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LAN HARREMANAK/2 (2000-I) (185-209) EL TRABAJO DE LAS MUJERES: UNA MIRADA DESDE LA HISTORIA PILAR PÉREZ-FUENTES HERNÁNDEZ Departamento de Historia Contemporánea Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea ABSTRACT Comprender las causas de la fuerte segregación de género que presenta el mercado laboral en nuestros días e intentar poner soluciones a la situación de desigualdad en la que se encuentran las mujeres nos obliga a buscar las raíces del problema en la his- toria. La industrialización supuso una transformación radical en la naturaleza del trabajo, en el significado del mismo y en las relaciones sociales que lo enmarcan, afec- tando de diferente manera a hombres y mujeres. El resultado es un modelo de género fuertemente asimétrico en espacios, funciones y cultura del trabajo A su vez, la con- cepción decimonónica del trabajo –remunerado y realizado fuera del hogar– excluyó de las contabilidades económicas y ocupacionales los trabajos reproductivos desarro- llados en las unidades familiares. Lan merkatuak gure egunetan erakusten duen genero bereizketa sakonaren zer- gatiak ulertzeak eta emakumeok bizi dugun desbedintasun egoera nabarmenari kon- ponbideak jartzen ahalegintzeak, arazoaren sustraiak historian bilatzera eramaten gaitu. Industrializazioak goitik beherako aldaketa eragin zuen lanaren izaeran, haren esanahian eta haren inguruko gizarte harremanetan, eta eragin desberdina izan zuen gizonezkoengan eta emakumezkoengan. Horren guztiaren ondorioa, lan espazioetan, funtzioetan eta kulturan guztiz asimetrikoa den genero eredua da. Era berean, lana hemeretzigarren mendean bezala ulertzeko moduak –ordaindua eta DISERTACIÓN

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  • LAN HARREMANAK/2 (2000-I) (185-209)

    EL TRABAJO DE LAS MUJERES: UNA MIRADA DESDE LA HISTORIA

    PILAR PREZ-FUENTES HERNNDEZ

    Departamento de Historia Contempornea

    Universidad del Pas Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

    ABSTRACT

    Comprender las causas de la fuerte segregacin de gnero que presenta el mercadolaboral en nuestros das e intentar poner soluciones a la situacin de desigualdad enla que se encuentran las mujeres nos obliga a buscar las races del problema en la his-toria. La industrializacin supuso una transformacin radical en la naturaleza deltrabajo, en el significado del mismo y en las relaciones sociales que lo enmarcan, afec-tando de diferente manera a hombres y mujeres. El resultado es un modelo de gnerofuertemente asimtrico en espacios, funciones y cultura del trabajo A su vez, la con-cepcin decimonnica del trabajo remunerado y realizado fuera del hogar excluyde las contabilidades econmicas y ocupacionales los trabajos reproductivos desarro-llados en las unidades familiares.

    Lan merkatuak gure egunetan erakusten duen genero bereizketa sakonaren zer-gatiak ulertzeak eta emakumeok bizi dugun desbedintasun egoera nabarmenari kon-ponbideak jartzen ahalegintzeak, arazoaren sustraiak historian bilatzera eramatengaitu. Industrializazioak goitik beherako aldaketa eragin zuen lanaren izaeran,haren esanahian eta haren inguruko gizarte harremanetan, eta eragin desberdinaizan zuen gizonezkoengan eta emakumezkoengan. Horren guztiaren ondorioa, lanespazioetan, funtzioetan eta kulturan guztiz asimetrikoa den genero eredua da. Eraberean, lana hemeretzigarren mendean bezala ulertzeko moduak ordaindua eta

    DISERTACIN

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    etxetik kanpo egindakoa, kontabilitate ekonomikoetatik kanpo utzi zituen familie-tan egindako ugalketa lanak.

    Understanding the causes of the strong merchandise segregation the labour mar-ket displays these days and trying to find soluions for the unequality situation inwhich women stand forces us to search for the roots of the problem in history. Indus-trialization radically transformed the nature of work, its meaning and the social tiesthat surround it. These bonds affect both women and men but not in the same way.The result is a commodities model which is strongly asymmetrical in spaces, functionsand work culture.

    At the same time the nineteenth-century conception of work being this work paid forand not carried out at home excluded from the economic and occupational accoun-tings the reproductive jobs developped inside the family unity.

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  • Las mujeres, aunque representan el 50% de la poblacin adulta del mundo yun tercio de la fuerza de trabajo oficial, realizan casi las dos terceras partes deltotal de horas de trabajo, reciben solo una dcima parte del ingreso mundial yposeen menos del 1% de la propiedad mundial.1

    Abordar el tema del trabajo de las mujeres supone un reto intelectual para losestudiosos de las ciencias sociales si tenemos en cuenta la multiplicidad de traba-jos que estas realizan y que, adems, el esfuerzo por sistematizar esta complejaexperiencia que desborda el mercado de trabajo como escenario de la actividadrequiere la utilizacin de nuevas categoras analticas. Es decir, cualquier esfuerzopor abarcar y sistematizar el trabajo que realizan las mujeres nos obliga a realizaruna revisin profunda de los paradigmas tradicionales de algunas disciplinas.

    Vamos a empezar a reflexionar sobre estas cuestiones partiendo de algunosdatos sobre el mundo del trabajo en la Comunidad Autnoma del Pas Vasco ela-borados por el EUSTAT 2. En primer lugar, nos encontramos con que la tasa deactividad de las mujeres mayores de 16 aos en 1998 era del 41,2%, y la de loshombres del 65,8%; y que a su vez, esta diferencia vara enormemente segn losgrupos de edad, hacindose ms aguda cuanto mayor es la poblacin. As, entrelos jvenes de 16 a 24 aos las diferencias son de 7 puntos (36,9% las mujeres y44,2% los hombres), mientras que entre el grupo de 25 a 44 aos es de 20 pun-tos (76,7 % y 95,6% respectivamente), y en las de ms de 45 aos hay 39 pun-tos de distancia en la tasa de actividad entre ambos sexos (18% las mujeres y48,3% los hombres).

    Si observamos las tasa de actividad por estado civil las diferencias son de talmagnitud, que podemos afirmar taxativamente que el matrimonio condiciona demanera opuesta las trayectorias laborales de los hombres y las mujeres. Mientrasque entre solteros la diferencia en la tasa de actividad es tan solo de 10 puntos(62,7% las mujeres y 72% los hombres), entre casados y viudos las diferencias seduplican (33% y 62,5% respectivamente).

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    1 Conferencia Mundial del Decenio de la Naciones Unidas para la Mujer. Copenhague,14 a 30 dejulio de 1980. Ministerio de Cultura, Madrid, 1980

    2 Encuesta de la Poblacin en relacin con la Actividad, EUSTAT, 1998

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  • La conclusin que sacamos de la Encuesta de Poblacin en relacin a la Acti-vidad es que la participacin de hombres y de mujeres en el mercado de trabajoes muy diferente a lo largo de los diferentes ciclos vitales, de tal manera que laedad y el estado civil determinan de manera desigual la presencia y la ausencia enel mercado de trabajo. Pero adems, si analizamos donde y como estn presenteslos hombres y las mujeres en el mercado de trabajo nos encontramos, tambin,situaciones muy distintas. Lo primero que tendramos que destacar son las dife-rencias en los niveles de ocupacin, ya que las mujeres son tan solo del 34,2%mientras que en el caso de los varones alcanza el 58,7 %. El resultado es que,aproximadamente, de cada tres personas ocupadas, una es mujer. Y en cuanto alparo, la tasa es del 12 % para los varones y del 26,4% para las mujeres; en estecaso, de cada 5 parados, tres son mujeres.

    Si comparsemos estos datos con del conjunto de Espaa o de otros pases dela UE nos encontraramos con un panorama muy semejante, aunque con dife-rencias en las intensidades del mismo fenmeno.

    Dicho esto, tambin es importante resaltar que en las ultimas dcadas hahabido muchos cambios favorables en la posicin de las mujeres en los mercadosde trabajo, sobre todo en lo que respecta a las generaciones ms jvenes. Porejemplo, en 1985 las mujeres vascas de 25-34 aos tenan una tasa de actividaddel 57%, y diez aos despus, en 1995, esta era del 82%. En el caso de las de 35a 44 aos, el salto ha sido enorme: del 37% al 66 %, y tambin se hace notar conmenos intensidad en los grupos de ms edad, ya que las mujeres comprendidasentre 45-54 aos han pasado en una dcada de 26% de tasa de actividad al 39%.3

    Los cambios se manifiestan todava ms claramente si observamos la tasa deactividad de las mujeres con relacin a su estado civil. En 1985 la tasa de activi-dad de las solteras entre 25 y 44 aos era del 92% frente al 37% en el caso de lasno solteras; diez aos despus las tasas eran del 91% para las solteras y del 66%para las no solteras.

