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Una ceguera deliberada Elena Hernández Sandoica El guante y las garras Antonio Elorza A sangre y fuego Gabriel Cardona A merced del huracán Rosario de la Torre ESPAÑA 1898 OCASO COLONIAL El 10 de diciembre de 1898, hace cien años, España firmaba la Paz de París, por la que perdía Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Aquel último acto del entierro del Imperio no era el resultado inevitable de la marcha de los tiempos, sino la consecuencia de la desacertada política colonial, del desastre militar y de la debilidad internacional de España, así como del planificado intervencionismo norteamericano DOSSIER

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Una ceguera deliberadaElena Hernández Sandoica

El guante y las garrasAntonio Elorza

A sangre y fuegoGabriel CardonaA merced del huracánRosario de la Torre

ESPAÑA 1898OCASO COLONIAL

El 10 de diciembre de 1898, hace cien años, Españafirmaba la Paz de París, por la que perdía Cuba, PuertoRico y Filipinas. Aquel último acto del entierro delImperio no era el resultado inevitable de la marcha de los

tiempos, sino la consecuencia de la desacertada política colonial,del desastre militar y de la debilidad internacional de España, asícomo del planificado intervencionismo norteamericano

DOSSIER

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10 de octubre de 1868, daría Céspedes en elOriente de la Isla un grito guerrero a la metrópoli ya los españoles. Era el Grito de Yara, aunque fue eneste lugar donde, al día siguiente, la rebelión sufriósu primer revés. Puerto Rico tuvo también su “gri-to”, lanzado con la misma intención separatista.

La metrópoli, con muy distinto grado de dificul-tad, acabaría por tornar las cosas a su estado ante-rior cuando el régimen de la Restauración logró im-

poner su férreo guante sobre los insurrectos, agota-dos en Cuba por la indecisión militar del conflictoy con la Isla dividida en dos. Después de la Paz deZanjón, que terminó con aquella guerra en 1878,la metrópoli no se tumbó a esperar. La tregua fir-mada con los nacionalistas por Martínez Camposobligaba a España a introducir reformas en la Isla yMadrid las aprovechó para hacer un esfuerzo im-portante por reforzar la explotación de la colonia ysu españolización. De ahí se derivarían finalmenteen parte la crudeza terminal y la exasperación de laconfrontación.

El camino de la independenciaTras más de quince años de vida colonial asen-

tada en la tregua, la preparación del levantamientode Baire, el 24 de febrero de 1895, fue un proce-so plagado de dificultades. Todo ese tiempo se ha-bía estado conspirando contra la metrópoli, al am-paro de las asociaciones entonces permitidas y al-gunos grupos se mostraban dispuestos a intentarnuevamente la insurrección. Pero las objecionesdetenían la voluntad de los cubanos que parecíandispuestos a expulsar a España de aquel “su” terri-torio. Mientras tanto, otros, los autonomistas (es-pecialmente los miembros de la Unión Constitucio-nal, cuyo equivalente en Puerto Rico sería el Parti-do Incondicional), opinaban que las reformas im-

Escudo de Cuba

independiente.

Elena Hernández SandoicaProfesora Titular de Historia ContemporáneaUniversidad Complutense de Madrid

A LO LARGO DEL SIGLO XIX, ESPAÑAfue una potencia colonial especialmentereticente a establecer reformas en susposesiones, convencida quizá de que el

menor movimiento que se hiciese en el inestabletablero podría desbaratar por completo su juego.

Primero, fue la invocación constante de la escla-vitud (que la metrópoli no quería abolir, en conni-vencia con los plantadores) para justificar la faltade extensión de los derechos constitucionales a losantillanos. Después, el temor reiterado a los riesgosinherentes a cualquier tipo de liberalización comer-cial y política. Por último, la especie interesada deque la autonomía llevaría derechamente hacia laindependencia...

Podría extrañar, desde esa perspectiva, que Es-paña conservara durante tanto tiempo sus últimascolonias, restos prodigiosos de un vastísimo Impe-rio. Contribuyeron a esa conservación los interesesde las políticas comerciales más poderosas de laépoca (Inglaterra primero, Estados Unidos ensegui-da), pero también el hecho de que su militarizadaadministración contara con el importante concursode elementos criollos, variable en sus protagonis-tas, pero cierto y continuado. Las oligarquías anti-llanas manifestaban un miedo extraordinario a lagente de color. Y la metrópoli estaba siempre listapara extender su garra contra la insurrección.

Pero las claves de esa colaboración y ese equili-brio, basados en la extraordinaria riqueza proce-dente del azúcar, combinada con el temor al creci-miento de la población negra, variaron a mediadosdel siglo. Por entonces, fracasaron ciertos intentosde anexionar Cuba a los –aún entonces– esclavistasEstados de la Unión. A ello siguió un periodo de es-tabilidad en los acuerdos entre la oligarquía y el po-

der colonial. A mediados de los años sesenta, sinembargo, la crisis económica trastornó esta conti-nuidad. Pero, de no haberse mostrado con tantaclaridad el fraude y el engaño de los gobernantes(prometieron reformas desde 1866, para en cambioelevar los impuestos), las cosas, para muchos cu-banos, aún hubieran podido esperar.

Como se sabe, los hilos de la crisis –la desespe-ranza y el liberalismo– se habrían de anudar. Y el

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Una cegueradeliberadaCuestiones de políticainternacional se mezclaron concondicionantes internos paradificultar un cierre positivo de laera colonial de España

CARLOS MANUEL

CÉSPEDES,primer

presidente del

Gobierno

revolucionario

Izquierda, sátira

contra la

restauración

monárquica por

por sus intereses

negreros en Cuba

durante la Guerra

Grande (La Flaca,

28 de febrero de

1873). Arriba, María

Cristina de Borbón,

Reina Regente, con

Alfonso XIII en

brazos (por Antonio

Caba, 1890, Real

Academia de Bellas

Artes de Sant Jordi,

Barcelona). En la

portada del dossier,

el niño Alfonso XIII

arremete impotente

contra el gigante

acorazado McKinley

(Le Rire, 21–5–98,

colección Manuel

Gramunt de

Moragas).

DOSSIER

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Sátira española

contra la política

militar del conde de

Valmaseda durante

la Guerra Grande

(La Flaca, 1871).

Oriente seguía siendo, como siempre, un territo-rio pobre, pero con una mayoría libre y arriesgada,presta a la rebelión. Sus jefes naturales habíanacordado someterse a un liderazgo interno, military político, que no iba a discutirse de momento –Má-ximo Gómez y José Martí contaban con ello–, contal de arrancarse el yugo del poder español. Des-pués, ya se vería lo que podía lograrse con la paz.Algo sobre lo que, ni siquiera en Oriente, habíaacuerdo entre los partidarios de la independencia.

En el extremo opuesto de las ideas y de la loca-lización geográfica se situaba Pinar del Río, la tie-rra del tabaco por antonomasia, que en el 68 no ha-bía llegado a alzarse. Y también el Camagüey, queahora prefería mantenerse al lado de los españolesy no arriesgar su cabaña ganadera, recuperada des-pués del acuerdo de Zanjón.

La ciudad de La Habana, por su par-te, tan compleja y diversa, recibió el du-ro golpe de Capitanía, que concentró enella el esfuerzo para contener el conflic-to, procediendo a muchas detenciones yencarcelamientos. En ella se agruparonlas fuerzas de la policía colonial y unaparte importante de los voluntarios, tro-pas especiales que utilizó durante todoel siglo, con pavoroso éxito, el poder es-pañol. Ello dió en un principio el resul-tado que se pretendía: La Habana semantuvo dentro del ámbito controladopor el Gobernador.

Una vez fracasado el levantamientoorganizado desde el exterior, el PartidoRevolucionario Cubano y su delegadoMartí ya dejaron de considerar esa op-ción y contemplaron otras estrategias po-líticas y militares. Había que transigircon la obvia divergencia de criterios sos-tenidos por los caudillos de la guerra–Gómez, Martí y Maceo, en primer lu-gar–. Diferencias respecto a la estrategiade la guerra, el trato al enemigo, lasfuentes de producción e incluso la con-ducción de los asuntos militares. Seabrió el conflicto entre autoritarismo ydemocracia, ya explícito en la guerra an-terior; pero se trató de situarlo, al menostransitoriamente, en un segundo plano,procurando salvar los desacuerdos.

Maceo era más práctico –y más auto-ritario– que Gómez o Martí. Su idea del

Estado y la sociedad de Cuba, tras la expulsión delos españoles, tenía mucho que ver con la dictadu-ra militar. Y muchos lo seguían. El ideario de Mar-tí, esencialmente liberal y demócrata –tan igualita-rio y a la vez tan intelectual– no era el que predo-minaba entre los sublevados de primera hora. Se haespeculado mucho acerca de las decepciones deJosé Martí, de sus sabias palabras a Maceo: “Unpueblo no se funda, general, como se manda uncampamento”. Y hasta se ha llegado a ver su muer-te como una especie de suicidio velado, una débilforma de ceder, decepcionado por las dificultades.

Martí murió en Dos Ríos, el día 19 de mayo de1895, a sólo tres meses de empezar la guerra, ydespués de haber escrito en su Diario advertenciasy pensamientos que le atormentaban, pero tambiénnotas cotidianas de la vida en campaña, de alegríaprimaria y esencial. Entre aquéllas, estaba la delriesgo de caer a esa hora en manos de Estados Uni-dos (“Viví en el monstruo y le conozco las entra-ñas”, escribió contra el anexionismo). Un riesgoque otros sublevados no consideraban tan impor-tante. Sin duda alguna, su inmediato sucesor, Es-trada Palma, no compartía esa recelosa idea.

Independencia frente a autonomíaNada puede probarse acerca de aquel desencan-

to y los oscuros temores de Martí. De una u otra

plantadas (partidos, sufragio restringidoy algunas libertades de reunión y asocia-ción) darían fruto tarde o temprano.

Las fallidas peticiones del llamadoMovimiento Económico, un fuerte con-glomerado social y político (desde plan-tadores y grandes comerciantes a obre-ros anarquistas del tabaco), que habíademandado, a principios de los años 90,diversas reformas y mayor igualdad jurí-dica y legal entre antillanos y peninsula-res, exasperaron los ánimos de quienesse movían abiertamente en defensa delos intereses específicos de los cubanos.

Y en el exilio, ese mismo fracaso es-tuvo en el crisol fundacional del PartidoRevolucionario Cubano (PCR), de carác-ter democrático, antillano (incluía laemancipación de Puerto Rico) e interra-cial. Y mientras se esperaba el momen-to propicio para la insurrección, se aco-piaban hombres y armas, conseguidaspor donaciones recolectadas en París,México, Santo Domingo o Nueva York y,sobre todo, con el respaldo de los ma-gros salarios de los trabajadores del tabaco en Tam-pa y Cayo Hueso, los elementos más entusiastas ymás desposeídos de la emigración.

Había un proyecto para invadir la Isla, el Plan deFernandina, que debido a una mezcla de espionaje

y arrepentimiento, traición e inexperien-cia, fue descubierto y desbaratado. Secontó entonces con las fuerzas del inte-rior, es decir, los nacionalistas desperdi-gados por todo el territorio. Mientrastanto, los puertorriqueños seguían a laespera, listos para ayudar: habían for-mado una sección particular del partidofundado por Martí (SPR del PRC), y enél esperaban su turno, una especie desegunda vuelta en el proceso de la libe-ración.Los días que precedieron al levanta-miento fueron especialmente confusos,debido a las deficientes comunicacionesinternas de la Isla y, sobre todo, a queseguía habiendo una desigualdad, localy regional, que hacía variar el mapa delas adhesiones –reales o posibles– a lagobernación española. No se podía –ylos jefes cubanos de la guerra y del na-cionalismo estaban, por una vez siquie-ra, de acuerdo en este extremo– prepa-rar al mismo tiempo una insurreccióngeneral, de simétrico alcance y repercu-

siones homogéneas, en las dos grandes regionescubanas, Oriente y Occidente. Dos Cubas distintasse hallaban en el banco de pruebas y sus diferen-cias históricas, incluso, se habían ahondado desdeel conflicto del 68.

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Cronología1867 (12 de febrero): Real Decreto incremen-tando el impuesto sobre la propiedad.1868 (10 de octubre): Céspedes levanta en Ya-ra la bandera de la independencia.1869 (enero): Domingo Dulce llega a Cuba co-mo nuevo capitán general, dispuesto a negociarla paz, pero endurece la guerra. (10 de abril): seproclama la Constitución independentista deGuáimaro. (junio): llega un nuevo capitán gene-ral, Antonio Caballero Fernández de Rodas. Suspropósitos negociadores fracasan y termina ace-lerando la represión y fusilando a jefes subleva-dos: Domingo Goicuría y Gaspar Diego Agüero.187O (diciembre): el conde de Valmaseda,nuevo capitán general, dispuesto a una guerrasin cuartel.1873: muere Agramonte, jefe militar de la su-blevación, y le sustituye Máximo Gómez. Es des-tituido el presidente Céspedes y le releva Fran-cisco Vicente Aguilera.1874: fusilamiento de 53 tripulantes del Virgi-nius. Captura del general independentista Calix-to García.1876 (marzo): Estrada Palma sustituye en lapresidencia a Aguilera.1877 (octubre): captura de Estrada Palma. Lle-ga un nuevo capitán general, Martínez Campos,dispuesto a negociar la paz.

1878 (10 de febrero): firma de la Paz de Zan-jón.1879 (agosto): comienza la serie de escaramu-zas de la que se llamó Guerra Chiquita.1885: fin de las hostilidades.1892: en Cayo Hueso, Martí pone las bases dela Constitución de la República de Cuba.1893: se rechaza en España la reforma pro-puesta por Maura.1894: fracasa el intento de expedición de Mar-tí para alcanzar Cuba.1895: tímida reforma propuesta por Abárzuza,que tampoco prospera. El 24 de febrero se iniciauna nueva sublevación en Baire. En abril, en sen-dos desembarcos, alcanzan Cuba José y AntonioMaceo, Flor Crombet, Moncada, Martí y MáximoGómez. Llega a Cuba, dispuesto a negociar lapaz, Martínez Campos. Muerte de Martí en DosRíos, el 19 de mayo. Salvador Cisneros, nuevopresidente de la República en guerra. Éxito de lamarcha desde Oriente hacia Occidente: MartínezCampos, acorralado en La Habana.1896: en febrero, le releva Valeriano Weyler,dispuesto a ganar la guerra. Cierra las trochas deMariel a Majana y de Júcaro a Morón; concentraen pueblos vigilados a unos 400.000 campesinosy persigue a Maceo en Pinar del Río. Maceomuere en diciembre.

