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Carmen Mannarino
Alberto Arvelo Torrealba
La pasión del llano
Biografía para jóvenes lectores
de 11 años en adelante
Para ti, joven lector, han sido escritas las anteriores biografías de Rómulo Gallegos,
Francisco Tamayo y Luis Beltrán Prieto Figueroa, la presente y las de otros
venezolanos del siglo XX, que seguirán apareciendo.
Porque sé que comienzas a sentir la inquietud acerca de qué serás cuando llegues a
adulto, te proporcionamos el contacto con distintas vidas que se relacionan por la
dedicación a una obra artística, científica, literaria, educativa, social, deportiva, etc. y
la digna conducta ciudadana. En cada una apreciarás a la persona en crecimiento, con
sus virtudes y defectos, felicidad y desdicha, pasión y lucha por realizarse en esta
misma tierra nuestra.
Hoy conocerás la vida de Alberto Arvelo Torrealba, hombre de inmensa pasión por
el llano, sabio y poeta de esa tierra y su habitante, por cuya originalidad se le reconoce
como una de las mayores voces nacionales y cuya poesía forma parte del sentimiento y
la expresión de los llaneros.
C.M.
El horizonte y yo vamos
solos por la llana tierra:
me enlazó todos los rumbos
su audacia de soga abierta.
En las cantas fugitivas
dichas y afán se me quedan:
las labro a punta de gozo
las pulo a punta de penas.
“Que entre a las campiñas el agua
fecundadora; que no discurra más
ociosa a la vera de los labrantíos; que
no ruede más su riqueza día y noche
por los álveos, para ir a sepultarse inútil
en el océano.”
Tierra de inmensa planitud
El llano es tierra de inmensa planitud con horizonte que se aleja y se aleja a
medida que la transitamos. Plantarse en medio de él es sentir que sólo la
inmensidad existe, con sol o luna que parecen estar al alcance de la mano.
Además colores, olores y sonidos cambiantes, de acuerdo con la sucesión de
las horas y con una u otra estación del año.
Las dos terceras partes del territorio venezolano son sabana. Por ella corren
vientos viajeros: unos transportan las semillas, los alisios regulan el clima por
unas horas, otros se forman donde ha habido quemas. Viento barinés es
llamado uno ocasional que desde la Cordillera Andina se dirige a Calabozo,
vía Barinas. El barinés es viento de presagios, dice la poeta Luz Machado, pues
anuncia la lluvia.
Rómulo Gallegos la describió con la hermosura de su prosa. Así comienza su
novela Cantaclaro: la sabana arranca del pie de la cordillera andina, se extiende
anchurosa, en silencio acompaña el curso pausado de los grandes ríos solitarios que se
deslizan hacia el Orinoco … Muchos poetas han cantado al llano, desde Andrés
Bello en su Silva a la agricultura: …. el llano / que tiene por lindero el horizonte.
Francisco Lazo Martí en la Silva Criolla dice:
El llano es una ola que ha caído,
el cielo es una ola que no cae.
Un poeta actual, Eugenio Montejo, expresa la horizontalidad de esa tierra
diciendo que es donde la única montaña es uno mismo / o su caballo. Y Alberto
Arvelo Torrealba, su más tenaz cantor, la describe con sus propios elementos:
Cuando esta tierra anda en uno
legua y legua son el paso.
Más allá del lagunazo
sigue el infinito abierto.
También se llegó a preguntar si:
¿Será el inmóvil el potro
y lo fugaz la llanura?
Otras veces enreda los sentimientos en la vegetación:
Espérame, palmasola,
palma del camino, espérame,
que quiero zurcir nostalgias
con música de tus pencas.
El drama que impone a los hombres el rigor de esa tierra lo resumió en un
diálogo de dos personajes novelescos: Santos Luzardo (Doña Bárbara) y Arturo
Cova (La vorágine):
Se toparon los vaqueros,
muertos de sol los caballos.
- ¡Hermano, ah tierra bien sola!
- ¡Ah tierra bien dura, hermano!
El llano en la primera mitad del siglo XX imponía largas travesías al hombre
sobre su caballo, íngrimo, como si fuera el único humano que lo habitara;
siempre con cuchillo al cinto para defenderse de cualquier peligro animal o
humano, porsiacaso (morral) a cuestas con el condumio necesario para calmar
el hambre o aplacar la sed, camino a la faena cotidiana en los hatos. Era
también llano de misterio, de mitos y leyendas, y siempre de coplas
espontáneas para distraer la soledad y recordar ausencias, porque cualquier
llanero es coplero. Con razón Rómulo Gallegos escribió: Pero quien dice la
sabana, dice el caballo y la copla. La copla errante.
El chaparro, con el tallo retorcido por su fiera resistencia a la falta de agua y a
las quemas, es buen símbolo del aguante del llanero ante la inclemente
realidad donde desarrolla su vida. Era llano sin electricidad, sin caminos, con
paludismo y sin asistencia médica; donde los largos trayectos se ganaban a
trote de sobresaltos y atravesando ríos. Con noches llenas de temor por un
posible aparecimiento de La Llorona y, en la alta madrugada, por el terrorífico
silbido de El Silbón que hasta muertes súbitas ha ocasionado. Pero era y es
también llano de jolgorios con aguardiente y música propia, de joropo y de
contrapunteo, con los que la vida ruda se ablanda en expansión de alegrías y
sentimientos. Ese fue el llano de la infancia y primera juventud de Alberto
Arvelo Torrealba, el del siempre deseado regreso.
Un llano igual y distinto
En la sabana del estado Barinas, como en la de Portuguesa y parte de Apure,
la uniforme vegetación baja adquiere por el occidente matizada verticalidad,
pues en ese territorio comienzan las elevaciones de la Cordillera de los Andes
y hay sitios desde donde se divisan las montañas merideñas. En los días
claros, si ha habido nevadas, se puede contemplar el Pico Bolívar con su
corona de nieve. También se hallan rastros de civilizaciones indígenas:
petroglifos, montículos (cerros construidos por el hombre) y calzadas:
impresionante obra de ingeniería.
El llano de Barinas tiene un pasado de gran prosperidad agrícola, ha sido y es
llano que invita a la labranza de su tierra pródiga, que abriga bosques
madereros y codiciada fauna de caza. Es llano atravesado por ríos abundosos
de peces, muchos de ellos navegables, llano con riqueza de aguas
subterráneas. Tierra de ganadería de carne, de ordeño en pequeña cuantía y
de cantas. Tierra que sufre cada año, como el resto del llano, los rigores de la
sequía en verano:
Me dio lástima el pajal
¿qué hace con tanto rocío
sin una gota de verde
para su luto amarillo?
y de las inundaciones en invierno:
En Puerto Nutrias a veces
están las calles azules:
parecen una guitarra
con bordones de agua dulce.
y donde por igual se vive anualmente una primavera de la naturaleza y de los
sentidos, cuando con las primeras lluvias de marzo o abril se pasa del triste
espectáculo de las quemas a un nuevo reverdecer.