    Hay otros datos del EUSTAT que, tambin, son importantes para situar eltema y tener una fotografa ms clara de la situacin actual. Me refiero a los tiposde trabajo realizados por las mujeres en el mercado laboral: el 84,4% de las muje-res ocupadas trabajan en el sector servicios, frente a un 45,2% de los hombres.Esto significa que las mujeres se encuentran mayoritariamente en profesiones enlas que realizan tareas similares a las del mbito privado o familiar y que tienenrelacin con el cuidado de las dems personas o de las cosas de estas. Y porultimo, recordemos tambin que las trabajadoras estn sobre todo en el sectorpblico ms que en el privado, al contrario de los hombres exactamente es eldoble, que hay una mayor incidencia de los contratos a tiempo parcial y queexiste una manifiesta discriminacin salarial en contra de las mujeres.

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    3 Cifras sobre la situacin de las Mujeres en Euskadi, Emakunde, 1996

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  • En resumen, que aunque ha habido importantes cambios en cuanto a losniveles de participacin de las mujeres en los mercados de trabajo, persiste, sinembargo, una clara segmentacin del mismo por razn de genero.

    A veces, cuando se mira atrs y se comparan las tasas de actividad de las muje-res en la Espaa de los aos 30, que apenas alcanzaban el 9%, con la situacinactual, se sacan conclusiones muy errneas respecto a lo que realmente ocurra enel pasado y lo que es peor, respecto al futuro, dando por hecho que la igualdadde oportunidades para hombres y mujeres en el mercado de trabajo ser el nicoescenario posible.

    Quiero decir con esto que podra deducirse a partir de estos datos que lasmujeres estn recorriendo en este fin de siglo un largo camino que parta de laociosiosidad universal de las mismas en el pasado (o de la estricta dedicacin a laslabores domesticas), hacia el mundo del trabajo y la emancipacin, y que, consi-guientemente, la igualdad entre hombres y mujeres formar parte ineludible,quermosla o no, de un futuro prosimio precisamente lo que pretende esta refle-xin es ayudar a deshacer estos pre-juicios que tantas veces contaminan los an-lisis histricos y distorsionan los debates polticos en nuestros das.

    Pero volvamos a otros datos de inters publicados por el EUSTAT. Segn laEncuesta de Presupuestos de tiempo realizada en 1998, las mujeres trabajaban alda en la CAE una media de 16 horas y 39 minutos y los hombres de 15 horas y28 minutos. Para un observador sin pre-juicios sobre la categora trabajo, aquhay algo que no encaja con los datos anteriores sobre actividad y ocupacin, y lapregunta que debemos hacernos, aunque todava son numerosos los expertos entrabajo y mercado de trabajo que la consideren poco pertinente, es: de que esta-mos hablando cuando hablamos de actividad y de trabajo?

    Si abundamos ms en la encuesta sobre el uso del tiempo podemos compro-bar que las mujeres emplean 6 horas y 28minutos en lo que se define como tra-bajo reproductivo y 10 horas y 11 minutos en trabajo productivo. Por elcontrario, los hombres emplearan 3 horas y 47 minutos en el primero y 11 horas41 minutos en la otra modalidad de trabajo.4 Lo que ocurre es que el EUSTAT,siguiendo las pautas de Naciones Unidas y de otros organismos internacionales, yen cumplimiento de los Planes de Accin Positiva para las Mujeres ha evaluado eltrabajo realmente realizado en la comunidad autnoma, independientemente deque una parte del mismo pase por el mercado regulado o sumergido y otra no.

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    4 El trabajo reproductivo es medido a travs de tres indicadores: tiempo dedicado a trabajosdomsticos, cuidados a otras personas del hogar y transporte de estas. Las cifras se expresan en horas yminutos y hacen referencia al tiempo medio por participante durante un da. El trabajo productivo seconsidera al trabajo remunerado, principal o secundario y los trayectos relacionados con el trabajo.

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  • El termino trabajo reproductivo se refiere al trabajo domstico, al de cuidadosy de transporte realizado en o para los hogares que genera bienes y servicios parael consumo de sus miembros. Es un trabajo necesario pero no valorado social yeconmicamente, que no es fuente de estatus ni de ingresos y que no resulta fcilde ponderar por la simultaneidad de tareas que conlleva 5. Es un trabajo realizadofuera del mercado y a quien lo realiza no se le considera persona activa.

    Cuando nos referimos al trabajo productivo, nos estamos refiriendo al tra-bajo remunerado, es decir al mercado laboral, y en este caso la medicin de lostiempos se ha hecho teniendo en cuenta la dedicacin a esta modalidad de tra-bajo y el tiempo medio empleado en el transporte para acceder a el.

    Pero lo cierto es que si miramos a nuestro alrededor, podemos observar conclaridad como una misma actividad circula de una modalidad a otra de trabajo,de la esfera econmica a la no econmica, es decir del mercado al no-mer-cado, o tambin de un mercado regulado a la ilegalidad y viceversa, dependiendode circunstancias y sujetos. Los trabajos estn ah y su naturaleza y su valor realno cambia aunque lo haga el precio y el significado del mismo en funcin de lasrelaciones sociales en las que se inscriba.6

    Los datos sobre la media de horas trabajadas diariamente por hombres ymujeres en la CAPV no hacan referencia al estatus profesional de las personasencuestadas y esta es una cuestin relevante. Pero si tomamos el estudio realizadopor Emakunde sobre Familia y espacio domestico7 podemos abundar ms en comoes el reparto de los trabajos productivos y reproductivos entre hombres y muje-res en funcin de su relacin con el mercado de trabajo En l podemos compro-bar que el 43,3% de las ocupadas declaran que las tareas del hogar las hacen ellassolas, es decir, son mujeres sometidas a doble jornada de trabajo; el 30,1% res-pondan que realizan la mayor parte del trabajo domstico trabajando cuandomenos jornada y media y solo el 26 % que lo comparten con sus compaeros.Esta informacin nos sita ante un panorama no tan alentador para las mujeres

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    5 Goldchmidt realiz para Naciones Unidas una exhaustiva recopilacin de mtodos de estima-cin de valor de la produccin domstica y del trabajo domstico. L. GOLDSCHMIDT-CLERMONT,Economic evaluations of unpaid household work: Africa,Asia,Latin America and Oceania, Geneva,1987;Unpaid work in the households. A review of economic evaluation methods, Geneva, 1983; Ver tambin M.A.DURAN.: De puertas adentro. Ministerio de Cultura, Madrid, 1987; Para una nueva reconceptualiza-cin del trabajo, Sociologa y Economa el Trabajo, n 14,1991; La produccin domstica. De la oikono-mia a las cuentas satlites, DEL CAMPO, La convergencia de las estructuras sociales de los pasesavanzados, Fundacin BBV, Madrid 1993; C. CARRASCO, El trabajo domstico. Un anlisis econmico.Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid,1991

    6 Un ejemplo podra ser el diferente valor que tiene el trabajo empleado para preparar una comidadestinada a los miembros de la propia familia, o en el mismo hogar en calidad de servicio domstico ocomo cocinero/a de un restaurante.

    7 Familia y Espacio Domstico en la Comunidad Autnoma de Euskadi, Emakunde, 1994

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    como nos quieren hacer creer los ms optimistas, porque esto quiere decir quehay una segmentacin y jerarquizacin de los trabajos de races muy profundas ydifciles de remover pese al aumento del empleo femenino. En este caso, comoen muchos otros, la historia es una herramienta de gran utilidad si queremosconocer y desentraar las bases ideolgicas y funcionales sobre las que descansala organizacin y la cultura del trabajo en la sociedad en la que vivimos.

    Por eso es importante que en un medio como este, de personas interesadasen el mundo del trabajo y de futuros profesionales de las relaciones laborales, nospreguntemos por la genealoga de unas categoras analticas y de una experienciasocial del trabajo que acta como mecanismo de exclusin y de jerarquizacincontra las mujeres. No deja de sorprender como las ciencias sociales pueden seropacas conceptualmente a una parte importante de la realidad del mundo del tra-bajo; tal vez deberamos de recordar ms a menudo, sin caer por ello en una obse-siva cultura de la sospecha, la profunda conexin que existe entre poder, ideologay desarrollo cientfico. No son errores ni olvidos casuales porque nada de lo lla-mado o silenciado es casual y ninguna de las categoras o ideas que usamos en laacademia es irrelevante.

