divorcio sus consecuencias para los hijos

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Carmen Maganto Mateo Consecuencias psicopatológicas del divorcio en los hijos 1 Capítulo 5. Consecuencias psicopatológicas del divorcio en los hijos Carmen Maganto Mateo

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Carmen Maganto Mateo Consecuencias psicopatológicas del divorcio en los hijos

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Capítulo 5. Consecuencias psicopatológicas del divo rcio

en los hijos

Carmen Maganto Mateo

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Carmen Maganto Mateo Consecuencias psicopatológicas del divorcio en los hijos

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1. INTRODUCCIÓN

El tema de los trastornos psicopatológicos como consecuencia de una situación familiar de divorcio o ruptura de la pareja está sujeto a controversias. Es más, podemos afirmar que no hay acuerdo en considerar que todos los divorcios tienen repercusiones psicopatológicas, ni siquiera repercusiones negativas para los hijos. Es necesario, para enfocar correctamente este tema, tomar en consideración varios factores que siempre están presentes en un proceso de divorcio, como por ejemplo cuáles son las causas del mismo, de qué situación pre-divorcio se parte, de dónde se obtienen los datos para concluir sobre repercusiones psicopatológicas, así como del credo epistemológico con el que se observa e interpreta la realidad del divorcio.

Cuando el ámbito clínico es el referente de los datos sobre hijos de separados/divorciados, el sesgo de la muestra no deja de ser evidente. Ya Francescato (1995) plantea este hecho como algo que ha condicionado la conceptualización del divorcio. Efectivamente muchos de los pacientes infantiles provienen de familias rotas, pero no es menos cierto que en igual medida los trastornos psicopatológicos se observan en similar medida en sujetos cuyos padres se mantienen unidos. Otros estudios empíricos longitudinales con muestra no clínicas plantean que la proporción de trastornos psicopatológicos no es superior en familias con ruptura familiar que en familias sin ella, y que los trastornos consecuentes dependen de los factores que rodean a la separación y divorcio más que al hecho en sí mismo (Liberman, 1983; Dolto, 1989. 1998; Francescato, 1995). 2. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL DIVORCIO

La evolución que ha tenido el propio concepto de divorcio en la segunda mitad del siglo XX en nuestro país ha estado obviamente vinculado a una situación histórico-cultural determinada y a unos condicionantes legales consecuentes.

Hasta los años 50 se creía que el divorcio era un mal:

• Alguien era culpable. • Había siempre un fallo, un error, una falta de sacrificio... • Se producía siempre un trauma en los hijos. • Se aguantaba por ellos lo que se podía. • Se ocultaba y se consideraba que los divorciados era los

"diferentes"

En los años 60-80 se conceptualiza como una solución, un mal menor:

• Poner fin a algo que ya se ha perdido. • Solución a un conflicto, especialmente para la pareja • Legalizar situaciones económicas en beneficio de los hijos. • La custodia materna se daba por hecho, de no haber causas

demostrables de imposibilidad de custodia. • Progresivamente se reivindicaba una ley que mejorara las

posibilidades y condiciones de separación y divorcio.

A partir de los años 80 el concepto de divorcio se independiza de tres factores (Francescato, 1995):

a) Factores externos, entre los que merece destacar la familia extensa, la Iglesia y el Estado.

b) Cambio de roles sexuales y parentales. Se logra progresivamente una independencia económica de la mujer, asumiendo un rol no exclusivamente materno o de pareja. La condición laboral integra un rol social en su identidad. La mujer evoluciona hacia el erotismo y las relaciones de pareja también adquieren nueva dimensión.

c) Disminución de la importancia de los hijos en las relaciones de pareja. El descenso de natalidad permite recuperar la libertad que los hijos restringen, especialmente para las madres. Los gastos se comparten. Las mujeres “también” son madres.

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La investigación de Goñi (1997) con relación a los juicios de valor sobre el divorcio indica que la persona humana enjuicia las situaciones de cambio social conjugando tres tipos de análisis: El ámbito sociomoral, en el que cada uno tiene su mundo de valores acerca de lo justo/injusto o de lo bueno/malo; el ámbito de la organización social, es decir, la valoración sobre expectativas sociales e institucionales; y el ámbito de la privacidad o ámbito personal, en el que cada uno libremente decide cómo quiere ser feliz. Estos ámbitos, no siempre fáciles de combinar con coherencia, provocan desajustes cognitivos y hace que valoremos las situaciones sociales en función de múltiples variables. Las alternativas se debaten entre los juicios de privacidad o moralidad, dependiendo del mundo de creencias la valoración prioritaria de uno u otro ámbito. La moralidad siempre hace relación a los terceros que pueden salir perjudicados, mientras que el juicio de privacidad se centra en el derecho a la felicidad personal a conseguir (Goñi,1997). 3. EVOLUCIÓN DE LA FAMILIA

La evolución que ha seguido en el siglo XX ha sido recogida por los sociólogos familiares. Salcedo (1992) indica que hacia la mitad de siglo se dio un cambio de estructura, y se pasó de la familia “extensa” a la familia “cuatripersonal”. Este era un modelo casi perfecto de familia, los padres y la “parejita”, y mejor si éstos eran chico y chica. Casi a finales de siglo se impone la familia “tripersonal” y se incrementa el número de familias con un solo descendiente. Las familias consideradas “atípicas” en los primeros años del siglo 20 (parejas sin hijos, niveles de cohabitación, familias monoparentales, familias unipersonales, familias-comunas), han dejado de serlo, y en algunas áreas metropolitanas como París, San Francisco, New York o Dinamarca, estos modelos atípicos, sumándolos todos ellos, suponen hoy más del 50% de formas familiares registradas. Para este autor (Salcedo,1992), el futuro camina a:

a) Consolidación del modelo familiar tripersonal y eclosión general del hijo único en los ambientes urbanos.

