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Módulo V

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Introducción ............................................................................................................................................. 4

Lectura 1

El Salvador del siglo XX, ¿de las reformas a la revolución?: Una reflexión a la luz de la

historia .................................................................................................................................................................. 7

Lectura 2

Población, Territorio y Medio Ambiente en El Salvador .................................................................. 23

Lectura 3

El Salvador en El Mundo .............................................................................................................................. 41

Lectura 4

Entreguerras ...................................................................................................................................................... 64

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El dossier ofrece al especialista en formación cuatro lecturas fundamentales para apuntalar la formación disciplinar para el estudio de la historia de El Salvador. La primera lectura, El Salvador del siglo XX, ¿de las reformas a la revolución?: Una reflexión a la luz de la historia, de Carlos Gregorio López Bernal, hace un estudio del siglo XX desde la perspectiva de los procesos de reforma impulsados a lo largo de la centuria y propone que la postergación y/o el bloqueo de las reformas ha sido una constante histórica. Se analizan algunos factores que debiera tenerse en cuenta para un estudio más profundo: el grado de elaboración y los objetivos del proyecto reformista, los costos económicos de la implementación, la influencia externa, y los apoyos y oposiciones internas. Se sostiene que en la medida en que las reformas se postergaban, la dificultad para implementarlas aumentaba. Ya para la década de 1970, la postergación y bloqueo de las reformas radicalizó a la oposición política. En 1979 se implementó un ambicioso proyecto reformista que fue combatido tenazmente por la derecha, que por primera vez era seriamente afectada en sus intereses económicos y políticos, y por la izquierda, ya que las reformas se interponían con su proyecto revolucionario. La segunda lectura, Población territorio y medio ambiente en El Salvador, de Herman Rosa y Deborah Barry, examina las razones principales del deterioro ambiental en El Salvador relacionando población, territorio, tenencia de la tierra y medio ambiente y la relación de población rural y urbana. Se concluyó primeramente que los problemas ambientales tenían como causa principal la sobrepoblación en un territorio tan pequeño para luego considerar además de este factor la concentración de la propiedad de la tierra en el ámbito rural. Estas dos perspectivas fueron superadas luego de los procesos de reforma agraria de 1980 que resolvió en parte el problema de la concentración de la tierra y se dio por la guerra un fenómeno masivo de emigración del campo a la ciudad y una reducción

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drástica de la tasa de natalidad. De tal manera que la superpoblación y la concentración de la tierra ya no se consideran factores primordiales en el deterioro del medio ambiente. Por el contrario, nuevos factores se han incorporado como son la urbanización que hace crecer las ciudades de forma desordenada creando una contaminación del aire y las aguas, deforesta zonas de los alrededores de la ciudad. Y por último, el grave deterior del medio ambiente en la actualidad se explica también por la crisis agrícola que deteriora el nivel de vida de los campesinos que los lleva a expoliar los recursos naturales de forma desordenada para sobrevivir y a emigrar; y por la tecnificación agrícola que lleva al uso desordenado de productos químicos contaminantes. La tercera lectura, El Salvador en el Mundo, de Knut Walter Franklin examina cómo la sociedad salvadoreña ha estado conectada con el mundo externo desde la época precolombina hasta el presente en términos culturales económicos y políticos. En tiempos precolombinos las etnias que habitaban en la cuenca del río Lempa y en los cerros cercanos a la costa del océano Pacífico estuvieran enlazadas con grupos humanos más lejanos, tanto por su cultura –idioma, alimentación, artesanías y religión–como por algunos intercambios comerciales y alianzas políticas. Con la instauración del régimen colonial español, el mundo exterior de los habitantes de la provincia de San Salvador se amplió hasta incluir el océano Atlántico y la Europa occidental; el fruto de su trabajo –el cacao y el añil– llegó a consumirse a miles de kilómetros de distancia. El régimen colonial, bastante cerrado y ensimismado en sus inicios, gradualmente tuvo que abrirse ante las nuevas corrientes ideológicas y comerciales originadas en Inglaterra y Francia y, finalmente, en Estados Unidos. La independencia de Centroamérica no hizo sino confirmar el ingreso de la región a los circuitos de intercambios ampliados que caracterizaron a la revolución industrial ya en pleno auge. Desde mediados del siglo XIX, el gobierno de El Salvador comenzó a relacionarse formalmente con los países más importantes de occidente mediante el nombramiento de embajadores y la firma de tratados comerciales. La introducción del café proporcionó un sustento mucho más sólido para la construcción de una infraestructura de transportes moderna y la llegada de las primeras inversiones extranjeras directas. Hacia 1900, la modernidad ya se había instalado en El Salvador, pero no abarcó a toda la población. Muchísimos habitantes del país seguían siendo muy pobres y sobrevivían con gran dificultad sobre unos suelos agrícolas más escasos y desgastados en la medida que crecía la población y se expandían los cultivos de exportación. En las primeras décadas de siglo XX, comenzaron los primeros salvadoreños a salir de su país a buscar trabajo en Honduras, una corriente migratoria que duraría más de medio siglo. La supervivencia se tornó aún más difícil cuando el país se vio envuelto en la gran crisis de la economía occidental de la década de 1930.

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Las crecientes carencias económicas y la conflictividad social después de mediados del siglo XX intensificaron los vínculos del país con el exterior. Por un lado, la emigración nunca dejó de ser la solución preferida para muchas personas, especialmente durante la década de 1980, cuando la violencia extrema de la guerra agregó una razón más para irse del país, ahora ya no a Honduras, sino que a naciones desarrolladas en el norte distante. Por otro lado, el conflicto armado atrajo la atención de países vecinos y lejanos con sus propias agendas políticas y militares al grado que su incidencia determinó el curso de los acontecimientos tanto o más que las mismas fuerzas en contienda. Firmada la paz, la fisonomía de El Salvador –social, económica, cultural y hasta política– ha cambiado como nunca antes en tan poco tiempo como consecuencia del conflicto armado y todas sus secuelas. La cuarta lectura, Entreguerras, de Roberto Turcios, tiene el propósito de ofrecer una propuesta de interpretación a la guerra que, en 1969, libraron El Salvador y Honduras. Plantea que esa acción se puede explicar por el modo de desarrollo que El Salvador había tenido durante las dos décadas previas. En medio de un fervor nacionalista casi unánime, los dirigentes salvadoreños trataron de asegurar que miles de familias de sus compatriotas siguieran residiendo en el país vecino para la sobrevivencia de la modalidad de desarrollo. No lo consiguieron y el flujo migratorio hacia sus fronteras no se detuvo. Trataron, entonces, de arreglar la situación con la reforma agraria, al mismo tiempo que tendían a moldear la política conforme a la doctrina de la seguridad nacional. Los gobernantes adoptaron dos vías simultáneas: de la reforma y la seguridad. Y las prioridades se definieron por la seguridad. La fórmula condujo a una crisis, porque se canceló el proyecto de la reforma y se clausuró la apertura política. A fines de 1976, la Asamblea Legislativa estaba integrada sólo por diputados oficialistas, mientras en las calles había más opositores, algunos de ellos con las banderas de la revolución. Esta propuesta de interpretación plantea que la guerra contra Honduras causó el desajuste del modo de desarrollo y, sobre esa base, la gestión de la política condujo a una crisis histórica que fue la antesala de la guerra civil: por eso el título de Entreguerras.

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El Salvador del siglo XX, ¿de las reformas a la revolución?: Una reflexión a la luz de la historia

Carlos Gregorio López Bernal1

Universidad de El Salvador

Resumen: El artículo hace un estudio del siglo XX en El Salvador desde la perspectiva de los procesos de reforma impulsados a lo largo de la centuria y propone que la postergación y/o el bloqueo de las reformas ha sido una constante histórica. Se analizan algunos factores que debiera tenerse en cuenta para un estudio más profundo: el grado de elaboración y los objetivos del proyecto reformista, los costos económicos de la implementación, la influencia externa, y los apoyos y oposiciones internas. Se sostiene que en la medida en que las reformas se postergaban, la dificultad para implementarlas aumentaba. Ya para la década de 1970, la postergación y bloqueo de las reformas radicalizó a la oposición política. En 1979 se implementó un ambicioso proyecto reformista que fue combatido tenazmente por la derecha, que por primera vez era seriamente afectada en sus intereses económicos y políticos, y por la izquierda, ya que las reformas se interponían con su proyecto revolucionario. Palabras clave: El Salvador, reformas, revolución, historiografía.

En las últimas décadas, los estudios sobre la historia de El Salvador del siglo XX han logrado importantes avances. Mucho del interés por este periodo provino de la pasada guerra civil. Efectivamente, la tragedia que vivió el país en la década de 1980, hizo que académicos nacionales y extranjeros trataran de encontrar explicaciones al conflicto que entonces nos desangraba. Rápidamente los investigadores se dieron cuenta de que para entender qué estaba pasando en El Salvador era preciso conocer mejor su historia, para encontrar las raíces estructurales del problema. Así fue surgiendo una variada bibliografía que trataba de explicar las causas de la guerra, y aunque ninguna podía obviar que la confrontación este-oeste la marcaba,

1 Esta es una versión previa de un capítulo que aparecerá en el libro “Configuraciones del pensamiento crítico en El Salvador” que será publicado por la Secretaría de Cultura del FMLN y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de México.

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al menos para justificar posicionamientos ideológicos, muy pronto se entendió que las causas determinantes y profundas estaban en la sociedad salvadoreña. Así, paralelamente a las investigaciones sobre la guerra civil, o quizá como producto de ellas, se fue construyendo otra agenda de trabajo de más largo alcance y de mayor potencial explicativo. Por ejemplo, quienes vieron en la pobreza y el problema agrario una causal de conflicto, fatalmente tuvieron que estudiar la conformación histórica de la estructura agraria salvadoreña, y aquí hay que destacar el trabajo pionero de David Browning que advirtió del potencial conflictivo de la propiedad de la tierra antes de que el problema se agudizara y diera lugar a la crisis.2 La pertinencia de las advertencias de Browning saltan a la vista en los debates del Congreso de reforma agraria de 1970, el cual desgraciadamente también mostró cuanta conflictividad e intransigencia generaba el tema. En la misma línea, pero con motivaciones e implicaciones políticas muy diferentes aparecieron los trabajos Rafael Menjívar, y más tarde los de Héctor Lindo y Aldo Lauria.3 El sistema político salvadoreño también atrajo interés. El carácter autoritario y poco democrático de los gobiernos que antecedieron a la guerra civil se volvió referencia obligada. Pero esta tendencia política no era novedad; más bien ha sido una constante que se manifiesta con mayor o menor intensidad dependiendo del momento, en realidad, el autoritarismo es parte constitutiva de nuestra cultura política y por si solo no ayuda a explicar el devenir histórico de El Salvador.4 Como contraparte y complemento a estas inquietudes fueron apareciendo estudios sobre los movimientos sociales. El levantamiento de 1932, las luchas contra el gobierno de Maximiliano Hernández Martínez o más recientemente las luchas de los trabajadores y campesinos organizados en las décadas previas a la guerra civil son algunos de los temas más investigados.5 Independientemente del interés y la capacidad explicativa de cada uno de estos trabajos, pronto se constató que había cuestiones que seguían sin ser debidamente contestadas. Estructura agraria, pobreza o sistema político eran variables ineludibles, y su estudio proveía importantes luces sobre la sociedad salvadoreña; pero en la medida en que se profundizaba en ellas, fatalmente se constataba que esas estructuras no han sido estáticas, tampoco monolíticas. De hecho, los estudios de los movimientos sociales, independientemente de cómo se concibieran, mostraban una recurrente demanda de cambios

2 Véase David Browning, El Salvador. La tierra y el hombre. (San Salvador: Ministerio de Educación, 1975). 3 Héctor Lindo Fuentes, Weak foundations the economy of El Salvador in the nineteenth century. (Berkeley: University of California Press, 1990).; Aldo Lauria Santiago, An Agrarian Republic. Commercial Agriculture and the Politics of Peasant Communities in El Salvador, 1823-1914. (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1999). 4 Véase por ejemplo, Rafael Guidos Véjar, Ascenso del militarismo en El Salvador. (San Salvador: UCA Editores, 1980). Para una buena discusión sobre las relaciones entre tierra, café y poder político en El Salvador, véase Jeffrey Paige, "Coffe and Power in El Salvador." Latin American Research Review, 28, no. 3 (1993). 5 Thomas Anderson, El Salvador. Los sucesos políticos de 1932. (San José: EDUCA, 1982).; Erik Ching, Carlos Gregorio López Bernal y Virginia Tilley, Las masas, la matanza y el martinato en El Salvador. (San Salvador: UCA Editores, 2007).; Patricia Parkmam, Insurrección no violenta en El Salvador. (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2003).; Carlos R. Cabarrús, Génesis de una Revolución. Análisis del surgimiento y desarrollo de la organización campesina en El Salvador. (México: Ediciones de la Casa Chata, 1983).; Douglas Kincaid, "Peasants into Rebels: Community and Class in Rural El Salvador." Comparative Studies in Society and History, 29, no. 3 (1987).En esta línea de trabajo destaca sobre manera la tesis doctoral de Joaquín Chávez M., "The Pedagogy of Revolution: Popular Intellectuals and the Origins of the Salvadorean Insurgency, 1960-1980." (Tesis doctoral, New York University, 2010). Para una visión de largo plazo sobre movimientos sociales, véase Paul Almeida, Olas de movilización popular: Movimientos sociales en El Salvador, 1925-2010. (San Salvador: UCA Editores, 2011).

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provenientes de diversos sectores sociales, y más importante, esas demandas habían tenido eco o habían coincidido con la agenda de otros actores políticos y sociales dispuestos a impulsarlas. Estas tendencias se hacen evidentes en los estudios sobre 1932, las luchas contra Maximiliano Hernández Martínez, la revolución del 48 y en menor medida en los gobiernos del Partido de Conciliación Nacional. Y es que no obstante el carácter autoritario del sistema político salvadoreño, periodos de apertura, más o menos extensos, no son extraños. Por ejemplo, al menos en un primer momento, los golpes de Estado ampliaban las libertades políticas. Ya fuera por convencimiento o como estrategia para ganar legitimidad, los nuevos gobernantes liberaban presos políticos, permitían el retorno de los exiliados, daban libertad de organización y prensa, situación que era aprovechada por la oposición y los movimientos sociales para impulsar sus agendas. Por supuesto, la apertura no excluía la represión de la oposición más radical. Es más, Rafael Menjívar señala, “Todos estos intentos terminaron en bruscos y previsibles virajes hacia el ‘esquema’ anterior de dominación”. 6 Sin embargo, en ocasiones, la apertura política conllevaba propuestas de reformas, cuyos objetivos y logros serán discutibles, pero que debiéramos conocer mejor. Es así como diferentes investigaciones comenzaron a calar en el tema de las reformas, por ejemplo el iluminador y sugerente estudio de Roberto Turcios, “Autoritarismo y modernización: El Salvador 1950-1960” y la tesis doctoral de Jorge Cáceres Prendes “Discursos de reformismo: El Salvador 1944-1960”.7 En la misma línea podrían incluirse el libro de Paul Almeida “Olas de movilización popular”, del cual pueden desprenderse interesantes y provocadoras tesis, o más recientemente, el de Héctor Lindo y Erik Ching sobre la reforma educativa en el gobierno de Sánchez Hernández.8 Un balance general de estas investigaciones daría pistas suficientes para entender la importancia de los proyectos reformistas en la historia salvadoreña del siglo XX, pero sobre todo mostraría la necesidad de hacer un estudio de largo aliento sobre esta problemática. Por hoy, simplemente adelantaré algunas ideas, producto de la revisión de la historiografía más relevante y de la reflexión provocada por tales obras. A lo largo del siglo XX, El Salvador vivió al menos cinco proyectos de reforma. Algunos fueron truncados cuando apenas iniciaban; por ejemplo, el impulsado por Manuel Enrique Araujo (1911-1913), o el poco estudiado y menos comprendido de Pío Romero Bosque (1927-1931). El primero se frustró por el asesinato del presidente Araujo en 1913; el segundo fue ahogado por la crisis económica y social que desembocó en la matanza de 1932. Otros proyectos lograron tal grado de coherencia en su formulación y relativos avances en su implementación que dejaron profundas huellas en la sociedad; me refiero a los impulsados en la década de 1950 y 1960, herederos de la “Revolución del 48”; dos momentos de reforma que pueden verse como partes complementarias y consecutivas de un gran proyecto modernizador. O más importante, al menos por las trágicas implicaciones de su fracaso, el impulsado en 1979 por una alianza de militares y civiles, desesperado intento por evitar la inminente guerra civil. A este listado podrían agregarse, las reformas impulsadas por Maximiliano Hernández Martínez en la década de 1930 y las implementadas después de los Acuerdos de Paz de 1992, pero sus peculiaridades dificultan incluirlas en el presente trabajo. Las primeras porque no provenían de un proyecto plenamente 6 Rafael Menjívar Ochoa, Tiempos de locura: El Salvador 1979-1981. (San Salvador: FLACSO, Programa El Salvador, 2008), p. 151. 7 Roberto Turcios, Autoritarismo y modernización: El Salvador, 1950-1960. (San Salvador: Ediciones Tendencias, 1993).; Jorge Cáceres Prendes, "Discourses of Reformism: El Salvador, 1944-1960." (Tesis doctoral, University of Texas, 1995). 8 Almeida, Olas de movilización popular.; Héctor Lindo Fuentes y Erik Ching, Modernizing Minds in El Salvador. Education Reform and the Cold War, 1960-1980. (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2012).

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articulado, sino de la necesidad de enfrentar una crisis que había llevado a la tragedia de 1932; en cierto modo, eran cambios que trataban de revitalizar la república cafetalera liberal, luego de la crisis económica de 1929 y el levantamiento de 1932. Las otras, porque se limitaron a cambios políticos e institucionales, pero no consideraron reformas económicas; por el contrario, en la década de 1990, aún después del Acuerdo de Paz, los gobiernos de derecha continuaron implementando políticas neoliberales que condujeron a la desaparición o privatización de diferentes instituciones estatales, algunas de ellas herencia de las reformas de los años cincuenta. Es decir, el país vivió simultáneamente dos procesos de reforma: uno, orientado a modernizar y democratizar el sistema político, y otro que apuntaba a la disminución del Estado y que revirtió o bloqueó importantes reformas impulsadas en la década anterior, específicamente la nacionalización de la banca, del comercio exterior y la reforma agraria. Esa condición vuelve difícil incorporar las reformas post Acuerdo de Paz en el marco de análisis de este trabajo.9 Lo planteado hasta aquí justifica dedicarle más atención a los proyectos de reforma. Pero, debido a la complejidad del tema, es preciso acotar el abordaje. A fin de dar un hilo conductor al análisis se considerarán en su orden: el grado de elaboración y el alcance de los objetivos de las reformas; la demanda de recursos económicos del proyecto; la influencia externa, en tanto coadyuve o dificulte el proceso, y por último, los apoyos y oposiciones internos que el proyecto de reforma genere. En primer lugar hay que señalar que los niveles de elaboración de los proyectos de reforma y los objetivos que perseguían variaron significativamente. A falta de mejores investigaciones pareciera que en los casos de Manuel Enrique Araujo y Pío Romero Bosque hubo una clara determinación de tipo individual. Ambos presidentes tenían preocupaciones humanistas y de corte social, amén de un fuerte carácter que les permitió impulsar su agenda reformista a pesar de las fuertes resistencias que encontraron. Pero ninguno pretendió transformaciones que fueran más allá de mejorar las condiciones de vida de la población más necesitada por medio de cambios puntuales a la legislación. El personalismo que impregnaba las reformas hizo que, una vez desaparecidos sus impulsores, estas se estancaran o incluso se revirtieran.10 Por el contrario, las reformas de los años 50 y 60, fueron producto de una preocupación compartida por importantes grupos de militares y civiles, incluyendo empresarios, que tenían un proyecto de desarrollo nacional enmarcado en una visión de modernización de la economía y democratización del sistema político, el cual incluso fue cobijado en la constitución de 1950 —la más progresista y de más hondo contenido social que ha tenido el país—, y que hacía del Estado el principal promotor del desarrollo

9 Los comentarios de Roberto Turcios a una primera versión de este trabajo me llevan a matizar el planteamiento. Turcios toma un periodo más que va de mediados de la década de 1970 a 1995. Lo que ve es una guerra civil entre dos reformas; la primera truncada, justamente por el conflicto, y la segunda, que es la salida política a la guerra. De acuerdo a este planteamiento, las reformas de postguerra debieran incorporarse en cualquier estudio de las reformas en el siglo XX. Pero esa propuesta analítica se complica al considerar, como se apuntó arriba, que en la post guerra se viven dos procesos de reforma, de naturaleza y objetivos diferentes. En todo caso, la idea es sumamente sugerente y debiera trabajarse en algún momento. 10 Véase John C. Chasteen, "Manuel Enrique Araujo and the Failure of Reform in El Salvador, 1911-1913." South-eastern Latin Americanist, no. 2 (1984).; Jacinto Paredes, Vida y obras del doctor Pío Romero Bosque; apuntes para la historia de El Salvador. (San Salvador: Imprenta Nacional, 1930).; Everett Alan Wilson, La crisis de la integración nacional en El Salvador, 1919-1935. (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2004).; y Carlos Gregorio López Bernal, "Años de bonanza y crisis; de ilusiones y desencantos. 1924-1931." En El Salvador; la república, (ed.) Alvaro Magaña (San Salvador: Fomento Cultural, Banco Agrícola, 2000).

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económico, a la vez que sentaba las bases de los principios de justicia social, aplicándolos incluso al régimen económico.11 Además de impulsar un ambicioso programa de reformas, orientado a la integración económica regional, que luego daría lugar a la conformación del Mercado Común Centroamericano (MERCOMUN), y a diversificar la economía nacional a través de la industrialización por sustitución de importaciones, se crearon instituciones orientadas a impulsar las primeras políticas sociales de Estado realmente funcionales en la historia nacional, pienso por ejemplo en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), el Instituto de Vivienda Urbana (IVU) y el Instituto de Colonización Rural (ICR). No es casualidad que Edelberto Torres Rivas diga que en estas décadas: "se buscaba con una voluntad alimentada por ilusiones desarrollistas sustituir la economía agraria tradicional por una de base industrial, la urbanización de la población acompañada de nuevas oportunidades educativas, la secularización de la vida social, la apertura de la participación política, avances en la racionalización del Estado y la implantación de una democracia política."12 Buscar, no significa necesariamente encontrar. Las falencias del proyecto y la magnitud de los obstáculos enfrentados, los analizó con detalle Víctor Bulmer Thomas.13 Hay que decir que también el proyecto reformista de 1979 fue muy ambicioso; basta con revisar la “Proclama de la Fuerza Armada” del 15 de octubre de 1979 para caer en la cuenta de la magnitud de los cambios que se trataba impulsar. Ni el Acuerdo de paz del 92, ni ninguno de los planes de gobierno de derecha o de izquierda de la postguerra pretendieron transformaciones tan profundas como las de 1979; que además no se quedaron en simples propuestas, sino que fueron realizadas. Lastimosamente, su implementación se vio obstaculizada por la derecha más recalcitrante que vio en la amplitud y profundidad de las reformas un claro atentado contra sus intereses económicos y un indicador elocuente de la penetración izquierdista en la Junta de Gobierno. La izquierda, por su parte, primeramente cuestionó las reformas y luego las rechazó, hasta calificarlas de simples medidas contrainsurgentes; apreciación que algún sentido tenía, pues cuando las reformas comenzaron a aplicarse, el país ya estaba sumido en la guerra civil.14 En realidad, el FMLN compartía parte de la agenda de cambios que ya impulsaban los militares. La “Plataforma programática” del FMLN- FDR de finales de 1980 incluía, además del gran objetivo de hacer una “revolución popular, democrática y anti-imperialista”, la reforma agraria, la nacionalización de la banca y el comercio exterior.15 Bien podría alegarse que, al menos en parte, la izquierda radical se oponía a las reformas porque le quitaban banderas en un momento en que el triunfo revolucionario parecía estar al alcance de la mano. Sin embargo, estas propuestas se mantuvieron incluso en 1984, cuando se presentó la “Plataforma de gobierno de amplia participación”, y en la “Proclama de la revolución democrática” de septiembre de 1990. Por lo tanto no eran accesorias, ni coyunturales; estuvieron en la agenda del FMLN desde su constitución. Curiosamente, el FMLN de la post guerra dio por cerrado ese capítulo, sin haber

11 Véase Turcios, Autoritarismo y modernización. 12 Edelberto Torres Rivas, "Acerca del pesimismo en las Ciencias Sociales." Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica, IV, no. 94 (2001): p. 152. Torres hace una interesante recapitulación de las propuestas teóricas del desarrollo en aquellos años en las págs. 155-56 del mismo trabajo. 13 Víctor Bulmer Thomas, La economía política de Centroamérica desde 1920. (San José: BCIE-EDUCA, 1989). 14 Knut Walter Franklin, "La apropiación de las verdades, 1979-1989." En El Salvador. La república, (ed.) Alvaro Magaña (San Salvador: Fomento Cultural Banco Agrícola, 2001). 15 Alberto Martín Álvarez, "De movimiento de liberación a partido político. Articulación de los fines organizativos en el FMLN salvadoreño (1980-1992)." (Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2004), pp. 190 y 94-202.

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discutido al menos no abiertamente hasta qué punto se habían superado los problemas socio-económicos que las reformas de 1979 pretendían atacar. Y si fuera el caso, explicar cómo se resolvieron, al grado de que ya no sea necesario incluirlos en sus propuestas de gobierno. Independientemente del rechazo por parte de izquierda y derecha, es evidente que, a diferencia del proyecto surgido de la revolución del 48, el de 1979 estaba determinado por la crisis que el país vivía y no por una visión a futuro en la búsqueda de un mayor desarrollo nacional. Por lo tanto, estaba orientado a resolver de urgencia los graves problemas que tenían al país al borde de la guerra civil. En realidad, era una angustiosa carrera contra el tiempo en la que los corredores fatalmente terminaron estrellándose contra los muros de la intransigencia y el radicalismo. El segundo componente a tomar en cuenta es el factor económico, en el que, a falta de estudios puntuales, y sobre todo datos cuantitativos, apenas esbozaré un par de consideraciones. Un programa amplio de reformas demanda ingentes recursos. La razón apuntaría a extraerlos de los sectores más pudientes por vía impositiva, lo cual obviamente generará resistencias.16 Para evitar ese conflicto solo quedan dos caminos: cooperación externa, que depende mucho del tipo de reforma a impulsar, del momento y de quién solicite la ayuda; o mayor recaudación fiscal, la cual solo es posible si la economía nacional pasa por un buen momento, de tal modo que la resistencia del capital sea menor. Tal confluencia de condiciones solo se dio en las décadas de 1950 y 60. En el primer decenio, los buenos precios de los productos de agro exportación, principalmente café y algodón, generaron recursos extraordinarios, algunos de los cuales fueron invertidos en la industria; el Estado aprovechó esa feliz circunstancia y elevó la recaudación fiscal aumentando los impuestos a las exportaciones y la renta. Según Héctor Dada, el producto del impuesto sobre las exportaciones pasó de 4.5 millones de colones en 1946, a 46.24 millones en 1954. Para el último año este impuesto representaba el 29.7% del total recaudado. Los ingresos del Estado se elevaron de 36.72 millones de colones en 1946, a 156.9 en el 54.17 En la década de 1960, la Alianza para el Progreso impulsaba la modernización y la democracia en América Latina, como una manera de contrarrestar simpatías hacia la Revolución Cubana; en la segunda mitad del decenio, el país comenzó a ver los beneficios de la incipiente industrialización en el marco del MERCOMUN, una iniciativa de corte cepalino que se venía impulsando desde años atrás. Cooperación externa y buenos precios de los productos de exportación permitieron contar con mayores recursos, sin tensar en demasía las relaciones con el gran capital. Otro elemento a considerar es la influencia externa, entendida no tanto como cooperación económica, sino como estímulo y asesoría a los procesos de reforma. Aunque es claro que en todos los casos la decisión de realizar reformas provino de actores nacionales, en algunos, el contexto internacional y la acción externa fueron factores importantes. La influencia externa fue inexistente o muy marginal en los procesos de reforma de las primeras décadas del siglo, pero se volvió un factor coadyuvante en los procesos de los años 50 y 60, sobre todo en este último periodo, cuando las iniciativas reformistas de los militares y el recién creado Partido de Conciliación Nacional (PCN), encontraron un contexto internacional favorable e

16 Esto es lo que intentaron en su momento Manuel Enrique Araujo y Pío Romero Bosque; ambos enfrentaron fuerte oposición. Véase Chasteen, "Manuel Enrique Araujo and the Failure."; y López Bernal, "Años de bonanza y crisis." 17 Héctor Dada Hirezi, La economía de El Salvador y la integración centroamericana, 1945-1960. (San Salvador: UCA Editores, 1978), p. 39.; y Bulmer Thomas, La economía política. p. 159.

