Download - Batalla de Puebla
“La batalla de puebla”.
La batalla de Puebla fue un combate librado el 5 de mayo de 1862 en las cercanías de la
ciudad de Puebla, entre los ejércitos de la República Mexicana, bajo el mando de Ignacio
Zaragoza, y del Segundo Imperio Francés, dirigido por Charles Ferdinand Latrille, conde de
Lorencez, durante la Segunda Intervención Francesa en México, cuyo resultado fue una
victoria importante para los mexicanos ya que con unas fuerzas consideradas como
inferiores lograron vencer a uno de los ejércitos más experimentados y respetados de su
época. Pese a su éxito, la batalla no impidió la invasión del país, sólo la retrasó, sin
embargo, sería la primera batalla de una guerra que finalmente México ganaría. Los
franceses regresarían al siguiente año, con lo que se libró una segunda batalla en Puebla en
la que se enfrentaron 35 000 franceses contra 29 000 mexicanos (defensa que duró 62 días),
y lograrían avanzar hasta la Ciudad de México, lo que permitió establecer el Segundo
Imperio Mexicano.
Finalmente, ante la incapacidad de consolidar un imperio y después de perder 11 000
hombres debido a la actividad guerrillera que nunca dejó de subsistir,1 los franceses se
retiraron incondicionalmente del país en 1867.
Antecedentes
En octubre de 1861, Francia, Inglaterra y España suscribieron la Convención de Londres, en
la cual se comprometieron a enviar contingentes militares a México para reclamar sus
derechos como acreedores por una deuda que ascendía alrededor de 80 millones de pesos,
aproximadamente eran 69 millones para los ingleses, 9 millones para los españoles y 2
millones para Francia.
El contingente europeo, estaba compuesto de la siguiente manera:
España: 6000 hombres al mando del General Juan Prim
Francia: 3000 hombres dirigidos por el Contraalmirante Jurien de la Gravière.
Reino Unido: 700 marines bajo el comando del Comodoro Dunlop.2
Poco después de reunirse, los representantes de los tres países enviaron un ultimátum al
gobierno mexicano en el que pedían el pago de sus deudas; de lo contrario, invadirían el
país. Juárez, quien gobernaba a un país que apenas empezaba a levantarse de la postración
económica, respondió con un exhorto a lograr un arreglo amistoso, y los invitó a
conferenciar. Acompañó ese mensaje con la derogación del decreto que suspendió los
pagos. Al mismo tiempo, en vista de la posibilidad real de una invasión militar que buscara
llegar hasta la Ciudad de México, ordenó el traslado de pertrechos y la fortificación
de Puebla, así como crear una unidad, a la que se designó como Ejército de Oriente, que fue
puesta bajo el mando del general José López Uraga. En vista del desempeño deficiente de
este mando, fue destituido y en su lugar se designó aZaragoza, quien dejó el Ministerio de
Guerra y se dirigió a Puebla para organizar la oposición al avance francés con cerca de
10,000 hombres; cantidad mínima si se toma en cuenta el vasto territorio que debía cubrirse.
Los representantes aceptaron el llamado y en febrero de 1862 se reunieron con los
ministros juaristas del Exterior, Manuel Doblado, y de Guerra, Ignacio Zaragoza, en la
hacienda de La Soledad, cerca de Veracruz. Gracias a la habilidad como negociador de
Doblado se firmaron losTratados preliminares de La Soledad, en los que se obtuvo el
reconocimiento como interlocutor para el gobierno de Juárez y se garantizó el respeto a la
integridad e independencia del país. Además, se convino que las negociaciones sobre la
deuda se realizaran en Orizaba, donde se establecerían las fuerzas aliadas, además
de Córdoba y Tehuacán, para evitar el rigor del clima tropical del puerto; si no se llegaba a
un acuerdo, se retirarían a la costa para así comenzar las hostilidades.
El 5 de marzo, cuando aún se realizaban las negociaciones en Orizaba, llegó a Veracruz un
contingente militar francés bajo el mando de Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez,
quien relevó en el mando a Jurien de la Gravière y se dirigió a Tehuacán. También llegó el
general conservador Juan Nepomuceno Almonte, quien de inmediato se proclamó "jefe
supremo de la nación" y empezó a reunir a las tropas conservadoras, remanentes de
la Guerra de Reforma, para apoyar a los franceses.