Sabana con apenas 1 habitante por Km2, con pueblos diseminados cerca de
los cuales corría siempre un río o por lo menos un caño. Las pequeñas
poblaciones del piedemonte barinés, en el occidente, tienen aspectos y
costumbres andinas .Territorio cuyas dos geografías juntan el río Santo
Domingo y otros ríos paralelos, en sus descensos de montaña a llano, antes de
caer en el Apure en sus trayectos hacia el mar. Donde las dos culturas suelen
convivir en horas de musical regocijo, porque el habitante del piedemonte
exterioriza sus sentimientos en notas melancólicas con acompañamiento de
violín y cuatro, y el de la sabana expande con orgullo su canto en coplas, con
acompañamiento de cuatro y maracas. Coplas que muchas veces se
multiplican en contrapunteos, en los que las improvisadas coplas de cada uno
de los dos cantantes (a veces más) se van sucediendo alternadamente y cada
intervención comienza con el último verso de la del contrario. Donde apenas
el palmar avisa la existencia de agua y es alivio para la vista cansada de la
horizontalidad sin variaciones, y donde el espinito brinda colorido y aroma
en la época de su floración y se mustia en la sequía:
Espinito pura espina
sin hojas y medio seco
cuando vengan las garúas
te retoñarán luceros.
El ancestro Arvelo
Es indispensable mencionar una y otra vez el apellido Arvelo cuando de
cultura literaria se trata, en Barinas y en Venezuela. Hombres y mujeres de
varias generaciones y ramas de la familia han sido promotores de veladas
artísticas, y más abundantemente, poetas. Los hijos de Alberto Arvelo
Torrealba: Alberto y Mariela Arvelo Ramos, cultivan hoy la palabra literaria.
Rafael, hermano del poeta, reunió sus crónicas en el libro: Guayabitas sabaneras
(1976).
A Alberto Arvelo siendo niño lo mandaban a pasar temporadas y a curar sus
fiebres palúdicas a Barinitas, al cuidado de unas primas mucho mayores que
él: Mercedes, Lourdes y Enriqueta Arvelo Larriva. De tanto ir allá se fue
involucrando en los sucesos familiares. Cuenta el primo Luis Alejandro
Angulo Arvelo que su madre, Lourdes, angustiada por la suerte del primo
Herman, que se encontraba gravemente enfermo, envió en busca de noticias
al niño Alberto, de 6 años, casa de un tío que vivía en el extremo diagonal de
la plaza. El niño regresó en carrera y gritando: -¡Se mudió! ¡Se mudió! Quizás
fue su primera intuición de lo trágico de la muerte. También participaba de
las actividades artístico-literarias que se sucedían en la casa de los primos
hermanos, en las que se representaban pequeñas obras de teatro, se hacían
cuadros vivos y se recitaban poemas. Alberto tomó parte en algunas con la
lectura de sus primeros poemas y posiblemente llegó a actuar. En las visitas
que Compañías de Variedades hacían a Barinitas presenció números que
incluían coplas alusivas a personas del lugar. En Barinas fue actor y autor en
veladas preparadas pro la madre y la hermana María Lorenza. La primera
versión de Florentino y El Diablo, en los años 30, fue una pieza de teatro escrita
en verso y en prosa, que se representó en Sabaneta, Dolores y Libertad, y en
ella Florentino sufre de amor por Maruja y es también retado por el Diablo.
Lo testimonia Víctor Mazzei G.
Tiempo después, coincidieron en la casa de Barinitas los tres grandes poetas
de la familia: Alberto Arvelo Torrealba, más Alfredo y Enriqueta Arvelo
Larriva, en reuniones tan animadas como candentes, según testimonia Luis
Alejandro Angulo.
En esa casa solían hacer escala ilustres hombres que iban de paso para los
Andes o de esa región regresaban; en una especie de homenaje del afecto al
famoso poeta y luchador, Alfredo Arvelo Larriva, víctima de prisiones y
destierros. Mientras tanto, Enriqueta permanecía en la casa solariega
modelando la voz de sus poemas. Alberto creó una poesía bien distinta a la de
ambos y a la de su madre, en correspondencia con su vocación de trovador:
Echando atrás la memoria, en examen minucioso, me doy cuenta de que había en mí
desde niño, una invencible vocación que yo llamaría trovadoresca. Esto es, a la
manera de los trovadores en la Edad Media europea: poetas cultos cuyas
composiciones o trovas eran acogidas por el pueblo y muchas veces cantadas.
Se explica entonces la dedicación de Alberto Arvelo al romance Florentino y El
Diablo, obra que trata de dos trovadores.
Como en Venezuela antes de la explotación petrolera la riqueza provenía de
la tierra, los Arvelo, como otras familias poseían fincas agropecuarias cuyas
ganancias les permitían vivir con holgura. El tío preferido de Alberto,
Nicandro, era dueño de la llamada “Santa Elena”, en los alrededores de
Barinas, y cerca estaba “Guamito”, la del tío Alfredo. Pero sucedió que el
caudillismo multiplicado que siguió a la Guerra Federal, que exigía entrega
de bienes para la satisfacción de necesidades y ambiciones, más los saqueos y
préstamos nunca pagados, los redujeron a la pobreza. El poeta siempre vivió
con sobriedad. No buscó riquezas materiales. Es conocido que de los cargos
públicos salió más pobre que cuando se encargó. Mientras otros funcionarios
se mudaron a lujosas mansiones, él permaneció con orgullo en la casa que
pagaba por cuotas. Cuatro alambradas de cielo alinderan mi heredad y une la
manga del viento al oriente con mi alar. Es la respuesta a la pregunta de si tenía
un hato, que le hizo Orlando Araujo en una entrevista imaginaria.
“Los abuelos gerifaltes” es un poema de Alfredo Arvelo Larriva, donde
refiere la condición de fundador de la ciudad del abuelo de origen vasco y su
colaboración con el ejército patriota, durante la Guerra de Independencia en la
región:
Al barinés don Rafael María
Arvelo y Castañeda Isarrandiaga
Bolívar dio la dura prez que halaga
su ardor de juventud y gallardía.
Cuando el abuelo se ganó el grado de Comandante de Caballería con su
hazaña guerrera, inició una tradición liberal en la familia, la cual han honrado
con su conducta no pocos descendientes. Alfredo Arvelo Larriva fue
prisionero de Juan Vicente Gómez, Alberto Arvelo Torrealba también. Estuvo
preso en un calabozo del Castillo “Las Tres Torres” de Barquisimeto, por
sumarse, en 1929, a la rebelión del General José Rafael Gabaldón, el Rebelde
del Santo Cristo. Poeta al fin, ese año ganó el certamen de El Heraldo, de
Barquisimeto, con el poema autobiográfico “Aires de tierra llana”. Galante
como era, la rosa de oro del galardón se la dio a guardar a María, hija de su
amiga Teresa Gabaldón.