b) Crecimiento espectacular en las áreas urbanas de familias monoparentales (madre y uno o dos hijos) y de las unipersonales (solteros/as o divorciados/as).

c) Desarrollo de la cohabitación que se mantendrá a niveles más

bajos en relación con otros países europeos.

d) Crecimiento de formas no familiares de relaciones de pareja.

e) Disminución, aún mayor, de la fecundidad en coexistencia con un número creciente de embarazos no deseados en menores de edad y embarazos fuertemente deseados en mujeres en su cuarentena

Salustiano (1994) recalca la necesidad de diferenciar entre

alternativas al matrimonio y alternativas a la familia. Muchas de las formas de cohabitación o de uniones consensuadas son alternativas al matrimonio, mientras que las familias unipersonales se han incrementado como consecuencia del ascenso del divorcio, y lo mismo podría decirse de los hogares unipersonales. Para Cherlin y Fustenberg (1981) tres van a ser los modelos imperantes de familia en el futuro: familias nucleares de primeros matrimonios, las familias monoparentales y las familias de segundas nupcias. Esto supone un cambio en el modo de vida de los niños, ya que muchos de ellos tendrán un ciclo que suponga vivir con sus padres biológicos, vivir sólo con sus madres, vivir en un nuevo hogar con padrastro y nuevos hermanos, vivir consensuadamente con alguien sin casarse, casarse en edad más tardía, posiblemente divorciarse, rehacer segundas nupcias y finalizar su vida en una residencia de tercera edad.

No obstante, los sociólogos estudiosos del tema insisten en que en Europa, no existe ningún rechazo al matrimonio, sino todo lo contrario, se mantiene como un valor al que se aspira y el que se busca para ser feliz.

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Las tasas de divorcio indican simplemente que no se quiere seguir casado si no se es feliz, pero el incremento de segunda nupcialidad confirma el deseo de buscar por este medio la felicidad deseada. Estamos en el momento de redefinir la familia por sus funciones y no por su estructura, incluyendo todas las formas sociales de convivencia.

Alberdi (1992) considera que la evolución de la familia es importante y los cambios muy significativos, pero en el futuro mantendrá su función económica , no tanto por ser una unidad de producción cuanto una unidad de consumo. Mantendrá así mismo sus funciones reproductoras , aunque la tasa de nacimientos biológicos sea cada vez menor. Y mantendrá e incrementará sus funciones afectivas y sexuales , hasta el punto de ser el elemento esencial que determina la unión o la separación de las parejas, siendo en la actualidad una función prioritaria. Igualmente las funciones afectivas de crianza con relación a los hijos se han incrementado, especialmente en el padre que con mayor frecuencia toma parte activa en la educación afectiva no solo autoritaria de los hijos. 4. CAUSAS Y PROCESO DE DIVORCIO

4.1. Causas Es, sin duda, los problemas de relación entre los padres lo que suele

causar el divorcio. Ya Despert (1962) habló de “divorcio emocional” como situación previa a la ruptura. Este puede materializarse ante los tribunales con gran desgaste judicial o bien hacerse cortésmente. En cualquier caso, lo que no funciona es el lazo de amor que los unía. Así, cuando los trámites judiciales se realizan, el divorcio emocional está consumado, bien por acuerdo bilateral o bien unilateralmente.

Las causas que con más frecuencia se aducen como motivo de separación o divorcio, se concretizan en las siguientes:

• Búsqueda de satisfacción individual exclusivamente • Cerrarse en ellos mismos, falta de proyección social • Creencias religiosas y políticas • Factores económicos • Factores relacionados con la familia extensa • Cambio de roles sexuales y parentales • Atracción sexual disminuida • Elección de otra pareja

En el estudio de (1993) las razones indican una relación previamente

rota por problemas de comunicación, incompatibilidad de caracteres o diferencias muy notables, especialmente en temas como hobbies y familia extensa.

4.2. Etapas en el proceso de divorcio

Para contextualizar adecuadamente las repercusiones que la situación de divorcio o separación provoca en los hijos, se han de tener en cuenta varios factores que entran en juego en todo proceso de ruptura y que van a condicionar las consecuencias del proceso de separación:

1. Relación previa de la pareja 2. Funciones parentales (crianza) y domésticas compartidas 3. Responsabilidad y situación económica 4. Respeto a los hijos.

Cada uno de estos factores integra a su vez una gran cantidad de

variables que interaccionan entre sí. Pero podemos afirmar sin temor a equivocarnos que previamente a la ruptura cada uno de estos factores tiene una valoración positiva o negativa para la pareja, que obliga a sopesar las consecuencias de la decisión que se va a tomar. Es un análisis de “costo/beneficio”, que no siempre responde a lo previsto, pero que ha sido previamente pensado en términos generales. La pareja, o al menos uno de

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los miembros, suele hacer siempre un balance positivo de la ruptura en el aspecto relacional, en el sentido de que se prevé que saldrá beneficiado al romper la relación. Suele ser el punto clave de la separación conyugal. Los otros aspectos actúan más de mediadores que de determinantes, pero indudablemente refuerzan o frenan el tomar la iniciativa de la separación. Así, podríamos decir que la situación previa a la separación/divorcio es fundamentalmente positiva, negativa o más ambivalente, en función de los factores señalados.

