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Diario de Andres Fava - Julio Cortazar

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Andrés Fava es uno de losprotagonistas de El examen, obraescrita por Julio Cortázar en 1950 ypublicada póstumamente en 1986.Diario de Andrés Fava formabaparte de esa novela, pero luego suautor decidió excluirlo,conservándolo para ser publicadomás adelante. Esta obra haceescasas referencias a los incidentesy personajes de la novela, salvo enlas últimas páginas, pero anticipaalgunos de sus trabajos de madurez—como el cuento Continuidad delos parques— y es rica enelementos autobiográficos y en

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reflexiones expuestas con humor ymelancolía acerca de las cuestionesque lo preocuparon toda su vida.

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Julio Cortázar

Diario deAndrés Fava

ePub r1.0Un_Tal_Lucas 12.05.15

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Título original: Diario de Andrés FavaJulio Cortázar, 1995

Editor digital: Un_Tal_LucasePub base r1.2

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Me revientan estos mocos mentales.También los japoneses se suenan enpapeles. «Diario de vida», vida dediario. Pobre alma, acabarás hablandojournalese. Ya lo haces a ratos.

Un tanguito alentador:

«Seguí no te pares,Sabé disimular —»

Y este verso de Eduardo Lozano:

Mi corazón, copia de musgo.

Lo que se da en llamar «clásico» essiempre cierto producto logrado con elsacrificio de la verdad a la belleza.

Esperando un ómnibus en Chacarita.

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Tormenta, cielo bajo sobre elcementerio.

Cumpliendo la cola me quedo largorato mirando la copa de los árboles quepreceden el peristilo. Una línea continuade copas (el cielo gris la ahonda ypurifica), ondulando graciosa como alborde de las nubes. En lo alto delperistilo el ángel enorme se cierne entrelos perfiles de árbol; parece como siapoyara el pie sobre las hojas. Unsegundo de belleza perfecta, luegogritos, trepar al ómnibus, córranse másatrás, de quince o de diez, la vida.Adiós, hermosos, un día descansaré

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ceñido por ese encaje delicado que meprotegerá por siempre de los ómnibus.

(La tierna idiotez de algunas frases.Suspiros verbales.)

Sólo me interesan los primitivos ymis contemporáneos, Simone Martini yGischia, Guillaume de Machault y AlbanBerg. Del siglo XVI al XIX tengo laimpresión de que el arte no está bastantevivo ni bastante muerto.

Rimbaud, poeta «ambulatorio».Fatiga: estímulo para que la revelaciónsalte y se instale. El ocio engendra ocio,etcétera. Ayer volvía en el 168,apretándome entre tipos y olores. De

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pronto la visitación, la felicidadlancinante. Tener el poema sinpalabras, enteramente formulado yesperando; saberlo. Sin tema, sinpalabras, y saberlo. Un verso solopurísimo:

La santidad, como una golondrina.

Pero tan pocas veces —Desde latarde en que oí ese verso (y otros dos ala mañana siguiente), una sordaopacidad, un sentirme repleto de materiaviva, ocupada en sí misma, rumiasatisfecha. Vegeto, voy y regreso, merefugio en la lectura. Eliot, Chandler,Colette, Priestley, Connolly…

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Oigo una vez más Henry V en lagrabación de Laurence Olivier. Siemprees tiempo de morir, pero estas láminascon su espiral fuera del tiempo guardanuna instancia de eternidad. No está en lapalabra, no son exactamente Will oLarry, o la felicidad que agrega Waltoncon su música. Lo eterno alcanza formaen la acción del hombre. Fue precisotodo eso, y que una vocación lanzara aOlivier, y que tras él Inglaterra, el cine,el momento, la guerra, el clima

that did affright the air alAgincourt—

Y de pronto, como en la concepción,

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o en el encuentro de dos palabras que seincendian en poesía, lo eterno: unaactitud, un gesto, and he babbled o’ergreen fields, y el Condestable, y esechico murmurando: soma crying, someswearíng, some calling for a surgeon—Todo se encontró; los siete colorespara dar la blancura que los aniquila enperfección, en uncoloured color,Eternity.

Cuando no se es un intelectual, lainconsistencia y la pobreza de las ideashace temer que todo lo escrito (salvo unpoema, quizá un cuento) resulte inútil yridículo. Ideas, es decir establecimientode relaciones, cabezas de puente,puentes. Rodeado de libros, me inclino

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sobre una flor que dejaron en mi mesa.Su ciega pupila translúcida me mira;creo que si de verdad me mirara no mevería.

Tal vez este diario sea ocupación deargentino; como el café —diario oral devida—, las mujeres en cadena, losnegocios fáciles y la tristeza mansa. Quédifícil parece aquí una construccióncoherente, un orden y un estilo. Además,para escribir un diario hay quemerecerlo. Como Gide, o T. E.Lawrence. Un diario, fina puntilla quehace el hervor sobre la flor del almíbar.Espumar, sí, pero no en pailas vacías.Si hubiera vivido bien, si hubieramuerto bien, si esto por donde me

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muevo fuera sólido y no la jaleaautocompasiva que me encanta comer,entonces sí; entonces poner en palabraslas cosas que quedaban por decir, lasespumitas, los surplus de guerra.

Along the Santa Fe trail —CantaBing Crosby y me vuelve la sorpresa detoda palabra española metida en unaconstrucción inglesa o francesa. Depronto, en el instante puro,descubrimiento de la palabra en toda suvirginidad; pero ya se borra, ya es lacosa que conozco (o sea que noconozco, que sólo uso).

Encuentro a un amigo malhumoradoy nervioso por un problema de trabajoque lo hostiga. Desde fuera, desde el

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borde de su escritorio, me es cómodomedir el absurdo de esa preocupaciónpor algo que ni siquiera lo alcanza comopersona (vive vicariamente un problemaajeno: fatalidad de buen empleado, delgestor honesto). Me pregunto si leocurre reparar de pronto en el absurdo,por comparación con lo cósmico, si da aveces un paso atrás para que el enormemonstruo contra sus ojos sea de nuevo lamosca posada en el aire. Técnicas, nomás que eso. Baruch Spinoza, quécochino. Cuando alguien murió, unimpasible me dijo:

— En casos así no me dejo ganar;me refugio en seguida en la metafísica.—Se ve que el muerto no era tu amante

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— le contesté.Si se pudiera… Siempre admiré en

Laforgue ese sentido exacto, aniquilante,de la proporción universal. Único poetafrancés que mira planetariamente larealidad. Frente a un tren perdido, untraje manchado, conservar la concienciade la totalidad, que reduce el incidente amenos que a nada. Pero se ve que elmuerto no era tu amante. Ay, Andrés, teempieza a doler la cabeza o el hígado, yesa insignificancia te tapa il sole el’altre stelle. Te matan una vida comolas que te han matado, y a la mierda eluniverso. El ego se planta solo, un ojodevorando el mundo —sin verlo.

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Clara y Juan se acuerdan a veces deAbelito, pero yo me olvido más fácilahora que lo encuentro tan poco. Encambio me viene a la memoria

decir «me viene» está tan bien,porque el tipo abre la puerta y sepresenta,

otro Abel que vi un par de veces enMendoza y que me dio miedo. Creo queescribo para tener, del lado hedónico, elmiedo exquisito; entonces lo estropeabauna sensación de peligro y de rechazo.Toqué el timbre (buscaba pensión, vi unanuncio, era una casa de altos en laAvenida San Martín hacia el norte, enesa parte que se pone bonita con lasalamedas y los comercios sirios) y me

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abrió la puerta un ser que no habíanacido para abrir puertas. Tenía unpiyama azul y la cara más pálida quehaya visto jamás, un pierrot espantosoplantado contra la oscuridad del zaguán.Ojos dilatados, claros (pero ya norecuerdo el color, o nunca lo vi)mirándome con una blanda intensidad,lamiéndome la cara en un silencio queyo culpablemente hacía durar. Despuéshablé del anuncio, y el ser se hizo a unlado para dejarme entrar y dijo: «Suba».La voz era los ojos, como si un algapudiera hablar: con lo inhumano delpapagayo, pero a la vez conteniendo alser; una voz de testigo que dice lapalabra reveladora. Subí, seguro de que

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no me quedaría en la casa. Arriba habíauna mujer vieja en el justo corredor parasu acento francés y sus manos llenas deanillos. Fui llevado a mi posiblehabitación, ella hablaba y el ser nosseguía, mirándome; ahora recuerdo sucuerpo gracioso, el arco azul quedibujaba el piyama en el hueco de lapuerta: descanso de danzarín.

La mujer se interrumpió para mandarsecamente: «Andate, Abel». El serdesapareció deslizándose de costado,mirándome hasta perderse. Debiómostrar lo que sentía porque la mujerbajó la voz para decirme: «Abel learreglará la pieza, y usted todos losmeses le da una propina. No hay que

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hacerle caso porque es un poco enfermo—» (No creo que dijera «enfermo» peroolvido la palabra, hay una censura quela borra en medio de este recuerdo tanclaro).

Quedé en contestar esa misma tarde,me despedí. Al bajar, Abel apareció ami lado. Se deslizaba un peldaño antes odespués que yo, mirándome. Erahorrible cómo me desnudaba. En lapuerta le dije: «Buenas tardes», pero nome contestó. (Años después, viendo aBarrault mimar Pierrot, sentí de nuevo elpeso atroz de ese silencio. Pero Abelera amenaza, una ciénaga en el aire,esperando).

Pasó un tiempo, yo vivía en otra

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pensión. Una noche regresaba muy tarde,demorando el momento de dormir; hacíacalor, luna, las calles estaban fragantes.A mitad de una cuadra casi a oscuras, oíreír, cantar y vociferar al mismo tiempo,un agolpamiento de palabras y chillidoshistéricos, rápidos parloteos que secortaban para recomenzar al instante.Brincando y pirueteando vi venir aAbel, blanquísimo de palm beach bajola luna, la cara un antifaz blanco conagujeros de sombra. Estaba desatado,volcado, el absolutamente invertidoAbel corriendo su amok por la ciudad.Un grupo de gente debió reírse de élcuando pasaba; entonces se soltó, veníaproclamándose, enloquecido y suelto,

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quizá dopado; ni me vio al pasar, dabasaltitos felices y canturreaba, se reíabrincando, por fin inició una canción ydio vuelta en la esquina.

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No lo vi nunca más, tal vez por esome acuerdo tan bien.

La función incalculable de ciertoslibros en una vida todavía porosa,atenta, expectante. Pienso en laAnthologie des Poetes de la NRF quecompré en 1939 (quizá antes) y fue enseguida un eje de veleta, una delegaciónde lo desconocido reclamando ymordiendo noche y día.Deslumbramiento de los poemasinsospechados, prestigio de nombresque no adherían aún a una biografía, a unretrato (Jouve, Saint-John Perse; ydespués, en 1945, ver una foto de Perse,esa cara de tendero jovial, como la carade Rouault que acabo de conocer en un

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film…) También la antología de Kra,leída en 1935, mal entendida porqueentonces mi francés tan lamentable.Doble magia, la locura: Rimbaud, Anne,Anne, fuis sur ton âne; me veo copiandoLa Comédie de la Soif antes dedevolver el libro, y todo Mallarmé, elmisterio absoluto con de pronto ladelicia: un sens trop précis rature tavague littérature —Y los otros, prontoaislados de tanto poema sin resonancia:Valéry, Apollinaire, Careo (y éstedespués, enteramente hallado con Jésus-lacaille y La Bohème et Mon Cœur).Noches de plazas, de capuchinos, deardientes nadas; el llanto con Léon-PaulFargue: Et peut-être qu’un jour, pour de

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nouveaux amis… El amor mirandodesde una tacita de café; el precio de unsilencio, la vuelta a casa por arboledasy gatos. Reverdy, que nadie quería en migrupo, y Michaux, y el exquisitoSupervielle— Me basta recordar elvolumen, las grandes letras NRF, y deahí salta Perse, salta Jouve. Y cuandodigo Kra (con el naranja de la tapa)entonces Rimbaud, fulgurante y rabioso,Cendrars y Laforgue— después en losdos tomos amarillos del Mercure,después Laforgue payaso dulcísimofabricando cosquillas, gimiendo, gatoentre las piernas que acaricia, arañasuave, se hace un ovillo y entonces tetraen el diario y ella se ha muerto, pero

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de todas maneras mañana la temperaturaseguirá en paulatino ascenso.

Definición del misterio: La jaulaestaba vacía y con la puerta abierta, ycuando vinieron a mirar había en elfondo una rosa, con el tallo en el cubitode agua, y se veía que acababan decortarla.

Ciertas caricias, ciertos roces —Colette para decirlos, y tambiénRosamond Lehmann cuando son másfurtivos y distantes. Y los gestos… Forsuch gestures, one falls hopelessly inlove for a lifetime… ¿No era así, RoseMacaulay?

Ciertas caricias, la extremidadapenas material de un dedo rozando la

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nuca, donde vive la especie más dulcede cosquilla. La vuelta al pago. Laantigüedad griega o la obsesión delretorno. Las grandes tragedias estallan ala vuelta: Odiseo, Agamenón, Edipo.Quand ce jeune homme revint chez luiEt digue don don, et digue dondaine—

Lo bíblico, en vez, es tragedia deida: Moisés, José —y Jesús, el que seva, el que no cierra con llave almarcharse.

La alegría la guardan para la vuelta,para el hijo pródigo, Abraham e Isaac,David—

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Escribir: sucedáneo, sublimación,sustitución… Ya es casi lugar común, losabemos de sobra, es decir loolvidamos. ¿No sería tiempo de analizarmejor esta verdad brillante de lapsicología? La verdad es siempre unsistema válido de relaciones. Parece quelas relaciones del escritor con sushormonas, sus complejos y sus trabas,están bien comprendidas en esa verdadque nos da una bonita fórmula:Literatura=Vía sustitutiva. Pero estaverdad puede haber pasado ya, noporque no lo fuera, sino porque lasrelaciones del escritor con sí mismo y sucircunstancia pueden estarmodificándose.

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Se dice —y uno sonríe—: «Ellenguaje me impide expresar lo quepienso, lo que siento». Más cierto seríadecir: «Lo que pienso, lo que siento meimpiden llegar al lenguaje». Entre mipensar y yo, ¿se opone el lenguaje? No.Es mi pensar el que se cruza entre milenguaje y yo.

Ergo no hay otra salida que izar ellenguaje hasta que alcance autonomíatotal. En los grandes poetas, las palabrasno llevan consigo el pensamiento; son elpensamiento. Que, claro, ya no espensamiento sino verbo.

Leído, ya a destiempo, The TimeMachine. Oh pequeña Weena, animalitohumano, única cosa viva en un relato

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insoportable. Escribir músicas menudas,juegos y rondas para Weena. Sentir quese la lleva en brazos cuando, a solas, secruza titubeando un aposento a oscuras.