En un estado y una ciudad arruinados por avatares históricos, de escasa
cultura artística, la familia Arvelo ha establecido una tradición de arte y
espiritualidad: especie de frescor como el del palmar en medio de la sabana
carente de vegetación alta. Ese ancestro familiar y las peculiaridades de origen
geográfico fueron determinantes en el surgimiento y desarrollo de la
personalidad y de las dos pasiones de Alberto Arvelo Torrealba: el llano y la
poesía. Para él ser llanero es un gran limpiador de males de la piel, de la sangre, del
espíritu y el gran poeta es la conciencia de una colectividad. Ambas definiciones
son adecuadas al hombre y al poeta.
Las distintas vocaciones
El nacimiento en Barinas, el 3 de septiembre de 1905, en el hogar formado por
Pompeyo Arvelo Rendón y Atilia Torrealba Febres de Arvelo, significó para
Alberto Arvelo Torrealba despertar al mundo en un ambiente familiar culto y
con abolengo social. Los padres, además del amor, compartían el interés por
el arte y la literatura, lo que hizo de la vivienda familiar, casa de poesía, de
música, de libros y de veladas. La biblioteca de la casa le nutrió desde niño el
espíritu y le brindó la oportunidad de comenzar a hacerse el lector que
siempre fue. Más de una vez recordó públicamente cómo su padre se
sacrificaba para adquirir todos los números de El Cojo Ilustrado, importante
revista cultural que se editó en Caracas (1892-1915) y que mucho contribuyó a
su formación literaria. A una carta enviada a Rosa Benigna Ramos Calles, en
1934, la acompañó de revistas y de un ejemplar de Platero y yo: Me parece tan
primorosa y sugestiva (la edición) que me acorde de usted. Con ella casó después en
Acarigua, el 26 de febrero de 1936 y fundó un bello hogar.
Doña Atilia motivaba la rutina doméstica siendo promotora de veladas en su
casa y escribiendo poemas. Cantares y leyendas es el título del libro que publicó
en 1927. Alberto reconocía que: Mi madre contribuyó a mi inclinación por el arte y
la belleza. Aislada en su medio y su cultura, escribía poesía. También asociaba a esa
vocación la lectura del álbum de recortes, con poemas sacados de periódicos y
revistas, que conservaba su hermana María Lorenza.
La personalidad de doña Atilia se hacía sentir en la ciudad de Barinas y en
otras poblaciones del estado, hasta el punto que varias leyendas se crearon
alrededor de su persona. José León Tapia la hizo personaje de su novela Tierra
de Marqueses (1977) y relata como duraba tiempos encerrada en su casa blanca
escribiendo poemas y cómo su fama de poeta atraía gentes de varios lugares a
pedirle que les escribiera versos para sus novias. También dice que ella,
mientras cuidaba los claveles, los lirios blancos, los malabares, les hablaba al
igual que a lo arrendajos, cristofués, paraulatas y garzas rojas que
permanecían en jaulas de su jardín, mientras los alimentaba. Y era capaz de
mantenerse en vigilia esperando la madrugaba en que floreciera y perfumara
la Dama de noche. La más extravagante leyenda es la de cuando afirmó que
dos extranjeros rubios que habían llegado a la cárcel de la ciudad desde la
selva del río, eran el Archiduque de Austria y su criado de confianza, quienes
escaparon de la corte para correr la aventura de la riqueza de América. Les
dieron tratamiento de nobles, hasta que fueron enviados a Caracas para que
se aclarara la duda.
También la personalidad de doña Atilia se hizo sentir en la conducta del hijo.
Cuando en 1918, junto con dos compañeros, Alberto fundó Ecos de la Escuela
Roscio, un periódico que reseñaba noticias de la ciudad de Barinas, a ella no le
agradó que le atribuyeran los poemas de su vástago, como había sucedido en
el número 2 con Una vaquita lebruna, y el periódico no llegó al cuarto número.
El padre como empleado público devengaba lo necesario para el
mantenimiento de la familia. Además, don Pompeyo alentó su espíritu de
aventura acompañando a su hermano Nicandro en tres o cuatro expediciones
de negocios a Río Negro, en la Guayana Venezolana. Esa zona de explotación
cauchera era, a principios del siglo XX, un atractivo para ir a tentar fortuna.
Como dichas expediciones eran frecuentes y los Arvelo Angulo eran 26
hermanos, en todas ellas siempre había algún miembro de la familia. Don
Pompeyo, más tarde, contó al hijo Alberto los riesgos y peligros vividos
entonces, con detalles sobre las dificultades de los viajes de ida y de regreso.
El hijo, cuando se hizo escritor, exteriorizó la emoción retenida a causa de
esos relatos: Bajo ese influjo, navegante de las blancas vaguadas imaginativas, fui de
todo corazón un cauchero.
Cauchero fue Alberto Arvelo sólo en el deseo de la aventura. En su realidad
de infancia y juventud en la sabana fue nadador a pie de ríos profundos,
pescador que caminaba por los playones de los ríos con arpón al hombro,
dispuesto a la pesca en pozos hondos. También fue jinete desbocado, con el
torso desnudo, bajo la lluvia. Se iba al hato de un tío y al no más empezar el
aguacero, se quitaba la ropa y montaba un potro en pelo, a galope, bajo el
agua:
Confundiánse en lluvia la llanura y el cielo.
Y gocé el baño al raso, sobre el caballo en pelo,
por la pampa, al galope, bajo el rudo chubasco.
(“Baño al raso”)
Una vez ganó un concurso de natación y la persona que le entregó el premio,
consistente en un juego de bellos colgaderos de hamaca, le dijo: Usted
aprendió a nadar en chorreras (donde la corriente del río es más fuerte). A lo
que el poeta respondió: -¿Y cómo lo sabe? Y su interlocutor: - Porque el que
aprende a nadar así, nada con el pecho afuera. Era su manera preferida de
nadar, pues así cortaba la avalancha de las aguas con el filo del pecho.
Lo de cazador era combatido por la familia, pero él no resistía la tentación: Me
fugaba con la escopeta a cazar. Yo tenía muy buena puntería, y dejaron de
reprochármelo, porque cuando gastaba un real en pólvora, traía a la casa una pieza de
dos bolívares. Cuenta que se iba bajo el sol caliente y permanecía hasta la
noche, en un chinchorro colgado entre dos chaparros, esperando la
oportunidad propicia para hacer el disparo. Una vez en Moritas, en una ribera
del río Boconó, él y dos compañeros, luego de una jornada de ocho horas,
pescaron más de cien kilos de cachamas y chernas (especie igual o superior a
las truchas). También, entre los rudos aprendizajes de hombre de llano, llegó
a ser un certero tirador de cuchillo y muy habilidoso para dirigir pedradas
adonde apuntara.
Paralelamente a esos deportes y distracciones propios de los llaneros, la
persona taciturna, con cara de distraído, penetraba calladamente en la
interioridad de las personas; reflexionaba acerca de lo hermoso y lo trágico de
la vida en el llano y sobre posibles soluciones a los males que presenciaba. En
otro aspecto, su formación cultural le señalaba el derrotero del estudio
sistematizado para adquirir una profesión universitaria. Contó que alguna
vez quiso ser médico para andar recorriendo el llano, los caños y los ríos, curando al
pueblo de sus grandes males. En 1929 se inscribió en la Escuela de Medicina de la
Universidad Central de Venezuela, pero fue expulsado por causas políticas.
