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Universidad de Guadalajara Maestría en estudios de literatura mexicana Seminario de estudios sobre narrativa mexicana I Dra. Cecilia Eudave
REVOLUCIÓN, IDEOLOGÍA, MUJERES, MITOS
Una interpretación de Los de abajo
Por José Ayub, Fernando Castro, Borja Criado y Cristian Ramírez
Introducción
La Revolución mexicana fue un proceso histórico que trajo consigo grandes cambios.
Entre ellos, la creación de un partido hegemónico y de instituciones para el
fortalecimiento del Estado, cuyo logro más significativo fue el reparto agrario: la
reivindicación social del movimiento armado surgido en la primera mitad del siglo XX.
Frente a la glorificación del conflicto por parte del gobierno surgido de éste, Mariano
Azuela, a través de su novela Los de abajo, propone una visión que matiza este suceso: la
Revolución fue la excusa de algunos para el pillaje y el vandalismo, que se relacionan a los
movimientos revolucionarios y que formaron parte de la justificación de la lucha armada
contra el gobierno.
En este trabajo analizaremos la representación que hace Azuela de la Revolución
a partir del contexto histórico reflejado en la novela, el mecanismo ideológico de los
revolucionarios, el papel que desempeña la mujer dentro del conflicto y la reivindicación
de uno de sus personajes a través del mito.
Representación del conflicto
La Revolución mexicana fue lucha intestina entre el pueblo y el gobierno, aparentemente
una dicotomía que no reconoce lazos sanguíneos, culturales y espaciales, y cuyos
conflictos son producto de la usurpación del poder por Victoriano Huerta y los
principales jefes revolucionarios, que tenían por objetivo derrocar al general, como antes
lo habían hecho en contra de Porfirio Díaz. En la novela Los de abajo de Mariano Azuela
se encuentra una búsqueda por representar la Revolución mexicana. En ella encontramos
referencias a una parte de la lucha armada que se llevó a cabo de 1913 a 1915; sin
embargo, es necesario aclarar que en esta narración sólo se hace mención directamente al
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movimiento encabezado por Francisco Villa, por lo tanto en esta parte nos limitaremos a
esas referencias explícitas que permiten hablar de una representación de la Revolución en
la novela.
La organización conjunta de los diversos grupos revolucionarios permitió las
acciones militares que llevarían a cabo la restitución del orden constitucional; sin
embargo, después se carece de un objetivo que reúna a las diferentes facciones
revolucionarias en propuestas políticas definidas. A partir de este momento la lucha
armada se llevará a cabo entre las diferentes cabezas revolucionarias. Incluso ―la
revolución contra Victoriano Huerta se empezó a dividir antes de que llegara al triunfo
final, tanto por las diferencias y rivalidades personales de los tres principales jefes:
Carranza, Villa y Zapata, como por sus distintos enfoques de los problemas nacionales e
internacionales‖ (Ulloa 793). Se ve la imagen de una sociedad en México carente de un
solo proyecto de nación que pudiera unificar a través de la política al pueblo mexicano.
Después de las primeras elecciones democráticas que se realizaron en México
desde el exilio de Porfirio Díaz y por fin alejados del antiguo debate entre conservadores
y liberales del siglo XIX, se desarrolla una restructuración del Estado, en que se ven
involucradas todas las clases sociales. Durante la ascensión al poder ejecutivo de Huerta,
―la alta burguesía no sólo vio el fin de aquellos días de horror como la mayoría de la
gente, sino el término de dos años de zozobra, pues confiaban en que el nuevo gobierno
iba a restablecer las condiciones políticas, sociales y económicas en las que habían
prosperado‖ (Ulloa 780).
Durante la lucha armada de la Revolución mexicana se encuentran los diferentes
grupos sociales de México en combate: indígenas, campesinos, hacendados, la clase
media, y la clase alta (la cual dirigía al país económica y políticamente), cada uno con
intereses particulares. En este periodo surgen algunas figuras que a la postre encabezarían
los movimientos revolucionarios: Villa, Zapata y Carranza. Dicho esto, que son algunos
de los aspectos básicos para entender la Revolución mexicana, se puede pasar a la
comparación de algunos fragmentos de Los de abajo y el contexto histórico.
La representación que de Francisco Villa se encuentra en Los de abajo no sólo
remite a la figura de un líder, sino también a un héroe. Luis Cervantes y Alberto Solís
describen al Centauro del Norte de la siguiente manera: ―–¡Ah, Villa!... La palabra mágica.
