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15 noviembre Domingo XXXIII Tiempo Ordinario (Ciclo B) – 2015 Texto Litúrgico Exégesis Comentario Teológico Santos Padres Aplicación Ejemplos Predicables Directorio Homilético Información Textos Litúrgicos · Lecturas de la Santa Misa · Guión para la Santa Misa Domingo XXXIII Tiempo Ordinario (B) (Domingo 15 de Noviembre de 2015) LECTURAS

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15noviembre

Domingo XXXIII Tiempo Ordinario (Ciclo B) – 2015

Texto Litúrgico Exégesis ComentarioTeológico

Santos Padres

Aplicación EjemplosPredicables

DirectorioHomilético

Información

Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa

Domingo XXXIII Tiempo Ordinario (B)

(Domingo 15 de Noviembre de 2015)

LECTURAS

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LECTURAS

En aquel tiempo, será liberado tu pueblo

Lectura de la profecía de Daniel 12,1-3

En aquel tiempo, se alzará Miguel, el gran Príncipe, que está de pie junto a los hijos de tu

pueblo. Será un tiempo de tribulación, como no lo hubo jamás, desde que existe una

nación hasta el tiempo presente.

En aquel tiempo, será liberado tu pueblo: todo el que se encuentre inscrito en el Libro. Y

muchos de los que duermen en el suelo polvoriento se despertarán, unos para la vida

eterna, y otros para la ignominia, para el horror eterno.

Los hombres prudentes resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que

hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas, por los siglos de los

siglos.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 15,5.8-11

R. Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.

El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,

¡Tú decides mi suerte!

Tengo siempre presente al Señor:

Él está a mi lado, nunca vacilaré. R.

Por eso mi corazón se alegra,

se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro:

porque no me entregarás a la muerte

ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.

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ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.

Me harás conocer

el camino de la vida,

saciándome de gozo en tu presencia,

de felicidad eterna a tu derecha. R.

Mediante una sola oblación,

Él ha Perfeccionado para siempre a los que santifica

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 11-14. 18

Hermanos:

Los sacerdotes del culto antiguo se presentan diariamente para cumplir su ministerio y

ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que son totalmente ineficaces para quitar

el pecado. Cristo, en cambio, después de haber ofrecido por los pecados un único

Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos

sean puestos debajo de sus pies. Y así, mediante una sola oblación, Él ha perfeccionado

para siempre a los que santifica.

Y si los pecados están perdonados, ya no hay necesidad de ofrecer por ellos ninguna

otra oblación.

Palabra de Dios.

ALELUIA Lc 21, 36

Aleluia.

Estén prevenidos y oren incesantemente:

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así podrán comparecer seguros

ante el Hijo del hombre.

Aleluia.

Congregará a sus elegidos,

desde los cuatro puntos cardinales

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos 13, 24-32

Jesús dijo a sus discípulos:

En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del

cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes,

lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos

desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles

y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también,

cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra

pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los

conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.

Palabra del Señor.

la recompensa de Dios, su Salvador.Así son los que buscan al Señor,los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.

Veremos a Dios tal cual es Lectura de la primera carta de san Juan 3, 1-3 Queridos hermanos:¡Miren cómo nos amó el Padre!Quiso que nos llamáramos hijos de Dios,

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Quiso que nos llamáramos hijos de Dios,y nosotros lo somos realmente.Si el mundo no nos reconoce,es porque no lo ha reconocido a Él.Queridos míos,desde ahora somos hijos de Dios,y lo que seremos no se ha manifestado todavía.Sabemos que cuando se manifieste,seremos semejantes a Él,porque lo veremos tal cual es.El que tiene esta esperanza en Él, se purifica,así como Él es puro.Palabra de Dios. Aleluia.«Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados,y Yo los aliviaré», dice el Señor.Aleluia. Evangelio

Alégrense y regocíjensePorque tendrán una gran recompensa en el cielo.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristosegún san Mateo 4,25-5,12Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de Galilea, de la Decápolis, deJerusalén, de Judea y de la Transjordania.Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron aÉl. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de losCielos.Felices los afligidos, porque serán consolados.Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienenhambre y sed de justicia, porque serán saciados.Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen elcorazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque seránllamados hijos de Dios.Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece elReino de los Cielos.Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie entoda forma a causa de mí.Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en elcielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».Palabra del Señor.

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GUION PARA LA MISA

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GUION PARA LA MISA

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario- 15 de Noviembre 2015- Ciclo B

Entrada: Participemos de esta Santa Misa con fervor de espíritu y que el encuentro que

tendremos con Jesús en la Sagrada Comunión sea un anticipo del encuentro definitivo

con el Señor.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Dn 12,1-3

El profeta Daniel anuncia un tiempo de tribulación que precederá a la liberación del

pueblo.

Salmo Responsorial: 15

Segunda Lectura: Hb 10,11-14.18

Cristo ofreció por los pecados un único sacrificio, y así ha perfeccionado para siempre a

los que santifica.

Evangelio: Mc 13,24-32

El Hijo del hombre vendrá al fin de los tiempos y sus ángeles congregarán a sus

elegidos.

Preces: XXXIII 2015

Como hijos de Dios, pidamos al Nuestro Padre todopoderoso por nuestras intenciones y

necesidades.

A cada petición respondemos cantando:

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* Por las intenciones del Santo Padre, y para que la Iglesia halle nuevos medios para

llevar el Evangelio a quienes aún no conocen a nuestro Señor Jesucristo. Oremos.

* Por la paz del mundo y la unidad de los cristianos como signo de credibilidad en Dios

uno y trino. Oremos.

* Por los sacerdotes, los religiosos y religiosas, para que con su ejemplo den testimonio

del Reino futuro, y, al mismo tiempo, fortalezcan la fe de sus hermanos, dándoles razón

de su esperanza. Oremos.

* Por los que sufren contradicciones y adversidades por diversas causas, para que la

esperanza puesta en la llegada del día del Señor sea un estímulo que los ayude a

perseverar con paciencia ante las pruebas. Oremos.

Dios nuestro, que nos llamas a estar prevenidos y a orar incesantemente, escucha las

súplicas de tu pueblo y haz que la Buena Nueva llegue a todos los hombres. Por

Jesucristo Nuestro Señor.

Liturgia Eucarística

Ofertorio:

Todo en la Eucaristía expresa la espera confiada de la venida gloriosa del Señor, y

mientras con ansias esperamos, nos entregamos sin reserva con todo lo que somos y

tenemos.

* Junto a estos alimentos ofrecemos nuestra disponibilidad para socorrer a los más

necesitados.

* Presentamos pan y vino, humildes dones que se transformarán en el Cuerpo y la

Sangre de nuestro Señor.

Comunión:

Al recibir a nuestro Señor Jesucristo en las especies sacramentales nos unimos a Él,

anticipando el momento dichoso de nuestra definitiva unión en el Cielo.

