Download - Antologia de historias
Nombre: Alan Cuevas Meléndez
Escuela: Esc. Sec. Ricardo Flores
Mogón
Grupo: 3ºC T.M.
“Antologia De Cuentos”.
“Esta serie de cuentos va dedicada a todo el publico,
En especial a niños menores de 10 años.”
1-Carta De Renuncia…………………………………..1
2-La Memoria De Simón………………………………15
3-El Granjero Bondadoso…………………………….26
4-El Nuevo Amigo………………………………………27
5-La Aventura Del Agua…………………………......29
6-Secreto A Voces………………………………………30
7-El Hombre Perfecto………………………………….31
8-El Centro De La Tierra………………………………33
9-Querida Maestra………………………………………34
10-La Bruja………………………………………………..35
11-El Cumpleaños De La Tortuga………………….36
12-El Canto De La Libertad………………………….37
La memoria de simon:
Ese viernes necesitaba caminar, poner en orden mis
pensamientos. Dejé el Instituto confundida, angustiada y
perdiendo las fuerzas necesarias para luchar en esta vorágine
de incomprensiones.
Con mi portafolio bajo el brazo, comencé a caminar con pasos
lentos por la rambla fresca y abierta. ¡Tantas veces mi
cómplice, mi refugio! En ella no podía ocultar los más
profundos sentimientos, su belleza era implacable, traslúcida
y serena. Desde mi época de adolescente, siempre que debía
resolver algo importante, o tomar una decisión difícil, recurría
a ella. Allá en el horizonte, el mar parecía regado de sangre
por el atardecer, las olas ondulaban muy suavemente en la
orilla, mientras una fresca brisa rozaba mi rostro. La gente se
había concentrado en los muros de la playa, para disfrutar de
los últimos y tímidos rayos de sol de ese clima primaveral.
La angustia y la confusión me producían un desasosiego
incalculable. Desde mi época de adolescente, solía refugiarme
en ella, bajaba hasta la orilla, descalzaba mis pies y corría por
la arena hasta caer rendida sobre su tibio lecho, mientras
miraba el cielo y el mar, que parecían unirse en el horizonte.
Enhebraba mis sueños, mis proyectos y el mar complacido me
inundaba de tranquilidad y sosiego, brindándome una paz
interior infinita. El viento sacudía mis cabellos y mi rostro se
encendía de luz.
Hoy, lejos de mis años juveniles las preocupaciones son otras,
en mi cabeza rondaban los pensamientos .sobre mis
muchachos. . . ¿Qué sería de ellos? No puedo defraudarlos,
esperan mucho de mí, a pesar de ello tengo que hacerlo, mi
carta de renuncia es casi un hecho. Sin duda estoy caminando
en un mundo hostil e injusto, un mundo prestado, en el cual
por alguna razón pienso diferente.
Parece que caminara al revés del resto de la gente, los
programas son rígidos, nadie puede apartarse de ellos, no se
pueden abrir puertas, sin embargo hablamos de Unión
Regional, la Era de la Tecnología, los cambios que nos mueven
diariamente, Recursos Humanos, Sicólogos, Asistentes
Sociales, Estrategias, Misiones, hablamos de este nuevo
milenio, pero. . . ¿Qué ocurre con ellos, qué ocurre con estos
jóvenes? Los docentes tenemos en nuestro puño la calificación
o mejor dicho la reprobación o no de cualquier alumno,
muchas veces ni siquiera les permitimos discutir, nos
manejamos con la simpatía por tal o cual. Me es difícil aceptar
estas normas, soportar frases como las de Gustavo, el
profesor de Matemática, que se jacta de poner problemas sin
solución, para justificar el bajo nivel de su clase, simplemente
dice “son burros “, si fueran inteligentes se darían cuenta que
no tienen solución “Esta es una materia difícil y la seguirán
reprobando por los siglos de los siglos “¿Quiénes somos y
adónde pretendemos llegar?
¿Por qué no se pide control de calidad en la educación? Tal vez
es todo esto y mi discrepancia permanentemente, lo que hace
que mis colegas me aconsejen que consulte a un especialista
para resolver este dilema, según ellos yo no enseño, sólo
disfruto como una adolescente que no maduró y se involucra
demasiado con ellos. Hablamos de violencia, ¿y qué les
damos? Yo disfruto, claro que sí, aprendemos juntos a crecer y
a comunicarnos. Muchas veces una sola mirada basta para
entendernos, es por eso que no entiendo como los demás,
pueden calificar de bajo nivel a esta clase, en la cual se
manejan temas cotidianos de mucha importancia. Ana, la
docente de Español dice “nadie aprende, se distraen con
cualquier cosa” “Además no me agradan las miradas que se
entrecruzan determinadas parejitas que tengo en el grupo”,
olvidándose que el amor florece en primavera y que basta una
sonrisa para comprender. En más de una oportunidad escuché
con dolor decir alguno de los chicos que Ana jamás se aparta
del programa y si alguien trae algún pasaje para leer o
comentar, sólo se enoja y les dice que no pueden perder el
tiempo o simplemente tritura al autor desmenuzándolo
gramaticalmente.
¡Pobrecitos! Están en nuestras manos, se hacen cargo de
nuestras frustraciones, complejos y todas esas condenas que
atacan a la mayoría de los docentes. Jamás admitimos que
sepan más que nosotros. En toda la ramas de la enseñanza,
encontramos cosas como estas, he visto dormirse en la mesa
examinadora a uno de los profesores, ante aquel alumno
brillante que comienza a desarrollar el tema apasionadamente
y cuando despierta, sólo dice: “Basta está muy bien, es
suficiente” defraudando los conocimientos agolpados en
aquella joven mente. ¿Acaso enseñar es dar sólo lo que uno
sabe? ¿Y si no lo sabe, no sería más honesto aceptar lo
propuesto por algún alumno? ¿Qué es la educación?
El maestro Tagore a quien admiro profundamente, expresó
que el hombre debe luchar por lograr una armonía, también
que hay que cultivar el intelecto junto con las emociones y la
volición y que todos estos aspectos de la vida interior del
hombre, deben desarrollarse armónicamente, él tampoco
creyó en fórmulas de educación estrechas o rígidas, si no que
es un sistema concebido en términos humanos amplios, hizo
hincapié en el arte y la creatividad, también tuvo la convicción
de que la educación, es la base esencial para crear una
sociedad.
Evidentemente que estoy equivocada al creer que puedo
escapar de esto. Viajo en el mismo tren que los demás
docentes y salvo algunos con los que comparto
determinadas ideas, el resto me es ajeno. La mayoría dice: –
“No debemos involucrarnos demasiado en sus vidas, los
muchachos de hoy tienen demasiados problemas, demasiadas
carencias, son agresivos, nos haría mucho daño escuchar el
drama de cada uno”. – Pero yo percibo la soledad que tienen,
la falta de proyectos en una sociedad que poco o nada les
brinda, necesito liberarlos de algún modo para que puedan
disfrutar de un buen libro, para que encuentren en el salón de
clase, un lugar de disfrute, necesito crearles un ambiente en el
cual desarrollen sus críticas y formen el sentido común, el
criterio propio.
¿Es malo todo esto?. . . es por eso que la directora me observa
siempre tratándome de inmadura, siempre me dice que lo
único que he conseguido hasta ahora, es indisciplinar a mi
clase – “Amalia, no te involucres tanto en sus vidas, mantén
distancia”. He aquí lo curioso. ¡Me encanta involucrarme!
