don anselmo Álvarez

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Don Anselmo Álvarez. El preámbulo de las memorias. Vaya que me ha costado aceptar esto de estar viejo y es que tiene mucho de imaginario y de mentira, de verdad no es como me habían contado aquellos viejos enfermizos que se la pasan renegando de sus múltiples dolores y que hacen de la vejes algo peor que lepra, en caso mío la vista me empezó a fallar desde joven así que no tengo nada que reprocharle a esta etapa por ahora, de ahí en fuera no me duele nada más que seguir cumpliendo años, lo mismo podría decir de mi mal humor que ha estado conmigo desde que tengo uso de razón, cuando era niño me gustaba jugar solo o sentarme sobre una silla alta y ver cómo jugaban los demás niños, era un pequeño amargado que disfrutaba del silencio, la soledad y los amigos imaginarios, siempre y cuando no fueran más guapos que yo. Me causaba gracia y al mismo tiempo hartazgo que cada vez que alguien me miraba del brazo de mi madre no pensaran dos veces en decirle “Pero qué bonita niña tiene usted señora” mi madre acostumbrada a tales equivocaciones me miraba pícara y discretamente dibujando una sonrisa en sus labios mientras la veía como diciendo “Sí, otra vez”, esas confusiones duraron años y crecí en un ambiente en donde las personas con vista distraída no sabían si era niño, niña o ambos, la última confusión que recuerdo es a los 19 años mientras caminaba con mi cabello largo suelto por una avenida y desde un carro blanco que se acercó a mi paso me gritaron “¿te llevamos guapa?”, cuando volteé la mirada y los pobres hombres del vehículo se dieron cuenta que tenía barba aceleraron como si hubieran visto al mismísimo diablo. Aún puedo presumir que mi orina cristalina que sale de mi en forma de un potente y constante chorro que sisea fuertemente mientras cae exactamente donde tiene que hacerlo, habrá sido por mi dieta vegetariana desde niño inculcada gracias al cariño y cuidados de mi madre que un buen día llegó a casa y mientras comíamos simplemente nos sorprendió diciendo “¿qué les parece si nos hacemos vegetarianos?” nos miramos mi padre, mi hermana mayor y yo y simplemente aceptamos el trato, la verdad es que no nos importó, yo tenía 6 años y contaba con una construcción de lo que es ser vegetariano brindada por la TV y un programa que en ese entonces trasmitían llamado “Los años maravillosos” en donde un personaje secundario, el novio de la hermana del protagonista, era vegetariano, de alguna forma recuerdo un fragmento de uno de los capítulos que fue fundamental para mi idealización de la figura vegetariana. La madre de la chica se había acostumbrado a respetar la dieta distinta del chico, así que le permitía a él y a la chica cocinar los días que el vegetariano raro era invitado a casa a comer, la idea me resultó increíble de alguna forma inexplicable que incluso aún no logro comprender totalmente, el chiste es que ese fragmento de ese capítulo pasó por mi cabeza mientras mi madre nos ofrecía el trato de ser vegetarianos y originó en mi la idea de tener que aprender a cocinar, en caso de que mi futura suegra tuviera la gentileza de respetar mi dieta y dejarme ingresar a su cocina para preparar lo que iba a comer. Pues bueno, me hice vegetariano a los 6 y me hice experto cocinando a los 7, mi madre siempre presumía con las visitas lo bueno y práctico que era su hijo como chef, “yo con mi hijo no me preocupo, si tengo que hacer otras cosas las hago, él solito si tiene hambre va y abre el refrigerador, saca lo que necesita y prepara la comida para él y para todos nosotros, seguramente tendrá mucha suerte entre las mujeres” ahora supongo que eso de ser práctico en la cocina quizá

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Page 1: Don Anselmo Álvarez

Don Anselmo Álvarez. El preámbulo de las memorias. Vaya que me ha costado aceptar esto de estar viejo y es que tiene mucho de imaginario y de mentira, de verdad no es como me habían contado aquellos viejos enfermizos que se la pasan renegando de sus múltiples dolores y que hacen de la vejes algo peor que lepra, en caso mío la vista me empezó a fallar desde joven así que no tengo nada que reprocharle a esta etapa por ahora, de ahí en fuera no me duele nada más que seguir cumpliendo años, lo mismo podría decir de mi mal humor que ha estado conmigo desde que tengo uso de razón, cuando era niño me gustaba jugar solo o sentarme sobre una silla alta y ver cómo jugaban los demás niños, era un pequeño amargado que disfrutaba del silencio, la soledad y los amigos imaginarios, siempre y cuando no fueran más guapos que yo. Me causaba gracia y al mismo tiempo hartazgo que cada vez que alguien me miraba del brazo de mi madre no pensaran dos veces en decirle “Pero qué bonita niña tiene usted señora” mi madre acostumbrada a tales equivocaciones me miraba pícara y discretamente dibujando una sonrisa en sus labios mientras la veía como diciendo “Sí, otra vez”, esas confusiones duraron años y crecí en un ambiente en donde las personas con vista distraída no sabían si era niño, niña o ambos, la última confusión que recuerdo es a los 19 años mientras caminaba con mi cabello largo suelto por una avenida y desde un carro blanco que se acercó a mi paso me gritaron “¿te llevamos guapa?”, cuando volteé la mirada y los pobres hombres del vehículo se dieron cuenta que tenía barba aceleraron como si hubieran visto al mismísimo diablo. Aún puedo presumir que mi orina cristalina que sale de mi en forma de un potente y constante chorro que sisea fuertemente mientras cae exactamente donde tiene que hacerlo, habrá sido por mi dieta vegetariana desde niño inculcada gracias al cariño y cuidados de mi madre que un buen día llegó a casa y mientras comíamos simplemente nos sorprendió diciendo “¿qué les parece si nos hacemos vegetarianos?” nos miramos mi padre, mi hermana mayor y yo y simplemente aceptamos el trato, la verdad es que no nos importó, yo tenía 6 años y contaba con una construcción de lo que es ser vegetariano brindada por la TV y un programa que en ese entonces trasmitían llamado “Los años maravillosos” en donde un personaje secundario, el novio de la hermana del protagonista, era vegetariano, de alguna forma recuerdo un fragmento de uno de los capítulos que fue fundamental para mi idealización de la figura vegetariana. La madre de la chica se había acostumbrado a respetar la dieta distinta del chico, así que le permitía a él y a la chica cocinar los días que el vegetariano raro era invitado a casa a comer, la idea me resultó increíble de alguna forma inexplicable que incluso aún no logro comprender totalmente, el chiste es que ese fragmento de ese capítulo pasó por mi cabeza mientras mi madre nos ofrecía el trato de ser vegetarianos y originó en mi la idea de tener que aprender a cocinar, en caso de que mi futura suegra tuviera la gentileza de respetar mi dieta y dejarme ingresar a su cocina para preparar lo que iba a comer. Pues bueno, me hice vegetariano a los 6 y me hice experto cocinando a los 7, mi madre siempre presumía con las visitas lo bueno y práctico que era su hijo como chef, “yo con mi hijo no me preocupo, si tengo que hacer otras cosas las hago, él solito si tiene hambre va y abre el refrigerador, saca lo que necesita y prepara la comida para él y para todos nosotros, seguramente tendrá mucha suerte entre las mujeres” ahora supongo que eso de ser práctico en la cocina quizá

