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DISCIPULADO

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http://www.desarrollocristiano.com/articulo.php?id=2150

Discipulado integral, Parte Ipor Harold Segura C.

El modelo de Pablo en la formación de sus discípulos nos lleva a pensar que el discipulado es, sobre todo, un proceso imitativo.

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Discipulado integral, al estilo de Pablo. Parte I

«En Pablo, más que en cualquier otro escritor neotestamentario, encontramos la visión misionera más sistemática y profunda elaborada en un marco cristiano y universal» Donald Senior El discipulado es el proceso doloroso por medio del cual la iglesia toda contribuye a que sus miembros sean cada vez más parecidos a Jesús. Los dolores, dice el apóstol Pablo, son semejantes a los de una mujer parturienta: «Queridos hijos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Gá 4.19)*.

Es doloroso y complejo porque el objetivo hacia el cual apunta es «que Cristo sea formado» en nosotros. ¡Vaya tarea! En el caso de Pablo, el costo resultó alto: desvelos, angustias, mucha paciencia y amor sacrificial. Pero, como sucede con la mujer que da a luz, la tarea también resulta gratificante y llena de sentido. Es esa la tarea que, según el

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apóstol, le da alegría a nuestro ministerio y nos causa sano orgullo delante del Señor. Así lo expresa, por ejemplo, cuando se refiere a sus discípulos de Tesalónica: «En resumidas cuentas ¿cuál es nuestra esperanza, alegría o motivo de orgullo delante de nuestro Señor Jesús para cuando él venga? ¿Quién más sino ustedes? Sí, ustedes son nuestro orgullo y alegría» (1Ts 2.19–20).

La tarea de hacer discípulos es paradójica. En ella, la alegría y el dolor se encuentran en el mismo camino. Pablo experimentó la angustia del parto y la felicidad del alumbramiento. Él fue experto en pesares, pero también maestro en gozos desbordantes al ver que sus hijos en Cristo crecían en la fe. A la misma comunidad de Tesalónica les escribe: «¡Ahora sí que vivimos al saber que están firmes en el Señor! ¿Cómo podemos agradecer bastante a nuestro Dios por ustedes y por toda la alegría que nos han proporcionado delante de él?» (1Ts 3.8–9).

Por su pericia en el difícil arte de contribuir a la formación de cristianos maduros y de crecer juntamente con ellos, Pablo se constituye en un extraordinario punto de referencia para el aprendizaje de lo que significa ser discípulo y hacer discípulos en el contexto de la comunidad de fe. Él será el modelo que examinaremos en esta ocasión.

El enfoque bíblico se concentrará en las tres cartas pastorales —las dos a Timoteo y la dirigida a Tito— y desde ellas se plantearán los interrogantes en relación con la labor de formar discípulos y ser formados como tales. Entregaremos el desarrollo del tema en varios artículos.

Las cartas pastorales

A Paul Antón, biblista del siglo XVIII, se le atribuye haber sido el primero en denominar «cartas pastorales» a las tres epístolas escritas por Pablo a sus íntimos colaboradores Tito y Timoteo.  Esas cartas forman un grupo homogéneo de los escritos paulinos y, al igual que la dirigida a Filemón, sus destinatarios particulares no son las iglesias mismas, sino sus pastores. Su contenido abunda en recomendaciones acerca del ejercicio ministerial, pero agrega también orientaciones pastorales para el crecimiento cristiano y el fortalecimiento de la fe de los servidores de «la casa de Dios» (1 Ti 3.15).

Estas cartas pertenecen a los llamados escritos tardíos del apóstol Pablo; quizá entre los años 62 y 67, cerca de su muerte. La ubicación de las fechas, al igual que la identificación de su autor, ha sido objeto de extensos y numerosos debates entre los especialistas del Nuevo Testamento. Al aceptar las fechas indicadas y la autoría de

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Pablo nos acogemos a la tradición de la iglesia antigua, aunque reconocemos las serias repercusiones de esta opción.

