desde las termópilas

254

Upload: fredy-ruano

Post on 22-Mar-2016

261 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Libro Periodismo para la Memoria Alonso Molina Corrales

TRANSCRIPT

TERMÓPILASDesde las

Alonso Molina Corrales

TERMÓPILASDesde las

ISBN 978-958-44-4763-0Desde las TermópilasPeriodismo para la memoria Alonso Molina Corrales

Concepto gráfico: JM CalleIlustraciónes: Jesús Calle, de la serie “Contextos”, 2008Impresión: Fondo Editorial de Risaralda

Impreso en ColombiaPrinted in Colombia

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escritadel titular del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribuciónde ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Primera ediciónPereira, Colombia, 2009© Alonso Molina [email protected]

A Martica...,

Contenido

Presentación 9

Introducción 11

Temas de ciudad 17

Política y gobierno 27

Ciudad compartida 61

Pasado y presente 115Personajes ligados a la vida de PereiraDe la historia y de los libros 139

La crítica, ejercicio emancipador 207

Presentación

Tuve la oportunidad de ser director de La Tarde por cerca de cuatro años, una experiencia que no he dudado en calificar como una de las más importantes de toda mi vida. Durante aquellos años aprendí, crecí, me formé, me eduqué. Nada es tan vital en ese proceso como el periodismo.

En esa época trabajé al lado de talentosos periodistas con reconocimiento, y jóvenes con la osadía necesaria para apro-vechar la oportunidad de ejercer el periodismo.

En el grupo de aquellos jóvenes talentosos, rápidamente se destacó Alonso Molina Corrales. Empeño, capacidad y dos elementos que distinguen claramente a los buenos periodis-tas, olfato para la noticia y una intensidad que se acerca a la terquedad, afloraron de inmediato en el redactor que dejó su natal Buga para probar suerte en Pereira.

Alonso, con esa vitalidad que forja el periodismo, ha dado durante veinte años una batalla diaria para capacitarse y ser-virle a Pereira, y hoy es uno de los más importantes soldados del Partido Liberal. Desde el Concejo, Alonso ha defendido los intereses de una comunidad que en las urnas le ha dado un importante respaldo que le augura en la política un futuro promisorio.

El libro que hoy tenemos en las manos, es una acertada recopilación de sus columnas de La Tarde que aparecen habi-

11Desde las Termópilas

tualmente bajo el título “Desde las Termópilas” y las publica-das en El Diario del Otún con la denominación de “Bagatelas”, y que bien reflejan los diversos intereses de índole intelectual que lo animan. Los temas de ciudad, la historia local, nacional y mundial; su fascinación por los libros y las expresiones cul-turales de todo tipo, han hecho de sus columnas de opinión, una veta llena de agradables sorpresas para sus numerosos lectores.

También se debe resaltar el valor con que ha defendido desde su trinchera periodística sus convicciones de liberal, sus posturas sobre la forma como deben gobernarse el país, Risaralda y Pereira, y su rechazo a todo lo que impida hacer realidad el Estado Social de Derecho.

“Desde las Termópilas” es un espacio desde el cual Alonso ha dado importantes opiniones en la búsqueda de la transpa-rencia, de la tolerancia, del respeto por las ideas ajenas, del pluralismo, la diversidad, las minorías y por la no discrimina-ción, todos ellos principios tan caros al ideario liberal.

Leer este libro me ha permitido repasar, sobre textos in-teligentes y bien estructurados, la historia de Pereira en los últimos 20 años. Para futuras generaciones, necesariamente será un elemento importante para entender una parte de la historia de esa gran ciudad que es Pereira.

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO

Introducción

Con el paso de los años se vuelven borrosos los recuerdos que permiten determinar cuál de las pasiones que hoy consu-men mis días se ganó primero mi adhesión.

Mi abuelo paterno llevándome de la mano a lo largo de su gran biblioteca, mientras me aseguraba que todos esos libros serían míos algún día; el recuerdo prestado del otro, liberal, poeta y periodista; mi madre leyéndome cada noche antes de dormir, un capítulo de María, la novela romántica de Jorge Isaacs o contándome cómo sobrevivió al “Bogotazo”; mi pa-dre sentado al frente de su caballete soñando un gran mural sobre la historia de Guadalajara de Buga, mi ciudad natal; la estudiantina de su Casa de la Cultura, interpretando “Hono-res a Popayán”; el Telediario de Arturo Abella y sus fuentes de alta fidelidad; y la interminable historia de la guerra civil española contada por el inexpresivo Alberto Dangond Uri-be a una hora impropia para un infante, son algunas de las imágenes remotas que llegan desde mi niñez para explicar, al menos, mi inclinación humanista, mi afecto por la historia, la literatura, las artes en general y, sobre todo, por la política y el periodismo.

Aún así, no sabría decir cuál de ellas me raptó primero. Es claro que existe un elemento cohesionador y acaso fun-

dacional: el amor por la lectura y por los libros, y otro tipo

13Desde las Termópilas

de publicaciones. Sé cuáles fueron los primeros textos de mi propiedad y percibo como si fuera hoy el olor a tinta y papel periódico de El Pueblo, el malogrado diario liberal editado en Cali por la familia Londoño.

Si el interrogante se pudiera resolver estableciendo qué fue lo primero que escribí, tendría que decir que la literatura fue la adelantada, pues a los once años de edad comencé una no-vela, que me costó enclaustrarme unas vacaciones, a pesar del sol y los vientos de agosto.

Un año después redacté mi primer ensayo político, de corte nacionalista e influencia bolivariana, y se incubó en la mente y en el corazón el sueño de fundar una publicación, para dar a conocer las inquietudes literarias y políticas de los estudiantes del Colegio Liceo de los Andes. Luego creamos, en compañía de otros inquietos adolescentes bugueños, la revista Búsqueda, que pretendía ir “…al encuentro de los verdaderos valores del hombre”.

Creo que en ese momento sobrevino la colisión definitiva entre una vocación literaria y la temprana pasión por la políti-ca, cuya energía liberada se canalizó a través del ejercicio del periodismo, en principio como herramienta para expresarme y luego como oficio para ganarme la vida.

Pienso que en mí se cumplió esa tradición colombiana que se mantuvo hasta más allá de la mitad del siglo XX, donde se hermanaban la política y el periodismo, y producía dirigentes con pretensiones literarias, y textos y discursos grandilocuen-tes, así como periódicos militantes, más interesados en adoc-trinar que en informar.

Aunque mi pluma ha estado al servicio de la divulgación de lo que he creído útil para la sociedad y como reportero in-formé con imparcialidad sobre los temas asignados por los editores, siempre reservé un espacio para opinar, a través de columnas, en relación con aquellos tópicos de mi gusto, inclu-yendo, como categoría privilegiada, a la política.

La oportunidad de ejercer el periodismo como profesión en el periódico La Tarde, que me brindaron el hoy ex alcalde Juan

Alonso Molina Corrales14

Manuel Arango Vélez y el ex presidente de la república César Gaviria Trujillo, me abrió la puerta de una ciudad a la que le debo todo y con la cual me he compenetrado en espíritu, corazón y mente, hasta sentirme, por convicción, como uno más de los pereiranos que luchan por el bienestar de su patria chica. No tengo dudas… fue un amor a primera vista y es hoy por hoy uno de mis temas favoritos, más allá del comentario sobre la coyuntura política o la propuesta dirigida a solucio-nar alguna problemática. Todo lo de Pereira me interesa: su historia, su cultura, la idiosincrasia de sus gentes, sus virtudes y pecados, su economía y, sobre todo, su futuro.

Hoy, cuando Dios y la generosidad proverbial de la capital de Risaralda me brindan la oportunidad de ser concejal y ga-narme un espacio como dirigente liberal, escribir se convierte en algo urgente, pues me permite avanzar en el perfecciona-miento de un liderazgo cimentado en la capacidad de orientar e inspirar al conglomerado social, al tiempo que se sirve de puente entre las comunidades y las instituciones del Estado y se coadministra con juicio y criterio cívico.

De hecho, la capacidad de opinar a través de diversos me-dios fue una pieza fundamental de la estrategia que nos llevó al cabildo pereirano y hoy es una herramienta que debe servir a la ciudad, al Concejo, a Colombia y al Partido Liberal, sin renunciar al placer de hablar y escribir sobre las otras pasio-nes que, en igual medida, me determinan como ser humano, ciudadano y dirigente.

Por esa razón, esta recopilación de textos elaborada por mi amigo, el periodista, escritor y profesor universitario Edison Marulanda Peña, no sólo recoge aquellos trabajos de corte po-lítico, aunque uno de los propósitos de la publicación sea el de manifestar en un solo cuerpo, cómo entiendo el momento histórico que nos correspondió vivir, la lectura que tengo de la realidad nacional y local, y las reflexiones tendientes a contri-buir en la búsqueda de caminos hacia la paz, la justicia social y la democracia, pues es un deber y una necesidad de quien quiera participar en la conducción de los asuntos públicos.

15Desde las Termópilas

La forma como entiendo el papel del político en la actuali-dad y mi equipaje vivencial, me llevan a ubicar al lado de las áridas opiniones políticas, esos amables textos sobre la histo-ria de Pereira y de Colombia, sobre las artes y los recuerdos, ya que considero éstos últimos asuntos, como la expresión del paisaje interior que debe animar y orientar las actuaciones de quien pretenda ser un servidor público. La actuación fría del tecnócrata, el quehacer pragmático del hombre de acción o la audacia del político puro, serán más poderosas y asertivas si sus juicios están mediados por la lente que aporta una postura humanista y filantrópica, donde se tenga en cuenta la obra del hombre como transformador de su propio entorno material y espiritual.

Por eso, mi interés por la historia de Colombia y de Perei-ra, está última tan aleccionadora en su discurso de valores y principios y tan útil para quienes pretendan asumir respon-sabilidades administrativas y políticas. Lo anterior también me justifica cuando aplazó escribir sobre alguna problemática concreta de ciudad, para hacer más bien un comentario sobre una película, un libro o una efeméride.

Es aquí cuando me vienen a la mente citas como la de Pro-tágoras, “…El hombre es la medida de todas las cosas…” o la de Publio Terencio, El Africano, “…Hombre soy, nada de lo humano me es ajeno…”. La política y el periodismo deben estar al servicio de la visión emanada de esas sentencias.

La presente recopilación de textos, recoge, bajo el título Desde las Termópilas, trabajos publicados con alguna regulari-dad y por temporadas en los periódicos La Tarde y El Diario del Otún, durante diferentes etapas de mi vida. También hay escritos dados a conocer en otras publicaciones nacionales o locales, o surgidos de libretos redactados para la Emisora Cultural Remigio Antonio Cañarte, estación radial con la cual colaboré por invitación de su director Oscar Ignacio Osorio.

Por esa razón, verán que muchos de los artículos fueron publicados bajo una denominación diferente a la que le da nombre a esta publicación, pues no siempre mi columna se

Alonso Molina Corrales16

llamó “Desde las Termópilas”. Los primeros artículos publi-cados con regularidad, pertenecen a una columna que bauticé “A carta cabal”, en homenaje a Carlos Alfredo Cabal, quien fuera mi primer guía en las lides políticas al final de mi ado-lescencia y que tuvo un temprano fin como uno de los malo-grados comensales del restaurante Pozzeto, en diciembre de 1986. Aún hoy no dejo de lamentar su ausencia.

Está columna empezó a publicarse en 1988 y por un es-pacio muy breve, gracias al aliento de ese gran maestro del periodismo que fue don Hernán Castaño Hincapié, que por entonces era el subdirector del periódico La Tarde. Esos prime-ros textos no fueron incluidos en el presente libro.

“A carta cabal” vuelve a publicarse en La Tarde en 1995, para desaparecer definitivamente. Estas columnas sí se inclu-yen en la recopilación de Marulanda Peña.

Durante 1998 se publica en el mismo rotativo, una serie de artículos de opinión en una columna denominada “Desde las Termópilas”, como alusión a la voluntad de defender princi-pios y tesis, con el mismo valor con que el general Leónidas y sus trescientos espartanos, lucharon por la independencia griega durante la segunda de las guerras médicas. Entre 2002 y 2003, vuelve a aparecer y desde 2006 lo sigue haciendo sin mayores interrupciones.

En El Diario del Otún, el otro periódico de Pereira, se publi-can, durante 2006 y el primer semestre del 2007 y por iniciativa del editor cultural y poeta Juan Alberto Rivera, artículos míos en una columna que llamé “Bagatelas”, como una respuesta irónica a quienes consideraban un error que un candidato al Concejo Municipal escribiera sobre temas diferentes a la chis-mografía local. De paso, hacía un reconocimiento al Precursor Antonio Nariño, que siempre utilizó el periodismo de opinión como herramienta de acción política y editó un periódico lla-mado “La Bagatela”.

En realidad, el nombre de “Bagatelas” sirvió, en un prin-cipio, para bautizar los comentarios que hacía en la Emisora Cultural Remigio Antonio Cañarte, siempre acompañado de

17Desde las Termópilas

la frase “Periodismo para la memoria”, para dejar claro que no tenía pretensiones de historiador y que entendía mi papel como el del periodista dedicado a la divulgación de temas cul-turales.

Al hacer la recopilación, Edison Marulanda Peña seleccio-na y agrupa artículos según su calidad, vigencia y temática. Gracias a ese juicioso trabajo, el lector encontrará varios capí-tulos bautizados con denominaciones tales como “Temas de ciudad”, “Política y gobierno”, “Ciudad compartida”, “Pasa-do y presente”, “De la historia y de los libros” y “La crítica, ejercicio emancipador”.

Al poner a consideración de los lectores esta compilación de textos de opinión, espero poder expresar con claridad la visión que tengo del mundo, del ser humano y sus posibilida-des, así como mi compromiso con la reflexión y la acción polí-tica, en bien de la construcción del Estado Social de Derecho con el que soñamos las consciencias libres de este país.

ALONSO MOLINA CORRALESPereira, septiembre de 2008

TEMAS DE CIUDAD

Temas de ciudadTemas de ciudad

19Desde las Termópilas

A carta cabal1

Una sensación apocalíptica recorrió las calles de Pereira durante las primeras horas que sucedieron al sismo de hace ocho días. Los edificios agrietados y aún rodeados por nubes de polvo, las caras angustiadas de residentes y transeúntes, y el ulular de las sirenas, hacían pensar que lo peor de todo, al fin, había ocurrido en la capital de Risaralda, condenada de antemano por los expertos a la furia tectónica.

Sin embargo, este panorama oscuro y agravado por las im-precisiones de algunos medios de comunicación, no amilanó a las autoridades.

Por el contrario, del caos fue surgiendo inicialmente un or-den guiado por el sentido común, la urgencia y la voluntad de servir.

Después vino la serenidad para aplicar los conocimientos que sobre manejo de emergencias la administración de Perei-ra ha adquirido a través de los años y la sumatoria de brazos solidarios procedentes de todos los estamentos sociales ayudó a superar esta prueba inicial.

Pereira experimentó un fenómeno que para todos los co-nocedores del tema y para las autoridades competentes era inminente, más no predecible. Las condiciones particulares de la ciudad la colocaban como uno de los centros urbanos con grave riesgo sísmico.

Por eso, desde la administración anterior, el Comité Local de Emergencia empezó a trabajar en la elaboración de un plan indicativo para enfrentar fenómenos naturales de riesgo con

1. La Tarde, Pereira, 16 de febrero de 1995.

Alonso Molina Corrales20

la colaboración de la Oficina Nacional de Atención y Preven-ción de Desastres; se tomo la decisión de actualizar el mapa de asentamientos humanos en riesgo que elaboró Michel Herme-lín en 1989 y su trabajo sobre usos del suelo. Igualmente, se comenzó a trabajar con la Carder y el Corpes en un proyecto de microzonificación sísmica que deberá ser, cuando se cul-mine, el marco de referencia para la planeación de la ciudad futura.

Estos esfuerzos precedentes y la idoneidad del alcalde ac-tual, Juan Manuel Arango Vélez, y su equipo de trabajo y la inmensa colaboración de los cuerpos de socorro, los médicos, los ingenieros y arquitectos contribuyeron a que saliéramos airosos de la etapa de atención inmediata que demanda ese tipo de sucesos.

Sin embargo, el gran reto viene ahora y va más allá de aten-der las necesidades de los damnificados o de la reposición de inmuebles averiados. Para la opinión pública nacional y aún extranjera, nuestra ciudad por muy poco no fue borrada de la faz de la tierra y para nuestras gentes la posibilidad de fenó-menos similares las hunden en un mar de dudas, que no sólo inunda el quehacer cotidiano, sino también influye en gran-des decisiones de carácter económico.

Según expertos, nos podemos estar acercando a una rece-sión que superarla requiere del concierto de las voluntades gremiales de la ciudad y la imposición de nuevos hábitos cul-turales para la población en general.

Es necesario que Colombia y los propios pereiranos entien-dan que se puede convivir con la probabilidad de actividad sísmica y más que habitar, ganarle la pelea al temor y man-tener a la ciudad en los niveles de prosperidad que se venían presentando.

Así lo prueba la pujante California o el Japón, que con el re-ciente sismo de Kobe, nos acabó de asegurar que los peligros por temores los enfrentan todos los terrícolas, pues nuestro planeta se agita en cualquier continente y con una furia que ni la sapiencia nipona puede a veces calcular.

21Desde las Termópilas

El asunto, en este caso, es de voluntad política y de cultura de los habitantes. La primera para que podamos planear y ha-cer posible una ciudad acorde con las características sísmicas de cada una de sus zonas y no impere tan solo el interés eco-nómico o político en lo referente a usos del suelo y licencias de construcción; y la segunda, para que la gente esté preparada para prevenir los riesgos, actuar cuando ellos se presentan de forma constructiva y solidarizarse con las autoridades en la atención de la postemergencia.

Pereira ha pasado por uno de sus peores momentos, pero ante el dolor y el desconcierto ha demostrado su fortaleza y el talante de sus moradores. En muchos de ellos se halla ese héroe anónimo que es el que hace grande a los pueblos.

A carta cabal2

Cuando en 1992 el Concejo de Pereira expidió el Acuerdo No. 63 con el cual se reordenaba territorialmente el Munici-pio, para dar cumplimiento al Artículo 318 de la Constitución Nacional y fortalecer las ya existentes Comunas y sus Juntas Administradoras Locales, se inició un cambio crucial en las relaciones de esos entes con el gobierno local.

Esa etapa significó la participación de la ciudadanía a tra-vés de las JAL´s en la formulación del presupuesto de inver-siones de la Alcaldía de Pereira, lo cual implicó un hecho sin muchos precedentes en la historia democrática de Colombia y un hito en el desarrollo de la participación comunitaria tal como lo concibe la Carta Fundamental de la Nación.

Sin embargo, para los responsables gubernamentales en la promoción de esos procesos y para el alcalde de entonces, Ernesto Zuluaga Ramírez, quedó claro que ese tipo de con-quistas entrañaban en sí mismas retos tendientes a la conso-lidación del nuevo esquema participativo y al mejoramiento de los mecanismos y procedimientos con los cuales las JAL´s proponían el plan de obras para sus respectivas comunas y corregimientos.

Después de las evaluaciones del caso, los funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Comunitario concluyeron que los próximos presupuestos en lo referente a las inversiones en ba-rrios y veredas no podían salir exclusivamente de los listados elaborados por los comuneros en su afán de llevar el progreso a su entorno, pero desprovistos de otro tipo de criterios para

2. La Tarde, Pereira, 6 de abril de 1995.

23Desde las Termópilas

priorizar obras y conocer cuáles técnica y financieramente se podrían realizar.

Entonces se planteó que la tarea futura debía ser la elabo-ración de planes de desarrollo por comunas y corregimientos, tal como lo intentó promover la Digidec, con el concurso de los administradores públicos, la comunidad y los Organismos no Gubernamentales, como capacitadores y dinamizadores del proceso. La propuesta contemplaba en su momento una fase en la cual cada uno de los actores, previamente asesorados e instruidos, ponían sobre la mesa una propuesta unilateral que en las fases subsiguientes se socializaría, decantaría en la discusión y se integraría a las otras, para luego concatenar el resultado final al Plan Integral de Desarrollo del municipio.

