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UNA INTRODUCCIÓN A LA DIPLOMACIA
En algún momento de nuestra vida todos hemos escuchado hablar acerca de la
existencia de funcionarios diplomáticos y de cónsules; de inmediato surgen en nuestra
mente algunas interrogantes ¿qué es un agente diplomático?, ¿qué es un cónsul?,
¿qué hacen?, ¿quién los nombra?,¿ para qué sirven ?.
Los Estados que conforman la comunidad internacional no pueden vivir aislados;
requieren, necesariamente, establecer vínculos entre ellos.
Se define al Estado como "la Nación políticamente organizada".
Sus requisitos son:
a) una población;
b) un territorio;
c) una organización jurídica; e,
d) independencia.
La organización jurídica e institucional de un Estado la encontramos en su carta
fundamental que es lo que se conoce como su Constitución Política.
El territorio es un elemento muy importante. Una gran parte de los diferendos que a
través de la Historia se han planteado entre los Estados se refieren a discrepancias
sobre sus fronteras y territorios.
Todo Estado determina, para su acción internacional, lo que se conoce como su
"Política Exterior", que es el conjunto de objetivos que se fija el país para su acción
internacional, unida a una priorización de los mismos.
La acción que el Estado desarrolla para alcanzar tales objetivos se conoce como su
"diplomacia".
El Derecho Diplomático es la "ciencia" dentro de la cual se enmarca esta actividad y la
"práctica" es el "arte" de la conducción de las relaciones internacionales respetando los
principios del "Derecho Diplomático".
Esta "ciencia" y este "arte" son los elementos que dan fundamento a la idea de que la
diplomacia debe estar siempre en manos de profesionales que hayan dedicado su vida
a profundizarlos y conocerlos.
La diplomacia constituye el medio tradicional y normal a través del cual los Estados se
relacionan entre sí, ya sea directamente o mediante las organizaciones internacionales.
Los medios a través de los cuales se desarrollan las relaciones diplomáticas son de
gran amplitud. Las relaciones diplomáticas se desarrollan dentro de lineamientos de
general aceptación.
La diplomacia es una de las funciones más nobles y honrosas que puede emprender
un ser humano. Para cualquier individuo, ser su país y representarlo en el extranjero
conlleva una serie de importantes obligaciones.
A lo largo de la historia, la comunidad internacional se ha empeñado en fortalecer y
reglamentar las prácticas diplomáticas y consulares codificando los usos
consuetudinarios hasta llegar a la creación de las convenciones mundiales sobre
relaciones diplomáticas y relaciones consulares.
El curso que estamos iniciando se refiere a los aspectos prácticos de la acción
diplomática. No entraremos en ningún momento en consideraciones vinculadas con la
función consular.
Esos aspectos prácticos, sin embargo, deben entenderse enmarcados en los principios
establecidos por la costumbre internacional y por los tratados internacionales que se
negociaron fundamentalmente en la segunda mitad del S. XX y que dan adecuado
sustento a las actividades diplomáticas.
La población la define Charles Rousseau como "el conjunto de individuos que se
encuentra unidos al Estado por un vínculo jurídico y político".
El territorio, que es un elemento muy importante, se refiere al espacio físico que se
encuentra definido dentro de los límites que separan un Estado de sus Estados
vecinos. En ese territorio se ejerce plena soberanía.
Esa soberanía se extiende hasta los antes indicados límites - que son establecidos
mediante procedimientos de "delimitación " y "demarcación".
Hay límites terrestres, marítimos, aéreos, etc.
La organización política de un Estado está considerada en la carta fundamental o
Constitución Política del Estado.
La Constitución Política establece los Poderes del estado, los que son
tradicionalmente:
a) Ejecutivo;
b) Legislativo, y
c) Judicial.
La independencia significa que el estado tiene potestad para darse la organización
política que desee y para manejar sus asuntos en forma libre, sin intervención de
poderes foráneos.
En cuanto a vincularse con el resto de la comunidad internacional, Naciones Unidas ha
consolidado el principio de que "todo Estado tiene el deber de conducir sus relaciones
con otros Estados de acuerdo con el Derecho Internacional y con el principio de que la
soberanía de cada Estado está sujeta a la supremacía del Derecho Internacional.
LECTURAS RECOMENDADAS:
a) Carta de las Naciones Unidas;
b) Capítulo I, página 3 y siguientes, "Diplomacia Contemporánea. Teoría y Práctica de
Melo Lecaros,)
DEFINICION DE DIPLOMACIA
Como muy bien señala Harold Nicolson en su obra "La Diplomacia", en el lenguaje
corriente se usa la expresión "diplomacia" para designar cosas y conceptos muy
diferentes. Se habla como "sinónimo de política exterior", como "negociación", como
procesos o mecanismos vinculados con una negociación, como Servicio Exterior, por
ejemplo diciendo "mi hijo trabaja en la diplomacia".
Hay quienes caracterizan a los diplomáticos como personajes frívolos que se pasean
de recepción en recepción, con vasos de whisky en sus manos, deslizándose en
lujosos automóviles, acompañados por sus elegantes esposas, cubiertas por pieles que
provocan la indignación de los ecologistas. Esa caricatura no corresponde en ningún
caso a la realidad. Por lo menos, no corresponde a la realidad actual.
Procurando avanzar en el ámbito de las definiciones, cabe tener presentes otras
opiniones sobre el particular:
"La diplomacia es la "aplicación de la inteligencia y el tacto en la conducción de
relaciones oficiales entre gobiernos independientes" o la "conducción de negocios entre
Estados por medios pacíficos", dice Ernest Satow, en "Satow's Guide to Diplomatic
Practice".
Persuadir y disuadir constituye, según clásica definición, la esencia de la diplomacia.
Arte de dirigir el comercio con otros Estados, ciencia de las relaciones exteriores,
comprende de acuerdo a Martens, la ciencia y el arte de la negociación. En un sentido
lato, incluye la técnica y los procedimientos con que se conducen las relaciones
interestatales. (Luis Santiago Sanz, internacionalista argentino)
"El Derecho Diplomático es el conjunto de normas jurídicas destinadas a regular las
relaciones entre los distintos órganos de los sujetos de Derecho Internacional,
encargados temporal 9º permanentemente de sus relaciones exteriores" Philippe
Cahier, citado por Pérez de Cuéllar.
La Enciclopedia Británica señala que la diplomacia es "el arte, ciencia o práctica de
conducir las relaciones entre las naciones o la manera en que se conducen las
relaciones internacionales.