Como el pobre tambor, que favorecelos golpes con su elástico rechazo. Unacosa es acariciarle el pelo, y otraencontrarlo en la sopa. (Oído alcronista).

Unilateralidad, monovía del hombre.Se siente que vivir significa proyectarseen un sentido (y el tiempo esobjetivación de esa línea única). No sepuede sino avanzar por una galeríadonde las ventanas o las detenciones sonlo incidental en el hecho que importa: lamarcha hacia un extremo que (desde que

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la galería somos nosotros mismos) nosva alejando más y más de la partida, delas etapas intermedias —Es oscuro y nosé decirlo: sentir que mi vida y yosomos dos cosas, y que si fuera posiblequitarse la vida como la chaqueta,colgarla por un rato de una silla, cabríasaltar planos, escapar a la proyecciónuniforme y continua. Después ponérselade nuevo, o buscarse otra. Es tanaburrido que sólo tengamos una vida, oque la vida tenga una sola manera desuceder. Por más que se la llene desucesos, se la embellezca con un destinobien proyectado y cumplido, el molde esuno: quince años, veinticinco, cuarenta— la galería. Llevamos la vida como

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los ojos, puesta de modo tal que nosconforma; los ojos ven el futuro delespacio, como la vida es siempre ladelantera del tiempo.

Hilozoísmo, ansiedad del hombrepor vivir cangrejo, vivir piedra, ver-desde-una-palmera. Por eso el poeta seenajena.

Lo que subleva es saber que repitouna misma galería, un modelo únicodesde siempre. Que no hay individuossino en el accidente; en lo queverdaderamente cuenta, nos merecemosla guía del teléfono, así apareados, asícolumbarios simétricos, la misma cosa,la misma galería.

Esto no es misantropía. Ni regateos

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al vivir, bella cosa. Es mi parte de seruniversal.

¿Panteísmo? Panantropismo. Pero noporque quiera serlo todo, vivir-mundo;lo que deseo es que el mundo sea yo,que no haya límites para mi asomo vivo.Argos, todo ojos?

Todos los ojos, Argos. Otradefinición del terrible señor: «Elhombre es el animal que haceinventarios.»

La propiedad, inventario grandeurnature. Tengo diez hectáreas, un caballotordillo, una nubecita en forma decorazón.

Viene un día en que el recuerdo esmás fuerte. Tengo, sí, un caballo

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tordillo, pero tuve a Refucilo, tuve aMangangá, tuve un potrillo que erasangre de alba, tuve la Prenda, azúcar degalope…

Hasta las nubes: aquí están, mías.Las nubes sobre el Llanquihue, una tardede enero del 42; la gran nube pizarra queme aplastó en Tilcara, llenando el río defangos amarillos; los nimbos sexuales,nieve de espaldas y delirio frío sobre elagua teñida de añil que es el cielo amediodía en Mendoza la pulida; lasnubes de una canción con que jugabaJuan hace años; y las que puse en cuatrolíneas para golosina de Pampa, mi perramuerta:

Has de estar acostada junto a un

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lecho vacío Segura de que el amo tealcanzará una noche. Te comerás al pasolas nubes más pequeñas, golosa delazúcar que ya no puedo darte.

Sí, Jean-Paul: el hombre es la sumade sus actos. Pero el tuyo es un enfoquedinámico de esta melancólicaintegración: el hombre es la suma de suinventario. (Por eso The Great Lover deBrooke, por eso Proust, RosamondLehmann, Colette, abejas libando tiempo—¿no es cierto que sí?)

Perezoso bosquejo de inventario:tuve Pélleas, tuve una pequeñamandolina que me cabía en la mano yque me dio alguien que murióinocentemente; tuve un gato a la edad en

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que poco nos separa del silencio secretode los animales, de su saberinambicioso. Tuve colecciones deestampillas, de recortes, de cuentos;tuve una noche en el alto Paraná, bocaarriba en la cubierta de un barquitosucio, devorado de estrellas; tuve AFarewell to Arms, a Helen Hayes; y unanoche en que sufría, frente a un ventanalabierto, tuve la caricia de una mano quevino por la sombra, sin que me fueradado saber quién de los que meacompañaban se unió tan puramente a midolor. Tuve —(Cuánto mejor estaconstancia que todos los pajeros: «Notuve…»)

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Leído Demian. Curioso cómo hayciertas repulsiones previas a la lectura,corroboradas casi siempre cuando secede a la solicitación de terceros. ¿Meparecerán Bernanos, Pritchett, Orwell,Plisnier, tan desagradables como esteHermann Hesse? Demian pudo serexactamente todo lo que no es. Apuntesinmediatos a la lectura: 1° Presumibletalento narrativo del autor —no olvidarque lo leo en español— al servicio deun relato estúpido, inverosímil (con esainverosimilitud última, que no tiene nadaque ver con el ilogismo ni laexageración ni la fantasía). Sinclair escualquiera de nosotros cruzando lacharca de la adolescencia: con los

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mismos chapoteos usuales. Pero Demian—su famoso «guía»— resulta la criaturamás estúpida genre superman que hayadado la novela alemana (cierto queHesse es ciudadano suizo). En cuanto aEva, monstruo inenarrable, objetofetiche entrando y saliendo sin que sesepa nunca what’s cooking… Madre ehijo explican demasiado la confusiónmental de Hesse. Elementos de estecocktail: el om, Abraxas (¡otro!), lamagia, diversas demostracionestelepáticas, volitivas, etcétera,mezcladas con una sensiblería demodista (llantos, vahídos, borracherassimbólicas, sin contar el fantochemáximo después de Demian: Pistorius).

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2° La tesis (to thy own self be true)cabía en menos páginas, sin contar quees más vieja que Demian —en quiensupongo una especie de Ashaverusvergonzante. El hecho paralelo, laeducación sentimental y moral deSinclair, no está mal contada. Pero, hijomío, después de Rimbaud, de Radiguet,hasta de Alain Fournier… 3° Lo desuperman a la U.S.A. es deplorable. Elpasaje en que Sinclair baja al jardín deDemian y lo encuentra entrenándosepara pelear con un japonés, es de unridículo digno de una película de AlanLadd. (En el capítulo siguiente Hesse noolvida informarnos que el japonéscobró).

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Y ahora, en serio: ¿qué es Demian?Novela perceptiblemente homosexual,¿por qué esos disfraces esotéricos, esano-Beatrice, no-Eva, no-nada (nonada)?Sabemos bien lo que Sinclair quería ynecesitaba, lo que obtiene en la últimapágina: que Demian lo bese en la boca.

Dios mío, cómo respetaría este librosi hubiese visto en su autor la valentíaque alza en flor perfecta La Muerte enVenecia. Pero no, había que sacar arelucir el pajarraco alegórico, Abraxasy esas mujeres insensatas. Maniquizar alpobre Demian, figurín. Escribir conguantes de goma (y bordados, además,con los peores bordados retóricos delsiglo XIX). Me pregunto si este libro

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repugnante tendrá un mejor equilibrio,alguna virtud secreta, en su originalalemán. La verdad es que entre nosotrossuena como el texto de La flauta mágicacantado con la música de ManonLescaut.

Sidney Bechet es acentuadamentecorny. Me gusta como me gustan loscalidoscopios y los cuadros de Utrillo.Suave digresión existencial.

Cuando entro en «neura», mido acada hora mi precariedad, mi inutilidad.Asco del trabajo. ¿Es posible que medivierta trabajar? Máscara del abismo,etcétera… Fluctúo; súbitas pulsaciones

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de felicidad, vuelta al cuidado, y estodos o tres veces al día.

Mi médico me da entoncesexcelentes drogas. A los quince días, sino he olvidado, por lo menos no sientoel vacío. Sé que soy el mismo, pero losé como la tabla del siete. Mi médicome declara curado. Ignora el pobre quelo que ha hecho es enfermarme.Enfermar, enfermer. Algodonado en micarapacho vitamínico, juego a no tenermiedo, a estar contento, a sobrevivir.

Un amigo de Mendoza me cuentacosas de X. Cuando Y murió en unmanicomio, X fue a identificar elcadáver. Lo llevaron al frigorífico de lamorgue; abrían los compartimentos y

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sólo se veían plantas de pies, una allado de otra como lomos de libroshumanos. Un loco supo que buscaban aY. «Lo conozco», dijo. Rápidamenteescogió un par de pies, y de un tirónextrajo el cadáver.

Cuando salían, X vio pasar a un locosucio y harapiento. Llevaba una palomacontra el pecho, y continuamente laacariciaba. Ya no era un hombre, era unacaricia a una paloma. Y como estoduraba todo el tiempo, la paloma teníael plumaje sucio y estropeado, yaidéntica a su caricia.

Más sobre el supuesto «sufrimiento»del escritor. Si en verdad tienes quesufrir, que no sea por lo que escribes

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sino por cómo. Lo que me convendríaestudiar es si cuando creo haberencontrado el buen camino, lo queocurre es que he perdido todos losdemás.

Si pudiera proponerme los temas encontra, los que no prefiero —genreBovary v. Flaubert—. Pero cedo a lasdiez páginas, la cosa no anda. Necesitoesta cercanía de lo vivido, esta crónica.Aunque no relate nada que me toquecomo persona, preciso de la posesióntotal del tema: pertenezco a la ominosaespecie de los que escriben cuandopueden.

La idiotez de decir: «Dispongo depoco tiempo —», cuando es el tiempo el

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que dispone poco o mucho de ti. Esostipos que cuando llama el teléfonodescuelgan el tubo y gritan: «¿Con quiénquerés hablar, ñato?»

Malraux, «Le Musée Imaginaire»:«… un style est ce par quoi un systèmede formes organisées qui se refusent àl’imitation, peut exister en face deschoses comme une autre Création.»

Las aftas mentales. Cada vez que lalengua de la asociación las toca, duelen.Vi a Clara, desde lejos, iba con un libroen la mano y parecía contenta.

Vuelta de esa felicidad que entonces,cuando éramos camaradas en la Facultad—No, nada vuelve como era. Si piensoque soy feliz como entonces,

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pero entonces no se pensaba entérminos de comparación; se era felizcon la intensidad de serlo, de nada másque serlo. Ni siquiera se sabía nada. Osí, pero como se sabe que hace calor ollueve.

No me puedo negar a la sensación deque si el sueño prescinde de la lógica devigilia, o la altera, ese orden nopertenece a la realidad, es sólo unaclasificación diurna. Quizá soñamosnoúmeno, y recaemos en el fenómeno aldespertar. El mundo espera a sudescubridor.

(Un hombre donde a la vez Rant yLautréamont, acaso—).

Conversación de los poetas.

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El lector es el puente, el que lospresenta y oye su diálogo. Lapénultième hace de las suyas en obrastan alejadas y tan dispares.

Maréchal:

Con el número dos nace la pena.

Y desde tan otro lado, César Vallejo:

Con cuantos doses, ¡ay! ¡Estás tansolo!

Cuando me hablan de Giono, yo sí.¡Angélicas criaturas de la Y.M.C.A.!

He aquí que voy a comer y me encuentroa la entrada esta inscripción (lasrenuevan semanalmente):

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Pasaré por este mundo una solavez. Si hay alguna palabrabondadosa que yo puedapronunciar, si hay alguna buenaacción que yo pueda realizar, digayo esa palabra, haga yo esa acciónAHORA, pues no pasaré más poraquí.

Adiós apetito, adiós tortillita plana ypastel gran cebollín. El memento estámuy bien, hay que sentarse cerca ymeditar releyéndolo (ha sido impresoestilo consultorio de oculista). ¿Por quéesa manita que se cierra en miestómago? Nada es nuevo ahí, las dosmenciones más importantes del«pensamiento» son tópicas: Me moriré,

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for good andever.

Si puedo ser bueno, séaloahora.

¿Pero puedo ser bueno si me voy amorir? La certeza de la muerte, ¿nodesmiente, no deshace toda moral? Serbueno es siempre olvidarse de algo,creer que la fiesta va a durar.

Esto no es cinismo, puesto que noser bueno comprende numerosos estadossin llegar necesariamente a la maldad.Lo que quiero decir es que la certeza dela muerte no ayuda, como quisiera la Y.M.C.A., a que yo te abrace y te digacosas excelentes. Quien realmente sabe

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su muerte no está para jodas.(Claro que todo esto, visto desde el

ángulo de una religión —Pero lasreligiones falsean el problema desde elvamos, porque su razón de ser es alterarla muerte. Por lo menos el cartelito queleo alude bien claro a la muerte, a eso-que-ocurre-en-una-cama.)

La máquina literaria. Cómo vuelveel deseo de una creación absoluta, sinerror posible, el acuerdo de una ideacon su juicio, de un sentimiento con suimagen, de una voluntad con suproyección y su praxis. Lo literarioresulta de combinar heterogeneidades enpotencia con heterogeneidades en acto.Una sola de las operaciones es ya tarea

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más allá del hombre. Por eso, tal vez, elescritor continúa.

La poesía quiere ser metafísica y aveces lo logra con Lamartine o Valéry.La poesía inglesa lo es sin quererlo,surge en el plano metafísico que es sucielo y su gracia.

Donde Mallarmé arriba con elúltimo extenuante golpe de ala, Shelleyestá plantado naturalmente como unacopa de árbol. Nada hay de taxativo enesta diferenciación que me entretengo enseñalar. En esencia los logros no sondistintos; pero el poema francés sale dela fragua como el diamante dellapidario; el verso inglés brilla con esanada de esfuerzo que admiramos en el

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pez, en el tenista que devuelve un tirosin casi moverse.

Middleton Murry se mata queriendoexplicar a Keats por sus versos y sucorrespondencia. El error de siempre,insalvable; olvidar que esos sondespojos de la gran tormenta silenciosa,del huracán sin viento que se cumple enlos intervalos.

Joyce pudo no haber escrito APortrait of the Artist —Ya estaba ahíUne Saison en Enfer que lo contenía ensu enérgica virtualidad. Tal vez no se hadicho que el camino de Stephen es elmismo— sólo que desandado —del deSan Agustín.

Joyce no escribe bien; ése es el

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mérito y la eficacia de un libro queintenta fijar una etapa donde hay másbalbuceo que palabra, más sentimientoque expresión. Muy bien Graham Greeneen The Ministry of Fear. «Mi hermanotiene las ideas pero yo las siento». Sóloque Joyce, en vez de la casi definicióndiscursiva, se vale de su propiamagnífica torpeza narrativa y nos da unlibro donde lo sentido excede lo dicho,proporción infrecuente en el gremio.

Torpeza narrativa: cuando él quiere.Pero entender que los pasajes torpes(Stephen y Cranly, Stephen y Temple)son los verdaderamente grandes. Releoya sin placer los aliñados discursos deljesuita. Ese infierno está demasiado

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bien.Es evidente que primero somos

oneness y recién después —ohinteligencia, perra magnífica— viene laparcelación. Del todo a las partes, comole gustaba al viejo Parménides, cúya esla Gestalt.

