dirección guía espiritual - revista de espiritualidad

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Dirección y guía espiritual Purificación actual de una praxis secular JosÉ DAMIÁN GAITÁN Que la dirección espiritual, tan influyente, decisiva y estima- da en los ambientes cristianos de los últimos siglos, está pasando por una "crisis purificatoria", es algo totalmente evidente. Basta echar una ojeada a su práctica para constatar que ésta ha ba- jado notablemente, al igual que la estima por la misma. No podía no alcanzar a esta secular praxis de iniciación, dis- cernimiento y progreso espiritual, al menos a la forma que había asumido durante estos últimos siglos, un proceso de purificación y reestructuración como el que está pasando y viviendo actual- mente, a nivel de teoría y praxis, la vida cristiana. y entiendo aquí las palabras "crisis purificatoria" y "purifi- cación" en el sentido más positivo. No sólo, pues, en cuanto destrucción, abandono y desaparición de ciertas realidades acci- dentales, por muy importantes que se nos antojen, sino también, y sobre todo, en cuanto proceso hacia una mayor y mejor inte- ligencia, dentro del marco global de la experiencia humana y cristiana actual, de todas aquellas realidades que se pueden agru- par bajo el nombre de "dirección espiritual". También hemos de aplicar de vez en cuando a esta gran maestra del discernimiento espiritual sus benéficos principios; y no de un modo superficial, sino lo más concienzudamente que podamos, sobre todo cuando, como ahora, las circunstancias his- tórico-ambientales ayudan. Siempre se nos dijo, y precisamente REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 38 (1979), 615-633

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Dirección y guía espiritual Purificación actual de una praxis secular

JosÉ DAMIÁN GAITÁN

Que la dirección espiritual, tan influyente, decisiva y estima­da en los ambientes cristianos de los últimos siglos, está pasando por una "crisis purificatoria", es algo totalmente evidente. Basta echar una ojeada a su práctica para constatar que ésta ha ba­jado notablemente, al igual que la estima por la misma.

No podía no alcanzar a esta secular praxis de iniciación, dis­cernimiento y progreso espiritual, al menos a la forma que había asumido durante estos últimos siglos, un proceso de purificación y reestructuración como el que está pasando y viviendo actual­mente, a nivel de teoría y praxis, la vida cristiana.

y entiendo aquí las palabras "crisis purificatoria" y "purifi­cación" en el sentido más positivo. No sólo, pues, en cuanto destrucción, abandono y desaparición de ciertas realidades acci­dentales, por muy importantes que se nos antojen, sino también, y sobre todo, en cuanto proceso hacia una mayor y mejor inte­ligencia, dentro del marco global de la experiencia humana y cristiana actual, de todas aquellas realidades que se pueden agru­par bajo el nombre de "dirección espiritual".

También hemos de aplicar de vez en cuando a esta gran maestra del discernimiento espiritual sus benéficos principios; y no de un modo superficial, sino lo más concienzudamente que podamos, sobre todo cuando, como ahora, las circunstancias his­tórico-ambientales ayudan. Siempre se nos dijo, y precisamente

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desde el campo de la dirección espiritual, que para poder pro­gresar en el caso de una situación de crisis, oscuridad y purifi­cación, no bastaba con constatar los hechos, sino que había que recurrir al discernimiento. Por eso, en mi opinión, todo esfuerzo por ignorar esta coyuntura actual de purificación y discerni­miento histórico-teológico aplicado a la dirección espiritual, sería altamente negativo para la misma, porque, en un gesto de exce­siva estima por formas históricas del pasado próximo, la esta­ríamos cerrando todo camino hacia una renovación y revitali­zación constante 1. En una cuestión tan vital como ésta se im­pone, pues, el discernimiento. El romanticismo está de sobra.

Por mi parte, en las páginas que siguen no pretendo otra cosa que poner de relieve una serie de realidades que pueden influir, y de hecho ya están influyendo, de un modo decisivo en la evolución de su actual configuración teórica y de su praxis. Nuestro discernimiento tocará dos campos: el histórico y el teo­lógico.

1. DISCERNIMIENTO HISTÓRICO

1. Algunas constataciones e interrogantes actuales. Un libro sobre la dirección espiritual, aparecido recientemente, nos describe así la situación actual en torno a este tema: "Hoy se percibe una verdadera crisis de dirección espiritual en algunos niveles. No es aceptada en algunos ambientes, no está de moda. Hubo un tiempo no lejano en que era de buena nota tener di­rección espiritual, y todo el mundo que se tenía en algo decía tenerla. Como en otros aspectos de la vida cristiana, se había llegado a una generalización multitudinaria, como etapa última de un proceso de acentuación de su importancia y utilidad para la vida espiritual. Hoy no. Ni es prudente hablar a la masa de dirección, ni, en general, a los jóvenes. Este hecho puede repre­sentar una ventaja, en cuanto que hoy la dirección solicitada y mantenida tiene más probabilidades de ser auténtica.

1 Con tristeza hay que decir que la producción escrita en torno al tema de la dirección espiritual después del Concilio Vaticano n, es más bien escasa, aunque sostenida: cfr. la Bibliographia Internationalis Spiritualitatis (B.l.S,), que a partir del 1970 viene publicando anualmente el Pontificio Inst. di Spiritualita del «Tere­sianum», Roma, donde se va recogiendo la bibliografía que existe en el campo de la espiritualidad desde 1966 y dedica siempre un apartado a lo aparecido sobre este tema. Sin duda, quizá sea ésta una de las causas por las que se han hecho pocos progresos en este campo durante los últimos años a nivel de elabol'aclón teo­lógica.

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Hay que examinar las causas de esta crisis, para corregirlas, si fuera posible. Se advierte de hecho que ese desprestigio y crisis no cae sobre otros fenómenos análogos, como son los maestros de yoga, los procesos psicoanalistas, los "gurus" orien­tales, las experiencias psicológicas, etc. Más aún, semejantes maestros son positivamente buscados y solicitados. Semejante fenómeno está delatando un vacío que se pretende rellenar, con peligro de tendenciosidad, cuando podría satisfacerse por el ca­mino de una dirección espiritual auténtica 2.

Una vez constatada la existencia de esta especie de contra­dicción el autor pasa a exponer 10 que parecen ser las causas de la crisis. Y analiza brevemente tres: "La desilusión biográ­fica", la "tendencia a los grupos", y la "crisis de paternidad". Después de lo cual concluye afirmando la importancia de la dirección espiritual recogiendo algunas frases sueltas del Vati­cano JI y empieza a hablar de ella a lo largo de toda la obra si plantearse en serio prácticamente ninguna de las cuestiones que había -constatado y que son reales 3.