    Actualmente disponemos de una abundante literatura sobre las teoras delgnero que nos brinda slidos instrumentos para desvelar y sistematizar los pro-cesos sociales y culturales por los que el poder de los hombres y la ideologa de lasuperioridad de las actividades masculinas sobre las femeninas estn detrs delpensamiento cientfico que avala la pertinencia o no de los objetivos de las disci-plinas y de los discursos interpretativos de las realidades sociales; y lgicamente, eltema del trabajo, de los diferentes trabajos realizados por hombres y mujeres y elvalor de los mismos ocupa un lugar central en la construccin de los paradigmascientficos. Y pese al esfuerzo de muchas investigadoras, esta visin androcntricadel mundo se manifiesta en muchas ocasiones con total impunidad tanto en losmanuales al uso como en los materiales que circulan por las aulas.

    Reivindicar una revisin de los paradigmas tradicionales de la economa, lahistoria, la poltica o la sociologa no es una cuestin de ideologa feminista o demayor o menor sentido de la justicia ante la invisibilidad del trabajo de las muje-res, es una cuestin de rigor cientfico y de responsabilidad intelectual de losinvestigadores sociales. Y ms an, en un contexto de profundos y aceleradoscambios en las formas de vida y en las modalidades de trabajo que nos est obli-gando reflexionar acerca de las bases sobre las que nuestra sociedad industrial, lallamada Modernidad, se construy y se pens as misma.

    Somos conscientes de que vivimos tiempos de grandes mudanzas hasta talpunto que no sera exagerado decir que estamos inmersos en una crisis de civili-zacin. Y al utilizar este trmino no pretendo darle ningn tinte catastrofista omilenarista, sino resaltar la profundidad y la extensin de las fisuras del edificioconstruido siglos atrs. Los cambios tecnolgicos, la internacionalizacin de los

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  • mercados, la revolucin silenciosa de las mujeres los nuevos patrones demogrfi-cos, los nuevos modelos de familia, el cambio en los cdigos de valoressonmuchas las cuestiones que nos obligan, queramos o no, a replantearnos, entreotras cosas, la naturaleza y la organizacin del trabajo en su totalidad. Y cuandonos sumergimos en estas reflexiones necesitamos de la Historia como disciplinaque nos da una visin de largo tiempo, mas all de los cambios coyunturales o delas simples modas en ocasiones, para entender como se form el mundo con-temporneo, cuales son sus pilares bsicos y por consiguiente, la importancia delos cambios que vivimos y sus posibles consecuencias. La historia es una herra-mienta necesaria si queremos comprender realmente de que materia est hechanuestra sociedad y de qu materia est hechos cada una y cada uno de nosotroscomo mujeres y hombres que pertenecen a determinadas generaciones histricas.Necesitamos entender en clave de ingeniera social cmo funciona realmente elmundo construido por nuestros antepasados para entender cmo pueden afec-tarnos los cambios a los que nos enfrentamos.

    MODERNIDAD, TRABAJO Y RELACIONES DE GENERO

    Por eso es pertinente que nos hagamos la pregunta: cundo y cmo se gestaesta cultura y esta experiencia laboral tan diferente para los hombres y para lasmujeres? Y cmo se ha ido reproduciendo? Y para ello volvamos a retomar algu-nas de las reflexiones anteriores. Cuando decamos que las mujeres se estabanincorporando al trabajo en este ltimo tercio del siglo XX a tenor de lo que nosdicen los censos de poblacin, estbamos partiendo de la afirmacin de la ocio-sidad generalizada o de una exclusiva dedicacin al trabajo reproductivo de nues-tras antepasadas. Pero basta con que nos acerquemos a las vidas de muchas denuestras madres, abuelas o bisabuelas para intuir que las cosas no ocurrieron aspara la mayora de la poblacin. Y contamos con una importante produccininvestigadora referida a los siglos XVIII-XX a travs de la cual se nos ha mostradohasta qu punto el trabajo realizado por las mujeres, tanto el productivo y comoel reproductivo, siempre fue determinante para las economas familiares ya se tra-tase de hogares dedicados a la agricultura, a las artesanas, al comercio o de hoga-res de poblacin asalariada8. La cuestin es cuando y cmo puede haberocurrido una tamaa tergiversacin de la realidad?

    Para deshacer este camino y mostrar la genealoga de la exclusin de deter-minados tipos de trabajo de las contabilidades oficiales y su consiguiente desva-lorizacin, sera necesario que repasaremos algunos de los importantes cambiosque se iniciaron en las sociedades occidentales a finales del siglo XVIII y a lo

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    8 E.CAMPS y P.PEREZ-FUENTES (Eds),Economas y Estrategias familiares. Boletn de la Asocia-cin de Demografa Histrica, XII-2/3

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  • largo del XIX. Tiempos, ritmos y formas diferentes para un proceso comn quese define como Modernizacin y sobre el que descans el orden social y mentaldel mundo occidental.

    A lo largo de estos siglos se produjeron, como ya sabris, transformacionesradicales en la naturaleza del trabajo, en el significado del mismo y en las rela-ciones sociales que lo enmarcan estos cambios que caracterizaron los procesos deindustrializacin trastocaron las formas de vida, la experiencia del tiempo, losvalores y la cultura del trabajo. Y lo hicieron de distinta manera para los hombresy para las mujeres. Sobre todo porque uno de los rasgos ms importantes de laorganizacin del trabajo en la sociedad industrial fue precisamente la separacindel lugar donde se realizaba la produccin mercantil del hogar familiar. Este esuno de los ejes fundamentales sobre el que se fueron diferenciando y jerarqui-zando las oportunidades de trabajo para hombres y mujeres.

    La legislacin laboral decimonnica descansaba sobre una nueva definicindel trabajo que solo comprenda el realizado habitualmente, fuera del domicilio ypor cuenta ajena. De hecho, se haca ms hincapi en que el trabajo estuviese rea-lizado fuera del domicilio y por cuenta ajena, que en su calidad de remunerado.Las primeras leyes de 1900 sobre accidentes de trabajo y sobre el trabajo de muje-res y nios en Espaa son un buen ejemplo9.

    Estas leyes que tuvieron un carcter fundacional destacaban el carcter domi-ciliario o extradomiciliario de las actividades como un elemento central en ladefinicin de lo que era un trabajador. Y en ellas se asentaron las bases para la ins-titucionalizacin de determinada modalidad de trabajo como la nica digna deser reconocida como tal categora. Lo cierto es que, dado el peso de las pequeasexplotaciones agrcolas y artesanales de la Espaa del XIX y el retraso de su indus-trializacin, con esta definicin, fueron ms numerosas las personas que queda-ban excluidas que las incluidas en la categora de trabajadores en la nuevalegislacin laboral. El carcter excluyente de las primeras leyes fue enorme y nosolo referido a las mujeres, pero lo relevante es que a partir de esta legislacin sedibujaron los perfiles de los llamados a ser considerados trabajadores y sujetos dederechos sociales con marcados perfiles de gnero.

    Estas leyes conllevaban una concepcin del trabajo y una estructura ocupa-cional ms segregada por sexos que antao y adems, fuertemente jerarquizada.En realidad, lo que hicieron fue redisear, en claves de modernidad, la ya exis-tente divisin y jerarquizacin del trabajo entre hombres y mujeres, reafirmandolas estructuras patriarcales en los mercados de trabajo emergentes y en todos losnuevos espacios pblicos.

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    9 MARTINEZ VEIGA, U., Mujer, trabajo, domicilio. Los orgenes de la discriminacin. Barcelona,1995.

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  • La realidad era que la separacin del hogar de los espacios destinados a la pro-duccin mercantil fbricas y talleres constituy un grave conflicto para lasmujeres, puesto que haca difcilmente compatible el trabajo domstico y el tra-bajo productivo10, tal y como venan realizndolo tiempos atrs y muy especial-mente en el caso de las economas protoindustriales. Y adems, si tenemos encuenta que los procesos de esta primera industrializacin se realizaron en con-textos de alta fecundidad y de bajo consumo que requera mucho trabajo de cui-dados y de produccin domstica para la subsistencia del grupo familiar,entenderemos la enorme dificultad que tenan las esposas y madres para compa-tibilizar estas dos modalidades de trabajo.

    Esta dificultad para armonizar las diferentes funciones y trabajos que hasta elmomento venan simultaneando fue condicionando las opciones reales de lasmujeres y haciendo, a su vez, que estas desarrollasen pautas laborales peculiar-mente femeninas.

