diario cul1uras. m 16/2 de...

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Diario 16/2 de marzo-86 m ASTA con leer una sola 1 vez esta voz tan singular y fi tan trabajada durante si- glas de libros y viajes para que permanezca, perdura- ble, en nosotros. Es una voz de suefio: así nos llega y así perdu- ra. Fluyente y luminosa como la de los suefios, y con una intimidad traspasa- da de melancolía. i.,Ü quizá no? Sea co- mo fuere, en e! crepitar dei mundo y de las tragedias vividas en nuestro entor- no se abre este claro que es e! libro que las cuenta, y se eleva la voz que lo dic- tó: queda suspendida, aplomada, muy serena. Advierto entonces que es minu- ciosa, muy fiel (así es la voz de los sue- fios, así) y, aquí está, siempre que la es- cuchamos se -descubre que su ordena- ción es otra, que narra a través de una lectura contraria de lo inmediato, o sea, por e! reverso. Un ejemplo: en e! último libro de Ta- bucchi, Dama de Puerto Pim, «una ba- llena ve a los hombres» (título de capí- tulo), pero lo que nos refleja es la pro- pia mirada dei autor sobre las ballenas, esa metáfó"ra de la bondad y la omni- potencia; luego, por e! revés, nos llega la lectura desde e! interior, la mirada agradecida de Jonás, su huésped dei co- razón; y más tarde aún, cuando cam- biamos de lado, creemos volver ai pun- to inicial -pero no es así; la imagen ya es otra, y nos llega en la dimensión mezquina de los humanos, miseria, vo- racidad, degollina ciega, depredación .. Detengámonos aquí. No voy a recor- dar a Melville, que parece ser elogio obligatorio de los italianos ai comentar ciertos pasajes de Tabucchi; me basta haber leído, hace afios, un excelente en- sayo de Salvato Teles de Menezes so- bre Melville para no incurrir en asocia- ciones tan tentadoras. No menciono a Conrad, otro de los citados. Dejemos a Conrad en sus mares y a Melville con · las ballenas, ya que fue ahí donde les han secuestrado los implacables vientos de la gloria. Y antes de emprender un oscuro cambio de rumbo, los dejo, a esos y a no cuántos maestros viaje- ros con los que Tabucchi navegó, e! ca- pitán Joshua y e! honorable Livings- ton, e! honorable Stanley y el temera- rio Hemingway; a todos ésos, a todos ésos y a algunos más, desde e! magní- fico Mendes Pinto, ciertamente, hasta un globe trotter de boudoir como Pierre Lati. Los dejo, son meridianos c!istantes, otras aguas. Para mí, lo que cuenta en los derroteros literarios de Tabucchi es que é!, dispersando a sus personajes por horizontes universales, los concentra en una dimensión cerra- da, como pequenos mundos en mis- mos, que se sustentan de memoria y distancia. De ahí, el sutilísimo hilo de ironía que los marca y, tantas veces, su dolorida ternura; son, creo, unidades latentes pulsando en la suya y en la so- ledad dei infinito. Ahora advierto mejor la suspensión en e! tiempo y en la distancia en que se sitúa la mayor parte de II giocco dei ro- vescio. Viene de Viaje, de sentimiento de viaje. Y de suefio. Viaje y suefio son dos componente::; estrechamente aso- ciadas en e! recorrido solitario, y e! hé- roe de Tabucchi, incluso cuando está entre cuatro paredes, es ,siempre al- guien en estado circunstancial, alguien vuelto hacia un faro que lo llama des- de la lejanía, o alguien que imagina un voyage en Afrique y a «paraísos celes- tes» de emergencia. De este modo, ais- lados, a solas o en compafiía, los hé- roes que aquí leo se me aparecen po- blados de sefiales y andaduras, dei latir de los trenes de la infancia y de las lu- ces de los puertos nocturnos. Africas, me las