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Daniel Rodriguez Lira
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PROLOGO
Un verde océano de misterios, cuentos y leyendas se abre poco a poco
ante nuestros ojos; navegar en su inmensidad es descubrir en sus
parajes, maravillosas aventuras, romances y tragedias impregnadas
de verdor de todos los matices.
Madre de Dios, con sus rituales ancestrales, llenos de embrujos y piri
– piri, zangapillas y tabaco, manantiales y cachuelas, shamanes y
sirenas, es fuente de inspiración de escritores y poetas que nos
muestran con esmero la riqueza de sus tradiciones y lo profundo de
sus mitos.
Agradezco la oportunidad que me brinda el autor más allá del
privilegio de contar con su amistad, la verdad, es un honor que no
creo merecer; conozco de su empeño por la educación esmerada, de
sus esfuerzos por promover cultura y sobre todo de su cariño y
dedicación a los jóvenes estudiantes de nuestra región quienes son
testigos de su infatigable labor de siembra.
Al leer la historia me parece estar presenciando la vida misma de
muchos jóvenes y jovencitas que atraídos por la oportunidad de
mejorar económicamente, se aventuran a una vida llena de riesgos,
esfuerzo y sacrificio. Salir adelante en medio de los campamentos
auríferos de Madre de Dios no es sencillo, por el contrario, la miseria
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desplaza a la pobreza abruptamente y cala hondo en las almas de
aquellos que tienen que acostumbrarse a vivir entre gallinazos y
esperanzas.
La narración sencilla recurre a un realismo simple, mostrando la vida
misma de muchos jóvenes que, no contando con otra alternativa,
sufren la dureza de hacer minería aluvial en los bosques de Madre de
Dios.
El duro trabajo de la minería en Madre de Dios es pues escenario de
esta pequeña historia que nuestro autor presenta de manera especial;
por otra parte la minería informal, tema en boga en los últimos
tiempos, es un escenario de vivencias, sueños y pesadillas que, el
autor recoge y plasma en estas hojas y que estoy seguro, servirán
como referencia a muchos que aún consideran a Madre de Dios como
paraíso de oportunidades y más aún, creen haber encontrado el Gran
Dorado o tal vez en el legendario Paititi.
Mis sinceras felicitaciones al autor de esta pequeña novela y les
invito pues al deleite de su emocionante aventura que estoy seguro
dejará en Usted una extraña sensación y hasta pueda que se
confunda con algún hecho mismo de la vida real.
JUAN CARLOS ARZOLA ROZÁN
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AGÜITA DEL TAMBOPATA
¡Carajo, hermanito tranquilízate! tenemos que ser fuertes, a mamá
no le gustaría verte llorar. Ella, desde el cielo, cuidara de nosotros; ¡y
nosotros tenemos que darle esa paz con nuestras ganas de vivir!.
De esta manera, Carlos trata de tranquilizarme, pues acabábamos
de enterrar a mi madre que falleció de una enfermedad muy dolorosa. Mi
hermano trabajaba en Puno tenia 25 años y yo apenas 10 años el dolor
de la partida de mi madre causo mucho dolor en mí, pues cuando apenas
tenia un año mi padre nos abandonó; de él no se nada ni lo conozco, mi
hermano es el único familiar directo que tengo.
Mi hermano estaba realizando unos trámites que yo no entendía por
mi corta edad, pasamos como un mes juntos después; después de ello,
me dejo con un tío y se fue para Puno, porque allí tenía un trabajo
estable. Al partir me dijo: “ Raúl, yo volveré en un mes aproximadamente
voy para Puno, me acomodo organizo lo de tus estudios y volveré para
llevarte”. Yo escuché, aseveré con la cabeza, pero pensaba -primero me
dejo mi padre, luego mi madre y ahora me deja mi hermano-. La tristeza
era superior a las fuerzas que tenía, me sentía tan solo que pensaba que
ese era mi destino: ser alguien a quien sus seres queridos lo dejarán.
Quería encontrar una explicación, pero no la hallaba, solo las
ganas de llorar me abrumaban. Vi salir a mi hermano de la casa de mi tío
en la cual me quedé. Las maletas y todo el equipaje que llevaba me hacia
presumir que nunca más lo vería. Cuando desapareció de mi vista,
voltee, me dirigí hacia dentro, me senté en un sillón envejecido por el
tiempo. Mi tío me llama –Raúl ven, éste va ser tu dormitorio a partir de
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ahora. Era un cuarto pequeño, como de dos por tres metros, en el cual
había una cama muy arreglada y una mesa, me paré en la puerta y mi tío
me dijo - te dejo-, y se fue. Yo entré con paso lento, me senté en la
cama, me tiré sobre ella y mirando el techo de mi habitación me puse a
ver el cielo raso de un blanco triste, mis mejillas comenzaron a mojarse:
un torrente incontrolable de lagrimas corrían por ellas, un nudo en la
garganta y el alma partían mi pobre cuerpecito de dolor y soledad, me
sentía tan solo, extrañaba tanto a mi madre que veía su rostro
mirándome con esa sonrisa tierna y llena de ternura, recordaba los
buenos momentos que pase con mi madre (ella siempre me prodigaba de
atenciones y amor) y pensaba como iba a poder vivir sin mamá, no me
imaginaba despertar cada mañana sin ella en la mesa del comedor.
Siempre me esperaba a tomar el desayuno y en las tardes, ayudándome
con las tareas; en realidad, vivíamos el uno para el otro, todo nuestro
mundo consistía y se construía alrededor de los dos. Éramos muy felices.
Al día siguiente, mi tía me llama para desayunar, me levanto de
mala gana (la verdad que no me interesaba ningún desayuno, solo
quería estar solo). Un grito enérgico, me devolvió a la tierra, tanto que en
menos de lo esperado, me encontraba sentado, ocupando un lugar en la
mesa con dos primos y mi tío. Ese día, el desayuno fue normal, me
obligaron a ir a la escuela, así que no tuve otra opción y fui. Esa rutina se
repetía durante varios días, yo los cumplía de mala gana, no quería
comer, no quería ir a la escuela pero lo hacia, por mí hubiese preferido ir
a mi dormitorio y encerrarme con los recuerdos de mi madre. Eran
momentos muy tristes.
Cierto día mi tío me sorprende diciendo –Raúl, tu hermano llegara
mañana, vendrá a llevarte, vaya alistando tus cosas-. Esa noticia me
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alegró mucho, estaba contento, alistaba la poca ropa que tenía y
esperaba con ansias que fuera el día en el que iba a llegar mi hermano.
Me fui a dormir, no podía pegar los ojos, pues quería ver a mi hermano;
así me pase varias horas hasta que me quede dormido y al día siguiente
me levanté muy tarde. Me dirigí al baño, me lavé y luego fui hacia la sala.
Allí estaba mi tía con los ojos rojos, toda llorosa, mi tío la abrazaba; al
verme, me llama a su lado, me abraza y se pone a llorar sin decir ni una
sola palabra, y su llanto causaba en mí el mismo efecto. Todavía estaba
frágil por la partida de mi madre, todo mis recuerdo todavía estaba en
torno a todas los momentos felices que vivimos; miro a mi tío mientras mi
tía me abraza y él desvía la mirada y mira el techo con un respiro
profundo tratando de aguantar la respiración. Por mis mejillas ya rodaban
algunas lágrimas.
Me separo del tierno abrazo que me daba mi tía, me acordé que mi
hermano iba a llegar y me senté en el otro sillón y muy cauto y despacito
pregunté por su llegada. Mi tía me mira, se agacha y se sale de la sala a
toda velocidad tapándose la cara, mientras que mi tío me mira otra vez,
me esquiva la mirada y no dice nada. Él también se va de la sala. Yo
quedo desconcertado sin saber que hacer, sentado en la sala me puse a
pensar en la llegada de mi hermano, que íbamos a estar juntos para
siempre.
También me emocionaba conocer la ciudad de puno. Por primera
vez iba a salir de mi pueblo, me habían contado que en Puno había un
lago inmenso, que en él habían barcos enormes, que también habían
islas que los hombres habían construido y estas islas flotaban, todo eso
en mi mente creaba unas ansias por viajar y conocer tan linda ciudad.
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Mi tía regresa a la sala y se sienta a mi lado, me abraza, me mira
tiernamente y quiere decirme algo pero no puede, eso me inquieta y mi
tío interviene diciendo:
-Raúl el carro que venia de Puno trayendo a tu hermano sufrió un
accidente y tu hermano Carlos murió.
Me quede petrificado, se supone que esta noticia no debería de
afectarme puesto que ya me había abandonado mi padre después mi
madre y ahora mi hermano… y de repente un grito desgarrador salió de
mi garganta, sentía que `por mi cuerpo cruzaba un sable muy filudo que
partía todo en mí, no podía aguantar el dolor de perder a todos mis
familiares, no podía creer en mi suerte y me preguntaba a gritos “¡porque
a mí!” Y no había respuesta, solo llanto y lagrimas, me abrazaban los
familiares, era algo que yo no quería de verdad, si era mi destino estar
solo pues que no me abrasen que no me digan nada los comentarios
tontos de las personas en el momento mas doloroso de mi vida,
comentarios que no quería escuchar pero la gente cucufata haciendo
comentarios indolentes: “pobrecito, que dale un matecito, que dale algo
para que duerma”, ¡impertinentes! solo quería estar solo, solo quería
sufrir, solo quería llorar, solo y de verdad solo ese día comencé a sentir lo
que es la verdadera soledad, esa soledad que en un niño de diez años
forma y determina la personalidad para toda la vida y me levante del
sillón en el que estaba sentado y me fui para mi cuarto, Creo que lo hice
con las ultimas energías que tenia. Cerré la puerta y me tire en la cama,
lugar preferido donde los sentimientos salen como torrentes de mis ojos,
de ellos salían esa impotencia guardada, esa cólera contenida, de porque
perdí a los que más quiero y un atisbo de esperanza, una luz en esa
inmensa oscuridad que se llama dolor y soledad a la vez, vino a mi
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mente y pensé: “Mi padre vive, todavía debe de estar por algún lugar,
cuando se entere de lo sucedido me vendrá a buscar”.
Eso solo era un consuelo para mi pobre corazón e inmediatamente
pensé: “Sí viene mi padre también se puede morir y así, otra vez, volví a
la realidad de mi dolor y soledad, no sabía que hacer, era niño todavía,
no sabia con quien me iba a quedar, quien iba a cuidar de mi.
Se oye que tocan la puerta de mi habitación pero yo no tenia valor
ni ganas de levantarme mucho menos para abrir a cuan pesado estaría
viniendo a consolarme, solo quería mi cama y seguir llorando. Se
escucha la voz de mi tía y me ordena abrir la puerta, lo hago de mala
gana, y me pregunta si quiero comer. Era lógico que no, y de ahí mi tía
me dice que ya se encargaron de los trámites del entierro; la verdad, el
entierro de mi hermano fue todo un misterio, yo no pude verlo muerto,
solo los comentarios de las personas, nunca vi su cajón fúnebre tampoco
sé donde lo enterraron.
Seguí viviendo con mi tío. Los primeros días, luego de la muerte de
mi hermano, me trataba con mucho cariño, pero conforme pasaron los
días esto fue cambiando y comenzó a darme obligaciones de aseo en la
casa: que tenía que barrer el patio; luego, debía que limpiar los baños y
así… Sentía que día a día iban creciendo mis obligaciones en la casa,
hasta el punto que creo que lo hacía todo y cuando algo no se cumplía mi
tío me castigaba. A veces no me daba comida, a veces me daba una
cuera. Pasaron los meses y el trabajo seguía aumentando: Después de
asear la casa me llevaban a la tienda de abarrotes y allí continuaba con
el trabajo de embolsar el azúcar, los fideos por kilos, limpiar y atender
al público y cuando llegaba la noche, completamente cansado, me
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tumbaba en la cama y dormía profundamente. Pero también habían,
aunque pocos, días que el trabajo estaba ligero y no podía dormir y los
pensamientos y la tristeza asaltaban mi tierno corazón de niño que perdió
lo que más quiso en esta vida y todos eso hicieron que se resintiera con
la vida. Había veces en los que mi tío quería hacerme reír gastándome
una broma que a mí no me hacía ninguna gracia.
Fueron pasando los años, ya tenía catorce, rumbo a los quince. Me
había acostumbrado al trabajo duro de la tienda; en los estudios no me
iba mal, era un estudiante regular, nunca me jalaron y ya estaba en
tercero de secundaria.
Un día mi tío recibe a un familiar y se ponen a tomar unas cervezas
en la sala de la casa y como es ya de costumbre, el que tenía que
abastecerlos de cervezas era yo, corría a comprar una caja, otra caja. Es
así entonces, que mientras esperaba que se acabe la caja de cerveza
sentado en una esquina de la sala, pude escuchar lo que conversaban: El
invitado le contaba que estaba trabajando en Puerto Maldonado sacando
oro y que le iba muy bien y que se ganaba mucho dinero. No pude
detener la tentación tan agradable de seguir escuchando. Paré las orejas
mucho más todavía. ¡Las cosas fantásticas que contaba ese hombre de
lo que denominaba “la tierra del oro”!, que a las orillas del rió Madre de
Dios la gente sacaba oro utilizando carretillas y que también se estaban
implementado algunos mineros con motores más grandes que los ponían
en una balsa y que un hombre se metía al río con traje de buzo para
succionar del fondo del río el material que contenía el oro. Dichas
historias me tuvieron impresionado toda la noche, no pude dormir
pensando como seria la selva y como se sacaba el oro. Me lo imaginaba,
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pero a la vez me conjeturaba sobre mis razonamiento al respecto, de
cómo era realmente.
Al día siguiente, el señor nos levantó a mis tíos, primos y a mi y
nos llevó al mercado y nos compró ropa, juguetes. Yo me había quedado
impresionado con el minero. Luego nos llevó al restaurante y pidió las
comidas más caras y otra vez las cervezas. Siempre las pedía por cajas.
Después del gran agasajo que nos hizo el minero a mis tíos y
primos y a mí, atisbos de iniciativa empezaron a aparecer en mí, los
mismos que desde que partió mi madre y mi hermano en mi no había
aparecido, incluso ni las ganas de vivir y más aún con el abuso que
cometían mis tíos conmigo al hacerme trabajar todo el día y sobre eso
todavía, tenía que responder en mis estudios. Yo resistía porque de una
u otra manera esto me permitía neutralizar el dolor y sufrimiento por estar
tan solo en este mundo; además, realmente tenía que estudiar porque
algunos vecinos se preocupaban por mí y mis tíos por no quedar mal o
por no verse como unos abusivos me exigían estudiar, cosa que lo hacía
de mala gana. Realmente, si fuera por ellos me hacían trabajar todo el
día. Incluso, los días en que había fiestas o cumpleaños, donde los
chicos de mi edad tenían que participar, yo me las pasaba trabajando y
esto en mí, acrecentaba mas todavía el rencor con la vida.
Al día siguiente, el minero estaba sentado en el sillón de la sala,
escuchando música que había comprado. Me acerqué y le pregunté
como era la selva. Él respondió emocionado: “la selva es muy bonita,
todo está lleno de árboles y éstos están llenos de animales y los ríos son
grandazos y en ellos hay muchos peces y en las arenas del rio hay
mucho oro”. Su explicación fue rápida pero contundente. Yo me
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imaginaba como era, sumaba los arboles de mi pueblo que está a 3400
metros sobre el nivel del mar y aun así no lograba dibujar en mi
imaginación lo lindo que es la llanura selvática. El minero seguía
hablando. “Ahora estoy llevando más gente porque estamos sacando
buen oro”, y le pregunte:
-Tus trabajadores ganan bien.
-Ganan mucho, más de lo que te imaginas.
-Desde que edad trabajan.
-desde los catorce.
Guardé silencio y dentro de mí me decía que tenía que ser minero,
que tenía que ir a la selva, porque en mi pueblo nada me retenía. Mis tíos
eran malos conmigo, me hacían trabajar todo el día mientras sus hijos,
que eran de mi edad, se la pasaban vagando, jugando y divirtiéndose y
lo peor de todo, no tenia buena ropa, no me pagaban por el trabajo que
hacía y menos me daban un buen trato. Pues nada me retenía.
Le dije al minero: “Señor, porque no me lleva a la mina, a la selva”.
Él me mira y se echa a reír, con una voz gruesa y esa risa atrae a mi tío,
quién le pregunta de qué se reía. Él le dijo: “tu sobrino si es gracioso,
acaba de decirme que le lleve a la selva”. Y los dos se ríen con más
fuerza todavía, mirándome, y me dice: “Raulito, la selva es para
hombres fuertes, tu todavía eres un niño, no aguantarías, la selva es
muy dura”. Yo calle bajé la mirada, me avergoncé, salí despacito de la
sala y otra vez me dirigí a mi dormitorio.
¡Tenía una cólera!, Era el rencor y muchos sentimientos negativos
guardados, en contra de mis tíos y sus hijos, durante los cuatro años que
los acompañé. Realmente me hicieron trabajar mucho y nunca me
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trataron bien. Quería ir a la selva, quería ganar dinero, quería trabajar
para mí y si realmente era tierra para hombres, yo me sentía fuerte, y esa
mañana echado en mi cama amontonado con mis penas, rencores y mi
soledad, me juré que iba ir para Puerto Maldonado, porque quería ganar
dinero y quería dejar a los abusivos de mis tíos y también quería dejar mi
pueblo, pues todos los sentimientos eran tristes en mi pueblo, me dejó mi
padre, mi madre murió y mi hermano también, mis paisanos siempre me
miraban con pena y eso era algo que no me agradaba.
A la mañana siguiente, mi tío viene a mi cuarto. El minero ya se
había ido, y me dice:
-¡Así que te crees pendejo!, ¡ huérfano de mierda!, con que quieres
ir a la selva. ¡Eres un malagradecido! sobre que se te da comer y un lugar
para dormir, ¡De esta manera nos pagas!
Y se salió de mi dormitorio. Esas palabras fueron como dagas que
destrozaban mi cuerpo y las que finalmente determinaron en mí que de
todas maneras tenía que ir a la selva. Me dolió tanto lo que me dijo que a
partir de ese momento planeé mi partida.
Cada vez que podía me iba por la plaza a buscar personas que me
pudieran dar información de cómo se llegaba a Puerto Maldonado, que
caminos y que carros llegan hasta ahí; las personas a las que interrogaba
me contaban que el viaje duraba varios días, que la carretera era
realmente un desastre, que muchas noches se tenía que dormir en la
sierra o en la selva, las llantas de los carros desaparecían en el barro y
que los choferes tenían que inventarse una y mil formas de sacarlos para
continuar con el viaje; también me contaban lo que ya había escuchado
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de parte del minero, que era muy verde, que hacia un calor infernal, que
los ríos eran inmensos y que había muchos peces.
De esto mi tío se entero: que estaba interrogando a la gente de
cómo era Puerto Maldonado; así que un día me agarró en el patio de la
casa con un palo de escoba y me dio tan duro hasta que el palo se
rompió. Llegue a mi habitación adolorido, ya no lloraba, a estas alturas ya
no lloraba, se me habían acabado las lágrimas, porque realmente llore
mucho cuando mi madre y mi hermano fallecieron, cerca de dos años.
Después sentía rencor, ira y cólera. Me eché en la cama y en esos
momentos ¡Cómo odiaba a mi tío y toda su familia! Más golpes, más
maltrato, más dolor; todos esos sentimientos iban creciendo y los
sentimientos buenos ya casi no existían.
Al día siguiente, con más gusto me fui a la plaza a seguir indagando
sobre la tierra del oro, la verdad que quería ir a Puerto Maldonado. No sé
si realmente fue un gusto o fue por querer estar lejos de mis tíos. Un
hombre que me conocía me llama y me dice.