Nicolson señala que "Diplomacia es el manejo de las relaciones internacionales
mediante la negociación; el método merced al cual se ajustan y manejan esas
relaciones por medio de embajadores y enviados; el oficio o el arte del diplomático"
De cualquier forma en que se la defina, la diplomacia lleva envuelta la idea e un
mecanismo de vinculación entre los Estados y la comunidad internacional, la idea de la
negociación y orientación de los Estados en la vida de relación con otros gobiernos".
LOS ORÍGENES DE LA DIPLOMACIA
La Diplomacia nació con el hombre y es la más permanente expresión de las relaciones
humanas, a nivel Estado. Su disciplina es esencialmente social. Tal como los seres
humanos hablan entre sí, los grupos necesitaron, también, hacerlo. Surgió, entonces el
representante de la colectividad el que debía cumplir la delicada función de "hablar por
todos". Como el jefe del grupo o nación no siempre podía viajar al extranjero a
entrevistarse con sus interlocutores, depositaba su confianza en un representante, el
que convertido en agente de su rey o de su patria, llevaba antes otras naciones la voz
de su gobierno.
Mucho se ha escrito sobre los orígenes de la diplomacia. Uno de los estudios más
interesantes y completos es un libro titulado "Historia de la Diplomacia", cuyo autor es
V. Potemkin, tratadista ruso.
Veremos algunas ideas fundamentales sobre la evolución de esta institución.
La curiosidad que despierta el mundo de la diplomacia -este círculo cerrado de
personas influyentes y personalidades políticas que practica el "arte de la diplomacia",
que viaja por el mundo y se relaciona con presidentes, reyes y aristócratas - ha
alimentado la literatura universal con historias de espionaje, intrigas palaciegas y
eventos glamorosos en grandes salones. Los tratados secretos, las alianzas
estratégicas, matrimonios concertados entre casas reales y negociaciones entre la paz
y la guerra estaban rodeados de un halo de misterio y secreto, que impedían dilucidar
qué era realmente la diplomacia. Incluso hoy existen diversas definiciones de lo que se
entiende por ésta. El concepto es el oficio, la técnica y la cualidad, "Diplomacia es el
manejo de las relaciones internacionales mediante la negociación; el método merced al
cual se ajustan y manejan estas relaciones por medio de embajadores y enviados; el
oficio o el arte del diplomático.
Personajes de la historia y costumbres ancestrales, fueron nutriendo mitos, leyendas y
anecdotarios de los que se percibe como mundo diplomático y que, en algunos casos
se mantiene hasta la actualidad –como las precedencias, el lenguaje protocolar en la
correspondencia, por dar algunos ejemplos-. A medida que las civilizaciones se iban
desarrollando e interactuaban entre sí, más complejas se tornaban las relaciones
internacionales. Los conflictos de intereses, la alternancia entre períodos de guerra y
paz, fueron obligando a institucionalizar la práctica diplomática ligada al poder de los
Estados, monarcas y mandatarios; lo que para la tendencia realista, define finalmente
la interacción y el equilibrio de la sociedad internacional. "La guerra está aquí como
parte de nuestro pensamiento; el marco de referencia dentro del cual trabajan nuestros
estadistas y diplomáticos incluye siempre a la guerra". De hecho, las primeras
"acciones diplomáticas" que se habrían gestado incluso en la prehistoria, tendrían
relación con la negociación de procesos de tregua entre tribus salvajes, suficientes por
lo menos para enterrar a sus muertos.
La diplomacia era una profesión de riesgo. A menudo los enviados eran ejecutados,
devorados o mantenidos como rehenes.
Se presenta, a continuación, una síntesis de los acontecimientos más importantes del
origen de la diplomacia en la cultura occidental, desde la antigüedad hasta los inicios
del Siglo XX, y su actividad en Chile, con el fin de describir para una mayor
comprensión de lo que ha sido la evolución de esta noble, y a veces desprestigiada,
actividad. A modo de orden metodológico, se dividió el trabajo en cuatro puntos como
referencia cronológica: la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento y el Siglo XIX.
En cada uno de estos apartados se entrega una descripción de la actividad diplomática
y lo que se entendía por ella. Los hitos y hechos de la historia que marcaron la
evolución de la Diplomacia, se detalla en el anexo con un cuadro sinóptico que permite
una visión más pedagógica de la misma. Finalmente, a modo de "conclusión", en el
sub-punto Epílogo se deja abierta la puerta a los siglos XX y XXI como la actividad
diplomática contemporánea, más compleja, sin duda, pero que debe analizarse con
parámetros distintos a lo que ofrece un simple relato de la historia.
Mitología y orígenes de la Diplomacia
En todas las culturas existen mitos y leyendas que los enlaza con sus raíces y
antepasados, y sirve de explicación para lo desconocido. Algunas civilizaciones fueran
más ricas en mitología como, por ejemplo, la Antigua Grecia. En ella encontramos la
historia del dios Hermes como el "primer embajador del Olimpo". Este hijo de Zeus es
descrito como encantador y tramposo, y el responsable de dotar a Pandora –la primera
mujer- con los dones de la zalamería y el engaño. Cuenta la mitología que el día que
Hermes nació, le robó cincuenta cabezas de ganado a su hermano Apolo. "Zeus
aplaudió con calor esa prueba de habilidad y le empleó desde entonces en el
desempeño de las misiones diplomáticas más delicadas, entre ellas el asesinato de
Argos. Los griegos consideraban a Hermes como el patrono, amante pero carente de
escrúpulos, de los viajeros, comerciantes y ladrones. De él obtuvieron los heraldos el
vigor de su voz y la retentiva de su memoria. Se llegó a considerar como el
intermediario entre el mundo superior y el inferior y, sin embargo, con toda su gran
popularidad, no se le respetaba demasiado
Los heraldos a los que se hace mención, eran los enviados extranjeros de alguna tribu
o ciudad que llegaban a la "polis" con alguna misión especial. Pero en esa época no se
apreciaba a los foráneos y eran tildados de "tabú" por lo que corrían gran peligro. Fue
por este rechazo y como una forma de protegerlos que surgieron los primeros
privilegios diplomáticos, como el ser investidos de autoridad semi-religiosa bajo la tutela
del dios Hermes.