Me sentía desfallecer, lo único que me animaba a continuar
eran sus rostros sedientos de conocimientos. Mis pasos me
iban llevando lentamente hacia aquel consultorio en el cual
debería dejar en claro mi situación. El viento fresco me
empujaba hacia atrás como si tratara de detenerme, pero
debía hacerlo. . . Cuando me dediqué a mis estudios docentes,
estaba consciente de ello, evidentemente no era redituable,
pero lo mismo me encantaba y a pesar de mis padres y sus
consejos yo elegí.
Me resultaba y me resulta emocionante compartir diálogos,
impartir clases amenas, donde el aprender es mutuo y cada
vez más emocionante, donde el escuchar las críticas del
adolescente a veces crudas, significa que también seremos
escuchados cuando sea necesario. Era totalmente consciente
que lo que me pagarían, apenas alcanzaría para comprar
algunos libros, los apartados de fotocopia, algún material
extra, en fin, lo sabía, pero a pesar de ello, yo elegí. ¿Nos han
preparado para educar en este mundo tecnológico? ¿Acaso
nos han enseñado a respetar al alumno? ¿Estamos preparados
para ejercer la docencia en este mundo competitivo e injusto?
Yo vengo de un hogar donde el respeto por el otro siempre fue
lo primero, aprendí amar desde muy pequeña, la ternura de mi
madre colmó mi vida y aprendí que el amor hacia un niño, un
joven puede cambiar su vida. Por eso y a pesar de lo
manifestado por mis padres en la carrera que había elegido,
considerando ellos que yo podría perfectamente ser una
profesional destacada en otra área que no fuera la docencia,
yo elegí. Sentía la necesidad de dar todo ese amor que existe
dentro de mí y compartirlo con los jóvenes y los niños, pues
considero un aporte fundamental para el desarrollo de los
individuos. Yo pretendía y pretendo que ellos sintieran y
sientan, lo mismo que yo había experimentado con algunos de
mis maestros y profesores, los cuales dejaron en mí una
huella permanente que marcó parte de mi existencia.
Elegí Literatura, una materia rica en sentimientos y
creatividad. Transformé mi clase en una mesa redonda donde
conversamos como amigos y nos distendemos aprendiendo,
una charla donde los protagonistas son ellos y no yo.
Discutimos de mi materia, pero también del mundo, de la
sociedad, de los cambios, de la violencia, de la droga, del
sexo, sí del sexo. Opinan libremente. Muchas veces me entero
de cosas que desconozco, ellos se ríen y yo con ellos, es
evidente que todos estamos aprendiendo, a pesar de leer
mucho e informarme, desconozco los entre telones de los
muchachos. Nuestra clase es un placer y lo curioso es que
cuando suena el timbre, llegan antes que yo a la clase y es
raro. . . Dora cuenta que le cuesta hacerlos entrar al salón y
ponerlos a tono para empezar la clase. ¡Es raro! Cuando entro
me rodean como locos. . .
- ¡Amalia mirá lo que traje!
- Yo encontré una párrafo en la novela “Sangre Negra”, de
Richard Wright, que me encantó ¿puedo leerla, Amalia?
- Amalia, encontré en mi casa una revista
con poemas anónimos ¡Dale! ¿Puedo decirlos? Son horribles,
escuchá. . .
- Amalia ¿qué opinás de las relaciones premaritales? ¿Estás de
acuerdo?
- ¡Muchachos, por favor haya calma! Haremos todo y daremos
la clase de hoy, pero para escucharnos debemos hacer silencio
¿Sí?
Mi clase vive, vibra, ¿es eso malo, tal vez? Mis colegas me
reprochan, manifestando la indisciplina de mi clase. – “Te falta
carácter, Amalia”. “Los muchachos te dominan” – Sin
embargo, cuando comienzo la clase, el silencio es profundo. . .
Caminaba cada vez más lento para seguir pensando en mi
decisión definitiva, la hora se acercaba y estaba llegando al
edificio del Dr. Velásquez. Comienzo a imaginar la gente
sentada en la sala esperando, aquellos, los locos como suelen
llamarle los demás. ¿Por qué será que llamamos locos a todos
aquellos que no piensan igual que los otros? Nunca pensé
entrar a uno de estos consultorios, pero nadie está libre de
caer en ellos y contarle todo lo bueno y lo malo que nos pasa,
para que el especialista tome la decisión por nosotros. Yo,
solamente yo, decidiré si continúo enseñando o no, de eso
estoy segura y por eso voy preparando mi mente. Metí la
mano al bolsillo y saqué aquel papelito arrugado y viejo con la
dirección exacta del psiquiatra, la calle la recordaba por
haberla leído antes de salir, sin embargo el número del edificio
se había borrado de mi mente.
¡Cuántos secretos conozco de mis gurises!
Una impotencia enorme me sube hasta ahogarme cuando
pienso en lo que Felipe dijo el otro día en una charla sobre la
clase. . . “estos gurises no saben nada de historia, lo vienen
arrastrando desde primaria, hay varios que han dado el
examen de Historia en más de una oportunidad, inútilmente,
claro y me atrevo a decir que este año ocurrirá lo mismo,
serán reprobados en la materia.”
¿Cómo se puede saber en mayo si un alumno puede rendir lo
necesario al final del curso?
¿Cómo podemos saber nosotros si tal o cual alumno se
esmerará de aquí a fin del curso, para no reprobar?
Cosas como estas me ocurren a diario . . . el otro día tuve que
consolar a la hija más pequeña de mi amiga Agustina, ella
concurre a uno de los Conservatorios más grandes del país,
realiza una carrera brillante y con mucho éxito, destacándose
entre los demás alumnos por su talento, no obstante, la
profesora de educación musical que suele contar anécdotas de
compositores, se refirió a uno que Clarita conocía lo bastante
como para opinar y cuando manifestó que lo que ella decía no
tenía nada que ver con la realidad, esta se enojó y le bajó la
nota. Mi amiga Agustina concurrió de inmediato al Instituto
para conversar con la profesora, la cual le indicó que Clarita
era una irrespetuosa, una alumna rebelde. . .
¿Qué podía decir? ¡Pobre Clarita! Su madre por fin logró
defender su situación y a pesar de ser una materia que se
exonera, la mantuvo por ahí nomás.
Seguía caminando, las luces se habían encendido, había
caminado tan lento, que las horas transcurrieron casi sin
darme cuenta, crucé los semáforos y no sé si lo hice con luz
roja o verde, me detenía de cuando en cuando, observaba a la
gente, pensaba y pensaba . . . ¡Cuántas y cuántas anécdotas
se iban y venían por mi cabeza!
Laura es la mejor de mi clase, el otro día la sentí alejada,
ausente, de inmediato noté que algo le sucedía. . . La clase
terminó y sin decir palabra se acercó y me dijo:
- Amalia, ¿me escuchás un minuto?
- Claro Laura ¿Qué ocurre?
- Es espantoso Amalia, espantoso
- ¿Qué es lo espantoso Laura, qué te pasó?
Es la vieja esa, la profesora, la imbécil de Matemática.
-¡¡ Laura!!
- Sí, esa tarada, la clase es un despelote total, todos tiran
papeles, la relajan, son tantos los griteríos, que su clase no se
escucha, nadie la quiere, es asquerosa Amalia.
- ¡Laura, por Dios!, nunca te vi de ese modo, tus expresiones
me dejan estática, no sé que decir. .
-¿Qué más pasó para que vomites tanta violencia?