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haya ayudado a construir la confusión en torno a si aquello que miraban era niño o niña, el chiste que crecí aceptando apenas lo indispensable de eso que muchas personas aman, valoran y llaman “autosuficiencia” y que yo en lo personal detesto, no tengo nada en verdad contra aquellas personas interesadas en sentir la “libertad” de trabajar las horas que no se emplean para estudiar o para hacer tarea, ni tampoco en las que se está mentalmente ocupado en depresiones por el estrés contante de pagar la renta, tener algo que comer al día siguiente, pagar la luz, el agua, el gas, la escuela, los libros, las cervezas y la manutención forzada de los vicios propios de todo ser considerado como moderadamente vivo. Por supuesto, no me refiero en lo absoluto a esa forma de penosa y burda autosuficiencia de los que salen de casa de sus padres con una mensualidad asegurada estudiando o no estudiando, y bueno para no detenerme a pensar en cuál de las dos formas de autosuficiencia podría ubicarme decidí ser autosuficiente desde mi trinchera estratégicamente fundada en la comodidad de la casa de mis padres y como única estrategia de guerra mantenerla intacta por el mayor tiempo de vida posible, nada fácil si estás pensando que mi vida ha sido aquella rodeada por los placeres de un bien parecido parásito, te aseguro que la intensión de pensionarme en mi trabajo de hijo significó seguir un plan meticulosamente detallado que incluía como primera cláusula el autocompromiso de no cometer estupideces como embarazar a alguna mujer con las que pudiera salir. En fin… Si tan sólo hubiera adquirido con algunos años de anticipación ese curioso hábito de darme asco que ahora realizo con frecuencia cada vez que voy al baño y me paro frente al espejo subiéndome la camisa por debajo de los pechos mientras me miro la panza, quizá hubiera tomado la suficiente consciencia del daño que provoca cenar dos veces por la noche, una antes de dormir y otra durante la madrugada... en fin, ahora que sé los resultados incluiré ese dato entre las muchas cosas que jamás diría a mis archienemigos plagados de confianzuda y ególatra juventud. 27 de junio del 2013. Don Anselmo Álvarez. He notado que me gusta el estilo del viejo aquel, Anselmo, que no habla, que no se mete en pláticas a las que no le invitan, opina pausadamente y con una tranquilidad solemne, jamás lo he escuchado ofender a alguien con sus palabras, se le ve feliz no esperando a nadie para platicar, sumergido en la serenidad y ternura que le da el silencio, su propio silencio. Me ha susurrado algo al iodo mientras fumaba un poco de tabaco que le había regalado por petición suya, “Las generaciones son distintas, antes bastaba con una carta al mes, mirarnos una vez cada 3 meses si era posible o sino cuando se pudiera, era saber guardar el amor, las palabras, las ganas de ver a la otra persona para ese instante en el que pudieras verla, entonces ensayabas cada palabra, entonces ensayabas cada letra dentro de las cartas, te daba tiempo de escribir verdaderas obras de literatura”… Me adulaba mientras platicaba conmigo mismo mientras trasladaba de la cocina a mi cómodo sillón de la sala un café en la mano izquierda, un plato con 7 galletas curiosamente verdes y un tabaco que apretaba en la boca con cada palabra que iba pronunciando y te recordaba un poco como si estuvieras aquí conmigo. Madrugada del 28 de junio del 2013… Durante mí acostumbrada segunda cena. Don Anselmo Álvarez.

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He aprendido con el tiempo y la ayuda de alguno que otro error, que no había por desgracia nada más equivocado que aquel dicho extrañamente popular que afirma que en el mundo no hay mujer fea, si vieras que existen mujeres que hasta duele la vista con leerlas. Sin embargo y pese a lo anterior, por desgracia no se me ocurre nada más acertado que aquel mal presagio que augura nuestra tragedia como hombres… la suerte de la fea la bonita la desea, eso le suma funcionalidad a un mundo donde no hay mujer fea porque entonces tampoco existiría la suerte, ni el amor, o mejor dicho la suerte en el amor