Como se puede apreciar, las primeras actividades de los heraldos eran como enviados
especiales, con deberes muy parecidos a los de sus homólogos en la actualidad:
representar, comunicar y negociar. Ejemplo de una misión especial en la literatura
Homérica, es el mito del Caballo de Troya, regalo enviado por el rey de Micenas,
Agamenon, a la ciudad de Troya en Asia Menor como símbolo de tregua. Pero la
narración continúa con la sorpresa del engaño, los guerreros saliendo de su escondite
–el caballo de madera- y la victoria de los griegos después de diez años de asedio a los
troyanos. Sin embargo, en la antigua Grecia el heraldo tenía otras funciones además
de emisario y agente oficial, como: administrar la real casa, mantener el orden en las
asambleas y dirigir determinados ritos religiosos. "La profesión de heraldo solía estar
vinculada a familias y la cualidad principal que se exigía a un heraldo eficaz era que
poseyese una memoria retentiva y una voz muy sonora. Con la creciente complejidad
de las relaciones comerciales y políticas entre los diversos Estados-ciudades, se hizo
necesario elevar el nivel de ese servicio diplomático rudimentario
La complejidad fue aumentando proporcionalmente con fortalecimiento de las
civilizaciones y el surgimiento de otras nuevas, y la interacción entre éstas. Mil
quinientos años antes de Cristo, a medida que Egipto expandía su poder hacia Oriente
Medio y los pequeños estados en Palestina, mantenía un intercambio de "cartas
diplomáticas con los gobernantes de Mesopotamia". En tanto en la Grecia clásica, la
rivalidad entre Atenas y Esparta también implicó una relación entre ambas ciudades
con períodos de paz y otros de guerra, con un fluido intercambio de embajadores en
misión especial. Tucídides relata a propósito de la conferencia en Esparta con todos
sus aliados para analizar si debían declararle la guerra a Atenas, como en el siglo V
a.C. ya existía un sistema de relaciones diplomáticas permanente, en que "se
concedían a los miembros de las misiones diplomáticas ciertas inmunidades" y se
valoraban las relaciones entre los Estados, una surte de "ley" implícita que las regulaba
por sobre las conveniencias coyunturales. Esas normas son la semilla del derecho
consuetudinario y fueron los romanos quienes finalmente recogen las prácticas para
codificarlas como derecho internacional. Si bien la cultura romana no desarrolló la
diplomacia con otras ciudades- estados (principalmente por su carácter imperialista que
sometía a los pueblos conquistados), sí contribuyó al "hacer hincapié en el deber de
fidelidad a los compromisos, y enseñar que la interpretación de los tratados no debe
basarse en la mera letra del compromiso sino en consideraciones de equidad y razón".
Otra importante contribución romana a la diplomacia fue la práctica de los documentos
oficiales llamados "diplomas". Esta palabra, que deriva del verbo "diplóo" (que significa
plegar en griego), era el término que se utilizaba para denominar los pasaportes y
salvoconductos que se requería para circular por las carreteras del Imperio Romano,
los cuales iban plegados sobre plecas de metal y cosidas entre sí. "Más tarde la
palabra diploma se amplió para designar otros documentos oficiales y no metálicos, en
especial aquellos que conferían privilegios o contenían arreglos con comunidades o
tribus extranjeras. Se hizo necesario emplear funcionarios experimentados para
clasificar, descifrar y conservar dichos documentos. De ahí surgió la profesión de
archivero y con ella la ciencia de la paleografía, es decir, la ciencia de comprobar y
descifrar documentos antiguos. Hasta fines del siglo XVIII, esas dos ocupaciones se
llamaron res diplomática o ‘cosa diplomática’".
Al igual que se fueron desarrollando las civilizaciones en la zona del Mediterráneo y en
el lejano oriente y éstas fueron conociéndose a través del intercambio comercial y las
aventuras expansionistas, así surgieron más ciudades y reinos en Africa y en torno al
océano Indico. En América, el último continente en poblarse (15.000 antes de Cristo),
se puede mencionar a los Mayas como la primera civilización propiamente más
desarrollada que se asentó en la península de Yucatán hace tres mil años. Tardaron
otros cinco siglos para que aparecieran los Aztecas en América Central y un milenio
para el surgimiento de la civilización Inca. Estas tres culturas, fueron las más
desarrolladas de la América precolombina, con una magnífica arquitectura,
organización social, gobiernos y tradiciones religiosas. Sin embargo, también sufrieron
las guerras y enfrentamientos con los pueblos vecinos (de menor desarrollo).De las tres
mencionadas, sólo el imperio Aztecas tuvo una supervivencia más longeva (2000 años)
hasta la llegada de los españoles. Los incas sólo alcanzaron a un siglo de vida, sin
embargo, desarrollaron un complejo sistema de comunicación entre los cuatro suyus e
institucionalizaron la figura del enviado especial, los chasquis, hacia los distintos puntos
de su basto imperio, el cual se extendía a lo largo de 4.800 Kms, desde Ecuador hasta
el centro de Chile, "recorrido por una red de carreteras y puentes colgantes. La red de
carreteras inca, de unos 20.000 Kms., permitía a los ejércitos y a los mensajeros viajar
rápidamente a todos los puntos del imperio".
La Edad Media
Los años de Edad Media han sido definidos como un largo tiempo de oscuridad, sin
embargo, en este período se llevó a cabo el minucioso proceso de registro de los
diplomas y la consolidación de la actividad diplomática como la conocemos
actualmente, basada en las relaciones internacionales y la negociación. Fue muy
importante la recolección y ordenamiento que se hizo de estos archivos y por mucho
tiempo se consideró la diplomacia como la conservación de los archivos, el análisis de
los antiguos tratados y el estudio de estos documentos.
Durante la Alta Edad Media (del siglo V al X), al igual que en la Antigüedad, el contacto
entre las naciones se basaba principalmente en el comercio de mercaderes -del oriente
principalmente- y las constantes guerras y conquistas de pueblos invasores. Con el fin
del Imperio Romano de Occidente, el asentamiento de los pueblos bárbaros, el
fortalecimiento de la cristiandad y la posterior división de la Iglesia, trazaron un
panorama completamente distinto, con mayores rivalidades entre los poderes
emergentes. Sólo "al desaparecer las incertidumbres de la alta edad media, Europa
occidental recuperó la estabilidad y la prosperidad. El feudalismo proporcionó nuevas
fuentes de autoridad a los gobernantes medievales y empezaron a surgir reinos y
ducados fuertes. La religión y la vida intelectual florecieron, la población empezó a
aumentar, el comercio se reanimó y las ciudades crecieron rápidamente. Los nobles, a
su vez, recompensaban a sus seguidores con pequeñas concesiones de tierras. Las
relaciones entre reyes, nobles y caballeros se regían por un código de caballería
basado en el honor y en la valentía. Este código incluía además la cortesía con las
mujeres y la defensa de la religión cristiana".