Por mi parte me pregunto: ¿No es muy sintomático que hom­bres que dicen rechazar la dirección espiritual anden buscando guías, líderes, movimientos, ideologías, maestros en que inspirar su vida? Conocido es de todos cómo éstos son buscados tanto fuera como dentro del cristianismo. Por otra parte, si la función principal, que se le asignaba tradicionalment,e a la dirección espiritual, era la de guiar a las personas por un camino recto y seguro, señalándoles e inspirándoles determinadas formas de conducta, y la búsqueda de esta realidad se da de modo muy patente en la sociedad actual, ¿se puede decir con sinceridad que el hombre moderno rechaza ser guiado en el campo religio­so-espiritual? ¿No habría que decir, más bien, que su rechazo va contra la relativamente moderna absolutización de una forma histórica de dirección religioso-espiritual? ¿Es realmente 10 que hoy llaman algunos "diálogo pastoral" el único modo posible de guiar y ayudar a los demás en su camino? Por último: ¿se puede seguir diciendo en verdad que esa praxis religiosa, según

2 L. M. MENnIZÁBAL, Dirección espiritual. Teoria y práctica, Madrid, BAG, 1978, p, 4. A este propósito cfr. también la interesante documentación que nos ofrece V. GAPRIOLI en su trabajo Inchíesta sulla Direzione Spirituale, en Rivista di Vita Spirituale, 25 (1971), 295-310.

3 L. M. MENDIZÁBAL, O. c., pp. 5-11ss.

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la hemos recibido de nuestro pasado próximo, es absolutamente necesaria para poder vivir una vida cristiana auténtica? ¿Qué nos dice la historia del cristianismo en torno a esto?

2. Reflexiones a partir de la historia 4. En los primeros si­glos del cristianismo los hombres eran iniciados y guiados por los caminos del evangelio a través de un doble método combi­nado: el comunitario y el individual. Los apóstoles, maestros y predicadores de la fe, a ejemplo de Jesús, iban construyendo, por medio de su predicación y estilo de vida, comunidades de creyentes a las que iniciaban y guiaban por los caminos del evangelio. Estas comunidades, una vez constituidas, se conver~ tían en el ámbito normal donde los hombres deseosos de vivir la experiencia del cristianismo, eran iniciados y guiados. Lo cual, a su vez, lo realizaba la comunidad a través de sus instituciones y de los individuos designados por ella, especialmente el obispo, los diáconos y los catequistas. Y no de un modo genérico, sino personal, según el precioso testimonio que nos ofrece la llamada "Carta a Policarpo" de Ignacio de Antioquía, el cual, al hablar a Policarpo de la preocupación que el obispo ha de tener por los fieles, le dice: "Búscalos a todos por sn nombre" 5. Pero, de nuevo, esta actividad sólo se entendía desde unas coordenadas comunitarias, que se reflejaban, sobre todo, en sus métodos de iniciación y praxis evangélica diaria, aún después del bautismo.

Al comenzar la comunidad creyente a crecer en número de componentes, sobre todo a partir del siglo IV, por distintos mo­tivos éstas se vieron desbordadas, por lo que progresivamente comenzaron a abandonar en cuanto tales la labor de seguir per­sonalmente a cada cristiano, de manera especial después del bautismo. Esto condujo a que algunos empezaran a desenten-

, Algunos estudios interesantes, aunque parciales, que nos pueden ayudar a com­prender mejor la historia de esta praxis eclesial, que es la dirección espiritual, son; J. DANIELOU, La direetion spirituelle dans la tradition aneienne de l'Église, un Christus, 7 (1960), 6-21; I. HAUSHERR, Direetion spirituelle en Orient autrefois, Roma, Ponto Inst. Oriento Studiorum, 1955, 322 p.; J.-P. SCHALLER, Direetion Spiri­tuelle et temps modernes, París, Beauchesne, 1978, 200 p. (estudia de mediados del sg. XIX a mediados del sg. XX). Otros estudios históricos más panorámicos y tam­bién interesantes son: J. BRUNO, Le MaUre spirituel dans les grandes traditions d'Oeeident et d'Orient, Paris, Hermes-Minard, 1967, 304 p. VARIOS, Direetion spiri­tuelle, en Dietionnaire de Spiritualité, nI (1957), 1002-1222 (se estudian los aspectos históricos, psicológicos y teológicos del problema. También su presencia en el mun­do protestante).

5 IGNACIO DE ANTIOQufA, Carta a Poliearpo, IV, 2, en Padres Apostólicos, Madrid, BAO, 3.' ed., 1074, p. 499.

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derse un poco de la necesidad de vivir el cristianismo dentro de comunidades concretas; y explica, por otra parte, el surgir y consolidarse de grupos y comunidades espirituales paralelas a las jerárquicas, aunque en comunión con ellas. En torno a la figura de maestros experimentados comenzaron a reunirse aquellas per­sonas que querían vivir a fondo su camino postbautismal, 10 cual se iba haciendo cada día más difícil de realizar en las comuni­dades eclesiales normales. Y así fue cómo la tarea de iniciar vi­talmente a los creyentes y de guiarlos por los caminos del evan­gelio pasó poco a poco del campo comunitario eclesial al sim­plemente personal y cómo el hecho de escoger un maestro mo vidas por el deseo de progresar en la vida evangélica, se empezó a considerar como algo supererogatorio, estrictamente personal y signo de perfección 6.

Desde entonces para acá, aunque, por una parte, general­mente nunca han faltado en la Iglesia movimientos espirituales comunitarios, nacidos espontáneamente desde la base, en cuyo seno se han podido iniciar en un cierto proceso eclesial y comu­nitario muchos cristianos, por otra parte cada vez se ha ido privatizando más esta función eclesial, sobre todo en estos últi­mos siglos de humanismo renacentista y personalismo acentuado, hasta el punto de llegar a identificar la iniciación y dirección religioso-espiritual sólo con uno de sus posibles aspectos o for­mas: el diálogo pastoral. Así se explica, por ejemplo, que hace unos años un autor definiera la dirección espiritual personal como "el arte de conducir las almas progresivamente desde los comienzos de la vida espiritual hasta las cumbres de la perfec­ción cristiana" 7,. sin hacer ulteriores matizaciones y aplicando a esta forma, como ha sido común hasta nuestros días, todo el pensamiento cristiano en torno a la necesidad de iniciación es­piritual, mediación humana y discernimiento de espíritus, cual si fuera ordinariamente el único modo posible 8.