El gran hombre que se esboza; el guerrero invicto que ejerce a distancia ya su gran
fascinación de boa. –¡Nuestro Napoleón mexicano! –exclama Luis Cervantes. –Sí, ‗el
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Águila azteca, que ha clavado su pico de acero sobre la cabeza de la víbora Victoria
Huerta‘‖ (Azuela 74).
Las proezas del general son narradas de manera aún más heroica por algunos
hombres de Natera: ―Villa es el indomable señor de la sierra, la eterna víctima de todos
los gobiernos, que lo persiguen como una fiera; Villa es la reencarnación de la vieja
leyenda: el bandido- providencia, que pasa por el mundo con la antorcha luminosa de un
ideal: ¡robar a los ricos para hacer ricos a los pobres!‖ (Azuela 74). De la misma manera
es visto Demetrio Macías por sus hombres, Anastasio Montañés grita: ―que viva
Demetrio Macías, que es nuestro jefe, y que vivan Dios del Cielo y María Santísima.
−¡Viva Demetrio Macías! –gritaron todos‖ (Azuela 13). Aquí se presenta una imagen
donde el pueblo es la víctima del gobierno que lo ha relegado y rezagado a la
marginalidad, es ese pueblo de donde surgirán figuras emblemáticas como Francisco
Villa y Demetrio Macías.
Esta imagen como un héroe de Villa se basa en la rapidez con que logró
convocar a partidarios y volverse dirigente de la División del Norte porque ―inició el
movimiento con un puñado de hombres en marzo de 1913 que muy pronto ascendieron
a 400 y derrotaron a los huertistas y orozquistas en diversas poblaciones de Chihuahua.
Luego pasaron a La Laguna, donde los contingentes llegaron aproximadamente a diez
mil hombres con los que Villa formó la División del Norte y tomaron Torreón el 3
octubre de 1913‖ (Ulloa 786). Los movimientos armados que dirigió Villa no terminaron
allí, pues ―las victorias del Centauro del Norte continuaron en San Pedro de las Colonias,
Paredón, Ramos Arizpe y Saltillo. Para entonces la poderosa División del Norte se
componía de 16 mil dorados que tomaron la capital de Zacatecas el 23 de Julio de 1914,
contrariando las órdenes de Carranza‖ (Ulloa 787).
Luis Cervantes asegura que ―La caída de Zacatecas es el Requiescat in pace de
Huerta‖ (Azuela 45). Una vez que se llevó a cabo el enfrentamiento entre las fuerzas
revolucionarias de Villa y los federales ―la Toma de Zacatecas tuvo dos repercusiones:
derrumbar el mayor obstáculo huertista para lanzarse sobre la capital del país, y la
culminación de una serie de fricciones entre Villa y Carranza‖ (Ulloa 787).
Parte de la población no quería participar en la lucha armada ni de un bando ni
del otro, sin embargo muchos fueron llamados a las armas por la fuerza, la ley leva
permitió el incremento de soldados de los que el gobierno podía disponer, pero esto no
implicaba una convicción por parte de los reclutados para formar parte de las filas de los
federales. Desde los inicios de su gobierno, Huerta ―duplicó el haber de los soldados,
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recurrió a una leva desenfrenada‖ (Ulloa 782). La condena por desertar era la muerte que
estaba unida a la posibilidad de morir en enfrentamientos. La representación de este
hecho se ve en la experiencia de Luis Cervantes: ―Pues yo también soy revolucionario.
Los federales me cogieron de leva y entré a filas; pero en el combate de anteayer conseguí
desertarme, y he venido, caminando a pie, en busca de ustedes‖ (Azuela 23). En la novela
un pueblerino confirma la situación en que se realizaba el llamado forzoso a las armas:
―pero no le hace que sean muchos. Los más han de ser de leva, y todo es que uno haga
por voltearse y dejan a los jefes solos. A mi hermano le tocó la leva condenada y aquí lo
train. Yo me voy con ustedes, les hago una señal y verán cómo todos se vienen de este
lado‖ (Azuela 60).
La estabilidad del pueblo mexicano se vio afectada por los continuos
enfrentamientos entre el gobierno y los revolucionarios. ―Las sucesivas ocupaciones de la
misma población por diferentes facciones, causaron uno de los daños más graves, el caso
más importante fue el de la ciudad de México entre septiembre de 1914 y agosto de
1915‖ (Ulloa 799) Asimismo, la representación que se puede ver a pequeña escala
corresponde al mismo problema de abastecimiento y financiamiento de los federales y
los revolucionarios: para el año de 1915 ―los precios de los artículos de primera
necesidad subieron exageradamente: 2400 % el maíz, 2 200 el frijol y 1 420 el arroz, 940
el azúcar y 900 la harina. Los socorros no fueron suficiente por lo que hubo asaltos a
comercios y motines con saldos sangrientos‖ (Ulloa 799).