- Sabes, Raulito, si quieres ir a Puerto Maldonado, hay una
empresa de carros panorámicos con aire acondicionado y lo mejor hasta
te pueden llevar gratis con tal que les ayudes cuando tengan problemas.
De aquí te vas al Cusco y en los grifos de San Gerónimo buscas esos
carros al toque, solo tienes que decir “quiero un carro panorámico que va
a Puerto Maldonado”, ¿me entendiste?
Terminada la explicación me dice “chao Raúl, no te olvides de mi
consejo” y se va riendo.
Pensé: “este hombre me abra dicho la verdad”. Bueno y así, en los
siguientes días fui recibiendo más información, lo que me preocupaba era
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que no tenía dinero para viajar, no sabía de dónde lo iba a conseguir, ya
prácticamente conocía la ruta, los riesgos, pero no había para los gastos.
Un día mi tío llegó a la casa borracho, prendió el equipo de sonido,
puso la música que le gustaba, le traje dos cervezas y se puso a tomar y
cantar solo, al momento vinieron dos de sus amigos y con ellos más se
pusieron a tomar. Como siempre, tenía que estar alerta, pues cuando
sucedía esto yo era el mandadero: “que cómprame más cervezas, que
quiero cigarro y así pasó la noche y al día siguiente que me levanto
temprano para limpiar la sala, debajo del sillón me encuentro un fajo de
billetes. Me quedo pensando, lo pongo en mi bolsillo y sigo limpiando. Se
levanta mi tía, me manda a la tienda para abrirla, pues así lo hago todo
los días, Raúl para acá, Raúl para allá y cuando llega la noche un bulto
no me dejaba echarme en la cama meto la mano a mi bolsillo. ¡Me había
olvidado!, ahí estaba el fajo de dinero que encontré en la sala, lo puse
dentro de mi ropa, mañana lo entregaré pensé, pero como todos los días
la labor era pesada y me levantaban temprano, casi durmiendo
empezaba a hacer las obligaciones que mis tíos me encargaban. El
dinero quedó en el olvido, entre mi ropa, pues pasó que ese dinero
nunca fue reclamado por nadie.
Empecé a elaborar el plan de mi fuga. Otra vez, mientras estaba en
la tienda, mi tío se aparece renegando, no había ningún cliente y
comienza a vociferar:
- ¡So cojudo! ¡Qué intentes escapar! ¡No más te traigo de donde
sea! Tengo mis amigos policías, primero te hago castigar y luego hago
que te traigan a patadas, huerfanito.
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Sus amenazas no me intimidaron, al contrario, aumento la cólera y
el rencor que le tenía y las ganas de fugarme, era cada vez con más
fuerza, que yo mismo no podía controlar.
Era inminente la fuga. Tenía el plan perfecto: primero me iría a
Juliaca, luego tomaría el tren y de ahí me marcharía para el Cusco y allá,
tomaría un carro para Puerto Maldonado, mientras que mi tío pensaría
que me iría por Ollachea Sangaban (otra ruta) con esto lo iba a confundir
y no iba poder encontrarme.
Llego el día esperado. Puse en una mochila unos polos, dos
pantalones, cogí el dinero que encontré en la sala, la foto de mi madre y
el de mi hermano. También antes de guardarlo, le pedí me guiara y que
me permitiera escapar del abuso de mis tíos, recé y guardé la foto en la
mochila y salí muy cauteloso. Eran las cinco de la mañana, el carro
estaba a punto de salir, subí, el chofer me conocía, a mi tío también y
me pregunta a donde voy. Yo le contesto que iría para Juliaca, que mí tío
me estaba mandando a recoger una mercadería, me mira, se queda
callado, le aumenta el volumen al autorradio y emprende partida a
Juliaca, me senté al lado de una señora que con sus polleras ocupaba
casi los dos asientos y a medio camino, más o menos, me dice: “ niño
Raúl, ¿cómo te están tratando tus tíos?”. Yo le miro desconcertado,
porque a la señora no la conocía y con temor le conteste que bien y ella
me dice que mi mamá había sido su amiga, que había sido la persona
más dulce y buena que pudo haber en esta tierra. “sabes que tus tíos
tiene que cuidarte mucho porque están en la obligación, porque ellos a tu
madre le debían hasta la vida misma”. No conteste nada, me quedé
callado, tenía miedo de pensar que la fuga salga mal, mucha gente me
conocía, mi pueblo era tan chico que todos nos conocemos allí y sobre
todo a mí, porque atendía en la tienda y era el huerfanito del pueblo.
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Llegué a Juliaca. Primera vez que conocía esa tierra de gente
trabajadora y luchadora, cogí mi mochila y traté de alejarme lo más que
pude del carro que me llevó hasta allí, y una vez que sentía que estaba
bien lejos comencé a preguntar dónde estaba la estación del tren que iba
al Cusco. Preguntando a uno y a otro logre llegar a la estación, compré
mis pasajes, subí al tren. Estaba impresionado, era la primera vez que
también subía a un tren, sacaba mi cabeza por la ventana para ver
cuántos vagones había. Luego comencé a caminar por el interior, vagón
tras vagón, hasta que reaccioné y me dije que si me estoy fugando sería
mejor que no me mueva mucho porque alguien me podría reconocer, así
que busque el asiento que me habían asignado en el ticket.
El tren se pone en marcha y hacia un sonido estridente, repetitivo,
que a los pocos minutos ya me ha había acostumbrado, sentado mirando
el paisaje me puse a pensar en mi madre, que el día anterior me había
ido al cementerio a despedirme con la promesa de volver en algún
momento de mi vida, cuando todo me sonría y sea un empresario
próspero. Conforme el tren avanzaba, sentía que mi corazón se hacía
pedazos, cada vez que me pasaba algo o cada vez que mi tío me
golpeaba o me insultaba iba donde mi madre y es a ella a quien le
contaba todo lo que estaba pasando y cuando regresaba de visitar la
sepultura de mi madre, regresaba tranquilo, reconfortado.
Me imagino a mi tío organizando una búsqueda con los vecinos,
tratando de encontrarme y haciéndose el preocupado por mi persona,
cosa que muchos vecinos no se lo creían.
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También pensaba de cómo me iba a desenvolver en el trabajo si
todo lo que sabía hacer era arreglar, ordenar y atender en la tienda de
abarrotes de mi tío y otras cosas más, todavía era demasiado callado, no
conversaba con la gente, solo contestaba con monosílabos todo lo que
me preguntaban, pues el dolor de la perdida de los míos había
ocasionado que sea distante con la gente. Sólo podía tener como
compañero de mi vida a la soledad, a esa soledad que en las noches te
pasaba como un rayo por medio del cuerpo y te dejaba adolorido y
privado, sin reacción, que solo te deja respirar lo suficiente como para
poder mantenerte con vida, solo para acerté sufrir más y al día siguiente
se repetía este dolor, pero más fuerte, con mayor intensidad, que solo te
deja, creo, cuando ya estás muerto en vida.
Este tren que no avanza. Las ansias de partir a Puerto Maldonado y
el temor que me estén dando alcance desesperaba, solo tenía catorce
años, pero de porte y rostro parecía uno de veinte, el sufrimiento dejo
honda huella en mi rostro renegado y mi cuerpo agrandado por el trabajo
forzado que mi tío me dio desde los diez años.
Las horas pasan lentas. Los recuerdos vienen a mi mente: mi madre
cuidándome, mi hermano protegiéndome. Los únicos momentos que en
mi vida había tenido felicidad se lo debía a los seres que más quería y
que la misma vida me los quitó y siempre me preguntaba porque lo hizo
y por qué lo había hecho conmigo también.
Llego al Cusco. Inmediatamente me dirijo a un grifo en el distrito de
San Gerónimo, donde partían los carros y logro ver una fila de cinco
carros y recuerdo que me habían aconsejado ir en un carro panorámico
pues empecé a preguntar por ese carro y un chofer me dice: “Así que
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quieres en carro panorámico, con aire acondicionado”. Sí, le dije y él me
responde que le espere como una hora más o menos. Pues así lo hice,
entre en un restaurante, pedí una cena, comí de lo más tranquilo. Ya
tenía las ganas de conocer el carro panorámico y el chofer se aparece tal
como lo conversado y me dice: “súbete, te llevo gratis, pero me ayudas
en todo lo que necesite en el viaje”. Yo acepté de buena gana y me
señala un cisterna, en él llevaba petróleo para la ciudad de puerto
Maldonado, me subí al carro, desconcertado, panorámico era porque
tenía una vista de trescientos sesenta grados; aire acondicionado tenía
también, solo que este era el aire libre y el chofer ve mi desconcierto y
me vuelve a preguntar: “¿te gusta mi carro panorámico? y yo le contesto
tímidamente que sí.
Así partimos con dirección a Urcos, hasta allí no había problemas.
Empieza la subida para Ocongate, el carro avanzaba lento, pero seguro,
se balanceaba exageradamente. Había unos huecos inmensos donde las
llantas se perdían pero el chofer, un experto en la ruta y los huecos, sabia
como salir y cuando apretar el acelerador,
Por la madrugada llegamos a Ocongate. Yo estaba adolorido por los
golpes que recibí en cada uno de los huecos y curvas y no había dormido
nada y el chofer detiene el carro frente a un restaurante y grita: “¡a
desayunar!”. Me bajo y también pido mi desayuno. Luego, el chofer se
duerme en la caseta del cisterna. Algunas personas se suman para el
viaje: dos hombres como de veinticinco años y otro de dieciséis. El
chofer se despierta, se estira, nos pregunta si estamos listos pues
contestamos que sí. La tolva del camión cisterna tenía ya cuatro
pasajeros, el carro parte y callados los cuatro, solo nos mirábamos,
hasta que uno de los mayores pregunta hasta donde íbamos. Yo le
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respondo: “hasta Puerto” el otro también. “Qué bueno, entonces todos
vamos a Puerto”.
Después de un largo trecho el carro comienza a subir. El frío
comienza a sentirse con más fuerza. Cada metro que avanzaba el
cisterna en la carretera se ponía peor, estaba muy resbaladiza. El
camión se zarandeaba de un lado a otro. Sentado sobre mi mochila, por
tanto movimiento ésta se estaba descociendo; los otros eran unos
expertos viajeros, tenían como equipajes un colchón de esponja y
saquillos de ropa. El muchacho de dieciséis años también llevaba su
colchón y un buen costalillo de ropa, era callado, al igual que yo, no
hablaba más que lo suficiente.
El carro sigue subiendo los cerros lento pero seguro y a la distancia
y en lo más alto se puede ver los nevados como si los cerros tuvieran
unos chullos blancos y uno de los hombres me dice: “joven, abrígate,
ahora si empieza el frio de verdad” y yo le digo que no tenía nada más
para abrigarme y el me responde: “¡carajo! Este se va poner mal, hay que
prestarle algo después nosotros vamos a ser los paganos”.
Me dieron una casaca según yo, era suficiente pero conforme
pasaban los minutos el frio era más intenso y realmente la casaca ya no
abrigaba. El frío penetraba la piel, los huesos crujían, y el paisaje todo se
vestía de blanco por la intensa nieve que caía. Los cuatro, sin darnos
cuenta, estábamos juntitos tratando de darnos calor. Es que en eso se
para el carro y se baja el chofer y dice:
-Estos serranos, carajo, son una huevada. ¡Hablen que están de
frio! Tenemos una toldera. Está en la esquina. Lo vamos a extender.
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Y así cubrimos el cisterna con la toldera y el frió bajo
considerablemente pero el que entraba por algunas rendijas nos hacía
temblar todavía. La noche llegó y el carro no paraba, siempre avanzando
lento pero seguro, toda la noche la cordillera cubierta por un manto
blanco de granizo, nieve y niebla. El carro no podía parar.
Mi cuerpo de frio reclamaba la cama que tenía en la casa de mi tío
pero el orgullo me lo negaba, no quería volver a esa casa aunque me
muera congelado y me daba valor mientras que me acurrucaba a un lado
del hombre que roncaba sonoramente, lo envidiaba, parecía que el frio y
los golpes a él no le hacían ningún efecto, que estaba disfrutando de su
cama. Miré al otro y estaba dormido y observé al joven de dieciséis
años, él sí estaba despierto, con la mirada perdida, no le interesaba ni
los golpes ni el frio, solo él con sus pensamientos; eso causó en mí una
inquietud y le pregunte a secas:
¿Cómo te llamas?
Juan
¿En qué piensas?
En mis padres, mi mamá está mal de salud y tengo que trabajar
para conseguir dinero, para hacerla curar.
Y, ¿tu papá?
Mi padre es un borracho. Él no se preocupa por mi madre.
Y, ¿tienes hermanos?
Sí, tengo tres, todos son mis menores
y ¿en qué vas atrabajar?
En la minería.
Esa respuesta de Juan retumbo en mi como una orquesta
espectacular de sonidos motivadores. Para un prófugo como yo, fue la
Daniel Rodriguez Lira
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respuesta más bonita que había tenido en mucho tiempo: “la minería”. Al
toque pensé: “tengo que hacerme amigo de Juan, él me llevará a su
trabajo, siempre deben de necesitar un trabajador más. Además, puede
enseñarme” y continué con mi interrogatorio.
Juan, ¿cómo es la minería?
Es jodido, muy duro, pero pagan bien.
y tú, ¿cómo trabajas?
Yo vine el año pasado de mi tierra, empecé como mandadero,
luego cono cocinero y luego aprendí a bucear.
¿a bucear?, ¿cómo es eso?
Te dan un traje de goma para protegerte del frio y te ponen una
chupeta para que puedas respirar bajo el agua y de una balsa donde está
el motor, las camas, y todo el equipo te mandan oxígeno con una
compresora por una manguera para que puedas respirar bajo el agua.
¿Y cuanto tiempo tienes que estar bajo el agua?
De dos a cuatro horas
¿Y es peligroso?
Es muy peligroso bajo el agua no se ve nada todo lo hacen a
oscuras, con el tacto de los pies y de las manos muchos han muerto
ahogados.
¿Cómo?
La carga los aplasto
Y, ¿qué es la carga?
Es cuando con la manguera de succión ha hecho huecos
profundos sacando el hormigón del fondo del río, se forma como un
embudo y el buzo como está en el fondo y el cascajo se desliza al fondo
donde esta él, lo aplasta.
Daniel Rodriguez Lira
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El dialogo que tenia con Juan me intimido algo. No podía
imaginarme a ciencia cierta cómo era la minería pero hacia mis esfuerzos
pues eran años que no existía el Internet y otros medios de comunicación
pero tampoco había opción de retroceder.
De un buen rato Juan me dice: “¿Es primera vez que vas a
Puerto? le contesto que sí y me dice:
En puerto tienes que dormir con mosquitero y tienes que
bañarte varias veces al día porque hace un calor bárbaro.
Y tú, ¿ya conoces la minería bien?
Sí.
¿Por qué no me llevas a tu trabajo?
¡Ja, ja, ja!, tú eres novato, sufrirías mucho, donde yo voy es un
minero antiguo y él solo contrata a buzos antiguos.
Pero yo aprendo rápido.
No jodas huevón.
Te invito unos almuerzos si me llevas a tu chamba.
Puede ser.
Se quedó pensando por un rato y yo le dejé. El carro seguía
moviéndose al ritmo de los huecos y de las curvas, el cuerpo ya se
estaba acostumbrando a tanto meneo.
El sol ya estaba arriba y ya habíamos pasado Hualla-Hualla. Era lo
más alto que había llegado el carro, realmente esa parte de la cordillera
es todo blanco por el granizo y la nieve. Ya de día empezamos a
calentarnos, rumbo a Marcapata las lluvias y el mal tiempo malograron la
carretera, era casi imposible avanzar pero la pericia de los choferes nos
llevaba siempre para adelante.
Daniel Rodriguez Lira
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Con Juan nos pasamos todo el día conversando y por ratos
durmiendo. Él me contaba las tradiciones de su pueblo y yo le contaba
los míos.
Juan me dice en Puerto hace mucho calor yo la verdad no pensaba
volver solo lo hacía por su viejita y es entonces que uno de los hombres
que viajaba con nosotros le dice que seguro que le dieron “Agüita del
Tambopata” y se pusieron a reír y nosotros también nos reímos, aunque
en realidad yo no entendía eso del “agüita del Tambopata” pero igual
celebre la gracia.
Llegamos a Marcapata a las seis de la tarde, el chofer nos dice:
“pueden cenar, pueden pasear, salimos a las doce de la noche porque
voy a dormir” y nosotros acatamos la orden del chofer, que en esas
circunstancias era la máxima autoridad. Pobrecito del que se atreva a
discutir sus decisiones, inmediatamente era bajado del carro sin quejas ni
murmuraciones.
Buscamos un lugar para cenar y luego nos sentamos en la banca
de la plaza, siempre mirando el carro cuidando que no nos deje o
cuidando de los ladrones, cualquiera que sea el motivo igual lo
cuidábamos.
Y Juan me dice: “esos hombres no hablan mucho”, le contesto
afirmativamente con la cabeza. “Son medios raros”. Sí, pues, le dije.
“A puerto viene mucha gente mala y abusan porque la gente de
Puerto son buena gente y confiados y de eso se aprovechan, tienes que
Daniel Rodriguez Lira
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tener mucho cuidado no confíes en extraños y mucho menos de aquellos
que te pintan estrellitas o maravillas o te dicen que van a convertirte en
millonario de la noche a la mañana”. ¿y cómo sabes tú? le dije y me
responde: “es que ya me la hicieron”.
Llego la media noche. El chofer sale de la caseta del carro, se
estira, se va a la tienda, se compra una gaseosa y una bolsa de pan y lo
comienza a devorar y le digo: “que tal hambre” y el me dice: “los chóferes
comemos por diez humanos normales porque somos superiores” y la
verdad que yo le creí, pues resulta que solamente un sobrehumano
podría manejar por esas carreteras destrozadas solo ellos puede romper
un pedazo de su polo y amarrar el radiador de su carro para que no siga
fugando agua y cualquier cosa o problema técnico que se presente en el
carro o en el motor ellos lo arreglan con lo que tienen a la mano, y en
silencio lo miré y lo admiré.
El chofer dice: “ya vámonos” con voz enérgica, acompañado de un
eructo con sabor a pan y gaseosa y nosotros inmediatamente subimos de
un salto al cisterna y nos advierte que podemos sacar la toldera. “A partir
de acá hasta Puerto Maldonado todo es calientito, hasta la lluvia y a la
primera que les llame se bajan” nos advierte y nosotros respondimos con
un si contundente.
Efectivamente salimos de Marcapata empezamos a bajar por un
serpentín de curvas cerradas que con mucha pericia nuestro ídolo
maniobraba el carro como siempre, con una seguridad, despacito, no
hay prisa y parece que en su pensamiento daba vueltas esta frase “lento
pero seguro”. Así comienza a sentirse el calorcito y uno de los hombres,
el que me prestó la casaca me dice: “Oe, flaco, devuélveme mi casaca,
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ahorita lo haces apestar con el calor y tu sudor” y yo me lo saque casi de
inmediato y le alcance agradeciéndole.
La piel se me pone dura por el calor el cambio de clima se sentía de
a pocos, pero lo sentía, callado experimentaba mientras que mis
acompañantes disfrutaban de la conversación, yo trataba de ver el
paisaje cosa que no lo lograba por la oscuridad, era mucha, solo se
sentía que el carro bajaba y el calor aumentaba.
Me dormí y desperté con los primeros rayos del sol y pude ver el
panorama: estábamos en ceja de selva, los cerros se teñían de verde y
un río muy caudaloso corría al lado de la carretera, los primeros insectos
se pegaban a la pie. El carro para y el chofer nos dice: “pueden bañarse
en el rio solo en la parte de la playa ni se les ocurra ir a la correntada”.
Todos en trusa nos metíamos al río. Él agua estaba heladita y Juan
me presta su jabón y me dice en voz bajita “solo para ti, que nunca te
falte tus accesorios de limpieza si no, eres hombre muerto”.