El sacar adelante ese modelo de planeación requiere del ac-tivo concurso del nivel técnico del Estado, es decir, del trabajo propositivo de los funcionarios con mayor contacto con la rea-lidad de cada comuna y corregimiento, como es el caso de los directores de los puestos de salud, el comandante del puesto de Policía y del rector de la escuela o colegio del sector.

Ellos día a día toman el pulso de las comunidades compro-metidas y además tienen la formación especializada para su-gerir alternativas interesantes de desarrollo en las localidades respectivas. En lo pertinente a la comunidad, su papel debe ser optimizado con programas de capacitación práctica y ase-sorado por ONG´s contratadas por el gobierno.

El poner en marcha ese modelo de planeación es, ante todo, un trabajo de todo tipo pedagógico que demanda tiempo y re-cursos. Por esto se entiende que la actual administración sólo haya podido ofrecer a la sociedad civil en general un espacio para recomendaciones en la elaboración del plan de desarro-llo para tres años.

Pero, precisamente, ese tiempo será suficiente si desde ahora la Secretaría de Desarrollo Comunitario inicia labores tendientes a implantar el mencionado modelo, con la segura ayuda de la Escuela de Liderazgo Social y Comunitario, y el concurso de la Federación de ONG´s a la cual se debe respal-

Alonso Molina Corrales24

dar en el propósito de fortalecer a sus integrantes, fomentar el ingreso de nuevos y prepararlos para ejercer una gerencia social con posibilidades de transformar benéficamente la so-ciedad.

*************Lo grave de no hallar el culpable o los culpables de la viola-

ción y asesinato de una niña dentro de una estación de Policía, no es la impunidad en sí. Lo preocupante es que el asesino o los asesinos estén sueltos y uniformados para preservar la vida, honra y bienes de los ciudadanos.

EL CENTRO CULTURAL LUCY TEJADA

Una oportunidad para hacer ciudad3

Como todos los nuevos espacios abiertos por el proceso de renovación urbana que ha venido impulsando Pereira desde hace más de diez años, el Centro Cultural Lucy Tejada se con-vierte en una oportunidad de “hacer ciudad”; entendido esto como el conjunto de acciones capaces de convertir el contexto citadino en un entorno educador, que contribuya a que el teji-do social sea más democrático y se haga realidad la deseable movilidad que implica progresar individualmente.

El reto que significó la construcción del mencionado pro-yecto, acariciado desde que la doctora Ana Milena Muñoz de Gaviria, orientó la primera partida, ya se alcanzó. La opor-tunidad que brindaban importantes recursos en las arcas del Municipio de Pereira, la urgencia de intervenir por parte del sector oficial la zona de la antigua Galería y la voluntad polí-tica, coincidieron en un momento del tiempo y del espacio y lograron materializar, lo que por sus alcances y costos, debió haber sido una meta mucho más difícil y exigente del concur-so de la sociedad entera.

Sin embargo, la oportunidad de convertir el Centro Cultu-ral Lucy Tejada en lo que al comienzo de su etapa precontrac-tual definimos como un proyecto de ciudad que reuniera a su alrededor a todos los estamentos pereiranos sigue allí.

El imponente edificio está en el privilegiado espacio que domina con su tamaño y belleza; ahora nos toca como ciuda-danos apropiarnos de él, llenarlo de vida, utilizarlo, lucirlo y mostrarlo con orgullo.

3. Pereira Positiva, Pereira, octubre de 2005.

Alonso Molina Corrales26

Es una tarea que va más allá de conseguir los recursos para su sostenimiento, que no me cabe la menor duda que deben provenir del erario, aunque palidezcan quienes hablan de que el Estado debe ser pequeño, insensible e irresponsable. Es una labor que comienza con ir a conocerlo y se mantiene concu-rriendo a las actividades que tienen allí epicentro, y usando los servicios ofrecidos por el Instituto de Cultura de Pereira y las demás instituciones alojadas.

Debemos ser merecedores de lo que ahora se le brinda a la cultura y que tanta admiración causa a quienes nos visitan. El Centro Cultural Lucy Tejada es de todos, ejerzamos nuestro derecho a disfrutarlo.

POLÍTICA Y GOBIERNO

A carta cabal4

–¿Hijo qué quieres ser cuando seas grande? -preguntó el padre al infante, saboreando por adelantado el orgullo que le produciría la respuesta.

El pequeño lo pensó un instante y contestó -extranjero, papi.

Este cuento o chiste era traído a colación innumerables veces por quienes soñaron “hacer la revolución el viernes si no llueve”. Con él pretendían describir dramáticamente la au-sencia total de oportunidades de vida en Colombia y hasta el descontento por el alinderamiento del país en el hemisferio capitalista de la guerra yerta y global de entonces, con posicio-nes que producían vergüenza, y no propiamente ajena.

Pues bien, lo anterior me vino a la memoria la semana pa-sada por dos episodios de la vida nacional casi simultáneos: la certificación por razones de seguridad que por fin expidió el gobierno norteamericano y la captura de Jorge Eliécer, uno de los hermanos Rodríguez Orejuela, quien gozaba de los “se-renos placeres del anonimato”, ya sea por vivo o porque era el de esconder, tal como se estila en algunas ciudades del Valle del Cauca.

La certificación, fuera de aparecer como una concesión ge-nerosa de parte de quienes desean condenarnos a una eterna guerra, entraña una amenaza, pues el termino “razones de seguridad”, podría tener una muy amplia interpretación en manos de los nuevos, solitarios y diligentes policías del mun-do. Espero que el archipiélago de San Andrés y Providencia

4. La Tarde, Pereira, 9 de marzo de 1995.

Política y gobiernoPolítica y gobierno

no se convierta con el correr de los días en una amenaza letal para nuestros vecinos y deban actuar con el mismo despren-dimiento demostrado al conceder el mencionado documento, especie de matrícula condicional para nosotros, que sólo he-mos puesto los muertos.

Luego viene la detención de Rodríguez Orejuela, que ge-neró un entusiasmo desbordante en las autoridades y en par-ticular en el Ministro de Defensa, Fernando Botero Zea, quien como alumno recién ajuiciado le contó al gobierno gringo, al estilo lección, los excelentes resultado que rinde aquello de “apretar las clavijas”.

En este preciso instante, me acordé de los sueños del niño protagonista de nuestro cuento y la verdad, me sonrojé al sor-prender una flaqueza en mi amor patrio e intenté borrar cual-quier indicio de esa imperdonable debilidad. Sin embargo, cual no fue mi sorpresa al comprobar que las injustas dudas sobre la diáfana conducta de nuestro gobierno en la guerra antidrogas, expresadas reiteradamente por los Estados Uni-dos, eran avaladas coloquialmente por un buen número de paisanos, con el natural despliegue de malicia indígena.

Afirmaban algunos que la captura olía más a una maniobra para reducir la presión norteamericana y, como eso beneficia-ba al gobierno, muy posiblemente el suceso pudo haber sido hasta concertado. Ahí apareció en mi cerebro nuevamente la imagen del niño del chiste, pobre errante en ciernes.

Pero si analizamos los hechos, es apenas natural que se ge-neren suspicacias con la puesta a buen recaudo del supuesto narcotraficante, cuando era un completo desconocido para la opinión pública y no poseía en el momento del operativo ningún tipo de seguridad, pese a ser el hermanote de los Ro-dríguez Orejuela, los más buscados y a quienes se les cree po-seedores de la última tecnología en esas materias. Y también puede pasar de curioso el coincidir la captura con la certifica-ción estadounidense.

Menos mal ésta fue primero, pues de lo contrario quedaría indeleble en la opinión el malicioso pálpito de que el gobierno

Alonso Molina Corrales30

puede vulnerar con facilidad a las mafias si se le presiona. Los sucesos de los recientes días obligan a pensar en la urgencia de replantear las relaciones entre los socios de la lucha anti-drogas, reasignar papeles de acuerdo a las necesidades objeti-vas e involucrar en su totalidad a la comunidad internacional, para lograr mayor efectividad en esa empresa y arrebatar a los Estados Unidos la verdad revelada, con la cual descalifica los esfuerzos de los otros países.

Se trata de construir una instancia amplia donde podamos hablar con la misma propiedad de un problema que nos ha costado mucha sangre y por lo cual tenemos más autoridad moral que nadie. Un escenario donde sean la totalidad de las naciones las que emitan juicios, impongan estrategias y arbi-tren recursos teniendo en cuenta que el problema no es de un solo Estado, sino de la humanidad.

Debemos buscar una gran cumbre mundial con una agen-da clara, donde ocupemos el lugar que nos corresponde con mucha dignidad y no tengamos que pasar esas vergüenzas que nos introducen en el éxito mental del pequeño de la his-toria.

31Desde las Termópilas

A carta cabal5

La presencia reciente del exministro de Comercio Exterior, Juan Manuel Santos en Pereira ha brindado la oportunidad a los liberales, y a la opinión pública en general, de empezar a conocer el pensamiento de quienes tempranamente miran con ilusión al solio de Bolívar.

Aunque el exfuncionario no habla abiertamente de su aspi-ración y se presenta frente al país como el impulsor de la Fun-dación para el Buen Gobierno, es evidente que viene haciendo un serio trabajo de formulación de propuestas, que buscan ser alternativas en el momento en que los colombianos debamos elegir nuevos rumbos para la Nación.

Los planteamientos del doctor Santos bien podrían ser con-siderados de estirpe neo-liberal, pues privilegian el éxito del desarrollo económico y ponen, como puntos de comparación, los formidables resultados que en ese campo han tenido los países del lejano oriente y del sur-este asiático.

En sus charlas sobre liderazgo juvenil invierte buena par-te de su tiempo, haciendo un paralelo entre el desempeño de nuestro país y el de naciones como Corea del Sur, Laos, Malacia, Singapur, etc. Precisa que estos pueblos lograron fi-jarse metas y ajustar su disciplina social en pos de las mismas. Muestra a Chile como la economía más exitosa, gracias a que la sociedad de ese país logró fijarse propósitos de mediano y largo plazo e integrar a todos los chilenos en el trabajo para cristalizarlos.

5. La Tarde, Pereira, 23 de marzo de 1995.

Sin embargo, nos convendría revisar no solamente el costo social que estos pueblos han tenido que pagar por alcanzar el milagro económico, sino también el ambiente político dentro del cual se aplicaron las medidas neo-liberales. ¿Qué garantías ciudadanas y grado de libertad disputaban esas sociedades en el momento en que sus gobiernos escogieron la economía de mercado como su credo?

Indudablemente el tema económico es el más crucial para construir una propuesta política con pretensiones de ser uno de los cambio a escoger por parte de una nación. Y es precisa-mente en esta área temática donde el liberalismo colombiano internamente debe dar un gran debate, cuya conclusión nece-sariamente será definitiva en la identificación de los ideales que ese partido pretenderá encarnar hacia el futuro.

El modelo económico, prácticamente, se convierte en un tema-lindero, gracias al cual se pueden fijar distancias fren-te a otras posiciones políticas. ¿Cuál será la propuesta de un partido que, como el Liberal, acoge en su seno las posiciones más contrarias y cuáles serían los mecanismos para dirimir las diferencias?

33Desde las Termópilas

A carta cabal6

Uno a ratos no sabe qué pensar sobre las cosas que pasan en este país. Es indignante que los hostigamientos externos con olor a intervencionismo gringo sean los únicos capaces de lo-grar lo que parece imposible: mover nuestra justicia, digna de ser tema para Kafka, por lo grandilocuente de sus propósitos y lo pírrico de sus victorias. Al mismo tiempo dejamos que la esperanza anide en nuestro corazón al creer nuevamente en la posibilidad de depurar la clase política en general y, particu-larmente, la del partido de gobierno, no sólo responsable del timón del Estado, sino también depositario de la confianza de la mayor parte del minúsculo sector de compatriotas votantes.

Lo importante, en el caso de los congresistas supuestamen-te involucrados con los narco mecenas, es que realmente se llegue hasta las últimas consecuencias y no pare allí. Estamos cansados de los eventos episódicos donde se hace tardía justi-cia como con la condena a ciertos congresistas indefensables o se declara la muerte política de una persona, no por ser venci-da en juicio, sino por la implacable y cruel sentencia sumaria de la llamada opinión pública, que no es otra cosa que la de los medios de comunicación, muchas veces comprometidos con causas particulares.

En Colombia la justicia no es general en lo referente a cas-tigar el delito. Los éxitos de esa rama del poder público sólo recaen en los de ruana o en chivos expiatorios necesarios por las circunstancias políticas o para sacar del camino a algún molesto antagonista, convirtiéndose la función jurisdiccional

6. La Tarde, Pereira, 29 de abril de 1995.

en agente oficioso de oscuros y personales intereses.En el caso de los senadores “atendidos” por los Rodríguez

Orejuela, culpables o no, son las víctimas propiciatorias sacri-ficadas en el altar de la vergüenza a ese dios enfurecido que es el senador Helms y la hipócrita sociedad norteamericana muy efectiva en buscar la paja en el ojo ajeno.

Ojalá conozcamos el final de esto para la felicidad de los inocentes y escarmiento de los culpables, pero como manifes-tación externa de una sociedad con una nueva actitud frente al narcotráfico. No podemos exigir el castigo de algunas per-sonas notorias, mientras somos blandos ante el tema cuando a nuestro peculio le es conveniente o cuando el supuesto de-lincuente es nuestro amigo o “el hijo de Pepita Mendieta”. Es un problema de ser consecuentes con nuestras expectativas de efectividad de la justicia o incurrir en el odioso puritanismo del país de la goma de mascar.

Esto plantea otra discusión sobre el grado de penetración que tiene en nuestra sociedad y en las instituciones del Estado la llamada clase emergente; debate doloroso pero necesario, ya que podemos criticar a Estados Unidos por condenarnos a ser las únicas víctimas en la guerra contra las drogas pero, infortunadamente, no hemos podido desmentir las acusacio-nes acerca de la pulcritud de la clase dirigente, aún no se sabe nada concreto sobre las narco–cintas del Presidente Samper y lo más grave, seguimos sirviéndonos de esos “amigos oportu-nos” cuando se trata de ganar guerras internas, financiar cam-pañas o vender fincas que no producen ni lástima.

35Desde las Termópilas

A carta cabal7

Apartándonos del análisis sobre la incidencia del bicamera-lismo en la paquidermia parlamentaria o de los buenos efectos del unicameralismo en la moral, la eficiencia o el patriotismo de nuestros congresistas, creo que la propuesta del presidente Samper desvía la atención sobre las causas reales de nuestra crisis institucional y obra como una especie de salvavidas lan-zado al rescate de la maltrecha imagen del mandatario.

La eficiencia de la rama legislativa y la moral de sus miem-bros no cambiarán por el simple hecho de reunirlos en una sola cámara. Por el contrario, concentrar a los “Padres de la Patria” en un recinto podría ser la mezcla explosiva de todos los vicios y lacras que padece la dirigencia política y los parti-dos; a costa de sacrificar la representación de las regiones, de reducir las posibilidades de acceso al Congreso para sectores bien intencionados y dejar a estos como minorías a merced de quienes representan y buscan proteger los privilegios del viejo país.

Luís Carlos Galán Sarmiento lo dijo durante su campaña de 1982: el problema político del país no es el Congreso de la República. La crisis se refleja en las Cámaras, pues ellas son la caja de resonancia de todos los sucesos de la vida pública. Allí se manifiestan las grandezas y miserias de nuestra política, de nuestros dirigentes y de nuestro andamiaje institucional.

Para Galán, el problema eran los partidos. Deslegitimiza-dos por sustracción de materia, son imponentes edificios de utilería sin nada en su interior y sin quién los habite; sólo fa-chadas construidas con frases de cajón y lugares comunes. Son

7. La Tarde, Pereira, 15 de mayo de 1995.

empresas electorales, sin ningún compromiso trascendente con el país, cuya finalidad es mantener los privilegios de unos pocos que, en nombre de una democracia a la cual aplastan al interior de sus colectividades, engañan al pueblo, depredan el interés nacional y cubren de vergüenza la dignidad de la República.

Por esa razón creo que el problema no está en la estructura del Congreso, sino en la obsolescencia de las colectividades; especies de Parques Jurásicos protegidos milagrosamente del tornado reformador que debe ser la reglamentación de la Constitución de 1991.

Siendo nuestra Carta Política reiterativa en cuanto a su espíritu democrático participativo, se quedó corta al no dar vida interna a los partidos y dejó a voluntad del legislador ese aspecto, olvidándose que la mayoría de los congresistas sacan provecho de lo etéreo de sus colectividades. No les interesa que sus agencias políticas deban ser, por ley, democráticas, otorgándole a la militancia deberes y derechos precisos; fo-mentando la vida interna activa y participante, con instancias de decisión legitimadas y mecanismos democráticos para tra-mitar las aspiraciones.

37Desde las Termópilas

Los caminos se juntan8

Finalmente Unidad Liberal y, en particular, su presidente, el senador electo Rodrigo Rivera, anunciaron oficialmente su respaldo a la candidatura presidencial del exministro Hora-cio Serpa Uribe, en una decisión que seguramente ha causado desconcierto en algunos sectores que ubicaban al congresista risaraldense en una orilla distinta de la representada por el actual aspirante a la primera magistratura.

Lo han visto así por la permanente distancia marcada por Rivera frente a muchas de las vergonzosas actuaciones del gobierno Samper, administración donde Serpa brillo por su protagonismo elocuente y su capacidad de utilizar el lenguaje, la sabiduría popular y la nómina oficial para defender a un mandatario empeñado, como a la postre lo hizo, en violar las leyes de la gravedad. Desde entonces, Isaac Newton está dis-frutando de un retiro forzoso y permanente.

Pero principalmente, a Rivera lo veían en la antípoda del serpismo porque ese “ismo” es aparentemente sinónimo del otro “ismo” que aún ostenta el poder y que comanda un presi-dente contra el cual nuestro nuevo senador votó en el célebre juicio del año 96; apreciación que me parece equivocada, pues lo que imperó en su decisión fue la aplicación de la sana crí-tica en el momento de valorar el acervo probatorio y no una motivación política.

Obviamente lo proyectado por los medios de comunicación para esa época fue diferente y lo que para la opinión había

8. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 29 de marzo de 1998.

sido un voto contra Samper se vio reforzado cuando Rivera se opuso a esperpentos legales como aquel de la alternatividad penal, justamente por el absurdo jurídico y político que impli-caba y no porque salía del alma del presidente Samper.

La decisión de respaldar a Serpa la tomó Rodrigo Rivera luego de consultar con todos los estamentos de Unidad Li-beral y con los grupos políticos que hacen parte del proyecto “Por el camino recto”, en otros lugares de Colombia.

Obedece a valoraciones de carácter doctrinario e ideológi-co, al respeto por el veredicto de las mayorías internas y a una realidad que tiene el tamaño de una montaña: el otro aspi-rante con posibilidades no luce mejor que Serpa, deja muchas dudas.

Del delfín sólo conocemos sus hondos silencios y sus pro-longadas ausencias, sus conciertos de rock y su cercanía a Washington, su encanto por Harvard y la privatización de la recolección de basuras en Bogotá, su neoliberalismo y el deseo de cumplir con la última voluntad de su padre.

De Serpa lo sabemos todo; lo malo y lo bueno. Conocemos su verbo de metralla, la forma hábil como maneja la clientela, su terquedad santandereana, su interpretación de los sucesos para salir bien librado.

Y sabemos también de su lealtad suicida, exótica planta en estos tiempos y mucho más en el ejercicio de la política, tam-bién tenemos toda la información sobre su permanente pre-sencia en el acontecer nacional en el último cuarto de siglo, sin que nadie pueda dudar de sus capacidades y experiencia.

Adicionalmente, a pesar del formidable investigador que tenía detrás, respirándole en los talones, pudo demostrar que no había merito para ser acusado como cómplice de la repara-ción de motor y cambio de aceite que le hicieron a la aplana-dora liberal para la segunda vuelta electoral del 94. Según la verdad procesal se debe presumir su inocencia.

