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Dianenses del XIX. Notas biográficas para una historia. Javier Calvo Puig Invierno 2001/02

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Dianenses del XIX. Notas biográficas para una

historia.

Javier Calvo Puig Invierno 2001/02

Foto de portada: Una muestra de cómo era la población a finales delS. XIX: calles embarradas, numerosa chiquillería en el cruce de las calles Diana y La Vía. Al fondo la fachada del teatro. Foto: Museu Etnològic de Dénia. Origen de las ilustraciones: Biblioteca Valenciana, Guía Arco para la Provincia de Alicante de 1908, Archivo Diputación Provincial de Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil Albert, Archivo Municipal de Dénia, Archivo Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Dénia, Emilio Oliver Denia 1881-1890, Museu Etnològic y colección del autor. Título: Dianenses del siglo XIX Autor: © Javier Calvo Puig I.S.B.N.: 84-8454-170-3 Depósito legal: A-355-2002 Edita: Editorial Club Universitario www.ecu.fm Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.gamma.fm [email protected]

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

A Viqui.

¿A Viqui?... A mi jardinera. Y también a Escarlata O’Hara, el capitán

Haddock, Billy Wilder, el Tocador de Señoras, el Cardenal Mendoza, Carlos III, Magno, Terry, 1900...

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Introducción La presente publicación, que en forma de apuntes

biográficos ve la luz, es fruto de varios años de trabajo sobre la historia local de la ciudad de Dénia en el S. XIX. A lo largo de los mismos, junto a las variables económicas, transformaciones políticas, construcción de infraestructuras y demás eventos, se puso de manifiesto que tan importantes como las transformaciones materiales lo eran las personas que las llevaban a cabo (y que las sufrían), y de las que en las historias al uso sólo se cita su nombre, pero no sabemos más allá de sus vidas.

El objeto de estudio (una ciudad que pasa de 2.000 a 12.000 habitantes en un siglo) permitía llegar más allá del enunciado anónimo de los acontecimientos: poner nombres y apellidos a sus actores, los sujetos de la historia, los dianenses del S.XIX. Son miles los individuos que pasaron por la ciudad en esa centuria: bien naciesen en ella, bien viniesen a trabajar, o simplemente estuviesen de paso a lo largo del siglo del esplendor pasero. De ellos, hay un grupo de personas destacadas en el estudio original (una tesis doctoral ya defendida con éxito) que aparecen con cierta frecuencia. Son los ciudadanos más activos: los que conforman las corporaciones locales, proyectan compañías de aguas, especulan en la exportación de productos agrícolas, buscan mercados para los mismos, crean asociaciones artísticas o políticas... Son los que crean la riqueza de la ciudad, y sobre los que quiere versar el presente estudio.

Vista de la Ciudad a fines del S. XVIII. (A.M.D.)

Una advertencia: no se trata de un bosquejo de elites, sino de la recopilación (incompleta y posiblemente con errores y olvidos) de ciudadanos que participan y dejan alguna huella en la historia de la población de un modo u otro. Por ello no están todos los que son: el método de trabajo y la recopilación de fichas en los diferentes archivos ha condicionado que sólo aparezcan datos de aquellos individuos que destacaron por su participación física directa en los hechos de la historia de la ciudad en el S. XIX (y primera década del XX, el esplendor), dejando constancia de su vida privada a través de un acta bautismal, matrimonial, o de defunción. En ocasiones, las fuentes empleadas sólo citan el nombre y primer apellido de los actores de la historia, por lo que la

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duda se siembra respecto a quién se trata: en un pequeño núcleo de población el número de los apellidos era relativamente corto, y la única forma racional de distinguirse era a través del apodo. Sólo hemos incluido los datos de aquellas personas de las que no había duda, bien por citar los dos apellidos, bien por saber su identidad por otras fuentes complementarias.

Multitud de jornaleros, la gran masa de la población que vivía silenciosamente los cambios políticos y económicos, seguirán permaneciendo anónimos para nosotros, pues estaban alejados (merced al sistema oligárquico de gobierno) de cualquier representación política, limitando su labor a meros comparsas de la oligarquía propietaria de los medios de producción que por ellos decidía. Del mismo modo, la otra mitad de la población, las mujeres, sólo tienen entidad dentro de las notas bibliográficas de sus esposos o padres, pues por el sistema legal de la época debían estar siempre supeditadas a un varón.