    Otro aspecto que debemos recordar es que las nuevas modalidades de trabajoen la sociedad industrial suponan la asalarizacin de los trabajadores y la indivi-dualizacin de las relaciones laborales. Estos factores trastocaron enormemente laexperiencia del trabajo y las relaciones sociales en las que s venia desarrollando.En la sociedad preindustrial los hogares familiares eran unidades econmicas y,por eso, la experiencia de trabajo era para la mayora de la poblacin inseparablede las relaciones de parentesco. Con la sociedad moderna, el estatus social y laindependencia econmica cada vez tendrn menos que ver con la parentela, aexcepcin de las lites. Es el trabajo-empleo, individualmente considerado, el quepermite la independencia y el estatus a las personas. Consiguientemente, loshombres y las mujeres se encontraran en desigualdad de condiciones ante un fac-tor clave para la estructuracin del nuevo orden social.

    Pero adems, hay otro factor que actu en la jerarquizacin de las activida-des humanas. Me refiero a la creciente monetarizacin de la economa que acabpor limitar la propia definicin de la actividad de tal manera que tan slo el tra-bajo desarrollado en o para el mercado se reconociese como tal y se contabilizaseen los registros oficiales (censos, padrones de poblacin, o en las fuentes econ-micas y fiscales).

    As que en este largo y complejo proceso de transicin hacia la modernasociedad industrial una parte importante de la produccin de bienes y serviciosquedaron fuera de las categoras relevantes para los recuentos y estadsticas.Buena parte del trabajo, y no solo el realizado por las mujeres, al quedar fuera delos circuitos mercantiles se vio privado de valor econmico.

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    10 La frontera entre lo productivo y reproductivo tena unos lmites muy difusos en los primerosestadios de la sociedad industrial y de consumo, dada la elevada produccin de bienes y servicios en loshogares destinada al consumo familiar.

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  • De esta manera, la extensin del nuevo concepto de trabajo como mercancay como institucin social se constituy en un elemento estructurador de primeramagnitud en las sociedades industriales. La Modernidad descansa en un modelode gnero y de relaciones gnero fuertemente asimtrico, jerarquizado y rgida-mente separado en lo que se refiere la trabajo de mujeres y hombres. El hogar ylos trabajos de reproduccin que en el se realizan constituyeron el espacio propiode las mujeres, mientras que el mercado de trabajo era patrimonio y responsabi-lidad de los hombres. De esta manera, el ama de casa versus el trabajador o gana-dor de pan sern el paradigma de lo masculino y de lo femenino, referentesimblico e identitario a lo largo de los siglos XIX y XX.

    Actividades productivas y reproductivas, tan estrechamente entremezcladasen el pasado, sufrirn enormes transformaciones y sobre todo, sern drstica-mente separados y jerarquizados los espacios que les son propios. Pero esta sepa-racin del mundo publico y del privado no es solo de orden espacial y funcionalsino que conlleva un fuerte carga conductal y simblica sobre la que se constru-yen las identidades masculinas y femeninas.

    Nos cuesta imaginar qu grandes cambios tuvieron que producirse en pocasgeneraciones para adaptarse a la vida urbana e industrial. No solo porque los hom-bres salan a trabajar a fabricas y talleres enfrentndose a las nuevas maquinas y ala tirana de la productividad, sino tambin porque la vida moderna exigi cam-bios en el trabajo domstico y reproductivo. Fue necesaria una mayor profesiona-lizacin en estas tareas y una mayor dedicacin de tiempo si se quera ganar elcombate contra las altas tasas de mortalidad que asolaban las ciudades, sobre todode mortalidad infantil, y adiestrar a los sectores populares en las formas de vidapropias de la sociedad urbana segn el modelo de la burguesa. De esta manera,las exigencias de calidad de vida en los hogares fueron aumentando. Ahorro,orden, y limpieza eran las palabras de moda en los manuales y en las cartillas dehigienes y de economa domstica que se repartan en las escuelas de nias de prin-cipios de siglo11. En realidad una casa debera funcionar como una fbrica, aun-que esta aspiracin complicase mucho las tareas y las responsabilidadesdomsticas. Los principios del aseo, de la correcta alimentacin, de la optimiza-cin de los escasos recursos de que disponan la mayora de las familias, de la lac-tancia materna, fueron instrumentos esenciales no solo para rebajar las altas tasasde mortalidad y de fecundidad de los ncleos industriales, sino tambin para dis-ciplinar a los nuevos sectores populares urbanos y adecuar el uso del tiempo a lasnuevas necesidades productivas. Estos costos sociales solo pudieron satisfacersecon abundante trabajo gratuito y mayor especializacin de las mujeres.

    Consecuentemente se exaltaba el hogar y la intimidad familiar, frente a ladureza de la vida laboral y poltica, como el lugar de las mujeres y esto fue una

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    11 P. PREZ-FUENTES, El discurso higienista y la moralizacin de la clase obrera en la primeraindustrializacin vasca, Historia Contempornea, 1991, 5.

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  • constante en la literatura y en la prensa de los siglos XIX y XX. La defensa delmundo privado se presentaba con una fuerte carga afectiva capaz de compensartodas las tensiones sociales derivadas de las duras relaciones capital trabajo. Poreso, la figura del ama de casa, reducida en pocas pasadas a una escassima bur-guesa que vean en la ociosidad de las esposas y en la presencia de criadas unsigno de estatus social, se fue convirtiendo en el paradigma de la feminidad y enla garanta de calidad de vida en la sociedad industrial.

    Tambin ayudaron en esta direccin las polticas y las legislaciones laborales alas que nos referamos anteriormente, e incluso los sindicatos tuvieron un papelmuy importante en la construccin de esta nueva identidad masculina vinculadaal monopolio del empleo. La defensa del salario familiar como reivindicacin delmovimiento obrero ejemplifica bien el modelo de divisin del trabajo y de fami-lia defendido por los trabajadores y por los reformadores sociales. En este sentidoes interesante comprobar cmo la configuracin de una conciencia de clase y elfortalecimiento asociativo de los obreros, estuvo acompaado de una tica de res-petabilidad que se corresponda con este modelo de genero en el que los varonesestaban destinados a ser los ganadores de pan y las mujeres las guardianas y ges-toras del hogar. Entre los obreros exista la conviccin y as lo reflejan fuentes dela poca, como la informacin oral y escrita recogida por la Comisin de Refor-mas Sociales y publicada entre 1889 a 189312, de que un buen marido era pordefinicin aquel que era capaz de ingresar un salario suficiente para que la esposano tuviese que salir fuera del hogar. El hecho de que sta no tuviese necesidad detrabajar era prueba de prosperidad. El trabajo fabril de las mujeres era visto porlos trabajadores varones como competencia salarial, como desatencin a la fami-lia y como situacin potencialmente peligrosa desde el punto de vista de la mora-lidad y de la respetabilidad femenina. Vase como muestra la opinin de unconocido peridico obrero vasco respecto al trabajo fabril de las mujeres:

    Obreros: solo en caso de absoluta necesidad, mandareis vuestra mujer a la fbrica.Si no tenis hijos, haris lo posible para que vuestro sueldo le permita quedarse en sucasa; su salud ser ms robusta, an la vuestra, pues las comidas preparadas conesmero, ms apetitosas, os incitarn a mayor alimentacin. No pensaris en ir a lataberna, teniendo la doble satisfaccin de un estmago satisfecho y la vida agradadapor la vivienda y el aseo13.

    Ms an, en muchos lugares de la Europa industrializada los trabajadoresreaccionaron activamente en apoyo de legislaciones proteccionistas que fueronpaulatinamente restringiendo los tipos de trabajo a los que podan acceder lasmujeres y regulando las condiciones y horarios de trabajo de stas. Veamos unejemplo recogido de la prensa obrera alemana:

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    12 REFORMAS SOCIALES, Informacin oral y escrita publicada 1889-1893,5vols,Ministerio deTrabajo, Madrid, 1985

    13 La Lucha de Clases 3-XII-1904

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  • El inters superior del movimiento socialista es aspirar a que la mujercasada no ponga los pies en la fbrica con el fin de que pueda seguir siendodigna compaera del hombre, la gua materna que puede cuidar de los hijos;en una palabra, la razn misma del bienestar proletario. Aquellos a quienesfalta el amor fraternal y despus la paz tranquila del hogar conyugal se amar-gan y arrastran su incurable descontento a travs de la existencia Los valo-res econmicos, sociales, morales e intelectuales que la proletaria casada puedecrear en el seno de la familia y en el hogar son infinitamente superiores al sala-rio, an siendo ste elevado que percibe en la fbrica.14

    Lo cierto es que a travs de un complejo proceso, el conjunto de la poblacinir interiorizando, en buena parte, por mimetismo con las clases medias, la ocio-sidad de las mujeres como signo de respetabilidad para los varones y de mayorcalidad de vida para los grupos familiares. En todo caso, solo si las economasfamiliares as lo requiriesen, las mujeres, al igual que los nios, participaran enla actividad econmica en calidad de medias fuerzas de trabajo sometidas a unalegislacin que se deca proteccionista pero que en realidad actuaba como meca-nismo de exclusin.

