diseÑo y montaje de la carÁtula - … · trabajo arduo, a varias manos y a varias voces. no basta...

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http://www.rosablindada.net/

DISEÑO Y MONTAJE DE LA CARÁTULA

Julio César Goyes N.

Ximena Betancur

Esta antología hace parte del proyecto de investigación “Circe, La Magia de la Palabra”, auspiciado por la Dirección de Investigaciones de la UPTC. Agradecemos la decidida participación de los contertulios de La Corporación Literaria Si Mañana Despierto, capítulo Tunja. El empeño en la transcripción textual de Nancy Andrea Forero, la mirada siempre vigilante de Patricia Martínez Villamil, y el estímulo de los poetas fundadores de la Corporación, Carlos Fajardo Fajardo, Julio César Goyes, del capítulo Bogotá. Todos los nombrados fueron acuciosos en la consecución y selección de textos, así como en la elaboración de las artes finales.

Corporación Literaria Si Mañana Despierto

ÍNDICE De “Si Mañana Despierto” a “Muerte De Merlín”: Dos Metáforas de Nuestra Incertidumbre ................................................................................................................... 4

Oscar Ariza Daza .......................................................................................................... 12

Horacio Benavides ........................................................................................................ 20

Romulo Bustos .............................................................................................................. 28

Luz Helena Cordero Villamizar ...................................................................................... 37

Andrea Cote Botero ....................................................................................................... 45

Federico Díaz-Granados ............................................................................................... 54

Carlos Fajardo Fajardo .................................................................................................. 63

Gabriel Alberto Ferrer .................................................................................................... 73

Alvaro Neil Franco Zambrano ........................................................................................ 82

Felipe Garcia Quintero .................................................................................................. 91

Catalina González R. ..................................................................................................... 99

Julio César Goyes Narváez ......................................................................................... 107

Víctor López Rache ..................................................................................................... 116

Guillermo Martínez González ...................................................................................... 124

Pablo Montoya ............................................................................................................. 133

Francisco Montaña Ibañez .......................................................................................... 141

Omar Ortiz ................................................................................................................... 151

Miyer Fernando Pineda Mozo ...................................................................................... 160

Gerardo Rivera ............................................................................................................ 169

Luis Miguel Rodríguez ................................................................................................. 178

Nana Rodriguez Romero ............................................................................................. 186

Juan Felipe Robledo .................................................................................................... 194

María Isola Salazar ...................................................................................................... 202

Antonio Zibara ............................................................................................................. 211

DE “SI MAÑANA DESPIERTO” A “MUERTE DE MERLÍN”: DOS METÁFORAS DE

NUESTRA INCERTIDUMBRE

Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz

Profesor de Literatura, U.P.T.C.

Tunja, Boyacá, Colombia.

Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá

Aclaré que era colombiano.

Me preguntó de un modo pensativo:

–¿Qué es ser colombiano?

No sé –le respondí–. Es un acto de fe.

Jorge Luis Borges, en Ulrica, 1975

Me ha sido asignada una tarea laberíntica: reconstruir la torre de Babel; algo tan sugestivo,

descabellado, inútil para nuestros tiempos como el destino que emprendió Pierre Menard: escribir

línea a línea El Quijote de la Mancha. En efecto, mis contertulios de La Corporación Literaria Si

Mañana Despierto, después de aprobar la edición de una antología, muestreo, sondeo, etc., de la

última poesía colombiana, me han solicitado que escriba un texto introductorio del que sería el

primer volumen de esa ambiciosa utopía. No sé si algún estadístico ha calculado cuántos poetas

por kilómetro cuadrado sueñan, perviven y escriben en este país; lo cierto es que son muchos

como puede colegirse por los festivales de poesía que se realizan en diversas ciudades y pueblos

de Colombia. Allí se efectúan maratones líricas en las que tranquilamente y sin anestesia leen de

una sola sentada numerosos poetas entre cuatro y siete poemas cada uno a un auditorio resignado

que termina por aplaudir en acto reflejo lo que ya no es capaz de oír, menos de discernir.

Agreguemos a esta lista potencial de bardos –que ya es prolija– la sumatoria que hacen los

periódicos en forma de anuncio, no de reseña, sobre el nombre del libro, su autor y edición

propiobolsillo. En nuestros diques y filtros para atajar el enjambre, tenemos alrededor de 40

voces, más o menos nuevas, más o menos recias o por lo menos, promisorias. Lo digo sin

pudores: he aceptado el reto, porque en mis ratos de ocio, que son los más, no sé de otro oficio

que el de ojear, hojear y rastrear en qué andan nuestros ríos. En la geografía espiritual de un país

eso son sus poetas: aguas vivas que depositan su caudal, su légamo y su limo en el océano. Por

fortuna, en Colombia tenemos los dos más grandes del orbe. Cabe preguntar si en la analogía

propuesta, los ríos de nuestra poesía son tan recios y opulentos como los que bajan de las

estrellas fluviales a recorrer los países de Colombia. Esa es parte de nuestra labor, diríase, nuestra

hipótesis de lectura. Adelantemos algunas preguntas perturbadoras.

¿Cómo anda la poesía colombiana en el contexto latinoamericano?, ¿qué aportan nuestros poetas

en los “tiempos de penuria” que vive nuestra sociedad?, ¿sigue aplazado nuestro proyecto de

entrar por fin a la modernidad?, ¿qué relaciones subyacen en las diversas ars poéticas y el

conjunto de bienes tangibles e intangibles de la sociedad: educación, cultura, política, economía,

base noética, ideología, códigos, sentido de pertenencia?, ¿ha suscitado la poesía colombiana un

debate notable en torno a las diversas manifestaciones de la condición humana: amor, sexualidad,

erotismo, violencia, marginalidad, desplazamientos, vida urbana y vida campesina, goce y placer,

lúdica, construcción de símbolos e imaginarios colectivos? Ondas concéntricas, anillos de un

árbol centenario que es preciso develar. Como se infiere por las interrogaciones, se trata de un

trabajo arduo, a varias manos y a varias voces. No basta con nombrar textos y autores publicados

en determinado corte histórico (sincronía): la década del 50, por ejemplo. Se requiere bucear en

varias direcciones: política, costumbres, visiones de mundo, tipo de educación dominante, canon

de la literatura nacional, polémicas, contexto internacional, recepción de la poesía en las diversas

clases sociales, etc., no para inventarse un escalafón, a todas luces subjetivo, sino para rastrear

las poéticas más significativas de finales del siglo XX y principios del XXI. De nuevo, es preciso

evocar a Borges y a su alter ego: “Menard –recuerdo– declaraba que censurar y alabar son

operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica” (Borges, 1975: 275).

Otra vía, tradicional, sería seguir la ruta de los grupos o generaciones: Centenario, Los Nuevos,

Panidas, Piedra y Cielo, Mito, Nadaísmo, Generación sin Nombre... para señalar que cierto poeta

posee actitudes cuadernícolas o rocatierristas (el término lo acuña Eduardo García Aguilar en su

“Diatriba contra la poesía colombiana sentada en sus laureles") porque utiliza imágenes, giros

verbales o ideas que ya se percibían en un poeta anterior. Creo que son lecturas superficiales,

denotativas a lo sumo.

Rastrear la poética de un autor es ir más allá de los significantes, sin caer en los ruidosos y poco

argumentados juicios de valor. Censurar y alabar, vieja costumbre del folclor colombiano

polarizado en grandes odios y grandes amores, las más de las veces, prejuiciosos y extratextuales.

Nos asedia el fantasma de “cometer opiniones”: gratuitamente se ensalza o se vitupera a un

escritor sin previo examen, tan sólo porque un rumor (como en el Presagio de García Márquez)

se echa a correr irresponsablemente. A veces se recurre al criterio de autoridad: “porque lo dijo

Octavio Paz o su archicontradictor Gutiérrez Girardot”. El debate intelectual argumentado,

buscado y rumiado con humildad en las fuentes primarias nos hace falta para no caer en excesos

ni omisiones. Los campos de la estética, la política, la poética, no son ruedas sueltas de la historia

nacional, son sus lecturas reales y posibles, interpretativas, dolorosas, pero también utópicas; de

ahí que esta Babel tenga para mí significativos desafíos: si bien confundió una lengua inaugural,

única y homogénea, también posibilitó el nacimiento de lo múltiple.

Coincide con mi deseo –tentativo por ahora–, mostrar a los potenciales lectores de las nuevas y

novísimas voces de nuestro país poético, que detrás de ellas, a manera de palimpsesto, subyace

una historia, una tradición, múltiples contradicciones, en suma, una dialéctica que se legitima o se

subvierte, se cierra o se abre a los avatares de cada cronotopo vital. Luis Vidales, un poeta de

nuestra provincia y, sin embargo, animador de nuestra exigua y tímida vanguardia, declaraba con

sincera lucidez haber escrito a la altura de su tiempo. Cada grupo, cada escuela o generación está

llamada a cumplir con esa titánica función. Escribir para no morir afirma el poeta Fajardo, porque

hay un caminante en la palabra en términos de Quessep. Poetizar como testimonio o premonición

frente a un mundo que se desmorona. Por alguna razón el poeta en la antigüedad era llamado

vate, es decir el que lanza vaticinios, trabajo sagrado para quienes han sido ungidos con la

palabra.

Jorge Gaitán Durán, en la década de los cincuenta, no sólo desde su poesía, sino como animador

de la revista Mito declaró a las palabras en situación: de reflexionar, de disentir, de pensar en qué

“mitos” andaba nuestra erótica, nuestra política, nuestra “cinematografía nacional” –evocando a

Vidales– nuestro arte y en fin, nuestra convivencia como nación en medio del fuego disimulado

por la dictadura militar, pero latente en forma de odios partidistas una vez reanimada nuestra

endeble democracia bifronte. Mito aireó nuestros sueños, nos reveló voces universales tan

disímiles como las de Bataille, Sade, Marx, Freud, Nietzsche, porque entendía que es mejor

sospechar, dejar el espíritu en duermevela antes que seguirnos matando con la fe de carbonero

(ser colombiano: un acto de fe. ¿Ironía, sarcasmo, ambigüedad frente a la historia?).

De súbito respira uno mejor y el aire de la primavera

Llega al fondo. Mas sólo ha sido un plazo

Que el sufrimiento concede para que digamos la palabra.

He ganado un día, he tenido el tiempo

En mi boca como un vino.

Suelo buscarme

En la ciudad que pasa como un barco de locos por la noche.

Sólo encuentro un rostro: hombre viejo y sin dientes

A quien la dinastía, el poder, la riqueza, el genio,

Todo le han dado al cabo, salvo la muerte.

Es un enemigo más temible que Dios,

El sueño que puedo ser si mañana despierto

Y sé que vivo.

Mas de súbito el alba

Me cae entre las manos como una naranja roja.

(Jorge Gaitán Durán Si Mañana Despierto)

Si Mañana Despierto, afirmación ambigua, latente en nuestro claroscuro nacional. Claro que hay

un letargo en la poesía y en general en la cultura colombiana. Los juicios contrastan según la

época: Daniel Samper Ortega en 1928 opinaba: “creo que en Colombia se está presentando ahora

el momento de la mayor y más importante actividad literaria que registre su historia”, en tanto

que Juan Gustavo Cobo Borda (1979) caracterizaba a nuestra lírica como “una tradición de la

pobreza” y García Márquez en términos de “un fraude a la nación”. ¿Despertar a la modernidad,

a un nuevo país sin las taras de las “patrias bobas”, a una sociedad sin odios fratricidas, donde la

realidad tenga otros matices diferentes al cotidiano de la masacre, el magnicidio, las marchas

indígenas, el vértigo de las vías, el cierre de hospitales y centros de educación por “falta de

presupuesto”, la inauguración de nuevas cárceles, con la tácita aprobación del “silencio de los

inocentes?

En mayo de 1955, Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel publicaron el primer

número de la revista Mito. Más que una revista fue una pulsación necesaria en un país de excesos

e intolerancias. Las palabras empezaron a ponerse en situación:

"Las palabras están en situación. Sería vano exigirles una posición unívoca, ideal. Nos interesa

apenas que sean honestas con el medio en donde vegetan penosamente o se expanden, triunfales.

Nos interesa que sean responsables. Pero de por sí esta lealtad fundamental implica un más vasto

horizonte. El reino de los significados morales. Para aceptarlas en su ambigüedad, necesitamos

que las palabras sean. ( ... ). No es anticonformista el que reniega de todo, sino el que se niega a

interrumpir su diálogo con el hombre. Pretendemos hablar y discutir con gentes de todas las

opiniones y de todas las creencias. Esta será nuestra libertad” (Armando Romero, 1985: 120).

El último número de la revista Mito es publicado en junio de 1962. Jorge Gaitán Durán muere ese

mes en un accidente aéreo: como Gardel empezó a construir su leyenda desde las cenizas. Como

si la vida se complaciera en establecer curiosas repeticiones, como si los héroes, a la usanza

griega, debieran morir jóvenes.

La Generación sin Nombre, surge a finales de los años 60. Es posterior al Nadaísmo y se

diferencia de éste porque retoma la tradición lírica nacional. Los poetas que la componen se

formaron en la cátedra rigurosa, que a su vez asumen en su cotidianidad, razón que los hace

tomar cierta distancia del ejercicio poético como farándula. Hacen parte de esta generación los

poetas Giovanni Quessep (1939), Elkin Restrepo (1942), Jaime García Maffla (1944), Henry

Luque Muñoz (1944), Álvaro Miranda (1945), Augusto Pinilla (1946), José Luis Díaz-Granados

(1946), Darío Jaramillo Agudelo (1947) y Juan Gustavo Cobo Borda (1948). Sus textos

aparecieron inicialmente en la revista argentina Cormorán y Delfín (1969) y posteriormente en el

volumen Antología de una Generación sin Nombre (Colección Adonais, España, 1970).

La Generación sin Nombre es un grupo significativo en el desarrollo de la poesía nacional

posterior al Nadaísmo; sin embargo, a partir de los años 70 han surgido no sólo en la capital, sino

en la periferia, voces, que si bien, es difícil rotular en un movimiento o generación específicos,

poseen una valiosa resonancia estética. Tal es el caso de José Manuel Arango, Juan Manuel Roca,

Harold Alvarado Tenorio, Raúl Gómez Jattin, María Mercedes Carranza, Piedad Bonet, y otros

tantos que poco a poco se integran al canon de la nueva poesía colombiana. Existe, por lo demás,

una franja significativa de excelente poesía “oculta e ignorada”, que es preciso ir descubriendo

para beneplácito de los lectores del género. Ese es uno de los objetivos trazados en este volumen,

que esperamos tenga una segunda parte.

Generación Golpe de Dados, podría ser un buen calificativo para agrupar a estos poetas sueltos

que no han firmado manifiestos, ni se han preocupado por exigir un sitio en ningún grupo o

escuela. Esta sugerencia, además de un justo homenaje al campeador Mario Rivero, permitiría

generar ciertas insinuaciones de fondo: en una época cuando las ideologías presentan hondas

crisis, cuando los sistemas se agrietan a pesar del racionalismo y el tecnicismo con que fueron

fraguados, parecería que un golpe del azar resolvería mejor el drama existencial. Responder con

vehemencia a las ilusiones tantas veces expresadas y otras tantas escamoteadas, ejercer el oficio

de la poesía, desprovistos de esa animosidad retórica de otras épocas, es dejar un poco al azar, un

poco al arbitrio de un golpe de dados, la suerte del presente y el porvenir. Algunos versos sirven

para argumentar esta opinión:

¿Los muros de la patria mía

cuándo los van a limpiar?

(María Mercedes Carranza Los muros de la Patria mía)

Todo es ruina en esta casa,

Están en ruina el abrazo y la música

En esta casa todos estamos enterrados vivos

(María Mercedes Carranza La Patria)

Los hombres querido mío

Los vamos arrojando al cesto de las hojas secas

O los cambiamos a nuestros aliados.

(Harold Alvarado Tenorio Pensamientos de un hombre llegado al invierno)

En la noche del carnaval cada quien se hace una máscara

Nadie sabe quien es quien

Nadie es nadie

En el paraíso del carnaval

El tigre de talante apacible y colmillos que son un gozo

Va a beber acompañado de la gacela

Y el lobo y el cordero se miran con escalofrío

En la noche del carnaval la víctima y el asesino bailan

(José Manuel Arango En la noche del carnaval)

Los juegos del lenguaje que se perciben en estos poetas son disímiles a los de sus antecesores, los

nadaístas. Quizás haya en ellos matices de humor e ironía, pero con fines diversos: más que el

chispazo de ingenio verbal, su poética ahonda en indagaciones sobre el oficio poético, el ser en el

mundo y las relaciones entre los hombres. Arango entiende, con cierto desencanto, que en el

mundo del carnaval –antifaz y máscara– el poeta es un anónimo entre la multitud, un ser para la

muerte, danzando junto a los victimarios.

Si atinamos a encontrar algunos rasgos comunes entre los poetas postnadaístas serían los

siguientes: su formación y visión cosmopolita, la heredad de aciagos procesos históricos:

violencia entre liberales y conservadores (1948-1962), el Frente Nacional (1958-1974), con su

permanente estado de sitio y los múltiples conflictos aislados entre las fuerzas regulares y los

grupos subversivos, con una población civil entre varios fuegos, condenada al desplazamiento y a

la pauperización en las grandes capitales.

Cierto desencanto, cierto agridulce ante la sociedad y las circunstancias vitales que les han

correspondido vivir se aúnan a la obsesiva indagación por la esencia de la poesía y la misión del

poeta en la contemporaneidad. Coinciden con los poetas hispanoamericanos en la utilización de

algunas técnicas aportadas por el fenómeno de la novelización de los géneros, entre otras: la

aparición del personaje, la máscara o el doble en el texto poético (intertextualidad, polifonía, fluir

de la conciencia).

En el caso especial de Giovanni Quessep, en su poética existe una suerte de ambivalencia, al

igual que el tiempo, con su memoria y su olvido. El amor instaura su paraíso, pero también su

caída. El ser no es una fábula dice uno de sus títulos; sin embargo, el seguimiento de los poemas

evidencia lo contrario. La muerte que se comporta como antinomia del amor, en un rastreo

profundo, psicoanalítico, aparece como uno de sus símbolos más relevantes. De igual manera, el

texto que podría cerrar uno de sus ciclos poéticos: Muerte de Merlín sería en superficie, la muerte

de la magia, del discurrir poético, pero es lo contrario: su exaltación, su reconocimiento a ese

“rincón desconocido/ que brindan la constelación y la rosa”.

Discrepo del tono y del método (?) utilizado por Eduardo García Aguilar en su “Diatriba contra la

poesía colombiana dormida en sus laureles”, publicada en el diario El Tiempo, porque como bien

respondió Juan Mosca ocho días después en El Espectador, es muy fácil descalificar cadáveres,

ellos no se pueden defender, pero eso de llamar “clown simpático” a Luis Carlos López, habría

que interpretarlo como una provocación aldeana. O calificar a De Greiff “figura divertida,

mimada en el poder, irreverente, loco, chiflado, típico 'loco' colombiano”, hasta el colmo de decir

que su “graforrea es más espectáculo y tal vez algo de patología” (Lecturas Dominicales, El

Tiempo, 2002, pág. 2).

No somos la avanzada en el croquis poético de Latinoamérica. Quizás nos han faltado escritores

de la talla de un Alfonso Reyes, Octavio Paz o Juan Rulfo, en México. No hemos tenido como los

cubanos a un José Martí o un Lezama Lima o un Eliseo Diego, ni como los argentinos a un

Borges, Bioy Casares o Cortázar, pero, rastreando en la tradición de nuestra pobreza, llevando a

cuestas el san benito del Concordato, el pseudoelogio de "La Atenas Suramericana" para nuestra

capital, así como el crucero interminable de la muerte, tenemos un haz de poetas, narradores,

ensayistas y polemistas que mal que bien han ido aportando su piedra en esta construcción de

Babel.