En abril de 1862 la alianza tripartita se rompió debido a que España e Inglaterra se dieron
cuenta de que Francia tenía un interés soterrado, de tipo geopolítico, bajo el reclamo
económico: derrocar al gobierno republicano de México para establecer una monarquía
favorable a su política colonial, con miras a contrarrestar el creciente poderío de Estados
Unidos [cita requerida]. De las instrucciones de Napoleón III dadas al jefe militar de la expedición,
se sabe que el objetivo imperialista francés consistía en ampliar sus dominios estableciendo
un protectorado, cuya administración serviría para ampliar los mercados, sostener las
colonias en las Antillas y del sur de América y, de ese modo, garantizar el abasto de las
materias primas en Francia.3 Los representantes español (Prim) e inglés (Charles Wyke)
negociaron con el gobierno juarista por separado y en última instancia aceptaron las
propuestas de moratoria del gobierno mexicano, y reembarcaron a sus tropas. La posición
de Francia, en contraste, presentada por el diplomático Dubois de Saligny, fue la de exigir el
pago inmediato de la deuda, que incluía un cobro exagerado por parte de la Casa Jecker por
los destrozos causados durante la Guerra de Reforma, y tener control total y absoluto de las
aduanas, así como intervención directa en la política económica del país.
A finales de abril, Lorencez desconoció los Tratados de Soledad y se puso en marcha, junto
con sus efectivos, hacia Puebla, con el fin último de conquistar la Ciudad de México. A los
militares franceses los rodeaba un aura de invencibilidad en combate dado que no habían
sido derrotados desde Waterloo, casi 50 años antes, con sonadas victorias en las batallas
de Solferino, Magenta y Sebastopol. Esta actitud quedó de manifiesto en el siguiente
mensaje, que Lorencez envió al conde Jacques Louis César Alexandre Randon, ministro de
Guerra francés, poco después de la Batalla de Las Cumbres: "Somos tan superiores a los
mexicanos en organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que le
ruego anunciarle a Su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al
mando de nuestros 6,000 valientes soldados, ya soy dueño de México”. La confianza del alto
mando francés no se debía sólo a un palmarés militar impecable, sino a la fragilidad general
de México y sus instituciones. Con una economía destruida por casi 50 años de guerras
civiles, con un Estado débil y una población dividida por las pugnas entre facciones, la
conquista del país parecía una empresa factible con un contingente reducido.
Al conocer sobre el avance, el general Alejandro Constante Jiménez al mando de 2000
soldados se unió al general Zaragoza, que partió de Puebla con 4000 soldados para salir al
encuentro de los franceses, quienes ya sostenían escaramuzas con guerrilleros. El
comandante mexicano había enfrentado diversos problemas para conformar su ejército.
Ante la falta de voluntarios y a que aún se mantenían hostilidades con grupos
conservadores remanentes de la Guerra de Reforma, se había recurrido a la leva. Aunque se
contaba con un cuerpo de oficiales joven pero experimentado, la mayor parte de la tropa
carecía de la disciplina mínima, y estaba mal equipada y alimentada. En los días anteriores a
la batalla, Zaragoza solicitó una y otra vez al alto mando en la Ciudad de México, el envío
urgente de recursos económicos, ya que no podía costear ni siquiera los alimentos para las
tropas. Para colmo, la explosión de un polvorín en la excolecturía de los diezmos del
poblado de San Andrés Chalchicomula (hoy Ciudad Serdán), ocurrida el 6 de marzo, había
matado a 1,322 soldados de la Brigada de Oaxaca enviados por el general Ignacio Mejía para
incorporarse al Ejército de Oriente.