Era uno de los estudiantes de la rebelión contra la dictadura de Juan Vicente
Gómez, de 1928. Después no continuó esos estudios. Luis Beltrán Prieto
Figueroa fue testigo del sablazo recibido entonces por el poeta en un dedo de
la mano, que le dejó marca. La decisión por la Medicina había sido
consecuencia de la inmensa admiración que sentía por el médico, guerrillero y
poeta Francisco Lazo Martí, quien dedicó su vida a ser activo combatiente
contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, médico al servicio de todos los
que, en la geografía del llano insalubre de principios del siglo XX, requirieran
de su ciencia, y poeta cantor del llano.
También Alberto Arvelo llegó a pensar en la música como medio de encauzar
su vocación de servicio. Se dispuso a aprender a tocar guitarra y cuatro; pero
él mismo declaró que no logró aprender a tocar la guitarra ni a darle al cuatro
ritmo criollo. En la musicalización que hizo de un poema de Leopoldo
Lugones se detuvo su carrera musical. Y en cuanto al baile, le gustaba el
joropo, pero dicen que lo bailaba muy mal. También le atraía el tango.
Al final se decidió por estudiar Derecho, lo más cercano a su vocación
literaria, entre las escasas opciones profesionales que Venezuela podía ofrecer
en la época. Lo cierto es que se graduó en 1936 de Doctor en Ciencias Políticas
en la Universidad Central. Seguramente la constatación de los males sociales,
tan presentes en el llano, le señaló la utilidad del conocimiento en materia de
leyes, puesto que le permitiría contribuir a la superación del primitivismo que
allá imperaba. No estuvieron fuera de la decisión las enseñanzas recibidas del
Maestro Rómulo Gallegos en el Liceo “Caracas”, en cuanto a la necesidad de
que Venezuela comenzara a sustituir por normas legales el imperio de la
fuerza bruta o ley del más fuerte. Además de que vivió de su profesión de
Abogado, bien útil le fueron sus conocimientos legales en el desempeño de
cargos públicos como: Secretario de Gobierno del Estado Portuguesa (1937),
Gobernador del Estado Barinas (1941-44); Cónsul en Paris, Embajador en
Bolivia (1952) y en Italia (1953), Ministro de Agricultura y Cría (1953-55). A
pesar de que en la madurez llegó a declarar públicamente: Tal vez hubiese
resultado mejor médico que lo que soy como abogado. Era solamente un decir.
Para ser poeta, su mayor y más auténtica vocación, le bastaba la remembranza
de su vida llanera, siempre motivo de emoción y reflexión. A la sabiduría de
la tierra de origen y de su habitante la volvió poesía; no poesía espontánea
como la del llanero común que versifica con facilidad, sino poesía trabajada
con esmero y con apoyo en la cultura literaria adquirida por cuenta propia y
sin tregua. La suya es poesía que surgió del llano y de él extrajo todas las
imágenes con que expresa la esencia de la tierra y el sentir del llanero, y que
va a éste como dádiva interpretativa de él mismo en su entorno, y va también
a todo hombre sentimental y sensible a lo telúrico:
El cerro sale a lo llano,
la noche a la mañanita,
¿Hasta cuándo iré yo a andar
tu recuerdo sin salida?
Llanos, y llanos, y llanos
crucé por ir a “Tu olvido”
y tras tanto caminar
llegué a “Te quiero lo mismo”.
Los dos por la tierra larga
- noche azul y silenciosa-
Me sentí jagüey la vida
entre la luna y la novia.
Yo aprendí en tierra abismada
lección que no tuvo treguas:
ir engañando las leguas
con el silbo y la tonada.
La ciudad marquesa venida a menos
El estado de antigua riqueza agropecuaria, que exportaba tabaco, añil y café,
por la red fluvial de su territorio, famoso en el mundo por la calidad de sus
productos, en el siglo XIX tuvo una ciudad blasonada y marquesa. El escudo
enviado por la Corona española se conserva como símbolo de un ilustre
pasado. Del Marqués de las Riberas del Boconó y Masparro, José Ignacio del
Pumar, quedaron las ruinas de su palacio y el recuerdo de su contribución a la
causa emancipadora.
Los edificios de data colonial en el centro de la ciudad de Barinas han sido
testigos y sujetos en el tiempo del paso de la prosperidad a la ruina y de la
ruina a la reconstrucción: la Casa del Cabildo, hoy Casa de la Cultura; la
Catedral, el Palacio del Marqués, hoy Casa de Gobierno; la casa de los Pulido,
hoy Museo “Alberto Arvelo Torrealba” (desde 1981). Los destrozos de la
Guerra Federal, en 1859, de la que se decía que los hombres “peleaban como
tigres y desaparecían como fantasmas”, incluyeron la quema de la ciudad. En
la cercana Santa Inés se libró una brillante batalla por la estrategia
desarrollada por Ezequiel Zamora. En el escudo del estado figuran el nombre
de esa batalla y el lema: Dios y Federación. Debido al desastre y la pobreza las
casas de tejas fueron sustituidas por viviendas de bahareque y techos de
palmas, degradando el aspecto de la ciudad y las condiciones de la vida
familiar. En estas últimas décadas del siglo XX es cuando se constata un
impulso de conversión en moderna ciudad. Barinas, al fin, se recupera, como
el Estado, de su largo decaimiento.
Oyendo los relatos de las remotas glorias en época de la Independencia, de la
pasada prosperidad del Estado Barinas, de la ciudad y de la familia, creció
Alberto Arvelo Torrealba. Los destinos paralelos de abolengos y riquezas
devenidos en pobreza y aislamiento fueron su realidad.
El profesor inolvidable
Por el entusiasmo y la sapiencia con que trataba los temas de clase, Arvelo
Torrealba fue un profesor inolvidable. Por frecuentes olvidos de las horas de
comienzo de las clases se presentaba tarde, alargaba la clase ocupando el
horario de otros profesores y los alumnos se ponían nerviosos ante la
situación. Acostumbraba usar sus propios poemas en las clases de literatura y
no faltaban las humoradas dichas con cara seria, como buen humorista que
era. Manuel Rodríguez Cárdenas recordó en un discurso que gentes de paso
se detenían a oírlo frente a la ventana que separaba al aula de la calle y al
final, aplaudían.
Siendo presidente del Consejo Técnico del Ministerio de Educación (1940) un
grupo de ex alumnos del liceo “Lisandro Alvarado” de Barquisimeto solicitó
un audiencia para plantearle un grave problema que confrontaban con un
profesor. Arvelo les facilitó el viaje a Caracas, los oyó y dialogó con ellos. La
decisión fue tomada a favor de los alumnos y el profesor fue destituido.