Mario Rivero, con su Golpe de Dados y su irrupción en la poesía urbana, de frente y con overol;

sí, porque Rogelio Echavarría también camina por la ciudad, transeúnte de sus calles y sus

monólogos, pero de forma más intimista. Jaime Jaramillo Escobar (X-504) agilizó la imagen y

cotidianizó el poema, superando tanto sonsonete y tanta trascendencia lacrimógena. Fernando

Charry Lara nos enseñó, como ya lo había hecho Aurelio Arturo, que el silencio, la pausa, la

palabra contenida le dicen más al poema que la irresistible elocuencia. Por caminos más o menos

similares, Giovanni Quessep y José Manuel Arango: poéticas de la insinuación, del murmullo, de

la “música callada y la soledad sonora”. Juan Manuel Roca y su influencia como poeta y

divulgador de las más importantes tendencias de la poesía colombiana, hispanoamericana y

universal. Igual, Piedad Bonett, valerosa, con su poesía honda y sus ensayos lúcidos. Hace poco

se lamentaba de la suspensión de la Colección de Poesía de la Editorial Norma, que en pulcros

libros nos trajo voces como Gabriel Zaid, Derek Walcott, Gastón Baquero, José Watanabe, Raúl

Gómez Jattin. La poesía no se vende porque no se vende. Allí sí le doy la razón a García Aguilar

en su diatriba: “Los que se dedican a la poesía en Colombia son huérfanos de la madre Teresa...

pero cuando la novela colombiana y latinoamericana se ha vuelto un asco de mercaderes, cuando

la novela sólo se basa en el escándalo azufroso, en la actualidad periodística y la frivolidad

narcosicarial, la poesía es como en toda América Latina, el último refugio de la literatura” (El

Tiempo, pág. 2).

Los poetas convocados en esta antología, obedecen a un croquis tentativo de la poesía

colombiana que se escribe en la actualidad, y que, hablando desde el umbral de una nueva

sensibilidad y con otras lógicas, configuran ámbitos y voces en tránsito. Hay en ella una herencia

disímil, un pulso trémulo de escuelas y tendencias anteriores. Se advierte en cada escritura una

búsqueda constante que da cuenta a través de la extensión y/o la concisión, de la tensión

expresiva, comunicativa y del lenguaje que se observa a finales del siglo XX y principios del XXI

en la poesía colombiana. Las poéticas oscilan en el umbral: poemas-aluvión, de largo aliento, y

textos breves, limítrofes a veces con el hai-kú y la tanka orientales, la canción y el madrigal

hispánicos; poemas tan sutiles y oníricos como expresionistas; tan conversacionales y cotidianos

como herméticos y neobarrocos; tan sensibles a la cultura popular como al intimismo de la saga

familiar, que a fin de cuentas hace parte de la historia del país.

La búsqueda estética se dirige también hacia esa extraña belleza de la sugerencia, casi de la

adivinación; plasma imágenes que generan una especie de energía cinética, bordeando los objetos

y los fenómenos que suscitan la experiencia sensible, primero, y el acto escritural después. Poesía

con sustratos bíblicos y orientales, que nos contrastan las mil y una noches mágicas, con nuestra

horrible noche, de la que pareciera, nunca fuéramos a salir. La desolación que nos rodea, como en

una isla de tormentos, no deja de interesar, pero su tratamiento es más simbólico que referencial.

Duele la patria, como duele el amor y la desesperanza. Duelen los niños desplazados, al igual

que la agonía de un árbol o la fuga de un pez, la palabra que no se cristaliza, la despedida

inconclusa, el beso por la espalda, el graffiti cercenado, el “percing” en la lengua de un

adolescente que no sabe qué decir y lo amordaza en fiero metal, la ponzoña del escorpión en el

pubis tatuado de la jovencita que exhibe su cuerpo en la pasarela natural de la calle.

La palabra se hace de prisa, como el amor simulado en la pantalla. Se garabatea en el gusano del

Transmilenio, se maquilla y empolva en el orinal de una fonda o en el baño con olor a esencia del

centro comercial. Total, la palabra es ángel y ramera: como las monedas, pasa de mano en mano,

es decir, de boca en boca, dejando su espuma o su aguijón. Es posible que tenga estratos en su

uso cotidiano, pero en esencia, es como el aire –por ahora alcanza para todos–. Aquí está la

poesía, como una araña tejiendo sus propios barrotes. Ama y esclava. Liberación y látigo.

Posibilidad de balbucir, callar, atragantarse, bendecir, maldecir, blasfemar, escupir y azotar. En la

viña del Señor se escancian todos los vinos, y si en lo mejor de la fiesta se agotan, la poesía

puede multiplicarlos hasta la ebriedad. A estos veinticuatro poetas sólo los hermana la palabra,

poseen tonos, estilos y tendencias diferentes: una amalgama en la que Piedra y Cielo, Mito,

Nadaísmo, Generación Sin Nombre, Golpe de Dados, al igual que poetas insulares de Colombia y

voces universales, les dejan algún sustrato. Son, en la jauría del mercado, unos tercos y

anacrónicos que regalan palabras, como si fueran panes en el desierto. Pero acaso, ¿alguien come

pan entre arenales?

Esperamos que esta muestra, parcial por ahora, de la poesía que se está escribiendo en los países

de Colombia, nos permita contrastar, corroborar o disentir de algunas ideas y conceptos

insinuados a lo largo de la exposición. Se trata de crear apetitos, no ilusorias llenuras. Se trata de

convocar para una próxima entrega a los poetas que consideren que su voz merece escucharse en

los ámbitos de nuestro país.

BIBLIOGRAFÍA

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------------ Poesía. Bogotá: Valencia Editores, 1980.

------------ Muerte de Merlín. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1985.

ROMERO, Armando. Las palabras están en situación. Bogotá: Procultura, 1985.

ZAID, Gabriel. Leer poesía. México: Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1972.

OSCAR ARIZA DAZA Nacido en Villanueva Guajira. Licenciado en idiomas. Poeta, investigador y ensayista. Profesor de literatura de la Universidad Popular del Cesar. Tiene dos libros inéditos de poesía, El sol de los abuelos y Poemas a la mariposa; además un libro de cuentos. Ha publicado La transgresión del silencio; aproximaciones a la poética musical de Hernando Marín Lacouture, un estudio sobre dicho compositor vallenato. Héctor Rojas Herazo legó una poética levantada desde el solar de la casa. Oscar Ariza escucha esta herencia y la reafirma dándole matices al interior de una cultura ancestral, plena de afectos y simbologías familiares. Sus poemas concisos como imágenes de alborada donde el gallo canta y sueña con la muerte, se cubren de un secreto silencio que traspasa lo local.

LOS LATIDOS DE LA CASA Hay una casa miserable

con el grito de un niño

en las paredes

un azul de náufrago

Eugenio Montejo

Para Fernando Mario Ariza Daza

La casa donde jugamos a los padres guarda sueños de los hijos gallitos de matarratón esperando pelear hay un cuarto oscuro lleno de monstruos que duermen un patio cercano al cielo con un río propio y triste sin gallos que canten al sueño y sin papá para cantarle a los gallos te hablo de estas cosas raras hermano ahora que los azulejos habitan el corazón.

RITO El día choca en el techo de latas gallinas abren sus alas para tragarse el sol y la abuela acaricia hojas de almendro en las arepas todos trabajan al son de canarios para aguantar el rigor de la vida el sol es un tictac que habita en cada ser de la casa.

CANTO FINAL Gallo pinto con todo y tus siete riñas te atreviste a perder arruinaste cien mil pesos y la fama de un gallero porque te dio la gana aunque te hayan destinado a la muerte despertaste como si nada cantando alegre en la rama del sueño.

RANCHERÍA La tierra tiene sed también los hombres están desiertos sus sueños duermen entre el polvo bajo un sol de tambores danzan los lagartos y los cactus suenan felices Por más que abunden las penas siempre oficiará un río que corre interminable en los pechos de la mujer.

LA VOZ DE LOS AUSENTES

Al final de la jornada mi madre se sienta en la mecedora a agitar sus recuerdos, canta al ritmo de las mariposas que rondan la luz luego calla para llorar sus amores cada balanceo teje el tiempo donde asistimos a su nostalgia más tarde recorre la casa cuida que los grillos borren el silencio mamá no reza pero respeta el valor de la fe mientras la magia de la espera duerme en cama de los ausentes.

ODA A LA MUERTE

Es luna roja el anciano vigila el sueño de los nietos con el último tabaco está cantando la lechuza la casa se entorpece con un extraño temor esta noche habrá que poner otra sábila en la puerta la muerte ha regresado a sus oficios.

CAZADOR DE SUEÑOS En el desierto el niño corre tras una iguana caucho y piedras sostienen sus sueños el sol no lo preocupa aprendió a robar agua al cactus se protege con la sombra de sus ancestros

HORACIO BENAVIDES

Nació en Bolívar, Cauca. Es autor de los libros de poemas: Orígenes (1979), Las cosas perdidas (1987), Agua de la Orilla (1989), Sombra de Agua (1994), La Aldea desvelada (1998), Sin Razón Florecer, Premio Nacional de Poesía, Instituto Distrital de Cultura y Turismo, Bogotá, 2001. En este periplo de descubrir voces nuevas y corroborar otras que ya venían sonando en el país del vértigo, me es grato anexar al canon vigente de la poesía colombiana, autores tan disímiles como Horacio Benavides y sus versos condensados, ágiles, portadores de un tono hacia el silencio, pero eso sí, con una carga significativa en la punta del iceberg. En la poética de Horacio cada objeto, cada “cosa perdida”, cada fantasma de su “aldea desvelada”, cobran vida, pulsan en notas suspendidas hacia el país del asombro.

EL PEZ Hondo vive el pez en el olvido Pez y agua en uno confundidos espejo en el espejo siempre ciegos Y cuando el dorado anzuelo de la muerte llama nace el pez para la muerte Primer dolor última pena (Las Cosas Perdidas, 1987)

TAUROMAQUIA El toro construye al torero despojándole en cada pase de sus adherencias lamiéndole en toda la extensión de su piel comprimiéndole a golpe de nervios hasta dejarlo solo lavado brillando en el aire transparente de la plaza El toro escultor de su propia muerte (Las Cosas Perdidas, 1987)

EL CERDO El cerdo entra en el poema como una ofensa pero nadie sabe que el cerdo también reza Al final del verano cuando las golondrinas arrastran el paracaídas de la lluvia el cerdo se sale de sí: Da vueltas salta grita aplaude el universo (Las Cosas Perdidas, 1987)

DÍA ENTERO Las muchachas del servicio corren hacia el domingo Abandonan su traje de ceniza y limpias y aromadas buscan en la luz a su muchacho Por fin el día es suyo Un sol de verano las quema en la hierba Bailan en las casetas perdiendo con frecuencia el paso y en la noche en un cuarto barato gimen ante revelación tan íntima La madrugada del lunes se lleva sus alas (Agua de la Orilla, 1989)

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Ha detenido su mula para saludarme Don Zenón Benavides Un poco dolorida su sonrisa su manera de indio suave y lenta “Creo, Fidel, que esta vez me toca” me dice Podríamos reír como otras veces ¿pero quién esconde la mano que señala? Lo veo alejarse en su mula por el valle donde los bueyes siegan la serena hierba (Aldea Desvelada, 1998)

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Que el agua que aquí corre cante en tu baño Que esta luna roja sea la misma en tu estanque y en tus ojos Que el aire que me toca te toque a ti en otra parte (Aldea Desvelada, 1998)

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Duerme tranquila mientras velo duerme que estás del otro lado y para alcanzarte dormirme yo debiera duerme serena que si caigo en el sueño la distancia se repite igual la pena (Aldea Desvelada, 1998)

ROMULO BUSTOS Nacido en Santa Catalina de Alejandría, Bolívar, en 1954. Estudios de Derecho y Ciencias Políticas (Universidad de Cartagena) y Literatura Hispanoamericana (Instituto Caro y Cuervo). Ha publicado entre otros libros El oscuro sello de Dios (Premio Centenario de Lotería de Bolívar, 1988), Lunación del Amor (1990), En el traspatio del cielo (Premio Nacional de Poesía, Colcultura, 1993). Como dibujante ha realizado exposiciones individuales y participado en diversas muestras colectivas. En Rómulo Bustos es notoria la economía del lenguaje, el ritmo sostenido y la insinuación porque aprendió de viva voz y de vivo silencio, a escuchar el mar en el cuenco vacío de un caracol.

CRÓNICA DEL MEDIO DÍA La luz se empoza en los techos de zinc Un pájaro canta Y su voz es un hilo tendido entre el pico y el color amarillo que ha hecho nido en lo alto Sería dichosa la madre si sobre él pudiera tender la ropa recién lavada Cuando el pájaro acabe de cantar podría venirse abajo el cielo (En el traspatio del cielo, 1993)

COTIDIANO Como sucede con los cuadros que cuelgan en las paredes cada mañana sorprendes una leve inclinación de tu adentro Cada mañana crees corregir este desnivel Pero entre la primera posición y la segunda queda siempre un residuo una brizna de polvo que se acumula Sobre esta oscura aritmética se edifica tu alma (La Estación de la Sed, 1998)

EL SILENCIO Escucha el silencio, su zumbido Todas las cosas conspiran para callarlo Sintonízalo como a una vieja emisora que no cuadra bien en el dial A la hora en que todo duerme Salvo el moscardón insomne de la nada (La Estación de la Sed, 1998)

EL PAJARERO A este hombre lo vi niño llevando en sus manos una jaula Un poco más usado el gesto de ociosa inocencia la sigue llevando como quien porta una luz o un distraído sueño El pájaro ya no está En verdad nunca ha estado Pero, a veces, se detiene y aguza al aire el oído como si escuchara su canto (La Estación de la Sed, 1998)

EPIFANÍA Hay algo de monstruosa epifanía en el comprador de oro callejero Su pregón desvalido, su gastado maletín, los empolvados zapatos Y luego regatear el precio de una sortija quebrada a una anciana semioculta detrás de una puerta Parece un monarca en derrota que vanamente intentara recobrar restos, fulgores de un dorado imperio (La Estación de la Sed, 1998)

MONOLÓGO DE JONÁS Cuando echaron las suertes y los hombres furiosos me arrojaron al mar creí que era el fin. Pero esto es más que el fin Si comiera de la carne de este animal durante el resto de mis días no alcanzaría la salida. Así es la profundidad de mi cautiverio He transcurrido mucho tiempo sin otro sol que mi propio fuego A veces me confunde el tumulto de su respiración, la trepidación de sus latidos magnificados por el eco a través de las muchas cavidades Como si fuera yo quien respirara como si mis propios latidos lo inventaran Acaso sea yo el corazón de la ballena (La Estación de la Sed, 1998)

METAFÍSICA DE LA ESQUINA

I La esquina ocurre justo allí, en el codo En el pliegue La calle pasa de largo Pero la esquina permanecerá allí. Punto fijo bisagra Como una ventana abierta a sí misma Como su propio envés II La calle desearía quedarse Apearse de sí misma en cada esquina Una calle con muchas esquinas es una calle Llena de culpas Un incómodo animal con demasiadas patas III Al viandante todo esto le es indiferente

FRUTA Hincar, morder la pulpa Hasta allí donde la fruta es hueso Calavera Presa que huye Y en su huida ha dejado atrás todo viento Y sólo pureza, castidad del miedo

LUZ HELENA CORDERO VILLAMIZAR Nació en Bucaramanga. Vive actualmente en Bogotá. Ha publicado Óyeme con los ojos (poesía), Cielo Ausente (poesía), Canción para matar el miedo (cuentos), El puente está quebrado (relato). Incluida en antologías de poesía colombiana. Los poemas aquí seleccionados hacen parte de su libro Cielo ausente. “Amanecemos más solos que los templos” ha dicho Luz Helena Cordero, una poeta que saluda a Drácula y a Caín, a quien pide que nos enseñe “el don de la vergüenza”. Y así, por el desierto, por la línea del umbral, nos encontramos con alguien, alumbrados por la muerte de luz de su libélula. Alguien, quizás Nadie –Ulises fugitivo– regrese para “devolverle su olvido”.

LAMENTO POR CAIN Caín, no huyas por los montes de Neptuno, basta ya de recorrer Andrómeda, no te ocultes de los rayos terribles de las estrellas muertas. En la tierra no hay tumbas con tu nombre, las piedras ya no huyen a tu paso, el mundo se cansó de tu carrera. Ven, siéntate sobre el fuego, tu raza ha poblado los paisajes. Ven por tus hijos, Caín, enséñales el don de la vergüenza.

MI CASA DE PIEDRA

Llegas, paseas por mis ojos, como un aguacero dulce arrasas la mañana en la que amanecemos más solos que los templos. Nada dices, salvo lo que nombra tu piel. Nada sabes, salvo incendiar estrellas. Podría enseñarte a plantar los gigantes azules pero es tarde en mi casa de piedra. El invencible tiempo ahora nos sorprende, se ríe de tu miedo, pone plomo en mis zapatos de luna, se sienta a contemplarnos, insolente. Yo quisiera matarlo con un gesto. Llegas liviano, casi etéreo. Pesa tu liviandad en el costado y en las columnas de mi casa de piedra.

DESIERTO

No fue creado por ese dios que puso a prueba el horror, los ojos espantados del hijo y el rojo fresco del carnero que en un segundo de humanidad, reflejó el odio en su pupila. No fue la invención de aquel otro que una mañana de gloria estuvo conversando tres días con su sombra y, al cabo, pactó su desdicha. No fue fundado por los faquires que hacen del amor un acto de miseria. El desierto siempre quiso estar solo. Y, más allá de él mismo, no tiene otra alma que la arena. Quizá la sed, el desamparo, nos llevan a pensar que el desierto es una metáfora terrible.

LA LÍNEA Alguien pregunta por la línea que separa al blanco del vacío, aquella que puede trazarse entre una pregunta y el silencio. Esa frontera que se pinta con los dedos en el aire y dura un soplo, un parpadeo. Alguien pretende pintar el cuerpo del alma. Quizá un destello, un pez en la mirada. Líneas tan sólo en el papel, en las cercas, en los muros, en más papeles. Nuevamente el universo dicta su lección: no hay límites, finales o comienzos. Las paredes están para que los ojos no huyan, para que no puedan montar el caballo desbocado. La línea soluciona el dilema. No existe, pero muchas cosas no existen y nos salvan la vida. La línea, esa respuesta del lápiz a la incertidumbre.

UMBRAL Estoy aquí, parada en el umbral, formo una figura geométrica con las líneas del tiempo. Llueve mi cuerpo por todos los poros, llueve. No voy a entrar. En la casa me espera un camino, el surco de su frente subrayada en la sombra, una manera de estropear el silencio, de hacerlo añicos. Los huesos danzan el frío, la noche ríe escandalosa en mi nariz donde rueda la lluvia. Un mensaje cifrado trae el viento que sopla desde cualquier punto para venir a colarse en mi cuerpo. No voy a entrar. Si entrara, pondría en peligro la fiel imprecisión que me alimenta.

ALGUIEN

Alguien vino a tocar la puerta. Alguien entró y tomó agua de mi boca se paseó por mi rostro y por mi asombro y dejó algo olvidado entre mi pelo. Alguien se fue sin que yo lo notara y necesito devolverle su olvido. Si alguien lo ve, dígale que vuelva. No sé en qué abismo podré encontrarlo nuevamente.