recuerdan también; y mercados, mares de la plata, singapuras -tanta geografia íntima, tanta. Tantas fulgu- raciones en cada historia. Fíjense: to- das están escritas en primera persona, que es la lengua de los viajeros. Pero -continúo yo- viajar es una soledad en tránsito, una soledad que se prolonga en la memoria. La tengo aho- ra muy a la vista, está en estas páginaf, insinuada o abierta de muchas mane- CUL1URAS . El célebre escritor portugués José Cardoso Pires (1925) cele- bra aquí, con complicidad deleitosa, la aparición de un nuevo li- bro dei narrador italiano Antonio Tabucchi, «El juego dei revés» (Anagrama, Barcelona, 1986), autor ya conocido en Espafia gra- das a su «Dama de Porto Pim» y al más reciente «Nocturno hin- dú». José Cardoso Pires inauguró una nueva etapa de la literatu- ra portuguesa. Ya en su piimer libro publicado, «Os caminheiros e outros contos» (1949), el reportaje de la vida social adquiere una dimensión inédita, que se va acentuando a través de toda su obra: «0 anjo ancorado» (1958), «0 render dos heróis» (1960), «Cartilha do marialva» (1960), «0 hóspede de Job» (1963; tra- ducción espafiola en Seix Barrai, 1972), «0 delfim» (1968), «Di- nossauro excelentíssimo» (1972), «E agora, José» (1978), «Cor- po-delito na sala de espelhos» (1979) y «Balada da praia dos câes» (1982; traducción espafiola en Seix Barrai, 1984). Elpé Juepegopó delpé repevespe José Cardoso Pires ras, desde la soledad teatral de un de- clamador de Shakespeare en los confi- nes de Mozambique hasta la de un ni- fio junto a la línea dei ferrocarril que lleva a las grandes ciudades, nifio pa- rado pero siempre en viaje, y visto de lejos, muy de lejos, casi en las orillas de la muerte, y con los ojos puestos en una palmera de infancia llamada (y fir- mada) Josefine. Y, de cuento en cuen- to, de estacíón en estación, nos aden- tramos en los últimos continentes, que son los sofiados por otros solitarios: Pessoa ai desdoblarse en perfiles va- rios, Francis Scott Fitzgerald y su ban- da de desesperados cuando vivían la li- teratura en la Riviera de la do/ce vita. Viajar, perder países -ya lo decía Pessoa, de quien Antonio Tabucchi es lector consumado bajo todàs las más- caras. Viajar, derrumbarse del suefio. Sólo que, insisto, Viaje, según Tabuc- chi, es, sobre todo, un clima, un estar a solas, ese estado discretísimo de me- lancolía y de soledad. En eso está la fascinación sin par de este escritor, y es eso lo que !e otorga esa voz distinta, esa su mágica serenidad de escritura. Se ha hecho inconfundible ... Se nos ha he- cho inconfundible. La seguimos, y ya !)OS llevará sin tardanza hasta el punto extremo de la incomunicabilidad, a tra- vés de un cuento admirable. Voces se llama e! cuento (et pour cause... ) y se dibuja como una leyenda -o como denominador común, si así lo prefieren- de la soledad: bien mi- rado, es casi didáctico. Aprendemos por é! cómo el instinto natural de la so- lidaridad y de la comunicación se pue- de reducir a un código de desespera- cióh, a dos sonidos nada más, a dos no- tas elementales -un tintinear de cris- tales. Código, ·acabo de decir. Juego, dirá otro. Y da lo mismo, es igual. A partir de dos signos, más y menos, y no, ne- gro y blanco, se engendran y reprodu- cen escrituras complejas que hicieron posible e! largo _discurso de las compu- V tadoras, y, no lo olvidemos, la teoría matemática de los Juegos, otro dis- curso. En este paso (i,o en este pase?), re- cuerdo a Girolamo Cardano, científico e inventor, un desgraciado genial que fue figura mayor dei Renacimiento