    La consecuencia de esta exclusin de las mujeres de buena parte del mercadode trabajo, o al menos de los trabajos mejor remunerados, en un contexto en elque a su vez los hogares iban teniendo una funcin ms orientada al consumoque a la produccin de bienes, hizo imposible que stas pudiesen sobrevivir sinun ganador de pan a su lado. Esa mayor dependencia convirti al matrimonioen la estrategia econmica ms adecuada para muchas mujeres. En efecto, paraellas la mejor oportunidad de conseguir mejores ingresos radicaba en vincularsea un hombre que fuera capaz de conseguirlos, dado que sus posibilidades de obte-nerlos eran mnimas. Este fenmeno se confirma a travs de la evolucin de laedad media al matrimonio en las regiones industrializadas, en las que la nupcia-lidad femenina se fue haciendo cada vez ms precoz y los viejos modelos dematrimonio donde ambos cnyuges eran responsables econmicamente de la via-bilidad del nuevo hogar, fueron arrinconados. Comparar evolucin que tuvieronla nupcialidad y la estructura ocupacional en una ciudad como Bilbao entre 1825y 1935 es un ejemplo magnfico para comprender la estrecha relacin entre laestructura del mercado de mercados de trabajo y los modelos de nupcialidad15.

    Ahora bien, esta estricta divisin sexual del trabajo y estos modelos de mas-culinidad y de feminidad tan asimtricos se haran realidad o no en la medida enque las economas familiares lo permitiesen. O lo que es lo mismo, en la medidaen que los salarios de los varones pudiesen sostener a todos los miembros delhogar como dependientes econmicos. Esto quiere decir que nos encontramos

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    14 Texto tomado de Euzko Langillia-El Obrero Vasco,1-IX-1930 que reproduce una traduccin deun artculo publicado en el peridico alemn El Obrero Metalrgico (sic) y sin fecha.

    15 M.ARBAIZA y P.PEREZ-FUENTES, Familia, matrimonio y reproduccin social, M GON-ZALEZ PORTILLA,.(coord.) Bilbao en la Formacin del Pas Vasco Contemporneo, Bilbao 1995

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  • ante un modelo al que difcilmente podra acceder la mayor parte de la poblacinsobre todo en las primeras fases de la industrializacin y en cualquier coyunturade bajos salarios reales. Sin embargo el modelo qued tan fuertemente interiori-zado, como se ve en el texto extrado de La Lucha de Clases, que el trabajo remu-nerado de las mujeres se perciba, incluso por ellas mismas, como una anomalaque pona en peligro el deber ser del hombres y de la mujer. La transgresin delos roles cobra mayor gravedad y vergenza para las clases medias cuyo estatuseconmico era en ocasiones difcil de mantener.

    Pero este modelo de gnero no solo se impone sobre las conductas y lasexpectativas sociales de hombres y de mujeres sino tambin se convirti en elpatrn con el que clasificar la ocupacin u oficio de la poblacin y de esta manerael deber ser de los roles adjudicados a los gneros se incorpor a las estadsticas,dificultando la visibilidad de lo que realmente aconteca.

    Por eso, uno de los ejercicios ms interesantes y sencillos para comprobarcmo la moderna y excluyente definicin de trabajo se fue abriendo camino enlas mentes es analizar la evolucin de los censos de poblacin a lo largo del sigloXIX y XX16. Esta suele ser una fuente que a menudo es usada de manera muypoco crtica, confiando en que estamos ante una fotografa lo ms ajustada posi-ble de cmo eran las sociedades del pasado reciente; y sin embargo estamos anteuna fuente que en la clasificacin de la poblacin segn la actividad es enorme-mente artificiosa y refleja ms un modelo que la realidad de los trabajos y ocu-paciones de nuestros antepasados.

    Este problema se repite de manera generalizado en el conjunto de los pasesde la Europa occidental an con caractersticas y ritmos diferentes. Para el casode Espaa, la clasificacin de las ocupaciones, y especialmente de aquellas queafectaban a las mujeres, tuvieron importantes y significativas variaciones entre1877 y 1930. Pero ya sabemos que los cambios a los que nos referiremos no obe-decieron tanto a transformaciones reales, como a la evolucin de las mentalida-des reflejada en los conceptos y en las categoras que fueron utilizadas por losmiembros del Instituto Geogrfico y Estadstico.

    A partir de 1877 qued patente el criterio de individualidad con el que debe-ra recogerse la actividad de cada uno de los miembros que componen la unidadfamiliar; adems, las instrucciones remarcaban la necesidad de emplear trminospropios y precisos para designar cada oficio y profesin, incluso si se trataba denios aprendices. Se indicaba que sin profesin slo podan figurar aquellas per-sonas que viven de los recursos del jefe de la casa (mujeres, nios e impedidos). Apa-reci, por tanto, el principio de la dependencia econmica de las mujeres aunqueesta situacin no se ajustase a lo que otras fuentes de la poca nos describen.

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    16 P. PEREZ FUENTES, El trabajo de las mujeres en la Espaa de los siglos XIX y XX. Consi-deraciones metodologas, Arenal, vol 2,n0 2, 1995.

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    A partir de esta directriz se clasific a las mujeres como sin profesin ni ofi-cio, cosa harto dudosa por aquel entonces desde el punto de vista de las econo-mas familiares. Existe una abundante literatura que nos explica cmo en el casode una sociedad bsicamente agraria como la espaola tanto si nos referimos aestructuras de pequea propiedad, como de latifundio y jornalerismo, o inclusoen los ncleos urbanos la participacin de las mujeres en la actividad econmicafamiliar era fundamental. Un buen ejemplo de la importancia que tena la activi-dad econmica de las mujeres en las unidades familiares son los casos de las comu-nidades agrcolas y pesqueras del norte de la Pennsula descritas por Le Play17.

    Pero lo cierto es que a partir de estas fechas entramos en una primera fase deinvisibilidad y de descualificacin de las mujeres ya que la mayor parte de ellasquedaron censadas en un apartado de poblacin sin clasificar y sin profesin .Ms concretamente, en 1877 el 73% de la poblacin sin clasificar eran mujeresy stas representaban, a su vez, el 83% del total de la poblacin femenina, esdecir, la prctica totalidad de las adultas. En 1887 el resultado es muy semejante,ya que el 77,5% de los individuos sin profesin eran mujeres y stas constituanel 75,5% del total de los efectivos femeninos. Naturalmente esta adscripcin delas mujeres al apartado de los sin clasificar o sin profesin guardaba una estre-cha relacin con el estado civil de las mismas, como se puede comprobar en elcenso de 1887. Una vez casadas, las mujeres ingresaban casi por decreto en esteapartado. En el Pas Vasco, como ejemplo, el 95% de las alavesas casadas, el 74%de las guipuzcoanas, 96% de las navarras y 61,5% de las vizcanas, estaban sinprofesin. Estos datos estn en relacin inversa al peso de la agricultura en estosterritorios; es decir, que era en este sector en el que se produca mayor ocultacinde trabajo de mujeres, precisamente porque la estructura de pequea propiedaddificultaba la separacin de las actividades productivas y de las reproductivas rea-lizadas en las unidades familiares. El hecho de que las mujeres se encontrasen sinclasificar y sin profesin tambin es un reflejo de lo complejo que era clasificar eltrabajo que stas realizaban en los hogares y separar las distintas modalidades quecomprenda produccin de bienes destinada al mercado local y al consumofamiliar, trabajo de cuidados de los miembros de la familia etc y que se realiza-ban a menudo de manera simultnea. Y es importante resaltar la idea de que deestos datos no debe deducirse que las mujeres hubiesen abandonado masiva-mente las actividades productivas en favor de las exclusivamente reproductivas.