En estos últimos siglos, además, con el irrumpir del perfec-

6 Es curioso constatar cómo, por lo general, casi todos los articulos y estudios que afrontan, aunque sólo sea brevemente, la historia de la dirección espiritual, suelen dar un salto histórico, más o menos consciente, desde la Iglesia primitiva hasta el siglo IV y los orlgenes del monaquismo.

7 A. Royo MARiN, Teología de la perfección cristiana, Madrid, BAO, 2.' ed., 1955, p. 747 .

• Cfr. A. Royo MARiN, O. c., pp. 747-774.

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cionismo barroco en el campo religioso, la relación maestro-dis­cípulo ha ido tomando cada vez más un marcado sentido de ne­cesaria relación individual, continuada y constante, lo cual ha influido no sólo en la pérdida del sentido comunitario-eclesial de la iniciación y el discernimi'~nto, sino también en el multi­plicarse de directores, que, por no ser la mayoría de las veces verdaderos maestros, en el sentido más pleno de la palabra, se redujeron a discernir, en algunos casos de modo excesivo y mi­nucioso, la mayor o menor rectitud de sus dirigidos o discípulos, con la consiguiente depauperación que esto ha supuesto para la dirección espiritual dentro del cristianismo, y para la vida cris­tiana en general.

Otras tres cosas más influyeron, sin duda, en la consolida­ción de este estilo de dirección religioso-espiritual, en que toda relación con el director tenía un marcado tono de cuenta deta­llada de conciencia: la unión que se creó entre confesión y di­rección, las directrices de Trento en torno a la confesión, y la necesidad de asegurarse continuamente la unidad con la Iglesia en temas que, como el camino de la experiencia mística, la ora­ción y, en general, la perfección de la vida cristiana, se juzgaban especialmente llenos de peligros.

3. Hacia un nuevo estado de cosas. No cabe duda que estamos asistiendo, desde hace algún tiempo para acá, a un pro­ceso de clarificación en torno a la realidad iniciático-directiva dentro de la Iglesia, que está llevando a la dir,ección espiritual personalizada a reencontrar su verdadero puesto para bien de todos.

La búsqueda actual de maestros, de líderes religioso-espiri­tuales, no sólo fuera de la Iglesia, sino también dentro de ella, es muy significativa, porque nos indica que el hombre actual, en principio, no es hostil al hecho de ser iniciado y dirigido en este campo, sino que más bien lo busca, Y no sólo eso, sino que además está recuperando una relación maestro-discípulo de gran raigambre histórica: aquella por la que los maestros, más que inquisidores o discernidores de conciencias, son ante todo alguien en quien nos inspiramos a la hora de vivir nuestro ser de cris­tianos y de hombres, alguien de quien se aprende una sabiduría de la vida, que, a su vez, nos sirve continuamente de punto de comparación ordinario para discernir el camino que se ha de

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seguir, sin que sea necesaria la intervención directa y constante del ma>estro 9.

Por otra parte, la tendencia actual a los grupos, lejos de ser perniciosa, también constituye una aportación positiva a este discernimiento histórico, pues, al revitalizar en la Iglesia su di­mensión comunitaria, ha hecho que cada día más los cristianos vuelvan a considerar a la comunidad el ambiente normal y ordi­nario de iniciación, guía y discernimiento evangélico 10.

No es de extrañar que todo esto haya supuesto un bajón en las estadísticas de la dirección espiritual personalizada. Pero he­mos de reconocer que con la recuperación de dichos valores históricos en el orden de la praxis, la dirección espiritual per­sonalizada o diálogo pastoral ha podido volver a ser lo que ver­daderamente es: un medio más entre los medios de iniciación y discernimiento, los cuales se van completando entre sí según las necesidades de las personas, porque el iniciar y guiar en la vida cristiana es función de toda la Iglesia, y todo en la misma ha de concurrir a ello 11.

También otros elementos, no tan directamente relacionados con la mistagogía cristiana, han influido en este proceso de pu­rificación. Señalaré dos: la aparición de las ciencias psicológicas, y el multiplicarse de los cauces de cultura religiosa y humana.

Ante la falta que había en la sociedad de una ciencia propia­mente dicha que estudiase las enfermedades de la psique huma-

9 Muy sugerentes en este sentido me parecen los siguientes artículos: J. ROUSSE, Réjlexions sur le maUre spirituel, en La Vie Spirituelle, 126 (1972), pp. 167-180; A.-M. BESNARD, Avons-nous encore besoin de maUres spirituels?, en Ibidem, pp. 181-204; y CH. DUMONT, Le guru et le staretz, en Ibidem, 127 (1973), 153-156.

10 A pesar de todo hay que decir, sin embargo, que todav!a hay muchos cristia­nos por ah! sueltos, que no están incorporados de modo vital a una comunidad, y que viven su cristianismo casi por libre y guiados sólo por un cierto Instinto cristiano. Por otra parte, también hay que decir que son relativamente pocas toda­vla las comunidades ecleslales que se han responsab!Iizado en serio de su tarea mistagógica a lo largo de toda la vida de un cristiano. Un análisis, más bien socio­lógico, sobre el esfuerzo que Se está haciendo hoy d!a en la Iglesia para salir de la etapa indlvlduaUsta es J. A. ESTRADA, La comunidad cristiana: superación de la etapa individualista, en Proyección, 24 (1977), 95-104. Recientemente algunas re­vistas han publicado números monográficos en torno al problema de la iniciación cristiana eclesial: cfr. L'«Iniziazione cristiana", en La Scuola Catlolica, 109 (1979), Maggio-Giunio, pp. 179-295; Iniziazione cristiana degli adulti, en Rivista Liturgica, 66 (1979), Luglio-Agosto, pp. 411-520. Sobre el tema de la comunidad como ambiente de discernimiento o discernimiento comunitario, M. A. ASIAIN ha recogido bastantes de los trabajos publicados en estos últimos años en su bibliografla Discernir para bien de la vida religiosa, en Comunidades, 6 (1978), n. 21, Ficbero de materias n. 15, pp. 6-8.

11 Algo de esto, sin duda, nos viene a decir F. RUIZ SALVADOR, cuando nos babIa de distintos modos de «colaboración humana" en el proceso de crecimiento espi. ritual del cristiano: cfr. F. Rurz SALVADOR, Caminos del Esplritu, Madrid, EnE, 2." ed., 1978, cp. 14, pp. 537-574.