Durante el S. XIX la pasa es el motor de la vida de la ciudad, condicionando a su alrededor las relaciones sociales y económicas, favoreciendo la especialización agrícola y la aparición de una clase económica dirigente. De igual forma, el hundimiento de su comercio exportador provocará el letargo de todas las actividades generadas en su derredor.

La actual Plaza de San Antonio con el aspecto que tenía a principios del S. XX.

(Foto: Biblioteca Valenciana)

La ciudad de principios del siglo XIX tiene poco que ver con la de fínales del mismo siglo. La eclosión económica provocada por el aumento de la exportación de pasa tiene efectos notorios en todos los ámbitos, desde el estrictamente demográfico a cualquier rama de la actividad económica desarrollada durante este período, sin obviar lógicamente la influencia decisiva que los vaivenes comerciales provocaron en las actuaciones políticas e incluso culturales del municipio. De tal manera ocurría que en momentos de esplendor pasero las variables demográficas

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“positivas” se disparaban, la ciudad se ensanchaba aceleradamente, las actividades económicas crecían y se diversificaban, la sociedad se modernizaba y la vida política de la ciudad seguían las pautas de la política nacional. Por el contrario, cuando se entraba en época de recesión comercial, el comportamiento demográfico trocaba, activándose los índices “negativos”, la malla urbana se estancaba, las actividades económicas mostraban la debilidad con la que crecían, fruto de la excesiva dependencia del sector pasero, la sociedad, la cultura e incluso la política local entraban en una fase de aislamiento o ensimismamiento con respecto al desarrollo nacional, lo que viene a reflejar el papel secundario que estas facetas tenían respecto a la economía en la Dénia de este siglo.

En 1903 la Calle Campos ofrecía este aspecto. Obsérvese a la izquierda de la

imagen la caseta de feria habilitada como cinematógrafo. (Foto: BV).

La comparación de los padrones de población, actas del Ayuntamiento, Matrícula Industrial, y registro de entrada y salida de embarcaciones nos ha permitido establecer una serie de etapas en las transformaciones económicas y sociales de la ciudad alrededor del cultivo pasero.

Una primera caracterizada por un lento y largo crecimiento a partir de la década de los veinte, propiciado por el alto valor del fruto, en manos de comerciantes británicos casi exclusivamente. Y que salvo esporádicas crisis (como la del inicio de la década de los cuarenta, coincidiendo un periodo de sequía con problemas en el mercado inglés) asienta las bases de las transformaciones agrícolas: aumento del número de las explotaciones (pero en menor medida de la superficie agrícola, con lo que el tamaño de las parcelas es ínfimo en la mayoría de los casos) y abandono de los cultivos de autoconsumo. En estos momentos Dénia posee un elemento liberal importante en relación con los otras poblaciones de la comarca.

Una segunda etapa, que comprendería la segunda mitad de la década de los setenta y toda la de los ochenta de desarrollo acelerado, prácticamente sin competencia gracias a la aparición de

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la filoxera en Francia y en Málaga, dejando expeditos los mercados para la pasa de Dénia. Son los años de la modernización de las infraestructuras y servicios de la ciudad, que vive bajo el control político y económico de la familia Morand y del partido liberal.

El crecimiento económico vivido por Dénia atrajo a la misma a numerosos inmigrantes para poder trabajar en ella, como lo prueba la presente postal.

(Foto: BV).

Y finalmente, la década de los noventa (a pesar de la gran producción) ve el hundimiento del negocio, no sólo por la recuperación de Francia y Málaga, sino también por la llegada de competidores (Turquía, Grecia, Australia, California) y el cierre de mercados como el americano, a lo que hay que añadir ya en el S.XX la llegada de la temida filoxera a la comarca. Esta crisis económica coincide con la retirada de la vida pública de la familia Morand por un desfalco nunca resuelto. El desquiciamiento económico influye en todos los niveles: discusiones dentro del propio partido liberal, ahora escindido en facciones, tardanza en la conexión férrea con la capital de la provincia, eternización de las obras del puerto envueltas en polémicas y pleitos no ajenos a las luchas de los partidos políticos y los intereses del concesionario, suspensión de las corporaciones municipales, y bancarrota del ayuntamiento.