Los escritos están dirigidos a Timoteo y a Tito. Pero bien se puede pensar que, aunque se mencionan los nombres específicos, las recomendaciones tienen en mente a un grupo más amplio de dirigentes de la iglesia.

Los dos personajes son conocidos cristianos del siglo primero, quienes mantuvieron una relación de amistad y fraternidad con el apóstol Pablo. Timoteo fue uno de sus colaboradores más íntimos y gozó de su plena confianza. El libro de Hechos lo menciona en seis ocasiones (16.1; 17:14,15; 18:5; 19:2; 20:4) y dieciocho en las epístolas paulinas. Fue compañero inseparable del apóstol en sus viajes por Galacia, Troas y Filipos, entre otros lugares; incluso durante la prisión en Roma.  Pablo le encargó el gobierno de la iglesia en Éfeso, ciudad donde se encontraba cuando recibió la primera carta (1 Ti 1.3). Las referencias dejan ver una relación cálida entre el maestro y el discípulo: en una ocasión lo llama «mi hijo amado y fiel hijo en el Señor» (1Co 4.17) y en otra «mi verdadero hijo en la fe» (1Ti 1.2)

En cuanto a Tito, su nombre se menciona en doce ocasiones en las epístolas paulinas (2Co 2.13; 7.6, 13, 14; 8.6, 16, 23; 12.18; Gá 2.1, 3; 2Ti 4:18; Tit 1.4). Estaba junto a Pablo en el concilio de Jerusalén (Gá 2.1–3). Era de origen gentil (Gá 2.3) y probablemente pertenecía a la comunidad de Antioquía. Pablo le confió delicados encargos ministeriales y, al final de la vida del apóstol, fue constituido pastor de Creta (Tit1.5) y colaborador en la misión hacia Dalmacia (2Ti 4.10), territorio de la antigua Yugoslavia.

En estas epístolas encontramos algunas pautas para el camino, en cuanto a la formación cristiana y a la mejor manera de contribuir al desarrollo de creyentes fieles a su Señor y obedientes a la tarea del Reino. Pablo deseaba que estos dos servidores de la iglesia se esforzaran por presentarse a Dios aprobados «... como obrero[s] que no tiene[n] de qué avergonzarse y que interpreta[n] rectamente la palabra de verdad» (1Ti 2.15). ¡Con nada menos se sentiría satisfecho!

Contribuir a ese propósito era una tarea primordial en la vida del apóstol. Él presentía que su partida estaba cercana: «Yo, por mi parte, ya estoy a punto de ser ofrecido como un sacrificio, y el tiempo de mi partida ha llegado» (2Ti 4.6). Al partir dejaría un legado de compromiso radical con la causa de Cristo que Tito y Timoteo deberían recoger y continuar en medio de las iglesias. Había, pues, un sentido de urgencia en este propósito.

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Pero, ¿cómo realizó Pablo esa tarea? ¿Cuáles fueron las pautas que siguió para contribuir en la formación integral de esos dos apreciados discípulos? Una lectura atenta de las cartas pastorales iluminará las respuestas.

Proceso imitativo

«He peleado la buena batalla, he terminado la carrera,  me he mantenido en la fe» (2Ti 4.7)

Una de las características de estas epístolas es su  exigencia moral y espiritual para los dirigentes de las iglesias (pastores, obispos o diáconos), entre ellos Tito y Timoteo. Se requiere que sean intachables, moderados, sensatos, temperantes, y cuidadosos de su conducta pública (1T. 3.2–13).  Pero a ese nivel de calidad moral no se podía aspirar con solo afirmar la ortodoxia doctrinal. Quizá, es por eso que Pablo apela a su propio modelo de vida. Los lectores de sus cartas entienden, entonces, que la primera lección de discipulado viene dada por la vida del mismo escritor. Él es la lección encarnada.