Ars Poética. Error casi inevitable enel teorizador de poética: ir acercándosea una concepción cada vez más ideal delacto poético, concebirlo como empresasuprema, efusión de lo sublime, ápice,etcétera. Tal Bremond, Valérv, Shelley.

El poeta, así encarado, parece un sermilagroso que llega al poema en unestado extrahumano y excepcional. Nolo creamos imposible. Pero

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reconozcamos su infrecuencia, el hechocierto de que un gran poeta ni siquieranecesita esa puesta en escena metafísica,racional o emotiva.

Por eso sigue siendo admirable elponciopilatismo de Rimbaud: Si lecuivre s’éveille clairon, C’EST PAS MAFAUTE.

Leído Sartor Resartus. Ya no seaguanta lata semejante. No hay un solopasaje —ni siquiera el zarandeado delos símbolos y el silencio— que guardefrescura o sentido. Esa abyectaadoración de la obra humana —

Lo que cabe al hombre es hacer, ydespreciar lo hecho como aliento para lanueva obra. Por el camino de Carlyle se

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llega a la idolatría beata del Progreso.¿Dónde está el pesimismo de

Carlyle? No es puteando al modomanfrediano que se afirma un pesimismo(ni siquiera un nihilismo). Detrás del«eterno No», este inglés mediocreesconde una pueril esperanzaideológica, un finalismo sin garantíaalguna.

Sartre, Marx, individuo y sociedad.Abominan del «individualismoreaccionario» de Sartre. Les parecehorrible que uno de sus héroes «vare enuna silla» en vez de irse a pelear aEspaña. Continúan ciegos a todasalvación por vía del hombre,encaramados en el capital… humano.

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Por la especie se irá al hombre, sucredo. Pero no, imbéciles, sólo por ydesde el hombre. La especie no existe,es un concepto cómodo para designarindividuos asociados.

Aclarar la noción «individuo».Como primera cosa a notar, estoabsoluto: si en verdad pudieraconcebirse el «individuo al estadopuro» (Du Bos), su conciencia loobligaría —para no traicionarse comohombre— a rehuir toda participación enun progreso que no fuese el suyo.

Dar algo de uno a los demás (poesía,tnt, besos) es reconocer la integracióndel yo en el tú. Toda abnegación, en esesentido, es ser menos-hombre, menos-

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yo. Depender de… Desde un criteriorígidamente humano individual, el ser-en-tú (Gabriel Marcel) admite estadesvalorización.

Los factores adventicios,proxenetas…

a) Órdenes materiales: besoin,wants.

b) El sentimiento cobarde (¡si sepudiera hacer el bien a otro parauno mismo!)

Y por vía de agentes no-humanos, elindividuo se rinde gustosamente alblando colchón sociedad. Por eso todateoría comunista es indigna en el fondo.

Los vocabularios. Si en el

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«Shorthorn Grill» pedís «una plana», elmozo se queda atónito. A media cuadra,en el comedor de la Y.M.C.A., te traenen seguida una tortilla.

Un recuerdo de lejana escapatorianocturna, con camaradas de la escuelanormal. Calor, tormenta. Éramos cinco oseis, llenábamos los tranvías con elnombre de Pirandello, Emperor Jones,Petroushka. Era 1935. En la Costaneraandábamos sin rumbo preciso,gozadores del caminar, la presenciamutua, la broma, la ternura. Nosmetimos en Puerto Nuevo, llegamos a unsitio donde el río crecido chapoteaba alalcance de la mano. Entonces (pero estotendría que contarlo Malaparte, que lo

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magnificaría carusianamente) alguiensoltó una exclamación, y en la noche nosinclinamos sobre la escollera. El ríoestaba blancuzco y espeso, y olía. Cosascomo palos, como zapatillas blancas, semovían ahí abajo. El ictiólogo del grupo(porque teníamos un ictiólogo, palabra)dijo: «Son pescados muertos». Era másque eso, era el vómito del río, unadeyección monstruosa que subía hacia latierra, se pegaba a la orilla… Másadentro, el agua tornaba a su café conleche acostumbrado; la muerte era esterechazo, esta cesión a la tierra, franjafétida y dulzona de pescados muertospanza arriba que se agolpaban en lanoche al asalto de Buenos Aires.

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«Qué noche para un suicida», dijo elhumorista. Yo pensé que tal vez lossuicidas eran los peces. Peces de orilla,de tierra, contagiados de ciudad,bagrecitos de la recova que se matabanpor no alcanzarla (o de vuelta dealcanzarla, pero esto ya es tango y no sé,honest injun, si lo pensé esa noche).

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Pienso en un monje de la decadenciaromana, perdido en alguna provinciafronteriza, solo, con perros e imágenes,y que hubiera dejado testimonio escritode los rumores que le llegaban despuésde años, de ríos, de hombres. «Se supoque un rey poderoso, jefe de hordas,descendió las colinas que llevan a losdulces valles del centro.» Tal vez, añosmás tarde: «Dícese que las aguas de unrío fueron desviadas para sepultar alcaudillo; y luego devueltas a su lechonatural, que lo ocultaron para siempre alos sacrilegios y a la curiosidad profana—»

He sido un poco ese monje, y puedoimaginarlo tan claramente. Desde esta

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torre austral he escuchado las voces deltiempo. Empiezan a ordenarse, a tomaraltura, a situarse en profundidad. Hechala papirola, se la ve moverseimperceptiblemente sobre la mesa; lacosa vive, tiene una voluntad; el cisneordena sus alas, el elefante ajusta sutrompa y el ritmo de sus patas: lapapirola se prepara para su menudaeternidad de bibelot. También el ramode flores; me ha ocurrido preparardelicadamente un ramo, lo que OscarWilde llama a subtle symphoniearrangement of exotic flowers, y veroperarse luego misteriosastransformaciones, desplazamientos,antipatías y pasiones de esa larga muerte

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silenciosa.He oído cosas, tantas. Como diría —

lamentándose— Juan, las he solamenteoído. Argentina, enorme oreja bocaarriba. All America Cables. Comprendoel prestigio mágico de los nombres queanuncian a los mensajeros: Reuter,Havas, United Press. Como en Alice, elfootman es un pez, viene del aguaoceánica con rumores de lo que pasa enlos sitios donde las noticias importan eimplican. Me acuerdo: «Lucharemos encada calle, en cada casa…» Meacuerdo: «Acaba de morir Paul Valéry—» Me acuerdo: «El negro pulverizó alario puro…» Me acuerdo: «Agonizante,ataron a Laval al poste…» Me acuerdo

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(yo iba en un tren, sentado en un asientoa la izquierda; abrí el diario y):«Descendió en Inglaterra Rudolf Hess».

De chico sólo veo el deporte, lahazaña, los crímenes. Siempre títulos enletra grande. Por radio —a galena, conteléfonos—, Firpo knock out. Pero alotro día La Nación, magnífica de pudor:Jack Dempsey retuvo el campeonatomundial de todos los pesos. Y añosdespués (el andén de la estación, ElMundo): Perdió pero hizo una granpelea (Justo Suárez v. Billy Petrolle).Más atrás, más atrás… Saint-Martin, unaviador (unos versos de FernándezMoreno (?) en Caras y Caretas (?): «Lasombra de Saint-Martin/flotaba sobre

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las aguas»), De Pinedo, Jim Mollison.Johnny Weissmuller, las memorias deJoe Choynsky en La Nación, las fotos deBob Fitzsimmons el de la piel atigrada yel golpe al plexo en tirabuzón. Yo leexplicaba a mi madre: «Fijate quepegaba torciendo el brazo, de maneraque… » ¡Lindbergh!

(Vagamente veo títulos, oigo charlas:el Ruhr, la hulla…)

Pensar que este cuadro lo tienenaquí, hoy, gentes que luego votan (peroesto lo pienso en nombre de Juan, poetasocialista aristocrático).

Si recordé (o inventé) al monje, erapor otras razones. Hay un día en que laoreja alcanza su educación, en que la

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caracola aprende a distinguir losrumores. Es muy triste no tener otrodestino personal que de no tenerlo, peroen la emergencia se puede ser al menosuna buena oreja, una oreja que entiendalo tonal y los atonalismos de su tiempo.Si el Teseo de Cuverville dice: Viví, elmonje murmura en Buenos Aires. Oí.Incluso hay un día en que se aprende aescuchar, en que se desdeñan rumores.

Treinta años en este tiempo son unlargo concierto. No lamento mis treintaaños de audición, creo que hancontenido más, en todo sentido, que lostreinta años precedentes. Nací en elprimer mes de la primera guerra, en unaciudad ocupada por las fuerzas de von

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Kluck. Cuando empecé a oír bien lo quellegaba a Buenos Aires, era el fin delcine mudo, Mussolini, Romain Rolland,el hundimiento del Mafalda, Cocteau,Milosz, el 6 de septiembre, Uriburu, laLegión Cívica, Hitler, Soy un fugitivo,Federico, Michaux, Sur, Klemperer, elensanche de Corrientes (vago recuerdode sus cines «realistas» en larguísimoszaguanes, con películas borrosas dondesátiros de flequillo y cuello duro corríana pobres señoritas estúpidas porhabitaciones absolutamente bric-à-brac), el subte Lacroze, prodigio de lasescaleras mecánicas, expedicióndescubridora con los camaradas decuarto año, el tramo Canning Dorrego, el

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vértigo de la panza del Maldonado… ElGraf Zeppelin, Gene Tunney, GertrudeEderle, Ramón Novarro, Tito Schipa,Lily Pons, el príncipe de Gales,Roura…

Y después, no sé, las lecturas, elamor, el fin de la escuela, la música(Stravinsky, la noche inolvidable de Lasinfonía de los Salmos), las plazas, loscafés —

Pero esto es ya contacto,convivencia. Yo empiezoverdaderamente en este punto. Empiezofrente a Don Segundo Sombra, llorando;frente al deslumbramiento —era en 1937— de un número de Nosotros y ahí,como si nada, los sonetos de La muerte

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en la llanura:

Cómo te ha de ahogar el aire heladosobre la boca cana, dolor míodormido —

La oreja seguía oyendo, pero la vozera ahora viento, suavidad de pluma queacaricia, cercanía.

A propósito de la libertad y del serlibre:

Se dice: «Heifetz hace lo que quierecon su violin». ¿No será el violin el quehace lo que quiere con Heifetz?

Esto es un piano, dado e inmutable.El chico que quiere ser pianista tiene

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manos torpes (pero torpe significasiempre disponibilidad, kilómetro cerode innúmeros caminos; ser torpe es serlibre); manos plásticas, la antítesis delteclado que se ríe de ellas con todos susdientes.

Gradus ad Parnassum, Czerni,arpegios —la técnica. Pero el piano nocambia, se limita a conformar alhombre, a hacer de él un pianista, unhombre-piano, un servidor con libreanegra que corre el mundo. Las manoslibres se transforman en manos hábilespara… (Un martillo, un papel de armartabaco —problemas de otro mundo; lamano del pianista es cada vez más delpiano y cada vez menos del hombre).

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Todo esto no es una defensa deltorpe y del libre inútil (inútil libre) perome interesa como esponjalavaprejuicios. Ojo con supuestaslibertades, Andrés, que no son sino laperfección de la entrega.

Veo así el concierto: el violín sehace llevar por Heifetz, y reposa en elmentón y la mano del criado.Ajustándose estrictamente a la voluntaddel señor, el criado cumple losmovimientos necesarios para que elviolín suene. La poca libertad que lequeda a Heifetz, mecánicamente atado asu tirano, se le diluye en la peorservidumbre a los tiranos muertos, lastres B, el italiano misterioso, la jota de

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Falla, la fuente de Aretusa tusacaricatusa.

Un mot digno de recuerdo, quehabría dicho Norah Borges en unalmuerzo muy formal, al aparecer en lamesa la enorme fuente de puchero: —¡Qué líííndo! ¡Parece basura!

La anécdota, el mot, ilumina con undestello breve más intenso que todadescripción. La crítica francesa einglesa lo sabe, y desde el siglo XVII estarea importante la fijación de estasfrases-clave. Si frecuentara escritores,anotaría toda ocurrencia que mepareciera significativa —no el merojuego de ingenio; y haría obra de bienpara los pobres biógrafos de 1995. Aquí

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estamos tan abandonados; ¿cómo sereconstituirá un día el entourage de unMolinari? Hace años se practicaba porlo menos el reportaje, que ayudaba afijar elementos anecdóticos; hoy, sindiarios, sin revistas, sin deseo deconocernos: No dejamos más que librosy cartas, es decir lo pensado; hasta lasfotos que nos guardan un perfil, unmentón, nos las hacemos sacar porSaderman.

Si los pintores retrataran más a losescritores (o entre ellos) tendríamos elmot plástico. Sergio Sergi dice más deDaniel Devoto y de Alberto Dáneo quelas posibles biografías futuras. A mí medijo —y su frase es su retrato—: «No

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sirve, tiene una cara blanda; lo que loexpresa son sus manos».

(Un chiste del oso Sergio al dedicarun dibujo: s.s.s. s.s.)

En Correo Literario, Ulyses Petit deMurât escribió una historia del grupoMartín

Fierro; supo ver la necesidad delrecuerdo personal para colmar el debidohomenaje, y sus referencias a Borgesestán teñidas con la sustancia que luegodefenderá a los biógrafos de la mentira,la asepsia o la reconstrucciónconjetural. Ahí encontré el estupendomot de Borges, agarrando de la solapa aPetit de Murât que le daba la razón enalgo, y diciéndole:

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— ¿Y quién sos vos, mocoso, parano discutirme?

(Cito de memoria).El hecho, como siempre, antecede a

la explicación que por otra parte no hacemás que rodearlo, nombrarlo ytranquilizar nuestra central deconceptos. Antes de entender consuficiente claridad dialéctica lairrupción de la poesía en cualquiergénero verbal contemporáneo, y porende la liquidación de los «géneros»como tales, sentía yo su oscuro trabajopresente en mi prosa, en lo que hastaentonces había sido una prosa. Escribíuna novela donde, sin demasiadoesfuerzo, logré decir bien y claro un

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repertorio de ideas y un juego desensaciones y de sentimientos. Después,entreteniéndome con algunos relatos,advertí las primeras señales depodredumbre de esa prosa; temor alperíodo «redondo», al final de capítuloen «fortissimo». Toda proposición quecontiene un entero desarrollo de suobjeto, es como un capítulo pequeñito, yergo debe acabar «redonda»; undiscurso —y mi prosa era siemprediscurso, como ésta que escribo ahorasin esfuerzo, porque su contenido esrigurosamente transmisible— secompone de docenas de proposicionescada una de las cuales tiene suprogresión, su peripecia, su nudo y su

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cataplum final, ese orden artístico quegana la emoción y mueve al aplauso,gesto consistente en golpear las manospara ver si se atrapa en ella el no sé quéprovocador del entusiasmo.