El 28 de abril, el Ejército de Oriente se topó con la columna de Lorencez en un paso de
montaña en las Cumbres de Acultzingo, en el límite entre Veracruz y Puebla, lo que
representó el primer encuentro bélico formal. Zaragoza no pretendía cortarle el paso a los
invasores, sino más bien foguear a sus soldados, muchos de ellos faltos de experiencia, y al
mismo tiempo causarle el máximo de pérdidas posible al enemigo. En la llamada Batalla de
Las Cumbres murieron 500 franceses, mientras las bajas mexicanas ascendieron sólo a 50.
Pese a este saldo favorable, Zaragoza aún tenía desconfianza sobre el desempeño real de
sus tropas en un combate en campo abierto. Luego de la retirada de los mexicanos, los
franceses tomaron control del paso, con lo que aislaron al centro del país del principal
puerto en el Golfo, y tuvieron la vía franca hacia Puebla.
La batalla[editar]
Asegurado el paso de Acultzingo, el 2 de mayo de 1862 la columna principal del ejército
expedicionario francés salió de San Agustín del Palmar, en Veracruz, para cruzar laSierra
Madre Oriental y dirigirse hacia Puebla, paso obligado para llegar a la capital del país y que
era además uno de los bastiones del Partido Conservador, donde esperaban ser recibidos
"con una lluvia de rosas", como le aseguró Saligny a Napoleón III en una carta.4 El 3 de
mayo por la noche, el general Zaragoza arribó a Puebla, dejando en su retaguardia una
brigada de caballería para hostigar a los invasores. Los efectivos del Ejército de Oriente se
organizaron por las calles desiertas de la ciudad, ya que la mayoría de la población era
partidaria de la invasión.
Zaragoza estableció su cuartel a unos cuantos metros de la línea de batalla, donde
estableció el plan para la defensa de la plaza (ver tabla superior), que consistió en
concentrar los pertrechos en el sur y oriente de la ciudad, esperando evitar que los
franceses alcanzaran al área urbana de Puebla.
El 4 de mayo, los exploradores mexicanos volvieron con noticias de que una columna de
conservadores a caballo, al mando de Leonardo Márquez y José María Cobos, marchaba por
la zona de Atlixco para unirse con las fuerzas de Lorencez en el ataque a Puebla. Zaragoza
envió una brigada de 2000 hombres bajo el mando de Tomás O'Horán y Antonio Carbajal,
con el fin de detenerlo, lo cual lograron. Aunque sus fuerzas habían disminuido, los
mexicanos se prepararon para la defensa de Puebla. Contaban con dos baterías de artillería
de batalla y dos de montaña, cubriendo los fuertes con 1200 hombres y formando a otros
3500 en cuatro columnas de infantería con una batería de batalla y una brigada de caballería
por el lado del camino a Amozoc.
El ala derecha mexicana la cubrían las tropas de Oaxaca dirigidas por Porfirio Díaz. El centro
de la línea lo ocuparon Felipe Berriózabal y Francisco Lamadrid con las tropas del Estado de
México y San Luis Potosí. La izquierda se apoyó en el cerro de Acueyametepec ubicado en
el norte de la ciudad y en cuya cumbre se ubicaban los Fuertes de Loreto y Guadalupe, con
el general Miguel Negrete a la cabeza de la Segunda División de Infantería. La artillería
sobrante la colocaron en los fortines y reductos dentro de Puebla, quedando al mando del
general Santiago Tapia.
A las 9:15 de la mañana del 5 de mayo, los franceses aparecieron en el horizonte, avanzando
desde la cercana Hacienda de Rementería, cruzando fuego con las guerrillas de caballería
que se batían en retirada y que no se replegaron hasta que las líneas francesas estuvieron
formadas y listas para avanzar. La batalla se inició en forma a las 11:15 de la mañana,
anunciándose con un cañonazo desde el Fuerte de Guadalupe y acompañado por los
repiques de las campanas de la ciudad. En ese momento se dio una maniobra sorpresiva: la
columna francesa, que venía avanzando en orden de oriente a poniente, se dividió en dos: la
primera, compuesta por aproximadamente 4000 hombres y protegida con su artillería, dio un
violento viraje hacia la derecha y se dirigió hacia los fuertes; mientras que la segunda
columna, compuesta por el resto de la infantería, quedó como reserva.