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Salida: Pidamos a nuestra Señora que atienda nuestros anhelos, y que la invocación de

la Iglesia “Ven, Señor Jesús”, se convierta en el suspiro espontáneo de nuestro corazón,

jamás satisfecho del presente.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _

Argentina)

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Inicio

Exégesis · Joseph María Lagrange, O.P.

Discurso sobre la ruina del Templo

(…)

Después de esta rápida mirada sobre la eternidad, Jesús toca el punto angustioso de los

últimos días del culto en el Templo. Las expresiones pudieron parecer oscuras fuera de

Tierra Santa, y éste habría sido el motivo de que las suprimiera san Lucas. Pero todo

israelita, por poco que concurriera a los ejercicios de la Sinagoga, y aunque no estudiara

a los profetas en su texto, no podía ignorar los célebres pasajes de Daniel (Dn 9, 27; 11,

31), sobre la abominación de la desolación, que debía profanar el Templo.

Cuando la profanación del Santuario, lugar en que Antíoco Epifanes hizo levantar la

estatua de Júpiter Olímpico, los judíos vieron en ella el cumplimiento de la profecía de

Daniel (1M 1, 57). Más, aunque la expresión simbólica se conserva por tradición y con

su forma impresionante, Jesús sabía que la historia jamás se repite de la misma

manera. Jesús sugiere la idea de que la abominación de la desolación no es una cosa,

sino un ser inteligente, y en lugar de nombrar el Templo, habla de una manera vaga. Esta

persona acaso sea una multitud, «que estará donde no debe», y para subrayar lo

misterioso de la expresión, san Marcos añade: «El que lee entienda». No hay un rasgo

siquiera que indique lucha entre las potencias celestes. El tema es siempre la ruina del

Templo. San Lucas, mejor que indicar a los gentiles el texto de Daniel, se creyó

autorizado para traducirlo en forma más accesible a los lectores. «Y cuando viereis a

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autorizado para traducirlo en forma más accesible a los lectores. «Y cuando viereis a

Jerusalén cercada de ejércitos, sabed entonces que ha llegado su destrucción» (Lc 21,

20). El cuidado que tuvo en conservar la palabra desolación prueba claro que no trataba

de cambiar su sentido, sino de transcribirlo, y que su interpretación fuese con seguridad

la misma que tuviesen los cristianos cuando estalló la lucha. Estar por entonces en

Jerusalén sería verse envuelto de voluntad o por fuerza en la lucha y en la represión.

Habiéndoles anunciado Jesús la destrucción del Templo, sus discípulos no debían

esperar su salvación ni de los hombres ni de Dios. No había tiempo que perder, porque,

una vez sitiada la ciudad, la evasión sería imposible, como lo prueba la narración de

Josefo: el mismo peligro existía en Judea. «Los que estén en Judea huyan a los

montes». ¿Dónde huir, pues Judea propiamente dicha es montañosa? «Huir a la

montaña» no se entendía por huir por el monte de los Olivos hacia la región de Hebrón;

debía entenderse del otro lado del Jordán y del mar Muerto, donde se levanta, al sur, la

escarpada cadena de los montes de Edón y más lejos los de Moab y Ammón: allí estaba

el refugio, lejos del país en que ardía la guerra. Sabemos, en efecto, por Eusebio que los

cristianos de Jerusalén, advertidos antes del asedio por revelación, se refugiaron en las

montañas, en Pella. Esta revelación es la misma del Salvador, entonces mejor

entendida.

Había que huir sin llevar bagajes estorbosos, ya que se trataba de salvar la vida. Y era

mucho en esta guerra mortífera en que tantos judíos perecieron. Los términos son

precisos y de un verismo punzante. Es fácil imaginar al soldado romano irritado de

aquella tenaz resistencia, enardecido más para matar que para robar. «El que está sobre

el terrado, no baje, ni entre para recoger algo de la casa[1], y el que esté en el campo –

donde se trabaja, llevando sobre sí apenas la túnica– no vuelva atrás a recoger su

manto», que sería, sin embargo, en el viaje, su única defensa contra el frío de la noche.

–«Mas, ¡ay de las que estén encinta y de las que criaren en aquellos días! Rogad para

que no acontezca vuestra huida en invierno»–, pues es difícil caminar a causa del barro,

y a causa de la crecida de los arroyos y de las frías lluvias que penetran hasta los

huesos. ¡Cruel diluvio de calamidades, sobre todo para las pobres madres! Jesús las

prevé con anticipación y sufre por sus fieles: su compasión está en conformidad con el

curso normal, aun que funesto, de las circunstancias: son humanas y las siente como

hombre.

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DISCURSO SOBRE LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE

En este punto cambia la escena, sin que san Marcos y san Mateo nos lo adviertan,

como tampoco Daniel indica a sus lectores que pasa del fin del enemigo de Israel «a un

tiempo de angustia tal, que no tuvo semejante desde que existe una nación hasta

entonces» (Dn 12, 1). Éstas son las expresiones de san Marcos y san Mateo, con la

sola diferencia de que en los evangelistas los términos son más fuertes. Uno y otros

señalan un nuevo período: en Daniel es la resurrección de los muertos, que confina con

la eternidad; en el Evangelio hay que reconocer la misma consumación de todas las

cosas, descrita sin transición alguna.

Una vez más san Lucas, compadecido de su helenizado lector, poco hecho a esos

saltos bruscos de la tierra al cielo, hizo una pausa en estilo histórico: «Y caerán al filo de

la espada. Y serán llevados cautivos a todas las naciones. Y Jerusalén será pisoteada

por los gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de los gentiles» (Lc. 21, 24)[2].

Después de esto, san Lucas se vuelve a unir con san Marcos y a san Mateo en las

grandes imágenes de los últimos tiempos. Nadie debe pensar entonces en huir, pues no

son soldados los que hacen la guerra y de cuya vista se puede uno ocultar.

Tan grande es el desencadenamiento de las potencias sobrehumanas del mal, y tal el

imperio que sobre el mundo entero les es concedido, que ningún ser viviente habría

resistido y ni alma humana se hubiera salvado si se les hubiera permitido por más

tiempo el asalto. Pero Dios, en interés de sus elegidos, acortará los días. El mayor

peligro estará en que el mal no se presentará a cara descubierta: surgirán falsos Cristos

y falsos profetas, y les será permitido dar señales y hacer tales prodigios, que los

mismos elegidos estarán sorprendidos y extraviados, si fuese posible que pereciesen.

Aunque sea diferente ésta de la otra guerra, puede estar lejos o cerca, y los discípulos

deben darse por avisados.