Ya graduado de bachiller, para distraer el ocio por la universidad cerrada, se
fue a Barinas y trabajó como maestro. Al regreso a Caracas fue profesor en los
colegios: “Sagrado Corazón de Jesús”, “Los Dos Caminos”, “San Pablo”,
“Sucre”, y de los liceos: “Andrés Bello”, “Fermín Toro”, “Caracas” y el
Instituto Pedagógico. La cátedra y el tribunal se alternaron con naturalidad en
su vida. El Derecho lo ejerció hasta el final de sus días.
Como Presidente del Estado Barinas fundó en Barrancas el Internado Rural
“El Libertador” (IREL) con miras a que los jóvenes aprendieran un oficio
provechoso y no se quedaran varados en sus esperanzas. Se les enseñaba a sembrar,
mecánica de tractores, canto y amor por Bolívar y otros valores de la patria.
Fue famoso el Conjunto Coral del IREL. Acostumbraba ir allá semanalmente
de visita con ropa de llanero, cuatro en mano y copla a flor de labios. A él le
gustaba ponerse alpargatas, franela y sombrero pelo ´e guama, cada vez que
podía. Así recibió a una periodista, en el fundo “Uverito” de su cuñado, que
lo fue a entrevistar por haber ganado el Premio Nacional de Literatura. En la
ciudad usaba sombrero borsalino.
Antes de que en Israel se crearan los kibbutz o escuelas-talleres agrícolas,
antes de la fundación en el país del Instituto Nacional de Cooperación
Educativa (INCE), en 1942, Arvelo Torrealba concibió esas instituciones
agrícolas y artesanales a fin de preparar como trabajadores a jóvenes sin
recursos para seguir estudios. El IREL fue clausurado poco después de su
renuncia como Presidente del Estado Barinas.
Refirió una vez Raúl Blonval la respuesta que le dio el Presidente Arvelo
cuando fue a pedirle empleo mientras ingresaba en la universidad: -Como
Bachiller no sabes hacer nada. En Venezuela los Bachilleres o son mujiquitas o son
maestros: te voy a nombrar maestro del IREL (Ecos del Llano, mayo, 1971).
La pasión fluvial
Recorro las etapas de mi vida.
Estos son mis ríos.
(G. Ungaretti, trad. A.A.T.)
En el llanero la huella interior de la tierra extendida es inseparable de la
mutable presencia de los ríos que la surcan. El haber crecido oyendo a toda
hora el río Santo Domingo, que corría a cien metros de la casa sonajero en las
noches de verano, atronador en las de invierno, familiarizó a Alberto Arvelo
Torrealba con las aguas fluviales. Cada quien va a lo que le gusta. A mi hermano le
gustaban los toros y resultó coleador, a mi me ha gustado siempre el agua.
Consideraba que su predilección por los ríos era cosa de herencia. Su padre
para hacerse cauchero se iba de río en río desde Barinas hasta el Orinoco, y en
San Fernando de Atabapo se introducía en la selva, en curiaras.
Las remembranzas de los años de infancia y juventud se le presentaban
empapados de aguas con nombres de caños y de ríos: Guanare, Caipe,
Pagüey, Boconó, Masparro. Sus riberas y corrientes supieron de sus disfrutes
de nado, de pesca, de navegaciones, y también de muchas contemplaciones.
El paso Juan Pablito, en el Santo Domingo, fue el preferido en la niñez, por la
fuerte chorrera y el hondo remanso que allí encontraba. En las piraguas que
construía con sus compañeros, con cañas bravas sujetas con lianas, hacía de
Armador. Varias veces en las aventuras hubo naufragios, pero la destreza de
los nadadores impidió la tragedia.
Con orgullo decía que antes de obtener el certificado de Primaria Superior y
de familiarizarse con los escritores clásicos que lo formaron, ya había
aprendido a nadar con personal estilo y a dirigir la canoa entre carameras
(restos de troncos de árboles en la corriente de un río). Como canoero
practicaba el riesgo de ir de un extremo a otro de la embarcación y volver
corriendo hacia el extremo inicial, para ganar espacio. También condujo, por
puro placer, la canoa “Mucuritas” del Concejo Municipal y en ella solía
desplazarse por la margen izquierda del Santo Domingo. En el breve
recorrido de Torunos a El Real llevaba a veces a las hermanas y a algunas
amigas. A los 20 años versificó la impresión de uno de esos paseos, cuando la
curiara le parecía cual un bendito tronco / que hubiese echado rosas / en la mitad del
río.
De viaje por Europa, a la vista de cada río recordaba, por comparación o
contraste, los ríos de Venezuela. Contemplando diez barcazas que transitaban
el Sena parisino, más pequeño que el Orinoco y el Apure, reflexionaba sobre
la vida flotante que podrían tener los ríos nacionales. Recorriendo el Beni, al
mando de una embarcación y en compañía de cinco embajadores, en Italia,
sintió hondas resonancias de la naturaleza de origen: Qué maravillosa similitud
en las líneas y la luz del paisaje; qué hermandad en la riqueza, en la preñez de
porvenir, en la solidez y el abandono. Ante el fluvial embrujo, un rezago de juventud
me sacudió los músculos y me pasé el río dos veces bajo el pecho desnudo. En un
atardecer lo llegó a navegar solo, en curiara. Es que en cualquier parte, la
pasión fluvial lo poseía.
Desde tempranos años comenzó a pensar y a documentarse sobre la
importancia histórica y la potencialidad de los ríos del occidente del país, y en
1952, Caminos que andan (Panorama y destino del Oeste Venezolano), dio
cuenta de esa preocupación, mientras se desempeñaba como Embajador en
Bolivia. El libro, dijo en 1971, era un libro que se quedó en La Paz y ahora vuelve a
Venezuela. Los maltratos de salud le hacían sentir que estaba viviendo sus
últimos años, razón por la que deseaba que fuera conocido lo más pronto por
sus coterráneos. Con cuánta angustia y amor lo revisaba y ampliaba para la
edición que haría la Gobernación del Estado Barinas. Le correspondió al poeta
Carlos Augusto León, su frecuente visitante, testimoniar ese último empeño
del poeta y complacerle en la lectura de algunos capítulos. Desde la
postración a la que lo había reducido la diabetes, exteriorizó en el diálogo su
pasión por los ríos del llano, las aventuras en ellos y la preocupación porque
dejaran de ser fuerza amenazante para el hombre y se les pudiera regresar a la
condición de navegables.
Ni las noticias últimas sobre su enfermedad, nada buenas, le disminuyeron el
humor que el poeta acostumbraba desplegar en el trato familiar y amistoso.
Al no más serle amputada la pierna izquierda hizo enviar a un amigo y colega
un telegrama: Pata condenada a muerte. Apelación denegada. Sentencia ejecutada al
amanecer. En familia decía: Barinas ya tiene su cojo. También expuso la
posibilidad de que la pierna amputada pudiera serle sustituida por un trozo
de árbol de sus llanos, para así estar de nuevo en contacto con la tierra y otra
vez florecieran sus versos.