Donde más se evidencia la influencia del cultivo de la pasa es en el desarrollo demográfico de la población. Mientras el cultivo pasero no se enseñorea de la economía local, la población sufre un estancamiento (primer tercio del S. XIX) e incluso padece las crisis cíclicas propias de la economía de subsistencia del régimen demográfico antiguo. Pero cuando los altos precios de la pasa imponen su monocultivo la población aumenta de forma rápida (años centrales del S. XIX), apareciendo un mayor incremento en las

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zonas donde se realiza el cultivo: el campo circundante a la ciudad.

Y este es el aspecto que en una postal fechada en 1908 ofrecía el mercado de la ciudad, actual Glorieta, construido en la década de los setenta de la anterior

centuria, como alarde de higiene se le dotó de una fuente para mayor limpieza de los géneros, y se techaron los puestos fijos para que el Sol no macerase los

géneros. El texto, del mismo Pepe de la postal de la página siguiente, no tiene desperdicio. (Foto: BV).

La influencia de la pasa se evidencia en el diferente comportamiento de los barrios de la ciudad: el campo a ella consagrado crece gracias a la inmigración y a la vitalidad demográfica de esas personas llegadas en época de expansión; los arribados al casco urbano son población dedicada al comercio, servicios y especulación en frutos; mientras que el barrio marinero, ajeno a la pasa, vive una atonía demográfica (y por ello la mayor concentración de población autóctona, el 80%, en comparación con las otros dos áreas). Cuando la pasa pierda su hegemonía, la disminución de la tasa de natalidad será la respuesta generalizada en todos los barrios de la ciudad. La población disminuirá su ritmo de crecimiento, menguando la llegada de inmigrantes, debilitando a una ingente masa de jornaleros mal nutridos que serán fácil pasto para las enfermedades y epidemias, imponiéndose entre las capas más pobres de la población una emigración golondrina al norte de África, para completar allí los jornales que no se podían conseguir en la ciudad.

Medidas sanitarias beneficiosas para la población, como la desecación de zonas próximas a la ciudad, se realizan por particulares en aras de su utilización agrícola, durante el hambre de tierras a partir de los años cincuenta propiciado por la exportación pasera, y en pequeña escala. Cuando llegue la crisis, aquellas áreas que no pudieron ser desecadas para su aprovechamiento, por su tamaño, la dificultad de la empresa, o la falta de capitales, se mantendrán como foco palúdico hasta bien entrado el primer tercio del S. XX.

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En esta vista de la ciudad a principios del S. XX podemos apreciar en funcionamiento una de las chimeneas de las varias serrerías que aparecieron para

proveer de cajas a la exportación pasera. (Foto: BV).

Ante los problemas sanitarios (viruela, epidemias, mal estado de las calles, etc.), las autoridades no actuaban con la prontitud necesaria, especialmente si éstos se encontraban en los barrios más pobres. La falta de una adecuada política de vacunaciones antivariólicas por parte del ayuntamiento provocaba continuos rebrotes de la enfermedad, a la que debían añadirse otras enfermedades de la infancia como el sarampión, lo que solía diezmar periódicamente a la población infantil. El S. XIX ve numerosas crisis de sobremortalidad; siendo más numerosas a principios de siglo, pero más intensas (al haber mayor población) las de la segunda mitad, relacionadas fundamentalmente con las crisis coléricas (1855, 1860, 1885, y 1890). La desigualdad ante la muerte se manifiesta de forma más dramática durante las mortalidades extraordinarias; no sólo en cuanto a su ubicación (mayor número de defunciones en las zonas más pobres), sino en la calidad de los difuntos. Nuevamente tenemos que hacer referencia a diferencias impuestas por la exportación pasera. Las epidemias coléricas de la primera mitad del siglo XIX (incluida la de 1855) ven pocas diferencias sociales entre sus víctimas. Pero a partir de la de 1860, la acumulación de capital muestra notables diferencias entre los comerciantes, enriquecidos por la exportación pasera (junto a los poseedores de tierras), y los simples jornaleros, que verán entre sus filas a las víctimas de la enfermedad.