1897: la parte occidental de la Isla está relati-vamente pacificada, pero en la otra mitad semantienen Vicente Gómez y Calixto García. Enagosto es asesinado Cánovas del Castillo y el Go-bierno liberal de Sagasta –ante un auténtico ulti-mátum norteamericano– releva a Weyler, envía aBlanco como nuevo capitán general y concede aCuba la autonomía.1898: disturbios en La Habana. Ante el alar-mante informe del cónsul F. Lee, el Gobiernonorteamericano envía a su puerto al acorazadoMaine, que estalla en febrero. Tempestad en laprensa norteamericana contra España, respon-sabilizada del accidente. Ultimátum del GobiernoMacKinley. Declaración de guerra el 21 de abril.La escuadra del almirante Cervera zarpa hacia elCaribe. El 1 de mayo, la escuadra del comodoroDewey destruye la flota española de Filipinas.Cervera llega a Santiago de Cuba el 19 de mayo yqueda embotellado en su bahía por el almiranteSampson. En junio, desembarcos norteamerica-nos en Guantánamo y Daiquiri. Combates alrede-dor de Santiago. Cervera sale a combatir y pier-de todos sus barcos el 3 de julio. Santiago capi-tula el 16. España firma el armisticio el 12 deagosto y Manila se rinde el 13. El 10 de diciem-bre, España firma la Paz de París, liquidando suImperio ultramarino.

JOSÉ MARTÍ,ideólogo del independentismo cubano y

organizador de la insurrección de 1895

DOSSIER

Maceo era más práctico –y másautoritario– que Gómez o Martí. Suidea del Estado y la sociedad de Cuba,tras la expulsión de los españoles,tenía mucho que ver con la dictaduramilitar. Y muchos lo seguían

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Antonio Cánovas

del Castillo, el jefe

de Gobierno al que

sólo le valía la

victoria militar

(por Luis Madrazo,

Congreso de los

Diputados, Madrid).

Los intereses extranjeros afincados en el campo(franceses, alemanes o ingleses, además de norte-americanos y españoles, sin duda los más impor-tantes) sufrirían de continuo incendios y actos debandidaje. Ello hizo que, al menos al principio delconflicto, las respectivas Cancillerías brindasencierto apoyo diplomático a España.

En agosto de 1895, para evitar la destrucciónabsoluta de los ingenios y evitar reclamaciones di-plomáticas, el Gobierno español prohibió a los ex-tranjeros que izasen sobre sus propiedades la ban-dera de su nación, al tiempo que Capitanía les pro-metía protección militar. Muchos destacamentosquedaron repartidos, aquí y allá, porque lo más im-portante para la metrópoli era no carecer de abas-tecimiento y no cortar totalmente el comercio exte-rior. En noviembre, ya en Santa Clara, Máximo Gó-mez ordenó paralizar la zafra y la cosecha. Sin ex-cepción, “Todo por Cuba” era la consigna. Para lospartidarios de la independencia resultaba decisivoel hecho de que la mayoría de los hacendados sedejara proteger por las tropas del Gobierno español.

La tea cobró dimensiones inmensas. El avancede las trompas mambisas, de Oriente a Occidente,podía seguirse por el rastro del humo que salía delos trenes cargados de caña, de los cafetales y ca-ñaverales destruidos por el fuego. Los españolescorrían de un lado a otro siguiendo la humareda,que avanzaba con mayor rapidez que sus movi-mientos.

En política, también las reacciones españolasirían a remolque de los acontecimientos. La granpreocupación fue cortar el avance independentistahacia La Habana, pero nada se haría por introducircambios políticos en la capital. Al contrario, se de-jaría a los voluntarios hacer y deshacer, alentándo-les en sus desmanes y bravuconadas.

Estados Unidos, el protagonistaConfundiendo los campos diplomáticos en que

se dirimía la contienda, España no sabría afrontarlos giros de la política exterior norteamericana. És-ta ya había demostrado en el asunto español conInglaterra a propósito de Venezuela, en el 95, cuáliba a ser su probable elección respecto al Caribe yAmérica Central. El secretario de Estado norteame-ricano, Olney, artífice de aquella proclamada neu-tralidad –que formalmente favorecía a España– lo-graría, a finales de aquel mismo año, que el Go-bierno de Londres dejara sola a España.

La debilidad de la posición española encerrabatambién los elementos de una estrategia del malmenor, que iría perfilándose a medida que se agra-vaba la situación en Cuba. En el otoño del 95 yahabía –más en Cuba que en España– quien veíauna cierta salida, mantenida en secreto, en la in-tervención norteamericana. Incluso Martínez Cam-pos –según el cónsul norteamericano, en carta del3 de abril de 1896 al secretario Olney– había abo-gado en los meses anteriores por el reconocimientonorteamericano de la beligerancia mambí, porqueello obligaría a Estados Unidos a introducirse di-rectamente en la guerra de Cuba; España, vencidaal precio de unos cuantos barcos anticuados, sal-dría de la Isla salvando el honor.

Sea como fuere, en los debates del Senado nor-teamericano, con mayoría a favor de la beligeran-cia, aparecía diáfana la opinión de que una vez li-quidada la soberanía española –como apuntaba di-rectamente White–, debería ejercerse sobre Cubauna tutela amplia, concreta y directa.

La respuesta de la opinión española ante estedecisivo giro fue rápida. Estaba alentada por unespañolismo retórico, xenófobo y racista, que ali-mentó la guerra contra los mambises y que exas-peró el brevísimo conflicto con el invasor. Pero lareacción de las masas españolas estuvo tambiénimpulsada por la prensa y los políticos. En las ma-yores ciudades de la Península –lo mismo que enCuba o Puerto Rico– hubo motines y protestas con-tra Estados Unidos, se quemaron banderas y de-pendencias públicas y el Ministerio decretó el cie-

DOSSIER

Reparto de comida

en una

reconcentración. La

falta de viviendas,

de instalaciones

sanitarias, de

alimentos, de

libertad... causaría

ingentes

sufrimientos a los

campesinos

reconcentrados por

Weyler, abajo.

manera, lo cierto es que la guerra contra los espa-ñoles fue, también, una especie de guerra civil en-tre cubanos. El autonomismo, decidido a ofrecerleuna oportunidad -incluso ya tardía- a su vieja me-trópoli, haría posible un equilibrio de fuerzas.

Sin embargo, al declararse el conflicto armadocontra el poder de España, en febrero del 95, mu-chos autonomistas estaban implicados, de una uotra forma, en la sublevación: habían llegado a elladefraudados por la inútil reforma que apadrinabaAbárzuza. Pero también muchos de ellos se halla-ban a la paciente espera de una solución, cual-quiera que ésta fuese, ofrecida por España. Los in-dependentistas ganaron la partida a los autonomis-tas a lo largo de la guerra y no puede exculparse deesta inclinación de la balanza al Gobierno español,a su cruel manera de llevar la guerra, a su inflexi-bilidad arancelaria, a su obstinación...

¿Quedaban sólo la impotencia y la espera resig-nada, o todavía podía alcanzarse un arreglo pacta-do? No está claro que una opción de este tipo hu-biera prosperado en 1895, pero los autonomistasestuvieron aguardando cualquier señal,cualquier paso del Gobierno español,mientras los independentistas ganabanfuerza día a día. A principios de julio de1895, Martínez Campos escribía a suministro de Ultramar: “La guerra es másgrave que en el 76; el país nos es máshostil...” Y unos días después, volviendoa hacer sonar la alarma: “El sistema esdistinto”.

Ni siquiera era necesario considerarla idea de que, antes o después, iba aintervenir Estados Unidos. El propio Cá-novas se desesperaría al comprobar, ensucesivas cartas del capitán general, có-mo empapaban aquellas líneas dudas yresquemores, cuando se daba el caso deque él mismo, sin moverse un milímetrode su intransigencia, no albergaba nin-guna: “No puedo yo –escribía MartínezCampos–, representante de una naciónculta, ser el primero que dé ejemplo decrueldad e intransigencia; debo esperara que ellos empiecen”.

Proponía entonces a Weyler como susucesor: “No vacile –le insistía a Cáno-vas– en que él me reemplace”. Queríaponer a cubierto su conciencia cristiana,sus creencias morales y su humanidad.No podía, esa vez, fusilar sin conmisera-ción: “No tengo condiciones para el ca-so”. Y el caso era ya de extrema urgen-cia. Poco después, derrota tras derrota,España, rechazando de plano la idea dela autonomía, apretaba cruelmente lasclavijas de la guerra colonial.

Final obligado para la crisisEn mayo de 1895, Máximo Gómez y

Antonio Maceo asumieron el mando su-premo de las tropas mambisas, básica-

mente formadas por campesinos, muchísimos deellos de color. Los españoles se encontraron sumi-dos en un largo y destructor conflicto colonial. Con-flicto cruel, seguramente como pocos, por lo de-sesperado de las posiciones y por el sufrimiento delas partes, que no quisieron en ningún caso claudi-car. Los españoles fueron siempre a remolque delos insurrectos, rechazándoles, persiguiéndoles,causándoles bajas –escasas en proporción a las queellos mismos sufrían–, o privándoles de recursos...Pero, de hecho, las tropas españolas sirvieron, an-te todo, para proteger los ingenios de los españolesy de los proespañoles, cubanos o no.

Las tácticas de la guerra económica no eran uná-nimes. Maceo quería conceder permisos selectivospara hacer la zafra, a cambio de las contribucionesde los hacendados. Gómez, por el contrario, seguíala estrategia de Martí –lucha masiva, clausura totalde las fuentes de la riqueza que sostenían al poderespañol– y proclamaba la guerra a toda costa. Que-ría privar de recursos al ejército español y cortarlelos accesos al abastecimiento y a la produccción.

6

En los debates del Senadonorteamericano aparecía diáfana laopinión de que, una vez liquidada lasoberanía española, debería ejercersesobre Cuba una tutela amplia, concretay directa

GlosarioAutonomía. El 25de noviembre de 1897,un real decreto gestio-nado por el Gobiernode Sagasta a impulsodel ministro de Ultra-mar, Segismundo Mo-ret, concedía a Cubauna amplia autonomía.Fue el Partido Autono-mista el encargado de

ejercer el Gobierno, bajo el nombre de Consejode Secretarios, a partir del 1 de enero de 1898.Presidía el ejecutivo el jefe histórico de los au-tonomistas, José María Gálvez, cuyas atribucio-nes alcanzaban todos los aspectos, menos la de-fensa y la representación exterior. Guerra de los Diez Años o GuerraGrande. La desarrollada desde 1868 a la Pazde Zanjón, el 10 de febrero de 1878.Guerra Chiquita. La producida desdeagosto de 1879 a 1884.Guerra de la Independencia. Conflic-to desarrollado entre el Grito de Baire, abril de1895, y el armisticio del 12 de agosto de 1898.

Mambí. Guerrillero independentistaPacíficos. Campesinos que seguían culti-vando los campos y pasaban a los mambises,de quienes eran el principal apoyo, informa-ción sobre los movimientos de las tropas espa-ñolas.Reconcentraciones. Para evitar su apo-yo a los mambises, los campesinos fueron con-centrados en poblados vigilados por el Ejército.Militarmente, fue una decisión eficaz, pero lapoblación reconcentrada sufrió de forma atrozpor la falta de medios, las inmoralidades admi-nistrativas, la escasa higiene y el hambre... Sesupone que unas 400.000 personas llegaron avivir en ellas –casi el 20 por ciento de la pobla-ción de la Isla–. Aunque no existen cifras preci-sas de la mortandad registrada, los norteameri-canos la elevaron a 200.000. En cualquier caso,se supone que los muertos fueron más de50.000.Voluntarios cubanos. Tropas paramili-tares favorables a España y su acción integrista,pagadas por los grandes intereses hispano-anti-llanos y compuestas, básicamente, en sus rangosinferiores, por emigrantes recientes.

JOSÉ MARÍA

GÁLVEZ

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Abajo, izquierda,

Segismundo Moret y

Prendergast,

ministro de

Ultramar que

concedió la tardía

autonomía a Cuba

(por Salvador

Escolá, 1901,

Colección del

Congreso de los

Diputados, Madrid).

Abajo, derecha,

Francisco Romero

Robledo, uno de los

políticos que mejor

representó el

caciquismo y los

intereses

particulares en las

colonias,

desempeñó la

cartera de Ultramar

en los críticos años

de la Guerra de

Cuba; junto con

Cánovas es el

representante más

característico de la

intransigencia

metropolitana (por

Ignacio Pinazo,

1901, Colección del

Congreso de los

Diputados, Madrid).

esfuerzo en hombres y en pertrechos que continua-ba decidida a hacer; los barcos de la Trasatlánticasalían cada quince días de los puertos españoles(Cádiz, La Coruña, Barcelona, Santander) cargadosde soldados; fueron unos 200.000 hombres en to-tal. Pero tampoco España estaba perdiendo la con-tienda. Al prolongarse la contienda, españoles y cu-banos se vieron obligados a sacar recursos de don-de se pudiera. España, de los empréstitos y losmambises, apretando las tuercas de la emigracióny hasta llegando a permitir, en ciertas ocasiones,que se hiciesen la zafra y la molienda.

Sin embargo, la dirección de la revolución creíaen la guerra que diseñó Martí y repetía la adverten-cia del 6 de noviembre de 1895, hecha a su ejér-cito por Máximo Gómez: “Será considerado traidora la patria el obrero que preste la fuerza de su bra-zo a esas fábricas de azúcar,fuente de recursos que debe-mos cegar a nuestros enemi-gos”.

Entre tanto, pervivía enCuba otro sector, que seguíareclamando de España las re-formas siempre aplazadas.En su afán de separarse delos independentistas, apoya-ron, en cierto modo, la recon-centración. Así ocurrió, en laprimavera de 1896, con elautonomista Rafael Montoro,que a petición del embajadorespañol en Washington, Du-puy de Lôme, dijo que la au-tonomía española deberíaotorgarse a la colonia una vezalcanzadas victorias decisi-vas sobre los insurrectos.

La acción de Weyler, mar-qués de Tenerife y ex-comba-tiente en la guerra, queríaacabar aquello, como dijeraCánovas, con dos únicas ba-las: una para Maceo y otrapara Gómez. Para cortar deraíz el apoyo local, hizo que los guajiros residieranen los pueblos y ciudades con guarnición militar,sin derecho a abandonarlos, bajo pena de muerte.El hambre hizo estragos entre los campesinos eva-cuados por la fuerza: mujeres, niños y ancianos so-bre todo, porque los hombres escaparon y se su-maron a la rebelión.