En síntesis, el congresista Rodrigo Rivera avaló con su asen-timiento el sentir de quienes desde el liberalismo, su partido, lo han acompañado en su vertiginosa carrera, con el conven-cimiento de que obedecer al mandato democrático es mucho

39Desde las Termópilas

mas benéfico que la deserción, porque las colectividades se reforman en el interior y no buscando refugio para formular las críticas desde la casa del antagonista, que sólo busca bene-ficiarse de la pelea ajena.

Alonso Molina Corrales40

Desde las Termópilas9

En medio de una de las etapas electorales más populariza-das de la reciente historia nacional y cuando los imperativos de la globalización económica privilegian los intereses de los monopolios de la producción y el comercio, los obreros del mundo celebraron una vez más el Día Universal del Trabajo.

El viernes anterior, en muchas ciudades de Colombia y del mundo, miles de obreros convocados por sus sindicatos sa-lieron a las calles a agitar sus consignas como todos los años. Sin embargo, la megatendencia del Nuevo Orden, con el neo-capitalismo como núcleo, ha logrado una percepción diferente de las manifestaciones de lo que se llama la clase obrera y sus reivindicaciones. Para muchos espectadores desprevenidos ese tipo de sucesos pertenecen a una época pasada y sus pro-tagonistas son unos megaterios empeñados en mantener unas relaciones entre el capital, el trabajo y los obreros, ineficientes para el reto que implica la inserción de la economía colombia-na en la mundial.

Indudablemente ha hecho carrera en amplios sectores de opinión y en los indescifrables recintos donde se definen los planteamientos de los partidos y demás grupos de presión, que los sindicatos y sus dirigentes están revaluados por re-trógrados, alcahuetes y contemporizadores con algunos secto-res violentos. Ayudan a fortalecer esa sensación, hechos tales como el saboteo de equipos durante la huelga de Telecom, la defensa a ultranza que los sindicalistas hacen de sus compa-ñeros sorprendidos en falta, la comunión que algunas organi-

9. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 3 de mayo de 1998.

zaciones obreras tienen con formaciones de izquierda, como si eso fuera delito, y los cruentos procesos por complicidad con la guerrilla que se adelantan en contra de sus directivos.

Igualmente, las argumentaciones que las organizaciones sindicales formulan en contra de la apertura de la competen-cia en el campo de las comunicaciones, por ejemplo, se estre-llan contra el indudable beneficio que esta implica para los usuarios de servicios, hasta ahora monopolizados para el Es-tado y con bajos niveles de eficiencia.

Agrava aún más el panorama, la notable ausencia de un debate a fondo sobre el modelo económico nacional, las metas comunes a alcanzar como pueblo y el individualismo galo-pante que sólo dobla la rodilla ante el dios del consumo.

Las postrimerías del presente siglo deben servir de esce-nario para reflexionar sobre el papel del sindicalismo en la Colombia del próximo milenio, con el objeto de revalidarlo y ponerlo al servicio de un país que se teje socialmente más allá de los litigios salariales y de la búsqueda de devastadoras concesiones patronales.

El caso del magisterio es patético; si bien es cierto los sala-rios no alcanzan, no es mentira tampoco el escaso interés de los profesores en procesos reales de mejoramiento de la cali-dad de la educación, donde no sólo se instruya en el área espe-cífica de la materia, sino que también se aporte positivamente a la formación del ciudadano del mañana. Un real compro-miso en ese sentido le devolvería la majestad a esa profesión ante los ojos de una opinión pública escéptica que escucha las consignas de los sindicalistas de la enseñanza como “ruido de moscas para mis oídos”. Por esa razón, el compromiso de la clase obrera y de sus organizaciones en todos los niveles debe ser consecuente con la dramática situación del país y junto a los derechos que pretenden defender, se deben ubicar las con-sideraciones de interés nacional y la obligación de actuar con criterio de patria y no de clase, pues si hace lo contrario habría más óxido debilitando las bisagras de la maltrecha integridad nacional.

Alonso Molina Corrales42

La paz digna10

No sé qué tanto se estremezca la gente con la matanza de colombianos inermes en diferentes puntos del país; lo cierto es que ocurren y vuelven a suceder sin que nada cambie entre la una y la otra, y el peso muerto de los cientos de cadáveres no mueve ni un milímetro la balanza del acontecer nacional.

Hay algo de conmoción cuando el que cae es un connotado exponente de alguno de los sectores en conflicto; no sé si más por el apellido, el título universitario o los galardones, pero lo cierto es que sus trágicas muertes generan más temor que la de las víctimas del exterminio sistemático y merecen airados y ya conocidos pronunciamientos y titulares de prensa.

Lamentablemente, esas reacciones no significan nada den-tro del escenario de la guerra que padecen los colombianos; son parte del paisaje y lo de fondo es lograr el propósito por el cual cada sector ha armado a los suyos, y ese objetivo no es la paz verdadera sino aquella que, dulzona, se respira en los cementerios.

Esa falsa paz es la de una sociedad disecada, donde el na-tural conflicto de los intereses y aspiraciones no exista, donde no haya disenso, y el libre examen y la crítica no perturben el orden, ni incomoden los areópagos. Es la paz para los ven-cidos y el poder sin límites para los vencedores, que no es paz sino tregua provisoria y es la última consecuencia de una guerra; una guerra que desean y alientan mientras de dientes para afuera invitan a la reconciliación.

Por eso los señores de la guerra no se estremecen ante la

10. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 17 de mayo de 1998.

muerte porque actúan con la frialdad de quien sabe lo que quiere y las razones por las que obran son más importantes que la vida misma; son los intereses de carácter económico, la preservación del poder institucionalizado o no y la imposi-ción del modelo de país que desean, sin obstáculos.

Esas misma razones son las que exigen una nueva aproxi-mación al tema de la paz, un abordaje parecido al que debió hacer la sociedad salvadoreña cuando la guerra se le metió a los jardines y piscinas de los barrios altos de San Salvador y que consiste en el reconocimiento de los estamentos en conflic-to y la necesidad de que cada uno de ellos exprese su proyecto de país, con los intereses particulares incorporados, para así tratar de elaborar una visión amplia de una nación que nos pueda cobijar con dignidad y oportunidades a todos.

Pero como nadie cree en las intensiones del otro y los ante-riores procesos de paz terminaron en la extinción violenta de partidos políticos enteros o en la repartición de algunos cupos de taxis y la burocratización de los “comandantes”, necesita-mos ayuda externa para conducir a buen término la negocia-ción, garantizar el cumplimiento de los acuerdos y la reinser-ción de todos los actores-militares, guerrilleros, paramilitares, políticos, empresarios, periodistas y ciudadanos del común –en una sociedad para la paz edificada en un gran acuerdo con el cual nos identifiquemos por encima de las diferencias.

No esperemos a que nuestro tránsito por las calles deba ser de tanque en tanque, como ocurrió en Sarajevo, o que para ir al trabajo sea mejor el uniforme camuflado y un casco con ho-jas secas que el traje habitual y el portafolio. No permitamos ver a nuestros hijos reclutados a la fuerza o enfrentados en un conflicto del que ellos no son responsables. Exijamos un com-promiso de quienes tienen el dedo en el gatillo.

Alonso Molina Corrales44

Acertó una vez más11

La apertura de un proceso en contra de los representantes de la Cámara que votaron favorablemente la preclusión del juicio al presidente Samper me regresa a los fríos salones del Capitolio Nacional, en donde fui testigo cercano de los acon-tecimientos derivados de la hoy comprobada narcofinancia-ción de la campaña liberal de 1994.

En ese entonces ocupaba el cargo de secretario privado del congresista Rodrigo Rivera Salazar, quien como presidente de la Cámara de Representantes era responsable de la correcta conducción del llamado juicio del siglo.

Mientras el país entero, incluyendo a quienes debían ofi-ciar como jueces, tomaba partido de uno u otro lado, Rivera Salazar se aplicó a la tarea de garantizar el debido proceso y la igualdad de oportunidades para cada uno de los actores involucrados en el mismo.

De sus labios nunca salieron frases que pudieran poner en duda el carácter imparcial de su investidura de juez. En algu-na ocasión cuando a media noche nos reunimos para revisar los temas administrativos de la Corporación, después de un agotador y monótono debate, contestó una pregunta mía so-bre su opinión entorno a la conducta del presidente Samper, trayendo a colación aquella sentencia que ahora bien podrían describir la presunta situación jurídica de los congresistas vin-culados: “la justicia no tiene corazón y el magistrado que le preste el suyo, prevarica”.

La valorización de las pruebas de toda índole, el conoci-

11. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 5 de julio de 1998.

miento profundo sobre la forma como se desarrolló el proceso en todas sus etapas, la permanente consulta de la jurispruden-cia y la doctrina, y la humildad para reconocer que las opinio-nes de eminentes juristas podrían aportar luces en el análisis de los hechos, lo llevaron a salvar públicamente su voto frente al proyecto de preclusión de los cargos penales y de indigni-dad por mala conducta contra el presidente Samper.

En su salvamento de voto Rivera Salazar manifestó que la Cámara de Representantes no pudo hallar la verdad sobre los hechos y perdió la oportunidad de ganar legitimidad y credi-bilidad frente al país, al permitir que durante la investigación, el debate y la elaboración de la ponencia mayoritaria se come-tieran errores y se incurriera en omisiones que dejan en duda cuál fue el verdadero comportamiento del mandatario; lo cual es gravísimo dada su investidura. “La mujer del César no sólo debe ser señora sino parecerlo”, decían los romanos.

Igualmente, anotó que ninguno de los elementos contem-plados en el Artículo 36 del Código de Procedimiento Penal como requisitos para precluir una investigación se comprue-ban plenamente. El hecho existió, Samper Pizano no pudo demostrar su inocencia plenamente; el enriquecimiento ilícito se encuentra tipificado en el Código Penal y no hay ninguna causal excluyente de culpabilidad o de antijuricidad.

Refutó también la aplicación del principio del “In Dubio pro Reo” (La duda se resuelve a favor del sindicado) ya que sólo es viable durante el juicio y no en la etapa de calificación del mé-rito sumarial, que fue la que conoció esa instancia legislativa.

Además, dijo el congresista risaraldense, que debió declarar la nulidad de lo actuado con el fin de rehacer la investigación dentro de los parámetros de exhaustividad e imparcialidad requeridos, y concluyó el salvamento de su voto afirmando que “ese fue un debate que infortunadamente no se dio en esta ocasión; que erróneamente, a mi juicio, se trató de im-pedir por parte de algunos sectores que deberían ser los más interesados en superarlo; y que deja en duda a la Cámara de Representantes con el país”. En términos generales, la actua-

Alonso Molina Corrales46

ción de Rodrigo Rivera Salazar adquiere la dimensión correc-ta cuando se observa su conducción del debate y cómo valoró los hechos allí expuestos. En el pasado lo dije, ese voto no fue político y sí jurídico. Era evidente la enorme tensión que ex-perimentaba el representante, consciente de su condición de funcionario judicial y pude presenciar sus esfuerzos para ana-lizar todos los hechos con el único fin de hacer lo correcto, y a la luz de lo que hoy piensa la Corte Suprema de Justicia es claro que acertó.

47Desde las Termópilas

Guerreros de la paz12

El coronel Aureliano Buendía sólo excedió los límites de su propia crueldad cuando decidió buscar el fin de la guerra a toda costa. “Ponte los zapatos y ayúdame a terminar esta gue-rra de mierda”, le dijo el mítico guerrero a su compañero de armas, coronel Gerineldo Márquez. “Al decirlo, no imaginaba que era más fácil empezar una guerra que terminarla”, afirmó Gabo en Cien años de soledad.

Es increíble que después de treinta años la obra capital de Gabriel García Márquez siga como anticipando en el tiempo hechos de nuestra vida nacional, en una clara demostración de que aparentemente la historia termina por repetirse.

Y es que el escritor colombiano recoge de la historia uni-versal y de la colombiana, incluso, una constante: la paz como tema de diálogo entre las partes en conflicto sólo es posible mientras paralelamente los antagonistas continúan sus accio-nes bélicas y las incrementan para tener mayor capacidad de negociación en la mesa. Algo distinto es una utopía: por lo menos si estamos hablando de nuestro conflicto doméstico, pues experiencias en ese sentido ya las hemos tenido.

Por eso es una lástima la información que El Tiempo sumi-nistró el jueves anterior en el sentido de que el Nobel de lite-ratura no haría parte del grupo de voceros de la sociedad civil encargados de conversar con el ELN en la ciudad alemana de Maguncia.

Habría sido muy útil su intuición y también los aportes de otro periodista y escritor, marginado voluntariamente de la

12. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 12 de julio de 1998.

misión; me refiero a Antonio Caballero, quien prefiere conti-nuar escribiendo desde la península ibérica sobre el tema sin comprometer su prestigio en algo que tiene mucho de aven-tura, pero que definitivamente ha encendido la luz para una Colombia extraviada en los vericuetos de la desesperanza de los últimos cuatro años.

Esa nueva esperanza se reafirma con el paso audaz, dado por el presidente electo Andrés Pastrana Arango, al reunirse sorpresivamente con el inmoral “Tirofijo” y con “Jojoy”, tal como lo llamó el mandatario en ciernes al encontrarse con ellos en medio de la selva.

Jamás un gobernante había mostrado, con hechos, tanta voluntad de adelantar un proceso de resolución pacífica del conflicto nacional y nunca antes las FARC se vieron en posi-ción tan envidiable, y al mismo tiempo tan comprometedora como la actual, pues sucesos tales como el encuentro del jue-ves, que es un tácito reconocimiento de su condición de fuerza beligerante y el inminente despeje de los municipios solicita-dos por el secretariado, exigen por parte de los subversivos gestos similares, tales como la devolución de secuestrados y la humanización del enfrentamiento. Mejor dicho, a ellos les toca hablar.

Lo importante es la comunión que aparentemente hay den-tro de la sociedad colombiana en torno al tema de conquistar una paz que vaya más allá del silenciamiento de los fusiles y sea el producto de un proceso en donde todos los estamentos colombianos se metan la mano al dril para sufragarlo. Ya lo hemos escuchado de los voceros gremiales, algunos ya senta-dos hoy a manteles a las orillas del Rin junto con los discípu-los del cura Pérez.

La presencia de la sociedad civil es trascendental porque convierte el tema de la paz en una responsabilidad de todos y no solamente del gobierno, disuade a los eternos “enemigos agazapados de las paz” de cualquier intento por frustrar los actuales esfuerzos y sirve de contrapeso cuando ya se negocie con Manuel Marulanda. No olvidemos que aquel guiño del

49Desde las Termópilas

secretariado, poco antes de la segunda vuelta, debe tener un precio que es necesario conocer y examinar si la nación entera debe pagarlo.

“Nunca fue mejor guerrero que entonces”, dijo García Már-quez del coronel Aureliano Buendía cuando se propuso sacar la paz del cubilete de la guerra, y es esa la misión de la hora presente; ser incruentos guerreros por la paz, estar atentos a las acciones y pensamientos de las Fuerzas Militares, de los sectores económicos pro-belicistas, de los guerrilleros y de los paramilitares, pues para ellos siempre ha sido mejor negocio la guerra.

Alonso Molina Corrales50

Hay que meterle la mano a los partidos13

Recuerdo que Luís Carlos Galán Sarmiento insistía en la necesidad de darle un revolcón a la vida interna de los par-tidos políticos, pues de su buena o mala marcha dependía y depende mucho lo positivo o negativo que le pasa al país.

Uno de los beneficios de ponerle orden a las formaciones nacionales es el impacto que eso tiene en la rama legislativa del poder público; criatura refractaria a cualquier cambio y con capacidad de neutralizar las disposiciones constituciona-les e incluso legales, destinadas a convertirla en una institu-ción al servicio de la nación entera y no de unos pocos y sus áulicos.

Lo hemos visto con todo lo dispuesto por la Constitución Política de 1991 para cambiar la cara al Congreso. Más se de-moró en secar la tinta de la firma que el primer mandatario César Gaviria Trujillo estampó al promulgar la norma de normas, que el aparato político–electoral de la ortodoxia de los partidos tradicionales preparara su regreso a las cámaras para iniciar un proceso de contrarreforma, como a la postre se hizo.

Ahora, cuando se prepara una nueva reforma constitucional y se plantean novedades como las listas únicas, que necesaria-mente realinderaran a los partidos alrededor de mecanismos para la confección de las mismas, no se puede permitir que la forma como se integran y se escogen los candidatos sea dejada al libre arbitrio de las autoridades de las respectivas colecti-vidades y sin brindarle a la base posibilidades de participar.

13. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 2 de noviembre de 1998.

De ser así, me imagino la escena: los tres o cuatro congresis-tas de cada partido en el Departamento se sientan a manteles y luego de un amplio análisis de la coyuntura acuerdan que para confeccionar las listas de candidatos para la Asamblea, por ejemplo, se tendrá en cuenta el porcentaje de votos que para la pasada elección de miembros del mencionado cuerpo colegiado depositaron los electores de cada facción.

Si Pedrito Pérez obtuvo el 30% de los votos que tal colec-tividad alcanzó en los comicios anteriores para la Asamblea Departamental, esa misma proporción le corresponderá en la lista unificada. Los nombres los escogerá, de acuerdo a lo que le toca, cada parlamentario de la forma que mejor le parezca.

De acuerdo a los dos primeros artículos de la Constitución Política, Colombia es un Estado Social de Derecho que tiene como uno de sus fines esenciales “facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la nación” y por tanto es deber del legislador promover el desarrollo normativo nece-sario para llevar a la práctica esos principios.

La elección interna de candidatos a cuerpos colegiados y a cargos unipersonales debe ser una institución legalmente impuesta a los partidos y su materialización controlada para que se les brinde garantías e igualdad de oportunidades a todos los interesados. Igualmente, la adopción de instancias de discusión y toma de decisiones colectivas en cuanto a lo ideológico, programático, para que las colectividades tengan espacios reales de participación y su vida interior se enriquez-ca y dinamice.

Alguien me decía que las costumbres no se cambian con aprobar leyes y expedir decretos, y eso en principio es cier-to; pero si los grandes transformadores de la vida nacional se hubieran atenido a esto, seguramente en Colombia aún no se hubiera adoptado el voto universal y quizás el derecho a sufragar estaría sólo en manos de los detentadores de bienes o de los privilegiados que accedieron a un mayor grado de instrucción, cuyas desahogadas circunstancias de vida asegu-

Alonso Molina Corrales52

rarían un sufragio libre, con criterio y no el de ahora, misera-bilista y mercantil.

La pedagogía del ejercicio político es idónea; aprender con la acción. Pregúntele a las mujeres, por ejemplo.

53Desde las Termópilas

El aceite de las reformas14

Después de una larga incertidumbre, se posesionó el nue-vo Congreso de la República y eligió sus respectivas mesas directivas.

Con la espada de la revocatoria pendiente sobre sus cabe-zas, los nuevos padres de la patria, dicen que sería injusto una abrupta suspensión de sus funciones, cuando en el Senado y en la Cámara de Representantes la renovación supera en promedio el 50% y la mayoría es amiga del programa de go-bierno del futuro presidente de la República, tal como ocurría al comienzo del mandato de Andrés Pastrana Arango. Eso, como todos sabemos, no contribuyó a que prosperarán las ini-ciativas de reforma política agenciadas por la Alianza para el Cambio.

El tira y afloje por las mesas directivas, y en especial por la presidencia del Senado, demuestran con su resultado la fragi-lidad de la bancada uribista y la orientación ideológica del go-bierno entrante, que metió la mano para elegir a un connotado dirigente conservador en esa dignidad.

Los contenidos y posibles consecuencias de esa reafirma-ción dentro del espectro de las ideas políticas, sólo lo conoce-remos cuando empiece la nueva administración y la oposición, si es que la hay, asuma el control político y la tarea de formular en forma reflexiva y responsable las posibles alternativas a las iniciativas del ejecutivo.

Hay, bueno, un indicador. La Dirección Nacional Liberal, por conducto de un grupo de sus congresistas, encabezados

14. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 25 de julio de 2002.

por el senador Rodrigo Rivera Salazar, ha presentado un pa-quete de reformas. Habrá que conocer la pertinencia de las propuestas del liberalismo oficialista y compararlas con las que inscribirá el presidente Uribe cuando se posesione. Sin embargo, hay un tema que podría servir para “medir el acei-te” de las intenciones reformadoras de unos y otros, y es el de los partidos políticos, que a pesar de no tener tanta “taquilla” como el del Congreso, sus repercusiones se expresarán en la construcción de una nueva cultura política.