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importantes socios en instancias como la Alianza Para el Progreso, USAID y UNESCO, amén de un contexto regional integracionista que favorecía la vertiente industrializante de las reformas.18 En el caso de 1979 hubo una fuerte participación de los Estados Unidos en la implementación de las reformas, especialmente la agraria; sin embargo, ese involucramiento fue más bien contraproducente, pues dio argumentos adicionales a los opositores de derecha e izquierda para rechazar las reformas. En este punto, los opuestos se encuentran; la derecha más recalcitrante vio en el apoyo estadounidense a las reformas, la confirmación de que enfrentaban una doble conspiración imperialista, por una parte los Estados Unidos, que en su afán de quitar banderas a la izquierda insurgente no dudaba en sacrificar a sus hasta hacía pocos aliados nacionales, y por otra, al comunismo internacional que no renunciaba a su vocación expansionista.19 Para la izquierda en armas, el apoyo estadounidense a las reformas era la demostración fehaciente de que los militares reformistas no habían roto su tradicional dependencia del imperio y daba a la lucha guerrillera el aura antiimperialista tan querida por cualquier revolucionario de la época. Por último, todo proceso de reforma implica apoyos y oposiciones internos. Podría esperarse que tales apoyos y resistencias provinieran de los beneficiarios y de los afectados por las reformas, pero no siempre es así. En primer lugar, porque quienes impulsan el proyecto no siempre tienen una base social plenamente establecida que los apoye; más bien representan pequeños grupos de militares o de la sociedad civil con una visión un tanto elitista y que se autodefinen como los llamados a liderar un proceso de transformación nacional. Además, si bien los reformistas tienden a identificar a los beneficiarios de las reformas, esto no significa que se ganen automáticamente su apoyo; normalmente, recelos, escepticismo o impaciencia terminan reduciendo los auxilios que podrían recibirse.20 Vale decir que en pocas ocasiones, por no decir nunca, los reformistas consultaron a los posibles beneficiarios sobre las reformas que pensaban impulsar. A lo sumo les informaron; es decir, incluso en la reforma, la tradición verticalista y autoritaria del país ha estado presente. Esto fue más evidente en la reforma agraria de los años ochenta que inició con fuertes dispositivos militares que se tomaron las propiedades y luego convocaron a los campesinos beneficiarios, todo en un contexto de polarización ideológica, desconfianza, represión y miedo. Pero más determinantes que los apoyos han sido las oposiciones. A diferencia del siglo XIX, cuando los grupos dominantes fueron pioneros y promotores de reformas; en el siglo XX, estos se tornaron muy conservadores y reacios a los cambios, y si bien es cierto que de entre ellos surgieron fracciones progresistas, estas no tuvieron la suficiente fuerza y cohesión como para determinar el curso de los procesos. En forma general puede decirse que la resistencia a las reformas ha sido muy superior a la magnitud de los cambios propuestos, como muy bien lo ejemplifica, la férrea oposición del capital al proyecto de reforma agraria de mediados de los años setenta.21

18 Véase Lindo Fuentes y Ching, Modernizing Minds in El Salvador. 19 Esta es la narrativa que subyace en trabajos como los de Mario Gómez-Zimmerman, El Salvador: la otra cara de la guerra. (Miami: Editorial SIBI, 1986).; Ricardo Orlando Valdivieso Oriani, Cruzando El Imposible: una saga. (San Salvador: Imprenta Wilbot, 2008).; y David Ernesto Panamá Sandoval, Los guerreros de la libertad. (Andover, MA.: Versal Books, 2005). 20 Un buen ejemplo de lo anterior es la manera cómo la reforma educativa de 1968 terminó fortaleciendo la organización magisterial, de la cual se nutrió la oposición a los gobiernos pecenistas. Lindo Fuentes y Ching, Modernizing Minds in El Salvador. cap. 4. 21 La única excepción a esta afirmación sería el caso de las reformas contenidas en la proclama de la Fuerza Armada de octubre del 79 e implementadas a principios de los ochenta. Desde el punto de vista de los intereses afectados,

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Vale la pena detenerse un poco en el proyecto de reforma agraria del gobierno de Molina porque ilustra muy bien la tesis anterior. Este proyecto se asocia a menudo con la guerra El Salvador-Honduras de 1969, dado que esta provocó el retorno de miles de salvadoreños, la mayoría campesinos que fueron expulsados de Honduras, lo cual daría lugar a la necesidad de impulsar una reforma agraria. Lo cierto es que la guerra con Honduras solo vino a agravar un problema que ya era evidente, pero que no se quería tocar. El problema agrario comenzó a plantearse en los dos últimos años de gobierno de Sánchez Hernández; el Congreso de Reforma Agraria se realizó en 1970, y desde un principio quedó claro que la empresa privada no estaba de acuerdo con la iniciativa. No obstante esa señal poco halagadora, el gobierno de Arturo Armando Molina trató de continuar con la reforma. En junio de 1975 se creó el Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria (ISTA), un año después se decretó el Primer Proyecto de Transformación Agraria, el cual fue rechazado radicalmente por la empresa privada aglutinada en la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) y el Frente Agrícola de las Regiones de Oriente y Occidente (FARO), al punto que el proyecto fue reformado, prácticamente castrado, unos meses después. Aparentemente Molina estaba dispuesto a hacer la reforma agraria. Esto fue reconocido incluso por Ignacio Ellacuría que siguió de cerca los eventos. Este afirma que había en el Gobierno una disposición real para impulsar la reforma agraria, “No hay por qué dudar que el Ejecutivo deseaba poner en marcha un proceso”, pero esa disposición fue insuficiente para enfrentar a la empresa privada que rechazó tajantemente la propuesta e impulsó una enorme campaña mediática en contra, “En esta campaña se utilizó la mentira, la calumnia, la amenaza, todo medio disponible, contra las autoridades del país, contra los responsables directos de la nueva orientación y, en general, contra todos aquellos que podían suponer un apoyo al cambio social.”22 El jesuita calificó esta acción contra reformista como manifestación de lucha de clases, en la que la burguesía ataca decididamente un proyecto que atenta contra sus intereses. Aunque no comparte la posición del capital, tampoco le extraña sobre manera. Si destaca lo que él considera una claudicación del Estado, ante los poderes económicos. “El estrepitoso fracaso del Estado en su lucha contra los elementos más reaccionarios del capitalismo burgués ha puesto de manifiesto que estamos ante una dictadura de la burguesía, a la que el Estado no ha podido hacer frente más que durante tres meses.”23 Ellacuría hablaba del Estado, pero más que el Estado como un todo, era la Fuerza Armada la directamente implicada. Así lo dejó ver el presidente Molina en el discurso del uno de julio de 1976: “Como su Comandante General, en nombre de la Fuerza Armada de El Salvador, puedo garantizar a los salvadoreños que estamos dispuestos a cualquier sacrificio, en esta batalla contra el subdesarrollo económico y la injusticia social, porque somos

podría aceptarse que esta vez la oposición de los grupos de poder económico tenía alguna justificación. En términos marxistas, este sería un caso excepcional que manifiesta la autonomía del Estado frente a las clases dominantes, ya que se impulsan profundos cambios que afectan drásticamente la base económica. Sin simpatizar con el proyecto de reformas de inicio de los ochenta, Griffith y González parecen coincidir con la tesis anterior, cuando señalan que con las reformas neoliberales de los gobiernos de Alfredo Cristiani y Armando Calderón Sol, el Estado salvadoreño era “recapturado por las elites de poder económico”. Kati Griffith y Luis Armando González, "Notas sobre la autonomía del Estado. El caso de El Salvador." En El Salvador: la transición y sus problemas, (ed.) Rodolfo Cardenal y Luis Armando González (San Salvador: UCA Editores, 2007), p.57 y 69-71. 22 Ignacio Ellacuría, "A sus órdenes, mi capital." ECA Estudios Centroamericanos, XXXI, no. 337 (1976): p. 637. 23 Ibid.: p. 639.

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parte entrañable del Pueblo Salvadoreño, al que juramos defender, aún a costa de nuestras propias vidas.”24 Es claro entonces, que el principal obstáculo provino de la desmesurada oposición de la empresa privada, pero también de la falta de decisión de la Fuerza Armada y el PCN para defender el proyecto. A posteriori, Molina dio su versión de los hechos y trata de explicar por qué dio marcha atrás. Señala que consideró cuatro opciones: impulsar el proyecto tal y como se había aprobado, cancelarlo, modificar el proyecto y la ley del ISTA, o disolver la Asamblea y gobernar por decretos ejecutivos. Sobra decir que optó por la tercera vía: “la mejor alternativa o curso de acción era reformar los artículos del ISTA y del primer proyecto, es decir, modificar todo el plan y, por ende, aceptar su fracaso.”25 Ellacuría considera que la derrota del proyecto se debió no únicamente a la oposición del capital o a la falta de decisión del gobierno y la Fuerza Armada, sino también a que el gobierno no fue capaz de generar más apoyo al proyecto entre los campesinos, “tuvo miedo a despertar un vigoroso respaldo popular”. Molina habla de reuniones con los mandos militares, con los comandantes locales y que realizó “grandes concentraciones” con miembros de la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN) y del PCN. Es decir, Molina apeló a las bases de ORDEN y el PCN, pero no se atrevió a movilizarlas en defensa del proyecto.26 Ellacuría va más allá; señala que tampoco otros sectores de la sociedad se pronunciaron a favor del proyecto. “En la batalla entre el capital y el interés común, sólo una firme alianza del Poder Ejecutivo, de la Fuerza Armada y del Pueblo puede comenzar en este país un proceso de profundos cambios sociales.”27 Oposición radical al proyecto por parte del gran capital, indecisión y claudicación por parte del gobierno y la Fuerza Armada, falta de apoyos decididos por parte de los campesinos, potenciales beneficiarios de la reforma, y de otros sectores sociales progresistas sellaron la suerte del proyecto de reforma agraria del gobierno de Molina. El caso anterior evidencia que en la dinámica de apoyo y oposición a los proyectos de reforma debe considerarse también el papel de la Fuerza Armada. Aunque en varias ocasiones esta impulsó directamente proyectos reformistas, esto de ningún modo significó que todo el estamento castrense estuviera de acuerdo con ellas. Indefectiblemente, hubo una facción conservadora que en su momento dio un contragolpe o simplemente boicoteó el proyecto reformista. Hacen falta estudios que eluciden específicamente este problema; aunque se cuenta con versiones de algunos de los participantes, su capacidad explicativa es muy limitada.28 En todo caso, hay suficiente evidencia para afirmar que, desde 1931 hasta 1992, ninguna agenda de gobierno podía escapar al poder de sanción de la Fuerza Armada, convertida de facto en árbitro en última instancia del ejercicio del poder político en el país, lo cual tampoco significa que esta fuera un poder omnímodo y omnipresente.

24 Citado por Ellacuría. Ibid.: p. 340. 25 Arturo Armando Molina. “Confesiones sobre la transformación agraria en El Salvador”. En Waldo Chávez Velasco, Lo que no conté sobre los presidentes militares. (San Salvador: Índole Editores, 2006), pp. 196-210. 26 Ibid., pp. 193-94. 27 Ellacuría, "A sus órdenes, mi capital." p. 642. 28 La narrativa de Mariano Castro Morán, un militar demócrata, cuya primera acción golpista fue en 1944 contra Hernández Martínez y que participó en muchos otros proyectos, hasta el golpe de 1979, ilustra muy bien lo señalado. Su libro cae en una especie de círculo vicioso, en el cual un grupo de militares jóvenes y demócratas dan un golpe, pero fatalmente entregan el poder a otros que no comparten su ideal demócrata y reformista y que siempre se alinean con el capital más conservador. Mariano Castro Morán, Función política del ejército salvadoreño en el presente siglo. (San Salvador: UCA Editores, 1987).

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Hay que agregar que los apoyos u oposiciones a un proyecto dependen en mucho de la opinión pública. En este caso, el papel de los medios de comunicación, especialmente de la prensa escrita ha sido muy importante. En términos generales, en los medios escritos de mayor circulación ha predominado el conservadurismo; por lo tanto, tienden a rechazar las reformas, especialmente si estas tocan los grandes intereses económicos con los que se identifican. A esa resistencia al cambio, se agrega en ocasiones una discutible, pero políticamente funcional, aura de nacionalismo y antiimperialismo que a menudo rodea el discurso periodístico conservador. La tónica ha sido asociar las reformas con agendas externas que atentan contra la soberanía y los intereses nacionales. Pero, los “intereses nacionales” a menudo se reducen a los intereses de los grupos de poder que el medio apoya. Llegados a este punto, me parece que ya es posible hacer un balance, aunque sea preliminar: De los casos considerados, es claro que el que más impacto social tuvo fue el proyecto impulsado en las décadas de 1950 y 1960, a tal grado que muchos de sus logros en el campo económico y social todavía subsisten y otros perduraron hasta la década de 1990, cuando fueron desmantelados por las reformas neoliberales. Ese impacto y permanencia se explica porque dichas reformas fueron producto de un proyecto construido desde diferentes instancias y madurado a lo largo de varios años. Además, fue concebido para ampliar y fortalecer el aparato económico nacional en momentos de relativa bonanza económica y estabilidad política. A lo anterior debe agregarse la cooperación externa que fluyó desde diferentes instancias, dando soporte económico y asesoría al proceso. Quizá solo el programa de reformas de los años ochenta tuvo más financiamiento y asesoría exterior que los programas estatales de los años cincuenta y sesenta, pero el contexto en que este último se dio hizo muy difícil su implementación e imposibilitó su consolidación. Al componente de modernización económica y estatal se agregó una apuesta por la justicia social, cuyos logros, aunque discutibles, fueron suficientemente visibles como para ganarse el apoyo de las clases sociales subalternas o al menos generar expectativas, con lo cual, el distanciamiento entre estas y los gobernantes fue paulatino; cuando la crisis explotó en la segunda mitad de la década de 1970, pocos podían asociarla directamente al fracaso de un proyecto reformista. Por otra parte, debido en parte a que nunca se afectaron los intereses mayores del capital, a oposición conservadora no fue tan radical y decidida, caracterizándose más bien por la retórica y no por acciones de boicot plenamente articuladas. Elementos como los enunciados, favorecieron la formulación e implementación de las reformas, a tal punto que se considera que este proyecto dio lugar a un cambio de modelo de desarrollo, pasando del anterior basado en la agro exportación a uno que apostaba a la industrialización por sustitución de importaciones. No obstante, hubo factores que actuaron en contra de la consolidación del proyecto y condujeron a su agotamiento y crisis. Por una parte, es claro que en cierto momento la apertura democrática se agotó; mantenerse en el poder solo sería posible mediante el fraude electoral y la represión, lo cual condujo fatalmente al cierre de los espacios políticos y al desencanto y la radicalización de la oposición. Por otro lado, la guerra contra Honduras, no solo arruinó el MERCOMUN, sino que agudizó los problemas sociales del país, especialmente los relacionados con la propiedad de la tierra. La apuesta gubernamental por la reforma agraria fue una respuesta pertinente a la naturaleza del problema; no así la desmesurada oposición del capital que se mostró intransigente a cualquier propuesta, evidenciando la prepotencia y estrecha visión de los sectores más conservadores que, en última instancia, apostaron a la tradición excluyente y represiva, sin alcanzar a entender cuánto había cambiado el campesinado salvadoreño y cuán dispuesto estaba a luchar por sus demandas.

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Para 1977 era claro que el componente reformista se había diluido y solo quedaba una retórica que apelaba más a la conservación de un orden válido solo para unos pocos, pero atentatorio contra los derechos políticos y económicos de la mayoría. Tal enfriamiento de los impulsos reformistas, no era nuevo. Lo novedoso era la toma de conciencia por parte de los sectores sociales subalternos, especialmente campesinos, de que la raíz de sus problemas estaba en las injustas relaciones económicas, políticas y sociales a que habían estado sometidos. La Iglesia católica, o al menos una parte de ella, jugó un papel importante en este proceso, inicialmente por medio de las escuelas radiofónicas y la promoción del cooperativismo, luego con las “Comunidades Eclesiales de Base”, en una vertiente ligada a la teología de liberación.29

Sin embargo, el proyecto reformista más trascendental al menos en términos de lo que pudo significar, es el de 1979. Y esto no solo porque, como ya se ha señalado, pretendía transformaciones drásticas y profundas, sino porque su éxito pudo haber reducido la explosiva conflictividad política y económica que entonces se vivía. Desgraciadamente, la intransigencia y radicalidad de las extremas lo anularon políticamente. La derecha estaba dispuesta a todo con tal de bloquear las reformas, primeras en la historia del siglo XX que afectaban realmente sus intereses económicos. Pero hay que decirlo, la intransigencia de la izquierda radical, entusiasmada en su agenda revolucionaria a raíz del triunfo de los sandinistas en Nicaragua, contribuyó, y no poco, a ahogar un proceso que pudo haber ahorrado ingentes costos humanos y materiales. Si nos atenemos a los hechos y acotando el análisis al problema reformas o revolución: la derecha actuaba con base en constataciones, la izquierda en expectativas. Pero no puede obviarse en este análisis el problema de la represión y el brutal accionar de los Escuadrones de la Muerte, que no solo permaneció después del golpe, sino que se incrementó, dando razones adicionales a la izquierda para radicalizar su lucha. En este punto, la mayor responsabilidad recae en la institución que impulsó el proyecto y por lo tanto llamada a sostenerlo más decididamente: la Fuerza Armada; llegado el momento, la falta de liderazgo, decisión y compromiso con el proyecto, así como las divisiones al interior del ejército, debilitaron el componente reformista y reforzaron la tradicional línea conservadora castrense, lo que favoreció a las fuerzas de derecha. Para Monseñor Romero, a inicios de la década de 1980, en El Salvador se enfrentaban tres “proyectos económico-políticos”: uno oligárquico, que “pretende impedir que se lleven adelante reformas estructurales que afectan sus intereses pero favorecen a la mayoría de los salvadoreños”, y que mediante presiones de diverso tipo busca mantener una “estructura económica-oligárquica evidentemente injusta y que ha llegado a ser insoportable” El segundo proyecto era el gubernamental, impulsado por la Fuerza Armada y el Partido Demócrata Cristiano (PDC), con una aparente tendencia “popular antioligárquica”, y que impulsaba una serie de reformas estructurales, pero que “ha sido incapaz de aglutinar a los sectores, organizaciones populares, y se ha dedicado más bien a reprimir y masacrar en forma indiscriminada y desproporcionadamente a los campesinos y otros sectores del pueblo. Por último, se refería al proyecto de las “organizaciones populares y político-militares”, que percibía en proceso de unificación con miras a

29 Cabarrús, Génesis de una Revolución. pp. 140-60.; Almeida, Olas de movilización popular. pp. 140-44.; y Chávez M., "The Pedagogy of Revolution." pp. 131-44. Para una versión testimonial de este proceso, véase Carlos Consalvi Henríquez y Jeffrey Gould, "La palabra en el bosque," (El Salvador: Museo de la Palabra y la imagen, 2011).

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formar “una amplia y poderosa unidad de fuerzas revolucionarias y democráticas”30. A este último, Romero le había cuestionado en varias ocasiones su radicalismo en lo que él llamaba “absolutización del poder”, que tendía a hacer del tema político, y específicamente, “la toma del poder” la dimensión principal de la vida individual o grupal. “Una organización corre el peligro de absolutizarse y convertirse en idolatría, cuando las ideologías ateas o los mezquinos intereses de grupo la hacen perder… el ideal del bien común del país.”31 Romero dejó bien clara su posición respecto a estos proyectos. Rechazaba el proyecto oligárquico porque solo trataba de defender privilegios y riqueza y se negaba a compartir, señalaba que esa intransigencia alejaba cada vez más “la posibilidad de resolver la crisis estructural de forma pacífica”. Del proyecto gubernamental aceptaba la pertinencia de las reformas en marcha, pero rechazaba el uso excesivo de la violencia, “no puede estabilizarse jamás un Gobierno que, junto a sus promesas de cambio y justicia social” reprime indiscriminadamente a la oposición. Por último, pedía al proyecto de las organizaciones de izquierda que construyera una amplia unidad que buscara realmente el bien del país y “trate de evitar al máximo la violencia, la venganza y todas esas actividades que extienden o intensifican el derramamiento de sangre”.32 En esa homilía, Monseñor Romero mostraba dramáticamente el escenario en que se montaba la tragedia de los años ochenta, a la cual solo le faltaban detalles de coreografía. Es claro que las reformas eran rechazadas por la izquierda y la derecha más radicales. Extraña situación en que los opuestos confluyen, aunque lo hicieran por diferentes razones. Romero no cuestiona la necesidad de hacer las reformas, lo que no acepta es la incapacidad del gobierno para controlar a las fuerzas represivas y reaccionarias, enquistadas dentro del aparato estatal o ligadas a estructuras paramilitares, que reprimen, desaparecen o asesinan a miembros de la oposición, de las organizaciones populares, de la guerrilla o a cualquier sospechoso de ser militante o simpatizante de ellas. La izquierda actuaba en consecuencia, y ponía de su parte. El análisis de Monseñor Romero muestra la extrema polarización político-ideológica que vivía el país, de la cual él sería víctima unos meses después. Su asesinato vino a confirmar que la sinrazón y el fanatismo habían ganado la partida. El telón estaba por correrse. Para 1981, izquierda y derecha radicales (y dentro de esta incluyo a la Fuerza Armada) habían apostado a la derrota de su contrario. Seguro que en ambos bandos hubo convicción y determinación; pero igualmente soberbia y falta de visión. Luego de una década de ingentes esfuerzos, con costos económicos y humanos altísimos para el tamaño del país, debieron aceptar que ninguno podía derrotar al otro y transigir en la mesa de negociación. Ciertamente que un arreglo negociado era la única salida viable a la crisis. Un empecinamiento en las agendas unilaterales solo hubiese prolongado el conflicto. Como bien dijo Salvador Samayoa, el Acuerdo de Paz fue una “reforma pactada”, en la cual cada bando consiguió algo, a costa de ceder algo.33 El Acuerdo de paz dio lugar a una transformación del país, al menos en términos de democratización, creación o rediseño de instituciones, libertades políticas, respeto a los derechos humanos y sobre todo en

30 Monseñor Óscar A. Romero. Homilía del 20 de enero de 1980. Rodolfo Cardenal, Ignacio Martín Baró y Jon Sobrino, (eds.), La voz de los sin voz. La palabra viva de Monseñor Óscar Arnulfo Romero (San Salvador: UCA Editores, 1986), pp. 237-38. 31 Monseñor Óscar A. Romero. Cuarta carta pastoral, seis de agosto de 1979. Ibid., p. 149. 32 Monseñor Óscar A. Romero, Homilía del 20 de enero de 1980. Ibid., p. 238-39. 33 Salvador Samayoa, El Salvador: la reforma pactada. (San Salvador: UCA Editores, 2003).

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la vía de no permitir más la injerencia de la Fuerza Armada en los procesos políticos.34 Sin embargo, esos cambios se quedan cortos comparados con lo que se intentó en 1979 y que con tanta pasión rechazaron las extremas. Doce años después, al firmar el Acuerdo de Paz, tácitamente unos y otros aceptaban que no supieron o quisieron dar a ese proyecto la oportunidad que merecía. Aún hoy, no alcanzamos a dimensionar el costo que esa intransigencia tuvo para el país.

Epílogo Lo dicho hasta aquí da pie para hacer algunas reflexiones generales sobre las experiencias reformistas en El Salvador. En apariencia, la mayor ventaja de un proyecto de reforma radica en que no pretende hacer tabula rasa de lo existente, sino mejorarlo para tener mejores posibilidades de desarrollo. Por lo mismo, es plausible esperar que logre convocar el apoyo de buena parte de la población, sin importar que las extremas lo vean con recelo. Sin embargo, un programa de reformas siempre está expuesto a la impaciencia de los sectores sociales menos favorecidos y a la resistencia de aquellos que consideran que los cambios amenazan sus intereses o cuestionan los valores que históricamente han sostenido. Por lo tanto, la mayor dificultad es la sostenibilidad del proceso, de tal modo que puedan evidenciarse los beneficios de los cambios, sin que los intereses de los grupos dominantes se vean seriamente menoscabados. El gran reto es mantener es mantener en marcha las reformas, sin que parezcan desmesuradas o insuficientes. No obstante, es más fácil que los sectores conservadores reaccionen en contra del proyecto que lograr que los supuestos beneficiarios de este se entusiasmen con él y lo defiendan. Y es que es más fácil convencer a las masas de luchar por la revolución o defender un “sistema” amenazado, que persuadirlas de defender un “programa de reformas”. Las reformas no son heroicas, no son temas épicos. Las reformas llaman a la razón, pero difícilmente provocan pasión. Un proceso de reforma, cuando realmente lo es, enfrentará múltiples escollos que demandarán de sus impulsores cualidades y habilidades políticas diversas. A veces tendrán que ser cautos y condescendientes, para no provocar asperezas y recelos innecesarios en los grupos de poder; otras deberán ser audaces y decididos, pues solo así tendrán el apoyo de los sectores a quienes pretenden beneficiar. Sin olvidar que el punto de equilibrio se rompe fácilmente, ya que cualquier acción podría ser interpretada como inaceptable señal de radicalización o claudicación. Las reformas son necesarias, pero pocas veces resultan atractivas, más allá de los círculos que las conciben e impulsan. En general sus resultados son mucho más modestos de lo previsto cuando se formulaban, y pocas veces dejan satisfechos a promotores y receptores. Sin embargo, no se debiera olvidar su principal virtud: asumir que es posible resolver los problemas, sin anular o desmantelar lo positivo ya existente. Pero quizá más importante, las reformas permiten no solo el remozamiento de las esperanzas de los sectores sociales menos favorecidos, sino su satisfacción gradual, sin hipotecar el futuro del país y las libertades ciudadanas en proyectos más radicales y aparentemente más atractivos, pero en los que fatalmente reaparece la tentación autoritaria aunque sea de signo ideológico distinto. La duración de un siglo —en términos de análisis histórico—, no siempre está predeterminada por el calendario como muy bien lo demuestran los trabajos de Eric Hobsbawm, con su siglo XIX largo y siglo XX

34 El Salvador: los acuerdos de paz y el informe de la Comisión de la Verdad. (San Salvador: Editorial Nuevo Enfoque, 2007).