Ese Juan de veras es buen amigo pensé, yo trataré de
corresponderle la amistad que me está brindando. Así es como nos
aseamos, jugando, bromeando casi una hora y después fresquitos otra
vez al cisterna rumbo a Puerto Maldonado y es cuando el chofer dice:
“Con suerte esta noche estaremos en Mazuko” y Juan presto me dice,
“Mazuko es un centro minero que está lejos de Puerto, todavía mañana
en la noche llegaremos allá”.
Dicho esto yo hice mis planes de viaje, siempre haciendo caso a mí
amigo Juan.
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Todo el día viajamos. La carretera estaba bordeada de árboles
frondosos y para mí era novedad, no dejaba de verlos, de compararlos,
de buscar entre sus ramas monos, aves y todo lo que mi vista podría ver.
Me la pase todo el día distraído. No me interesaba el calor ni el tiempo,
creo que ese fue el momento que quede conectado a la selva.
Media tarde. Se escucha una explosión era una llanta que se
reventó, se detiene el carro, y Juan me dice: “bajemos al toque”. Al
mismo tiempo que el chofer salía de la caseta nosotros ya estábamos
abajo y nos dice:
-¡carajo! Con ayudantes como ustedes la vida sería más sencilla,
velocidad tienen, ahora vamos a ver si tienen fuerza.
Nos indico como debíamos sacar los pernos de la llanta, una sola
explicación y lo sacamos. Cambiamos la llanta, ajustamos los pernos y
quitamos la gata. Nos dijo el chofer:
-¡carajo! Ustedes sí que son de chamba. Su jefe se sacó la lotería
con ustedes. En Mazuco me cuentan a quien lo están haciendo
millonario.
Y llegamos a un pueblito de una sola calle. Era Mazuko y el chofer
se baja, nosotros también y nos dice:
- Toda promesa es deuda. Les prometí que íbamos a cenar en
Mazuko. A ver, ¿ cuál de los dos me invita una cena? -y yo le conteste:
“los dos, porque los chóferes comen doble” – y nos dijo: “ustedes son
chéveres, con ustedes si da ganas de viajar”.
Otra vez terminamos de cenar y el chofer nos dice: “Pueden pasear,
pueden ir a golear, aquí hay muchas hembritas, pero yo me echo a
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dormir hasta la media noche como ayer y luego nos vamos a Puerto sin
parar”.
Mientras esperamos, fuimos a hacer un reconocimiento a los bares
y cantinas donde trabajaban las señoritas y lo mas que nos acercábamos
era al frente de la puerta. Yo en ese tema estaba perdido pues de niño,
una niña me gustaba pero el dolor de la partida de mi hermano y de mi
madre más el trabajo que me dio mi tío en su tienda de abarrotes no me
dieron opción a madurar este sentimiento por las chicas, y es por eso la
timidez.
Y así pasaron las horas, mirando como los parroquianos se
emborrachaban y molestaban a las chicas de las cantinas hasta que llego
la hora de partir. Nos acercamos al cisterna, nos sentamos a esperar que
se despierte el chofer. Como de un buen rato se despierta y los otros
pasajeros no habían. El chofer nos dice: “A ver, fíjense en sus cosas”
Juan se sube y mira no había sus cosas y también no había las mías.
“¡estaban en la tolva del carro!”. Juan, desesperado, se baja y pregunta
a una señora que estaba vendiendo cigarros y ella le indica una calle y se
va corriendo, yo me voy tras de él y al fondo estaban los dos hombres
caminando muy tranquilos ellos. Los logramos alcanzar. Juan le dice:
“Devuélveme mis cosas” y este le responde: “Si no te vas te golpeo”.
Juan sin mediar mas palabras coge su saco de ropas y lo jala y el hombre
le da un puñete en la cara. Cojo una piedra, le tiro y le pasa muy cerca de
la cara. Con la misma agilidad cojo otra piedra. El hombre se me
abalanza y me da un puñete en toda la nariz. Con las justas logro tirar la
piedra en su cabeza. Juan también agarra una piedra y le tira al otro en
todo el pecho. Mi amigo, más habilidoso para las peleas, agarra un palo
y lo comienza a batir de un lado para otro y estos hombres se retiran
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amenazándonos con palabras soeces. Cogemos nuestros bultos, mi
compañero de aventuras me jala del brazo y me dice: “vamos antes que
nos deje el carro”.
El chofer nos ve llegar. Juan sangraba por la nariz y yo también.
Nos pregunta que paso. Juan contesta: “Nos pegaron por rescatar
nuestras cosas”. El chofer nos dice afirmando: “De seguro que ese par
también recibió lo suyo”. Comenzamos a reír a carcajadas y el chofer nos
dice: “ustedes se ganaron el derecho de viajar en mi caseta y saldremos
inmediatamente de este pueblo pues esos malditos de repente tienen su
mancha y pueden cobrar venganza”. Era media noche y salimos del
pueblo a toda velocidad como si el mismo diablo nos estaría
persiguiendo, como media hora más allá bajamos y en un riachuelo nos
lavamos la sangre y Juan me dice muchas gracias Raulito por mi culpa te
sacaron la mierda por primera vez en la selva.
El chofer se reía. “Esos eran más grandazos que ustedes, esos
eran más fuertes que ustedes, qué atrevidos son, los han podido matar,
son unos pendejos ustedes”. Nos habíamos ganado el respeto del chofer
y nos decía: “Cada vez que quieran viajar me esperan yo les llevo gratis
ustedes si me han alegrado el viaje”.
De Mazuko a Puerto lo hicimos aproximadamente en 20 horas.
Llegamos al día siguiente, como a las seis de la tarde. El calor era
bárbaro, en el camino tuvimos que bajarnos varias veces porque el carro
se había plantado y tuvimos que hacer zanjas con pala y pico para
nivelar el piso.
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Juan y yo para eso ya éramos buenos amigos. Cuando llegamos a
Puerto Maldonado, automáticamente me dijo: “Ahora nos vamos a un
hotel y mañana buscamos habitaciones para alquilar”. Y así fue,
llegamos a un hotel muy económico, nos bañamos y luego salimos a
cenar y recordé que Juan me dijo que “hay que dormir con mosquitero”,
pues le dije que me acompañara a la farmacia y a la señora que atendía
le pregunte si tenía mosquitero y ella me dijo que no, que esas cosas
venden en la tiendas de ropa y telas. Juan al escuchar se echo a reír a
carcajadas, me miraba y se reía, no paraba repitiendo “mosquitero ja, ja,
ja, ja, ¿qué pensabas que es?” Yo le dije que alguna crema o repelente
para ahuyentar a los mosquitos. ¿Qué cojudo eres” -me dijo- “vamos, yo
te llevo a comprar un mosquitero”. Y todo el rato me vacilaba “Mosquitero,
¿no?”.
Estuvimos echados en la habitación del hotel, nos dieron un cuarto
con dos camas. Juan me pregunta: “¿qué vas hacer”. Yo le respondo: “
lo único que sé es que tengo que ir a la minería a trabajar en oro”. Pero
Juan me dijo que ese trabajo es muy pesado, “no creo que te
acostumbres”. Le digo que no se preocupe que yo me acostumbraría,
“yo soy de chamba” le dije. “Bueno Raúl dormiremos, antes una oración
por mi madrecita, que Dios la guarde con salud hasta que yo vaya con
dinerito para hacerla curar”, cuando esto dijo Juan, yo me sentí sólo, no
tenía porque ni por quien trabajar ni por quien orar solo por mí, recordé a
mi madre y me puse muy triste, me pase varias horas tratando de
recomponerme de la ausencia de los míos.
Amaneció. Eran las cinco de la mañana y Juan me hace despertar y
me dice: “Vamos Raulito, hoy día tenemos mucho que hacer. Primero un
buen desayuno en el mercado y luego vamos a buscar una habitación y
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de ahí vamos donde mi jefe a ver si nos recibe a los dos”. De un salto me
puse de pie y abrace a Juan por querer llevarme a su trabajo y
presentarme a su jefe.
Tomamos un motocar como taxi para que nos lleve al mercado para
tomar desayuno. Realmente como me gustaba Puerto Maldonado, las
casitas de madera, los árboles de coco, los mangos, todo verde y el calor
inaguantable, parece que todo hubiera sido diseñado para mí.
La señora del kiosco del mercado que expende comidas conocía a
Juan y le pregunto: “Juan, ¿cuándo llegaste? Juan contesto: “Anoche
señora” Le pide dos caldos de gallina de chacra. La señora nos sirve y a
su vez le dice a Juan: “Pensé que nunca volverías, a ti te dieron Agüita
del Tambopata” y Juan se ríe y le explica: “Señito, yo no iba a venir si no
que mi madre se puso mal y no tenemos dinero, es por eso que vine,
tengo que hacer orito para curar a mi madrecita”. La señora le responde:
“Cualquier pretexto es bueno Juan cuando se prueba el Agüita del
Tambopata”, y nos reímos todos. La señora me mira y me pregunta:
“¿Cómo te llamas? Raúl le contesto. Y ella me dice: “Habladorcito eres,
cuidado con probar agüita del Tambopata ahí sí, no te vas de esta tierra
nunca”.
Terminamos de desayunar y nos fuimos en busca de habitaciones.
Juan conocía a sus caseros y nos dirigimos a ellos sin mediar ni perder
más tiempo y ya saliendo del mercado una hermosa chica con minifalda y
un topcito pasa por nuestro lado y Juan me dice: “viste esa hembrita”. Sí,
cholo que bonita esta, le dije y él con el cuello doblado la seguía con la
mirada hasta que se pierde y seguimos caminando y el movía la cabeza
con admiración, entusiasmado, y me dice: “Ese el problema, las chicas
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me van a volver loco, todas son bonitas”. Yo callado no decía nada pues
estaba próximo a cumplir quince años, venía de un pueblo conservador
de la sierra, aunque en mi estaba despertando esa admiración por las
chicas.
Llegamos a una casa donde alquilaban cuartos y Juan es bien
recibido, la señora lo saluda afectuosamente y él responde también con
el mismo cariño, me presenta como un buen muchacho trabajador. Juan y
yo teníamos casi la misma contextura y tamaño, curtido por la vida, él
también trabajó duro en su niñez.
Y la señora hace referencia a nuestra contextura y luego Juan le
pregunta si tenía habitaciones, ella le dice: “Para ti Juancito siempre
tendré una habitación aunque tenga que votar a mis hijas”. Celebramos
con alegría y risas el cariño y la deferencia que la señora tenia para con
Juan.
Maruja, era el nombre de la señora de la casa, nos dirigió a las
habitaciones una para Juan y otra para mí, éstas eran contiguas y nos
dice la señora Maruja: “Mientras traen sus cosas lo limpio, de acá una
hora ya están instalados”.
Fuimos al hotel, sacamos nuestras cosas, llegamos a las
habitaciones, solo habían unas tarimas y Juan me dice: “Raúl, vamos a
comprar colchones y todo lo que nos falta”.
Así lo hicimos durante varias horas compramos trusas, polos,
shorts, sandalias champús, jaboncillos. Juan me explicaba todo que
como me tenía que secar bien porque si no por la humedad me iba entrar
hongos y así creo que me dio todas las indicaciones.
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Volvimos a nuestras habitaciones y en el patio había dos chicas
muy bonitas y salen a saludar, a Juan le preguntan cómo había estado y
algunas cosas más y una de ellas la menor le pregunta por mí y el dice
que era su amigo y nos presenta. Yo todo tímido saludo con recato y
mucho respeto y Juan me dice: “Raúl ellas son como mis hermanas si ves
algo malo me avisas y entre los dos ponemos orden, ellas se ríen y la
mayor dice: “¡Ay que malos!”, las dos chicas eran las hijas de la señora
Maruja.
Eran las siete de la noche, Juan me toca la puerta de mi habitación
y me dice: “Raúl vamos donde mi jefe. Ojalá que nos de espacio para
nosotros”. Y así, fuimos a la casa de Eder antiguo minero que tenía dos
balsas muy bien equipadas. Llegamos a su casa. Nos recibe su esposa y
nos invita pasar a su sala. Llama a su esposo: “ Eder, mira quien llego”.
Juan saludo con mucho respeto y a él lo saludaron también con cariño y
alegría. Juan me presenta, la verdad que el Sr. Eder y su familia muy
amables nos invitaron gaseosa, mandaron a comprar pollo a la brasa y
disfrutamos de verdad de una cena muy agradable, a Juan lo recibieron
inmediatamente en el trabajo y a mí me preguntó que sabía hacer. Yo le
dije que todo lo que me indique, y Juan acotó: “Éste mi amigo Raúl es
trabajador y sobre todo es fiel, y le contó lo que nos paso en el camino
cuando esos hombres nos robaron las cosas y tuvimos que pelear para
recuperarlas. El señor Eder se echo a reír. “Bueno Raúl, te vas a la
minería y empiezas de cocinero y conforme aprendas te subimos de
grado”. Yo agradecí y feliz nos retiramos.
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Juan me advierte: “Raulito, por favor hermano, no me hagas quedar
mal con el señor Eder y su familia, son buenas gentes, trabaja duro y
nunca te quejes cuanto más trabajo tienes más agradecido tienes que
ser, nunca esperes que te ordenen, busca cualquier cosa para hacer, los
trabajadores siempre encuentran algo para hacer y para los ociosos todo
ya está hecho, nunca encuentran trabajo, y sobre todo no te conformes
con lo que ganas, siempre lucha por ser el mejor en tu trabajo”. Esto me
dejó pensando, realmente Juan era muy bueno y yo le estaba agradecido
por todo lo que había hecho por mí y sus concejos fueron lo mejor, nunca
los había recibido de nadie.
Eran las once de la noche y Juan toca la puerta de mi habitación y
me pregunta si estaba dormido. No, le respondo. Hacía un calor que no
dejaba dormir y me dice: “Vamos a la calle a tomar un refresco y de paso
me cuentas tu vida porque yo ya te conté la mía”.
Y así buscamos un kiosco, nos sentamos acompañados con unos
refrescos de cocona, realmente deliciosos, me dice: “A ver, cuenta tu
vida” y yo le empiezo a contar primero que mi padre me abandono
cuando era niño todavía y luego que mi madre murió cuando yo tenía
diez años y mi hermano muere en un accidente a los meses que mi
madre murió y que me quede con un tío que me explotó durante cuatro
años y más que me hacia trabajar duro y que sus hijos que eran de mi
edad aproximadamente se divertían y jugaban mientras que a mí me
hacían trabajar todo el día.
Juan me pregunta cuántos años tenía, “catorce, en septiembre
cumplo quince” y me dice: “Eres un chibolito, huevón, yo pensé que
tenias dieciséis o diecisiete, carajo tu tío sí que te hizo trabajar duro,
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cargabas toda la mercadería” – contesto: “Sí, sacos de arroz de azúcar
de cincuenta kilos, cajas de aceite, toda la mercadería lo ordenaba y lo
vendía”.
Juan se quedo pensando por un rato, yo quería saber en qué.
Realmente le había agarrado un aprecio, era un buen amigo. De un salto
Juan se para y sale del kiosco y me grita: “¡corre huevón!, ¡los sarpachos!
Me levanté y lo seguí. Cuando miro hacia atrás los soldados estaban
haciendo batida o leva como ellos lo llamaban. Juan corría como un
endemoniado, tenía un físico admirable, no me quede atrás corrí
pisándole los talones el salta el cerco de madera de una casa, yo
también lo salto, luego viene otro cerco, como cinco saltamos y corrimos
hasta la casa donde vivíamos y Juan abre su habitación el se hecha en la
cama y yo en la silla. Tratamos de controlar la respiración que estaba
muy acelerada y Juan me explica: “Raúl, los soldados salen de vez en
cuando para reclutar a los jóvenes de dieciséis a dieciocho años para que
hagan el servicio militar obligatorio que dura dos años internado en el
ejército”.
“Juan, si yo tengo solo catorce años porque me hiciste correr de esa
manera”, y él me dijo: “Raúl, si te cogen puede pasar dos cosas: o no te
creen que tienes catorce años y si te creen mandan a traer a tus tíos para
que te recojan porque eres menor de edad”.
Me quede callado sin palabra alguna y sentí la amenaza de la
presencia de mi tío. Pensé rápidamente y le dije a Juan: “Entonces, que
te parece si mañana mismo nos vamos a la minería”, y me contesto: “yo
creo que es lo mejor”.
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Me metí a la ducha mientras el agua caía sobre mi cuerpo que
estaba sudoroso por la fuga de los sarpachos y pensaba en mi tío, no
creo que se dé tiempo de perseguirme, él solo hace lo que le interesa;
ahora, perseguirme le ocasionaría gastos y no creo que el gaste dinero
en mí, sentía como el agua bajaba la temperatura de mi cuerpo y me
puse a pensar en la minería, me decía que debo de trabajar duro y debo
de hacerme querer como Juan, él es de chamba y yo debo de seguir su
ejemplo tratando de servir a los demás y siempre con una sonrisa y la
mentalidad triunfadora. Todo eso iba a ser muy difícil pues todo en mí era
cólera y resentimiento por todo lo que había pasado pero estaba decidido
a cambiar.
Cinco de la mañana. Juan me despierta: “¡Raulito!, ¡levántate!,
vamos a traer fofoca (oro), de un salto me puse de pie, metí en mi
mochila las cosas que necesitaría para estar en la minería y mis sueños
también de crecer y un día ser un hombre importante, no cabía duda
que tenía una moral de acero, quería llegar a la minería.
Tomaríamos un carro que nos lleva a Tres Islas, un puerto cerca de
Maldonado; de allí, en canoa surcaríamos el rio Madre de Dios o
Amarumayo, aproximadamente veinte minutos, donde estaban las balsas
del Sr. Eder. Así fue, una camioneta nos llevó a Tres Islas, en la tolva
éramos aproximadamente veinte personas, en un espacio de dos por
tres, el calor era fuerte, la hacinación incrementaba el calor y los olores,
pero igual creo que todos teníamos el mismo sueño de juntar unos
gramos de oro esta semana y otros la próxima hasta que un día seamos
millonarios. Parecía que todos se conocían porque todos se hacían
bromas, unos hablaban con los otros. No conocía a nadie y le digo a
Juan que aquí todos se conocen y el me dice que algunos sí pero que
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aquí todos se hablaban aunque no se conozcan, “Raulito así que
empieza a conversar con cualquiera de ellos y ellos te responderán como
si te conocieran de tiempo”. Me quede pensando y buscando alguna
pregunta pero todo en mi era rencor, hasta que Juan hace una pregunta a
uno de los pasajeros: “Amigo, de dónde eres” y este le responde “soy de
Puno paisa”, y que tal extrañas tu tierra y el hombre respondió con el
rostro triste y la voz quebrada así: “Mucho, haré fofoquita para estar con
mi familia”. Esa respuesta y el tono de la voz del hombre llamó la
atención de todos y de ahí para adelante todos los pasajeros empezaron
hablar de su pueblos y recuerdos que los motivaba para regresar y
trabajar, mientras que yo no quería regresar solo quería trabajar porque
no tenía ningún motivo para ello.
Llegamos a Tres Islas y todos los hombres saltan del carro con
alegría, bromeando y uno de ellos dice a voz en cuello “a trabajar por ella
aunque mal pague” Todos se ríen y comienzan a molestarlo saco largo,
ocho botones, pisado etc. Y él responde: “Estoy enamorado hasta mis
tuétanos, a esa mujer le daría hasta mi vida para que lo haga pedacitos y
aun así la seguiría amando”. Y otro le responde: “Por eso yo no me
enamoro por que a uno lo pone como a ese idiota”, y así los comentarios
se iban y venían y nadie se daba por ofendido, al contrario, todos se
reían, todo comentario era festejado con risas.