En una síntesis de los mismos podíamos describir la situación

antecedente o la situación de la que se parte antes de la ruptura en estos términos:

4.2.1. Situación pre-divorcio

Cuadro 1. Situación pre-divorcio: De qué situación se parte

Situación negativa Situación ambivalente Situación positiva

Relación de

pareja

• Conflictos psicoló-

gicos entre los

cónyuges

• Maltrato

• Enfermedades

físicas o psíquicas

• Momentos de con-

flicto

• Trato cada vez más

distante y frío.

• Salud física o mental

alterada.

• Apenas conflictos

relacionales

• Trato respetuoso

• Salud mental y

física

Respon-

sabilidad

• Abandono de

responsabilidades

• Responsabilidades

parcialmente

cumplidas.

• Se asume la

responsabilidad

por ambas partes

Situación

Econó-mica

• Penuria o situación

económica crítica

• Situación económi-

ca aceptable, pero

con limitaciones

• Bienestar

económico

Respeto a

los hijos

• No respeto;

maltrato, bandono,

indiferencia

• Respeto

condicionado al

coste/benficio

• Respeto,

cuidado,

protección...

Las implicaciones que tienen las interacciones anteriores se saldan con malestar o bienestar psicológico, independientemente de que acontezca una ruptura conyugal o no. Los trastornos se acentúan en la medida en que, en cada uno de los factores, el balance es negativo. Son las denominadas familias de alto riesgo en las que la patología infantil tiene connotaciones mentales y sociales, con una patología múltiple y de mal pronóstico. (Rutter,1979). Los estudios recogidos por Cova (2000) sobre disfuncionalidad familiar y psicopatología de niños y adolescentes parecen demostrar la existencia de un incremento del riesgo de trastorno mental en los niños en función de la acumulación de estresores familiares. Esto ha sido confirmado por diversas investigaciones (Blanz, Smidt, Esser, 1991; Sanson, Oberklaid, Pedlow y Prior, 1991; Shaw y Emery, 1988), aunque se discute si se ajustan mejor a un modelo multiplicativo o aditivo (Shaw, Vondra, Hommerding, Keenan y Dunn, 1994). En general, los estudios psicopatológicos provienen de familias en las que los estresores familiares son altos. La conflictividad parental y el divorcio consecuente ha demostrado tener efectos negativos en el desarrollo infantil. Sin embargo, cuando la situación previa es ambivalente o positiva, las consecuencias de la separación y divorcio dependen de las variables que están implicadas en el propio proceso y en el modo de llevarlo a cabo.

En el proceso de divorcio hay tres unidades de decisión básicas que suponen la garantía de acción educativa para ambos conyuges:

a) Progenitor custodio b) Régimen de visitas c) Asignación económica

Son tres puntos conflictivos, hasta el punto de que no es el problema

tanto la separación como la permanente discordia posterior que agrava la situación. Cuando estaban en casa evitaban que les vieran discutir, ahora no les importa.

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a) Progenitor custodio:

En la mayoría de los casos se decide el progenitor custodio, sin embargo, en algunos casos, especialmente en niños mayores, se posibilita la elección.

Suele concederse la custodia al progenitor materno en un alto porcentaje de casos, principalmente en menores de 7 años

Cuando se designa la custodia puede haber problemas por no vivir con el que se desea, pero no se vive con culpa la no-elección del otro progenitor. A la inversa, en la elección de progenitor, suele vivirse con culpa por parte de los hijos y dificulta la relación con el progenitor no elegido.

Plantear la custodia supone preferenciar a uno sobre otro en el ejercicio de la crianza. Pueden existir connotaciones morales y polares en el horizonte del desarrollo. La distancia propicia perder la relación, especialmente si el niño es muy pequeño, porque un niño “hace”, “crea”, a sus padres porque los necesita, hace demandas, es vulnerable. Si se aleja de un progenitor demanda menos la presencia del padre no custodio, incluso, se pierde con frecuencia la relación con la familia extensa del progenitor no custodio.

Existe además el peligro de moralizar sobre el hecho de la custodia

en términos de ser mejor o peor padre, favoreciendo la polaridad:

• Padre custodio = bueno

• Padre no custodio = malo

La tentación de pretender la exclusividad en la tutela a cualquier precio es bastante común, incluso a veces por venganza de la ex-pareja. Gran parte de los conflictos post-divorcio provienen de este conflictivo tema: la custodia de los hijos.

b) Régimen de visitas Es otro de los aspectos conflictivos de la separación. Hay que

establecerlas, pero es aconsejable la flexibilidad en la medida en que se pueda. Se regula bajo el concepto de que ambos siguen siendo padres, lo que supone tiempo, comunicación, régimen de vacaciones, etc.

Se regulan los días de la semana, fines de semana y vacaciones. Conviene que los niños sepan qué va a ocurrir, cuándo tienen que cambiar, qué harán, etc. Deben poder anticipar lo que ocurrirá y recoger sus cosas, quedar o no con sus amigos, planificar sus hobbies...

Son periodos especialmente difíciles para los hijos los que preceden al cambio, así como los inmediatamente posteriores.