Pasada esta angustia, que será como un desbordamiento de las corrientes del mal en el

orden moral y religioso, hasta la naturaleza misma se conmoverá. Se oscurecerá el sol,

la luna se apagará, caerán las estrellas del cielo y las potestades que están en los cielos

se estremecerán. Imágenes grandiosas, tradicionales de los profetas y renovadas en los

apocalipsis y que nos ofrecen como predicciones técnicas, como tampoco la

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apocalipsis y que nos ofrecen como predicciones técnicas, como tampoco la

abominación de la desolación. No es un caso en que Jesús se sirvió de términos

consagrados, en que se alejó de su práctica constante de no hablar de los elementos

como teórico de sistemas del mundo. A estos signos añade solamente «la señal del Hijo

del hombre en el cielo» (Mt 24, 30), en que se puede reconocer la Cruz, símbolo antes

de un suplicio y después trofeo de su victoria.

«Se verá, en fin, al Hijo del hombre –también ésta es una imagen tradicional desde

Daniel (Dn 7, 13) – viniendo sobre las nubes con gran poder y majestad. Y enviará

entonces sus ángeles y juntará a sus elegidos de los cuatro vientos, desde la extremidad

de la tierra a la extremidad del cielo.»

El Hijo del hombre – ¿qué discípulo no lo conoce?– es Jesús mismo, que viene a

inaugurar el reino de Dios al fin de los tiempos.

(Lagrange, Joseph. Vida de Jesús. Edibesa, Madrid, 2002. Pag.426-429)

__________________________________________

[1] La escalera de la terraza está muchas veces por de fuera y adosada al muro.

[2] Se siente uno fuertemente tentado a decir que San Lucas escribió a la luz de los

sucesos. Si no obstante fuertes razones obligan, como pensamos, a señalar la

composición de los dos libros, el Evangelio y los Hechos, antes del año 70, se dirá, con

verosimilitud, que los sucesos estaban señalados desde entonces y que la tradición

cristiana estaba fija en la interpretación del conjunto de discursos.

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Inicio

Comentario Teológico· P. Leonardo Castellani

SERMÓN ESJATOLÓGICO.

El fin y el principio se tocan: en este primer Domingo del año litúrgico la Iglesia lee de

nuevo el del último, la profecía de Cristo acerca el fin del siglo, o sea su propio Retorno a

la tierra "en gloria y majestad" —esta vez en San Lucas, que repite simplemente el

capítulo XXIV de San Mateo abreviándolo un poco. Lee solamente los versículos finales,

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capítulo XXIV de San Mateo abreviándolo un poco. Lee solamente los versículos finales,

que contienen la amonestación a estar atentos a "los Signos", y ese dificultoso versículo

final que dice:

"De verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla".

Además de la dificultad de que pasó esa generación, y el fin del mundo no vino —

dificultad que ya he explicado"— hay otra dificultad que explicaré hoy: los "Signos".

Cristo manda que estemos atentos a los signos; y cuando los veamos, en vez de decir

que nos asustemos, dice que nos alegremos; aunque el mundo, entonces andará

asustado, y ése es justamente uno de los "signos". Pero por otra parte había dicho que

"el día ni la hora nadie Io sabe, ni los ángeles del cielo ni el mismo Hijo del Hombre".

Entonces ¿en qué quedamos? Si no podemos saber cuándo será el fin del mundo,

entonces ¿para qué mirar los Signos?

La respuesta está en las mismas palabras divinas: "el día ni la hora" eso es lo que NO

podemos saber; "que está cerca", eso podemos saber: "así que cuando veáis todo esto

hacerse, sabed que el Reino de Dios está cerca". Pero, dirá alguno, si uno sabe que está

cerca, entonces más o menos uno puede saber el día y la hora... No: puede estar

evidentemente cerca, y luego alejarse de nuevo; es decir, el mundo puede acercarse al

borde del precipicio (y eso se puede ver) y después alejarse de nuevo, y eso no se

puede saber, pues depende del libre albedrío del hombre, el cual sólo Dios puede

conocer. Por eso Cristo dijo "ni el Hijo del Hombre lo sabe". No dijo "yo no lo sé"; hubiera

mentido; como Dios lo sabía. Pero le preguntaron como a hombre, y él hizo notar que

respondía como hombre".

Así ahora patentemente el mundo parece estar cerca del suicidio, existe ya el

instrumento con el cual la Humanidad se puede autodestruir; y sin embargo podría darse

una viaraza, "la conversión de Europa", que dice Belloc y suspender de nuevo el mundo

su caída, como ha pasado varias veces en la Historia. Claro que algún día va a ser de

veras. Y también es claro que ese día no está a millones de años de aquí; pues Cristo en

el Apokalypsis dice no menos que siete veces: "Vuelvo pronto". Es el caso de recordar

aquel chiste: le dice el marido a la mujer: "Según la Ciencia Moderna, el mundo se

acabará dentro de 100 millones de años... —¿Cuánto?, dijo ella —Cien millones de

años... —¡Aaah! Creí que habías dicho 10 millones...".

¿Cuáles son los "Signos" que dijo Cristo? Primero puso un "Pre-signo". "Guerras y

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¿Cuáles son los "Signos" que dijo Cristo? Primero puso un "Pre-signo". "Guerras y

rumores (o preparativos) de guerras", "Surgirá un pueblo contra otro, un reino contra otro,

habrá revoluciones y sediciones, se odiarán los hombres entre sí y las naciones entre

sí", Pero esto —añadió Cristo— "eso no es sino el principio de los dolores, todavía no es

el fin enseguida". "La guerra convertida en institución permanente de toda la Humanidad",

como dijo Benedicto XV durante la Gran guerra del 14, es pues un "Presigno", no un

Signo. Y creo que hoy se cumplió eso: la guerra convertida en institución permanente de

toda la Humanidad.

¿Cuáles son los Signos? Los tres principales que pone Jesús son: 1º "este Evangelio del

Reino será predicado por todo el mundo y después vendrá el fin", 29 "aparecerán

muchos falsos profetas y falsos cris tos (es decir, herejes) y engañarán a muchos", 39

finalmente se desencadenará una gran persecución a los que permanezcan fieles, que

durará poco pero será la peor que ha existido: interna y externa, local y universal, con

violencias, con engaños, con mentiras.

Frente a esta "persecución" predicha no podemos quedar tan tranquilos como Mahoma,

al cual según cuentan le preguntaron sus discípulos cuándo sería el fin del mundo, y él

respondió: "Cuando se muera mi mujer, parecerá el fin del mundo, cuando me muera yo

será de veras el fin del mundo —para mí por lo menos". Por eso, porque esa predicción

es espantable, San Juan en el Apokalypsis amontona los consuelos a los fieles; y Cristo

aquí nos manda que nos alegremos; y para que lo podamos, dice una sola cosa, pero

que tiene gran fuerza: "Serán abreviados aquellos días; porque si duraran, los mismos

fieles perecerían —si fuese posible". Esa condicional "si fuera posible" es sumamente

consoladora: supone que NO ES POSIBLE que perezcan los fieles. Dios no lo permitirá.

