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Nota- psicoanálisis

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Page 1: Dime Cómo Eres y Te Diré Dónde Encajas... a. Facciotti

Dime cómo eres

y te diré dónde encajas...

(Algunas des-consideraciones del DSM V)

A niños que muestran hiperactividad, falta de atención, “berrinches” unas cuantas

veces al año; a adolescentes que se “rebelan”; a personas que muestran tristeza ante una

pérdida, que tienen dificultades adaptativas luego de alguna situación estresante, que

vivencian cambios en su estado de ánimo, que no cumplen o perseveran en un proceso

terapéutico, que pasan mucho tiempo jugando en internet -entre tantas otras cuestiones

de la vida cotidiana- hoy se propone incluirlas como portadoras de un “TRASTORNO”.

Estos son algunos de los planteos sugeridos por el DSM V (Manual Diagnóstico y

Estadístico de los trastornos mentales). Se trata de una serie de libros –ya que hay cuatro

más- elaborados por la APA (Asociación Americana de Psiquiatría) con la ambición de

sistematizar, legitimar y consensuar el abanico de diagnósticos posibles en Salud Mental.

Aún así, resulta que la gran lista de “trastornos” no ha terminado y cada vez es más

notoria la tendencia patologizante. Esto implicaría que todos podríamos encontrarnos en

una de esas nomenclaturas. Es decir, para sorpresa de algunos, satisfacción de otros y

horror de unos cuantos: todos padeceríamos alguna patología o anomalía mental. Por

ende, necesitaríamos de un tratamiento terapéutico y en muchos casos de una lista de

psicofármacos, y ello con la desaforada finalidad maquiavélica de acallar todo síntoma o

síndrome “molesto”.

Este es un panorama con el que probablemente nos encontremos en poco tiempo.

O tal vez no, ya que muchos profesionales del campo de la Salud Mental nos oponemos a

esa insistencia del DSM V. Mientras tanto, no deberíamos descuidar las cuestiones éticas,

ideológicas y políticas en juego, cada vez más explícitas.

Más allá de que se efectúe o no este proyecto, me detengo –anonadada y

cautelosa- en esta idea de clasificación inagotable de los trastornos mentales (ya que hay

otras discusiones y polémicas en relación a ese manual). ¿Somos conscientes de lo que

ello implica? Es comprobable, en la clínica de la vida cotidiana, que muchas personas se

tranquilizan y hasta se alegran al escuchar su diagnóstico, descartando otros

considerados peores o simplemente encontrando la etiqueta perfecta para justificar sus

quehaceres “locos”, aquellos que afectan su día a día consigo mismo y/o repercuten en

sus modos de relación con otros: familia, pareja, amigos, compañeros de trabajo. Y así, a

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la “fastidiosa” tarea de encontrar nuestra responsabilidad en nuestros propios actos,

literalmente se la lleva el viento. De la misma manera que solemos suprimir o desviar la

idea de tomar cartas en el asunto, el generoso DSM V no se queda atrás e intenta dejar a

todos contentos, localizados y alborotados por encontrar su razón de ser –un trastornado-

en alguna de sus innumerables páginas (¿y quién no quiere encontrar una razón de ser

en tiempos de desnudez existencial?)

Así, todos a terapia, a buscar un buen psiquiatra, a revolver hasta encontrar la

adecuada “pastilla de la felicidad”. Aterradora categoría “TODOS” que termina por hacer

referencia a “NINGUNO”. A fin de cuentas, dos categorías de lo imposible cuando de

Salud Mental se trata, campo polémico en el cual lo que realmente puede considerarse,

en los hechos, es el UNO por UNO.

Si hay tantos “psiquismos” como personas en el mundo, ¿el próximo paso será la

creación de la misma cantidad de diagnósticos que de seres hablantes? No es exagerado,

no estamos tan lejos de ello. Es tiempo de revisar criterios y fundamentos de cada campo

de acción, es hora de recuperar la noción de ética que subyace a cada práctica, es

momento de hacer lugar a la voz.

Si la “psiquiatrización” y medicalización de todos los seres humanos –inmersos en

el mercado de la oferta y la demanda- se avecina, el panorama es un dramático

abortamiento de las singularidades. Es la imposibilidad de lo UNO, de la identidad. Es

fascinación por las categorías, aplanamiento y muerte subjetiva.

Pero no tan deprisa: ese fin se tornará muy dificultoso y hasta imposible siempre

que existan personas que apunten a “descoagular esas significaciones instituidas” que

conocemos con el nombre de diagnósticos, y que podríamos denominar “nombres

impropios” siguiendo al psiquiatra y psicoanalista Juan Vasen (J. Vasen, 2011). Ese fin no

sucumbirá, a fin de cuentas, mientras haya quienes sigan apostando con firmeza,

convicción y responsabilidad a lo que cada ser hablante tiene para decir sobre su

padecimiento subjetivo; mientras haya quienes hagan lugar a las historias singulares, a

los nombres propios.

Ps. M. Agustina Facciotti

(Rosario, 2012)