LIBÉLULA En la sala de espejos tiembla la libélula su próxima muerte de luz. Vendrá una corte de ojos, una palabra discreta para punzar sus alas y estropear para siempre el mapa transparente, el simple, el delicado misterio de volar. Bastará un mínimo soplo de cobardía para que caiga pesadamente, haciendo un ruido espantoso, la levedad de ese paisaje dibujado en el aire. Total, iba a morir de frío, de hambre, mañana. Pero quién adivina, quién sabe, si era la proyección de un sueño, el breve pensamiento de alguien que en ese mismo instante quiso desafiar la gravedad de su alma.

ANDREA COTE BOTERO

Nació en Barrancabermeja, Santander en 1981. Sus poemas han sido publicados en diferentes revistas y periódicos del país, México y Nicaragua. Obtuvo el premio nacional de poesía universitaria del Externado de Colombia en el 2002. Dirigió el festival internacional de poesía de Barrancabermeja entre 1999 y 2001. Realizó estudios de literatura en la universidad de los Andes. Los poemas seleccionados hacen parte de su libro, de próxima publicación, Puerto Calcinado. La poesía de Andrea Cote, edificada desde una cotidianidad íntima, nos invita a un viaje de permanentes recuerdos. La casa – quizá la de su infancia- navega como un barco lleno de insinuantes evocaciones, cuyos espacios están sometidos al ir y venir del tiempo “donde todo es desierto y ceniza” en un “puerto calcinado”. Su poesía es diálogo insinuante, encuentro de voces llenas de brillantez y tinieblas. En el umbral de este claroscuro habita una coloquial palabra.

LA MERIENDA

También acuérdate María de las cuatro de la tarde en nuestro puerto calcinado. Nuestro puerto que era más bien una hoguera encallada o un yermo o un relámpago. Acuérdate del suelo encendido, de nosotros rascando el lomo de la tierra como para desenterrar el verde prado. El solar en donde repartían la merienda, nuestro plato rebosante de cebollas que para nosotros salaba mi madre, que para nosotros pescaba mi padre. Pero a pesar de todo, tú lo sabes, habríamos querido convidar a Dios para que presidiera nuestra mesa, a Dios pero sin verbo sin prodigio y sólo para que tú supieras, María, que Dios está en todas partes y también en tu plato de cebollas, aunque te haga llorar. Pero sobre todo, María, acuérdate de mí y de la herida, de antes de que pastaran de mis manos en el trigal de las cebollas para hacer de nuestro pan el hambre de todos nuestros días y para que ahora, que tú ya no te acuerdas y que la mala semilla alimenta el trigal de lo desaparecido yo te descubra, María, que no es tu culpa ni es culpa de tu olvido, que es este el tiempo

y este su quehacer.

ATADO A LA ORILLA Si supieras que afuera de la casa, atado a la orilla del puerto quebrado, hay un río quemante como las aceras. Que cuando toca la tierra es como un desierto al derrumbarse y trae hierba encendida para que ascienda por las paredes, aunque te des a creer que el muro perturbado por las enredaderas es milagro de la humedad y no de la ceniza del agua. Si supieras que el río no es de agua y no trae barcos ni maderos, sólo pequeñas algas crecidas en el pecho de hombres dormidos. Si supieras que ese río corre y que es como nosotros o como todo lo que tarde o temprano tiene que hundirse en la tierra. Tú no sabes, pero yo alguna vez lo he visto hace parte de las cosas que cuando se están yendo parece que se quedan.

CASA MUERTA Ya no requieras, María, el alma de las cosas desprovistas, que no son más que huesos de esta casa muerta. No busques el vacío de tu cuerpo en las paredes que no saben de ti que por ti no preguntan; ni tampoco cicatrices en el aire de azul embalsamado que sólo está aquí como prueba de un cielo abolido. El paisaje es todo lo que ves, pero que no sabe que existes, así como estas cosas que nada contarán de ti, de tus heridas. Acuérdate María, que tu eres la casa y las paredes que viniste a derrumbar y que la infancia es territorio en que el espanto anhela no sé qué oscuro rincón para quedarse.

PLANTO María, hablo de las montañas en que la vida crece lenta aquellas que no existen en mi puerto de luz, donde todo es desierto y ceniza y es tu sonrisa gesto deslucido. Allí es Enero el mes de los muertos insepultos y la tierra es el primer cadáver. María, ¿No recuerdas?, ¿No ves nada? Allí nuestras voces son desecas como nuestra piel y se nos queman los talones por no querer saber de las casas incendiadas. Hablo María de esta tierra que es la sed que vivo y el lecho en que la vida está enterrada. Piensa María, en que esto no es vivir y la vida es cualquier otra cosa que existe húmeda en los puertos donde el agua sí florece, y no es hoguera cada piedra. Acuérdate, María, que somos pasto de perros y de aves y somos hombres calcinados, cortezas vacías de lo que éramos antes. ¿De qué estás hecha?, niña mía, por qué crees que puedes coserle la grieta al paisaje con el hilo de tu voz, cuando esta tierra es una herida que sangra en ti y en mí y en todas las cosas hechas de ceniza.

En nuestra tierra los cuervos los miran a uno con tus ojos y las flores se marchitan por odio hacia nosotros y la tierra abre agujeros para obligarnos a morir.

DE LO QUE QUEDA Dicen que soñamos la casa y que la nodriza está loca. Dicen que la casa no existe y que la nodriza quiere colgar el tiempo en los relojes. Nos sirve raciones de pan, pero el pan no es alimento sólo es el mismo pasto que luego se come el cuerpo. Verás, lo que nos dan de beber no es de verdad y la inaudita cabellera de María tampoco existe sólo existe el dolor que te mata y te rasguña en tu cuerpo inventado, sólo existe la negra contienda por un pedazo de lo que queda y de lo que larga y hondamente prodiga la sed mentirosa la fiebre y el pánico del azogue del amor y de lo fatal que es la obsesión por recostar la cabeza y decir: Padre, déjame entrar en la tierra que sí existe

CANCIÓN PARA LA NOCHE Mansa, marianita, mejor acuéstate sin piel sin corazón que te tienes que dormir todo tu sueño aunque la casa esté incendiada. Yo sé del animal que te devora pero el amor es un hueso que rompe todos los lados del cuerpo. Déjate llevar hasta el amparo que de la noche hasta la noche hace este impecable paseo que es dormirse como entre los brazos de Dios y la mañana que por ti aún es una cosa luminosa. Acuérdate María que este lecho es una balsa no pierdas el sueño como el barco, niña, ni murmures el nombre de la astilla que tienes por corazón. Yo sé, mi marianita que cuando despiertes ya sabrás que te han puesto un dolor en el centro del dolor, pero deja que pase, que cese esta celestial algarabía y que todo lo que aquí contigo vive, también duerma.

SIEMBRA TRISTE No salgas al campo vacío todo sembrado por debajo del dolor todo. No bebas el agua de los ríos en que aquí y por debajo duermen las ciudades extraviadas. No mires de frente a los árboles dorados Porque ellos están humillados, y ocultan las rojas raíces en los hoyos del aire. No salgas al campo y las piedras no te hablarán de su sed y la selva no será odio y la aurora no será el horror. No salgas y no habrá otro espanto que el de este redondo fondo sembrado de lo muerto donde aún , ahíto y diezmado, te amenaza el amor.

FEDERICO DÍAZ-GRANADOS

Nació en Bogotá en 1974. Poeta, periodista y divulgador cultural. Ha publicado los volúmenes de poesía: Las voces del fuego (1995) y La casa del viento (2000). Además ha seleccionado y prologado las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (Alianza Francesa /Casa de Poesía Silva, 1997) e Inventario a contraluz (Arango Editores, 2001). Para Editorial Planeta ha preparado las antologías Poemas a la patria y Poemas a Dios, ambas aparecidas en el año 2001. En 1998 publicó una selección y traducción de la poesía de Jim Morrison bajo el título de Una oración americana. Actualmente es colaborador permanente de la Casa de Poesía Silva en Bogotá y se desempeña como coordinador editorial de la revista de poesía Golpe de

Dados dirigida por el poeta Mario Rivero. Para escuchar los poemas de Federico Díaz-Granados hay que convocar al viento. Seguramente él ha de traernos un eco de blues, de juguetes entresacados del baúl de la infancia y el nombre revelador de una mujer que tiene la edad de quien la ama y quien la escribe. Puede ser un ángel, con la posibilidad de ser terrible o fugitivo.

BALADA PARA MIS JUGUETES Como una escarcha para bautizar los sueños Mi infancia coloreaba —en tiempos del hielo— El alfabeto de mis juguetes Estancados en una esquina de la vida Bajo una carpa donde escampan al paso de los días. Eran mis juguetes pequeños monarcas Con quienes construía naciones imaginarias en el aire Buscando el aullido de la noche al otro lado de una estrella Cómplices en la construcción de rostros en las nubes Que al rato la lluvia desbarataba. Tan eternos y fugaces como la memoria. Han pasado calendarios Y se han despoblado los minutos de mi vida Y aquellos amigos a quienes di un nombre y una historia Ciudadanos de mi alcoba No sobrevivieron a mis guerras. Ahora -en tiempos del deshielo- Cuando la infancia y la muerte Me juegan a los dados con mis manos Pido asilo entre mis juguetes Aunque sea ya un extranjero En ese país de luces y fantasmas

INFORME PERSONAL SOBRE EL VIENTO Hoy le pido al viento Que encadene el cielo y haga prisionero a Dios, Que lo amarre con sus venas Y lo envíe exiliado junto al dueño de la muerte A tejer sombras con las hojas negras del otoño. Le pido al cielo Recuperar la luz que se extravió del relámpago Y la lleve a habitar a una palabra O a una estrella interrumpida en su penumbra y en su asombro. Lo pido, porque al mundo lo gobierna el viento. Hay que verlo con su silencio Dibujando el oleaje de las cosas Con la voz que le roba a los ángeles en cada viaje al paraíso, Danzando con las ropas tendidas en el alambre de la guerra Y con los árboles donde relata sus derrotas, agonías y memorias. Es por culpa del viento que la música enmudece las palabras. Escuchemos nada más ese tañido de rieles Que hace eco en las largas avenidas del olvido, La orquesta del bosque Que puebla de sombras los presagios Y la flauta traversa de las estaciones Que se toma por asalto Mi corazón insular luego del naufragio. Tal vez es el viento ese ángel insurrecto Que inesperado viene a hacer tregua con los hombres. Por último le pido al viento Que con sus rugosas manos gastadas por los días Me devuelva a todos los ausentes Que regrese por un instante A cada uno de mis muertos Para que en otra noche de brumas de su vuelo Puedan volver a cenar conmigo Bajo la luz de un pájaro que canta desnudo En la orilla opuesta de la vida.

Donde las mariposas hacen su decolaje Hacia un puerto de cenizas. Buenos Aires, abril 22 de 1998

ITINERARIO DE RESURRECCIÓN

Por qué alma mía decidiste habitar este cuerpo que viaja tan de prisa, desheredado de la maravilla, como un ángel torpe entre los basureros de la vida. Por qué alma mía trajiste de aquella piel sus llagas y sus lágrimas y no la paciencia de mi padre Job. Me has arrojado en esta orilla de balbuceos, de equivocados, de roncos y lentos al andar. Aquí la carne de los ángeles se consigue en los mercados y las gentes se entienden en una lengua desconocida para mi tristeza. Por qué el azar de escoger este cuerpo que ya tenía la pobreza y la nostalgia adherida a su piel y la derrota como su único oficio competente, para luego colgar el corazón a secar frente al sol de tu milagro. No entiendo esas batallas alma mía, tan sólo no me destierres del cuerpo de esa mujer que tiene un sabor a Dios entre sus labios, que desteje las hebras de mi piel cada noche cuando termino una nueva infancia, el país donde hablan el idioma antes de Babel.

AUTORRETRATO CON MÁSCARA DE MUJER (Monólogo ante un cuadro de Edvard Munch)

Si el hombre tiene la edad de la mujer que ama Yo tendré la edad de un ángel Que extravió su alma entre los hierros de mis huesos. Me llevo fragmentos de tu cuerpo al territorio de la muerte Hoy que devuelvo las imágenes a la ceguera del mundo: Con tu voz arriba a la primavera a la celda de Dios. A Eliana

LAS SAGAS DEL VIENTO “...y tu cuerpo era el único país donde me derrotaban”

Juan Gelman

Muchacha que escribes con la tinta de la guerra No enmudezcas por la prisa de los pájaros Mira cuánta ceniza trae el cielo Cuántas voces resucitan de tus heridas. No le hables de nosotros a tus muertos, Dibuja un mapa de hojas secas En el cuerpo de mi pesado otoño. La vida es un breve navío de adioses y nostalgias Y tú que fabricas huracanes para despertar a los planetas Conoces la soledad del universo. Fue buscando el silencio que aprendí el olvido. Muchacha de ojos tan profundos Como el abismo de una gota de Dios, Sabes que el viento será sed y le devolverá al tiempo El canto de los paisajes postergados. Tu croquis será insurrecto cada vez que pase mis aduanas Para inventar una palabra que talle el sueño de la luz. Muchacha, miramos la misma luna errantes y embrujados Pero a la sombra del relámpago eternos Y vemos como los trazos de mariposas pueblan las esclusas Que coagulan el sangrado del océano. Muchacha, Yo tengo fletado mi equipaje Para morir en cada invierno En los muelles que nacen de tu sangre.

ÁNGEL PARA UN BLUES

Hay dos ángeles Que me calcan la ciudad en blanco y negro. En Trocadero 162 Suele descansar la luna en sus últimos silencios. Tal vez se pueda uniformar la noche Como un ejército de velas Donde pasear la fatiga sea una misión más de los fantasmas. Aún no se cuál es el color de la nostalgia Pero creo que es el mismo de las fogatas del alba. Por eso dicen que en La Habana El alba es su única estación. Urgente escucho un blues Para convocar a mis ángeles centinelas Para que me escolten en el próximo equinoccio, Para que remienden mis lágrimas de sangre, Porque caminando por La Habana En la última desbandada Se convirtieron en estrellas. A Irene y Andrea

ARTE POÉTICA En los oratorios de los bares Siempre hay un sueño Que se pliega tras la barra. Transitan por ellos Viejos fantasmas Con botellas llenas de grilletes Para blindar los gestos del agua En el altar Los poetas pueden cantar en el mismo tono de los Muertos Mientras los aprendices de lo incierto Consagran la sangre del silencio. La poesía Convierte el silencio en asombro, En sinfonía tocada en piano por el fuego. A Mario Rivero

CARLOS FAJARDO FAJARDO Nació en Santiago de Cali, Colombia. Poeta, y ensayista. Estudios de filosofía en la Universidad del Cauca y Magíster en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana. Doctor en Literatura de la UNED (España). Ha publicado entre otras obras Origen de Silencios. Fundación Banco de Estado, Popayán (1981), Serenidad Sitiada, Si Mañana Despierto Ediciones, Bogotá (1990), Veraneras, Si Mañana Despierto Ediciones, Santafé de Bogotá (1995), Atlas de Callejerías. Trilce Editores, Santafé de Bogotá (1997) Charlas a la Intemperie. Un estudio sobre las sensibilidades y estéticas de la modernidad y la posmodernidad, Universidad INCCA de Colombia, 2000. Estética y posmodernidad. Nuevos contextos y sensibilidades, Editorial Abya-yala, de Quito, Ecuador, 2001, y varios ensayos en revistas y diarios nacionales e internacionales. Ganador del premio de poesía Antonio Llanos, Santiago de Cali 1991; Mención de Honor en el Premio Jorge Isaacs 1996 y 1997, Mención de Honor Premio Ciudad de Bogotá, 1994; Primer Premio de poesía en el concurso Jorge Isaacs, Santiago de Cali, 2003. Carlos Fajardo Fajardo es uno de los fundadores y perennes animadores de esa utopía llamada “Si Mañana Despierto”. En sus poemarios Veraneras, Atlas de callejerías, se mantiene fiel a su ciudad, con un ritmo de tango, alevoso y thanático. Su poesía, en dichos libros, tiene raíz de árbol genealógico sembrado en el patio de su casa tropical; allí conversa con los lagartos, las hormigas, con sus heroicos amores y desamores, y, sobre todo, con alguna mujer-símbolo que rastrea su escritura en la vieja veranera en los muros de su casa. Su poética también establece un diálogo amoroso e íntimo con poetas que vivieron los azotes de la exclusión por el hierro de verdugos. Con una ardorosa palabra, nos edifica la imagen de un mundo que vive en los extremos límites de la inagotable guerra.

DE MODIGLIANI A JEANE HEBUTERNE

El inclemente paso del tiempo ha traído hasta aquí tandas de nubes negras y en su trazado emblema corazones tristes la canción sonriente… Tú meditas en el cuarto y esperas de mi dolor esa dulzura amándote con esa envidiable suavidad que yo te represento De eróticos rumbos palmoteo y tacto en la oscuridad del beso. Tú sueñas verme de gentil hombre esta noche que se despoja algo de mi corazón adolorido. Será mejor que el olvido nazca en ti amor mío mejor que me apague en tu memoria mejor no inventar el sabor perdido de mi nombre que no me restablezcas porque ya nada queda en mí para hacerte gloria mañana muero con el día mis débiles pulmones me habrán asesinado. (Origen de Silencios, 1981)

EL PRIMER SOL Si escribí fue tan solo para no morir. En mis primeros años no contaba con la astucia de hombres muertos Caminaba entre higueras marchitas conociendo de prisa la silueta de las cosas sin olvidar sus formas me detuve a darles nombre. Así aprendí el mundo. Ahora no puedo faltar a mi palabra. De este a oeste igual a péndulo de arena mi deseo crece cotidiano. (Serenidad Sitiada, 1990)

LAS HORMIGAS

Allí está aquel limonero devorado por hormigas que salvaron muros e inundaron las ventanas. Fueron trepando hasta el corazón de la casa atravesando neumáticos que sirvieron alguna vez de salvavidas. Ágiles treparon por las blancas paredes con sus patas vidriosas perseguidas por lagartos. Cuánto no luchó la madre por detener sus voraces triunfos llevándose la flor más linda de la cuadra. Todavía van por los jardines que soportan esta casa. (Veraneras, 1995)

MONÓLOGO DEL CALLEJERO

I De estrella a estrella mi casa está en silencio. Mi mujer tiene sumergidas sus manos en la noche y canta una rapsodia antigua como mis ojos. Aquí están estos volcanes con su humo de ciudad. Mi mujer, que ha mirado desde entonces las múltiples erupciones vitales, se prepara para guiarme entre las multitudes como a un ciego que intuye en las esquinas los ocultos secretos de las puertas. Mi mujer destroza en la calle a mis más crueles enemigos. Alta, fuerte, los va alejando con un movimiento de manos, los encierra en una botella de oro y los arroja a un paraíso perdido. Ella es mi ciudad. Voy penetrándola hasta la delicia de morir, ensartada en mis astas, ondeando en las afueras del mundo, allá en los espacios. (Atlas de Callejerías, 1997)

MUJERES Y BANDERA Enero 22 de 1822

Las delicadas manos de Josefa, Juliana y Carmentea Juegan con agujas. El ovillo reposa en sus faldones, las orlas desaparecen lentas mientras la bandera de la patria surge con sus orquídeas y palomas. Difícil es fabricar la patria con manos perfumadas. “Es para el general Sucre” proclaman ellas en coro. No saben que este pañolón de colores, tejido en las riberas del Lili, alentará a quinientos lanceros en la batalla del Pichincha. Las mujeres bordan la bandera mientras los hombres deshilachan la patria.