Pero hablar de reglamentar los partidos va más allá de te-mas como las listas únicas, que sin un estatuto reglamentario de corte democrático y participativo, no pasaría de ser una herramienta para fortalecer el autoritarismo de unos pocos.

Soy amigo de una ley que estimule la participación de la militancia en la vida interna de las colectividades; una norma que permita la confección democrática de las indispensables listas únicas, un ordenamiento que haga responsables a las formaciones de lo que hacen en su nombre los gobernantes y los legisladores y a estos, dar cuenta de sus actos en instan-cias internas y ajustadas a procesos debidamente reglados y equitativos.

Amenazar con “revolcar” al Congreso da votos y no pasa nada, si sigue siendo compuesto por aventureros, microem-presarios electorales y excéntricos. Reglar los partidos es res-ponsabilizarlos de que eso no ocurra.

55Desde las Termópilas

¿Sigues durmiendo, Rudy?15

Aunque su tono tenía el desenfado de siempre, la columna del exministro de hacienda Rudolf Hommes sobre la visita del Premio Nobel de Economía Joseph Stigliz a Colombia, publi-cada en La Tarde el domingo anterior, reflejó que ese episodio académico, político y social lo preocupó seriamente.

Así lo demuestran frases que pretendían desestimar el entusiasmo que causó el arribo del apóstata del statu quo y su cuadrilla. Dice la eminencia gris del actual gobierno, que fuimos tropicales en el recibimiento, pues nos comportamos como si los visitantes fueran “los profetas José y Daniel”. Que el mismo Presidente pidió fórmulas en su angustia por hallar soluciones a problemas concretos y que en ningún otro lugar del mundo les habían parado bolas.

Las anteriores afirmaciones, que parecen tener el interés de devaluar al antagonista con argumentos infantiles, son com-pletadas con ésta, que es una perla del arsenal idiomático de la seguridad democrática: “…la visita no hizo daño…”. Pare-ce un reporte de: “sin novedad en el frente, ¡querida, adorada, respetada y obedecida Ministra!”.

Se le abona, por eso de “sudar la camiseta”, su intento de atribuir al Gobierno Uribe la implementación o adhesión a posturas y medidas recomendadas por Stigliz. Me parece ver-lo saltando en una pata cuando los conferencistas dijeron que la estabilidad macroeconómica es indispensable y es hábil al convenir que el crecimiento -la fórmula señalada como pana-cea por el Nobel- es el camino para salir de la crisis, aunque le

15. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 15 de marzo de 2003.

tira el balón al Banco de la República, cuando insinúa que al Emisor no le interesan la creación de riqueza y empleo. Entre tanto, los colombianos padecemos las consecuencias de medi-das tributarias, monetarias y laborales recesivas, de su autoría, que clausuran las posibilidades de crecimiento económico, al desestimular el consumo interno y cerrar el acceso al crédito.

Pero en últimas Hommes tiene razón, en lo que tuvo la vi-sita de pasarela y feria de vanidades. Tanta alharaca por unos tipos que hablan de lo que muchos ya sabían y que predicen situaciones ya experimentadas en el pasado e ilustradas por la historia –que goza de cabal salud- con vivos colores. Sólo bas-ta revisarla para saber que el capitalismo salvaje se desplomó al finalizar el segundo decenio del siglo XX y que antes de eso los pobres no tenían redención, como tampoco lo tienen aho-ra, si la tarea de los gobiernos es proteger los intereses de la comunidad financiera internacional. Para saber eso, los habi-tuales de las páginas sociales no tenían que llenar el auditorio, poner cara de circunstancia y cambiar el vaso de escocés por la libreta de apuntes; sólo les bastaba mirar hacia atrás.

También creo que a nivel mundial estos académicos son vistos como profetas, y no es para menos. Durante diez años se instaló en lo más alto una supuesta verdad que en nombre de la libertad ha llevado a millones de hombres y mujeres a la miseria y a una moderna esclavitud. Una verdad que excluye y condena al disidente; una verdad que lacera por su arro-gancia en medio de la relatividad postmoderna. Una aparente verdad que, en vez de traernos la paz, nos acerca día a día a una guerra generalizada y orbital.

Una verdad sustentada en el desequilibrio de la ecuación -secreto de los buenos negocios- y no en búsqueda legítima de la felicidad, sueño que está proscrito por quienes asegu-ran que ella ya está aquí. ¿Dónde?, pregunto yo y me sacan los balances de las corporaciones multinacionales. Por tanto, la disonancia de las palabras de Stigliz es mensaje que alivia, pues suena a alternativa.

El exministro tenía razón al preocuparse por la visita del

57Desde las Termópilas

Nobel disidente, aunque no tenga estatura de redentor, por-que los pueblos no renuncian a la búsqueda de la Utopía y una voz que ilumine, así sea desde la abstrusa economía, posibles rutas hacia ella será escuchada con esperanza, y así pasará con tantos otros que día a día se ponen y se pondrán de pie para cuestionar al Leviatán de los malos tiempos.

¡Felices sueños, Rudy!

Alonso Molina Corrales58

A propósito de Garzón16

Mucho se ha dicho con ocasión del séptimo aniversario del asesinato de Jaime Garzón, que nos privó para siempre de gozar con sus personajes, convertidos en referentes obligados cuando se trataba de comentar los acontecimientos naciona-les.

El humor, puesto al servicio del análisis de los sucesos de la política, tiene una larga tradición en Colombia, país intoleran-te y refractario a la construcción de una verdadera oposición. En los siglos XIX y XX, abundaron los periódicos y revistas, que a través de la caricaturización de hechos y personajes, po-nían en evidencia las contradicciones y tropelías de los pode-rosos, acostumbrados a manejar la cosa pública como hacían con sus propias haciendas; es decir, en provecho propio o de oscuros intereses, tan macabros como influyentes. En radio y televisión, debemos recordar al doctor Humberto Martínez, que hizo las delicias de los televidentes y radioescuchas de varias décadas.

Aquí en Pereira tuvimos exponentes de esa escuela irre-verente, como fueron Nicanor Cardona y el celebérrimo Nés-tor Cardona Arcila, CAN, quien desde el periódico El Fuete, fustigó a los gobernantes y le “sacó punta” a los rasgos ca-racterísticos de los personajes más connotados de la pequeña ciudad. Textos irónicos y dibujos bien logrados, desnudaban la condición humana desplegada en el cotarro parroquial y le confirieron a CAN una especie de aura especial.

Ante la desaparición de las formaciones políticas como

16. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 19 de agosto de 2006.

fuentes del control político y oposición, y el paulatino debili-tamiento de las organizaciones sindicales, surgió en el último tramo del pasado siglo, la inquieta voz de Jaime Garzón, que desde Zoociedad y luego en Cuac, se convierte en la verdade-ra oposición a un régimen sub júdice como el del Presidente Samper, pero de antemano absuelto por una clase política ate-morizada por su propio pasado. También el gobierno de César Gaviria y el de Andrés Pastrana fueron la diana que buscaban sus dardos.

Garzón con su paso por los medios de comunicación, ma-terializó la frase de cajón que dice que hacer humor es un asunto muy serio. Su mirada crítica a los acontecimientos de Colombia no respetó santuarios, ni semovientes sacralizados; por el contrario, su irreverencia lo llevó a meterse a la cocina del Palacio de Nariño, a través de la inolvidable Dioselina Ti-baná, que a su vez, imitaba el picado de ojo característico de una Primera Dama muy cercana a los afectos pereiranos.

Me temo que el manto de impunidad que hoy cubre el cri-men, no se correrá en mucho tiempo y esa realidad ominosa, seguirá acallando las voces de muchos y animando el obrar de los forajidos.

Alonso Molina Corrales60

CIUDAD COMPARTIDA

¡Gracias!Hace veinte años soy pereirano17

Parece una frase de cajón, pero es la verdad... Hace veinte años Pereira me recibió con aguacero, mientras despedía llo-rosa al maestro Luís Carlos González, quien no había podido sobrevivir al inmenso amor que le dispensaron sus paisanos, durante la apertura del Área Cultura del Banco de la Repúbli-ca, bautizada en acto solemne con el nombre del poeta.

Era una plomiza tarde de domingo y el piso del zaguán de la vieja casa que albergaba al periódico La Tarde estaba hume-decido, pantanoso; como una señal de que la habitual mono-tonía del séptimo día, se había roto por el agite del sepelio del bardo; acontecimiento luctuoso que había convertido a Perei-ra, a sus recintos oficiales y al propio rotativo liberal, en el cen-tro de confluencia de importantes personalidades nacionales y regionales; elegantes y mojadas todas ellas.

Para ese momento, yo no tenía certezas de ninguna clase. Recién había tomado la vida por mi propia cuenta; no sabía que Pereira y el aguacero vespertino eran una sola cosa; tam-poco sabía que el aburrimiento de un domingo en una sala de redacción, a diferencia de ese 18 de agosto de 1985, lo podía poner a uno al borde del suicidio. Sólo tenía claro que era ur-gente conseguir trabajo en lo que creía que podía aprender con más facilidad –escribir– y que el Maestro Luís Carlos Gon-zález, en algún momento de su parábola lírica, había puesto como testigo de un despecho, la mirada callada de un perro que quizás pudo haber sido el mío. También sabía de “La Rua-na”, pero eso me parecía asunto de los paisas.

17. El Nuevo Siglo, Bogotá, 8 de enero de 2006.

Ciudad compartidaCiudad compartida

Mi propósito al llegar a Pereira era entrevistarme, a instan-cias del periodista Juan Manuel Arango Vélez, con un políti-co llamado César Gaviria Trujillo, que hasta hacía poco había sido Presidente de la Cámara de Representantes y que era la “flecha” para lograr el puesto de editor nocturno en un perió-dico llamado La Tarde, pero que circulaba por las mañanas.

El zaguán de la vieja casa de la carrera novena entre calles veinte y veintiuna, desembocaba en un corral de madera bur-da y vidrio, que se abría hacia la izquierda y que convertía el primer tramo del corredor interior de lo que fue una residen-cia familiar, en la recepción de la casa periodística.

Una vetusta mesa de madera con un color parecido al café y una silla medio desarmada al final del estrecho zaguán, jus-to antes del contra portón, servían de trinchera a un empleado bonachón, moreno y de perfil mefistofélico, que después supe que era el conductor del campero utilizado para todas las la-bores de esa empresa.

El atento personaje me hizo seguir a la pequeña sala que junto con el puesto de la recepcionista, completaba el amue-blamiento de la recepción. Sentado allí, vi desfilar a todo el personal que La Tarde puso al servicio del cubrimiento del fu-neral del Maestro Luís Carlos González. Reporteros y fotógra-fos cruzaban apresurados porque la hora de cierre se acercaba y era necesario tener las fotos, los textos y los diseños de las páginas a punto, para imprimir una edición especial destina-da a agotarse.

Ocasionalmente “el Diablo”, así le llamaban con acierto a quien me atendió inicialmente, entraba a la recepción después de haber recibido a alguien en la puerta y abría una pequeña portezuela ubicada en la división de madera, para entregar a alguna persona un papel importante o la correspondencia. A través de esa pequeña ventana pude ver que lo que fuera el patio de la casa vieja, había sido cerrado y cubierto con tejas transparentes, para que sirviera de sala de redacción.

Finalmente, nos desplazamos hacia la residencia del doctor César Gaviria Trujillo, quien me recibió y escuchó sumergi-

Alonso Molina Corrales64

do en un silencio sibilino y sin mover ningún músculo de su rostro. Recuerdo que hablé y hablé sin parar de todo lo que podría hacer si me contrataban como editor nocturno, pero sin lograr descifrar el efecto que mis palabras pudiesen es-tar obrando en mi interlocutor. Todo terminó con un apretón de manos muy cortés y un “le informaremos en el momento oportuno”.

Luego en la calle, agotado por el esfuerzo y la tensión que me había impuesto, con un resfriado incubándose como un cumplido que certificaría mi visita a Pereira y un pie en el es-tribo del bus que me llevaría de regreso a casa, comprendí que el comienzo de mi carrera como periodista asalariado debería esperar. Antes de partir, me aseguraron que muy pronto es-taría en la nómina del matutino y yo me fui más convencido de esa buena voluntad, que de la posibilidad de que eso se hiciera realidad.

Casi dos meses después, cuando probaba mi suerte ante las puertas de los periódicos de la costa Atlántica y sobrevivía vendiendo baterías en Barranquilla, gracias a la mano genero-sa de Alfredo Sanclemente Martínez, la voz de Arango Vélez salvó la distancia y me abrevió el camino:

–Alonso, está listo lo de su puesto. Lo espero lo más pronto posible en Pereira.

Quedé mudo del susto y de la felicidad y recordé cómo ha-cía unos cuantos años, al ver pasar un pequeño campero rojo y blanco con el letrero periódico La Tarde de Pereira por una calle estrecha de Guadalajara de Buga, me dije para mis aden-tros que sería “chévere” ser periodista de ese diario y vivir en una ciudad que para ese momento ni conocía.

¿Acaso todo estaba escrito ya? Sobre eso y muchas otras cosas similares no tengo aún respuesta. Lo que sí sé es que en ese momento fui una víctima feliz de ese sortilegio que hace de Pereira lo que ha sido, es y será y que me convierte en un buen exponente de lo que un entorno abierto, liberal, gene-roso y retributivo con el trabajo honrado, hace con las gentes que acoge de buena gana.

65Desde las Termópilas

Menos de dos meses después de mi encuentro climático con Pereira y de haber sido testigo involuntario de la parti-da definitiva de su voz mayor, regresaba como aprendiz en el periodismo, el oficio que Albert Camus definió como el “más bello del mundo”. Mi ligero equipaje –una pequeña maleta de una aerolínea desaparecida– era mi declaración de renta, pero nadie podría imaginar que los sueños que mi cerebro y mi corazón destilaban en esas horas felices, eran mi riqueza, mi mejor posesión... la única.

Para noviembre de 1985, todos esperaban con ansiedad el paso del cometa Halley y nadie se percató después, de que su llegada había sido antecedida por dos hechos catastrófi-cos, que hubieran confirmado el talante maligno que desde la noche de los tiempos algunas culturas le han atribuido a ese tipo de cuerpos celestes: La toma del Palacio de Justicia y la avalancha que borró a Armero y a una parte importante de Chinchiná, luego de que el Ruíz erupcionara como tantas veces se dijo que lo haría.

Me parece estar viendo el rostro pálido e incrédulo de Ra-fael Fernando Henao, quien recién egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad Libre de Pereira y en ejercicio de sus funciones como redactor político de La Tarde, no podía entender cómo la majestad de la Justicia era violada tantas veces, ante la faz de un país que ni siquiera se conmovió con los llamados angustiosos del presidente de la Corte, Alfonso Reyes Echandía, que pedía a gritos a través de Todelar, que cesara el fuego.

Pendientes de la radio y de los télex que disparaban frené-ticos cables dando cuenta de ese absurdo, los jóvenes redac-tores de ese momento no nos imaginábamos que, ocho días después, los hechos que nos conmovían serían empalidecidos por la tragedia bíblica que sepultó a Armero y a varios ba-rrios de Chinchiná. Las fotos publicadas por La Tarde en ese entonces, que daban cuenta del dantesco paisaje creado por el Ruiz y que pusieron a prueba la dureza veterana del redactor judicial Fabio Echeverri Caicedo, muestran los despojos irre-

Alonso Molina Corrales66

conocibles de víctimas anónimas sorprendidas en su necedad; masas informes y desnudas, desprovistas de cualquier seme-janza humana al entrar en contacto con la materia volcánica. Nunca antes los reporteros gráficos Ubaldo Galeano y Julio César Garzón tuvieron que echar mano de todo su pundo-nor profesional, para culminar la dolorosa tarea de registrar lo acontecido sin quebrarse. Tal vez alguna lágrima furtiva, qui-zás una arcada controlada a tiempo, les recordó que estaban hechos de la misma carne que fotografiaban.

En medio de esas convulsiones comenzó mi tránsito por el periodismo, mientras aprendía a conocer a Pereira y sus gen-tes, que nunca me hicieron sentir extraño y por el contrario, me llevaron a descubrir raíces y a entender ciertas sensibilida-des puestas a descubierto por ese contacto cálido, con lo que algunos han querido llamar la pereiranidad.

Para combatir el despecho de los desarraigados, tomé po-sesión de una nostalgia prestada por la memoria colectiva de la ciudad y de la mano de Ricardo Sánchez Arenas, Euclides Jaramillo, Carlos Echeverri Uribe, Fernando Uribe Uribe, Hugo Ángel Jaramillo y Luís Carlos González, entre otros, co-nocí la historia de esta villa y me sorprendí de la estrechez de los lazos de ésta, con la de mi terruño natal.

También explore su bohemia y asistí con unción a las al-boradas obligadas que se daban cita en el legendario Páramo, luego de una larga noche de bambucos y pasillos.

Así comprendí la sintonía entre mi alma y el espíritu que aviva a la capital de los risaraldenses. Nuestras coincidencias radican en que ambos estamos hechos de la misma mezcla; el Cauca y Antioquia se fundieron en los pliegues erizados de guaduales del valle que separa al río Otún del Consota y en mi se encuentran revueltos los genes de una estirpe que llegó al Valle del Cauca, proveniente de Sonsón, Antioquia, con los de los plácidos caucanos.

Entonces, “La Ruana” cobijó mi alma cuando entendí que por lo anterior padezco la ensoñación que deja lelos a mis pai-sanos durante el sol de los venados, al tiempo que soy víctima

67Desde las Termópilas

de la angustia existencial que le impide al paisa tener una vida muelle.

El hemisferio sentimental de mi cerebro, el que llena todos los hechos de mi existencia de rumores que están más allá de lo que se puede ver, ha construido toda una argumentación mágica sobre por qué terminé haciendo parte de esta comu-nidad tan especial, hasta el punto de sentirme tan pereirano como cualquier otro con el ombligo enterrado en la Plaza de Bolívar.

Pero la otra mitad de mi órgano cognitivo, me señala otras evidencias de índole político, histórico y social, que pueden explicar el fenómeno que en mí solo tiene a un ordinario espé-cimen de muestra.

La historia de Pereira señala a la Villa como una receptora de inmigrantes desde sus primeros años. Las guerras civiles del Siglo XIX, la colonización antioqueña y los inútiles esfuer-zos de las autoridades de Popayán y Buga para conjurar la influencia económica y militar de Antioquia, en la descuida-da frontera norte del poderoso Estado Soberano del Cauca, convirtieron los ranchos diseminados entre el Otún y el Con-sota, en un enclave estratégico y en un imán que atraía a los marginados, indigentes y perseguidos, que eran tantos como son ahora y como lo eran en la época de la Guerra de los Mil Días y durante la violencia política de la mitad del Siglo XX; períodos donde la riada migracional cobra volumen, según las estadísticas.

Pero es en el segundo decenio de la centuria anterior cuan-do la ciudad proyecta una imagen que la convierte en un “pro-digio” dentro del ámbito nacional. Sus intrínsecas condiciones de destino promisorio, como las tienen en algún momento los poblamientos de frontera, los puertos y los centros de extrac-ción de materias primas en alza en los mercados, fueron re-forzadas por el accionar de una clase dirigente visionaria que dotó a Pereira de una infraestructura envidiable y proveyó servicios destinados a fomentar la igualdad de oportunidades para propios y extraños, con la consecuente movilidad social.

Alonso Molina Corrales68

Siendo ellos mismos pereiranos de segunda generación o recién llegados deseosos de terminar por siempre su itineran-cia y hacerse ricos, refundaron una ciudad capaz de aprove-char para ella misma y sus gentes, el dinero y las mercaderías que fluían de norte a sur y de oriente a occidente y viceversa. Gracias a eso, la abundancia de las bonanzas no pasó de lar-go, ni se marchó con la hojarasca de que hablaba la abuela de García Márquez; se quedó convertida en obras públicas, en estamentos gremiales y sociales organizados, en puestos de trabajo, en una clase media profesional y en una masa consu-midora, con un alto nivel de vida.