En Los de abajo, los federales se abastecían mediante el pillaje en cualquier
comunidad, en una población afirman a los hombres de Demetrio: ―ahora van ustedes;
mañana correremos también nosotros, huyendo de la leva, perseguidos por estos
condenados del gobierno, que nos han declarado guerra a muerte a todos los pobres; que
nos roban nuestros puercos, nuestras gallinas y hasta el maicito que tenemos para comer‖
(Azuela 19-20). Pero los revolucionarios que combatían contra la opresión del gobierno
eran recibidos con agrado entre el pueblo: ―¡Gracias a Dios! ¡Un alma compasiva y una
gorda copeteada de chile y frijoles nunca faltan! –Decía Anastasio Montañés eructando‖
(Azuela 19).
En Los de abajo se encuentra la representación de un país en crisis, tanto en sus
implicaciones económicas, políticas y sociales para el gobierno por la lucha que realizaba
en contra de los revolucionarios, así como también para la mayoría del pueblo mexicano,
que carecía de los medios necesarios para poder mantenerse, como afirma Alberto Solís:
―La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la
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miserable hoja seca arrebatada por el vendaval‖ (Azuela 69), aunque no es necesario
entregarse a ese huracán para sentir la fuerza con que se mueve, sólo basta con ser parte
de los de abajo.
Ideología de los revolucionarios
―¿Sería verdad lo que la prensa del gobierno y él mismo habían asegurado, que los
llamados revolucionarios no eran sino bandidos agrupados ahora con un magnífico
pretexto para saciar su sed de oro y de sangre?‖ (Azuela 32). Lo fue, al menos, en la
novela de Azuela: la ideología de sus revolucionarios es opuesta a la que propuso Madero
en su Plan de San Luis Potosí. Definiremos ideología como ―conjunto de significados y
valores que codifican ciertos intereses relevantes para el poder social‖ (Eagleton, 1997:
70). Cuando Luis Cervantes reproduce el discurso del autoproclamado presidente de la
República, los hombres a los que se dirige, primero sus captores, y después sus medios
para sobrevivir a la guerra, no escuchan, y si lo hacen, reflexionan sobre sus propias
motivaciones para unirse a la Revolución, que jamás coinciden con las del médico:
―Usted, hombre modesto y sin ambiciones, no quiere ver el importantísimo papel que le
toca en esta revolución [...] No peleamos por derrocar a un asesino miserable, sino contra
la tiranía misma. Eso es lo que se llama luchar por principios, tener ideales‖ (Azuela 49).
A estas palabras de Cervantes, Demetrio responde: ―¿Quiere que le diga la verdad? Pues
yo, con que no me falte el trago y con traer una chamaquita que me cuadre, soy el
hombre más feliz del mundo‖ (Azuela 105).
¿Por qué pelea un revolucionario en Los de abajo? ¿Cuáles son esos ―intereses
relevantes‖ que los hace alistarse en contra del gobierno de Huerta? La avaricia, el de
algunos; el sadismo, el de otros; para todos, una suerte de nomadismo inexplicable.
A la Revolución se unen hombres atraídos por el oro: ―Y los gorrudos regresaban
tan alegremente como habían marchado días antes a los combates, saqueando cada
pueblo, cada hacienda, cada ranchería, y hasta el jacal más miserable que encontraban a
su paso‖ (Azuela 70). Desaparecido el gobierno, la justicia recupera su sentido darwinista.
Se impone la ley del más fuerte, en este caso, la ley del mejor armado. El único grupo con
el que se identifican los gorrudos es con ellos mismos. Poco importa si los saqueados son
pobres o campesinos como fueron ellos antes de armarse.
Otros revolucionarios pelean por el gusto de la sangre: ―Mire, curro: ai donde me
ve aquí, todo mugriento y desgarrado, no soy lo que parezco [...] yo no tengo necesidad;
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soy dueño de diez yuntas de bueyes [...] a mí me cuadra mucho hacer repelar a los
federales, y por eso me tienen mala voluntad. [...] Pero, de veras, yo no tengo necesidad...
Ando aquí por eso... y por darle la mano a mi compadre Demetrio‖ (Azuela 43).