Sólo un espejismoNada podía cambiar aquella desesperante situa-

ción, no obstante lo evidente de que se había en-trado en un impasse. Ello al menos, hasta el asesi-nato de Cánovas en agosto de 1897, por un anar-quista italiano que –según rumores– parecía hallar-se en connivencia con exiliados antillanos residen-tes en París, con Emeterio Betances a su frente.

Con el relevo, llegaron al Gobierno los liberales,que entre el temor de la mayoría de su partido –Sa-

gasta mismo– y la esperanza de un reducido grupo–Moret, una vez más, como ministro de Ultramar–,se decidieron por un cambio de política, que espe-raban habría de complacer a cubanos y estadouni-denses. Weyler sería sustituído por Ramón Blanco,que tendría otras instrucciones militares y políticas,en torno, finalmente, a la promesa de autonomía.

El Gobierno autonómico organizado en noviem-bre del 97 y compuesto por cubanos autonomistasy reformistas, tomó posesión el día 1 de enero de1898. Pronto se vería el error de quienes creyeronque el cambio aminoraría la fuerza progresiva delos independentistas.

Al conocerse los horrores de la reconcentración,había habido autonomistas que ingresaron en las fi-las del ejército mambí. Fueron menos quizá los queadoptaron la tendencia inversa, un trasvase casti-

gado duramente por los jefes de la independencia.Iba a deshacerse de un plumazo la esperanza de

que la Constitución autonómica en Cuba serviríapara suavizar la creciente irritación norteamericanarespecto a la política española en Cuba. EstadosUnidos no estaba dispuesto ni siquiera a molestar-se en considerar la viabilidad de la autonomía y de-cidió oponerse vivamente a ella.

Temía la posibilidad de que se entrara en unaguerra declarada entre cubanos, una guerra que, alfinal, favoreciera a la metrópoli, que seguía reser-vándose el poder militar. Una guerra, por último,que dificultaría cualquier otra actuación de terce-ros desde el exterior. Cuando estalló por azar elMaine, el reloj para la intervención armada yanquihabía sido ya puesto previamente en la hora apro-ximada. Y, bien posiblemente, con una decidida an-telación.

rre temporal de sus instalaciones para evitar dis-turbios.

Si se exceptúa el papel agitador del socialismocontra la desigualdad de clases ante el recluta-miento (“¡O todos o ninguno!”), las algaradas quemezclaban el cansancio de la guerra con la protes-ta por la subida del precio del pan y la desespera-ción de las madres, que se arrojaban a las vías deltren que se llevaba a los soldados, la sociedad es-pañola aprovechó la guerra, por lo que parece, pa-ra asentar algunos elementos de su inmediata y re-lativa prosperidad.

Represión en vez de libertadA principios de marzo de 1896, cuando Weyler

desembarcó en La Habana, la idea autonomista pa-recía haber crecido un tanto, habida cuenta de loimprobable que parecía una victoria sobre la insu-rrección. La movilidad interior de las fuerzas políti-cas en Cuba seguía siendo relativamente grande. Y,si bien es verdad que los independentistas azotaroncon furia a los autonomistas, también es cierto quelas fronteras entre una y otra opción se mantuvie-ron constantemente abiertas, hasta el mismo mo-mento de la concesión final de la autonomía, en no-viembre de 1897. Y, aún entonces, se produjo uncierto trasvase de algunos independentistas haciael Partido Liberal Autonomista. Éste habría de ser,por unos pocos meses, el partido político rector,tanto en Cuba como en Puerto Rico.

En la Península, a falta de mejor solución, laidea autonomista había retoñado entre algunos li-berales. Entre los políticos de primera fila, era Se-gismundo Moret el mejor exponente de aquellosque veían las ventajas de imponer ese giro a la si-tuación. Conversando con el embajador inglés Tay-lor, a finales de marzo de 1896, Moret expresabasu confianza en la eficacia de la autonomía, aun-que no fueran muy extensas sus libertades y toda-vía mantuviera una fuerte vinculación con la me-trópoli.

Pero las cosas iban a complicarse con la llegadade Maceo y Gómez a Occidente. El riesgo de perderla Isla entera (o, al menos, de verla partida en dos;dos Cubas diferentes, quizá irreconciliables), en lu-gar de inclinar a los conservadores hacia la autono-mía, llevaría a redoblar los esfuerzos militares, op-tando por una inmisericorde represión.

Lo que se conoce por la invasión de Occidentecubre el periodo de la guerra que se extiende entreoctubre de 1895 y enero 1896, hasta llegar las

fuerzas insurrectas a Pinar del Río. Sólo entoncespuede decirse propiamente que se había extendidola idea de una guerra de liberación nacional, unaguerra social dirigida contra el dominio político es-pañol, pero también contraria a cualquier tipo deopresión.

A pesar de ello, quedaron bien visibles muchosresiduos y recelos de la situación anterior: no habíasido fácil convencer a los jefes orientales –entreellos, Calixto García– para que dejaran de batirseen la zona de Oriente, donde las cosas iban bienpara los sublevados, para encender la tea en Occi-dente, donde los resultados estaban aún por verse.Hasta entonces, Occidente había vivido práctica-mente de espaldas a los orientales, aprovechandode una manera u otra la protección que le brinda-ba el Gobierno español.

España no estaba ganando la guerra, a pesar del

8

DOSSIER

Práxedes Mateo

Sagasta, el

presidente del

Gobierno que

concedió la

autonomía a Cuba,

pero no logró

terminar la guerra

ni evitar la derrota

(busto por Mariano

Benlliure, 1902,

Colección del

Congreso de los

Diputados).

Pronto se vería el error de quienescreyeron que el cambio aminoraría lafuerza progresiva de losindependentistas... Huboautonomistas que ingresaron en lasfilas del ejército mambí

Page 6: Dossier 002.espana.1898.ocaso.colonial.sfrd

11

Para los

norteamericanos,

Cuba significaba:

“azúcar, tabaco,

paisaje y fauna...

un mundo

maravilloso, al

alcance de Estados

Unidos, pero

amenazado de

destrucción”. A esa

visión corresponde

esta representación

inglesa de La

Habana en 1851

(Smith Hnos. y Cía.,

Londres).

Todavía no apunta la idea de que España no po-drá ganar la guerra, pero sí hay una censura abier-ta a la rigidez del Gobierno Cánovas, esgrimiendo laespada y negando las reformas: “No ha dado mues-tra alguna que indique que la rendición y sumisiónserían seguidas de otra cosa que de una vuelta alantiguo régimen”. El Gobierno de Estados Unidoscondena la idea de una victoria militar de Españaque al mismo tiempo “no satisficiese las justas de-mandas y aspiraciones del pueblo de Cuba”. Lasdestrucciones de recursos económicos vienen ade-más a justificar la preocupación, “la ansiedad”, deEstados Unidos y de su presidente ante la guerra.

La nota Olney rechaza la intervención, acen-tuando al máximo el respeto a la soberanía españo-la. Pero admite que, a la vista de la situación, “per-sonas prudentes y honradas” insistieran en EstadosUnidos sobre la necesidad de poner fin al conflic-to. “Hay que dar por sentado que Estados Unidosno pueden contemplar con complacencia otros diezaños de insurrección en Cuba, con todos sus daño-sos y lamentables incidentes. El objeto de la pre-sente comunicación, sin embargo, no es discutir laintervención, ni proponer la intervención, ni prepa-rar el camino para la intervención”.

Es un “No, pero...” que encuentra salida en unafórmula conciliadora: soberanía española, autono-

mía de Cuba. “Lo que Estados Unidos desean ha-cer, si se les permite indicar el camino, es coope-rar con España para la inmediata pacificación de laisla, bajo una base que, dejando a España sus de-rechos de soberanía, consiga para el pueblo de laisla todos aquellos derechos y poderes de autogo-bierno local que puedan razonablemente pedir”.

Estados Unidos “usarían de su influencia paraque fueran aceptados”, privando de apoyos a losinsurrectos, mientras que España se limitaría aaceptar el consejo, sin menoscabo de su soberanía,ya que la concesión se haría por su plena iniciati-va. Sólo quedaba una reserva de intenciones inde-finidas: “Para este fin los Estados Unidos ofrecen yusarán sus buenos oficios en el tiempo y maneraque se considere oportuno”.

La carga de coacción no se colocaba en las ac-tuaciones propuestas, sino en el discurso que lasjustificaba: “Su mediación [la de Estados Unidos],creemos no debe rechazarse por nadie”. Tanto Es-paña como los insurrectos debían confiar a ciegasen las buenas intenciones norteamericanas.

Cánovas rechazó la “hipotética mediación” pro-puesta, cargando sobre los insurrectos su inutili-dad, ya que suponía que no la aceptarían. La nega-tiva tuvo lugar en dos escenarios: el diplomático,con la nota que el duque de Tetuán, ministro de Es-

DOSSIER

“El señor de

Cánovas está ciego,

quizás

deliberadamente”,

comentaba el 12 de

julio de 1897 el

embajador

norteamericano en

Madrid, Hannis

Taylor. Antonio

Cánovas del

Castillo, con

uniforme de gala

(Vicente Esquivel,

Palacio de la

Moncloa, Madrid,

Patrimonio

Nacional).

Antonio ElorzaCatedrático del Historia del Pensamiento políticoUniversidad Complutense, Madrid

L A INSURRECCIÓN PATRIÓTICA DE CUBAmovilizó a la opinión pública norteamerica-na. Una de sus manifestaciones fue la lite-raria y como ejemplo puede servir el libro

del republicano Murat Halstead, que estuvo en laIsla durante el mandato de Weyler y que muestra lasituación en enero de 1897. Su libro, The Story ofCuba. Her Struggles for Liberty, reúne los cuatrocomponentes principales de la visión intervencio-nista norteamericana durante la guerra.

Primero, la exaltación de las riquezas de la Islay sus condiciones para alcanzar un porvenir ventu-roso. Cuba es “la perla de las Antillas”: azúcar, ta-baco, paisaje y fauna... todo configura un mundomaravilloso, al alcance de Estados Unidos, peroamenazado de destrucción por la guerra. Denuncia,después, la egoista y corrupta administración espa-ñola en tiempo de paz, como obstáculo para esebienestar, y de la acción guerrera de Weyler, inútila pesar de su crueldad para vencer al adversario,causa de ruina para la Isla (y para España). Terce-ro, una nueva exaltación de lo cubano, al describirla entrega de los insulares a la lucha por la inde-pendencia.

Llegados al cuarto punto, lareiterada simpatía por la causacubana hubiera debido servir deapoyo a un compromiso con lacausa de la independencia, pe-ro no es así: “La lógica de la his-toria de España es la pérdida deCuba”. Halstead concluye: “Conel destino de Cuba en las manosde su propio pueblo, obedeceráa la irresistible atracción denuestra Unión para ser uno delos Estados Unidos”.

La tajante fórmula final seríaanulada por los acontecimien-tos, pero el texto de Halstead re-sume inmejorablemente la tra-yectoria y los fines de la accióndiplomática de su país, espe-cialmente a partir del mensajede Cleveland, pero de acuerdocon una estructura de la argu-

mentación ya configurada antes de la aparición deeste libro en la nota Olney.

La oportunidad perdida Esta nota, entregada por el secretario de Estado

norteamericano al ministro plenipotenciario de Es-paña en Washington el 4 de abril de 1896, nace enel marco de la agitación de la opinión pública nor-teamericana en favor de los patriotas cubanos y deldebate en el Congreso sobre el reconocimiento desu derecho a la beligerancia, mientras el GobiernoCánovas ha puesto al general Weyler al frente delejército expedicionario y de la gobernación de la Is-la, tratando de alcanzar una solución exclusiva-mente militar del conflicto.

El balance de situación que fundamenta la notaresalta el avance insurrecto, con la invasión de Oc-cidente y el control de las zonas rurales: “Fuera delas ciudades que todavía permanecen bajo el domi-nio de España, la anarquía, el menosprecio de laley, el terrorismo imperan. Los insurrectos com-prenden que la destrucción total de las cosechas,las fábricas y la maquinaria ayudan a su causa dedos modos. Por una parte, disminuyen los recursosde España; por otra empujan a sus filas a los tra-bajadores que se quedan sin empleo”. En el diag-nóstico de Olney se observa, no obstante, que la

responsabilidad de la destrucciónrecae sobre los mambises.Tampoco acepta Olney la preten-sión de reconocimiento de la beli-gerancia, por carecer el Gobiernoinsurrecto de base territorial y deresidencia conocida. Desde el pun-to de vista ideológico, destaca elrechazo de la independencia, porjuzgar que ésta daría lugar a unaguerra de razas, reproduciendo lasituación vigente en Santo Domin-go. “Hay poderosísimas razonespara temer que si España se retira-se de la isla, el único lazo de uniónentre las diferentes facciones delos insurrectos desaparecería, queuna guerra de razas sobrevendría,tanto más sanguinaria a causa dela experiencia adquirida durante lainsurrección”. Dos Repúblicas en-frentadas, una blanca y otra negra,hasta que una aplastase a la otra.

10

El guante y las garrasEn colaboración con España o en guerra con ella, EstadosUnidos lo tenía claro: “Tan seguro como que amanece cadamañana, más pronto o más tarde Cuba será americana”

Page 7: Dossier 002.espana.1898.ocaso.colonial.sfrd

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Carlos O’Donnell y

Abreu, duque de

Tetuán, ministro de

Estado con Cánovas,

1890-91 y 1895-97

(José Piquer, Museo

del Ejército,

Madrid).

General Stewart L.

Woodford,

embajador

norteamericano en

Madrid desde el

verano de 1897

hasta la ruptura de

relaciones en abril

de 1898

(caricatura de

Gedeón, 1897,

colección A. Elorza).

de Cánovas, de concesión de reformas tras la su-misión de los insurrectos y había enumerado variasopciones de intervención de Estados Unidos, desdeel reconocimiento de la independencia (rechazadaporque el único Gobierno como tal en la Isla seguíasiendo el español), o la compra de la misma (“su-gestión ésta probablemente digna de considera-ción” si España la aceptara), o una guerra con Es-paña, que “no habría de alcanzar grandes propor-ciones ni ser de éxito dudoso”.

A pesar de que inmediatamente Cleveland ma-nifestaba su preferencia por el derecho y la paz, laespada de Damocles quedaba ya suspendida sobreel colonialismo español. Cleveland puntualiza:“Debo añadir que razonablemente no puede admi-tirse que la actitud hasta ahora expectante de losEstados Unidos sea mantenida indefinidamente”.