Las situaciones más comunes y conflictivas son:

• Querer la exclusividad a cualquier previo, utilizando manejos emocionales con los hijos y chantajes.

• No cumplir lo pactado, no asistir a buscarlos, hacerlo antes de tiempo o en otros momentos.

• Desinteresarse progresivamente y no compartir la custodia.

• Desvincularse de la familia extensa del progenitor no custodio. La tarea educativa se realiza en todo momento, también en el tiempo

libre, vacaciones, fines de semana, etc. Son momentos de mayor convivencia, que permiten más la ideologización y que conllevan más dedicación, pero en general menos disciplina. La vida cotidiana con la regularidad de los horarios académicos y de actividades extraescolares exigen una puesta de límites rutinaria y más explícita.

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c) Asignación económica

Consiste en fijar un tanto para que los hijos no se vean privados de las oportunidades que antes tenían. Inicialmente no parece que sea el tema más controvertido, sin embargo uno de los aspectos más difíciles de consensuar es el dinero. Para el que da siempre es mucho, para el que recibe siempre es poco. Se regula la casa, bienes en común, pensión, objetos personales, hobbies, ropa y objetos de uso, regalos...

En general, las asignaciones no están bien reguladas por ley, son

insuficientes, y en ocasiones no se asigna convenientemente. Las variaciones según los casos son enormes, pero en un 90% de casos desciende la capacidad adquisitiva del cónyuge custodio. Con el mismo dinero hay que mantener dos casas. Quizá sea ésta una de las razones que expliquen la incorporación más temprana de los hijos al ámbito laboral (Francescato, 1995).

En ocasiones la asignación obliga a vender la casa, cambiar incluso de zona urbana, de colegio, de compañeros, de estilo de vida y de hobbies. La clínica y la literatura revisada confirman que es una fuente de insatisfacción inicial, de conflictos en la readaptación a la nueva situación y de sufrimiento. A los niños les cuesta más que a los mayores el cambio de hogar y perder la casa donde han vivido (Francescato, 1995; Dolto, 1998).

La asignación económica es una de las principales causas de resentimiento. Aunque inicialmente se cumple con lo asignado, con el tiempo cuesta cada vez más, especialmente si hay una nueva pareja con nuevos hijos. Es uno de los temas que suele ser motivo de discusiones entre los padres y de re-negociar con el juez las condiciones la asignación. Los niños con los años tienen otras necesidades y a veces es insuficiente la primera decisión judicial.

El informe de Roll (1992) sobre la situación en Europa de familias monoparentales demuestra la relación entre monoparentalidad y pobreza,

especialmente si la monoparentalidad es materna. Estas tienen trabajos de menor calidad, o bien solo trabajan parcialmente, son menos cualificados o reciben inferior sueldo que los hombres a igualdad de funciones laborales. El subsidio no es suficiente y en ocasiones no se recibe lo acordado. Las diferencias entre los países europeos son importantes, pero en distinta proporción siempre el nivel de vida es inferior en este tipo de familias comparadas con las familias nucleares.

Todos estos factores propician que la situación posterior al divorcio sea claramente desigual en unas familias y en otras. En general, la situación a la que se llega es predominantemente positiva, comparada con la situación pre-divorcio, o bien claramente negativa.

El cuadro posterior recoge las variables en las que se basan estas

diferencias

4.2.2. Situación post-divorcio

Cuadro 2. Situación post-divorcio: A qué situación se llega

MÁS NEGATIVA MÁS POSITIVA

• Nuevos conflictos relacionales con la ex-pareja o con una nueva.

• Solo/a ante las responsabilidades. • Más penuria económica. • Niños en dos hogares sin

atención en ninguna o con contradicciones importantes.

• Manejo y chantaje a través de los hijos.

• Ausencia de conflictos. • Responsabilidades compartidas

con familia extensa o con nueva pareja.

• Situación económica igual o mejor.

• Niños en dos hogares sin conflictos o en un hogar sin conflictos.

• Respeto de los hijos.

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El proceso, para los padres, tiene al menos tres mo mentos:

a) Progresiva desilusión, desenamoramiento, incompatibilidad, y progresiva toma de decisión de separarse.

b) Decisión de separarse y consumar el hecho, con lo que implica

de comunicación a los hijos, familia, cambios, etc. Este momento es fruto del anterior y es esperado como algo lógico o que iba a ocurrir. Cuando se separan había un divorcio emocional.

c) Readaptación a la situación de post-separación o post-divorcio.

El proceso, para los hijos, suele tener dos momento s:

a) Conocer la decisión de que se separan, a veces sin claro conocimiento del proceso anterior o sin prever que las desavenencias acabarían así. Cuando esto ocurre se separa a los hijos sin que exista, en general, un “divorcio intra-relacional” previo. Ellos son separados, divididos, el vínculo que se rompe.

b) Re-adaptación a la nueva situación.

Menéndez (1994) habla de tres etapas: la etapa aguda, la etapa de

transición y la etapa de restablecimiento de la estabilidad. Cada una de estas etapas tiene para los padres y para los hijos

diferentes consecuencias. La etapa de transición es difícil para los niños por los especiales cambios que se les plantean, mientras que la etapa de readaptación tiene connotaciones más acusadas para los padres porque se ha pasado el momento de enfrentar y luchar por una cambio, y una vez efectuado, la situación nueva no suele responder a lo previsto.