Diseñaron una ciudad con capacidad para competir y le dieron todas las garantías a quienes engrosaron los contin-gentes de trabajadores, que primero alquilaron sus brazos y cerebros para alcanzar el sustento diario como piñones del aparato productivo de la urbe, y luego los ofrecieron con en-tusiasmo en el ámbito de lo público, al comprobar que aquí sí era cierto que de la mano del proyecto colectivo, el individual tenía la certeza de ser una realidad.

Inauguraron un civismo de hechos, lejos del que se susten-ta con odas e íconos; mascarada con que los poderosos some-ten y los pusilánimes duermen tranquilos. En Pereira primero fueron las realizaciones, la simbiosis en acción y luego el dis-curso que didactiza.

Metidos dentro del hervor de la Belle Epoque, hito orgásmi-co del capitalismo sin escrúpulos, los empresarios pereiranos como gestores del prodigio, se adelantaron al replanteamien-to económico exigido por la desigualdad y la miseria secular del industrialismo, a los paliativos recetados contra los males desatados por la caída de Wall Street y a la aplicación de los principios del Estado de bienestar. Para eso, construyeron una sociedad solidaria, con responsabilidad por la suerte de todos sus estamentos, cuyo motor estaba en un sector productivo igualmente deseoso del lucro, pero con un gran sentido de la sostenibilidad social, expresado en la construcción de una ciudad disfrutable por todos sin distingos.

69Desde las Termópilas

Lo anterior es la base fundacional del legendario civismo pereirano. Una ciudad que se planea y construye pensando en su competitividad económica, con el convencimiento de que sus ventajas comparativas sólo serán eso, algo que nos diferencia, sin el concurso decidido de unos pobladores con todo por hacer y motivados por un entorno ciudadano que los incluye, que los tiene en cuenta. Justamente a ellos –a noso-tros–, a los perseguidos, a los marginados, a los desposeídos de todas las etapas de la historia nacional.

Así trato de explicarme lo del civismo y aquello que es más misterioso, ese sentimiento de inclusión que nos convierte en parte de algo más grande que es Pereira.

Solo así puedo entender mi propio camino como miembro de esta comunidad hospitalaria. Durante veinte años he sido beneficiario –como miles– del desprendimiento y la genero-sidad de quienes son ahora mis conciudadanos, que nunca dudaron en poner en mis manos responsabilidades públicas reservadas en muchas urbes a sus raizales. Aquí aprendí a tra-bajar y a entender que el honor radica en servir.

Con estas líneas quiero rendir homenaje a Pereira y sus gentes, ahora que he cumplido dos decenios en este suelo ben-dito. Gracias a todos por todo. “…que Dios bendiga el aguar-diente y el cariño pereirano”.

Alonso Molina Corrales70

Después de caminarnos tenemos que sentar18

Muchos han comentado positivamente los resultados de la marcha del viernes 13 de marzo y han pedido, haciendo eco al deseo de todos los habitantes de Pereira, que tenga hondas y benéficas repercusiones.

Por eso debemos preguntarnos qué viene ahora y adoptar una estrategia que involucre el tema de la seguridad, como resultado de un gran esfuerzo colectivo para volver la ciudad habitable y no solamente como un asunto de policía.

La seguridad, cuya ausencia nos lanzó a las calles el viernes pasado, es un atributo de la armonía socia, que en términos urbanos se alcanza con la identidad y el compromiso de los habitantes en su entorno y con la satisfacción de la demanda social local, entendida ésta como vivienda, educación, salud, recreación, medio ambiente sano, servicios públicos y empleo para todos los grupos poblacionales.

El no formular un proyecto de vida que nos comprometa sin excepciones, porque recoge un pasado común y propone un futuro en el que quepamos todos, y la incapacidad de cu-brir las exigencias de la población en materia social, consti-tuyen el fermento de la violencia y un factor que deslegitima la ciudad como espacio de convivencia y la convierte en un campo de batalla.

Por tal motivo, la inseguridad no debe ser por sí misma la preocupación y sí debe ser tratada como un síntoma de la razonable y enfermiza situación padecida por un conglome-rado dispuesto a convertir el antiguo pueblo en el núcleo de

18. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 22 de marzo de 1998

la conurbación más importante del Centro-Occidente de Co-lombia. Es una de las úlceras del crecimiento típico de las ciu-dades tercermundistas y todas esas grandes urbes han tenido que pagar el precio de ser centros de importancia por su ofer-ta comercial, industrial y de servicios, y a Pereira ya le están mostrando las facturas.

Otro de los problemas típicos de los asentamientos en cre-cimiento es la pérdida de identidad de sus habitantes, fenó-meno con muchas causas y que trae como consecuencia la falta de compromiso con el entorno. En el caso de Pereira, la inmigración de grupos poblacionales disímiles cultural y eco-nómicamente con gran influencia en la configuración actual de la urbe y la incapacidad de reescribir una historia que re-coja esas nuevas realidades y valores, diferentes a los de los fundadores, son dos factores atentatorios contra la posibilidad de construir un proyecto comunitario de vida, una visión del futuro con la cual todos nos identifiquemos y por la cual cada habitante luche cotidianamente.

Afortunadamente, la marcha del viernes demostró que los resortes invisibles que cohesionan a los pueblos aún funcio-nan en Pereira para convocar en torno a los intereses comunes las energías colectivas. La caminata nos brinda la oportunidad de sentarnos a repensar la ciudad en compañía de todos los que, por cuna o trabajo, somos pereiranos.

El reto es tener una gran ciudad, abierta a las realidades del mundo contemporáneo, pero con el mejor nivel de vida. El terreno está abonado.

Alonso Molina Corrales72

Por culpa de la libertad19

La lucha por la libertad o su pleno ejercicio, ha sido hito repetido de una historia que se remonta al choque entre los Quimbayas y los hombres de Robledo, y circunstancia deter-minante de la fisonomía de la actual Pereira.

Por culpa del arraigado sentido de libertad, los españoles que fundaron Cartago, entre los ríos Otún y Consota en 1541, encontraron de parte de las tribus indígenas de la región una seria resistencia a sus propósitos depredadores y esclavistas; pero también el volátil sentido de independencia, propio de los pueblos precolombinos de nuestro país, impidió articular una lucha coordinada contra el invasor y en más de una oca-sión la delación o las rivalidades entre los opulentos caciques frustraron planes guerreros que de llevarse a cabo hubieran borrado de la historia de los pueblos a la incipiente San Jorge de Cartago.

Al año siguiente de la fundación, los peninsulares debie-ron sofocar la primera rebelión generalizada de los, hasta ese momento, dóciles y creativos Quimbayas, y en 1557 vuelve y juega la revuelta de quienes prefirieron desaparecer como pueblo y cultura antes de engrosar la lista universal de siervos del Non Plus Ultra Carlos de Austria, rey de España y empera-dor de Alemania.

Tomaron el relevo los Pijaos, que aliados con otras tribus acosaron permanentemente al viejo Cartago, hasta el punto de diezmar a sus habitantes, quebrar su economía y determinar el traslado del asentamiento en el año 1691.

19. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 30 de agosto de 1998.

Igualmente, por culpa de la búsqueda de la libertad de la Nueva Granada y por conservar la suya propia, el abogado cartagüeño José Francisco Pereira Martínez, en compañía de otros cuatro fugitivos sobrevivientes del desastre militar su-frido por los patriotas en Cachirí en 1814, se ocultó de los es-birros españoles en las ruinas de “Cartagoviejo”, mimetizadas en la frondosa vegetación que quiso, como guiada por un es-píritu vengativo, borrar de la tierra la huella del conquistador. Desde allí, el héroe organiza un golpe contra las autoridades realistas que lo lleva a convertirse en el jefe político y militar de la región en 1819.

Durante los tres años que estuvo oculto en las umbrosas ruinas de la ciudad de Robledo, el jurista y naturalista forjó en su mente un sueño que póstumamente hizo realidad el cura Cañarte y los jóvenes que lo acompañaron en la fundación de Pereira hace 135 años.

Antes, en 1839, por culpa de ese deseo de ser libres gracias a la bendición de labrar la tierra propia, una curiosa tropa vol-vió a conmocionar la tranquilidad vegetal que sepultaba los vestigios de lo que fue la ciudad española. Fermín López, el “pater familia” del grupo de antioqueños que finalmente fun-dó Santa Rosa de Cabal, huyendo de lo que parecía la gigan-tesca sombra del terrateniente Juan de Dios Aranzazu y sus herederos, pasó por allí rumbo al Valle del Cauca y regresó en compañía de un grupo de notables cartagüeños, con el firme propósito de asentar un poblado que sirviera de estación en la nueva ruta que el propio López y sus amigos habían inaugu-rado entre Antioquia y el Cauca, gracias a la heroica caminata que los llevó de San Cancio al río La Vieja.

Infortunadamente, el miedo a la guerra, que priva de la libertad al pacífico labriego y la humedad del clima a orillas del Otún, obligaron al legendario colonizador a buscar otras tierras, más alejadas de los campos de batalla, donde en 1841 los neogranadinos se volvían a enfrentar en desarrollo de la llamada “Guerra de los Supremos”.

Pero es por culpa del sueño de la libertad, que no es otro

Alonso Molina Corrales74

que vivir con dignidad sin importar credo, partido o condi-ción social, que Pereira ha crecido. Los picos de su multiplica-ción poblacional coinciden justamente con aquellas etapas en que cientos de familias colombianas han debido abandonar sus lugares de origen por su forma de pensar o por culpa de alguien que necesita hacer un buen negocio.

Se fortaleció como consecuencia de la Guerra de los Mil Días y en el decenio de los cincuenta, umbral de la actual san-gría nacional, no por acaparar tierras y contrabandear con in-sumos, y sí por acoger el recurso humano que terminó por ha-cer suyo el refugio temporal y ferviente anhelo la prosperidad de sus nuevos conciudadanos, y del pueblo que los recibía generosamente.

Por culpa de eso, cada vez hay más pereiranos y nos senti-mos más pereiranos, por culpa de su libertad.

75Desde las Termópilas

Hubo en mi pueblo una esquina20

Al pasar por la carrera séptima con calle quince vemos la vieja esquina sin techumbre y con sus muros ya vulnerados por la acción demoledora de los obreros, contratados para ha-cer del sitio uno de los mejores lotes de la ciudad y posterior-mente, quizás, un edificio de envidiable ubicación.

Es el fin del Páramo; es el fin de una época. Sus ruinas son resultado del curso natural al cual se someten los hombres, sus obras y sus ideas; indefensos ante el paso del tiempo y frágiles al enfrentar la cuchilla del progreso; implacable dictador que no le da tregua ni cuartel a los dulces fantasmas del pasado.

Y es que eso era “La Esquina”, tal como se pudo denominar en un bambuco al cálido lugar donde, escuchando la música de tiples y guitarras y las historias del “viejo Pereira, que era el nuevo”, como decía el maestro Euclides Jaramillo, aprendi-mos a querer a esta tierra, a su gente y adoptamos como pro-pia esa interpretación de la vida que podríamos definir como pereiranidad.

Sus muros tembloreros eran el refugio último de una Pe-reira que se ha ido junto con el postrer aliento de sus héroes, trovadores y poetas. Una trinchera sonora donde el pasado se rehusaba a abandonar la escena y al mismo tiempo servía de claustro para que los recién llegados de entonces, inmersos en el espectral saudade del recuerdo, entendiéramos lo que inspira a esta ciudad y a su gente generosa.

Gracias al empeño familiar, “El Páramo” sobrevivió mu-chos años a su fundador, el maestro Eleazar Orrego, y como

20. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 21 de septiembre de 1998.

otras tantas instituciones pereiranas fue espejo de la evolución de la ciudad durante los tres últimos lustros del siglo XX, con todo lo que implica de miseria y de grandeza. Lo bueno y lo malo de la Pereira de fin de centuria desfiló entre sus mesas con euforia, incitados por la música, el licor y la camaradería.

Era tan sensible “El Páramo” a los fenómenos del entorno, que alguna vez descubrí con extrañeza cómo un grupo valle-nato se disputaba un lugar en el tradicional anden–vitrina de la carrera séptima con calle quince, con los tríos de siempre, y pensé en lo que podrían sentir los patriarcas al ver aquello. Mi sorpresa fue mayor cuando regresé y pude comprobar con mis propios ojos que, furtivamente, algunos clientes introdu-cían a los mencionados músicos a uno de los pequeños cuartos que flanqueaban el salón principal del establecimiento, con el objeto de escuchar los cantos del Valle de Upar, con actitud pudorosa; lo cual habla de un nuevo elemento digno de estu-dio para los antropólogos culturales, sociólogos y semiólogos interesados en la Pereira del tercer milenio.

Los tiples y guitarras han buscado refugio en otras partes y la ausencia de ese hito urbano, con sus muros blancos de cal y sus puertas verdes, que delimitaba la geografía sentimental de la ciudad, desorienta al raizal y al adoptivo que deberán vivir con la convicción de que “… hubo en mí pueblo una es-quina…” donde fuimos pereiranos.

77Desde las Termópilas

BAGATELAS: PERIODISMO PARA LA MEMORIA

Nuevo discurso para una nueva ciudad21

Debo confesar que lo de periodismo para la memoria, en un principio, sólo pretendió ser el argumento que me permi-tiera abordar, desde el periodismo, oficio con el que me he ganado la vida, el tema que me fascina: la historia.

Esta última ha sido una pasión, muy útil en mi condición de inmigrante. Hace 20 años llegué a Pereira, proveniente del Valle del Cauca y como todo recién llegado me vi avocado a una transacción entre lo que se era, lo que ya no se es y lo que debemos ser en el nuevo contexto; una negociación cultural con la cual uno ya no es lo mismo.

Esa experiencia en Pereira es muy especial, pues hay un discurso cosmogónico muy fuerte, muy etnocentrista; con íco-nos muy definidos y valores, que al menos hace veinte años eran totalizantes, pese a su talante rústico. Ese canto a lo bu-cólico era el discurso oficial, pese a las eternas pretensiones de ser ciudad grande.

Para entonces, hacía poco había musicalizado la composi-tora Sofía Ángel, un poema de Luís Carlos González en aire de bambuco, con el título Maldita sea la ciudad y decían así algunos de sus apartes: “Porque se volvió ciudad, murió mi pueblo pequeño, el de calles empedradas y amplios balcones al viento…” Después califica a la nueva ciudad como “…asti-lla sucia de infierno…” y “…nido de mafiosos y rateros”.

Lo importante era que esto lo decía el maestro Luís Carlos González, la voz mayor, que con sus poemas mitificó e incor-poró a los imaginarios de Pereira, las reliquias de la coloniza-

21. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 13 de agosto de 2006.

ción antioqueña: la ruana, la mula, el perro andariego, el cami-no, el hacha y la montaña; el arriero, el labriego y el trabajo.

Al lado de esos paradigmas, estaba toda la otra argumenta-ción sobre una ciudad sin puertas y sin forasteros, que se había hecho grande gracias a esa apertura y que mostraba un gran listado de realizaciones, frutos de la concurrencia de las fuer-zas creativas de los raizales y los adoptados; quienes terminá-bamos cantando con el mismo fervor las estrofas del himno de Pereira, con el cual la ciudad agradece: “Salve al esfuerzo de mis heroicos y buenos hijos que con amor, me dieron nombre, me dieron fama, me hicieron grande, me dan honor…”.

Pero la ciudad cambia, la satisfacción de las necesidades de todos va exigiendo mayor esfuerzo y llega mucha más gente; desarraigados cuya capacidad de negociar la transición cul-tural propia de los inmigrantes es mínima, debido a la mar-ginalidad y a los demás problemas estructurales de nuestro modelo económico.

Por esa razón, creo, con todo respeto, que el discurso sobre la ciudad debe dar cabida a esas realidades económicas, socia-les y culturales que han hecho de Pereira la suma de muchas otras. ¿Cómo ven la historia de Pereira los cubanos y los de Villasantana?, ¿Cuál es su versión?, ¿Cómo se sienten los afro-colombianos que habitan en la comuna San Nicolás?, ¿Cómo leen la historia de Pereira y su inserción en ella?

79Desde las Termópilas

Sabiduría popular22

Al conocer la carta que el Alcalde de Pereira, Juan Manuel Arango Vélez le envió a su homólogo de Santa Rosa de Ca-bal, Carlos Eduardo Toro Ávila, sobre la conveniencia de que este último municipio ingrese al Área Metropolitana Centro Occidente, vino a mi memoria una nota del escritor pereirano Euclides Jaramillo Arango, incluida en su libro Terror, crónicas del viejo Pereira, que era el nuevo, editado en 1984.

El texto, titulado “Tremendas batallas”, da cuenta de la ri-validad que existía entre las dos poblaciones a comienzos del siglo XX, que tuvo como teatros bélicos el Boquerón y el mis-mísimo puente Mosquera sobre el río Otún y que dejó como testimonio, una obra pantagruélica como fue el camino El Ni-vel, construido por los primeros, con el fin de viajar al Quin-dío sin pasar por la Villa de Cañarte.

Dice Euclides Jaramillo: “Años ha la pelea entre los güeve-ros (santarrosanos) y los langostinos (pereiranos), era perma-nente. Y se manifestaba en alharacas y amenazas de grandes batallas que jamás se ejecutaron. Entonces por lo general las cosas pasaban así: Un día cualquiera los maestros de las es-cuelas públicas pereiranas amanecían con arrestos de lucha y decretaban paseo de día entero hasta Boquerón… La alegre muchachada, con los bolsillos repletos de guayabas verdes para tirar en cuca, iba acercándose al alto cuando ya había cundido la alarma por las escuelas públicas de Santa Rosa. Y entonces allí se daba libre y alumnos y profesores empezaban a armarse de piedras desde San Eugenio y a piedra limpia

22. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 20 de agosto de 2006.

traían a los pereiranos hasta pasar el Puente Mosquera sobre el río Otún”.

Al referirse a El Nivel, escribe: “Como ellos (los santarro-sanos) tenían permanente necesidad de viajar al Quindío, en donde poseían amigos, parientes y hasta propiedades y para ello era de rigor tener que pasar por Pereira, idearon la cons-trucción de El Nivel y se lanzaron a ella. Este era un camino perfectamente plano, de ahí su nombre, que partía de Santa Rosa e iba a morir a Circasia, pasando por La Florida, El Man-zano, Cruces, y todo sin la más leve loma bordeando las cordi-lleras con trazos expertos que conservan perfecta planicie”.

Al cabo de los decenios, uno podría decir que aquel esfuer-zo, habría sido digno de mejor causa, pero cada época tiene su afán y en aquella, la rivalidad seguramente era algo más serio de lo que puede dibujar la anécdota, así como ahora lo real es que los caminos y la economía nos juntan en forma cotidiana, y lo conveniente para el futuro es que esa simbiosis sin de-creto, construida por santarrosanos y pereiranos en busca de progreso y bienestar individual, se exprese en términos polí-tico administrativos, en pos de la construcción de una región competitiva en los contextos nacional e internacional.

Si los dirigentes de uno y otro lado son tan inteligentes y pragmáticos, como lo han sido durante todos estos años los ciudadanos comunes y corrientes de Santa Rosa de Cabal y Pereira, muy seguramente el proceso dará como resultado un Área Metropolitana Centro-Occidente fortalecida, con garan-tías para todos y capaz de imitar lo que la sabiduría popular aconseja y determina día a día: La integración.

81Desde las Termópilas

Temas paisas: dos caras de una ciudad23

Es la misma urbe orgullosa que tiene un sistema de trans-porte masivo que pagamos todos los colombianos, el legen-dario metro; un Museo, el de Antioquia, que no duda en malbaratar en EE.UU la obra de su benefactor por medio de pocillos, platos, lapiceros, reproducciones plásticas, etc.; unas empresas públicas que expolian los recursos humanos y eco-nómicos de sus “colonias” –las telefónicas de Pereira y Mani-zales– mientras hablan de sentido social; un sindicato, como el antioqueño que concentra gran parte del aparato productivo nacional y un monstruo comercial tan avasallador como Éxi-to-Cadenalco, que en sus sucursales –caso Pereira– desplaza los productos locales a favor de las economías de escala con tufo regionalista.

