devocional efesios 1-7
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“…en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados
según las riquezas de su gracia” – Efesios 1:7
En este precioso capítulo inicial de la carta a los Efesios el apóstol Pablo
expresa de una manera muy clara cuáles son las bendiciones espirituales que
reciben los creyentes en Cristo.
Habiendo explicado el propósito de Dios cuando decidió salvar un pueblo, para
la alabanza de la gloria de Su gracia, ahora amplía en detalles con respecto a
lo que esa salvación implica.
El uso de la palabra redención debe hacer que consideremos cuál era el estado
de aquellos a los que Dios ha salvado. Los creyentes necesitaban ser
redimidos, rescatados de una esclavitud, mediante un el pago de un precio.
La mayoría de las personas ignoran sus pecados y niegan ser esclavos del
pecado. La gente acepta fácilmente que “nadie es perfecto” y que todos
cometemos “errores”, pero en general, la gente no puede reconocer el estado
de esclavitud, no pueden verse a sí mismos en la cárcel del pecado ni atados
con cadenas de iniquidad.
Esta es la razón por la cual el ser humano no puede clamar por perdón y
arrepentirse verdaderamente, porque solo se considera al pecado como esas
inevitables fallas que cometemos como seres humanos que somos.
Es indispensable la obra iluminadora del Espíritu Santo para que el ser humano
pueda percibir la gravedad de su condición espiritual. Cristo anunció que esta
sería una labor del Espíritu Santo “Y cuando Él venga, convencerá al mundo
de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16.8)
Aun así, hay quienes sí reconocen sus pecados y están dispuestos a pedir
perdón, pero ignoran la necesidad de la redención.
Dios es Santo y Justo, de manera que Él no puede simplemente “disculpar” el
pecado. Es decir, es imposible para Dios otorgar una absolución sin expiación.
Esto se resume en las siguientes palabras: “Jehová es tardo para la ira y
grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable” (Nahúm 1:3)
Sería un acto contrario a la santidad y a la justicia de Dios si Él dejara un solo
delito sin el merecido castigo, Dios no favorece la impunidad de esa manera.
Por esta razón, al pedir perdón por el pecado, el pecador debe ser consciente
de que tiene una deuda pendiente con Dios que él mismo no puede pagar.
La correcta convicción de pecado debe llevar al hombre a clamar en
desesperación, porque se da cuenta de que viene el día en el cual Dios va a
cobrarle todos sus pecados y no tiene cómo deshacer lo que ha hecho ni tiene
forma de pagar esa deuda pendiente.
La situación es terrible, porque aún si Dios decidiera olvidar lo que se cometió
en el pasado, seguiríamos con deudas pendientes por los pecados actuales.
Hay religiones falsas y versiones falsas de cristianismo en las cuales las
personas se engañan a sí mismas pensando que lo malo que han hecho puede
ser compensado con mejores esfuerzos de hacer el bien, pero la Biblia es clara
en cuanto a estos intentos de auto-salvación cuando nos dice: “Si bien todos
nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de
inmundicia…” (Isaías 64.6) – “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón
sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá delante de mí, dijo Jehová el
Señor” (Jeremías 2:2)
¿Podemos ver ahora la gravedad del asunto?
Cuando entendemos cuán grave es el pecado y que no hay posibilidad de dar
algo a Dios que sea suficiente para pagar por nuestros pecados, es cuando
comenzamos a apreciar esa redención que fue realizada por el sacrificio de
Cristo en la Cruz y su sangre derramada.
El perdón de pecados no es otorgado porque el pecador se sintió muy mal
después de pecar, ni porque lloró, ni porque ahora está haciendo un gran
esfuerzo por no pecar más. Solo hay un precio aceptable delante del trono del
Dios Justo y Santo: El sacrificio del Santo y Justo, el Cordero de Dios.
Cuando el pecador llegue a verse a sí mismo como debe verse y esté dispuesto
a renunciar a esos intentos de auto-salvación, entonces estará cerca de la
salvación y podrá clamar por perdón, rendido y suplicante.
Dios promete que a todo aquel que se acerque con esta actitud, Él no lo
rechazará “…al corazón contrito y humillado, no despreciarás Tú, oh Dios”
(Salmos 51:17)
Muchas personas se lamentan de sus pecados por causa de las consecuencias
que esos pecados les han traído, de eso no se trata el arrepentimiento. Los
que tienen esta clase de falso arrepentimiento, volverían al pecado si supieran
que no sufrirían consecuencias negativas.
El corazón contrito y humillado, viene a Dios con gran pesar por haberle
ofendido, deseando ser limpio y aborreciendo el pecado que le ha separado
de Dios. Para este sí hay redención.
La redención involucra no solo un pago por la inmensa deuda que teníamos
pendiente con Dios sino que también incluye la libertad del dominio del pecado
sobre nosotros. Dios no otorga el perdón para dejar luego que las personas
sigan su vida, haciendo lo que quieran. Cristo nos redime con un propósito
bien definido:
“…quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y
purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14)
El Señor Jesús derramó su sangre en aquella cruz, y con esto no solo pagó el
precio de aquella deuda suprema que pesaba sobre nuestras cabezas, sino
que con esa misma sangre nos limpia, para que ahora vivamos para Él,
haciendo el bien, pero nunca como una forma de pago, sino como la verdadera
muestra de que la redención ha sido efectiva en nosotros, produciendo un
corazón santo y agradecido.
¿Has experimentando las riquezas de esta gracia Salvadora? Que así sea,
Amén.
Pr. Alexander León