La ascendencia del comercio pasero también se dejó sentir en los presupuestos municipales; estos siempre fueron deficitarios por la falta de ingresos de carácter propio y la difícil recaudación de los consumos. Cuando el comercio era floreciente, el ayuntamiento no fue excesivamente celoso a la hora de comprobar la veracidad de las declaraciones fiscales de sus conciudadanos, recaudando según estos declaraban su actividad, o calidad de sus tierras. Pero cuando la pasa deja de ser rentable intenta recuperar

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los ingresos mediante una mayor presión fiscal que es contestada con un mayor número de irregularidades por parte de la población: ocultaciones, bajas en la Matrícula Industrial (manteniendo la actividad), recurso al amiguismo, y la consiguiente disminución de los ingresos, bancarrota municipal y nulidad del ayuntamiento a la hora de prestar correctamente servicios como la instrucción, alumbrado, sanidad, aguas, e incluso guarda del término.

Vista de la Plaza del Ayuntamiento a principios del S. XX, reflejo de la

cotidianeidad de un época: numerosos niños, calles sin empedrar, perros al Sol. (Foto BV).

El control del ayuntamiento permitirá, a los grupos económicos en él representados, disminuir o aumentar la carga fiscal sobre el resto de individuos según su afinidad política. Es manifiesta la impopularidad de impuestos como el de consumos, que subsistirá a lo largo del XIX, o el de alojamientos, que incumbía sólo a familias con determinada renta (y casa) del casco, no del arrabal del Mar, desaparecido éste a mediados del XIX con la pérdida de importancia militar del castillo y la supresión de su tropa. El comercio de la ciudad protestaba por el desigual reparto de los impuestos, que recargaban proporcionalmente más sus actividades que las de la agricultura. La configuración de la ciudad, con un extenso campo que poseía abundante población, dificultaba el arriendo de los consumos (que no se podían imponer allí de igual forma), lo que hacía que no apareciesen postores en primera subasta, alcanzando el arriendo en condiciones no siempre favorables para la ciudad en la segunda o tercera licitación.

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Vista de la ciudad y el campo desde el castillo, el cual perdió toda su enorme

importancia anterior (guarnición militar, sede administrativa del Gobernador, limitaciones al crecimiento de la ciudad), llegando a ser vendido a un particular

para su aprovechameinto. (Foto: BV).

La ausencia de fondos propios dificultaba la consecución de ingresos, que tenían que provenir forzosamente de arriendos de servicios, censos y recargos que gravaban principalmente al grueso de la población independientemente de sus recursos, al ser los impuestos proporcionales a la riqueza, no progresivos. Los recargos, durante el segundo tercio del XIX se efectuaban preferentemente no sobre la propiedad, sino sobre el consumo, gracias al control del ayuntamiento por parte de la burguesía terrateniente propietaria. El caciquismo y el control del ayuntamiento por pocas familias emparentadas entre sí, dificultaban el control real del gasto y la fiscalización de las cuentas municipales. Mientras la exportación pasera fue un negocio próspero, la población soportó estoicamente un régimen político y social basado en la desigualdad, pero con la llegada de la crisis económica finisecular aparecen en la ciudad motines contra los consumos y el intento de su ampliación a las zonas del extrarradio. Las luchas políticas del ayuntamiento en este periodo vician las cuentas, no importa qué se recaude, sino quién lo haga. El sufragio universal, llegado en estos momentos de crisis, contribuyó a la aparición de sociedades obreras y al cuestionamiento de la situación servil en la que se encontraba la población jornalera.

Los servicios públicos que debe dotar la ciudad: canalización de aguas, alumbrado público, telégrafo, escuelas, beneficencia, caminos vecinales, etc. gravan cada vez más las arcas municipales, que se veían obligadas a arrendar algunos de esos servicios para poder atraer fondos y asegurar su prestación. El Ayuntamiento muestra una estabilidad presupuestaria aparente, gracias a partidas ficticias, cuyo incobro real se traducía en déficit, impagos y excusa para la intervención de la Diputación Provincial. Las suspensiones de los ayuntamientos eran más políticas que

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económicas: una medida para castigar a los contrarios y sustituir así ayuntamientos no correligionarios.

Vista del puerto en el periodo finisecular con las redes (y la ropa) tendidas al Sol. (Foto: BV).