Camino siguiéndole a Juan y él se para al filo de un barranco y
abajo estaba el rio realmente el barranco era alto y teníamos que bajar
Juan me dice vamos, y lo sigo y adelante nuestro habían varias personas
bajando y subiendo. El camino de bajada era muy gredoso, resbaloso
pero los hombres lo bajaban con mediana velocidad y Juan me dice esta
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bajada es lo más peligroso del trabajo. Yo me sonrió, habíamos avanzado
varios metros, hasta que en eso me resbalo y con el trasero en el piso
me voy para abajo unos seis metros, los que me vieron caer se rieron de
mi haciendo comentarios: “esto se baja con los pies no con el culo”, “que
buenos frenos tiene tu culo”. Me levante lo más rápido que pude. Juan
me mira avergonzado y me dice: “Ya vas aprender a caminar” y a partir
de eso comencé a bajar con cuidado con las manos listas por si hay otro
resbalón. Así llegamos a la orilla del rio.
Juan, de un salto felino, se sube a la canoa yo hago lo mismo pero
la canoa se balancea y Juan trata de estabilizarlo hasta que lo logra. Me
mira con pena y me dice: “Raúl no te preocupes pronto aprenderás y
cuando venga alguien nuevo como tú también enséñale porque nadie
nació sabiendo y cualquier cosa me preguntas con discreción porque tú
ya sabes cómo son los patas aquí de bromistas”. Lo miré moviendo la
cabeza afirmativamente y me senté, luego subieron varias personas
aproximadamente unas quince cada uno con sus bultos. Todos nos
acomodamos, hasta que el dueño de la canoa sube. Era un hombre
grande, de un metro ochenta más o menos, con una prominente barriga,
lógicamente que era de las cervecitas heladitas, saca un pasador y lo
envuelve en el motor y de un solo jalón enciende el famoso Peque-
Peque, y con ágiles movimientos dirigía la cola del motor y en un instante
ya estábamos surcando el rió. Juan como un viejo conocedor de la selva
me enseña un lagarto que estaba soleándose en la playa. Me dice: “Mira
ese ocioso como se relaja, por eso a todos los vagos aquí les llamamos
lagartos porque solo saben hacer dos cosas: comer y dormir bajo el sol” y
una risa generalizada en la canoa y las bromas comienzan en el acto.
Uno de ellos dice: “Antes mi pata era lagarto y ahora es pato”. Las risas
siguen en la canoa, bromas van, bromas vienen.
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Llegamos a la balsa eran dos canoas que sostenían una plataforma
de unos cinco metros de ancho por ocho de largo. A un lado estaban los
camarotes de los trabajadores eran seis tres a cada lado y el motor al
medio y en la parte posterior estaba la tolva donde el oro que salía
del fondo del rió caía sobre ella y allí se cierne el oro en unas alfombras
que lo cubren todo. A un costado de la tolva estaba la cocina, y Juan me
señala el camarote: la tercera cama de arriba era para mí. Contento dejé
mi mochila en el camarote y me puse a ver como trabajaban los buzos:
uno de ellos se pone el traje de buzo que le cubre todo el cuerpo
incluyendo la cabeza y solo queda descubierto los pies, las manos y el
rostro; luego se pone una mascarilla para respirar bajo el agua,
conectada a una manguera y ésta conectada a la compresora que
abastecía de oxigeno bajo el agua al buzo que mediante una manguera
de seis pulgadas extraían del fondo del rió el material barro, cascajo y
arena, mezclada en la arena está el oro.
Me quede impresionado. El buzo se mete bajo el agua. A los cinco
minutos yo ya estaba preocupado –tanto tiempo bajo el agua- y miraba
por donde se había sumergido pero solo podía ver unas burbujas.
Tampoco podía preguntar a nadie, todos estaban en sus menesteres y el
ruido del motor era ensordecedor. Yo no podía conversar, paso media
hora y no salía l buzo, (yo seguía preocupado) y así paso una hora hasta
que se acercó Juan y me dice: “Ese huevón va salir de aquí una hora” y
yo le contesto sorprendido: “¡tanto aguantan!”. - claro me dijo “y cuando el
agua está caliente nos quedamos más tiempo todavía, así que sácate la
ropa y métete al rió, anda acostumbrándote a estar mojado como un
sapo”; ahí sí que me dejo frió Juan. Sin respuesta, Juan se voltea y me
dice: “No jodas, no me digas que no sabes nadar”.:- le respondo que no y
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me dice: “Otro pendejo que quiere ser buzo sin saber nadar” y me dice:
“Ya, Raúl, de todas maneras aprenderás a nadar, métete al río,
agarrándote de cualquier cosa, tienes todo el día para aprender”.
Obediente le hice caso, me fui para la orilla y poco a poco trataba de
ganar confianza en el agua; no podía evitar tener miedo, realmente el río
es grande. Hora tras hora intentando flotar en el agua, hasta que logre
nadar estilo perrito o sea flotaba al estilo sobreviviente. Realmente no iba
a volver a la balsa sin aprender a nadar.
De rato en rato miraba a la balsa, los trabajadores me miraban, se
sonreían y luego volvían a sus quehaceres y yo me tragaba mi orgullo en
bocanadas de agua turbia, pero seguía intentando una y otra vez hasta
que lo logré. Pasaron varias horas de eso. Ya sabía flotar en el rio pero
nadar, nadar era otra cosa y así regreso a la balsa con el cuerpo frio que
al poco rato se calentó por el clima y cuando estaba echado en mi cama
pensando en mi logro en el río, sale el buzo de otro turno del agua y se
saca el traje mientras que otro se lo va poniendo para entrar al agua. El
que salió se jabona todo el cuerpo se echa champú a la cabeza parecía
un mono blanco por la espuma, y se tira al rio de una forma espectacular
para enjuagarse y sale nadando como un pez. Parecía su habitad natural;
bajé la cabeza, pues todo mi intento por aprender a nadar fue opacado
por este ser que trabajaba bajo el agua y cuando salía a la superficie con
sus movimientos ágiles humillaba a personas como yo que no sabían
nadar.
Es entonces que me dije: “Todos mis esfuerzos serán a partir de
este momento para aprender a nadar, pues lograre superar a estos
buzos”. Desde ese momento, los miraba como unos rivales, pero nadie lo
sabía ni tampoco lo hacía notar, este secreto lo guardaba solo para mí y
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me jure que el día que los supere recién lo contaría, y fue así que hacia
mi labor en la balsa lo más rápido posible y de ahí me ponía a nadar.
Miraba con atención a los buzos, estudiaba sus moviendo en el agua;
luego, trataba de imitarlos una y otra vez. Al término de un mes
prácticamente ya los había superado.
Llego un fin de semana y como ya era costumbre, los buzos salían
el sábado por la mañana y tenían que volver el día lunes por la
madrugada para continuar con el trabajo y en esas salidas también se
aprovechaban para llevar parte de los equipos para su reparación o
mantenimiento. Juan y yo nos quedamos a cuidar la balsa, tomamos un
desayuno que preparamos con pescado que un comunero nos vendió.
Todos los días pasaba gente vendiendo pescado, carne de monte
(venado sajino, picuro, etc.) plátanos, yucas etc. Nunca faltaba.
Juan me dice: “Raúl, alístate hoy te enseño a bucear – yo de
inmediato me quité la ropa, mientras que Juan prendía la compresora
para abastecer de oxigeno el tanque. Intenté ponerme el buzo pero no lo
lograba. Juan me mira y se sonríe y me dice: “tranquilo, Raúl, no porque
te levantas más temprano amanecerá antes, todo se aprende mete el
traje al río y luego jabónalo i veras como se desliza por tu cuerpo”. Eso
hice y efectivamente el traje me entró con una facilidad, me puse la
mascarilla y la chupeta a la boca y me tire al río trate de respirar bajo el
agua y no podía hacerlo me trague mucha agua Salí me agarre de la
escalera que servía para subir a la balsa y vi a Juan que se estaba
riendo. Me miraba sentado levantaba los pies cada vez que su risa salía
estruendosa. En esos instantes, no me causaba ninguna gracia. Mientras
que trataba de controlar mi respiración en ese instante, sentía unas
ganas de dejarlo; pero fue mi orgullo el que me hizo quedarme en el rio y
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reclamarle a Juan que me enseñe y le dije: “Huevón, mientras tú te ríes
yo estoy a punto de ahogarme, ¡enséñame a bucear carajo que quiero
sacar oro!”. Juan seguía riéndose se levantó, agarrándose la barriga, y
comenzó a enseñarme pero cada que decía dos palabras se reía, no lo
podía evitar. Me imagino lo gracioso que habría sido ver a un novato
tirarse al rio con su traje y todos los equipos solo para ahogarse, le daba
la razón y así durante una hora aproximadamente hacia todo lo que me
indicaba Juan. No refutaba nada, seguía al pie de la letra todo lo que me
indicaba y al término de una hora me sumergí, ya podía controlar la
respiración, sentía como la corriente de agua rozaba todo mi cuerpo
tratando de desequilibrarme, quería llevarme el río y yo me resistía y
mientras me acostumbraba a la oscuridad que provocaba el agua turbia
del río, pensaba en el oro que iba a juntar buceando, sacándolo del
mismo corazón del rio, ese metal dorado que enceguece a los hombres.
El día Lunes, muy temprano, iban llegando los buzos uno a uno. Yo
por mi lado estaba rezando que alguno no venga pues quería mi
oportunidad, quería empezar a bucear para ganar mi porcentaje, todos
los buzos llegaron inmediatamente, se dispusieron a bucear, no perdían
el tiempo pues eso significaba ganar menos o ganar más y quede
esperando mi oportunidad. Me dije: “Para la próxima semana será” y así
cada vez que salían los buzos del agua, tenían turnos de dos horas bajo
el agua, me acercaba para ver si el próximo buzo estaba dispuesto, pero
no fallaban ni perdían su turno. Juan se dio cuenta. El jueves a medio
día le toca entrar a Juan y me llama y me dice: “Raúl, entra en vez de mí,
pero eso sí, el porcentaje es mío”. Le digo que sí. Me cambio, me
sumerjo lentamente llevando la manguera de seis pulgadas de diámetro
que sirve para bombear el material del fondo del río, miro a mis
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compañeros, ellos me miran asombrados, seguro que se preguntarían
donde aprendió a bucear éste, en qué momento y así los perdí de vista.
Llegue al fondo del río. Ahí todo el trabajo se hace al tacto, la
visibilidad es cero y al mismo tiempo que sentía como subía el material
por la manguera pensaba en el oro y mis pies controlaban la maraca.
Así pasaron las dos horas y me jalan la manguerilla desde la balsa en
señal que terminó mi turno, procedo a salir lentamente, saco mi cabeza
del agua, me seco con la palma de mi mano el rostro y miro a la balsa.
Todos los buzos estaban parados mirándome. Me ayudaron a salir y me
decían: ¡Muy bien novato! Me saque el buzo, me fui para la cocina para
tomar algo caliente y los demás buzos que quedaron afuera, comenzaron
a interrogarme.
¿Qué sentiste Raúl?
Nada.
¿En quién pensabas?
En nadie.
Raúl, Eres un cojudo, ¿no digas que no tienes hembrita?
No tengo.
Y entonces, ¿Para qué m... trabajas?
Los buzos se rieron a carcajadas mirándome y ahí interviene Juan y
les dice: “Dejen de joder, es chibolo que va a tener hembrita, si huele a
leche todavía”. Los buzos seguían riéndose y uno de ellos dice: “Raulito,
yo tengo unas amiguitas en Puerto Maldonado, este fin de semana es tu
salida, yo te voy a presentar a mis hembritas, pero eso si no me hagas
quedar mal porque yo soy su rey, el mas cumplidor, aquí como vez todas
me quieren”. Lo miro sonriente y el otro buzo le dice: “Claro, que no te
van a querer si todo tu oro lo derrochas con las flacas y después cuando
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ya no tienes nada, ni para el pasaje, te quieren prestar tus hembras”. Le
responde: “Claro que me van a dar si todo le dan a sus maridos”. Los
buzos explotan en carcajadas.
Sábado por la madrugada como es costumbre nos toca salir a Juan
y a mí y cargamos en la canoa todo lo que se había malogrado para
llevar a Puerto Maldonado parte del equipo para darle mantenimiento. Yo
muy contento, era la primera vez que salía a la ciudad con mi porcentaje
que había ganado como cuqui (cocinero).
Llegamos a la ciudad. Juan se metió a su habitación y yo a la mía. La
señora Maruja, la dueña de la casa, pregunta gritando desde el otro lado
de casa:
Juan, ¿Estás bien?
Sí, señora Maruja, estoy bien.
Y tú Raúl, ¿Cómo estás?
Estoy bien, señora.
Vienen a la hora del almuerzo. Hoy les invito.
Agradecimos también en voz alta. Juan me dice desde su cuarto:
“Cholito, ponte simpaticón, porque la señora cocina bien rico y tenemos
que ir bien presentables”. Así me cambie y nos presentamos donde la
señora Maruja y ella nos invito a sentarnos.
Juan me dice: “Ahora si va ver mejoramiento de rancho, la señora
Maruja es ampliamente conocida por su sazón. Aquí en Puerto
Maldonado no hay una persona que no la conozca, siempre que tienen
alguna fiesta la contratan y con eso la parte de los alimentos está
garantizando”. Yo escuchaba callado esperando ansiosamente probar el
alimento ampliamente publicitado por Juan y es entonces que mis
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pensamientos se ven interrumpidos por la llegada de las dos hijas de la
señora Maruja, nos saludan con entusiasmo la mayor dice hola Juan y la
segunda dice hola Raúl. Yo, tímido, sin experiencia en conversaciones
con las chicas (apenas salía de mi garganta una respuesta tenue) y la
señora que escucha entrar a sus hijas dice: “Haber chicas, vengan a
ayudarme”, y ellas se fueron. Juan me dice bajito, casi al oído: “Le
gustas”. Me ruborice, no le dije nada, para mí la situación era
embarazosa, pero que me gustaba me gustaba, era muy bonita y tenia
quince años y se llamaba Rosa.
Entra la señora al comedor trayendo los platos y detrás de ella sus
hijas, también con platos en la mano. El aroma que salía era riquísimo,
la señora Maruja nos dice: “sírvanse muchachos”. Juan y yo empezamos
a devorar la comida que realmente estaba rica y cuando levanto la
mirada, Rosa me estaba mirando y me sonríe, yo volteo la mirada y ella
empieza a disfrutar la situación de ponerme en apuros. Yo también la
miraba pero ella tenía una sonrisa pícara que me hacia ruborizar y Juan
se daba cuenta de todo pero disimulaba; así terminamos el almuerzo,
agradecimos, nos despedimos y luego nos retiramos y cuando
estabamos en la calle, a una distancia prudente de la casa, Juan me dice
en tono enérgico: “¡Qué tienes con la Rosa!, ¡Cuidado huevón!, esa niña
es como mi hermana. Yo lo miro asustado y me dice en tono normal casi
riéndose: “ carajo no te asustes, es una bromita”. Me mira y me dice:
“Cuanto has avanzado: ya sabes bucear, eres independiente, te pagan
con gramos de oro, ahora la Rosa está loca por ti y tú, un cojudo
enamorado de ella”.
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Juan me dice: “Raulito, la señora nos invito el almuerzo, ahora nos
toca a nosotros. Esta noche sacamos a la señora Maruja y sus hijas a la
calle para invitarles una rica cena como ellas se lo merecen”.
Pasan las horas, mientras paseábamos por la ciudad, Juan
manejaba una moto que alquilamos por unas horas, sentados en el
Puerto Capitanía, mirábamos como las canoas cruzaban llevando y
trayendo gente y otras canoas traían frutas, pescados para venderlos; se
sentía un entusiasmo que realmente llena y la gente con su afán de lograr
las cosas siempre tenían una gracia en la conversación, una palabra
demás que adorna cualquier diálogo, por mas fría que sea y las personas
cuando se ríen lo hacen de verdad con toda la potencia y la fuerza que
les caracteriza, lo cual es propio de su personalidad, sincera, sin ocultar
nada, sin hipocresías; observar a la gente de Puerto Maldonado cada
vez que se reían, era una invitación a la alegría y al buen conversar. Por
un lado, unas señoras (eran cuatro), conversaban, se habían sentado
alrededor de un lavador y en él, había aguaje, el cual iban pelando y
comiendo y de rato en rato, salían unas risas que se escuchaban en todo
el Puerto, seguramente festejando la gracia de alguna de ellas.
Después de un buen rato de ocio, disfrutando lo que el Puerto nos
daba para nuestra vista, es que decidimos seguir paseando por la
ciudad, el sol ya estaba ocultándose y la noche estaba entrando, la
temperatura bajaba, estaba más fresco, las motos invadían las calles de
la ciudad, la polvareda se levantaba con el andar de las motos, dejando
una nube amarillenta, la misma que la gente pasaba con la mayor
naturalidad y nos fuimos a buscar a la señora Maruja y a sus hijas para
invitarlas a cenar. Ellas aceptaron con todo gusto, se alegraron de la
galantería de Juan y nos dijeron que las esperemos mientras se
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cambiaban, entraron a su casa y nosotros ya estábamos listos pero ellas
no salían, pasaban los minutos pero ellas no salían; me voy al cuarto de
Juan, él estaba echado en su cama de lo más tranquilo pero ellas no
salían, me voy para mi cuarto trato de imitar la actitud de Juan, me echo
en la cama con la vista perdida en el techo, tratando de controlar mi
angustia. En eso, escucho la voz de Juan. Me dice: “Raúl, ven para mi
cuarto”. Me acerqué. Me dice: “Raulito toma asiento, cuando una mujer te
diga me cambio, ahorita salgo, tienes que esperar pacientemente por
que en esas circunstancias el tiempo tiene otro valor, una hora para el
varón equivale a cinco minutos de una mujer, ahora escucha la música y
siéntate y no desesperes que pareciera que a las mujeres les gusta hacer
esperar y pareciera, además, que están calculando, cuanto nos
angustiamos, pero nosotros los hombres somos pacientes y
perseverantes me entendiste Raúl”. No, con que finalidad hacen esperar
que ganan. “la vanidad es algo muy importante en las mujeres pronto
entenderás por el momento solo espera”. Dicho esto, Juan cerró los ojos
como si estaría durmiendo y yo, sin entender bien la vanidad de las
mujeres, también cerré mis ojos y traté de escuchar la música, cosa que
no lo logre pensando en la espera.
¡Juan!, ¡Raúl! ya estamos listas, se escucho el llamado de la señora
Maruja y yo me levanto de un salto para salir corriendo y Juan me detiene
del hombro y me dice: “Tranquilo Raúl, no salgas corriendo que te puedes
caer” y se pone delante mío y sale todo tranquilo. Yo detrás de él y miro
a la señora que está muy bella, muy bien cambiada y busco a Rosa,
estaba hermosa, muy linda, tanto así que me quedé parado mirándola y
Juan me da un golpe en la mandíbula y me dice con disimulo: “Cierra la
boca”, y luego me dice: “Valió la pena esperar yo le digo apenas que sí
valió, en ese momento me enamoré de rosa o terminé de enamorarme.
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Caminamos por varias cuadras en busca del restaurante. La
conversación era muy amena Juan contaba sus anécdotas y hacía reír a
las damas yo escuchaba trataba de aprender de Juan como se
desenvolvía con las damas. Yo me sonreía y seguía la conversación, se
sentía el aire fresco que corría y el caminar era lento como quien no se
quiere agitar, hasta que llegamos al restaurante nos ubicamos y pedimos
y con Rosa las miradas se cruzaban, no podía dejar de mirarla. Ella
también correspondía, nuestras miradas se cruzaban y sentía un
cosquilleo en mi cuerpo, ya no quería dejarla de mirar, había perturbado
mis sentidos para estos instantes yo era el más agresivo con la mirada,
ella se avergonzaba y bajaba la mirada, se echaba aire con su mano al
rostro y eso a mí me estaba gustando. De repente, somos interrumpidos
por la voz de la señora Maruja que dice: “Raulito cuando llegaste estabas
más pequeño, el cambio de clima te sienta bien, ahora estas más fuerte
y, ¿cuántos años tienes? Yo tragué saliva, hice silencio por un rato para
respirar y ordenar mi respuesta. “Señora Maruja, yo tengo quince años”.