(Tierra de Sol, 2003)

1 Hoy que llueve sobre Bogotá leo tus poemas Nazin Hikmet, tus cartas desde las cuatro cárceles, el recuerdo de los patios sonoros en Istambul el lento pero seguro avance de tu angina de pecho. No me desilusiono ni lloro. Tampoco soy un simple desesperanzado. Sin embargo, Nazin, mi país es una cárcel mayor, mayor que la de tu Ankara, más fría que la de Cankiri más insoportable que la de Bursa. Todas tus cuatro cárceles reunidas son apenas recintos con jardín. Como tú, turco naciente, en el nombre de esta tierra tomo la palabra y malas noticias me llegan con lluvia matutina malas noticias sobre un país cerrado donde nadie nos deja cantar. Prisionero, exiliado eterno, con quince heridas, según decías, escribo en torno a estas paredes deseando ver una luz. Escucha Hikmet este poema compuesto por varias manos con despedazadas uñas de tanto escarbar. También estamos incomunicados como lo estuviste en Ankara donde te prohibían ver el cielo azul y un árbol silvestre plantado en algún sitio. También hablamos con nosotros mismos en siniestras ciudades y nos dan ganas de llorar sobre algún seno llorar o insultar temblando en la lluvia. Destrozados, solos con el vaivén de lentas horas, vigilados desde los cuatro costados se abre nuestra ira como una gran verdad y en las torres del aire lanzamos gritos por oscuras ventanas. Nazin Hikmet, llueve sobre Bogotá. Yo releo tu poema a Taranta-babu pero no puedo hacer un himno para beberme el sol

no puedo estrechar mi pecho y darme alegría. ¿Cuándo cesará esta llama que a todos calcina? (Dios se ha fatigado)

16 Voy de terror en terror. La mano que aferro no me favorece ni establece un presente lleno de gloria. Cada rincón de casa tiene el eco escondido de amores que se van en mí. Mis poemas son lunas que yo devoré soñando y dieron un puntapié a la vida perfecta. En los ojos de esta mujer que toda la noche ha velado mi partida veo un desfile de edades colmadas de costumbres los cambios en mi cara estas manos cada vez sin asombro la prolongada distancia entre mi niñez y yo. Y veo mi infancia. Pasan pueblos distantes atardeceres indiferentes a mis tempranos llantos una madre acariciando sus plantas un solar y calles con asustados viajeros. Y más al fondo, en perspectiva, veo a la muerte como un asunto que me deja sin amigos mis labios dirigiéndose al silencio (Dios se ha fatigado)

17 La otra parte, ¿dónde está mi otra parte? Alguien me quita la vista del día. Alguien roba mis sábados de los almanaques, los fuertes vientos de las terrazas. Alguien detiene el sol y lo destierra de mis ventanas. No es posible gritar. Se puede aullar a la luna, pero la han exportado de mis cielos. La otra parte. ¿Dónde está mi otra parte? Aquella saludable y tierna, la que escribió poemas de calles con soles y frondosos árboles; la que habló del verano ¿dónde está? Alguien quita la tranquilidad de mi luz, deja sombras allí donde antes existían barrios de infancia. Alguien que soy yo mismo y otros invitados, me han despojado de mis cortinas y abierto agujeros en los cuales sólo veo pasadizos sin fin. ¿Dónde fui? ¿Adónde fueron los poemas de amor y soledad de ti? (Dios se ha fatigado)

GABRIEL ALBERTO FERRER

Nació en 1960 en Montería. Poeta e investigador de la literatura del Caribe colombiano. Profesor de Literatura de la Universidad del Atlántico. Magíster en Literatura Latinoamericana del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá. Candidato a doctor en Letras Latinoamericanas en la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, con su tesis La Lírica del Caribe colombiano Contemporáneo. Tiene dos libros de poemas publicados Veredas y otros poemas (Tercer premio Nacional de poesía Aurelio Arturo 1989 y Sinuario. Coautor del Libro Etnoliteratura Wayuu: estudios críticos y selección de textos y un sinnúmero de ensayos sobre literatura del caribe colombiano publicados en revistas nacionales y extranjeras. Gabriel Ferrer, es otro de los herederos de la poética caribeña de Héctor Rojas Herazo. Sus temas, sus obsesiones, se enmarcan en su paisaje humanizado: el mar, la fauna y la flora caribeñas, los afectos familiares, la mágica cotidianidad costera que convierte en poesía todo lo que toca su aura.

LA FUERZA DE LA VIDA Atravesando el Sinú medía mis versos e interpretaba claramente la fuerza de la vida He llevado mi nombre un poco más allá del odio, de la envidia y de la pena No me preparo para la muerte, repito el mundo de los sueños en esta intensa luna de agua dulce que me enloquece con su luz femenina La muerte es un pozo demasiado profundo. (Veredas y otros poemas, 1993)

VEREDAS El día se hace más largo en las Veredas Nos parece una eternidad cuando el otoño despliega las amarillas hojas que caen al río El hombre de Veredas pocas veces cambia las cosas más bien mastica esas viejas dulzuras como la inmensa plaza sin estatua de bronce o los viejos patios en la clandestinidad de la luna Es imposible para él apartarlas, romperlas en el olvido: las Veredas son tan reales como el recuerdo Entiende que el día es un perro o una casa de bahareque y que en cualquier momento en la parte más alta del zarzo florecen las gallinas y el barro trepa a la cabeza de las mujeres: Múcuras rebosantes de agua fresca Es cierto que el hombre de Veredas no ha dejado huellas pero tiene la memoria y la certeza de un gran río que lo fulmina y lo hace sentir recién llegado (Veredas y otros poemas, 1993)

FÁBULA La fábula de la abuela empieza cuando aspira el tabaco con la lumbre en la boca y un resplandor taladra las bóvedas del tiempo Nadie tiene la culpa de que la eternidad esté en el humo (Veredas y otros poemas, 1993)

GALLINAS ¿Has visto a un campesino bajo la redondez invariable de la noche ir al zarzo a vigilar sus gallinas? Por lo regular comprueba que duermen menos una que tiene la cabeza metida en el ala, dando la impresión de que ha sido degollada, pero en realidad duerme vigilante Las gallinas no siempre cacarean, esperan el sublime canto aroma de lujuria pisoteo fugaz que justifica la existencia (Veredas y otros poemas, 1993)

VIAJERO DEL RÍO

Hemos esperado inútilmente tu regreso Desde que abriste la otra madrugada y escuchamos cuando tu balsa tejida con finos hilos de plátano rompía el agua hemos percibido cómo el calor de tu cuerpo se ha ido enfriando y tu recuerdo se nos ha acercado mucho demasiado Viajero del río no han podido ser los designios del agua los que hayan guiado tu suerte tampoco invisibles canaletes con que te empujabas rítmicamente a los mismos lugares de siempre Tal vez vientos fuertes te hicieron cambiar de rumbo Llevándote a lugares nunca imaginados Y trataste de inventar un regreso Cuando naufragabas en las riberas del silencio Nosotros te esperamos todos los días afinando nuestra fidelidad y nuestros ojos están desgastados y rotos en el barranco de la otra orilla. (Veredas y otros poemas, 1993)

CARNICERO No puedes embriagarte con los dioses al hacer un sacrificio No nace de ti abrir la noche con un cuchillo para que un infinito bramido escape por boca de la mañana Tú que naciste con nervios poderosos no puedes continuar afilando los cuchillos de qué te sirve si matar no es bueno mira que el brillo de la sangre te enceguece cada día Cuántas veces te ha mirado la bestia con ojos suplicantes, sin embargo es cuando nace precipitud en ti por degollarla Te has mecanizado para asestar el golpe y tu sentido se ha ido alterando en la plasticidad del sacrificio y la venganza (Veredas y otros poemas, 1993)

MANATÍ Sólo el pescador puede contemplar la Manatí irreal pez oscuro que duerme a la luna Del silencio de las aguas fluye una melodía primitiva descifrable solamente por el pescador que la posee en la deidad del agua Y pleno en el asombro afirma su existencia su pensamiento es único cuando regresa a la blanda tierra y experimenta la soledad divina (Sinuario, 1996)

EL RUIDO DEL ESTANQUE

Todos me preguntan por mi hija y siempre respondo -está bien-, cerca de mi corazón Es imposible no verla en el atardecer en la colina que dormita en el verde en las aguas mansas y tranquilas del sueño Lays sabe pero no habla del ruido del estanque que hay en el corazón de su padre. (Sinuario, 1996)

ALVARO NEIL FRANCO ZAMBRANO

Barbosa, Santander 1969. Licenciado en Idiomas de la Universidad Pedagógica y Tecnológicas de Colombia, Tunja. Magister en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Integrante del Grupo Si Mañana Despierto. Poemas suyos han sido publicados en distintas revistas. Posee varios libros inéditos de poesía. Alvaro Neil encontró la poesía en las riveras de su río que prácticamente colindan con los barrancos de su casa. La suya es una saga familiar, por eso los perros, los gallos, el café matutino, la novia de la cuadra, la bicicleta y los partidos de futbolito callejero, se desovillan en su palabra con la inocencia y el lenguaje de quien apenas descubre la redondez de la tierra. Poesía fresca, para celebrar la pequeña magia de los días, con gran alborozo y unos clavitos de olor a la nostalgia.

CARTA AL PADRE I Hace pocos días papá cumplió años todavía conserva esa mirada que huele el latido del plátano Tocaimero y la yuca Zata Casi siempre sale al patio en sus calzoncillos de color ahuyama a darle los buenos días a los gallos de pelea Aprendió a leer vendiendo periódico y matemáticas contando las estrellas tartamudea pero no se le olvida No es conocedor de Nietzsche ni de Spinoza pero sí de sí mismo y del atardecer constante cuando los cangrejos regresan a su piedra -utopía de los alquimistas- Me fascina su mercado de pulgas cada vez que se emborracha la escopeta de fisto que a veces acaricia como lo haría un niño No considero necesario decir que lleva el pelo largo a las peluquerías Le dicen “El Cenizo” Leo es su signo zodiacal y su número de suerte el 39 Papá no medita ni contempla el sol está hecho de él Después de tantas calles se queda con la calle del barrio porque le conoció la infancia.

UNA CARTA A ISABEL Querida hija: Por acá la casa sigue echando de menos el olor a Eucalipto de tus sahumerios Continúa siendo agradable departir contigo el tinto con limonero sin azúcar en la madrugada Las calles de pueblo de mis pies te mandan la bendición y los buenos días como siempre Te recuerdo saliendo adelante cuando fuiste a la quiebra con tu venta de helados Mientras en los amagos de lluvia recolecto la ropa las hormigas rehacen el viaje de tus manos en el mesón de la cocina Los nietos que no tengo se la pasan jugando a las escondidas en el arco iris de los roperos De vez en cuando llega hasta la estación otoñal de los botones cargada con bultos de maíz la plancha de carbón Aún luzco con pantalones bota de campana (en Dacrón peso de pluma) la figura en blanco y negro del portarretratos Quizás me alcance la vida para darle la vuelta al mundo en la máquina superior de moler De tu papá te cuento que no deja el sombrero ni la mandarina Arrayana y que todavía le habla a las gallinas Desde que te fuiste poco a poco nos hemos ido quedando sin ventanas.

POEMA AL TIO LUIS

A Luis Humberto Forero

Mi tío de mostachos y barba colorada tiene por patria un baúl puesto que nació en un trasteo Prepara ventanas en la noche que cuajan con la luna espuelas de carey cocinadas en leche para que no les entre el tiempo ladrillos rojos en forma de venado para que a las casas nunca se les vaya la luz sandalias con suelas de caucho de llanta que muchas veces hicieron de arquería... Sus sobrinos vienen de todas las partes de la tierra a compartir su infinita cerveza con sabor a tranvía.

TONADA PARA LEONARDO Sólo para que vengas al árbol de canasticas de durazno que una tarde de pascua extraviaste en el patio te ofrezco este corazón de naftalina con guayaba Acuérdate de cuando éramos los boquetos de la cuadra y tirábamos la baba por Betsabé y Soraya -las vecinas de enfrente- De cuando me prendiste estrellas blancas de higuerilla porque los testículos se nos treparon hasta la garganta y la abuela cocina de Lucrecia fritaba leyendas de espantar la comida Vuelve por los senderos de ganado a este río donde no cesa de dar vueltas el olor de melcocha No te olvides del pupitre en que aprendimos la M con la A el mismo que sonreía por las calles azules de diciembre Regresa a los palos de escobo donde descubrimos la redondez del mundo A las riñas de gallos con flores de cayeno Envíale otra carta a nuestro hermano Jícler ahora que bate la cola con el viento y tiene por hogar a las nubes Ya no te preocupes por la soledad de tus manos aquí tenemos suficiente con tu mirada de cangrejo que hace piedra en la noche Además otra vez seremos una montonera de ombligos embarrados girando alrededor de un balón

Bembem

POEMA PARA EL TÍO JOSÉ

A José Salvador Forero

Esas bombillas azules a medio fundir en donde desembocan los suburbios del mundo son un caminito que noche a noche se me ha venido metiendo en los zapatos Un día cuando la guayabera almidonada se te envejezca demasiado quiero que sepas que la he ido recogiendo cuando la sacas los domingos a charlar con las frutas a comer fritanga y a vender lotería Gracias a que siempre te ha gustado la vagabundería tuve de niño una calle que bautizaste con este Clavellino de río náufrago carcomido por la ausencia de tinto de las tres de la tarde Más rato emergen tus pasos de hoja de plátano marrón a que los embole la brisa Los perros que sembraste en el patio alargan sus huesos vencidos de cemento para alumbrar la casa Me levanté a cusquear escribirás mañana mientras con la pierna cruzada aspiras una nube que llamabas Bijou

AUTORRETRATO CON LA PIERNA QUEBRADA El costal con los goles de mi pierna izquierda se acabó una mañana en la 57 con 68 Vivo de nuevo con una tribu de galapos que danzan en el cielo la amistad inmemorable del río con el sol de este río que aunque vaya crecido en el fondo es un niño Soy hijo de un patesebo de color camagüey que se la pasa pisando las gallinas el mismo que una tarde me dijo que se iba a morir sin colgar las espuelas Sigo escribiendo desde esta calle llena de huecos a causa de los compinches que se fueron

COMPLEMENTOS EROTICOS DE LA K Para tus grandes senos blancos Mis pequeñas manos móviles para tus sueños sin ropa la gallardía de mi triste figura y el yelmo de Mambrino para tu madreperla soy Francis Drake Barba Roja afeitado (cuestiones de la estética) para el alto relieve de tu espalda a Cristóbal Colón le faltaron 500 años Agustín Codazzi se quemó con el cabo de la vela y ya no quiso continuar así que... sus trazos geográficos quedaron en mis manos yo aún conservo los mapas.

ESTUDIO PARA EL POEMA DEL HERMANO BENGI Sopesándote estos últimos días concluyo a pesar de tu ceguera que eres y seguirás siendo el reverbero de esta casa el pedal izquierdo de mi bicicleta estos dedos quemados que no se cansan de elevar cometas las tardes de río cuando me enseñaste a nadar las revolcadas de restaurante donde conociste el amor los huesos que te sigo guardando para cuando volvamos a encontrarnos

FELIPE GARCIA QUINTERO

Nació en Bolívar, Departamento del Cauca, 1973. Profesor del Programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca. Ha publicado los libros de poesía: Vida de nadie (Madrid, 1999). Piedra vacía (Quito, 2001) y La muerte, bis (Bogotá, 2003). Casa de huesos (Mérida, 2003) recoge una muestra antológica de los libros anteriores. Obtuvo en 1999 el Premio Internacional de Poesía “Encina de la Cañada” en España y el Premio Iberoamericano de Poesía “Neruda 2000” en Temuco, Chile. Los poemas de Felipe García Quintero son hondos y misteriosos. Varios nos evocan a Juan Preciado buscando a su padre por las yermas comarcas de Comala. La casa, los caballos ciegos, el lenguaje, la incertidumbre, son sus constantes poéticas. El rigor, la sorpresa verbal, las imágenes frescas y atrevidas, son su carta de presentación.

Mi padre día a día, noche tras noche, alimenta con su vida a los cuatro caballos ciegos que lo maldicen.

Los cuatro caballos ciegos le persiguen por el silencio de la casa que los esconde, mientras lo miro lavar sus manos con la lluvia que escurre por los tejados rotos del sueño. (Vida de Nadie, 1999)

Mi casa, como el desierto, no tiene techo ni puerta, sólo boca.

Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos, sólo una mano empuñada la sostiene.

Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando mis huesos al vacío que resta.

La casa es oscura como mi voz en sus corredores.

Vivo en la casa que camino, la que acecho y me persigue como el gusano tras la carne enferma.

A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo. (Vida de Nadie, 1999)

He levantado la casa en el aire de un cuerpo vacío

(casa de huesos, carne de viaje: molinos de viento en que fluye la sangre enterrada).

Y he colocado mi rostro por puerta, donde mi voz es el aldabón con el que llamo porque me he quedado afuera. (Vida de Nadie, 1999)

Viajo en un tren de veintiún vagones conducido por todos mis muertos. Miro a través del cristal roto de la ventana una batalla de mariposas mutiladas por el cielo quemado de mis cinco años.

Converso con los árboles de la intemperie que desaparecen en mis ojos; los que no tienen camino, con los pájaros que son ya recuerdos del viento.

Yo tampoco sé qué tierra es ésta (Vida de Nadie, 1999)

IV

Traes un poco de pan y algo de vino para alimentar la vigilia en la noche de tu alma.

Al fondo de tus ojos miras las manos que ofrendaron sus huesos para construir la casa y llenarla de palabras.

Mientras, la escritura en la oscuridad crece con el parpadeo de las llamas, tu corazón calla; su temblor cesa de latir.

De pronto ya nadie existe.

Estamos solos y sólo en ella piensas. Te entregas al vino de la risa y al pan del silencio, a tus recuerdos: estos pensamiento que inflaman tu lengua y arden como las palabras que te consumen.

Y quieres morir, y para eso escribes: (Piedra Vacía, 2002)

V

Uno cree en la escritura. Que la escritura es aire, y basta. Más el lenguaje habita la intemperie de la casa, persiste en la humana gravedad. Porque escribir es cargar con la procesión de tu vida, con los enseres que no caben en otro rincón que no sean los días, que uno tras otro son la nada. Porque la muerte es irse y ya. Y es la voluntad del amor el morir. Si, el amor del morir, la única escritura: (Piedra Vacía, 2002)

XIII

La lluvia vuelve a tus ojos en la voz de una música incierta.

La lluvia interior que acalla las palabras.

La vieja amiga de la infancia que entra por el patio de la casa a cualquier hora y te aconseja cambiar de oficio. La lluvia. Sólo pides que siga y se lo lleve todo: (De Piedra Vacía, 2002)

CATALINA GONZÁLEZ R. Nació en Medellín en 1976. Licenciada en Español y Literatura de la Universidad de Antioquia. Actualmente reside en Bogotá, donde se desempeña como editora. Afán de fuga, su primer libro, fue publicado por la Editorial Universidad de Antioquia en 2002. Sus poemas han aparecido en revistas. “Entre cortinas espesas y camas altas, habitamos el palacio del encierro”, nos dice esta voz poética que funde una alegría pasajera con la sensación de tristeza que encierra la cotidianidad del mundo. Su poesía asume con intensidad ese habitar un presente incierto, misterioso, junto a la orfandad a la que nos somete el tiempo. Y a pesar de sentir la fugacidad y el declive, nos advierte que “Nunca faltará el vino en nuestra mesa, siempre la azucarera estará llena”.