ita- liano. Cardano, en e! célebre tratado De Ludo, desafió los azares y los des- tinos dei juego intentando formular las apuestas en acomodas o combinacio- nes, como un precursor dei cáculo de probabilidades; pero de esta invención no resultó sólo un esbozo de sistemati- zación científica (que haría posible, si- glas después, e! ajedrez por computa- dora); resultó también la gramática de un discurso, ya que todo juego es un diálogo con su lenguaje propio y sus códigos. Juego dei revés para Tabuc- chi, esa lectura de atrás hacia adelante. Juego de las pes para los analfabetos y la chiquillería callejera en sus charlas secretas, palabras entrecortadas sílaba a silaba con una pe: topodapa lapa na- parrapaciónpo unpu juepegopo: toda la narración, un juego. Sí, narrar es un jÜego y, francamen- te, me encantan los juegos. iCómo me tientan! Incluso he llegado a componer uno: el Juego dei Ojo Vivo, se llama- ba; pero dejémoslo para más adelante. E! que en este momento me seduce y me deleita es e! dei reverso. Y todos los demás que este juego acarrea, por su- puesto. liiiiiiiiiiiiiiiiir21 ORQUE hay varias juegos en este libro; la cuestión está en dejarse tentar por ellos. No uno; varios. Además, escribir historias o, como dice el propio au- tor, «pasar dei suefio ai texto», es cosa que demanda muchas suertes de juga- dor, y él, Tabucchi, ha creado las su- yas, que sorprenden por su ingenio. Comienza por e! travesti de sus perso- najes (Josefine de la Carta de Casa- blanca) y llega hasta el travestí de los otros, ficción de la propia ficción (co- mo Jorge Luis Borges, dicen. i., Y por qué no como Joyce? i.,Por qué no co- mo los autores apócrifos de las sucesi- vas vidas de los santos?); entretanto, invierte sujetos, la segunda persona se convierte en primera (María do Carmo y los heterónimos de Pessoa); corta el triunfo ai fracturar el personaje en ver- tical, y nos lo muestra entero por un so- lo lado dei perfil (Dolores Ibarruri l/o- ra lágrimas amargas); y, a todo esto, la voz se transfigura en eco y el cuento es un seductor monólogo a dos. Artes dei juego. «Pases licencias, y vueltas», según la clasificación dei pro- fesor Egas Moniz en su Historia das Cartas de Jogar, incluida en e! Trata- do do Jogo de Boston, de Henriques da Silva, Lisboa, Ediçôes Atica, 1942. Pe- ro lo que importa es que todas estas va- riaciones por el derecho y el revés, to- das estas sorpresas, riesgos y audacias, abren pistas orientadas hacia un obje- tivo final, la identificación de una uni- dad contradictoria. lnquietan y aler- tan. Seducen. Son iluminaciones que llevan a la identificación más profunda o más sutil. Y-tanto nos pueden situar ante una bicicleta-personaje que cruza, cargada de pasado y de secreto, las Tar- des de sábado, como llevarnos ai bor- de dei agujero abierto en una fotogra- fia, seguros deque llegamos ai espacio de un rostro conjurado y que su defi- nición final, para él y para alguien, es ésta: un agujero. A esto y lo demás, y es mucho, que me viene dei libro abierto ante mí, veo confirmado lo que a menudo pienso: no hay juegos gratuitos, ni siquiera en las diversiones de los nifios, que son co- sas demasiado serias, como dicen los psicólogos. Menos aún en Literatura, porque en ella no existe, ni cabe pen- sarm-; - mr maestro o croupier que los dirija. No. En las ·aventuras de la escritura no hay mano que se alce y ordene e! «no va más, les jeux sont faits», y, por eso, después_ ck! cerrar E/ juego dei re- vés, todo puede prolongarse por otra punta, y así volver a empezar lo oue ahora estoy escribiendo.