La conclusión no podía ser más clara: de seguirla guerra sin que España acudiera a los “amistososoficios” de Norteamérica, ésta adoptaría la decisiónde intervenir en Cuba. No se equivocaban los co-mentaristas peninsulares que, a partir de este mo-mento, empiezan a hablar de riesgo de guerra conEstados Unidos.

Don Tancredo CánovasEl presidente del Gobierno español respondió

por medio de una larga entrevista concedida a TheJournal de Nueva York, celebrada en Madrid el 17de diciembre. “Las declaraciones que me hizoacerca de la política de su Gobierno en lo que se re-fiere a la cuestión de Cuba, –anota el periodistadesplazado a Madrid– constituyen una réplica di-recta al Mensaje de Mr. Cleveland y a las amenazasde intervención norteamericana”.

Ante el cambio en la posición de Cleveland, Cá-novas optaba por mantener la suya, reiterando quecualquier reforma vendría sólo tras la victoria, re-chazando toda mediación y adoptando un purodontancredismo –”España no se apartará de esta lí-nea de conducta suceda lo que quiera”–, basado enla idea de que la capacidad militar y el honor de Es-paña, respaldados por el reciente éxito en el em-préstito para cubrir los gastos de guerra.

El tono de Cánovas era altanero: “España nopuede consentir que se la den consejos para elarreglo de sus asuntos interiores por ningún otro go-bierno, ni puede consentir que ninguna agitaciónextranjera influya en sus tratos con la colonia re-belde. Este gobierno quiere la paz, pero no renun-ciará a la guerra por ningún motivo que afecte a suhonor. Si los Estados Unidos obligan a España a laguerra, estamos prontos a la defensa, pero resuel-tos a ser los agredidos, no los agresores”(...)

Por otra parte, Cánovas precisaba en la entrevis-ta que nunca ese self-government local podía seruna autonomía del tipo de la de Canadá, pues Es-paña debería conservar la plena soberanía. A Esta-dos Unidos, les dirigía además una seria adverten-cia sobre la catástrofe que supondría para ellos laindependencia de Cuba. El enfoque de Cánovas esestrictamente racista: “Cuba independiente signifi-caría una República dominada enteramente por ne-

gros, no como los negros de los Estados Unidos, si-no como los negros de Africa, africanos en todossentidos”. Esa negritud servía de base para el opti-mismo teniendo en cuenta que, con la muerte deAntonio Maceo, “los insurrectos negros, que cons-tituyen la mayoría, han perdido su hombre más há-bil”. Quedaba Máximo Gómez, pero éste era blan-co y extranjero “y no puede ejercer la influencia deMaceo”. Seguiría la guerra: “España se considerabastante fuerte para continuar las campañas deCuba y Filipinas hasta conseguir la paz. No impor-ta lo que pueda durar la contienda, porque la na-ción está unida. La Reina, el pueblo y el Gobiernotienen el mismo objetivo: continuar la guerra hastaaplastar las dos insurrecciones”.

Cánovas pudo contar con el paréntesis que su-ponía la toma de posesión del nuevo Gobierno deMcKinley en marzo de 1897. En todo caso, Cáno-vas trató de cambiar algo las cosas al llegar Mc-Kinley al poder, publicando por lo menos, y anun-ciando la entrada en vigor cuando se pudiera, unaversión modificada de la reforma Abárzuza. El 2 deabril escribía a Weyler que confiaba en las reformaspor aplicar cuando la situación militar lo permitie-ra: “Es lo único que puedo intentar para no dejarperder los frutos de la guerra o para caer al menoscon honor, dejando a otros la responsabilidad delinevitable desastre”.

Pintan bastosEl 26 de junio, el secretario de Estado, John

Sherman, entregaba al embajador de España enWashington, Dupuy de Lôme, una nota donde secondenaba la guerra desarrollada por Weyler. Pedíaque la guerra se desarrollase según los códigos mi-litares civilizados” y “un arreglo permanente” des-pués de “trece años” (sic) de conflicto. A esa cláu-sula humanitaria recurrirá el Gobierno norteameri-cano en lo sucesivo para justificar su intervencióncomo una guerra justa.

Dupuy respondió el 30 de junio relativizando lacuestión de los concentrados, ensalzando la gene-rosidad de España y desplazando la responsabili-dad de la prolongación de la guerra sobre el “pue-blo americano” que seguía auxiliando a “los fili-busteros”. Washington tenía ya abierta la vía parajustificar su intervención, por la negativa españolaa aceptar sus recomendaciones humanitarias. “Elseñor de Cánovas está ciego, quizás deliberada-mente”, comentaba el 12 de julio el embajadornorteamericano en Madrid, Hannis Taylor, a su co-lega inglés. Y añadía: “En cualquier caso, el pre-sente estado de cosas... no resulta ya tolerable”.

Pero aún hubo más. El 4 de agosto, el duque deTetuán enviaba una nota al Gobierno de Washing-ton, cuyas apreciaciones le parecían exageradas einexactas. Argüía que, en la Guerra de Secesión, lareconcentración había sido aplicada por el generalSherman, y que, en Cuba, tambien los insurrectosdestruían. Rechazaba los cargos contenidos en lanota e insistía en que “lo verdaderamente humani-tario y razonable” era que Washington se opusiese“con eficaz energía a los constantes auxilios que la

DOSSIER

Caballería española

en Cuba ante uno

de los ingenios

protegidos (LaIlustraciónEspañola yAmericana, grabado

iluminado por

Enrique Ortega).

tado, remite el 22 de mayo al embajador de Espa-ña en Washington, Dupuy de Lôme, para que éstela de a conocer a Olney, y el discurso de la Coronaleído por la Reina Regente en la sesión de apertu-ra de las Cortes, el 11 de mayo de 1896.

El texto del discurso de la Corona es el más ex-tenso y duro. La guerra es la consecuencia del ban-dolerismo, acaudillado por “extranjeros u hombresde color, que en nada tenían las reformas políticas,económicas ni administrativas, por liberales quefueran”. Quedaba así enunciado una vez más elprincipio canovista de la inutilidad de las reformasen el caso de Cuba. Ni siquiera las ya aprobadas,como la llamada fórmula Abárzuza, debían ser pro-mulgadas mientras durase la guerra.

En la nota del duque de Tetuán se añadía que lamejor contribución de Estados Unidos al fin de lainsurrección consistiría en impedir los auxilios quelos independentistas recibían desde su territorio,anulando sus posibilidades de proseguir la lucha.El Gobierno español apuntaba así a una responsa-bilidad indirecta del norteamericano en la conti-nuación de la guerra.

No fueron sólo palabras. En el verano de 1896,el duque de Tetuán intentó que las grandes poten-cias presionaran a Estados Unidos para que blo-quease la ayuda a los insurrectos. Aquel intento deinternacionalización del conflicto fue rápida y aira-damente rechazado por el embajador de EstadosUnidos en España, Hannis Taylor, en nombre de laDoctrina Monroe.

Cleveland tira de la sogaEl punto de inflexión en el intervencionismo

americano puede situarse en diciembre de 1896,con el mensaje del presidente Cleveland. En mediode una intensa movilización de la opinión pública,sensibilizada por la política de Weyler, y como pró-logo al debate en el que las Cámaras discutirán node la beligerancia, sino de la independencia de Cu-

ba, el mensaje modifica algu-nos puntos esenciales de lanota Olney y, sobre todo, sien-ta las bases sobre las que susucesor, McKinley, apoyará laintervención. Ésta se presentacomo inevitable en caso de noproducirse la pacificación dela Isla. Sin duda el endureci-miento respondía, tambien, alfrustrado ensayo español dehacer intervenir a las grandespotencias.La posición adoptada por Cle-veland se apoya sobre trespuntos: la incapacidad de Es-paña para obtener una victo-ria militar, el enorme costepara la Isla de la guerra dedevastación y la entidad delos intereses norteamericanoslesionados por ello.El primer punto constituye la

clave de toda la argumentación: España es incapazde ganar la guerra, a pesar de los enormes esfuer-zos desplegados: “Ha llegado a ser patente la inca-pacidad de España para triunfar de la insurrección”y “la desesperada lucha para restaurarla [su sobe-ranía] ha degenerado en una contienda que sólosignifica inútiles sacrificios de vidas humanas y lacompleta destrucción de toda riqueza (...)”. “Es in-minente –sigue Cleveland– la más completa ruinade la Isla, a menos que se ponga rápidamente tér-mino a la actual lucha (...)”.

Esta dimensión del conflicto, agudizada a lo lar-go de 1896, justifica la toma de posición adoptadapor el presidente de Estados Unidos. La contem-plación de la ruina de la Isla suscita la simpatía yla solidaridad entre los norteamericanos. Fomentatambién la ayuda a los patriotas cubanos, que de-sarrollan, a su vez, una intensa actividad en el te-rritorio estadounidense, organizando expedicionesque obligan –según Cleveland– a una labor extraor-dinaria de vigilancia de las costas. Y, sobre todo, laguerra causa considerables perjuicios a los intere-ses económicos de Estados Unidos.

Pese a todo, Cleveland se sitúa en la misma lí-nea que Olney: concesión de la autonomía por par-te de España y amistoso ofrecimiento de Washing-ton de emplear “sus buenos oficios” ante las par-tes como garantía de la paz. Así podría alcanzarsela pacificación de la Isla y conciliarse los factorescontrapuestos: el “honor” de España, las aspiracio-nes insulares,“la prosperidad de la isla y el bienes-tar de sus habitantes”. Esta apuesta por la autono-mía va seguida por la oferta de empeñar sus “amis-tosos oficios”, en el sentido de que ambas partes leaceptasen como garante del acuerdo. Cleveland es-pera la respuesta de España y añade que “no se vemotivo para que [la propuesta] no sea aprobada porlos insurrectos”.

Hasta aquí, el lenguaje de paz. Pero ya con an-terioridad, Cleveland había cuestionado la fórmula

12

CLEVELAND,presidente

EE.UU.,

1885-1889 y

1893-1897

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15

El acorazado Maineen la bahía de La

Habana, el 14 de

febrero de 1898

(Henry Reuterdahl,

litografía de P. F.

Collier, colección

Juan Pando de Cea).

no controlar el desenlace. Según advierte Rever-se-aux, el 12 de octubre: “Los liberales pueden dar laautonomía a Cuba, siempre que consigan salva-guardar en cierta medida los intereses de los arma-dores y de los industriales españoles, pero les esimposible aceptar la mediación de Estados Unidosy ésta es, sin embargo, la única cosa seria que seespera de ellos en Washington”. “El Sr. Woodford–advertía dos días antes– con el que me he entre-vistado largamente, esconde cuidadosamente lasuñas , pero se notan las garras bajo su guante”.

El 2 de diciembre de 1897, el ministro plenipo-tenciario de España en Washington, Dupuy de Lô-me, expresaba su optimismo: “Nunca ha sido tanbuena la situación política, ni tan fácil mi misióndesde Mayo del 95”. Cuatro días después, el presi-dente McKinley presentaba su mensaje a las Cá-maras, donde trataba ampliamente de la cuestióncubana. Como en la Nota Woodford, el punto departida era una amplia revisión de los enfrenta-mientos de la Isla con la metrópoli, declarando susimpatía hacia ésta –”no desea nuestro puebloaprovecharse de las desgracias de España”–; elacento se ponía sobre las aspiraciones cubanas, ba-sadas en “sus esfuerzos para obtener el goce demás amplias libertades y una administración autó-noma”, de los que surgieron el descontento y, mástarde, la insurrección.

A la legitimidad del levantamiento cubano se

une la declaración de que los intere-ses de Estados Unidos no pueden to-lerar la prolongación indefinida de laguerra. El mensaje saludaba positiva-mente las intenciones del GobiernoSagasta, el propósito de llevar huma-nitariamente la guerra y de proclamarla autonomía, rechazando, en cambio,airadamente la acusación de que Es-tados Unidos incumplía sus obligacio-nes de neutralidad. La autonomía detenía la intervenciónamericana, pero Washington interven-dría si la paz no llegaba. El mensajeparece el aplazamiento de una ejecu-ción: “Honradamente debemos a Es-paña y a nuestras amistosas relacio-nes con esa Nación el darle la oportu-nidad razonable para realizar sus es-

peranzas y probar la pretendida eficacia del nuevoorden de cosas, al cual se ha comprometido de unamanera irrevocable”. La supuesta “benévola expec-tación” se reiteraba en la nota entregada en Madridel 20 de diciembre por Woodford.

Era un aplazamiento de la sentencia, junto conuna previsión intervencionista. La descalificaciónde la autonomía, el demoledor informe del cónsulnorteamericano en Cuba, Fitzhugh Lee, y la algara-da militarista en La Habana del 12 de enero de1898, respondida con el envío del Maine, pondríanen marcha la intervención. Es significativo que elcapitán Sigsbee no cumplimentara al Gobierno au-tonómico cuando entró en La Habana. La filtraciónde la ofensiva carta de Dupuy de Lôme y la explo-sión del Maine hicieron el resto.

La nueva nota de Woodford del 29 de marzo eraun ultimátum en regla, exigiendo el armisticio uni-lateral de España “contando para ello con los amis-tosos oficios del presidente de Estados Unidos”. ElGobierno, presionado por la Regente, lo aceptó, pe-ro fue inútil porque Washington pretextó que los in-surrectos lo rechazaban. Tampoco sirvió de nada elintento de los embajadores de las Grandes Poten-cias para que sus países manifestasen a McKinleyla sinrazón de una declaración de guerra.

Barclay, encargado de negocios británico en Ma-drid, confirma la impresión de los embajadores:“Sé por alguien a quien se han mostrado las cartasprivadas del general Woodford al Presidente que és-tas no dejan dudas acerca de que este último habíatomado desde hace tiempo la resolución de expul-sar (get out) a España de Cuba, por la diplomaciasi era posible, pero por la guerra si resultaba nece-sario, y que éste ha sido el objeto de la misión delgeneral Woodford en Madrid (...).

El objetivo de McKinley iba más allá de la paci-ficación de Cuba. Woodford se lo explicó a Barclayel 3 de marzo: la pérdida de la Isla por España erainevitable. Estados Unidos no deseaba la anexiónen un momento tan complicado, pero sólo había undesenlace posible: “Tan seguro como que amanececada mañana, más pronto o más tarde Cuba seráamericana”.

