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Page 1: Diferencia y déficit

Paradigmas del dÚficit y Paradigma de la Diferencia

DÚficit, diferencia y discapacidad

Por Diego Gonzßlez Casta±¾n - Publicado en Marzo 2001

Acostumbramos a pensar la discapacidad como una condici¾n en sÝ misma. Sin

embargo, la discapacidad es una condici¾n relacional, un producto en el cual una

limitaci¾n funcional, en cualquier ßrea del funcionamiento humano, queda sancionada

por la sociedad, como una desviancia de escaso valor social. Para que una sociedad

sancione como discapacidad a una limitaci¾n funcional, Ústa tiene que ser minoritaria

y presentarse en un ßrea valorada dentro de la cultura donde el individuo viva.

Aunque los eslongans publicitarios de una Úpoca proclamaban ôtodos somos

discapacitadosö, la frase no pasaba de ser un enunciado que intentaba impactar en el

auditorio. Todos, sin duda, tenemos limitaciones funcionales, pero no todas estas

limitaciones funcionales representan una desventaja social, ni son minoritarias. Puede

que, en el paÝs de los ciegos, el tuerto sea rey. Pero, en ese caso, los ciegos no serÝan

considerados discapacitados.

La mera existencia de la limitaci¾n funcional, aunque sea minoritaria, no alcanza para

producir una discapacidad si no existe un mecanismo social que la sancione como

minusvßlida. Comprendamos que la discapacitaci¾n o la valoraci¾n social son

procesos que no dependen de una sola persona ni de un solo acto, sino que estßn

incluidos dentro del imaginario social, sostenidos por mecanismos analizables,

desarticulables y potencialmente modificables. Estos mecanismos son operados o

ejercidos por una instancia de poder dentro del marco social: la familia, la escuela, la

instituci¾n mÚdica. Que Úsos sean los agentes no equivale a considerarlos ·nicos

responsables de la producci¾n de discapacidad. La sanci¾n de discapacidad otorga, a

esos agentes, el poder de administrar los recursos p·blicos, familiares y privados que

se destinan al tratamiento de esa misma discapacidad. La atribuci¾n de minusvalÝa a

un sector minoritario que presenta una limitaci¾n funcional es un ejercicio del poder,

pseudojustificado por la elevaci¾n de la limitaci¾n funcional a la categorÝa de

esencia, que sostiene la asistencia, la compasi¾n o el tratamiento mÚdico. Estas

ayudas que, de allÝ en mßs, "deben" dßrsele a la persona con discapacidad, (┐No es

obvio? ┐No ve que no puede?), se estructuran, aun antes de realizarse, en un vÝnculo

prefigurado en el cual uno da, porque tiene, y otro recibe, porque le falta.

La Arq. Silvia Coriat[1] se±ala dos estructuras preexistentes al ser humano: el

Lenguaje y la Ciudad. Si la organizaci¾n cultural del espacio en las ciudades

modernas no incluyera el desplazamiento vertical en lugares reducidos, lo que

logramos por medio del producto cultural escalera, la discapacidad motriz no existirÝa.

No hay impedimento para pensar una ciudad, (imaginemos esta estructura en una

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peque±a urbe y no en las megal¾polis, para aligerar el lastre de la costumbre), donde

todas los espacios habitables estÚn a nivel del piso, los habitantes la recorran en

direcci¾n horizontal y, en caso de necesitar desplazamientos verticales, se utilicen

rampas de formas variadas, ornadas, bellas. Circular en dos pies, o sobre ruedas,

serÝa solo una diferencia. Escaleras y ascensores son productos, no son objetos

universales, ineludibles. Su existencia nos es tan obvia que nos cuesta pensar que

podrÝan no existir, que existen porque culturalmente se los hace existir. Por analogÝa,

alerto sobre la naturalidad con la que equiparamos limitaci¾n funcional y

discapacidad; Úste ·ltimo concepto se substancializa, o esencializa, a partir de la

limitaci¾n funcional y las operaciones que el imaginario social realiza sobre ella.