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Diario 16/2 de marzo-86

m ASTA con leer una sola 1 vez esta voz tan singular y fi tan trabajada durante si-

glas de libros y viajes para que permanezca, perdura­ble, en nosotros. Es una

voz de suefio: así nos llega y así perdu­ra. Fluyente y luminosa como la de los suefios, y con una intimidad traspasa­da de melancolía. i.,Ü quizá no? Sea co­mo fuere, en e! crepitar dei mundo y de las tragedias vividas en nuestro entor­no se abre este claro que es e! libro que las cuenta, y se eleva la voz que lo dic­tó: queda suspendida, aplomada, muy serena. Advierto entonces que es minu­ciosa, muy fiel (así es la voz de los sue­fios, así) y, aquí está, siempre que la es­cuchamos se -descubre que su ordena­ción es otra, que narra a través de una lectura contraria de lo inmediato, o sea, por e! reverso.

Un ejemplo: en e! último libro de Ta­bucchi, Dama de Puerto Pim, «una ba­llena ve a los hombres» (título de capí­tulo), pero lo que nos refleja es la pro­pia mirada dei autor sobre las ballenas, esa metáfó"ra de la bondad y la omni­potencia; luego, por e! revés, nos llega la lectura desde e! interior, la mirada agradecida de Jonás, su huésped dei co­razón; y más tarde aún, cuando cam­biamos de lado, creemos volver ai pun­to inicial -pero no es así; la imagen ya es otra, y nos llega en la dimensión mezquina de los humanos, miseria, vo­racidad, degollina ciega, depredación ..

Detengámonos aquí. No voy a recor­dar a Melville, que parece ser elogio obligatorio de los italianos ai comentar ciertos pasajes de Tabucchi; me basta haber leído, hace afios, un excelente en­sayo de Salvato Teles de Menezes so­bre Melville para no incurrir en asocia­ciones tan tentadoras. No menciono a Conrad, otro de los citados. Dejemos a Conrad en sus mares y a Melville con

· las ballenas, ya que fue ahí donde les han secuestrado los implacables vientos de la gloria. Y antes de emprender un oscuro cambio de rumbo, los dejo, a esos y a no sé cuántos maestros viaje­ros con los que Tabucchi navegó, e! ca­pitán Joshua y e! honorable Livings­ton, e! honorable Stanley y el temera­rio Hemingway; a todos ésos, a todos ésos y a algunos más, desde e! magní­fico Mendes Pinto, ciertamente, hasta un globe trotter de boudoir como Pierre Lati. Los dejo, son meridianos c!istantes, otras aguas. Para mí, lo que cuenta en los derroteros literarios de Tabucchi es que é!, dispersando a sus personajes por horizontes universales, los concentra en una dimensión cerra­da, como pequenos mundos en sí mis­mos, que se sustentan de memoria y distancia. De ahí, el sutilísimo hilo de ironía que los marca y, tantas veces, su dolorida ternura; son, creo, unidades latentes pulsando en la suya y en la so­ledad dei infinito.

Ahora advierto mejor la suspensión en e! tiempo y en la distancia en que se sitúa la mayor parte de II giocco dei ro­vescio. Viene de Viaje, de sentimiento de viaje. Y de suefio. Viaje y suefio son dos componente::; estrechamente aso­ciadas en e! recorrido solitario, y e! hé­roe de Tabucchi, incluso cuando está entre cuatro paredes, es ,siempre al­guien en estado circunstancial, alguien vuelto hacia un faro que lo llama des­de la lejanía, o alguien que imagina un voyage en Afrique y a «paraísos celes­tes» de emergencia. De este modo, ais­lados, a solas o en compafiía, los hé­roes que aquí leo se me aparecen po­blados de sefiales y andaduras, dei latir de los trenes de la infancia y de las lu­ces de los puertos nocturnos. Africas, me las recuerdan también; y mercados, mares de la plata, singapuras -tanta geografia íntima, tanta. Tantas fulgu­raciones en cada historia. Fíjense: to­das están escritas en primera persona, que es la lengua de los viajeros.