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corto, propuestas tan estimulantes como polémicas.35 En El Salvador, el siglo XX estuvo marcado por las reformas o los intentos de reforma. Puede afirmarse, aunque solo sea para provocar el debate, que el país inició el siglo con un proyecto de reforma abortado, el de Manuel Enrique Araujo. En el otro extremo del arco temporal, hay quienes afirman que fuimos a la guerra civil por la postergación, insuficiencia y deslegitimación de las reformas finalmente impulsadas a inicios de la década de 1980, pero concebidas y sobre todo demandadas desde varios lustros antes. En tal perspectiva, las reformas estarían en la génesis de la guerra civil; no es extraño entonces que el conflicto finalizara por la vía de las reformas, que no otra cosa fue el Acuerdo de Paz de 1992. Bien puede plantearse entonces que el siglo XX comenzó y finalizó bajo el signo de las reformas, sin que las hayamos estudiado, entendido y valorado en debida forma. Si lo hiciéramos; de repente encontraríamos que mucho de lo positivo y negativo del periodo provino precisamente del éxito o fracaso de los proyectos reformistas. Por ejemplo, los endebles rasgos de Estado de bienestar que El Salvador tuvo, y los pocos que aún conserva, tuvieron su origen en el ambicioso proyecto de reformas de los años cincuenta y sesenta; por el contrario, la tragedia de la guerra civil, no puede desligarse de la postergación y posterior boicot y fracaso de las reformas. Ya en la post guerra y durante los cuatro gobiernos de ARENA, la derecha descalificó las aspiraciones del FMLN de llegar al poder por la vía electoral, haciendo alusión a su pasado guerrillero, pero sobre todo advirtiendo que, de lograrlo, el Frente usaría el poder ejecutivo como trampolín para llevar al país hacia el modelo socialista; en otras palabras, haría por la vía democrática lo que no pudo hacer por la vía armada. Está por finalizar el primer periodo de gobierno de izquierda en el país y nada de eso ha acontecido; podrán discutirse las razones, pero la evidencia demuestra que ese gobierno trabajó, no en la línea revolucionaria, sino en la reformista, especialmente en lo que a políticas sociales se refiere. Obviamente, esta opción ha desencantado a algunos que esperaban tendencias radicales, pero también ha aplacado dudas en otros que temían una gestión más intrépida. Pareciera que la experiencia histórica ha demostrado a la izquierda que las reformas no deben rechazarse a priori; ojalá también lo haya aprendido la derecha. Para los antiguos romanos, la historia era la maestra de la vida, en tanto que enseña a comprender los problemas del presente a la luz de las experiencias del pasado. ¿Será posible que las elites dirigentes del país en el siglo XXI, entiendan en qué medida la postergación y deslegitimación de las reformas marcó la historia del país en el siglo XX?, y más importante: ¿tendrán la suficiente madurez para impulsar los cambios necesarios, en el grado pertinente y en el momento oportuno? La historia nos dará la respuesta.

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Población, Territorio y Medio Ambiente en El Salvador

Herman Rosa Deborah Barry36 Para diversos analistas y organizaciones, el crecimiento demográfico ha sido el factor más importante que ha incidido en los problemas ambientales de El Salvador.

El Banco Mundial, por ejemplo, señalaba a finales de los setenta que el rápido crecimiento demográfico en El Salvador era "el problema de largo plazo más importante del país, dado el tamaño y la base de recursos naturales del mismo". En ese sentido, recomendaba que los programas del gobierno se concentraran en “reducir el crecimiento de la población a su nivel más bajo posible" (Banco Mundial, 1979).

Asimismo, Foy y Daly en un trabajo sobre los determinantes de la degradación ambiental en el país afirmaban que una “población grande y creciente en un territorio con recursos limitados” era “una causa principal de la deforestación y la subsecuente erosión de suelos en El Salvador”. De allí, concluían que el desarrollo sostenible no era posible sin un control del crecimiento demográfico (Foy y Daly, 1992). Las cifras sobre la dinámica demográfica en El Salvador desde la década de los cincuenta, parecían sustentar las posiciones anteriores. Por una parte, en el período 1950-71 se dio un notable aceleramiento en el crecimiento de la población con relación al período 1930-50, cuando la población creció apenas en un 29% por las altas tasas de mortalidad en esa época. En contraste, como muestra el Gráfico 1, en el período 1950-71 la población casi se duplicó (creció en un 91%) reflejando, entre otras cosas, las mejorías en el saneamiento ambiental y en la cobertura del sistema de salud pública.

36 Los autores desean agradecer la asistencia de Jorge Peña y Nelson Cuéllar en el procesamiento de la información y la ilustración de este artículo.

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Gráfico 1 El Salvador: Crecimiento Poblacional, 1950-71

(Millones de Habitantes)

FUENTE: Censos de Población, DIGESTYC.

Por otra parte, si bien la población urbana creció a una tasa más rápida que la población rural entre 1950 y 1971 por la migración rural-urbana, en términos absolutos el crecimiento de la población rural fue más significativo, pues se incrementó en alrededor de un millón en ese período; en tanto que la población urbana creció en 0.7 millones (Ver Gráfico 2).

Gráfico 2 El Salvador: Crecimiento de la Población Urbana y Rural, 1950-1992

(Millones de Habitantes)

FUENTE: Censos de Población, DIGESTYC.

Las cifras relativas al crecimiento de la población rural, ciertamente apuntaban a una mayor presión sobre la tierra, con su secuela de una mayor deforestación y erosión. Para la década de los sesenta la población rural estaba creciendo a una tasa anual de 3.4% (Gráfico 3), lo que implicó un crecimiento absoluto de unas 600,000 personas entre 1961 y 1971.

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Gráfico 3 EL Salvador: Tasa de Crecimiento de la población rural

(Tasa Intercensal Anual Promedio)

FUENTE: Censos de Población, DIGESTYC.

No obstante, esta perspectiva centrada en el crecimiento poblacional que prácticamente reducía los problemas ambientales y de otra índole a una cuestión de “sobrepoblación” fue criticada fuertemente por diversos autores. Tal es el caso de Durham, en su respuesta a quienes llegaron a considerar la guerra de 1969 entre El Salvador y Honduras como un caso típico de la competencia por recursos debido a la sobrepoblación. Durham analizó el largo período de 1892 a 1971, para demostrar que en la dinámica de la escasez de la tierra en El Salvador, había incidido más el proceso de concentración de la tenencia de la tierra que el crecimiento de la población (Durham, 1979).

La contraposición de estas dos visiones alcanzó su clímax en la década de los setenta, cuando la proyección de las cifras de los censos de población y los censos agropecuarios de 1961 y 1971 permitían sustentar cualquiera de las dos posiciones. Por un lado, la población rural crecía a su tasa histórica más alta, lo que aumentaba la demanda por tierra. Por otra parte, el secular fenómeno de concentración en la tenencia de la tierra, en vez de moderarse se aceleraba, restringiendo cada vez más el acceso a la tierra para las familias campesinas.

En efecto, a pesar de que la población rural y, por lo tanto, la demanda por tierra, crecía más rápidamente, entre 1961 y 1971 el número de productores con acceso a tierra se redujo globalmente en 8%; además, se dio una fuerte reducción de los productores con acceso a más de una hectárea de tierra (34%), mientras que aquellos con acceso a menos de una hectárea aumentaron 24% en el mismo período (Ver Gráfico 4). Aunque no se dispone de datos censales para desagregar la evolución durante los setenta, la evidencia circunstancial parece indicar que los fenómenos de un rápido crecimiento de la población rural y la creciente concentración en la tenencia de la tierra continuaron durante esa década.

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Gráfico 4 Campesinos con Acceso a Tierra, 1961 y 1971

(Miles)

FUENTE: Seligson (1994).

A la luz de las dos posiciones apuntadas surgían dos recomendaciones de política. Por un lado, programas para reducir el crecimiento demográfico por parte de quienes veían el problema como uno de "sobrepoblación" o escala, y por otra, programas de corte redistributivo, y especialmente una reforma agraria, por parte de aquellos que veían el problema como uno de distribución.

Al final, el dilema se resolvió en los ochenta, cuando se adoptaron simultáneamente ambas propuestas. En efecto, durante esa década se pusieron en marcha tanto agresivos programas para reducir el crecimiento demográfico, como un programa de reforma agraria. Esos esfuerzos contaron con el patrocinio y orientación de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (USAID), como parte de un ambicioso programa de asistencia económica que implicó transformaciones globales de gran alcance en El Salvador (Ver Rosa, 1993). En la actualidad, después de todas esas transformaciones, el país despierta a una situación ambiental y de degradación de sus recursos naturales mucho más severa que antes. Ello permite también apreciar los límites de las dos perspectivas de análisis descritas.

Por un lado, la perspectiva que centraba su preocupación en la supuesta “sobrepoblación”, si bien resultó útil para justificar las políticas orientadas a disminuir el crecimiento poblacional, resulta reduccionista como explicación de los problemas de degradación ambiental. Por otra parte, la perspectiva distributiva enfocada en los problemas de tenencia de la tierra y en la necesidad de una reforma agraria, si bien permitió desentrampar un secular problema en el país, también deja por fuera aspectos que cobran una importancia inusitada en la actual dinámica de degradación ambiental.

Dos de los aspectos más relevantes que deben incorporase para entender los problemas ambientales actuales, tienen que ver con los cambios en las últimas dos décadas, tanto en el patrón de crecimiento de la economía, como en el patrón de asentamientos humanos en el territorio nacional. La magnitud de los cambios que se han dado en estos ámbitos son tales, que han logrado establecer una nueva dinámica de degradación ambiental incluso más severa que en el pasado.

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Una discusión integrada de esos procesos, que considera el impacto de los cambios económicos en el área rural y el papel de la tecnología agrícola, se encuentra en la publicación de PRISMA títulada El Salvador: Dinámica de la Degradación Ambiental (1995), por lo que la discusión que sigue se centra en el análisis de los cambios demográficos en su relación con el territorio y sus implicaciones ambientales.

Dinámica Demográfica y Territorio

En la dinámica demográfica reciente de El Salvador resaltan los siguientes aspectos:

El brusco desaceleramiento del crecimiento demográfico, a raíz de la fuerte emigración y el

descenso en las tasas de fecundidad.

Los desplazamientos internos de población que han modificado radicalmente el patrón de asentamiento humano en el territorio.

El desaceleramiento del crecimiento de la población Como muestra el Gráfico 5, la tasa intercensal de crecimiento de la población residente en el territorio nacional alcanzó su nivel más alto en el período 1961-1971 (3.5%). De haberse mantenido inalterada esa tasa de crecimiento, para 1992 la población del país habría alcanzado 7.4 millones de habitantes, en vez de los 5.0 millones que arrojó el último censo de población realizado en ese año.

Gráfico 5

El Salvador: Ritmo de Crecimiento de la Población (Tasa Intercensal Promedio Anual)

FUENTE: Censos de Población, DIGESTYC.

La tasa intercensal de crecimiento de la población residente en el país, para el período 1971-1992, fue de apenas 1.7%, una tasa ligeramente superior a la del período 1930-50. Pero mientras que en el período 1930-50 la baja tasa de crecimiento se explica por las pobres condiciones de salud de la población, en la notable reducción de la tasa de crecimiento demográfico en el período 1971-92 incidieron factores como una fuerte migración hacia el exterior y un significativo descenso en las tasas de fecundidad. La migración al exterior ha sido la norma por muchas décadas en El Salvador. Sin embargo, hasta los años sesenta se mantuvo en niveles relativamente bajos comparados con la migración a gran escala que se daría posteriormente. A raíz de la guerra con Honduras de 1969, inclusive el país resultó ser un receptor neto

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de población por la repatriación de miles de salvadoreños. A medida que avanzaba la década de los setenta y se deterioraba la situación política, sin embargo, la emigración creció rápidamente, y mucho más después durante la guerra civil en los ochenta (Ver Gráfico 6).

Gráfico 6 El Salvador: Emigración Neta, 1960-85

(Promedio Anual en Miles de Personas)

FUENTE: MIPLAN-DIGESTYC.

La fuerte emigración ciertamente redujo el crecimiento de la población residente en el país, pero no fue el único factor; también el fuerte incremento en el uso de métodos anticonceptivos (ver Gráfico 7) contribuyó a reducir las tasas globales de fecundidad. El cambio más notable se dio en las zonas rurales, donde dicha tasa se redujo en un 40% entre 1978 y 1993 (Ver Gráfico 8).

Gráfico 7

El Salvador: Uso de Métodos Anticonceptivos, 1978 y 1993 (Porcentaje de Mujeres en Edad Fértil Casadas/Unidas)

FUENTE: FESAL-78 y FESAL-93

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Gráfico 8 El Salvador: Tasa Global de Fecundidad, 1978 y 1993

(Hijos Promedio por Mujer)

FUENTE: FESAL-78 y FESAL-93

Aunque esas reducciones en la fecundidad son notables, AID, la agencia internacional más activa en el financiamiento de los programas de planificación familiar, espera reducciones adicionales significativas. Las metas de AID para el año de 2002 son una tasa de fertilidad de 2.0 a nivel nacional y de 3.5 a nivel rural, unas reducciones de 50% y 30%, respectivamente, con relación a los niveles de 1993. (AID, 1995). De alcanzarse las metas previstas por AID, El Salvador estaría para el año 2002 al nivel que tenía Cuba en 1993 y por debajo del nivel en este mismo año de cualquier otro país de América Latina (Ver Cuadro 1).

Cuadro 1

Tasas Totales de Fecundidad* en algunos países de América Latina, Año 1993 (Hijos Promedio por Mujer)

* Definición: Estimado del número promedio de hijos que una mujer tendría durante su vida fértil, dadas las actuales tasas de fertilidad por grupo de edad. FUENTE: USAID (1993)

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La distribución en el territorio: Urbanización y concentración creciente de la población Aparte de la emigración al exterior, durante los ochenta se dio un fuerte desplazamiento de la población dentro del territorio nacional. Esta migración interna produjo dos fenómenos. Por un lado, una mayor urbanización de la población por el desplazamiento hacia los núcleos urbanos. Por otra parte, una mayor concentración poblacional en la región suroccidental del país, por el desplazamiento desde el norte y el suroriente del país.

El desplazamiento de la población rural hacia los centros urbanos y hacia el exterior, desaceleró significativamente el crecimiento de la población rural para el período 1971-92 con relación al período anterior. En contraste, la población urbana, aunque redujo su tasa de crecimiento para el período 1971-92 por la emigración al exterior, creció en este período a una tasa cuatro veces mayor que la población rural: 2.9% anual vs. 0.7% anual (Ver Gráfico 9).

Gráfico 9

Tasa de Crecimiento de la población rural y urbana (Tasa Intercensual anual promedio)

FUENTE: Censos de Población, DIGESTYC.

El gran diferencial en las tasas de crecimiento de la población urbana y de la población rural, permitió que la población urbana creciera en un 82% entre 1971 y 199237; en cambio, la población rural solamente creció en un 16% en ese mismo período. De esta manera, para 1992 la población rural y la población urbana llegaron a ser prácticamente iguales (Ver Gráfico 10).

37 Este dato posiblemente esté subestimado, ya que los censos consideran como población rural a los residentes en áreas semiurbanas.

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Gráfico 10 El Salvador: Crecimiento de la Población Urbana y Rural, 1930-1992

(Millones de Habitantes)

FUENTE: Censos de Población, DIGESTYC.

Además de esa creciente urbanización, los desplazamientos de población dentro del territorio, han acentuado la concentración de la población en ciertas regiones del país. Esto puede apreciarse en la Figura 1, donde se muestran los cambios que ocurrieron entre 1971 y 1992, en la densidad poblacional a nivel de municipio.

Figura 1 El Salvador: Densidad Poblacional por Municipio, 1971 y 1992

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Fuente: PRISMA, basado en Censos de Población

La concentración de la población en el territorio se aprecia más fácilmente en la Figura 2, donde se ha dividido el territorio en tres grandes zonas de aproximadamente la misma superficie (Ver Cuadro 2). Obsérvese que casi la totalidad del crecimiento de la población que arrojan los censos de 1971 y 1992, se concentra en la zona suroccidental del país, mientras que en la zona norte la población es prácticamente la misma en 1971 que en 1992 y en la zona suroriental, se aprecia apenas un pequeño crecimiento. De esta manera, para 1992, la zona suroccidental concentraba el 64% de la población total del país, en tanto las zonas suroriental y norte albergaban el 22% y el 14%, respectivamente.

Cuadro 2 El Salvador: Superficie y Población por Zonas, 1971 y 1992

Fuente: PRISMA en base a Censos de Población

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Figura 2 El Salvador: Distribución de la Población por Zonas, 1971 y 1992

(Millones de habitantes)

Fuente: PRISMA, basado en Censos de Población

En el caso de la población rural, aunque a nivel de todo el país se aprecia un aumento del 16% entre 1971 y 1992, al desagregar esta población por zonas se aprecia un descenso de la población rural tanto en la zona norte como en la zona sur-oriental (Ver Cuadro 3 y Figura 3).

En contraste, en la zona sur-occidental hay un aumento significativo del 48% entre 1971 y 1992. Con este crecimiento, la zona sur-occidental concentraba el 54% de la población rural del país para 1992, en tanto que la zona sur-oriental y la zona norte albergaban en una extensión similar, un 26% y un 20%, respectivamente.

Cuadro 3 El Salvador: Población Rural por Zonas, 1971 y 1992

Fuente: PRISMA en base a Censos de Población

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Figura 3 El Salvador: Distribución de la Población Urbana y Rural por Zonas, 1971 y 1992

(Millones de habitantes)

Fuente: PRISMA, basado en Censos de Población

En cuanto a la población urbana, ésta crece en las tres zonas en que se ha dividido el país, pero de nuevo el crecimiento resulta mucho mayor en la zona sur-occidental, de modo que para 1992, esta zona concentraba el 74% de la población urbana del país.

La concentración de la población en esta zona, se relaciona directamente con la ubicación del Area Metropolitana de San Salvador (AMSS) en esa zona (Figura 4). En conjunto, la población en los municipios del AMSS y municipios aledaños, más que se duplicó entre 1971 y 1992. De esta manera, esta región que abarca apenas el 3% del territorio nacional, albergaba en 1992 un 30% de la población total del país y un 50% de la población urbana. (Ver Cuadro 4).

Cuadro 4 El Salvador: Población Urbana por Zonas, 1971 y 1992

Fuente: PRISMA en base a Censos de Población

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Figura 4

El Salvador: Distribución de la Población en la Zona Sur-Occidental, 1971 y 1992 (Millones de habitantes)

Fuente: PRISMA, basado en Censos de Población

Implicaciones ambientales de la creciente urbanización

y concentración de población Como ya se discutió, en el pasado, al vincular la población con los problemas ambientales, generalmente se hacía referencia a la deforestación y la erosión derivados de la presión sobre la tierra que ejercía una población rural en rápido aumento. Actualmente, cobra más importancia la distribución y concentración de la población en el territorio, más que su crecimiento per se. En efecto, la ubicación y la forma en que se están dando la urbanización y la concentración poblacional, son variables que magnifican el impacto de esos procesos sobre el medio ambiente, limitando cada vez más la capacidad de regeneración de los recursos naturales. La acelerada urbanización y la creciente concentración poblacional están ocurriendo sobre o cerca de las últimas áreas significativas con cobertura forestal, principalmente fincas de café de sombra, las cuales se comportan como un sustituto cercano de los bosques tropicales, contribuyendo a mantener las funciones hidrológicas. Estas montañas y zonas aledañas cubiertas de café, forman parte de una formación hidrogeológica que captura, canaliza y alimenta los acuíferos que se encuentran en el corredor sur del país (Ver Figura 5).

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Figura 5 El Salvador: Divisiones Hidrogeológicas y Áreas Cafetaleras

Fuente: PRISMA, basado en Servicio Geológico Nacional, Instituto Geográfico Nacional y SIG-PROCAFE.

Esta región es un ecosistema frágil que depende de condiciones adecuadas de uso de la tierra para garantizar altos niveles de infiltración de lluvia, a través de la roca volcánica porosa, hacia los acuíferos subterráneos. Tanto la rápida deforestación como la voraz cobertura urbana contribuyen a disminuir la función de recarga, limitando la capacidad de abastecimiento de agua a partir de fuentes subterráneas. La relación territorial que se da entre los asentamientos urbanos y el sistema de aguas superficiales del país magnifica los impactos de la contaminación y la sedimentación; particularmente en el caso del AMSS que se asienta en la cuenca del río Acelhuate. Las aguas negras sin tratar del AMSS, los desechos urbanos e industriales de la mayor parte de la industria del país, y altos niveles de sedimentos (provenientes de la erosión causada por la urbanización), fluyen por el río Acelhuate y desembocan en el embalse del Cerrón Grande. Otros tres ríos importantes (Sucio, Suquiapa y Quezalapa), en áreas de rápido crecimiento en cuanto a densidad poblacional urbana y rural, también desembocan en la misma presa (Figura 6), arrastrando altos niveles de residuos agroquímicos, aguas negras, y desechos industriales. Como resultado, estos ríos, que ya presentaban altos niveles de contaminación en los setenta, se han degradado aún más. Los contaminantes al seguir su curso aguas abajo a través del río Lempa, alcanzan los frágiles ecosistemas costeros, donde tienen impactos negativos sobre la vida marina. Además, la contaminación, por los impactos negativos que tiene sobre los cuerpos de agua superficiales, está llevando paulatinamente al embalse del Cerrón Grande (el mayor lago del país) y a otros cuerpos de agua paulatinamente hacia la muerte.

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Figura 6 AMSS y algunos Tributarios del río Lempa

Fuente: PRISMA, en base a Instituto Geográfico Nacional

Los sedimentos además crean serios problemas de azolvamiento de la presa y dañan las turbinas, todo lo cual reduce la capacidad de generar energía hidroeléctrica.

Debido al acelerado, masivo y descontrolado crecimiento urbano, el aumento en la contaminación y sedimentación de las aguas superficiales ha llegado al punto de imponer serias limitaciones a la oferta de agua para el consumo doméstico y la producción. Al mismo tiempo, está disminuyendo la capacidad de generación de energía hidroeléctrica de las instalaciones existentes, a una tasa mayor que la planificada originalmente.

Con las aguas superficiales casi en el límite de su capacidad de absorción, se está ejerciendo una creciente presión sobre las fuentes de agua subterránea. Sin embargo, el bombeo descontrolado de los pozos, junto con cambios destructivos en el uso de la tierra, están destruyendo la ca pacidad de regeneración de esas mismas fuentes.

Actualmente, las diferencias en el uso regional de agua son muy grandes y constituyen un fértil terreno para futuras disputas entre las regiones. Para atender la creciente demanda de agua en el AMSS se han ejecutado proyectos para traer agua superficial del río Lempa aguas arriba del embalse del Cerrón Grande.

Esto significa extraer agua de una región pobre que sufre un proceso de degradación de la tierra. Además, este bombeo de aguas relativamente poco contaminadas sufre continuas interrupciones debido a los altos niveles de sedimentación del río. Los sedimentos generan niveles inaceptablemente elevados de turbidez del agua para consumo doméstico, así como obstáculos físicos para su distribución y daños en el equipo de bombeo.

El problema de la acumulación y manejo inadecuado de la basura en las zonas urbanas del AMSS es otro problema que se ha agravado enormemente con la creciente concentración de población, particularmente en los municipios de más rápido crecimiento (Ver Gráfico 11), los cuales, por lo general, siguen con recursos y estructuras administrativas propios de pequeños municipios.

La concentración de población en el AMSS genera niveles de desechos que sobrepasan la capacidad de recolección en todos los municipios. En términos relativos, el problema es particularmente severo en San Martín y Ciudad Delgado, donde actualmente, de acuerdo a las estimaciones del Cuadro 7, apenas se recolecta el 7% y el 10% de la basura generada.

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Gráfico 11 Crecimiento poblacional en los principales municipios del AMSS entre 1971 y 1992

(Miles de habitantes)

FUENTE: PRISMA en base a Censos de Población, DIGESTYC.

En términos absolutos, es en los municipios de San Salvador y Soyapango donde la basura sin recolectar alcanza los niveles más elevados, unas 246 y 134 toneladas diarias, respectivamente (Ver Cuadro 7).

Cuadro 7 AMSS: Estimaciones de Basura Recolectada y No Recolectada, 1995

FUENTE: Alcaldía Municipal de San Salvador. NOTA: Las estimaciones de basura generada se basan en la población (proyectada con un crecimiento anual de 3% a partir de 1992) y un factor de 1.12 kg/hab. para San Salvador y de 0.62 kg/hab. para el resto de municipios. Las estimaciones de basura recolectada se basan en la capacidad de los equipos y estimaciones de campo.

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Si la falta de recolección de la basura genera grandes riesgos para la salud y otros problemas, su acumulación en los botaderos genera también problemas ambientales severos, entre ellos una significativa contaminación hídrica (Cuadro 8).

Cuadro 8 Basureros Municipales Como Fuentes de Contaminación Hídrica

Ubicación de Basurero Municipal Recurso Superficial Impactado Recurso Subterráneo Impactado

San Salvador (Botadero Mariona), calle a Mariona intersección carretera Apopa-Nejapa.

Quebrada Mano de León y otros arroyos afluentes del Río Tomayate.

Nacimientos de la cuenca y mantos freáticos del área.

Nueva San Salvador (Botadero final Colonia Quezaltepec).

Río Colón afluente del Río Sucio. Nacimientos en cuenca Río Colón y manto freático del área.

Ilopango (Botadero calle a Changallo, entrada afluente Río Guluchapa).

Río Guluchapa afluente del Lago de Ilopango.

Varios manantiales en cuenca y manto freático del área.

Santo Tomás (Basurero Autopista San Salvador-Comalapa, quebrada afluente Río Cuaya-Guluchapa.

Río Cuaya-Guluchapa afluente al Lago de Ilopango.

Varios nacimientos en cuenca antes de su confluencia al lago.

FUENTE: Rubio, 1993.

La situación en materia de desechos sólidos claramente refleja el enorme desbalance que existe en muchos de los municipios del AMSS entre el crecimiento poblacional y el desarrollo de su capacidad financiera y de gestión. Un problema ambiental adicional vinculado al proceso de urbanización del AMSS es la contaminación del aire por el crecimiento exponencial en los últimos cinco años, del número de vehículos en circulación.38 Todos estos problemas están siendo reforzados por el actual patrón de crecimiento económico, el cual combina el auge de la economía urbana con una profunda crisis de la economía rural, que se viene desarrollando desde los años ochenta. (Ver Boletín PRISMA No. 9 y 10). Como resultado, se está reforzando la nueva dinámica de deterioro de los recursos naturales. Por un lado, los procesos urbanos tienen un mayor peso en dicho deterioro. Por otra parte, en las zonas rurales, se está generando una degradación más acentuada que se vincula sobre todo al colapso de los medios de vida rurales y las prácticas culturales en el agro, pues todo ello estimula la extensificación de la agricultura y la depredación de la naturaleza como mecanismos de sobrevivencia de la población rural. Donde mejor se refleja esta nueva dinámica es en la degradación del recurso agua. La creciente contaminación, sedimentación y deterioro general de los ecosistemas que permiten la renovación de ese recurso en el país está limitando seriamente su disponibilidad. De no revertirse esta dinámica, ello puede convertirse en la limitante ambiental más significativa para el desarrollo futuro y una fuente importante de conflicto social.

38 Este fenómeno está relacionado en parte con la disminución de las barreras a la importación y las insuficiencias del transporte público.

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Español: Escasez y sobrevivencia en Centroamérica. Orígenes ecológicos de la guerra del fútbol. UCA Editores, San Salvador, 1988).