Este principio de la formación por medio del ejemplo personal es un común denominador a casi todos los escritos paulinos. En otra carta afirma: «Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced» (Fil 4.9). Todo aquello que el apóstol demandaba de sus discípulos cercanos ellos lo podían ver en la vida y en la práctica del apóstol: había experimentado una genuina transformación (conversión) personal (1Ti 1.12–15); había sido valiente en los momentos de persecución y sufrimiento (1 Ti 4.10; 2Ti 1.12); y había perseverado en la fe cuando los demás lo habían traicionado (2Ti 1.15; 4.16–18).

Es a partir de ese modelo de madurez cristiana que exige que sus discípulos sean irreprensibles moralmente, comprometidos en su ministerio y limpios de conciencia. No reclamaba otra autoridad aparte de la que le concedía su testimonio de vida. Esto explica por qué Pablo le pide a Timoteo: «no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo, ni de mí, preso suyo» (2Ti 1.8).  En este caso, el testimonio acerca del Jesús que estaba en los cielos se verificaba por medio de la vida del discípulo que estaba en la tierra. Dar testimonio de Jesús equivalía a dar testimonio de Pablo. ¡Extraña asociación que nos indica hasta dónde puede llegar el impacto de una vida en permanente transformación! Este y no otro era el secreto pedagógico del apóstol.

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Pero el ciclo formativo no se detiene ahí. El proceso de hacer discípulos es dinámico y su efecto es multiplicador: Primero, Pablo es un imitador de Jesús; luego Timoteo y Tito imitan a Jesús con la ayuda del modelo de Pablo; para que, finalmente, las iglesias puedan imitar a Tito y Timoteo: «Con tus buenas obras, dales tú mismo ejemplo en todo» (Tit 2.7).

Este modelo apostólico nos lleva a pensar que el discipulado es, sobre todo, un proceso imitativo. Imitación, primero de Cristo, como bien lo recordó en el siglo XV el célebre Tomas de Kempis en su obra Imitación de Cristo. Para el místico alemán la vida cristiana no consiste en saber bien la doctrina, sino en vivir con fidelidad la verdad conforme al modelo de Jesús. Decía él que «quien quiera entender con perfección y sabiamente las palabras de Cristo es preciso que trate de conformar con Él toda su vida». Imitar al Maestro, afirmaba, es el secreto de la iluminación.

Pero también imitación de quienes sirven como modelos de gracia y de virtud. Jesús lo había dicho en sus términos: «Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en los cielos» (Mt 5.16).

El autor, colombiano de nacimiento, es consultor de Relaciones Eclesiásticas e Impacto Cristiano para América Latina y el Caribe de Visión Mundial Internacional. * Todas las citas bíblicas son tomadas de la Nueva Versión Internacional NVI,  Sociedad Bíblica Internacional, 1999. KEMPIS, Tomas de. Imitación de Cristo. Barcelona: Editorial Regina, 1996. p. 16.

Discipulado integral, parte IIpor Harold Segura C.

La propuesta de Pablo es «formación en la acción». Porque el discipulado no es un proceso retórico a la manera de la escuela clásica griega, el discipulado es un proceso de vida que se aprende en medio de la acción de servir a Cristo.

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Discipulado integral al estilo de Pablo, parte II

«Ejercita el don que recibiste mediante la profecía, cuando los ancianos te impusieron las manos” (1Ti 4.14)

¿Cuál es el interés prioritario de las cartas pastorales? ¿El crecimiento personal de Timoteo y Tito, o la consolidación de las iglesias a su cargo? Los dos propósitos se conjugan bien y se inciden mutuamente. Las iglesias se edificarán en la medida que sus dirigentes sean creyentes maduros, y estos, a su vez, lograrán la madurez mientras ejercitan sus dones y se involucran en la proclamación y defensa del evangelio.