Pero -continúo yo- viajar es una soledad en tránsito, una soledad que se prolonga en la memoria. La tengo aho­ra muy a la vista, está en estas páginaf, insinuada o abierta de muchas mane-

CUL1URAS.

El célebre escritor portugués José Cardoso Pires (1925) cele­bra aquí, con complicidad deleitosa, la aparición de un nuevo li­bro dei narrador italiano Antonio Tabucchi, «El juego dei revés» (Anagrama, Barcelona, 1986), autor ya conocido en Espafia gra­das a su «Dama de Porto Pim» y al más reciente «Nocturno hin­dú». José Cardoso Pires inauguró una nueva etapa de la literatu­ra portuguesa. Ya en su piimer libro publicado, «Os caminheiros e outros contos» (1949), el reportaje de la vida social adquiere una dimensión inédita, que se va acentuando a través de toda su obra: «0 anjo ancorado» (1958), «0 render dos heróis» (1960), «Cartilha do marialva» (1960), «0 hóspede de Job» (1963; tra­ducción espafiola en Seix Barrai, 1972), «0 delfim» (1968), «Di­nossauro excelentíssimo» (1972), «E agora, José» (1978), «Cor­po-delito na sala de espelhos» (1979) y «Balada da praia dos câes» (1982; traducción espafiola en Seix Barrai, 1984).

Elpé Juepegopó delpé ~ repevespe

José Cardoso Pires ras, desde la soledad teatral de un de­clamador de Shakespeare en los confi­nes de Mozambique hasta la de un ni­fio junto a la línea dei ferrocarril que lleva a las grandes ciudades, nifio pa­rado pero siempre en viaje, y visto de lejos, muy de lejos, casi en las orillas de la muerte, y con los ojos puestos en una palmera de infancia llamada (y fir­mada) Josefine. Y, de cuento en cuen­to, de estacíón en estación, nos aden­tramos en los últimos continentes, que son los sofiados por otros solitarios: Pessoa ai desdoblarse en perfiles va­rios, Francis Scott Fitzgerald y su ban­da de desesperados cuando vivían la li­teratura en la Riviera de la do/ce vita.

Viajar, perder países -ya lo decía Pessoa, de quien Antonio Tabucchi es lector consumado bajo todàs las más­caras. Viajar, derrumbarse del suefio. Sólo que, insisto, Viaje, según Tabuc­chi, es, sobre todo, un clima, un estar a solas, ese estado discretísimo de me­lancolía y de soledad. En eso está la

fascinación sin par de este escritor, y es eso lo que !e otorga esa voz distinta, esa su mágica serenidad de escritura. Se ha hecho inconfundible ... Se nos ha he­cho inconfundible. La seguimos, y ya !)OS llevará sin tardanza hasta el punto extremo de la incomunicabilidad, a tra­vés de un cuento admirable.

Voces se llama e! cuento (et pour cause ... ) y se dibuja como una leyenda -o como denominador común, si así lo prefieren- de la soledad: bien mi­rado, es casi didáctico. Aprendemos por é! cómo el instinto natural de la so­lidaridad y de la comunicación se pue­de reducir a un código de desespera­cióh, a dos sonidos nada más, a dos no­tas elementales -un tintinear de cris­tales.

Código, ·acabo de decir. Juego, dirá otro. Y da lo mismo, es igual. A partir de dos signos, más y menos, sí y no, ne­gro y blanco, se engendran y reprodu­cen escrituras complejas que hicieron posible e! largo _discurso de las compu-

V tadoras, y, no lo olvidemos, la teoría matemática de los Juegos, otro dis­curso.