Cuando advertí que ya no podíaescribir como antes, que el lenguaje seme daba vuelta, que los ritmos seexigían distintos, y que en suma lo queyo escribía ahora (porque no me neguéni un minuto a esa solicitación deadentro) valía menos comosignificación que como objeto, tuve laprimera sospecha del fenómenocontemporáneo. Fue entonces cuando leíUlysses, con sudamericano atraso. Y queverifiqué lo que ocurría, al dar

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casualmente con La muerte de Virgilio.(Mate amargo. Distracción.

Somebody loves me —dulce voz deDinah Shore. Es que me aburre explicar.Haraganería. Y ésta es otra prueba de loque quiero decir. Explicar es siempresignificar un hecho, un objeto, unsistema de ideas, una convicción, unacomprobación. Justamente lo que hedejado atrás. Ahora siento que nadainteresa en cuanto explicación; apenas siinteresa la explicación porque nosdevuelve el y al hecho, objeto, etcétera.Horror de las mediatizaciones. Unacadena: Fulano ama un libro sobreCézanne porque le gusta Cézanne, aquien le gustaba la pintura. ¡Qué lejos de

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la pintura se queda Fulano! O esto: hayun horror sagrado, Keats hace Hyperionporque Hyperion es su horror sagrado.Middleton Murry se ocupa de Keatsporque lo atrae Hyperion; yo leo aMiddleton Murry porque me gustaKeats. Pero hay un horror sagrado, y noes Middleton Murry).

Como decía, lo primero que notéfueron los cambios de ritmo verbal.Adiós la prosodia. Empezó despacio,comas que no caían en su sitio. Siempreme había gustado el punto y coma: degolpe asco, imposibilidad de usarlo. Meacuerdo que al corregir exámenesescritos de alumnos de un Nacional, memolestaba su incapacidad para advertir

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el momento en que una estructura verbalacaba, y cómo la puntuación intermedia(coma, dos puntos, punto y coma,guiones) ayuda a desconectarconectando, muestra que de unahabitación hay que pasar a la otra. Meirritaban cosas como: «Juana de Arco seencaminó a Orléans, las tropas inglesashabían conquistado gran parte delsuelo…» Ese curioso desconocimientode la función del punto y coma tan útil,tan claro. De pronto advertí la necesidadde dejar imbricarse las cláusulas,cabalgarse entre sí por sobre el débilpuente de la coma, o directamente libressueltas. Que la prosa fuera como eloleaje. En cadenas adjetivas, exigencia

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de libertad: «De pronto sola hartaenfurecida prudentísima, oh pobremujer». Y esto surgiendo de las ruinasde mi pulcritud pasada, doliéndomealegremente. Sensación de libertad, dejuego limpio, de no convencimientoretórico, de mostración y no ya dedescripción.

—Usted, que escribía tan bien… —me decía una señora.

Etapas: luego de acabar con el ordende la puntuación (yo no, eso se acabasolo), necesidad de sustituir cada vezmás el atrapamiento de una «idea», suconceptuación, por la materia en suforma dada —lo que se mal llama «enbruto»—. Pero esto rompía la

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horizontalidad de la escritura (que esespacialización de desarrollo temporal).Cuando, en un Carnaval, se me ocurrióescribir un relato y a vuela máquina, elimpulso de expresar los bloques demateria (y esto era ya sumisión total a lamecánica -!- de la poesía, a la forma enque ésta irrumpe y se da) me condujo

a estoa deshacer la horizontalidad

sucesiva(no es nuevo, ya lo sé; pero me es

nuevo)y de un salto desparramar, salpicar

en el papel lo que, realmente, era uncoletazo de ola, una vivencia global.

O sea lo que entendió Mallarmé, lo

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que hicieron Guillaume y PierreReverdy. Pero yo narraba. Por eso lospentagramas siguen marcando el camino.Salto cuando hace falta, y si todo es, ensuma, poema, mi poema cuenta, es decirmuestra una cara, un acto, va por lacalle, dice voces, diálogos, manifiestapensamientos,

sin atarse a nada que lo vuelvareflejo, instrumento, operaciónsimbólica de puesta en escena.

Ay, el lenguaje es nuestro pecadooriginal. Moi, esclave de mon langage.Siempre, en sí, reflejo e instrumento.Pero la libertad, ganada con lapodredumbre de mi excelente prosaantigua, está en que me pone lo más

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cerca posible de la materia a expresar,la materia física o ficticia que quiero (oestoy obligado a) expresar. Para esto melibro del lenguaje adecuado (que no estal sino adecuante) y acepto, provoco,invento y pruebo un decir que —yoquietito en el medio— es un decirse delo que me envuelve, me interesa y menace. Ahí estás, recuerdo de una nocheen Congreso, de un adolescente llorandoen un banco. Estás, eres. Bueno, ahora tetoca porque yo lo quiero, o porqueacepto que tú lo quieras: ven, dícete.Ésta es una mano, ésta es una hoja depapel. Pasa a través de mí como una luzpor un vitral: hazte palabra, sé aquí. Noimporta el orden de los elementos, no

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importa si eres en realidad el vitral y lapalabra te iluminará, haciéndote ser, o sieres la luz pura y mi palabra (tuya, sí,pero mía) será poco a poco el vitral quete dé un sentido para siempre. Para losotros, que es el milagro.

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Leo, en Apollinaire, esto que le vatan bien a mi niñez: «Je ne saispourquoi je l’avais appelé Maldino. Jeforgeais des noms pour toutes leschoses qui me frappaient. Une fois, jevis un poisson sur la table de lacuisine. J’y pensais longtemps, me ledésignant du nom de Bionoulour».

(Giovanni Moroni.)

Ya sospechaba, de niño, que ponerlenombre a una cosa era apropiármela. Nobastaba eso, necesité siempre cambiarperiódicamente los nombres de quienesme rodeaban, porque así rechazaba elconformismo, la lenta sustitución de un

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ser por un nombre. Un día empezaba asentir que ya el nombre no andaba bien,no era la cosa mentada. La cosa estabaahí, nueva y brillante, pero el nombre sehabía gastado como un traje. Al darleentonces una nueva denominación, meprobaba oscuramente que lo importanteera lo otro, esa razón para mi nombre. Ydurante semanas la cosa o el animal o lapersona se me aparecían hermosísimosbajo la luz de su nuevo signo.

A un gato que quise tanto lo seguícon cuatro nombres por su breve vida(se envenenó con el cianuro que abuelaponía en los hormigueros); uno era elcomún, el que le daban todos, y los otrossecretos, para el diálogo a solas. A un

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perro que el clan llamaba Mister yo lellamé Mistirto, y era importante porqueentonces había leído Nostradamus deMichel Zévaco y el personaje de Myrtôme rondaba. Así pude objetivarlomágicamente, y Mistirto era mucho másque un perro.

Y vos has de acordarte, lejanísima,del hermoso animal de blanca piel queencontré para llamarte, y que te gustabaimitar con la caricia, con el recato, conel claro impudor.

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Frase:—Me cuesta creerlo. Es como si me

dijeran que el marfil proviene de unanimal.

Antipoema para hacer rabiar.

Los egipcios embalsamaban a susmadrescon lágrimas de pez y passe-partout de linopara llevarlas a los hipogeos en untranvía reservado, quees una máquina eminentementeegipcia.

Pavadas que se dicen: «Si tuvierafuerza suficiente, no permitiría esto oaquello».

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Es posible, si la fuerza te fuera dadaahora, milagrosamente. Pero si hubierascrecido envuelto en tu fuerza, esclavo detu fuerza, estarías del lado de los quepegan.

Levanto el tubo para discar unnúmero. Antes de poder hacerlo, una vozme habla. El diálogo es poco más omenos éste:

— Hola. —Hola—. ¿Con quiénquiere hablar, señor? —¿Con quiénquiere hablar usted?— Vea, yo no hetenido tiempo de marcar un númerocuando lo he oído a usted. —Ah, estánligadas las líneas—. Corte por favor.

Después, cuando no es más quesilencio, me pregunto quién es ese

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hombre. Dónde está, cómo es lahabitación desde donde me habló. Noscruzamos por tres segundos, yconocimos nuestras voces. Y noteníamos nada que decirnos, hablábamoscon un error.

De pronto lo siento tan cerca.

Tema para la más cruel, la máscierta de las novelas: se quiso a alguien,sin esperanza pero disfrutando de lafelicidad de contemplar su jovenperfección. Pasan años de ausencia, y seregresa. Entonces aquella criaturaasoma, con la sonrisa de la amistad. Esella, pero ha cambiado. Ahora está fija

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en su límite, en su personalidaddefinida. El contemplador —que creíaseguir queriéndola— descubre que sóloama el eco de su antiguo ser que ella norecuerda, que dilapidó por la vida.

Crueldad de esa confrontación, deesa comparación terrible.

Ya Morgan, en Portrait in a Mirror—Pero Nigel y Clara alcanzan por lomenos a abrazarse, aunque busquen susotros fantasmas. Aquí no habría sinojuegos de imágenes en espejosparalelos.

O esa maravillosa plasmación quede lo inalcanzable hace David Lichineen L’Après-midi d’un Faune, bailandoen otro plano que el de las ninfas,

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separado de ellas por una fina,inviolable pared de aire.

Vagus quidam, como decía Petrarcade un discípulo. Leo a Suetonio, aTácito, a Ellery Queen —Frase desemisueño: Con un lejano sonido demenopausia y edredones— Todo en esehombre era menudo y provisorio. Teníauna vida decauville.

Cuidarse del realismo al escribir.Eludir la fauna del zoológico, convocara unicornios y tritones, y darlesrealidad. La literatura, como lo diceMalraux de la plástica, debe tender auna creación independiente, donde elmundo cotidiano tenga la influencia queel escritor le tolere, y nada más.

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Clara podría decir, como Judith enDusty Answer. «Yo no puedo vivir entrecosas feas…» Sin darse cuenta del todo,el contorno de su vida se va cerrandosobre ella y sobre Juan. Sesorprenderían si se los dijera, se sabentan porteños, es decir tan su medio —

Lo que no han visto todavía es queellos siguen, pero el medio, poco apoco, les va siendo retirado. Como unamudanza imperceptible, una casa queperdiera uno a uno sus muebles, suscortinas, sus cuadros, mientras la vidade los moradores continúa sin variaciónposible.

No estaría mal un relato quemostrara esta desposesión paulatina;

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cómo la gente, sin darse cuenta, vaquedándose sin sillas, sin libros, sindiscos, sin imágenes, sin sábanas —

Petit hommage à Radiguet:Escribía novelas donde los

supuestos grandes problemas humanoseran ignorados. Opinaba que el futurohabrá de ser de los patanes y que yanadie escribirá para minorías. Seapresuraba, entonces, a conquistar unbuen puesto en el olvido del porvenir; loconsideraba su deber.

Terrible país de los sueños, donde laley es un calidoscopio. Toda una nocheme habita el rostro, el cuerpo, la ternura

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de alguien a quien quiero, a quienencuentro en la calle o tanto sitio decomún aprecio. También retorna en elsueño siguiente; durante semanasgobierna mi dormir con la misma fríapetulancia de su vida.

Luego cesa. He pensado tantas vecessu imagen mientras andaba por la calle,al entrar a un café, frente a poemas queun día nos gustaron a ambos. Toco conestas manos una misma región diurna;nada cambia en esta celebracióncontinua de un desaliento. Peroentonces, bruscamente, falta. Sueño unanoche entera episodios prodigiososdonde su presencia sería necesaria,hasta forzosa. No está. Aún soñando me

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doy cuenta. Sé al despertar que porsemanas no volveré a ver su imagen; elcalidoscopio ha dado una pequeñavuelta, y otras leyes rigen este mundo enel que sólo persiste un elemento común:mi ojo que mira, que mira.

Un Journal como el de Gide,enteramente de vigilia, sin rastros desueño. Ay, este cuaderno es la jaula delos monstruos; y afuera está BuenosAires.

Rowers have all exquisite figures(Bacon)

Extraigo esta deliciosa cita de mi Webster’s. Vale la pena leer losveintitrés parágrafos consagrados afigure. Poco puede alentar la

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imaginación como un buen diccionario.Es uno el que pone la consecuencia, nohay temor ni sospecha de que le estén«trabajando el ánimo» —expresiónestúpida.

Un cielo bajo, blanco, translúcido,tan contra mí que si muevo la cabeza losiento en el pelo, en las orejas. No es elcielo, es la sábana de mi cama deverano. Tengo diez años y viajo pordentro de mi cama.

Secreta delicia del encuentro con micuerpo, su geografía bajo la luz lechosa,bajo el calor fragante. Tapado por lasábana, ovillándome poco a poco para

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avanzar con precaución de amateurhacia lo más central y escondido;aceptando esa realidad enteramente mía(y no creándola, es mentira que el niñocree su mundo en cuanto crear suponeconciencia de creación; el niño crea sumundo como el árbol su copa). Entoncesdesgajarse de las pequeñas miserias dela convalecencia, el recuerdo o laprevisión de las medicinas, las faltas ala escuela, el vago horror de todo lodebido y todo lo amenazado. Solo, en sureino pequeñito y claro, bajo su velariopetulante, el niño accedía al viajeperfecto, a las aventuras de fina bitácoray estrelladas derrotas.

Había allí un espacio hostil pero

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extrañamente conciliado, donde lospeligros no amenazaban de verdadaunque su presencia requiriera la lucha,el cálculo de ojo sagaz, el prontomanotón a la circunstancia. Dosguerreros iban con el niño y leadelantaban batidas y chasques; susmanos crecían en el paisaje interior,manchado de sombras musgosas (¡mipiyama verde!), de prontoindependientes de las tareas formales,de ser nada más que manos. Arañas,tiendas de campaña, gordoslansquenetes, caballitos de microscopio,las dos iban y venían deliciosamente, yel niño inventaba guerras para su dobleejército: batallas de manos que duraban

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horas (horas de cielo de sábana, porqueallí tenía yo mi tiempo, mi luz y mivoluntad). O no guerreaban,simplemente Burke, Stanley, el pálidoShakleton —siempre pensé pálido aShakleton y enorme a Nansen—, y micuerpo servil, quieto y torpe, de Niger,de Victoria Nyanza, de Spitzberg; golfoy caleta, se perdía en la penumbra másallá de las rodillas, jungla para unúltimo esfuerzo, arqueado hasta llegar,sofocándome, a la term incognita de mimundo, al istmo blanquecino de mistobillos flaquitos. Mitología de la cama,con sus Jabbenuockiesysus selenitas.Sin saberlo bien, tenía yo la sospecha deque mi sábana me salvaba de una

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realidad igualmente llena de deliciaspero amenazada de pronto por torpezas,por deberes penosos, por vergüenzas,por la servidumbre atroz de la infanciaen manos del cariño y la educación.Como un enorme párpado claro, mebastaba cerrar la sábana sobre tantadesollada sensibilidad para sentirmelibre, camino de un soñar más hermosoque el sueño porque admitía serinventado y dirigido. Ahora sospechoque mis juegos eran oníricos, que lomejor de sus luces, sus hallazgos y susperipecias eran dados por la mismainvención que ilumina los sueñosmerecedores de recuerdo. (Ya hombre,cuando soñé la historia del Banto —que

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he contado por ahí—, el escenario detrópico y selva tenía las mismascalidades un poco líquidas devegetación de pecera que me daban mipiyama, mis ojos entornados, la luz entrerosada y gris de la sábana, y el calor eraese calor del cuerpo que huele a franela,a treinta y siete cuatro y a Vick Vaporub,a los muchos remedios para el asma y labronquitis, y el Banto —un bicho, uninsecto soñado— era como una de mismanos, de esas cosas que andaban pormi mundo y me traían noticias yrecuentos.)