La Parusía es pues un suceso siempre inminente y nunca seguro. La historia del mundo

hasta la Primera Venida de Cristo sigue una línea recta hacia la "plenitud de los tiempos";

y el mismo tiempo della fue profetizado con exactitud por Daniel. Después de la Primera

Venida, la historia del mundo sigue una línea sinuosa, aproximándose y alejándose de la

Parusía, pero de tal modo que se ha de cumplir lo que Cristo dijo que sería "pronto". Así

en el siglo XIV, por ejemplo, San Vicente Ferrer predicó por toda Europa que el fin del

mundo estaba cerca; y puede que no se equivocara: pero sucedió una gran conversión o

resurrección de Europa, producida justamente por su predicación y la de muchísimos

santos que surgieron entonces.

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Así que, cerca o no cerca, hemos de trabajar tranquilamente lo mismo; pero no como

Mahoma, "como si no pasara nada", sino atentos a los Signos —a las persecuciones, a

los errores, a las herejías. ¿Para qué atentos? Para orar y vivir vigilantes. Y vivir

vigilantes no es pretender reformar el mundo (que el Papa se ocupe deso) sino hacer la

propia salvación. Como dijo Mussolini una vez: "Todos se preguntan qué le pasará a

Italia cuando muera Mussolini. A mí no me preocupa tanto qué le pasará a Italia cuando

muera Mussolini, sino qué le pasará a Mussolini cuando muera Mussolini".

Era bastante católico el tano. Por lo visto hoy los gobernantes católicos mueren

asesinados. Puede que eso también esté dentro de la Gran Persecución. Por las dudas,

se le podría aconsejar a Illia (o Iya, como dicen los cabecitas negras) que no vaya

demasiado a misa; por lo menos que no vaya tanto como Frondizi cuando era candidato.

(Castellani, L., Domingueras Prédicas, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1997, p.

297 – 300)

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Santos Padres· San Agustín

El día del juicio(Mc 13,32).

1. Habéis oído, hermanos, la Escritura que nos exhorta e invita a estar en vela con vistas

al último día. Que cada cual piense en el suyo particular, no sea que opinando o

juzgando que está lejano el día del fin del mundo, os durmáis respecto al vuestro. Habéis

oído lo que dijo a propósito de aquél: que lo desconocen tanto los ángeles como el Hijo y

sólo lo conoce el Padre. Esto plantea un problema grande, a saber, que guiados por la

carne juzguemos que hay algo que conoce el Padre y desconoce el Hijo. Con toda

certeza, cuando dijo «lo conoce el Padre», lo dijo porque también el Hijo lo conoce,

aunque en el Padre. ¿Qué hay en aquel día que no se haya hecho en el Verbo por quien

fue hecho el día? «Que nadie, dijo, busque el último día, es decir, el cuándo ha de llegar».

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Pero estemos todos en vela mediante una vida recta para que nuestro último día

particular no nos coja desprevenidos, pues de la forma como cada uno haya dejado su

último día, así se encontrará en el último del mundo. Nada que no hayas hecho aquí te

ayudará entonces. Serán las propias obras las que eleven u opriman a cada uno.

2. ¿Qué hemos cantado al Señor en el salmo? Apiádate de mí, Señor, porque me ha

pisoteado un hombre. Llama «hombre» a quien vive según el hombre. Es más, a quienes

viven según Dios se les dice: Dioses sois, y todos hijos del Altísimo. A los réprobos, en

cambio, a los que fueron llamados a ser hijos de Dios y quisieron ser más bien hombres,

es decir, vivir a lo humano: Sin embargo, dijo, vosotros moriréis como hombres y

caeréis como cualquiera de los príncipes. En efecto, el hecho de ser mortal debe ser

para el hombre motivo de disciplina, no de jactancia. ¿De qué presume el gusano que va

a morir mañana? A vuestra caridad lo digo, hermanos: los mortales soberbios deben

enrojecer frente al diablo. Pues él, aunque soberbio, es, sin embargo, inmortal; aunque

maligno, es un espíritu. El día del castigo definitivo se le reserva para el final. Con todo, él

no sufre la muerte que sufrimos nosotros. Escuchó el hombre: Moriréis. Haga buen uso

de su pena. ¿Qué quiero decir con eso? No se encamine a la soberbia que le

proporcionó la pena; reconózcase mortal y quiebre el ensalzarse. Escuche lo que se le

dice: ¿De qué se ensoberbece la tierra y la ceniza? Si el diablo se ensoberbece, al

menos no es tierra ni ceniza. Por eso se ha escrito: Vosotros moriréis como hombres y

caeréis como cualquiera de los príncipes. No ponéis atención más que al hecho de ser

mortales, y sois soberbios como el diablo. Haga, pues, buen uso el hombre de su pena,

hermanos; haga buen uso de su mal para progresar en beneficio propio, ¿Quién ignora

que es una pena el tener que morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo?

La pena es cierta e incierta la hora; y, de las cosas humanas, sólo de esta pena tenemos

certeza absoluta.

3. Todo lo demás que poseemos, sea bueno o malo, es incierto. Sólo la muerte es cierta.

¿Qué estoy diciendo? Un niño ha sido concebido: es posible que nazca, es posible que

sea abortado. Así de incierto es. Quizá crecerá, quizá no; es posible que llegue a viejo,

es posible que no; quizá sea rico, quizá pobre; es posible que alcance honores, es

posible que sea despreciado; quizá tendrá hijos, quizá no; es posible que se case y es

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posible que sea despreciado; quizá tendrá hijos, quizá no; es posible que se case y es

posible que no. Cualquier otra cosa que puedas nombrar entre los bienes es lo mismo.

Mira ahora a los males: es posible que enferme, es posible que no; quizá le pique una

serpiente, quizá no; puede ser devorado por una fiera o puede no serlo. Pasa revista a

todos los males. Siempre estará presente el «quizá sí, quizá no». En cambio, ¿acaso

puedes decir: «Quizá morirá, quizá no»? ¿Por qué los médicos, tras haber examinado la

enfermedad y haber visto que es mortal, dicen: «Morirá; no escapará de la muerte»? Ya

desde el momento del nacimiento del hombre hay que decir: «No escapará de la

muerte». El nacer es comenzar a enfermar; con la muerte llega a su fin la enfermedad,

pero se ignora si conduce a otra cosa peor. Había acabado aquel rico con una

enfermedad deliciosa y vino a otra tortuosa. Aquel pobre, en cambio, acabó con la

enfermedad y llegó a la sanidad. Pero eligió aquí lo que iba a tener después; lo que allí

cosechó, aquí lo había sembrado. Por tanto, debemos estar en vela mientras dura

nuestra vida y elegir qué hemos de tener en el futuro.

4. No amemos al mundo; él oprime a sus amantes, no los conduce al bien. Hemos de

fatigarnos para que no nos aprisione, antes que temer su caída. Suponte que cae el

mundo; el cristiano se mantiene en pie, porque no cae Cristo. ¿Por qué, pues, dice el

mismo Señor: Alegraos porque yo he vencido al mundo? Respondámosle, si os parece

bien: «Alégrate tú. Si tú venciste, alégrate tú. ¿Por qué hemos de hacerlo nosotros?».