En este paso (i,o en este pase?), re­cuerdo a Girolamo Cardano, científico e inventor, un desgraciado genial que fue figura mayor dei Renacimiento ita­liano. Cardano, en e! célebre tratado De Ludo, desafió los azares y los des­tinos dei juego intentando formular las apuestas en acomodas o combinacio­nes, como un precursor dei cáculo de probabilidades; pero de esta invención no resultó sólo un esbozo de sistemati­zación científica (que haría posible, si­glas después, e! ajedrez por computa­dora); resultó también la gramática de un discurso, ya que todo juego es un diálogo con su lenguaje propio y sus códigos. Juego dei revés para Tabuc­chi, esa lectura de atrás hacia adelante. Juego de las pes para los analfabetos y la chiquillería callejera en sus charlas secretas, palabras entrecortadas sílaba a silaba con una pe: topodapa lapa na­parrapaciónpo unpu juepegopo: toda la narración, un juego.

Sí, narrar es un jÜego y, francamen­te, me encantan los juegos. iCómo me tientan! Incluso he llegado a componer uno: el Juego dei Ojo Vivo, se llama­ba; pero dejémoslo para más adelante. E! que en este momento me seduce y me deleita es e! dei reverso. Y todos los demás que este juego acarrea, por su­puesto. liiiiiiiiiiiiiiiiir21 ORQUE hay varias juegos

en este libro; la cuestión está en dejarse tentar por ellos. No uno; varios. Además, escribir historias o, como dice el propio au­

tor, «pasar dei suefio ai texto», es cosa que demanda muchas suertes de juga­dor, y él, Tabucchi, ha creado las su­yas, que sorprenden por su ingenio. Comienza por e! travesti de sus perso­najes (Josefine de la Carta de Casa­blanca) y llega hasta el travestí de los otros, ficción de la propia ficción (co­mo Jorge Luis Borges, dicen. i., Y por qué no como Joyce? i.,Por qué no co­mo los autores apócrifos de las sucesi­vas vidas de los santos?); entretanto, invierte sujetos, la segunda persona se convierte en primera (María do Carmo y los heterónimos de Pessoa); corta el triunfo ai fracturar el personaje en ver­tical, y nos lo muestra entero por un so­lo lado dei perfil (Dolores Ibarruri l/o­ra lágrimas amargas); y, a todo esto, la voz se transfigura en eco y el cuento es un seductor monólogo a dos.

Artes dei juego. «Pases licencias, y vueltas», según la clasificación dei pro­fesor Egas Moniz en su Historia das Cartas de Jogar, incluida en e! Trata­do do Jogo de Boston, de Henriques da Silva, Lisboa, Ediçôes Atica, 1942. Pe­ro lo que importa es que todas estas va­riaciones por el derecho y el revés, to­das estas sorpresas, riesgos y audacias, abren pistas orientadas hacia un obje­tivo final, la identificación de una uni­dad contradictoria. lnquietan y aler­tan. Seducen. Son iluminaciones que llevan a la identificación más profunda o más sutil. Y-tanto nos pueden situar ante una bicicleta-personaje que cruza, cargada de pasado y de secreto, las Tar­des de sábado, como llevarnos ai bor­de dei agujero abierto en una fotogra­fia, seguros deque llegamos ai espacio de un rostro conjurado y que su defi­nición final, para él y para alguien, es ésta: un agujero.

A esto y lo demás, y es mucho, que me viene dei libro abierto ante mí, veo confirmado lo que a menudo pienso: no hay juegos gratuitos, ni siquiera en las diversiones de los nifios, que son co­sas demasiado serias, como dicen los psicólogos. Menos aún en Literatura, porque en ella no existe, ni cabe pen­sarm-; -mr maestro o croupier que los dirija.

No. En las ·aventuras de la escritura no hay mano que se alce y ordene e! «no va más, les jeux sont faits», y, por eso, después_ck! cerrar E/ juego dei re­vés, todo puede prolongarse por otra punta, y así volver a empezar lo oue ahora estoy escribiendo. ~