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na, lo ,cual no sucedía con las enfermedades del cuerpo, los maestros y directores religioso-espirituales suplieron a través de los siglos esta deficiencia siempre que fue necesario, por la afi­nidad que existe entre estos dos campos de acción; siendo esta suplencia en algunos casos realmente eficaz, por poseer algunos de estos maestros verdaderas cualidades naturales para conocer la psique humana o una gran experiencia en la materia. Hoy esta suplencia se va haciendo cada vez más innecesaria, porque la ciencia de la psique humana ya ha adquirido plena ciudada­nía en nuestra sociedad como tal ciencia, y la gente se va acos­tumbrando, aunque algo lentamente, a acudir a dichos especia­listas con la misma naturalidad con que se acude a los médicos para las dolencias corporales. Con lo que se contribuye a poner de manifiesto que la verdadera, principal finalidad de toda ini­ciación y guía religioso-espiritual, induida la personalidada, es la vida en el Espíritu. Todas las demás cosas que se hagan, son actividades complementarias, que en algunos casos pueden ser útiles, pero que no han de considerarse como necesariamente pertenecient'es al campo y a las competencias de la dirección es­piritual estrictamente entendida. Lo cual no equivale a olvidar la importancia de la condición psicofisiológica de cada hombre para poder vivir cualquier ideal, y en este caso concreto 'el evan­gelio 12.

El otro elemento que señalamos, es el multiplicarse de los cauces de cultura religiosa y humana. Al contrario de lo que pasaba en otros tiempos, en que la mayoría de la gente no tenía casi otro medio de cultura religiosa y humana que la transmi­sión oral, en la actualidad van siendo cada vez más los cauces de instrucción religiosa y humana, por lo que se hace innecesa­rio en muchos casos un contacto personal y directo con los que se considera maestros en temas de vida cristiana 13.

"En la obra dirigida por F. J. BRACELAND Y D. L. FARNSWORTH, Psiquiatrla, sacerdocio y dirección espiritual, Santander, Sal Terrae, 1975, 477 p., se defiende la idea de que él sacerdote, lo mismo que el médico, sobre todo el médico de familia, sin usurpar el puesto a los psicólogos y psiquiatras de profesión, han de tener una serie de conocimientos básicos de psicología, que les capacite para dar una especie de «primeros auxilios» en este campo a la gente que 10 necesite. Sobre la relación dialéctica psicologia·esplritualidad dentro del cristianismo a través de la historia y, sobre todo, en nuestros dias, cfr. M. BELLET, Psicologla y espiritualidad, en Psicologla y esplrUu, Madrid, Paulinas, 1971, pp. 113·136.

13 Así se explica que se haya !legado a hablar de auto·dirección espiritual o arte de servirse personalmente de todos los medios que están a nuestro alcance y que nos ofrece la vida, para dirigir y guiar nuestra vida cristiana. Con esto no se trata de evitar una confrontaci6n con el exterior, sino que se buscan otros tipos de confrontacl6n distintos de la dlrecci6n espiritual personalizada y continua. Sobre

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n. DISCERNIMIENTO TEOLÓGICO

Después de las reflexiones hechas en la primera parte de este trabajo, en la que hemos podido comprobar la no identifi­cación absoluta entre la dirección religioso-espiritual, tomada en sentido amplio, y la forma de practicarla que hemos recibido de nuestro pasado próximo, se impone el ir a fondo en este discer­nimiento, pasando del examen de los hechos al replanteamiento de algunos puntos teológicos.

1. Jesús de Nazaret, el Maestro, o el cristianismo como discipulado. Una de las realidades más básicas que han de tenerse en cuenta actualmente en la reestructuración de la teo­logía de la dirección espiritual, es la del discipulado, entendido en su sentido más bíblico y original dentro del cristianismo 14.

1.1. La palabra maestro es una de las que más universal­mente han sido utilizadas para designar aquél que es capaz de iniciar, tanto teórica como prácticamente, a otro, llamado dis­cípulo, en un campo o en una materia desconocida, en principio, para él. Pues bien, ambos términos y categorías, que son entre sí correlativas, han sido también usadas con frecuencia en la Iglesia desde el Nuevo Testamento para explicar la experien­cia cristiana; siendo, a mi parecer, de las que mejor la cali­fican. No en vano una de las notas más esenciales del cristianis­mo es la de ser un discipulado en torno a un maestro reconocido por todos desde siempre : Jesús de N azaret. Esta era una de las primeras cosas que se nos enseñaba del cristianismo, cuando todavía éramos pequeños: que ser cristiano es ser discípulo de

este tema cf¡;. A. VAN KAAM, Dynamies 01 spiritual selt-direetion, en Spiritual Lite, 21 (1975), 261-282; también J. M. PERRIN, La direetion spirituelle: recherche de la sainteté, en La Vie Spirituelle, 117 (1967), 27-44. En esto no ha de verse ningún deseo de novedad. En el pasado, quien pudo, no dejó de servirse de la lectura de libros, con gran provecho para su vida. Creo nadie negará, que fue de más provecho para Teresa de Avila la ayuda, que en el momento oportuno, le prestaron las Confesiones de San Agustln y las Cartas de San Jerónimo, que la de muchos de sus confesores de los que no ha quedado ni rastro.

l' En el reciente libro de L. M. MENDIZÁBAL, O. C., pp. 15-61, el lector encon­trará, más o menos puestos al dla, los principios que tradicionalmente se han aportado para justificar teológicamente la praxis inlciático-direccional que hemos heredado de nuestro pasado próximo.

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Jesucristo; lo cual supone una vida vivida según su ideología y sus enseñanzas 15.

Ya en el Antiguo Testamento se nos describen las relaciones de Yahvé con Israel en términos de discipulado. Yahvé es un Dios que enseña el camino de la vida a su pueblo y le exige una actitud de discípulo ante El, escuchando sus enseñanzas y si­guiendo sus caminos. Una de las realidades más fundamentales de la Alianza del Sinaí, donde Israel fue constituido solemne­mente como Pueblo de Dios, fue precisamente ésta. Igualmente las relaciones de Yahvé con los hijos más insignes de su pueblo, como Abrahán, Moisés, los profetas, se nos describen en esos términos. Y son precisamente los profetas c~que en cuanto gru­po social se pueden definir como la tipificación del discipulado en el Antiguo Testamento-, los que al describirnos la Nueva Alianza que vendrá, señalan entre sus características el hecho de que "todos serán discípulos de Dios" 16.