¿Por qué nos dice «alegraos», sino porque él venció y luchó en favor nuestro? ¿Cuándo

luchó? Al tomar al hombre. Deja de lado su nacimiento virginal, su anonadamiento al

recibir la forma de siervo y hacerse a semejanza de los hombres siendo en el porte

como un hombre; deja de lado esto: ¿dónde está la lucha? ¿Dónde el combate? ¿Dónde

la tentación? ¿Dónde la victoria, a la que no precedió lucha? En el principio existía el

Verbo y el Verbo existía junto a Dios y el Verbo era Dios. Este existía al principio junto a

Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo. ¿Acaso era capaz el judío de crucificar

a este Verbo? ¿Le hubiese insultado el impío? ¿Acaso hubiera sido abofeteado este

Verbo? ¿O coronado de espinas? Para sufrir todo esto, el Verbo se hizo carne; y tras

haber sufrido estas cosas, venció en la resurrección. Su victoria, por tanto, fue para

nosotros, a quienes nos mostró la certeza de la resurrección. Dices, pues, a Dios:

Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre. No te pisotees a ti mismo y

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Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre. No te pisotees a ti mismo y

no te vencerá el hombre. Suponte que un hombre poderoso te aterroriza ¿Con qué? «Te

despojo, te condeno, te atormento, te mato». Y tú clamas: Apiádate de mí, Señor, porque

me ha pisoteado un hombre. Si dices la verdad, pones la mirada en ti mismo. Si temes

las amenazas de un hombre, te pisa estando muerto; y puesto que no temerías, si no

fueras hombre, por eso te pisotea. ¿Cuál es el remedio? Adhiérete, ¡oh hombre!, a Dios,

por quien fue hecho el hombre; adhiérete a él; presume de él, invócale, sea él tu fuerza.

Dije: En ti, Señor, está mi fuerza. Y, lejos ya de las amenazas de los hombres, cantarás.

¿Qué? Lo dice el mismo salmo: Esperaré en el Señor; no temeré lo que me haga el

hombre.

SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 97, 1-4,

BAC Madrid

tro hombre interior, puesto que a mano está su comida y su bebida. Yo soy, dice Cristo,

el pan que bajó del cielo (Io. 6,41). Ahí tienes un pan que comer, ahí tienes una bebida

para tu sed, porque en él está la fuente de la vida (Ps. 35,10)».

«Oye lo que sigue: Bienaventurados los misericordiosos, porque Dios tendrá

misericordia de ellos (Mt. 5,7). Todo lo que hagas con el prójimo será hecho contigo.

Porque abundas, padeces necesidad; abundas en bienes temporales y necesitas los

eternos. Escuchas a un mendigo; también tú eres mendigo de Dios. Te piden y tú pides;

como obres con el que te pide, así obrará Dios contigo cuando le pidas a Él. Estás lleno

y vacío; llena el vacío de tu abundancia y Dios te llenará a ti de la suya».

«Escucha también lo que sigue: Bienaventurados los limpios de corazón, porque

ellos verán a Dios (Mt. 5,8). Este es el fin de nuestro amor; fin en el sentido de que nos

perfecciona, no de que nos termina. La comida se termina, y se termina el vestido; la

primera, porque se consume al ser comida, y el segundo, porque se concluye al ser

tejido. Aquélla termina y éste también, pero la una termina consumiéndose y el otro

adquiriendo la perfección.

Cuando llegue la visión de Dios no necesitaremos nada. ¿Qué va a buscar aquel

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que tiene a Dios, o qué le bastará a aquel a quien Dios no le es bastante? Desearnos ver

a Dios, buscamos ver a Dios, ardemos en deseos de ver a Dios, ¿quién no? Pero

escucha lo que se acaba de decir: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos

verán a Dios, Prepara lo necesario para verle. Poniéndote un ejemplo carnal, ¿cómo

deseas ver la salida del sol con unos ojos legañosos? Sánalos y entrará la alegría de la

luz; déjalos enfermos y se te convertirán en tormento. No te permitirán contemplar con

un corazón manchado lo que no es posible ver sino con uno limpio; te rechazarán y no

verás. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios...

¿Cuántas clases de bienaventuranzas he enumerado ya? ¿Cuántas causas de la

felicidad, cuántas obras y premios, qué méritos y remuneraciones? Pues todavía no

había dicho que verían a Dios... Ahora es cuando se dice. Hemos llegado a los limpios

de corazón, a quienes se promete la visión de Dios, y no sin causa, porque éstos son los

que tienen los ojos con que se ve a Dios. De estos ojos hablaba San Pablo al decir: Ojos

iluminados de vuestro corazón (Eph. 1,18). Hasta ahora nuestros ojos, en medio de su

debilidad, son iluminados por la fe, después serán iluminados con la visión gracias a su

futura robustez, porque mientras moramos en este cuerpo estamos ausentes del Señor,

porque caminamos por la fe y no por la esperanza (2 Cor. 5,6). ¿Qué es lo que se dice

de nosotros mientras vivimos de la fe? Ahora vemos por medio de un espejo y en

enigma, entonces cara a cara (1 Cor. 13,12). Si limpiáis su templo al Creador, si queréis

que venga y haga mansión en vosotros, pensad rectamente del Señor y buscadle con

sencillez de corazón (Sap. 1,1). Cuándo digáis te dice mi corazón: buscaré tu rostro

(Sal.26,8), pensad a quién se lo decís, si es que se lo decís y lo decís de verdad.

Si quieres, tú eres la sede de Dios. ¿Dónde tiene Dios su sede sino donde habita,

y dónde habita sino en su templo? El templo de Dios es santo, y ese templo sois

vosotros (1 Cor. 3,17). Mira, pues, dónde hayas de recibir al Señor. Dios es espíritu, y

los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad (Io. 2,44). Entre, pues, ya, si te

place, en tu corazón el Arca del Testamento y caiga Dagón (I Reg. 5,3). Oye y aprende a

desear a Dios, busca el modo de prepararte para conseguir verle: Bienaventurados, dice,

los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

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los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

«Escucha y entiende, si es que yo soy capaz de explicarlo, con su gracia.

Ayúdeme El para que podamos entender cómo en los antedichos trabajos y premios los

unos son muy a propósito para los otros.

Como quiera que los humildes parecen más alejados de reinar, dice:

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Como

los hombres mansos son tan fácilmente excluidos de su tierra, dice: Bienaventurados los

mansos, porque a ellos se les dará la tierra. Todo lo demás es patente, claro, fácilmente

cognoscible y no necesita ni de explicación ni de comentario. Bienaventurados los que

lloran; ¿quién llora que no desee consuelo? Bienaventurados los que tienen hambre;

¿quién tiene hambre y sed que no desee satisfacerlas? Bienaventurados los misericor‐

diosos; ¿y quién es misericordioso sino el que desea que Dios, en atención a sus obras,

se porte con El como Él se porta con los pobres? Por eso dice: Bienaventurados los

misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos. En ninguno de estos casos se

ha indicado un premio que no sea congruente con el precepto. Se impuso el de la

pobreza de espíritu: el premio será el reino de los cielos..., y así ahora se manda que

limpies tu corazón, y el premio será el ver a Dios.