- No la aguanto más Amalia – dijo – mientras sus ojos se
enrojecían de llanto y de rabia – ¿Sabés lo que nos dijo? Que
lo único que sabía hacer era enseñar y aunque no quisiéramos
escucharla, debíamos hacerlo, pues ese era su único trabajo,
su medio de vida y que aunque no le gustara, debía ganar
dinero para mantener a su madre que estaba muy vieja y
enferma. Algunas veces he sentido pena por ella, sobre todo
cuando veo que todos se burlan y nadie la escucha. ¿Sabés lo
qué pensé Amalia? que sería capaz de matarnos y aún así
cobrar.
¡-Laura! No, no es así.
-¿Qué opinás, decime? Yo me sentí defraudada Amalia,
frustrada y sentí ganas de llorar cuando me di cuenta que mis
compañeros y yo, no éramos más que una carga para ella,
sentí que nos odiaba.
-¡Laura, por favor! No pienses de ese modo, el odio no hace
bien a tu corazón, el odio sólo trae tristezas.
Miré su rostro tierno y fresco, los ojos húmedos de una
adolescente extremadamente sensible y sentí ganas de llorar
con ella ¿Qué podía decirle, de qué forma podía justificar esa
conducta? ¿Qué es lo que anda tan mal?
La miré fijamente, había angustia en ella. . . pasé mi brazo por
sus hombros y la sacudí. ¡Vamos
Laura, ustedes deben haber provocados la ira de ella, sin lugar
a dudas!
- No Amalia, ella siempre es igual, es como una autómata,
parece que no siente nada y todo le da lo mismo.
¿Qué podía yo decir? Muy en el fondo también rechazaba
aquella actitud que jamás debió salir de esa docente, podía
haber elegido cualquier otro trabajo antes de formar mentes y
provocar iras como esa. Me sentí sofocada y mis ojos se
humedecieron, pero tenía que disimular. . .
- Bueno Amalia ¿qué pensás?
-No sé qué decir. . .
-¿Cómo qué no sabés? ¿Acaso vos no te das cuenta que
ninguno de nosotros va a aprender Matemática en estas
condiciones y que todos nos iremos a examen? ¡Contestame! .
. . Todos venimos a estudiar, algunos presionados por
nuestros padres y otros porque nos gusta, pero a veces
cuando nos encontramos con estas cosas, nos dan ganas de
dejarlo todo y huir. . .sí, huir de este liceo, de esa vieja
horrible, sentimos ganas de decirle muchas cosas, pero nos
callamos, ella es la profe ¿No? Aunque algunas veces alguien
le contesta groseramente.
¿Cómo podía yo sólo con palabras, revertir esa ingrata
situación? Me sentí impotente. ¿Podía yo acaso encarar a la
profesora Dora? ¡Claro que no! ¿Quién era yo? ¿No tendría ella
razón? ¿No venimos a este Instituto a ganarnos nuestro
sueldo? Yo también debía cobrar mi sueldo y subsistir con él,
pero debo reconocer que la diferencia está en que yo amo mi
profesión, el contacto con los adolescentes, el intercambio
generacional, el aprender a diario, poner a prueba mis ideas,
recibiendo la reconfortante tarea, de llevar conocimientos con
humanismo.
¿Realmente enseñamos cuando es imposible trasmitir
conocimientos? . . . En una fábrica, pensé. . . nos
descalificarían por bajo rendimiento o incapaz, si alguna de las
piezas por la cual respondemos se desforma, o no funciona.
¿Qué ocurre entonces cuando un profesor no puede trasmitir
lo que sabe, o no sabe hacerlo? Sin embargo no lo
descalifican, nadie inspecciona o regula, no hay control de
calidad. Yo pienso. . . cuánto más alto sea el nivel del grupo,
habría más puntos para el docente. . . ¿o no? No consigo
encontrar la verdad, no sé si es real lo que pienso, o sólo es
una fantasía de mi mente trastornada, porque a esta altura ya
no comprendo, qué es lo que está bien o equivocado. ¿Qué
decirle entonces a Laura? Ya todo estaba hecho, ellos querían
huir del liceo, de nosotros. ¿Cómo detener esto? Es evidente
que debo pedir ayuda para dilucidar mis interrogantes, mis
ideas, mis dudas permanentes frente a los demás, al mundo.
Necesito encontrar el camino correcto, o por lo menos el que
más se aproxime a él.
Comencé a mirar desde el punto de vista de mis colegas, todos
trabajan en varios liceos, tienen adjudicadas muchas horas,
un salario pequeño, luego cuando llegamos a clase nos falta
todo, desde un pizarrón desgastado y roto, un proyector que
no existe, no hay tizas, muchas veces alguno de ellos ha
contado, que debió llevar bizcochos temprano, en la mañana,
porque tal o cual alumno no pudo tomar un simple desayuno
en su casa por falta de medios, una ventana sin vidrio cubierta
con una caja de cartón, las sillas rotas y despintadas, muchos
graffiti en las paredes agrediendo quién sabe a quién, porque
agraden aquellos que están agredidos y estos muchachos lo
están, por nosotros, por nuestra sociedad, por el mundo que
les resta un espacio.
¡Alto! aquí tenemos mentes que debemos rescatar y formar. . .
Faltaba muy poco para llegar al consultorio y en mi mente aún
se fundían las terribles dudas, que decidirían definitivamente
mi conducta a seguir.
El viento fresco rasgaba mi rostro, parecía purificarme de
aquellos opresores y confusos pensamientos, confusión
ingrata y angustiante. Mis pasos se detenían ante aquella luz
roja que me impedía cruzar la calle y sentía deseos de huir,
esconderme no enfrentar todo esto. En el fondo, mis colegas
tenían razón, no existen los medios suficientes para atender
las necesidades de la educación, sin embargo se producen
gastos en otras áreas, que no son tan importantes para el
individuo. ¿Por qué? La educación es fundamental, es la
primera formación de valores.
Es el enriquecimiento diario de conocimientos, es el privilegio
de un país, no podemos creer que colmando nuestras escuelas
primarias de computadoras y dando alimentos en las aulas,
estamos logrando lo mejor. No es cierto. Eso no basta,
debemos invertir en nuestros muchachos. . . ¿Invertir?
¿Cómo? En calidad de docencia, en especializaciones
humanas, en test sicológicos a los docentes, para saber si
están capacitados en formar mentes, considerar sueldos
acordes con la tarea que realizan.
Realmente a veces estoy cansada de hablar, me duele la
garganta de esforzar mi voz, de cargar los escritos y corregir
con justo criterio a cada estudiante, sin mirar su nombre para
no verme prejuiciada… Educar es un trabajo como cualquier
otro ¿o no? No, claro que no, educar es compartir
conocimientos, dilucidando dudas, es apostar a lo más alto, es
invertir en esas mentes colmadas de interrogantes, educar es
inversión. Un país que educa, es un país que va ha destacarse
siempre, un país que cuida sus medios de comunicación, para
que estos no violen las reglas gramaticales, los valores, o no
utilicen la violencia y el sexo para vender tal o cual producto,
es un país que apuesta a lo mejor de su gente, a la dignidad
humana.
Es evidente que no puedo más, casi no puedo caminar, estoy
cansada de seguir este camino de lucha interior, es algo que
no puedo cambiar sola. ¿Y mis muchachos? Bueno quizás me
olviden pronto. . .