Con Jesús llega ese tiempo de la Nueva Alianza, anunciado por los profetas, y el ser discípulo de Dios pasa necesariamente a estar unido a su persona. Desde entonces nadie puede preten­der inventarse otro camino.

El hecho, según nos lo transmite el Nuevo Testamento, es ya conocido de todos nosotros: Jesús de N azaret se manifestó a un cierto momento de su vida como el Maestro, el Profeta (Testigo) por excelencia, y fundó en torno a sí un discipulado, una escuela de vida, cuyas enseñanzas están centradas, no tanto en el conocimiento teórico de la Ley y de las distintas interpreta­ciones rabínicas, como era común en los distintos discipulados de su tiempo, sino en los "Misterios del Reino de Dios". Misterios del Reino que no son otra cosa que su experiencia en relación con los demás hombres, que son hermanos por los que da la vida, y de Dios como Padre; porque El, Jesús, es el Reino de Dios encarnado y personificado.

Veamos cómo nos describe un escriturista los rasgos prin­cipales de este discipulado donde Jesús es el maestro, a partir de un análisis del Nuevo Testamento. Nos dice así: "Aparte

" Siempre me ha parecido muy significativo el dato de que el autor del libro de los Hechos, sólo después de describirnos la vida que llevaban los cristianos de la comunidad de Antloquía, es cuando nos dice que alli se les dio por primera vez el nombre de cristianos (cfr. Hch. 11,19-26).

16 Cfr. en X. LEoN-DuFOUR, Vocabulario de Teologla Blbllca, Barcelona, Herder, 4.' ed., 1967, las palabras Alianza (pp. 55-58) Y Disclpulo (p. 213).

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algunas menciones de los discípulos de Moisés (Jn 9,28), del Bautista (p. e., Mc 2,18; Jn 1,35; Act 19,1ss) o de los fariseos (p. e., Mt 22,16), el NT reserva el nombre de discípulo a los que reconocen a Jesús por su maestro ( ... ). Nadie puede preten­der hacerse maestro: si debe "hacer discípulos" (Mt 28,19; Act 14,21 ss), no ha de ser por su cuenta, sino sólo para Cristo. Así, poco a poco, a partir del capítulo 6 del Libro de los Hechos, la denominación de "discípulo" sin más se refiere a todo cre­yente, haya o no conocido a Jesús durante su vida terrena (Act 6,ls; 9,10-26 ... ) ( ... ).

Para ser discípulo de Jesús no se requiere ser hombre su­perior; en efecto, la relación que une al discípulo y al maestro no es exclusivamente y ni siquiera en primer lugar, de orden in­telectual. El le dice: "¡Sígueme!" En los Evangelios el verbo seguir expresa siempre la adhesión a la persona de Jesús (por ejemplo, Mt 8,19 ... ). Seguir a Jesús es romper con el pasado, con una ruptura total si se trata de discípulos privilegiados. Se­guir a Jesús es calcar la propia conducta en la suya, escuchar sus lecciones y conformar la propia vida con la del Salvador (Mc 8,34s; 10,21 p.42-45; Jn 12,26). A diferencia de los dis­cípulos de los doctores judíos, que una vez instruidos en la ley podían separarse de su maestro y enseñar a su vez, el discípulo de Jesús se ha ligado no a una doctrina, sino a una persona: no puede abandonar al que en adelante es para él más que pa­dre y que madre (Mt 10,37; Lc 14,258) ( ... ).

Si a los discípulos de Jesús se les distingue así de los discí­pulos de los doctores judíos, es que Dios mismo habla a los hombres a través de su Hijo. Los doctores no transmitían sino tradiciones humanas, que a veces "anulaban la palabra de Dios" (Mc 7,lss); Jesús es la sabiduría divina encarnada, que promete a sus discípulos el reposo de sus almas (Mt 11,29). Cuando ha­bla Jesús se cumple la profecía del A.T.: se oye a Dios mismo, y así todos pueden ser "discípulos de Dios" (Jn 6,45) 17.

Después de la muerte y resurrección de Jesús, la comunidad de los discípulos siguió reunida en torno a su persona, confesán­dole Señor, Salvador, Mesías y Maestro; creyéndolo presente en medio de ellos, s'egún su promesa; sintiéndose poseedora de

17 A. FEUILLET, DIsclpulo, en VocabUlario de teologla blbllca, Barcelona, Herder, 4." ed., 1967, pp. 213-214.

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su Espíritu, también según su promesa; y llevando a cabo su mandato de hacer discípulos e iniciar a otros en los "Miste­rios del Reino", es decir, en la experiencia de Dios y de los her­manos, que El les había dado a conocer y hecho experimentar. y es curioso constatar cómo en el cristianismo desde sus orí­genes, al contrario de lo que sucede en otras grandes espiritua­lidades y religiones, se consideró siempre a la comunidad ecle­sial como la única poseedora del Espíritu de Jesús de Nazaret, y, por lo tanto, como el ambiente único y perpetuo de iniciación, transmisión y vivencia de los "Misterios del Reino" enseñados por El 18.

1.2. Lo primero que se debe decir ante los datos que aca­bamos de reseñar, es que todo magisterio y discipulado dentro del cristianismo ha de tener como base estas premisas, ha de entenderse desde ellas, y ha de estar en armonía con las mismas. Por lo mismo, las consecuencias que de aquí se deducen para la teología y la praxis de la iniciación y dirección cristiana son de trascendental importancia. Estas se pueden resumir en los si­guientes puntos:

- El cristiano, por el hecho de serIo, ha de vivir en actitud de permanente discipulado y apertura respecto a Jesucristo, res­pecto a Dios. Quien abandona esta actitud, deja de vivir como cristiano. Y en esto no puede haber excepciones: ni siquiera cuan­do ayudamos a otros a descubrir y caminar por las sendas del evangelio.

- No se ha de tener otro maestro o criterio supremo de vida más que a Jesucristo. El ha de ser el origen de todo ma­gisterio dentro de la Iglesia, el punto de referencia obligado, el criterio supremo de toda espiritualidad 19.