4.2.3. Perfil de la situación post-divorcio más común:

Creencia de que la situación es un periodo de crisis, pero que se resolverá pronto, bien por sí mismos de forma consensuada o bien mediante dictamen judicial. Sin embargo, el conflicto se mantiene más tiempo del previsto y se expande a otras áreas relacionales. Para ambos, los cambios son superiores a la prospección inicial.

Los padres suelen apoyarse en los hijos para superar esta situación, agravando la carga de preocupación y ansiedad en estos. El niño suele ser el quicio sobre el que giran las discusiones parentales.

Los padres pierden parte del ámbito de relación que tenían, recortan las distracciones y hobbies en función de la carga de la custodia.

La mayoría de los padres experimentan inseguridad, miedo a una nueva relación, sufren transformaciones en su estilo de vida y en sus esquema de valores y comportamientos (Menéndez, 1994)

El proceso de divorcio no es similar, evidentemente, para los padres y para los hijos, no sólo en la dimensión afectiva, sino incluso en la cronología de los hechos. 5. INVESTIGACIONES SOBRE EL IMPACTO DEL DIVORCIO EN LOS

HIJOS

5.1. Datos sobre consecuencias psicológicas

La revisión de la literatura científica evidencia que los estudios clínicos están sesgados, debido precisamente a su carácter clínico, por lo que los resultados deben ser tomados con cautela. Se aprecia también que apenas existen estudios contrastados evolutivos de familias separadas y no-separadas, por los que los resultados de la investigación se basan en su

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mayoría sólo en familias de consulta clínica. Una tercera constatación que son casi inexistentes los datos psicológicos y sociológicos sobre bienestar en niños y adolescentes de padres deparados o divorciados (Francescato, 1995; Ruiz Becerril, 1999).

Por otra parte, tanto los estudios clínicos como los sociales están ideologizados por una dualidad que ha predominado históricamente: separase es malo, seguir unidos es bueno. Así, conviene peguntarse si hay más o menos problemas que en otras familias y si los sujetos objeto de estudio tienen más o menos problemas que los niños de su misma condición y edad que no han experimentado la separación de sus padres.

Se constata igualmente que, cuando se presta atención a las reacciones de los progenitores, los resultados son muy divergentes:

• Parece que casi dos tercios de los padres separados se encuentran mejor después de separarse, especialmente si han encontrado otro compañero o compañera sexual, si la ruptura no ha sido traumática, y si han conservado una relación amistosa con la ex-pareja.

• Sin embargo, entre un 10 y 15% de progenitores se sienten

traumatizados por la separación. Las mujeres parecen mostrarse más extremas en sus apreciaciones, se sienten o más felices que los hombres o más depresivas que los hombres.

Al focalizar los resultados de los estudios desde el punto de vista de

los hijos se aprecian igualmente conclusiones divergentes. Las reacciones de los hijos tras la separación o divorcio están estrechamente vinculadas a la intensidad del conflicto previo, al contexto socioeconómico y cultural de la familia, al modo en que cada padre cumple su función educadora y a otras variables asociadas a la situación pre y post-divorcio. En lo que sí hay un acuerdo general es que ningún niño percibe el divorcio como una segunda

oportunidad en su vida, sino como un fracaso en la relación de sus padres (Menéndez, 1994).

De acuerdo con la línea planteada por Sellares (1987), el impacto del divorcio debe ser considerado atendiendo a las siguientes variables:

a) Madurez/patología de los padres. La capacidad de ponerse en el lugar del niño, de plantear el problema desde la comprensión y la sinceridad, así como desde la no-rivalidad y conflicto permanente, permite a los padres hacerse cargo de la repercusión que la información y los cambios tienen en el niño. Cuando la patología parental es importante, al factor del divorcio se le suma otro factor de estrés y riesgo para la psicopatología infantil.

b) Personalidad del niño y su historia evolutiva. La madurez del

niño en función de su edad, la capacidad de enfrentar conflictos, la seguridad y autonomía y la “resilience”, son factores protectores del estrés ambiental. Si su historia ha transcurrido sin problemas, rodeado del afecto y protección necesarias los efectos del divorcio serán menores. Por el contrario, una historia evolutiva marcada por abandonos, experiencias traumáticas, problemas relacionales, escolares o de cualquier otro tipo, incrementa el riesgo de patogenia al enfrentar una situación de separación parental. Especialmente la edad y el sexo, como veremos posteriormente, marca diferencias en el modo de reaccionar ante este evento, pero puede afirmarse que a menor edad el problema es mayor en el momento de la ruptura, pero no es tan claro que lo sea a largo plazo. Esto dependerá de lo que ocurra posteriormente en el transcurso de su vida. En cuanto al sexo parece demostrarse en la mayoría de los estudios que los niños tiene más problemas que las niñas, lo que demuestra la mayor vulnerabilidad del niño en su evolución. Otra posible explicación provenga del hecho de que los niños permanecen bajo la custodia materna y son alejados del

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progenitor del propio sexo. Sin embargo, estos mismos resultados se confirman también en familias intactas por lo que hay que tener cuidado con las inferencias de los resultados.

c) Nivel socioeconómico. Es una de las variables más estudiadas

como desencadenante de efectos nocivos del postdivorcio. La repercusión se expande desde el aislamiento social, a la falta de adaptación a la nueva situación de nivel inferior de vida, a la repercusión en el cambio de hogar, amigos, escuela, etc.