Intentemos figurarnos el complejo mecanismo por el cual un ni±o aprende a designar

a un no vidente como cieguito, en diminutivo y en voz baja, a·n antes de conocer a

una persona ciega o de tomar conciencia de su propia visi¾n. Pensemos en lo que se

comunica sin hablar cuando descubre un semßforo para el cruce de ciegos en, tan

s¾lo, tres esquinas de la ciudad. ┐Serß que todos los ciegos viven en Almagro? ┐Serß

que esos semßforos son una curiosidad arquitect¾nica, como un okapi en el

zool¾gico? ┐O son una herramienta que algunos conciudadanos, pares, utilizan para

circular por la ciudad? Seguramente, sus padres no le hablarßn de un taxidermistito,

de un pelirrojito, o de un ucranianito, por mßs inhabituales que sean en su mundo.

Si viera una cÝtara, podrÝa preguntar y recibirÝa respuestas dignificantes sobre ese

objeto y su potencial usador. Pero esto no sucede si descubre una silla de ruedas, una

muleta, una mßquina de escribir en Braille. Es mßs, se nos ense±a a no mirar, no

preguntar en voz alta sobre las personas con defectos. La movilidad y la visi¾n son

elementos valorados en nuestra cultura; su limitaci¾n es, consecuentemente, vista

como una desgracia privada. Otros grupos minoritarios sobre los cuales no pesa una

atribuci¾n de minusvalÝa, las minorÝas polÝticas o sexuales, resultan valoradas por su

diferencia, hasta el punto de combatirlos como una aberraci¾n que debe desaparecer.

PodrÝamos hablar de un juicio de sobrevaloraci¾n negativa para justificar los ataques,

pero no de escasez de valoraci¾n social. Recapitulemos: Limitaci¾n Funcional,

MinorÝa, Mecanismo Social de atribuci¾n de MinusvalÝa a ese grupo.

La sociedad naturaliza estos mecanismos por medio del paradigma del dÚficit. Hablo

de paradigma porque es una estructura de pensamiento que condiciona la forma de

ver las cosas, prescribe cußles son las investigaciones y abordajes adecuados y

anticipa los modos de verificaci¾n de los enunciados que se hagan sobre los objetos

abordados. En el paradigma del dÚficit, se compara cuantitativamente a los objetos,

en este caso las personas con limitaciones funcionales, con un patr¾n o modelo

sancionado como normal, (de acuerdo con los diferentes modos de establecer una

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normalidad: como mayorÝa, como convenci¾n, o como modelo enunciado por la

autoridad mÚdica, religiosa o legal). Cuando se interviene sobre estas poblaciones

desde el paradigma del dÚficit se piensa en compensar, reemplazar, dar lo que falta.

Muchas personas con discapacidad se limitan a decir que sÝ en vez de decir que no, y

tolerar/aceptar/agradecer/someterse a lo que otros con poder, no discapacitados, les

ofrecen. Esta situaci¾n seguramente es motivada por posicionamientos orales o

melanc¾licos y por los mecanismos sociales de marginaci¾n, y discriminaci¾n, pero

no podemos concebirla en tÚrminos puros, (pura corporalidad, pura conflictiva

intrapsÝquica, puro mecanismo social).

Algunas personas con discapacidad logran modificar esta situaci¾n entablando un

trabajo costoso y prolongado, (a veces una pelea permanente), en todos los frentes.

Es una pelea desigual y difÝcil de ganar. Contra el propio cuerpo, al que deben pensar,

cuidar e imaginar a pesar de las frustraciones y sufrimientos que les impone. Contra

los otros con poder, empezando por los familiares, en movimientos pendulares de

alienaci¾n y separaci¾n, manteniendo la dependencia y reclamando ser reconocidos

en su autonomÝa.