Después de doce años, reincido en

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un concierto de Brailowsky. Con algunatristeza —no demasiada— verifico quela música lo ha abandonado, y que sóloel piano le es fiel.

Llegaba a Chacarita para tomar elsubte cuando vi morir un perrito blanco.El auto esquivó las ruedas delanteraspero lo atrapó con una de las otras. Enese segundo (en que el hecho puro,desnudo, se da con tal calidad oníricaque la gente dice: «Parecía un sueño»)los elementos del suceso se disociaronextrañamente. Alcancé por separado lavisión y el ruido, como aprehensionesque no estuvieran vinculadas. El ruido

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fue como un pelotazo contra una pared,un plop seco y fuerte; la visión fue unralenti prodigioso: el perro quedó decostado, con dos patas en alto y la bocaabierta para un grito que no alcanzó alanzar. Lentamente (eso no acababa) sefue torciendo hasta descansar de lado enel suelo. Creo que estaba muerto desdeel principio, aunque le restara vidaorgánica para rato; su inexpresividad loprobaba, ese movimiento lento que erasólo efecto de la gravedad, un resto delchoque demorándose en su cuerpo.

17 de agosto.Un siglo de la muerte de San Martín,

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el misterioso. Nadie supo ni sabe quiénandaba bajo ese nombre. Iba por lavereda nocturna de la acción, y cuandolo vemos es apenas al pasar por lasesquinas, cuando enciende su cigarrobajo un farol. Va con el poncho hasta losojos, apenas lo baja un instante; tal vez,si le arrancáramos el poncho, ya noestuviera él adentro.

Me acuerdo: estaba de espaldas,sudando, deshecho. Gemía despacio,con sacudidas bruscas que meexasperaban por un exceso de piedad,una piedad que acababa en cólera alverlo tan vencido, tan sordamente

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entregado.Le lavé la cara con algodón y

alcohol, lo enderecé, refrescándole lasmuñecas y los dedos, dándole masaje enlos brazos. Ahora gemía menos, memiraba con cariño, un pocoavergonzado, el pelo cayéndole por lafrente. Lo peiné, lo hice instalarsecómodamente entre las almohadas. Olíaa sudor y a ácido, a un comienzo desuciedad, como cera rancia. Cuando letraía café con leche y empezaba adárselo a cucharaditas, la sangre le saltóde la nariz, un chorro incontenible. Tuveque echarle la cabeza hacia atrás,taponarlo con algodón; y los doloresvolvían, y estaba como exasperado y

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espantado.Después, aprovechando que tuve que

irme dos días de Buenos Aires, entró enlo peor de su enfermedad y tuve eltiempo justo de verlo morirse una nochede salvaje luna blanca sobre el patio.

Me recuento esto porque cada díatengo más asco de nuestras amistadescondicionadas. No creo que muchasresistieran una semana de convivenciafísica, de llevar trapos mojados, deenjugar vómitos.

Alguien me dice: «Me resultaninaceptables las amistadesintelectuales». Sé muy bien lo que buscaexpresar. Quiere amigos, no colegas.Pero aún así, qué distancia a la amistad.

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En Buenos Aires yo no podría (porquesé que no debo) llegar de sopetón a lacasa de mi mejor amigo; hay quetelefonear primero, ceremoniosamente.Además no se debe buscar dos díasseguidos al mismo amigo —por esotenemos tres o cuatro y los turnamos, ynos turnamos—; probablemente lasegunda visita sería aburrida.Cambiando apenas un dicho italiano: L’amico e, come il pesce: dopo tregiorni, puzza.

La segunda visita es aburrida porquela primera sirvió y sobró para laejecución de la función amistosa: viz,para intercambiar todas lasinformaciones y pareceres canjeables,

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agotar juntos un espectáculo o unamúsica, y gozar del cariño viéndose.Como baterías descargadas, hay queesperar cuatro o cinco días a que latensión retorne. «¡Pero qué ganas deverte!» Aquí llamamos discreción almontaje habilidoso de la indiferencia.Me asombra advertir que mi mejoramigo me quiere en el fondo sin saberpor qué; por lo irracional del cariño, ypor los fragmentos personales que leconfío. Lo peor es que evitamos conelegancia, deportivamente y con unagran belleza, esas mostraciones de pielviva que cabe englobar en la atrozpalabra confidencias. Pensar que ciertascosas capitales en la vida de mi mejor

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amigo, las sé por terceros. Y aquí seroza el terreno de la especialización: noes raro que a otro (nada íntimo, por loregular) le contemos sin temor lo que alamigo se calla. Hay un estante parasombreros y otro para calzoncillos.

No creo en los que tutean a los diezminutos y se tupac-amarutean una mujera las dos horas. No creo en lasconfidencias, en la sexualidad verbalentre copas. Tuve pruebas de que valemenos que nuestra hidalga técnica delcompartimento estanco.

Sólo duele verificar, en plenacompañía, tanta isla insalvable.

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(De tarde) Releído lo anterior. En elfondo, too sexy.

Y también (o por eso) este heilt dubist so schón que se me hace cada díamás du was, este Peter Pan de teatro detíteres, esta vuelta, como en los sueñoscíclicos, a la misma casa (¡pero ya noes, entiéndelo, la misma!) y a losmismos seres (ni el rostro les queda,gran imbécil, ahora se peinan de otromodo, hablan con palabras llenas decínica seguridad, cada uno en su métier,bien al día, en su día).

Es insensato, es así. Con innuendos,matices apenas apresables. Persisto en

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retener mi primera juventud, cuyocontenido me bastaba entonces y medesconsuela ahora por contragolpe; y ala vez, en tanta cosa, estoy con miactualidad ahora, en mi irrenunciableedad: avanzo con mi generación, lacomparto y soy ella en su derrota —monstruosa derrota de la generación deltreinta y cinco; me entiendo bien con susespeciales fetiches y sus palabrasclave.

(Y mientras eso ocurre, no estoy conella. Estoy sentado en Plaza Once —noen Plaza Miserere— y leo a PanaitIstrati, no a Jean Genet a quien estoyleyendo).

Peor todavía. Siempre ocurre en unmomento dado que una generación se

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pone a la par de su precedente. Si en1935 no hubiera osado acercarme aMartínez Estrada, en 1947 caminé a sulado y pude ser un interlocutor nodemasiado indigno. Hoy mi generacióncome, habla y escribe en los mismoscírculos que Mallea, Borges, Victoria yMolinari. Mañana, los chicos que salenesta tarde del Nacional cambiándosegolpes, entusiasmo y ternuras decachorros, llegarán a nosotros de igual aigual.

En mi banco de Plaza Once yopensaba en ésos que he nombrado. Era1936. Yo pensaba en ellos, lejanos ymaestros. Pensaba en Molinari, enBorges.

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Ahora me gustaría estar en mi bancode Plaza Once y pensar en ellos.

Música para esta idiota manera deser: Gonna start my sentimentaljourney —(quejumbroso, ypronunciando seniménal).

Supongo que la razón —entre otras— está en que no pude superar lamaravilla de los años que giran en tornoa 1936. Cuando salí de ellos, era laplanicie del sur, después la del oeste;me dejé ir a la rutina, al cultivo nocturnodel recuerdo. Envuelto en tabaco, encaña seca, en mate amargo, seguíaoyendo día a día la sonata en La de

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César Franck, seguía leyendo: «Jadis sije me souviens bien—» Et je mesouvenais.

Martínez Estrada hace una lecturasobre Balzac, y en la sala de laSociedad Científica Argentina ocurreeste ejemplar fenómeno: el lector estáfrente a su público, pero un sistema deparlantes proyecta su voz desde el fondode la sala, de manera que nos llega porla nuca. Entre la cara del lector ynuestros ojos se interpone un micrófonoque la desfigura, y la pantalla horizontalde una lámpara.

Pero como el cine y el disco nos han

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habituado a estas descomposiciones deun hombre en sus elementos, nosquedamos tranquilos ante esemonstruoso divorcio, que proyecta sobrenosotros la imagen de un rostrodesfigurado, hablando sin que se le oiga;y una voz viniendo por separado, desdela dirección contraria, sound track que(sospecha gratuita pero alarmante) a lomejor no es la voz del lector, sino undoblaje.

Hacerle decir a un personaje decuento o novela:

— En general me distraigo delvacío escribiendo lo que deseoperpetuable; no sé de otra acción ni deotra integración. Sospecho que soy (que

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tantos somos) la conciencia culpable delvacío, el étonement de la nada. O quecreo el vacío, lo voy generando en tornode mí.

(y es un vacío tonto e inane que sólovale para mí)

De un modo u otro, voy contra él,cierro contra sus aspas de aire. Pero séque lo quiere así, y que me sostendrácontra él

hasta un día en que ya no le sirva, enque mis fuerzas cedan.

Puedo prever ese día, como bien loha previsto Cyril Connolly: el síntomaserá tan claro, éste: cuando ladesesperanza sea tal que ya no empuje ala creación. Por la ventana abierta

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entrará el viento del espacio, para nadie.

En el orden de las obligaciones, deltrabajo, me hace bien estar sometido aganar un sueldo (jamás decir, ni pordistracción: «ganarme la vida»); lafatiga de ese trabajo impersonal lanzacon más ganas a las lecturas, a unconcierto, a una persecución ardiente.

Lo que verdaderamente me frustra(hombre pequeño, honguito temeroso) esel trabajo del amor, de los cariños, delos lazos con mi gente. No pierdolibertad porque trabajo, sino porquetrabajo para conservar el círculo, lafamily reunion, el goce de las

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amistades. No sé romper los lazos; loque es peor, veo claramente que deberíaromperlos (o tener por lo menos laseguridad de que puedo hacerlo estanoche o la semana que viene); atisbo enmí la semilla de los que deben estarsolos para dar algo, pero continúo enBuenos Aires, rodeado de gentes que mequieren bien —con lo que eso, cuando elcariño no lo ha elegido uno, significa…

Es fácil decir: si lo que en suma soycapaz de dar es una obra verbal, un libroo dos, nada importan las circunstancias.

Es fácil pensar que en el momento enque Mallarmé pesaba las palabras condelicados movimientos mentales parasignificar la famille des iridées, los

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trenes de legumbres hacían temblar sumesa de la rue de Rome.

Pero lo que importa es verificardiariamente cómo el círculo impone suley, provoca las reacciones, pule lasaristas, contagia los vocabularios,erosiona los picos salientes, unifica loscredos; cómo lo que se llama «elgrupo», «la barra», o «nuestro equipo»(equipo de Sur, equipo del ColegioLibre…) resuelve malignamenteproblemas

siendo que el problema es mi toro,no el toro del grupo, la novilladacobarde,

y faculta deslizamientos amables enla vida

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(anda velo a Pancho para que tehagan rebaja en Albion House)

y encauza destinos cerriles en bretesbien lubricados

(tenes que leer a Greene; hay que iral Cine Club; conviene que seas vos elque haga la nota sobre el libro deMonona…)

y mamá, tan enferma, y el seguro dela Mutualidad, y

Horreur de ma bêtise. Es eso, tú eldesasido lo sabías. Dónde se queda mitorito, como diría Juan que anda a milado —y eso ya es malo para los dos enesta cólera antigregaria

Si querer no fuera quedarse,

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si querer no fuese heliotrópico,si querer no fuese mimético,si quedarse no fuera parecerse(o parecerse en la diferencia),si parecerse no fuera perderseo no fuera olvidarse

Basta. Me sale un León Felipemezclado con un If antikiplingo.Antikiplingo tilingo, para hoy, noche dedomingo. Y este whisky me lo bebo porti, Cyril Connolly, Palinuro, monsemblable mon

confrère.

Un miedo tan enorme a ganar la

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lotería, que compra número tras númeropara alejar la suerte.

Delante de algunas gentes hay quehacerse el idiota para que no lo tomen auno por idiota.

Lista de ideas recibidas que circulanen mi familia:

No hablar cuando se come pescado.No tomar vino después de la sandía.El caldo es siempre muy nutritivo.No se debe dormir bajo la luna.El único tuco bueno es el que se hace

en casa.Antes una sirvienta costaba veinte

pesos mensuales y era fiel. Ahora —etcétera.

Nunca bañarse después de comer, salvoinmediatamente y con agua caliente.

Los yanquis son seres anormales y

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enfermizos porque sólo comenalimentos en latas.

Arte:Los artistas, ya se sabe la vida que

llevan, etcétera.—¡Un caballo violeta! (Exclamación

tipo).—Pero ese cuadro, ¿qué representa?Esta foto es preciosa, tanto por el

parecido como porque es igual a uncuadro. (Viceversa).

La ópera italiana es hermosa porquetiene melodía, en cambio lawagneriana puro ruido y gritos.

Esta película es un drama, porquetermina mal; esta otra es unacomedia dramática, porque terminabien.

Charles Laughton y Peter Lorre sonasquerosos.

Política:

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Los gobiernos deben ser fuertes.Pobres los reyes, que van perdiendo

uno a uno sus tronos.Niños:Los niños deben dormir con las manos

debajo de la almohada.Los niños hablan cuando las gallinas

mean. (Frase de mi bisabuela).Los niños no dirán jamás que una cosa

no les gusta.No se dice vomitar, sino lanzar.

(Variante en casa de tía: devolver).Vocabulario: popó, pipí, pitito, pepe,

pajarito. (Fijarse que cuando eladolescente monta su vocabulariocriollo correspondiente, la «p» quedacomo letra dominante. Lindo temade tesis).

Se debe comer siempre sopa, porque esel mejor alimento, etcétera.

Mucha zanahoria, porque zanahoria y

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zapallo desarrollan las pantorrillas.Los niños no beberán jamás vino. (En

Año Nuevo, que se mamen).El que fuma de chico, tuberculoso de

grande.

Hablando de Drieu, Victoria citaesta frase: «Jamás admitiré que loscírculos más amplios oculten lospequeños…» Alude a los sistemasmentales, a los credos; el Tao no leocultará el tratado de Versalles.