GENERAL

FITZHUGH LEE,cónsul de EE.UU.

en La Habana

Dos hombres nefastos

E l agotamiento de la política inmovilista de Cánovas era visible inclu-so dentro de España. El cambio de actitud del Partido Liberal, anun-ciado por Sagasta y concretado en la toma de posición de Moret por

la concesión de la autonomía, reflejaba una actitud que se incubaba desdemeses atrás y que encontró su manifestación más radical en las confiden-cias hechas por la Reina Regente al embajador francés, reflejadas en sudespacho de 28 de abril de 1897: María Cristina no se dejaba deslumbrarpor los telegramas optimistas de Weyler, “que engaña a su país para eterni-zar una guerra de la que vive, ni tampoco por los funestos efectos de la po-lítica de Cánovas, ‘los dos hombres nefastos de este país’, dijo”.

DOSSIER

insurrección recibe de ciudadanos norteamerica-nos, y a que continúe subsistiendo la pública y or-ganizada dirección que desde allí opera, sin lo cualmucho tiempo hace que la insurrección estaría to-talmente extinguida por las armas”.

Por aquellos días fue relevado el embajador Tay-lor por el general Woodford, ocasión aprovechadapor McKinley para convertir la amenaza de Cleve-land en la advertencia previa a un ultimátum. Cá-novas fue asesinado el 8 de agosto de 1897, cua-tro días después de que el duque de Tetuán envia-ra su nota; el luto español no evitó el aviso de ulti-mátum presentado por Woodford como respuesta,aunque aplazó unos meses el desenlace.

La nota de Woodford, presentada el 23 de sep-tiembre, tenía el mismo esquema que el mensajede Cleveland, aunque enfatizando lo negativo. Elpasado inmediato de Cuba estaba plagado “de gra-ves desórdenes y conflictos sangrientos”; con treceaños de guerra, las expectativas de “autogobiernolocal” se habían visto defraudadas (la autonomía

deja de ser una solución, convirtiéndose en una ex-pectativa perdida) y, al consolidarse, la insurrec-ción ha puesto de relieve la incapacidad de Españapara ganar la guerra. Y todavía más: “Es ilusorio pa-ra España esperar que Cuba, aun en la hipótesis dehaberla podido sojuzgar por el completo aniquila-miento de sus fuerzas, pueda jamás mantener conla Península relaciones que ni remotamente se pa-rezcan a las que en un tiempo sostuvo con la Ma-dre patria”.

La incapacidad (inability) de España tenía dosconsecuencias convergentes: la ruina de la Isla yun perjuicio inaceptable para los intereses econó-micos de Norteamérica, a lo cual se sumaba la per-turbación que la guerra suponía para la convivenciasocial y política. A diferencia de los textos de Cle-veland, el eje del discurso de Woodford se trasladaal interior de Estados Unidos, que se convierte enjuez y en protagonista efectivo de la cuestión cuba-na. De ahí que se exhiban los derechos, que residi-rían en Estados Unidos como “nación expectante”,afectada por la crisis y de los que se derivaría laexigencia de una intervención.

Esta era una perspectiva inmediata si España noponía ya fin a la guerra con “proposiciones de arre-glo honrosas para ella misma y justas para su colo-

nia y para la humanidad”. Estas “proposicionesjustas” pueden ser una referencia indirecta a la au-tonomía. Pero lo inmediato es la exigencia de ter-minar la guerra: “España no puede esperar de losEstados Unidos que permanezcan ociosos dejandopadecer grandes intereses, que se agiten nuestroselementos políticos y que el país se alborote perpe-tuamente, mientras no se hace ningún progresoaparente en la solución del problema cubano”.

El punto de llegada era, como siempre, el “amis-toso sugerimiento de que los buenos oficios de losEstados Unidos puedan ser interpuestos con venta-ja para España”, precisando que de ellos habría desalir “un pacífico y duradero resultado”. Pero elofrecimiento tenía esta vez fecha precisa. El Go-bierno español debería formular la aceptación delofrecimiento o dar seguridades de que la pacifica-ción estaba asegurada en octubre de 1897. De otromodo, Estados Unidos cesaría en su “inacción”.

La respuesta española tardó en producirse a cau-sa del cambio de Gobierno a principios de octubre.Sagasta agotó casi el plazo dado por Washington,aprovechando para anunciar la concesión de la au-tonomía a Cuba, con lo cual esperaba aplacar tan-to a la Isla como a McKinley. Firmada por Pío Gu-llón, nuevo ministro de Estado, partía de una aco-gida cordial a la Nota Woodford, que era muestrade la amistad que reinaba entre los dos países y po-nía todas sus esperanzas de pacificación en el“cambio total y de extraordinaria trascendencia”que pronto tendría lugar. Una vez proclamada lamedida política que propiciaría la paz, Gullón de-mandaba a Estados Unidos que impidiera toda ayu-da a la insurrección desde su territorio.

Esto refleja la posición ya adoptada por el Go-bierno para el caso de que las reformas no tuvieraninfluencia positiva en Estados Unidos. “Españaprefiere ir a la guerra con Estados Unidos –resumeel embajador británico, el 18 de octubre– que lle-gar a un acuerdo que pudiera ser considerado de ti-po mercenario o causa de descrédito”. “Temo quelos próximos meses estarán marcados por el desas-tre”, añadía con lucidez. Tambien la Regente, queal final agotará sus medios para impedir la guerra,creía, según el embajador francés, que “la guerracon Estados Unidos era el supremo recurso parasalvar el honor nacional y quizás tambien el trono,en el caso de que España debiera perder las Anti-llas”. La Regente esbozó de nuevo el intento de re-cabar el apoyo exterior, pero sin éxito alguno, segúnReverseaux: “Habiendo insinuado Su Majestad queesperaba mucho del apoyo de Rusia y de Francia(se le dijo) que debía contar con las fuerzas propiasde España, sin que las muy sinceras simpatías deFrancia pudieran afirmarse de manera útil”. Lomismo le había dicho a Moret el 10 de octubre.

La rapacidad del águilaAl aislamiento de España se contraponía la fir-

meza de la estrategia aplicada por McKinley a tra-vés de Woodford, de la que dan cuenta franceses ybritánicos. Aunque no lo pareciera, McKinley noperseguía ni la autonomía ni la libertad de Cuba, si-

14

ENRIQUE DUPUY

DE LÔME,embajador de

España en

EE.UU.

WILLIAM

MCKINLEY,presidente

EE.UU.,

1897-1901

“España prefiere ir a la guerra que

llegar a un acuerdo que pudiera ser

considerado de tipo mercenario o

causa de descrédito (...) Temo que los

próximos meses estarán marcados por

el desastre” (embajador británico en

Madrid)

Page 9: Dossier 002.espana.1898.ocaso.colonial.sfrd

17

Arsenio Martínez

Campos, arriba, no

logró negociar la

paz y fue

militarmente

arrollado por la

insurrección. En

Peralejo estuvo a

punto de ser hecho

prisionero,

salvándole la

intervención del

general

Santocildes, abajo

derecha, que resultó

muerto en la

acción.

batía con resultados desiguales. Los mambises nolograban tomar ninguna población importante, perodominaban numerosas localidades pequeñas.

La columna de Antonio Maceo penetró en Pinardel Río, la provincia más occidental de la Isla: lainvasión de Occidente se había convertido en unéxito y las adhesiones al independentismo crecíansin cesar. Cánovas cesó a Martínez Campos, cuyapolítica había fracasado, y el general abandonó laIsla sin esperar su relevo.

La feroz guerra de WeylerValeriano Weyler, veterano de cuatro guerras y

con fama de resolutivo, fue su sustituto. Desem-barcó el 10 de febrero de 1896 y encontró un pa-norama desolador. Antonio Maceo dominaba Pinardel Río, mientras Máximo Gómez controlaba los ac-

cesos de La Habana: no entraban alimentos si nose pagaban impuestos a los rebeldes; apenas fun-cionaba el telégrafo; circulaban escasos trenes ycon fuerte protección; en su mayor parte, los sol-dados estaban enfermos o desperdigados en desta-camentos.

No era Weyler hombre que se desanimara y de-cidió invertir la estrategia de Martínez Campos. Re-formó la organización militar, sustituyó a los solda-dos que guardaban las fincas por voluntarios arma-dos y creó columnas militares más fuertes y homo-géneas. No pretendía defender el territorio sino ata-car sin descanso a los mambises, aún a costa delagotamiento de sus soldados, que fueron armadoscon fusiles Mauser.

Su plan consistía en actuar sucesivamente encada una de las provincias, acosar al enemigo ensu interior y pacificar el territorio de Oeste a Este.Dejó las operaciones de Oriente en manos de losgenerales de la zona y se dedicó a luchar perso-nalmente en el resto de la Isla. Al mismo tiempo,ordenaba concluir la Trocha de Júcaro, hasta ha-cerla infranqueable, aislando Oriente del resto dela Isla. Paralelamente, ordenó preparar una nuevatrocha entre Mariel y Majana, que señalaba el lími-te de la provincia de Pinar del Río.

Como el nombramiento de Weyler había espe-ranzado a los españolistas, Máximo Gómez y Anto-nio Maceo redoblaron su actividad para que no de-cayese la guerrilla. Ante tal reactivación, Weyler di-vidió la provincia de La Habana en sectores y a ca-da uno de ellos destinó una columna, formada porun batallón a pie y una guerrilla a caballo, cuya mi-sión era no dar tregua a los independentistas. Estanueva forma de hacer la guerra se reveló efectiva y

DOSSIER

Gabriel CardonaProfesor titular de Historia ContemporáneaUniversidad Autónoma de Barcelona

C UANDO, EL 24 DE FEBRERO DE 1895,se levantaron en armas numerosas parti-das, las autoridades españolas no se mos-traron especialmente inquietas. El tiem-

po pareció darles la razón: la sublevación sólo seconsolidó en Oriente. Las fuerzas españolas en Cu-ba se reducían a 15.900 soldados más una peque-ña escuadra para vigilar las costas. Calleja, el capi-tán general, pidió refuerzos y el Gobierno Sagastale envió 9.000 hombres. Entre tanto, los subleva-dos de Oriente campaban a sus anchas.

El 23 de marzo, dimitió este Gobierno y le su-cedió un gabinete presidido por Cánovas, que varióde política: sustituyó a Calleja por Martínez Cam-pos. Para reforzar su acción envió a Cuba 7.252soldados y fusiles Mauser de cinco tiros, para sus-tituir a los Remington, de un solo disparo.

El nuevo capitán general tomó el mando el 16 deabril de 1895, cuando ya habían desembarcado enCuba –o estaban haciéndolo– José Martí, Antonio yJosé Maceo, Máximo Gómez, Flor Crombet y otroslíderes que llegaban para encabezar la rebelión, sinque la menguada marina de la Isla pudiera impe-dirlo. La pronta muerte de Martí, en el combate deDos Ríos, el 19 de mayo de 1895, no terminó conla sublevación, que multiplicó su violencia paraquebrar la resistencia española.

A las devastaciones y matanzas, Martínez Cam-pos respondió con una táctica defensiva. Para cal-mar la inquietud de los españoles, repartió muchosde sus soldados por pueblos y haciendas y, con lastropas restantes, organizó columnas que recorríanlos caminos en busca de rebeldes. Así esperabaobligar a negociar a los mambises. Contaba con supropia experiencia de la tercera guerra carlista,concluida en 1876 y de la cubana de los DiezAños, cerrada con el Acuerdo de Zanjón de 1878.En ambos casos, había combinado las operacionesmilitares con los sobornos y los tratos. Pero estaguerra era diferente y los independentistas cubanossólo admitían la independencia.

Los soldados controlaron casi todas las pobla-ciones y haciendas, pero los guerrilleros se adue-

ñaron de los campos. En esta época se entablaronnumerosos combates; el más importante ocurrió enPeralejo el 13 de julio, cuando se enfrentaron lasfuerzas de Antonio Maceo a las de los generalesMartínez Campos y Santocildes. La batalla durócinco horas; Santocildes resultó muerto y MartínezCampos estuvo a punto de caer prisionero.

La invasión de OccidenteLa circunspecta táctica española dejó la iniciati-

va en manos de los mambises. Tomás Estrada Pal-ma decretó que toda la población estaba obligada acolaborar con la causa de la independencia, bajopena de confiscación o de expulsión. Quedó prohi-bido comerciar con las poblaciones ocupadas porlos españoles y trabajar en sus fábricas y hacien-das, que serían destruidas en caso contrario.

El 22 de octubre de 1895, los independentistasiniciaron su mayor operación de toda la guerra. An-tonio Maceo y el Gobierno partieron de las Mangasde Baragua (Santiago de Cuba), con la finalidad derecorrer la Isla de Este a Oeste, extendiendo la su-blevación a su paso. Aunque Martínez Campos en-vió fuerzas para detener aquellas columnas y seprodujeron muchos combates, no pudo impedir quela invasión de Occidente siguiera su camino.

La Trocha de Júcaro –línea fortificada iniciadadurante la guerra anterior y no terminada– preten-día aislar las provincias de Oriente del resto de laIsla. Pero Antonio Maceo, con 1.500 hombres, laatravesó fácilmente el 29 de noviembre y entró enla provincia de Santa Clara, donde se reunió conMáximo Gómez. Entre los choques librados destacóel de Mal Tiempo, el 15 de diciembre de 1895, enel que los españoles sufrieron unas 300 bajas yabandonaron abundante material. Con ambas fuer-zas formaron dos columnas: Maceo continuó lamarcha hacia Occidente; Gómez, con el Gobiernorevolucionario, retrocedió hacia la provincia de Ca-magüey.

En la provincia de Matanzas, Martínez Camposdecidió cortar el paso a Maceo. El 23 de diciembre,chocaron en Coliseo; las columnas mambises des-bordaron las líneas del capitán general, quien estu-vo a punto de perder la vida. El temor invadió LaHabana que, el día de Reyes de 1896, fue puestaen estado de sitio mientras, en el campo, se com-

16

A sangre y fuegoLa táctica de Martínez Campos entregó Cuba a los mambises;la ferocidad de Weyler le dio la iniciativa, pero no lavictoria. La intervención norteamericana dejó a España sinopción alguna de éxito militar

FLOR CROMBET,general

independentista,

† 1895

GUILLERMO

MONCADA,

general

independentista,

1840–1895

Page 10: Dossier 002.espana.1898.ocaso.colonial.sfrd

19

varios cañones ligeros llegados de Estados Unidos. Cascorro sufrió un asedio muy comprometido,

hasta que lo liberó la columna del general JiménezCastellanos; allí se cubrió de gloria el soldado EloyGonzalo. Calixto García se apoderó de Guaimaro y,aunque era un pueblo sin valor militar, su caída tu-vo importancia propagandística al desmentir a Wey-ler, que aseguraba tener ganada la guerra.