Los conservadores Almonte y Antonio de Haro y Tamariz, que acompañaban a los
franceses, habían sugerido que el ataque se dirigiera a las inmediaciones del ex Convento
del Carmen, en el sur de la ciudad, tomando como antecedente lo que sucedió en
el sitio durante la Guerra con Estados Unidos. Lorencez, confiado en la superioridad de sus
tropas, así como en el auxilio que esperaba del contingente de Márquez, desoyó el consejo y
decidió concentrar el ataque en los fuertes, donde los mexicanos contaban con la ventaja.
Zaragoza advirtió la maniobra y rápidamente replanteó su plan de batalla, movilizando las
tropas hacia las faldas del cerro. El 6o. Batallón de la Guardia Nacional del Estado de
Puebla,6 bajo el mando del entonces coronel Juan Nepomuceno Méndez, fue el primer
cuerpo del Ejército de Oriente en hacer frente a los franceses, al ubicarse en la línea
comprendida entre los fuertes, y rechazar su ataque.7 Zaragoza hizo avanzar a las fuerzas de
Berriozábal a paso veloz entre las rocas, situándolas entre la hondonada que separa a
Loreto y Guadalupe. Mientras, el general Antonio Álvarez con su brigada protegió el flanco
izquierdo de los reductos.
La línea de batalla mexicana formó un ángulo que se extendió desde Guadalupe hasta un
sitio conocido como Plaza de Román, frente a las posiciones enemigas. Zaragoza dispuso
que el general Lamadrid defendiera con las tropas potosinas y dos piezas de artillería el
camino que conectaba a la ciudad con la garita de Amozoc. La derecha de la línea de batalla
mexicana la cerró Porfirio Díaz con la División de Oaxaca, auxiliado por los escuadrones de
Lanceros de Toluca y Oaxaca.
Los franceses continuaron su avance, colocando sus baterías frente a Guadalupe, al tiempo
que devolvían el fuego mexicano proveniente de esa posición.
En ese momento los zuavos, el regimiento de élite de la infantería francesa, iniciaron su
ascenso por el cerro hacia Guadalupe, perdiéndose de la vista de los fusileros mexicanos.
De repente, aparecieron disparando frente a la fortificación. Sin embargo, el fuego lanzado
por los mexicanos los detuvo en seco. En ese instante, los soldados de Berriozábal los
recibieron con sus bayonetas, por lo que tuvieron que retirarse en buen orden hasta
ponerse fuera de tiro. Se repusieron rápidamente y se lanzaron de nuevo intentando tomar
el fuerte.
Los franceses, apoyados por el 1.er. y 2o. Regimientos de Infantería de Marina, se
abalanzaron sobre el resto de la línea mexicana, siendo recibidos con la bayoneta. La
columna francesa fue rechazada en Guadalupe y Loreto, siendo igualmente repelidos los
ataques de otras columnas francesas desplegadas. En ese momento, el coronel mexicano
José Rojo avisó a Antonio Álvarez que era tiempo de que la caballería mexicana entrara en
acción para alcanzar una victoria completa. Ordenó a los Carabineros de Pachuca cargar
sobre los restos de la columna, disparando sus carabinas y lanzando mandobles de sable
sobre los franceses, siendo totalmente rechazados.
A las dos y media de la tarde, cuando se empezaba a perfilar una victoria para los
mexicanos, Lorencez se dispuso a lanzar el último asalto, dirigiendo a los Cazadores de
Vincennes y el Regimiento de Zuavos hacia Guadalupe, mientras ponía en marcha una
segunda columna de ataque compuesta de los restos de los cuerpos de batalla —excepto el
99 de Línea, el cuál quedó de reserva en el campamento francés—, para atacar por la
derecha de la línea de batalla mexicana.
Ante esta situación, salieron a su encuentro los Zapadores de San Luis Potosí, al mando del
general Lamadrid, librándose un terrible combate a la bayoneta. Una casa situada en la falda
del cerro fue el objetivo. Los franceses la tomaron y se guarecieron en ella, siendo
desalojados por los zapadores; la recobraron y de nuevo fueron expulsados por las tropas
de Lamadrid. Un cabo mexicano de apellido Palomino se mezcló entre los zuavos y se batió
con ellos cuerpo a cuerpo, posesionándose de su estandarte como botín de guerra al caer
muerto el portador del mismo. Este momento significó un golpe anímico a favor de los
defensores.