Precisamente fue en "defensa" de la Iglesia Católica y para librar la Tierra Santa de los
infieles, que el Papa Urbano II hace el llamado para la Primera Cruzada en 1099.
Jerusalén fue tomada por miles de cruzados y los caballeros medievales entran en
contacto con la cultura bizantina y su particular estilo de diplomacia, con la pompa y
adulación a sus gobernantes. Pero la permanencia de los cruzados en Asia Menor y las
siguientes cruzadas, se debieron principalmente a un afán más comercial que religioso.
Sir Ernest Satow sostiene que por lo mismo, "la principal influencia formativa de la
teoría diplomática no ha sido la religión sino el sentido común, y ha sido a merced al
tráfico y al comercio como las gentes aprendieron primero a aplicar el sentido común
en sus tratos mutuos". También agrega que la diplomacia no es un sistema de filosofía
moral, sino la aplicación de la inteligencia y el tacto en las relaciones oficiales entre los
gobiernos de Estados independientes. Es en este período que se comienzan a perfilar
los gobiernos más institucionalizados, a parte de los compromisos de fidelidad y
protección entre vasallos y monarcas. Por ejemplo, al coronarse rey de Inglaterra el
duque de Normandia, Guillermo el Conquistador, organizó una "cancillería" con varios
funcionarios y entre ellos, un "canciller" como custodio de los archivos reales y el único
que legalizaba los edictos reales con su firma.
Mientras los reinos feudales se debatían en rencillas internas de dinastías y herencias,
en la península itálica se originaba otro sistema de gobierno, muy similar al de la
antigua Grecia, las Estados – ciudades. Estas unidades autónomas se relacionaban
entre sí por sus puntos de unión (intereses comunes) y de desunión (rivalidades de
poder) que se materializaban en alianzas y bandos. "Así fue como surgió en Italia,
durante los siglos XIII-XIV, el estadista-diplomático. Florencia puede jactarse de haber
tenido embajadores como Dante, Petrarca y Bocaccio y, en una etapa posterior,
Maquiavelo y Guicciardini". Ya en 1196, por su vocación de comerciantes, las ciudades
italianas establecieron el sistema de cónsules en el Levante para proteger a sus
nacionales que transitaban hacia el oriente, pero la primera misión permanente
registrada fue la establecida por el duque de Milán Francisco Sforza en la ciudad de
Génova, en 1455. El duque de Saboya imitó la iniciativa un lustro después con un
representante permanente en Roma. Pero Venecia llegó a un más lejos, nombrando a
dos comerciantes como sub-ambasciator en Londres.
Para finales de la Baja Edad Meda ya existían numerosos diplomáticos distribuidos por
el viejo continente, pero no había uniformidad con respecto a sus funciones,
prerrogativas e incluso sus denominaciones: legados, oradores, nuncios, comisarios,
procuradores, agentes o embajadores. Básicamente se les podía dividir en dos clases:
los representantes personales de jefes de estado, quienes se consideraba como
representantes en su propia persona la dignidad de su soberano; y los agentes semi-
oficiales, con menos pompa y más accesibles a las fuentes. Desde entonces se puede
apreciar el complejo problema de las precedencias, donde cualquier disgusto protocolar
era una ofensa a la persona del soberano. Como expresaba Sir Edward Coke "Honor
legati honor mitentis est (el honor del emisario es el de quien lo envía). La precedencia
indica superioridad, es decir, preeminencia, ventaja y autoridad sobre quienes se sitúan
en un plano inferior. La jerarquía indicaba el grado de soberanía, la calidad del dominio
y la relación de dependencia existente entre unos soberanos y otros". Cómo no ofender
a los representantes de las casas reales europeas y las cortes pontificias, cuando la
mayor parte del tiempo estaban emparentados entre sí y en envueltos en luchas por las
sucesiones de las coronas. Basta recordar la Guerra de los Cien años entre los
ingleses y franceses que disputaban sus derechos por el reino de la Galia. Finalmente
los británicos fueron expulsados del continente en 1453. Sólo en el Congreso de Viena
de 1815 se acuerdan criterios homogéneos para solucionar los conflictos protocolares
de las precedencias.
El Renacimiento
El período renacentista es reconocido en todas las disciplinas –arte, música, literatura,
ciencias, etc.- como una época floreciente y de grandes progresos, impulsado
principalmente por la invención de la imprenta, el impulso a la navegación y el
desarrollo de los centros urbanos. Las ciudades italianas constituyeron puntos
neurálgicos de este desarrollo con grandes genios como Leonardo da Vinci. En la
esfera de las ciencias políticas, comienza a desarrollarse la teoría diplomática y las
relaciones internacionales con la publicación de textos como: De officio legati en 1541,
obra de Etienne Dolet que versa sobre el oficio de los embajadores; Pierre Danés
escribe Conseils à un ambassadeur en 1761; La pragmática de las cortesías, publicada
por orden de Felipe II en 1586 con las normas de estilo que debía emplear sus
secretarios para redactar los encabezamientos de su correspondencia; De iure belli ac
pacis (Derecho de la guerra y de la paz) en 1625, código de conducta internacional
escrito por Grocio; L’ambassadeur et ses fonctions, de Abraham de Wicquenfort, de
1679, quien escribió sobre la necesidad dela especialización de los embajadores; y
L’idée du parfait ambassadeur, publicado el mismo año por Rousseau de Chamov, para
quien el ser embajador "no era un oficio, sino un ministerio público designado por el
soberano para lo cual era precisa una formación política (...) que de u otra manera
participaban del travail du roi". Finalmente será en el siglo XVIII que se perfilará
específicamente la carrera diplomática". También de principios del siglo XVI son
pensadores como Nicolás Maquiavelo, quien con su obra El Príncipe, perfila cómo
debe actuar un soberano con los otros estados; y Tomás Moro, quien recomendaba
que "habrá que asegurar con lazos fuertes una amistad siempre débil. Se les llamará
amigos y se les tendrá por enemigos. Será bueno tener a los escoceses como fuerza
de choque y lanzarlos contra los ingleses al menor movimiento de éstos. Habrá que
halagar también a algún noble desterrado que se crea con derecho al trono de
Inglaterra. Pero se habrá de hacer ocultamente, pues la diplomacia prohíbe estos
juegos. De este modo se tiene siempre en jaque al príncipe del que se recela".