Pese a los esfuerzos de los jefes mambises, Wey-ler no mordió el cebo, dejó a las fuerzas de Orienteque se las arreglaran por su cuenta y prosiguió lacampaña en Pinar del Río. El 9 de noviembre con-quistó El Rubí, último refugio de Maceo. Éste fra-casó de nuevo al intentar cruzar la Trocha de Ma-riel-Majana, pero insistió y, tres semanas más tar-de, logró abandonar Pinar del Río y pasar a la pro-vincia de La Habana, bordeando la línea fortificadaen una barca, con sólo 23 hombres. Después, sereunieron con una columna mambí de unos 450hombres. El 7 de diciembre chocaron con la co-lumna del comandante Francisco Cirujeda en Pun-ta Brava y en el tiroteo murieron Antonio Maceo yPanchito, el hijo de Máximo Gómez, que le servíade ayudante. La campaña casi terminó en Pinar delRío, donde quedó aislado Rius Ribera, con peque-ñas fuerzas acosadas por el ejército.

Máximo Gómez organizó una nueva invasión deOccidente. Dejó a Calixto García en la guerra deOriente y, el 26 de diciembre de 1896, cruzó laTrocha de Júcaro con 400 hombres y un convoy dearmas. Pretendía reclutar nuevos efectivos en elcentro de la Isla y retomar su idea de efectuar unanueva marcha hacia Occidente. Sin embargo, no lo-gró salir de Santa Clara, porque Weyler había hechofortificar los vados y pasos del río Hanábana, lími-te entre Santa Clara y Matanzas.

Máximo Gómez, a la defensivaLos españoles, entre tanto, proseguían su opera-

ción de limpieza. De Oeste a Este, una provinciatras otra, Weyler decretaba la reconcentración, mo-vía las tropas en dirección a Oriente y aseguraba elterreno. Los guerrilleros no tuvieron más remedioque retroceder o fraccionarse en partidas pequeñasque cifraban su salvación en la movilidad.

Mientras el capitán general limpiaba las provin-cias de La Habana, Matanzas y Santa Clara, Máxi-mo Gómez permaneció veinte meses en esta últi-ma, moviéndose en un espacio muy reducido. To-davía el 21 de marzo de 1897 recibió el apoyo deQuintín Banderas, que cruzó la Trocha de Júcarocon una columna. Poco después, la fortificaciónquedó terminada y resultó muy difícil de atravesar.

El plan de Weyler entraba en su última fase. Afines de mayo de 1897, seguían los combates en

CALIXTO

GARCÍA,jefe de la

sublevación en

Oriente,

1839-1898

General Antonio

Maceo, el más

carismático de los

militares

independentistas

cubanos, al punto

de que su muerte

fue recibida en

España como una

gran victoria

militar.

Obsérvese en el

mapa el esquema

de la marcha

independentista de

Oriente a Pinar del

Río, propagando la

sublevación. Las

batallas de la

guerra fueron, en

general,

escaramuzas; se

reseñan aquellas

que tuvieron

especial

significado: Martí

murió en Dos Ríos;

Santocildes, en

Peralejo; Maceo, en

Punta Brava; en

Cascorro alcanzó la

inmortalidad Eloy

Gonzalo...

los mambises se vieron en situación cada vez másdifícil. Máximo Gómez, experimentado en las gue-rras de Santo Domingo a favor de los españoles y enla de los Diez Años contra ellos, dejó de presionarLa Habana, aunque se zafó magistralmente delacoso, salvando sus tropas y su vida.

Antonio Maceo quedó arrinconado en Pinar delRío. Weyler aisló la provincia con la Trocha de Ma-riel-Majana, guarnecida con 12.000 hombres, paraimpedir que escapara o que pudieran socorrerlo. Enel interior de Pinar del Río, el general Linares aco-só con tres columnas al famoso independentista,que se zafó a base de marchas y contramarchas, li-brando con ventaja muchos combates que nuncafueron decisivos, pero perdiendo la iniciativa.

Pronto, falto de suministros, hubo de batirsecontinuamente en retirada, sobre todo a partir del30 de abril, cuando los españoles tomaron su cam-pamento de Cacarajícara. En verano, Antonio Ma-ceo se refugió en las lomas de El Rubí y, el 22 deoctubre, fracasó al intentar salir de la provincia através de la línea Mariel-Majana. Para socorrerle,Máximo Gómez trató de forzar esa trocha, pero elcombate de Ciego Romero frustró sus propósitos.

Ese otoño, Weyler puso en marcha una medidaque se haría célebre por su dureza: a fin de impe-

dir que los campesinos de Pinar del Río apoyaran alos guerrilleros, fueron obligados a “reconcentrar-se”; es decir, a residir en poblados con guarniciónmilitar. Ello desencadenó un azote de penurias yenfermedades, a causa de la aglomeración de losreunidos, la falta de higiene y elementos sanitariosy la escasez de alimentos.

Calixto García, antiguo jefe mambí de la guerrade los Diez Años, también había regresado a Cubay, a finales de abril de 1896, fue nombrado co-mandante de Oriente. Para obligar a Weyler a aflo-jar su ofensiva en Pinar del Río, intensificó la gue-rra en Oriente y, en la llanura de Saratoga, derrotóa las columnas de los generales Jiménez Castella-nos y Godoy. Para aumentar la presión militar, Má-ximo Gómez se incorporó a la guerra en Oriente,donde organizó la conquista de los fuertes de Cas-corro y Guaimaro, disponiendo ahora del apoyo de

18

Isla de Pinos

Cauto

Trocha Mariel-Majana

Trocha Júcaro-Morón

Tropas regulares españolas

Octubre1895

83.000119.300

182.350

Diciembre1895

Enero1897

ORIENTE

CAMAGÜEY

SANTA CLARA

MATANZASLA HABANA

PINAR DEL RÍO

PERALEJO13-7-95

DOS RÍOS19-5-95

Desembarco deGómez y Martí

11-4-85

Desembarco deJosé y Antonio Maceo

1-4-85

MALTIEMPO15-12-95

PUNTA BRAVA17-12-95

CASCORRO21-9-96

San Pedro

Santiagode Cuba

Pinar del RíoMontua

Cabañas

Artemisa

La Habana

Cienfuegos Santa Clara

Sancti Spiritus

Camagüey

Colón

Matanzas

GuantánamoManzanillo

Bayamo

Las Tunas

Baracoa

Ciego de Ávila Límite de provinciaTrochaInvasión de OccidenteCombates

MÁXIMO

GÓMEZ,principal jefe

militar

independentista,

1836–1905

Cuba, 1898

Isla de 110.922 km. cuadrados, con una pobla-ción de 2.200.000 habitantes, de los cuales1.400.000 eran blancos –nativos y de origen es-pañol en su mayoría–, ascendiendo la poblaciónnegra, mestiza o china apenas a 800.000 almas.Las Fuerzas Armadas contaban con 150.000 hom-bres, a los que había que añadir cerca de 80.000milicianos; las filas de los mambises contarían a losumo con 50.000 hombres armados.

Antonio Maceo, aislado en Pinar delRío, burló la Trocha de Mariel en unpequeño barco; su partida fuesorprendida en Punta Brava por lacolumna de Cirujeda y el caudillomambí murió en el tiroteo

TrochaAmplia franja de terreno desbro-zado, de norte a sur de la Isla, vi-gilada desde torres de observa-ción, cuyos centinelas comunica-ban por heliógrafo a las tropas losmovimientos que observaban enla zona despejada.

DOSSIER

Page 11: Dossier 002.espana.1898.ocaso.colonial.sfrd

21

Salida de Santiago

de la escuadra de

Cervera, el 3 de

julio de 1898: su

desventaja se

considera hoy de 1

a 50. En cabeza, el

crucero MaríaTeresa (F. Portela

de Llera, Museo

Naval, Madrid).

dra permaneciera en el interior de la bahía de Ma-nila; en consecuencia, se dirigió a Cavite, dondefondeó el 30 de abril de 1898. La flota americanadel almirante George Dewey, similar en número a laespañola, pero mucho más poderosa y moderna, re-cibió la orden de destruir los barcos de Montojo. Lanoche del 30 de abril al 1 de mayo, los buques nor-teamericanos entraron en la bahía sin que lo pu-dieran impedir los cañones ni los torpedos, cuyoscables habían sido cortados por saboteadores.

La escuadra española contaba con seis buquesde madera, algunos de ellos con las calderas averi-dadas y solamente uno blindado, que no pudieronhacer otra cosa que permanecer inmóviles, preca-riamente respaldados por los cañones de Cavite,frente a los siete barcos americanos con casco deacero que se les enfrentaban. Al amanecer del pri-mero de mayo, se rompió el fuego, sin que la arti-llería española lograra alcanzar a sus enemigos,que practicaron un verdadero tiro al blanco y hun-dieron todos los barcos de Montojo. El desastre secompletó con la rendición delarsenal y la ciudad de Cavite.

En Santiago se salvael honor

Cervera, que se enteró delterrible final de la flota de Fi-lipinas mientras navegabahacia el Caribe, alcanzó San-tiago de Cuba –capital de laprovincia de Oriente, dondemás fuertes eran los indepen-dentistas– sin tropezarse conlos norteamericanos, que pa-trullaban el Atlántico.

Los norteamericanos bom-bardearon el 12 de mayo SanJuan de Puerto Rico y, el 26,

bloquearon Santiago. Luego llevaron a cabo algu-nas escaramuzas y tanteos hasta que, el 6 de junio,desembarcaron en Guantánamo, ante un inútil hos-tigamiento de los españoles. El verdadero desem-barco tuvo lugar a partir del 22 de junio: 18.000americanos saltaron a tierra en Daiquiri, mientraslas partidas cubanas hostilizaban a los españoles.

Calixto García logró que los recién llegados acep-taran su plan de cercar Santiago. Los americanosatacarían por el Este, mientras los cubanos se si-tuaban al Oeste, para evitar que llegaran refuerzos.La guarnición de Santiago se reducía a unos10.000 hombres y Blanco planeó enviar dos expe-diciones de auxilio: una, en barco, a Manzanillo yotra, consistente en una brigada bien dotada demuniciones de víveres, que avanzaría por el interiorde la Isla. También, mientras llegaban las ayudas,desembarcaron 600 marineros de la escuadra deCervera con el fin de reforzar a los defensores.

Los americanos comenzaron a avanzar el 1 dejulio, ayudados por globos cautivos, que les presta-ban una magnífica observación sobre las defensasenemigas. Fuera de las fortificaciones de Santiago,se habían organizado sendas posiciones en El Ca-ney y las Lomas de San Juan, que se defendieroncon gran tesón ante fuerzas muy superiores.

El Caney resistió hasta que los norteamericanoslograron entrar en su perímetro, cuando gran partede los defensores ya había muerto; entre ellos, sujefe, Vara del Rey. En las Lomas de San Juan resis-tieron otros 250, hasta que fueron forzados a re-plegarse. En un contraataque murió el capitán denavío Bustamante y fue gravemente herido el gene-ral Linares. Santiago quedó defendido por una líneade trincheras; de los prometidos refuerzos sólo lle-gó el coronel Escario, con una columna de 3.700hombres, agotados, sin víveres ni municiones.

Horas antes de la entrada en Santiago de estosrefuerzos, Cervera, obedeciendo órdenes de Madrid

DOSSIER

PASCUAL

CERVERA,almirante de la

escuadra

derrotada en

Santiago de Cuba

RAMON BLANCO

Y ERENAS,capitán general

de Cuba en la

guerra con

Estados Unidos

Arriba, izquierda,

Valeriano Weyler;

pese a su dureza, no

pudo ganar la

guerra (Museo del

Ejército, Madrid).

Arriba, derecha,

panoplia con los

hitos y los

personajes de la

victoria

norteamericana.

Oriente, pero en el resto de Cuba sólo quedabanpartidas pequeñas que se movían a la defensiva.Los trenes circulaban sin escolta, se hacía la zafray funcionaba el telégrafo; el general esperaba queen otoño, cuando cesara el temporal de lluvias, po-dría iniciar la definitiva batalla de Oriente.

Una guerra suicidaTras el asesinato de Cánovas, Sagasta formó go-

bierno en Madrid el 4 de octubre de 1897. En suprimer consejo, el día 6, fue destituido Weyler, sus-tituyéndolo por el general Blanco, que había fraca-

sado en Filipinas. El nuevo jefe llegó a Cuba el 31de octubre, con órdenes de renunciar a nuevasofensivas y de limitarse a perseguir a las partidasque operaban en la zona ya pacificada.

España estaba ya cansada de la guerra. Desde sucomienzo había enviado a Cuba 185.277 hombres;a Filipinas, 28.774 y a Puerto Rico, 4.848; les ha-bían acompañado 172.000 fusiles y 10.000 cara-binas. Las pérdidas humanas y económicas eranconsiderables. Por ello, el nuevo Gobierno, buscan-do el camino de la paz, concedió la autonomía aCuba y Puerto Rico. Autonomía que los revolucio-narios cubanos rechazaron de inmediato.

La jefatura de Blanco no iba a ser plácida: el 15de febrero de 1898 estalló el Maine; el 20 de abrilel Gobierno norteamericano envió su ultimátum alespañol e, inmediatamente, inició las operacionesde bloqueo naval. El 23, la US Navy apresó dosbarcos españoles y se mostró frente a La Habana.Dos días más tarde, el 25, se declaró oficialmentela guerra, con efectos retroactivos al día 21. Unasemana después, la escuadra de Cervera zarpó deCabo Verde rumbo a las Antillas.

La ruptura entre España y Estados Unidos reac-tivó la sublevación de Filipinas y, el 14 de marzo,los independentistas atacaron Bolinao, descubrién-dose nuevas conspiraciones en Manila. Por enton-ces ya no era capitán general de Filipinas Primo deRivera, sino Basilio Augustín, quien contaba con unejército pequeño y una anticuada escuadra. Ante ladifícil situación, movilizó a todos los peninsularesallí establecidos y a sus hijos, de entre 18 y 50años; aceptó el alistamiento de indígenas; organizóunidades de voluntarios y recabó recursos econó-micos a las entidades más importantes.

Mandaba la escuadra de Filipinas el almiranteMontojo y las autoridades decidieron que la vejez yatraso de sus barcos le impedían hacerse a la maren busca del enemigo. Era preferible que la escua-

20

Page 12: Dossier 002.espana.1898.ocaso.colonial.sfrd

23

Contraataque

español durante la

defensa de

Cascorro, donde se

inmortalizó el

soldado Eloy

Gonzalo (dibujo de

Moreno Rodríguez,

Nuevo Mundo,

Madrid, 22 de

octubre de 1896,

colección Juan

Pando de Cea).

tes armados y algunas unidades menores. Al llegara Port-Said, las presiones británicas hicieron que elGobierno egipcio les negara el carbón y Cámara sevio obligado a regresar a España. Era el final de laesperanza para los defensores de Manila.