- La meta no ha de ser otra que penetrar continuamente en el conocimiento y vivencia de los "Misterios del Reino", es decir, revivir a Jesucristo y todo su camino. El proponerse como meta la "perfección" tiene el peligro de desviar la atención de Dios y centrarla en uno mismo, fomentando con la mejor buena

,. Cfr. X. LEON-DuFOUR, O. C., los conceptos siguientes: Jesús, Mesias, Misterio, Seguir, Señor, Iglesia, Espíritu de Dios.

19 Cfr. H. U. VON BALTHASAR, El Evangelio como criterio y norma de toda espi­ritualidad en la Iglesia, en Concilium (1965), núm. 9, pp. 7-25. Este es el verda­dero contexto teológico desde el que se ha de entender la tan traída y llevada afirmación sanjuanista de que el principal guía y maestro del creyente no ha de ser otro que el Espíritu Santo (cfr. San Juan de la Cruz, Llama, 3,46).

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fe un egocentrismo religioso; existe además el peligro de que, tanto el creyente personalmente como aquellos que le ayudan en su caminar, se contenten con una idea de perfección domesticada y bien cuadriculada, hecha según nuestro modo limitado de en­tender a Dios y al evangelio, lo cual tiene que ver bien poco con el camino siempre nuevo y lleno de imprevistos al que Je­sús nos ha llamado al hacernos sus discípulos y que nosotros hemos aceptado al entrar en la órbita de su discipulado 20.

- La comunidad -la mediación de los hermanos~- es el ambiente natural donde hoy día se ha de hacer este discipulado, porque sólo en ella pervive a través de los tiempos el Espíritu de Jesús de Nazaret y sólo a través de ella Dios quiere manifes« társenos como vía ordinaria. Esta realidad tan fuertemente neo­testamentaria, la recoge muy bien el Concilio Vaticano n cuan­do afirma: "En todo tiempo y en todo lugar son aceptos a Dios los que le temen y practican la justicia (d. Act 10,35). Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres no indi­vidualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente" (L.O. 9). Na­die, pues, se puede inventar por su cuenta y en su interioridad, sin la iniciación, guía y constante discernimiento de la comuni­dad, el camino de Cristo 21.

- Y aquí quiero hacer una aclaración muy importante: En esto, como en todo, podrá haber grados, pero, en principio, no se podrá decir nunca de un cristiano, integrado de verdad en una comunidad eclesial, que, por el mero hecho de no ser un adicto del diálogo direccional, frecuente y personal, practicado con profusión en estos últimos siglos, no esté tratando de descu­brir y poner por obra lo que Dios le pide, ya que la estructura

,o Juan de la Cruz denuncia este hecho de modo muy claro en II Subida, 7; pero es sobre todo al hablar de los directores, cuando con más insistencia advierte de este peligro (cfr. Subida, Pr61.; Llama, 3,30-63).

" Hace ya cuatro siglos que Juan de la Cruz, en un capítulo magistral de la Subida y dentro del contexto de una serie de capítulos destinados a discernir los verdaderos caminos del conocimiento de Dios, nos dijo tajantemente: Después de la Encarnación, no hay posibilidad de llegar a Dios prescindiendo de este «Cristo hombre», a quien Dios ha constituido como nuestro «Hermano, Compañero y Maes­tro, Precio y Premio», por muy subido e interior que sea el camino que preten­demos seguir. Y no se puede llegar a conocer con una cierta seguridad las riquezas que Dios nos ofrece en Cristo, si no es a través de la mediación humana, de la Iglesia humana, de los otros, del hermano que comparte con nosotros la fe y la búsqueda de Dios CIl Subida, 22). Y por lo que acabo de decir, creo que ya es hora de que, abandonando la lectura parcial que se ha hecho hasta el momento de este capítulo, los sanjuanistas se decidan a promover una lectura integral del mismo.

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comunitaria misma de por sí es rica en resortes de iniciación, dirección y confrontación histórica.

- Como consecuencia de todo lo dicho hasta aquí, hemos de afirmar, por último, que nadie puede pretender hacer a los demás a su imagen y s'emejanza, sino a imagen y semejanza de Dios, de Jesucristo. Por lo mismo, si a alguien, dentro de los debidos límites, se puede llamar "maestro" en la comunidad cris­tiana, ha de ser sólo a aquellos que por su ciencia, su experi-en­cia, un carisma especial, etc., estén dispuestos a ayudar, y de hecho ayuden, a los demás a encontrarse de verdad con la expe­riencia y el mensaje de Jesús de Nazaret; porque en el Reino de los cielos no hay títulos gratuitos ni "a priori". Es más, dado que ante Dios todos somos discípulos, se debe interpretar toda la realidad mistagógica eclesial más desde la perspectiva de aquellos que necesitan y buscan ser guiados, que desde la pers­pectiva de aquellos que se sienten con vocación o cualidades para guiar a otros. El sacrificar la primera perspectiva en beneficio de la segunda, ha sido una de las causas que más decisivamente ha influido siempre en el surgir d,e ciertas actitudes antievangé­licas en este campo 22. También esta transposición de planos ha tenido su parte de culpa en la progresiva depauperación teórica y práctica de la mistagogía cristiana 23.

2. Sentido y función de los "maestros" en la mistagogía 24.

Un segundo punto importante debemos tratar en este intento de discernimiento teológico, que está íntimamente unido con el an­terior: es el del sentido y función de los maestros espirituales

" En cuanto a las actitudes antievangéllcas de los maestros y directores espi· rituales son ya clásicas las páginas que Juan de la Cruz dedica a este tema en Llama, 3,30-63_

23 Por ejemplo, A. Royo MARiN, en su tratado Teología de la perfección cristíana, Madrid, BAC, 2.- ed" 1955, que tuvo una cierta difusión y popularidad allá por los años cincuenta, clasifica la función direccional entre los medios secundarios externos de santificación (cfr. pp. 747-774).