Ya entrada la tarde cayó un aguacero sobre el campo, lo cual dificultó el avance a las tropas
francesas. Zaragoza dispuso que el Batallón Reforma de San Luis Potosí saliera en auxilio
de los fuertes. En Loreto había un cañón de 68 libras que causaba enormes estragos en la
filas francesas. Los zuavos hicieron una carga de infantería desesperada para apoderarse
de esa pieza. El artillero mexicano, sorprendido por la rapidez de los franceses, tenía en sus
manos la bala de cañón que no alcanzó a colocar en la boca de fuego. Un zuavo apareció
frente a él y tras éste el resto del cuerpo que, una vez apoderados de ese fortín, levantarían
la moral francesa y podría perderse la victoria conseguida. El artillero arrojó la bala al
soldado francés, que herido mortalmente por el golpe en la cabeza rodó al foso del
parapeto. Luego de que este asalto fue rechazado, los franceses retrocedieron siendo
perseguidos por el Batallón Reforma.
Mientras, cuando la segunda columna llegó al Fuerte de Guadalupe protegida por una línea
de tiradores, Porfirio Díaz acudió en auxilio de los Rifleros de San Luis Potosí, que estaban a
punto de ser rodeados. Movió en columna al Batallón Guerrero, a las órdenes del coronel
Jiménez, y le ganó el terreno a los franceses. Para apoyar envió al resto de las tropas de
Oaxaca, con los coroneles Espinoza y Loaeza a la cabeza, con lo que se logró expulsar al
enemigo de las cercanías. El éxito alentó a Díaz, que destacó al Batallón Morelos con dos
piezas de artillería a la izquierda, mientras por la derecha los Rifleros de San Luis Potosí se
reponían de la pelea, antecedidos por una carga de los Lanceros de Oaxaca, trabándose un
combate cuerpo a cuerpo que hizo retroceder a los atacantes.
En aquel momento, luego de ser repelidos por última vez, las efectivos franceses empezaron
a huir, completamente dispersados. Se replegaron a la hacienda Los Álamos, para
finalmente retirarse hacia Amozoc.
Consecuencias[editar]
Mientras se libraba la batalla, en el Palacio Nacional y en la Ciudad de México en general se
vivía un ambiente de tensa espera. Lo último que se sabía de Puebla era el telegrama
enviado por Zaragoza hacia las 12:30 del día, en el que avisaba que el fuego de artillería de
ambos lados había iniciado. Luego, silencio. Ante la incertidumbre, el gobierno había hecho
salir precipitadamente al general Florencio Antillón al mando de los Batallones de
Guanajuato, quedando como guardianes de la capital sólo 2,000 hombres del Regimiento de
Coraceros Capitalinos y algunos centenares de milicianos pobremente armados. Si las
tropas guanajuatenses se perdían, la capital quedaría desprotegida.
A las 4:15 de la tarde finalmente se recibieron noticias:
... Sobre el campo a las dos y media.— Dos horas y media nos hemos batido. El enemigo ha arrojado multitud de granadas.— Sus columnas sobre el cerro de Loreto y Guadalupe han sido rechazadas y seguramente atacó con cuatro mil hombres. Todo su impulso fue sobre el cerro.— En este momento se retiran las columnas y nuestras fuerzas avanzan sobre ellas. Comienza un fuerte aguacero.— I. Zaragoza8
Zaragoza envió más tarde otro telegrama en el que dijo que los franceses habían iniciado la
retirada hacia Amozoc, pero sin mencionar el resultado final de la batalla. Finalmente, a las
5:49 de la tarde se recibió otro parte, dirigido al ministro de Guerra, que causó júbilo (y un
gran alivio) en Palacio Nacional:
... Las armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria: el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del Cerro de Guadalupe, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas: fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formado en batalla, fuerte de más de 4,000 hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato, como desearía, porque el Gobierno sabe (que) no tengo para ello fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 o 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase vd. dar cuenta de este parte al C. Presidente.— I. Zaragoza9
El saldo final de la batalla fue de 476 muertos y 345 heridos del lado francés, así como 83
muertos, cerca de 250 heridos y 12 desaparecidos para el Ejército de Oriente. A las 7 de la
noche del día 6 de mayo arribaron a Puebla el general Antillón y sus tropas; Zaragoza
esperaba un nuevo ataque de Lorencez, pero éste, el día 8 de mayo, dispuso la retirada
hasta San Agustín del Palmar, siendo "saludado" por la artillería republicana y la Banda de
Guerra de los Carabineros, quienes tocaron "Escape".