JARDÍN

Entre cortinas espesas y camas altas habitamos el palacio del encierro. No abandonaré este recinto, nunca saldré desnuda a los campos ni te besaré frente a los comensales. Sólo en la soledad de nuestros cuerpos te amaré, con gotas en los labios. Exprímeme déjame el vaso vacío a mí bebe de mi sed ¿y si la muerte llega de pronto e ilumina un cuarto oscuro?

SILENCIO EN LA MESA Mientras masticamos la carne del abandono alguien ha corrido una silla para sentarse y beber con nosotros. Vivimos en sonidos que no podemos decir, improvisamos un concierto que jamás vendrá: el piano suena muy alto y mis voces callan. Morir es mejor que oír, los músicos son niños con hambre.

EXTRANJEROS Llegar tarde a todas partes, ir a donde no puedes enamorarte. Soñar con multitudes, ser llevada a hospitales. ¿Quién duerme bajo tus sábanas? ¿Quién suda en las noches saladas? No entregues tu alma a los ángeles, mientras ellos vuelan nosotros lamemos nuestras garras.

ANGUSTIA Algunas noches el tiempo se oye más fuerte. La araña se esconde en el reloj y la belleza se desperdicia entre lágrimas. La selva de mi corazón calla.

DESIERTO De la infancia el sonido del mataculín, el miedo a resbalar y la afición por el vértigo. —Los deseos como piedras que caen—. ¿Cuántos mundos he perdido? En el sueño de encontrar en el espejismo un cactus sin espinas, de querer sin herirse, hallo un espejo en la habitación del frente pero está vacío.

VEJEZ Para qué lentes si tenemos los ojos cerrados. Si nuestras rodillas se han agrietado por la espera mientras los niños las raspan corriendo. Somos huérfanos de nosotros mismos en ciudades de mañanas con luna y sirenas constantes. Como aves de mar en cielos grises, no sabemos cuántas vidas iniciamos. Aplazamos los viajes, ensayamos trajes que no nos quedan, concebimos hijos de extraños. Cuidamos bien nuestros refugios, deseamos que una palabra nos detenga, revelamos un secreto que nadie escuchó, y ya lo hemos olvidado.

TALISMÁN Aunque no soy bailarina, y quizás extravíe las zapatillas, encárgate de la música para que no nos visiten los muertos, extrae para siempre el veneno.

JULIO CÉSAR GOYES NARVÁEZ Ipiales, Nariño, 1960. Profesor e investigador de Literatura Latinoamericana, Estética y Comunicación Visual en el Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura –IECO– de la Universidad Nacional de Colombia y Universidad Javeriana. En 1994 es becado por el Instituto de Cooperación Iberoamericano de Madrid para hacer estudios en Lengua y Literatura española. En 1998 fue invitado al VIII Taller Internacional de Poesía: El Caribe y el Mundo, en Santiago de Cuba. Ha publicado Tejedor de Instantes, SMD Ediciones, 1992; El Rumor de la otra orilla, variaciones en torno a la poesía de Aurelio Arturo, Premio de ensayo "Morada al Sur", Bogotá, SMD Editorial, 1997; Imago Silencio, premio de poesía Sol de Los Pastos, Fondo Mixto de Cultura de Nariño, 1997; El Eco y la Mirada, Bogotá, Trilce Editores, 2000; aparece junto a catorce escritores colombianos en Artesanías de la Palabra, Bogotá, Editorial Panamericana, 2003. Como realizador audiovisual ha escrito y dirigido Morada al sur, beca de Arte Audiovisual y Fotografía, Fondo Mixto de Cultura de Nariño, 1999; El Pacto, una película de la tradición oral de Nariño, coproducida por el IECO y UN Televisión-Unimedios de la Universidad Nacional de Colombia, 2003.

En sus libros encontramos una voz que se sale del emisor poético para invitar al diálogo. Los temas dominantes son el asombro y la perplejidad de quien con “abscisa mirada” husmea y padece la ciudad, inmensa, implacable, plena de crímenes y un guiño de magia. En ella cohabitan la sordidez y el instante, redentor y apocalíptico, del amor convertido en cuerpos. En “Imago Silencio” hay un retorno con telón de fondo: un volver a esas tierras de nadie, pero ya con la mirada contaminada de un paisaje citadino que ciega los ojos de la inocencia y abre las compuertas de una recóndita lucidez. “El Eco y la Mirada” hace la síntesis de lo que ya venía en ciernes: el diálogo, el mestizaje psíquico y cultural, el umbral de varios mundos, la evocación provocadora. Los poemas que aquí se recogen pertenecen al libro inédito "Imaginario Postal" (1995-2001).

DE LAS COSAS QUE SE CONSERVAN SIN DARSE CUENTA Usted también tenía duende don Antonio, como el niño Lorca que murió cantando al filo del agua. Creo que sé lo que quiso decir con "estos días azules y este sol de la infancia". En mi pueblo también el sol partía la tarde, yo chupaba naranja y corría perseguido por los perros de caza, a la sombra de los geranios mis viejos hablaban de cosas que hoy de todo corazón olvido, y en el cielo don Antonio, más allá de los volcanes, huían en estampida una bandada de nubes verdes. He guardado a través de la vida una pequeña gabardina, el gesto de mis hermanas bajo las tardes frías de Ipiales, conservo un tren negro que pita silencioso por los libros, un caballito de badana que relincha en el rincón y un serrucho de lata con el que construí una biblioteca; no se ría poeta de los caminos, a veces los juguetes reparan cualquier pena. He trasteando olvidos entre películas de vaqueros y dragones chinos, conservo los cuentos de Arandú el príncipe de la selva y Kalimán el que oscurecía el desierto; Solín me acompaña en las preguntas de la noche, cuando me abastezco de luciérnagas en el mercado negro de ilusiones. Perdone esta largura y la letra don Antonio, sólo quería contarle que no olvido tocar los tambores ni las flautas ansiosas y aunque hablo solo y me da risa tanta seriedad, salgo a jugar con el perrito del amor al parque y lo dejo mover la cola de vez en cuando a los silencios.

BORRADOR PARA CELEBRAR UNOS CUANTOS VERSOS Después de tu definitivo vuelo de urraca hacia el Imera, se han multiplicado los peces del hambre y las máquinas empacan sueños en bolsas para el pelo. Fíjate bien Salvatore Quasimodo, hombre de una terrible pasión por el delirio, si vuelves a ver a Vice Boneti agradécele el haberte amado sin lamentos, cuéntale que todavía hay obreros sorprendidos por esa otra Colombia jamás adivinada por gitanos. Esta es una trizadura de silencio a nuestros muertos, una postal al país que los olvida; después de todo corta es esta vigilia de esperanzados trémulos, cantores sin márgenes en la travesía del corazón. Inmensa ha de ser la derrota de una ciudad extranjera habitada por extranjeros que dicen historias extrañas. Qué tan definitivamente solo y transparente

es el verso de la muerte.

LAS RUTAS DEL SUEÑO Señorita si tan solo pudiera sacarme de esta timidez que acuño sin poder nombrarla. Míreme, pregunte por qué la miro de tal modo, por qué soy así tan sin palabras. Pregúnteme cuantas mañanas he visto el contraluz desnudo de un cuerpo como el suyo, no se enfade, no estoy comparándola, sólo quiero que sepa cómo son las ansias que le guardo, cómo se arremolina la ternura ante mis carnes. Si usted viniera algún día a mi noche y tomara un café con galleticas y viera conmigo la National Geographic y escuchara el bandoneón de Piazzolla y leyera para mi “los amorosos” de Sabines y se durmiera mientras le cuento las mil y una mentira de mis andanzas por la gleba y se despertara cuando la contemplo a diez centímetros y se secara la piel con mi toalla mientras le huelo el pelo y saliera saludando a los vecinos que no responden y se tomara conmigo una fotoagüita como en los viejos tiempos. Señorita pellízqueme, insúlteme, hágame lo que usted quiera, debo estar seguro de la mirada que mira su mirada, pronto bajaré del bus, tomaré otra ruta y sin remedio cambiaré de sueño.

Y NO PODRAN LOS ANGELES EVITAR SU VINO DE NOSTALGIA También te decimos adiós muchacho Daniel Santos del bolero, anoche encendí una veladora tal como hacia mi madre cuando sus hijos partían para sus guerras, sé de alguien que debió haber encendido su música y tal vez hasta escribe un poema con la paciencia de los que todavía aguardan. Orantes del amor y del desengaño todos nos perdimos alguna vez por una mujer que no se le dio la gana de regalar sus besos. Jorge, se nos fue el jefe de los enamorados y no podrán los ángeles evitar su vino de nostalgia, qué vamos a hacer con toda esa serenata trasnochada en la memoria, con esas imágenes de barrio pobre soleado por adolescentes revolucionarios, domingos de bicicleta y minifaldas estelares, fútbol y cine de segunda con palomitas de maíz. Y la rocola que resuena en el cabaret de a lado porque alguien decidió iniciarse en el despecho. Las que fueron hermosas, Rosa, la loca Margarita y María Inés, tararean a Benny Moré arrimadas en la puerta y las golondrinas llevándose uno a uno sus encantos. Dile a Carlos, a Fredy, a Germán, escríbele a Gabriel, que enciendan el altar antes de ir al parque por un helado, no vaya ser que a otro de la gallada le de por irse. De esto ninguna palabra a nuestras madres, que no piensen que hemos vuelto a las andanzas. Bien, adiós muchachos, esta carta es breve, saluden por mi parte al último de sus amores y no olviden que el casete se termina en seguidita de Charlie Figueroa buscando su recuerdo.

LA IMAGEN SE APROXIMA CON SIGILO, ASALTA Y ATRAVIESA

Para Aura Téllez

Una estampida viene de tus ojos verdes, despeina el silencio que me roe y que te oculta. Todo en ti, en mí, es torbellino mudo, juego atroz, párpado en la noche. La golondrina de la memoria desparrama la fruta madura, su música resuena desde milenios, nos aduerme y la lejanía apenas toca nuestro aliento. Todo el amor se abre abandonado en el cuarto de una ciudad vacía de tan llena, el milagro de cruzar a la otra calle, la incertidumbre de regresar a ésta. Amor, un tango salva el poema que condena, un beso regocija el abatimiento de la lluvia, mas el resplandor florece en la ventana desnudando el último minuto y lo enceguece. La mirada extensa de la alcoba sin nosotros vuelve a peinar el silencio en el espejo, esta mañana las imágenes hablan mereciéndose un recuerdo, un mérito, una querencia, un dolor que no alcanza el vuelo. Los cuidados del amor son cicatrices que salvan o condenan, alientos que en la vida faltan, porque no hay otra manera de amigar la tristeza que llevas en la espalda, sino admirando el infinito día que atraviesa las cotidianas cosas que te amañan. Amar no más, esquivar la sagrada punta que persigue, amar sin tregua y que el amor redima la imagen que llega lenta y segura a sus cenizas.

RETAZOS DE UN SUEÑO DONDE OLGA OROZCO CONVERSA CON ROSARIO CASTELLANOS

A Patricia Martínez

y Patricia Sainea

Querida Rosario, hoy amanecí llena de pájaros y en el acantilado de mi boca antiguas ofrendas mojan sexos imposibles, quedo hueca ardiendo con un cuchillo de silencio, tanteando las migas de eternidad con los codos en la mesa. Me pregunto si tú que tenías práctica en no verte en los espejos encendiste la lámpara en Tel Aviv para alumbrar con tus senos el olvido, por qué no seguiste quemando tu desnudez con leños silábicos, pudiste echarte para adentro como Alfonsina y tragarte el mar o abrirte al sereno de la noche como nuestra Alejandra y envenenarte con misterio. Te cuento que anoche vino Alejandra a peinarme el cabello, me miró tras las penumbras del tocador antiguo, sólo dijo que te envía su retórica de silencio, que la diferencia de la palabra nos ata, que la entenderíamos y se esfumó con el tinto de la madrugada. Sabes, boca arriba espero que caiga el agua del alba y me preñe de símbolos agoreros. Qué voy a hacer con este cactus de Chiapas en mi ventana, recorro Chapultepec y Tlatelolco empapada de noticieros, llorando a intervalos publicitarios. No quiero aullar por teléfono ni desgastarme yendo a los seguros sociales o de compras a los bulevares, no quiero imaginarme aguantando nietos que patalean y arrancan mis canas por dinero. Me revolcaré desnuda entre el pasto recién llovido y luego, cuando mi angora se enrede entre el sol y la luna, dejaré que las máscaras de Buenos Aires se beban mi sagrario y cuando llegue la noche, Rosario, en la alta noche,

mi saliva se empapará de sueño.

PINTOR CON REALIDAD O REALIDAD CON PINTOR Vemos a una mujer cubierta de ojos, a un toro con soles en los cuernos. Vemos un trigal manchado de cuervos y espejos amarillos colgados en la noche. La realidad fluye sólo cuando la miramos, cuando nos inclinamos para asirla con los dedos. Van Gogh y Picasso la aman, la destruyen, la manchan, la delinean, la sugieren. Hay colores que como el amor y el dolor van con nosotros, viven a perpetuidad en la mirada; a veces son flechas que sangran o colibríes que asientan tibiamente su vuelo. No vemos la realidad sino al pintor que la pinta, al que la venera en su sacrificio de fauno para que surja de la agonía el poema.

FRAGMENTOS DE UN SUEÑO EN SANTIAGO Y LA HABANA

...jugaba con el mar bordeando el malecón, tarareaba a Nelson Pinedo por las calles de la Habana, me veía caminando por pasadizos barrocos, azorados de repente por el hambre y el calor. Un par de mojitos me hacían decir de memoria frente a Trocadero, “la otra pradera me convida”. Escuchaba sones y guacharacas mientras Ochúm-Kolé me esparcía su calor en plena calle Heredia, en Santiago. Después no se cómo, una jinetera me convidaba a su caribe venial y huía lleno de deseo sin poder calmar mi pena. Fumaba un habano mientras agonizaba en las caderas del mar, hacía fila en el Copelia y Compay Segundo le sacaba filo a los helados. En La Cachimba tomábamos rones con Reynaldo García y León Estrada: sus poemas espantaban la severidad de Oyá. Me veía sudar por la plaza de la revolución, era como una trova interminable, una foto con boina y estrella imposible. De súbito el continente era una isla que se hundía, náufrago intentaba alcanzar la otra orilla cuando desperté.

VÍCTOR LÓPEZ RACHE

Toca, Boyacá, 1959. Es colaborador de varias publicaciones nacionales. Algunos de sus poemas han sido incluidos en distintas antologías. Ha publicado La otra orilla de luz (1985), La casa (1992, Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá), Sin espejos (Premio Nacional de Poesía, Imaginación para el Nuevo Milenio, Bogotá, 2000). En 1990 obtuvo el Premio de Poesía Universidad Externado de Colombia y en 1998 fue finalista del IV Concurso de Cuento Francisco A. Newall y en 1987 del II Concurso latinoamericano de cuento Ciudad de Florencia.

Víctor López Rache decidió que la literatura era su forma de vida. Desde entonces, se atrincheró en la palabra. Escribe con denuedo. En dos ocasiones ha sido premio nacional de poesía. La casa, los problemas del hombre contemporáneo, el espejismo del amor, son algunas de sus recurrencias poéticas manejadas con una dosis de misterio e imágenes sobrias.

LA CASA Cuánto sufrimos para inventar la casa. Siglos de imaginación se consumieron diseñando la puerta a todos los caminos. Por fortuna un error dejó la ventana de cara al infinito. En sus habitaciones construidas para compartir el pan y el goce generaciones brindaron con amigos, otras con fantasmas. Hubo quien soñaba un niño mientras cometía un crimen. Y todavía queremos convertir el viento en su techo. Pero ciegos innombrables amenazan ahogarla en el fondo de la incesante hoguera, y la ira del caos ya se concentra en el único punto donde guardábamos todos los misterios. (La casa, 1992)

LA RUEDA Llevamos años padeciendo el artificio de esta rueda. Al levantar el pie absorbe la planicie en círculos concéntricos; el aire es otro enemigo de nuestras fuerzas. La promesa de partir sojuzga nuestro oído a la quietud; no podemos distraernos con el árbol que agita las aves en el sueño. Es una inspiración sentirnos vivos; su eje tiene nuestros huesos como caja de resonancia y perpetuamente finge agilizar el camino hacia la nada. Quién pudiera hacer algo distinto a disimular el mareo sobre una rueda que ni siquiera para hundirnos en su vértigo nos permite movernos. (Sin Espejos, 2001)

LA ANGUSTIA DE LA BELLEZA La angustia de la belleza hecha yerba asoma en tus ojos y tus huesos se inclinan para cederle paso a la transparencia. La belleza al fin castiga todo cuerpo. Te dejo sola cerrando el espejo; jugada habitual de la belleza cuando se cansa de maravillarnos Evita regresar por ti. La belleza siembra en el corazón las más crueles esperanzas para huir en tiempos de cosecha. (Sin Espejos, 2001)

NEGANDO EL TIEMPO

Recuerda, esta piedra fue pájaro, pero en ella ya no existe el ánimo del vuelo. En cambio de nosotros perdura la dicha que sentimos cuando por primera vez nuestros padres se miraron. Sin reconocer tu rostro de hace miles de años la rutina del espíritu habrá negado que aquí está reinando la ausencia del hombre. Pero con tu regreso la piel vuelve a ser deseo, tu belleza será balanza de mi cuerpo. Y nada lo impedirá: Aquí vivimos desnudos antes que la dignidad acuñara el amor en monedas. Ojalá con tu visita bajo tu pie desaparezca el origen de los caminos que aún se repiten en las estrellas. (Sin Espejos, 2001)

ENTRE VENTANAS

Con sustancias inmateriales dirijo tu cuerpo a este cuarto donde te espero desde cuando el borde de la cortina empezó a insinuar tu cara. A tu llegada la puerta estará a punto de cerrarse, y junto a la sábana esencias para demorar el ciego viaje que haré de tus labios a tu más profunda levedad. Pero si la felicidad permitida te impide abrir tu puerta - cuando yo esté de pie en mi ventana- para amarnos en pleno vuelo toma la escoba y salta. (Sin Espejos, 2001)

TU ROSTRO OCULTO

He quedado ciego de tanto imaginar ese rostro tuyo que en mis manos únicamente dejó las líneas de la magia. Pero evita devolverme la mirada. Perderé el misterio necesario para crear tu cuerpo; Ni siquiera la muerte intentaría inventar lo existente. No olvides. Renuncié a todo para hacerte con la oscuridad de mis sueños; pero crear en tierras de sensibilidad obediente es más difícil que añadir gotas de agua. (Sin Espejos, 2001)

EN FIESTA Después de reconocernos descendientes de la misma cuadra, bajo el optimismo que infundía la luz más intensa, la palabra amigo se partía en pedazos de vidrio y la sonrisa continuaba en crisis permanente. Sin embargo, continuó la fiesta. Cuando levantábamos la mirada a nuestro corazón todo gesto le parecía extraño, y si hubiese asistido un loco el licor lo habría vuelto cuerdo. Y acorde al ritmo de la orquesta sin deseos los cuerpos fingían un roce de trajes mientras una conciencia en la otra conciencia observaba un vigilante de oscura fatalidad. (Sin Espejos, 2001)

GUILLERMO MARTÍNEZ GONZÁLEZ

La Plata Huila, 1952. Poeta, ensayista y editor. Ha publicado Declaración de amor a las ventanas (poemas, 1980), Diario de Medianoche y otros textos (1984), Marx y los poetas (Selección y notas, 1986), Puentes de niebla (Poemas 1987), El Bosque de Bambúes ( Traducciones de poesía china, 1988), Mitos del alto Magdalena (1990), Lu Xun Poemas (traducciones, 1990), El Árbol Puro del Río (1994). Poemas y textos suyos han sido traducidos al francés e incluidos en varias antologías de poesía colombiana.