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El Salvador en El Mundo

Knut Walter Franklin

Presentación

La sociedad salvadoreña siempre ha estado conectada con el mundo externo. En tiempos anteriores a la colonia, las etnias que habitaban en la cuenca del río Lempa y en los cerros cercanos a la costa del océano Pacífico estuvieran enlazadas con grupos humanos más lejanos, tanto por su cultura –idioma, alimentación, artesanías y religión– así como por algunos intercambios comerciales y alianzas políticas. Con la instauración del régimen colonial español, el mundo exterior de los habitantes de la provincia de San Salvador se amplió hasta incluir el océano Atlántico y la Europa occidental; aunque muchos no conocían de la existencia de esos lejanos mares y tierras, el fruto de su trabajo –el cacao y el añil– llegó a consumirse a miles de kilómetros de distancia.

El régimen colonial, bastante cerrado y ensimismado en sus inicios, gradualmente tuvo que abrirse ante las nuevas corrientes ideológicas y comerciales originadas en Inglaterra y Francia y, finalmente, en Estados Unidos. La independencia de Centroamérica no hizo sino confirmar el ingreso de la región a los circuitos de intercambios ampliados que caracterizaron a la revolución industrial ya en pleno auge. Desde mediados del siglo 19, el gobierno de El Salvador comenzó a relacionarse formalmente con los países más importantes de occidente mediante el nombramiento de embajadores y la firma de tratados comerciales. La introducción del café proporcionó un sustento mucho más sólido para la construcción de una infraestructura de transportes moderna y la llegada de las primeras inversiones extranjeras directas.

Hacia 1900, la modernidad ya se había instalado en El Salvador pero no abarcó a toda la población. Muchísimos habitantes del país seguían siendo muy pobres y sobrevivían con gran dificultad sobre unos suelos agrícolas más escasos y desgastados en la medida que crecía la población y se expandían los cultivos de exportación. En las primeras décadas de siglo 20, comenzaron los primeros salvadoreños a salir de su país a buscar trabajo en Honduras, una corriente migratoria que duraría más de medio siglo. La supervivencia se tornó aún más difícil cuando el país se vio envuelto en la gran crisis de la economía occidental de la década de 1930.

Las crecientes carencias económicas y la conflictividad social después de mediados del siglo 20 intensificaron los vínculos del país con el exterior. Por un lado, la emigración nunca dejó de ser la solución preferida para muchas personas, especialmente durante la década de 1980 cuando la violencia extrema de la guerra agregó una razón más para irse del país, ahora ya no a Honduras sino que a naciones

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desarrolladas en el norte distante. Por otro lado, el conflicto armado atrajo la atención de países vecinos y lejanos con sus propias agendas políticas y militares al grado que su incidencia determinó el curso de los acontecimientos tanto o más que las mismas fuerzas en contienda. Firmada la paz, la fisonomía de El Salvador –social, económica, cultural y hasta política– ha cambiado como nunca antes en tan poco tiempo como consecuencia del conflicto armado y todas sus secuelas.

Las siguientes lecturas pretenden describir y explicar algunas de las más importantes vinculaciones de El Salvador con el mundo: el impacto del café, la ratificación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el conflicto armado de la década de 1980.

1. La cultura de la república cafetalera (1880-1930) El cultivo y la exportación en gran escala del café significaron que la cultura del mundo exterior se hizo presente en la sociedad salvadoreña como nunca antes. Durante los años de dominación española, el contacto con el mundo exterior se manifestaba en alguno que otro producto que se recibía de Europa, en alguna que otra moda que se imitaba y en el cúmulo de leyes, disposiciones y costumbres que España imponía a sus súbditos, además, por supuesto, de la religión católica. Pero la sociedad colonial, en general, vivió muy separada, muy distante de los cambios que se estaban operando en el Viejo Mundo. Así, los grandes descubrimientos científicos no se conocieron en su momento, los adelantos en la medicina no se aprovecharon plenamente y las nuevas doctrinas políticas llegaban, si acaso, de poquito en poquito y a escondidas de las autoridades españolas. Sin exagerar demasiado, El Salvador, aún después de la independencia, era como una de esas tierras de novela, perdidas del resto del mundo, a las cuales llegaban, de vez en cuando, viajeros en busca de emociones y experiencias exóticas. Pero el cultivo del café alteró todo eso al integrar al país a las principales corrientes culturales del mundo occidental.

I. La idea del progreso Hacia mediados del siglo 19, Europa y Norteamérica iniciaban su despegue acelerado hacia la industrialización. Los productos europeos y norteamericanos, elaborados en grandes fábricas y transportados por ferrocarriles y barcos de vapor, comenzaron a introducirse en todas partes del mundo. Detrás de esta producción estaban los estados, con sus fuerzas militares y diplomáticas, prestos a apoyar a sus comerciantes e industriales para conseguir mercados seguros y lucrativos en los países de Latinoamérica, África y Asia. Con el paso del tiempo, estos gobiernos también se interesaron en apoyar las inversiones directas de sus capitalistas en los países pobres del globo. Ante los ojos de los habitantes de El Salvador, el poderío y la riqueza desplegados por los países industrializados eran sinónimo de progreso. Tanto los salvadoreños que se quedaban en su patria como aquellos que viajaban al exterior podrían percatarse del progreso logrado por los países ricos. Los que veían llegar los barcos de vapor a los puertos de Acajutla, La Libertad y La Unión, sabían que la tecnología encerrada en sus cascos era producto de grandes avances científicos y económicos. Los que visitaban las principales ciudades del mundo industrializado quedaban asombrados por los avances del transporte público, los acueductos y el alumbrado en las calles. También se percataron del enorme poder militar que habían desarrollado estos países industrializados: Inglaterra con su flota de guerra, Alemania y Francia con sus grandes ejércitos. Todo ello como resultado del progreso. ¿Cómo debería entenderse el progreso? El progreso tenía en realidad dos caras. Una, la más obvia, era la aceptación y la puesta en marcha de nuevas formas de hacer las cosas. Por ejemplo, en vez de hacer telas a mano o con telares artesanales, debían hacerse con telares automáticos movidos por la fuerza de máquinas de vapor. Se suponía que al sustituir la mano de obra por la máquina se estaría logrando mayor

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producción a menores precios, lo que era bueno. El progreso también significaba utilizar medios modernos de transporte, como el ferrocarril, para transportar carga y pasajeros y no seguir dependiendo de carretas y carruajes que, supuestamente, eran lentos y anacrónicos. El progreso era sinónimo, por lo tanto, de lo moderno. La otra cara del progreso, tal como se entendía en aquellos tiempos, significaba rechazar lo viejo, lo tradicional, por ser precisamente un obstáculo para introducir lo nuevo. Los que creían en el progreso eran particularmente enemigos de todo aquello que en Centroamérica y El Salvador tenía aspecto de "colonial." ¿Por qué? Pues sencillamente porque lo colonial era atrasado, era (supuestamente) contrario al progreso. Por ejemplo, la propiedad colectiva de las comunidades indígenas era considerada un obstáculo para el desarrollo de la agricultura eficiente; por lo tanto, era necesario acabar legalmente con esa forma de propiedad (como ocurrió efectivamente en 1880 y 1881 con las leyes de extinción de ejidos y tierras comunales). La cultura de los pueblos indígenas también llegó a considerarse atrasada: su idioma nahuatl, su organización comunal y su apego a las viejas costumbres se interpretaban como un lastre al progreso. De igual manera, si las creencias religiosas rechazaban los avances de la ciencia había que tomar medidas para fortalecer a la ciencia y debilitar a la religión, pues la ciencia era sinónimo de progreso. Esta forma de comprender el progreso, del papel que jugaba la ciencia y la tecnología en el desarrollo de la economía y la sociedad, se denominó "positivismo." El positivismo entendía que la sociedad humana avanzada se fundamentaba en un conocimiento adecuado de las ciencias naturales y de las ciencias sociales. El principal exponente de esta ideología, el francés Auguste Comte, pensó que las leyes de la organización social podrían descubrirse aplicando métodos científicos al estudio de la sociedad misma. Según él, las sociedades más atrasadas vivían todavía dominadas por la superstición de los mitos y de las religiones, mientras que las sociedades modernas habrían superado estas taras y se encaminaban al progreso sin fin bajo la tutela de la ciencia. En Latinoamérica, las ideas de Comte y de otros pensadores europeos se hicieron presentes precisamente cuando las economías de los países latinoamericanos comenzaban a crecer y a integrarse con las economías desarrolladas. Los grupos en Latinoamérica que más se identificaban con el positivismo se llamaban a sí mismos "liberales." Pero se diferenciaban de los liberales de los tiempos de la independencia en que se preocupaban mucho más por el progreso material que por las libertades y los derechos individuales. Incluso, reinterpretaron y reescribieron la historia con miras a pintar mal a los dirigentes conservadores que habían tomado el poder después de la independencia. Así, una figura como Rafael Carrera, presidente de Guatemala por muchos años, terminó descrito como un monstruo a manos de los ideólogos del liberalismo de fin de siglo. La misma iglesia católica fue severamente criticada y en varios países hasta perdió sus propiedades y sus derechos históricos (tales como el monopolio del matrimonio, el control de los cementerios y el manejo de los registros de las personas). En fin, los positivistas pensaban que los cambios eran inevitables y que el estado debía dedicar los recursos necesarios para impulsarlos. Si había que violar o alterar los derechos ancestrales de las personas, si había que imponer una dictadura, si había que modificar la constitución, todo esto era lícito ante el objetivo superior del progreso. En el caso de El Salvador, los gobiernos se esmeraron en otorgar concesiones muy favorables a las empresas ferrocarrileras extranjeras para que construyeran sus vías. También modificaron las leyes de tenencia de las tierras con el fin de impulsar la propiedad privada. A partir del gobierno del general Menéndez se le dio un cierto impulso a la educación pública. Estas medidas y otras más que se han analizado en capítulos anteriores conformaban la puesta en marcha de la idea del progreso. Ahora bien, debe quedar claro que el progreso, entendido en los términos utilizados anteriormente, sólo afectó a una muy pequeña proporción de la población total del país. El caso es que disfrutar del progreso costaba dinero: no eran muchos los que podían viajar en tren o en barco, comprar y leer libros importados, mandarse a construir una vivienda al estilo de la época, matricularse en escuelas regentadas por extranjeros, comer en restaurantes que servían platos franceses (con vino, licores y cerveza

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importados) o asistir a funciones de opera (en francés o italiano) ofrecidas por compañías traídas del viejo continente. El progreso lo disfrutaban pocos, pero muchos salvadoreños (por no decir todos) contribuían a que fuera posible, con su trabajo y su habilidad.

II. El impacto del mundo exterior La cultura que más impactó en la república de El Salvador hacia fines del siglo 19 y comienzos del 20 fue la europea. Sin embargo, cada país europeo tuvo una presencia muy especial. Por ejemplo, Francia (y su capital París) era considerada la nación más culta del mundo, donde se evidenciaban las más importantes corrientes de la literatura y del arte; el dominio del idioma francés, usado universalmente todavía en las relaciones diplomáticas, era uno de los objetivos centrales de todo individuo que aspiraba a ser "verdaderamente" culto. Leer las últimas novelas publicadas en Francia, discutir los últimos acontecimientos del quehacer político francés, mandar a hacerse ropa a la última moda de Francia, era la manera de demostrar a los cuatro vientos que la persona estaba enterada del progreso, de la modernidad. *********************** Recuadro: La influencia cultural extranjera El maestro Alberto Masferrer, quien se preocupó fundamentalmente por la problemática social

del país, comprendía que El Salvador ya no era un país aislado del mundo, sino que estaba siendo influenciado por los cambios culturales universales. Por eso no rechazaba lo que provenía del mundo exterior, sobre todo aquello de origen francés, que tanto él como otros intelectuales de la época ubicaban en el más alto nivel del desarrollo cultural. Así se expresó el maestro Masferrer:

[N]uestra literatura no puede ser menos que imitadora; y esto en vez de acarrearle daño, la llevará como se acompañe de la prudencia al más alto grado de perfección. Así lejos de rehusar las enseñanzas extrañas, busquen las letras salvadoreñas, las huellas de los hombres y de los pueblos que más saben, que sienten mejor y mejor expresan el sentimiento; que no es para despreciar la cosecha recogida a costa de tantos trabajos. Sea cual fuere la causa, es verdad que la Francia parece haber recibido de la providencia el cometido de guiar a las demás naciones, y las ideas francesas ya literarias, ya políticas o filosóficas son los gérmenes que, bien o mal cultivados, producen inapreciables frutos o abrojos sin cuento...y es cosa de admiración que pueblo como ése, tan profuso a las ascensiones como a las caídas, se esté sirviendo de piloto al mundo sin que nadie le dispute la supremacía. *********************** Algo similar ocurría con la presencia de Inglaterra. Los ingleses, cuya predominio financiero e industrial era innegable, se habían hecho fuertes en el comercio de telas, instrumentos y herramientas y diversos productos comestibles. Pero su más obvia presencia se manifestó en los ferrocarriles y los barcos de vapor que llegaban a los puertos salvadoreños, además de un sinnúmero de productos ingleses que se ofrecían en las tiendas y los almacenes de las principales ciudades. La modernización de la infraestructura de transportes que comenzó con los ferrocarriles también se pudo apreciar en las principales ciudades como San Salvador y Santa Ana. Las carretas y los carruajes que llevaban a las personas de un punto de la ciudad a otro fueron reemplazados primero por tranvías de tracción animal ("de sangre", como se les decía) y después por tranvías eléctricos. Los gobiernos se esmeraron también en mejorar el ornato, mandando a construir parques con sus respectivos kioscos

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donde se celebraban veladas musicales por las tardes. En las principales calles se instalaron postes de luz a gas (más adelante se pusieron bombillos eléctricos) y se construyeron alcantarillados y acueductos para mejorar las condiciones sanitarias. Ya en la década de 1920 fueron asfaltadas las principales calles de San Salvador. De esa manera, y en la medida de lo posible, las autoridades buscaban trasplantar las formas del urbanismo europeo a las ciudades salvadoreñas. La preocupación por la mejoría de las calles obedecía también a otra consideración fundamental: la llegada del automóvil allá por 1915 y, pocos años más tarde, del camión y del autobús. Después de siglos de utilizar carretas y carruajes halados por bestias, un vehículo que se movía por sus propios medios y a gran velocidad era una absoluta novedad que muy pocos, por supuesto, podían poseer. Por cierto, el automóvil otorgaba a su dueño una libertad y un poder que solamente los ricos disfrutaban. Sin embargo, en torno al automóvil se fue organizando toda una gama de personas que debían mantener el creciente parque vehicular: mecánicos, técnicos y empleados. La aparición de los primeros autobuses democratizó en algún sentido la movilidad de la población, mientras que los camiones cargados de productos de la tierra facilitaron el suministro de alimentos a los pueblos y las ciudades. La cultura del automóvil, del autobús y del camión se había instalado en El Salvador a los pocos años de su aparición en los países desarrollados, evidencia clara de la creciente integración económica y del arraigue de la idea del progreso. La preocupación por cambiar la apariencia de las ciudades se pudo apreciar notablemente en la construcción de viviendas de habitación y de edificios de oficinas y comercios. Las casas al estilo colonial, cerradas a la calle y con sus patios internos, fueron reemplazadas (por aquellos que disponían de los recursos, por supuesto) por nuevas viviendas más abiertas, con ventanas y patios externos al estilo de las casas de Londres y París. Las mejores casas tenían dos y hasta tres pisos, con sus cocheras y sus cercos de hierro importados de Bélgica o Inglaterra. Por dentro, los muebles de la época colonial, pesados y sobrios, fueron cambiados por los estilos de moda en Europa, más livianos y elegantes. La construcción de estas nuevas viviendas requirió de un cambio de las técnicas y los materiales de construcción. Las técnicas coloniales de cal y canto, adobe y bajareque eran adecuadas para construir viviendas cuando no había que levantar paredes altas ni dejar espacios grandes para ventanas. Aún así, en el Valle de las Hamacas, al menos, los terremotos causaban estragos tremendos hasta en las viviendas mejor construidas. Levantar edificios de más de un piso con las técnicas tradicionales resultaba, pues, una idea temeraria. Pero algunos querían casas de dos pisos y con ventanas grandes y techos altos. ¿Qué hacer? Había que modificar las técnicas de construcción e incorporar nuevos materiales que, como es de suponerse, habrían de importarse. ************************* Recuadro: La cultura de la clase alta En las nuevas y elegantes viviendas que se construyeron en San Salvador, Santa Ana y

Ahuachapán, en los clubes sociales y en los parques de las ciudades, en los almacenes y los salones, una nueva forma de vida empezó a manifestarse. La riqueza generada por el café permitió a la élite y algunos grupos urbanos dedicar sus horas de ocio a la discusión y apreciación de la cultura del mundo desarrollado, también importada con los recursos de la exportación del grano de oro. La siguiente descripción de Alejandro Bermúdez, publicado en su libro El Salvador al vuelo, ofrece un panorama de esta nueva cultura urbana, dentro de la cual sobresale la de la clase alta.

Es indudable que la cultura moderna, que en muchos de sus aspectos ha invadido este país, se siente y se manifiesta de preferencia en las relaciones de la vida social... El pueblo tiene muchos sitios de expansión y de recreo para saborear las horas que siguen a las fatigas del trabajo; va a los magníficos

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parques a escuchar buena música en casi todas las noches de la semana... va al teatro a emocionarse ante las figuras de una película dramática o a reír escuchando los chistes del "couplet" o a tributar cariñosas palmadas a las geniales comedias de Max Linder. Va todos los domingos en tranvía a las poblaciones vecinas a cambiar aires y a comer sabrosas frituras regionales; se pasea por la Avenida Independencia o por la pista del Hipódromo, en el Campo de Marte, o por las enfloradas y umbrosas avenidas de la Quinta Modelo. Visita allí mismo los salones del Museo o cruza sobre un puente las barrancas vecinas y se va a contemplar las férreas estructuras de la empresa de perforaciones... Las gentes de la alta sociedad abren sus bien amueblados y elegantes salones ya sea para recibir las frecuentes visitas particulares o para organizar agradables reuniones en que se derrochan el buen gusto y la más simpática jovialidad. El salvadoreño es ostentoso dentro de la más completa corrección, y de allí que sus "soirees" [veladas] sean siempre animadas y copiosas en agasajos y finas atenciones para los huéspedes que se agrupan bajo su amable hospitalidad. Se departe con animación, se toca al piano, se canta, se baila, se recitan poesías, se dicen chistes entre sorbo y sorbo de champaña y al calor de la más grata y expansiva cordialidad. En un "five o'clock tea" [el té de la tarde] la cultura resplandece entre los trajes oscuros de los caballeros y los elegantes tocados de las damas. Hay que ver aquellos cuerpos torneados bajo la ilusión de vaporosas telas, aquellas almas ardientes al través de las pupilas sombrías, aquellos modales de amabilidad y corrección, entre la llaneza de las formas y el sabroso reventar de las sonrisas. Abundan las finas pastas y las confituras deliciosas; las copas de bohemia chocan a veces entre las manos que se complementan, la del "gentleman" [caballero] que se insinúa resuelto y la de la linda moza que esgrime su perspicacia en la coquetería gentil. Y así se pasan los instantes en un delicioso bienestar en que reina y domina y encanta la mujer; la mujer de aquí, tan apasionada y vibrante como su tierra volcánica, tan sugestiva y armoniosa como su cielo primaveral. Tiene la capital dos centros sociales muy bien montados con lujo y comodidad, en donde se dan cita diariamente caballeros distinguidos del comercio, de la banca, de las esferas políticas y de todos los círculos prominentes de la ciudad, a los que concurren también señoras y señoritas pertenecientes a las familias de los socios. Esos centros son el Club Internacional y el Casino Salvadoreño. En este último se dan brillantísimos bailes cada fin de año, en los que se ven desfilar los elementos más conspicuos de la sociedad... En el Club Internacional la mayoría de los socios pertenece a la colonia extranjera, de modo que después de las tareas del día se llena el establecimiento de personas de diferentes nacionalidades, que departen de la manera más culta o leen los periódicos, escriben cartas, juegan al billar o saborean agradables aperitivos... Los dos establecimientos están instalados en muy buenos edificios propios, amueblados y decorados interiormente con elegancia, severidad y buen gusto... También hay Clubs sociales y Casinos en otras ciudades importantes como Santa Ana, Sonsonate, Santa Tecla y San Miguel, y parques públicos y sociedades literarias y recreativas en casi todos los departamentos de la República... En la capital es ya muy crecido el número de vehículos para paseos; hay muchos carruajes y cerca de 140 automóviles, lo cual es bastante para una población de algo más de 65 mil habitantes... Varias de las ciudades principales de la República, también tienen muy buenos teatros, como Santa Ana, Sonsonate, San Miguel y otras cabeceras de departamento... Las noches de concierto en los parques son deliciosas, no sólo por la abundante concurrencia de simpáticas y elegantes mujeres que embellecen y perfuman el ambiente sino también por la de los caballeros que departen animados, y, sobre todo, por la música selecta que se escucha. Es fama que las Bandas de El Salvador ejecutan admirablemente las más caprichosas y difíciles creaciones del divino arte; hay buen gusto aquí para la música y eso está en consonancia con el grado de cultura que se va adquiriendo en todos los órdenes de la vida nacional... Elemento fuerte y respetable de la sociedad salvadoreña es el núcleo que forman las colonias extranjeras. Todas ellas viven y prosperan al amparo de la autoridad y de las leyes y contribuyen también al desarrollo de las empresas en que se basan la prosperidad y la riqueza del país... Hay un extenso grupo de comerciantes al por menor en que dominan por el número los turcos, chinos y asirios; se ocupan en el

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comercio de géneros de algodón, sedería, abarrotes y baratijas para el pueblo. La gente pobre se surte con comodidad en esos establecimientos y centenares de compradores al menudeo llevan ganancias de consideración a las cajas de esos comerciantes... Pero las colonias principales tanto en la escala de los negocios como en las esferas de la sociedad, son la francesa, la italiana, la holandesa, la norteamericana, la alemana y la española. Casi en todos los negocios del alto comercio, de la agricultura y de la banca, tienen intervención directa empresarios y capitalistas pertenecientes a una cualquiera de esas agrupaciones. El capital extranjero se ve por todas partes: en el magnífico almacén, repleto de artículos de lujo y de consumo; en los hoteles y restaurantes, en las empresas industriales, en los bancos y, sobre todo, en las grandes labores agrícolas o mineras, que tanto contribuyen a la vasta riqueza y al positivo adelanto de la nación". ********************* La clave para construir según las nuevas exigencias estaba en el uso del hierro y del cemento, materiales ya ampliamente utilizados en Europa y Norteamérica pero prácticamente desconocidos por los maestros de obra salvadoreños. Sin embargo, ya para 1900 había en San Salvador, Santa Tecla y Santa Ana numerosas viviendas y casas comerciales construidas con los nuevos materiales; conforme aumentaba la exportación del café, así también fue posible importar más cemento y hierro. Quizás el ejemplo más interesante de las nuevas técnicas es un edificio de la época que todavía está en pie, después de noventa años de construido: el Hospital Rosales en San Salvador. Esta es una construcción excepcional porque fue traída en piezas de hierro desde Bélgica, que luego se armaron aquí: columnas, techos, pisos y paredes externas e internas. No contiene, por así decirlo, prácticamente ningún material de construcción original del país, aunque fue el café exportado lo que permitió importarlo. Otro edificio importante que refleja los gustos y las técnicas de la época es el Palacio Nacional, que dejó de utilizarse como centro del gobierno en 1980. En la construcción del Palacio Nacional no sólo se emplearon las últimas técnicas de construcción con hierro y cemento, sino que también se plasmó en su diseño el estilo neoclásico, muy de moda en esos tiempos; sus columnas, sus estatuas y sus dos pisos le dan al Palacio Nacional una presencia única en el viejo centro de San Salvador. Algunos edificios y casas fueron construidos utilizando técnicas antiguas con materiales modernos. Por ejemplo, todavía es común en algunas calles y barrios ver casas y negocios construidos de bajareque y maderos, pero forrados con láminas de hierro galvanizado. De esta manera, se aprovechaba el bajo costo de los materiales del bajareque (madera, tierra, caña brava) con un revestimiento (la lámina de hierro galvanizado) que los protegería de la intemperie. Sea como sea, todos los edificios y casas de las principales ciudades del país sufrieron daños o destrucción, producto de los cataclismos que han acompañado a la nación salvadoreña desde sus tiempos precolombinos: los terremotos y, sus frecuentes acompañantes, los incendios. Es por eso que son pocas las viviendas que todavía quedan en pie aún de tiempos tan recientes como el comienzo del siglo 20. El impacto del mundo exterior no afectó exclusivamente a los grupos urbanos de ingresos altos o medianos. También los trabajadores del campo, los campesinos y las campesinas, entraron en contacto con el exterior mediante la compra de telas, herramientas de trabajo (machetes, azadones. palas) y una variedad de artículos de uso diario (botones, espejos, peines). Sin embargo, la vida del campesino (peón, colono, aparcero, jornalero) no cambió mucho en sus aspectos materiales con el auge del café. Todavía la vivienda típica era la choza de paja y madera donde en una sola habitación dormía toda la familia, se cocinaba la comida y se compartía el espacio con los animales domésticos. Tampoco llegaba a la vivienda campesina el agua potable por cañería ni asistían por lo general los niños campesinos a la escuela. Un altísimo porcentaje de la población rural seguía siendo analfabeta y, aun sabiendo leer, era poco el material escrito que llegaba a manos del campesino para practicar la lectura.

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III. La cultura nacional El café sentó las bases materiales de la nación salvadoreña. Antes de 1880, aproximadamente, existía el país y el estado, pero la población difícilmente entendía que pertenecía a un ente nacional llamado El Salvador (o República del Salvador, como se denominaba oficialmente entonces). No había himno nacional ni escudo nacional y la bandera se asemejaba mucho a la de Estados Unidos. La falta de medios de comunicación interna era un serio obstáculo a la conformación y a la unidad del estado nacional. Después de la construcción del ferrocarril a occidente, se llegaba fácilmente de San Salvador a Santa Ana, Ahuachapán, Sonsonate y Acajutla. Pero viajar a oriente, a San Miguel, Usulután y La Unión, era una empresa que duraba días en incómodas carretas. Para los habitantes de oriente, la nación tendría poca importancia ya que ni el gobierno nacional estaba muy presente. Había necesidad, pues, de ir creando una nacionalidad, una identificación y un apego a la tierra, a los ancestros y en resumidas cuentas, a la patria. Ya para 1879 el gobierno había comisionado la elaboración del himno nacional. El primer verso de la primera estrofa, "Saludemos la patria orgullosos," dice mucho de las inquietudes de sus autores: la patria, construída a lo largo del tiempo y a base de mucho esfuerzo y sacrificio, ahora era motivo de orgullo pues había logrado modernizarse hasta ponerse, en algunos aspectos al menos, a la altura de los países desarrollados. La oración a la bandera, escrita por Davíd J. Guzmán, también destaca el progreso material de la república, el trabajo en los campos, en los talleres y en el comercio. Por último, la actual bandera nacional y su correspondiente escudo surgieron precisamente en 1912 cuando la identidad nacional había tomado cuerpo y la antigua bandera resultaba poco representativa de El Salvador. ************************** Recuadro: El autor del himno nacional El himno nacional de El Salvador es expresión precisa de esta época. Su autor, Juan J. Cañas

(1826-1918), estudió medicina y fungió como gobernador político de San Salvador, miembro de la Asamblea Constituyente, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de El Salvador en Chile y socio correspondiente de la Real Academia de la Lengua. En su juventud, la "fiebre del oro" lo hizo partir a California en busca de aventuras y riqueza. Sus sentimientos por el terruño, que hoy en día comparten muchos salvadoreños que viven en el extranjero, se aprecian en los siguientes versos:

Se va el vapor para la patria mía, se va y mi pecho de pesar se llena; se va el vapor, y mi forma impía sólo a verlo partir cruel me condena. Se va el vapor: despliega su bandera y truena a borde intrépido el cañón; saluda al puerto por la vez postrera más destroza también mi corazón. Es muy triste suspirar en un lugar extranjero

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por la tierra do primero la luz del sol se miró; tener que sufrir las penas con que se oprime la mente, al comparar al presente con el tiempo que pasó.