Por lo anterior se puede apreciar el ambiente de recelo y desconfianza que existía, y en
medio de las intrigas se encontraban los embajadores que muchas veces hacían
funciones de espionaje. De hecho, el famoso embajador británico Sir Henry Wotton,
dijo que ‘un embajador es un hombre honrado a quien se envía al extranjero a mentir
por el bien de su país". Guicciardini, autor italiano de la época, comparó a los
diplomáticos con actores que simulan lo que no son y disimulan lo que son pretenden,
así "el arte de negociar se transforma en un complejo juego".
A medida que se consolidaban los reinos e imperios y las dinastías monárquicas, la
interacción entre ellos también se fue tornando más compleja. Los monarcas
absolutistas, como Luis XIV, Catalina II y Federico el Grande, reinaron con autoridad
soberana y buscaban imponer su voluntad por sobre los otros, exigiendo tratos
especiales para hacer notar su superioridad. Si bien, ellos no se trasladaban por
Europa, sus embajadores sí, y estos eran quienes demandaban "decoro" que significa
‘ocupar el lugar correspondiente a la propia condición’. Aunque en la Edad Media
existían costumbres protocolares, es en esta época que se crea la ‘etiqueta y el
ceremonial’ en las cortes reales –como las fastuosas cortes que acompañaban al rey
sol, Luis XIV, en el palacio de Versalles, como código de distinción de rango y honor de
los monarcas en sus representantes diplomáticos, "un buen indicador de la importancia
que cada soberano concede a las potencias de su entorno, y las fluctuaciones en las
relaciones entre soberanos nos ofrecerán un mapa del estatus de los poderes
europeos, toda vez que cada fluctuación, novedad o infracción protocolaria nos indicará
un cambio político y el novel con que se miden la reputación y el prestigio que unos y
otros reconocen.
En el siglo XVII, el quiebre entre las casas reales se distinguía principalmente por el
enfrentamiento religioso, entre católicos y protestantes. Los Habsburgo austriacos
intentaron imponer el catolicismo en 1618 en Bohemia, pero provocaron la Guerra de
los Treinta Años, la cual involucró a gran parte de Europa. En 1648 concluyó la guerra
con el Tratado de Westfalia. Este documento, servirá de modelo para los siguientes
tratados internacionales, e incluso se ha fijado como el inicio del derecho de gentes,
debido a la solemnidad que revistió este contrato y la noción de estar construyendo un
sistema de principios y normas de equidad para todas las potencias europeas.
El período de la ilustración (siglo XVIII), con los estados europeos ya bien definidos y
mayores progresos en las ciencias y el conocimiento, también fue un siglo de
enfrentamientos y guerras, pero dominado por los afanes expansionistas, donde la
revolución industrial y el comienzo de la industria impulsaba a las potencias a buscar
nuevos territorios que aportaran más recursos. Las negociaciones cambian y las
monedas de intercambio son las colonias y territorios de ultramar. España explotaba la
América colonial, Portugal tenía su corte en Brasil, y los británicos emigraban a
Estados Unidos –tras la Guerra de los Siete días, Gran Bretaña canjeó la Habana por
Florida-, y Austria empezó a recuperar territorios de manos otomanas. El siglo
terminará con la revolución francesa y la entrada en escena de Napoleón Bonaparte,
quien jugará un rol crucial en el nuevo sistema europeo, e indirectamente como uno de
los factores que gatilló el proceso de independencia de las colonias latinoamericanas.
El siglo XIX
Este nuevo siglo se inició con señales contradictorias. Se enfrentaban ruisos,
prusianos, ingleses, austríacos y otros. Se firmaban acuerdos que no siempre había
intención de cumplir.
La derrota de Napoleón en 1815 en la batalla de Waterloo, significó un cambio drástico
en el equilibrio del poder europeo. Rusia surgió como la gran victoriosa tras derrotar al
ejército francés napoleónico, y había expandido sus fronteras hacia Asia. Al otro
extremo, Gran Bretaña, pese a la independencia de sus colonias en América, mantenía
su hegemonía como potencia comercial e industrial. Los soberanos se reunieron en
Viena con el fin de ordenar el sistema de Estados Nación que surgía en Europa y
establecer ciertas normas de convivencia. En el Congreso de Viena y en el de
Aquisgrán, los estados normaron el servicio de los diplomáticos y la representación de
las potencias como parte del servicio público. "Se creó una profesión especial, dotada
de su jerarquía y reglas propias, y destinada a desarrollar si especie de masonería y
sus propias convenciones". Entre éstas se definieron cuatro categorías de
representantes: 1) embajadores y legados y nuncios papales; 2) enviados
extraordinarios y ministros plenipotenciarios; 3) ministros residentes; 4) encargados de
negocios. El nuevo protocolo se desentendió del rango de las potencias, y fue
circunscrito a la comunidad diplomática bajo normas que no afectaban al prestigio o
reputación de los soberanos, eliminando de un plumazo los habituales y enojosos
conflictos de precedencias y las precedencias se establecieron sobre ellas y por la
antigüedad, marcada por la fecha de presentación de credenciales.
El Congreso de Viena, de 1817, en que participaron personalidades tales como
Talleyrand, Metternich, el Zar Alejando I de Rusia y muchos otros de una u otra manera
echó las bases de la diplomacia contemporánea.
Se consolidaron las Misiones permanentes en lo bilateral y en lo multilateral se dio
nacimiento a organizaciones internacionales de carácter mundial y regional.
El sistema monárquico siguió imperando en la Europa del siglo XIX, eso sí de forma
constitucional, que se distingue no sólo en la organización del gobierno sino también en
la conciencia de los intereses nacionales por sobre los dinásticos. La Diplomacia siguió
siendo ejecutada principalmente por miembros de la aristocracia, la corte y/o la realeza,
y su actividad estuvo enfocada en perpetuar los equilibrios de poder a través de
alianzas entre los Estados. Pero lejos de lograr mayor estabilidad, la tensión se fue
acumulando a medida que las nuevas potencias crecían en su poderío militar e
industrial.
Los orígenes de la Diplomacia y su evolución a lo largo de la historia, están
íntimamente ligada a la interacción de las fuentes de poder que oscilan entre la Paz y la
Guerra. Milenios después, los actores, el contexto, los códigos y las herramientas han
cambiado, pero la Diplomacia sigue teniendo un rol en la representación de los poderes
soberanos, la protección de los intereses colectivos y la negociación como su arte por
excelencia.