Guillermo González Martínez es otro hombre que se hizo poeta a la orilla de un río, de él vienen sus aguas seculares. A la par de su gestión encomiable en “Trilce Editores”, nos obsequia una voz fluvial. Es un anzuelo puesto en el alba para que se engarce su poesía, diáfana, sensualista: “Te recuerdo junto al caballo, junto a la estrella que descendía del árbol. Te recuerdo así: desnuda sobre las piedras del río”.

VUELVE CRECIENTE

Vuelve creciente. Vuelve con tu rugido de bestia oscura Cargada de troncos podridos Animales muertos o con los ojos Despavoridos ante el cielo. Vuelve con la furia de tu agua Que muerde los acantilados Las criaturas del monte Y la sombra gigantesca de los guásimos. Vuelve con tu diluvio De batracios negros y peces Agonizantes en la hierba. Vuelve con tu grito de dios Herido en la noche. Vuelve creciente Inundación que arrasa piedras y ganado Perros y flores de plátano. Turbión de estrella Agua de tormenta Vuelve.

EL PINTOR DE CABALLOS

Pintar caballos negros era su obsesión. Quería que sus ojos brillaran en la sombra. Como aquellos pintores chinos que sólo repiten un objeto, dibujaría su imagen hasta alcanzar la perfección.

Un día sintió que lo había logrado. Vio cómo la cola se agitaba erizada en el paisaje. Vio los ojos desorbitados y el relámpago de su crin. Nunca lo volvimos a ver.

CIUDAD Maligna es esta ciudad Como baba del diablo Desde que surge la luz del sol. Donde la lluvia cae interminable Como una monodia Sobre los ventanales y los muros Sobre el rostro de pordioseros Que aúllan como bestias heridas Ante los basureros Las iglesias Y los portalones de mármol. Donde cada saludo se parece A una pedrada, a un escupitajo negro E inútiles brillan las estrellas en el cielo. Sí, maligna es esta ciudad: Terribles sus atardeceres de vaho plomizo, Sus crímenes ocultos, sus jóvenes asesinos Que conspiran en los bares. Terrible es el espasmo de sus prostitutas En los baños o los camastros de tendido grasiento Mientras avanza el alba como un puñal Sobre el sueño de los pobres.

LA CASA Poco a poco se fue cayendo, Así la vimos de pronto en ruinas, Sin que nadie la habitara por dentro Como una mujer abandonada Que no puede con su silencio. Y el polvo caía de sus columnas, De sus techos de barro Desvencijados por la lluvia y el viento. Caía el polvo sobre la cal aún viva, Aún blanca, para formar un solo tumulto, Un muerto caos, Invadido de gusanos Y asustados lagartos. Caían sus muros Como cuando se muere una familia O se muere un padre Entre la agonía de los perros Y el espanto de los árboles. Caía la casa Y su espectro en ruinas frente al cielo, Hirió el ojo, la enredadera flotante, El relincho del caballo Ante la última luna.

SÍMBOLO Como fluye el agua De lo profundo de la tierra, Como alguien enciende con el espíritu El fuego en medio de la borrasca, O Alicia, a través del espejo, se une Al aire en el País de las Maravillas; Así quisiera escribir mi poesía: desnudo, Casi invisible: cantando Como un pájaro de luz sobre la muerte. (Puentes de niebla, 1989)

LUMINOSA CASA DEL SER Alma mía, luminosa casa del ser, tanto tiempo te he esperado Para encontrarte en el borde del barro, del precipicio. Dame un sentido, un porvenir, Que crezca como la rosa junto al viento Como cuando era joven Y cantaba entre la salvajina, en el río Páez. Dame un camino, mi alma, yo te seguiré, Y como el loto Te espero en el agua, en la noche. (Puentes de niebla, 1989)

EL ÁNGEL Nos acompañaba cuando íbamos al río o a cazar mariposas en el valle. Sabíamos de su presencia cuando nos sumergíamos en el agua o nos colgábamos de los árboles en el silencio de la penumbra. Conocía nuestros secretos: la voz del azulejo, la voz del caballo en la sombra. La enredadera en donde nos ocultábamos de la lluvia y los espantos. Ah, tan suave como las patas del gato, nos acompañaba con su acecho de vigía invisible, con su plumón de pájaro a la orilla del bosque. (El árbol puro del río, 1994)

MUCHACHA EN EL RÍO Recuerdo tu pubis bajo la sombra del puente. El ruido del agua junto a tu cuerpo. Recuerdo la salvajina y tu voz que sobresalía del Chorro de las Piedras. Te recuerdo junto al caballo, junto a la estrella que descendía del árbol. Te recuerdo así: Desnuda sobre las piedras del río. (El árbol puro del río, 1994)

PABLO MONTOYA Barrancabermeja, 1963. Escritor y traductor. Realizó estudios de música en la Escuela Superior de Música de Tunja y de filosofía y letras en la Universidad Santo Tomás de Aquino de Bogotá. Es Magíster y Doctor en Literatura Latinoamericana de la Universidad de la Sorbona, París. Ha publicado los siguientes libros: Cuentos de Niquía (París, 1996), La sinfónica y otros cuentos musicales (Medellín, 1997), Habitantes (París, 1999), Viajeros (Medellín, 1999) y Razia (Medellín, 2001). Ganador del Concurso Nacional de Cuento Germán Vargas (Bogotá, 1993). El libro Habitantes ganó el concurso “Colección de Autores Antioqueños” (Medellín, 2000). En 1999 el Centro Nacional del Libro de Francia le otorgó una beca para escritores extranjeros por el libro Viajeros. La Editorial de la Universidad de Antioquia publicará próximamente el libro de crónicas musicales Música de pájaros. Ha sido colaborador de diferentes revistas y periódicos de Colombia, Francia y México. Actualmente es profesor de literatura de la Universidad de Antioquia. Los poemas seleccionados pertenecen a su libro Viajeros.

Pablo Montoya quien ha logrado en esa especie de postales humanas de su libro Viajeros mostrarnos que todos somos Ulises, en la búsqueda y en la zozobra, que tenemos algo de Moisés, umbral entre lo sacro y lo profano, y que como Dante, precisamos de una Beatriz para seguir adelante o perdernos para siempre. En su voz, el concepto de unidad de tono, referida a la pureza de género se pierde, porque sus textos, especie de viñetas, o como los bautizara Julio Ramón Ribeyro: “prosas apátridas”, pisan el límite entre la minificción y el poema.

ULISES

Imagino a Itaca como un cuenco de agua próximo a mi rostro cuarteado. Dispuesta a un deseo que guardo desde los días del gigantesco equino. Trato de saberla, mientras vago solitario bajo el sol de las sirenas, luminosa como los ojos de Telémaco, suave como la piel de quien teje la melancolía. Pero a veces es un espeso sueño entre mis sueños, donde la traición es el manto que se hilvana. Una trama de crímenes en mi contra, la fidelidad de un porquerizo, una esposa que reclama por la ausencia. Y yo, el astuto, el que conoce la morada de los muertos, el filo de este ponto insular, cami-nando por Itaca que se resiste a creer que soy Ulises, su hijo de siempre.

DANTE Sospechar que en la armonía de los astros no está ella, que tal vez su luz se despedaza en el resplandor del paraíso. Y pensar esto es el origen de una condena porque, de súbito, me hallo en la primera página de otro viaje que mi mano escribe. Veo la loba, el león, la pantera, y en la encrucijada de sus acechos leo la inscripción que me lanza a la bruma. En el momento indicado digo: “¡Maestro!” Pero Virgilio no está. Levanto la cabeza y lo veo, ajeno a mí, bordeando los abismos. Lo llamo y no oye. Corro pero cada paso que doy es uno dado por él. La distancia es atroz y permanente. Entonces, un nuevo infierno, el verdadero, empieza para mí. Sin guía y con la certeza de que no hay nadie a quien seguir. Beatriz, grito, y mi eco se une al coro de los condenados.

ENRIQUE EL NAVEGANTE Mirarte desde los muros del castillo. Recorrer tus playas. Sentir mi pequeñez rozada por tu infinitud. Detener la marcha. Saber el ritmo de tu voz en mi corazón. Descalzarme y, lentamente, reconocer que me besas. Retirarme, asustado, porque hay una invitación a hundirme en ti. Comprender mi poca experiencia de los barcos, que ningún libro he escrito para enseñar a navegar. Intuir tu enigma. No ver abismos, ni monstruos, ni infierno más allá de tus costas. Escuchar tus olas arañar las noches de Sagres. Interpretar los mapas trazados que llegan a mis manos. Tocar los instrumentos para medir tus latitudes. Conversar con constructores de naos y oír sus secretos. Reconocer que soy moldeado por tus mareas, y que en mis sueños el agua nace, corre y vuelve a surgir de tu boca primitiva. Creer que desde mí tu misterio se devela.

UN MARINO HOLANDÉS Mañana nos pondremos en camino hacia una meta inexplorada: hallar la ruta de Catay en medio de océanos de hielo. Veré las casas de Amsterdam alejarse, y en las olas, rostros, diálogos, olores de otredad se irán uniendo al vuelo de las gaviotas. Es posible que no haya reencuentro, y la noche de ahora, noche del amor que hacemos una y otra vez sin hastiarnos, sea la última. Pero piensa que tus ojos de almendra, el eco de tu cuerpo blanco regará mi memoria en los fríos parajes. Si no vuelvo y algún día el hijo guardado en tu carne me pregunta, dile que aún busco un paso que me traiga, que siempre estaré intentando regresar.

ROBINSON CRUSOE El mar o la tierra. La desierta isla o el Londres populoso. Escuchar mi voz o la distinta voz de Viernes. Haberme quedado en la casa de York, con mis padres, o esta insensata aventura. Los años de soledad aquí o un minuto, uno solo, de amor compartido allá. En este momento en que los hombres se acercan para rescatarme, tiemblo, tengo miedo y no sé nada.

UN BOSNIO Mostar, tus cenizas agobian el horizonte, pájaros sobrevuelan los promontorios de tus muertos. Mostar, en tus calles que alguna vez trazaron la perfección del teorema, conocí una definición del universo. Quizá la más turbia, y también la más cálida. Dime, cómo encontrar en tus ruinas a la mujer de pubis que olía a arena. Mostar, reconstruye tus aposentos. Haz que fluyan tus manantiales. Reinicia el sueño de la vida aunque no sea yo el que otra vez lo goce.

EN PISBA

El general Bolívar se aleja de sus hombres. Camina con amargura en los ojos. Observa el paisaje de Pisba y piensa: cómo revelarle a ese vestigio de ejército el secreto de esta guerra. Cómo explicarle que a pesar de los muertos tendremos la independencia. Cómo contarle a estos hombres devastados de hambre y frío el peligro que hay después de la victoria. Cómo decirles que la esperanza nunca se consumará porque nosotros, enfermos de poder, siempre seremos los culpables de su agonía.

FRANCISCO MONTAÑA IBAÑEZ Nació en Bogotá en 1966. Guionista de televisión infantil y escritor de obras de teatro y novelas para niños y jóvenes. Traductor de literatura y poesía rusas. Profesor del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional del Colombia. Ha publicado libros de teatro; su poesía sólo ha aparecido esporádicamente en revistas especializadas y en la temprana publicación “Manzanas o pomas” de 1982, tiempo en el cual hizo parte de los finalistas del primer concurso de poesía del ICFES. La palabra de Montaña Ibáñez brota de una intimidad serena, melancólica; sus imágenes se reconcentran a medida que el lector hilvana las escenas en un ideario personal que se expresa mediante el monólogo interior. Poeta de la sugerencia y del esfuerzo por encontrar mediante el lenguaje meditado la sorpresa, una de las claves de su creación. Hemos seleccionado poemas de los libros inéditos: Estación Invisible, 1990-97; Las horas de los días, 1999-2002; y de El agua de las ciudades, 2002.

LA ESTACIÓN INVISIBLE

“El forastero llegó sin aliento a la estación invisible”.

J.J. Arreola.

Ha tomado para deshacerla la raíz de la aventura. Ha gritado como un avión y su grito de piedra cae sobre el agua rompiéndole la superficie de los ojos, rasgándole el hueso con la pluma simple del sonido. Ha dejado todo: sólo una burbuja recuerda en el centro mismo de la ebullición el brillo de su membrana delicada, el origen del fuego que lo mueve. Ha seguido el designio de los rieles como si en esa paralela pudiera ocurrir de repente la sorpresa, el asalto del león o el cruce de caminos. Sin embargo, su grito se hace agua: naturaleza espesa y verde que contrae el horizonte, y avanza, olvidando que tal vez en la estación, su corazón de pájaro fundido consiga renovar la dirección de los metales. (Estación Invisible, 1990-97)

GUARDAVÍAS Sonrió y sintió de nuevo el espacio de remedo simple que le dejaba cada madrugada, esculcó la calva memoria que se desvanecía en medio de sus padrastros y encontró, uno a uno los brincos de renacuajo que lo habían llevado hasta este estanque. Devorando lentos sorbos de forraje espera que los cristales se conviertan en agua. Vana sed de esperanza seca. (Estación Invisible, 1990-97)

VOLVER A CASA Ha sido el único deseo que podrías pronunciar si te hubieran preguntado qué querías. Pero nadie, ni tú mismo, fue capaz de decirlo consciente del caudal que hubiera roto tus encías y entregado a las máquinas el resto de tu carne. Un suspiro, una mirada a la ventana donde tu reflejo se hace parte de los ruidos de las calles se levanta levemente despejando la bruma que aleja tu regreso. Sin embargo, al llegar la hora, encuentras que el hogar está incendiado, que tu casa no es la tuya, sino de aquel que soñándola moría. (Las horas de los días, 1999-2002)

AMANECE Ningún olor. El sonido más próximo es tu larga respiración que se enrosca buscando la cuna de la almohada. Sin embargo, en medio de una tenue oscuridad, la luz empieza a dibujar un mundo pálido, apenas discernible, alejado, como si fuera parte de ese tibio sueño que se aleja de tus labios. Empeñado en algún desciframiento piensas estirar tu mano, tocarlo y hacerte parte suya con tu tacto. Desistes, consciente de la distancia que ya te ha roto los párpados y vuelves a intentar el inútil ritual de enroscar tu cuerpo sin huesos. (Las horas de los días, 1999-2002)

SORBO DE VIERNES A MEDIO DÍA Bebes el líquido tratando de continuar con tu sonido. Han caído torres, vuelan vidrios en pedazos tras tu sombra. Un largo número de alientos se aferra de tus manos que obedecen a la sepultura del silencio. Lejana, a través del paisaje desconocido que has sembrado con tus labios, aparece leve y transitoria la sonrisa, el despojamiento definitivo que se adueña de tus huesos al final de la jornada. Por ahora, el agua sólo apacigua las brasas. Debes seguir, y te levantas como si nada, ni siquiera tú mismo, pudieran impedirlo. (Las horas de los días, 1999-2002)

ANTES DEL ALMUERZO

Envuelto en el vapor leve que se arremolina en la mirada esperas cinco minutos despojado de ti mismo mientras crece la promesa del placer en la raíz de tus encías. Vagabundo y ligero, entonces, dejas que el tiempo avance procurando aferrarte de la piel esquiva de cualquier recuerdo. Por fin, en medio del confuso panorama, encuentras la sonrisa que corona tus labios. Un instante, el vacío espeso del deseo se desprende de tu estómago y una cara que debes inventarte –como a ti mismo– se convierte en la única verdad de la mirada; suspirando, te dispones a entregar tu cuerpo a sus designios pero un plato lleno y humeante te recuerda la necesidad definitiva de tu alma; no hay remedio, las leyes de la carne también sujetan la memoria. (Las horas de los días, 1999-2002)

EL ACCIDENTE

“El Dios en el que creo aún no ha nacido

y no requiere de mi fe para existir”.

M. Strand.

Se avanza lentamente evitando que desde el fondo se levante una sorpresa, un giro, el golpe agazapado al que sin duda nuestra suerte rinde rítmico tributo. Inútilmente se respetan las señales, se adelanta la intuición a la desgracia. Un esfuerzo vano que consiste en olvidarse de sí mismo procurando el alivio de las horas. Nada más banal. Tu carne, al parecer, no es más que una ofrenda destinada hace mucho a los dioses que tú olvidas. (Las horas de los días, 1999-2002)

No naufragan buques en sus aguas, no son grandes viajeros los que parten con sigilo de sus puertos, ni una épica aventura la que alumbra sus caudales, no son velas, ni jarcias, ni foques lo que mueven los vientos en su superficie, no es su movimiento el temor de las madres y las novias, ni su reto la consagración de las edades. No. En sus aguas se pierden secretos, condenas y promesas, se deshacen los translúcidos caminos, se concreta la miseria. Sus cauces se reducen con desprecio al lugar de los desechos, los impulsa la potencia del olvido, lenta indiferencia que rueda espesa hacia delante. Y sin embargo el agua de las ciudades también a veces se subleva y salta por los aires, es un derroche de dominio que envuelve con el paso silencioso de su piel la piel desnuda dedicada a los abrazos. La alegría alumbra entonces a través de los reflejos, la calle se hace río y son la maravilla su forma y transparencia, a su lado se abre el aire dejándole un espacio a la frescura, los gritos y los ruidos empiezan a esparcirse, un silencio poblado por el gorgoteo de su nacimiento se apodera del barullo y todo se hace blando, una grata distancia aleja los motivos de los actos y las miradas desnudas de cualquier intención vagan dispuestas a entregarse por completo, los reflejos torneados por esa móvil apariencia de su cuerpo se mueven en las manos de los niños, principales accionistas de este acto. Muy pronto aparecen los puentes, vados, alegorías de la civilización y del transporte que se adaptan a la fiesta, troncos, cuerdas y manos forman los caminos que se trazan.

Son las hojas barcos y los troncos hondonadas desecadas. Es cierto, no son buques los que pierden su alegría en el agua de las ciudades, no, son ojos, miradas, un poco de tiempo, y sobre todo esos instantes de abandono que finalmente se evaporan. (El agua de las ciudades, 2002)

OMAR ORTIZ

Nace en Bogotá el 5 de abril de 1950. Poeta y ensayista. Estudió Leyes en la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Vive actualmente en Tuluá. Ha publicado los poemarios: La tierra y el éter (1979), Que junda el junde (1982), Las muchachas del circo (1983), Diez regiones (1986), Los espejos del olvido (1991), Un jardín para Milena (1993), El libro de las cosas (1995) La luna en el espejo (1999), Los Espejos del olvido –antología poética– (2002). Fue distinguido con el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia en 1995.

Omar Ortiz: Infatigable trabajador de la palabra, como promotor cultural de la región vallecaucana, a través de la revista de poesía Luna Nueva, pero también, poeta avisor, voyerista de la cotidianidad, que sabe retratar con pulso medido, los seres y las cosas, que lo fulguran con sus destellos.