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Todas estas manifestaciones de identidad nacional fueron promovidas por el estado a través del sistema escolar, que con los recursos del café pudo ampliar su cobertura. La escuela se convirtió en el lugar de socialización de los niños y los maestros, los representantes del estado a cuyo cargo estaba preparar ciudadanos útiles a la patria. Fuera de la escuela, los periódicos de las principales ciudades destacaban las obras de progreso que los sucesivos gobiernos emprendían; ya para la década de 1920, se empezaban a utilizar fotografías que ilustraban el progreso material de la república. Muy importante para la conformación de una cultura nacional fue el auge que tuvo la imprenta en El Salvador a partir de 1900. A pesar de que no todos los gobiernos de turno se mostraron respetuosos de la libertad de imprenta, la producción nacional de libros, no obstante, aumentó significativamente, lo mismo que la importación de títulos extranjeros. A través de la imprenta, y de un mercado de consumidores que antes no existía, tuvieron cómo expresarse una generación de poetas, ensayistas y dramaturgos; anteriormente hubo alguno que otro escritor, pero su producción fue muy limitada o sencillamente nunca se conoció su obra porque no existían medios para difundirla. El impacto del mundo exterior fue muy evidente en la literatura, donde la influencia de los literatos franceses caló profundamente en las letras salvadoreñas. El modernismo encontró a uno de sus grandes exponentes en la figura de Francisco Gavidia. Junto con Rubén Darío, el Maestro Gavidia alcanzó un renombre continental a principios del siglo 20. El dominio de la lengua materna, más el francés y las lenguas clásicas, ubicaron a Gavidia en un plano que trascendía lo estrictamente salvadoreño y lo convirtieron en una figura de la literatura de occidente, muy apropiada para un hombre de la cultura del progreso que se vivía en El Salvador en esos tiempos.

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Recuadro: El genio de Francisco Gavidia En su obra poética, el maestro Francisco Gavidia incursionó en una forma poética traída

desde Francia, el alejandrino. "El idilio de la selva", escrito en 1883, representa un nuevo alejandrino adaptado genialmente al castellano. En esta poesía el idioma nacional acrecienta su belleza, sin perder ninguna de sus características esenciales.

El idilio de la selva Oye: desde los bosques Tras al soplar la brisa, ruidos, besos, pasión, Y lleva enjambres de arpas, bandadas de preludios, Himnos para el amor... Oye, de la montaña Los imponentes robles se mueven a compás, Y cuentan hoja por nota, árbol por sinfonía,

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Que arrastra el Huracán. Óyeme, allí los troncos Cubren robustas guías, allí de dos en dos, Sus manojos de fibras en salvaje apretón. Y debajo las yerbas, Los cristalinos tallos, los bejucos, la flor, Las hojas apiñadas, buscando entre las sombras, Algún rayo de sol. Y arriba, por los brazos Y la áspera corteza del árbol, se mira ir Torciendo sus anillos, cobrando más ponzoña, El constrictor reptil, Y más arriba, el nido Que se mece en la rama con pausada inquietud; Y luego, más arriba, hojas, aves; y luego Más arriba, el azul. Por aquel rudo templo, En su carro invisible pasa una bendición; Se hinchen los granos, se abren los capullos, se siente Un soplo creador. Todo bebe allí savia, Todo se comunica, todo siente el amor. Y por eso se exhala en gigantesca estrofa Que es divina oración ...es divina oración.

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No todos los escritores y poetas salvadoreños de esos tiempos alcanzaron fama internacional. Algunos, más apegados al terruño, le cantaban a la tierra, a los animales y a la gente sencilla. Así, la patria, en poesía y en prosa, fue tomando forma en los escritos de Alfredo Espino y de Miguel Angel Espino. A través de su lectura, varias generaciones de salvadoreños sintieron su patria, se identificaron con sus gentes y sus costumbres y se comenzaron a interesar en sus problemas.

******************** Recuadro: El paisajismo salvadoreño La literatura salvadoreña que le canta a la belleza natural del terruño tuvo un importante

exponente en Alfredo Espino. Sus poesías, conocidas por varias generaciones de salvadoreños, expresan una admiración por la vegetación y la topografía del trópico. Podría decirse que son precursores del moderno planteamiento ecologista que hoy en día interesa a la sociedad salvadoreña ante el deterioro de los recursos naturales tan necesarios para la misma existencia

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humana. El siguiente poema de Espino refleja a cabalidad el estilo paisajista de la literatura nacional.

¡Dos alas!... ¡Quién tuviera dos alas para el vuelo!... Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido. ¡Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido, que si no fuera un mar, bien sería otro cielo!... Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores... ¡Qué pequeños los hombres! No llegan los rumores de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante de las malas pasiones... Lo rastrero no sube: ésta cumbre es el reino del pájaro y la nube... Aquí he visto una cosa muy dulce y extraña, como es la de haber visto llorando una montaña... el agua brota lenta, y en su remanso brilla la luz; un ternerito viene, y luego se arrodilla al borde del estanque, y al doblar la testuz, por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz... Y luego se oye un ruido por lomas y floresta, como si una tormenta rodara por la cuesta: animales que vienen con una fiebre extraña a beberse las lágrimas que llora la montaña. Va llegando la noche. Ya no se mira el mar. Y qué asco y que tristeza comenzar a bajar... (¡Quién tuviera dos alas, dos alas para un vuelo! Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido, con el loco deseo de haberlas extendido sobre aquél mar dormido que parecía un cielo!) Un río entre verdores se pierde a mis espaldas, como un hilo de plata que enhebrara esmeraldas...

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La preocupación por la problemática nacional (o como algunos la llamaron, la "cuestión social") trascendió de una óptica literaria a un análisis sistemático de la realidad de las personas y los grupos sociales. Se buscaba comprender la cultura del pueblo, de sus expresiones artísticas y sus costumbres cotidianas. También se buscaba comprender cómo estas expresiones culturales habían sobrevivido el embate de la modernidad y cómo diversos grupos habían conservado su identidad cultural frente a las poderosas corrientes del progreso.

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Una de las más importantes figuras dentro de esta línea del pensamiento fue Doña María de Baratta, quien se acercó a los campesinos y a los indígenas para tomar testimonio de su música, sus bailes y sus fiestas. No eran éstas, por supuesto, las expresiones culturales de los grupos sociales modernizados por el contacto con el mundo externo sino de aquellas grandes poblaciones que habían estado al margen del progreso material. Doña María estaba rastreando precisamente la herencia de los siglos de dominio colonial y de los vestigios, inclusive, de la cultura nativa. Su planteamiento central era que había mucho de valor en estas expresiones culturales que, sin ser universales, eran tan valiosas como cualquier otra para entender la idiosincrasia del salvadoreño.

*********************** Recuadro: El indio y la naturaleza Doña María de Baratta entendió que la expresión artística de los indios salvadoreños

tendría mucho que ver con la naturaleza. A diferencia de los habitantes de las ciudades, los indios y campesinos vivían apegados a la tierra, a la vegetación y a los montes. De esta relación estrecha entre humanos y naturaleza, Doña María dedujo que surgió la cultura del pueblo, incluyendo las expresiones musicales, que ella estudió durante muchos años compartiendo con la población rural sus danzas y sus cantos. Así se expresó Doña María de la cultura del habitante del campo:

Allí está el indio frente al altar de sus contemplaciones: la Naturaleza. La tierra se da a él, y sólo él sabe sus secretos; por eso es que le pertenece. Los pájaros forman una orquesta, la divina orquesta de trinos y cantos, y sólo él interpreta, comprende e imita esta música: oye las voces de los vientos, y consulta, preguntando con la vista y con su alma a las estrellas... El Sol es su Dios, y la Luna, la madre protectora de las sombras. Y la montaña virgen y las fieras salvajes, en conjunto armonioso con todo lo ya dicho, entonan las grandiosas sinfonías, la bárbara sinfonía, que sólo el indio comprende e interpreta, porque él también forma y es parte muy esencial de esta sinfonía. Y así, en la garganta de los pájaros aprendió a leer su música como en un pentagrama, y que después trató de imitar en la flauta de caña, al descubrir tal vez que ésta un día cantó en la cañada, sonada por el misterio de los vientos, anunciándole el milagro del instrumento que buscaba para la creación de su música. Y así, otro día también, al azar del descanso, a la sombra de corpulentos árboles, en los cuales las centurias y las aves carpinteras habían ahuecado, y en frenesí epiléptico de sus fiestas y ritos, o en el azoramiento del pánico o el terror, golpeó con las manos la cubierta y se quedó perplejo al realizar un gran descubrimiento: "el tronco hueco, golpeando la cubierta, habla, hay en él un dios". Y así surgió tal vez el primer instrumento musical: obra de la casualidad (poderoso aliado del hombre primitivo), resultado del medio y de las más elementales observaciones. Ese, probablemente, fue el origen, porque el hombre en las remotas edades no interroga a la Naturaleza deliberadamente, sino que aprovecha las soluciones que la misma da a los problemas que al azar le plantea. Y el árbol abatido por el viento, de añoso tronco, deslavado por las lluvias, perforado por las aves y ahuecado por el tiempo, ese es el ancestro del huehuetl, el tambor y el refinado tepunahuaste o teponaztli. La naturaleza, maestra inagotable y fecunda, dio los ejemplos al indio, para la creación de sus instrumentos y su música. En seguida, el indio fue imitando los otros sonidos de la Naturaleza y los diversos cantos de las aves, fabricando o improvisando los instrumentos para formar su orquesta y poder ejecutar la música que él llevaba dentro, ¡su música!, para solemnizar sus ritos, las guerras, sus fiestas y danzas hieráticas. Y así, la Naturaleza le dio todo al indio, pero también él, el indio, se lo dio todo a la Naturaleza.

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Otro importante pensador que se ubica dentro de esta línea fue Alberto Masferrer. Masferrer enfiló su análisis hacia los aspectos negativos de la modernidad, reflejados sobre todo en las consecuencias del alcoholismo, el analfabetismo, la explotación económica y la pérdida de valores morales que él detectaba en la sociedad urbana. Sus escritos tuvieron un impacto dramático frente a la fe casi incuestionable del progreso tal como se había manifestado en torno al auge del café. Pero tampoco fue Masferrer un revolucionario; sus críticas buscaban reformar la sociedad por la vía del cambio evolutivo y la democracia.

Conclusión Hacia 1930, la cultura de la sociedad salvadoreña había experimentado cambios significativos. Por un lado, en el medio siglo transcurrido entre 1880 y 1930, la fisonomía del país había sufrido importantes cambios. Las principales ciudades se habían beneficiado de la riqueza generada por la producción y la exportación del café y sus habitantes más afortunados se identificaban con las realizaciones materiales e intelectuales de los países industrializados de Europa y Norteamérica. Estas personas compartían la creencia de que el futuro de El Salvador estaba irremediablemente ligado a un mayor acercamiento al mundo externo, del cual provenían el progreso y la modernidad. Por lo demás, tendrían poca admiración por el pasado, identificado con el oscurantismo del régimen colonial español, la herencia indígena, el caos político y la pobreza material que caracterizó al país durante el medio siglo posterior a la independencia. Pero otros se preocuparon por los problemas sociales y las contradicciones culturales que había generado la inserción económica y cultural al mundo mayor. Trataron de comprender y, en lo posible, de rescatar lo bueno que había legado el pasado. Comprendían que las vivencias populares eran dignas de respeto y hasta de admiración, pues eran propias de la gran población que con su trabajo y su esfuerzo habían hecho posible el avance material pero que habían quedado al margen de las preocupaciones de los gobiernos de turno. Creían, en otras palabras, que los hombres y las mujeres del pueblo tendrían mucho que aportar en la construcción de la nación salvadoreña si solamente se les tomaba en cuenta y se les brindaban las oportunidades y los medios para realizarse. De esta interpretación dual del presente y futuro del país, se desprende una realidad cultural que apunta a la existencia de dos naciones, de dos sociedades separadas por profundas diferencias económicas y políticas. Por un lado, los apologistas y los promotores del progreso material, que se manifestaba en el café, los ferrocarriles, las ciudades modernas y las corrientes del pensamiento del mundo desarrollado. Por el otro, los que miraban con preocupación la existencia de grandes masas de población que no se beneficiaban mayor cosa del nuevo proyecto de nación; más bien, creían que el progreso había ensanchando el abismo social y cultural entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles, entre el progreso y el atraso. La falta de comunicación y entendimiento podría desembocar en un enfrentamiento social de enormes proporciones cuyo estallido estaba a la vuelta de la esquina.

2. Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948)

Preámbulo Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana; Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más

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elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias; Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión; Considerando también esencial promover el desarrollo de relaciones amistosas entre las naciones; Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad; Considerando que los Estados Miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre, y Considerando que una concepción común de estos derechos y libertades es de la mayor importancia para el pleno cumplimiento de dicho compromiso; LA ASAMBLEA GENERAL proclama la presente DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción. Artículo 1. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Artículo 2. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía. Artículo 3. Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Artículo 4. Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas. Artículo 5. Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Artículo 6. Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica.

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Artículo 7. Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación. Artículo 8. Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo ante los tribunales nacionales competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la constitución o por la ley. Artículo 9. Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado. Artículo 10. Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal. Artículo 11. 1. Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa. 2. Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueron delictivos según el Derecho nacional o internacional. Tampoco se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito. Artículo 12. Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques. Artículo 13. 1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. 2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país. Artículo 14. 1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país. 2. Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas. Artículo 15. 1. Toda persona tiene derecho a una nacionalidad. 2. A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad. Artículo 16. 1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio. 2. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio. 3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado. Artículo 17. 1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. 2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.

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Artículo 18. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia. Artículo 19. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. Artículo 20. 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas. 2. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación. Artículo 21. 1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos. 2. Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país. 3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto. Artículo 22. Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad. Artículo 23. 1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. 2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual. 3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social. 4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses. Artículo 24. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas. Artículo 25. 1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. 2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social. Artículo 26. 1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La

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instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos. 2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz. 3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos. Artículo 27. 1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. 2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora. Artículo 28. Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos. Artículo 29. 1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad. 2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática. 3. Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas. Artículo 30. Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.

3. El conflicto armado y Estados Unidos (1980-1990) Dentro de este escenario [la de la década convulsa de 1970], de por si complicado, se introdujo el gobierno de Estados Unidos, con todos sus recursos e influencia para tratar de orientar el rumbo de los acontecimientos de acuerdo a sus intereses estratégicos y políticos. En términos generales, los Estados Unidos se ha preocupado por proteger sus intereses vitales en la cuenca del Caribe –el llamado “Mediterráneo estadounidense”– especialmente el Canal de Panamá y los campos petroleros en el Golfo de México. Cualquier acontecimiento que amenace la estabilidad de México o Panamá, o de los países circundantes, ha sido interpretado por Washington como un peligro para sus propios intereses canaleros y petroleros. A la inversa, toda fuerza política o militar que se identifique con los intereses de Washington en la región es considerada una aliada por los jefes del Departamento de Estado y el Pentágono. Esta visión puede parecer simplista, pero en el fondo refleja una realidad que es común a la política exterior de toda gran potencia: no existen amigos, sino que intereses. Durante la década de 1970, la situación social y económica de Centroamérica comenzó a preocupar a Washington en términos muy similares a los que acompañaron el triunfo de la revolución cubana en 1959. Sin duda alguna, Cuba veía con simpatía el surgimiento de movimientos rebeldes en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, y procuró darles cuanto apoyo estaba a su alcance. Sin embargo, las raíces del descontento social que se transformaba en resistencia armada no fueron importadas de Cuba

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sino que habían estado presentes durante mucho tiempo en cada país. Esto lo sabía Washington, pero tampoco se trataba de imponer reformas y ajustes cuando reinaba la paz social y política, aun bajo regímenes poco identificados con la democracia y el respeto a los derechos humanos. A partir del triunfo de la revolución sandinista en julio de 1979, la situación en Centroamérica cambió radicalmente, lo mismo que el nivel de preocupación en Washington. El derrocamiento del gobierno de Anastasio Somoza, el más afín a Washington en toda la región, y su reemplazo por un régimen revolucionario abiertamente anti-estadounidense y pro-cubano, generaron una tremenda polémica dentro del mundo político de Estados Unidos en torno a quién era responsable de la “pérdida” de Nicaragua. El presidente Carter, quien ya había sido criticado fuertemente por firmar el tratado que entregaría el Canal de Panamá en 2000 a las autoridades panameñas, tuvo que enfrentarse a partir de noviembre de 1979 al secuestro a manos de fundamentalistas islámicos del personal diplomático de la embajada de Estados Unidos en Irán. Con estos antecedentes, resultaba indispensable evitar una victoria guerrillera en El Salvador, sobre todo si Carter buscaba crear las mejores condiciones para reelegirse en noviembre de 1980. Por eso la asistencia militar comenzó a fluir hacia las Fuerzas Armadas de El Salvador aún antes de que los diferentes grupos guerrilleros se unieran en un frente de lucha común. Con la ayuda militar comenzó también a promoverse la doctrina de “guerra de baja intensidad” que Estados Unidos desarrolló a partir de la guerra de Vietnam para hacerle frente a insurgencias locales de inspiración marxista. Las premisas que sustentan la guerra de baja intensidad son muy sencillas: los movimientos guerrilleros logran adquirir fuerzas porque ofrecen a la población pobre o marginada de un país una mejoría en los niveles de vida que los gobiernos y los grupos de poder no han sido capaces de materializar, aunque en muchos casos la han prometido. Por lo tanto, es indispensable que la guerra contrainsurgente sea acompañada también por ofrecimientos y acciones que permitan ganarse la voluntad del pueblo y restarle así el apoyo que la insurgencia necesita para mantenerse en pie de guerra.39 En el caso de El Salvador, los asesores militares y políticos que Estados Unidos comenzó a enviar al país a partir de 1980 identificaron tres áreas claves que tendrían que impulsarse si habría de impedirse el surgimiento de la izquierda radical o derrotarla en caso de que tomara las armas: la reorganización de la Fuerza Armada, la reforma agraria y la democratización. Cada una de éstas suponía una serie de decisiones e iniciativas que tendrían que tomarse a partir de negociaciones entre los funcionarios diplomáticos y militares de los Estados Unidos y sus contrapartes dentro del gobierno salvadoreño. El componente que más debate generó – al menos dentro de la sociedad estadounidense – fue el militar. Por una parte, el ejército salvadoreño no estaba preparado para iniciar y mantener una guerra contrainsurgente. Por otra, Estados Unidos, después de su retiro aparatoso de Vietnam, no tendría mucha autoridad para ofrecer orientaciones en lo que se refiere a la guerra de baja intensidad. Sin embargo, los especialistas norteamericanos pensaron que podrían evitar los errores de la guerra de Vietnam mediante la incorporación de las últimas modalidades de lucha irregular combinado con un programa de asistencia militar en gran escala. Las primeras acciones de combate importantes de la Fuerza Armada ocurrieron a partir del 10 de enero de 1981, cuando el FMLN lanzó ataques coordinados durante la llamada “ofensiva final.” Los insurgentes atacaron sectores de las ciudades de San Salvador y Santa Ana, además de blancos en los departamentos de Chalatenango, Morazán y Usulután. El objetivo era provocar un levantamiento popular y hacerse del gobierno antes de que Ronald Reagan, vencedor en las elecciones en Estados Unidos en noviembre de 1980, asumiera la presidencia de Estados Unidos. Sin embargo, la Fuerza Armada logró

39 Un análisis detallado sobre la guerra de baja intensidad se encuentra en Benjamin C. Schwartz, American Counterinsurgency Doctrine and El Salvador (RAND Corporation: 1991), especialmente pp. 5-15; el trabajo de Schwartz se realizó bajo contrato con el Pentágono.

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repeler los ataques al cabo de una semana de fuertes combates que dejaron centenares de muertos. Para retomar la ofensiva, la Fuerza Armada inició inmediatamente después una serie de grandes operaciones militares de tipo rastreo en zonas de presencia guerrillera, sin mayores resultados positivos porque los grupos guerrilleros simplemente se replegaban o escondían ante el avance de las tropas del gobierno.40 Más bien, se pasó a una fase de acumulación de fuerzas en ambos bandos. El FMLN se dio cuenta que la guerra ya no sería cuestión de pocos meses, sino que requeriría un esfuerzo prolongado y permanente. Por su parte, la Fuerza Armada no estaría en condiciones de mantener a raya a las fuerzas guerrilleras sin un apoyo externo fuerte en vista de que el país carecía de producción propia de armamentos o de recursos monetarios abundantes para adquirirlos en el exterior. Es por eso que la decisión del gobierno de Washington de apoyar al gobierno y la Fuerza Armada de El Salvador fue absolutamente determinante en el curso posterior de los acontecimientos. Para el FMLN, el reto militar consistió en acumular suficientes combatientes y armamentos para enfrentar al ejército en combates de cierta envergadura, además de proteger las que serían eventualmente sus zonas de control o predominio en los departamentos de Chalatenango, Morazán, San Vicente, Usulután y San Miguel. También comenzó a preparar a los pequeños grupos de combatientes especializados en acciones de sabotaje, que dentro de pronto se convertirían en uno de los principales recursos para golpear la economía del país y obligar al gobierno a destinar importantes sumas de dinero para la reconstrucción de torres del tendido eléctrico, puentes y vías ferroviarias. Otro asunto importante fue la organización de toda la red de suministros, adiestramiento y logística, que en algunos casos se extendía a través de Honduras hasta la Nicaragua sandinista y, por ese conducto, hasta Cuba. Para la Fuerza Armada, el reto fue algo más complejo, como siempre le ocurre a un ejército regular cuando debe enfrentarse a una fuerza irregular que lucha con métodos que no cuadran con lo que se enseña en las academias militares. La Fuerza Armada tuvo que efectuar dos cambios fundamentales en su organización y tamaño. El primero fue un incremento sustancial en el número de tropa, ya que una guerra de contrainsurgencia generalmente requiere que las fuerzas del gobierno alcancen una relación de al menos diez soldados por cada guerrillero para contener y, eventualmente, derrotar una insurgencia rural. El segundo fue mejorar la movilidad de los soldados, cosa que se logró en gran medida mediante la incorporación de grandes números de helicópteros que permitían el desplazamiento rápido de columnas hasta los puntos donde se estarían realizando ataques o desplazamientos guerrilleros. El uso de helicópteros ya había demostrado ser eficaz en el caso de Vietnam, pero requería un cuantioso equipo de mecánicos, técnicos y pilotos, lo cual hizo crecer de manera excepcional a la Fuerza Aérea. (Ver Cuadro 1.)

Cuadro 1 Tamaño y equipo de la Fuerza Armada de El Salvador

Efectivos y armamento 1979 1987

1. Ejército - oficiales y tropa 6,500 43,000

2. Ejército - tanques y carros blindados 35 101

3. Marina - efectivos 130 1,500

4. Marina - lanchas patrulleras 4 30

5. Fuerza Aérea - efectivos 300 2,500

6. Fuerza Aérea - helicópteros. 5 72

7. Fuerza Aérea - aviones 58 63

8. Cuerpos de seguridad - efectivos 3,000 12,000 Fuente: Edgar Jiménez C, et al., El Salvador: guerra, política y paz (1979-1988) (San Salvador: CINAS, 1988), pp. 50-52.

40 Raúl Benítez Manaut, “Guerra e intervención norteamericana” en Edgar Jiménez C., et al., El Salvador: guerra, política y paz (1979-1988) (San Salvador: CINAS, 1988), pp. 26.

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Tanto el ejército como la guerrilla tuvieron que preocuparse por el entrenamiento de sus

combatientes. La guerrilla estableció campos de entrenamiento en sus zonas de mayor presencia, mientras que la Fuerza Armada comenzó a enviar a sus soldados a entrenarse en bases especialmente creadas por Estados Unidos a tal fin, tanto en el departamento de La Unión como en la costa norte de Honduras. El incremento en el número de efectivos de la Fuerza Armada y el FMLN y la mayor facilidad de ambos bandos para desplazarse por el territorio nacional dio lugar, en una primera fase, a una guerra de movimientos, que en la categoría de los conflictos armados se encuentra entre una guerra propiamente de guerrillas y una de posiciones.41 Es decir, la insurgencia escogía los blancos que quería atacar sin comprometer a muchas de sus tropas contra las muy superiores fuerzas del gobierno. Además, el tipo de ataques del FLMN que caracterizó a estos primeros momentos de la guerra buscaba más bien afectar la infraestructura de transportes y transmisión eléctrica, lo cual obligaba al gobierno a destacar a grandes números de sus soldados para vigilar y proteger instalaciones fijas en vez de dedicarlos a la persecución de los guerrilleros. Aun así, el FMLN logró destruir en 1981 los puentes Cuscatlán y de Oro sobre el río Lempa, dejando muy aislada a la zona oriental del resto del país. Para responder adecuadamente a los ataques y movimientos de la guerrilla, la Fuerza Armada tuvo que abandonar en poco tiempo la táctica de grandes operaciones de limpieza, que por su envergadura eran detectados fácilmente por la guerrilla y no producían sino grandes daños a la población civil. Fue en estos primeros momentos de la guerra que se dieron las masacres en El Mozote y el río Sumpul, precisamente como parte de operaciones de limpieza del ejército. Por lo tanto, fue tomando auge una concepción más integral de guerra de baja intensidad, donde se combinaban elementos políticos y sociales con acciones estrictamente militares.42 La destrucción que la guerrilla ocasionó a la infraestructura de transportes, además del control que impuso sobre segmentos de carreteras y caminos, impulsó nuevas formas de lucha y despliegue de efectivos por parte de la Fuerza Armada. Los camiones se siguieron utilizando para mover grandes contingentes de tropas, pero el helicóptero se convirtió en poco tiempo en el vehículo preferido. Los helicópteros artillados, junto con los aviones contrainsurgentes a reacción tipo A-37 Dragonfly (“libélula”) y los más lentos AC-47 equipados con ametralladoras pesadas de tipo “Vulcan”, también proporcionaban apoyo con fuego desde el aire, el cual resultaba devastador para cualquier columna o concentración guerrillera que se encontrara al descubierto. Hasta los guerrilleros escondidos en túneles y “tatúes” (refugios subterráneos) no eran inmunes a estos aviones cuando lanzaban bombas de gran capacidad de destrucción. Con suficientes helicópteros a disposición de la tropa, se organizaron los llamados batallones de reacción inmediata (BIRIs) en 1981. El primero de estos, el Atlacatl, se vio envuelto en múltiples combates hasta su disolución después de la firma de los acuerdos de paz en 1992. Le siguieron el Ramón Belloso y el Atonal, que entraron en servicio en 1982. Estos batallones estaban listos para entrar en combate en cualquier momento y, de hecho, llevaron el mayor peso de los enfrentamientos durante el conflicto. Sin embargo, para 1983 era evidente que el uso de los BIRIs no iba a conducir a la derrota de los guerrilleros y que sería necesario adoptar tácticas que se asemejaban más a las usadas por la misma insurgencia. La nueva modalidad de lucha antiguerrillera tomó forma con la creación de los llamados batallones de cazadores, unidades pequeñas de soldados entrenados para atacar en cualquier momento, con el apoyo de helicópteros, las posiciones guerrilleras. También se organizaron las llamadas “patrullas de reconocimiento de largo alcance” (PRAL), que podían operar de manera autónoma durante semanas sin

41 Ídem., p. 27. 42 Debe recordarse que el término “baja intensidad” se acuñó precisamente en Estados Unidos, donde no hubo guerra. Para la población salvadoreña, el conflicto no pudo sentirse sino que con gran intensidad.