Pero cuando se habla de los preceptos y de los premios y escuches: Los limpios

de corazón son bienaventurados, porque verán a Dios, no pienses que no lo han de ver

los pobres de espíritu, ni los mansos... Los bienaventurados poseen todas estas

virtudes. Verán, pero no verán por ser pobres de espíritu, ni por ser misericordiosos, ni...,

sino por ser limpios de corazón. Ocurre lo mismo que si, refiriéndonos a los miembros

corporales, dijéramos: Bienaventurados los que tienen pies, porque andarán;

bienaventurados los que tienen manos, porque trabajarán...; los que tienen ojos, porque

verán. Del mismo modo, al referirse a los miembros espirituales, nos enseña lo que

pertenece a cada uno de ellos. La humildad es a propósito para conseguir el reino de los

cielos; la mansedumbre, para poseer la tierra..., y el corazón limpio, para ver a Dios.

¿Y cómo limpiaremos el corazón si deseamos ver a Dios? Nos lo ha enseñado la

Sagrada Escritura: La fe limpió sus corazones (Act. 15,9)».

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(Extractos del sermón 53, que amplía la doctrina expuesta en el libro Sobre el sermón de

la Montaña (Cf. PL 38, 364-372))

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Aplicación· P. Alfredo Sáenz, S.J.· S.S. Benedicto XVI· P. Gustavo Pascual, I.V.E.

P. Alfredo Sáenz, SJ..

LA PARUSIA

El año litúrgico tiene por fin presentarnos, actualizándolos, los misterios de nuestra

Redención, que culminan con la vuelta del Señor. Hemos seguido a Cristo en todos los

pasos de su vida humilde, en los momentos penosos de su Pasión, en los instantes

gloriosos de su Resurrección y Ascensión. En este domingo, llegándose ya al término

del año litúrgico, pues el próximo domingo queda clausurado con la celebración de la

solemnidad de Cristo Rey, en este domingo, digo, recordamos el último acto de la

redención, el único acto que aún no se ha realizado: la Parusía. En medio del imponente

escenario del fin del mundo, según nos lo describe San Marcos, podemos admirar mejor

los designios del Padre con respecto a su Hijo. Profesamos en el Credo: "de nuevo

vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos". Cristo no es sólo el que vino sino el

que ha de venir. Los primeros cristianos, muy conscientes de la trascendencia de este

misterio que integra nuestra fe, oraban al Cristo venturo: Ven, Señor Jesús. Son las

palabras con que se cierra el Apocalipsis, las palabras con que se clausura la historia y

se abre la eternidad.

Parusía quiere decir llegada, venida, presencia. Hubo ya una Parusía del Hijo de Dios en

la historia. Ese Hijo a quien el Padre había hecho heredero de todo, ese Hijo mirando al

cual el Padre había creado el mundo, y a cuya imagen había modelado al hombre para

que éste se le asemejase, ese Hijo hizo ya su entrada en la tierra. No fue una entrada

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que éste se le asemejase, ese Hijo hizo ya su entrada en la tierra. No fue una entrada

solemne a los ojos de la carne. Fue una entrada en los pañales de la humildad. Sin

embargo, su ingreso en el mundo implicó ya el comienzo de la derrota del enemigo: "Si

yo expulso los demonios —dijo el Señor— significa que el Reino ya ha llegado a

vosotros". Parusía histórica de Cristo que se prolonga en la Parusía, si se quiere,

personal del Señor en cada alma por la gracia, mediante la cual en cierto modo re-nace

en nuestro interior.

Pero habrá otra Parusía, final, en el resplandor de la gloria. En realidad todas las cosas

de Cristo tienen una doble faceta. Cristo tuvo dos nacimientos, en la eternidad y en el

tiempo; dos venidas, la primera oscura y sin ruido, como el rocío matutino, la segunda en

el resplandor de su gloria. En la primera fue envuelto en pañales, en la segunda vendrá

revestido de luz. En la primera, coronado de espinas; en la segunda, con su diadema de

rey.

Será la hora de la apoteosis de Cristo y de su entronización en la sede de Dios. Claro

que como lo anuncia el profeta David en la primera lectura de hoy, a la venida final de

Cristo precederá un período lleno de penalidades: "Será un tiempo de tribulación —dice

—, como no lo hubo jamás, desde que existe una nación, hasta el tiempo presente".

Luego el Señor vencerá al último enemigo, la muerte, disponiendo la resurrección de los

difuntos, como lo preanuncia el mismo profeta Daniel: "Los que duermen en el suelo

polvoriento se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el

horror eterno". A ello alude el evangelio de hoy: "Y se verá al Hijo del hombre venir sobre

las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a

sus elegidos, desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo a otro del horizonte".

Será la hora del juicio, la hora en que el Señor pondrá a los buenos a su derecha y a los

malos a su izquierda.

Entonces se adelantará hacia su Padre: es el Creador que va con las creaturas hechas

a su imagen, es el Salvador que marcha al frente de sus redimidos, es la Cabeza que

precede al cuerpo, es el Rey que antecede a sus súbditos. Cristo avanzará con la

cabeza erguida, porque habrá cumplido la misión encomendada, la de recapitular en sí

todas las cosas, las del ciclo y las de la tierra. Entonces se presentará al Padre y le

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todas las cosas, las del ciclo y las de la tierra. Entonces se presentará al Padre y le

ofrecerá el Reino. Y comenzará así el homenaje eterno de Cristo al Padre como cabeza

de todo.

Contemplando al Señor que se acerca, abramos nuestras almas a la esperanza, ya que

quien ha de venir a juzgar es aquel que por nosotros llevó la cruz. Y no nos habituemos

demasiado a esta tierra, ni echemos en ella raíces demasiado profundas. Nuestra

vocación es la gloria.

Llegará así, amados hermanos, el día final de la historia. Será la caída del tiempo y la

entrada en la eternidad esperada. Así como Dios, luego de su semana de trabajo

creador, descansó el séptimo día, de manera semejante nosotros, luego de esa semana

de trabajo que es nuestra vida, descansaremos en Dios. Será nuestro sábado eterno.

Allí podremos decir con toda verdad: Este es el día que hizo el Señor. A nuestras

espaldas quedarán los días que hacemos nosotros, los hombres. Los días de nuestra

vida pecadora. Los días que engendran las enfermedades, los dolores y las aflicciones.

Allí el Señor enjugará toda lágrima. Allí comenzará el día que hizo Dios para nosotros. El

día sin crepúsculo.