Es la misma ciudad pagada de sus barrios opulentos, de sus centros comerciales, de sus parques, de sus avenidas, de sus silleteros, de su altiva y laboriosa estirpe y de su capaci-dad de mirar más allá del litigio mezquino, parroquial y co-yuntural, más allá de la política en minúsculas, para avizorar el panorama con sentido estratégico y económico. En eso hay que envidiarlos y ojalá, imitarlos.

Pero es también la capital de la apariencia o más bien de la indolencia, de la insolidaridad y de la ambición sin límites y escrúpulos, que ha medrado tan rozagante en estos tiempos de la ferocidad del mercado y de la proscripción de los pobres, y en eso no podemos ser espejos.

En la comuna trece de Medellín el conflicto colombiano

23. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira,.

se ha puesto “traje de calle” y cada sendero peatonal, vía ve-hicular y casa es trinchera, sin importar que en el inventario repetido por el “desangelado” burgomaestre paisa, para sal-var la responsabilidad estatal, se señale que en esas colinas pavimentadas hay cobertura educativa del 100%, hospitales y centros de salud suficientes para atender una demanda sin recursos y servicios públicos completos.

Eso no es importante o por lo menos se torna irrelevante, cuando sabemos que de cada diez habitantes de Belencito y sus áreas aledañas, siete de cada diez personas están desem-pleadas; cuando conocemos que el control legítimo del Estado en esa parte de la capital de la Montaña se perdió hace diez años y que el tejido social tiene como célula fundamental a familias disfuncionales; donde las madres deben también ser padres y proveedoras de recursos; es decir, que les toca salir a trabajar dejando a los hijos a la mano de Dios.

Lo grave es que el problema, que ahora estalla en forma de una guerra sin cuartel en medio del vecindario de la comuna trece, es el mismo de otros lugares de la capital de Antioquia, con el mismo tiempo de incubación y estimulado por la acti-tud omisiva de la dirigencia política, administrativa y empre-sarial, que han dado la espalda durante años al deterioro ga-lopante de los niveles de vida de los menos favorecidos -con tal de que no bajen a molestar por estos lados- dirán algunos o “después de mí que venga el diluvio”, afirmarán otros, pa-rodiando al número quince de los Luises Capetos. No es exa-gerado comparar la indolencia y las épocas, pues los pobres son los mismos.

Un paisa que está feliz en Pereira y que le está aportando mucho a la ciudad desde la docencia universitaria, me decía en estos días que la villa de Cañarte es como el barrio más le-jano de Medellín y yo, primero, sonreí para mis adentros acor-dándome del incremento del 15 por ciento en las tarifas de la Telefónica y un segundo después, la larva de la preocupación empezó a crecer en mi ánimo. Con los sucesos de la comuna trece está robusto el gusanito; porque aunque hay grandes di-

83Desde las Termópilas

ferencias, dicen los conocedores que nuestra ciudad es como era la reina del Aburrá hace veinte años; incluso por la bomba social que representan sus asentamientos subnormales.

Al igual que en Medellín, no basta con la infraestructura, ni el problema es sólo del gobierno. Si a los paisas se les esta-lló el artefacto en las manos a pesar de la aparente capacidad para fijas metas colectivas –de lo cual estoy sospechando aho-ra– ¿cómo será lo que nos espera a nosotros en esta hora, inca-paces de concertar y hablando el lenguaje más conveniente?

Debemos mirar a Villasantana y a los otros sectores mar-ginados.

Al margen: El nuevo color de la imagen corporativa de Telefónica de Pereira es igual a la tonalidad que se les subió al rostro de los abonados al conocer el incremento del 15 por ciento en las tarifas. ¡Veeerde!

Alonso Molina Corrales84

Pereira, una ciudad con destino24

Pereira llega a sus ciento cuarenta y tres años de existencia, enarbolando un discurso de valores que fue inspirador en su época, pero que al adentrarse en las aguas del tercer milenio requiere de una profunda revisión.

Me parece que lo señalado por ese texto en cuanto al “de-ber ser” de la ciudad debe permanecer intacto, pues tiene el mismo poder inspirador de las épocas pretéritas, cuando Pe-reira protagonizó aquellos convites de impacto nacional. Su llamado al civismo, su hospitalidad sin restricciones, su tole-rancia y liberalidad, su apertura mental, su vocación de me-trópoli y filantropía visionaria de sus estamentos sociales y de sus dirigentes, deben permanecer como valores que iluminen el camino; así la revisión de la historia, pueda mostrarnos que en algunos de sus períodos la adhesión a los mismos no pasó de ser un saludo a la bandera.

Lo que debe replantearse son las razones por las cuales la ciudad espera un determinado comportamiento por parte de sus hijos raizales y adoptivos, pues la adhesión de estos de-pende de elementos que superan el panegírico, la bandera y el himno, y que tienen que ver con las posibilidades ofrecidas por la urbe para la realización de los proyectos individuales y colectivos de vida.

La misma historia explica, cuando revisamos la segunda década del siglo XX y encontramos aquella Ciudad Prodigio, que no sólo tenía tranvía, planta automática de teléfonos, co-nexión vial con los centros urbanos vecinos y la totalidad del

24. “Bagatelas” en Diario del Otún, Pereira, 3 de septiembre de 2006

equipamiento propio de las poblaciones más grandes y anti-guas. También se evidencia el esfuerzo de la clase dirigente de entonces –compuesta por ambiciosos empresarios e inversio-nistas, no monjitas de la caridad– por garantizar la sostenibi-lidad social de los campesinos, trabajadores y clases medias, que entusiastas se unen al trabajo de hacer realidad esa visión de ciudad grande, pues saben que de eso depende el bienestar de sus familias y la materialización de sus propios sueños.

En esta viñeta encontramos, entonces, los elementos refun-dadores del discurso axiológico de la Pereira del siglo XXI: una visión de futuro, lo suficientemente inspiradora y atracti-va como para concitar la adhesión de los distintos estamentos y un compromiso con el bienestar de los pereiranos, enten-diendo éste como una vida a la altura de la dignidad humana y con oportunidades de una movilidad social que premie el trabajo y el estudio.

Una Pereira que asume su liderazgo como centro de una región competitiva y próspera en un contexto de región, es la visión que se impone en estos momentos; mientras que el reencuentro de las instituciones del Estado con su misión de luchar contra la pobreza y defender a los más débiles, deter-minará un protagonismo de primera línea de los gobiernos locales en el aseguramiento de niveles de vida dignos para la gente y oportunidades de progreso para los laboriosos y los estudiosos. La respuesta de los habitantes del territorio, tendrá que ser la autorregulación, que asegura la convivencia y el goce eficiente de los recintos urbanos, y el compromiso con los propósitos comunes de la urbe. Estoy hablando de un nuevo pacto ciudadano, que haga de Pereira una ciudad con destino.

Alonso Molina Corrales86

Centenario amenazante25

En enero pasado se debió conmemorar un suceso que trun-có el proceso de construcción de la catedral de Pereira, marcó un hito prominente en la historia de los desastres naturales a nivel nacional y, hoy por hoy, constituye un dato digno de tener en cuenta al hablar de la gestión del riesgo en la capital de Risaralda.

Según cuenta Fernando Uribe Uribe en su libro Historia de una ciudad, Pereira, a las once de la mañana del 31 de enero de 1906, “se sintió un gran ruido subterráneo” y la tierra comen-zó a temblar durante ocho largos minutos, que fueron sufi-cientes para que los muros de calicanto del nuevo templo y la torre del frontis se fueran a tierra, al tiempo que muchas casas eran destruidas, ante la mirada impotente de sus habitantes y transeúntes.

Parecía el fin del mundo, seguramente pensaron los más piadosos, pero tan solo era el coletazo de uno de los más des-tructivos eventos sísmicos de la historia nacional: El Terremo-to de Tumaco.

Esa mañana de enero, el puerto sobre el Pacífico colombia-no sufrió las consecuencias de un sismo de 8.4 en la escala de Richter, que trajo consigo los terribles fenómenos asociados a los terremotos, como son el tsunami y la licuación, que con-siste en que el terreno pierde toda su capacidad portante, con el consecuente desplome de cualquier estructura artificial o natural.

Así comenzó para Pereira un siglo XX con una intensa acti-

25. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 10 de septiembre de 2006.

vidad sísmica, que muchas veces trajo muerte y desolación: El 4 de febrero de 1938 la tierra volvió a temblar y la catedral fue afectada nuevamente, así como el Teatro Consota y las insta-laciones de la Vidriera de Caldas. El 20 de diciembre de 1961 otro terremoto dañó doce edificios, derribó cinco casas y más de cien sufrieron averías. El 30 de julio de 1962 tres pisos de la fábrica de camisas don Félix se desplomaron, las instalaciones de varios colegios debieron ser demolidas como consecuencia de un nuevo movimiento telúrico. Daños parecidos se regis-traron en la capital de Risaralda durante un fenómeno similar acaecido el 9 de febrero de 1967.

Los de noviembre de 1979, febrero de 1995 y enero de 1999, merecen capítulo aparte, por su nivel de destrucción y el ele-vado número de víctimas fatales que generaron, en una ciu-dad que, para entonces, ya tenía experiencia en la atención de ese tipo de situaciones, y la demostró al afrontar con suficien-cia las emergencias generadas por los mencionados fenóme-nos naturales.

Sin embargo, la efemérides centenaria sirve para volver a revisar el tema de la prevención de desastres y sobre todo la gestión del riesgo sísmico, que no debería tener tregua, dada la ubicación de la urbe y su capacidad de amplificar en forma exponencial la magnitud de sismos con epicentros lejanos, tal como ocurrió con los de 1906 y 1995.

Sólo un dato para impulsar la discusión: De acuerdo a un estudio hecho por el científico Hansjurgen Meyer del Obser-vatorio Sismológico del Suroccidente - OSSO y la Universidad del Valle, para la formulación del Plan de Desarrollo Urbano de Tumaco en 1997, terremotos como el de 1906, podrían tener una recurrencia de cien años.

Alonso Molina Corrales88

La calle 1926

La anunciada remodelación de la calle 19, como comple-mento del proceso de recuperación del centro tradicional de Pereira, constituye una intervención urbanística a una de las vías con más historia de la capital de Risaralda.

Según la historiografía institucional, en la esquina de la ca-lle 19 con carrera octava, el cura Remigio Antonio Cañarte dijo la misa que oficializó la fundación de la aldea de Pereira.

Los cronistas dicen que por ella ingresaban a la aldea, quie-nes llegaban de visita o por negocios, luego de haber pasado por el paraje llamado La Brigada, donde actualmente es el parque Olaya Herrera.

El arribo del ferrocarril en el segundo decenio del siglo XX, acentuó su condición de vía de acceso a la ciudad, pues los pasajeros se bajaban en la estación del parque Olaya Herrera y subían por ella con sus petacas a cuestas.

Imaginémonos lo que encontraban los viajeros a su paso por la calle 19: viejas casas de bahareque convertidas en loca-les comerciales y cafés, parecían ceder su lugar a las estruc-turas de la ciudad moderna, como eran entonces el Palacio Nacional, el Gran Hotel, el Hotel Soratama, el edificio Braulio Londoño y el Palacio Municipal.

Otro hecho que incorpora la calle 19 a la historia de la ciu-dad, es que las primeras cuadras pavimentadas con el concur-so de la ciudadanía, fueron las ubicadas en ese eje vial, entre las carreras octava y novena; como quien dice, en esa vía nació el cobro de la valorización, tan de moda por estos días.

26. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 01 de octubre de 2006.

Del mismo modo, se debe decir que la remodelación de la calle 19 plantea también, la intervención del Parque Olaya Herrera, el más generoso espacio público de la ciudad; pero al mismo tiempo, el más abandonado y subutilizado.

Quizás su conexión con la mencionada vía, le devuelva el bullicio y la febril actividad que tuvo, cuando estaba la esta-ción del tren y el Instituto Técnico Superior. Una buena opor-tunidad para que los pereiranos lo caminen y se apropien de él, desplazando las lacras que hoy lo convierten, a juicio de los antropólogos, en un “no lugar”.

La remodelación de la calle 19 y del Parque Olaya Herrera, son intervenciones necesarias para mejorar los ámbitos donde transcurre la vida ciudadana.

Un elemento esencial de todo proceso de cultura ciuda-dana es el relacionado con la adecuación del contexto donde interactúa el transeúnte, pues si no es agradable y seguro, nin-gún discurso o norma garantizará su apropiación y uso, con base en acuerdos mínimos de convivencia. Creo que la remo-delación de la vía y el parque, generará nuevas relaciones de los pereiranos con esos espacios, y eso es bien importante para la sostenibilidad del centro tradicional de Pereira.

El pasado de la calle 19 permite justificar plenamente el proyecto de remodelación de esa vía, con lo cual se sigue de-mostrando que, en la historia, siempre encontraremos las cla-ves para construir el futuro.

Alonso Molina Corrales90

Movilidad27

Por estos días en que Pereira pasa de la satisfacción por el goce de obras viales recientes como la avenida Belalcázar, a la exasperación por la imposibilidad de circular por la ciudad en forma fluida, por cuenta de Megabús y de algunas obras de mantenimiento, la movilidad está en primer plano y en parti-cular, el plan integral que sobre la materia se elaboró reciente-mente a instancias del Área Metropolitana Centro-Occidente.

Formulado para integrar los ámbitos regional, metropoli-tano y municipal, el plan señala una serie de obras y progra-mas que se deberán adelantar para hacer de Pereira y su basta zona de influencia, una conurbación integrada a los circuitos comerciales de la globalidad y cómoda para el disfrute de propios y extraños; lo que es oportuno y consecuente con la preocupación que, sobre el asunto, ha tenido a lo largo de su historia, la dirigencia de la actual capital de Risaralda.

Desde las primeras épocas, la élite pereirana se ocupó del ordenamiento de su crecimiento urbano, la movilidad y la interconexión con el resto de centros poblados de la región. Siendo la pequeña aldea hija del cruce de caminos –sobre todo aquel construido por concesión otorgada al cartagüeño Félix de la Abadía– sus líderes trabajaron para consolidar esa venta-ja comparativa, hasta el punto de inaugurar el tercer decenio del siglo XX, como una urbe conectada al sistema férreo na-cional y con carreteras de buenas especificaciones, hacia Santa Rosa de Cabal, Cartago y Armenia.

Después, cuando las relaciones económicas, sociales y cul-

27. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 28 de octubre de 2006.

turales unieron en un estrecho abrazo a Pereira y Dosquebra-das, el cañón del Otún se erigió como un obstáculo difícil de salvar con soluciones viales eficientes. El tramo entre el puen-te Mosquera y La Popa era una tortura y la efímera vía de El Sesteadero, tan solo un paliativo. La construcción de la vía La Romelia–El Pollo y el viaducto César Gaviria Trujillo, fueron las soluciones al más grande problema de movilidad en el ám-bito intermunicipal.

Quedó atrás la interminable fila de buses repletos de pa-sajeros comprimidos y sofocados, subiendo y bajando por La Popa; como también pasó a la historia, el conjunto de narra-ciones decimonónicas, que describieron el paso por el valle que ocupa hoy Dosquebradas, como una prolongación del tenebroso tránsito por el camino del Quindío, entre Salento y Pereira.

El inicio de las operaciones de Megabús ha puesto en evi-dencia que, pese a los esfuerzos de los últimos años en mate-ria de infraestructura vial, Pereira y su vecina Dosquebradas están en déficit. La preocupación crece en la ciudadanía, cuan-do a las restricciones impuestas por el Megabús, se le puede sumar la inminente semipeatonalización de la calle 19 y las dificultades que traerán los proyectos viales financiados por valorización. Síntomas de una emergencia que no da espera, son los trancones, la saturación de la intersección de Turín y las dificultades para llegar al centro de Pereira. La queja es solo una: ¡No hay por donde andar!

Sin embargo, la historia cuenta la forma como la ciudad y sus habitantes hallaron fórmulas, que siempre incluyeron, al pie de las intervenciones físicas, la imaginación, la pacien-cia y el compromiso de quienes así, dejaron de ser partes del problema y se convirtieron en protagonistas de la solución. Lo importante aquí es que las autoridades entiendan que hay una emergencia vial y la ciudadanía sepa que Pereira ya no está para pasear en carro por las calles y carreras de su centro tradicional.

Alonso Molina Corrales92

Una historia ejemplar28

Una de las instituciones más importantes de la historia de la capital de Risaralda, es la Sociedad de Mejoras de Pereira, creada en el prolífico segundo decenio del Siglo XX, por un grupo de empresarios interesados en dotar a la pequeña urbe, de la infraestructura requerida para competir en el ámbito na-cional, como centro de intercambio comercial.

Hacían parte de la iniciativa, Manuel Mejía Robledo, Al-fonso Jaramillo Gutiérrez, Deogracias Cardona, Nepomuceno Vallejo, Pedro Restrepo, Bernardo Mejía Marulanda, Emilio Trujillo, José A. Londoño, Enrique Ochoa, Marceliano Ossa, Emilio Correa Uribe, Juan E. Pérez, José Martínez, Marco Vé-lez, Jesús Eduardo Gómez, Pablo Arias, Antonio J. Botero, Ri-cardo Sánchez, Alejandro Gómez Mejía, Camilo Ángel, Carlos de la Cuesta Restrepo, Leonidas Mejía, Ernesto Villegas, Efraín Ramírez, Eliseo Arbeláez, Valeriano Salazar y Tiberio Isaza.

Para ese 2 de mayo de 1925, fecha en que se creó la entidad, ya había antecedentes importantes, que evidenciaban el deseo de organizar los diversos estamentos sociales y profesionales en torno a las causas cívicas.

A principio del siglo pasado, se fundó la llamada Junta de Ornato, que trabajaba por brindarle a la aldea una estética ur-bana digna de la gran ciudad que trazaba el sueño colectivo. Después, según cuenta el escritor Hugo Ángel Jaramillo, se suscribió el 28 de octubre de 1913, la escritura pública No. 830, que daba vida a una Sociedad de Mejoras de corta trayectoria, liderada por el dirigente cívico, don Julio Rendón Echeverri.

28. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 24 de septiembre de 2006.

La nueva Sociedad de Mejoras muy pronto demostró su dinamismo y de la mano de su presidente, Manuel Mejía Ro-bledo, se adelantaron en pocos años, las obras de infraestruc-tura que pusieron a Pereira en capacidad de competir por el espacio que deseaban sus hijos para ella, en el conjunto de las ciudades colombianas.

El propio Hugo Ángel Jaramillo comentó con asombro en su historia de Pereira, que con sólo dos años de existencia, la Sociedad de Mejoras “trabajaba simultáneamente en las carre-teras a Cartago, Santa Rosa, a Armenia, en la construcción del Lago Uribe, en la construcción de la Plaza de Bolívar y en la plaza de la estación llamada Olaya Herrera”.

Los mencionados proyectos y muchos más fueron sacados adelante con el concurso de todos los estamentos sociales, en alianza con un sector oficial rebasado por el ímpetu con que la Sociedad de Mejoras afrontó sus tareas cívicas. Los recur-sos económicos los aportaba el sector financiero, por medio de empréstitos respaldados, en muchos casos, por las fortunas personales de muchos de esos dirigentes.

La historia de esa institución que Hugo Ángel Jaramillo cuenta con lujo de detalles en su obra La gesta cívica de Perei-ra -S.M.P.-, publicada en 1994, debería ser consultada como fuente de inspiración por la actual dirigencia de la capital de Risaralda, que tiene el deber de hacer de esta urbe una ciudad con destino.

Alonso Molina Corrales94

Civismo, ciudad, bienestar general29

Pereira a lo largo de su historia, se ganó a nivel nacional la fama de ser una ciudad pujante, con una dirigencia audaz e imaginativa, que la condujo con sus propios recursos a la conquista de ambiciosas empresas, y una población que ha-bía sido el orgullo del señor Carreño, aquel que escribió el li-bro sobre Urbanidad. Unos habitantes comprometidos con la suerte de la urbe que los vio nacer o los acogió.

En ese trayecto, Pereira se ganó el mote de Ciudad Pro-digio y con el correr de los años y sin pausas, consolidó una posición en lo económico, político y social, que le permitió disputar su derecho a ser capital de su propio departamento; una causa que movilizó a todos sus estamentos sociales y se convirtió en el premio para el carácter cívico de sus gentes.