Efectivamente, Anastasio no es lo que parece: no busca igualdad y justicia para todo el
pueblo mexicano, sino que esta lucha es para él una excusa para saciar su odio hacia los
federales. Cabría pensar que los puntos suspensivos que preceden a ese ―y por darle la
mano a mi compadre Demetrio‖ representan un silencio en el que Anastasio es
consciente de lo que acaba de decir, y compensa su confesión con una respuesta oficial,
la de que está ahí para ayudar de forma incondicional a su jefe. El apoyo a Demetrio se
convierte en un indulto frente a toda atrocidad.
Y, por último, una motivación que Azuela propone como intrínseca, un interés
utilitarista, si se quiere: ―Porque si uno trae un fusil en las manos y las cartucheras llenas
de tiros, seguramente que es para pelear. ¿Contra quién? ¿En favor de quiénes? ¡Eso
nunca le ha importado a nadie!‖ (Azuela 135). Estos revolucionarios obedecen a la
función del fusil, no al porqué de esos fusiles y de esas balas. ―Yo no podré hacerme
entrar en la cabeza —observó Anastasio Montañés— eso de que tengamos que seguir
peleando... ¿Pos no acabamos ya con la federación?‖ (Azuela 134). Encontramos la
respuesta en boca de Demetrio dos páginas antes: ―Se trata, a lo que parece, de seguir
peleando. Bueno, pos a darle; ya sabe, mi general, que por mi lado no hay portillo‖
(Azuela 132). Una vez que el bando vencedor se ha dividido en varias facciones, los
hombres de Demetrio no saben a quién o por qué obedecen. Ni si quiera él tiene clara su
posición cuando los villistas y los carrancistas se separan, aunque no por ello dejará de
pelear. Preguntado por el general Natera sobre su posición en el conflicto, Demetrio
responde: ―Mire, a mí no me haga preguntas, que no soy escuelante... La aguilita que
traigo en el sombrero usté me la dio... Bueno, pos ya sabe que nomás me dice: 'Demetrio,
haces esto y esto... ¡y se acabó el cuento!'‖ (Azuela 132).
No obstante, Demetrio sí cree saber lo que quiere, aunque más tarde
entenderemos que se equivoca o se engaña: ―No quiero yo otra cosa sino que me dejen
en paz para volver a mi casa‖ (Azuela 48). Desea volver a casa, pero cuando lo logra, ya
sabe que tendrá que volver a rodar por montes y planicies, sin rumbo fijo. ―Todo en él es
actividad irreflexiva, ya que sus orígenes campesinos le han privado de toda oportunidad
de tener una educación que hubiera podido darle ideas generales‖ (Jean Franco 218).
Precisamente todo lo que tiene que ver con esa educación asociada al progreso
aparece representada por un tipo despreciable, médico de profesión y tránsfuga: Luis
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Cervantes deserta del bando federal para asociarse al revolucionario porque cree en su
victoria y, por consiguiente, en su propia salvación, si bien su argumento público siempre
será el de que las ideas de Madero son las que México merece. Luis Cervantes, y el
estatus social al que representa, es decir, a la burguesía y a los pretendidos intelectuales,
se nos revelará como un oportunista, y su discurso de nada sirve ante los revolucionarios,
salvo cuando engalana la historia de Demetrio y éste termina por creerse parte de la
imagen de sí mismo que ha reelaborado ‗el curro‘: ―Y Demetrio, encantado, oía el relato
de sus hazañas, compuestas y aderezadas de tal suerte, que él mismo no las conociera.
Por lo demás, aquello tan bien sonaba a sus oídos, que acabó por contarlas más tarde en
el mismo tono y aun por creer que así habíanse realizado‖ (Azuela 69).
La historia que forja Demetrio y que reescribe Luis Cervantes con sus palabras es
similar a lo ocurrido con Pancho Villa, y su refutación posiblemente sea el gran leitmotiv
de esta novela: ―Villa es la reencarnación de la vieja leyenda: el bandido-providencia, que
pasa por el mundo con la antorcha luminosa de un ideal: ¡robar a los ricos para hacer
ricos a los pobres! Y los pobres le forjan una leyenda que el tiempo se encargará de
embellecer para que viva de generación en generación‖ (Azuela 74). Leyenda que
embellecerá la historia pero que desteje la novela de Azuela.
Por lo demás, la cultura sirve al campesino de la Revolución para atizar ―las
brasas con libros y papeles que alzaban vivas llamaradas‖ (Azuela 88) y como motivo de
mofa: ―¡Mira tú... cuánta vieja encuerada! —clamó la chiquilla de la Codorniz,
divertidísima con las láminas de un lujosos ejemplar de la Divina Comedia—. Ésta me
cuadra y me la llevo —Y comenzó a arrancar los grabados que más llamaban su
atención.‖ (Azuela 88).