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necesidad de volver a su base; tenían, además, el equipo necesario para pelear de noche y aprovechar el elemento de sorpresa. El mejoramiento de la capacidad de combate del ejército y la incorporación de tecnología militar de punta a la Fuerza Aérea impidieron que las fuerzas del FMLN lograran apoderarse de manera permanente de algunas regiones del país. Sin embargo, mientras la guerrilla recibiera apoyo de la población, era prácticamente imposible impedir que se moviera a sus anchas por buena parte del país y que mantuviera una presencia casi permanente en algunas zonas, como el norte de Morazán y Chalatenango, la zona costera de Usulután y La Paz y las faldas del volcán de San Vicente. Quizás el único éxito que tuvo el gobierno en este sentido fue la eliminación de la presencia guerrillera en la ciudad capital después de una fuerte y sangrienta campaña contrainsurgente durante 1980 y 1981. En las zonas rurales, no obstante, la guerra tendía a un empantanamiento. El ejército “limpiaba” de guerrillas una determinada región pero al rato, al retirarse la tropa, los guerrilleros volvían a incursionar y la región de nuevo pasaba a categoría de “conflictiva.” Además, los guerrilleros establecían puntos de control (retenes) en las carreteras, donde pedían o confiscaban dinero y mercancías, y exigían los llamados “impuestos de guerra” a los productores agrícolas de las zonas oriental y norte del país. Combinado con los sabotajes dinamiteros contra los tendidos eléctricos y la destrucción de bodegas y plantas agrícolas e industriales, la economía del país comenzó a contraerse de manera alarmante, especialmente en la región oriental, tal como había previsto el FMLN: al aumentar los costos de la guerra, los gobiernos de El Salvador y Estados Unidos se verían obligados a destinar cuantiosos recursos para mantener funcionando, aunque fuera mínimamente, el aparato productivo del país. Si bien la derrota militar del FMLN seguía siendo una prioridad para el gobierno de El Salvador y la Fuerza Armada, era evidente hacia mediados de la década de 1980 que no sería posible acabar con la guerrilla utilizando tácticas exclusivamente militares, a menos que se procediera bajo esquemas de exterminio o reubicación total de poblaciones no combatientes (una guerra de tierra arrasada, como también se conocía) o se permitiera el ingreso de tropas de combate de Estados Unidos u otros países dispuestos a apoyar a la Fuerza Armada de El Salvador para derrotar al FMLN.43 Ninguna de estas opciones era viable por razones políticas, así que debió procederse a elaborar una estrategia de guerra que combinara elementos militares con aquellos de tipo político, económico y social que permitiera ir minando las bases sociales de apoyo de la guerrilla mientras se destruía su capacidad militar. Esta era, en esencia, la receta para una guerra de “baja intensidad.” La expresión más acabada de esta forma de guerra se encuentra precisamente en el informe que rindió la Comisión Nacional Bipartidista sobre Centroamérica – la llamada Comisión Kissinger – que el presidente Ronald Reagan nombró en julio de 1983 para alcanzar un consenso entre Demócratas y Republicanos en el Congreso de los Estados Unidos que le permitiera asegurar el apoyo político necesario para seguir financiando las guerras en El Salvador y Nicaragua. En tanto que los doce miembros de la Comisión no tenían mayores conocimientos sobre Centroamérica, el señor Henry Kissinger, coordinador de la Comisión, logró que el informe final reflejara, en gran medida, los puntos de vista del gobierno del señor Reagan. El Informe Kissinger, como se conoció a partir de su publicación, reconoció que las causas económicas y sociales del conflicto en El Salvador eran de origen local, pero también insistió en el papel que estaban jugando Cuba, Nicaragua y la Unión Soviética como desestabilizadores del gobierno salvadoreño, razón por la cual había que incrementar la ayuda militar a ese país a la par de la asistencia económica. No obstante, no todos los legisladores y políticos estadounidenses -- ni buena parte de la población mayor -- quedaron convencidos por los planteamientos del Informe Kissinger, razón por la cual la presencia de Estados Unidos en Centroamérica se convirtió en uno de los más persistentes temas de la política exterior de esa

43 Benjamin C. Schwartz, American Counterinsurgency Doctrine and El Salvador, p. xiii.

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nación y, por extensión, en la manzana de la discordia del enfrentamiento entre el Congreso y el presidente Reagan por definir los niveles de asistencia e involucramiento económico y militar. ¿Por qué se convirtió Centroamérica en uno de los principales –si acaso no el principal– asunto de la política exterior de Estados Unidos en la década de 1980? Objetivamente, ni Centroamérica ni El Salvador tendrían la misma importancia para Estados Unidos que otros puntos críticos del globo, como el Medio Oriente, la Europa del este o la península coreana; las inversiones y los negocios de sus empresas –aunque importantes dentro del contexto centroamericano– representaban una cantidad ínfima del total de la inversión extranjera de ese país. Si bien es cierto que la seguridad del Canal de Panamá y la estabilidad de la república azteca eran preocupantes, resultaba irónico que tanto Panamá como México abogaban por una salida negociada a los conflictos centroamericanos y le reclamaban a Estados Unidos su insistencia en privilegiar la fuerza militar para lograr sus fines. Como lo han sugerido varios autores, la explicación de la injerencia estadounidense en Centroamérica puede encontrarse dentro de Estados Unidos directamente, donde el sistema político premia a un gobernante que logra éxitos en su política exterior y castiga a aquel que fracasa. Tanto para el presidente Carter como para el presidente Reagan, una derrota del ejército salvadoreño a manos de una guerrilla marxista hubiera tenido altísimos costos políticos, pues sus respectivos oponentes la habrían señalado como muestra de incompetencia y debilidad. Por otra parte, el debate político en Estados Unidos sobre su papel en Centroamérica bien puede entenderse como un episodio más de la búsqueda de una definición del rol de Estados Unidos en el mundo, tanto desde la perspectiva de los que abogan por una presencia más agresiva como de los que prefieren una actitud menos intervencionista. Es decir, el debate sobre Centroamérica fue la continuación del que se inició años atrás en torno a China, Guatemala, Cuba y Vietnam.44 Lo cierto es que Estados Unidos invirtió sumas muy considerables en toda la región centroamericana para apoyar a sus aliados. Algunos de los fondos fueron canalizados a través de operaciones secretas no autorizadas por el Congreso, pero la mayoría ingresó a Centroamérica como parte de la ayuda oficial –militar y económica– que el Congreso de Estados Unidos autorizó en su debido momento. Para El Salvador, especialmente, la ayuda resultaba vital, tanto para mantener el esfuerzo militar como para apuntalar una economía que se debilitaba rápidamente a consecuencia de la destrucción y la inseguridad que generaba la guerra. La ayuda norteamericana a El Salvador experimentó un salto impresionante a partir de 1980, cuando una victoria militar por parte del FMLN era una posibilidad muy real. Mientras que la ayuda norteamericana durante el período 1971-1979 fue de US$15.6 millones anuales en promedio, durante 1980-1982 se incrementó a un promedio de US$178.1 millones anuales y en 1983-1986 a US$440.3 millones anuales, cuando alcanzó los niveles más altos.45 Entre 1979 y 1989, Estados Unidos inyectó un total de casi US$3,640 millones a El Salvador. (Ver Cuadro 2.) De este total, casi las tres cuartas partes entraron como “ayuda económica” y el resto como “ayuda militar.” Sin embargo, la distinción no es tan clara, porque parte de los fondos de ayuda económica permitían al gobierno destinar fondos propios para el gasto militar, de tal manera que la ayuda económica se convertía en militar mediante un malabarismo contable. Además, la estadística de la ayuda oficial del gobierno de Estados Unidos no refleja los fondos que manejaba la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para apoyar diversas iniciativas políticas que se mantuvieron en secreto, tales como el financiamiento de partidos políticos, sindicatos y gremios.46

44 Laurence Whitehead, “Explaining Washington’s Central American Policies,” Journal of Latin American Studies, vol. 15, part 2 (November 1983), pp. 321-359; y William Leogrande, Our Own Backyard. The United States in Central America, 1977-1992 (Chapel Hill, North Carolina: The University of North Carolina Press, 1998), especialmente las páginas 3-9 y 580-590. 45 Herman Rosa, AID y las transformaciones globales en El Salvador (San Salvador: CRIES, 1993), p. 6. 46 William Leogrande, Our Own Backyard. The United States in Central America, 1977-1992, pp. 246-250.

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La asistencia estadounidense clasificada como “económica” se destinó a tres rubros principales: divisas para apoyar la balanza de pagos, financiamiento para proyectos específicos, y donaciones de productos agrícolas provenientes de las reservas del gobierno de Estados Unidos. Cerca del 44% de toda la ayuda se destinó a apoyar la balanza de pagos, lo que permitió a las empresas seguir importando materias primas y equipo para la producción. Un 39% se destinó a apoyar diversos proyectos específicos, especialmente la rehabilitación de servicios públicos afectados por el conflicto y la reforma agraria, mientras que un 17% consistió en alimentos que el gobierno vendía en plaza y cuyos ingresos le permitían llevar adelante proyectos de desarrollo social y económico.47

Cuadro 2 Ayuda de Estados Unidos a El Salvador (en millones de dólares corrientes)

Año Ayuda económica Ayuda militar Total

1979 11.39 0.01 11.40

1980 58.55 5.96 64.51

1981 120.56 35.50 156.06

1982 214.65 82.00 296.65

1983 247.77 81.30 329.07

1984 223.10 206.55 429.65

1985 424.83 146.25 571.08

1986 315.37 121.80 437.17

1987 447.58 111.52 559.10

1988 320.10 81.50 401.60

1989 301.26 81.40 382.66

Total 2,685.16 953.79 3,638.95 Fuente: Herman Rosa, AID y las transformaciones globales en El Salvador (San Salvador: CRIES, 1993), pp. 113-114.

En resumidas cuentas, El Salvador se convirtió en uno de los principales receptores en todo el mundo de ayuda económica y militar de Estados Unidos, superado en algunos años solamente por Israel y Egipto. Resulta obvio que sin esta ayuda el país se habría vuelto inviable desde comienzos de la década de 1980, tanto en términos del mantenimiento de un nivel de producción e intercambio mínimamente aceptable como del esfuerzo militar necesario para contener y derrotar a las fuerzas guerrilleras. Por supuesto, semejantes niveles de dependencia económica y militar acarrearon importantes costos en términos de la soberanía del Estado y la autonomía de las fuerzas políticas en tanto el gobierno de Estados Unidos se convirtió en un actor de primera magnitud dentro del sistema político salvadoreño.

47 Herman Rosa, AID y las transformaciones globales en El Salvador, pp. 13-14.

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Entreguerras

Roberto Turcios

Resumen

Este artículo tiene el propósito de ofrecer una propuesta de interpretación a la guerra que, en 1969, libraron El Salvador y Honduras. Plantea que esa acción se puede explicar por el modo de desarrollo que El Salvador había tenido durante las dos décadas previas. En medio de un fervor nacionalista casi unánime, los dirigentes salvadoreños trataron de asegurar que miles de familias de sus compatriotas siguieran residiendo en el país vecino para la sobrevivencia de la modalidad de desarrollo. No lo consiguieron, y el flujo migratorio hacia sus fronteras no se detuvo. Trataron, entonces, de arreglar la situación con la reforma agraria, al mismo tiempo que tendían a moldear la política conforme a la doctrina de la seguridad nacional. Los gobernantes adoptaron dos vías simultáneas: de la reforma y la seguridad. Y las prioridades se definieron por la seguridad. La fórmula condujo a una crisis, porque se canceló el proyecto de la reforma y se clausuró la apertura política. A fines de 1976, la Asamblea Legislativa estaba integrada sólo por diputados oficialistas, mientras en las calles había más opositores, algunos de ellos con las banderas de la revolución. Esta propuesta de interpretación plantea que la guerra contra Honduras causó el desajuste del modo de desarrollo y, sobre esa base, la gestión de la política condujo a una crisis histórica que fue la antesala de la guerra civil: por eso el título de Entreguerras.

La guerra contra Honduras, de 1969, y su secuela fueron la antesala de la guerra civil que estalló en los inicios de la década de 1980. La decisión de enfrentar al país vecino estuvo basada en malos cálculos, y moldeada por el nacionalismo autoritario que alentaban los medios de comunicación. Pero apenas transcurría una década cuando se produjo un momento político especial, dominado por los afanes reformistas del Gobierno. Al mismo tiempo, se gestaron organizaciones desafiantes que proclamaban la vía armada para llegar a la revolución.

Tres ideas se articulan tratando de explicar el proceso que vivió el país entre dos guerras: la de 1969 y la de la década de 1980. La primera es sobre el viraje estratégico que se operó a raíz de la guerra contra Honduras, cuyos resultados llevaron a un desajuste del modo de desarrollo que había imperado desde

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1950. La segunda se refiere al discurso que justificó la guerra de 1969, moldeado por un nacionalismo autoritario, despreocupadamente difundido por los medios de comunicación, y que luego llevó al país del reformismo a la política de seguridad nacional. Después de 1969 la política ya no fue la de antes, pues casi todos los bloques fundamentales se dividieron, se reagruparon y cambiaron las formas en que dirimían sus conflictos. Y la tercera idea es sobre la dimensión histórica del desenlace de aquel conflicto: entre 1969 y 1972 hubo una efervescencia singular que llevó, primero, al clamor nacional a favor de la guerra contra Honduras; después, el resultado de ésta condujo al desajuste del modo de desarrollo, que se había basado en la agroexportación, la industrialización, el Mercado Común Centroamericano y la emigración; y, a partir de tal secuela, llevó a la reformulación de todas las alianzas y estrategias políticas y militares. A continuación, entre 1973 y 1976, el curso de los acontecimientos estuvo determinado por el debate sobre la reorientación que tomaría el Estado.

Reforma o revolución fueron los argumentos centrales y opuestos de un tiempo de debates y definiciones nuevas en la década de 1970. Por un lado, un argumento que establecía diferencias y buscaba coincidencias era la reforma agraria; el otro planteamiento decisivo era el empleo de la vía armada como medio para conquistar el poder y hacer una revolución. Después de la guerra de 1969, pasado el clamor nacionalista, El Salvador se encontró con el retorno forzado de decenas de miles de mujeres y hombres que vivían en Honduras, con las fronteras de ese país cerradas para sus productos y con el Mercado Común Centroamericano paralizado. Sobre esa base se fue gestando una crisis histórica, que sería la matriz de la mayor de las guerras sufridas en El Salvador durante el siglo XX. Esa crisis no fue coyuntural ni tuvo un sustrato económico; fue más honda, porque rompió con la mayoría de las tendencias y los patrones que le daban forma a la evolución política y al desarrollo económico recientes.48 A la inédita unidad nacional de 1969 siguió la fragmentación que se nutría de la disputa por la definición del rumbo que tomaría el Estado.

Desfile de victoria

A partir del 14 de julio de 1969 hubo una cadena de hechos: el ataque por tierra y aire contra el país vecino, los combates, la ocupación de franjas del territorio hondureño, la batalla diplomática en el seno de la OEA, la orden girada por el organismo hemisférico de parar el fuego –y su posterior acatamiento– y, finalmente, el desalojo del territorio ocupado en el país vecino ante el riesgo de una condena continental. Después de todo eso, el miércoles 6 de agosto fue ¡el desfile de la victoria! En San Salvador y en las principales ciudades, la tropa marchó en medio de multitudes que aplaudían.

“Más de 500 mil ven el desfile”, fue el titular de un periódico; “Medio millón aclama tropas victoriosas”, dijo otro.49 La similitud de sus estimaciones pudo ser casualidad o provenir de los despachos del centro gubernamental de informaciones; con independencia de cuál fuera la causa, el hecho es que los medios de comunicación, en general, asumieron la condición de portavoces del mando militar sin ejercicios críticos, tendiendo a la complacencia con las posturas gubernamentales. En aquel momento pocas

48 La hegemonía no es vista aquí como un fenómeno total y unívoco, sino como un ejercicio de poder en una constelación, cambiante y contrapuesta, de distintas direcciones político culturales, entre las que puede sobresalir una de ellas. Además, el concepto permite una identificación flexible de las crisis. Para Gramsci se puede “excluir que las crisis económicas produzcan por sí mismas acontecimientos fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertas maneras de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de la vida estatal (...) En todo caso, la ruptura del equilibrio de fuerzas no ocurre por causas mecánicas inmediatas de empobrecimiento del grupo social que tiene interés en romper el equilibrio y de hecho lo rompe; ocurre, por el contrario, en el cuadro de conflictos superiores al mundo económico inmediato”. A. Gramsci. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, México, Juan Pablos Editor, 1975, pp. 74 y 75. 49 La Prensa Gráfica, en adelante LPG; El Diario de Hoy, en adelante EDH, 7 de agosto, 1969.

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personas pudieron sustraerse al fervor nacionalista; hasta la Asociación General de Estudiantes Universitarios (AGEUS), baluarte de la oposición cívica durante años, llamó a la incorporación a las filas del Ejército.

Ese 6 de agosto, el presidente, general Fidel Sánchez Hernández, lanzó su mensaje en el estadio Flor Blanca: “Si nosotros hubiéramos planificado operaciones de conquista territorial –dijo–, en este instante, hoy, día del Salvador del Mundo, este discurso lo estaría diciendo el Presidente de la República en Tegucigalpa”. Antes había proclamado, como razón de la guerra, la defensa de la dignidad humana, el uso de las armas en contra del “genocidio” cometido por el Gobierno de Honduras al expulsar a ciudadanos salvadoreños que vivía y trabajaban en el país vecino. En el momento del balance definitivo, el presidente Sánchez Hernández no tuvo dudas. “¡Hemos triunfado!”, dijo. “Tenemos la victoria demostrada en el campo militar. Desarticulamos y pusimos en fuga a las fuerzas que servían a un régimen que hace daño a Honduras”, declaró.50 Después se vería que aquella contundencia verbal tenía poco fundamento.

¿Cuál había sido el plan de guerra y sus objetivos políticos? Aún hoy, aunque existen más estudios, entre ellos un valioso análisis elaborado por oficiales militares que será citado más adelante, quedan lagunas sobre las razones que llevaron a comenzar la guerra. El entonces ministro de Defensa, el general Fidel Torres, dijo que el 13 de julio se reunió con toda la oficialidad del Ejército. Agregó que un teniente le hizo el siguiente comentario: “Mi general, usted nos ha hablado como político, hoy hablemos como militares”. Después de escuchar otras intervenciones, Torres les dijo: “Vayan a sus puestos y esperen órdenes”. Eso equivalía “a que les hubiera dicho: ´Vamos a la guerra`”, explicó. Después de esa reunión, el ministro le informó al presidente Sánchez: “Si no tomamos una resolución hoy, mañana no amanecemos como Gobierno”51. Pero, ¿cuál era el objetivo de ir a la guerra? Por razones obvias, escribió el general Torres, “no puedo determinarlo”52. Para Tomas Anderson era difícil decir “en qué punto los salvadoreños decidieron pasar más allá (…) Fidel Sánchez Hernández alega que fue una decisión de último minuto, forzada por los insultos y vejámenes intolerables” recibidos de Honduras. El mismo Anderson señalaba que “la magnitud de los sucesos sugiere que hubo mucha preparación”53.

Un estudio ordenado por el Estado Mayor Conjunto y realizado por tres militares en 2001 –el más completo llevado a cabo hasta ahora–54, sostiene que El Salvador tenía dos objetivos al tomar esa decisión. Primero, detener la expulsión de los salvadoreños de Honduras, asegurando los derechos de los nacionales, así como los derechos de posesión al momento de dictarse la reforma agraria en el país vecino. En segundo lugar, por medio de una acción ofensiva, “conquistar una zona de compensación en territorio hondureño que permitiera crear las condiciones favorables para negociar el restablecimiento de los derechos de los connacionales que estaban siendo perseguidos (…) parando el real y auténtico delito de genocidio que se estaba llevando a cabo”.55 Entre las pretensiones y los resultados se dio un trecho considerable, pues hubo que acatar la decisión de la OEA que ordenó el desalojo de las posiciones ocupadas. Según otras versiones, El Salvador consideró la posibilidad de una intervención internacional, pero con supuestos irreales. El general Juan Orlando Zepeda sostuvo que las “maniobras contemplaban

50 EDH, 7 de agosto, 1969. 51 Fidel Torres, Los militares en el poder, San Salvador, Editorial Delgado, 2007, p. 149. 52 F. Torres, ob. cit., p., 151. 53 Thomas P. Anderson, La guerra de los desposeídos. El Salvador y Honduras, 1969. San Salvador, UCA Editores, 1984, p. 118. 54 Según señala el general Álvaro Antonio Calderón Hurtado, el estudio se hizo para conocer el conflicto, sus orígenes, su escalada, las operaciones realizadas y sus consecuencias. Los oficiales seleccionados fueron el coronel Eliseo López Abarca, quien participó en esa guerra; el teniente coronel Jorge Alberto Molina Contreras y el mayor Rommel Alberto Aguilar Nóchez. Un conflicto en el corazón de América. La guerra de la dignidad nacional. El Salvador-Honduras. 14-18 julio 1969, mimeo, 2001, p. 16. 55 Abarca et al., ob. cit., p. 16.

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mantener estas posiciones para forzar a la OEA o Naciones Unidas, a intervenir y obligar a Honduras a negociar y cesar las expulsiones y el genocidio en contra de salvadoreños.” Agregó que la primera fase del ataque consistió en bombardear con aviones las bases aéreas hondureñas. La segunda “contemplaba la penetración del territorio hondureño por múltiples direcciones hasta alcanzar objetivos limitados dentro del territorio enemigo”.56

El estudio mencionado plantea que los objetivos de Honduras fueron los siguientes: en primer lugar, mantener su soberanía e integridad territorial, buscando frenar la inmigración salvadoreña, “para posteriormente buscar una rápida asistencia militar y apoyo diplomático de la comunidad americana, invocando para ello el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR)”. En segundo lugar, “buscar el más amplio reconocimiento de la comunidad internacional sobre los territorios fronterizos involucrados en el diferendo”. Y en tercer lugar, “potenciar su participación en el marco de las relaciones económicas entre los países de la región, por considerarse marginado y afectado en sus intereses”.57 A partir de los objetivos previstos y los resultados logrados puede estimarse cuál de los dos mandos político-militares había tenido un análisis más realista de la situación y de los escenarios probables. Como Anderson ha planteado, los hechos mostraban que el presidente salvadoreño buscó algo más que el ejercicio de una presión fuerte sobre su colega hondureño: “La pretensión del ex presidente salvadoreño de que el ataque fue una simple expedición punitiva que no intentaba ningún objetivo específico no están respaldadas por las disposiciones tácticas del ejército salvadoreño. Ciertamente el ejército cruzó en varios puntos la frontera, pero no todos (los movimientos) tenían la misma fuerza y varios parecían tener objetivos estratégicos definidos situados en las profundidades de Honduras”.58

Hasta hoy sigue sin conocerse el “escenario de victoria” previsto por el mando salvadoreño, pero no existen razones para pensar que no lo había calculado. Como Hanson ha señalado, “es difícil pensar en guerras que hayan sido el resultado de una falta de comunicación o de malentendidos. Es más común que estallen debido a una intención malévola o a una ausencia de medidas disuasorias, o porque un conflicto previo ha terminado sin una resolución clara o sin zanjar determinadas disputas (…) Margaret Atwood fue realista cuando escribió en su poema: ‘Las guerras ocurren porque quienes las empiezan / creen que pueden ganarlas’”.59 Si bien las circunstancias en El Salvador le exigían al mando militar una guerra –que no era extraña a sus deseos– y era un hecho que en Honduras ocurrían violaciones contra mujeres y abusos contra hombres y familias salvadoreñas, existe poca base para considerar que la decisión de la guerra fuera un acto apresurado sin más. Con el esfuerzo descomunal que significaba garantizar la alimentación de la tropa al día siguiente del ataque, ya se puede tener idea de la organización que debería estar en marcha. Y si a esto se agregaba el combustible, las municiones, las comunicaciones y la movilización de otros recursos necesarios para sostener la operación, todo apuntaba al cálculo de un “escenario de victoria”, que se consideraba viable en el corto plazo. Pero eso no ocurrió, fuera por ligerezas o malos cálculos; el caso es que los hechos siguientes parecían encajar en un desenlace no previsto.

Pretextos nacionalistas

En la composición de la crisis tuvieron un lugar destacado los medios de comunicación y los peculiares procesos formativos de la opinión pública en un ambiente de fervor nacionalista. Unos y otros siguieron los dictados del autoritarismo. Puesto que los medios desempeñaban una función decisiva y lo

56 Juan Orlando Zepeda, Perfiles de la guerra en El Salvador, San Salvador, Imprenta New Graphics, 2008, p. 134. 57 Abarca et al., ob. cit., p. 15. 58 T. P. Anderson, ob. cit., p. 120. 59 Víctor Davis Hanson, Guerra. El origen de todo, Madrid, Turner Publicaciones, 2011, p. 38.

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hacían con una actitud complaciente a los postulados de Casa Presidencial, el resultado era abrumador: una enorme caja de resonancia para los lineamientos del poder frente a los reducidos espacios para el ejercicio crítico. En los días de la guerra contra Honduras esa fórmula tuvo una evolución vertiginosa.

En 1969 prendieron las fogatas nacionalistas, las atizaron con unos partidos de fútbol cuando los directores de los medios de comunicación adoptaron la complacencia, y la fórmula resultó explosiva. Aquel año, los futbolistas disputaban un puesto en el Mundial de México, pero los encuentros deportivos fueron mucho más que eso cuando se juntaron con las denuncias de las violaciones contra la gente salvadoreña residente en el país vecino, a las que se desalojaba de las parcelas porque se había decretado la reforma agraria, que no reconocía derechos a los extranjeros. Las campañas fervorosas de los medios de comunicación convirtieron los hechos en episodios decisivos de la dignidad nacional. Pocos políticos e intelectuales resistieron el embrujo nacionalista y guerrero, hasta la AGEUS, con una tradición opositora que llegaba hasta su médula, se puso en fila tras los llamados bélicos; ni los militantes del Partido Comunista quedaron al margen de las calenturas guerreras. En ese ambiente, el presidente Sánchez Hernández proclamó la constitución del Frente de Unidad Nacional con el respaldo de los partidos opositores. El país estaba convocado a participar de una situación extrema. Y acudió en masa y en posición de ¡firmes!