Un análisis exploratorio llevado a cabo por Bengoechea (1992) sobre

los posibles efectos del divorcio en los hijos con una muestra de 905 niños de familias intactas y 536 de niños pertenecientes a familias separadas o divorciadas concluyó afirmando que tanto el rendimiento escolar, como la conducta y especialmente los sentimientos depresivos se ven alterados en la muestra de niños afectados por la separación parental, y especialmente en el momento del proceso de separación, confirmándose la vulnerabilidad de los niños en ese momento del proceso.

Emery y Coiro (1997) plantean que muchos niños hacen frente a las situaciones de divorcio, pero que indudablemente son vulnerables a la situación, especialmente a la readaptación de las consecuencias económicas, psicológicas y sociales quedando afectada su resilience en este esfuerzo de readaptación. Posiblemente se desconoce el desgaste que supone para un niño enfrentar estas situaciones, aunque no manifieste trastornos psicopatológicos.

Para Gould y colbs. (1998), en el estudio de autopsia psicológica en casos de suicido adolescentes, encontró que las variables que inciden en las secuelas psicopatológicas graves como consecuencias del divorcio son las siguientes: edad del niño en el momento de la separación, los tempranos nuevos vínculos matrimoniales uniendo hijos de la otra familia, la ausencia de contacto con el padre no custodio por abandono o distancia física, la

calidad de la relación padres-hijos, pero de forma significativa y prioritaria la psicopatología parental.

El estudio longitudinal de niños entre 13 y 16 años que habían experimentado divorcio, y llevado a cabo por Burns, Dunlop y Taylor (1997) se demostró que no todos los niños experimentaban consecuencias adversas, y que se precisan estudios de amplio expectro para identificar factores predictores de riesgo a fin de promover programas de ayuda con relación a esos sujetos.

Uno de los estudios que han afrontado el tema desde los factores de riesgo y los factores protectores frente a situaciones de adversidad (Valdés y colbs., 1995), concluye diciendo que entre los factores de riesgo para la psicopatología de los adolescentes se encuentran, entre otros, el divorcio y la violencia familiar.

En realidad más que el divorcio propiamente dicho, lo que efectivamente causa patología en la infancia y adolescencia es el conflicto parental continuado. La violencia intraparental está demostrada que provoca conductas patológicas externalizantes e internalizantes, tal como se ha encontrado en repetidos estudios (Emery, 1982 y 1989).

La conducta de los niños guarda relación con la edad y sexo de los mismos y en función de estas variables se operan los cambios. De acuerdo a Sellares (1987) Los problemas de conducta se incrementan en los casos en que los cambios de rutinas familiares de alteran sobremanera. Cuando la estabilidad de mantienen los problemas decrecen o no aparecen. Como consecuencia de esta experiencia se aprecia descenso de la autoestima, inseguridad y menos autonomía, preocupación por su futuro y ansiedad, variables que repercuten en la conducta e indudablemente en el rendimiento escolar. Este aspecto está sobradamente demostrado que se altera desfavorablemente en los procesos de divorcio/separación, máxime cuando la conflictiva familiar se recrudece en ese periodo.

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Para Buendía (1998) la calidad de las relaciones familiares, padres-hijos, y el cambio de condiciones económicas afecta a la estabilidad emocional de los hijos tras el divorcio.

El impacto del divorcio en los niños proviene también de otras variables denominadas “desarrollo de creencias o atribuciones” (Hazzaro, Christensen y Margoli, 1983) respecto a por qué sus padres se separan, entre las que se incluyen sentimientos de culpa y abandono, esperanza de reconciliación parental, temor al rechazo de los amigos, etc. La adaptación del Children's Beliefs About Parental Divorce Scale por Pons-Salvador, Frías y Del Barrio (1996) recogen las 6 variables atribucionales más comunes en los niños: miedo al ridículo y evitación social, culpabilidad del padre, culpabilidad de la madre, miedo al abandono, esperanza de reconciliación y autoinculpación. Curiosamente las altas correlaciones de miedo al abandono y autoinculpación son tan altas que podría tratarse de un mismo factor atribucional o estar saturando otros de los factores atribucionales. Esto sugiere la necesidad de trabajar con las parejas en proceso de divorcio a fin de prevenir estos pensamientos atribucionales origen del malestar psíquico de los niños.

Otras investigaciones se muestran más críticas con las aportaciones precedentes y han planteado estudios en los que los resultados difieren de los anteriores.

Los estudios de seguimiento de (Hetherington, 1989; Hetherington y Climgempeel, 1992; Hetherinton, 1982, 1985) han concluido con resultados discordantes. Por una parte, los niveles de desajuste emocional y de estrés durante el primer año de divorcio eran superiores en niños de padres separados que de padres no separados, decreciendo de forma importante estos datos en el segundo año de divorcio. Sin embargo, en el estudio de 1992 realizado con adolescentes no encontró menores niveles de estrés y ansiedad al segundo año. En la mayoría de los casos se contrajo una segunda nupcialidad, decreciendo la ansiedad en niños pequeños tras este

evento en un proceso de un año, e incrementándose estos mismos efectos, ansiedad y estrés, en adolescentes tras el mismo evento.

Para Lengua, Sandler, West, Wolchik y Curran (1999), tras un estudio con 223 sujetos analizando los efectos positivos y negativos del divorcio, comprobó que el temperamento (considerado como emocionabilidad positiva o negativa) así como la valoración de la amenaza que la situación conlleva eran buenos predictores de las consecuencias del divorcio.