El 30 de junio ya habían desembarcado los pri-meros 3.000 americanos, que ocuparon previa-mente las Marianas, prácticamente desguarnecidaspor los españoles. El 17 y 30 de julio desembarca-ron dos expediciones más, reuniendo, un total de20.000 hombres, que atacaron las defensas del surde Manila, donde los españoles los rechazaron enlos días 1 y 2 de agosto. El 4, el general Augustínfue relevado por su segundo, el general Jáudenes.

El día 7, el almirante Dewey y el general Merritanunciaron que concedían 48 horas para evacuar laplaza y, al amanecer del 13, iniciaron el ataque ala ciudad, apoyado por los cañones de la escuadra.Por la tarde, entraron en Manila, cuya capitulaciónse firmó ese mismo día. Se daba la circunstanciade que, el día 12, España y Estados Unidos habíanfirmado el armisticio. El medio millar de hombres,españoles en su mayoría, que murió en la batalla deManila lo hizo inútil e injustificadamente, cuandola guerra había ya terminado.

Los hombres de la Independencia

AGRAMONTE, Ignacio (1841-1873).

Fue uno de loslíderes políticosy militares de laGuerra de losDiez Años y, sinlugar a dudas, elpersonaje más

prestigioso de la insurrección enCamagüey. Murió en la batalla de Ji-maguayú.AGUILERA, FranciscoVicente (1821-1877).

Sucedió a Cés-pedes en 1873en la direcciónde la insurrec-ción, aunandolos mandos po-lítico y militar

hasta que salió de Cuba en 1877, fa-lleciendo en Nueva York poco des-pués.CÉSPEDES, CarlosManuel (1819-1874). Protagonista de la sublevación de1868, con el Grito de Yara, fue de-signado presidente del Gobierno re-volucionario. Resultó depuesto en1873 y muerto, poco después, enun encuentro con las tropas espa-ñolas.

CISNEROS, Salvador(1828-1914). Luchador por la independencia yadesde antes de la Guerra de los DiezAños, tomó parte en todas las su-blevaciones contra España, ejer-ciendo como presidente de la Re-pública en armas en 1873/75, co-mo padre de la Constitución y comopresidente de 1895 a 1897.CROMBET, Flor († 1895). Jefe militar mambí en la Guerra delos Diez Años (1868-78) y en lasrevueltas de los años ochenta, re-gresó a Cuba con Maceo en abril de1895. Murió el 10 de mayo en unencuentro con las tropas españolas.ESTRADA PALMA,Tomás (1835-1908).

Uno de los líde-res más impor-tantes de la lu-cha por la inde-pendencia: ge-neral en la Gue-rra de los Diez

Años. Presidente del Gobierno revo-lucionario en 1875; delegado delGobierno Cubano en Estados Uni-dos y alma del apoyo a las tropasmambisas entre 1895 y 1898. Pri-mer presidente de Cuba, en 1902.

GARCÍA, Calixto (1839-1898). Uno de los militares más capaces,tenaces y caballerosos de la suble-vación, distinguiéndose por su valory pericia en la guerra de los DiezAños, en la Chiquita y en la de Inde-pendencia, en que mantuvo en ja-que a las fuerzas españolas deOriente, que le triplicaban en nú-mero.GÓMEZ, Máximo (1836-1905).

De origen do-minicano y deformación es-pañola, fue eljefe militar másimportante enla lucha por la

independencia y un auténtico maes-tro en la guerra de guerrillas, aun-que careció del carisma popular deotros generales.GÓMEZ, Juan Gualberto(1854-1926).Periodista y poeta, fue uno de losmás activos propagadores de la su-blevación contra España; su activi-dad en la guerra de la Independen-cia fue escasa. Se acogió al indultode Calleja, en 1895, y fue deportadoa Ceuta.

MACEO,Antonio(1848-1896). Caudillo cuba-no desde laGuerra de losDiez Años a la

de la Independencia, en las que fue-ron legendarias su audacia, astuciay valor. Murió en combate con lacolumna del comandante Cirujeda.MARTÍ, José Julián (1853-1895). Gran ideólogo de la lucha por la in-dependencia y organizador de laguerra que terminaría definitiva-mente con la presencia española enCuba. Pereció en la batalla de DosRíos, uno de los primeros combatesde la guerra.MASÓ, Salvador (1832-1907). Combatió en todas las guerras porla independencia de Cuba. Fue vice-presidente de la República en ar-mas y presidente, en 1897. MONCADA, Guillermo,Guillermón (1840-1895). Combatiente en la Guerra Grande yen las luchas de los años ochenta.Regresó a Cuba con Martí, Gómez yMaceo, muriendo poco después acausa de una enfermedad.

DOSSIER

Batalla de Cavite: la

pobre escuadra del

almitante Patricio

Montojo fue

despedazada por la

del comodoro

George Dewey el 1

de mayo de 1898,

en la bahía de

Manila (I. Sanz

Doménech, Museo

Naval, Madrid).

y de La Habana, abandonó el puerto para presentarcombate. A las 9 de la mañana del 3 de julio de1898, los buques españoles iniciaron su salida amar abierto y, cuatro horas más tarde, estaban to-dos destruídos.

Ante la inminencia del asalto norteamericano, lapoblación civil abandonó la ciudad. La guarniciónresistió hasta que Blanco autorizó la capitulación,cuyas conversaciones comenzaron el 12 de julio yel acta se firmó el 16. Al día siguiente, se izó labandera estadounidense, se prohibió la entrada enla ciudad a los guerrilleros cubanos y se nombró ungobernador norteamericano.

A fin de acumular bazas para el tratado de paz,el 25 de julio, también desembarcaron tropas nor-teamericanas en Puerto Rico, donde no había gue-rra y nadie había reclamado su presencia. La esca-sa guarnición española allí destacada realizó algu-nas escaramuzas, hasta que llegó la orden de sus-pender cualquier actividad militar.

El final de FilipinasUna vez caído Cavite, la rebelión se extendió con

fuerza, porque el final de los españoles se adivina-ba inminente. El 25 de mayo regresó a FilipinasEmilio Aguinaldo, activando tanto la sublevaciónque Manila quedó cercada un mes más tarde. Lastropas españolas habían perdido su efectividad, de-bido a las deserciones y sediciones de los soldadosindígenas, hasta el extremo de que el comandantePazos fue muerto por sus propios hombres.

La línea del río Zapote, que defendía Manila, fuerota y la capital quedó solamente defendida por susviejas murallas y una débil línea de fortines. Mu-chos habitantes de los barrios y pueblos exterioresse habían refugiado en la ciudad, donde aumenta-ba el número de enfermos y heridos. No por ello laguarnición cejó en la defensa; al contrario, lanzóvarios contraataques que fueron poco útiles, porquelas fuerzas filipinas recibían continuos refuerzos ysu moral iba en aumento.

El 16 de junio zarpó de Cádiz rumbo a Filipinasla escuadra de reserva, mandada por Manuel de laCámara. Tampoco era gran cosa y se reducía a dosacorazados no muy fiables, unos cuantos mercan-

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Las cifras de la tragedia

Cien años después de la guerra, los expertos siguen sin ponerse de acuerdo sobrelas bajas padecidas en ella por España, aunque las estimaciones oscilan entre55.000 y 60.000 muertos. El 90% del total, a causa de la malaria, la disentería,

la fiebre amarilla y otras enfermedades; el 10 %, restante, en combate o a consecuen-cia de las heridas recibidas.

Los mambises perdieron, seguramente, menos de 5.000 combatientes por todos losconceptos.

Los norteamericanos aceptaron la cifra de 2.136 muertos (370 en combate, los 266del Maine y a causa de las enfermedades el resto) y de unos 1.700 heridos. Sus pérdi-das se incrementarían durante la rebelión de los tagalos en Filipinas: un millar demuertos más y cerca de 1.500 heridos. En total, la guerra le costó a Estados Unidos tresmillares de muertos y una cifra algo superior de heridos.

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Izquierda, Sagasta,

jefe del Gobierno

que hubo de pechar

con el desastre del

98 (José Casado del

Alisal, 1884,

Congreso de los

Diputados, Madrid).

Arriba, la marinería

superviviente de

Cavite defiende

Manila en el verano

de 1898 (Museo

Naval, Madrid).

Abajo, Máximo

Gómez (caricatura

de Gedeón,colección de

Antonio Elorza,

Madrid).

El régimen de la Restauración no había sido ca-paz de proporcionar a España una posición interna-cional más firme. Ni Cánovas ni Sagasta fueron ca-paces de sustraer la política exterior a una muy di-fícil relación con la III República Francesa. Ello eraconsecuencia del apoyo que ésta había prestado acarlistas, primero y a republicanos, después. Man-tenían al mismo tiempo una orientación decididahacia los Imperios Centrales, en particular haciaAlemania, como sustentadora de la Monarquía. Porúltimo, aparecían las dificultades derivadas de lapolítica bismarckiana, que potenciaba la expansiónfrancesa en el Norte de África. No hay que olvidar,por último, la fuerza de los vínculos económicos,ideológicos y culturales que ligaban a España conFrancia e Inglaterra.

Tanto conservadores como liberales cometieronun grave error: no percibieron el sentido de la trans-formación del sistema internacional y de la vincu-lación entre los problemas europeos y los proble-mas coloniales. No analizaron correctamente los in-tereses y las tendencias de las grandes potencias;siguieron confiando en que la defensa del principiomonárquico podría proporcionarles apoyos interna-cionales en los momentos de peligro.

Perro no come a perroDesde el mismo momento en que estalló la in-

surrección cubana de 1895 y, sobre todo, desdeque se hizo evidente que el enfrenta-miento en la Isla invitaba a la interven-ción directa de Estados Unidos, la de-fensa de la soberanía española de Cubase convirtió en el principal objetivo deuna nueva política exterior.

Por una parte, la intervención nortea-mericana fue presentada como algo con-trario a los intereses europeos en Améri-ca y el mantenimiento de la soberaníaespañola en la Gran Antilla se identificócon la defensa del régimen de la Res-tauración. Por ello, se buscó un compro-miso diplomático con la Triple Alianzay/o con Inglaterra, para frenar la inter-vención de Estados Unidos.

La diplomacia española –tanto de conservadorescomo de liberales– no consiguió ningún compromi-so diplomático. No era un problema de incompe-tencia profesional, sino consecuencia de varias re-alidades. España no era capaz de terminar una gue-rra que perjudicaba intereses norteamericanos;mientras, los insurrectos cubanos no parecían inte-resados en un compromiso que impidiera la inter-vención norteamericana. Por su parte, las grandespotencias europeas tenían poco que ganar y muchoque perder con una intervención en América queEstados Unidos rechazaba por principio.

Así se entiende el fracaso de todas las iniciativasespañolas para involucrar a los europeos en el con-flicto. Primero, la frustración, a comienzos de1896, de la iniciativa del Gobierno Cánovas para li-gar la renovación de los Acuerdos Mediterráneos ala obtención de una garantía internacional para lasoberanía española en la Gran Antilla. A continua-ción, el revés, a mediados de 1896, en el intentode comprometer a las seis grandes potencias euro-peas para que instasen a Washington a que impi-diera a sus ciudadanos ayudar a los insurrectos. Fi-nalmente, el fracaso de Sagasta, en las semanasprevias al estallido de la guerra para evitarla con elapoyo de las grandes potencias.

Tales reveses situaron el conflicto hispano-norte-americano en un escenario en el que se movía todauna amplia serie de fuerzas políticas y económicas.Era manifiesta la debilidad de los sectores españo-les partidarios de un compromiso autonomista conotros intereses cubanos, frente a la fortaleza de lospartidarios de mantener a todo trance la integridadde los intereses coloniales.

En Cuba, se evidenciaba el desarrollo de un in-dependentismo que, ante el fracaso del autonomis-mo, buscaría la independencia a través de la insu-rrección armada y de la implicación de los EstadosUnidos. Debían también ser tenidas en cuenta lasconsecuencias del tipo de conflicto que se desa-rrollaba en Cuba, entre los guerrilleros indepen-dentistas y el ejército regular español.

Por último, aparecía la creciente tensión, en Es-tados Unidos, entre la Presidencia –responsable dela formulación y ejecución de la política exterior– y

DOSSIER

Rosario de la Torre del RíoProfesora Titular de Historia ContemporáneaUniversidad Complutense, Madrid

E NTRE LA EMANCIPACIÓN de los grandesVirreinatos americanos y el 98, la Monar-quía española estuvo integrada por el te-rritorio peninsular y por un amplio conjun-

to de islas y enclaves repartidos por zonas distintasy distantes entre sí. En primer lugar, el territorio pe-ninsular, de orografía densa y abrupta, era casi unaisla situada en el confín meridional de Europa: lacomunicación por vía férrea con el Continente no seprodujo en Irún hasta 1864 y en Port Bou, hasta1878 y, además, para posibilitarla había que cam-biar, significativamente, el ancho de vía. Junto aesto, un conjunto de islas y enclaves se repartía porla región del estrecho de Gibraltar –Baleares, Ca-narias, Ceuta y Melilla–, por el golfo de Guinea–Fernando Póo y otras islas menores–, por el Cari-be –Cuba y Puerto Rico– y por el Pacífico –Filipi-nas, Carolinas, Marianas y Palaos–.

Si se relaciona la debilidad del Estado –-apenasindustrializado y escasamente modernizado– con ladispersión de sus territorios, no debe extrañar quesu posición internacional fuese muy insegura. Es-paña se veía implicada en, al menos, tres grandesproblemas internacionales. Primero, el del estrechode Gibraltar, donde competían Francia e Inglaterra;luego, el de las Antillas, donde los anglo-francesesno podían frenar la expansión norteamericana y, porúltimo, el del Pacífico, donde todas las potenciascompetían por sus ricos mercados.

A la hora de hacer frente a esos problemas, lainiciativa española quedaba condicionada por lapolítica de tres poderosos vecinos: en Europa, Fran-cia e Inglaterra; en América, Estados Unidos. ParaEuropa, los gobernantes españoles habían acuñadoel principio: “Cuando Francia e Inglaterra marchenjuntas, seguirlas; cuando no, abstenerse”. Para elCaribe habían confiado en la fuerza de la determi-nación franco-británica de mantener el statu quo.Pero, a fines del siglo XIX, ni Francia e Inglaterramarchaban juntas, ni parecían dispuestas a frenara Estados Unidos en el Caribe.