Ya estoy cerca del consultorio. . . decidir es muy difícil ¿Cómo
puedo apartarme de lo que más quiero en mi vida? ¿Cómo
puedo dejar mis clases, mis charlas, sin sentir un dolor
profundo muy dentro de mí? Había caminado sin parar varias
horas, recorrido la rambla, observando a la gente pasar a mi
lado, mientras en mi cerebro fluían los pensamientos
absurdos. De pronto, crucé la calle sin mirar que el semáforo
estaba en rojo y un coche frenó bruscamente, desde la
ventanilla alguien gritó un sin fin de disparates, nada me
importó, seguí caminando y me detuve en el edificio, donde
supuestamente el Dr. Velásquez me esperaba. Me encontraba
perdida, confusa, tropecé en el escalón, el portafolios se abrió
y mis carpetas se desparramaron en el suelo. El portero se
acercó muy amable y trató de ayudarme, pero yo sólo quería
escapar, huir, desaparecer. . .
Guardé todo rápidamente y le agradecí, tomé el ascensor que
me conducía al piso cuarto. Un corredor oscuro llevaba hacia
el fondo, allí se encontraba una puerta cerrada, con un cartel
que decía: Entre sin llamar. Entré. Las personas que allí se
encontraban, se veían confusas y perdidas en un mundo
diferente, sus rostros preocupados, repletos de interrogantes
y sus manos estaban inquietas esperando ¿Esperando qué?
¿Una solución a sus problemas? ¿Una respuesta segura? ¿Una
serie de medicaciones para conciliar el sueño? ¿Un ansiolítico
para la angustia? ¿Un calmante para evitar suicidarse?
No, yo no puedo quedarme aquí, mi angustia es grande, pero
no puedo escoger este camino, pensando que alguien como un
doctor decida por mí. Creo que me sentía rara en ese
consultorio, las miradas de los demás me recorrían como si
quisieran adivinar lo que me ocurría. Retrocedí y apreté con
fuerza todo el tesoro que llevaba en mi portafolio, bajo la
mirada perpleja de la enfermera que me interrogaba, mientras
extendía su mano, solicitándome los datos personales para
llenar la ficha. Me extendió un recibo por la visita, esa visita
que debía pagar por unos minutos de alivio o desesperación
que me daría el doctor. Sin decir palabra alguna, volví la
espalda y me marché. Me pareció escuchar que me llamaba,
pero corrí hacia afuera, corrí hacia la puerta de salida y escapé
antes que alguien me indujera en esta decisión que yo misma
debía tomar.
Era tarde ya, la noche había encendido sus estrellas y estaba
algo fresco, sentía el aire del mar húmedo, mezclándose con
mis lágrimas y mi desesperación. Me parecía escuchar. . .
- Amalia ¿Cómo definirías el amor? Amalia hoy estoy horrible,
mis padres se separaron. Amalia ¿puede existir el amor como
Romeo y Julieta?
Amalia, Amalia, Amalia. . .
Basta, lo he decidido, se terminó, renunciaré a mis
muchachos, ya no tengo respuestas, ya no puedo seguir
educando con humanidad, me golpeo una y otra vez. . . La
plaza estaba desierta y me senté en un banco, bajo el farol
que iluminaba mi portafolio repleto de tantos y tantos escritos
que ya no corregiría jamás, ya no volvería a verlos nunca. Tal
vez cuando crezcan recordarán a una pobre loca, que sólo
supo quererlos demasiado y no fue capaz de pelear por
ellos. . .
Fin
LA MEMORIA DE SIMON:
-Simón ¿dónde has dejado tu chupete?-preguntó su madre
preocupada.
Simón no respondió y no lo hizo por dos razones muy
importantes. La primera era que Simón tenía tan solo siete
meses y los niños a esa edad no hablan, por lo cual mucho
para decir no tenía. La segunda razón y no menos valedera,
era que Simón no recordaba en absoluto dónde había dejado
su chupete.
Esta situación se repitió a lo largo de los años, no porque
Simón siguiera usando chupete, sino porque nunca recordaba
dónde había dejado las cosas.
Bufandas, peines, mascotas, galletitas. Simón jamás
recordaba dónde había dejado nada. Esta característica del
niño fue un verdadero problema para su a familia y sobre todo
para su madre quien pensaba diferentes métodos para que el
niño no olvidase sus pertenencias o, por qué no decirlo, a sus
seres queridos.
Un día Matilde, la mamá de Simón, compró un carretel de hilo
muy grande y resistente. Supuso que era buena idea atarle al
niño las cosas para que no pudiese olvidarlas por ahí. Desde
ese día el pequeño arrastraba algunas cosas y le colgaban
otras. Llevaba atados con cariño y esmero guantes, mochila,
gorritos de lana y hasta el sándwich que llevaba al colegio.
Cierto es que durante ese tiempo no perdió nada, pero no le
fue muy cómodo que digamos. El piolín de sus pertenencias se
enredaba en el banco del colegio, con la pelota con la que
jugaba y hasta con otros compañeros. Más allá de eso, no era
muy bonito ver un niño del cual colgaba un sándwich de carne
y tomate atadito con un piolín.
Viendo que este método no había dado resultado, Matilde
probó otro (su ingenio se agudizaba cada día más). Compró un
paquete de papelitos adhesivos y se los pegaba al pequeño
donde podía. En la cabeza, para que no olvidase su gorrito, en
el cuello para que no perdiese su bufanda, en la muñeca para
que no extraviase su reloj, en la nariz por si usaba algún
pañuelo.
Tampoco era un método muy cómodo que digamos, pero el
niño lo soportaba no tanto para no perder nada, sino por no
contrariar a su madre. Sin embargo, el día en que tuvo que
usar los papelitos en los ojos para no olvidar sus lentes y se
llevó por delante todo lo que había a su paso, consideró que
ya era demasiado. Su madre coincidió con él y pensó
entonces, una alternativa más cómoda y práctica.
Antes de que Simón saliese de su casa, Matilde anotaba en
una larga lista todo lo que el niño llevaba puesto, dentro de la
mochila, dentro de los bolsillos y por supuesto en las manos.
Anotaba cada cosa y entregaba a su hijo la lista no sin antes
recomendarle, por supuesto, que no la olvidase.
Simón guardaba la listita con mucho cuidado y la revisaba
antes de volver a su casa para asegurarse de que no se
hubiese dejado nada en ningún lado.
El sistema funcionó bien por un tiempo, hasta que –como no
podía ser de otra manera- Simón olvidó dónde había dejado la
lista.
El tiempo pasaba. Simón crecía. Su madre seguía pensando –
sin mucho éxito por cierto- métodos para que el niño no
olvidase sus cosas.
Que el pequeño olvidase guantes, pelotas y hasta medias era
un poco preocupante, aunque no tanto como olvidar a un
hermano menor en una verdulería.
La primera vez que fue al comercio, se entretuvo mirando el
color de las frutas y verduras, controló una y mil veces la
listita que su mamá le había dado con lo que debía comprar y
más detalladamente aún controló el vuelto que le dio el señor
verdulero. En eso estaba cuando salió de la verdulería. Una
vez controlado el vuelto, lo guardó en el bolsillo, tomó las dos
bolsas y volvió a su casa. En su mente repasó todo lo que
había comprado: tomates, naranjas, manzanas y limones.
Estaba todo, menos su hermanito claro está.
No se dio cuenta que no llevaba el cochecito, tenía ambas
manos ocupadas con las bolsas y su mente ocupada en frutas
y verduras.
Al llegar a su casa, saludo a su mamá y dejó las dos bolsitas
sobre la mesa de la cocina.
En décimas de segundo, la mamá miró a Simón, miró las
bolsas, miró a su alrededor, para arriba y para abajo, hacia
todos los costados, en el piso, delante y detrás de su hijo y
nada, el bebé no estaba.