La demanda creciente del mercado británico fue la que (tras la Guerra de la Independencia) provocó un aumento de los precios de la pasa y el desmoronamiento de cultivos como los cereales o maíz. La elaboración de la pasa se había desarrollado durante el siglo anterior al estar exenta de impuestos por parte del Duque de Medinaceli, señor de Dénia hasta 1804. Los elevados precios de la pasa crearán a mediados de centuria un hambre de tierras, con ocupación de tierras del común para su cultivo pasero, con la aparición de numerosos propietarios, pero con tierras de ínfima extensión que incluso trabajarán como jornaleros de mayores propietarios. De éstos destaca la familia Morand, que poseerá a través de sus miembros el 10% de la tierra cultivable del término (a fines del XIX) de forma directa, aunque diseminada en pequeñas y medianas parcelas. Los ricos propietarios agrícolas (Morand, Merle, Moreno, Bordehore) participarán también en el desarrollo comercial y político de la ciudad desde su privilegiada postura económica y serán los pilares del régimen de la Restauración en la ciudad.

Cuando se desate la definitiva crisis de los noventa por la pérdida de mercados y llegada de nuevos competidores, se intentará primar la calidad y favorecer la unión de los cosecheros. Pero todo ello fue inútil y la llegada de la filoxera (en el S. XX) dio la puntilla al negocio pasero. La crisis pasera agudizó más las tensiones sociales, haciendo más evidentes las diferencias económicas entre los propietarios y la masa de jornaleros desasistidos sin trabajo ni más salida que la emigración. La naranja será una solución tardía para la ciudad, a partir de 1907, con los inconvenientes de que ha de ser regada por medio de pozos y coincidir con un momento también de crisis en el sector naranjero

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de la Comunidad Valenciana. Sustituirá a la pasa en la década de los veinte.

Postal fechada en 1900 por la Biblioteca Valenciana de fiestas en el mes de Junio.

Paralelamente al desarrollo agrícola, industrias relacionadas con la exportación presentan especial pujanza, como las carpinterías. Destacan las de los Hermanos Mahiques, que construirán su propio embarcadero en el puerto, y serán los pioneros del teléfono en la ciudad, llegando también a presentar un proyecto de tranvía. En este gremio destacan también los aserraderos y almacenes de Riera y Domenech. Esta industria sufrirá altibajos con la crisis pasera, buscándose otras alternativas, como la industria del juguete, que aparece en la ciudad en 1904, de manos de los alemanes hermanos Ferchen. La infraestructura de hoteles y posadas de la ciudad, nacida a la sombra del comercio pasero, también intentará ser aprovechada cuando éste decaiga promocionando la ciudad como estación turística, publicitando fundamentalmente sus baños de mar, llegándose a crear una Sociedad de Amigos del Clima.

La crisis pasera también afecta a las relaciones de la ciudad con la comarca circundante. Antes de la crisis pasera, el productor en el campo conseguía buenos precios y adelantos por su cosecha en su propio bancal, mas cuando éstos se hunden se ve forzado a aceptar el sistema de boleta abierta, quedando a merced de los factores, con lo que su cosecha ya no será siempre rentable. Sólo los más ricos podrán soportar el sistema de contratación (para pasas de calidad), lo que a fines del S. XIX traerá consigo enfrentamientos entre los comerciantes y almacenistas dianenses exportadores, y los productores del resto de la comarca. La presencia de una banca local fuerte, o de una caja de ahorros hubiera podido mitigar los efectos de la crisis pasera a través de préstamos a bajo interés. Pero las condiciones de abatimiento económico sólo permitieron la aparición de débiles bancos de cosecheros, de efímera existencia.

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Vista panorámica que nos permite apreciar la línea de costa: barcos en el

fondeadero, almacenes portuarios, castillo, campanarios de iglesias... en una postal fechada en 1914. (Foto: BV).

El puerto de la ciudad es, tras la pasa, la otra fuente de vida de la misma, y también recibió su influencia. El puerto natural, durante gran parte del siglo XIX, no tuvo más rival que los de las capitales provinciales más próximas. Pero el aumento del tamaño y número de los buques que venían a cargar a la ciudad exigió su acondicionamiento, pues éstos tenían que esperar su turno fuera de la rada. La fatalidad trajo consigo que la aprobación del proyecto de obras y el inicio de las mismas coincidiera con la crisis del sector, y la disminución de las exportaciones, contribuyendo a agravar la situación; pues las embarcaciones debían pagar por unos servicios portuarios que no recibían, aumentando así los costes del producto, que resultaba a un precio final más caro y menos competitivo. La no culminación de las obras del puerto fue un fracaso para la ciudad, que perdió su importancia comercial en detrimento de otros vecinos con mejores comunicaciones con su comarca, como el caso de Gandía.