LAS MUCHACHAS DEL CIRCO

Las muchachas del circo inventaron el león y los bigotes del domador. Las lentejuelas, en cambio, las exigió el señor empresario y se convirtieron en un dolor de cabeza para las muchachas. Para desquitarse, con la complicidad del mago, imaginaron un poeta, y desde entonces se cantan tangos por el mundo. (Las muchachas del circo, 1983)

LOS ESPEJOS DEL OLVIDO

Los trenes llegaron cargados de cadáveres como los ríos, cientos, miles de cadáveres. Los trenes y los ríos no tienen memoria. El mar y la estación los devoran para esculpirlos en cada amanecer limpios y relucientes. Sólo al amor le está permitido bañarse dos veces en el mismo río. (Los espejos del olvido, 1991)

POEMA DEL OTRO El otro, el que camina a la orilla del agua, Muestra en su cuerpo la saga de la guerra, El incendio de las eras, la abrasada ala de la torcaza. Sabe, como Ahasverus, que su exilio termina En la piedra negra donde el colibrí afila el pico. Allí encontrará el amor, recordará un libro soñado Y el árbol hará sombra a su tostada frente. Ahora, mira por encima del hombro Con su mueca de siempre, el hastío de lo eterno. Tal vez sea quien escribe esta página, suya, Desde la primera huella de sus dedos. (Un jardín para Milena, 1993)

LOS NOVIAZGOS En un mortero de plata peruana se maceran dos libras de geranio rojo. Previamente, se tienen listas siete ramitas de albahaca recogidas la noche que se aparean las mariposas. Las ramitas se cocinan el primer día de luna llena del mes de mayo y esta agua se esparce por el geranio macerado puesto previamente al sol. Esta esencia se aplica por tres veces tras las orejas, la nuca, los codos todos los días. No te salva del amor pero te alivia el corazón. (El Libro de las cosas, 1995)

UNA MUCHACHA EN LA VENTANA Sus ojos provocan la melancolía En los vecinos de la calle de los limones. Su trenza, las miradas torvas de las señoras Ocupadas en recoger los trastos de la noche. Siempre allí, entre las macetas de violetas Y el gato que sabe de memoria la huella de sus dedos. Ophelia, se llama, Y no ha escrito ni recibe cartas de amor. Sueña, sí con grandes barcos. Con ciudades a la orilla del mar. Ignora que su sueño la conduce A un hombre de traje oscuro Que bebe vino en La Brazileira O en La Bodega de Fonseca, mientras escribe, Con múltiples nombres. (La luna en el espejo, 1999)

EL INVIERNO La humedad de tu cabello tiene nostalgia de luna. Es inmensa la noche, como la soledad del espejo. Es el aroma de los recuerdos, El agua pútrida de los deseos marchitos. Muerte, te derrotaremos a escobazos. Te colgaremos de la ceiba, muerte. Para que pase la noche Sin el murmullo de los irredentos. Los que lloran hasta pudrir la semilla. Cuando el río arrasa la casa del hombre, Una pérfida mano destruye la palabra árbol. En la ciudad que habitamos Ya no se escucha la algarabía de los loros. Los animales saben del caudal crecido de cadáveres. ¿Dónde el amor? ¿Dónde, sino en tu cabello Que crece a la medida de tus huesos? (La luna en el espejo, 1999)

MEMORIA URBANA Trapos verdes, azules, Algún calzón, la sábana, La persistente huella. El sol, la ciudad vieja que vive en sus balcones, En el bullicio de los inquilinatos Donde Florita vive su destino Y con Néstor y Hugo estrenamos los guantes de boxeo, O espiamos la pobreza de unos hermosos senos Dignos de mejor suerte. La ciudad que transita en la memoria Bajo esta lluvia eterna Como luz, diluida, en el agua del pozo. (La luna en el espejo, 1999)

FELIPE PAREDES

El demasiado alcohol arruinó mi visión. No tengo trato con los dioses, el futuro es para mí un enigma y procuro olvidar el paso de los días. La música de las cantinas es la única que reconozco y soy incapaz de distinguir un do sostenido de un grito de mi mujer cuando me embriago. No puedo entonces ser poeta, ni me importa el comercio con las musas. Desde que no puedo hablarle a los ojos administro un garito, nadie como yo para distinguir la mala suerte del derrotado, de la buena estrella del advenedizo. Dios no me entregó los libros y la noche, me dio la luz que palpita en la sombra. (Diario de los seres anónimos, 2003)

MIYER FERNANDO PINEDA MOZO Nació el 22 de febrero de 1979 en Tunja. Estudió Ciencias Sociales en la U.P.T.C. Actualmente es el Director del programa radial Ciudad Sumergida, en la F.M Universitaria de la U.P.T.C, Director de la Revista Cántiga, y Director por encargo de Si Mañana Despierto capítulo Tunja. Tiene un par de libros de poesía inéditos, uno de los cuales, El Restaurador, recibió mención especial como primer finalista en el II concurso Latinoamericano de Poesía Universitaria Universidad Externado de Colombia. Uno de sus poemas fue ganador en el concurso de poesía Descanse en paz la Guerra, organizado por la Casa de Poesía Silva en el 2003.

¿De qué extrañas brumas, de qué región nocturnal con murciélagos y mujeres caminando en la cuerda floja entre el amor y la muerte viene la poesía de Miyer Fernando Pineda?: Este muchacho que escribe ojos con h “para verte mejor”, que lee con absoluta pasión a Fayad Jamis, Vallejo y Sabines, que se mete en las bibliotecas y en los laberintos de la noche para luego escribir en el cuerpo y desde el cuerpo imágenes surrealistas, y a veces, impresionistas, ha hecho de la poesía su principal acto de fe.

EL RESTAURADOR

Para Goyes por lo de Teillier

Escribo en trastos viejos, en felpas muertas, en mujeres podridas Escribo de escorbuto Porque la luz que entra por la ventana se lastima Intento vomitar este dolor que me destroza Los restos cicatrizados de su himen y esta respiración que me fastidia El ángel de mi guarda ha olvidado su pala aquí en mi sueño Y en ese hueco están poniendo huevos las noches y la lluvia y las raíces de los árboles Quito los pies de la página un momento y observo las botellas, mis gusanos, En alguna hay un feto con sonrisa lúgubre pertenece a antiguas colecciones al semen cedido y derramado por la angustia en las cloacas formadas por mi mano La Caperuza (mi mujer)* compone el cuarto como descosiéndose la sombra del adagio de Albinoni (*… cuando un hombre logra bautizar a una mujer es suya para siempre) Coloca ollas para recoger las goteras de mi alma alinea los cartones y las telarañas a los restos de disparos en los muros luego alimenta con mis ojos a los pájaros hambrientos de su corazón Yo enciendo sus ojos para calentar la sombra de mi hijo quito los pies de la página un momento y me pongo a escribir con trastos viejos con felpas muertas y con mujeres podridas mientras alguien se lleva el poco pan de nuestra mesa

DE CARONTE Mi abuelo ocultaba una familia judía en el ático mientras pintaba sus cuadros su pincel hablaba en latín cuando dibujaba con los senos de mi abuela una luna de carne. Mi abuelo colocaba su mano en el vientre de mi abuela –aún sin conocerla– mientras leía sus libros El chelo era el instrumento favorito de mi abuelo y mi abuela lo tocaba con sus hojos mientras caían con la lluvia sobre el mármol en el que está escrito mi nombre Mientras mi hijo acaricia el cabello del ángel mi abuela y mi abuelo danzan –ellos aún no se conocen– yo los observo desde el vientre de mi madre.

BOCETO PARA LA ACONTISTA delinear los labios las cadenas el ancla la muerte sobre el muelle como otra noche cayéndose del alba el cuerpo ensortijado como un mástil de herrumbre con un trozo de abismo enredado a la mitad tomarla por la espalda –el escalpelo– delinearla mientras ella llueve y se despierta mientras se le termina la piel y ya no vuelve

IX

para Abdul al Hayik… Merlín

A mi abuelo (que sabía de las cosas de Van Gogh) le faltaba un dedo en una de sus manos Eso sí no era el dedo que llaman corazón A veces se sentaba a hablarnos de su servicio militar y de cómo hizo para que ya no confundieran su casa con un burdel (porque antes de que la comprara había un burdel) y los hombres dejaran de perder el tiempo caminando hasta las afueras para toparse con muros derrumbados por el Apocalipsis de su furia Mi abuelo y yo comenzamos a construir un corral para gallinas y un par de armarios para guardar cachivaches, libros y herramientas Cuando se embriagaba le subía el volumen a su grabadora Silver y llamaba vieja a mi abuela cuando no veía la bacinilla porque le daba miedo atravesar la oscuridad y caminar y caminar hasta el baño al otro lado del mundo Mi abuelo poseía a mi abuela porque cuando ella se dormía a veces levitaba hasta que advertíamos la presencia de mi abuelo en los bosques de su corazón Mi abuelo plantaba su tienda de campaña en el recuerdo de mi abuela mientras se bebía un par de tragos -Aún poseo la vieja muñeca de mi abuela que nos habla- Mi abuelo leía la Biblia y fue durante varios años hijo de mi abuela Sus hijos que volvieron de la guerra se lo llevaron un día porque los médicos dijeron que había que amputarle alguna pierna Ese día mi abuelo (que sabía de las cosas de Van Gogh) se aferró a mis ojos como a su silla de ruedas se lo llevaron en un taxi murió luego de la cirugía Mi abuelo y yo jamás pulimos ni pintamos los armarios en estos días buscándolo en sus viejos libros me ha dado por pensar que a veces el mejor poema es el que no está terminado

XI Yo abro los ojos cuando ella abre los ojos Yo cierro los ojos cuando ella abre sus piernas y cierra los ojos y saca su lengua y me los cierra pegándolos con su saliva para que no mueran Respiro si respira. Lloro si ella llora Bostezamos al mismo tiempo Ella en el baúl lleno de libros yo en mi dolor lleno de piedras –Nos crecen en el alba nuestras uñas– Odiamos a Schumann porque nos recuerda que vivimos cerca de su manicomio Nos metemos en los cuadros de Chirico, de Van Gogh, del Bosco Leemos aquellas hidalgas palabras Nos podrimos en el lado oscuro de la luna la derramo en el lado oscuro de su pelo –El cadáver es la roca que sostiene algún atardecer al sur de Islandia– Si cae la cuchilla de la guillotina es nuestra cabeza la que cae Si nos amputan otro brazo es nuestro silencio el que desangra el que espera a la corriente maligna que lo lleve a esas orillas lejanas que no duermen Si nos amputan otro brazo es nuestra boca la que escribe a la que debí haber rellenado cuando lo exigió cuando a pesar nuestro, nuestros cuerpos se fundían en un solo milagro Cuando yo incendio su cuerpo, es ella el fuego con todos sus abismos y cuchillos Ella nace de mí y yo nazco de ella, de sus gritos cuando hundo el ancla del pincel entre sus muslos cuando hundo entre su carne nuestros ojos los que cierro cuando ella abre sus ojos que lo iluminan todo

LA CARNICERA

Esa mujer se merece un poema. Ese poema se merece este poema, su rodilla, su tobillo, las cuadriculadas medias que hacen juego con la rienda pañoleta y mis irrefutables ganas de morirme entre sus piernas, encima de su espalda, mientras ella me saca de la muerte, pariéndome. Tiene una serpiente en las falanges, sale de la vena mayor que va a la quilla, su velo negro cubriéndole el cuerpo, los muslos de yegua latifundia. Su cabello rojo sostenido por un extraño aparato de represión y de tortura –no sé el nombre del aparato exactamente– quizás se llamará esternón, pezón, clavícula. Su voz como su lengua, un chorro de sombra que hace música, que sensibiliza el roce superior hacía mis labios. A qué sabrán sus labios, de qué mundo de seda extraída de los gusanos de su espalda. Su clítoris, su nuca. Sus párpados carnales, perpendiculares, inclinados hacia adentro como la flor sombría que no muere jamás, que nace en mi ataúd, es decir, en esta mujer.

TIERRA DE NADIE

(poema de presencias en Praga)

Esta mujer es el caballo de la noche No hay nada más bello que mirar la noche a través de las ventanas de su cuerpo Con ella visito los lugares del dolor como quien visita un santuario de pie sobre mi corazón es mí astillero La noche que rebosa ya en su ombligo lleva como mástil la punta de mi lengua la muerte que apenas si la escucha y sobrevive la pantera que nace ya del fondo Ella es el único dios (“si existe dios”) en ella habitan las palabras que he olvidado ella me dice las palabras que recuerdo

POEMA PARA BAJAR UNA ESCALERA hay días en los que nada se oye días en los que uno se sueña subiendo una escalera días en los que me gusta desordenar tu cabello y que me escribas en la piel cuando no hay donde escribir días en los que me da miedo hablar y el silencio tiene que explicarte todo hay días en que digo todo y tú me miras triste con una sonrisa asintiendo días en que el dolor te despereza y se arruncha entre nosotros y me muerde días en que todo lo demás no importa sólo tu presencia y ponerse uno a extrañar días en los que uno se culpa de no ser inocente y nos recuerdan un nombre y nos tiembla la voz días que lo encienden a uno para dejarlo apagado días que le avisan a uno que tiene que morirse hay días en los que uno se sueña bajando una escalera

GERARDO RIVERA

Medellín, 1942. Vive en Cali desde hace treinta años. Dedicó gran parte de su vida a la publicidad. Tiene publicados los libros de poemas A lo largo de las estatuas de Octubre, Universidad del Valle, Cali, 2002 y El viajero de los pies de oro, Ediciones hombre Nuevo, Medellín, 2003. Gerardo Rivera: Voz que apenas ahora empieza a conocerse, no así su poesía, que seguramente venía en gestación tranquila. Ciertos tonos que evocan a Aurelio Arturo y Giovanni Quessep, nos dejan en el umbral del misterio, en ese interregno de la palabra que queda suspendida, como el colibrí, de algún hilo que aún no sabemos si es de la tierra o del cielo.

JARDÍN En el jardín están dormidos duermen los silenciosos pasos de la noche Con dedo principescos inventan flores que no existen Fiestas puras salidas de un corazón que aún no se atreve a morir Y en la inclinada sombra donde ella siembra su fiesta las estrellas que nacen subirán cantando hacia los cielos Estrellas de tierra y de piedra por los labios pronunciadas que desde las copas oscuras son ya claridad y muerte divina que nos desaparece (El viajero de los pies de oro, 2003)

TÚ QUE FUISTE EL MAR

Tú que fuiste el mar coloca sobre tu mano las tres piedras La reina de la noche la del viento y la reina de la lentitud y creeré en ti Yo colocaré para celebrar tu belleza el agua que brilla en la noche con un amor insensato Y diré a tu fuego distante junto a tu relámpago palabras hijas de la soledad y del recuerdo Ahora somos nada pero juntos escuchábamos el viento rasgarse como una fiesta cercana al paraíso al oro derrochado en el corazón de la hoguera Ahora el cielo es blanco y es eterno sobre nuestra eterna y blanca y muda mirada Los astros terminaron terminó la roja y bella locura de la vida (El viajero de los pies de oro, 2003)

LOS AUSENTES, LOS DORMIDOS Estos son los adoradores del sueño, los ausentes, los dormidos Los que han recibido, con labios de piedra, el agua de la diosa. Recostados, caídos en las aceras, frente a los cisnes y los pasos atroces de los demonios del día. Tejen olvido musitan, en un lenguaje extraño de lechuzas y chamizas, verdades inaudibles. escondidas bellezas, versos que sólo se escuchan en otros jardines mas allá del mar perfecto más allá de la limosna ciega y de la profecía. Dormidos color de tiempo, borrosos príncipes que sueñan recuerdos, falsa música de eternidad. Brisas y caballos y pájaros espléndidos que sólo desde la infancia vuelan. Mientras nosotros, locos demonios, caminamos también dormidos, sobre mortales prados de invierno. (El viajero de los pies de oro, 2003)

DE PIEDRA, DE SAL Y DE HIERRO Olvida la isla ocre y azul como huevo de paloma Y los grises olivos en el polvo de su sueño Olvida el agua que dormía escondida en el fondo del verano Agua muy fría caída desde los ojos de un Dios hechizado por la luz y bebe, entretanto, el vino negro del pasado Al otro lado del mar hijo del viento y del cielo Olvida las viejas voces que junto al fuego ardieron también hacia las altas estrellas Porque la moneda, que en tus labios colocaron, de piedra. De sal y de hierro, es ahora, también como tú, ceniza Y entre tus manos, el remo oscuro para la fría Estigia Para el agua absoluta y silenciosa (A lo largo de las estatuas de Octubre, 2002)

LA NOCHE DE LOS TAMARINDOS La noche de los tamarindos es roja Es ardiente como todas las copas en la mesa de la muerte En lo alto de la pirámide ríe atraída por las lágrimas y las cascadas de la música Tiene patas negras Sus alas abiertas resplandecen en el templo Es un alud un aleteo unos pasos En esa región donde el aire está vestido de prodigios Tiene hambre tiene sed esta roja despierta tiene un puñal tiene un espejo (El viajero de los pies de oro, 2003)

DONDE ANTES Donde antes estuvo el vino, vivo y oscuro, del deseo, danza ahora el animal invisible sobre el corazón desolado. En el olor del viento está el pálido silencio que te recuerda. Esa frescura de agua que se despide hacia la música Tú recuerdas, tú duermes, tú suspiras, todo nos envuelve. El fuego del amor nos ha perdido. (El viajero de los pies de oro, 2003)

NO IRÉ HACIA TI OLVIDO

No iré hacia ti olvido con emplumados pasos de sombra Ni recorreré los vastos salones de tu casa de niebla Ni dormiré el sueño exhausto en tu cama fría En ese remoto jardín donde abandonas la luna Viejo olvido Viejísimo niño En lugar de todo eso robaré tu negro espejo y huiré corriendo de tu casa maldita Donde tejes tu sueño con desesperadas piedras (El viajero de los pies de oro, 2003)

SUAVEMENTE SIN DECIR ADIÓS

Se despide de nosotros se despide gentilmente como el pájaro cantando del árbol que lo sueña o el silencio donde la estrella se quema O las nubes de la tarde suavemente, sin decir adiós También el cuerpo nos deja se van nuestros labios se va nuestra voz Y los ojos que amábamos no alcanzan ya ni paraíso ni memoria ni nada Y la vida que fue cae entonces entorno nuestro sin ruido, humildemente, como un traje muy sucio y muy viejo Donde el sol ya no está y entonces llueve (A lo largo de las estatuas de Octubre, 2002)

LUIS MIGUEL RODRÍGUEZ

Puerto Escondido, Córdoba, 1971. Estudió economía en la U.P.T.C. de Tunja. Ha publicado poemas en la Revista Cántiga de Tunja. De su libro inédito Puerto Escondido han sido seleccionados estos poemas. En Luis Miguel Rodríguez la sugerencia le hace honor al sitio donde vio por primera vez el mundo. Intenta en su saga reconstruir con la palabra la morada que extraña y lo reclama. La concisión de su escritura, alimentada por cierta recóndita ironía, se abre como una noche calurosa en donde una voz escondida cuenta que vive tanto "del amor como de la palabra".