24 Algunos artículos sugerentes en torno a los distintos aspectos que abarca este tema son los siguientes: J_ STIERLI, L'Art de la direction spirituelle, en Christus, 7 (1960), 22-46; J. LAPLACE, La formation du directeur spirituel, en Ibidem, 47-63 (que es un artículo donde no sólo se habla de las cualidades que el que dirige a otros debe procurarse y tener, sino también de cómo Dios prepara y purifica a estas personas); J. M. PERRIN, La direction spirituelle: recherche de la sainteté, en La Vie Spir., 117 (1967), núm. 540, pp. 27-44; R. HOSTIE, Carat/eristiche del dialogo pastorale, en La Civil/a Cat/olica, 121 (1970), 344-372; S. M. SCHNEIDERS, The «Return» to Spiritual Direction, en Spiritual Life, 18 (1972), 263-278; J, RoussE, Réflexions sur le maUre spirituel, en La Vie Spt., 126 (1972), 167-180; A. M. BES­NARD, Avons-nous encare besoin de maUres spirituels?, en Ibidem, 181-204 (él3te y el artículo anterior son de los que realmente abren camino); J. GAGEY, De la pa­terníté spirituelle, en Ibidem, 205·219; A. DONVAL, Animation spil'ituelle et commu-

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dentro del cristianismo. Porque, si por la afirmación de que no hay más maestro que Jesucristo, se relativiza su importancia, por la reafirmación de la necesaria mediación humano-eclesial, se le reconoce a esta figura un papel dentro de la misión mis­tagógica de la Iglesia respecto a aquellos hombres que quieren conocer a Jesucristo y seguir sus pasos.

2.1. Enseñar los caminos del evangelio a los hombres es deber de toda la Iglesia, pero también de cada uno de sus com­ponentes, pues los cristianos son un pueblo de "profetas", de testigos. Por eso, entre los muchos medios que se nos ofrecen dentro de la comunidad para podernos iniciar y progresar en los "Misterios del Reino", está la ayuda que uno puede encon­trar en otro cristiano, prescindiendo ahora del puesto que este segundo ocupe en la comunidad. Así es como los cristianos, aun siendo todos discípulos de un único maestro, se convierten en guías de sus hermanos y surge la figura del maestro dentro del cristianismo. Por esto, en principio, hemos de considerar bajo la categoría de "maestros" en la fe a todos aquellos cristianos que de modo real y efectivo han enseñado y enseñan a los hombres a vivir el evangelio. Es decir, todos aquellos que han puesto en acción la dimensión profética de su vocación cristiana.

La posibilidad de ser "padres" de los otros en la fe es algo connatural a nuestro mismo ser de cristianos y, por principio, no es asunto de unos pocos. Después, en esto como en todo, hay grados y modos, que no dependen sólo del que da, sino tam­bién del que recibe. Así la ayuda que se pide o se recibe de otro puede ser ocasional, temporal o estable; puede abarcar sólo un campo o todos los aspectos del vivir cristiano; puede ser de iniciación en la fe, de guía ulterior o simplemente de discerni­miento; puede darse el caso de que uno ayude en la fe a otro, que a su vez, en otro momento anterior, ayudó al primero, y, por lo tanto, mutuamente el uno para el otro ha sido "padre" en la fe. Según el aspecto que se pone de relieve en esta ayuda

nauté, en Ibidem, 238-247 (plantea el problema de si la animación espiritual comunitaria desbanca a los maestros espirituales); D_ L_ FLEMING, Models ot Spiri­tual Directlon, en Review tor Religious, 34 (1975), 351-361; M. AGUILAR SCHREIBER,

Mistagogia. Comunicazione evita spirituale, en Eph. Carm., 28 (1977), 3-58; R. BRIO­NES GÓMEZ, El educador de la te y la no-directividad en los grupos cristianos, en Proyección, 24 (1977), pp_ 163-171 (sobre la no-directividad y el puesto estratégico del educador en la fe); P. A. ROGUCKI, Journeying in a Spiritual Direction, en Spirltual Lite, 24 (1978), pp. 211-217_

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fraterna, uno es llamado padre, maestro, guía, consejero, direc­tor, compañero de camino, etc.

Todos han de estar siempre dispuestos a prestar la ayuda que les sea requerida por sus respectivos prójimos. Ayuda que será tanto más eficaz y provechosa, cuanto más madurez humana y religiosa uno posee, ya sea por el grado de su ciencia como por sus cualidades humanas y experiencia.

Pero también todos han de tener la conciencia de que nadie es absolutamente necesario, nadie es un maestro tan consumado en cristianismo que sin él no se pueda caminar en la vida cris­tiana. Ya dijimos que sólo hay un único maestro y guía absolu~ tamente necesario: Jesucristo. Nadie está obligado a recibir ayu­da sólo de un cristiano concreto o siempre del mismo. Cada uno en conciencia ha de juzgar qué clase de ayuda pedir y a quién, porque, en definitiva, el principal responsable ante Dios de la propia vida cristiana es uno mismo.

El caso de Santa Teresa es muy sugerente a este respecto. En su vida se puede ver, no sólo cómo Jesucristo es el verde­dero maestro de todo cristiano, sino también cómo, según las dis­tintas circunstancias y momentos de la vida, se van combinando en una persona, desde la infancia hasta la plena madurez en la fe, las distintas clases de ayudas que se pueden dar a otro, a quien en ese momento se le engendra al evangelio. Mistagogos teresianos, no sólo fueron sus confesores, sino también todos aquellos que personalmente o a través de sus libros le ayudaron a ser discípula de Jesucristo. Y ella, no sólo necesitó de la ayu­da espiritual de otros antes del comienzo de su vida mística, sino también después, porque el ayudar a discernir forma parte esen­cial de la mistagogía cristiana.

La consideración del caso teresiano nos indica cómo hay que revalorizar, pero también relativizar siempre nuestra tarea con los demás, con gran espíritu de pobreza; cómo en cada momen­to la ayuda que se nos pide es crucial y decisiva, sin que nece­sarIamente ésta tenga que convertirse en algo estable o uno ten­ga que convertirse automáticamente en patrocinador de toda la vida espiritual de aquel a quien hemos ayudado en algo.

Por otra parte, el caso de Teresa de Lisieux es muy intere­sante a la hora de ver cómo uno puede recibir influjos decisivos de otra persona en su vida cristiana, sin que esto tenga que

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ser necesariamente a través de ese tipo de relación personalizada y estable al que con preferencia en nuestro pasado próximo se ha dado el nombre de "dirección espiritual" 25.

2.2. Pero sin olvidar el hecho de que todo cristiano por su carácter de "profeta" recibido de Cristo está llamado a ser maestro de los demás en la fe, y además del hecho de que haya algunos que por una vocación específica de servicio a la comu­nidad, se dediquen especialmente a atender esta tarea eclesial de un modo ordinario (y aquÍ entran no sólo los sacerdotes, sino también todos los que se dedican a la "educación en la fe"), existe en la Iglesia un tipo de personas a las que, por motivos no jerárquicos, se les reconoce de modo especial el título de "maestros". y no sólo mientras viven, sino incluso después de su muerte por generaciones y generaciones.