El mundo ha cambiado mucho en los últimos dos siglos y la diplomacia no estuvo ajena
a esos cambios.
Las guerras mundiales tuvieron como consecuencia grandes esfuerzos de la
comunidad internacional encaminados a echar las bases de mecanismos de seguridad
internacional y de preservación de la paz, así como de una canalización de la
cooperación internacional en los más diversos ámbitos.
Después de la primera guerra mundial se creó la llamada Sociedad de las Naciones,
que no tuvo éxito y fue reemplazada después de la segunda guerra mundial por la
Organización de las Naciones Unidas y por importantes mecanismos de cooperación a
nivel mundial y regional. Más adelante veremos con detalle la situación planteada a
este respecto.
En una última etapa se impusieron nuevas formas de hacer diplomacia con
participación directa de los Jefes de Estado y de Gobierno, entrándose también en lo
que se ha llamado la "diplomacia de cumbres", de la que también nos ocuparemos más
adelante.
LA FORMACIÓN DE LOS DIPLOMÁTICOS
En el pasado, los diplomáticos más bien se improvisaban y surgían de los sectores
sociales de mejor situación económica y social. Durante largo tiempo, los diplomáticos
no recibían remuneración de sus gobiernos sino que desarrollaban su labor en el
exterior con sus propios recursos económicos.
En el Siglo XIX, en Chile, un importante porcentaje de las misiones era confiado a
personas que momentáneamente dejaban de lado brillantes carreras políticas, como
fue el caso del señor José Manuel Balmaceda, después Presidente de la República.
La carrera, en Chile, comenzó a organizarse muy lentamente y aún queda mucho por
hacer.
En la actualidad, una de las preocupaciones fundamentales de las Cancillerías se
refiere a la formación de las nuevas generaciones de diplomáticos.
Los países - en su mayoría - han creado Academias Diplomáticas que tienen como
objetivos preparar a las futuras generaciones y, asimismo, cooperar al
perfeccionamiento de los diplomáticos que se encuentran en distintas otras etapas de
la carrera. Cabe mencionar, en América, a la diplomacia brasileña y a la peruana, tal
vez como las que más altos niveles de excelencia han alcanzado.
Muchas tienen, también, la misión de seleccionar a los funcionarios que ingresarán al
Servicio Exterior.
LA PROFESIONALIZACIÓN
Un esfuerzo importante que se desarrolla en la actualidad en la mayoría de las
Cancillerías es darle un mayor grado de profesionalización a sus Servicios Exteriores.
Una realidad mundial es que en la mayoría de los países el Servicio Exterior es
utilizado por los gobernantes para designar a una serie de personas sin preparación,
considerando exclusivamente sus antecedentes políticos.
Asimismo, para discriminar dentro de los que han ingresado normalmente al Servicio
Exterior entre los que son seguidores de los partidos políticos del gobierno de turno y
los que no lo son.
Esto se ha traducido en injusticias en lo que se refiere a las personas y, al mismo
tiempo, en daño para la función diplomática porque al confiarse estas altas
responsabilidades a personas que no tienen la necesaria preparación, se ponen en
riesgo los objetivos que los países buscan en el exterior. Una persona que no domina
las "ciencias de la diplomática", difícilmente puede desarrollar una función eficaz y
acertada.
¿Qué es una profesión?
El diccionario de la Real Academia Española dice que es "un empleo, facultad u oficio,
que cada uno tiene o ejerce públicamente". Otros diccionarios la llaman "actividad
pública y perseverante", "empleo habitual", "dedicación a una actividad en forma
constante". Neumann dice: "Es una actividad u oficio vocacional, ejercidos
públicamente". El concepto queda, así, condicionado en forma importante a lo
vocacional.
Hoy, con las exigencias de los tiempos, podemos agregar que una profesión es
también un conjunto de estudios, de requisitos de aptitud, de etapas académicas, todo
lo cual viene a coronarse con un título profesional, es decir, una certificación pública
que acredita los estudios hechos, sus resultados satisfactorios y autoriza el libre
ejercicio de esa profesión.
Sin embargo, los tiempos modernos y su estricta reglamentación académica, no han
podido disminuir la prioridad de la vocación en numerosas actividades humanas,
donde, más que la mecánica de la preparación, debe predominar una tendencia
anímica e intelectual hacia esa actividad, capaz de suplir todas las debilidades de la
teoría y todas las emergencias y dificultades que ningún programa de estudios puede
prever. Aún cuando toda profesión debe tener una base vocacional, algunas son más
exigentes que otras, no sólo por que su difícil ejecución pone a dura prueba el espíritu
del hombre, sino por que, además, requiere de condiciones físicas e intelectuales muy
determinadas.
Por ello es que el titulo profesional, impuesto por la tecnificación de la época moderna,
no es sino unos de los elementos de la profesión y no siempre el más importante, si es
que uno desglosa el problema del marco meramente legal-administrativo. Basta
recordar que, con la sólo excepción de las carreras de abogado, medicina y cánones,
cuya reglamentación inicial parece datar del siglo XI, todas las demás son diplomadas
tan sólo en el siglo pasado y no es posible decir que no hayan existido antes. La
Universidad de París, la más progresista de Europa, otorgó el primer título de ingeniero
en 1868, y Francia antes de esa fecha, estaba llena de obras de ingeniería acumuladas
en veinte siglos.
El concepto mismo de la profesión ha variado con los años y a través de la historia.
Hace un poco más de una centuría, en 1864, el Diccionario Enciclopédico del siglo XIX
decía con la mayor seriedad que las profesiones "libres" eran nueve: las armas, la
política, la docencia, la investigación, el arte, las leyes, la medicina, la justicia y el
sacerdocio. Todas las demás serían "industrias manuales o artesanales". Este juicio
envolvería por igual a los ingenieros, arquitectos, técnicos, industriales, economistas,
publicistas, administradores de empresas, contadores, físicos, químicos,
electromecánicos, agrónomos y a todos cuantos no se incluyen en las nuevas
actividades antedichas.
Esto es lo que nos lleva a pensar que el título académico es una mera regulación
profesional, que ni determina ni condiciona su carácter y que apenas regula –y no en
todos los países – su ejercicio público. Profesión es, primordialmente, estudio. Es la
vocación anímica la que empuja al hombre y conforma su gusto intelectual hacia ciertas
disciplinas del saber. Al estudio es preciso añadir la aptitud. Y luego, la permanencia de
su ejercicio en el tiempo.