Ni él ni ninguno de los que estaban a su lado pensaron que ésa sería su última
tarde. Murió al amanecer del 28 de marzo de 1971. La muerte se adelantó al
homenaje que le preparaban en Barinas con motivo de la reedición de Caminos
que andan, que salió ese mismo año y fue presentado sin su presencia. En esas
páginas está íntegro el hombre fluvial y el llanero de serias preocupaciones
por un destino de prosperidad para su tierra y para Venezuela. Menos mal
que cuando, en 1966, el Colegio Médico de Barinas le rindió un homenaje por
haber ganado el Premio Nacional de Literatura, el poeta le pidió a José León
Tapia: Reúneme mañana a mis amigos de infancia y juventud que van quedando,
pues quiero conversar con ellos sobre lo que nos ha unido siempre. Y se celebró una
ternera en el hato “Garzas” de Guillermo Febres (el Meneno del poema
infantil) con los viejos amigos, incluido el patrón de “Mucuritas” y cantadores
de Santa Inés. Fue un emotivo encuentro para revivir el sabor de la tierra
nativa y actualizar recuerdos. El último que tuvo en tierra barinesa. Como
Albertico estaba en Europa, al recibir la fatal noticia viajó de Colonia a París,
buscó la casa que habían habitado, la escuela en la avenida George V, y frente
a ellos permaneció horas recordando su vida de infancia junto al padre y los
versos que él acostumbraba repetir.
Los caminos que andan
A la pasión fluvial, sumó Alberto Arvelo la preocupación fluvial. La angustia
por el descuido de los ríos: talas en sus cabeceras, mal uso como portadores
de desechos, lo hizo adquirir conocimientos conservacionistas. En la
restitución de esos “caminos que andan” veía una nueva prosperidad para el
occidente del país. Los pensaba otra vez uniendo poblaciones y facilitando el
traslado de gentes de la tierra sin humus (la montaña), a la que consideraba
tierra de promisión: No hay derecho a que el hombre marchite lo mejor de su vida
recogiendo cosechas mínimas, cuando apenas a 100 kms. de sus descarnados
sembradíos hay comarcas ociosas donde podría percibirlas óptimas, con margen para
dedicarle algunas horas al riego espiritual de los secanos íntimos”.
Cuando fue Presidente del Estado Barinas ordenó el dragado y despeje de los
principales ríos, a pesar de los escasos 60.000 bolívares mensuales de
presupuesto. Un día le contó emocionado a su exalumno Francisco Vera
Izquierdo que había visto construyendo un bongo a orillas del Masparro, lo
que no había sucedido en los últimos 50 años. También se interesó en hacer
campaña antipalúdica.
En la lectura de Caminos que andan está presente el escritor de serias
reflexiones sobre geografía, economía, política y habitante de su tierra
entrañable, quien ni en el exterior desaprovechó oportunidades para divulgar
las condiciones de la naturaleza de la tierra llana como factor de progreso. En
el prólogo alerta: No ha dejado de parecer extraño que siendo yo abogado y no
geógrafo ni economista, versado en hojas de códigos y no de agrestes espesuras,
diplomático a veces y nunca anotador de coordenadas, coplero, sembrador de espinas y
espinelas (coplas), haya escogido como tema de mi primer libro de ensayos éste de tan
complejo fondo y trascendencia, como es el de nuestra proyección neoeconómica de los
Llanos Occidentales. Lo que sucedía es que la pasión de Arvelo por el llano era
tánta y múltiple, que no descuidó ningún aspecto para su total conocimiento.
El gran poeta de las coplas cultas
El niño Luis Alberto, que así se llamaba por haber nacido el día de San Luis,
pasó toda una noche en vela componiendo su primera copla:
El canoero del Caipe
le dijo al del Boconó:
mi río es más grande que el tuyo
y al otro no le gustó.
Ya su mente y su espíritu comenzaban a ser habitados por la geografía del
llano y sus personajes de leyendas, a los que inmortalizó en su poesía. El mito
de Florentino y el Diablo fue el más persistente, como veremos. A otros, como
el Canoero del Caipe, los trató en un solo poema, en este caso, impactante. La
estrofa inicial resume el drama:
Al caonero del Caipe,
que era un catire apureño,
le quitó el amor de golpe
quien lo quiso tanto tiempo.
Ese primer desvelo poético también fue el inicio de la familiaridad con la
copla: estrofa generalmente de cuatro versos de ocho sílabas (octosílabos)
cada uno, en la que dos de los versos riman entre sí y los otros dos quedan
libres.
Unos 30 años transcurrieron entre esa primera copla y Cantas (1933), el libro
de la revelación como máximo poeta del llano. Fue el libro de la sorpresa ante
una poesía motivada por la sabana y escrita en las formas de la poesía
popular, pero distinta. Al libro lo consideró Mariano Picón Salas un verdadero
acontecimiento nacional. Humberto Cuenca dijo: el paisaje del joropo y el corrío va
a tener puerta de entrada en nuestra literatura culta. Cantas ha conservado su
importancia por el modo particular de cantar al llano y a su habitante, desde
las dos interioridades siempre reunidas. El abundante uso de la segunda
persona del singular con la sabana y con la gente, refleja la intimidad que el
poeta estableció con ambos:
Sabana de secos tallos De puro mirar el llano
uno te aprendió a querer tus claros ojos verdean
en boca de tu mujer porque tienen las ternuras
en lomo de tus caballos. del color de lo que sueñan.
Cómo tendrás de congojas
que ya no te quedan ni hojas
arbolito sabanero.
El poeta no se queda en la pura contemplación del paisaje, sino que lo trata
como a un ser humano:
La trocha pelada y fija Y digo a la Virgen
el MAC nos subió la leche Madre milagrosa:
el INOS nos subió el agua líbrame del mundo,
y el Municipio los frentes. del Diablo y de Rosa.
(Aguinaldo familiar)
En los más o menos 30 años transcurridos entre la primera copla y Cantas, se
creció el poeta. Mucho ejercicio de escrituras, muchas lecturas: las novelas de
Rómulo Gallegos, Ricardo Güiraldes, José Eustasio Rivera; la poesía de José
Hernández, Francisco Lazo Martí, más los autores clásicos; muchas
meditaciones, hasta alcanzar su personalísima expresión, distinta a la de la
multitud de versificadores de sabana que lanzan sus coplas en cumplimiento
de aquel: me van saliendo los versos / como agua de manantial. Ellos miran la
sabana en su paisaje y costumbres, o en comparación con algún sentimiento.
Alberto Arvelo Torrealba halla en cualquier elemento del paisaje pasiones y
sentimientos, y trama sus comportamientos con sentires y estados del espíritu
humano:
Mi madre bordó en cariños
su rosaleda fragante:
le pagaron poda y riego
con hondo amor los rosales.
Cómo se fue la garúa,
cómo se vino el verano,
cómo se estira a lo lejos
el canto del taro-taro.
El amor abunda en las coplas de Arvelo Torrealba, siempre involucrado en la
naturaleza del llano:
Me cogió la noche negra Este campo que tú cargas
en los esteros de Arauca todo en ti, guariqueñita.
y me fui para tus ojos ¡Tan caña dulce tu boca,
por la pica de una canta. tan jagüeyes tus pupilas!