Dentro del paradigma del dÚficit, una persona hipoac·sica o sorda, s¾lo puede ser

entendida como alguien a quien le falta el sentido de la audici¾n. Y todas las

regulaciones y compensaciones que haga para sostener el intercambio con sus

coetßneos, aunque sean efectivas, serßn vistas siempre como se±al de su falta, de su

dÚficit. Dentro del paradigma del dÚficit, lo que falta no deja de ponerse en primer

plano, aunque los lÝmites de lo normal sean poco precisos y esta imprecisi¾n estÚ

invisibilizada. "Habla con las manos porque es sordo", podrÝa ser un razonamiento

intrascendente. Pero "sordo" tiene una significaci¾n social ligada al dÚficit: "porque le

falta la audici¾n tiene que hablar en lengua de se±as". Si cambißsemos el paradigma

del dÚficit por el paradigma de la diferencia, la significaci¾n de "sordo" equivaldrÝa a

se±alar una diferencia de cultura, de pertenencia, pero nada que falte con respecto a

lo normal, como si dijÚramos: "habla en coreano porque naci¾ en Se·l".

Lo que no se puede pensar es la diferencia, en vez del dÚficit, como una entidad en

sÝ, (Diferente, del latÝn di-ferens: dos caminos), como una condici¾n cualitativa de un

sujeto que va por otro camino. El dÚficit es una descripci¾n cuantitativa de un objeto

comparado con un modelo previo. Pensar a la discapacidad a partir de las diferencias

requiere un esfuerzo especial tanto en el campo cientÝfico como en el socio-polÝtico.

Mecßnicamente pensamos a la discapacidad como un decremento cuantitativo y

objetivo, tan evidente que no podemos cuestionar su supuesto carßcter concreto y su

verificabilidad.[2] La discapacidad, como falta, podrÝa leerse desde la problemßtica del

tener. Pero al esencializar la falta, queda sumida en la problemßtica del ser. Como en

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los convencionales, ambas series de problemas merecen ser planteadas.[3]

El paradigma de la diferencia procura brindar los apoyos[4] que las personas con

limitaciones funcionales necesitan para tener las vidas que ellos quieran tener y

puedan sostener. Pensar en apoyos nos permite identificar a estas personas no s¾lo

con aquello de lo que carecen sino con lo que pueden, pudieron y podrßn, (sin juzgarlo

cuantitativamente y rotularlo: ôdeficienteö), y no intervenir para suplir una falta, sino

para brindar desde el entorno, la ayuda que necesiten para vivir, como sucede en la

vida de los convencionales. Si uno piensa en apoyos y en niveles de apoyos deja de

pensar en una persona dependiente de por vida en todos los aspectos y pasa a pensar

que esta persona requiere algunas ayudas durante alg·n tiempo en algunas ßreas. Una

determinada patologÝa puede durar toda la vida; la discapacidad no tiene porquÚ

durar tanto.

Muchas veces se extiende el concepto de discapacidad para abarcar cualquier tipo de

dificultad cr¾nica ligada con el funcionamiento del cuerpo. Esto permite a las

personas con esta limitaci¾n acceder a los beneficios que otorga la ley a las personas

con discapacidad. No creo que esto sea adecuado para todos los casos. Una persona

con diabetes no estß marginada de la sociedad, ni se le recortan sus derechos, ni es

tratada en forma desigual debido a su diabetes. Lo mismo podrÝa decirse del

presidente Roosevelt: aunque ocultara sus ¾rtesis y disimulara de mil modos su

parßlisis, difÝcilmente podrÝa ser considerado alguien con escaso valor social.[5]

Estos grupos necesitan, a veces, declararse ôdiscapacitadosö como un recurso para

obtener una ayuda que, sin duda, merecen pero que el Estado no les otorga. El Estado

argentino solÝa tener una lista de enfermedades reconocidas como discapacitantes y,

con s¾lo el diagn¾stico, certificaba la discapacidad. Que una persona estÚ

necesitada, y muy necesitada, durante mucho tiempo, no la hace discapacitada. Esto

nos permite descubrir, por vÝa inversa, una significaci¾n de la discapacidad dada por

el conjunto de la sociedad: la discapacidad es, de por sÝ, un pedido de ayuda, un

estado de necesidad. Cualquier contacto con un discapacitado implica darle algo que

estß, silenciosa o abiertamente, requiriendo. Las acciones para la inclusi¾n social o

para la promoci¾n de sus derechos estßn basadas en la dßdiva, en la caridad, en la

buena intenci¾n. La discapacidad serÝa una versi¾n de la mendicidad. Versi¾n que,

dado el entrelazado real entre la mayor incidencia de discapacidad en las poblaciones

mßs carenciadas, es entendible. Intuyo que no es posible separar pobreza y

discapacidad dentro del tercer mundo.