Mientras tanto, es el tiempo de la Iglesia, la "demora" que el Señor ha concedido para

que los hombres se conviertan y salven. Dice la segunda lectura de hoy, que Cristo, tras

su Ascensión, "se sentó para siempre a la derecha de Dios donde espera que sus

enemigos sean puestos debajo de sus pies". A nosotros nos compete llevar adelante

esa lucha contra los enemigos de Cristo. Es nuestra época. La época del crecimiento del

Reino. La época del grano de mostaza. La época de la semilla. La época del fermento

puesto en la masa. La época de la parábola de los talentos. La época de nuestra vida

cristiana, de nuestro apostolado, hasta que vuelva.

Entre la Parusía humilde de Jesús y la Parusía gloriosa de Cristo hay una Parusía

intermedia, la de la Eucaristía, mezcla de gloria y de humildad, porque el Señor de la

gloria se esconde allí tras las humildes apariencias de las especies. La primera venida

de Cristo en la humildad se ordena a su segunda venida triunfadora y radiante al fin de

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los tiempos, mediante la venida intermedia de su cuerpo eucarístico, glorioso ya, pero

todavía velado por el sacramento. San Pablo dice que al comulgar anunciamos la muerte

del Señor "hasta que venga". No se trata tan sólo de una mera fecha-tope, sino de una

especie de súplica anhelosa de su Parusía: hasta que venga, hasta que sea alcanzado

el fin. La espera de la Parusía es un elemento esencial de la celebración eucarística. Por

eso en la misa, en diversos momentos, se alude a la segunda venida de Jesús: sea

después de la consagración (Ven, Señor Jesús), sea después del Padrenuestro

(Líbranos, Señor, de todos los males... mientras esperamos la gloriosa venida de

nuestro Salvador Jesucristo)...

Porque un día la Eucaristía caducará. Al igual que la Iglesia en hábitos terrestres,

también la Eucaristía pasará con la apariencia de este mundo. Habrá, sí, unión con Dios,

pero será cara a cara, y no a través de los velos eucarísticos. Con todo, ya la Eucaristía

nos da una prenda de esa gloria. Y por ello, adelantando en cierta manera ese mañana

venturoso, podemos desde ahora cantar el Sanctus con el coro al que luego

perteneceremos para siempre.

En el momento de acercarnos a comulgar, oremos al Señor diciéndole: "Cerrándose ya -

el círculo de este año litúrgico, queremos hoy recibirte en nuestros corazones y decirte

con la misma emoción con que los primeros cristianos invocaban tu Parusía definitiva:

Ven, Señor Jesús. No te has contentado, Señor, con vestir nuestras pobres ropas

humanas, desde el día de tu Encarnación, sino que has querido renovar tu presencia en

esta nueva parusía dominical que es tu Eucaristía. Que este alimento sacramental sea

para nosotros, Señor, prenda de vida eterna, y que la semilla de inmortalidad que dejas

caer en nuestros corazones, germine en gloria celestial. Hasta que un día, al final de los

tiempos, cuando gracias a este sacramento de unidad te hayas hecho todo en todos,

puedas ofrecernos a tu Padre en homenaje de perenne alabanza. Entonces descansare‐

mos y veremos, veremos y alabaremos, alabaremos y amaremos por una eternidad.

Amén."

(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 293-

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297)

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Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas: Hemos llegado a las últimas dos semanas del año

litúrgico. Demos gracias al Señor porque nos ha concedido recorrer , una vez más, este

camino de fe —antiguo y siempre nuevo— en la gran familia espiritual de la Iglesia. Es

un don inestimable, que nos permite vivir en la historia el misterio de Cristo, acogiendo

en los surcos de nuestra existencia personal y comunitaria la semilla de la Palabra de

Dios, semilla de eternidad que transforma desde dentro este mundo y lo abre al reino de

los cielos. En el itinerario de las lecturas bíblicas dominicales, este año nos ha

acompañado el evangelio de san Marcos, que hoy presenta una parte del discurso de

Jesús sobre el final de los tiempos. En este discurso hay una frase que impresiona por

su claridad sintética: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13,

31). Detengámonos un momento a reflexionar sobre esta profecía de Cristo.

La expresión "el cielo y la tierra" aparece con frecuencia en la Biblia para indicar todo el

universo, todo el cosmos. Jesús declara que todo esto está destinado a "pasar". No sólo

la tierra, sino también el cielo, que aquí se entiende en sentido cósmico, no como

sinónimo de Dios. La Sagrada Escritura no conoce ambigüedad: toda la creación está

marcada por la finitud, incluidos los elementos divinizados por las antiguas mitologías: en

ningún caso se confunde la creación y el Creador, sino que existe una diferencia precisa.

Con esta clara distinción, Jesús afirma que sus palabras "no pasarán", es decir, están de

la parte de Dios y, por consiguiente, son eternas. Aunque fueron pronunciadas en su

existencia terrena concreta, son palabras proféticas por antonomasia, como afirma en

otro lugar Jesús dirigiéndose al Padre celestial: "Las palabras que tú me diste se las he

dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti,

y han creído que tú me has enviado" (Jn 17, 8).

En una célebre parábola, Cristo se compara con el sembrador y explica que la semilla es

la Palabra (cf. Mc 4, 14): quienes oyen la Palabra, la acogen y dan fruto (cf. Mc 4, 20),

forman parte del reino de Dios, es decir, viven bajo su señorío; están en el mundo, pero

ya no son del mundo; llevan dentro una semilla de eternidad, un principio de

transformación que se manifiesta ya ahora en una vida buena, animada por la caridad, y

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al final producirá la resurrección de la carne. Este es el poder de la Palabra de Cristo.

Queridos amigos, la Virgen María es el signo vivo de esta verdad. Su corazón fue "tierra

buena" que acogió con plena disponibilidad la Palabra de Dios, de modo que toda su

existencia, transformada según la imagen del Hijo, fue introducida en la eternidad, cuerpo

y alma, anticipando la vocación eterna de todo ser humano. Ahora, en la oración,

hagamos nuestra su respuesta al ángel: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38),

para que, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, también nosotros alcancemos la

gloria de la resurrección.

(Ángelus, Plaza San Pedro, Domingo 15 de noviembre de 2009)

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P. Gustavo Pascual, I.V.E.La segunda venida de Nuestro Señor

Mc 13, 24-32

Este Evangelio es el final del discurso escatológico de Jesús. Narra la venida de Jesús,

su segunda venida, en la Parusía. Vendrá Jesús y resucitará a sus escogidos para que

reinen con El eternamente.

¿Cuándo será esto? Eso es algo que no ha sido revelado. Sólo el Padre sabe el

día y la hora. El Hijo también lo sabe pero no lo puede revelar, como dicen los teólogos:

lo sabe con ciencia no revelable. Es esa la voluntad del Padre.

Podemos conocer la proximidad de la Parusía por los signos que ha dado Jesús.