El 5 de septiembre de 1862, todavía acuartelado en Puebla, el general Zaragoza contrajo tifo
y falleció tres días después.10 Lo sustituyó en el mando del Ejército de Oriente el
general Jesús González Ortega, quien se encargaría de la defensa de la ciudad ya que se
esperaba el regreso de los franceses, reagrupados y con refuerzos, lo cual sucedió
en marzo del siguiente año. Los historiadores concuerdan en señalar el talento de Zaragoza
como organizador y motivador de sus tropas. Antes de la batalla, las arengó diciéndoles que
si bien los franceses eran considerados "los primeros soldados del mundo", ellos eran "los
primeros hijos de México", lo cual tuvo tal efecto en la moral de sus soldados que su
determinación por defender la plaza ante los invasores compensó sus carencias materiales
y de disciplina. Además, no temió tomar decisiones arriesgadas, como prescindir de los
2000 efectivos que O'Horan se llevó para batir a Leonardo Márquez, y en el curso de la
batalla actuó con serenidad y efectividad. Se le considera héroe nacional y en su honor,
tiempo después, Juárez renombró a la ciudad como Heroica Puebla de Zaragoza.
Cabe atribuir parte de la responsabilidad en el resultado de la batalla a Lorencez, por decidir
lanzarse en primer lugar contra Loreto y Guadalupe en lugar de ir sobre la ciudad. Esta
acción no carece de sentido si se toma en cuenta que el general francés se encontraba
confiado en la victoria por lo que había sucedido en las Cumbres, además de que bajo la
lógica militar de su tiempo, primero había que atacar al enemigo en sus posiciones más
fuertes. En todo caso, ensoberbecido por la superioridad per se de los franceses, no contó
con la férrea resistencia mexicana y cometió yerros garrafales: así, por ejemplo, fue famosa
su orden de colocar sus cañones en batería a dos kilómetros y medio de las fortificaciones
poblanas, lo cual fue calificado por el propio Napoleón III como un disparate11 ya que las
balas llegaban a sus blancos, pero sin fuerza. El conde fue repatriado y lo sustituyó Frédéric
Forey en el mando de las tropas expedicionarias. Cuando en Francia se supo la derrota del
ejército francés, originó dolor, histeria y llanto, más aún cuando llegaron las historias de
que los indígenas zacapoaxtlas (que en realidad se trataba del sexto Batallón de Guardia
Nacional del Estado de Puebla12 ) habían atacado con machetes, arma desconocida en
Europa, se comían los cadáveres. El resto de Europa, con incredulidad y asombro,
comentaban como el ejército francés, invicto desde la Batalla de Waterloo en 1815, había
sido derrotado en México, un ejército considerado el mejor del mundo, el vencedor en la
conquista de Argelia y de la Indochina francesa (hoy Vietnam), había sido derrotado por un
país tropical, utilizando tácticas de guerra desconocidas en Europa, como era la Guerra de
Guerrillas.
La guerra de guerrillas efectivamente fue utilizada en México, pero ya antes se conocía tal
táctica en Europa, y más en concreto en España, lugar donde se dio por vez primera este
tipo de guerra 400 años antes de Cristo, e incluso contra la invasión de las tropas de
Napoleón en el siglo XIX, y que por tal motivo en este país se le dio tal nombre, guerra de
guerrillas.