Ella respondió: “Todavía eres un niño pero se ve que en tu familia son
altos y, ¿Donde están?”. Otra vez trague saliva y mil recuerdos volvieron
a mi mente y un aire grueso casi me deja sin aliento, me había preparado
para olvidar mi pasado pero no me había preparado para recordarlo y
peor todavía de la forma tan intempestiva como se estaba poniendo la
situación. Juan interviene tratando de evitar la pregunta de la señora yo
le detengo y pienso que no podía mentirle a la señora Maruja pues ella
nos había brindado su amistad que era pura y sin mentiras así que
empecé a contarle de la siguiente manera sin tratar de ser tan explicito:
Señora Maruja, a mi padre no lo conozco, él me abandonó
cuando era niño, yo vivía con mi madre y mi hermano mayor. Mi madre
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nos cuidaba y nos quería mucho, era muy trabajadora, ella murió hace
unos años y mi hermano murió a los meses que murió mi mama y yo
quedé a cargo de unos tíos que me explotaron y abusaron de mí, se
quedaron con todos los bienes que mi madre dejó y tuve que escaparme
porque ya no aguantaba el maltrato que me daban mi tío su esposa y sus
hijos y aquí me tiene.
La señora me estaba mirando con un rostro triste. Miro el rostro de
Rosa, unas lágrimas corrían por su hermosa carita color canela y la
señora Maruja me dice: “Raulito, por lo que he escuchado, has sufrido
mucho y debes de estar resentido con la vida”. “No señora”, respondí y
agregue: “Creo que soy joven todavía y puedo rehacer mi vida, si bien es
cierto me duele mucho la ausencia de mi madre, porque ella siempre me
daba ternura y mucho amor, desde que ella murió no conozco una
caricia, creo que ya me olvide que es ser querido, pero así también se
puede vivir”. Juan interrumpió y dijo: “Raúl, no se puede vivir sin amor las
personas necesitamos ser queridos y toda nuestras vidas están marcadas
por el amor; por ejemplo: yo trabajo por mi viejita que está mal y juntaré
dinero lo más que pueda para curarla y tú, ¿Para qué trabajas?, me
preguntó y le respondí: “Trabajo para ser millonario, yo quiero tener todas
las cosas, quiero tener mi carro, quiero tener mi casa, quiero comer y
vestir lo mejor”.
La señora Maruja me mira triste y quería decir algo pero se aguanto,
me miró a los ojos y cambió su tristeza por una sonrisa. Me dijo:
“Raulito, desde hoy día nosotras seremos tu familia”. Yo las miré una por
una, primero a Rosa, ella me miraba con ternura; su hermana, con
tristeza y la señora Maruja me miraba con unos ojos protectores. Juan
dice: “Raulito, busca el amor; si todo lo que tu estás haciendo lo haces
por amor, entonces sentirás una felicidad y el motivo para ser millonario
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será más bonito todavía”. Lo escuché, pero la verdad que no le prestaba
mucha atención. La señora Maruja cambio de tema y la mesa se convirtió
en una fiesta de risas, el carisma de Juan alegraba a todos, aunque en
mí, la risa era fingida, por compromiso, con todo lo que habíamos
conversado mi sensibilidad había quedado movida, me resistía a ser
querido. Yo pensaba en ese entonces que no había nadie en el mundo
que me cuide y me proteja y mucho menos me quiera, pero Juan con su
amistad me había demostrado lo contrario.
Terminada la cena nos fuimos a la plaza y caminábamos alrededor
de ella. Conversando, caminaba con Rosa y me pregunta por mis
estudios, le dije que me había quedado en Tercero de Secundaria y que
pronto me pondría a estudiar para culminar mis estudios secundarios.
Ella me alentaba, sus palabras siempre eran positivas. También me dijo
que un día encontraría la felicidad, que solo tenía que luchar y trabajar
duro y que no todas las personas son malas, que habían muchas
personas buenas; yo a ella la escuchaba con excesiva atención, sus
palabras parecían que era lo único que quería escuchar. Así llegó la
hora de regresar para descansar. Juan y yo teníamos que ir al trabajo al
día siguiente, descansamos esa noche pero no pude, los fantasmas de
mi pasado me atormentaban recordaba la enfermedad de mi madre y su
partida, con un dolor que partía las carnes y la piel. De mis ojos brotaban
caudales incontrolables de dolor y sufrimiento, contenía la respiración
para no gritar, recordé la partida de mi hermano con la promesa de
regresar para irnos a vivir juntos para cuidarnos y que nunca regresó.
Todos parten para no regresar nunca más; hasta que en medio de ese
dolor se apareció el rostro de Rosa y la vi, en mi imaginación, el dolor se
convirtió en un alivio para este corazón atormentado, tan joven, a pesar
que la tristeza y la soledad me estuvieran acabando.
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Juan toca la puerta de mi habitación. Eran aproximadamente las
cuatro de la mañana y me dice: “Raulito abre la puerta”. La abro, él me
mira los ojos llorosos. Entonces hablamos:
La señora Maruja sin querer te hizo recordar a tu familia.
Sí, pues, yo estaba tranquilo, pensé que todo había quedado atrás
pero me doy cuenta conforme pasa el tiempo que el dolor es más fuerte
y yo no quiero sufrir Juan.
Te entiendo, pero todo lo que has pasado no se podrá borrar. Tus
recuerdos siempre estarán contigo, lo que si es cierto es que el tiempo
te enseñará a superarlo y verás tus recuerdos y la ausencia de tu
familia desde otro ángulo, que te causará menos dolor.
No lo creo, Juan, siempre me paso noches interminables llorando
por mi madre y la verdad no se qué hacer, si gritar, golpear echar la
culpa. A veces pienso que mis tíos mataron a mi familia por que cuando
mi madre falleció tenía varias propiedades: casas y negocios que mi
hermano conocía, pero yo contaba solo con diez años y por lo tanto no
había forma de que me comuniquen. También me parece sospechoso
que mi hermano haya muerto a los pocos meses de la muerte de mi
madre. Él cuando se fue, me dijo que tenía que poner en orden algunos
asuntos y que pronto volvería.
No pienses así Raúl, lo único que consigues es que tu pasado este
presente a cada instante y estás creando un resentimiento que te
atormenta, te prometo que cuando pase el tiempo y ya seas un
ciudadano mayor de dieciocho años iremos a tu pueblo y averiguaremos
todo. Escarbaremos en lo más profundo de tu pasado, para que así tú
puedas estar tranquilo contigo mismo y con tu pasado.
Escuche con mucha atención lo que dijo Juan y eso para mí fue como
un aliciente para recuperar mis ganas de seguir viviendo. Una luz en el
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camino incierto y triste que estaba viviendo me estaba deprimiendo pero
Juan con esas palabras me hizo regresar y le dije:
Juan, ¿de verdad me acompañarás?
Por su puesto amigo. Qué te pasa, ¿no confías en mí?
Claro Juan, claro que confío
Entonces, vamos a descansar porque dentro de un rato nos
vamos para la minería a chambear y sobre todo, tienes que trabajar el
doble por que la Rosita, que está enamorada de ti y tu de ella, o me vas
a decir que no.
No, Juan, yo estoy enamorado de Rosita, es muy bonita pero
para mí el amor esta negado.
Raulito, eres un chibolo no puedes estar hablando como un viejo
aburrido, la Rosita te quiere, enamórale.
No cholo, tengo miedo porque todos los que quiero me dejan.
No hables cojudeces, ya lo pasado quedo en el pasado, no te
sigas atormentando. Bueno, ya me voy, vengo de un rato para ir al
trabajo.
Ya.
Juan se fue para su habitación y yo me quede pensando en Rosita.
Ella, de piel morena, de unos ojos negros soñadores. Todo en ella era
hermoso, como sus quince años como yo.
Al recordar su mirada me sentía tranquilo. Salí de mi habitación, el
sol empezaba a clarear y es cuando siento su perfume que invade mis
sentidos, cierro los ojos para sentir ese aroma que hacía que mi cuerpo
se relajara, con ganas de quedarme así todo el rato.
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En la canoa Juan y yo estábamos sentados juntos surcando el rio
con dirección a nuestro trabajo. Le comento que en la madrugada había
sentido el aroma de Rosita y que eso me había dejado anestesiado, que
casi todo el día volvía sentir, de rato en rato, esa sensación y Juan se ríe
a carcajadas y solo decía, cada vez que se recordaba: “ ya te jodiste
huevón” y yo sin entender miraba a Juan sorprendido. Él me dice:
¿Qué?, ¿no sabes que es lo que te está pasando?
No, ¿qué me está pasando Juan?
¡Ja, ja, ja!, ¡estas enamorado de la Rosita huevón! ¡ja, ja, ja!.
¡Cállate!, no seas pendejo, que van a decir los patas.
¿Qué van a decir? Nada, porque ellos también están
enamorados ja, ja, ja.
Avergonzando, bajé la cabeza y los patas comienzan a
preguntarle que pasaba y este les dice: “el Raúl está enamorado de la
Rosita”, y uno le llega a decir de que tenía eso de especial si todos allí
estaban enamorados. “Por eso es que vamos a trabajar: el amor tiene
una fuerza que lo vuelve chambeador al más vago? Todos en la canoa
empezaron a hacer comentarios sobre el amor y se reían. Hablar de ese
tema, para todos, era algo normal pero para mí, algo tan extraño, no
sabía distinguir mis sentimientos.
Llegamos a la balsa y los buzos inmediatamente se pusieron a
trabajar: unos cambiaban las piezas de las maquinarias que habíamos
llevado para arreglar. Yo me puse a cocinar. El equipo de sonido empezó
a sonar con cumbias que los buzos coreaban para acompañar al
cantante, todos felices. Al término de dos horas todo se había dispuesto
para empezar con la extracción del oro. El primer buzo se pone el traje y
se tira al río gritando: “¡por Rosita!”, al mismo tiempo que me miraba. Así,
todos los días, los buzos se tiraban al agua pronunciando el nombre de
Daniel Rodriguez Lira
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Rosita. Me habían agarrado de punto. Juan me recordaba siempre que
tenía que aprender a tener correa ancha, sino me iban a dar duro. “Te
voy a ceder mi turno y a ver quiero ver esa sonrisa y tu correa ancha”, y
así me puse el traje de buzo, alisté la chupeta, comprobé que la
compresora estuviera cargada de aire; con esa certeza, me tire gritando
“¡Por Rosita¡”. Grité tan fuerte como para que todos me escuchen,
incluyendo los que estaban dormidos; y, para ver el efecto de mi grito,
saque la cabeza del agua y ellos estaban festejando a risotadas mi
decisión de ser correa ancha, vi que el que más se reía era Juan y
cuando vio mi cabeza me señaló con el dedo, me hizo la señal de la
victoria; con el pasar de los días, mis compañeros de trabajo se estaban
olvidando de Rosita, pero el que no la olvidaba era yo; la recordaba,
sobre todo, en los momentos de ocio. Su rostro, su cuerpo, todo estaba
ya en mi de tanto recordarla; de tanto tenerla en mi mente se había
dibujado toda ella mimetizándose con mi ser que ya era imposible que
pueda vivir sin Rosita.
A los quince días nos toca la salida. Las bromas empiezan. Todos
comienzan a hablar de sus amores, a quienes visitaron el fin de semana
pasado. Juan me dice: “Cholito, este fin de semana te mandas a la
Rosita, tiene que ser tu enamorada”. Yo le menciono que eso no iba ser
posible, que diría su mamá que nos dio tanta confianza para luego
meternos con su hija, que eso no estaba bien. A lo que Juan repuso:
“Tienes razón, Raúl. Ahora sí estamos fregados porque yo también quiero
estar con su hermana, pensaremos algo ahora vámonos a puerto”.
Llegamos a nuestro hospedaje en Puerto Maldonado. Paty, la hermana
de Rosa nos llama a gritos, nos dice que su mamá nos necesita, nos
cambiamos rápidamente y vamos de prisa (yo con las ganas de ver a
Daniel Rodriguez Lira
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Rosita). Pero cuando llegamos Paty nos dice que su mama estaba muy
mal y por eso quería hablar con nosotros:
Juan, Raúl, el día lunes me están evacuando a la ciudad del
Cusco. Estoy mal de salud, me iré con Paty y Rosa. Fecha de regreso no
tenemos y la casa se quedará sola, no habrá quien mire cuando ustedes
estén en el trabajo y nosotros en el Cusco
Juan le contesta a la señora Maruja que no se preocupe, que
nosotros veremos la forma de cuidar la casa. “Usted solo preocúpese de
su salud, piense en ponerse bien”. “Gracias chicos, solo puedo confiar en
ustedes Ahora, por favor, déjenme descansar” y así nos retiramos de su
habitación. Estando fuera, Rosa y Paty, se acercan a nosotros al llamado
de Juan. Éste les pregunta que faltaba hacer. Ellas contestan que todo
ya estaba listo. Busco la mirada de Rosa, pero ella no me corresponde,
se le notaba muy triste, tenía los ojos inflamados. Quise disimular la
situación, así que pregunté qué tan mal estaba la señora Maruja. Paty
responde: “Todo depende de una operación que se tiene que hacer en el
Cusco”.” Y, ¿Cómo están de dinero?”. Ellas responden que sí tenían,
pero Juan no les creyó y yo tampoco. Nos despedimos diciéndoles que
nos llamen si había algún inconveniente y si requerían alguna cosa, que
estaríamos en nuestras habitaciones.
En el camino, Juan me dice: “Cholo, no tienen plata, tenemos que
apoyarlas”. Le dije que sí, e inmediatamente Juan saco su oro. Yo lo
hice también. Fuimos a venderlo todo. Solamente nos quedamos con un
poco de dinero, lo suficiente para sobrevivir el sábado y el domingo, nos
dirigimos a la habitación de la señora Maruja para entregarle el dinero;
cuando nos vio y supo el motivo de nuestra presencia, se opuso, pero
luego, a tanta insistencia, terminó aceptando nuestro ofrecimiento; luego,
salimos casi de inmediato, se le veía que muy mal y preferimos dejarla
Daniel Rodriguez Lira
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que descansar. En eso, Paty me llama y me dice “Raúl, un favor, mi
hermana está deprimida, al único que le puede escuchar es a ti,
convérsale por favor”. Acepte y presuroso le pregunté dónde estaba ella.
Se hallaba sentada en la sala con la mirada perdida. Le dije:
Hola Rosita
Hola
Te vas para el Cusco
Sí, pero este viaje no va a ser nada divertido y me da miedo que
mi mamá se ponga peor y allá no tenemos a nadie.
Debes tener fe, las cosas van a salir bien, tu mamá es una
persona muy fuerte, veras que pronto estarán de regreso.
Ella no me respondió, Solo calló y su rostro me llenó de tristeza. No
sabía cómo reaccionar, ni que decir para levantarle el ánimo. No me
atrevía a seguir hablándole, pero a pesar de eso le dije, aunque con la
voz temblorosa:
Cuando estaba en el trabajo pensé mucho en ti.
Yo también pensaba mucho en ti, quería conversar contigo pero
tú no estabas.
Discúlpame, si lo hubiera sabido no habría dudado un solo
instante en venir para acompañarte.
No tienes porque disculparte. Qué bueno eres, Raúl.
Con una persona tan linda y buena como tú no se puedes ser
malo.
Raúl, sé que has sufrido mucho y ahora me toca a mí. Por lo
tanto, tú te reirás de lo que estoy pasando.
Como dices eso, Rosita. Yo también me siento mal con lo que le
está ocurriendo a tu mamá. E poco el tiempo que estoy aquí pero la
señora Maruja me ha tratado como de su familia y no pienso perder mi
familia otra vez.
Daniel Rodriguez Lira
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Mirándome a los ojos, Rosita me pregunta: “De verdad nos quieres”.
Sí y mucho. Ustedes han despertado sentimientos en mí: unos
que estaban dormidos y otros que nunca sentí.
Quería decirle que estaba enamorado de ella pero las
circunstancias me lo impedían. Quería contarle que me había pasado
noches enteras pensando en ella, que ella sacó de mi pensamiento la
pérdida de mi familia y que se mantenía presente en mis sueños,
manteniéndome vivo con la ilusión de vivir.
Al día siguiente Rosa, Paty y la señora maruja emprenden vuelo
hacia la ciudad de Cusco. La señora Maruja realmente estaba mal, se le
veía con el rostro desencajado. Paty a pesar de su pena, por ser la
mayor, era quien veía la documentación y Rosa estaba todo el rato junto
a la señora Maruja. Las acompañamos al hospital Juan quería levantar
los ánimos haciendo sus gracias pero no lo lograba. Las vimos subir al
avión y perderse en el horizonte. Juan y yo nos quedamos sentados en la
banca sin decir nada: él pensando en Paty y la señora Maruja; yo, solo
pensaba en Rosa. Nos habíamos despedido hacia algunos minutos y ya
las extrañábamos. No sabíamos cuanto tiempo iban a estar de viaje y
esa sola idea empezó a angustiarme y en mi mente otra vez me vino los
recuerdos de mi pasado: mi padre que me dejó, mi madre, mi hermano y
ahora la chica que quiero también me deja. No lo podía creer. Era una
constante en mi vida: ser abandonado. En eso, Juan interrumpe mis
pensamientos y me dice: “Raúl, vámonos, estamos atrasados haremos
algunas cosas en Puerto y mañana nos iremos temprano para la minería
y nos turnaremos para regresar para ver la casa de doña Maruja. Yo
aseveré con la cabeza.
Daniel Rodriguez Lira
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Estábamos surcando el rio, rumbo a la balsa, para trabajar, los dos
callados. Cuando llegamos, uno de los buzos no había ido. Juan me
codea: “Estás de suerte Raúl, uno de los buzos faltó y entrarás en su
reemplazo”. Me alegré, al fin podía juntar mi orito, el porcentaje era
bueno. De esa manera, toda la semana trabajé incansablemente,
esperaba con ansias mi turno para sumergirme en el agua y cuando
estaba debajo, succionando el material del fondo del río, por ratos me
perdía en mis pensamientos: recordaba a Rosa.
Así pasaron dos semanas. No teníamos noticias de la señora
Maruja. Nos tocaba salir del trabajo a Juan y a mí. Retornamos a Puerto
Maldonado, entramos a la casa y ésta estaba vacía, no habían vuelto del
viaje. Nos pusimos a limpiarla. Pusimos música para que la casa
adquiera cierta alegría; de ese modo, todo el día la pasamos en la casa.
Al día siguiente, llegaron Rosa, Paty y la señora Maruja. A ella se
le veía muy mal, la llevamos a su habitación para que descanse. Paty se
puso a cocinar, mientras aproveché para conversar con Rosa. Le
pregunté sobre la salud de su mamá. Me dijo: “Mi mamá no se recuperó
del todo, todavía está mal y tenemos que volver en tres meses para que
la sigan curando”. Al terminar estas palabras, el silencio la inundó.
Lágrimas rodaron por su mejilla. La garganta se me hizo un nudo, me
quedé mudo, quería abrazarla y decirle que todo iba a estar bien, pero no
podía decirle nada; sentado, mirándola, pensaba en lo linda que era, a
pesar de sus ojos hinchados por las lágrimas. Era muy tierna.
Juan me busca en la noche en mi habitación y me dice: “Raúl, la
señora maruja no está bien y no nos quieren contar. Paty sabe pero Rosa
no, tenemos que conversar con Paty para que nos cuente la verdad”.