Cuando esos signos se cumplan el Señor estará a la puerta. Esta es la enseñanza de la

parábola de la higuera. La higuera nos hace conocer la proximidad del verano porque se

ponen tiernas sus ramas y crecen las hojas. Así sucederá con la segunda venida del

Señor. Cuando se cumplan los signos, el Señor aparecerá repentinamente como el rayo

que cruza de un extremo a otro de la tierra[1].

¿Cuáles son los signos? Los ha dada anteriormente el mismo Jesús: falsos

cristos, guerras y rumores de guerras, terremotos y hambre en diversos lugares,

persecuciones, predicación universal, la aparición del anticristo que se sentará en el

lugar santo, catástrofes cósmicas [2].

¿Por qué Jesús no revela la Parusía con exactitud? Para que estemos vigilantes

siempre. Para que seamos fieles y perseverantes en el bien obrar a pesar de lo largo de

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siempre. Para que seamos fieles y perseverantes en el bien obrar a pesar de lo largo de

la espera. Si supiéramos con exactitud el día y la hora probablemente esperaríamos

hasta último momento para prepararnos y no lo haríamos bien. Casi seguro que no lo

haríamos, como sucede con los que van postergando su conversión para más adelante

y los sorprende la muerte sólo con deseos veleidosos.

Cuando uno espera a alguien que ama y cuando desea ardientemente

encontrarse con él no duerme sino que está atento esperando que venga. Ciertamente,

que si tarda mucho, la esperanza es probada, pero si tenemos la certeza que vendrá, la

esperanza no puede consumirse sino que se acrecienta con el correr del tiempo porque

la hora se aproxima.

Jesús no vendrá hasta que se cumplan los signos. Vendrán otros diciéndose

Mesías. Aparecerán muchos falsos salvadores. Hay que tener cuidado. Ya lo advirtió

Jesús. Ir tras ellos será perder la verdadera esperanza y quedar defraudados.

La esperanza nos mantiene en la espera y la oración nos ayuda a la fidelidad.

Sólo ora el que espera. “Velad y orad para que no caigáis en tentación”[3]. Si

perseveramos en la oración nos mantendremos en vigilancia, si cesa la oración nos

quedaremos dormidos y el diablo nos hará caer.

Jesús habla en este Evangelio de su segunda venida, pero la vigilancia también

es importante para nuestro encuentro personal con Jesús el día de nuestra muerte.

Tampoco sabemos sobre ésta, como sobre su segunda venida, el día ni la hora, pero

sabemos con certeza que moriremos y también que Jesús vendrá nuevamente.

¡Dichoso el siervo al que el Señor encuentre en vela realizando la tarea encomendada,

viviendo una vida santa!

A veces, nos dormimos por el sueño del mundo, de las cosas terrenas.

Debemos orar para no dejarnos arrastrar por la correntada del mundo que lleva en su

caudal a muchos. Vamos viendo algunos signos pero nos gana el sueño. Cada vez más

fuerte se impondrá el mundo y sus máximas a medida que se acerque la Parusía. No

nos durmamos sino, por el contrario, redoblemos la vigilancia porque cada vez son más

claros los signos y la venida del Señor más cercana.

Hay que pedir la gracia de tener una fe firme, tan firme que esté dispuesta a dar la

vida por lo que se cree y también una esperanza grande para que nos dé la juventud

necesaria en el espíritu para mantenernos firmes y entusiastas esperando al Señor.

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[1] Cf. Lc 17, 24

[2] Cf. Mc 13, 5-25

[3] Mt 26, 41

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Directorio Homilético Trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario

CEC 1038-1050: el juicio final, la esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nuevaCEC 613-614, 1365-1367: la muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo; laEucaristía V EL JUICIO FINAL 1038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24,15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén en lossepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los quehayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en sugloria acompañado de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante de él todas lasnaciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de lascabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda... E irán estos a uncastigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46). 1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente laverdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelaráhasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado dehacer durante su vida terrena:

Todo el mal que hacen los malos se registra - y ellos no lo saben. El día en que"Dios no se callará" (Sal 50, 3) ... Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado sobrela tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo ala derecha de mi Padre -pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubieraisdado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mispequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestrasbuenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéisnada en Mí" (San Agustín, serm. 18, 4, 4). 1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el díay la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El pronunciarápor medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotrosconoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la

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conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de lasalvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habráconducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la justicia de Diostriunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerteque la muerte (cf. Ct 8, 6). 1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombrestodavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor deDios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventuradaesperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sussantos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10). VI LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS Y DE LA TIERRA NUEVA 1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio final,los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismouniverso será renovado: La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo...cuando llegue eltiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universoentero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través delhombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48) 1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovaciónmisteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta serála realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo porCabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10). 1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su moradaentre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrállanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf. 21, 27).

1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del génerohumano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como elsacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de losrescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Yano será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyeno hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios semanifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, depaz y de comunión mutua. 1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino delmundo material y del hombre: Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos

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Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijosde Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción ... Puessabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y nosólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismosgemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23). 1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin deque el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté alservicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (SanIreneo, haer. 5, 32, 1). 1048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y nosabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo,deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nuevamorada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará ysuperará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres"(GS 39, 1). 1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivarla preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familiahumana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hayque distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo,sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor lasociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2). 1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, trashaberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, losencontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfiguradoscuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Diosserá entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna: La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el EspírituSanto, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a sumisericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la

vida eterna (San Cirilo de Jerusalén, catech. ill. 18, 29). La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo 613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redencióndefinitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita elpecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole conEl por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv16, 15-16). 614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios(cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega alHijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios

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Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dioshecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestradesobediencia. 1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. Elcarácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de lainstitución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es lanueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En laEucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangremisma que "derramó por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28). 1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) elsacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto: (Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas,muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (loshombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a susacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que fue entregado" (1 Co11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclamala naturaleza humana), donde sería representado el sacrificio sangriento que iba arealizarse una única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de lossiglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecadosque cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740). 1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio:"Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, quese ofreció a si misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer":(CONCILIUM TRIDENTINUM, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene einmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismouna vez de modo cruento"; …este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibid).

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Función de cada sección del Boletín

Homilética se compone de 7 Secciones principales:Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como elGuion para la celebración de la Santa Misa.

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de

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Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papas osacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.

Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres dela Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del domingo propio delboletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cualespueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en lapredicación.Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexiónu ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas deldomingo analizado. Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían arealizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del domingo para poderbrindar una predicación más uniforme, conforme al DIRECTORIO HOMILÉTICOpromulgado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de losSacramentos de la Santa Sede en el 2014.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en San Rafael, Mendoza,Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derechoDiocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el Sacerdote Católico Calos Miguel Buela. Nuestrafamilia religiosa tiene como carisma la prolongación de la Encarnación del Verbo en todas lasmanifestaciones del hombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejorhacerlo proporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perenne tradición ymagisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana.

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