Uno de los estudios más completos llevados a cabo en la Clínica Tavistock de Londres (Dowling y Gorell-Barnes, 1999) sugieren que el incremento de familias separadas ha ascendido y que en los próximos años uno de cada cuatro niños experimentará el divorcio antes de los 16 años. Pero confirma también que los resultados sobre las consecuencias de esta situación son altamente controvertidas, no pudiendo unificar resultados por las diferencias evidentes entre las investigaciones. No obstante, concluyen afirmando que las diferencias entre sujetos con secuelas positivas o negativas tras el divorcio provienen de los factores asociados al proceso en sí mismo, demostrando con ejemplos clínicos cómo los procedimientos de trabajo consensuado ocasionan mejores niveles de responsabilidad coparental en orden a cubrir las necesidades de los hijos, decreciendo las secuelas negativas de modo evidente en estos procesos.

Las investigaciones sobre ansiedad indican resultados contradictorios. Estudios que confirman mayores niveles de estrés y ansiedad en muestras clínicas como consecuencia del divorcio, y estudios que parecen indicar lo contrario. Parte de estas diferencias se deben a la falta de homogeneidad de variables en los estudios referidos. Las conclusiones que parecen deducirse de las revisiones de investigaciones permiten afirmar que el nivel de ansiedad guarda relación no con el divorcio en sí, sino con la edad de los niños, el tiempo transcurrido desde que se efectúa la separación hasta que se realiza la evaluación, el nivel de conflicto entre los padres y las condiciones económicas en que queda el custodio y

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los hijos. Pons-Salvador y Del Barrio (1996) estudiaron también los efectos de la ansiedad en relación con la frecuencia de visitas del padre no custodio. De nuevo los resultados de estos estudios son contradictorios. Los citados autores encontraron que el nivel de ansiedad es mayor y se incrementa en relación con el mayor número de visitas del padre no custodio. Resultados semejantes han sido encontrados por otros investigadores como Kurdek (1981) y Thomas y Forenhand (1993). Sin embargo, otros estudios confirman una mejor adaptación en función de la frecuencia con que el padre no custodio tiene acceso al hijo (Wallerstein y Kelly, 1980; Peterson y Zill, 1986). Para Dolto (1998) estos resultados tienen que ser entendidos desde la perspectiva de la adaptación de un niño a las situaciones nuevas, es decir, no como algo negativo sino como algo adaptativo.

El campo de la mediación ha abierto una línea de trabajo multiprofesional y ha permitido aminorar las secuelas negativas de la separación. Martin (1991) tras la revisión de la literatura y del trabajo profesional en Juzgados de Familia concluye que la verdadera prevención en estos casos radica en la posibilidad de realizar una separación consensuada. La mayoría de los trastornos psicológicos infantiles que son desencadenados por la separación de los padres surgen en situación de no cooperación parental en lo referente a los hijos. Esta vía permite ofrecer la continuidad en su educación, la información según la edad de lo que significa la separación de sus padres, la desculpabilización personal y la posibilidad de ser escuchado en sus necesidades. En este mismo sentido encontramos referencias en profesionales españoles con experiencia en este ámbito, demostrando el menor desgaste y la reducción de secuelas negativas en niños y adultos en los procesos de divorcios consensuados o mediados (1991, 1992, 1993; Coy, 1994; Ibáñez y De Luis, 1990; Ibáñez, De Luis, Coy y Benito, 1994).

Bernal (1993) presenta resultados altamente satisfactorios tras el proceso de separación consensuada en un programa de mediación en los tres grupos de edad estudiados, lo que indica que no es la separación o

divorcio en sí lo que ocasiona consecuencias en los menores, sino cómo se realice el propio proceso en los tres momentos claves: predivorcio, proceso de consensuación y separación y situación postdivorcio. 6. CONCLUSIONES CONFIRMADAS SOBRE CONSECUENCIAS DEL

DIVORCIO EN LOS HIJOS

6.1. Conclusiones generales provenientes de la clínica

Parece que es posible concluir a la vista de la revisión de las investigaciones previas y de los datos provenientes de la clínica que:

a) El funcionamiento o rendimiento intelectual desciende en los niños de familias separadas, especialmente en el periodo del proceso de separación e inmediatamente posterior al mismo, independien-temente de la edad de los sujetos, pero acentuándose esta diferencia entre los 8 a 11 años.

b) Las conductas sociales relacionadas con factores internalizantes,

como sumisión, timidez, inhibición, inseguridad, dependencia, culpabilidad se incrementan en estas muestras en la franja de edad de 6 a 11 años y con más intensidad en las edades tempranas.

c) Por el contrario las conductas externalizantes como agresividad,

desobediencia a las normas, excitabilidad y ansiedad se agudiza en las edades de la adolescencia. Todos estos datos confirman los estudios de Hetherington y colbs, (1982, 1985) y Zill (1988).

d) En principio, como toda pérdida conlleva un duelo, los niños

viven la separación de sus padres como una pérdida inicial en distintos aspectos: vivir con los dos, y perder a uno, perder capacidad adquisitiva, perder seguridad, etc. Luego los

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sentimientos depresivos suelen ser habituales en los niños, sin que se llegue a estructurar una depresión clínica.

e) Mayor reactividad, alerta y suspicacia a las reacciones

emocionales de los padres, este aspecto se incrementa en la medida que les ha sorprendido el hecho de la separación o bien en la medida que los conflictos relaciones se agudizan y vehiculizan en la distancia, utilizando a los hijos como objeto de sus propias agresiones.