¡Cómo se ponen de amargos
los mediodías llaneros!
(Se puso a soñar la sombra,
se acordó de tus cabellos).
Otras coplas de Cantas expresan ideas, mueven a pensar:
Quién es por fin, quien se queja
cuando el fuego lame el agua,
¿o el agua porque se quema
o el fuego porque se apaga?
Lejos rezongan los cardos
tristes porque no retoñan:
- Si al rosal siempre lo riegan,
¿qué gracia es que tenga rosas?
Para mentiras el pueblo,
para verdad la llanura.
Cuando ves la luna entera
ves no más que media luna.
Y no faltan en el libro temas de interés para los niños, bien porque el poeta les
inventó un poema, como en el caso de “Meneno”.
Meneno, esta mañanita
el pollinito lanudo
corriendo en el callejón
se ganó a todos los burros.
o porque trató un tema del folklore para ellos, como es el caso de Tío Conejo:
Vida de Tío Conejo / yo la cuento y tú la cantas.
A partir del verso octosílabo y la copla, en Cantas Arvelo inventó la “canta”, a
la que definió así: Las saetas populares atraían mi interés, y la copla se hizo
canta, forma micropoemática por mí ideada, en que la cuarteta del medio
sugiere unos compases de cuatro, entre las dos voces de un contrapunteo
breve y estilizado breve y estilizado. En la canta Nº 31 el poeta usa nombres
de lugares del llano para expresar la soledad y los recuerdos:
Me voy por esta sabana
- arpa que afinó el silencio –
duros bancos de “Voy Solo”
caminito de “Agua Lejos”.
Rinconada de “Los Bueyes”
arenales del “Olvido” …
En el alma de estos nombres
le “florió” pena al camino.
Caminito de “Agua Lejos”
sembré una palma de olvidos
y me retoñó recuerdos.
Que Dios lo tenga en la gloria, en un sepulcro de cantas, se limitó a decir Miguel
Otero Silva cuando murió Alberto Arvelo Torrealba.
También poeta de romances y décimas
Por la decidida preferencia del poeta por el octosílabo y sus combinaciones
propias de la expresión del llanero: copla, romance y décima, en el pasado
quedaron definitivamente el soneto y los versos y estrofas con otras medidas.
ya en Cantas, después de las 45 “cantas”, aparecen usados el romance: “Ojos
color de los pozos”, “El Canoero del Caipe”; y la décima en “Álbum de
Mariela”. Antes, en Música de Cuatro había anunciado un libro de romances,
que no publicó.
De unidades de cuatro décimas está compuesto Glosas al cancionero (1940). En
cada poema el autor glosa alguna copla popular, una suya o una de otro
autor. Como es característico en las glosas, cada estrofa concluye con un verso
de la copla escogida. En ellas el poeta mostró igualmente la riqueza de su
canto único, la imaginación para poetizar a su manera el universo escogido, el
conocimiento del idioma castellano tanto culto como popular-regional y la
lograda destreza para versificar:
Contándole los luceros
a la noche millonaria
atraviesa solitaria
la copla por los esteros
Los caminos sabaneros
van como ánimas en pena.
La luna finge en la arena
la estela de una piragua:
¡Qué malo el mundo sin agua!
dice la garza morena.
No me preguntes la clave
de mis cantares dispersos;
si yo muy bien se que en versos
la mujer es la que sabe.
Mas si te me quedas grave,
si tu madre te mandó
a que me digas que no,
yo con la vida hecha zarza
cantaré como la garza:
ahora sí me muero yo.
Son las dos últimas décimas de la glosa de la copla popular:
Canta el patico yaguaso:
la laguna se secó.
Dice la garza morena:
ahora sí me muero yo.
Fue nativista Alberto Arvelo, término que corresponde a los poetas que
expresan lo genuinamente venezolano, según el mismo lo aclaró.
La obsesión de Florentino y el Diablo
De la magia de la sabana escogió Arvelo Torrealba el mito de Florentino y el
Diablo para convertirlo en romance propio. De los más de 30 años que dedicó
obsesivamente a hacer versiones del poema resultaron tres principales: la
primera, en 1940 (1ª. ed. Glosas al cancionero) , con 280 versos; la segunda, en
1950 (2da. ed. Glosas ….) con 460 versos y la tercera, en 1957 (Florentino y el
Diablo), con 1.500 versos. En el prólogo del libro donde reunieron las tres
versiones (1985) los dos hijos opinan: Fue escrito y expandido tres veces, con tal
severidad de transformaciones, con tantos versos renacidos o incorporados a cada una
de las tres versiones, que casi podría hablarse de tres poemas distintos con unos versos
comunes y un tema permanente. Después Arvelo sólo escribió poesías sueltas. El
propio hijo le reclamaba por carta un nuevo libro, le decía que todos los
venezolanos que había conocido en Argentina se sabían alguna copla suya,
sentían a Venezuela en sus versos.
El mito de Florentino y el Diablo existe en otros países del continente con
geografía de sabana, y tiene distintos finales y nombres de personajes. En
Argentina, por ejemplo, se llama Santos Vega, quien al ser derrotado por el
Diablo muere triste y avergonzado. En Venezuela, en cambio, Florentino, con
inteligencia y astucia, le gana al Diablo antes que éste lo haga su presa:
El Diablo
Ceniza será su voz,
rescoldo de muerto afán
sed será su última huella
náufraga en el arenal,
humo serán sus caminos,
piedra sus sueños serán,
carbón será su recuerdo,
lo negro en la eternidá,
para que no me responda
ni se me resista más.
Capitán de la Tiniebla
es quien lo viene a buscar.
Florentino se restea al aceptar la invitación del misterioso personaje que una
noche de tormenta se aparece para invitarlo a contrapuntear, y tuvo la
ocurrencia de alargar el canto hasta las primeras luces del alba, cuando invoca
una retahíla de vírgenes y santos:
Florentino
Mucho gusto en conocerlo
tengo señor Satanás.
Zamuros de la Barrosa
salgan del Alcornocal
que al Diablo lo cogió el día
queriéndome atropellar.
Sácame de aquí con Dios
Virgen de la Soledá,
Virgen del Carmen bendita,
sagrada Virgen del Real,
tierna Virgen del Socorro,
dulce Virgen de la Paz,
Virgen de la Coromoto,
Virgen de Chiquinquirá,
piadosa Virgen del Valle,
Santa Virgen del Pilar,
Fiel Madre de los Dolores,
dáme el fulgor que tú das,
San Miguel dáme tu escudo,
tu rejón y tu puñal,
Niño de Atocha bendito,
Santísima Trinidá.
Entonces el Diablo, señor de las tinieblas, huye espantado y Florentino
termina ganador en la contienda poética.