Otra de las vÝas de significaci¾n/confusi¾n social, es la jubilaci¾n por invalidez,

donde la existencia o la aparici¾n de un factor que le impide a un trabajador seguir

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trabajando de lo que venÝa trabajando, permite la declaraci¾n de invalidez y la

asignaci¾n de una pensi¾n por la misma causa. AquÝ funciona tambiÚn el paradigma

del dÚficit. Por supuesto que muchas personas jubiladas por invalidez no pueden

seguir trabajando de lo que trabajaban, pero si su situaci¾n fuera pensada desde el

paradigma de la diferencia, el apoyo estarÝa dado para poder encontrar un trabajo

diferente. Y merecerÝan todo el apoyo educativo, sociol¾gico, psicol¾gico para

capacitarse en otra cosa. Pero atribuyÚndoles una incapacidad fija, se las estigmatiza.

A·n en circunstancias de repentina aparici¾n de la incapacidad laboral, serÝa mejor

relativizarla y ayudar a la persona a descubrir cußles son sus capacidades laborales en

su nueva situaci¾n.

La relaci¾n de este Ýtem con la discapacidad se basa en que, en algunos casos, la

limitaci¾n funcional que sustenta la discapacidad, es causa de una disminuci¾n en la

capacidad laboral. Claro estß que el reconocimiento de capacidades laborales

diferentes y la habilitaci¾n o rehabilitaci¾n de las personas discapacitadas o con

incapacidad laboral, requieren la utilizaci¾n de tecnologÝa y la asignaci¾n de recursos

por todo el tiempo que sea necesario. Este tiempo es prolongado y los costos de la

tecnologÝa suelen ser altos. Es mucho mßs fßcil para un Estado empobrecido, dar una

magra asignaci¾n a estas personas en vez de comprometerse a afrontar esos costos,

y dedicar sus recursos a otros segmentos de la poblaci¾n con mßs poder polÝtico. Es

la "paradoja del yeso": ayuda a curar la fractura pero atrofia todos los m·sculos que

luego deberßn utilizar el hueso recompuesto. Porque, para describir el cÝrculo en

forma completa, la declaraci¾n de discapacidad produce beneficios, secundarios y

magros, que confirman a la persona que es mejor quejarse porque le dan poco, que

solicitar ayuda para dejar de precisar la ayuda estatal.

No es un tema fßcil. Imaginemos a un obrero de la construcci¾n, de cuarenta y cinco

a±os, con estudios primarios incompletos, que pierde su posibilidad de trabajar y cuya

rehabilitaci¾n, en caso de una cuadriplejÝa por ejemplo, implica el uso de

computadoras. ┐Cußnto tiempo, cußntos recursos, cußntas personas deberßn

asignarse para que ese trabajador semianalfabeto pueda utilizar una computadora, y

una vez que la pueda utilizar, consiga un trabajo? Insisto, los caminos polÝticos no son

fßciles, (digo polÝticos en el sentido inglÚs de policy, diferente de politics)[6].