-¡Tu hermano! ¿Dónde está tu hermano? Dime que no lo
olvidaste-dijo su madre a punto de ponerse a llorar.
Recién ahí el pequeño tomó conciencia que si bien estaban
todos los tomates y las manzanas, faltaba lo más importante
que era su hermanito.
No hubo tiempo para retos porque el señor verdulero llamó
enseguida para avisar que el bebé estaba espantando a la
clientela con su llanto. La madre salió corriendo a buscarlo y al
rato volvió con el pequeñín ya más tranquilo saboreando una
rica frutilla.
-¿Qué haremos con este niño? –preguntó preocupada Matilde
a su esposo.
-No sé mujer, no le ataremos al bebé con un piolín ¿no te
parece?
Simón era consciente de su frágil memoria, pero no lo hacía a
propósito. También él empezaba a preocuparse por este tema.
No era menor haberse dejado a su hermanito en un comercio.
Matilde había agotado su imaginación, ya no encontraba
recursos para que su hijo no olvidase nada.
Papelitos, llamados telefónicos, mensajes a maestros y
compañeros, Matilde recurría a cualquier recurso para que su
hijo no olvidase las cosas.
Todos se acostumbraron a vivir así: Simón olvidando y sus
padres recordándole, sobre todo su mamá.
El tiempo pasó, Simón terminó el colegio (no sin antes
haberse dejado varias cosas allí) y comenzó a estudiar
abogacía. No tuvo problemas para recibirse de abogado,
aunque -en el camino- dejó varios libros, mochilas, relojes y lo
que no olvidó fue porque su madre se lo recordó.
El día que le entregaron el título de abogado fue inolvidable –
aún para Simón vale aclararlo-. Matilde no paraba de llorar. No
hubo foto de la entrega del título no sólo porque Simón olvidó
la cámara, sino también porque dejó el diploma sobre el
escritorio que había en el escenario y nunca más se lo vio.
No obstante, todos guardan un bello recuerdo de ese día,
porque eso tienen de bello los recuerdos, es difícil dejárselos
en algún lado que no sea el corazón.
El joven Simón comenzó a trabajar muy pronto. Hubo una
urgente necesidad de contratar una secretaria que le
recordase al joven no lo que decían las leyes porque no era
necesario, sino dónde había dejado los libros que contenían
esas mismas leyes.
Y así la vida de Simón transcurría entre olvidos y
recordatorios. Una madre que lo perseguía para que no
olvidase nada antes de llegar a la oficina, una secretaria que le
recordaba todo dentro de la oficina y una novia con muy
buena memoria que procuraba que su novio no olvidase nada
fuera de ella.
Alarmas, papelitos, listitas, llamados telefónicos, algún que
otro grito ¿por qué no decirlo? Simón se acostumbró a tener a
su lado un grupo de gente, cada vez más grande, que todo se
lo recordaba.
Así fue que un día el joven perdió no un zapato, no un
pañuelo, tampoco un libro, ni un paraguas, perdió su memoria
y todo, o casi todo lo olvidó.
Ya no alcanzaba con grandes listas, Matilde, su secretaria y su
novia no daban abasto y la vida de Simón y su familia se
convirtió en un verdadero caos, hasta que alguien dijo algo
muy sensato.
-Vamos al médico-propuso su padre-algún modo habrá de que
este hijo nuestro vuelva a recordar.
Los preparativos para la consulta con el médico fueron algo
ajetreados.
-Te has puesto el pantalón ¿verdad hijo?-preguntó la madre.
-¿Te acordaste de bañarte?-preguntó el padre.
La secretaria llamó para avisar en qué lugar de su billetera
guardaba Simón sus documentos y la novia fue tempranito
a ayudar con los preparativos para que ni Simón, ni ningún
otro miembro de la familia olvidase algo.
-Simón no te has puesto los zapatos-dijo el padre.
-¿Dónde era que guardaba los documentos?-preguntó la novia.
Buscando estaban todos cuando llegó la secretaria, quien
prefirió acompañar a la familia para ver que todo estuviese en
orden y que su jefe no olvidase nada.
Y así todos juntos fueron al médico. Padre, madre, novia,
secretaria todos hablando al mismo tiempo.
-No olvides decirle que no recuerdas-dijo la novia.
-Recuerda decirle que olvidas todo-dijo su padre.
-Recuerda no olvidar de mencionar el día que dejaste a tu
hermano en la verdulería-agregó la madre.
-No olvide recordar cuando dejó su agenda en el baño-
intervino su secretaria.
Simón estaba realmente aturdido, ya no sabía qué era mejor si
recordar u olvidar.
De pronto se escuchó la voz del médico:
-¡Simón! ¡Simón Gutiérrez!
Y ahí se pararon Simón, el padre, la madre, la novia y la
secretaria y una vez más todos juntos, entraron al consultorio.
-Bueno muchacho-dijo el médico-¿Qué te trae por aquí?
-Que no se acuerda nunca nada-intervino Matilde.
-Se deja todo en cualquier parte-siguió la novia.
-Yo no doy abasto, son demasiadas las cosas que le tengo que
recordar todo el tiempo-se quejó la secretaria.
-Es un verdadero problema doctor-dijo el padre-desde niño es
así.
-¿Le dije que se olvidó a su hermanito en la verdulería siendo
pequeño?-preguntó la madre.
El doctor observaba ese gentío que hablaba al mismo tiempo,
en tono fuerte y al pobre Simón que miraba a uno y a otro sin
decir palabra.
-Perdón ¿El muchacho ha perdido la memoria o el habla?
-Bueno es que seguro se olvida de contarle algo-dijo la madre.
-Eso lo veremos –dijo serio el doctor-a partir de este momento
necesito que me responda solo Simón ¿podrá ser?
-Si doctor-respondió el joven.
El doctor comenzó a formularle muchas preguntas, desde qué
edad olvidaba las cosas, qué pasaba cuándo eso ocurría, cómo
lo evitaban, cómo había sido su escolaridad y su carrera de
derecho. Simón contestaba, algunas pocas veces bien y
muchas otras no podía responder.
-Debo hacer unas pruebas más-dijo el médico ante la atenta
mirada de todos y les pidió que se retirasen para estar a solas
con el joven.
-No te olvides de contarle lo de la verdulería-insistió la madre
antes de irse.
El doctor cerró la puerta con llave, no pensaba tolerar más
intromisiones.
Todas las pruebas que realizó demostraban que Simón no
estaba enfermo, no tenía ningún trastorno y no había de qué
preocuparse en demasía.
Hizo entrar a toda la familia y por supuesto a la secretaria
también.
-¿Qué tiene doctor?-preguntó el padre.
-Es grave ¿verdad?-sentenció la novia.
-¿Perderá el trabajo?-intervino la secretaria.
-¿Le ha contado lo de la verdulería doctor?-preguntó Matilde.
El doctor tomó asiento, miró a cada uno de los presentes y
dijo:
-Ahora seré yo quien hará las preguntas, pero primero les
cuento algo: No sé si habrán notado que Simón recuerda sólo
lo que es verdaderamente importante.
-Nada más lejos de mi intención contradecirlo doctor, pero no
es poca cosa olvidarse un bebé en un comercio-interrumpió
Matilde-estoy dudando mucho de su escala de valores.
-Calla mujer, eso fue hace demasiados años, cállate y
escucha-dijo el padre.
El doctor prosiguió.