Daniel Rodriguez Lira
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Y así fuimos a buscar a Paty la sentamos en la sala tratando de que
nos cuente algo le preguntamos por la salud de su madre y solo nos dijo
que estaba mejor, que pronto se recuperaría, que las medicinas la habían
afectado un poco pero que eso era normal y formaba parte del proceso
de recuperación. Por supuesto que Juan y yo no le creímos. Ella estaba
mintiendo, no sabíamos por qué. Entonces, quisimos entrar donde la
señora Maruja para preguntarle pero no se podía. Cada vez que lo
intentábamos, la encontrábamos descansando y cuando estaba
despierta Paty la cuidaba. Así paso el día y lo peor es que teníamos que
regresar para el trabajo. Juan me dijo: “Raúl, tenemos que dejarles
dinero, sabes que ellas no tienen y nosotros somos lo único que podemos
socorrerlas”. Yo afirme con la cabeza sin decir nada, y con esa consigna,
nos fuimos para la minería. Toda la semana fue triste para nosotros, no
hablábamos mucho, pero una tarde estando sentado, me llama y me
invita sentarme para conversar:
Raúl, como está ese corazón.
Muy triste, no me gusta ver sufrir a Rosa ni a su familia.
Tú sí que te enamoraste de Rosa.
Sí, Juanito, no pensé nunca tener este tipo de sentimientos, pensé
que el amor estaba negado para mí.
No. Raúl tu recién empiezas a vivir, ¿Cuántos amores tendrás en
esta vida?
No creo volver a querer como estoy queriendo a Rosa; ella, ahora,
es todo para mí.
Oye Raúl, todavía eres un chiquillo, ¿qué todavía no vivirás?
Todo los espacios de mi vida han sido ocupado por ella, Rosita
ahora es mi motivo de vivir.
Raulito, cambiando de tema no sé cómo vamos hacer para ayudar a
la señora Maruja. Yo me estoy retrasando. Tú sabes que tengo que juntar
Daniel Rodriguez Lira
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dinero para hacer curar a mi viejita y prácticamente, todo nuestro dinero
se lo dimos a la señora Maruja.
Yo me quedé pensando un buen rato en lo que estaba pasando, Juan
tenía mucha razón, se estaba perjudicando la salud de su madre. Por lo
que le dije:
Juan, no te preocupes, junta tu dinero que yo me hago cargo de la
señora Maruja.
Raulito, tú apenas eres un chibolo y te quieres hacer cargo de toda
una familia.
Sí, Juan. Toda mi vida he trabajado y nunca me pagaron y si ahora
lo que gane lo voy a invertir en algo bueno, como lo es la salud de doña
Maruja, pues bien.
¡De verdad!, la señora es muy buena gente, ella te lo va agradecer
toda la vida.
No lo hago por eso, sino, quiero ser útil, quiero ser una buena
persona como tú Juan, que a pesar de tener mal a tu madre ayudas a la
gente, eres lo máximo.
Gracias por las palabras, Raúl.
Salimos de quince días, como ya es costumbre y casi corriendo
queríamos llegar a la casa de doña Maruja. Cuando logramos estar allí,
no había nadie. Nos metimos a nuestras habitaciones, nos aseamos y
salimos en busca de Rosa, Paty y la señora Maruja, pero no las
encontrábamos. Preguntamos a los vecinos y nos dijeron que estaban en
el hospital, que la señora Maruja se había puesto mal hace dos días y
que las chicas no se movían del hospital cuidándola y que solo venían
para asearse y luego retornaban para ver a su madre y cuidarla.
Daniel Rodriguez Lira
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Juan y yo tomamos un motocar para que nos lleve hasta el hospital,
en silencio, solo con el pensamiento puesto en la salud de la señora
Maruja, “¿qué tan grave será la enfermedad que la aquejaba?”.
Llegamos. Rosa y Paty estaban sentadas, la tristeza se veía en sus ojos,
las dos habían llorado. Juan se adelanta y les pregunta: “Cómo está la
señora Maruja”. Ellas contestaron que mal y yo me sentí desilusionado
con la respuesta; busque una silla para sentarme y así poder
recuperarme, respire profundo tratando de controlar la pena que mi
cuerpo ya no podía resistir. Busqué los ojos de Rosa y los encontré, me
estaba mirando; en ese momento, me puse de pie, la miré y le di todo mi
apoyo, todo mi ser, mi vida misma, para que ese rostro triste volviese a
sonreír. De repente, Paty me dice: “Raúl, un favor, lleva a Rosa para que
coma, ella no lo hace desde ayer”. Me le acerqué de inmediato: “Rosa,
acompáñame” y ella, por fortuna, accedió; y nos fuimos caminando por la
avenida León Velarde, vía principal en esos tiempos, de Puerto
Maldonado, caminamos hasta llegar a un restaurante, pedimos que
comer. Ella lo hacía desganada; yo, trataba de animarla, diciéndole que
pronto su madre se pondría bien, pero ella no me creía. Me daba la
sensación que sabía algo más. Terminamos de comer y decidimos
regresar al hospital, yo le hacía mis gracias y ella solo con una mueca
me respondía, hasta que una de mis gracias la hizo sonreír y me miró a
los ojos y sentí que un fuego dentro de mí, me quemaba y me animaba
para abrazarla, me acerque la cogí de las manos, la abracé y nuestros
labios rozaron. Ella se retira, pero ya la había sentido, la sigo en silencio
y ella no me dice nada, yo no sabía que decir. Luego de un rato, ella me
pregunta cómo le estaría yendo a su mamá. Le dije que tenga fe que se
sanará.
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Cuando llegamos al hospital, Juan y Paty estaban sentados, los dos
tranquilos conversando. Al vernos, se pararon y Paty me preguntó si
Rosa había comido, le dije que si. Ella se sentó más tranquila. Luego de
un momento, Juan me hace las señas para retirarnos. Nos dispensamos
ante ellas y salimos del hospital. Ya afuera, en la calle, me dice: “La
señora Maruja está muy ma. Raúl, solo un milagro la salvaría; pude
hablar con los médicos, tenemos que apoyarlas”. Fuimos donde el señor
Eder para pedirle permiso en el trabajo. Él aceptó. Nos quedamos toda la
semana con Paty y Rosa acompañándolas al hospital y a todas partes
que nos pidieran; después de una semana, la señora Maruja se puso
bien, sorpresivamente, su recuperación fue rápida, casi un milagro y a los
diez días, ya estaba en la casa, en reposo. Juan se fue para la minería,
mientras que yo me quedé en casa para ayudarlas. A los quince días, la
señora Maruja ya caminaba, con alegría me preparó una comida
realmente sabrosa y como ya estaba repuesta, tenía que ir a la minería
para trabajar y así fue: trabajamos durante dos meses sin parar. Juan,
juntó dinero para curar a su madre y tenía que regresar a su tierra.
Cuando nos estábamos despidiendo en casa de la señora Maruja, a Paty
le brotan unas lágrimas, le dice a Juan: “Sabes que te queremos mucho.
Vuelve pronto, te vamos a extrañar”. Rosa abraza a Juan sin decir ni una
sola palabra, lo mismo hace la señora Maruja, diciéndole: “Vuelve, esta
es tu casa, aquí te queremos mucho. Muchas gracias por todo lo que
hiciste por mi salud”. Juan le responde con cariño “no fue nada, señora
Maruja, si algún día vuelvo para Puerto Maldonado, a la única casa que
iría, de seguro sería la suya”.
De ese modo, Juan partió a su tierra. Después que yo le diera un
abrazo por la amistad que me brindó desinteresadamente, realmente me
quede muy triste y me fui para mi habitación, la tristeza me invadió,
Daniel Rodriguez Lira
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realmente la partida de un amigo como Juan duele mucho, deja un gran
vacío.
Por la noche, salí al patio de la casa. En una perezosa, estaba sentada
Paty y como había una silla a su lado, le dije si podía sentarme, me dijo
que sí. Luego me preguntó:
Raúl, ¿extrañas a Juan?.
Sí, mucho. El me ayudó a recuperar la confianza en la vida.
¿Hace cuánto tiempo se conocen?
Será unos tres a cuatro meses
Ese Juan se hace querer con todos.
Y tu Paty, ¿estás enamorada de él?
Sí, pero yo sabía que él iba a partir y no quería hacerme ilusiones;
sin embargo, ahora que no está realmente me duele su partida, se llevó
mi corazón, mi alma y ahora me siento vacía.
Paty, él también te quiere, está enamorado de ti, ¿nunca te lo dijo?
No, él sabía que tenía que regresar a su pueblo y conociéndolo
como es, seguro no quería causarme una tristeza con su partida.
Juan es así, muy bueno, imposible de hacer sufrir a los que lo
rodean, siempre atento, muy buen amigo.
Pero esta vez me dejó sufriendo por su amor; solo una vez me beso
y parece que se arrepintió pues después de eso nunca más lo intento,
siempre esperaba que se me declare.
Ese Juan, yo pensé que estaban, que eran enamorados.
No, Raúl, y me parece que ya no vuelve nunca más. Mira, esta vez
vino solamente porque su mamá estaba mal y necesitaba juntar dinero
para hacerla curar.
Si pues, la verdad que cuando tenga mis primeras vacaciones lo iré
a visitar; él me describió la ubicación exacta de su casa en su pueblo.
Daniel Rodriguez Lira
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Por un rato nos quedamos conversando con Paty sobre todo, por buen
rato, hasta que me pregunto lo siguiente: “Raúl, ¿te gusta Rosa? Me
quedé frío, sin respuesta, no sabía que decir. Finalmente, decidí ser
valiente y confesarle mis sentimientos:
Sí, me gusta.
Porque dudas.
Porque nunca me había enamorado.
¡Ja, ja, ja! Eso si no te creo.
Vez porque no quería responderte, te ibas a burlar de mí.
No, como crees, nunca me burlaría de ti, sino como lo dijiste.
Y, ¿cómo lo dije?
Con tu carita de cordero degollado, la verdad que si te creí. Sabes,
Rosa también te quiere.
Al escuchar eso, mi corazón comenzó a palpitar sin control, quería
correr y gritar, estaba feliz, muy feliz, pero me quede sentado pensando
en el amor.
Pasaron tres meses desde la última hospitalización de la señora
Maruja. En ese tiempo, habíamos pasado muchos momentos felices: la
señora Maruja me atendía como a un hijo, cocinaba muy rico, me
lavaban la ropa, siempre pendientes de lo que hacía, pero a pesar de
todo, ella seguía mal, pues aunque había mejorado, algunas secuelas
quedaron, de vez en cuando se descomponía y se metía a su habitación
para descansar. Con Rosa y Paty salíamos a pasear, jugábamos mucho,
todo el tiempo era alegría, risas y paseos; hasta que un día, la señora
Maruja vuelve a caer mal y tuvimos que llevarla al hospital… y toda
nuestra alegría se convirtió en tristeza. Los tres, sentados en la sala de
Daniel Rodriguez Lira
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espera del hospital, esperando que los médicos nos trajeran noticias,
pero la espera era interminable, los minutos eran eternos, no salían los
médicos, no nos decían nada; solo uno entraba, otro salía, pero de
noticias nada.
Después de esperar varias horas, un médico sale y nos pide que
vayamos a casa y que regresemos al día siguiente, que la señora Maruja
estaba estable pero que teníamos que esperar, porque a pesar de su
estabilidad, el diagnostico era reservado. Esa noche me entere por Paty
que su madre tenía cáncer de mamas y que se le había complicado
porque no fue tratado a tiempo.
En casa, nos sentamos en la sala, los tres sin decir nada y pensé:
“yo soy el hombre de la casa, tengo que dar valor a las chicas, tengo que
ponerme fuerte y animarlas, yo no puedo deprimirme, al contrario” y es
entonces que les dije que no podíamos estar así que la señora Maruja
nos necesitaba fuertes y que teníamos que cenar y descansar para que al
día siguiente estemos con ánimo. Entendieron y me hicieron caso,
aunque no sonreían, solo me hacían caso; en fin, era un comienzo.
Al día siguiente, fuimos al hospital esperando que algún médico nos
dijera algo, nadie nos daba razón, solo los veíamos pasar, se percibía
una tensa calma: médicos yendo y viniendo, enfermeras y auxiliares
pasando apresuradamente, pero nadie se detenía para explicar lo que
pasaba, sólo nos miraban, nada más nos miraban. Teníamos que
esperar y esperar, la paciencia se estaba agotando, la angustia en las
chicas era evidente, se ponían a llorar en silencio; yo me alejaba para no
verlas llorar, eso me causaba mucha pena. Así iba pasando el día, hasta
que a las cuatro de la tarde salió el médico, se paró frente a nosotros, se
Daniel Rodriguez Lira
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le veía acongojado, algo presentía. Nos miró fijamente, diciendo: “Lo
siento muchachos, la señora acaba de fallecer”. Rosa y Paty gritaron
desgarradoramente y cayeron de rodillas al piso. Paty buscó a su
hermana, la abrazó mientras que la vida se les iba por los ojos, el llanto
de ellas y el abrazo que se fundía en verdadero consuelo de amor entre
dos seres que se quieren y que perdieron al ser que mas amaban; y yo,
parado con el corazón palpitando a punto de salir del pecho, mis mejillas
llenas de lágrimas. Se murió doña Maruja, alguien que me trato con
mucho cariño y respeto, alguien que cuidó de mi cuando mi vida no tenía
ningún sentido. Me sequé las lágrimas, quería contenerme, pero era
imposible, mi corazón estaba herido, botaba más lágrimas, con esa
presión que me aprieta el pecho y me hace un nudo en toda mi
humanidad. No podía soportar tanto dolor, me vino a la mente el día que
enterré a mi madre: yo abrazado del ataúd, no dejándola partir porque
presentía que su ausencia solo traería dolor a mi tierno corazón y el llanto
desconsolado y sintiéndome solo, completamente solo, la gente me
miraba, me abrazaban pero nada consolaba mi desdichado corazón,
llamaba a mi madre, pedía que no me dejase, supliqué que no se fuera,
grité con todo mi ser para que no me deje, pero se fue y yo solo lloraba y
lloraba mi desdicha…”
Me acerqué a las chicas, las abrasé, ellas lo estaban una a la otra,
no querían soltarse, el médico había desaparecido, la gente nos miraba
con pena; las levanté, hice que se pusieran de pie y las saqué al patio
del hospital. Allí Rosa me abrazó como nunca; Paty, sufría, la abrasé con
mi otro brazo y decían con lágrimas en los ojos “¡Mamita!, ¡mamita!, ¡por
qué! ¡Por qué nos dejaste! ¡Mamita!, ¡mamita, no es justo!” Rosa era un
mar de llanto, solo lloraba. De repente, se desvanece, la sujeto de los
brazos, la abrazo y la sostengo para que no caiga al piso, luego la
Daniel Rodriguez Lira
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levanto, la llevo a una banca y la echo ahí. Una enfermera corre para
ayudarme, Rosa reacciona y de un rato, despierta. Paty, se pone peor,
se desespera al ver a su hermana desmayada, se jalaba los pelos, me
costó sacarlas del hospital y llevarlas a su casa. Allí, el llanto era
desconsolador, sentadas en su sala querían volver al hospital para estar
con su madre pero yo me opuse, los vecinos llegaron a la casa a dar el
pésame y otras a ayudar. Aproveche que las vecinas estaban en la casa,
corrí al servicio telefónico y llamé al único teléfono que había en el pueblo
de Juan y deje el encargo. En esos tiempos no había internet ni celulares
y volví a casa para ver a las chicas, estaban siendo consoladas por la
vecinas, entonces me fui al hospital para averiguar cuál era el
procedimiento para sacar el cadáver de doña Maruja. Hice todos los
trámites y me fui a ver a Paty para que firme; ella me pidió que le
acompañe para llamar a su única tía que vivía en la ciudad del Cusco y
así fue, logramos ubicarla. Al día siguiente, sacamos el cadáver de doña
maruja y al segundo día, llegó Juan y en el mismo avión, la tía de Paty.
Con ellos más, hicimos el velatorio todo el día hasta entrada la noche y al
tercer día fue el entierro. Con tanto ajetreo no me había dado cuenta de
cómo estaba Rosa. Juan me dice: “Hermanito, consuela a Rosita, ella
está mal, en estos momentos, al único que le puede escuchar es a ti”.
Busqué a Rosa y me senté a su lado sin saber que decir, ella se apoyo
en mi hombro, sus ojos hinchados de tanto llorar me puso muy triste y le
dije:
Sé lo que estas sintiendo.
Sí.
Sí, Rosita, no te olvides que yo también perdí a mi viejita.
No sé que va a ser de nosotras, ¡mi madre era todo para nosotras!
Lo sé. Era la mujer más buena de la tierra.
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Siempre nos protegía, nos cuidaba, ¡qué hago ahora sin mi mama!
Yo en silencio pensaba en el dolor que sentían por la partida de doña
Maruja, una mujer joven, alegre y muy trabajadora, y ahora, bajo el
cuidado de quien quedarían Rosa y Paty.
El cortejo fúnebre partió con dirección al cementerio. Rosa, Paty y su
tía iban adelante. Juan y yo vamos en segunda fila, listos para
socorrerlas y ayudar en todo lo que se pueda. Los músicos tocaban esa
marcha fúnebre que ponía el ambiente mucho más triste hasta que
llegamos al cementerio. Al momento de enterrar a doña maruja, Rosa y
Paty se desgarraron en llanto, pedían a su mamá, que no la entierren.
Rosa, en ese momento, comienza a gritar: “¡mamita!, ¡mamita! no me
dejes, por favor! – Juan la contenía, la abrazó, pero se escuchaba sus
lamentos –¡mamita!, ¡mamita!, ¡por qué! ¡por qué!.
Casi arrastrando, sacamos a Rosa y Paty del cementerio y las
llevamos a su casa. Allí se tranquilizaron Juan les hablaba. Nos
quedamos varias horas acompañándolas. De ahí, apareció su tía, se
sentó en la sala y dijo: “A ver hijitas, nos vamos para el Cusco, allí van
estudiar”. Paty se sobrepuso, preguntó: “¿Qué ha dicho tía?. Entonces
ella repitió: Que nos vamos al Cusco, ustedes no pueden quedarse solas,
necesitan alguien que las vea, pues yo me haré cargo y vivirán
conmigo? Juan y yo nos quedamos mudos, no dijimos nada, solo
escuchábamos la conversación. La tía seguía diciendo: “Mañana me voy
para el Cusco y regreso en cinco días, para lo cual deben de alistar
todas sus cosas”. Dicho esto la tía se levantó y Rosa y Paty, calladas,
aceptaron lo que les propuso su tía. Era el único pariente que tenían.
Juan se levanta. “chicas, será mejor que descansen, seguro que
mañana temprano tendrán mucho que hacer, traten de descansar,
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nosotros ya nos vamos”. Y salimos de la habitación, a la calle, nos
sentamos a tomar un refresco, Juan me habló:
Raúl, es muy triste lo que les pasó.
Sí, me lo vas a decir a mi.
Tenemos que apoyarlas hasta el último.
No te preocupes. Ahora, cuéntame Juan, ¿cómo está tu mama?
Bien cholito, mi madre se sano completamente, le conté que te
conocí y me pidió que te lleve a mi pueblo, quiere conocerte
De verdad, que bueno, y como llegaste tan rápido.
Cholo, me aviso la señora del teléfono comunitario e
inmediatamente Salí llegue temprano al Cusco y me fui para el
aeropuerto y compré un pasaje, en avión es bien caro y me quedé sin
dinero. Por eso, después que las chicas se van para el Cusco nos vamos
a la minería a juntar fofoquita.
Claro, Juan nos recuperamos económicamente, pero del
corazón nunca nos vamos a recuperar.
Sí, cholito y tú ¿qué piensas de Rosa?
Primero, que es la chica más linda del mundo y que la voy
extrañar mucho, no sé hasta cuando aguantaré estar lejos de ella, su
partida me hará sufrir.
Raúl, tú sí que estás enamorado.