En resumen, frente a un espléndido S. XIX que con el auge pasero ve el desarrollo de la ciudad en todos los aspectos, el inicio del S. XX fue visto por los coetáneos como la crisis del sector, el abatimiento de la ciudad. Ellos lo relacionaron con un cambio generacional, que ya no creaba riqueza ni conquistaba nuevos mercados (cosa falsa, pues las circunstancias internacionales que habían permitido el desarrollo de la pasa habían cambiado radicalmente), sino que despilfarraba lo arduamente conseguido por sus antecesores, enzarzándose en discusiones políticas fruto del caciquismo, mientras que la vida económica de la ciudad agonizaba, falta de infraestructuras y con escasas actividades alternativas.

De esos dianenses que vivieron el apogeo y declive del comercio de exportación pasero tratan las siguientes referencias biográficas, casi mil, sin contar las citas de esposas y padres, y que

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nos permiten conocer las relaciones, familiares, políticas y de otras índoles que contribuyen a explicar la historia de la ciudad a lo largo de todo un siglo.

En esta postal conservada en la Biblioteca Valenciana podemos apreciar la

importancia del cultivo de la vid para la ciudad en el S. XIX.

NOTAS BIOGRÁFICAS

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Acosta García, José. Comerciante, y transportista, su despacho se encontraba en la c/ Diana. Nacido en Ciudad Real el 8 de febrero de 1836, y residente en Dénia desde 1874. Casado en segundas nupcias con Catalina

Aranda Casau (n. 1º enero 1842). Fallece el 4 de agosto de 1906 a los 71 años de reblandecimiento cerebral.

Agulló Llopis, Antonio. Confitero nacido el 21 de enero de 1872

en Villena. Casado con Rosa Agulló Moltó (n. Concentaina 8/IV/1869). Concejal de 1925 a 1930. Su chocolatería se situaba en la C/ Diana Nº 20. A fines del S. XIX anunciaba sus especialidades: “chocolate con panecillo, 15 Cms. uno -Idem con ensaimada, pan quemado o bizcochos, 20 Cms. -Idem con leche, 25 Cms. -Espumosos de agua de seltz con variedad de jarabes, 10 Cms. uno -Ídem con azucarillo, 5 Cms. - Se vende hielo a 15 Cms. el kilo.” Vivía en la C/ Cop Nº 17. Falleció el 13/VII/1964 a los 92 años. Su hijo Antonio Agulló Agulló (nacido del 30/VII/1899) fue concejal en 1923/24 y 1929/30.

Interior de la Chocolatería de Antonio Agulló según la Guía Arco de 1908.

Albi, Juan. Gobernador militar de la plaza en 1824, con la vuelta al absolutismo.

Albi Romany, José. Redactor de El Liberal (1892). Alcaina Juan, José. Profesor de música y canto. Nacido en

Valencia en 1869, pero residente en Dénia desde 1894.

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Casado con la zaragozana Jacinta Alonso Alagranga (n. 1874). Fue el director de la banda de música municipal entre 1888 y 1891, sustituido por Francisco Orquín Benlloc. También se dedicaba a afinar pianos. Publica algunas poesías en el semanario Denia Galante en 19031, como las siguientes:

¡ENAMORADA! Tan joven y tan bella y ¡ya padeces!

la tristeza en tu rostro se retrata, tus ojos tan alegres y expresivos

no brillan ya como si fueran ascuas; tu cara palidece por momentos,

tus labios antes rojos se amoratan, tu cuerpo tan garrido y tan esbelto

se arquea hacia delante y se adelgaza. Dime lo que ocurre niña hermosa

¿Qué es lo que te sucede? ¿Qué te pasa? Respóndeme sin miedo, con franqueza:

¿Qué me dices? Contéstame. ¿Te callas? Entonces no lo digas, lo adivino:

eres joven y estás enamorada. ¿AMOR?

¿Qué es amor preguntas? El amor es sueño

que tiene matices de varios colores de claros y negros.