Esta trilogía debiera ser básica, toda profesión ha de ser sabida, perfeccionada, sentida
y perseverante. Sin el amor vocacional, una profesión no será sino un cartón lleno de
sellos y firmas. Sin la perfección continua y la perseverancia, la profesión, en su más
noble sentido, se convertirá en un empleo, en un simple medio de vida diaria, pero
jamás llenará el fondo misional que todo hombre necesita.
Llegamos así a la Diplomacia.
¿Es la Diplomacia una profesión?.
Al igual que casi todas las actividades humanas, ésta surgió de la vida de relación de
los pueblos y su actividad promovió vocacionalmente a ciertos individuos, cuyas
condiciones de destreza intelectual o de sagacidad política les predisponía para ella.
En esto, como en otros aspectos, la diplomacia siguió el mismo proceso de las otras
profesiones, distinguiéndose, tal vez, en la marcada estrictez de sus exigencias.
Hasta hace muy pocos años, las universidades no producían "diplomáticos". Se
estudiaban asignaturas o cursos que "servían" a los diplomáticos. Si la vocación del
alumno era muy fuerte, se producían, a fuerza en estudios personales, expertos en
asuntos mundiales, peritos en Derechos de Gentes, economistas internacionales,
juristas del derecho comparado, conocedores de historia diplomática o de relaciones
entre los pueblos. Los tratados internacionales eran un capítulo del estudio histórico. El
derecho diplomático no existía. ¿Había entonces, una profesión diplomática?.
La preparación académica del diplomático no se remonta más allá de la primera mitad
del siglo XIX y es antes de esa fecha precisamente, cuando la Diplomacia ha
alcanzado ya su madurez, ha logrado sus mejores triunfos, ha exhibido sus nombres
más destacados, ha definidos sus normas y su estilo, ha creado su código formal y ha
irrumpido en la sociedad humana como una de las actividades más exigentes, pero al
mismo tiempo, más prestigiosas de cuantas puedan atraer la curiosidad intelectual del
hombre.
Si trasladamos a la diplomacia la trilogía de elementos antes propuestas, concluiremos
que su conformación profesional es casi contemporánea con su aparición. En primer
lugar aparece la necesidad social de la actividad. Ella es la representación exterior,
herramienta indispensable de las relaciones entre los pueblos. La necesidad de que
"uno hable por todos". Luego aparece la aptitud. Es decir, la vocación orientada de
ciertos individuos a esta disciplina, estimulada por requisitos físicos o intelectuales que
la condicionan. Y como elementos de perfección, el tiempo, la perseverancia en su
ejercicio, único método de adquirir la experiencia, sin la cual toda profesión permanece
en la juventud.
En este sentido, la diplomacia es una profesión tan exigente que sólo puede
comparársela con la milicia o el sacerdocio. Un autor la ha llamado "el estado humano
del Servicio Exterior". Por que no sólo toca a su intelecto y a su necesidad, sino que
pide su entrega integral. La diplomacia exige del hombre su presencia física, su
inteligencia, su simpatía, su ingenio, su tino, su idioma, su vida privada, sus familiares,
su salud, su moral, su sagacidad, su valor, su arte, su lealtad, su resolución, su
sensibilidad, sus pasiones, su tenacidad y sus costumbres cotidianas. Y sobre todo,
exige su estudio continuo y perseverante. Recordemos que Diplomacia es,
básicamente, negociar. Para negociar hay que saber. Y saber de todo. Y saberlo bien.
LA CARRERA DIPLOMATICA
El siglo XVIII ostentó una proliferación de diplomáticos ilustres: Kaunitz nació en 1710;
Metternich en 1773; Pozo di Borgo en 1764; el primer Lord Malmsmmury, también en
1764; Talleyrand, en 1754; Lord Stratford de Redcliffe, en 1786. Todos ellos dejaron
escuela, formando en alguna medida a los grandes diplomáticos del siglo siguiente.
Leyendo a Kaunitz, se forjó Bismark. Cavour fue un admirador de Istria. Disraeli
confesó en la Cámara británica que en sus momentos de duda política leía las cartas
de Pitt.
Pero esta escuela de ejemplos es una cátedra, no una carrera. Darle a la profesión
diplomática el sentido administrativo que necesita para perfeccionarse en el mundo
moderno, es inquietud de fines del siglo XIX, pero sus antecedentes pueden rastrearse
mucho más atrás.
La primera escuela de servicio público, aun cuando no siempre orientada hacia lo
diplomático, fue la veneciana. La segunda es la de Roma. Esta última fue fundada por
Clemente XI, en 1701, con el fin de preparar a los servidores administrativos de la
Santa Sede. Se le llamó Academia de servicio. Pío VI modificó su reglamento en 1775.
León XIII le dio el nombre de Academia Eclesiástica Pontificia y en 1879 separó la
educación propiamente doméstica de la internacional. En 1939, Pío XI la convirtió en
una de las más modernas y mejores Escuelas de Diplomacia, rango que preserva
hasta el día de hoy.
Inglaterra, más que otros países, comprendió que su supervivencia estaba ligada a dos
recursos vitales: su Marina y su Diplomacia profesional. En 1856, Lord Claredon dicta
la primera ley de servicio exterior. Regulaba el ingreso a la carrera y establecía las
condiciones personales que necesitaba un ciudadano para ser "diplomático" y para ser
"Cónsul". Considerando el carácter de la política exterior británica, las exigencias para
postular a la segunda carrera eran superiores a las de la primera.
La Eden Act de 28 de enero de 1943 creó los escalafones, los exámenes de ingreso,
las jubilaciones y todos los detalles administrativos. En sucesivas disposiciones legales
de 20 de abril de 1944 y de 7 de enero de 1947, se completó el cuerpo legal que da
forma actual a la diplomacia inglesa.
Los alumnos deben ser graduados en una universidad reconocida y pasar
satisfactoriamente un examen de conocimiento ante la llamada "Civil Commission". El
Foreign Office toma un segundo examen de especialización. Los alumnos aprobados
son llevados a una casa de campo en Stoke D’Abernon, Surrey, en las cercanías de
Londres, donde conviven durante una semana. En este lapso, un funcionario altamente
calificado lo somete a diálogos, observa su conducta, sus costumbres, su carácter, su
humor, su camaradería, su vocación; e informa secretamente al Subsecretario para los
Asuntos Administrativos. Este último es el que hace la selección final.