Aquel año hubo clamor a favor de la guerra, en medio del despliegue de las artes de la manipulación nacionalista. Al clamor mayoritario siguió la guerra y, más tarde, vino un resultado cercano al desastre. La tropa debió abandonar los lugares conquistados y el Gobierno tuvo que aceptar la promesa hondureña de que los nacionales en el país vecino no serían molestados y los retornados recibirían compensaciones por lo perdido. Cuando ocurrieron esos sucesos, los medios de comunicaciones actuaron como amplificadores de las posiciones gubernamentales. No le dieron espacio a las posiciones críticas. Lo ocurrido en 1969 puede verse hoy casi como un caso de laboratorio. La dirección política y militar en el poder aparentaba resistir la petición de guerra, al tiempo que pedía su manifestación más amplia. Siguiendo esa línea terminó justificándose con el argumento de que si no hubiera ordenado las operaciones el 14 de julio, al día siguiente habría sido depuesta por un golpe de estado. Julio Adolfo rey Prendes, líder del Partido Demócrata Cristiano (PDC) en aquella época, dice que formó parte de una delegación de la Asamblea Legislativa encargada de visitar Nicaragua y Costa Rica en los primeros días de julio. En Managua, Somoza les dio una sorpresa, después de escuchar los propósitos de su misión de paz. “¡Cuál misión de paz! Ustedes van a la guerra con Honduras”, les dijo. Rey Prendes agrega que al tratar de desmentirlo, Somoza fue al grano: “el mismo Fidel Sánchez Hernández me lo ha dicho, díganle que es una locura lanzarse a una guerra, eso ocasionará serios problemas para Centroamérica”. Esta fue –dice Rey Prendes– la primera noticia que tuvimos de las intenciones de nuestro gobierno.60 En el país, sin embargo, el presidente Sánchez Hernández se mantenía en la posición de aparente rechazo a los combates. Mientras el argumento presidencial mantenía sus premisas, los medios de comunicación se encargaban de difundir versiones extremistas sobre los vejámenes reales que las personas salvadoreñas estaban sufriendo en el país vecino. Bajo esas condiciones se gestó un estado de exaltación nacionalista excepcional. Nunca en el siglo XX se había vivido algo como eso ni la Fuerza Armada había ocupado el sitio olímpico de aquellos días. Aun después del retiro de las tropas se mantuvo, durante algunas semanas, el apoyo casi unánime. Hoy puede ser causa de asombro que, entre tantas voces unánimes, no hubiera lugar para las posiciones críticas. Pero así fue, casi no se encuentra constancia de los cuestionamientos a los afanes guerreros. Es muy probable que los periodistas no los buscaran, pues también estaban sometidos a la vorágine de la unanimidad patriótica.

60 J. A. Rey Prendes, ob. cit., 194.

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Entonces no hubo espacio para la crítica que cuestionara el nacionalismo guerrero; El Salvador era una especie de altar donde se homenajeaban las leyendas de bronce y se rendía culto a los mitos del verde oliva militar en campaña.

Costos de una aventura

Después del “Desfile de la victoria” del seis de agosto, llegó el realismo. Hacia el 14 de julio habían regresado unas 20 mil personas, pero en los días siguientes seguirían aumentando hasta llegar a ser unas 100 mil que volvían sin nada o con muy poco. El país al que regresaban –comenta Anderson– “difícilmente podría darles la bienvenida. Después de limpiar la basura y las flores marchitas de la marcha de la «victoria», el pueblo comenzó a realizar que no había habido victoria y que el país había perdido mucho más de lo que había ganado en unas gloriosas pocas horas de combate.”61

Podemos medir el acierto de las decisiones político militares por sus resultados. Y los que dejó la orden de la guerra contra Honduras fueron cercanos al desastre. Veamos: el retorno forzoso al país de miles de hombres y mujeres, la fractura del Mercado Común Centroamericano y la desarticulación de un modelo nacional de crecimiento económico. Ese modelo, que se había forjado en la década de 1950, permitía la modernización industrial, facilitaba el flujo migratorio hacia Honduras, el crecimiento económico y la apertura política, aunque no garantizaba el bienestar social. Todo eso se rompió en 1969. Las dos décadas con mayor crecimiento económico en el siglo XX tuvieron un final violento, que dio paso a un periodo convulso que, en los siguientes años, creó las condiciones para una crisis histórica. El Salvador se encontraba ahora con los costos de la guerra, las fronteras cerradas, el mercado común bloqueado y miles de familias retornadas a la fuerza. En lugar de la proclamada victoria había un panorama nuevo que cancelaba el modelo de crecimiento y la apertura política forjados en las décadas anteriores. ¿Cómo fue posible que el simplismo nacionalista se entronizara sin resistencias de peso? La pregunta sigue teniendo actualidad en más de un sentido.

Ocho días después del “Desfile”, el Consejo de Ministros tomó una decisión reveladora: la formación de un grupo para estudiar la reforma agraria en El Salvador. La decisión representaba el reconocimiento del impacto causado por el retorno forzoso de miles de personas antes dedicadas, en su mayoría, a la agricultura en Honduras que volvían a las zonas rurales de su país de origen. Esa decisión formaba parte de un cambio profundo: sólo dos años atrás, en 1967, la reforma agraria había recibido condenas tajantes durante la campaña presidencial, cuando el candidato de las izquierdas, Fabio Castillo, del Partido de Acción Renovadora, la había proclamado como su principal bandera. ¿Qué había pasado para semejante cambio? Las fronteras hondureñas estaban cerradas para los productos salvadoreños y para la población que, movida por las urgencias cotidianas, se trasladaba al país vecino; no sólo era eso, miles de familias residentes en Honduras debieron regresar a El Salvador. Así, dos de los pilares del crecimiento salvadoreño reciente sufrieron fracturas irremediables: uno era la integración centroamericana; el otro, la emigración hacia el país vecino.

Desde la década de 1950 había ocurrido una transformación impresionante. La construcción de presas hidroeléctricas y carreteras, la creación de la seguridad social, la instalación de plantas industriales, todo fue producto de una visión estratégica extraordinaria enfocada en la modernización, mediante el aprovechamiento de los altos precios del café en el mercado internacional. Jorge Sol Castellanos fue una persona clave en el diseño del nuevo rumbo del Estado durante la década de 1950. Sus explicaciones tenían la contundencia del conocimiento sobre las restricciones y las oportunidades de un modelo que había permitido el crecimiento económico y la modernización. “Para El Salvador –comentaba Sol Castellanos–, el Mercado Común Centroamericano no es sólo una integración económica: lo digo con toda

61 T. P. Anderson, ob. cit., p. 147.

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franqueza. ¡Para El Salvador no es eso un ideal solamente, para nosotros es parte de nuestras necesidades vitales y económicas: El Salvador tendría grandes dificultades para subsistir, con una economía suficientemente sólida, dentro de las limitaciones actuales de sus recursos y de sus mercados propios!”.62 Una de las limitaciones a la que se refería era el de la población campesina, pero la causa de ese problema era el poco acceso al uso de la tierra y al empleo permanente. Esa era la gente que se iba a trabajar a Honduras, porque aquí había concentración de la propiedad de la tierra y poco acceso al cultivo de parcelas.

Según los cálculos del Gobierno de El Salvador, en 1969 eran 300 mil personas las que estaban en territorio hondureño.63 Eso significaba que, en el año de la guerra, uno de cada ocho habitantes en Honduras era salvadoreño.64 La emigración salvadoreña al país vecino representaba una tendencia histórica que estaba en la matriz del modo de desarrollo. De acuerdo con el estudio de Durham, entre 1950 y 1961, periodo en el que creció la planta industrial con base en el fomento gubernamental, hubo cerca de cien mil migrantes internos y otros cien mil externos. Desde finales del siglo XIX hasta las postrimerías de la década de 1960 habría existido un total de 300 mil personas en la migración interna y otra cantidad igual en la migración externa. Entre 1950 y 1961 se había producido el 32% de la primera y el 39% de la segunda.65 El crecimiento en El Salvador tenía una de las bases funcionales en la salida de su gente, en especial, hacia Honduras. Por todo eso aquel país era, sin lugar a dudas, el más hermano entre todos los centroamericanos y con el que se tenían las relaciones más conflictivas. Cuando Honduras decidió emplear la presencia salvadoreña en su territorio como una carta de presión hacia El Salvador crecieron los problemas bilaterales. Se vio después de 1965, año en el que ambos gobiernos suscribieron un convenio migratorio; cuando llegó el tiempo de su prórroga, Honduras se negó a concederla, “a pesar de las reiteradas solicitudes del gobierno de El Salvador, porque aquella oleada de inmigrantes no cesaba y estaba conformando un grave problema social y, además, las organizaciones campesinas de Honduras empezaban a reclamar tierras”.66 A fines de 1967, Honduras buscó la negociación en una entrevista, celebrada en San José, Costa Rica, donde el director del Instituto Nacional Agrario ofreció “como alternativa la colonización del valle Sico Paulaya, en el oriente de Honduras, donde se podían asentar miles de familias salvadoreñas”. Al año siguiente, en julio, reiteró la propuesta ante el ministro salvadoreño de Economía, quien ofreció la gestión conjunta ante el BID, si se llegaba a la elaboración de un proyecto.67 Pero no hubo acuerdo; y mientras en los dos países aumentaban los problemas políticos, un gobierno optó por la reforma agraria y la expulsión de los salvadoreños, pues de acuerdo con la Ley ellos no podían ser beneficiarios; mientras el otro gobierno prefería prepararse para una prueba militar. Y así se formó el teatro para la guerra entre dos países con fronteras comunes y poblaciones hermanas.

62 En R. Turcios, Autoritarismo y modernización. El Salvador 1950-1960, San Salvador, ediciones tendencias, 1992, p. 45. 63 William H. Durham, Escasez y sobrevivencia en Centroamérica. Orígenes ecológicos de la guerra del fútbol, San Salvador, UCA Editores, 1988, p. 82. 64W. Durham, ob. cit., p. 16. 65 W. Durham, ob. cit., Tabla 2.6, p. 83. 66César Elvir Sierra, El Salvador, Estados Unidos y Honduras. La gran conspiración del gobierno salvadoreño para la guerra de 1969. La historia militar y diplomática de la guerra de las 100 horas de 1969, Tegucigalpa, Litografía López, 2002, p. 36. 67C. E. Sierra, ob. cit., p. 39.

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Unidad perdida

La declaración de victoria del 6 de agosto terminó formando parte de una situación cercana al fracaso. Y a un fracaso siguió otro, y otro más hasta darle forma a una crisis histórica. La base no era una crisis económica insalvable, era algo peor: a partir de 1969 despuntaba una crisis general, a raíz del deterioro progresivo de las modalidades políticas, culturales e intelectuales que permitían la reproducción de la peculiar hegemonía liderada por militares.

La guerra produjo primero una forma de unidad nacional que el país no había conocido; después la unidad se disolvió, pero quedó un sustrato, un ánimo reformista que dominó una parte principal de los debates nacionales hasta 1976. El Gobierno levantó la bandera de la reforma agraria y parecía dispuesto a sostenerla. De hecho, la sostuvo durante seis años, mientras en su seno tomaban forma los enfoques de seguridad nacional y se volvían cada vez más fuertes. Al final, en 1976, quedó resplandeciente la última, cuando ya quedaba poco de la reforma, pues había perdido la oportunidad de imponerse en tres coyunturas sucesivas, como se verá más adelante.

Cuando estalló la guerra, en 1969, El Salvador estaba en medio de una experiencia política inédita. Desde 1964 los opositores aumentaban sus votos, el número de escaños en la Asamblea Legislativa y las municipalidades a su cargo. En la elección presidencial de 1967 hubo una vuelta a las prácticas anteriores contra dos de las candidaturas opositoras: la de Abraham Rodríguez, del PDC, y la de Fabio Castillo, del Partido Acción Renovadora (PAR). Castillo lanzó como bandera de campaña la reforma agraria, y eso le valió para que lo acusaran de ser el portador de casi todos los males conocidos, hasta hubo sacerdotes de la Iglesia católica que amenazaron a sus seguidores. A pesar de ese tipo de campaña y del aparato del oficialismo, desde 1964, en el curso de cuatro años había surgido un nuevo mapa político, en el que destacaba el crecimiento opositor. Durante las elecciones de 1968, en las principales ciudades, la oposición ganó las alcaldías, y en la Asamblea sus diputados lograban cantidades desconocidas en la historia política nacional. El Partido de Conciliación Nacional (PCN) superaba sólo por dos votos al bloque opositor: al PCN le correspondían 27 escaños y a los opositores, 25; el PDC tenía 19; el Partido Popular Salvadoreño (PPS, de derecha), 4; el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR, socialdemócrata), 2.68 Después de la guerra, durante la campaña electoral de 1970, aparecieron de nuevo las exaltaciones nacionalistas moldeando la propaganda del partido oficial. Y así logró un vuelco de las tendencias anteriores. El principal partido de la oposición, el PDC, que controlaba 83 alcaldías,69 sólo quedó con 8, mientras el partido oficial, el PCN, ocupó 252, de las 261. La Unión Democrática Nacionalista (UDN) obtuvo una de las municipalidades.70 También en la Asamblea Legislativa el PCN aumentó el número de sus diputados; de los 27 que tenía antes pasó a 34, mientras el PDC bajó de 19 a 15. Los otros diputados correspondieron a la UDN (2) y al PPS (1).71 Si en la economía y la sociedad la guerra contra Honduras había dejado un balance con números rojos, en la política electoral el partido oficial conseguía saldos positivos y una recuperación notable, aunque los resultados de la capital mostraban que ahí la población no había sucumbido a las exaltaciones nacionalistas. Pero todos los entendidos en esas materias sabían que la verdadera batalla ocurriría en las elecciones presidenciales de 1972: las tendencias electorales mostraban el ascenso de la oposición y la declinación del partido oficial; si se mantenían esas tendencias, conducirían a la alternancia en la

68Diario Oficial, 6 de mayo, 1968, Pp. 4827-4880. 69 Rubén Zamora, “¿Seguro de vida o despojo? Análisis político de la reforma agraria”, en ECA, septiembre octubre 1976, p. 517. 70La Prensa Gráfica, 12 de marzo, 1970. 71La Prensa Gráfica, 15, 17 y 18 de marzo, 1970.

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presidencia de la república. Sin embargo, la elección de 1970 ya había mostrado el crecimiento de las posturas típicas del autoritarismo oficial y la declinación de sus ánimos reformistas.

Virajes de crisis

Vivimos momentos trascendentales, declaró el presidente salvadoreño el 15 de septiembre de 1969, dos meses después de haber dado la orden de ataque contra el país vecino. “Los acontecimientos recientes –agregó– marcan el comienzo de una nueva etapa de nuestra historia: la de la realización impostergable de los cambios necesarios. Nuestra política se basa fundamentalmente en tres reformas trascendentales: reforma educativa, reforma agraria y reforma administrativa”.72 Así anunció las nuevas líneas gubernamentales que presentaban una reorientación de fondo, por la adopción de las opciones reformistas. El presidente había librado su campaña electoral con un rechazo vehemente a la reforma agraria, pero después de la guerra la declaraba como su propósito fundamental. Cuando comenzaba un nuevo año, en enero de 1970, inauguró el Congreso de la Reforma Agraria, cuya preparación había sido tan compleja que había implicado una especie de golpe de estado en la Asamblea Legislativa. En noviembre, la mayoría de diputados, con la inasistencia de una veintena de sus colegas, cambió la Junta Directiva.73 El cambio en la directiva permitió la convocatoria a un inusual congreso para discutir la reforma agraria con los representantes de universidades, partidos políticos, gremiales empresariales y sindicatos. La reforma agraria estaba convertida en el asunto capital de la política salvadoreña, mientras comenzaban a formarse las primeras organizaciones en torno al compromiso con la lucha armada. Como en toda América Latina, El Salvador había recibido el impacto de las posiciones proclamadas por el Che Guevara en Bolivia. Haremos la reforma agraria, dijo el presidente Sánchez Hernández en la jornada de inauguración del Congreso.74 “Queremos que la nuestra sea auténticamente salvadoreña, como la sangre que corre por nuestra venas”, agregó. Por las circunstancias del país tan candentes, se podía suponer que él no estaba diciendo un discurso improvisado. Había grupos empresariales cautelosos por la evolución posible del Congreso; así quedó claro cuando los directores del debate pidieron la primera votación. Entonces los líderes empresariales, después de presentar sus argumentos en contra de ese procedimiento, optaron por retirarse del evento. Pero el debate siguió durante dos días más, con acuerdos en las comisiones y votaciones en las sesiones plenarias; al final dejó varias propuestas para la realización del asunto más polémico de la política nacional. El surgimiento de un debate tan vigoroso expresaba el cambio de las condiciones nacionales a raíz de los resultados de la guerra. Las mujeres y los hombres que participaban en política –cada vez aparecían más mujeres– se encontraban ante la necesidad de actualizar sus interpretaciones y sus formas de acción. Las opciones reformistas y las revolucionarias fueron reformuladas, también los enfoques de la seguridad gubernamental, al mismo tiempo que cambiaba la composición de los principales bloques políticos.

La situación general del país se estaba transformando con rapidez, y en el curso de esa transformación quedó la primera oportunidad perdida para la reforma agraria, entre el final de 1971 y el inicio de 1972. El presidente Sánchez Hernández tuvo las propuestas de ley y de ejecución en su escritorio, pero decidió aplazar las medidas, argumentando que estaba muy cerca la fecha electoral. Una de las personas más comprometidas con el proyecto y que más había trabajado para terminarlo, el ministro Enrique Álvarez Córdova, no quedó satisfecho, aunque aceptó la decisión. Quiero dejar la responsabilidad

72F. Sánchez Hernández, “Mantengamos la unidad para realizar los cambios”, Cruzada por la dignidad, San Salvador, s. e., mayo, 1971, p. 90. 73 “Cambian a directiva Asamblea Legislativa”, La Prensa Gráfica, 5 de noviembre, 1969, p. 3. 74La Prensa Gráfica, 6 de enero, 1970.

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de comenzar este proceso en manos del nuevo presidente, le habría dicho Sánchez Hernández a Álvarez Córdova.75

Fraudes y golpes de una crisis histórica

En 1972, las candidaturas presidenciales mostraron que había una composición nueva de las fuerzas políticas. El PCN presentó, como acostumbraba, a un militar, el coronel Arturo Armando Molina, acompañado de un civil, Enrique Mayorga Rivas. Hasta allí llegaban los patrones conocidos, pues había dos planillas más procedentes de la derecha: una por el PPS, José Antonio Rodríguez Porth y Guillermo Palomo, y otra por el Frente Unido Democrático Independiente (FUDI), el general José Alberto Medrano y Raúl Salaverría Durán; la primera vinculada al capital industrial y urbano; la segunda, al capital agrario, encabezada, además, por quien hasta hace poco había sido el gran señor de todos los hilos de la inteligencia política del régimen. Las cuarteaduras dejadas por la guerra con Honduras alcanzaban al bloque de las derechas, ahora dividido, en parte, por las promesas reformistas del Gobierno. Mientras tanto, el bloque de centro izquierda asistía unido. Tres partidos, el PDC, el MNR y la UDN, llegaban coaligados en la Unión Nacional Opositora (UNO). El segundo de los partidos proclamaba una adhesión socialista, mientras el tercero tenía vínculos con el Partido Comunista. Sus candidatos eran José Napoleón Duarte, del PDC, y Guillermo Manuel Ungo, del MNR. Duarte era una figura nacional, que ya había triunfado en varias ocasiones para ocupar la alcaldía de la capital. Cuando llegó el momento de contar los votos se impuso la maquinaria oficial, aplicando el manual de la imposición autoritaria con descaro. El CCE declaró que el PCN había triunfado con una diferencia de 22 mil 127 votos; sin embargo, los candidatos de la UNO alegaron que, de acuerdo con los datos de las actas levantadas en los centros de votación, la victoria les correspondía a ellos y que la diferencia a su favor era de 9 mil 432 votos. Varios mecanismos de fraude funcionaron, según la UNO, entre ellos el daño malicioso a las papeletas con votos opositores para que, al momento de hacer el recuento, pudieran anularlas porque se encontraban dañadas.76 Solicitaron, entonces, la revisión de las actas, pero se encontraron con una novedad: las actas en poder del CCE no mostraban los mismos resultados que tenían cuando los vigilantes de la coalición las habían firmado. De todas maneras, a pesar de las adulteraciones, el PCN no alcanzó la mayoría exigida por la ley. Le tocó la elección a la Asamblea Legislativa. El 25 de febrero allí se procedió con celeridad: llegó la nota del CCE, el presidente de la Asamblea convocó a los diputados y en la reunión se negó a prestarle atención al argumento legal opositor que sostenía que debía esperarse el desenlace de los recursos de nulidad presentados ante el CCE. El presidente pidió la votación; para ese momento ya no quedaban diputados de la oposición en el recinto, pero los votos de los del PCN bastaron para el acuerdo.77 El año en que Arturo Armando Molina comenzó su mandato fue memorable por la campaña, la elección, los resultados y el fraude. Aunque ya con eso era suficiente para pensar en un cambio de la tónica que traía la apertura desde 1964, el capítulo siguiente no dejaría dudas. Un mes después de la elección presidencial se celebraron las legislativas y municipales. Entonces se registró un resultado excepcional: la mayoría de la población del departamento de San Salvador respondió al llamado que le hizo la UNO pidiéndole que anulara el voto. ¡Y ganaron los votos nulos! Así lo estableció la Junta Electoral Departamental, pero el CCE revocó esa decisión ordenando que se declarara electos a los diputados del PCN.78

75 John W. Lamperti, Enrique Álvarez Córdova. La vida de un salvadoreño revolucionario y caballero, Eduardo Castillo (trad.), San Salvador, Grafika Imprenta, 2009, p. 113. 76El Diario de Hoy, 22 de febrero, 1972. 77El Diario de Hoy, 26 de febrero, 1972. 78La Prensa Gráfica, 24 de marzo, 1972.

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“El 20 de febrero hizo crisis el tímido ensayo democrático iniciado hace diez años por el gobierno pecenista”, declaró la UNO. La victoria popular –agregó– “obligó al gobierno a descubrirse públicamente y a demostrar que para él las elecciones no son la vía por la cual los salvadoreños escogen a sus gobernantes, sino que constituyen una amplia pantalla concebida sólo para mantenerse en el poder”. El fraude de la elección presidencial “fue superado con creces el domingo 12 de marzo. En esta última ocasión se rellenaron urnas a la vista de todos”, y los vigilantes de la UNO fueron expulsados de los centros de votación, sostenía la coalición opositora.79 El rumbo que tomaba la política tenía poco que ver con el proceso de apertura político electoral de 1964.

El 24 de marzo los periódicos informaban del rechazo del CCE a la declaratoria de nulidad de las elecciones en San Salvador y al día siguiente estalló la rebelión militar, encabezada por el coronel Benjamín Mejía. Al día siguiente los reportes de prensa hablaron de cien muertos y más de 200 heridos en los combates sostenidos la madrugada del sábado 25.80 La rebelión fracasó y al amparo de la ley marcial, decretada después, hubo capturas, muertes y desapariciones. Con el fallido golpe de Estado, la reacción represiva y la reducción de los espacios políticos quedó patente el cambio de rumbo político. Tres años después de la guerra contra Honduras, por varios lados aparecían las fracturas, las recomposiciones y los virajes. Sobresalía el que tomaba la dirección política militar en el Gobierno, pero no era el único. Otros hechos revelaban la existencia de organizaciones que apostaban por la revolución, y lo hacían incorporando las formas militares a sus estrategias. El 2 de marzo de 1972 hubo un ataque armado contra los guardias nacionales que se encontraban apostados en el hospital Benjamín Bloom.81 A pesar de haberse realizado sólo una de las dos operaciones planificadas, el anuncio sí quedó completo: existía un nuevo tipo de organización política, la cual hacía su lanzamiento público como Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Más tarde, también harían su aparición pública, después de dos años de estar organizándose en la clandestinidad, las Fuerza Populares de Liberación (FPL). El presidente Molina confirmó que estaba decidido a dirigir un viraje político. El 19 de julio, la Asamblea Legislativa destituyó al rector de la Universidad de El Salvador (UES) y a otras autoridades basándose en que la Corte Suprema de Justicia había declarado inconstitucional la Ley Orgánica de la Universidad. Luego del decreto legislativo, la tropa, sin dilación, procedió a la ocupación militar de las instalaciones universitarias en la capital, en San Miguel y Santa Ana.82 Las autoridades militares aseguraron que habían encontrado propaganda guerrillera, pelucas, documentos falsificados y marihuana; en cambio, apenas dijeron que no habían hallado armas ni pertrechos de guerra. Las piezas siguientes de la restructuración autoritaria no necesitaron de los argumentos jurídicos: las autoridades de la Universidad salieron expulsados al exilio, mientras la tropa con sus armas se instaló en los recintos universitarios, donde permanecería durante varios meses. La situación de la Universidad podía tomarse como el símbolo del nuevo periodo. El principal centro de estudios e investigaciones del país era administrado por un cuerpo militar y parecía caminar hacia atrás. Casi al mismo tiempo que se decretó la representación proporcional, en 1964, la Universidad había impulsado su propia reforma, durante el rectorado de Fabio Castillo. Entonces, el presidente Rivera optó por la negociación con sus autoridades. Ya había voces que planteaban la intervención, pero el Presidente declaró que no ordenaría ninguna intervención militar. Ocho años después, el presidente Molina adoptaba la misma decisión que Rivera descartó, es decir, el uso de la tropa contra los universitarios. El gobierno de Molina puso en práctica un nuevo enfoque sobre la política gubernamental

79La Prensa Gráfica, 16 de marzo, 1972. 80La Prensa Gráfica, 26 de marzo, 1972. 81 Luis Alvarenga, Tiempos de audacia. Los mass media de una guerrilla. Ejército Revolucionario del Pueblo 1972-1992. P. 40. San Salvador, CECADE, 2013. 82La Prensa Gráfica, 20 de julio, 1972.

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y la seguridad nacional con una elocuente secuencia de hechos: el nacionalismo autoritario en las elecciones de 1970, el fraude de 1972, la ley marcial que siguió al golpe de estado, el aumento de la represión y la ocupación militar de la UES. El panorama político tenía dos aspectos notables: uno era la reorganización de las fuerzas políticas y sociales principales; otro, el viraje adoptado por la dirección gubernamental que cerraba la apertura política de los ocho años anteriores. Para entonces estaba dividida la Iglesia católica, la Fuerza Armada, el bloque histórico de las derechas, también el de las izquierdas. En tres años, entre 1969 y 1972, todas las corrientes principales estaban sometidas a la ley de la fragmentación y la reagrupación.

Rubén Zamora, en un buen análisis sobre aquella época, veía en el pasado próximo “una situación de crisis permanente” que se expresaba “tanto en una crisis de hegemonía que se ha cristalizado a lo largo de estos 45 años, como en los intentos recurrentes de reconstruir un bloque en el poder con dirección hegemónica”.83 Sin embargo, también podía verse cómo el bloque dominante salvadoreño, en la última década, se articulaba de una forma peculiar, a partir de la dirección política de la cúpula militar y la conducción económica de la cúpula oligárquica de empresarios y propietarios. Luego de la guerra contra Honduras, esa dirección política entró a un periodo nuevo, caracterizado por la inestabilidad y los virajes, como consecuencia de la necesidad de lograr la reorientación estatal exigida por los desajustes causados por la guerra. La base sobre la que se había gestado la apertura política ya no funcionaba más; uno y otra, el modo de desarrollo y la apertura, estaban bloqueados. Entre 1969 y 1972 el país quedó con su modo de desarrollo atascado, pues los patrones de su funcionalidad, implantados en la modernización de los años 50 –entre ellos la emigración y el ensanchamiento industrial centroamericano– estaban paralizados, mientras los de la política transitaban hacia las formas represivas de tratar los conflictos. En 1972, el país transitaba hacia otro periodo político. La apuesta revolucionaria ya era un hecho y un factor en la ecuación política nacional. Las mujeres y los hombres comprometidos con esa causa eran, en su mayoría, jóvenes, y formaban unos cuantos grupos dispuestos con audacia a derribar violentamente el orden establecido. Por el momento, sin embargo, el lugar central de los conflictos en la vida pública lo tenía la reforma agraria. El grupo dominante del bloque en el poder confiaba en la renovación de su hegemonía peculiar, en la recuperación de su liderazgo, bastante maltrecho después de la guerra, el fraude electoral, el golpe de estado y la ocupación de la Universidad.