Falta, no obstante, aclarar un último aspecto de la naturaleza de los
revolucionarios que recorren las páginas de Los de abajo: ―Todos ensanchaban sus
pulmones como para respirar los horizontes dilatados, la inmensidad del cielo, el azul de
las montañas y el aire fresco, embalsamado de los aromas de la sierra. Y hacían galopar
sus caballos como si en aquel correr desenfrenado pretendieran posesionarse de toda la
tierra [...] Cantaban, reían y ululaban, ebrios de sol, de aire y de vida‖ (Azuela 55).
Demetrio y sus hombres comparten un amor por la tierra, por la naturaleza salvaje, a
salvo de la mano del hombre y del progreso. Aún existe un lugar para ellos, un hogar
ambulante, la sierra, el color de las montañas, la frescura del aire, una felicidad en todo
horizonte, impresiones que el hombre citadino, el que encarna Cervantes, podrá doblegar
pero nunca apreciar.
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Hay una muerte para los revolucionarios en esta novela, pero una muerte que se
parece más a un epílogo. El verdadero final parece ser otro, uno en el que a los hombres
de Demetrio se les concede el triunfo y donde se explica la verdadera naturaleza de todos
ellos: ―En su alma rebulle el alma de las viejas tribus nómadas. Nada importa saber
adónde van y de dónde vienen; lo necesario es caminar, caminar siempre, no estacionarse
jamás; ser dueños del valle, de las planicies, de la sierra y de todo lo que la vista abarca‖
(Azuela 149). Aún sobrevive en estos hombres un ideal que coincide con los de Madero:
el amor por la tierra.
Las mujeres
La historia nacional nos ha enseñado que los hombres revolucionarios que participaron
en la Revolución mexicana iban acompañados de mujeres, las cuales han quedado
grabadas en la memoria colectiva como valientes, entregadas cabalmente al movimiento y
fundamentales tanto en los eventos cotidianos como en las situaciones determinantes del
acontecer revolucionario. Es un hecho que la Revolución mexicana borró palpablemente
las complejas y muy notorias diferencias entre géneros, permitiendo que las mujeres
ocuparan papeles hasta ese tiempo casi nunca alcanzados: las mujeres dejan sus hogares
para seguir a sus hombres y se incorporan, junto con ellos, a los grupos armados.
Cambian de atuendo y también de comportamiento: cananas, fusiles, pistolas y
municiones se vuelven parte de la indumentaria común. Y tanto el combatir, como el
atender heridos, fungir de mensajeras o incluso de espías, se vuelve parte de las nuevas
tareas con las que deben cumplir, claro, sin dejar nunca de lado las actividades hasta ese
entonces concernientes únicamente a las mujeres, como eran cocinar, cuidar de ancianos
y niños y participar en las labores del campo, además de desempeñarse como esposas,
amantes y/o concubinas de los revolucionarios.
Pese a lo antes dicho, Los de abajo manifiesta que el rol de las mujeres no se
modificó sustancialmente, sino que sólo se trasladó cerca de donde se desarrollaron las
batallas. En la novela, las mujeres no son revolucionarias: son un accesorio del macho
revolucionario, que en ocasiones le es útil, ya que satisface sus necesidades (comida,
salud, sexo, etc.) pero que también le ocasiona conflictos debido a que causan
desasosiego emocional: ―¡Hum, pa las lepras que me han dejado en el cuerpo las
mujeres!... Yo tengo mucha experiencia en eso‖ (Azuela 29); o también debido a que es
codiciada por los otros varones quienes intentan arrebatársela, como le ocurre a la mujer
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de Demetrio: [Dice el teniente] ―he decidido pasar la noche en amable compañía con esta
morenita (…) Oye, chatita, (…) tú ven acá conmigo. Mira, esta carterita apretada de
billetes es sólo para ti. (…) Chata, estás muy lejos; arrímate a echar un trago. ¿Cómo que
no?... ¿Le tienes miedo a tu… marido… o lo que sea?‖ (Azuela 9-10). Ahí la mujer de
Demetrio sufre de acoso y es cuasi violada, y Demetrio, en lugar de realizar alguna acción
o tornarse violento, se limita a contener a los atacantes y a tratar la situación como si
fuese cosa sin importancia.