Crucemos estas variables con la existencia de un 15 o un 20 por ciento de

desocupaci¾n y con mßs de un tercio de los hogares argentinos en situaci¾n de

pobreza. ┐QuÚ posibilidades de rehabilitaci¾n laboral y de inclusi¾n de una persona

discapacitada pueden existir cuando una de cada cinco personas convencionales no

pueden trabajar? Que queden excluidos del mercado laboral es una "soluci¾n" que

aplica la ley de la selva o de la supervivencia del mßs fuerte. Un trabajo estable y con

remuneraci¾n suficiente me parece una condici¾n para la inclusi¾n social efectiva,

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aunque no la ·nica. La exclusi¾n social por esta vÝa, es otro mecanismo de

discapacitaci¾n. Y, volviendo a la metßfora del yeso, conseguir un trabajo, precario,

mal pago y, muy probablemente, transitorio, implica la pÚrdida del subsidio por

discapacidad, que es insuficiente, sÝ, pero seguro y de por vida. ┐QuÚ eligirÝa Ud. ,

trabajar con incertidumbre, o depender con seguridad?

La discapacidad psiquißtrica y la discapacidad cognitiva presentan situaciones a·n mßs

difÝciles de pensar y revertir. La esquizofrenia o el retraso mental no pueden

superarse con tecnologÝa. En el mejor de los casos, el abordaje tecnol¾gico

consistirÝa en que el paciente contara, desde el comienzo del tratamiento, con

neurolÚpticos de ·ltima generaci¾n, terapia individual y terapia familiar, a cargo de

profesionales capacitados y experimentados. Es decir, que con medicaci¾n gratuita,

tratamientos a corto plazo de 30 minutos por semana y profesionales ad honorem que

sostienen su compromiso por seis meses o por un a±o, la soluci¾n tecnol¾gica

fracasa y, consecuentemente, cronifica, institucionaliza, estigmatiza.

La discapacidad psiquißtrica y la cognitiva incluyen la aparici¾n de limitaciones de las

cuales hasta ahora no hemos hablado. Digßmoslo burdamente: un delirio paranoide

cr¾nico o una "escasez" de recursos intelectuales, no impiden que una persona

circule por la ciudad, trabaje, (aunque se sienta observado o no entienda lo que haga),

se divierta. En las discapacidades cognitivas y psiquißtricas, vemos una limitaci¾n del

deseo, una discapacidad de deseo[7]. La persona deja, si es que en alg·n momento lo

hacÝa, de desear por sÝ misma y otros pasan a desear por Úl, a decidir por ella, a

organizar la vida por ella o Úl. El discapacitado de deseo se aliena y se deja hacer.

Recordemos algunos conceptos y construyamos algunos puentes. Cabecera de

puente: La OMS decidi¾ en 1980, que Impedimento, Discapacidad y MinusvalÝa, eran

los conceptos que iban a expresar la presencia de limitaciones funcionales en el

ßmbito fÝsico, micro y macrosocial, respectivamente. En 1999, fue presentada la

primera revisi¾n en este esquema, la ICIDH-2[8]. En Ústa, funcionamiento y

discapacidad son dos polos extremos de un continuum que debe registrarse en tres

ßreas: Funciones y Estructuras Corporales; Actividades Individuales y Participaci¾n en

la Sociedad. La discapacidad, para la OMS, deja de ser algo en sÝ, para ser la

nominaci¾n del cruce de numerosas variables.

Vamos al otro arranque de mi puente. El deseo del que estoy hablando no es el deseo

producido por falta alguna, sino el deseo donde una mente, un cuerpo y muchos otros

se interdefinen, interpenetran, interpretan y reproducen unos a otros, hist¾ricamente,

en un sujeto que acciona. Estoy hablando de un deseo que crea, que dibuja, que

fragmenta los lÝmites de lo dado, que crea gradientes e impulsa a la persona a

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apropiarse de su entorno. No me refiero a un deseo que se contenta con descubrirse

imposible, insatisfacible; una vana ilusi¾n de encontrar un objeto perdido. Es un

deseo que promueve las acciones, (hablar, crear, organizar).