Para ese momento, hacía mucho rato que el civismo era un adjetivo que acompañaba siempre al sustantivo Pereira; un calificativo que ha servido para todos los propósitos, inclu-so para descalificar cuando se asocia a posturas xenofóbicas, pero que en síntesis se constituye en un buen “deber ser” en la agenda de la ciudad. En persecución de ese civismo mucho se ha dicho y hecho en Pereira, por parte de quienes creen que se perdió o a nombre de quienes aceptan la necesidad de relan-zarlo como un valor para los nuevos tiempos.

Mi opinión es que el civismo siempre deberá edificarse so-bre la base de que es una respuesta a las posibilidades que la ciudad les brinda a sus gentes. Sus habitantes adhieren a la agenda común y se apropian de la visión de futuro dictada o

29. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 29 de julio de 2006.

concertada por todos los estamentos, en la medida en que su cumplimiento, su búsqueda y los frutos de las mismas, se tra-duzcan en bienestar e inclusión para todos sin distingos. Los discursos y las efemérides no pueden por sí solos movilizar a las comunidades.

Si revisamos lo ocurrido en épocas tan rutilantes como el decenio de los veinte en Pereira, encontramos que la dirigen-cia no sólo estaba comprometida con los grandes proyectos de infraestructura para la competitividad. También se hacía un gran esfuerzo para garantizar el bienestar de los habitantes, que no eran otros que los obreros y obreras que laboraban en las fábricas, los dependientes del prospero comercio; en fin, los consumidores de sus propios productos. Eso explica el por qué del civismo pereirano; el establecimiento de una relación de doble vía donde gana la ciudad, gana su aparato produc-tivo, pero también se beneficia la población que se suma a un propósito general, donde la lucha por una vida digna también hace parte de él.

Hoy, cuando la meta es consolidarnos como el centro de la más promisoria ciudad región de Colombia, liderando la concertación de una plataforma sistémica para la competitivi-dad, y ambicionamos ser el nodo articulador de los circuitos comerciales del subcontinente, la cuenca del Pacífico y el pro-pio hemisferio occidental, es necesario preguntarnos, si lo que queremos simplemente es un andamiaje para el crecimiento económico o la consolidación de un complejo urbano donde los indicadores más importantes sean los del desarrollo hu-mano.

¿Queremos una Pereira donde la opulencia vergonzosa de unos pocos, esconda la miseria de la mayoría en las alcantari-llas o una ciudad donde la pobreza no sea sinónimo de infra-humano, sino una situación fácil de derrotar con el trabajo y el estudio?

Alonso Molina Corrales96

Un problema de salud pública30

El Viaducto César Gaviria Trujillo aparece ahora retocado por una estructura superpuesta; una reja que pretende evitar que los suicidas logren su cometido, lanzándose desde las al-turas del puente atirantado.

Evidentemente, un regalo que no le arrebatará a la capital la distinción de ser una ciudad habituada a leer en los periódi-cos noticias sobre la autoeliminación de sus habitantes.

Como dicen coloquialmente, buscaron la fiebre en las sá-banas.

Recuerdo que ya en 1987 el índice de suicidios en la ciudad ameritó la atención de los medios de comunicación y aún no había llegado la crisis cafetera. Una muy buena investigación hecha por la periodista Nidia Arango de La Tarde, puso sobre la mesa el tema, que en ese entonces ya era un preocupante asunto de salud pública.

También viene a mi memoria el halo romántico y trágico de una cantina llamada La Chispa, ubicada en la esquina de la carrera novena con calle 25, pues allí muchos desesperanza-dos acortaron sus días mientras escuchaban Yira, Yira de En-rique Santos Discépolo: “…verás que todo es mentira, verás que nada es amor…” La ingesta de sustancias tóxicas era el camino favorito para “salir de eso”; el atajo para acortar “una existencia que parece la muerte misma”.

El suicidio es una práctica tradicional en nuestro medio y tiene, según se desprende de la revisión de la historia, una presencia vigorosa como forma de lucha contra la opresión

30. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 16 de septiembre de 2006.

que significó para los indígenas la llegada de los conquistado-res y para los negros africanos su forzoso traslado a América. También ha sido la abreviada despedida de muchísimos inte-lectuales, que con esa decisión dan un paso a la inmortalidad: ¿Quién puede olvidar al poeta José Asunción Silva?

A Pereira, como sede del centro asistencial de tercer nivel de la región, llegan aquellos casos de suicidas que no pueden ser atendidos en los hospitales de los municipios y las páginas judiciales de sus periódicos, se ocupan de reportar las noticias generadas por aquellos que si alcanzaron su propósito; en la mayoría de los casos, labriegos que se ahorcan o se envene-nan con los insecticidas y herbicidas utilizados en la actividad agrícola, para sacarle el quite a las deudas o a la agonía de un despecho con nombre de mujer.

Lo curioso, es que según las cifras del Instituto de Salud de Pereira, para 2004 se experimentó un descenso en los sui-cidios, pues en ese año la cifra ascendió a veintiuna, cuando en 2003, ésta había llegado a veintiocho; lo que es alentador, pues ese tipo de muertes constituyen un indicador que mide el estado de nuestra salud mental.

Por muchas razones, el tema del suicidio está flotando en el ambiente y hace parte de los elementos que conforman la composición de la Pereira actual. Reducir las cifras en tal sen-tido, es una tarea de la sociedad entera, orientada por las au-toridades competentes.

Alonso Molina Corrales98

Que nunca más se repita31

Tuve la oportunidad de conocer los resultados del trabajo de la mesa técnico ambiental conformada por diversas enti-dades, para establecer la magnitud del daño ocasionado al Parque Nacional de los Nevados y en particular a la cuenca del río Otún, por el incendio que calcinó desde el 5 de julio de 2006 y por espacio de siete días, más de 2.300 hectáreas de páramo y superpáramo.

Sin detenernos a precisar los grados de severidad de los impactos ocasionados por el siniestro de la lectura del men-cionado documento, se concluye que las franjas de protección de cuerpos de agua tan importantes como la laguna del Otún, se deterioraron gravemente; se desecaron los humedales esta-cionales propios de la zona, el impacto sobre el hábitat podría ocasionar el desplazamiento de la fauna y el daño en la capa vegetal alterará la capacidad de infiltración y de escorrentía del suelo.

Palabras más, palabras menos, un diagnóstico que habla de la fragilidad del ecosistema que aprovechamos para abas-tecer de agua a la mayor parte del Área Metropolitana Centro Occidente y del cual también depende el comportamiento del río Otún y otros afluentes en relación con la regulación de sus caudales.

Unas conclusiones que aunque no señalan a la sed y a la inminencia de una temporada prolongada de crecientes, como los peores extremos del dilema ambiental planteado, sí evidencian que cualquier cosa es posible que pase, pues no

31. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 11 de noviembre de 2006.

hay antecedentes sobre las consecuencias de siniestros de la magnitud del estudiado, en un medio tan singular como es el páramo. Por eso, buena parte de las tareas futuras recomenda-das por la mesa técnico ambiental, buscan conocer el compor-tamiento bioquímico de los suelos y las plantas, el crecimiento de las especies vegetales y la forma como la fauna se asienta en el territorio.

Aunque el incendio devoró las zonas aledañas a la laguna del Otún, en territorio risaraldense y pereirano; el problema se debe examinar dentro del amplio contexto brindado al saber, que el nacimiento de nuestro río tutelar tiene lugar en el rico escenario del Parque Nacional de los Nevados, que provee el agua con que se abastecen más de dos millones de personas de la denominada Eco Región del Eje Cafetero, que se articula, precisamente, alrededor del mencionado complejo orográfico y comprende el norte del Valle del Cauca y el Tolima, Caldas, Quindío y Risaralda. La imponente presencia de sus altos pi-cos le da continuidad al corredor ambiental de la Cordillera Central, que tiene su comienzo en el Páramo de Sonsón en Antioquia y termina en el Parque Nacional Natural de las Hermosas en el Valle del Cauca, luego de pasar por el páramo de Chili en el municipio de Génova en el Quindío.

Por esa razón, aunque el mayor daño lo padeció durante el incendio la zona risaraldense del parque natural y en particu-lar nuestra laguna del Otún, la evaluación del mismo y el plan de acción que debe evitar en el futuro un fenómeno similar, se concibió como un esfuerzo interinstitucional e interdisciplina-rio, en el cual son protagonistas las autoridades ambientales, las entidades territoriales y las empresas que, como Aguas y Aguas de Pereira, administran el recurso hídrico del cual de-penden miles de familias de la zona y que concurren dentro de los verdes límites de la eco región y del parque nacional natural, más allá de las prerrogativas concedidas en un orga-nigrama jerarquizado.

Los habitantes de la eco región del Eje Cafetero y en es-pecial los que pueblan la cuenca del río Otún, creemos que

Alonso Molina Corrales100

la misión de los entes involucrados en el proceso de recupe-ración del área afectada, tiene el objetivo adicional de evitar que un incendio de las proporciones del acaecido en julio pa-sado, no se vuelva a presentar, lo que implica la formulación de una nueva política de manejo de tierras y filtros especiales que mitiguen el impacto de las actividades productivas y de habitación en la zona. Metas difíciles, con pocos pero podero-sos enemigos, pero que se pueden alcanzar si involucramos a la ciudadanía y a la opinión pública.

101Desde las Termópilas

Celebraciones mediáticas32

La celebración de dos acontecimientos nos da la oportu-nidad de hablar un poco sobre el periodismo y los medios de comunicación en Pereira; ciudad que se ha distinguido por la temprana aparición de publicaciones destinadas a registrar el suceso aldeano y resaltar las contadas manifestaciones artísti-cas de entonces.

Los hitos que sirven de pretexto para estas líneas, son el arribo del Diario del Otún a su edición ocho mil y el aniversario número 17 de Colmundo Radio, la Cadena de la Paz.

Ocho mil ediciones, es en el caso del Diario –como colo-quialmente lo llaman los empleados de esta casa editorial– un logro que confirma la tenacidad de la familia Ramírez Múnera, su apuesta por el periodismo y las excepcionales condiciones de Pereira, como ciudad capaz de absorber la oferta de ese ro-tativo y de otro buen número de periódicos locales, regionales y nacionales que circulan aquí mismo, con muestras de muy buena salud.

Pero es que la capital de Risaralda ha sido ciudad de pe-riódicos. Carlos Echeverri Uribe en sus Apuntes para la historia de Pereira, al referenciar solamente las publicaciones editadas en imprentas instaladas en la villa de Cañarte, nos devela que entre 1909 y 1920, vieron la luz cincuenta y nueve periódicos. Después y mucho más allá de la mitad del Siglo XX, compitie-ron por la circulación El Diario de Emilio Correa Uribe -decano del diarismo en Pereira- y El Imparcial, de Rafael Cano Giraldo; algo sorprendente para un asentamiento de menos de cien mil

32. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 29 de octubre de 2006.

habitantes. En cuanto a los diecisiete años de Colmundo Radio en Pereira, debemos recordar que llegó para ocupar el lugar que en la oferta mediática tenía el Grupo Radial Colombiano, empresa que le vendió a la Cruzada Estudiantil y Profesio-nal de Colombia sus frecuencias, estaciones y equipos. Para la audiencia de la capital de Risaralda, significó la llegada de una nueva voz al periodismo radial local, como es la del co-municador social Leonel Arbeláez Castaño, su eterno director de noticias y actual gerente. Combativo y crítico como el que más, este periodista recuerda esa tradición de medios al servi-cio de las ideas y de las causas cívicas más elevadas.

Una tradición inaugurada en 1939, cuando entró al aire la mítica Voz Amiga, una aliada de primer orden de las causas cívicas que hicieron grande a la capital de Risaralda en el con-texto nacional. En ella se empezó a hacer periodismo radial y siguiendo su ejemplo, llegaron nuevas estaciones, que junto con su oferta de música y variedades, ofrecían a los oyentes embrujados, noticias; la relación de los hechos locales, nacio-nales e internacionales, con unas pretensiones que muchas ve-ces superaban la capacidad técnica de ese momento.

Las fechas significativas que celebran las empresas perio-dísticas de Pereira, deberían ser incorporadas al calendario de efemérides de la urbe, pues sus logros, los hitos conquistados, las etapas agotadas en forma positiva, cuentan también para la construcción de opinión, que es la que llena de sentido la circunstancia de ser ciudadano y contribuyen a hacer ciudad.

103Desde las Termópilas

Indiana Jones en Pereira33

Dicen que nació en Princenton, Nueva Jersey, el primero de julio de 1899 y que el nombre que hizo de la academia, la arqueología y la aventura un solo concepto, lo tomó presta-do de su mascota, un perro que lo acompañó buena parte de su infancia. Lo demás lo contaron con lujo de detalles Steven Spielberg y Georges Lucas, en sus tres películas y la serie de televisión, que hicieron las delicias de grandes y chicos.

Indiana Jones, quien según su biografía ficticia se llamaba realmente Henry Jones Junior, no sólo permitió desde la pan-talla que la adrenalina fluyera por el organismo de los cine espectadores y televidentes, cuando iba detrás del arca de la alianza, huía del templo de la perdición y buscaba, en com-pañía de su padre, el santo grial. También le dio glamour a la arqueología, una profesión sin mucha taquilla; reservada quizás para los amantes de la apacible vida académica o para quienes la dicha es andar insolados, con catarro permanente y escobillitas para retirar el polvo milenario. En fin, una carrera para ricos o para pobres satisfechos, que son los más ricos que he conocido.

Me vino a la memoria el personaje, magistralmente in-terpretado por Harrison Ford, al descubrir en el portal de la Universidad Tecnológica de Pereira, que el alma mater será, entre el 5 y 7 de diciembre de 2006, la sede del IV Congreso de Arqueología en Colombia, dentro del cual se tratarán las temáticas relacionadas con la transdisciplinariedad, la multi-culturalidad y la gestión patrimonial.

33. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 2 de diciembre de 2006.

El marco de discusión me parece pertinente, ya que la pro-pia Tecnológica no ofrece dentro de sus carreras el programa de arqueología, pero sí ha fortalecido su área de educación y ciencias sociales, al punto de ser la abanderada de investi-gaciones tan importantes como las que se llevan a cabo en el salado de Consota, que exigen de la presencia permanente de los colegas de “Indi” en sus aulas y frentes de excavación, en compañía de profesionales de otras disciplinas.

Durante el congreso, una nómina académica de lujo po-sicionará la arqueología, como una ciencia crucial para el desarrollo de frentes tan importantes como el turismo, la preservación y aprovechamiento del patrimonio cultural, la introducción de la ecología histórica y la transformación pai-sajística.

Pensando en el aporte de Indiana Jones a la arqueología, debido a su carácter de producto mediático, también debe-mos plantear que el congreso que tendrá lugar en Pereira y los otros eventos académicos que tengan como epicentro ese campus, deberían incorporar una estrategia comunicacional que vuelva noticia lo allí expuesto y discutido. De esa manera, enriqueceremos la agenda temática ciudadana y por fin ten-dremos una conexión virtuosa entre la academia y la sociedad civil.

Se sabe que ese propósito no es fácil a veces. Como comu-nicador social, conozco los prejuicios de académicos y científi-cos sobre la forma como tratan los periodistas y divulgadores, la información que sale de bibliotecas, centros de estudio y laboratorios; así como la irritación que causa en estos últimos, el manto esotérico con que los estudiosos arropan temas que podrían ser de gran interés y utilidad para los ciudadanos de a pie.

Por eso el reto es de parte y parte. Academia, medios y pe-riodistas en una gran alianza, para hacer del conocimiento un producto de consumo masivo. El Congreso de Arqueología es una gran oportunidad.

105Desde las Termópilas

Autogeneración estratégica34

Para mí nunca fueron claras las razones por las cuales los proyectos que le permiten a Pereira ser autosuficiente en ma-teria energética, fueron condenados al rincón del anaquel, sin que se adelantara un debate amplio sobre la materia.

Lo anterior toma la forma de lo absurdo, si recordamos que hace más de quince años, uno de los temas vitales para la con-solidación de la capital de Risaralda como polo del desarrollo del Centro-Occidente era, precisamente, el que pretendía re-solver la dependencia que en materia energética soportaba la ciudad y el departamento con respecto a Caldas.

Fue el interés por superar esa situación, el que llevó a la formulación de los proyectos de las centrales de Dosquebra-ditas y Senegal, y la ampliación de la planta de Belmonte, que junto con lo generado por Libaré, pondrían a Pereira en una situación de ventaja en el mercado energético; avocado, por entonces, a enormes transformaciones propias del proceso de apertura económica de los noventas.

Los aires globalizantes de ese decenio –percibidos por al-gunos epígonos de los Chicago Boy´s como la verdad última e incontrovertible– quizás contribuyeron a que la tesis sobre una aparente inviabilidad financiara se abriera paso y se resol-viera que era mejor negocio comprar energía en bloque y de contado, para distribuirla y venderla al fiado.

Después de muchos años de haber enterrado las iniciativas mencionadas y cuando el propio padre de la apertura colom-biana, el expresidente César Gaviria Trujillo, viene de regre-

34. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 13 de enero de 2007.

so y hace un examen de su gestión económica, el panorama no puede ser más desolador. La comercializadora de energía, que es en lo que se convirtió la empresa surgida de la esci-sión de las Empresas Públicas de Pereira, no es viable, pese a los esfuerzos de la administración municipal y de quienes la gerenciaron en los últimos años. Su existencia está hoy más amenazada que nunca.

Irónicamente, aquellas iniciativas de autogeneración, archi-vadas hace más de diez años sin mayor explicación, pueden ser las que salven ahora a la Empresa de Energía de Pereira de su extinción, pues harán que pase a ser la líder de un proyec-to energético estratégico –articulado a la ambiciosa meta de comandar desde la capital de Risaralda la ciudad región del tercer milenio–, cuando ya había sido calificada por muchos, como una úlcera estrangulada.

Lejos de abrir la puerta a su privatización, el relanzamien-to de las centrales, pensado como una operación estratégica de largo aliento, revestirá a la Empresa de Energía de Pereira de un halo de intangibilidad, como el que arropa a Aguas y Aguas de Pereira, por su condición de responsable del mane-jo de la cuenca del Otún y del abastecimiento hídrico; bienes y actividades vitales para nuestra sostenibilidad.

Es necesario, además, pensar en que si hace años la de-pendencia a vencer era el dominio que tenía Caldas sobre la CHEC, la coyunda a derrotar ahora es nuestra sujeción al sistema interconectado nacional, cada vez más abierto a los vaivenes bursátiles.

Saludo la tarea de desempolvar esas viejas iniciativas. Creo que merecen ser discutidas nuevamente y pensadas como fue-ron ideados y ejecutados tantos otros proyectos de ciudad que nos hicieron grandes, con el ingrediente adicional de acceder a un gran mercado como es el del Centro-Occidente colom-biano.

107Desde las Termópilas

La libertad35

En 1907 se iniciaron los trabajos de construcción del Parque La Libertad, según lo reportó el historiador Hugo Ángel Jara-millo en su libro Pereira, espíritu de libertad, publicado en 1995.

Eso quiere decir, que este importante recinto cívico entra a la lista de los centenarios y la celebración de esa circunstancia debería ser la excusa, para imaginarnos cuál debe ser su papel en el futuro promisorio de la capital de Risaralda; una vez ha-yamos examinado la historia.

El Parque de La Libertad es un hijo del trabajo hecho por Guillermo Flecher, quien en 1880 fue contratado para trazar el plano de la pequeña aldea con pretensiones de gran ciudad. “…con muy buen criterio marcó en el plano seis plazas que bautizó con los nombres originales de La Paz, La Victoria, La Concordia, La Fe, La Esperanza y La Caridad. De estas seis plazas sólo subsistieron las tres primeras…”, registró Fernan-do Uribe Uribe en su libro Historia de una ciudad. Pereira. La Paz, según lo dispuesto por el planificador original, corres-pondía a la que actualmente se conoce como el Parque de La Libertad.

Carlos Echeverri Uribe, en su obra Apuntes para la historia de Pereira, explicó que, como le ocurrió a las otras dos plazas sobrevivientes, La Paz sufrió un cambio en su nombre y pasó a llamarse Cañarte, en honor al Presbítero del mismo apellido, que impulsó la fundación de Pereira. Luego el Concejo Muni-cipal la denominó La Libertad.