Condecoraciones[editar]
Decreto Presidencial de Condecoración
El 21 de mayo de 1862 el presidente Juárez publicó el decreto de condecoración a los
vencedores de las batallas del 28 de abril en lasCumbres de Acultzingo y del 5 de mayo en
Puebla, y ambas se consideraron victorias ante el ejército expedicionario francés.
El 30 de mayo se entregaron a los miembros del Ejército de Oriente los "diplomas de
Concurrencia" a las mismas batallas, según lo estipulado en el artículo cuarto del
mencionado decreto.
El 29 de noviembre Juárez viajó, acompañado por sus ministros de Guerra, Miguel Blanco
Múzquiz, y de Relaciones Exteriores y Gobernación, Juan Antonio de la Fuente, a Puebla
para una serie de ceremonias y reconocimientos a los defensores de la ciudad. Se reunió
con González Ortega, y finalmente, el 4 de diciembre, en medio de una gran ceremonia en
el Fuerte de Guadalupe, hizo entrega formal de las medallas a los vencedores de las batallas
del 28 de abril y del 5 de mayo de ese año, y partió al día siguiente a la Ciudad de México.
Asimismo, el 2 de marzo de 1863, en vísperas del inicio del Sitio de Puebla, se llevó a cabo
una segunda ceremonia en Guadalupe, en la que entregó más medallas.
Significado[editar]
Véase también: Cinco de mayo
Con excepción del Grito de Dolores, la conmemoración de la Batalla de Puebla es la fecha
más significativa del calendario cívico mexicano, al tratarse de una de las escasas victorias
ante un ejército extranjero invasor. Simbólicamente, representa la consecución de una gran
empresa por parte de los mexicanos, que puede conseguirse si se olvidan las divisiones y
se sobreponen éstas a las carencias, como lo demuestra el hecho de que se consiguió la
victoria, con valor y dedicación, pese a que se tenía todo en contra: inferioridad numérica y
material, la moral disminuida por la tragedia de Chalchicomula, y la simpatía de algunos
sectores de las élites y de la clase política hacia los invasores. A cambio, los republicanos
respondieron con celeridad a las situaciones que la batalla iba planteando (movilizaron el
grueso de sus efectivos del casco urbano de Puebla hacia los fuertes) y supieron sacar
ventaja de los errores de los franceses. Semanas antes de la batalla, Juárez había
declarado pena de muerte para los mexicanos que se unieran a los invasores, pero también
una amnistía a los enemigos de la república en la guerra de Reforma si se unían a él para
defender al país de la invasión. El caso más célebre es el del general conservador Miguel
Negrete, quien abandonó al partido conservador y se puso a disposición de Zaragoza con la
siguiente frase: "Yo tengo patria antes que partido."
El 5 de mayo es una fecha entrañable para los mexicanos; se celebra en las principales
ciudades del país con desfiles y verbenas. Ese día se le toma protesta en todo el país a los
jóvenes que cumplen el Servicio Militar Nacional.
Sin embargo, el recuerdo de la batalla no se agota en el protocolo. En algunos lugares del
país se realizan fiestas populares en las que se recrea la batalla misma o algunos de sus
aspectos, como en el caso del Peñón de los Baños, en la Ciudad de México, o
en Huejotzingo, en Puebla; sitios en donde se da una peculiar fusión de elementos de
carnaval con la fiesta cívica. Incluso en una celebración plenamente religiosa como son
las Morismas de Bracho, en Zacatecas, que se hacen tradicionalmente el último fin de
semana del mes de agosto, donde miles de personas representan combates entre moros y
cristianos, aparecen participantes con uniformes tomados de la batalla de Puebla; por
ejemplo, el contingente de los moros adoptó el uniforme de los zuavos franceses; asimismo,
el ejército cristiano adoptó el uniforme del regimiento de zapadores, y las bandas de guerra
cristianas llevan el uniforme mexicano utilizado el 5 de mayo. Ambas tropas simulan
combates al son de marchas francesas.
En los Estados Unidos, el 5 de mayo es el "Día de la Herencia Latina", en la que se celebra la
inmigración procedente de México. Ello ha dado pie a que se piense, erróneamente, que el
aniversario de la batalla es el día de la Independencia de México.