Pienso esto en el orden de la vidapersonal, pienso en el demasiadofamoso «To see the world in a grain ofsand». Tal vez lo que importe sea ver elgrano de arena como un grano de arena;adquirir una apreciación de lo pequeño,

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de lo menor, de lo —si se quiere—innecesario. Es fácil amar una abejacuando se la piensa recipiente de Dios,su criatura; ya no es tan fácil amarlasólo como abeja, grano de la arena delaire.

Le digo a un camarada: «¿Túconcibes que a mi edad me pueda seguiremocionando un disquito donde haydieciséis compases que guardan el grancorazón de un hombre que murió y sellamaba Bix?» Me dice: «No».

Le propongo: «Oye esta meditaciónde Coleman Hawkins». La oye, poli etbienveillant, la música le resbala por lapiel, lo veo. Después, con cualquierpretexto, habla de Chabrier, de los

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grandes bonetes. Yo sé que tiene razón.Nada más que razón.

Lo peor no es este caso, puraeutrapelia. Lo peor es ver cómo lasgrandes ideas —democracia, moral,etcétera; fascismo, poderío, etcétera—no sólo condicionan la circunstanciainmediata del hombre, sino que loinducen a escamotearla, a sacrificar elpequeño círculo al grande. Cuando sepiensa en la Música, malo para laspobres músicas.

Me dirás (estoy escribiendo a loHoracio): «Por las músicas se asciendea la Música». Razón de más para noolvidar que la escalera es una suma depeldaños.

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Puedes decirme algo más grave: «Elarribo a la cumbre exige el abandonodel valle». Pero oye, andinista: si teprivas del solaz del valle, de su tiernafrescura, ¿con qué subirás a tu cima? Yademás, cuando se está en la cima, ¿quéqueda por mirar sino el valle?

Porque el cielo, al rato, es una lata.Hay que volver la vista al valle. Si dealgo sirve el valle es para estimular elascenso a la cima; si de algo sirve lacima, es para escoger, ahora que todoestá ahí a la vista, lo queverdaderamente importa del valle. Y note olvides de G.K.: «Sólo una cosa esnecesaria: todo».

Mi amigo dice: «Lo pequeño, el

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grano de arena… cuánta vaguedad detérminos». Entonces aclaremos, siempredesde la cima: tú tienes (o deberíastener) tu pequeño, y yo lo mío. Ya quede música se habló, lo que a ti o a mínos guste del folk —no completo lapalabra porque está apestada—, losdignos músicos menores, los productosde una hora feliz, la improvisaciónguardada por la cera, el timbre de unavoz, el recuerdo de un chanty oído en latoldilla, entre estrellas. Y así en losdemás órdenes.

Mejor que yo lo dijo Rupert Brookeen The Great Lover. Creo con él: eshombre aquel capaz de labrar, al ladodel sonante catálogo de las naves, un

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menudo inventario de élitros, de pausas,de miradas, de un negro spiritualsilbado andando por un arroyo, desabores, de frases Colette o NathaliaGrane; de nombres, de gestos, de versossueltos, y el azul de unas cejas puras ytodo lo que segundo a segundo sostienela vida. No te olvides, nadador, que lagran ola que te lleva corre sobre laoculta espalda de las arenas.

Balzac —me recuerda MartínezEstrada en su curso— trabajaba decatorce a dieciocho horas diarias. Felizde él, en quien la supuesta infelicidaddel escritor mártir (blah blah) aguantaba

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semejantes tirones.Estoy tan seguro de que era

felicísimo escribiendo así; que su vidaestaba para eso, y que las excursionessólo representaban algo así comocambiarle el agua a la pecera, prepararlos ojos y el corazón a la incursióndonde Rastignac lo esperaba impaciente.

Envidio esa capacidad de trabajoque arruina la salud de Balzac, pero quea la vez la prueba. Nunca soy tan felizahora como cuando me quedo solo antemi cuaderno. Por qué, entonces, a lasdos horas de estar escribiendo,empiezan las hiperestesias, lastaquicardias, la claustrofobia, la náusea.Verse obligado a dejar todo —pero

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quisiera completar un capítulo, medivierto tanto—, telefonear a un amigo,abrir mi puerta, aceptar la irrupción dela comida, la crónica, la radio.

Es tentador explicar esto por undesdoblamiento. Sé cuánto sufroescribiendo, corroborando a cada fraselo imperfecto y vano de la anterior; esecotejo horrible con la Idea que espera(bah, soy yo quien espera) suactualización. Y sin embargo misufrimiento es este gozo continuo devolver a la tarea. ¿Por qué acabavenciéndome? Es decir: ¿por qué elpulso, ese manómetro del motorcito,reacciona a lo negativo y no al profundogoce de mi trabajo? Neurosis cardiaca

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que juega sus malas pasadas —y no sóloen el trabajo; deteniendo la fiesta comoel marinero de collar de albatros, paradecir: «Sos demasiado feliz, vení aquí apadecer un poco». Stella me aconseja:«Andá a ver a un psicoanalista». Asíestamos ahora, en el desconcierto totalque esta civilización sin cultura crea entantos pobres seres: cuando falla elGenio hay que ir al psicoanalista. Mirá,Stella, la cosa es sutil y maligna, en eltrabajo sufre la inteligencia, la parte delartista, pero la central que importa estágozosa porque le obedezco, porque nadaescribo que no nazca antes de unanecesidad que de un interés. Estaabsurda fatiga orgánica sólo prueba mi

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incapacidad de conductor, lasinterferencias y las censuras del planomental. Mi prosa es un recuento demuertos, heridos y sobrevivientes de esabatalla

where ignorant armies dash bynight

como dice Matthew Arnold; batallade elementos contra categorías, de cosascontra sus presuntos nombres, desombras y objetos que resbalan huyendode la boca veraz de sus conceptos. Y yopago el pato.

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Lo cierto es irse. Quedarse es ya lamentira, la construcción, las paredes queparcelan el espacio sin anularlo.

De pronto, parado en medio de unahabitación, descubrimiento de que sóloestoy en ella porque quiero. Bastaríaavanzar la mano en el espacio, nada másque un poco. Y por ese hueco esencialresbalar a la nada.

En Men as Gods, Wells entrevió esazona del aire (pero en realidad es unazona del hombre) por la cual se puedepasar a otro mundo. Su vitalidad a carnecruda lo llevaba a inventarse un ersatzde cielo, cumplir la vieja ilusión delcielo a cargo del hombre. No supo —noquiso saber— que el hueco espera en

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todas partes, pero que no lleva aninguna.

A veces pienso que morir esescamotearse un poco al vacío. Laverdadera aniquilación debería ocurriren vida, así: estiro despacio la mano,toco el vacío, y por ahí me voy. Morir,en cambio, es como pasar a una nadapasiva.

Matarse, término medio: fabricar elhueco.

El gesto humano por excelencia esquedarse. Soy, ergo me quedo, yviceversa. Cuando digo «humano» no lodigo afirmativamente. El verdaderogesto humano, el legítimo, no puede sersino esto: Me vinieron al mundo, donde

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nada tengo ni hago que no sea una bajareacción contra mi origen involuntario.Ergo —Y aquí es donde hay que irestirando la mano, probando el espaciocomo prueba el pez una malla depescador.

La idea más triste: que el hueco noesté en el espacio sino en el tiempo. El«consuelo»: ten la mano disponible acada minuto.

Me basta querer una cosa para queuna pesadilla me muestre su mono, suremedo ofensivo. Quiero tanto a losgatos; es bastante para soñar —todavíavivo la imagen— la transformación en

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mis brazos de un gato de ojos verdes, sucara súbitamente cruel, su tamaño quecrece, el ataque horrible a mis manos, elsalto a los ojos. Curioso que pensé (losentía morderme la nuca, y era ya todoel horror de la pesadilla): «Se debesentir esto al ser muerto por una(pantera) (tigre)».

Sensación muy clara de censura, aldespertar. Lo del gato continuó y cerróun episodio instantáneamente olvidado.El lazo que queda colgando es éste:estaba en una como cabina telefónica, yuna mujer me pasó el gato por debajo dela puerta.

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Geist des Volkes. Una frase idiotapopular entre nosotros, cuando se quiereironizar a costa de la tontería o elcinismo ajenos: «Che, ¿vos sos o tehaces?» Recuerdo el origen; en unespectáculo radioteatral del Cine París(1931 o 32) Paco Busto la decía variasveces. La frase era: «Dígame: ¿usted eso se hace… el zonzo?» La pausa daba locómico, el sentido fecal de «hacerse»,etcétera.

Curioso que ahora venga Sartre amostrarnos que el hombre no es, sinoque se hace. Con toda seriedadpodríamos responder a nuestro gracioso:

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«La verdad, che, que no soy; me hago,nomás —»

Lo admirable en la «carrera» de unescritor como Gide, es el desarrolloprogresivo, armonioso, de las partes queun día integrarán frondosamente el árboldado al viento. Las contradicciones, labúsqueda, la rebelión y los encuentrosde los primeros libros; las «etapas», lasfijaciones, la organización de sistemassensitivos, intelectuales y morales entorno de nociones y vivencias provedupon the pulses como decía Keats. Iradvirtiendo, al leer cronológicamente suobra, cómo el convertirse en un escritor

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(doy a la palabra todo su sentidohumano) es menos escribir ciertas cosasque resignarse y decidirse a no escribirmuchas otras. Cómo no se puede volversobre Michel, sobre Ménalque, sobreAlissa; cómo, después de Lafcadio,debe llegarle el turno a Edouard (doy aestos nombres su valor de centrosvitales e intelectuales). Y además, ¡quésentido vegetal del tiempo! En elJournal vemos muchas veces a Gidesospechando una muerte temprana; perosu daimón sabía desde el comienzo queno sería así, que el árbol alcanzaría sucopa total en su debido tiempo. Entoncesno hay prisa, no hay improvisación, nohay manotones como los que hacen tan

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angustiosa la carrera de un Byron o deun Balzac. Gide escribe a los veinteaños lo que debe escribirse a esa edad ysolamente a esa edad; de sus cuarentanace la justa fragancia del fruto; sussesenta son hondos, estilizados, lujosos;su muerte le llega como la última páginadel libro que los contiene a todos;previsible, necesaria, casi cómoda.

Sin poder saberlo, pero con unacenestesia segura, Gide dispone de suvida y distribuye en ella, a distanciasarmónicas, los productos de esa cultura—cultivo— que son sus libros. Supensar, su sentir, su estilo (que los une)y su vida están regidos por una divinaproporción. La regla áurea, en Gide,

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consiste en que nace de sí misma, comola forma del árbol; su búsquedaatormentada tiene el valor pascaliano deser ya un encuentro, de partir hacia loque íntimamente ya se es, para merecerserlo.

Escritor ambulatorio. Como loestudió Rivière en Rimbaud, todo paseoal aire y al sol me excita los sentidos—par les sens on va à la page. Al ratode andar empiezo a comunicarme; elárbol es por fin un árbol, y la cara deuna mujer o de un chico resplandecencon un sentido que la rápida aplicaciónde la etiqueta «transeúnte» me ocultaba

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antes.Almuerzo en un bodegón de

Paraguay al cuatrocientos: «BuenAmigo», como el lindo tango de JulioDe Caro. Desde mi mesa veo la calle,una señora que hace el inventario de sucartera —con qué minucia, un pie depunta para que el muslo le sirva deapoyo—, los chicos que vuelven de laescuela. Siento una momentáneaplenitud, absorbo la escena que abarcala ventana. En un equilibrio perfecto, laescena y yo dulcemente no participamos.

Luego, sorda, irrumpe lainsatisfacción de pensar que malgastoeste minuto insalvable de mi insalvablevida mirando un rincón oscuro y vulgar

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de la ciudad. Otros ojos mirarán en esteinstante las flechas de Chartres, lossauces de Uspallata, los azules deLorenzo Monaco, el rostro de RosamondLehmann.

Argos, con sus mil ojos,desesperado mito del hombre: Sospechajamás probada de que acaso somos unsolo ser; de que también yo estoy viendo(como en El Zahir) todo lo que amo,pero separado de mi visión por la culpa,por los orígenes. Argos, deseo humanode verlo todo a la vez, aquí, ahora.

Coro para «Las Ranas» 1950:—Kodak kodak kodak coca coca

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coca cola cola cola kodak coca kodakcola kodak coca kodak cola…

Un sueño para el que no hay, no sólopalabras, literalidad, sino valores,ángulos de agarre, posición. Lo quequeda por decir es un miserable residuo,esto: Una plaza vagamente «colonial»

la noche

como siempre, notacionesabstractas de una totalidad

calor

sin nombre, un puro ser

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presente

silencio

En el suelo —de lajas o baldosas— untrazo serpentino, como el que podríadejar una babosa gigante, haciendobucles, arabescos.

Recorría el trazopero a la vez ya lo había recorrido,

porque eso era mi escritura, algo quehabía escrito en el suelo noción de quedebía ser importante, que contaba.Entonces, algo como decisión de leer loescrito (previamente —pero no habíapreviamente, todo fue a la vez— habíasolamente mirado supongo sin leer)

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Y cuando iba a leerveía en el suelo que mi escritura ya

no era más que una cinta húmedaformada por condensación, gotitas deagua, nada inteligible.

No me afligí; era otra cosa, unsentimiento que no existe de este lado.

Reflexión matinal: siempre me gustóescribir y dibujar en los vidriosempañados. Materia tan tersa, al dibujarla luz de fuera se alegra del trazo ypenetra de lleno. Al cabo de un rato, eldibujo se chorrea, se reduce a uninforme montón de lágrimas. Las carasse pudren, se desprenden a pedazos.

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Corolario: lo que pasó con el retratode Dorian fue que Basil lo había pintadocon el dedo en un vidrio empañado, y seolvidó de advertírselo al modelo, quizácreyéndolo obvio porque tambiénDorian estaba pintado así, pobrecito.

Con el Músico, a casa de Mimí.Cena convencional, diálogo que essiempre una sustitución. La angustiainsoportable de todo silencio queexceda de un segundo, que amenaceprolongarse. Es que si durara, nosmiraríamos. (Los tan sabidos rostros

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que un día, en un instante más puro,vemos repentinamente como son, y queretroceden instantáneamente a suexpresión —la que le ponemos).

El Músico juega después con elpiano, y Mimí canta Schumann, tambiénlieder de Mahler, y Le promenoir desdeux amans; una alta lámpara losilumina. Desde la penumbra, en unsemisueño que sólo incluye su imagendorada y pulcra, los escucho. Ahora sonverdaderamente ellos ahora, cuando noson ellos sino la música. Tensos, perocon esa soltura de la tensión que formacuerpo con el lujo y la entrega, entran enel juego como si siempre fuera laprimera vez. Descubren, discrepan,

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avanzan, y la música parece estarlosusando para mirarse; en la voz de Mimíla sospecho posada, feliz de serfelicidad; y el pianista ataca y el pianoresponde, pero el orden naciendo de susmanos es —cómo decirlo— paralelo ala ejecución, análogo por distinto; elpianista toca y la música es.