    Pocas dcadas ms tarde, en el censo de 1900, a diferencia de los anteriores,y siguiendo la Nomenclatura de Profesiones adoptada por el Instituto Interna-cional de Estadstica en la sesin de Chicago de 1893, hay, por primera vez, unapartado para el Trabajo Domstico. En l se encontraban tanto las personasdedicadas a las tareas domsticas realizadas gratuitamente en sus hogares, las amas

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    17 LE PLAY,F Campesinos y pescadores del norte de Espaa, Madrid, 1990

  • de casa, como el servicio domstico propiamente dicho que reciba una remune-racin monetaria o en especies por su trabajo. Es decir, era una categora queen principio haca referencia a la naturaleza de un trabajo, el domstico, aunquelas personas dedicadas a estos trabajos apareciesen, a su vez, divididas en funcinde las relaciones sociales en las que se desarrollan estas actividades. Los serviciospersonales y domsticos realizados independientemente del parentesco y remu-nerados, es decir los sirvientes, aparecen como un subgrupo de este apartado,separado de los miembros de la familia dedicados a trabajo domstico, donde elcien por cien de la poblacin recogida es femenina y representa, a su vez al 88%de las mujeres casadas.

    De esta manera, en este primer censo del siglo XX las mujeres en su inmensamayora dejaron de engrosar las filas de los sin profesin y sin clasificar para agru-parse como trabajadoras domsticas. Por el contrario, los individuos sin clasificaro de profesin desconocida pasaron a ser varones en un 87%. El hecho de que lasmujeres nos apareciesen de manera generalizada como personas dedicadas al tra-bajo domstico nos invita a preguntarnos de nuevo si este dato reflejara la totali-dad de los trabajo que estas realizaban o mas bien el lugar en el que deberan estarpor razn de su sexo. Porque a travs de otras fuentes documentales de la pocaseguimos teniendo noticias de la importancia del trabajo remunerado de las muje-res para las economas familiares, tanto en contextos urbanos como rurales.18

    Si nos aproximamos a una informacin ms detallada y nominativa como laque nos brindan los padrones municipales de poblacin que nos permiten ubicara los individuos censados en el contexto de sus propios hogares, podramos obte-ner una visin ms clara de cmo sucedi este proceso de ocultacin y de tergi-versacin de la actividad femenina y en algunas ocasiones, incluso, reconstruir elmundo del trabajo en las unidades familiares con mayor verosimilitud. Tomemoscomo ejemplo algunos municipios vascos cuyo perfil econmico y social era muysemejantes en el siglo XIX19. Si comparamos los datos sobre la ocupacin de lasmujeres tal y como constan que nos dan los padrones de poblacin de Morga(1889), Mendata (1877), Arteaga (1897) y Yurre (1887) entenderemos mejorcmo se gener la inactividad universal de las mujeres y la falsedad de los datos.En los dos primeros municipios las tasas de actividad de las comprendidas entrelos 15-59 aos no alcanzaban el 5%, mientras que en los segundos era del 60%y 89% respectivamente, es decir la mayora constaba como sus labores o su sexo.Como interpretar tan enormes diferencias respecto a las ocupaciones de las muje-res en poblaciones tan parecidas? Lo que ocurra era que el resultado del recuento

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    18 Ejemplos ampliamente conocidos adems de los citados en notas anteriores son las obras de J.SALLARES Y PLA, El trabajo de las mujeres y los nios. Estudio sobre sus condiciones actuales, Sabadell,1892; P. ZANCADA, El trabajo de la mujer y el menor, Madrid,1904.

    19 PREZ-FUENTES, El trabajo de las mujeres Op. cit.

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  • de mujeres activas, con ocupacin reconocida, dependa de que las esposas de loslabradores estuviesen consideradas o no como labradoras, reconociendo elimportante trabajo que realizaban en el casero, o, por el contrario, clasificadascomo amas de casa que es lo que por razn de sexo, deberan ser. Pero si consi-dersemos a las esposas e hijas de los labradores, propietarios o arrendatarios,como trabajadoras en el sector agrcola, que lo eran necesariamente, las tasas deactividad de las mujeres seran muy semejantes en los cuatro municipios.

    La pregunta siguiente que nos hacemos los historiadores es: Que pudo haberinfluido en la diferente percepcin que exista acerca del mismo trabajo de estasbaserritarras? Muy posiblemente la mayor o menor asuncin del modernomodelo del gnero, la mayor o menor permeabilidad de estas pequeas pobla-ciones a los nuevos valores y conductas de gnero provenientes de la sociedadurbana industrial; su mayor o menor proximidad y conexin con Bilbao, tal vez.Es tipo de situaciones y de preguntas nos sita, una vez ms, ante la complejaarticulacin de los cambios socioeconmicos y de los cambios en las mentalida-des colectivas que tuvieron lugar en el siglo XIX

    La investigacin histrica nos exige realizar una lectura crtica de las fuentesque manejamos, pero en el caso de utilizar censos y padrones de poblacin comofuente para el estudio de la estructura econmica y ocupacional en el pasado, msan, si cabe. Porque no nos olvidemos que toda clasificacin de la poblacin enestas cuestiones, tambin en el presente, tiene una componente subjetiva impor-tante. Es decir, la categora de persona activa depende de cmo nos vemos ycmo nos ven, cmo nos definimos y nos definen. El trmino de activo en laactualidad significa no solo que se tiene un trabajo remunerado, sino tambinque se est en condiciones de trabajar o en situacin de bsqueda del mismo ypor lo tanto se trata de una categora que tiene una enorme carga subjetiva eidentitaria. El caso de millones de amas de casa que se auto clasifican como inac-tivas y no como activas-paradas es el mejor ejemplo. No se trata de una exclusinvoluntaria sino de una actitud escptica y resignada pero llena de significados :(escasez de empleo y prioridad de los varones en el mercado de trabajo, las res-ponsabilidades domsticas a sus espaldas etc.). En 1984 se pregunt a las muje-res que no tenan empleo ni lo buscaban: Si Ud. de verdad tuviera la posibilidadde tener empleo, usted se cambiara y dejara de ser lo que es?. Un 55% de esasamas de casa contestaron que s, que se cambiaran. Cuando esa misma preguntase hizo a mujeres menores de 45 aos, el porcentaje subi al 75%.20

    Pero volvamos a al pasado. A partir de 1930 se dio un paso ms y las mujeresaparecieron mayoritariamente clasificadas como Miembros de la familia,catego-ra que ya no hace referencia a ningn tipo de trabajo, y en el que se encuentran

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    20 M.A. DURAN, El trabajo invisible, Empleo y tiempo de trabajo: el reto de fin de siglo, Depar-tamento de Justicia, Economa Trabajo y Seguridad Social, Vitoria/Gasteiz,1977,

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  • tambin los nios sin profesin por razn de su edad. En este caso, ni siquiera lanaturaleza del trabajo apareca como criterio de clasificacin, sino su pertenenciaa las unidades familiares, expresando con ello que el trabajo de las mujeres quedafuera de cualquier referente ocupacional y la familia como un espacio natural yajeno a la actividad y al mercado.

    Y nos vemos obligados a hacer la misma reflexin que en dcadas pasadas:segua siendo imposible que en 1930, con el peso que todava tena el sector pri-mario en la economa espaola y habida cuenta del lento y desigual crecimientode los salarios reales y de las rentas familiares, que las mujeres no participasen, enmayor medida que la recogida en los censos, en actividades remuneradas. El pro-blema en cuestin era, una vez ms, que cualquier otra actividad realizada por lasmujeres se sobreentenda que era secundaria respecto a la que debera de ser laprofesin por antonomasia de todas ellas, las tareas del hogar, al menos, en lo quese refiere a las casadas.

    Hay quien podra objetar que detrs de la cada de las tasas de actividadfemenina a lo largo de la segunda mitad del XIX y de la primera mitad del XXparten en 1877 de niveles inverosmilmente bajos 17,1% y continu cayendohasta llegar en 1930 al 9,2%21 hubo algo de verdad en ello, ya que la crecienteasalarizacin de las actividades agrcolas como consecuencia de la descomposi-cin de la economa agraria de subsistencia tuvieron que afectar a las posibilida-des de trabajo de las mujeres campesinas. Es cierto que la transicin de lasociedad tradicional a la sociedad industrial comenz en Espaa, como en otrospases europeos, con un cierto repliegue de la mujer hacia las actividades doms-ticas, abandonando, en parte, un campo de actividad que anteriormente ocu-paba, el de la explotacin agraria o artesanal de tipo familiar22. La menoractividad femenina sera, en parte, un fenmeno derivado de la reduccin, queno desaparicin, tanto del sector agrcola como de las actividades artesanales queocupaban numerosa poblacin femenina. Sin embargo, la enorme cada de lastasas de actividad radica sobre todo en el hecho de que la mayora de las mujeresque continuaron activas en la agricultura, en el comercio o en la produccin arte-sanal y de servicios, se encontraban en situaciones laborales frontera, en las quees ms difcil separar las tareas estrictamente mercantiles de las domsticas y poresta razn fueron clasificadas como amas de casa. La situaciones laboral fron-tera no solo tienen que ver con el espacio en el que se realiza el trabajo los hoga-res sino tambin con el factor tiempo realizadas a tiempo parcial.