Sí, la quiero mucho y quiero decirle, pero no tengo el valor y
ahora que se van para el Cusco no tendría sentido.
Tienes razón.
Además, somos muy chibolos para estar como enamorados.
Eso también.
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Sí, lo mejor es que se vayan con su tía. Ella las cuidará;
además es su único pariente y se nota que las quiere, solo que tiene un
carácter especial.
Sí, es renegona y muy seca.
Si pues.
En el cementerio apenas se le vio algunas lágrimas.
La noche me cogió cansado, dormí profundamente hasta la
madrugada, muy de madrugada. Me desperté angustiado pensando en
Rosa, en su próximo viaje a la ciudad de Cusco, pensaba que nunca
más la vería, que esta iba a ser una separación que me iba a doler
mucho en los siguientes días. Juan y yo las ayudábamos a arreglar sus
cosas, el ambiente era muy triste, no se escuchaba música ni chistes ni
nada, solo tristeza. En algunos momentos, se cruzaban nuestras
miradas, algunas palabras y nada más.
Un día antes de su partida a la ciudad del Cusco, eran las seis de la
tarde y nos encontramos en el patio de la casa. Ella me dice
Raúl, estoy muy triste, no te veré.
Yo también.
Raúl, prométeme que te vas a cuidar y vas a ser un buen
hombre.
Te lo prometo.
Y que no sufrirás por tu pasado y saldrás adelante.
Te lo prometo.
Y Rosa se acercó, me dio un beso en la boca, me abrazo muy
fuerte y se marcho y me dejo parado. Me hizo prometer, luego me besa,
quitándome la vida, porque en ese abrazo absorbió todo mi ser y me dejó
parado solo con mis pensamientos en el amor que le tenía. Me pase las
Daniel Rodriguez Lira
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manos por los labios y sentí que era otro, tenía una sensación de tocar el
cielo; de repente, toda esta grata sensación, fue interrumpida, toda mi
felicidad, por el viaje de Rosa que vino a mi cabeza como un látigo para
hacerme sufrir. Desde ese beso solo pensaba en Rosa, quería decirle
que se quedara pero no me atrevía, quería decirle que no sabría vivir sin
ella, pero no me atrevía y no me atreví, ni siquiera a intentarlo, solo me
atreví a sufrir, solo, muy solo, otra vez solo, acompañado del único
beso que me dio, que quedó grabado en mi pie. Cada vez que me
acordaba de aquel beso volvía a la vida.
Y ella se marchó. Al día siguiente, solo nos dijimos adiós, nos
despedimos, la miraba, quería decirle cuanto la amaba, quería gritar que
se quedara, pero no pude.
Juan también se encontraba abatido, estaba enamorado de Paty y
no se lo dijo. Callados los dos, sin decir una sola palabra, regresamos,
él se metió a su habitación y yo a la mía.
Al día siguiente, muy temprano, ya estábamos de pie listos para ir
al trabajo y así fue: dos semanas internados en la minería, dos semanas
donde todo funcionó, logramos juntar algo de oro (el porcentaje con que
les pagan a los buzos era en oro y así teníamos buenos gramos).
Salimos para nuestro descanso y llegamos a Puerto Maldonado. Nos
fuimos a pasear y cuando estuvimos en la plaza la señora que vendía los
caramelos reconoce a Juan y le dice:
Joven Juan, otra vez por Puerto.
Sí, señito.
Seguro has tomado agüita del Tambopata.
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No, señito, solo vine por trabajo.
Eso dicen todos joven, vienen por una semana o por un mes o
por un año y se quedan para siempre, yo conozco a muchas personas,
ahora ya tienen familia.
Y señito, las mujeres también toman agüita del Tambopata.
Si joven Juan, aquí me tienes, yo solo vine de paseo, me trajo
mi hermana, me enamoré y ahora ya me quedé. Así conozco a muchas
mujeres y varones más. Nos reímos. A mí me quedó la frase del “agüita
del Tambopata” en la cabeza, la había escuchado anteriormente y ahora
volvía a oírla, pero no le di mucha importancia.
Al día siguiente, me fui al río Tambopata a bañarme, pues en
verano se forman unas hermosas playas donde los familias van a
refrescarse y a combatir el inclemente calor que solo los más valientes
aguantan.
Realmente, Puerto Maldonado es una tierra de gente valiente y muy
emprendedora. Soportar el incesante calor solo lo pueden hacer gente
muy fuerte y aguerrida. Yo he visto regresarse mucha gente a sus
lugares de origen porque no aguantaron el calor de la selva; así como,
los que se regresaron porque fueron picados por los sancudos, con su
piel como si les hubiera dado sarampión, arrepentidos de haber venido
donde los hombres de verdad ponen a prueba su fuerza de voluntad
Y allí, en las orillas del rio Tambopata veía que habían personas
que cruzaban el rio nadando, los miraba, pensaba y me decía: “tierra de
valientes, realmente lo son, no le tienen miedo a nada, se internan en la
selva sin temor a perderse, cruzan ríos que apenas se les puede
distinguir la otra orilla, toman un descanso y retornan nadando”. He visto
hombres cargar tablones de madera que pesan el doble que ellos, se lo
Daniel Rodriguez Lira
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ponen a la espalda y los sacan del rio sin inmutarse del peso y del
descomunal calor.
Sentado en la orilla, en la arena caliente, después de haber estado
sumergido en el río, me puse a pensar en la frase que se repetía cada
vez que alguien volvía o se quedaba en Puerto Maldonado: “agüita del
Tambopata”. Miraba el río y me preguntaba cómo sus aguas turbias
podían causar ese efecto, no podía dar respuesta a mis interrogantes,
hasta que volvió a mi mente el rostro de Rosa y junto con ella, el beso
que me dio, perdido en mis pensamientos que quería sacar de mi ser y
que cada vez que lo intentaba me dolía más, hasta que decidí dejar que
esos pensamientos fueran parte de mi vida; “total, si ya había sufrido casi
desde siempre, una raya más al tigre que le hacía”.
Así pasaron los días. Juan y yo trabajamos duro, juntamos dinero
habíamos planeado ir para su pueblo en el invierno de la selva, que es la
temporada en que llueve. Después de varios meses, emprendimos viaje
hacia el Cusco y de allí a un pueblo que estaba a tres horas. Pude
conocer a su madre, una tierna mujer, muy buena persona, que nos
atendió con mucho cariño. Estuvimos una semana y luego marchamos
para el Cusco, en busca de Rosa y Paty. Fuimos al lugar donde estaban
viviendo, en la dirección que nos dieron, pero ya no estaban allí. Nos
dijeron que se habían trasladado pero nadie adonde. Durante una
semana las buscamos, a manera de conocer la ciudad y no las
encontramos.
Juan quería estudiar y sus ganas de hacerlo también me
contagiaron, por lo que decidimos quedamos en la ciudad del Cusco por
dos años habíamos trabajado en todo; para nosotros fue todo una
aventura. Estaba a punto de cumplir los dieciocho años y ya había
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acabado mi secundaria. Siempre pensaba en Puerto Maldonado,
extrañaba ese calor exagerado pero abrigador, los paseos en las noches
en moto, por sus calles anchas, polvorientas y esas madrugadas frente
al río para ver salir el sol, un paisaje muy intenso, pocas veces
observado por los hombres y que realmente es una exquisitez para la
vista, con unos matices rojos y amarillos que no existen en la paleta de
los pintores. Esa brisa con aroma a selva, hermosa, que todo se perfuma,
con un verde intenso como las ganas de vivir. No dejaba de pensar, las
ganas de volver eran cada vez más intensas. Extrañaba la comida, sobre
todo, esas que se hacen en casa, en fogón con leña, con mucho amor,
con el ingrediente principal que es el pescado y la bien llamada carne de
monte, ahumado, en sopa o en fritura, manjar inigualable, acompañado
de su plátano sancochado y mejor todavía, con unas yucas y una
salmuera de ojito de pescado para contrariar los sabores en la boca y
para lubricar un refresco de cocona, copoazú, carambola o aguajina, que
como en el paraíso, son néctares que sirve para aplacar la sed de los
hombres benditos que habitan el paraíso de Madre de Dios.
Terminado el colegio con el certificado y muchos sueños en la
maleta decidí volver a Puerto Maldonado con las ganas de empezar una
nueva etapa de mi vida. A Rosa la recordaba como la chica más linda
que había conocido, de la cual me enamoré; sin embargo, el tiempo y la
distancia hicieron su trabajo en mi tierno corazón, ya no le extrañaba
como antes sino, la tenía presente en mis pensamientos como el primer
beso que me dio una chica y que por ella hubiera dado la vida sin
dudarlo. Mi corazón estaba tranquilo, no había quien lo preocupe con
esos afanes hermosos y dulces y también agrios como es el amor. Con
esa tranquilidad regrese a Puerto Maldonado y mi amigo Juan debía de
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darme alcance luego, porque antes tenía que ir para su pueblo para ver y
estar con su familia algunos días.
Llegué a Puerto Maldonado realmente había crecido había muchas
más familias instaladas. Busqué una habitación para alquilarme y una vez
que lo estaba, fui a pasear por la plaza de armas, descansando sentado
debajo de un mango gigante, pensaba en mi futuro y trabajar como buzo
en alguna balsa, cuando de repente, la señora que vendía refrescos, la
misma que un día Juan me presentó, me reconoció y me dijo:
Hola joven Raúl.
Señito, como esta.
Bien joven y, ¿cuándo regresaste?
Llegue ayer y estoy dando un paseo por las calles porque
mañana me voy para la minería.
Y como esta Juan.
Vendrá dentro de un mes.
Ese Juan ya tomo agüita del Tambopata.
Sí, señito.
Tú también tomaste agüita del Tambopata, por eso volviste
Raulito y te quedarás.
¡Ja, ja, ja! Bueno señito, si Ud. lo dice.
Esa frase del agüita del Tambopata ya estaba dando muchas
vueltas en mi cabeza, me gustaba, tenía una gracia especial, era una
frase que siempre se comentaba para las personas que llegaban a Puerto
Maldonado y se quedaban.
Al día siguiente, me fui a trabajar a la balsa del señor Eder quien me
recibió con mucho cariño. Encontrar a los buzos en su faena diaria me
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trajo muchos recuerdos. Ellos como siempre: alegres, pícaros, sin dejar
de hablar de las chicas (la misma que era la motivación más importante
para aguantar dos horas bajo el agua trabajando en esa inmensa
oscuridad).
Cada día que pasaba, cada momento bajo el agua, cada instante
respirando el oxigeno que me brindaba la selva, me traía recuerdos de
Rosa, cada día era mas fuerte el pensamiento. Yo pensé que la había
olvidado; sin embargo, ese beso que me dio fue como un látigo en mi ser.
Mi cuerpo se estremecía cuando recordaba los momentos en que falleció
la mamá su mamá, por mis mejillas rodaban unas lágrimas, su mirada
tierna y brillosa, llena de lagrimas y dolor, ese recuerdo estaba perenne
en mis días y me hacían sufrir.
Cumplí mis dos semanas y me tocaba mi salida pero pedí a unos de
mis compañeros que tomara mi lugar y él se fue contento prometiéndome
traer cosas ricas para comer; realmente, la salida era algo esperado por
todos después de tanto encierro y estar viéndonos la cara toda la semana
realmente se tornaba muy aburrido, tanto que necesitábamos cambiar de
ambiente. A pesar de todo, preferí quedarme solo en la balsa; me recosté
en mi cama pensando únicamente en Rosa, ¿qué sería de su vida? Eran
tres años que no la veía, me preguntaba si seguiría siendo la misma
persona o abría cambiado, me imaginaba mil cosas. Lo que sí era una
constante, fue su rostro, que no cambiaba y la soledad en la que estaba
envuelto, me deprimía más y más; ya no quería hablar con nadie, las
bromas de mis compañeros no me hacían gracia. Así llegué al mes y
decido salir. Me tocaba mi salida y decidí hacer uso ede ella; sobre todo,
me animé porque mi amigo Juan iba a llegar para esa fecha.
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Caminando por Puerto Maldonado encontré a Juan. Nos saludamos
efusivamente. Luego, se instaló en otra habitación, en la misma casa
donde yo había alquilado la mía; me preguntó por Paty si la había visto y
le dije que no, que ni siquiera me atreví a ir para su casa, pues me daba
mucha nostalgia, y además, para que también iba a ir si ellas ya no
vivían allí.
Juan me insiste: “vamos a ver qué paso con la casa, de repente allí
nos podían dar información de donde estaban viviendo”. De mala gana le
seguí pues sabía que eso no le iba hacer bien a mi corazón enamorado.
Al llegar a la esquina, notamos que la casa estaba bien cuidada como si
doña Maruja estuviese viviendo allí junto a su dos hijas como cuando
estaba viva. Nos acercamos cautelosamente. Por ratos nos mirábamos
las caras asombrados. Juan, presintiendo algo, emocionado toca la
puerta. Se abre ésta y aparece detrás de ella, Rosa; sorprendida, se
emociona y casi dando saltos, abraza a Juan y luego nos abrazamos.
Estaba más linda que antes, mi corazón quería salirse de mi pecho, no
podía creer que Rosa estaba en su cas. Me tomó de la mano y me llevó a
la sala gritando el nombre de Paty a todo pulmón. Su hermana sale
asustada y al ver a Juan corre y se abrazan, con tanto cariño; fueron
tres años que no nos veíamos. Me abraza también, vi en sus ojos
lágrimas de alegría, nos invitan a sentarnos y las preguntas salieron
como una ametralladora sin cesar, al igual que las respuestas. No podía
dejar de ver a Rosa. ¡Cuánto amaba a mi pequeña flor del oriente!
Paty conto que ella y Rosa regresaron del Cusco hace ya seis
meses, la situación con su tía se había puesto insoportable, las trataba
como a sus empleadas, tenían que trabajar para comer y no las dejaba
estudiar, así que por eso, decidieron regresar a Puerto Maldonado,
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trabajaban las dos, solas eran autosuficientes. Fue muy triste lo que
pasaron en el Cusco pero se encontraban mucho más tranquilas en su
tierra, en su casa, en su hogar.
Juan invita a salir en la noche a Paty y ella acepta, mientras que yo,
iba a regresar para conversar con Rosa. Así ello, s se fueron a pasear,
quedándome en la casa con Rosa. Me había propuesto declararle mi
amor, estaba nervioso, la tome de la manos y le dije: “Rosa, el día en
que te conocí me enamoré y no puedo dejar de pensar en ti, estoy
enamorado y quiero pedirte que seas mi enamorada”. Ella cierra los ojos
y yo no puedo evitar acercarme más y besar sus labios, esos labios que
muchas noches me mantuvieron despiert, deseándolos tocar y dejar que
su aliento pertube mi mente, hasta que todas mis neuronas se llenen de
su palpitar, sufriendo su ausencia; por lo que la besé y desde ese día
se convirtió en mi enamorada. Así de felices nos hicimos enamorados.
Decidimos salir para dar un paseo por la Plaza de Armas,
agarraditos de la mano, queriéndole decir al mundo que estábamos
enamorados, que nos queríamos; caminábamos los dos, reíamos de
todo. Estando sentados la señora, que vende refrescos me dice:
Joven Raúl, buenas noches.
Buenas noches, señito.
Estás muy feliz.
Sí, señito. Le presento a mi enamorada.
¡Qué gusto señorita. Yo le dije al joven Raúl que él tomo
agüita del Tambopata por eso regresó.
Me sentí un poco incómodo y sonrojado con el comentario de la
señora. Le digo.
Señito, ella es Rosita y desde hoy nos hicimos enamorados.
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No, joven Raúl, ustedes ya se conocían desde hace tiempo.
¿Y cómo sabe eso?
Se les nota.
La señora se fue. Rosa se reía y yo junto con ella. Regresamos a su
casa y allí encontramos a Juan y Paty, quienes también estaban
contentos. Juan menciona: “Raúl, Rosa, tenemos algo que comunicarles,
desde hoy día Paty y yo somos enamorados”. Corrimos a abrazarlos y
felicitarlos. Paty y Rosa lloraron de emoción, Juan y yo nos dimos un
abrazo de hermanos celebrando su felicidad. De un rato Paty se dirige a
mí: “Raúl es cierto lo que me conto Rosa. “Sí, también tengo que decirles
que Rosa y yo nos hicimos enamorados”
La casa se llenó de alegría, colocamos música y nos pusimos a
bailar y cantar, parecía un fiestón y solamente éramos cuatro.
Juan y yo nos retiramos de la casa de las chicas y fuimos a
nuestras habitaciones, felices, cantando por la calle, abrazados; nos
sentamos en la vereda de la casa donde vivíamos, fumando un cigarro.
Juan me dice:
Raulito, estoy enamorado, soy feliz cholito.
Te felicito Juancito, te lo mereces, eres un buen hombre.
Y tú Raúl, también te saliste con tu gusto de estar con Rosa.
Sí, seguro que tomamos agüita del Tambopata.
Y, ¿qué es eso de “agüita del Tambopata”?
La verdad no sé qué significa exactament,e pero siempre lo
repiten.
Mira Raúl, no creo que sea el agua del rio porque no es
comestible.
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Juan, muchas veces me puse a pensar en eso pero yo creo que
significa que cuando uno besa a una mujer Tambopatina prueba el néctar
dulce de sus labios y eso es el agüita del Tambopata.
Raúl, ¿qué quieres decir?, ¿qué el que besa a mujer
Tambopatina, nunca más se va de esta tierra?
Si se v, pero para traer sus cosas y quedarse en este paraíso.
Oye hermano, nosotros besamos tambopatinas, eso quiere
decir que nos vamos a quedar para toda la vida.
Sí, Juancito. Ese beso de la Tambopatina es puro fuego, es
sincero es amoroso y es por eso que mucha gente se queda y son
felices.
Raulito, así que “el agüita del Tambopata”, ¿es el néctar dulce
de los labios de las tambopatinas?
Sí, cholito, es la conclusión a la que yo llegue, porqué antes
que las chicas se fueran para el Cusco, Rosa y yo nos besamos y desde
ese día nunca más mi pensamiento dejó esta tierra tan linda y los labios
de Rosa que me esclavizaron y ahora lo es todo para mí.
Juan se quedó pensando, seguramente en el agüita del
Tambopata. De repente, reacciona y me dice: “hermanito estamos
fregados, eso quiere decir que nos vamos a quedar para siempre”. Me
río y de un rato también se ríe. Llenamos la calle de risas potentes, que
salían de nuestros pechos, orgullosos de estar enamorando con dos
lindas Tambopatinas, festejado el descubrimiento que habíamos hecho:
“El néctar dulce de los labios de una mujer Tambopatina”.
Mientras tanto, había, por otro lado, algo que me seguía
atormentando: el fantasma de mi pasado, mi tío persiguiendo a pesar de
que yo ya era ciudadano. Me seguía algunas noches, soñaba con él y los
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recuerdos de mi niñez, trabajando en la tienda, no los podía sacar de mi
mente. Un día, tocamos el tema con Juan. Me propuso: “ Raúl,
hermanito, ya es tiempo de ir para tu pueblo y aclarar todo sobre tu
pasado. De tal modo que organizamos un viaje para mi pueblo; a este
viaje nos acompañaron Rosa y Paty. Cuando estábamos entrando a mi
pueblo una sensación de miedo pasa por mí: el rostro de mi tío lo tenía
presente en todo momento. Nos alojamos en un hotel, me había ido a los
14 años de mi pueblo, casi un niño y la gente no me reconocía pero yo si
a ellos, pero no les decía nada, sólo trataba de pasar lo más
desapercibido posible, nos cambiamos de ropa y fuimos al cementerio,
quería estar en la tumba de mi madre. Al llegar y estando frente a ella,
caí de rodillas y abrace la tumba, las lágrimas salieron sin cesar, los
recuerdos de aquellos años cuando era niño y mi madre y yo éramos
muy felices; ella me quería y me cuidaba, recordaba como curaba mis
heridas, me hablaba con una ternura y yo la miraba a los ojos, ¡qué linda
era mi madre! En silencio, solo con mis lágrimas, reclamaba su
presencia, quería abrazarla, quería que me dijera que me quería, como
siempre lo hacía, quería sentir sus besos en mis mejillas, quería que me
atienda y me de mis alimentos con ese amor de madre que algún día
tuve y que nunca más tendré, desde su partida; pues, solo quedo en mí
mucho dolor y muchas lágrimas, y de un buen rato cuando mi rostro
estaba lleno de lagrimas, siento la mano de Rosa que me ayuda a
levantarme y llena de un abrazo mi dolor se sosegaba con el inmenso
amor que le tengo, y abrazados nos quedamos un rato. Juan me
pregunta:
La de la foto es tu madre.
