierra natal. Nosotros viajamos junto con el féretro hasta allí y una marea
humana pareció invadir el pueblo aquel día. Mi madre, que enviudó con tan sólo 39 años, y mis hermanos y
yo nos quedamos huérfanos con 4, 17 y 19 años. Parte de la familia
abandonamos el País Vasco y mi madre, la gran heroína de nuestras
vidas, nunca pudo rehacer su vida. No obstante, ella sola supo sacar fuerzas
y tirar del carro de la vida que le había tocado vivir. Sacó a sus tres hijos adelante y consiguió que, a
pesar de todo, los tres siguiéramos con nuestras vidas. Además, esta gran heroína, nuestra madre, nos
enseñó con su ejemplo a enfrentarnos a la vida con coraje y valentía.
El asesino de mi padre fue detenido en Francia y extraditado a España. De una condena de casi 40 años a la que fue
sentenciado, por su asesinato y el secuestro de un taxista en su huida, no cumplió más de 9 años; lleva mucho tiempo en libertad, haciendo vida normal, con su familia, sus
amigos, trabajando, riendo, viendo crecer a sus hijos y envejecer a su mujer... Mi padre
no pudo hacerlo y nuestras vidas nunca volvieron a ser las mismas.
En todos estos años, no ha pasado un solo día en mi vida en que no piense en él, aunque sea un instante. Siempre está
presente en nuestras vidas, en nuestros corazones, en los buenos y malos
momentos, alentándonos como hacía cuando éramos pequeños.
A pesar del trabajo infatigable y persistente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en la
lucha contra los terroristas, ETA sigue asesinando, extorsionando y colocando
artefactos explosivos.
Me gustaría transmitir a todos aquellos que muchas veces dejan en el olvido a las
víctimas de ETA, el dolor de las también víctimas colaterales que después de un atentado o sufrir el asesinato cruel de un familiar directo, un amigo, un compañero de trabajo. deben sobrevivir y seguir con
sus vidas, pero sin ese ser querido.
Aquel fatídico día, 8 de septiembre de 1987, unos cobardes impidieron a mi
padre, Subteniente de la Guardia Civil D. Cristóbal Martín Luengo, seguir con su vida y nada volvió a ser igual. Por esta
razón, he decidido contar cómo aconteció dicho suceso con un poema que escribí el mismo día de su muerte hace ya 22 años, y para que ni su memoria ni la memoria de
otras víctimas queden en el olvido.
"El sol brilla en un día esplendoroso, y las lágrimas caen brotando y resbalando por
nuestras mejillas.Lágrimas y lagrimas, llantos y desolación, ¡un hombre español ha muerto, de nuevo
y sin razón!Va a su casa tranquilo, sonriente, de buen humor. Habla con la gente y a alguno dice
-adiós-.Pero de un disparo en la nuca, un puto
cobarde, su vida desgajo.Yace tendido en el Suelo.
-¡Hay un hombre caído!-, grita una señora. Una hija y la madre se asoman
-Hay un señor en el suelo-, dice la hija, con sus labios asustados.
La madre se asoma, y con voz tenue y aterrorizada susurra,-¡si parece papá!-,
bajan corriendo, yo desde mi ventana las veo llorando.
Las parásitas cotillas, se arremolinan a su alrededor.
¡Mi padre yace asesinado, por un cobarde traidor!
Su roja sangre inunda el asfalto, negro, sin calor,
como un campo de rosas rojas, que se extiende bajo el sol
Otro hombre español ha muerto, símbolo del terror.
Ya han acabado con otra verde guerrera, con un número, que sé yo,
Esos enemigos de España, y de todo el que es español.
Iba contento a casa, desarmado, campechón, con su niki blanco, y su nuevo pantalón,
las manos en los bolsillos, en una de ellas el reloj,
que a las tres menos cuarto, para siempre se paró.
Tendido solito en el suelo, indefenso, cerca de un callejón,
que albergó a su verdugo, que debía ser un cabrón.
Bajo corriendo, llorando, gritando, y tendido está en el suelo, sobre el frío y negro
asfalto.Su sangre roja brota, y se va resbalando,
corriendo hacía la boca de una hambrienta alcantarilla.
Es su vida que se está yendo, gota a gota, son sus 50 años de sonrisas y esperanzas,
de alegrías y sueños, que se escapan.Son cuatro vidas, que se parten,
sin la luz de su fuego.
Subo a casa y se lo llevan al hospital, a la hora mi madre y mi hermana aquí están.
Mi madre llorando me mira, y me dice que, -no han podido hacer nada-
que mi papá ha muerto, y yo digo -¡no!-.
Lloro de dolor, y pido a Dios, Que acabe con ese traidor,
¡Enemigo de España, y de todo el que es Español!