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    21 A. SOTO CARMONA, Cuantificacin de la mano de obra femenina (1860-1930), La mujeren la historia de Espaa, siglos XVI-XX, Madrid,1983

    22 A. ESPINA, Pasado, presente y futuro de la tasa de actividad en Espaa, Estudios de economay trabajo en Espaa. I, Oferta y demanda de trabajo, Madrid,1982.

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  • Tambin es cierto que el trabajo de las mujeres dedicado a la reproduccinera bsico en las sociedades de alta fecundidad, pero igualmente lo es que para lamayora de los sectores populares y mucho ms en el caso de trabajadores no cua-lificados y jornaleros, los ingresos de las mujeres eran determinantes para las eco-nomas familiares. Y es precisamente esta realidad abundantemente descrita en laliteratura realista de la poca y ms recientemente desde la investigacin hist-rica, la que nos desvela la existencia de una dualidad de mercados de trabajodesde las primeras fases de la industrializacin. Exista, y existe, un volumenimportante de bienes y servicios producidos por las mujeres, mal pagados y rea-lizados a tiempo parcial o de manera estacional. Eran trabajos remunerados perono sometidos a la disciplina de talleres y fbricas que constituiran una fuente deingresos importante para las familias con los que poder sobrevivir y enfrentarseal riesgo estructural de pobreza que amenazaba permanentemente a los sectorespopulares. Las trabajadoras industriales a domicilio, las lavanderas, las vendedo-ras callejeras, las planchadoras, las costureras, las patronas con huspedes, inclusolas prostitutas formaban un ejercito de trabajadoras cuya actividad es difcil deconocer y de evaluar, pero lo cierto es que constituan un voluminoso mercadosumergido de bienes y servicios no registrado en la actividad econmica.

    Tomemos como ejemplo el caso de los ncleos mineros vizcanos en sumomento ms lgido de la explotacin del hierro en torno a 1880-1913 y veamosqu pasaba con el trabajo de las mujeres y qu nos dicen las fuentes de la poca.Si hacemos caso a la informacin recogida en los padrones municipales de pobla-cin nos encontramos con unos datos difcilmente crebles: unas tasas de activi-dad femenina que apenas alcanzaba el 10% combinadas con bajos salarios realesde los varones, con la inexistencia de posibilidades de promocin para los jornale-ros que constituan la numerosa mano de obra de las canteras, y con la no uti-lizacin de trabajo infantil. Todo esto configuraba un panorama en el que pareca,a todas luces, imposible la supervivencia econmica del grupo familiar. De hecho,con el jornal obtenido en las minas por el cabeza de familia, tanto en 1887,en1900, como en 1913, ni podran atenderse las necesidades mnimas de tres per-sonas, ni mucho menos sera posible el ahorro previsor de tiempos peores23.

    La aparente infrautilizacin del potencial de ingresos de las mujeres desaparececuando conseguimos hacer visible la existencia de un mercado sumergido de servi-cios domsticos, estimulado por las propias compaas mineras, para atender almantenimiento de la fuerza de trabajo. Esto quiere decir que miles de jornaleros el60% del total de la mano de obra eran huspedes de las familias ya asentadas. Deesta manera, toda la produccin de servicios domsticos necesarios para el mante-nimientos de estos trabajadores, temporeros en su mayora y sin familia, quedabaen manos de las esposas de los otros trabajadores y fuera de los circuitos laborales.

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    23 P. PEREZ-FUENTES, Vivir y Morir en las Minas. Estrategias familiares y relaciones de gnero enla primera industrializacin vasca, Universidad del Pas Vasco, Bilbao 1993

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  • De esta manera las mujeres que se ocupaban del cuidado de los huspedes ensus hogares, obtenan unos ingresos muy superiores al jornal que podan ganar enlos lavaderos de mineral o en otras labores subsidiarias que les eran permitidas.Las familias que tenan huspedes en su hogar podan, no slo satisfacer las nece-sidades mnimas, sino que, adems, tenan capacidad de ahorro para enfrentarseal paro y a la suspensin del trabajo en las minas. Sin embargo estas mujeres casa-das aparecan siempre en los padrones de poblacin clasificadas como dedicadaslas labores de su sexo, cuando lo lgico era considerar a las patronas de huspedescomo trabajadoras remuneradas del sector servicios. Solo con este ejercicio, lastasas de actividad productiva de las mayores de 14 aos se situaban en torno al45%, es decir, casi 35 puntos ms que en los datos oficiales.

    Por tanto, siempre debemos de tener en cuenta que un factor clave para inter-pretar la histrica cada de las tasas de actividad femenina se encuentra en elcampo de las mentalidades y no de las realidades, es decir en el nuevo paradigmade lo femenino y de lo masculino que acompaa a los procesos de industrializa-cin y a la consolidacin de las sociedades occidentales. El anlisis de los censosen otros pases europeos a lo largo del siglo XIX y XX refleja un proceso muysemejante en lo que se refiere al tratamiento del trabajo y del lugar que deberanocupar las mujeres en la sociedad industrial24. El resultado es que a travs de lasestadsticas oficiales, la actividad universal de las mujeres preindustriales fuesiendo sustituida por una tambin universal y mtica ausencia de la misma. Setrata de un juego de prestidigitacin, desde el cual, el trabajo productivo de lasmujeres se ve como excepcional y esa perspectiva aparece naturalmente adqui-rida, estructurada e incorporada a las costumbres, a las miradas y a las disciplinasque se ocupan del trabajo.

    LA CONSTRUCCION DE UN NUEVO MODELO DE REPARTODE LOS TRABAJOS: UN RETO PARA EL SIGLO XXI

    Durante la segunda mitad del siglo XX este modelo social de gnero en el quelos hombres/ trabajadores deban de ser los nicos responsables econmicos delhogar y las mujeres/amas de casa estaban destinadas exclusivamente o al menoslas casadas a los cuidados y al bienestar del grupo familiar, ha entrado en crisis.Pero conviene no perder nunca de vista lo que decamos anteriormente, que unaparte importante de la poblacin, la de menos rentas, no siempre pudo adecuarseal modelo de gnero polticamente correcto.

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    24 K. BLUNDEN,Le travail et la vertu.Femmes au foyer: une mystification de la Revolution indus-trielle,Paris, 1982; B. HILL, Women,Work and Census: a Problem for Historians of Women, HistoryWorkshop Journal,35,1993

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    El masivo acceso de las mujeres a la educacin en todos sus niveles y al mer-cado de trabajo, aunque este contine siendo muy segmentado por razones degnero como hemos visto anteriormente en los datos del EUSTAT, est produ-ciendo desajustes sociales considerables puesto que afectan a las formas bsicas ytradicionales de nuestra organizacin social que descansan sobre el modelo dedivisin sexual del trabajo descrito. Esto quiere decir que, buena parte de la orga-nizacin social y mental, sobre todo en lo que hace referencia a la organizacinde la reproduccin social, descansa sobre los viejos pilares de un modelo degnero puesto en cuestin por las mujeres que defienden su derecho a acceder ala educacin, al empleo, a la poltica y a la cultura en igualdad de oportunidades.Y sin embargo, ms all de los discursos polticamente correctos e incluso de losplanes de accin positiva en favor de las mujeres, lo cierto es permanecen muchosde los estereotipos y de las prcticas sociales acerca de cuales son los trabajos, lasfunciones, las conductas, los valores o los smbolos que se corresponden con lamasculinidad y la feminidad. De hecho, el viejo modelo sobre el que descansa lareproduccin social, constituye el eje natural, invisible y nunca explicitadosobre los que se asientan en nuestros das los contratos matrimoniales y las pol-ticas sociales del Estado del Bienestar.