La lámpara los envuelve, les protegesu alegría. Juegan, ils jouent. Veo lamano derecha de Mimí que la ayuda enel piano a establecer la melodía (leenalgo por primera vez). La mano procedecon un tanteo sutil, una previsión de loscampos inmediatos. Miro su meñique,ligeramente alzado mientras los otrosdedos tejen figuras; luego cae, exacto, en

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un re natural. La mano sube, surgen otrasgeometrías, y el meñique está comoajeno, hasta suspenderse de pronto en laposición anterior, repetir la nota,retirarse…

Y todo ocurre sin que Mimí (con suatención en la voz, en los ojos) lo sepa.Sólo yo veo urdirse esos ritmos en elespacio. Sólo yo asisto al ordenamientode su cuerpo en un modo que no es elsuyo, siéndolo tanto. Sí, el artista es elque cede; y la calidad de su cesión da lamedida de su arte. Tantos modos deposar un dedo en un teclado, y sólo unodonde el signo musical y el atentoabandono del intérprete coincidan paracrear el campo que ya no es ellos, que

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los usa: lieder, poema, cuadro.(No confundo creador e intérprete;

hablo de esa instancia ocasional ymaravillosa donde ya no haydiferencias.)

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El placer de viajar no nace tanto delingreso en lo desconocido como delrechazo de la circunstancia habitual, loque excede lo geográfico y forma yaparte de nosotros, como el aire sumidoen la copa del árbol tiene su olor y sucolor y es el vaciado impalpable de suforma.

Se habla a veces de los «testigos»,del acecho cotidiano que un viajesuprime. Es una forma de aludir a lo queSartre llama «la mirada»; pero creo quehay todavía algo peor. Mi ambiente devida me causa repentinamente horrorporque es mi petrificación irreparable,la constancia de que soy esto y no A oB. Viajar es inventar el futuro espacial.

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En vez, si me quedo, anulo incluso elfuturo temporal para reemplazarlo porun futuro de caja de fósforos, deweekends, de nuevas detective stories,de el jueves Olga y el domingo cine. Yosé cuántas camisas tengo en el armario.Esa pared de mi oficina es una vértebra.La sopa, después la sopa. Después estesillón azul. (Un tango:

Y siempre igual, teléfonoocupado…

—¡Mozo, traiga un cortadoy diga cuánto es!)

El viaje no es una solución. No caeren la imbecilidad de creerlo. Vale —ytanto— como reproblematización. Quien

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se dé una vuelta y vuelva, y haya tenidoabiertos los ojos, conocerá mejor laforma de su jaula, los ángulos y lospasos que preparan las evasiones.

¿Por qué seguimos leyendo con gustoa Mansilla, Payró y Eduardo Wilde? Porla misma razón que defenderá de olvidoa Adán Buenosayres: el humor. (Virtudque, en el caso de Adán, restaña tantasmalas babas.) Los libros argentinos sonde un aburrimiento de mesa de escobade quince. Brahms mereció nacer enBuenos Aires. La literatura provincianaes de un hastío infinito, porque elprovinciano guarda el humor (y cuántotiene, en el café, en el club, en lapolítica) para la mera vida personal, y

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escribe serio, es decir muerto.

Teoría del epígrafe.El epígrafe aparece casi siempre

durante o después de escrito el libro o elpoema. Pocas veces lleva a escribirlo.Pero influye siempre, marca el librodesde fuera con un toque de espada en elhombro. Toda mi vida lamentaré habersido indigno de escribir un libro paraesta frase de Le Grand Ecart: «Il étaitde la race des diamants, qui coupe larace des vitres».

Guiándose por la fantasía y el humorse podría hacer una bella antología deepígrafes disponibles, puntos de partida

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para algún otro, alguna vez, en algunaparte. Hoy encontré éste, en L’Invitée deSimone de Beauvoir:

Le reste du temps, il était volontierssolitaire: il allait au cinéma, il lisait, ilse baladait dans Paris en caressant depetits rêves modestes et têtus. Y esteotro: «Ce n’était pas gai d’être jeuneen ces tempsci».

Abrir un libro abandonado por añosy encontrar notas marginales escritascon lápiz verde (en casa de mamá) otinta negra (tiempo de estudiante).Darme cuenta de que pensé una cosa y laescribí, y ahora frente al mismo texto, no

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la pienso o pienso otra. Disponibilidadde la inteligencia. A una causa dada, queen sí no varía, efectos opuestos,colaterales o meramente análogos.¿Realmente fui yo quien escribía eso?¿Qué relación especialísima me atabaese día al libro? El color de la sala demamá, mi robe de chambre, ¿qué pesanen esta reflexión que ya no comparto,que apenas acepto como posible —ajenamente?

Tuve en las manos un vaso decerámica, de un verde oscuro y brillanteque en el recuerdo se ha vuelto másfragancia que color. Delicia pura de los

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dedos tocando un objeto hermoso,encuentro exacto de la realidad con eldeseo. Toda belleza se me da dobladade reconocimiento. Puede sorprendermela forma, el sustentáculo; peroreconozco lo bello como algo que meera ya. Un deseo sin forma acaba dedescubrirlo y apartarlo: porque su formaes ésa, y entonces lo sé.

Endopatía —Cierto que uno seproyecta; también, que al proyectarseuno vuelve.

Buen día, Platón, buen día.

Esa halitosis del alma que revelanciertas frases, sin razón alguna en sí,

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nada más que en la entonación, el modode insertarlas, el gesto que lasacompaña. Lo contrario de la realidades la realidad.

Si no le creemos al razonar (quebusca y alcanza su verdad, no siempre lanuestra), la piel nos lleva a creerla, aaceptar su confusa y continuaaseveración. I feel it in my bones:entonces ya no se duda. Lo que me dicemi plexo pero es que su irrebatiblefuerza viene de que no me lodice: me dala cosa misma,

entra en ese orden que es yo. Puedonegarme lo que pienso; si me niego unaangustia, una revelación fulminante queme baña de maravilla o espanto, caigo

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en la mala fe.Todo esto porque hace un rato, al

bajar la escalinata de los Tribunales queda a la plaza Lavalle, sentí de prontoque ya había muerto. No creo en lainmortalidad, y lo lamento de veras (unpoco como lamento que Claudel meinduzca al vómito, o que los trajes esténcaros); pero de improviso me alcanzó lacertidumbre de que, en alguna forma, enalgún estado, pasé ya por la muerte.

Un estado análogo pudo ser laremota base de la creencia en lainmortalidad. Hoy no es tan fácil aceptary montar las consecuencias; creo en elestado, en la autenticidad de miexperiencia (que aquí incluye las dos

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acepciones de la palabra); pero nopuedo lealmente inferir de ella unaconvicción. Solamente sé que ya hemuerto antes; no más que eso. ¿Quégarantía tengo para el futuro? Tal vez sereviva dos veces, o veintiocho. A lomejor estoy en mi última vida. ¿Con quéderecho postularme inmortal cuando loúnico que sé es que vengo de unamuerte?

Larga charla con Juan acerca delidioma argentino. A él le parece que esmejor hablar de lenguaje, en cuantoevita toda suposición cismática, quesería una idiotez. «Pero vos sabes de

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sobra que las idioteces son siemprepeligrosamente verosímiles», me dice,«y por eso conviene partir de unaterminología bien ajustada». Después,con muchos ejemplos que se le vanocurriendo y que proceden casi siemprede sus poemas, me explica su itinerariolingüístico, que por lo demás hacepuesta con el mío. A los dos nos pareceque sólo prejuicios visuales nosmantienen todavía del lado de «gallíma»y «verano», pero que la dictadura visualno cederá en nuestro tiempo lo que eloído ha renunciado desde —supongo—los tiempos del virrey Vértiz.

— En realidad no importa gran cosa—dice Juan— en tanto que nos

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concedamos plena libertad expresiva almodo oral, aunque las grafías sigan defrac. —Y en seguida maldice a losnovelistas porteños que se emperran enel tú.

— Son como el podrido balletclásico —dice—. Siguen con el tutú. —Bueno, fíjate que nosotros mezclamosvos y tú al charlar— le digo.

— Claro, y está bien. A veces digo«qué querés» y a veces me sale «quéquieres». Eso forma cuerpo con larítmica del lenguaje, y si acaso traduceuna última indecisión, una frontera, noveo por qué tenemos que negarla alescribir. Lo que importa es no tener unhierático y un demótico y caer en la

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monstruosidad de narrar lo demóticocon el hierático. Es casi pueril tener queandar repitiendo cosas elementales —yse enoja visiblemente—. Pero lassórdidas maniobras que se hacen aquícon el lenguaje clan la medida de lo queocurre por debajo. Como en todo lo quenos pasa esto tiene raíces éticas, viejo.

Le hago notar que el problemamuestra muchas caras, y que una es laleucemia que va poniendo cada vez másanémico el lenguaje que hablamos. Haytendencia a reírse de las tentativas detransfusión de sangre que refleja, porejemplo, un libro como La guerragaucha. Pero fíjate —le digo a Juan—que don Leopoldo parece haberse dado

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cuenta de lo que estaba pasando, y queintentó una especie de gran feria de lapalabra, al estilo de DOSCIENTOSVOCABLOS DOSCIENTOS, para ver si nosmetía por las narices, a grandesglissandos de trombón a vara y luces debengala, montones de palabrasdesplazadas.

— Es un asunto de miedo —diceJuan—. Te habrás fijado el horror que letenemos a la menor sospecha depedantería. Una vez que en un sonetoescribí, hablando del sol: Rey, albípenaluz, plectro candente! —vos vieras lascosas que tuve que oír. Aquí aceptamos«luz de plumas blancas», pero lo otro,maní.

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—Admitirás que la palabreja esligeramente gongo-rina.

—Claro que lo admito. Pero en unsoneto, pibe… (Se ve que le siguegustando).

— En lo del miedo tenes razón —ledigo—. Nos hemos inventado unasustitución de lenguaje, una especie desistema de referencias no tanto a losobjetos mentados, sino a los signosprimitivos. Con bastante frecuencia hayque levantar la primera capa de palabraspara atender a la segunda; en estapeligrosa operación suele ocurrir que elcorrelato objetivo se diluye o pierdeimportancia. Leemos ensayos acerca deun ensayo sobre algo; es terrible lo lejos

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que va quedando el algo…—El miedo se alía a la pereza —

dice Juan.—Ya es lugar común advertir que

estamos escribiendo de prestado. A lasciencias les sacamos toda clase deformas verbales rigurosas, quemanejamos con la esperanza de atraparlos datos cada vez más evasivos que nosinteresan. La pereza inventa monstruos:las imágenes. Como no sabemos odespreciamos o tememos usar la palabraespañola que mienta un objeto, locercamos con una imagen.

—¿De manera que vos estarías porun idioma más rico?

— Mirá, no hay idiomas ricos o

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pobres —dice Juan— sino que haynecesidades expresivas mayores omenores. La guerra gaucha es un tristeglobo pintarrajeado, porque respondeformalmente a una fabulación ex-nihil;vos fijate que los himnos a los diosesson siempre muy taraceados. Creo queno deberíamos tener miedo a empleartodas las cosas albípenas que se nosocurran, en cuanto el vocablo acuda alllamado, ¿no te parece?, de unanecesidad expresiva.

—Pero si nos hemos ido olvidandotanta palabra. Los diccionarios soncolumbarios, catacumbas.

— No está de más visitar losdiccionarios —dice Juan mirándome de

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reojo—. Parece que no, pero haymontones de cosas que vivenvirtualmente, a la espera de su signo. Unbuen día te encontrás con que la palabra,que habías mirado distraído en unaenorme columna alfabética, se tepresenta en el momento justo y te sacade apuros.

—Sos demasiado nominalista —ledigo—. Ves ideas y palabras comotornillos y tuercas.

— Ya apareció la mecánica. Perono, che, al contrario, yo creo que por lapalabra se va a la idea, y que en generalnuestro triste lenguaje tan mal aprendidoy tan peor practicado, nos manea elpensamiento.

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— Pues yo no —le contesto—.Escribo siempre con la idea un pocoadelante de la palabra. Mi problema esel mismo de aquel chico a quien RogerFry le preguntó cómo dibujaba. El chicodijo: First I think and then I draw aUne round my think.

—La línea ya estaba —dice Juan,petulante—. El chico y vos no hacenmás que pasarle el lápiz por encima.

Corolario nocturno sobre una partede este diálogo.

«Mais nous voici en train de rendrecompte d’une étude de MauriceBlanchot sur un texte de Heidegger, qui

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lui-même rend compte d’un poème deHoelderlin…» (Jean Jacques Salomón,reseñando un libro de Blanchot en LesTemps Modernes).

Esta literatura de espejos nace a lafascinación con De Quincey y Mallarmé.Aquí, nadie ha medido mejor queBorges esta toma de distancia que elespíritu organiza para conjeturar susargucias en un plano donde loselementos estén más próximos de él quede la realidad bruta. La invención de unobjeto mental es* siempredecepcionante: un Quangle-Wangle noreemplaza a un tigre. Por eso se prefiererecibir a ese tigre que ha pasado por doso tres libros, que es Shere Khan, que en

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un soneto de las Neue Gedichte aloja ypierde en su torvo corazón la imagen delque lo mira, y que nos llega comotigredad pura.

(De chico me maravillaba el pasajede Les Mariés de la Tour Eiffel dondeun tigrecito del tamaño de un terrón deazúcar echa a pasear por un pastel deboda. Alguien explica: «Es unespejismo; el tigre existe y se pasea,grandeur nature, del otro lado delmar».)

Nunca pude escribir bien el relatoque mostraría esta imbricación de laliteratura y lo objetivo, y a la vez elvoluntario desgajarse de aquélla, que enel fondo odia el realismo. La idea es la

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de un hombre sentado en un sofá verdejunto a un ventanal sobre el parque,leyendo una novela donde una mujerencuentra furtivamente a su amante,conviene en la necesidad de asesinar almarido para quedar libres, y sube lasescaleras que la llevarán a la habitacióndonde el marido, sentado en un sofáverde, junto a un ventanal, lee unanovela…

(S.W. tiene una versión de esterelato, pero debería quemarlo).

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De los grados del querer. Hay cosasque uno quiere en el recuerdo, pero nopuede ya actualizar, tolerar en presencia.Me emociona el recuerdo de Old BlackJoe, me basta silbarlo para deplorar suinsanable estupidez. Por eso no releeréjamás mis Julio Verne; a veces,solamente, me atrevo a mirar uno o dosgrabados de Roux, los chicos de Dosaños de vacaciones o la urca de IsaacHackabut en Héctor Servadac.