Como en toda batalla o conflicto, poseer y ejercer poder sobre el cuerpo del otro,
es una demostración de poder muy sustancial. En este caso, forzar a una mujer a
mantener relaciones sexuales y a cohabitar con el abusador, eran típicas acciones del
machismo revolucionario, que usaba a la mujer para reafirmar su poder. Demetrio,
cuando se convierte en jefe, adquiere facultades para cometer ese tipo de abuso, el cual
recae en Camila, quien aunque no es considerada bella, su condición de mujer objeto la
vuelve parte de las posesiones de Demetrio: ―la muchacha es de rostro muy vulgar, pero
en su voz había mucha dulzura. (…) Me cuadra el nombre pero más la tonadita… (…)
Ahí está Camila la del ranchito… la muchacha es fea; pero si viera cómo me llena el ojo.
(…) [Y dice Camila] Pos es que ya le voy cobrando voluntá‖ (Azuela 20-40).
Así mismo, se trata a las mujeres como seres con poca inteligencia y carentes de
habilidad para los menesteres que supuestamente son exclusivos del género femenino,
aquí una muestra: Camila no tiene idea de cómo realizar una curación y se limita a pasarle
a Cervantes los elementos necesarios; él, por su parte, se molesta cuando Camila le
interroga para que realice dichas acciones y termina ignorándola: [Camila preguntándole a
Cervantes] ―¡Oiga, ¿y quién lo ensiñó a curar?... ¿Y pa qué jirvió la agua?... ¿Y los trapos,
pa qué los coció?... ¡Mire, mire, cuánta curiosidá pa todo!... (…). Retraído a su
pensamiento, Luis Cervantes no la escuchaba más‖ (Azuela 32).
Además, el autor preserva el estereotipo de que las mujeres proceden por mero
interés económico, sin importar la propia dignidad: [Diciéndole Cervantes a Camila]
―¡Qué tonta!… Mira, él te quiere mucho; no pierdas esta ocasión que no volverás a
encontrar en toda tu vida. Tonta, Demetrio va a llegar a general, va a ser muy rico…
Muchos caballos, muchas alhajas, vestidos muy lujosos, casas elegantes y mucho dinero
para gastar… ¡Imagínate lo que serías al lado de él!‖ (Azuela 52).
Por otra parte, tanto la Pintada como María Antonia son expuestas como
estorbos: no combaten ni ayudan, pero sacan provecho de las situaciones ante los
hombres. Su descripción, junto a su notoria inteligencia —que es mostrada como
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perjudicial— la hacen ver como un ser cuasi terrorífico: sin valores ni sentimientos,
independiente y dura; cuando simplemente es una prostituta. ―Una muchacha de carrillos
teñidos de carmín, de cuello y brazos muy trigueños y de burdísimo continente (…) Ella,
indiferente, siguió moviendo las piernas descubiertas, haciendo ostentación de sus
medias azules. ¡Eh, Pintada! (…) Demetrio no pudo sostener la mirada furiosamente
provocativa de la muchacha‖ (Azuela 82-83). La prostitución, pese a haber sido un
fenómeno cercano y recurrente a lo largo y ancho del país mientras acontecía la
Revolución, recibe un tratamiento muy velado y con un énfasis negativo. De esta forma,
las mujeres son vistas o como prostitutas o como ancianas abnegadas que son esclavas de
la circunstancia y víctimas del destino, sin voz ni siquiera en su propia casa, ya que
estaban enfocadas a satisfacer las necesidades de los hombres: ―Sería bueno que por si o
por no, te escondieras, Demetrio. (…) Tu rifle está debajo del petate. (…) ¡Mujeres, algo
de cenar! (…) Salieron juntos; ella con el niño en los brazos‖ (Azuela 7-11).
Las referencias que el autor hace de la mujer revolucionaria no son significativas,
pese a que fueron indispensables en la Revolución y tuvieron puestos importantes desde
donde incidieron directamente en los diferentes acontecimientos: ―mujeres de tez
aceitunada, ojos blanquecinos y dientes de marfil, con revólveres a la cintura, cananas
apretadas de tiros cruzados sobre el pecho, grandes sombreros de palma a la cabeza, van
y vienen como perros callejeros entre los grupos‖ (Azuela 82). Hasta ahí la referencia a la
mujer revolucionaria en Los de abajo.
Si bien la Revolución no cambió de fondo la forma de gobierno o la gente al
mando en los diferentes aspectos del país, la participación femenina en la lucha
revolucionaria sí incidió en la forma llevar ciertas actitudes y hábitos en lo que respecta a
las relaciones entre hombres y mujeres, lo cual vendría a ser un punto inflexión y de
inicio en el proceso de participación nacional y de emancipación femenina, los cuales
hasta ese momento no existían.