Los negros son tristes cual noche de invierno;

los claros son dulces, alegres, hermosos cual día sereno.

Alegre Mayans, José. Propietario nacido en Valencia el 3/IV/1870. Casado con la también valenciana Consuelo Devesa Marqués (28/III/1870). Residía en Dénia en 1904 en la C/ Campos 16, con su hijo José nacido el 11/III/1897, y un sirviente de 15 años.

Alegre Morales, Alfonso. Perito agrícola nacido el 20/XI/1878. Hijo de Antonio Alegre Ruano y de Vicenta Morales Morla. Fallecerá soltero a los 29 años el 23/III/1907, de gripe.

Alegre Ruano, Antonio. Médico nacido en Dénia el 20 de junio de 1849, y casado con Dª Vicenta Morales Morla (Dénia,

17 de noviembre de 1851), y de la que le sobrevivieron 4 hijos: Joaquín (1876), Alfonso (1878), Antonio (1880) y

José (1883). A pesar de su profesionalidad, no contó con

1 Denia Galante. Nº 4. 5/IX/1903. I.C.J.G-A. Caja 37. Microficha 3.

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el beneplácito de las autoridades locales, que preferían a otros galenos para el cargo de médico municipal. Sus discrepancias con el ayuntamiento se pueden evidenciar en el hecho de que en el año 1904 la ciudad todavía no le había pagado una deuda de 3.250 ₧ contraída en 1870. En 1905 vivía en el Nº 51 de la C/ Loreto con dos criados. Continuaría en activo hasta casi el final de sus días. Se trasladó a vivir a la C/ Mayor, donde falleció el 27 de octubre de 1932 a los 83 años de angiocolitis.

Alfaro Giménez, Alfonso. Nacido en Albacete en 1873, y casado con Concepción Herrero Carrió. Fallece el 7/VIII/1930 a los 57 años de úlcera gastroduodenal en la calle Pedro Esteve Nº 26.

Alfonso Moliner, José. Comerciante natural de Oliete (Teruel), donde nació el 10/IV/1867, sus padres José y Ramona. Estuvo casado con Josefa Moncho Mallol (n. Setla en 1871). En 1904 tenían cuatro hijos: Antonio (6 años), José (4), y Cándida (1). Concejal durante la dictablada 1930/31. Fallecerá el 22/II/1935 a los 67 años de enfermedad cardíaca en la C/ Loreto Nº 69.

Algarra Avellá, Agustín. Natural de Calpe, fallece a los 77 años de perlesía el 19/VIII/1843. Viudo de Vicenta Gavilá.

Almazán, Plácido. Posee (en 1891) un negocio de sellos de caucho, imprenta y estampado en la calle Diana Nº 21 (principal).

Alvareda, Luis. Diputado por el partido liberal del distrito de Dénia en 1876.

Alvarez Rihuet, Bautista. Alcalde de Dénia en 1872, y concejal en 1868/69, 1875, 1894/95, 1897, y 1903. Casado y enviudado con Ana María Sala Malonda. Falleció el 7/I/1906 a los 88 años de un ataque de uremia.

Alvarez de Toledo Baldó, José. Propietario y prestamista. Nacido en Dénia en 1842, hijo de Manuel Alvarez de Toledo Gavilá y Carmen Baldó Miralles, Enviudó de Teresa Dasi Rodríguez, de la que le sobrevivirán tres hijos. Prestaba el dinero (principios del S. XX) según su publicidad al 5%. Fallecerá de degeneración cardíaca el 17/XII/1917 a los 75 años en la calle Mayor.

Alvarez Fernández, Juan. Interventor de rentas. Nacido en Madrid en 1825 y casado con Josefa Vallejo. Fallecerá el

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4/VII/1852 a los 27 años de tisis pulmonar. Ante su falta de recursos tuvo que pagar el entierro el otro administrador de rentas D. Mariano Font.

Alvarez Gavilá, Manuel. Posee en 1864 un horno. Alvarez Reig, Juan. Propietario nacido en 1827 en Valencia,

casará con Dolores Aranda Casan. Fallecerá el 26/III/1879 a los 52 años en la C/ Cop.

Alvarez Rihuet, Bautista. Propietario. Nacido en 1818 hijo de José Álvarez y Josefa Rihuet. Concejal en 1868/69, 1872, 1875, 1894/95, 1897 y 1903. Fallecerá el 7/I/1906 a los 88 años de ataque de uremia.