Construyamos el puente. En torno a la discapacidad de origen psiquißtrica o cognitiva

puede presentarse una discapacidad del deseo: un funcionamiento limitado de la

capacidad creadora, de avance, de generaci¾n de novedad, de transformaci¾n, que

conlleva desventajas sociales, disminuci¾n en la participaci¾n comunitaria y

enajenaci¾n del individuo de su propia vida. Desde esta perspectiva, el psicoanßlisis

es una herramienta ·til para el trabajo dentro de la discapacidad, ya que habilita el

trabajo con la subjetividad de la persona discapacitada y permite abordar la

limitaci¾n deseante. Mi impresi¾n es que el nivel de discapacitaci¾n, de minusvalÝa,

de marginaci¾n, estß mßs determinado por los impedimentos deseantes que por las

fallas de abstracci¾n que pudiera tener una persona. Una vez alcanzados los "techos

educativos", lo ·nico que puede mantenerlos abiertos es el deseo del sujeto, su

motivaci¾n personal, su sue±o. Una vez que se ha hecho todo lo posible en la

rehabilitaci¾n laboral o fÝsica, es el deseo del sujeto el que permite salir a buscar

empleo, utilizar bastones canadienses superando la eventual verg³enza o bien

persistir en la tarea de aprender, (a escribir, a hablar), cuando ya todos se dieron por

vencidos. Quienes trabajamos en instituciones que asisten a personas con

discapacidad sabemos, por la clÝnica, que a cierta edad, las diferencias en el nivel

cognitivo importan menos que las de nivel subjetivo, las cuales pasan a ser las

determinantes de la situaci¾n del individuo y del tipo de asistencia que debemos

darles. TambiÚn sabemos que los logros obtenidos subjetivamente, en vez de aquellos

a los que se llega por la vÝa del adiestramiento, son los que habilitan la inclusi¾n

social genuina.

El diagn¾stico etiquetador basado en una estructura psÝquica, un proceso defectual,

una lesi¾n neurol¾gica, una alteraci¾n genÚtica o un n·mero de coeficiente

intelectual, no resulta predictivo ni de la vida social, ni de la calidad de vida, ni de la

necesidad de apoyo de una persona. En la gran mayorÝa de los casos, lo que importa

es la dinßmica deseante. Si el deseo estß vivo, mßs allß de cualquier limitaci¾n, (y

podrÝamos incluir a las de orden fÝsico, sin dificultad), va a encontrar su camino y

modelar el futuro de la persona. Y, si quienes lo rodean son sensibles a descubrir los

caminos deseantes de ese otro discapacitado, la minusvalÝa decrecerß; la

discapacidad decrecerß y el remanente mßs o menos fijo de limitaci¾n funcional

quedarß inscripto como una diferencia, pero no como un dÚficit. En otros tÚrminos, si

la dinßmica deseante estß mßs o menos intacta, (y soy plenamente consciente de que

esta dinßmica es por momentos azarosa, siempre conflictiva y por lo general,

sufriente), la discapacidad disminuirß en tanto y en cuanto se brinden los apoyos

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adecuados.

Los tratamientos de las personas con discapacidades cognitivas se prolongan, o tienen

resultados frustrantes, porque tanto las instituciones macro como el propio afectado,

su familia y las instituciones mßs directamente relacionadas con Úl, olvidan considerar

la subjetividad. Al no apoyarse en los deseos del implicado, desde una perspectiva

pedag¾gica, rehabilitadora, normalizante, o terapÚutica, fallan a·n trabajando bien,

(ôla operaci¾n fue un Úxito, pero el paciente se muri¾ö). Es lograr la alfabetizaci¾n

pero no tener nadie a quien escribirle o no contar con oportunidades en las cuales

firmar sea importante. Es conseguir moverse con sus piernas o en silla de ruedas, pero

no tener a d¾nde ir.

Tomar en cuenta estas dimensiones implicarÝa una complejizaci¾n, un incremento de

los recursos destinados al ßrea de discapacidad y la capacitaci¾n de los agentes. Los

costos de los mismos aumentarÝan y decrecerÝan, de acuerdo con el componente que

considerßsemos. Cualquier persona con discapacidad concurre durante muchos a±os

a instituciones, en su mayorÝa, p·blicas. Si bien, en el dÝa a dÝa, la asistencia podrÝa

ser mßs costosa, a largo plazo, una persona rehabilitada en su subjetividad no s¾lo va

a poder sino que va a querer hacer su propia vida sin depender en forma permanente

y global del Estado.