En esta categoría entran todos aquellos que, por su forma de vivir y tomarse en serio el evangelio, son una explicación viviente de algún aspecto concreto del mismo y en general de todo él, aunque no hayan sido nunca conscientes de ello. Con su sola existencia son ejemplo y maestros de vida cristiana para toda la Iglesia, porque, de tal manera se han identificado con la vivencia y las enseñanzas de Jesús de Nazaret, el Maestro, re­nunciando a sus propios caminos y modos de vivir, que se han convertido en una presencia viva de El en la historia de la hu­manidad.

También forman parte de esta categoría aquellos cristianos que, por un carisma especial recibido de Dios para bj,en de toda la Iglesia, han suscitado en ella una forma particular y concreta de vivir y entender el evangelio, de ser cristiano, o, al menos, nos han dejado testimonio de ello a través de sus escritos.

Estos hombres -que por sí mismos pueden ser considera­dos maestros de vida cristiana, independientemente del uso que nosotros hagamos de sus ejemplos, enseñanzas y directrices-, aparte de la ayuda más o menos indirecta, aunque importante, que pueden dar a los demás, como cristianos cualificados que son, ejercen un tipo de magisterio religioso-espiritual que exige por parte de aquellos que les toman como guías, un cierto se-

2S Estos casos y otros de grandes cristianos, que se podrían citar, ponen de relie­ve que es la comunidad eclesial la que, según los distintos momentos y necesidades de la vida de cada uno de sus hijos y sirviéndose de distintos medios y personas, en definitiva es nuestra verdadera mistagoga después de Cristo.

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guimiento O discipulado personal más o menos estable, muy se­mejante al que todo cristiano ha de tener respecto a Cristo.

Ni que decir tiene que para un cristiano la única llamada ab­soluta, el único discipulado absoluto en el camino hacia Dios es el que nos une a Cristo, y que por eso ninguno de estos maes­tros, por grande que sea, ha de tomarse como meta y criterio supremo en lugar de Jesucristo, nuestro único Maestro. Creo que no es superfluo recordar aquí el tajante aviso que Juan de la Cruz, muy en línea con el ,evangelio, nos da a este respecto: "Nunca tomes por ejemplo al hombre en lo que hubieres de hacer, por santo que sea ( ... ), sino imita a Cristo, que es su­mamente perfecto y sumamente santo, y nunca errarás" 26.

Pero esto no significa que este tipo de iniciación mistagó­gica, bien entendida, sea antievangélica. Su sentido dentro de la Iglesia le viene precisamente de su referencia a Jesús de Na­zaret. Estos grandes maestros del vivir cristiano no se predican a sí mismos, sino a Cristo, a quien tienen como único maestro e ideal. Sus enseñanzas y su visión de la vida cristiana están or­denadas a introducir y abrir caminos a otros hombres en la vivencia del evangelio. Nosotros somos libres de seguirles o no seguirles; de seguirles en todo o sólo en parte. Ya hemos repe­tido muchas veces cuál es el único discipulado absolutamente necesario y el punto de referencia obligado por encima de todo. Pero, si queremos que ellos nos guíen en algún momento del camino o sentimos la vocación a vivir la experiencia cristiana de su misma forma, tenemos que dejarnos guiar por ellos, con­vertirnos en sus discípulos, hacer nuestros sus ejemplos y en­señanzas, ponernos a revivir su experiencia. No tanto por 10 que sean o valgan en sÍ, independientemente de Cristo, sino por­que ellos son maestros en vivir y conducir hacia el Maestro, en enseñarnos caminos concretos de discipulado evangélico, en poner nuestra persona al unísono con la de Jesús cada vez que establecemos un contacto vital con los mismos. Se distin­guen de cierto tipo de dirección espiritual tradicional, en que aquÍ no es el maestro el que, por lo general, escruta la con­ducta del discípulo, sino que es el discípulo quien escruta la conducta y enseñanzas del maestro, lo que fomenta mucho la creatividad personal dentro de la fidelidad a un camino; y en

26 SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y amor, 156, en Vida y obras completas de San Juan de la Cruz, Madrid, BAC, 10." ed., 1978.

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que esta relación direccional se puede dar por encima de las distancias de lugar, tiempo y espacio.

Con los ojos, pues, siempre puestos en Cristo, escoger como guías a aquellos que se demuestran maestros del vivir cristiano, asegura, en parte al menos, el poder llegar bastante adelante en el discipulado cristiano, y, por lo mismo, el realizar lo más plenamente posible nuestra vocación.

Aunque en la Iglesia siempre se ha practicado este tipo de iniciación mistagógica y dirección religioso-espiritual, la llama­da "teología de la dirección espiritual", de relativa redente crea­ción, prácticamente no la ha tenido nunca en cuenta en cuanto tal forma, como si no existiera otro modo de iniciación, gUla y discernimiento que el "diálogo pastoral", o como si esta for­ma no sirviera. Y así, aunque se consideraba útil que un direc­tor espiritual acudiera a beber su ciencia en las diversas espi­ritualidades cristianas y maestros espirituales probados, a dicha forma no se le deba carta de plena ciudadanía dentro de esta teología. Esto explica, por ejemplo, que Teresa de Lisieux se quejara de no haber encontrado en sus años de vida religiosa un director espiritual que le pudiese ayudar, siendo así que, por otra parte, ella misma nos confiesa que durante varios años tuvo en Juan de la Cruz su maestro y guía espiritual favorito 27.

La teología de la dirección espiritual no ha de olvidar por más tiempo esta forma de mistagogía cristiana, que ha sido siempre una constante eclesial plenamente reconocida, que es, sin duda, una de las más válidas por sus características pro­pias, y que es plenamente actual. Porque, si bien es verdad que el hombre de hoy suele ser reaccio a un tipo de magisterio o dirección autoritativamente ejercida, también es verdad, como vimos al principio de este trabajo, que hoy se da en el mundo, y aún dentro de la Iglesia, una tendencia generalizada a buscar maestros, guías, líderes, con los que entablar precisamente una relación de seguimiento; personas que pueden ofrecerles un es­tilo de vida, un modo de ser cristiano, en que inspirarse y con quien confrontarse. Ya Pablo VI dijo en una ocasión: "El hom­bre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es porque son testigos" 28.

27 Cfr. SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Obras completas, Burgos, Ed. «Monte Carmelo», 3." ed., 1968, pp. 200·203, 238·239 (Manuscritos autobiográficos, cp. VII, 5·8; cp. VIII, 21).

28 Ecclesia, 34 (1974), p. 1345.