Ambrojo Bolanos, Joaquín. Capitán de la Guardia Civil. Nacido en 1826 en Ciruela (Badajoz), y casado con Teresa Moliner Rodrigo (de Torreblanca, Castellón). Fallece el 22/IV/1881 a los 55 años.

Amil Valentí, Juan. Nace en 1866, hijo de Mariano y Antonia. Concejal en 1904/05, 1909/10, y 1919/20. Casado con Serafina Ruiz Mahiques, de la que enviudará. Fallece el 2 de agosto de 1941 a los 75 años en

la C/ Senieta. Antón, Manuel. Diputado por el partido conservador del distrito

de Dénia en 1891. Antón Torregrosa, Francisco. Maestro de primera enseñanza, en

1905 abre un centro docente llamado Colegio Modelo. Concejal en 1924 con la dictadura de Primo de Rivera.

Arabí, Francisco. Concejal el ayuntamiento de Diana en 1838/39, y de Dénia en 1826 y 31.

Aracil Villaplana, Tomás. Sacerdote nacido en Alcoy en 1864. En 1910 (46 años) vivía en la calle Loreto Nº 1.

Aranda, Félix. Nace en 1793. Alcalde de Dénia en 1843/44. Procurador Síndico Personero en 1836. Participa en 1842 en el proyecto de creación de una Compañía de Aguas. Fallecerá viudo a los 70 años en la C/

Cop de tisis pulmonar el 26/III/1863. Su esposa fue la dianense Teresa Cardona Bisquert (1794 †25/I/1861, de calenturas).

Aranda, José. Concejal en 1830 y 31.

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Aranda Casan, Agustín. Comerciante, propietario y consignatario de buques (su despacho estaba en la Plaza de la Constitución). Nacido en Dénia en 1830. Sus padres fueron José Aranda Collado (n. 1805) y Josefa Casan Bonsach (n. 1809). Casado con Teresa Lattur Gavilá (1841 †24/II/1907, de cáncer de matriz), hija de Antonio Lattur Mulet y Francisca Gavilá Vives. Miembro de la Sociedad del Teatro Dianense, participó de la comisión que en 1869 gestionó ante el ayuntamiento la compra de terrenos para su construcción. Concejal en 1875 será alcalde electo de julio de 1879

al 13 de marzo de 1881, que es cesado por la Diputación Provincial por infracciones contables: ausencia de libros de contabilidad, irregularidades en los repartos vecinales y el mantenimiento de una deuda del Ayuntamiento respecto al Estado y Provincia de 300.000₧. Durante su etapa como alcalde se inician las gestiones para le llegada del ferrocarril a la ciudad. Fallecerá el 7 de septiembre de 1903, a los 72 años, de enterocolitis.

Aranda Collado, Agustín. Comerciante nacido en Dénia en 1802. Casado con Vicenta Vives. Su hija Dolores estuvo casada con el abogado nacido en Beniarbeig José Oliver, pero fallecerá de cólera a los 24 años el 20 de agosto de 1855, al igual que su hijo de 21 Agustín. Fallecerá el día 23 también de cólera.

Aranda Collado, Blas. Comerciante dianense nacido en 1802. Hijo de Agustín Aranda, y Josefa Collado. Uno de los principales contribuyentes del sector comercial de la ciudad, pues apenas tributaba por bienes inmuebles. Se casará con la dianense María Concepción Chordi Lattur (nacida en 1819, hija del comerciante Pascual Chordi Arlandis, e Isabel Lattur Ruiz, y que fallecerá viuda a los 73 años el 16/II/1892 de pneumonía). Diputado del común en 1835 y concejal en 1836 y 1872 (año en que dimitirá pretextando su avanzada edad). También será concejal de Diana en 1837. Como navegante, se conserva su pasaporte para el extranjero de 14/XI/1825, en que se le describe: “Veintidós años, estatura regular, pelo castaño, ojos pardos, nariz regular, poca barba, cara buena, y color sano”, realizando un viaje a los puertos italianos. En el de 1835 ha cambiado un poco la descripción: “Barba lampiña, cara regular”. Fallecerá en la calle mayor a los 78 años el 2/VI/1880.