Falta potencia entre las personas con discapacidad. No me refiero a la impotencia

funcional; hablo de la potencia que proviene de asociarse con pares, de reclamar por

sus derechos en conjunto. Porque faltan polÝticas de Estado, y son las personas con

discapacidad y sus familiares quienes tienen la mßs alta responsabilidad en crearlas.

De nada vale quedarse reclamando que el Estado, los otros, los que pueden, creen

esas polÝticas. Sin una polÝtica, como creaci¾n de la comunidad, s¾lo nos resta la

voluntad individual, destinada al agotamiento. Sin el compromiso individual, las

movidas de los gobernantes avanzarßn por ensayo y error, o por clientelismo.

AnsÝo el dÝa en el que las personas con discapacidad se reconozcan como el 10% de

la poblaci¾n, un 10% de los clientes, los pacientes, los alumnos, y que, por lo tanto,

asuman un rol fundamental en el dise±o, la gesti¾n y el control de las prestaciones

que reciben. En otros paÝses, la autogesti¾n es una actividad laboral como otras:

grupos de discapacitados, o sus padres, contratan a discapacitados autogestores para

capacitarse, organizarse, dise±ar estrategias de reclamo y supervisar la gesti¾n

p·blica. Por ley, la mitad de los miembros de los entes reguladores de los servicios,

deben ser discapacitados o sus familiares. En nuestro paÝs, los movimientos de

autogestores estßn en pa±ales: son escasos y su formaci¾n polÝtica peca de

voluntarismo, o de familiarismo o, incluso, de "sectorismo", prefiriendo dividirse sobre

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la base de las peque±as diferencias y escudarse en la falta de recursos en vez de

lanzarse a inventar, comunicar, opinar y peticionar en conjunto.

AnsÝo, finalmente, que las diferencias sean motivadoras del encuentro. Que las

distancias sean vistas como vacÝos fÚrtiles y no como brechas. Podrßn decir que soy

un so±ador y que el ser humano lleva en su naturaleza la intolerancia a lo distinto,

pero no soy el ·nico[9] que piensa que podemos cambiar esta forma de vivir.

BibliografÝa

1 V Jornadas de discapacidad y derechos humanos, organizadas por la AMIA y el

senado de la Naci¾n.

Octubre de 1999.

[2] Gonzßlez Casta±¾n, Diego: "Retraso Mental: guÝa bßsica para comenzar un siglo"

Alcme¾n N║ 30 8 (2), Octubre 1999, pßg. 174-194

[3] Muchos aspectos de este artÝculo se han enriquecido con los comentarios

amistosos de los Licenciados Angellini, Aznar, Gonzßlez y L¾pez Turnes, del Instituto

Recreativo TerapÚutico Especial.

[4] American Association on Mental Retardation: "Retraso Mental. Definici¾n,

clasificaci¾n y sistemas de apoyo" Alianza, Madrid, 1997.

[5] Minnesota Governor's Council on Developmental Disabilities: "Paralles in time"

http://www.comm.media.state.mn.us

[6] Gonzßlez Casta±¾n, Diego: "PolÝticas Organizacionales en Discapacidad:

Instituciones y Organizaciones no Gubernamentales"

http://webs.satlink.com/usuarios/d/diegogc/rm.htm

[7] TomÚ la expresi¾n, dßndole otro sentido, de Bernard, C.: "Rediscovering Desire.

Reciprocity and will", presentado en el congreso de la Asociaci¾n Argentina de

PsiquiatrÝa infantil de 1999.

[8] OMS : "International Classification of Functioning and Disability ICIDH-2. Beta-2

draft full version

Page 10: Diferencia y déficit

July 1999 http://www.who.int/icidh

[9] Lennon, John: "Imagine"

Diego González Castañón. Psiquiatra y psicoanalista

Miembro del comité internacional de la American Association on Mental Retardation

[email protected]