-Simón olvida lo que no le hace falta recordar- y mirando a la
madre el médico se adelantó a agregar- quédese tranquila
señora que sé que era necesario recordar que estaba con su
hermano en la verdulería (y Matilde respiró aliviada), pero eso
fue hace mucho tiempo.
-¿Qué es lo que ocurre ahora con Simón?-preguntó el médico a
la abultada concurrencia.
-No lo tome a mal doctor, pero hemos venido a que Ud.
conteste esta pregunta-respondió tímidamente la secretaria.
-Para eso estamos aquí-agregaron a coro Matilde y su esposo.
-Ocurre que, como toda habilidad que no se ejercita, Simón
olvidó recordar.
-Que olvida todo no es ninguna novedad doctor, si me
disculpa-contestó Matilde.
-Digo-prosiguió el médico-que todos se han acostumbrado a
recordarle cada cosa: que se ponga los zapatos, que no olvide
una bufanda, que no deje la agenda…
-¡Es que si no lo hacemos, no recuerda nada!-gritó la novia.
-Simón debe ejercitar su memoria, sino la perderá por
completo-dijo firme el doctor- Se acabaron los recordatorios,
nada de papelitos, llamados, listas.
-Pero… -dijeron a coro todos los presentes, inclusive Simón.
-Escucha Simón-dijo el médico-no recuerdas, porque siempre
tienes alguien que lo hace por ti.
Es cierto que desde pequeño no has tenido buena memoria,
pero nadie te ha permitido mejorarla, ejercitarla ¿Entiendes?
-¡Ah claro! ¡Resulta que ahora la culpa es nuestra!-gritó la
madre-¿Es mil culpa también que haya olvidado a su hermano
en la verdulería?
-¡Basta con eso por favor!-la interrumpió el esposo.
- Mire señora las madres tienen tantas buenas intenciones,
como veces repiten las cosas, son todas iguales y créame que
no es una crítica.
-¡Cómo se nota que nunca ha sido madre!
-¡Basta mujer! Siga doctor por favor-pidió el padre.
- Pues bien, a partir de ahora querido Simón dependerá de ti y
solo de ti lo que olvides o recuerdes. Respecto de todos
ustedes, se acabaron los recordatorios de cualquier tipo.
- Pero doctor, si no me recuerdan las cosas, todo será un
desastre-dijo Simón entre confundido y preocupado.
-Seguramente así será-contestó el doctor.
-¡Ah bueno! ¡Mire el ánimo que nos da! ¿Cómo comenzaremos
el tratamiento sabiendo que todo será un desastre?
-No será fácil, pero valdrá la pena y por otro lado, es el único
camino-contestó firme el médico.
-¿No le recetará algún remedio? ¿Un tónico? ¿Algo?-Preguntó
la eficiente secretaria.
-No hará falta, créanme, esto solo cuestión de que Simón
ejercite su memoria y se haga cargo él mismo de saber qué
lleva, qué deja, lo que tiene puesto, con quién va a alguna
parte (esto lo dijo mirando a Matilde). Si lo quieren de verdad,
como estoy seguro que así es, déjenlo crecer, déjenlo que se
las arregle solo. Simón, nos vemos en un mes-agregó el doctor
y dio por finalizada la consulta.
Simón salió confundido, todos preocupados y Matilde un tanto
ofendida.
-¿Y si buscamos otro doctor?-propuso-Este médico no me
gusta nada, alguien que no da importancia a que se deje a un
hermano menor olvidado en un comercio no es de fiar.
–¡Basta con eso mujer por el amor de dios! A mí me parece
que sabe lo que hace, démosle una oportunidad-propuso el
padre.
El doctor había quedado extenuado, pidió a su secretaria un té
de tilo y se sentó en silencio un ratito, necesitaba descansar.
Bebiendo el té se dio cuenta que Simón y dicho sea de paso,
toda la parentela, se había olvidado la bufanda.
-No importa-pensó-se la guardo hasta la próxima consuta.
No fueron tiempos fáciles. No solo para Simón, sino para toda
la familia. Cada uno veía como el joven se iba a trabajar sin
corbata, por ejemplo, y no podían, no debían, recordarle nada.
Así fue que un día llegó a la oficina sin cinturón y con el
pantalón medio caído, hecho que a su secretaria avergonzó un
poco. Se olvidó varias carpetas en otras oficinas. Las llaves de
la casa en un bar, los botines de fútbol en el club y así un
sinfín de cosas.
-¡Esto no va ni para atrás, ni para adelante!-Se quejaba
Matilde.
-Ten paciencia mujer, es el primer mes-decía el padre.
Y Matilde trataba de tener paciencia, pero le costaba y mucho.
Para no hablar, cada vez que Simón estaba a punto de
olvidarse algo, lo miraba fijo como para que el muchacho se
diese cuenta, sin que ella abriese la boca.
Por su parte, Simón no estaba acostumbrado a valerse por sí
mismo y cada vez que salía (o entraba) temía haber olvidado
algo. También él sabía que no podía preguntar, que debía
valerse solo de su memoria y esmerarse para recordar qué
debía llevar o, en el peor de los casos, qué había dejado en
algún lugar.
La situación al salir o llegar a su casa era siempre la misma.
Simón miraba a su madre como pidiéndole en forma silenciosa
que le dijese qué se estaba olvidando. Matilde, por su parte,
también lo miraba pero a la vez revoleaba los ojos para el lado
donde estuviese aquello que el joven estaba a punto de
olvidar. Así cada vez que Simón se iba al trabajo, se repetía la
misma escena: Matilde lo miraba y miraba hacia dónde
estaban las llaves, lo volvía a mirar, y luego movía los ojos
hacia el otro lado donde estaba la billetera.
Matilde miraba a su hijo y Simón a su madre. Matilde miraba
hacia la izquierda y Simón la seguía con la vista, giraba hacia
la derecha, el joven también lo hacía. Matilde levantaba las
cejas como diciendo “¡atención! ¡Fíjate lo que están
olvidando!”, Simón levantaba las cejas como diciendo “no
entiendo mamá ¿qué estoy olvidando?”.
Era evidente que con miradas no se entendían y ambos
tuvieron que resignarse a dejar de dar indicaciones con los
ojos.
-¡Me alegro mujer, me alegro!-Decía el padre- Estabas
haciendo trampa, el doctor fue muy claro ¡nada de avisos,
nada de recordatorios!
-Pero si yo no he dicho una sola palabra… -se excusaba
Matilde.
-No, pero no sé cómo no has perdido los ojos por ahí de tanto
revoleo, ahora tendrá que arreglárselas solo.
Y una vez más, el padre tenía razón. Simón, con mucho
esfuerzo, comenzó a aprender a depender de sí mismo y a
hacerse responsable de lo que llevaba consigo y de lo que
olvidaba también.
Tampoco fueron tiempos fáciles, por el contrario. Olvidó
muchas cosas, incluso alguna que otra consulta con el doctor,
pero comenzó a descubrir algo que lo hacía sentir satisfecho:
ser dueño de sus actos.
Su memoria poco a poco fue mejorando para sorpresa de
todos y sobre todo de Matilde. Simón comprendió que siempre
había descansado en todos los demás, sobre todo en su madre
y eso no lo había ayudado a crecer. Al mismo tiempo, Matilde
comprendió que aunque había obrado con todo el amor del
mundo, no había permitido que Simón y su memoria crecieran
libres y se desarrollaran.