    Ese modelo que emergi con la modernizacin en el que matrimonio/mater-nidad y empleo eran incompatibles, salvo situaciones de necesidad, empez ya aquebrarse en Occidente, aunque solo coyunturalmente, en la primera guerramundial. Fue despus de los aos 50 cuando comenz a ser habitual, de manerahasta el momento irreversible, que las mujeres continuasen empleadas fuera delhogar despus del matrimonio hasta la llegada del primer hijo, para volver poste-riormente al mercado de trabajo. Esta tendencia se aceler y se extendi, incluso,a las madres, por toda la Europa Occidental durante la dcada de los sesenta y hoypodemos constatar que, aunque desde puntos de partida muy diferentes, en lospases de la Unin Europea las tasas de actividad femenina han crecido en los lti-mos aos de manera mucho ms rpida que en las dcadas anteriores.

    Son muchos y complejos los factores que estn detrs de estos cambios: elcrecimiento econmico y el desarrollo del sector servicios, la mejora del niveleducativo de las mujeres y sobre todo, las mayores expectativas de emancipacingeneradas por la segunda oleada de feminismo. El acceso al empleo como insti-tucin que permite no solo la independencia econmica sino tambin determi-nado estatus social mas all del grupo familiar, ha sido una reivindicacinfundamental en la segunda mitad del siglo XX. No se trata de reivindicar el dere-cho de las mujeres al trabajo, ya que nunca han dejado de hacerlo, sino de acce-der a un determinado tipo de trabajo, y en igualdad de condiciones. Este ltimofactor es fundamental para comprender cmo la poblacin activa femenina con-tinua aumentando, sobre todo en las generaciones ms jvenes, incluso, en aque-llos lugares en los que las posibilidades de empleo estn siendo menores como esel caso del Pas Vasco. De hecho, la permanencia en el mercado de trabajo sin

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    interrupciones, independientemente de las tasas de ocupacin, es mas elevada enaquellos pases con mayores dificultades para acceder al mercado de trabajo y/ocon mercados poco flexibles, o con ausencia de polticas sociales orientadas acompatibilizar empleo y maternidad, o desarrolladas muy recientemente, comoes el caso de Espaa o Italia, y a su vez, como contrapartida, son sociedades conmuy bajas tasas de fecundidad.

    El resultado es que esposas y madres incluso las que tienen hijos menores de10 aos han irrumpido en el mercado de trabajo. Sabemos que muchas traba-jan a tiempo parcial, pero de todas las maneras, y aunque este es un tema pol-mico, esto significa que decrece el periodo de atencin a la infancia y al hogar yque paulatinamente las mujeres van intentado adecuar empleo y maternidad ancon muchas dificultades. Pero, a tenor de los datos que tenemos, podemos com-probar que el cuidado de los hijos contina recayendo, casi exclusivamente, sobrelas mujeres y que esta falta de corresponsabilidad de los hombres en este tipo detrabajos y la carencia de recursos socio comunitarios guarda estrecha relacin conlos bajos niveles de nupcialidad y de fecundidad. El resultado de esta falta depaternidad responsable y de suficientes recursos por parte del Estado se salda enocasiones con el estrs de las madres ocupadas, con carreras profesionales de bajaintensidad, o bien con la decisin de posponer el matrimonio y la maternidad.

    Obviamente, el modelo ms interiorizado hoy en da no es estrictamente eltradicional, el de las mujeres dedicadas solo a las labores del hogar, pero perma-nece fuertemente arraigada la opinin as lo confirman las prcticas socialesque el reparto debe ser desigual y que las mujeres tienen mayores responsabilida-des domsticas. En realidad la base del acuerdo matrimonial sigue siendo que laresponsabilidad sobre el cuidado de los hijos y de las personas mayores la tenganlas mujeres mientras que el sostenimiento econmico es competencia de los varo-nes; y ese acuerdo sigue funcionando, con el agravante de que las nuevas genera-ciones de nios y nias siguen socializndose en un menor compromiso de lospadres respecto al de las madres y abuelas. La encuesta de tiempos a la que nosreferamos anteriormente es demoledora en esta direccin. Y lo grave es que estetipo de encuestas sobre el uso del tiempo de padres y madres que se vienen rea-lizando en la prctica totalidad de los pases europeos reflejan esa persistente ten-dencia hacia la desigualdad o incluso un cierto reforzamiento de la misma. Haydatos suficientes para afirmar que nuevo rol de las mujeres se est saldando conun reforzamiento de la desigualdad en lo que se refiere a la posicin en el mer-cado de trabajo y a las responsabilidades con los hijos, en la medida en que estasno disminuyen y que el rol de madre se refuerza con obligaciones econmicas enlas familias monoparentales, al mismo tiempo que se desarrollan modalidades deempleo femenino como el trabajo a tiempo parcial. Por ejemplo, en Dinamarcay Suecia, que siempre han sido un referente para los pases del Sur de Europa, losmercado de trabajo estn extremadamente segregados, precisamente porque per-miten adecuar libremente la cantidad de trabajo al ciclo de vida de las mujeres

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    y de esta manera se est eludiendo la corresponsabilidad en el trabajo reproduc-tivo entre ambos sexo. De una manera o de otra, el conflicto entre los viejosmodelos de reparto de los trabajos y las nuevas expectativas personales y profe-sionales de las mujeres es una realidad en toda la UE. Y lo cierto es que lasencuestas nos indican que una parte importante de la poblacin dice estar deacuerdo, en principio, con un reparto ms equitativo de los roles familiares y conla promocin de las mujeres en el mercado de trabajo. Pero el reparto del trabajorequerira de modificaciones en las actitudes masculinas y no solo en la direccinde la masculinizacin de las mujeres y de la duplicacin de la jornada de tra-bajo, como hasta ahora se viene haciendo. Es necesario aumentando la disponi-bilidad de los varones para atender a las necesidades cotidianas del grupo familiar,ya que de otra manera la disposicin de las mujeres hacia el matrimonio y lamaternidad quedaran reducidas a colectivos de mujeres con escasas inversionesen su formacin profesional y en su proyecto personal.

    Lo sorprendente del asunto es la desconexin existente entre estas cuestionesy los debates que desde sindicatos y partidos polticos se vienen haciendo sobrela reduccin de jornada y el reparto del trabajo. De qu jornada y de qu trabajoestn hablando?, volvemos a preguntarnos. En la Conferencia internacional sobreEmpleo y tiempo de trabajo: el reto de fin de siglo organizada por el GobiernoVasco en 1995 se comenzaba el congreso con bellas palabras : La cuestin delfuturo del empleo y el tiempo de trabajo se presenta en mi opinin como el debate ide-olgico intelectual de ms calado de los prximos decenios para a continuacin ence-rrar el debate en viejas categoras de las que ya no pueden obtenerse soluciones aestos nuevos problemas. Es precisamente, en estos debates y en el marco de laposible reduccin del tiempo dedicado al trabajo productivo, y del reparto delmismo, cuando deberamos introducir una perspectiva ms global y ms real deltrabajo, incluyendo en repartos y negociaciones aquel que se desarrolla al margendel mercado pero es necesario para la reproduccin social. Tal vez la menor dis-ponibilidad de las mujeres hacia el trabajo reproductivo menor disponibilidadcomo esposas y madres haga cada vez ms visible que heredamos y reproduci-mos un orden social basado en la desigualdad de genero y que, por lo tanto, noes compatible con la defensa de la igualdad de oportunidades entre hombres ymujeres. De hecho este viejo modelo va a dificultar enormemente a las jvenesdesarrollar satisfactoriamente un doble proyecto de vida familiar y profesionalsalvo que rebajen sus expectativas profesionales en algn momento del ciclo vital.

    Las perspectivas de desarrollo tecnolgico que nos brinda el futuro son elcontexto ideal para repensar una sociedad radicalmente diferente. Donde lareduccin de la jornada laboral, sin detrimento de la productividad, y el repartodel trabajo, de todo el trabajo realmente existente, puedan contribuir a una socie-dad ms justa y ms feliz para hombres y mujeres. Se trata de que pensemoscolectivamente en cmo avanzar hacia un orden social que permita a hombres ymujeres conciliar las tareas destinadas al mantenimiento de la vida familiar y a lasolidaridad intergeneracional con los tiempos de actividad laboral.

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  • No podemos seguir pensando el mundo ignorando que dos tercios del tra-bajo que se realizan estn ocultos e invisibles. No podemos seguir manteniendoesta ficcin cuando sabemos que las estimaciones de la aportacin de las mujeresal Producto Interior Bruto Global en Espaa se la sitan en porcentaje ligera-mente superior al 50% precisamente por el peso que estas tienen en la produc-cin domstica y la sumergida25. Como afirma Santos Ruesga: De ser trasladableeste resultado a categoras sociales y polticas plenamente asumidas por el conjunto dela sociedad, no cabe duda de que muchos serian los cambios inducidos en la organi-zacin y jerarquizacin de la misma.

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