Querer en el recuerdo —No hayexactamente un recuerdo, sinoemociones y sentimientos que en elrecuerdo persisten adheridos a sumateria deseada y servida. Especialtonalidad de este querer: lo que lo hace

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tan penetrante es que vale como unsentimiento vivo y actual aplicándose auna materia parecida. Sentir hoy lo queentonces fue— (Desajuste terrible ymaravilloso entre la capacidad de amordel niño y el mínimo valor de lo queama. Un gato, una figurita, una caricia,un final de cuento, una bola de vidrio…Casi inefable darse cuenta que pasamosindiferentes ante la vitrina donde brillanlas esferas multicolores, mientras ennuestro recuerdo duerme vivo el amorpor una esfera que ya no existe).

Thank heaven I never was sent to a schoolTo be flogged into following the style of a

fool.

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(William Blake).

Frase a deslizar, para sorpresa,delicia o escándalo (según el lector) encualquier nota sobre las influencias: «Laobra más lograda de Marc Allegret esuna novela, Les Faux-Monnayeurs».

De cuando en cuando leer un librode metafísica pura. Heimsoeth, Scheler,Heidegger. Como la cura de azufretermado. Limpia, fija y da… No da;quita, que es lo necesario.

Influencia del cine en los sueños.Advierto que en una pesadilla de hacedos horas había un encuadre de cine; lo

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que es más, tuve conciencia mientras lasoñaba. Poco recuerdo; el sueño espesadilla cuando un mínimo desituaciones se carga de un simbolismotan enorme que cada mutación es unnuevo choque emocional que no puedesostenerse por mucho tiempo. Elrecuento posterior es siempredecepcionante (notar que una pesadillapuede ser precedida de un largo sueño,que recordaremos en detalle; peroaunque, wagnerianamente, ya rondabanahí los temas del horror, sólo al finalsaltan en toda la orquesta. La pesadillapura no puede durar mucho, nosmataría).

De esto recuerdo una habitación —

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es decir: sé que lo era—, y una camillao mesa de morgue donde había uncadáver. Alguien, gordo, grande, habíaestado ocupado ahí (¿autopsia?), ycuando yo miraba —aquí el cine, porqueyo miraba desde lo alto, como la cámaraque filma moviéndose horizontalmentemientras toma de arriba abajo— nopodía ver nada pues iban cubriendo elcuerpo con un terciopelo negro a medidaque mi mirada se movía de la cabeza alos pies. Con un ritmo perfecto, casicomo si mis ojos fueran emitiendo elterciopelo un instante más pronto que lamirada misma.

Entonces parece que fui a ponermemás lejos, y en ese instante me sentí

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proyectado en el aire (sin que nadie meagarrara, pero con la seguridad de queera el mismo individuo gordo) y sentí —creo que era sensación visual y plásticaa la vez— que mi itinerario en el aireterminaba en la mesa de mármol, mesentí como una alfombra quedesenrollan, un tronco sólido que depronto pasa a ser una lámina de dosdimensiones. Impresión confusa de que«pero entonces claro, yo soy ese(cadáver)» y el horror. Desperté en elacto mismo de quedar tendido en lamesa.

Todo esto podría filmarlo, loprimero como lo he descrito, lo segundocon un rápido sucederse de mirada,

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sombras y movimiento. (Mandarle unacarta a Lumitón).

Si, como enseña Eliot, una emociónsólo puede transmitirse a través de unsistema significativo y correlativo que larecree en el lector, me gustaría escribiruna novela que comunicara la cólera.No, ay, una cólera objetivada, en acción.Aquí las razones de la cólera son de tanbaja estofa que triunfan por inanidad delcontendiente. Lo viscoso encolerizamejor que la arista; genera una cólera debaja tonalidad, una rabia hipotensa quese alimenta de discursos oficiales ychismes de palacio, que se desahoga en

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tacitas de café, recuentos amargos,comparanzas con el tiempo pasado (quefue mejor).

Por eso la novela que imaginodebería traducir esta cólera en sordina,sin que nada en apariencia la indicara.Que el lector supiera (cuando de lassituaciones se desgajara por analogía,mi triste, vana rabia subecuatorial) queése es el tema y la razón de ser delrelato. Y que el novelista, que como locree Sartre, ha elegido un modosecundario de acción, está en su librohaciéndole señas para incitarlo a que sucólera sea, si es posible, más eficaz quela suya.

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Escribir la novela de la nada. Quetodo juegue de modo tal que el lectorcolija que el horrible tema de la obra esel no tenerlo. Mostrar la más secreta(aunque hoy ya aparezca en público) delas sospechas humanas: la de suinutilidad intrínseca, inherente. Insinuarque la religión del trabajo (en susvalores más altos: el arte, el poema) estambién deporte. Trompear lashipocresías. Imposibilidad física deescuchar Chopin. Asco, revulsión. Nocaer en el error de aplicar al músicorazones de ese asco que sólo hoy —ypara mí— tienen validez.

Pero tampoco inventarme un

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contacto donde no lo hay, y sostenerhipócritamente la coartada de laintemporalidad del arte. El arte esintemporalísimo, pero yo no. Si en mitiempo caben Perotin o GuillaumeMachault y no hay sitio para Schubert,es que mi temporalidad se afirma comoel centro de la rueda, y tira los radios dela analogía, busca lo suyo fuera deltiempo, pero

ojodesde el tiempo: éste.Que mi tiempo sea yo, o yo mi

tiempo, constituye otro problema. Lasolución en el próximo avatar.

(Corolario para lunes deWagneriana: Si al lado mío hay un

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señor cuyo tiempo abarca a Chopin, ellono significa que su tiempo tenga algoque ver con el mío. Coexistir no escoincidir.)

Julien Benda, o Epicteto en elquilombo.

Como si en sueños se alcanzara aveces la pureza necesaria para atraparesencias, ciertas fábulas soñadas dejanal despertar la ansiedad maravillada delque retorna del mar, de una cima, de lassustancias originales. Paula ha soñadocon la vuelta al primer día —que

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ocurrirá en el último, en lo que llaman eldía del Juicio. Primero vio al personajede una historia mía, en la escalinata dela facultad de Filosofía y Letras, pero yano había allí facultad ni escalinata, sólola llanura con el río al fondo; en elJuicio Final todo estaba vuelto a lo quede verdad era, y la verdad de loshombres había cedido ante la planiciepampeana, el agua y la tierraencontrándose otra vez sin otro límiteque el suyo. Quedaba la tierra, libre delatuendo histórico, de las manufacturas.

En el otro sueño, Paula oyó a unaamiga muerta que le hablaba porteléfono. Estaba contenta, le narrabamuchísimas y alegres cosas.

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Trastornada, interrogó después a suhermano: «¿Cómo es posible? Tú sabescómo estaba ella de angustiada antes demorir; y ahora, hablarme con esaalegría…»

«Pero ahora es el Juicio Final», lerespondían, «y ella vuelve a lo que erade verdad».

Habitada por palabras, porincidencias, por enteros capítulos, estaconciencia es un corredor y un ojo en suextremo mirando pasar bichos y sonidos,un desfile monótono de letras de tango,versos sueltos y pedacitos de caras yborradores.

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Hay versos que me caminan portodos lados, se marchan un tiempo yretornan con más ganas. Son cosaspresentes que hay que llevar en la mano,en el tafilete del sombrero, en ladivisión más pequeña de la billetera,mezcladas con estampillas yfotomatones; son como el animalito deMichaux que comía las cerraduras; hayque llevarlas en la mano y de cuando encuando dejarlas que coman algo, aunquesea las palabras que las forman.

Desde anoche me camina un versode Patrick Waldberg:

Par le cœur cloué sur une ruine

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y nada más, el resto lo pongo yo, osolamente lo oigo ir y venir. Es un buenbicho, como un grillo o una vaquita deSan Antonio; un insecto acariciable.

En un diario de vida no se cuentanlas muertes.

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Un buen epígrafe para la novela queme gustaría escribir:

«Descúbreme entre las mismasruinas y en las demoliciones que sehacen osamentas de cadáveres enbastante porción, y muchas de lascalaveras, conservando todavía elcabello, pedazos de vasijas de aquellasque eran de su uso, y entre estas cosasuna gran red rota y consumida porpartes, que a lo que se reconoce serviríapara pescar, cuyo hilo es de pita, siendoestas cosas lo único que ha quedadodespués de las muchas piezas de algunacuriosidad, y de otras de valor que hansacado los que han tenido la ocupación

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de deshacer los edificios, cuyoembeleso aún no ha cesado,exercitándose en él de tiempo en tiempoalgunos que se aplican a continuar lademolición.»

(Antonio de Ulloa, Noticiasamericanas, Entretenimiento XX).

Estoicismo sobre el papel. Quisieraque el gesto de la muerte no irrumpiesede fuera, no se amplificaradesmesuradamente; que entre llevarmeel tenedor o la pistola a la boca nohubiera casi diferencia cualitativa. Simatarse es una ventana, no salir

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golpeando la puerta. Si vivir fue not abang but a whimper, disponer el cesede actividades con la misma sencillezque apaga el velador para admitir unanoche más. El punto final es pequeñito, ycasi no se lo ve en la página escrita; selo advierte luego por contraste, cuandodespués de él comienza el blanco.

Toda Stoa es una técnica, unahabituación. Andar sin intenciónpreconcebida, pero seguro

(ya sin pensarlo, como el pianistaestá seguro de lo que hará veintecompases adelante)

de que en cualquier momento, sin

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razón de hecho, el gesto se cumplirásencillamente, a mitad de un cigarrillo,después de un último diálogo, o unadespedida, o un concierto.

No batalla —librada ya hace tanto—sino saldo de cuentas, que nadie exigepremioso, que podríamos prorrogar. Obatalla (para no sentirme desde ya tanentregado) pero como la del ópalo queevoca Fargue, donde le jour et la nuitluttent avec douceur.

Para la antología de epígrafes:

«C’est une de ces âmes tendres quine connaissant pas la manière de tuer

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le chagrin, se laissent toujours tuer parlui.»

Balzac, Gobseck.

«La grande fatigue de l’existence,n’est peut-être en somme que ceténorme mal qu’on se donne pourdemeurer vingt ans, quarante ans,davantage, raisonnable, pour ne pasêtre simplement, profondement soi-même, c’est-à-dire immonde,atroce, absurde.»

Céline, Voyage, au Bout de la Nuit.

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Encuentro con un Salaver, que elcronista llama el chino. Absurda yfatigosa demostración de su lucha contrael azar. En suma consiste en postular unorden dado de futuro, fijándolo por lasola elección. Contra eso Salaver aplicaluego su magia especial.

Conversación vana, individuo débily casi divagante. Pero no puedo evitar lasensación de que su presencia anocheera menos casual de lo que parece. Entodo lo que dijo, y sin saberlo él, habíauna noticia, un consejo, algo que se meescapa —

Advertir(escribo para no pensar más que en

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esto que me propongo)calor

que el creador es responsable delfuturo. Al revés del chino, que quisieracongelar el porvenir para frustrarlo conun esquema libre y personal, el pintor oel músico agregan un elemento más,activo y viviente, a la palpitación virtualdel futuro. Al pintar, de entre todas lasposibilidades se escoge una que entradesde ese instante en el futuro. Dondemejor se lo ve es en las obras un tiempodesconocidas o subestimadas (lo gótico,por ejemplo) que de pronto estallan entoda su fuerza actual. Cuando miro unaimagen de Chartres, estoy viendo elfuturo de esa estatua; está tan mal hablar

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del arte antiguo. Y la figurilla de Gudeacon el plano entre las manos, no tienecinco mil años de edad; está cinco milaños delante de su edad.

No, no es bastante parapetarsedetrás de la bien organizada, de la que tesaca de apuros, de tu máquina de hacerideas.

Disociación atroz, eso piensa y yo elcalor Gudea, figurilla, interesantesdeducciones.

¿Y la niebla, Andrés?

La niebla rodea la casa. Esmediodía, acabo de hablar por teléfonocon Clara que me buscaba para un

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concierto. Cuando le dije no, miraba laniebla amontonada en la ventana; hacetanto calor que no se puede tener la casacerrada, pero abrirla es sentirseenvuelto por ese sucio polvo de lanatibia.

Trucos: continuar, sustitutivamente,una descripción que reemplace lo otro.Ni siquiera aquí puedo —Bah, la letralleva consigo su destino de ser leída;hasta lamento haberle dado anoche micuaderno a Juan, extraño esta hojasuelta, este papel donde la pluma avanzacon leves crepitaciones,

imitación tela,y es seguro que cuando me lo

devuelva pegaré esta hoja, o la copiaré

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escolarmente,si hay tiempo, cosa queNecesidad de irme a la calle. Libre,

absolutamente libre fuera de mí mismo.Le dije que no quería andar con ellos,aunque a la tarde, y esto otro lo dijeporque, ahora lo veo tan bien, me estabadisimulando mi necesidad de verla otravez con el pretexto de la abnegación, deir a acompañarla en el examen.

Las telas más internas de lacanallería. Las virtudes, el anverso quepasa por reverso. En fin, iré, tirarme a lacalle, como una necesidad de acceder alcentro de la niebla, ser la nieblamirándose oliéndose esto que sedestruye (pobre cronista viejo, lleno de

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esperanzas de explicación —Tenertiempo para hablar del cronista; pero yaotro disimulo). Salir, con ladisponibilidad total en el bolsillo. Stella(que no existe) canta en la cocina,almuerzo, estás sudando, esa corbata teva bonita, el orden, el orden. ¿Qué esesto, Andrés? Tú tan cuidadoso, tanperipuesto, tan peripato. ¿La niebla,Andrés, la niebla?

Debí aceptar su voz, lo que queríadecirme detrás de las palabras. No hicenunca justicia al delicado pudor deClara, su miedo de pesar demasiado enel brazo que la lleva. Le impuse midesgano, mi no querer ir, pero se tratabade otra cosa,

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ni siquiera esa estupidez de Abelito,reclamaba de mí una cercanía que yaanoche —

¿La niebla, Andrés? Mira cómo sedeforma ese árbol, cómo la voz deStella llega acolchada y turbia desde elcomedor. Si me imagino cosas, si detrásestá Clara tan su nombre,

el limpio matador que no erra elgolpe, porque no odia ni desprecia

porque simplemente la espada comosimplemente esta torpe esponja anhelosayo

Bah, un baño y afuera. Se acaba elpapel, y aunque

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JULIO CORTÁZAR (Bruselas, 1914 -París, 1984) Escritor argentino, una dela grandes figuras del «boom» de laliteratura hispanoamericana del siglo XX. Emparentado con Borges comointeligentísimo cultivador del cuentofantástico, los relatos breves deCortázar se apartaron sin embargo de la

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alegoría metafísica para indagar en lasfacetas inquietantes y enigmáticas de locotidiano, en una búsqueda de laautenticidad y del sentido profundo de loreal que halló siempre lejos delencorsetamiento de las creencias,patrones y rutinas establecidas. Su afánrenovador se manifiesta sobre todo en elestilo y en la subversión de los génerosque se verifica en muchos de sus libros,de entre los cuales la novela Rayuela(1963), con sus dos posibles órdenes delectura, sobresale como su obra maestra.