24

A merced delhuracánConservadores y liberales cometieron un grave error: confia-ron en que la defensa del principio monárquico les propor-cionaría apoyos internacionales en los momentos de peligro

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María Cristina,

Reina Regente,

junto con su hijo, el

Rey Alfonso XIII,

(Joaquín Sorolla,

1901, Ministerio de

Asuntos Exteriores,

Madrid).

urgente necesidad de un alto el fuego exigía no só-lo la renuncia a Cuba, sino también a Puerto Ricoy la entrega de una base naval en las Marianas y al-go en las Filipinas. Esto era aún impreciso el 12 deagosto de 1898, cuando firmó, representado por elembajador francés, el Protocolo de Washington.

No tuvo mejor resultado la estrategia del vera-no/otoño de 1898, cuando Madrid ofreció a Lon-dres la negociación de un acuerdo que ofreciera se-guridades a Inglaterra a cambio de dos contraparti-das. Por una parte, el abandono británico de sus re-clamaciones contra las fortificaciones artilleras queEspaña construía en la bahía de Algeciras; por otra,el fin de su intervención en la trastienda de la Con-ferencia de Paz de París, para lograr una venta delas Filipinas más satisfactoria para los intereses es-pañoles. Inglaterra no entró en el juego preparadopor España y no admitió la almoneda de las Filipi-

nas, a pesar de disponer de la mejor opción decompra de una parte del Archipiélago.

Durante la negociación en París del Tratado dePaz, que finalmente se firmó el 10 de diciembre de1898, el Gobierno español comprendería que noestaba en condiciones –ni militares, ni diplomáti-cas– de evitar la exigencia norteamericana de la ce-sión de las Filipinas a cambio de la ridícula sumade veinte millones de dólares.

La única respuesta británica a las múltiples ini-ciativas españolas fue la oferta de un tratado de ga-rantía. A cambio de bloquear el proceso de redis-tribución colonial de los territorios que quedasenbajo soberanía española tras la firma de París, ga-rantizaría la integridad de la nueva estructura terri-torial de España. Aseguraba así el valor de Gibral-tar en el marco de la plena integración de Españaen el sistema de seguridad británico.

Tal respuesta demostraba que la derrota del 98había empeorado la situación internacional de Es-paña, desplazando su centro neurálgico desde elCaribe y el Pacífico a la zona del estrecho de Gi-braltar. La contundente derrota militar había pues-to de manifiesto que España no tenía capacidadpara defender, no ya Cuba o Filipinas, sino inclusoBaleares, Canarias o Ceuta. Éstos eran territoriosque en la coyuntura de redistribución colonial quedominó nuestro Noventa y Ocho, aparecían tan co-diciados por las grandes potencias como los que laderrota obligó a entregar o a vender.

DOSSIER

La derrota del 98 había empeorado la

situación internacional y demostraba

que España no tenía capacidad para

defender, no ya Cuba o Filipinas, sino

incluso Baleares, Canarias o Ceuta...

El embajador de

Francia en

Washington, Jules

Cambon, firma el

armisticio en

nombre de España,

en presencia del

presidente

McKinley –segundo

por la izquierda– el

12 –8–98 (por

Matute, colección

particular, Madrid)

el Congreso -Cámara de Representantes y Senado-,que condicionaba esa política y expresaba los inte-reses de una economía industrial y de una sociedadde masas que empezaban a mundializarse.

El resultado de ese juego de poder conduciría ala intensificación de las presiones norteamericanas-amenazas de intervención directa y oferta sustan-ciosa de compra- para que el Gobierno español ter-minara con la guerra a través de la mediación de supresidente. Así, tras conceder la autonomía, ponerfin a la reconcentración y proclamar el alto el fue-go con los independentistas, Sagasta se vio induci-do, bajo la presión de los militares, a aceptar unaguerra con los Estados Unidos. Guerra que sabíaperdida de antemano y que, por tanto, implicaríamás pérdidas que las producidas en la habida conlos independentistas cubanos.

Más sola que la unaEl planteamiento eminentemente naval que de-

bía tener una guerra entre España y Estados Uni-dos, junto con la diferencia abismal entre la flotanorteamericana y la española, produjo el desenlaceineluctable de los desastres navales de Cavite –Fi-lipinas–, y de Santiago de Cuba. Aquellas derrotaspusieron de manifiesto que España no tenía capa-cidad militar para defender ni una sola de sus islasy todas ellas se convirtieron en objetivos de la am-bición de los más grandes.

Inglaterra hizo saber a Estados Unidos que noconsentiría que las Filipinas –cuyo mercado domi-naba– pasaran a manos de competidores que, co-mo Alemania, terminarían con la libertad de co-mercio garantizada hasta entonces por España. Ta-les competidores intentarían dominar el archipiéla-go en caso de que Washington –mantenedor, tam-bién, de la política de libertad económica– no sehiciese responsable del control político. Efectiva-mente, Alemania intentó comprar a España partede las Filipinas, pero cuando comprendió que laspotencias anglosajonas no lo permitirían, concentrósus esfuerzos en la adquisición de las Carolinas,Marianas y Palaos.

Francia se tomó muy en serio el riesgo que co-rrerían sus intereses en la región del estrecho deGibraltar, si la guerra hispano-norteamericana seextendía a aquel escenario, y utilizó su influenciasobre el Gobierno español pa-ra convencerlo del peligro decontinuar la guerra y de lasventajas de negociar un ar-misticio con Estados Unidosa través de su embajador enWashington.

El gabinete Sagasta tam-bién advertía ese riesgo parael estrecho de Gibraltar, unaregión en la que confluían,por una parte, el eje Balea-res-Canarias y la frontera conel Imperio Xerifiano, territorioque despertaba expectativasde expansión para España y,

por otra, la frontera española con el Gibraltar britá-nico y el cruce, junto a las islas Baleares, de dos lí-neas estratégicas fundamentales para sus dos gran-des vecinos: Inglaterra y Francia. Eran éstas la ru-ta hacia la India, por el canal de Suez, y la que uníaMarsella con Orán.

Pues bien, esos dos grandes vecinos de Españamantuvieron un comportamiento muy distinto du-rante la guerra, a pesar de haberse declarado igual-mente neutrales. En Francia, el Gobierno, la opi-nión pública y la Bolsa mostraron sus simpatías porla causa española y apostaron por su triunfo. Por elcontrario, en Inglaterra, personalidades destacadasde la política y la casi totalidad de su opinión pú-blica se inclinaron por Estados Unidos.

La simpatía británica hacia Norteamérica no selimitó a la retórica, sino que se manifestó, sobre to-do, en una serie de comportamientos impropios deun país neutral. Ello sirvió para difundir el rumor dela existencia de una tácita alianza anglosajona. Deahí que se temiera una acción combinada de nor-teamericanos y británicos en la región del Estrecho,con el doble objetivo de imponer las duras condi-ciones de Washington en el Caribe y en el Pacífico,ampliándolas a las Canarias, y de extender la sobe-ranía de Londres a los aledaños de Gibraltar.

Una diplomacia con pocos dientesEl Gobierno español, intuyendo una crisis inter-

nacional de contornos imprecisos y de consecuen-cias todavía más desastrosas, intentó salir del tran-ce con los menores costes posibles. Siguió aferradoa la idea de que podía favorecer la intervención deEuropa para frenar a América y buscó apoyo diplo-mático en Francia e Inglaterra.

París, aunque ayudase facilitando los contactoscon la Casa Blanca y dando consejos sensatos, nobuscó tanto atenuar las pérdidas españolas cuantodefender sus propios intereses. Finalmente el Go-bierno español, solo frente a una Norteamérica en-valentonada por la facilidad de sus victorias nava-les y arropada por unos intereses y una opinión pú-blica descaradamente expansionistas, vio cómo su

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JULES

CAMBON,embajador de

Francia en

Estados Unidos

THEODORE

ROOSEVELT,gran impulsor de

la guerra contra

España

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Eugenio Montero

Rios había sido

ministro de Justicia

y de Fomento y era

presidente del

Senado en 1898 ,

cuando aceptó el

ingrato deber de

negociar la paz de

París (Salvador

Martínez Cubells,

Palacio del Senado,

Madrid).

En 1898, el Gobierno liberal de Sagasta renun-ció a la garantía de la flota británica para asegurarla defensa de Baleares, Canarias y Ceuta, valoran-do su coste en satelitización. La diplomacia espa-ñola fue capaz de comprender la dificultad y elriesgo en que quedaba la posición internacional deEspaña tras la crisis. En esta situación confluíantres grandes cuestiones: la debilidad española paradefender sus posiciones en el eje Baleares-Cana-rias; la necesidad británica de asegurar el valor cre-ciente de Gibraltar y, por último, la inminencia delreparto de Marruecos.

Un lugar al solPoco después se cerró el proceso de redistribu-

ción colonial de los años noventa y concluyó el an-tagonismo colonial franco-británico. Y España –trasver reducidos sus intereses estratégicos al área delEstrecho– reconduciría su política exterior hacia laentente franco-británica de 1904, lo que llevaría alos acuerdos anglo-hispano-franceses de 1907.Con ellos, España se recolocaba en el cuadrilátero

formado por Londres-París-Lisboa-Madrid y enlaza-ba con el principio de la política exterior isabelinaya citado : “Cuando Francia e Inglaterra marchenjuntas, seguirlas; cuando no, abstenerse.”

En los primeros años del siglo XX, el mundo seencontraba en plena era imperialista, el peso de unEstado en la sociedad internacional se medía enpotencia industrial y colonial y la experiencia histó-rica más reciente había demostrado que los máspoderosos propiciaban el deslizamiento de los másdébiles, desde la condición de sujeto del DerechoInternacional al de objeto de reparto.

Ello hizo que el intento regeneracionista encar-nado por Alfonso XIII tratase de aprovechar lasoportunidades que se le presentaban para partici-par con las grandes potencias del entorno en unapolítica de poder; primero en Marruecos y más tar-de en Portugal. Esto, que se apoyaba fundamental-mente en el voluntarismo de sus impulsores, entróde inmediato en una peligrosa contradicción.

Tal política no sólo chocaría con las condicionesobjetivas de una economía poco industrializada.También tropezaría con amplios sectores sociales,para quienes no había más regeneración que la quepasaba por la mejora de las condiciones de vida delos trabajadores, por el logro de la democracia par-lamentaria y por el rechazo –a veces violento– deuna política exterior que consideraban contraria alos intereses de la mayoría de los españoles.

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Para saber másCARDONA, G. Y LOSADA, J. C., Nuestro hombre en LaHabana, Planeta, Barcelona, 1997.COMPANYS, J., La prensa amarilla norteamericana en1898, Sílex, Madrid, 1998.ELORZA, A. Y HERNÁNDEZ SANDOICA, E., La guerra deCuba (1895-1898). Historia política de una derro-ta colonial, Alianza, Madrid, 1998.FIGUERO, J. Y G. SANTA CECILIA, C., La España delDesastre, Plaza y Janés, Barcelona, 1997.FUSI, J. P. Y NIÑO, A., Vísperas del Desastre. Ante-cedentes, Biblioteca Nueva, Madrid, 1996; y Antesdel Desastre, Universidad Complutense de Madrid,1997.LEGUINECHE, M., Yo te diré…, El País/Aguilar, Ma-drid, 1998.MORENO FRAGINALS, M., El Ingenio (3 vols.), La Ha-bana, 1976.PLAZA, J.A., El maldito verano del 98, Temas deHoy, Madrid, 1998.REMESAL, A., El enigma del Maine, Plaza y Janés,Barcelona, 1998.RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, A. R., Política naval de la Res-tauración (1875-1898), San Martín, Madrid,1998.RUBIO, J., La cuestión de Cuba y las relaciones conlos Estados Unidos durante el reinado de AlfonsoXII. Los orígenes del “desastre” de 1898, Ministe-rio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1995.VV. AA., Historia de Cuba (2 vols.), Instituto deHistoria de Cuba, La Habana, 1994 y 1996.

La Paz de París

En un clima de profundo pesimismo nacional, de durísima confrontación políticay de general dolor por la repatriación de los soldados que llegaban en lamenta-bles condiciones, fue designada la delegación española que habría de negociar

la paz con Estados Unidos. Hacia París partieron, a finales de septiembre de aquel1898, Eugenio Montero Ríos, presidente del Senado y jefe de la Comisión de Expertos;el ex ministro de colonias Buenaventura Abárzuza; el diplomático Wenceslao R. de Vi-llaurrutia; el experto en asuntos de Derecho Internacional José de Garnica y un técni-co en asuntos militares, el general de ingenieros Rafael Cerero.

La Comisión llevaba ya digerida la pérdida de Cuba y de Guam –la mayor de las Ma-rianas– pero iba a pelear por Puerto Rico, donde aúnseguían las fuerzas españolas y, sobre todo, por Filipi-nas, donde la presencia norteamericana se reducía a labahía y ciudad de Manila y donde las fricciones conAguinaldo hacían presagiar una guerra, como así suce-dió enseguida.

Sin embargo, nada se pudo ya hacer. Los delega-dos norteamericanos, presididos por el ex-ministro deEstado William R. Day, a quien acompañaban tres se-nadores, Cushman K. Davis, William P. Frye y Edward D.Gray y el diplomático y periodista Whitelaw-Reid, tení-an en sus manos la victoria, la fuerza y unos inmensosdeseos expansionistas, como no se recataron de hacerpúblico en discursos y declaraciones el senador Frye,

el periodista Whitelaw-Reid y hasta el propio Day.En esas condiciones, la Conferencia de la Paz, reunida a partir del día uno de oc-

tubre en los salones cedidos por el Ministerio francés de Asuntos Exteriores, en su pro-pia sede del Quai d’Orsay, sería como pelotear contra un frontón. Los norteamericanosexigieron que se cumplieran íntegramente las condiciones firmadas en el protocolo depaz del 12 de agosto: evacuación inmediata de Cuba y Puerto Rico y cesión de Guamcomo indemnización de guerra. Tan sólo se avinieron a pagar 20 millones de dólaresen compensación por la cesión de Filipinas, toda vez que la situación de aquellas islashabía sido ambiguamente soslayada por el presidente norteamericano MacKinley. O losespañoles aceptaban todo o los norteamericanos reanudaban la guerra. Impotente, elplenipotenciario español, Eugenio Montero Ríos, firmó el sábado 10 de diciembre enParís la liquidación del Imperio. Los mínimos restos que aún quedarían en las Maria-nas y las Carolinas serían vendidas a Alemania a comienzos de 1899.