El mito
Desde la antigüedad hasta los tiempos modernos, los mitos occidentales han sido una
fuente de inspiración de muchos artistas. La tradición grecolatina tiene influencia en
numerosas producciones literarias y artísticas. Según Platón y Aristóteles, las
características principales del mito remiten a lo irracional y lo divino que se puede
observar en las actuaciones de los personajes. Atendiendo a esto, nuestra propuesta se
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centrará en el personaje de Demetrio, procurando destacar las acciones que encajan con
los personajes mitológicos de relevancia y, sobre todo, las relaciones de convergencia
entre la Revolución mexicana que busca plasmar Azuela y los mitos grecolatinos.
Por principio de cuentas, es importante señalar que la raíz etimológica del
personaje principal-héroe de Los de abajo, Demetrio, apela directamente a la diosa
Deméter, ‗diosa madre‘ o ‗madre distribuidora‘, quien, en términos prácticos, era para los
griegos la diosa de la agricultura. Esto hace suponer que Azuela haya tenido en mente
dicho origen etimológico para nombrar a su héroe principal, imaginándolo en los campos
de batalla y juzgándolo merecedor de una divinización. Es interesante y sugerente que
tanto Demetrio como Anastasio (de ¢n£stasij, resurrección), como Camila (―Métabo, al
salir de la antigua ciudad de Priverno, / se llevó a su niña entre los avatares de la guerra /
como compañera de exilio, y la llamó Camila / cambiando en parte el nombre de su
madre Casmila‖, Virgilio XI 540-543), nombres de los personajes principales de la
novela, respondan a raíces etimológicas grecolatinas, en contraposición a Luis Cervantes,
personaje sin linaje divino y tránsfuga de una de las facciones revolucionarias (supra, p. 6).
El personaje de Demetrio, por su configuración, parece ser una asociación directa
con el héroe Heracles, cuyas técnicas de combate (utilización de la espada, caballo y
habilidad para cortar cabezas) también se encuentran de manera casi directa en el
personaje de Demetrio. El jefe revolucionario utiliza la técnica de la espada durante el
ataque al cuartel de los federales: ―Demetrio sonríe, saca un puñal de larga hoja
reluciente. Instantáneamente brillan los aceros en las manos de sus veinte soldados; unos
largos y puntiagudos, otros anchos como la palma de la mano, y muchos pesados como
marrazos‖ (Azuela 64-65).
Durante la guerra entre minias y tebanos se relata que Heracles combatió ―casi
sin ayuda de nadie pero logró derrotar al enemigo y matar a su arrogante monarca‖
(Littleton 196). El heroísmo de Heracles, como se evidencia en dicha guerra, se asocia sin
dificultad con la actitud de Demetrio en la última batalla contra los federales. Demetrio
también parece ser el más fuerte: tanto en la facción por él dirigida como en las otras, el
héroe surgido de la tierra, Demetrio, sobresale y vence.
Además de lo anterior, es aún más revelador que al revisar la edición crítica de la
obra, en el pasaje que sigue a esta victoria, verificar que Azuela haya escrito originalmente
―Su jefe Macías es de veras un valiente… ¡Qué temeridad y qué serenidad! La hazaña de
hoy es digna de Homero…‖ (Ruffinelli 69), en lugar de lo que acabó en la versión final:
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―¡Qué machito es su jefe! ¡Qué temeridad y qué serenidad!‖ (Azuela 76). No debe de ser
accidental esta mención a Homero, ni su deliberada supresión tardía.
Por otras muchas razones, de forma y de fondo, que ya hemos tocado
tangencialmente, otros grandes estudiosos han resaltado el carácter épico de Los de abajo,
incluso Carlos Fuentes (Ruffinelli XV-XXIX) lo hizo al sobrenombrarla ―Ilíada descalza‖ y
Seymour Menton destacó las ―texturas épicas de Los de abajo‖ (Ruffinelli 285-296). Sin
contravenir su autoridad, nosotros quisiéramos resaltar, sin embargo alguno, su
relevancia como Odisea cuarteada.
En cuanto a lo que expusimos sobre héroes, es lógico suponer que la primera
referencia se remonte a la Ilíada. No obstante, la estructura narratológica de Los de abajo
encuentra mayor fraternidad en la Odisea.
Basados en lo expuesto, nos es lícito afirmar que Los de abajo es la historia de un
héroe, pues, en términos literarios es la representación de uno de los combatientes de
abajo de la Revolución que es elevado, si no al rango de general, sí al de héroe
mitológico, por parte de su autor. En ese rubro, nuestro personaje principal, Demetrio
Macías, comparte mucho más con Ulises que, como establece Fuentes, con Aquiles.