Lejos quedaron las listas, los recordatorios e incluso las
miradas cómplices de Matilde. Atrás dejó el joven ya no cosas
que olvidaba, sino alarmas, notitas y agendas. Simón ahora no
olvidaba, Simón recordaba todo lo que debía recordar y entre
esas cosas estaban:
Agradecer al médico su sabio consejo.
Valorar el amor y atención de su familia.
Que crecer implica ser responsables de nuestros actos.
Y por sobre todas las cosas, algo que dejó muy tranquila a
Matilde:
Pedirle perdón a su hermano por haberlo dejado en la
verdulería.
Fin
El granjero bondadoso:
Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra.
Sin escolta alguna, cansado y hambriento, llegó a una granja
solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A
pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el granjero se lo
concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una
opípara cena al caminante, le proporcionó un baño y ropa
limpia, además de una confortable habitación para pasar la
noche.
Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó
una plegaria musitada en la habitación del desconocido y pudo
distinguir sus palabras:
-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado
el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a este
caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme
ayudado.
El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su
huésped y cuando éste se marchaba, hasta le entregó una
bolsa con monedas de oro para sus gastos.
Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano
monarca se prometió recompensar al hombre si algún día
recobraba el trono.
Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y
entonces hizo llamar al caritativo labriego, al que concedió un
título de nobleza y colmó de honores. Además, fiando en la
nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los asuntos
delicados del reino.
FIN.
El nuevo amigo:
Erase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento
y Belinda jugaba con unos enanitos en el bosque. De pronto se
escucho un largo aullido.
¿Que es eso? Pregunto la niña.
Es el lobo hambriento. No debes salir porque te devoraría le
explico el enano sabio.
Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y
Belinda , apenada, pensó que todos eran injustos con la fiera.
En un descuido de los enanos, salio, de la casita y dejo sobre
la nieve un cesto de comida.
Al día siguiente ceso de nevar y se calmo el viento. Salio la
muchacha a dar un paseo y vio acercarse a un cordero blanco,
precioso.
¡Hola, hola! Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo?
Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se
lanzo sobre el, alcanzándole una dentellada. La astuta y
maligna madrastra, perdió la piel del animal con que se había
disfrazado y escapo lanzando espantosos gritos de dolor y
miedo.
Solo entonces el lobo se volvió al monte y Belinda sintió su
corazón estremecido, de gozo, mas que por haberse salvado,
por haber ganado un amigo.
FIN.
La aventura del agua:
Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en
el soberbio mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo.
Entonces se dirigió al fuego:
-Podrías tú ayudarme a subir mas, alto?
El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire,
transformándola en sutil vapor.
El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los
estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no
podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de
frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente,
volviéndose más pesados que el aire y cayendo en forma de
lluvia.
Habían subido al cielo invadidas de soberbia y fueron
inmediatamente puestas en fuga. La tierra sedienta absorbió
la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante mucho,
tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga
penitencia.
FIN.
Secreto a voces:
Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo
todo, pero no sabía guardar un secreto.
-Qué hablabas con el Gobernador?
-le preguntó a su padre, después de observar una larga
conversación entre los dos hombres.
-Estábamos tratando del gran reloj que mañana, a las doce,
vamos a colocar en el Ayuntamiento. Pero es un secreto y no
debes divulgarlo.
Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente
estaba en la plaza con todas sus compañeras de la escuela
para ver colocar el reloj en el ayuntamiento.
¡Ay!, el tal reloj no existía. El Alcalde quiso dar una lección a
su hija y en verdad que fue dura, pues las niñas del pueblo
estuvieron mofándose de ella durante varios años. Eso sí, le
sirvió para saber callar a tiempo.
Fin.
El hombre perfecto:
Me afeito por la tarde y en el espejo Miro la barba no crece.
En la mañana me levanto tan suave como el culito de un bebé
y no raye.
Esta es la prueba definitiva de que son perfectos.
Y usted dice que le falta algo.
Yo estaba en cuarentena antes de llegar a usted. Mucho
tiempo.Cuarenta días para ser exactos.
Los hombres con camisas me hicieron los exámenes y se
miraban a los pies de mi cama. Susurrando.
Yo aguzzavo escuchando y les oí decir que no podía ser, tan
perfectamente, que los instrumentos pueden estar
equivocados.Y el que tiene la barba dijo que tenía que repetir
los exámenes.
sospechaban que escuchaban. Desde ese momento se
retiraron a hablar tras el cristal.
Aprendí a leer los labios.
Los hombres con las camisas dijeron que el ser humano es
imperfecto por naturaleza, que tal perfección no podía ser
bueno.Tenían una responsabilidad, no me podía dar al mundo
y por lo que debe estar aquí. Y el que tiene la barba insistió en
que tenía que repetir los exámenes.
No lo hagas que me de confianza y dejó de hablar tras el
cristal.Entraron en la habitación contigua a la
reflexión. Aprendí de inmediato a leer sus mentes.
Los hombres con camisas estaban preocupados de que el
tiempo se agotaba y la instrumentación necesaria para
analizar un extraterrestre y un unicornio alado. Tenían que
tomar una decisión. Por ahora tenían toda la
documentación. Lo lógico era destruir el bien de todos. El
mundo no estaba listo. Y el que tiene la barba tenía problemas
morales y técnica, insistió en que tenía que repetir los
exámenes de nuevo.
Mi instinto de supervivencia funcionó a la perfección como
todo lo demás, y yo los llamaba con el botón situado en la
cabecera de la cama.
Ellos vinieron enseguida.
Yo les dije que si Yo me desaté estaría limitado a buscar y se
adhieren a usted como el pegamento, poner en su pedestal y
que pueda mantenerse hasta que el agotamiento de mis
fuerzas.Yo no he usado mi poder para el mal. Ne 'para
desestabilizar, es para cambiar algo.
El hombre de la barba dejó de pensar que tuvo que repetir los
exámenes y me miró así, como que me estás viendo ahora.
Pero ciertamente yo sé leer la mente.
En este preciso momento pensando que iba a ser capaz de
inventar cualquier historia que no te pierdas.
Fin.
El centro de la tierra:
Apagué la alarma tres veces. Es tiempo y todavía están entre
las sábanas. ¿Dónde están las alas que pone amor?
Eventualmente saltar de la cama y me sumerjo en los
zapatos.
Nell'alzarmi sabe que el suelo está más cerca de lo
normal. ¿No son más bajos. Estos son sólo mis pies se hundían
en el suelo.
Me esfuerzo por poner mis pantalones porque tengo que
levantar muy abajo, porque sigo a hundirse, por qué, por
qué. No tengo tiempo para explicaciones.
Es tiempo, pero siempre se retrasos de cinco minutos.
No pierdo el tiempo de afeitarse porque ahora no consigo al
espejo del baño. Se ven obligados a lavarme la cara en el
bidé.
Mientras espero el ascensor en el piso me pongo el
cinturón.Casi nadie llegada al botón.
Por suerte nos pusimos en la esquina. La gente no me ven. He
de esquivar porque no pisotear la cabeza.
Tuvimos que arreglar mi casa, pero tú eres como eres.
El proceso de registro en el quiosco justo a tiempo, veo que se
acerca mientras termino de hundirse.
Ahora estás aquí y no me veréis, mi cara es sólo una palma
bajo el talón.
envío besos mientras desaparezco lentamente. Adiós Amor.
Es una pena, ahora que había puesto las bragas blancas con
arco.
Fin.
Querida maestra…:
Querida maestra...
