domingo 30o del tiempo ordinario, ciclo a · el relato comienza con una presentación de dos grupos...

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Domingo 30 o del tiempo Ordinario, ciclo A

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Domingo 30o del tiempo Ordinario, ciclo A

El texto: Mateo 22, 34-40. 34Entonces los fariseos, habiendo escuchado que había dejado callados a los saduceos, se reunieron entorno a él, 35y uno de ellos, un maestro de la ley, le preguntó para probarlo. 36«Maestro, ¿cuál de los mandamientos es el mayor en la Ley?» 37Él le dijo:« “Amarás al Señor, tu Dios, en todo tu corazón, y en toda tu alma, y en todas tus fuerzas.” 38Éste es el más grande y primer mandamiento. 39El segundo es semejante a éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. 40En estos dos mandamientos pende toda la Ley y los profetas.»

(“Busca leyendo...” Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)

El relato comienza con una presentación de dos grupos antagónicos del antiguo pueblo de Israel: los saduceos y los fariseos. Los primeros niegan la resurrección de los muertos, mientras que los segundos la afirman (cf. Hch 23, 6ss). Precisamente sobre este punto han debatido Jesús y los saduceos, cuando le presentan a Jesús el caso de la mujer viuda de siete hermanos (vv. 23-33). Jesús ha afirmado la actualidad de la relación entre Dios y los hombres, siendo Dios de vivos y no de muertos. No sabemos si los fariseos se han reunido para poner a prueba a Jesús sólo para hacerlo caer, o para comprobar que habiendo vencido a sus contrarios pudiera ser uno de ellos. La pregunta versa sobre lo que los fariseos son expertos: el cumplimiento exacto de los mandamientos de la Ley de Dios. La pregunta por el mayor de los mandamientos desvelaría qué tradición en Jesús es predominante, y con ello ver su afinidad o discrepancia. Jesús se remite al Ve'ahavta, segunda parte del Shemá (Dt 6, 5), que tras la convocación al pueblo de Israel reconocer la unicidad de Dios, se invita a mantener con él una relación viva en el amor, una relación semejante con la que acaba de dejar callados a los saduceos. Ante esto, Jesús aparecería como un buen fariseo, que enunciando el inicio del decálogo manifestaría su apego total a la Ley. Sin embargo, Jesús añade el segundo mandamiento que no le es preguntado, y que él postula como semejante: el amor al prójimo (Lv 19, 18). Y va más lejos, no sólo son los mandamientos mayores, sino que de ellos penden todos los demás, no se trata de un resumen o síntesis de los mandamientos, sino de la fuente o sostén de todos y cada uno. No se narra la reacción de los fariseos en este momento, pero por los continuos diferendos que tiene con los fariseos, podemos entrever una corrección a una práctica desencarnada de los mandamientos que olvidase el segundo mandamiento que es reivindicado por Jesús: el amor al prójimo.

(“... y encontrarás meditando.” Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)

No podemos amar a Dios con todo nuestro corazón, ni con toda nuestra alma, ni con todas nuestras fuerzas, si no somos capaces de amar al prójimo como a nosotros mismos. Esta es la gran llave de interpretación que Jesús nos invita a descubrir en la Ley de Dios. Una ley en la que Dios mismo cede sus privilegios al prójimo. En este amor se reconoce quien de verdad ha conocido a Dios, quien es Amor (Cf. 1 Jn 4, 8) Amar al prójimo como a uno mismo es un mandato que brota del evitar toda venganza (Lv 19, 18), la venganza miraría al resarcimiento del daño recibido devolviendo un daño a quien lo ha infringido. Sin embargo, el mandato de Dios no sólo limita esta a sólo un daño de igual magnitud (ley del talión), sino que nos pone al prójimo como otro yo, como otra totalidad de corazón, alma y fuerzas. El amor propio no se cierra en nosotros mismos, sino que se conecta totalmente al amor al prójimo. No hay precedencias ni antagonismos entre estos amores; ni entre el propio y al prójimo, como del amor humano al divino. Este amor hacia Dios y hacia el prójimo se presentan como el correlato del que pende toda ley posterior. Entedemos así la sentencia de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, pues quien de verdad

ama no puede hacer mal alguno.

(“Llama orando...” Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)

Enséñame (Athenas Vénica / Jonatan Narvaez) Yo digo que te amo mas no siempre te he sido fiel es que a veces no amo a mi hermano y es entonces cuando te fallé. (2) Enséñame a amar como Tú, ¡oh Señor!, ¡enséñame a amar como Tú, Señor! (2)

(“... y se te abrirá por la contemplación.” Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de acuerdo

a la Palabra de Dios) ¿Qué sentimientos se despiertan en mí cuando escucho que del Amor a Dios y a mi prójimo pende toda ley? ¿Me siento aliviado, alentado, defraudado? ¿Qué implica para mí amar con totalidad de corazón, de alma y de fuerzas? ¿Puedo amar con esa totalidad, o al menos lo deseo y trato de hacerlo? ¿Qué consecuencias traería a mi vida tener el Amor como el mayor de los mandamientos? ¿Cómo viviré mejor el amor en mi vida?