Si, hermanito.
Qué linda era tu mama.
Muy linda.
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Rosa se apresura a tomar la foto envejecida por el tiempo y la limpia y
me dice: “esta foto nos la tenemos que llevar, ella nos tiene que
acompañar y proteger el amor que nos tenemos”. Atiné solo a abrazarla
de nuevo para tratar de controlar la incontenible carga de recuerdos que
venían a mi mente, de cuando era niño, de cuando mi madre vivía, de
cuando era feliz.
Dejamos el cementerio y regresamos al hotel. Me eché en la cama
tratando descansa. Realmente estaba exhausto, el encuentro con mi
pasado fue avasallador; Juan interviene: “Raúl, tenemos que enfrentar a
tu tío”. Le pedí que no lo hiciéramos todavía, aunque él insistía, pues
quería que lo encontremos y no le demos tiempo para prepararse; lo
convencí para ir primero a donde una señora que había sido la mejor
amiga de mi madre, lo cual consideraba más importante que ir primero
donde mi tío y su familia de abusadores.
Cuando llegamos a la casa de la señora, ella nos abrió la puerta,
me miró por un rato y me reconoció. Casi gritando: “¡Raulito!” Y me
abrazo. Yo también correspondí con ternura y afecto, saludó a Rosa, Paty
y a Juan. Luego nos invito a pasar, nos acomodó en su sala. “Raulito
tenemos tanto que hablar, te tengo que contar tantas cosas y de seguro
que tú también me contarás de cómo te fue estos años”.
¿Para donde te fuiste Raúl?
Me fui a Perto Maldonado y allí estuve un tiempo. Lluego estuve
por el Cusco para terminar mi secundaria. Y ahora vivo en Puerto
Maldonado, de nuevo.
Qué bien, Raú. Dime, ¿quiénes son estos jóvenes?
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Él es Juan, mi mejor amigo, una persona que conocí cuando me
escapé de la casa de mi tío y que me enseñó a trabajar y me brindo su
amistad. Esta señorita es Paty, enamorada de Juan.
Y, ¿esta otra señorita?
Ella se llama Rosa y es mi enamorad, la conocí cuando llegue a
Puerto Maldonado, su madre era una linda persona y nos quería mucho.
¿Qué?, ¿falleció?
Sí, falleció. Ellas son hermanas, se quedaron al cuidado de una
tía y ahora como son mayores de edad viven en la casa que les dejo su
mamá en Puerto Maldonado.
De ese modo, le conté todo lo que había vivido estos años, a lo que la
señora mencionó: “… Bueno Raúl yo tengo muchas cosas que contarte y
comenzaré así: tu madre fue mi mejor amiga y ella también fue mi
compañera de trabajo y en esas épocas todo nos contábamos. Yo sabía
lo mucho que te amaba y también a tu hermano, los dos eran toda su
vida, sus ganas de vivir y de luchar cada día, que todo lo que hacía era
por ustedes dos, ella era muy trabajadora y muy buena para los
negocios, pero cuando se puso mal tus tíos hicieron un cerco como para
que nadie se acerque a ella, muchas veces intenté llegar a su lado
cuando estaba mal, pero tus tíos nunca me dejaron, incluso cuando la
enterraron lo hicieron de la forma más discreta. Ese día, desde lejos,
tuve que conformarme para despedir a mi amiga. En el pueblo,
guardamos luto todos los amigos. Tú, de repente por ser niño, no
entendías, pero en el pueblo se sufrió mucho la partida de tu madre. Ella,
como era muy trabajadora, había logrado juntar una cantidad importante
de dinero, pues quería asegurar tu futuro, tus estudios. Había comprado
casas y terrenos. Todo era para ti. Siempre quise contarte esto, pero tus
tíos nunca me dejaron y cuando partiste abandonando a tus tíos, ellos
organizaron una gran búsqueda. Era increíble cómo te mandó a buscar.
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Cada semana regresaba gente trayéndole noticias sobre ti, pero por lo
que veo nunca te encontró. Después de buscarte por dos años ellos te
dieron por muerto, hicieron correr el rumor por todo el pueblo, la gente
murmuraba que eso era mentira, mientras no vieran tu cadáver, ellos no
te iban a dar por muerto. Desde tu partida, tu tío empezó a envejecer,
ahora está muy mal, casi no se le ve y sus hijos agarraron las riendas del
negocio; pero esos chicos andan por el mal camino y la malacrianza que
les dio tu tío, andan con mujeres, toman mucho licor y no hacen nada
productivo, no estudian. Tu tía, por su parte, está a cargo de la casa y
cuidando a tu tío. Ella está bien.
Mientras la señora me contaba todo esto, algo me daba vueltas en
la cabeza, era como si tenía que contarme algo muy importante, pero
no llegaba al punto. Su preocupación era evidente. Rosa, Paty y Juan
escuchaban con mucha atención lo que contaba la señora. Ella dijo:
“bueno chicos, después les cuento más ahora voy a cocinar un rico
almuerzo para ustedes”. Callado, acepté; no obstante, me quedé
pensando y de un buen rato reaccioné. Me fui para la cocina a buscar a la
amiga de mi mamá para preguntarle algo más. Ese algo, que me estaba
inquietando, la busqué y no la encontré. Había salido para el mercado a
hacer las compras. Juan nota mi inquietud y me pregunta:
Raúl, algo te inquieta, ¿qué es?
Presiento que la señora quiere contarme algo, pero parece que
le da miedo o no se atreve y no voy a parar hasta que me cuente todo.
Tranquilo, Raúl, yo te voy ayudar con la señora y si tiene algo
que contarte seguro que lo hará.
Sí, algo sabe ella sobre mi madre, sobre mi pasado, ellas eran
íntimas amigas.
Bueno, vamos para la sala acompañemos a las chicas.
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Me quedé más tranquilo, aunque con la idea de que había algo
más, espere pacientemente. La señora nos sirvió un almuerzo muy rico,
con sabor a casa y mucho cariño, hasta que llegó la hora. Nos sentamos
otra vez a conversar. “Raúl, ahora te voy a contar algo que va a cambiar
tu vida. Cuando te fugaste tu padre apareció y reclamó por ti y lloró la
muerte de tu madre y de tu hermano. Se quedó un buen tiempo en el
pueblo. Me contó que le dolió mucho haber dejado a tu madre y que tu
mamita había sido el amor de su vida, que nunca se iba a perdonar el
haberlos dejado. El se fue del pueblo con la esperanza de encontrarte y
pedirte perdón, siempre paraba con los ojos llorosos, sufría mucho”. Me
quedé mudo al escuchar a la señora, nunca pensé escuchar alguna
noticia sobre mi padre, que se moría de amor por mi madre y que nos
quería a mí y a mi hermano. Toda mi vida sufrí pensando que mi padre
era un hombre malo. Nunca pensé en recibir noticias de él. Llegué a
enterarme que no estaba solo, tenía familia. Unas lagrimas salieron de
mis ojos. Recordé a mi madre, como amaba lo amaba, ellos siempre se
quisieron; no sé porque tuvieron que separarse.
La señora me miraba con mucha ternura y tristeza. De repente me
dice: “Raúl, por favor, tienes algún documento que te identifique”. Le
contesté afirmativamente y saqué de mi billetera, mi documento de
identificación. La señora siguió diciendo: “Raúl, lo que te voy a contar es
mucho más delicado todavía”. Levante la cabeza y pensé “hay más
todavía” y me dispuse a escuchar con atención lo que me iba a contar. “
Raúl, tu mama presintiendo su muerte hizo un testamento que lo dejó en
una notaria de la ciudad de Puno y que solamente yo tengo conocimiento,
pues la acompañé”. Y me confió: “Tenemos que viajar a la ciudad de
Puno para que el notario te entregue ese testamento”. Con la mirada en
el piso, no pensaba en el testamento, sino, en mi padre, quería verlo
Daniel Rodriguez Lira
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quería saber cómo era él, quería sentir un abrazo suyo, había añorado
toda mi vida tener un padre; cuando era niño miraba como los de mi
edad, eran recogidos por sus padres en la escuela y también quería que
me recojan, quería caminar con mi padre y conversar, no lo podía creer.
Le dije a la señora para buscar a mi padre, pero me mencionó que de él
no sabía nada, desde el día en que se marchó en mi búsqueda. Otra
vez me quedé sumido en una honda tristeza, que ya conocía, pero a
pesar de que era una compañera muy antigua, igual me dolía, me
apretaba el pecho y me hacia un nudo en la garganta; tenía que respirar
fuerte para sacármelo y aun así se mantenía allí, solamente se calmaba
un instante para volver otra vez con mayor fuerza. La única forma de que
se fuera era con lágrimas con las que desfogaba todo mi rencor, todo
esa angustia de no sentirse querido, ese sentimiento de que siempre te
estén dejando supuestamente los que más te quieren, mi pobre corazón
ya no aguantaba tanto dolor, a pesar de que mi cuerpo se había vuelto
rudo por el trabajo de la minería, ese que a pura fuerza logra sacar
unos gramos de oro a la tierra.
A insistencia de la señora nos dirigimos a la ciudad de Puno y
buscamos la notaria y allí pudimos solicitar el testamento de mi madre y
previa verificación de mi nombre y demás datos nos atendieron, aunque
la espera se prolongó hasta la noche, nos llegaron a entregar un sobre
cerrado con muchos documento en su interior. La amiga de mi madre
pide al notario que habrá el sobre en su presencia. Éste toma nota de lo
sucedido y los documentos salen uno a uno del sobre. Allí estaba el
testamento, lo lee en voz alta: decía que mi hermano y yo éramos los
únicos herederos de todo cuando poseía mi madre y eso consistía en tres
casas, una hacienda. Todo estaba documentado con títulos de
propiedad. Una de las casas que refería el testamento era donde vivía mi
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tío, otra en la ciudad de Juliaca y la tercera en la ciudad de Puno. Quien
lo iba a imaginar, la casa donde vivía mi tío era de mi propiedad, aquella
donde me martirizaron, donde me hicieron trabajar y donde mi niñez se
pasó entre el almacén y la tienda que de seguro también era de mi
madre. Le pregunté a la señora si la tienda también era de mi madre. Ella
me dijo que sí y que mi tío solo lo administraba, que mi madre le dio todo
a mi tío porque era su único hermano.
La señora, Juan, Rosa y Paty estaban muy felices con la noticia
menos yo. Sentía un vacío en mi ser que no me permitía ser feliz. Abracé
a Rosa con mucha ternura y ella lo retribuyó con otro abrazo. Trataba de
buscar consuelo a mi angustia. Miro a los ojos de mi amada y su rostro
siempre me otorgaba una sonrisa; no lo podía evitar, solo la abracé en
silencio y un suspiro suyo se introdujo en mi ser, dejándome pensando
en lo mucho que la quiero y las fuerzas que me da para enfrentarme a mi
pasado.
Sentados en un restaurante, cenando, la señora me pregunta:
“Raúl, ¿qué vas hacer ahora que sabes verdad? Le dije que no sabía. Me
plantaron la mirada. Juan me dice: “Raúl, tienes que reclamar lo tuyo,
eso te pertenece por derecho, tu madre te lo dejó y tú tienes que honrar
la memoria de tu madre y sabes, mañana vamos para tu pueblo y
enfrentamos a tu tío y su familia”. La señora pidió calma y aconsejó que
primero fuéramos a consultar a un abogado para que nos explicara
cómo hacer para recuperar mis pertenencias. Así que consultamos a un
abogado y éste inmediatamente se puso a elaborar un plan para
recuperar los bienes que me había dejado mi madre. La verdad, que en
ese momento, solo pensaba en conocer a mi padre, solo pensaba en
donde estaría, que sería de su vida.
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Al día siguiente, los cinco fuimos a tomar desayuno. Ellos
amanecieron frescos como una lechuga mientras que yo estaba ojeroso,
no había dormido, sentía un malestar en el cuerpo, todos esas noticias
alteraron mi carácter, estaba irritable, no obstante, me entendían. Al
término de cuatro días, estábamos viajando hacia mi pueblo Paty, Rosa,
Juan, la señora y el abogado, para tomar posesión de la casa y
enfrentarme a mi tío. Cuando llegamos, mi cuerpo temblaba, recordaba
cómo me había tratado mi tío y sentía pánico de su voz y de su forma de
ser; aún así, llegamos a la casa y estando parado en la puerta
preguntando por mi tío, mis primos no me reconocieron, tampoco mi tía.
Al decirles quien era, ellos se quedaron inmóviles, sin decir nada. Les
dije: “quiero hablar con mi tío”. Seguro presentían lo que venía y me
hicieron pasar junto con los que acompañaban. Me mencionaron que mi
tío estaba mal en cama y efectivamente así lo estaba, durmiendo en un
su dormitorio. Nos retiramos para la sala y cuando estuvimos allí
sentados, el abogado comenzó a hablar: “Señores, hablo en
representación del joven Raúl, yo soy su abogado. La mamá de mi
patrocinado, antes de morir dejó un testamento, en la que menciona que
deja como herederos a sus dos hijos y esta casa es parte de esa
herencia. Todos los documentos están aquí y por favor tienen que dejar
la casa en el plazo inmediato”. El abogado les entregó unas fotocopias y
ellos miraron sorprendidos. Se pasaban los documentos unos a otros. Mi
tía y mis dos primos se decían algunas cosas al oído y no había
respuesta. El abogado se paró diciendo: “tienen una semana para dejar la
casa”. Mi tía me miró sorprendida, quería hablarme pero yo también me
paré y así lo hicieron todo, salimos de la casa. Cuando estuve afuera
respiré profundo, tratando de controlar mis emociones, pues estuve en la
casa donde, desde los diez hasta los catorce años, me tuvieron
trabajando sin descanso y siempre de miedo, entre gritos e insultos;
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había logrado enfrentarme a algo que me tenia atemorizado. Rosa me
tomó de la mano y me abraza y yo le correspondí con todo mi amor. La
señora nos invito a quedarnos en su casa, así que nos dirigimos allí y
pasamos dos días, pero el abogado tuvo que regresar de inmediato a la
ciudad de Puno para terminar de recuperar las otras casas. Al tercer día,
tuvimos la visita de mi tía, quería conversar conmigo, accedí. Me dijo
que mi tío estaba mejor de salud y que quería conversar conmigo. Acepté
y me dirigí a su lecho de enfermo, estaba sentado en la cama y me habló
con la voz forzada, se notaba que todavía estaba mal: “Raúl quiero
pedirte perdón por todo lo que te hice, pues estoy arrepentido, nunca
debí tratarte mal; tú eras un niño, el hijo de mi hermana y te hice trabajar
de lo peor. Por favor perdóname.
Me quedé callado, me levanté y me retiré sin decir una sola palabra;
ya caminando en la calle, sentí una paz en mi corazón, ese sentimiento
de miedo desapareció de mi corazón, quería seguir caminando y lo hice
por todo el pueblo, recordando los momentos que viví allí y cuando
menos lo esperaba estaba frente al cementerio. Miré la puerta, entré, con
paso en dirección a la tumba de mi madre. Cuando estaba frente a ella,
me persigné, sonreí y le dije: “Mamita tu siempre me protegiste desde el
cielo y cuidaste de mí, ahora que mi corazón está en paz, mamita,
ayúdame a encontrarme con mi padre”. Dicho esto salí del cementerio.
Como ya no teníamos nada que hacer, nos dirigimos hacia la ciudad
de Puno donde prácticamente el abogado había logrado rescatar la casa,
todos los bienes pasaron a mi nombre. Decidimos quedarnos a vivir en
dicho lugar, teníamos una casa propia que nos iba a servir también para
poner un negocio, así lo habíamos conversado, pero paso un año y no
nos acostumbrábamos a la ciudad y su ambiente, por lo que, después
de muchas conversaciones, entre Juan, Paty, Rosa y yo, decidimos
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regresar a Puerto Maldonado, no podíamos vivir lejos de la selva,
vendimos las casas y todo cuanto tenía y regresamos con un sueño, con
la esperanza de formar nuestro hogar y hacer empresa con el dinero de
la venta de los inmuebles.
Con el tiempo Juan se casaría con Paty y tendrían dos hijos. Ellos son
muy felices y viven en Puerto Maldonado. Sus padres siempre los visitan.
Un día, al poco tiempo de haber regresado de la ciudad de Puno a
Puerto Maldonado, cuando estaba saliendo de mi casa, un caballero me
abordó: “Tú eres Raúl”, a lo que le respondí afirmativamente. Él guardó
silencio por algún rato. Le pregunto en qué lo podía servir y me responde:
“el que tiene que servirte soy yo, el que tiene que pedirte perdón soy yo”.
“Soy tu padre”, me dijo y sin saber qué hacer, me quedé parado
mirándolo; se acercó y me abrazó. Me quedé sin reacción y sentí en su
abrazo ternura, amor. También lo abracé con todo mi amor. ¡Era mi
padre!, al que había esperado toda mi vida. No le reproché nada, solo lo
amé y tratar de recuperar el tiempo perdido; se vino a vivir a Puerto
Maldonado con su esposa, solo para estar junto a mí y yo muy feliz,
ahora vive cerca de mi casa y nos vemos casi todos los días. Él, cada
día, está más joven, parece que la selva y el amor que nos tenemos,
aparte de hacernos felices, lo ha rejuvenecido.
Yo me case con Rosa. Tengo una niña y un niño que son mi
adoración. Con Rosa pusimos una empresa que es una muy próspera y
le doy las gracias a esta tierra linda de Puerto Maldonado que me dio
todo: un lugar donde vivir, a mis dos hijos y mi esposa. De sus labios
bebí el néctar dulce, el agüita del Tambopata.
Por eso, esta historia que les cuento se la dedico a todos los que
vinieron a Puerto Maldonado, por algún motivo, y se quedaron cuando
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probaron el agüita del Tambopata que para mí, es el néctar dulce de los
labios de la mujer tambopatina.
Fin
“…Siempre pensaba en Puerto Maldonado, extrañaba ese calor exagerado pero
abrigador, los paseos en las noches en moto, por sus calles anchas, polvorientas y
esas madrugadas frente al río para ver salir el sol, un paisaje muy intenso, pocas
veces observado por los hombres y que realmente es una exquisitez para la vista, con
unos matices rojos y amarillos que no existen en la paleta de los pintores. Esa brisa
con aroma a selva, hermosa, que todo se perfuma, con un verde intenso como las
ganas de vivir. No dejaba de pensar, las ganas de volver eran cada vez más intensas.
Extrañaba la comida, sobre todo, esas que se hacen en casa, en fogón con leña, con
mucho amor, con el ingrediente principal que es el pescado y la bien llamada carne de
monte, ahumado, en sopa o en fritura, manjar inigualable, acompañado de su plátano
sancochado y mejor todavía, con unas yucas y una salmuera de ojito de pescado para
contrariar los sabores en la boca y para lubricar un refresco de cocona, copoazú,
carambola o aguajina, que como en el paraíso, son néctares que sirve para aplacar la
sed de los hombres benditos que habitan el paraíso de Madre de Dios”.