La propuesta del apóstol es «formación en la acción». Porque el discipulado no es un proceso retórico a la manera de la escuela clásica griega. Éstos disfrutaban el arte de preguntar y de especular sobre la verdad por la vía del conocimiento abstracto. La filosofía nació con ellos. Por el contrario, el discipulado es un proceso de vida que se aprende en medio de la acción de servir a Cristo, mientras «se sube la montaña», como lo muestra esta historia:

«Desde cuándo eres monje? Pregunté.—¿Un verdadero monje? Desde hace poco. Empleé cincuenta años escalando la montaña de la decisión.—Dime, ¿hay que comprender antes de decidir, o se decide y luego se comprende?—Si quieres de verdad seguir mi consejo —dijo— no hagas tantas preguntas y sube la montaña»

Así sucedió con los primeros cristianos. No se hicieron muchas preguntas acerca de la oración, o del perdón, o de la evangelización, o del amor; ellos simplemente oraban, perdonaban, evangelizaban y amaban. No es que en el discipulado no haya lugar para los cuestionamientos —de ellos está llena la teología—, sino que las interrogantes van en su lugar adecuado: tras el seguimiento. Segundo Galilea lo expresa así: «Se trata de

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conocer al Señor que seguimos contemplativamente, con todo nuestro ser, particularmente con el corazón. Como un discípulo y no como un estudioso. Como un seguidor y no como un investigador... no conocemos a Jesús sino en la medida que buscamos seguirlo»... y servirlo, agregamos nosotros, en medio de su pueblo.

De allí que las disciplinas trazadas por el apóstol tengan que ver con el compromiso radical de seguir a Jesús en medio de las condiciones adversas del mundo (2 Ti 3.1), de la apostasía reinante (1 Ti 4.1), y de los falsos creyentes (2 Ti 4.14). 

Por otra parte, a la acción ministerial dentro de la iglesia, se suman las buenas obras para con los de afuera. La diaconía, expresada por medio de las buenas obras hacia los más necesitados es uno de los temas centrales en las tres epístolas. Pablo exhorta a ocuparse en las buenas obras para que la fe tenga fruto: «Que aprendan los nuestros a empeñarse en hacer buenas obras, a fin de que atiendan a lo que es realmente necesario y no lleven una vida inútil» (Tit 3.14). «Vida inútil», según la expresión del texto, equivale a «discipulado infructuoso».

La formación cristiana, desde esta perspectiva de la acción consecuente, se diferencia de las falsas doctrinas (herejías) que proliferaban por aquel entonces y que Pablo combate en sus cartas. Esas son fábulas que conducen al debate grandilocuente, pero que no contribuyen a la «edificación de Dios que es por fe» (1Ti 1:4). La «fe no fingida» (1Ti 1.5; 2Ti 1.5) es aquella que logra traducir la piedad personal e íntima, en acciones que expresan el amor de Dios al mundo necesitado.

Jesús, en la llamada Gran Comisión según Mateo, manifiesta que los suyos deben ir a hacer discípulos «enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes» (Mt 28.20). Al respecto señala René Padilla que este es un «proceso de formación en la práctica y para la práctica de la enseñanza de Jesús —la voluntad de Dios—, sin la cual no hay discipulado genuino».

El autor, colombiano de nacimiento, es consultor de Relaciones Eclesiásticas e Impacto Cristiano para América Latina y el Caribe de Visión Mundial Internacional.

Discipulado integral, parte IIIpor Harold Segura

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En la iglesia, el amor es una exigencia que madura, y las imperfecciones son el reto que afirma la confianza en la gracia del Señor. En ella, el crecimiento sucede a pesar de y gracias a la imperfección de sus miembros.

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«Aunque espero ir pronto a verte, escribo estas instrucciones para que, si me atraso, sepas  cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la iglesia, del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad»1 Timoteo 3.14–15.

El ambiente de las epístolas pastorales es eclesial y comunitario. Es tan eclesial que algunos biblistas opinan que no corresponde al contexto del primer siglo, sino de la primera mitad del siglo II, cuando las comunidades habían desarrollado ciertos grados de institucionalización jerárquica. De allí concluyen que son cartas escritas por el «movimiento sub-paulino», entre los años 100 y 135.