ALACENA En la alacena un rumor se esconde entre la loza china y los cubiertos de plata como trofeos de una nueva generación La mesa siempre lista en el ronroneo alquitrán de las ollas donde humea la vida y se hace ceniza el tiempo en los leños que crepitan en la memoria Arrímense a la mesa a tomar el café y no le teman a la revelación de otras voces

COSTURERA

Dices que has pedaleado lo necesario Para alcanzar la eternidad Entrados los años La artritis comerá tus huesos Y sólo habrás visto la vida Desde la ventana

LILITH Una mujer me llama, yo la sigo sin pensar en el peligro porque el amor me hace liviano

invisible e invencible no se deja alcanzar siempre desaparece con el canto del primer gallo pero vuelve cada noche a dejarme una ración de vida una noche de estas, esa mujer me esperará de este lado del sueño y yo, como siempre, no estaré preparado para amarla

ASTROLABIO Vivo del amor como de la palabra Y el día que renuncie a ti Todo en mí estaría acabado Sería un astrolabio sin oficio O una brújula impotente en el fondo del mar Ven y dime que me amas Y levantaré las velas Como el barco nuevo que parte

CASA DE BAHAREQUE En cada estancia la vieja casa te sobrevivirá siempre está la salamandra escondida tras la fotografía de los ausentes y la hendija por donde fuiste lanzado del paraíso En el perchero de cachos tu pantalón almidonado y la camisa dominguera dispuesta para la misa de siete Aunque habites nuevos mundos escucharás el bordón del abuelo rodar por los zaguanes de tu memoria y despertarás como el rocío sobre la dormidera

CARACOL Valiente sacrificio del caracol Deja su laberinto de voces Para que el niño navegue en sus barcos de papel O el tiempo construya sus desesperantes juguetes

HORMIGAS

“...en larga caravana,

las hormigas se van masticando

el verano”

Omar Aramayo

Nadie tiene hormigas por mascotas

Invisibles Estrafalarias

trazan un camino entre su universo y la casa Pensando en el eterno retorno Las hormigas no han dejado cerrar el camino al puerto Obreras de leña verde Se han llevado los muebles al ombligo del patio

NANA RODRIGUEZ ROMERO

Nana Rodríguez Romero: (Tunja). Estudió psicología educativa y filosofía. Postgraduada en Literatura y Semiótica de la U.P.T.C. de Tunja. Catedrática en las áreas de filosofía, teatro y literatura. Poeta y narradora. Autora de varias obras inéditas entre ellas: La casa ciega y otras ficciones, Te digo amor, Al filo de la espada, Uno viene de la calle. Es autora además de Elementos para una teoría del minicuento. Nana es narradora y poeta. Ha escrito minificción y poesía. Se percibe en sus textos sus andanzas por el I Ching, Las Sagradas escrituras, Las Mil y una noches y varios de los más connotados escritores de textos breves. Escribió un interesante estudio sobre el minicuento. Cierto misticismo profano, cierto erotismo sacro rondan por sus poemas.

III Y fui hasta el fondo hasta el limo donde se decanta la humanidad y no encontré nada nuevo. La destrucción ha dejado su rastro en los vaivenes de las aguas. Caín y Abel combaten a pulso en el vientre yermo de las ciudades. Amor, cúbreme con tu manto: Entierra la quijada del asno. (Lucha con el Ángel, 2000)

IV No levanté el puñal contra ti una vez en el altar con la leña como lecho y tu cuerpo mojado por el terror. Vendrá el ángel para detener la mano homicida mas encontrará como holocausto un lecho de flores el puñal cubierto por su funda y un abrazo entre el victimario y su víctima. (Lucha con el Ángel, 2000)

XIII Como Josué tomaré siete bocinas de cuerno de carnero y rodearé tu ciudad. Sonarán sin descanso sin importar lluvia o frío laberinto o desierto no me detendrán tus ojos sin luz no me detendrán las murallas. Siete días y siete noches tocaré delante de tus puertas sin importar la oscuridad de tus ventanas puñal de centinelas apostados en el arco de la plaza. Fragor de trompetas lloverán sobre tu fortaleza de silencio piedra y calicanto serán polvo bajo los cascos de mis caballos entraré en la ciudad aparecerás desnudo, ya sin armas y mirándote a los ojos -como Josué sudoroso y agitado- en el centro de la plaza gritaré: Te he conquistado, Jericó. (Lucha con el Ángel, 2000)

XXXI Diez vírgenes velan la entrada del amor con lámparas alimentadas por aceite en la noche más larga. Rondas, tropel de potros fustigados por jinetes en busca de doncellas, cercana está la madrugada pero las niñas duermen; sueñan con amazonas que fustigan potros en busca de jinetes imposibles. (Lucha con el Ángel, 2000)

Esa mujer lleva ceñida a su cuerpo una transparencia Aguarda en una esquina impúdica y felina con los besos aún tibios en la boca y las noches delineadas por sus ojos. Es dueña de una esquina, territorio donde se acuñan amoríos de media hora con espejo y pintalabios. Esa mujer lleva medias negras paso firme y un amor invulnerable en la cartera. (Permanencias, 1996)

Desenvolver la madeja. Cuando los cuerpos se estrechan cielo y tierra se estremecen brilla la raíz del tiempo la intención desaparece el tigre y el venado bellos en su infinita lucha... La lluvia no mide sus caudales arrasa o fecunda su destino es caer, como las hojas. La rosa no sabe sus espinas pájaros migratorios bajan a beber no saben de aguas venenosas. El niño del poeta viene con las manos rebosantes de hierba, se acerca y le pregunta: ¿Qué es la hierba? (Hojas de mutación, 1996)

Heredé tierras baldías a los ojos de los hombres para sembrar en los inviernos botones de sangre que revientan con el creciente de la luna. A fuerza de palabra y de silencio he construido mis naves vientos del desierto han hinchado sus velas mientras corsarios duermen su embriaguez abrazados a las piedras. La sangre ha cristalizado. Renazco; me pertenece el rubí: cantan los astros sobre mi cabeza. (Hojas de mutación, 1996)

JUAN FELIPE ROBLEDO

Medellín, 1968. Estudió Bachillerato en el colegio San Bartolomé La Merced, hizo la carrera de Literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Ha sido profesor de las cátedras de Literatura griega, Introducción a la literatura, Siglo de Oro español y Literatura Hispanoamericana del Siglo XX, en la Universidad Javeriana de Bogotá. Ha publicado antologías de la obra poética de Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Juan de la Cruz y del Romancero español con editorial Norma, y ha hecho presentaciones de obras de autores españoles (Calderón de la Barca, Cervantes, Bécquer, el Poema del Cid) para la editorial Educar. Ganó el premio internacional de poesía “Jaime Sabines” en 1999, concedido por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, en México, por el libro de poemas De mañana. Poemas y artículos suyos han aparecido en distintas revistas y periódicos de Colombia y México. Ganó el premio nacional del Ministerio de Cultura 2001 en Colombia con el libro La música de las horas. Es triste esta marca de fin de siglo en los ijares. Lenta esperma que no quiere fecundar. Hay montones de afiches de muchachas que nunca conocerás. Los cruzados jamás vendrían a esta tierra. No hay bajo el árbol de caucho plegarias, no hay consuelo. Todo es vida de esplendor para el olvido. Adormilados, acariciamos sin ganas la apalabra cotidiana. Versos tomados al azar –que no existe– del poeta Juan Felipe Robledo. Nada fácil, textos para leer una y otra vez hasta encontrar su esencia. No es vino dulce su palabra, no es el malabar que seduce como el relámpago, para crear después la oscuridad de lo bellamente efímero. Hay algo más: “la fuerza no va a venir de algún sitio hermético”: “este himno que no se atreve a cantar de una vez su orgullo”. Su poesía se arriesga por otros caminos, sus temas elogian nuevos vericuetos.

UN HIMNO AZUL PARA EL ESPANTO Oyes el himno azul espanto en esa voz, de días en los cuales nada tenía nombre. Es el recuerdo de una esperanza muerta, encenagada, una ofrenda grata al dios de la renuncia. Hay dureza en sus ojos, y los días no quieren, sin embargo, olvidarlo. Es el señor inmisericorde de tus horas turbias, al que has ofrendado tanto sol y luceros para la dicha. Está su mano en lo alto, blande una esponja con la que te baila como a un niño sucio, y recuerdas las horas del lento desangre, los pitos arreciando en la autopista y tu cama condenada a esa soledad de bote que se aleja de la nao capitana sin consuelo. Hay montones de afiches de muchachas que nunca conocerás, de manos que no estrecharás, lenta esperma que no quiere fecundar. Es el corazón una caja hueca, sin temblor, un músculo distendido, flácido. Y es vergonzoso reconocer que la fuerza no va a venir de algún sitio hermético, un oscuro tabernáculo en el cual se reúnen sabios a medir tu valor, pues permanecerás allí, con la cara entre las manos, esperando un nuevo principio sin abriles. Es triste esta marca de fin de siglo en los ijares, este himno que no se atreve a cantar de una vez su orgullo.

ACCIÓN DE GRACIAS

A mamá

Las mujeres nos salvan de tedio inmenso y plateado mundo, llenándonos de fortaleza y, en las estancias de la infancia, oscuras y vibrantes y plenas, donde hay lámparas por mantas cubiertas, hacen que detengamos el paso y nuestro pensamiento vuela o, mejor, se detiene y fractura para empezar a vivir en el plexo, la piel y las uñas. Nos fijamos en las uñas, ¡aleluya! y contemplamos el azul sin pausa, el océano es nuestro alimento –cuna del tiempo–. Presentimos distantes lugares donde la historia es la misma y no hay moraleja. En cafés y calles y plazas y teatros descubrimos el sonido de la risa y, dichosos, nada aguardamos y somos plácidos y la fuerza nos habita.

UN POEMA PARA NO OLVIDAR EL ÁRBOL DE CAUCHO Las hormigas que conocen bien la sombra no tienen ningún motivo de vergüenza, no hay sitio que no conozcan ni dicha que no las llene en las mañanas frescas de la costa. Los mangos que reposan en los senderos recorridos por su impudicia son hoy ruinas de castillos, lejanos bastiones para dejar de lado y no lanzarse a conquistar. Los cruzados jamás vendrían a esta tierra, los corceles no piafaron en ella bajo largos mediodías. Son sus rutas poblados conciertos que cantan la espesura, tiempo callado que no dice vaguedades o intensifica los acentos que viven sobre sus cabezas. Dioses que atravesaron el océano viven en esta tierra desde hace varios siglos y los que habitan bajo el árbol no se han enterado o si lo supieron un día no les importó. No hay bajo el árbol de caucho plegarias, no hay consuelo, todo es vida de esplendor para el olvido. Y las hojas se mueven, el tiempo es eterno en los bordes, los perros se persiguen desde siempre entre la arena, festejan los loros y las guacamayas en el cielo delgado que abraza al árbol, el día pasa con fuegos lejanos y la piedra canta para sí.

LA MANO QUE TE SALVA Sentir el agua golpeando la espalda, advertir que la vida se nos va en este suave golpeteo, que es mucho mejor sentir el chasquido de la manzana en la boca, su increíble cercanía, su tardo acercarse, pues ni la biblioteca de Alejandría o los papiros del viejo Aristarco serán mejor medicina que la presión de una mano, el vislumbre de la alegría en esos ojos, la morosa delectación con que una frase se extiende hasta el infinito. No hay dicha más definitiva en este gastado mundo sublunar que el mágico arpegio de unos dedos, esa compartida manera de evadirse. Decir con Lezama: “Ah, que tú escapes en el instante en el que ya habías alcanzado tu definición mejor”, no nos librará del temblor que nos sube por la garganta cuando recordamos su dichosa manera de estar allí como lo están la música o el sabor de una fruta o el juguete que en celebrado día nos dieron y no habíamos visto en manos de niño alguno. Ahora, soñar con la lejana, invencible, sagrada Moscú, no nos hará olvidar el sitio en el cual deseamos aquello que da fuego a la existencia.

ASÍ SE PUEDE EXISTIR

Así puedes vivir como un hombre que ha fallado, ha fallado y quiere enmendarse, ha fallado y abraza sus errores, los contempla y sabe que debe darles golpes para que se espabilen, así se puede existir, amando a los amigos, así vive el que quiere sin temor a los demás, así vive el que atraviesa el llano y sigue golpeando la piedra y no quiere construirse un altar, sino que está vivo y lleno de resolución, y se escapa sin dejar a los otros, y sigue hacia delante, al galope, al trote, con los húsares, los coraceros, los cornetas, los abanderados, los tremolantes dueños del valor, y busca la dicha, busca la dicha en el cielo y en la tierra, junto al árbol y el estanque, así vive el que se lanza sobre su corazón y conoce sin prisa a los otros y los bendice, y se alumbra en las cavernas oscuras del sentido y sigue adelante sin arredrarse, sin olvidar a sus amigos, y sigue sin prisa recogiendo semillas en la rosaleda, lanzado a la conquista del día, señor de esencias calladas que perfuman la prisión, dueño de su canto, atravesando el río por el vado en el que nadó la dicha para nuestro atrabiliario corazón de trapo.

PALABRA QUE NO DICE No dice la palabra, no dice como lo hace quien dice: “No tengo dinero, no hay para una limosna”, la callada palabra no dice hoy: “Me debes”, y que no diga es una bendición. La palabra no dice, no canta en el centro del plató, la palabra está sola, limpia su cara y se atusa el bigote, está ahí, gordita, esperando para entrar en el baño. La palabra salterio, la fantasiosa, la inteligente y estentórea, no nos ha concedido una cita, no se muestra para nosotros. Adormilados, acariciamos sin ganas la palabra cotidiana y ésta sí nos cobija, cómo nos quiere sin que lo notemos. La palabra cocina un potaje de amor y es mamá regresando de comprar pastelitos para su amado perro negro, nuestra ropa dejada a merced de la espuma en un platón con agua, el tenedor que se enredó en las sábanas, la mancha asimilada a un rostro en la ventana. Ésta, la palabra que no exorna un yelmo y es aceite turbio en el mesón de la cocina y telaraña en el descansillo de una escalera y trepidación de un insecto en medio de la noche, esa llave que nada abre y conservamos por si acaso es, ahora, la palabra. (Pequeña camarada que aprende con nosotros a contar el tiempo, a dividirlo y multiplicarlo y sumarlo y restarlo de lo que nos queda).

LUNES Hombres que se miran con desconfianza en la calle, buscando afanosamente en periódicos la dirección de la casa de citas más próxima, para tropezar, acezantes, al llegar a ella con minutos de diferencia. Un barrio en el cual podría vivir cualquier pensionado que se deleita con recuerdos de Gardel. El ardoroso sonido de una película pornográfica en un aparato de televisión que parece una tostadora. La lectura del horóscopo con una muchacha que pide no ser besada en la boca. Alegría turbia que se va quedando en los dedos. Elementos de la conflagración, del olvidado acento en medio. Pues nada que merezca algún homenaje es llave que permita el ingreso al caletre del burilador de infinitos.

MARÍA ISOLA SALAZAR Nace en Túquerres, Nariño. Estudió Literatura y Lengua española en la Universidad del Cauca y Filosofía y Letras. Magíster en Literatura en la Universidad de Nariño. Tiene publicados los libros El libro de la amada (1998) y En gracia de amor. (Bogotá, 2003). Ha participado en las siguientes antologías: Mujeres de bronce. Nueva poesía latinoamericana. Granos de arena. Poesía de las mujeres por la paz. Nuevas voces de fin de siglo. Se desempeña como catedrática en la universidad Francisco José de Caldas en Bogotá. María Isola Salazar construye la piel en el poema. Su palabra está allí para volverse rito, invitación a un erotismo agónico y vital, sensual y descarnado. Más que evocación, esta poesía es constante provocación que llama a rompernos en la intimidad, pidiendo trasparencia y sinceridad carnal, superando los amenazantes látigos de la prohibición. En su atmósfera poética, palabra y cuerpo amado – deseado- son unidad constante, estremecimiento.

El la miraba y le saltaban cabras de los ojos Ella entonces les abría los montes de su cuerpo (El libro de la Amada, 1998)

Oficio cada noche el ritual de tu olvido Consagro para ti la luna Y me bebo el vino herrumbroso de tu ausencia Vino y luna la eterna ceremonia del deseo (El libro de la Amada, 1998)

Me dedico a pensarte a reconstruir en mi memoria piel tu geografía Tú, vasto universo de mis revelaciones destejedor de mis días sapiente hacedor de mis instantes (El libro de la Amada, 1998)

Cada hijo Flor de acero abriéndose en el corazón Herida siempre viva siempre nueva Y siempre redimida en el amor (El libro de la Amada, 1998)

Mientras otros celebran la venida del Señor yo celebro tu venida mi amor Desborde de agua viva Conversión del vino en sangre y de la carne en verbo (En gracia de amor, 2003)

¿Quién vendrá a la pequeña montaña Desplegará mis alas y despiertas las aguas desbordará la fuente? (En gracia de amor, 2003)

Que mi cuerpo sea Territorio libre Zona franca Paraíso sin hojas de parra y con serpientes de lenguas incitantes Para los inocentes los limpios de corazón (En gracia de amor, 2003)

Tomad y bebed Esta es mi sangre Sangre de los nacimientos Pacto para la nueva alianza Vino de luna que nos rima Sangre para las inocentes (En gracia de amor, 2003)

ANTONIO ZIBARA Cali, 1945, Zibara realizó estudios de literatura en Guatemala. Ha publicado entre otros libros Identidad secreta (Cali, 1980), Ciudad de los Ausentes (1986), Al sigilo de la Máscara, En el lomo del viento (1995). Hablar de Antonio Zibara es ponerse en alerta frente a la poesía. No conocemos de él otra faceta distinta a la de un hombre contemplativo, de hablar pausado y mirada encantada, que deshoja poemas como frutas frescas de su trópico prolífico. La palabra poética es su único y suficiente trabajo. Sentado, en las viejas noches del Café de los Turcos, o caminando por las riberas del río, con unos folios florecidos de imágenes y metáforas sostenidas, Zibara ha hecho del oficio poético una vital artesanía.

CLAVE En cada puerta Siento tu llegada A veces Crujen cerraduras Y me oprime la dicha Parece que vivieras En el misterio de una llave (Identidad Secreta, 1980)

V Después de amarte en la luz La puerta es el suplicio El ojo persiste en la fracción del lecho Me ciñe la cintura cóncava del cuarto El eco sin rostro en las paredes El aroma denso en los confines La pausa de una llave y su misterio (Identidad Secreta, 1980)

LA RANA La rana de siempre abastece de párpados el aire puebla el mundo iletrado con su canto venido del último manantial de sus latidos (Al sigilo de la Máscara, 1989)

LA VENDEDORA DE FRUTAS La vendedora de frutas deja caer una naranja sobre el pavimento y estalla un pequeño sol sin crepúsculo. ¿Qué hora es? Tampoco es mediodía son todas las horas en su rostro ungido y borrado por el viento (Al sigilo de la Máscara, 1989)

RAZONAMIENTO SIMPLE Si se tratara de una simple música para adormecer a la serpiente, pero el flautista llora la desdicha de un mundo desnudo fatal, una vez perdida la inocencia (Al sigilo de la Máscara, 1989)

MIENTRAS DUERME

Pienso en esta tarde amurallada mientras alguien se desnuda a la luz de los naranjos o vacila con sus ojos en la hierba, en el traje que tenías, puesto Ayer, diseñado por el vaho de las piedras, por el prodigio de la sangre que te nombra invasora de los ríos y del barro. Dónde te encuentras ahora que escucho cuerdas en el aire y el crujir de tu cabeza. Ahora, que ando sin rostro por el mundo y sueño o me extasío en el olor de la madera? Voy a esperar que te despiertes para fundir tu sombra con la mía, en este lujurioso viaje hacia el olvido. (En el Lomo del viento, 1995)

TRAVESÍA

A Octavio Paz

Vaya uno a saber quién acaba de llegar en éste instante... teniendo en cuenta que nadie se ha movido de su sitio, que la realidad hace parte de nuestra ficción inmensa y dolorosa, que en algún lugar del Universo un hombre es asediado por un ángel que sopla en un hoyo de tinieblas, Vaya uno a saber si el cielo está echado bocabajo, si nosotros a pesar de esta existencia, estamos en condición de despedirnos. (En el Lomo del viento, 1995)