Tal vez sea un poco tarde, pero hace tiempo que quiero decirle
estas palabras: Llevo muchos años vividos y a través de tanto
tiempo, me dì cuenta de todo lo que hizo por mí. No sé dónde
se encuentra usted hoy, pero sé que mi voz le llegará,
haciéndose eco en las voces de otros alumnos o quizá sea el
viento que le cuente que estoy muy agradecido y que nunca la
he olvidado.
Usted me enseñó a leer, pero más que eso, me enseñó a vivir,
a soñar, a querer.
Recuerdo cuando le conté que mis padres estaban separados y
me puse a llorar. Usted lloró conmigo y yo aún siento el calor
de sus manos acariciando mi cabeza despeinada. Ese día, nos
perdimos el recreo... También recuerdo la torta que trajo para
mi cumpleaños ¡fue mi primera torta!
¿Sabe una cosa, Seño? Mi mamá estaba celosa de usted, pero
la quería mucho, siempre me decía "Tu señorita te da el amor,
las caricias y todo lo que yo no puedo darte. Te muestra el
camino para que seas buena persona. Por eso, se siempre
agradecido y no dejes de quererla nunca".
Perdóneme por haber tardado tanto en decirle cuánto la
c7uiero.
Querida maestra, siga siempre así, enseñando, guiando,
acompañando. Aunque a veces el agradecimiento llegue tarde
o nunca llegue, todo lo que nos brinda dará sus frutos.
No voy a firmar la carta, porque mi nombre no tiene
importancia, soy un alumno entre tantos.
Y el suyo no puedo escribirlo, porque es el de todas las
maestras del mundo.
FIN.
La bruja:
En un pequeño pueblito, situado en un lugar muy lejano, vivía
una bruja malvada que se divertía muchísimo asustando a los
niños.
Por las noches aparecía cubierta con un manto amarillo,
sombrero rojo, y una larga cola negra y brillante. Su nariz
larga y afilada, como un cuchillo, tenía en la punta una
verruga peluda, de su boca inmensa y desdentada salía una
estremecedora carcajada y sus ojillos pequeños y rojos
parecían despedir relámpagos de furia. ¡Qué fea era!
Todos en el pueblo sabían que ella solamente aparecía en las
noches más oscuras, las noches de luna nueva. Entonces,
aunque ningún niño salía de su casa, ella igualmente hacía sus
maldades.
A veces ponía sapos entre las sábanas, o langostas entre las
servilletas dobladas o escarabajos en las toallas. Una vez,
llenó con culebras y arañas la piñata de un cumpleaños, y
todos los niños terminaron llorando.
Pero resulta que en este pueblito había un grupo de niños muy
bandidos y traviesos. que por su mala conducta y educación
estaban siempre solos.
Ocurrió que una de esas noches oscuras en que la bruja salía a
divertirse. los niños malos la estaban esperando con sus
gomeras y los bolsillos llenos de piedras. La atacaron de
repente y la bruja sorprendida rodó por el suelo, con tanta
mala suerte que perdió su varita mágica y con ella todos sus
poderes.
La bruja salió corriendo y los niños la persiguieron hasta
arrinconarla en la plaza.
Se armó un gran alboroto y entonces los niños buenos se
acercaron para saber qué pasaba. Uno de ellos encontró la
varita, la levantó y apuntando hacia el centro de la gran pelea
dijo: "¡Abracadabra, que sean todos buenos!" Y así fue.
Dejaron de pelearse y la ropa de la bruja se tornó blanca como
sus cabellos, su rostro parecía ahora el de una dulce abuelita,
los niños malos la abrazaron cariñosamente y todos en el
pueblo festejaron el milagro.
Este lugar pasó a la historia por ser el único en el mundo
donde la bruja es buena, la luna brilla más que en ningún otro
sitio y siempre se escucha una suave y hermosa música que
nadie sabe de dónde viene.
El cumpleaños de la tortuga
Había una gran fiesta ese día. Se celebraban los primeros cien
años de la tortuga y todos los animales quisieron estar
presentes.
Para entretenerse inventaban juegos como pararse en una
pata, subir al árbol más alto, saltar el arroyo y muchos otros, a
cual más divertido.
Luego de almorzar la tortuga propuso: "Juguemos una
carrera, a ver quién llega más lejos".
Todos sonrieron de manera burlona y aceptaron la apuesta.
Comenzó la carrera, eran cientos los animales que competían
y, por supuesto, la vieja tortuga iba última, pero a medida que
avanzaba iba dejando atrás a los animales que, ya cansados,
abandonaban la carrera, hasta que a un costado del camino
encontró al último de los corredores, quien al ver a la tortuga
le preguntó: "¿Cómo puede ser que nos hayas ganado a todos,
si cualquiera de nosotros es más rápido que tú?"
La tortuga le contestó: "Simplemente, porque al creerse
superiores, fueron soberbios y no escucharon mis palabras. Yo
les aposté a quien llegaba más lejos, no más rápido. Cuando
aprendan a escuchar, aprenderán a vivir mejor y quizás no
pierdan otras carreras".
Fin.
El canto de la libertad:
Los padres de Marina y Carlitos habían ido de compras a la
feria dominical y al volver trajeron de regalo una jaula
bastante grande, cubierta con un manto rojo.
Desde la jaula tres aves hermosas y extrañas observaban a la
familia en pleno. "Nos contó el vendedor que las han traído de
un país muy lejano y que su canto es maravilloso", dijo la
mamá.
Pasaron los meses y a pesar del cariño y los cuidados que las
aves recibían, jamás dejaron oír su famoso canto, así que
tanto los niños como sus padres estaban un poco
desilusionados.
Un día Marina y Carlitos, estando solos en la casa, decidieron
jugar con las aves. Lo primero que hicieron fue cerrar todas
las ventanas y abrir la puerta de la jaula. Una de las aves salió
volando tan rápido que se golpeó contra una pared, las otras
dos salieron de la jaula e intentaron un vuelo más lento. Los
chicos se reían pero las aves estaban asustadas. Marina puso
comida y agua sobre la mesa y las aves, ya más tranquilas, se
acercaron a comer y beber. Luego levantaron vuelo, se
posaron sobre un perchero y comenzaron a cantar. Era tan
bello su canto que Marina, emocionada, no pudo contener
algunas lágrimas.
Sin dejar de cantar los pájaros regresaron a su jaula, ante la
mirada maravillada de los niños.
Este juego se repitió varias veces, hasta que un día Marina y
Carlitos decidieron abrir las ventanas para que los pájaros
salieran al jardín.
Con gran alegría las aves volaban, haciendo figuras en el aire,
bajaban hasta donde estaban los chicos, comían, bebían y
seguían con sus juegos, brindando su canto, que además de la
belleza habitual, transmitía una sensación de paz y felicidad.
Tan entretenidos estaban que ninguno se dio cuenta de que
los padres habían regresado y que estaban muy sorprendidos
al ver en el jardín tres aves idénticas a las suyas cantando con
tanta fuerza.
-¿Por qué será que nuestros pájaros no quieren cantar?- dijo
la mamá. -¿No será que deberían estar en libertad?
-No creo, tienen una jaula muy linda, comida, cariño. No, creo
que no.- contestó el papá.
Pero al entrar a la casa y ver la jaula abierta y vacía
comprendieron todo.
Carlitos y Marina regresaron desde el jardín y las tres aves
que los seguían entraron solas en la jaula, como siempre.
Desde aquel día, la jaula es aún más hermosa, ya no tiene
puertas. Por las tardes, la familia se reúne en el jardín y
escucha con gozo la risa de los niños, el rumor del viento
entre las hojas y a las aves que cantan felices. Su canto es
alegría... están en libertad.
Fin.