Reforma y revolución

Sánchez Hernández habló en forma inusual: “Las cien horas que ustedes han escrito en la historia de la República marcarán el hasta aquí y el desde aquí de muchas cosas. Que sea la sangre de nuestros compañeros caídos semilla de resurrección (…) Que el martirio de nuestros compatriotas en Honduras nos abra más los ojos y vuelva a los salvadoreños más sensibles al sufrimiento de nuestros hermanos aquí en nuestro territorio”.84

Otros también advirtieron las nuevas condiciones dejadas por la guerra. En lo que ha ocurrido en El Salvador, en virtud de la situación límite por la cual ha atravesado, expresó Ignacio Ellacuría, “problemas que se pretendían ignorar, que afectaban el ser mismo de la nación, se han presentado con todo relieve; fuerzas positivas, que parecían no darse, han surgido con todo vigor; la conciencia nacional, en conjunto,

83 R. Zamora, ob. cit., p. 514. 84 F. Sánchez H., Discurso, 26 de julio, 1969, en Un conflicto en el corazón de América, ob, cit., p. 45.

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ha crecido de la propia situación y de las posibles soluciones.85 Ellacuría estaba viendo posibilidades de una reorientación estatal con alcance revolucionario, a partir de la guerra contra Honduras.86

El Gobierno se encontraba ante una prueba de fuego, pues tenía que avanzar hacia la reforma con el previsible rechazo de los propietarios a cualquier política de cambio. Sin embargo, en 1970, el presidente Sánchez se interesó por la reforma agraria, creó la comisión que la estudiaría, presidió el Congreso que la abordó con amplitud y respaldó los novedosos esfuerzos de su ministro de Agricultura y Ganadería, Enrique Álvarez Córdova. Con base en una normativa especial, Álvarez lideró la creación del primer Distrito de Riego en el Valle de Zapotitán, el cual puso límites a la extensión de la propiedad.87 Este último aspecto dio lugar a las primeras manifestaciones hostiles de los grandes propietarios a la idea reformista; de todas maneras, el Gobierno no presentó un proyecto nacional por la cercanía de las elecciones de 1972.

La patria se encuentra en una encrucijada, “la encrucijada en la que están en juego los destinos del país es la de saber si es posible transformar este país mediante el orden, el apego estricto a la Constitución y una enorme dosis de sentido común, o si tenemos que abandonarlo a los que siguen la vía de la violencia, del aventurerismo o de la dictadura”, advirtió el coronel Molina cuando tomó posesión como presidente de la república.88

Molina mostró su disposición a continuar con el proyecto reformista nombrando a Álvarez Córdova como su ministro de Agricultura; y Álvarez creyó que lo podían realizar, pues aceptó. Al mismo tiempo, Molina no dejó dudas sobre su plan de seguridad cuando dio la orden de ocupar la Universidad. Las dos medidas se vinculaban. En el primer lugar de la agenda gubernamental se encontraba, según escribió después el presidente Molina, el “problema agrario” y, luego, en el número uno de los asuntos por atender, “de acuerdo con la urgencia de cada uno”, estaba “ordenar la casa de estudios superiores –Universidad de El Salvador–, a fin de asegurarnos despegar con un clima de paz”.89 Esos ánimos no eran locales solamente, también los sostenía una de las corrientes de los ejércitos en América Latina, y que, un año más tarde, tendría un referente emblemático en Chile. Otra corriente declaraba el propósito de seguir una ruta propia, apartándose del tutelaje de los Estados Unidos, y teniendo referentes significativos, como Perú y Panamá. El coronel Molina parecía guiarse por una doble intención: con el reformismo y la seguridad, pero con la prioridad puesta en el anticomunismo.

“Si no empleamos acertadamente y con decisión las armas del desarrollo económico y de la justicia social, nuestra patria puede correr la suerte trágica de los pueblos que han sido esclavizados por la dictadura comunista”, dijo el presidente Molina en su toma de posesión.90 Entonces parecía que la guerra sólo había tenido un impacto coyuntural; en efecto, de 1968 a 1970 se registraron los índices más bajos del crecimiento económico en diez años, pues después de un 5.5 en 1967, pasó a 3.2 en 1968, 3.5 en 1969,

85 I. Ellacuría, “Los derechos humanos fundamentales y su limitación legal y política”, en Veinte años de historia de El Salvador (1969-1989). Escritos políticos, San Salvador, UCA editores, 2005, p. 511. 86 Si la acción bélica de El Salvador, decía Ellacuría, “sirve para emprender un nuevo camino de unidad nacional, más social que político y de apertura a las exigencias de la justicia y de los derechos humanos, entonces, se cerrará la boca a quienes, en nombre de la prudencia, pretenden impedir decisiones violentas. En momentos de crisis, los resultados de las decisiones prudentes pueden ser imprudentísimos. Sólo en circunstancias dramáticas de crisis total, los pueblos alcanzan la lucidez y la energía precisas para lograr una conversión decisiva de alcance revolucionario. Y El Salvador necesita una conversión decisiva de alcance revolucionario”. Ob. cit., p. 504. 87 J. W. Lamperti, ob. cit., p. 110. 88 Arturo Armando Molina, “Confesiones sobre la transformación agraria”, en Waldo Chávez Velasco, Lo que no conté sobre los presidentes militares, San Salvador, Índole Editores, 2006, p. 189. 89 A. A. Molina, ob. cit., p. 186. 90 “Discurso de toma de posesión”, en Sara Gordon, Crisis política y guerra en El Salvador, México, Siglo XXI editores, 1989, p. 163.

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y 3 en 1970. En 1971 ya había un repunte, con una tasa de crecimiento anual del 4.8 por ciento.91 Vista por periodos, la tasa promedio reflejaba el impacto de la guerra: entre 1961 y 1966 fue de 7.6, mientras entre 1966 y 1971, de 4.92 Debe reconocerse, decía el Plan de desarrollo, “que el sector industrial constituyó un factor dinámico en la primera parte de la década, y que su debilitamiento en la segunda parte del decenio obedeció a diversos factores relacionados con el proceso de integración del área centroamericana”.93

El reformismo gubernamental formaba parte de una visión moldeada por el autoritarismo histórico y el enfoque de seguridad nacional; así, según el pensamiento del presidente Molina, para emprender la reforma primero había que poner “orden” en la UES. Pero, por otro lado, los ojos de la dirigencia gubernamental seguían con atención los acontecimientos políticos de América Latina, así como los que sucedían en la primera fila del enfrentamiento con el comunismo, donde Viet Nam estaba en el lugar sobresaliente. El curso de ese conflicto cambió las percepciones sobre el estado de la Guerra Fría, en especial en las corrientes de derecha más fervorosas, que veían los acontecimientos de París a Kent,94 pasando por los de México y los cargos contra el presidente Nixon, como una conspiración comunista de largo alcance. Hasta la Casa Blanca, desde los primeros años del gobierno de Nixon, al despuntar la década de 1970, estaba enfrascada en tratar como enemigos a quienes criticaban la guerra en Viet Nam.95

En El Salvador, con acontecimientos de signo diferente, 1973 se perfilaba como el año de la reforma y bajo ese supuesto trabajaban los titulares del MAG, quienes contaban con el conocimiento acumulado entre 1969 y 1972. Los aires reformistas producían hechos novedosos; en 1973 varios diputados viajaron a Perú para conocer la experiencia de la reforma agraria en aquel país;96 en agosto del mismo año hubo un seminario sobre la reforma agraria para oficiales militares.97 Todo parecía apuntar a la reforma. Esta era la segunda oportunidad y, aunque parecía mejor, tuvo el mismo final que la primera. ¡Siempre no! Como en la ocasión anterior, también esta vez la causa fue una decisión presidencial. No puedo esperar, le habría dicho Álvarez Córdova al presidente Molina, “eso me está dejando calvo, mejor olvídelo”.98 Y salió del Gobierno. Todo había transcurrido en los círculos del poder, así había sido hasta entonces; pero, en esta ocasión, las renuncias de los más comprometidos con el nuevo intento dejaron en evidencia los avances y los retrocesos en el entorno presidencial. “El intento de reforma agraria llevado a cabo entre 1972 y 1973 no llegó a ser objeto de debate público; su fracaso fue evidente cuando renunciaron los ministros que lo habían auspiciado”, dice S. Gordon en uno de los mejores trabajos realizados sobre el periodo.99 Hubo poca información para entender ese repliegue; existió, tal vez, como una de las explicaciones posibles, el ataque sostenido contra el gobierno de Chile y, después, en septiembre, el golpe de estado, que derrocó a Salvador

91 CONAPLAN, Plan de desarrollo económico y social. 1973-1977, San Salvador, mimeo, s. f. , cuadro 1, p. 2. 92 Ibid. 93 CONAPLAN, Plan de desarrollo, p. 3. 94 Universidad Estatal de Ohio, Estados Unidos. Cuatro estudiantes murieron ahí y otros nueve fueron heridos el 4 de mayo de 1970 por la Guardia Nacional. Los estudiantes protestaban pacíficamente por la invasión a Camboya. 95 “Desde los primeros días como Presidente, Nixon tomó medidas extremas, incluso ilegales, para atacar a quienes se opusieran a la guerra o pudieran revelar sus planes secretos para prolongarla. Él y sus ayudantes redactaron una ‘lista de enemigos’ en la que figuraban unos doscientos políticos, periodistas, celebridades y activistas (…) Nixon usó al FBI, la CIA, el fisco y otros organismos del gobierno para espiar, acosar y difamar a esos ‘enemigos’”. Christian G. Appy, La guerra de Vietnam, Barcelona, Crítica, 2008, p. 456. 96 S. Gordon, ob. cit., p. 167. 97 J. W. Lamperti, ob. cit., p. 120. 98 J. W. Lamperti, ob. cit., p. 121. 99 S. Gordon, ob. cit., 168. Gordon anota que en noviembre de 1973 renunciaron el secretario del Consejo de Planificación, Benjamín Noyola, el ministro de Agricultura, E. Álvarez Córdova, y un director del ministerio de Economía, Salvador Sánchez Aguillón.

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Allende y que sacudiría a toda Latinoamérica. Es probable que el viraje dictatorial chileno influyera en el curso reformista de los militares salvadoreños. Fuera esa causa u otra, el hecho decisivo era la cancelación de la segunda oportunidad para la reforma. Pero no hay segunda sin tercera, y ésta fue ruidosa y definitiva. Se hizo pública en 1974 y se extendió hasta 1976.

El presidente Molina hizo su primer movimiento en septiembre de 1974, al anunciar que el Instituto de Colonización Rural pasaría a ser el Instituto de Transformación Agraria (ISTA); más tarde, en junio del siguiente año, la Asamblea aprobó la Ley de su creación. El movimiento siguiente ocurrió un año después, en junio de 1976, cuando la Asamblea aprobó el Decreto del Primer Proyecto de Transformación Agraria, el cual determinaba el área afectada (58 mil hectáreas en el oriente), los límites de extensión permitidos para las propiedades (35 hectáreas el máximo y 3 el mínimo) y el procedimiento para la transferencia de su dominio. Entonces vino el gran debate político ideológico entre el Gobierno y las agrupaciones de los propietarios. No sólo ellos se pronunciaron; en las siguientes semanas pudo verse el incremento notable de organizaciones político sociales y su diversidad: además de las directamente enfrentadas, tomaron posición agrupaciones de campesinos, sindicatos, frentes de masas, organizaciones revolucionarias, al mismo tiempo que lo hacían los partidos políticos e instituciones tradicionales. En el primer grupo mencionado podía comprobarse el auge de las izquierdas, también podía verse la aguda conflictividad que mantenían; si bien todas rechazaron la medida –lo hizo también el PDC– no hubo intentos de construir una postura común; más bien aparecieron rechazos tajantes a las posiciones de las otras agrupaciones revolucionarias. Cada una presentó su perfil, sus peculiaridades, al analizar la medida, pero todas coincidieron en atribuir al «imperialismo» la razón de ser de la transformación agraria, también en el señalamiento de que la iniciativa del Gobierno tendía a profundizar el capitalismo. Sin embargo, se diferenciaron en las conclusiones. Aunque coincidía en los aspectos anteriores, el PCS exigió la ejecución completa del primer proyecto, mientras las otras corrientes –las que se expresaban en el BPR y el FAPU, vinculadas a las FPL y a la RN, respectivamente– no consideraron esa posibilidad. De una manera o de otra, todas veían la Transformación como un intento de neutralizar el avance del proceso revolucionario, aspecto en el que no estaban erradas. Y, sobre esa base, tanto el PCS, como el FAPU, encontraban condiciones para explorar acuerdos con otras agrupaciones.100 Todas coincidían, además, en denunciar que el «Gobierno de la Transformación» era el mismo que estaba ejecutando nuevas formas de represión en las ciudades y en las zonas rurales.

En el erosionado bloque político dominante estaban ocurriendo otras cosas. La corriente conservadora de rechazo produjo un alud de organizaciones y pronunciamientos. Todas lideradas por la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) y el Frente Agropecuario de la Región Oriental (FARO), que coincidían en denunciar la arbitrariedad gubernamental, en especial –alegaban– al violar el derecho a la propiedad e ignorar el criterio de la productividad. Fue tan novedosa esa posición, como la del Gobierno; esta última presentaba un discurso que defendía la necesidad de romper con la concentración de la propiedad agraria y propiciar la redistribución. Pocas veces se había visto un enfrentamiento tan duro entre un gobierno de militares y las asociaciones de empresarios y propietarios, pocas veces había quedado tan clara la erosión del liderazgo político de los militares y de su capacidad de convocatoria. En el seno de las clases dominantes, escribió Zamora, “se ha producido un desfase entre el proceso real: la política agraria del régimen, y la percepción que de esa medida han tenido los grupos dominantes; el papel que la ideología juega en las percepciones de esas clases (…) se encuentra presente, sobredeterminando su reacción”. La propuesta reformista, agregó Zamora, chocaba con el enfoque del derecho de propiedad prevaleciente en el sector empresarial y era percibida “como una amenaza y violación al principio fundamental sobre el que se erige la visión del mundo que las clases dominantes tienen”.101 Para Torres-

100 ECA, UCA, septiembre octubre, 1976, Documentos, Pp. 591 y ss. 101 R. Zamora, ob. cit., p. 529.

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Rivas, el “sentido profundo de la relación oligárquica es su ambigüedad entre el atraso y la modernidad (…); ya no se nutre sino de los ecos de la reproducción parasitaria de la renta de la tierra y de la exacción del valor del trabajo campesino (…) Lo que permanece ‘intacto’ es la base ideológica de esa dominación, que resulta ser la defensa de la propiedad privada a cualquier precio”.102

En seis años, la cúpula militar pasó de estar al frente de la unidad nacional a una situación parecida al acoso, porque sus aliados tradicionales protestaban con vehemencia y agresividad contra una de sus medidas fundamentales, la que se les ofrecía como un “seguro de vida”. “Desde la guerra con Honduras –planteó la revista ECA–, hace ya siete años, ningún acontecimiento ha sacudido ni siquiera de forma parecida al país. Y, desde luego, ningún acontecimiento, ni siquiera el de la guerra con Honduras o el intento de golpe de Estado hace cuatro años, ha sacudido tanto al capitalismo salvadoreño. Nos encontramos, por tanto, ante un hecho, que puede tener radical importancia en el proceso histórico de El Salvador (…) Este hecho insólito por su continuidad, su densidad y, sobre todo, por la abierta y aún encarnizada lucha entre los detentadores del poder económico y los detentadores del poder político, no puede menos de juzgarse como extraordinariamente significativo”.103 Lo era, en efecto, pues representaba el debate sobre una opción decisiva para hacer ajustes a los patrones históricos desajustados por la guerra contra Honduras, pero que, al mismo tiempo, erosionaba la base ideológica común del bloque dominante. Lo que quería ser un ajuste a los patrones históricos de desarrollo, con una fórmula reformista y autoritaria, producía grandes desajustes ideológicos. Y, como suele ocurrir en esas circunstancias extraordinarias, lo ideológico pasó a desempeñar un lugar decisivo en las posiciones del bloque dominante, hasta el punto de enfrentar a quienes eran aliados históricos y se habían comportado como socios oligárquicos.

El 15 de septiembre de 1976, en un discurso solemne con motivo del aniversario de la Independencia, el presidente Molina hizo una declaración que parecía irreversible: “con el pensamiento puesto en los próceres y en el Supremo Hacedor, les repito, y de una vez por todas, que no daremos ni un paso atrás en el camino de la transformación nacional, que continuaré dedicándole todos mis esfuerzos hasta el último día de mi mandato, con definición, decisión y firmeza”. Sin embargo, el 19 de octubre, tres meses después del mayor debate que habían tenido los propietarios y empresarios con el gobierno de los militares, la Asamblea Legislativa aprobó reformas sustantivas a la Ley del ISTA y a la Ley del Primer Proyecto. Decidimos –explicó varios años después el presidente Molina– “que la mejor alternativa o curso de acción era reformar los artículos del ISTA y del primer proyecto, es decir, modificar todo el plan y, por ende, aceptar su fracaso”.104

“A sus órdenes mi capital”, fue el título de un editorial memorable de la revista de la UCA, escrito por Ignacio Ellacuría.105 ¿Qué significa un cambio tan radical tras sólo tres meses de escaramuzas?, se preguntaba. “No hay porqué dudar que el Ejecutivo deseaba poner en marcha un proceso: Pero nada más aparecer el Primer proyecto de transformación agraria se desató una campaña ofensiva –de ataque y de ofensas– por parte de la ANEP (…) y de otros órganos fantasmales. Una campaña de la cual será difícil encontrar precedentes en la historia política de El Salvador”. Agregaba que se emplearon la mentira, la calumnia y la amenaza contra las autoridades y todos los que podrían suponer un apoyo al cambio social. “Esta campaña ofensiva debe caracterizarse como lucha de clases (…) una agudización de la lucha de clases, que buscó no perder nada de aquello en que se basa una verdadera dictadura de la burguesía (…) a la que el Estado no ha podido hacer frente más que durante tres meses (…) Que se llevaron la

102 E. Torres-Rivas, Revoluciones sin cambios revolucionarios. Ensayos sobre la crisis en Centroamérica, Guatemala, F&G editores, 2011, p. 56. 103 “Presentación”, ECA, septiembre octubre, 1976, ob. cit., p. 415. 104 A. A. M., ob. cit., p. 200. 105 I. Ellacuría, Veinte años de historia…, ob. cit., p. 649.

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transformación agraria es un hecho. Que el Gobierno ha dado no un paso atrás, sino un giro de 180 grados y una carrera de miles de pasos, es cosa evidente (…) Después de tantos aspavientos de previsión, de fuerza, de decisión, ha acabado diciendo: “a sus órdenes mi capital” (…) Ganó el capital, ganó la clase dominante, y perdió el Estado (…) Ciertamente, no se puede esperar ningún cambio profundamente estructural de un gobierno que tenga por su aliado principal a la oligarquía (…) Sin embargo, (…) sigue siendo hora de recordarle al Gobierno que no tiene –hoy menos que nunca– el más mínimo derecho a reprimir a quienes están exigiendo lo que él mismo les ha dicho que es absolutamente debido e irrenunciable. Sigue siendo hora de hacer todo lo posible para que no vuelva a repetirse este escandaloso, vergonzoso e injusto: “a sus órdenes mi capital”.

El impacto del artículo debe de haber sido directo, pues la UCA sufrió ataques violentos, varias bombas ese año, y perdió el aporte anual que el Gobierno le daba para su funcionamiento. El desenlace de la Transformación Agraria coincidió con la designación del sucesor presidencial, pues las elecciones se celebrarían en marzo del siguiente año. La “dictadura de la burguesía” se adelantó al gran elector, el presidente Molina, rechazando al coronel Guillermo García (supuestamente favorable a la reforma) y designando al general Carlos Humberto Romero, quien se había mantenido distante de la Transformación Agraria. Waldo Chávez Velasco estuvo presente en la reunión en que le reafirmaron el rechazo a la medida reformista y la preferencia por el candidato presidencial. “Los ricos le hacían saber al presidente Molina –dice Chávez Velasco– que estaban en contra del coronel García y a favor del general Romero. El mensaje, que en el fondo respondía al A sus órdenes mi capital de la UCA, estaba dado”.106 Los jugadores del bloque dominante habían lanzado todas sus cartas y, a la vista de ellas, lograban un acuerdo que depositaba las esperanzas de recomposición y estabilidad en la presidencia que comenzaría su mandato al año siguiente, sin veleidades reformistas.

Sobre estos acontecimientos existe un comentario extraordinario por su franqueza. Es del ex presidente Molina. Escribió que en octubre, antes de dar marcha atrás, “llegamos a la conclusión de que era muy dudoso que avanzáramos en los procesos de expropiaciones de las áreas requeridas: la mayor parte de los abogados encargados de diligenciarlas habían desaparecido del escenario y nos habíamos quedado casi solos”. Él y su equipo redoblaron los esfuerzos; pero detectaron “infiltraciones de parte de los opositores al proyecto en ejecución en varias instituciones fundamentales”. Durante varias sesiones consideraron cuatro opciones: “1) continuar impulsando la ejecución del proyecto; 2) cancelarlo; 3) modificar la Ley del ISTA y la ejecución del primer proyecto; y 4) disolver la Asamblea Legislativa y gobernar por decretos ejecutivos”. Al final concluyeron que “la mejor alternativa o curso de acción era reformar los artículos del ISTA y del primer proyecto, es decir, modificar todo el plan y, por ende, aceptar su fracaso”. Decidí “aceptar mi derrota a cambio de salvar al país”. Cuando llegó “la fatal fecha” del 19 de octubre de 1976, pensé “que la batalla del gran impulso nacional me había desplomado y en que los grupos de poder económico se habían impuesto ante una causa justa”.107 Era, sobre todo, una causa política que buscaba reorganizar la composición del poder y de sus grupos, con el propósito de lograr mejores condiciones para neutralizar el auge revolucionario.

Década de tránsitos

El coronel Adolfo Majano citó las palabras del presidente Sánchez Hernández, pronunciadas el 26 de julio de 1969, ante sus camaradas de la Fuerza Armada después de la guerra contra Honduras: “Las cien horas de combate que ustedes han escrito en la historia de la república marcarán el hasta aquí y el desde

106 W. Chávez Velasco, ob. cit., p. 206. 107 A. A. Molina, “Confesiones sobre la Transformación Agraria…”, ob. cit., pp. 194 y ss.

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aquí de muchas cosas”.108 Para todo el país así ocurrió, en efecto. De 1969, de su unidad nacional y la guerra, se pasó a 1972, con el fraude electoral, el golpe de estado, la represión ejecutada con nuevas modalidades, y la ocupación militar de la Universidad. De ahí, hasta 1976, siguió una sucesión vertiginosa de hechos nuevos, cuando el orden del día estuvo dictado por las cartas de la reforma agraria, de la organización revolucionaria de la lucha armada y de los nuevos enfoques de seguridad implementados por los organismos gubernamentales. Al término del ímpetu reformista, con la posición de firmes y la voz de “a sus órdenes mi capital”, el tránsito hacia otra guerra estaba en marcha. La guerra contra Honduras, para Majano, “fue el principio de una serie de acontecimientos (que) culminarían con la crisis de 1979-1980, y el conflicto interno que a partir de 1981 sacudió a El Salvador”.109 El gobierno del presidente Molina se caracterizó por la marcha simultánea en dos carriles: en la reforma, por un lado, y en la reducción represiva de los espacios políticos. En 1976 los hechos mostraban el avance sostenido en la segunda vía, mientras la primera no tenía ni siquiera pequeños senderos de continuidad, como evidenciaron las elecciones legislativas y municipales celebradas en ese periodo. En 1968, cuando se mantenía la apertura política, el balance en la Asamblea era de 27 diputados gobiernistas y 25 de la oposición.110 En 1970, el partido oficial consiguió revertir las tendencias, gracias a la manipulación en torno a la guerra contra Honduras; en esta ocasión el PDC sólo conservó 8 alcaldías, de las 83 que había conquistado dos años antes, y mantuvo 15 diputaciones. En 1972, un mes después del fraude en la elección presidencial, la UNO logró 9 diputados y 20 alcaldías, el PPS 3 diputados y el FUDI 1. En la competencia de 1974, un evento del que no se publicaron resultados, la UNO alcanzó 15 diputados y 17 alcaldías; hubo un diputado opositor más, del FUDI.111 En 1976 los opositores se encontraron con procedimientos puestos por el Consejo Central de Elecciones que resultaban insuperables. Decidieron retirarse de la contienda, y la Asamblea Legislativa se integró, como en los tiempos del esplendor autoritario, sin ningún opositor, sólo con los diputados del gobiernista PCN.112

En 1975, el presidente Molina mostró su disposición a no permitir la expansión de las actividades vinculadas a las izquierdas. El 30 de julio, la tropa agredió con tanquetas una manifestación de los estudiantes universitarios, impidiendo que llegara al centro de San Salvador al disolverla a balazos, con un saldo de varios muertos, heridos y capturados. Desde el Gobierno se dieron explicaciones que sostenían la existencia de una gran conspiración del Partido Comunista, según la cual éste controlaba casi todos los hilos opositores y rebeldes, ignorando –como señala Webre– “toda la evidencia del profundo cisma existente entre el moderado PCS y los jóvenes radicales de los movimientos guerrilleros”.113 El ataque a la manifestación del 30 de julio no parecía un hecho aislado, pues en noviembre de 1974 se registró una operación represiva contra la población del cantón La Cayetana, en San Vicente, y en junio de 1975 otra sobre los habitantes de Tres Calles, en Usulután.114 Había otro hecho de aquel año crucial; en noviembre de 1976, por segunda vez durante el periodo presidencial, en la Universidad se imponía la orden militar del cierre de sus instalaciones y la interrupción de sus actividades académicas. Al final de 1976, el Gobierno quedaba con los espacios de negociación y las formas de legitimación reducidos al mínimo; tanto en esas materias, como en la reforma tenía resultados cercanos al fracaso, como reconocería el presidente Molina. Los logros estaban en el área perversa, en la del control de la gente y su represión. Además, aunque presentaba avances significativos en la infraestructura de la presa

108 Adolfo A. Majano, Una oportunidad perdida. 15 de octubre de 1979, San Salvador, Índole Editores, 2009, p. 27. 109 Ibid. 110 Julio Adolfo Rey Prendes, De la dictadura militar a la democracia. Memorias de un político salvadoreño. 1931-1994, San Salvador, Inverprint, 2008, p. 183. 111 S. Gordon, ob. cit., p. 138. 112 J. A. Rey Prendes, ob. cit., p. 240. 113 S. Webre, ob. cit., p. 243. 114 S. Gordon, ob. cit., p. 186.

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hidroeléctrica del Cerrón Grande y del aeropuerto de Comalapa, estos no eran suficientes para superar los desajustes históricos que la guerra de 1969 le había dejado al desarrollo nacional y a la legitimación política. Hasta los avances en un proyecto emblemático, como el Cerrón Grande, también tenían la otra cara de la moneda, la revolucionaria. En efecto, la inundación de las tierras para construir la presa en la zona produjo el desalojo de los pequeños propietarios y la interrupción del modo de vida local, creando condiciones favorables para el crecimiento de la organización campesina con influencia decisiva de jóvenes activistas revolucionarios.

Cuando la clausura de la opción reformista quedó bendecida con la aprobación legislativa a los cambios de los decretos de la Transformación Agraria, los aliados tradicionales de las presidencias militares estaban concentrados en el apoyo al candidato oficial a la presidencia, seguros de que éste no tendría más propuestas reformistas que los perturbaran. Habían ganado una batalla, sin saber que se estaba gestando algo peor, nadie podía saber eso entonces, tal vez, porque la velocidad de los hechos era tan acelerada que impedía ver la dimensión histórica que presentaba un día cualquiera de 1976, el año del tránsito hacia un después que resultó arrollador, pues nada quedó como estaba antes.