En especial, en 1 Timoteo, Pablo expresa cuatro preocupaciones: las doctrinas heréticas, la presencia de los ricos en la iglesia, la creciente participación de las mujeres en el ministerio local, y la opinión de la sociedad greco-romana para los cristianos (el «qué dirán»)1. Para cada una de estas preocupaciones ofrece alternativas que deben ser acogidas por el discípulo y aceptadas por la iglesia. Aunque en 2 Timoteo y Tito los énfasis varían, se mantiene el interés por las iglesias y por su desarrollo institucional.

Pablo escribe desde la distancia; ni Tito ni Timoteo están cerca (2Ti 4.9). Por lo tanto, la maestra inmediata es la iglesia. Ella es la tutora y en su seno crecen los discípulos.

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David Bosch, eminente misiólogo del siglo XX, sostiene que Pablo se relacionaba con las iglesias por medio de sus discípulos y colaboradores —en este caso Tito y Timoteo—, a su vez que, por medio de ellos, las iglesias se identificaban con sus esfuerzos misioneros. Esa, según Bosch, era la intención primaria que animaba al apóstol a mantener vínculos cercanos con ellos. «En términos teológicos esto significa que Pablo concibe su misión siempre en función de la Iglesia».

La iglesia, aunque imperfecta, es el medio natural para que la fe crezca y para que esta se proyecte hacia el mundo entero. No es posible, entonces, concebir la tarea de formar discípulos aparte de la comunidad de fe. Todo intento de formación «a distancia», separado de la iglesia resulta inútil. La comunidad de los bautizados proporciona la relación pedagógica apropiada para que surjan experiencias de aprendizaje significativas que incidan en la vida de los discípulos. No es suficiente centrar la educación en la transmisión de conocimientos; se hace necesario proporcionar ambientes adecuados (ecología cognitiva3) para el aprendizaje continuo; y el ambiente proporcionado por Dios para ese efecto es, primordialmente, la iglesia.

En la iglesia, el amor es una exigencia que madura, y las imperfecciones son el reto que afirma la confianza en la gracia del Señor. En ella, el crecimiento sucede a pesar de y gracias a la imperfección de sus miembros. Pablo no es ingenuo, él sabe que en el seno de la iglesia hay hipocresía, traición, apostasía y liviandad espiritual. Ejemplo de ello es un tal Alejandro, de quien Pablo comenta: «Alejandro el herrero me ha hecho mucho daño. El Señor le dará su merecido» (2Ti 4.14). Sin embargo, esa iglesia, inconsecuente y manchada por su pecaminosidad es, por el misterio de la gracia, «columna y fundamento de la verdad» (1Ti 3.15).

Afirmar el papel irremplazable de la iglesia en el proceso formativo de los discípulos, no equivale a decir que el fin de esa formación es la iglesia misma. Tampoco que es la instancia única o exclusiva de la formación de los discípulos. Esto sería incurrir en una desviación «eclesiocéntrica». Lo que sí se asevera es que la iglesia es el medio preferencial de esa formación, pero el fin es el mundo con sus múltiples necesidades y desafíos. La fe se desarrolla y madura dentro de la comunidad de fe —entendida esta en su forma más amplia—, pero se proyecta y se valida afuera, en medio de las necesidades del mundo.

Cuenta una historia que una mujer devota y llena de amor solía ir a la iglesia todos los domingos.  Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la iglesia en el preciso momento en que empezaba el culto. Empujó la puerta pero esta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave. Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en

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muchos años, y no sabiendo qué hacer, miró hacia arriba... y justamente allí, frente a sus ojos vio una nota clavada en la puerta. La nota decía: «Estoy aquí afuera». La firma era de Dios.

Afuera se encuentra el Señor quien nos convoca con ojos misioneros y corazón compasivo, para que afirmemos su Reino y anunciemos su señorío. Afuera se encuentra la razón de ser de nuestro discipulado.

El autor, colombiano de nacimiento, es consultor de Relaciones Eclesiásticas e Impacto Cristiano para América Latina y el Caribe de Visión Mundial Internacional.