6.2. Conclusiones desde el punto de vista evolutivo Parece posible concluir que existe una psicopatología evolutiva en función de la edad en la que se experimenta esta situación. Para algunos investigadores clínicos esta situación no difiere en gran manera de lo que sucede con otras situaciones traumáticas para los hijos. La psicopatología depende de la capacidad de enfermar, y la expresión emocional y conductual de la misma depende en gran manera de la edad de los sujetos. Así, podría decirse que:

• Cuando este hecho ocurre durante el embarazo o en los primeros meses de vida del niño, en general la madre suele estar deprimida, alterada psicológicamente, y es más probable que afecte al desarrollo evolutivo del niño, por la vulnerabilidad del sujeto humano.

• De a 1 a 3 años: Los síntomas más frecuentes tienen que ver

con comportamientos regresivos, necesidad de más atención, timidez en la conducta social y pesadillas nocturnas. La tendencia es a creer que les han abandonado.

• De 3 a 6 años: Entre las reacciones posibles, suele ser común el sentimiento de culpa, por lo que se muestran o muy obedientes o

extremadamente agresivos. Tienden a negar la ruptura, no quieren hablar de ella y preguntan por el padre ausente como si fuera a volver, independientemente de los que se les ha explicado, máxime si no se ha explicado claramente la situación. Se realiza una idealización del padre ausente o bien, depende de las circunstancias, un rechazo total, hasta negarse a verle. o estar con él/la.

• De 6 a 10 años: Sentimientos ambivalentes entre afectos y rechazo por tener que vivir esa situación y especialmente por tener que elegir. A esta edad se les pregunta. Sentimientos de rabia, tristeza y nostalgia. El rendimiento escolar se ve afectado.

• Preadolescentes y adolescentes: Se observan los extremos del

comportamiento, dependiendo de sus características previas. Aparece el extremo de la rebelión, unirse a pandillas con droga y alcohol, baja el rendimiento académico, y manejan a ambos padres. En el otro extremo están los supersumisos, los temerosos a ser abandonados por la otra parte, los que siente vergüenza de decir lo que ocurre, etc.

La clínica tiende a pensar que pocos salen reforzados de esta

situación y que el sentimiento de haber sido abandonados, o de haber sufrido una herida les dura toda la vida.

6.3. Estudios empíricos en muestras no clínicas

Los estudios realizados con muestras no clínicas demuestran que no hay un patrón único de comportamiento ni que las secuelas dependan del hecho del divorcio o separación, sino de la comparación entre dos situaciones, un ANTES y un DESPUÉS y del BALANCE entre ambas.

Algunos salen más reforzados, flexibles y autónomos que otros niños que viven con ambos padres. La importancia del estilo familiar y relacional,

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la calidad de afecto, etc., es de suma importancia para separados y no separados. Las secuelas dependen de cómo sea esta relación previa a la separación y qué se gana y se pierde tras esta ruptura.

Las investigaciones que aportan datos más contradictorios están los de Francescato (1995). Las consecuencias negativas se observan en el ámbito escolar, famliar y social. Existen inicialmente problemas escolares tras la separación, sentimientos de tristeza y sufrimiento, problemas de comportamiento, en el sentido de una conducta más desordenada, mayor impulsividad, y se tienen menos en cuenta los problemas ajenos, etc.

Sin embargo, este mismo autor recoge otros estudios que, por el contrario, confirman resultados positivos: más consideración y confianza con el otro sexo en el futuro; más flexibilidad mental; mejor relación con la madre y más independencia y autonomía (Dolto, 1989; Francescato,1995).

Además de lo que ocurre en el seno de la familia, las investigaciones sobre las consecuencias confirman la importancia del apoyo social que media en el proceso. Se entiende por apoyo social a la ayuda emotiva, informativa, relacional y material que es posible encontrar en el contexto social.

6.4. Conclusiones con relación al rol de los hijos

Es frecuente que tras la separación y divorcio, los padres tengan hacia los hijos otras formas de conducta y relación, lo que implica, en no pocas ocasiones, un cambio de roles relacionales. Los roles que los padres asignan a sus hijos está en función de sus propias actitudes hacia ellos. La experiencia confirma que en ocasiones son “utilizados” para satisfacer necesidades personales bien de compañía, venganza contra el otro progenitor, rol de pareja en algunas decisiones, y sin duda en muchas ocasiones se les convierte en “emisarios emocionales”, diciendo al hijo lo que se desea decir a la pareja. La tendencia a que los hijos “suplan” a la

pareja ausente se concreta en los regalos que se le hacen, la petición más o menos explícita de esté con él/ella en casa, que duerma en su habitación, que sean un soporte emocional, descargando sobre ellos situaciones emocionales que no les corresponde asumir (Francescato, 1995). Un análisis de los roles que más comúnmente asumen los hijos son:

• El “hijo posesión”

• El “hijo cartero”

• El “hijo suplente” de la pareja

• El “hijo amordazado”

• El “hijo apoyo social”

Esta es otra de las variables que afectan sin duda al impacto o consecuencias psicopatológicas que el divorcio tiene en los hijos. Por supuesto, que el análisis de las investigaciones anteriormente presentado no agota el tema que aquí se plantea, es necesario mayor número de investigaciones contrastadas sobre dicho tema para confirmar o rechazar estudios previos. Referencias bibliográficas Alberdi, I (1992). Cambios en el derecho de la familia y sus repercusiones

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