Demetrio, como Ulises, tuvo que dejar a su mujer y a su hijo, soportar a los
pretendientes que entraron a su casa y, de la misma manera que aquel, ir a una guerra más
por honor que por gusto.
Aunque en la Odisea encontramos una estructura cronológica cíclica y en Los de
abajo una estructura lineal, y distintos inicios y finales, ambas tienen su centro en lo
mismo: el recorrido del héroe. Y aunque, a diferencia de la de Odiseo, la historia de
Demetrio acabe en la muerte, ambos héroes logran volver a casa de manera exitosa (he
aquí el significado original de exitoso: salir airoso de una situación difícil): ―La mujer de
Demetrio Macías, loca de alegría, salió a encontrarlo por la vereda de la sierra, llevando
de la mano al niño (…) Se abrazaron y permanecieron mudos; ella embargada por los
sollozos y las lágrimas. (…) Demetrio, pasmado, veía a su mujer envejecida, como si diez
o veinte años hubieran transcurrido ya‖ (Azuela 147). Así Penélope, cuando reconoce a
Odiseo: ―entonces, llorando, fue directa hacia él, y las manos echaba / en torno a
Odiseo, a su cuello, y besó su cabeza‖ (Homero XXIII 207-208).
No obstante lo anterior, no es menor la diferencia entre los desenlaces de uno y
otro héroe. Odiseo regresa a casa, se reencuentra con su hijo y su padre, vence a los
pretendientes que se habían apoderado de su casa y, finalmente, Atenea, su protectora, da
un mensaje imperativo a los habitantes de Ítaca: ―Conteneos de la guerra molesta,
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itacenses, para que incruentamente os apartéis lo más pronto posible‖ (Homero XXIV
531-532). La guerra ha terminado, ordena Atenea: que termine el derramamiento de
sangre entre hermanos.
En Los de abajo, por el contrario, aunque Demetrio consigue el regreso a casa,
también junto a su mujer y a su hijo, y cuando todo apunta a un final incruento:
―¡Fuego!.. ¡Fuego sobre los que corran!... ¡A quitarles las alturas!‖ (Azuela 150). Y al final:
―al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa, como pórtico de vieja catedral,
Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su
fusil…‖ (Azuela 151).
¿Es necesario que Demetrio, sin linaje divino, tenga que morir derramando su
sangre, como mártir católico, para volverse héroe? ¿O ya veía Azuela, desde 1915, en la
Revolución, una sanguinaria lucha fratricida sin finalidad ni final?
Funesto presagio, en todo caso. Infausto desenlace sin fin.
Conclusión
La narración realizada por Mariano Azuela en Los de abajo, se inscribe en la literatura de la
Revolución, influida ésta por las estructuras económicas, sociales y políticas de un país en
una situación de conflictos internos con repercusión tanto a nivel nacional como a escala
internacional. El espacio en que se desarrolla la trama se sitúa en un nivel local: una
periferia alejada de los grandes movimientos de las principales facciones revolucionarias;
sin embargo, un microcosmos que participa activamente en la lucha revolucionaria con
hombres como Demetrio Macías y varios más que han emergido desde los de abajo.
Los de abajo es un mito (de màqoj, palabra, relato, cuento, mentira) pensado clara e
intencionalmente desde los de abajo (los underdogs) de la Revolución. Como hemos
buscado demostrar, desde la vista de algunos puede erigirse como relato verosímil, desde
los ojos de otros puede aparecerse como una cabal mentira. Es, como toda epopeya, una
representación, desde una sola arista, de sólo una parte de lo que fue. En ese sentido, el
autor es honesto y franco, desde el nombre que elige para intitularla.
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Referencias
AZUELA, Mariano. Los de abajo. México: Fondo de Cultura Económica. 2012.
EAGLETON, Terry. Estrategias ideológicas. Barcelona: Paidós. 1997.
FRANCO, Jean. Historia de la literatura hispanoamericana. Barcelona: Ariel. 1975.
HOMERO. Odisea. México: Universidad Nacional Autónoma de México. 2013.
LITTLETON, C. Scott. Mitología. Barcelona: Blume. 2007.
RUFFINELLI, Jorge (Coord.). Mariano Azuela, Los de abajo. Edición Crítica. México:
Fondo de Cultura Económica. 1998.
ULLOA, Berta. ―La lucha armada‖. Historia general de México. México: El Colegio de
México. 2000. 759-824.
VIRGILIO. Eneida. Madrid: Alianza Editorial. 1998.