docentes inmersos en colegios católicos, nuestra misión y carisma

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Docentes inmersos en Colegios Católicos, Nuestra misión y carisma Cristianos que rompamos paradigmas, que seamos capaces de levantar nuestra voz, de salir a las calles a predicar, de reír, confrontar y anunciar la Buena Nueva de salvación son los que la Iglesia necesita hoy. Es con la anterior sentencia que quiero apoyarme para plasmar unas cortas ideas en relación a la urgente necesidad que tenemos quienes formamos en una institución educativa católica, cuyos principios de vida están todos contenidos en los preceptos evangélicos y las directrices dadas por la Iglesia. Quienes hacen parte de nuestras instituciones son, sin lugar a dudas, jóvenes de otro momento histórico, un momento enmarcado por los cambios, la tecnología, el estudio de la ciencia, la sociedad de lo rápido, inmediatista, el mundo de lo no tan complejo, de lo competitivo, de lo práctico. En definitiva, de otro paradigma de vida, quizá mejor al que nosotros vivimos, quizá más oportuno, mas seductor y apasionante, pero, a la vez, más aislado del rostro del amor de Dios, de su presencia continua y de su figura de Padre y Redentor. No es extraño para nosotros percibir estás realidades que ya hacen parte de nuestra vida cotidiana en el aula de clases, en las temáticas que abordamos, en los espacios de ocio y lectura, en el juego y la confrontación. Esta realidad ya está inmersa en todos los escenarios y casi que permea el total de la población estudiantil, algunos más radicales en posturas al respecto que otros, pero en su mayoría con ideologías similares que varían en color, forma y textura.

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Docentes inmersos en Colegios Católicos,

Nuestra misión y carisma

Cristianos que rompamos paradigmas, que seamos capaces de levantar nuestra voz, de salir a las calles a predicar, de reír, confrontar y anunciar la Buena Nueva de salvación son los que la Iglesia necesita hoy.

Es con la anterior sentencia que quiero apoyarme para plasmar unas cortas ideas en relación a la urgente necesidad que tenemos quienes formamos en una institución educativa católica, cuyos principios de vida están todos contenidos en los preceptos evangélicos y las directrices dadas por la Iglesia.

Quienes hacen parte de nuestras instituciones son, sin lugar a dudas, jóvenes de otro momento histórico, un momento enmarcado por los cambios, la tecnología, el estudio de la ciencia, la sociedad de lo rápido, inmediatista, el mundo de lo no tan complejo, de lo competitivo, de lo práctico. En definitiva, de otro paradigma de vida, quizá mejor al que nosotros vivimos, quizá más oportuno, mas seductor y apasionante, pero, a la vez, más aislado del rostro del amor de Dios, de su presencia continua y de su figura de Padre y Redentor.

No es extraño para nosotros percibir estás realidades que ya hacen parte de nuestra vida cotidiana en el aula de clases, en las temáticas que abordamos, en los espacios de ocio y lectura, en el juego y la confrontación. Esta realidad ya está inmersa en todos los escenarios y casi que permea el total de la población estudiantil, algunos más radicales en posturas al respecto que otros, pero en su mayoría con ideologías similares que varían en color, forma y textura.

Ante todo lo que acontece, mi gran pregunta es, ¿Estamos los docentes preparados para romper los paradigmas del mundo contemporáneo y mostrar una faceta de Dios diferente, atrayente, impactante?, ¿Estaremos acaso con disposición de hablar y predicar desde las distintas áreas del conocimiento sobre Jesucristo como posibilidad de salvación y vida nueva?. Creo con total convicción que son cuestionamientos que casi nuca solemos hacernos pero que resultan de vital importancia para comprender la dimensión del ser del Maestro de un establecimiento llamado Católico, es decir, universal, que profesa un Credo, que busca un modelo diferente de formación humana. Lo único claro es que estos interrogantes solo son posibles de responder en la intimidad, a la luz de lo que somos y creemos, en la lucha de nuestro yo y los ideales que persiguemos.

Mi llamado es quizá a repensar cuanto hacemos y como lo hacemos, es decir, a en un acto profundo de sinceridad evaluar aquello que dejamos reflejar de Dios en las clases que abordamos a lo largo de jornadas completas de estudio. Es mas

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que imperativo, exhortación a la transformación de nuestras prácticas pedagógicas, es abrir nuevos escenarios y caminos de estudio, de suerte que nuestros jóvenes sedientos de verdad tengan herramientas para sopesar sus criterios, sepan apreciar y valorar aquello que queremos comunicarles y sobre manera, encuentren en lo que les trasmitimos el tinte cristiano, un tinte caracterizado por la felicidad, la libertad de los Hijos de Dios y la vida nueva en su espíritu.

No cabe duda queridos colegas que hacer parte de la labor educativa de un colegio católico implica transformación y recreación de novedosos horizontes de trabajo integral. Quien se forma en nuestros colegios debe marcar una diferencia no tanto en sus competencias, aunque sea algo realmente importante, sino más en sus aptitudes, cualidades y maneras de ver y vivir la vida. No se fabrican modelos de estudiantes, se forman estudiantes desde la libertad y la responsabilidad.

Hacer parte de un colegio católico es formar en comunidad un pequeño pueblo de Dios, un pueblo integrado por directivos, docentes, estudiantes y demás personas que se involucran en este campo de trabajo. La gran misión es entonces formar, promover, animar y disponer los mejores caminos para una labranza de provecho intelectual.

Que sea el Señor quien nos anime en ésta especial vocación y que nuestro corazón e intelecto se disponga cada vez con más prontitud a encontrar los mejores y más óptimos caminos por donde conducir nuestro quehacer educativo.

Por, Breiner Jhoan Pulido PulidoDocente