Resulta interesante constatar que la reglamentación legal de la carrera diplomática, en
el mundo occidental, comienza en Iberoamérica. Mucho antes que Europa, el Nuevo
Mundo percibe la necesidad de dar a la Diplomacia una forma administrativa que, si
bien no reemplazará nunca la sutileza del arte de la negociación, ayudará eficazmente
a ella con un mecanismo seguro y una asesoría permanente.
El Imperio del Brasil regula la carrera diplomática en 1845 y –que nosotros sepamos-
es el primer país occidental que lo hace. Aun cuando Chile dictó su primera ley
orgánica de Servicio Exterior en 1824, la carrera como tal no fue reglamentada hasta
1852. Habríamos sido así el segundo país occidental en hacerlo. El tercero sería
México, en 1856. El cuarto, Francia, que dicta su reglamento profesional de Servicio
Exterior en 1880 y que es el primer país europeo que consagra por ley la
profesionalización de la carrera. En 1897, lo hace España.
El resto de las naciones reglamenta la carrera diplomática durante el siglo XX.
Argentina, en 1911 y en una nueva ley de 6 de febrero de 1947. Italia, en 1923;
Portugal, en 1939; España, nuevamente en 1932; la URSS, en 1918, en 1946 y 1956;
Estados Unidos, en 1924 (Roger Act); Alemania, en 1921 y 1934; Colombia, en 1937
(ley 114); El Salvador, ley orgánica de 8 de septiembre de 1936; Perú, ley de 1° de abril
de 1929; Uruguay, 12 de mayo de 1906, modificada el 15 de octubre de 1918 y el 27 de
abril de 1928. Venezuela, 27 de abril de 1946.
El lapso que va entre Machiavello y el Codex Jus Gentium Diplomaticus, de Leibnitz y,
el que va entre la paz de Westfalia (1648)y el Congreso de Viena (1815) son ciclos
experimentales. Si bien las realizaciones de la Diplomacia mundial tuvieron plena
madurez en cuanto a su estrategia, a su mecánica de negociación y aún a la
representación exterior de cada gobierno, siempre los vemos obligados a unirlas al
brillo personal de las grandes figuras. Existe, de hecho, una constante de política
internacional de cada país, y junto a ella, hombres notables que la hacen posible y que
la llevan a cabo con éxito. Pero no hay aún una carrera diplomática que excede lo
meramente vocacional. Se sabe de expertos que conocen bien el arte de negociar y el
de representar a su rey; escriben obras clásicas del derecho diplomatico; estudian
constantemente la jurisprudencia internacional. Muchos de ellos –Tour le Pin,
Nasselrode, Rincon, Pole, Laski y cien más– son asesores indispensables de cualquier
embajador y han consagrado su vida a esta actividad. Pero no hay "carrera", los
hombres no se alistan en una profesión organizada, ni existe un sistema administrativo
que la proteja y la regule.
Sin embargo, no es posible ni imaginar el actual estado de desarrollo de la Diplomacia
profesional sin la montaña de experiencias acumulada durante este período. La
tradición diplomática, como la militar, indican a las generaciones futuras que la mejor
estrategia consiste siempre en saber como se comportaron los antepasados, en igual
circunstancia y con los mismos elementos. Quedan precedentes que hoy nos
asombran. Kissinger ha hecho un paralelo admirable entre el Congreso de Viena de
1815 y el mundo de post-guerra de 1946. Tónicos invariables del comportamiento
humano se repiten con rara pertinacia cada cierto tiempo. Las mismas circunstancias
vuelven a nacer. Cada época produce un gran líder, una idea contagiosa, una
revolución que altera el orden establecido, una guerra que ataca o restablece ciertos
valores; y los hombres vuelven a reunirse y a discutir; y surgen otra vez los mismos
tratados que todos estimen definitivos y que la generación siguiente condenará por
añejos.
Regresamos, entonces, el primer concepto de este trabajo. La experiencia proyectada
en el tiempo y conservada como jurisprudencia, exige un ordenamiento administrativo
que la preserve y la estudie.
Esa es la carrera diplomática.
Se nos dirá una y otra vez que las carreras administrativas son las máquinas que
matan al genio. Que al surgir el organismo burocrático, que todo lo resuelve y todo lo
consulta, se apaga el instinto y la sutileza del diplomático nato, que se movía con la
soledad del artista en medio de una atmósfera creada para él y, en gran medida, por él,
para obtener sus mejores efectos. Esto es verdad. Nunca el Estado, por trascendente
que sea, podrá reemplazar con su estructura administrativa, la chispa genial del ser
humano de excepción, que aporta la luz de su inteligencia, lo imponderable de su
simpatía, el acero de su instinto y de su previsión, a un esquema internacional nuevo.
Ninguna administración, por perfecta que sea, puede reemplazar al hombre. Sólo éste
puede esculpir un Moisés, pintar la Ronda Nocturna o escribir la Novena Sinfonía. Pero
el Estado puede crear un mecanismo que permita producir una custodia permanente
del arte individual y la Atmósfera y los elementos que permitan a cientos de miles de
otros hombres poder aspirar al camino de Miguel Angel, de un Rembrandt o de un
Beethoven, acumulando sobre sí las experiencias de esos genios y el valor infinito de
sus esfuerzos solitarios. El estado puede prolongar el genio de un hombre a lo largo del
tiempo, en provecho de todos y como escuela de muchos. El Estado puede convertir la
chispa genial de un momento, en puntal de la historia, hacerla ejemplo y utilizarla así
una y otra vez, usando, a lo mejor, hombres que por sí mismos no habrían podido
producirla.
La carrera adquiere entonces toda la importancia de lo permanente. Pero también, la
gran responsabilidad de perfeccionarse. Este es el Supremo rol de las Academias de
Servicio Exterior.
Se podría decir que un diplomático en el siglo XXI necesita, entre otras virtudes, las
siguientes:
- Pleno conocimiento de los temas de Derecho Internacional, Relaciones Económicas,
procedimientos normales de la diplomacia, etc.
- Adecuado manejo de idiomas. Un diplomático que es acreditado en un país debería
estar familiarizado con la lengua del país sede, así como con el idioma inglés que es en
la actualidad una especie de "idioma de la diplomacia". En el pasado lo fueron el latin,
el francés, etc.
- Absoluta lealtad con su Gobierno.
- Veracidad, con su gobierno y con el Estado receptor
- Credibilidad.
- Conducta personal y familiar intachable
- Prudencia y moderación.
- Paciencia.
- Modestia para no dejarse envanecer por los "oropeles" de la diplomacia.