Discipulado Integral, parte IV : «Ante todo el carácter»por Harold Segura

El discipulado cristiano es la forma de ser de una persona ajustada al modelo único de Cristo como Señor de la vida.

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«Tú, en cambio, hombre de Dios, esmérate en seguir

la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y

la humildad.» 1 Timoteo 6.11 - NVI

¿Cuál es el fin de la formación cristiana? ¿Cuál es la evidencia palpable del discipulado?  A decir verdad la respuesta es diversa porque abarca tanto la solidez doctrinal (Tit 2.1; 1 Ti 1.4), como el desarrollo de la piedad personal (1 Ti 2.2, 19; 4.7; 6.6, 11; 2 Ti 3.5), el compromiso ministerial de entrega a la iglesia y por medio de ella a los necesitados de este mundo (1 Ti 5; 2 Ti 2; Tit 2), pero de manera especial, el desarrollo de un carácter integral que refleje la gloria de Cristo.  Ese carácter se evidencia por medio de la práctica de la justicia, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre (1 Ti 6.11), la paz, la amabilidad (2 Ti 2.22–24), la sobriedad (2 Ti 4.5), la integridad, la seriedad, y el uso de la palabra sana e irreprochable (Tit 2.8), entre otras.

La diferencia entre los falsos maestros, tanto los que engañaban con «fábulas y genealogías interminables» (1 Ti1.4), como los que vendrán en los últimos tiempos (2 Ti 3), no es sólo su doctrina diferente, sino su carácter.  Estos son contumaces, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes, ingratos, impíos, implacables, intemperantes, crueles y mucho más (2Ti 3.1–9).

El discípulo que cree en Jesucristo como redentor, da evidencias tangibles, con su vida y su carácter, de la redención operada en su propia vida.

En los últimos años se observa un interés especial por la investigación histórica acerca de las métodos empleados por las iglesias del Nuevo Testamento para la iniciación cristiana de los nuevos discípulos (1). Estos estudios han aportado elementos para una lectura renovada del material bíblico. «Hoy nos damos cuenta de que en el proceso de formación de discípulos practicado por los apóstoles había tres elementos claves ... creencia, conducta y pertenencia» (2).

La creencia se refiere a la vida arraigada en el mismo ser de Jesucristo quien nos introduce en su cuerpo que es la iglesia por el poder del Espíritu Santo.  La pertenencia señala la experiencia de formar parte de una comunidad donde la fe se fortalece y la vida en Dios se celebra en fraternidad.  Pero a estos dos componentes se agrega uno más que resulta fundamental en la formación cristiana, la conducta. El discípulo cree en Jesucristo como redentor, forma parte de la comunidad de los redimidos, pero además da evidencias tangibles, con su vida y su carácter, de la redención operada en su propia vida. 

Cuando la verdad de Dios opera en nuestras vidas «nos transforma a semejanza de Cristo, de manera que adquirimos una conducta personal y social que sigue normas nuevas, que pertenecen al reino de Dios.   Así, la  vida cristiana no es sólo nueva información que se acumula en nuestra memoria, sino un imperativo que nos lleva a vivir de otra manera» (3).Así, el discipulado cristiano es la forma de ser de una persona ajustada al modelo único de Cristo como Señor de la vida.  Eso es lo que significa el

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término discípulo empleado en los escritos del Nuevo testamento: Mathetes, «significa mucho más que alumno; significa seguidor, el que guarda la instrucción que se le ha dado y la convierte en regla de su conducta» (4).

Notas al pie

(1) Ver: Escobar, Samuel.  La naturaleza comunitaria de la iglesia. En: La iglesia local como agente de trasformación. p.89-91.

(2) Ibid., p. 89.

(3) Ibid., p. 89-90.

(4) Cremer, Hermán.  Citado por: Savage, Pedro.  En: Conversión y discipulado. San José: Visión Mundial, 1993. p.92

El autor, colombiano de nacimiento, es consultor de Relaciones Eclesiásticas e Impacto Cristiano para América Latina y el Caribe de Visión Mundial Internacional.