Arvelo respetó la historia del mito recogido de la tradición oral. Los dos
protagonistas, al igual que otros personajes literarios, fueron sus íntimos
compañeros, hasta el punto que a seis de ellos y a todos los grandes corazones
que palpitan en los libros de América dedicó Glosas del Cancionero. A Florentino y
al Diablo los trataba como a seres vivientes, los juzgaba, los unificaba en un
común amor a la belleza y con ellos ejercitaba su humor. En carta a Antonio
Estévez (Acarigua, 6-12-61) le confesó lo acosado que se sentía por los dos
para que siguiera la porfía, pero, afirma, no lo iban a lograr. El más interesado
era el Diablo porque no se conformaba con haber perdido la batalla, pues: sé que el
jinete del trote sombrío anda diciendo por los hatos de Barinas que pedirá la nulidad
del poema, porque en su último canto hubo milagro, patentizado en adelanto
fraudulento de la aurora”
El poeta confesaba su preferencia por el Diablo, a quien creía: más hondo, más
poético, más músico, más humano en las resonancias de la tragedia y la amargura;
mientras que Florentino le parecía más fresco de lirismo, más ágil de epigrama,
más sabio de imagen pechera, más brujo de rasgueo en las cuerdas, más rico de
atropello en el cantar.
La imponente Cantata
El Maestro Antonio Estévez, nativo del llano, maravillado por el romance
Florentino y el Diablo, compuso la Cantata Criolla, Florentino el que cantó con el
Diablo. Al fin encontraba realizado su deseo de que la naturaleza y la cultura
llaneras pudieran ser sentidas por cualquier ser humano, de cualquier lugar
del mundo, a través del arte.
La forma de la cantata le fue adecuada, puesto que ella reúne música
instrumental y voces. La descripción musical de la tierra plana está realizada
con notas largas en un marco de pocas y recias notas cortas, y como fondo: un
persistente ritmo de cabalgadura, y a veces, tonadas de ordeño. Los sonidos
del agua y del viento, producidos por instrumentos, completan la descripción.
De seguidas, un ritmo acelerado de joropo acompaña el contrapunteo de los
dos solitas: un tenor (Florentino) y un bajo (el Diablo), quienes cantan los
versos del romance de Arvelo Torrealba. Para los grandes momentos el
compositor utilizó fragmentos de músicas religiosas: en la invitación a cantar
hecha por el Diablo a Florentino, se oye el “Dies irae” (Día de Ira”: canto del
oficio de difuntos; en la huida del Diablo al sentirse derrotado, el “Ave Maris
Stella” (Salve, Estrella los Mares). El 25 de julio de 1954 una multitud colmó la
capacidad del Teatro Municipal de Caracas para presenciar el estreno de la
Cantata Criolla, dirigida por el propio Antonio Estévez. Se desbordó la
emoción en gritos y muy prolongados aplausos. Había nacido una de las
obras musicales que proyectaría el ser nacional en el mundo. Ella figura entre
las más representativas de América Latina.
El llano otra vez en prosa
En el último libro: Lazo Martí, vigencia en lejanía (1965) , Arvelo volvió al tema
del llano con escritura en prosa, bella prosa. Esta vez para la interpretación de
la “Silva criolla” de Francisco Lazo Martí
La investigación le ocupó varios años de viajes de Caracas al llano para
observar la vida de las plantas y animales que aparecen en el poema; hizo
además indagaciones entre campesinos y visitas a los pueblos y sabanas
donde había estado el poeta. Llegó a constatar que el espinito florece en
octubre y no en mayo y junio, como se cree. En cuatro nidos de cucaracheros
que se hizo conseguir, comprobó que adentro había plumas de turpiales,
porque el turpial le roba el nido al cucarachero: conquistar con la fuerza y la
osadía / nidos para el invierno los turpiales.
El laborioso trabajo de Arvelo Torrealba concluyó en 1965. Ni una
enfermedad lo detuvo: redactó la segunda parte desde la cama, boca abajo y
con la máquina de escribir en suelo. Con el libro obtuvo el Premio Nacional
de Literatura, en 1966.
Una poesía errante
El pueblo se ha apropiado de la poesía de Alberto Arvelo Torrealba. Músicos
y cantores del llano van de pueblo, de sabana en sabana, cantando sus coplas
y romances, combinando sus versos con los de las propias invenciones. Por
eso del romance Florentino y el Diablo hay más de cuarenta versiones, aun
cuando la edición estuvo agotada durante 25 años.
El nombre del poeta recibe trato de hermandad entre la gente del llano.
Muchos de sus versos y coplas son parte del habla cotidiana de los llaneros.
Algo excepcional tratándose de una poesía culta.
La satisfacción que, si le fuera posible reconocer, le producirían los homenajes
de estatua, calle y museo con su nombre en Barinas, Distrito epónimo con
capital en Sabaneta (desde 1975), quizás no igualaría en Alberto Arvelo
Torrealba la emoción de que su poesía forme parte de la expresión
sentimental de quienes la motivaron. En Alberto Arvelo Torrealba se cumplió
su temprana vocación de juglar, de trovador.
Caracas, 1996
Bibliografía fundamental
Angulo Arvelo, Luis Alejandro: El fauno cautivo. Biografía de Alfredo Arvelo Larriva.
Caracas: Monte Ávila, 1985.
Araujo, Orlando: Contrapunteo de la vida y de la muerte. Ensayos sobre la poesía de Alberto
Arvelo Torrealba. Caracas: Edic. En la raya, 1975.
Arvelo Torrealba, Alberto: Caminos que andan. 2da. ed. aumentada. Gobernación y Asamblea
del Estado Barinas. 1971.
------------------: Cantas. Caracas. Lit. y Tip. “La Torre”, 1940.
------------------: Florentino y el Diablo. Barinas: 90 años del Poeta Alberto Arvelo Torrealba,
1995. (Contiene las tres versiones principales del poema).
------------------: Glosas al cancionero. Caracas. Lit. y Tip. “La Torre”, 1940.
------------------: Lazo Martí, vigencia en Lejanía. Ensayo de análisis estilístico sobre la Silva
Criolla. Caracas: INCIBA-Biblioteca Popular Venezolana, 1965.
------------------: Obra Poética. Prólogo. Alexis Márquez Rodríguez. Caracas: U.C.V., 1967
(Contiene la única edición de “Retazos de un poemario extraviado en la cárcel”.
Breve Antología Regional de Alberto Arvelo Torrealba. Caracas: Monte Ávila, 1972.
Febres Rodríguez, Humberto: En negra orilla del mundo. 2ª. ed. Barinas: Fundación Cultural
Barinas, 1995.
Márquez Rodríguez, Alexis: Aquellos mundos tersos. Análisis de la poesía de Alberto Arvelo
Torrealba. Caracas: Editorial Arte, 1966.
Mazzei González, Víctor: Los Florentinos. Caracas: La Casa de Bello, 1987.
Hemerografía mínima
Días Sosa, Carlos: “Alberto Arvelo Torrealba. El gran poeta es la conciencia de una
colectividad”. Foro en: En El Nacional. Caracas (7-2-66) Cuerpo C.
Papel Literario de El Nacional. Caracas (22-9-85), (Edición dedicada a Alberto Arvelo
Torrealba con motivo de los 80 años de su nacimiento).