Desde entonces, este parque proyecta por sus cuatro costa-

35. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 21 de enero de 2007.

dos las realidades de Pereira en cada época. ¿O es qué no es de la Pereira romántica de los veinte y treinta, el parque enrejado con el kiosco, donde la banda de músicos hacía la retreta los domingos en la noche, mientras los enamorados paseaban?, ¿Ser por muchos años el asiento de cientos de comerciantes informales, no era la expresión de esa vocación mercantil in-eludible, amordazada por décadas en pos de otros paradig-mas?, ¿La proliferación de marginales y mal vivientes, que para muchos hace ahora intransitable la plaza, no es la prue-ba de que la pobreza extrema, la insolidaridad y la falta de oportunidades, son las enfermedades que amenazan nuestra sostenibilidad social?

El parque de La Libertad nos muestra a lo largo de sus transformaciones, las grandezas y miserias de Pereira, al tiem-po que proclama con su nombre, un valor fundacional de la urbe y con el mural que lo adorna, obra de Lucy Tejada, el optimismo de quienes saben que el estudio es la llave del pro-greso. ¿Qué puede esperar La Libertad en este nuevo siglo? Ceñida por el Megabús por sus costados oriental y sur, tiene comprometido su destino de eje articulador del centro tradi-cional de la ciudad, ya que se ha limitado el papel que debe tener la calle 13 como principal acceso al mencionado sector, en compañía de la 19 y la 26.

Sin embargo, ser estación del Sistema de Transporte In-tegrado, le brinda la oportunidad de tener un flujo peatonal importante, que podrá generar un nuevo tipo de apropiación de ese espacio público, que desestimule la presencia de activi-dades ilegales y el tráfico sexual. De todas formas, lo anterior servirá para bajar la fiebre generada por los males señalados anteriormente y La Libertad modula con su deterioro, los sín-tomas en forma exponencial. La misión futura es lograr, sin un policía y ningún perro guardián, que por sus senderos jue-guen los niños y las parejas de enamorados regresen a dibujar sus sueños, mientras el sol de la tarde sea despedido con la música de una de nuestras bandas. ¡Qué buen propósito!

109Desde las Termópilas

Experiencia y previsión36

El 27 de febrero de este año se cumplen ochenta años de la inauguración de la primera sede que tuvo el Cuerpo de Bom-beros de Pereira en su historia.

La imagen del pequeño cuartel de la carrera 11 entre calles 18 y 19, es un recuerdo borroso, como también se desvanecen las que dieron cuenta de los otros lugares ocupados por la be-nemérita institución, en el Lago Uribe Uribe y en la calle 17 con carrera 14.

Cada una de ellas representó una época; como la de aho-ra, en la calle 32 con carrera sexta, significó en su momento el compromiso de unas administraciones municipales con la gestión del riesgo y en particular, con la prevención y atención de los desastres asociados con la actividad sísmica. De esos años –los noventas– fue la creación de la Oficina Municipal para la Prevención y Atención de Desastres – Ompad, que dotó a Pereira de un equipo especializado en estos delicados asuntos.

La experiencia de los pereiranos para lidiar con las situa-ciones acarreadas por fenómenos naturales, nace de un ima-ginario cuajado de recuerdos angustiosos, de las enseñanzas que deja la experiencia en cabeza propia. Pero la creación de nuestro Cuerpo de Bomberos, un año antes de la apertura de su primera sede, fue resultado del horror causado por el voraz incendio que casi consume a Manizales en 1925.

Al parecer, hasta entonces, el balde y la acción coordinada de todos los ciudadanos para llevar el agua de la fuente hasta

36. Diario del Otún, Pereira, 28 de enero de 2007.

la conflagración, habían sido suficientes para afrontar la furia de las llamas. La tragedia de los vecinos puso en la agenda de los patriarcas, el tema de la prevención de los desastres y obli-gó a institucionalizar una práctica enraizada en la solidaridad de los colonos, en el apoyo al vecino.

Recuerdo que la seguidilla de sismos que tuvieron como hitos el de Murindó en el Chocó y en Kobe en el Japón, nos obligó a repensar con seriedad, en esos primeros años de los noventa, el tema de la gestión del riesgo. Se formuló un Plan Indicativo y se sentaron las bases para montar la oficina res-ponsable del tema, mientras se le entregaba a la ciudad un nuevo cuartel de bomberos.

Lo anterior demuestra que también hemos sido capaces de prever las situaciones que pongan en riesgo a la ciudad y sus habitantes, sin esperar enterrar cadáveres y albergar damnifi-cados. ¿Qué tanto de eso hay ahora?, ¿En términos tecnológi-cos, qué tan actualizados estamos?, ¿Cómo actuaremos ante un terremoto, en una ciudad que no es la misma de hace ocho años?, ¿Qué importancia tiene el tema en el ámbito cultural y político?, ¿El asunto hace parte de la agenda de los políticos?

Estamos hablando de seguridad, elemento esencial para la sostenibilidad de la urbe; un aspecto fundamental para el pro-pósito de hacer de Pereira una ciudad con destino.

111Desde las Termópilas

Archivo histórico37

Me reuní con algunos profesionales de Pereira con el objeto de revisar cómo ha sido la planeación en la ciudad y para esta-blecer el grado de cumplimiento de aquellos planes, trazados para orientar el crecimiento de la urbe.

Muy pronto se mencionó el realizado por la firma Mendo-za y Olarte a comienzos de los años setenta. De él se dijo que las obras de infraestructura ejecutadas en las últimas décadas eran las identificadas en esa consultoría, que definió la for-ma como debía crecer la capital de Risaralda en materia vial. También se afirmó, que sólo a partir del final de los sesenta y comienzos de los setenta, se puede empezar a hablar de pla-neación en Pereira y quizás a nivel nacional.

Era claro que muchos de los expertos no reconocían como una actividad planificadora lo realizado por Guillermo Fle-cher en 1880, o lo referente al famoso plano acotado de la ciu-dad, levantado en 1936 y cuyo mayor mérito era concebir el crecimiento urbano en armonía con la topografía, en forma tal que la cuadrícula española era enviada al cuarto de “San Alejo”, para dar paso a un complejo urbano más amigable y sostenible en términos ambientales.

La discusión que se dio alrededor de este punto, lamenta-blemente, murió por falta de combustible. Nadie pudo esta-blecer a ciencia cierta dónde están la totalidad de los volúme-nes del plan de Mendoza y Olarte, y mucho menos el plano acotado, pues en la ciudad no hay un archivo único que pre-serve documentos tan importantes como los mencionados.

37. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 11 de febrero de 2007.

En los últimos años, muchos fondos documentales han sido remitidos a la Universidad Tecnológica de Pereira, por tener una infraestructura adecuada para su cuidado. Sin em-bargo, las condiciones propias de una institución como la mencionada, no son las propicias para garantizar su consulta permanente.

Otra entidad que ha empezado a jugar un papel impor-tante es la Academia Pereirana de Historia, pues ha recibido algunos archivos de parte de instituciones oficiales de la ciu-dad, con el propósito de conservarlos. Todo lo anterior es muy importante, pues refleja el interés de corregir el hecho de no tener un archivo histórico de la ciudad y garantizar la preser-vación de los documentos oficiales y privados, con los cuales se podrá hacer el registro de los acontecimientos del pasado.

Pero esto no es suficiente. No basta con la preservación de los archivos entregándolos a una docta institución. A nivel nacional, muchas de éstas han sido tan juiciosas en el cum-plimiento de la tarea encomendada, que muy pronto se han convertido en obstáculo para acceder a la información, pues al celo extremo, se le une la carencia de condiciones técnicas y espaciales propicias para el trabajo de investigadores y es-tudiantes.

Es necesario la creación del archivo histórico municipal en concordancia con la archivística moderna y dotado de la metodología de última generación. No me parece descabella-do que la tarea la asuma la Academia Pereirana de Historia, siempre y cuando el convenio permita que la benemérita ins-titución, sea más que un depositario de folios empolvados y sin posibilidades de ser estudiados.

Recuerden que el último libro del profesor Víctor Zuluaga titulado La nueva historia de Pereira. Fundación, dejó al descu-bierto que nuestros cronistas tenían dificultades para acceder a la información documental, necesaria para establecer las nuevas verdades develadas en su reciente investigación; una pesquisa efectuada con enormes dificultades, debido a la dis-persión y mal estado de las fuentes primarias de consulta.

113Desde las Termópilas

Reflexiones al pie del pesebre38

El pastorcito, tres veces más grande que la casa de cerámica de al lado, fue la última figurita que ubiqué en esa geografía de utilería, montañosa e iluminada como vereda cafetera, que es mi Pesebre; el que cada año por estas épocas, armo con mi familia; cómplice ella en la lucha por rescatar la inocencia de los años infantiles.

Obviamente, no es el mismo que concentraba mi pueril atención cuando siendo un infante, recorría los paisajes de pa-pel encerado que diseñaban mis padres, imaginando ser uno más de los personajes del entorno bíblico.

Tampoco es parecido a aquellos que merecían romería y que tenían lugar en las grandes casonas de Guadalajara de Buga; donde, fieles a una centenaria tradición católica españo-la, las familias destinaban una de las espaciosas habitaciones al Pesebre, que reproducía en detalle la vida campesina y al-bergaba también todo tipo de figuras, sin temor a anacronis-mos tales como ver cruzarse a un soldado de Herodes con una réplica plástica de un tripulante del Apolo 11. Esos mismos que perfumaban las viejas casas claustradas, de un olor a sel-va profunda, gracias al musgo y a las matas de monte que se agregaban a la composición para llenarla de realismo, y que unas negras espigadas bajaban de la Cordillera Central, en enormes platones equilibrados en sus cabezas.

Aún así, esos que me hablan de un pasado nimbado de nostalgia y el que ahora ocupa buena parte del patiecito de mi casa, tienen virtudes mágicas, que pueden llevar a reflexiones

38. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 16 de diciembre de 2006.

útiles para entender los tiempos que corren y el papel que de-bemos jugar en esta época y este lugar que nos correspondie-ron en suerte.

El Pesebre es una construcción colectiva, en la cual cada uno aporta elementos para crear un paisaje ideal, casi idílico. Es una obra artesanal, en la cual se invierten los recursos dis-ponibles, lo que hay en la casa: viejas cajas de cartón, peque-ños muñecos, mesitas e incluso camas condenadas al cuarto de San Alejo, tienen una segunda oportunidad y se convierten en objetos estelares cuando se incorporan a ese todo que es la simulación del Belén que recibió al Mesías.

Es el reflejo de lo que es cada hogar afecto a esa tradición fundada por San Francisco de Asís aquella Navidad de 1224; es una especie de huella digital que habla del corazón de esa familia y da cuenta de sus sueños y metas; es una manifesta-ción de los principios y valores que la guían.

El Pesebre, esa especie de Altar de la Inocencia, debería de ser ejemplo para actuar como miembros de familia, como in-dividuos insertos en un grupo social, como ciudadanos con derechos y deberes y, en general, como pueblo, nación o so-ciedad.

En fin, la construcción de la Colombia pacífica, próspera, equitativa y democrática que deseamos, debe hacerse como armamos cada año el Pesebre: con el trabajo de todos, aco-giendo los imaginarios, sueños e intereses de la totalidad de los estamentos, mediados por la equidad, y con la utilización de los recursos disponibles, potenciados por la imaginación y el acicate de una visión de futuro inspiradora.

115Desde las Termópilas

Personajes ligados a la vida de Pereira,

PASADO Y PRESENTE

Recordando a doña Judith39

Hace un año murió la concejala Judith López de Marín, luego de una dilatada carrera al servicio de una comunidad que era la suya y de muchas otras que compartían el reto de derrotar la miseria y brindar a sus gentes alternativas de vida digna.

Su trabajo silencioso, alejado del ruido apetecido por quie-nes conciben el poder como un fin en sí mismo, la llevó a ser Concejala de Pereira, en una parábola llena de enseñanzas para quienes reflexionan sobre la vida y milagros de las corpo-raciones públicas y critican el espacio que en éstas han ganado personas de extracción popular.

Enseñanzas que tienen que ver con la forma de concebir el Estado y de comprender cómo funciona éste y la política, en un país donde la preocupación de la mayoría de las personas es la supervivencia diaria.

Ciertamente, doña Judith no fue la mujer de los grandes discursos, ni del planteamiento rutilante; no conspiró contra el Establecimiento, ni fue iconoclasta, pero asumió con juicio sus deberes edilicios, y para bien de los más necesitados, con-tinúo con la misma labor solidaria y amorosa que cierto día, como si hubiera sido iluminada, comenzó en su humilde San Nicolás, sacándole tiempo a sus labores de ama de casa.

Esa entrega al servicio de los desposeídos, que no respe-taba horarios ni calendarios; su lealtad inquebrantable y su honradez, le reportaron a doña Judith honores que muchos habrían deseado ostentar por influjo de títulos o prosapia; re-

39. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 27 de marzo de 2003.

Pasado y presentePersonajes ligados a la vida de Pereira

Pasado y presentePersonajes ligados a la vida de Pereira

conocimientos que nunca perturbaron su sencillez, ni le hicie-ron perder la compostura.

Hoy, cuando se discute en amplios escenarios la suerte de la institucionalidad colombiana, debemos recordar a doña Ju-dith López de Marín, que con su testimonio vital nos habla de que la inmensa mayoría de nuestros compatriotas esperan de sus dirigentes la satisfacción efectiva de sus carencias prima-rias. Por eso trabajó ella y por eso tuvo el reconocimiento de quienes la llevaron varias veces al Concejo de Pereira.

Las instituciones políticas del futuro, vacunadas contra la corrupción y la politiquería, deberán ser construidas tenien-do en cuenta los fines del Estado Social de Derecho que es Colombia, a partir de la promulgación de la Constitución de 1991. De lo contrario, habrá la misma exclusión que incuba la desconfianza, la insolidaridad y la maroma y sólo hallaremos un poco de alivio, gracias a la perseverancia de hormiga de seres como doña Judith López de Marín.

Alonso Molina Corrales118

El sueño de un fugitivo40-41

La epifanía debió ocurrir una de esas pocas noches en que la luna atravesaba el vaporoso dosel atmosférico e ilumina-ba con su tenue resplandor el entorno vegetal del escondite. Eran las horas de la vigilia y de la angustia.

Desde que se internó en la montaña erizada de guaduales, de huida de los españoles de la pacificación, José Francisco Pereira Martínez adivinó los ruinosos y ocultos perfiles de la Vieja Cartago del Mariscal Jorge Robledo. Al descubrir los vestigios de un monasterio franciscano, con su pila bautismal y un roble centenario haciendo sombra, el patriota fugitivo improvisó, en compañía de su hermano Manuel y de otros tres desdichados, un cobertizo de hojas y palos, que adosado a una tapia derruida, les permitió pasar las primeras noches protegidos de la lluvia omnipresente.

El 21 de febrero de 1816, los cinco habían escapado por mi-lagro del desastre militar de Cachirí, en la provincia de Vélez, y con sus perseguidores pisándoles los talones, se lograron ocultar en los selváticos pliegues del Quindío.

Desde las orillas del Otún, vieron confluir en Cartago a fi-nales de junio, las fuerzas realistas de Julián Bayer y Francisco Warleta, procedentes del Chocó y Antioquia, respectivamen-te, y supieron de los progresos de Juan Sámano en el sur.

La patria estaba perdida y con ella las vidas de quienes se aventuraron a materializar en la América equinoccial, el sue-ño iluminista de los enciclopedistas y pensadores liberales del

40. Ficción.41. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, agosto de 2002.

siglo XVIII. Durante tres años de evasión, el ilustre Pereira al-ternó sus actividades de supervivencia, con las propias de los iniciados en la ciencia. Instalado en un mejor habitáculo, fijó su lugar de estudio en el primer refugio; allá en las ruinas del convento y mientras clasificaba plantas y piedras, recordó a cada uno de sus amigos de la Expedición Botánica, muchos de ellos inmolados en la hecatombe de la Patria Boba.

Para ese momento nada expresaba buenos augurios. La na-ción entera sometida con crueldad; sus camaradas muertos, presos y desterrados y él, acosado y miserable, llevaba una vida de ermitaño. La noche aprovechaba para anunciar omi-nosos presagios.

Sin embargo, cuando los insignificantes restos de la Villa de Robledo lo hundían en sombrías reflexiones sobre la fragi-lidad del hombre y de sus obras, algún desconocido mecanis-mo de defensa alumbró en su atormentado cerebro una idea inspiradora, una grande y filantrópica, pero de apariencia en esas horas de incertidumbre: fundar una ciudad en el mismo sitio donde se asentó San Jorge de Cartago.

Desde ese momento, y cuando la precariedad de las cir-cunstancias se preparaban a derrotar su presencia de ánimo, Pereira Martínez sacaba de la manga esa manifestación provi-dencial y la esperanza le ganaba la partida al miedo.

¿Cómo se habrá imaginado el cartagüeño esa urbe? Quizá se lo confió a Fermín López y a José Hurtado, cuando juntos visitaron en 1839 el antiguo escondite, antes de que estos fun-daran a Santa Rosa de Cabal. La idea era que la tribu libertaria se asentara allí, donde no había aranzasus, ni guerras; sólo historia.

La epifanía del doctor José Francisco es hoy nuestra Pe-reira, que seguirá siendo lo que seamos capaces de hacer con nuestros sueños de fugitivos.

Alonso Molina Corrales120

General Valentín Deaza Zamora42

Al revisar la lista de alcaldes de Pereira, como para prepa-rarnos para la pretemporada electoral, encontramos que hace cien años la ciudad era orientada por la mano diestra del Ge-neral Valentín Deaza Zamora, quién hizo su carrera militar al lado del Generalísimo Tomás Cipriano de Mosquera y partici-pó como comandante, en todas las guerras emprendidas por el liberalismo radical del Siglo XIX.

Intervino con éxito en la guerra civil de 1861, que le dio a la Nación la constitución aérea de Rionegro y fundamentó el régimen del Olimpo Radical. Fue también protagonista de la batalla de los Chancos, con la cual el general Julián Trujillo aplastó la revuelta de los conservadores de Antioquia, contra la institucionalidad federal de la época.

De ahí en adelante, su suerte estuvo amarrada a la mala fortuna del liberalismo, desplazado por el huracán regenera-cionista de Rafael Núñez, que lo alejó por cincuenta años del poder político.

No se sabe si fue por los constantes fracasos de los radica-les en los campos de batalla o por ser víctima fulminante de la mirada fina de la señorita Apolonia Muñoz Buriticá, con quien contrajo matrimonio, que Deaza colgó en Pereira su es-pada y abandonó las botas, para ponerse el traje de paisano y asumir el papel de hombre cívico, en una de las pocas ciuda-des donde ser liberal no era pecado. Por eso se entiende que haya sido alcalde en 1906, 1907 y 1908.

Como servidor público y ciudadano comprometido, echó

42. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 25 de junio de 2006.

sobre sus hombros obras tan importantes como la construc-ción de la Catedral de Nuestra Señora de la Pobreza, destrui-da por un terremoto en el primer año de su mandato, la inau-guración del cementerio y la construcción de la primera sede del Hospital San Jorge.

Igualmente, como cabeza del ejecutivo pereirano, protago-nizó una de las primeras manifestaciones de inconformidad contra el centralismo manizaleño, cuando lideró una comi-sión que les exigió a las autoridades de Caldas un tratamiento equitativo para el resto de municipios de la mariposa verde.

Deaza nació en Chocontá en 1851 y murió en Pereira en 1933, rodeado por el aprecio de sus conciudadanos y con su esperanza de católico renovada. Los cruentos años de guerra, al lado de sus camaradas ateos y masones, no le arrebataron su fe religiosa, de la cual daba muestras tangibles.

Cien años después de su mandato como alcalde de Pereira, bien vale la pena recordarlo y rendir tributo a su aporte como pereirano por convicción.

Alonso Molina Corrales122

¡Que vuelva la maldición!43

Como una amable amenaza, siempre se le dice al forastero con el pie en el estribo, que “el que se va de Pereira, a Perei-ra vuelve”; formula identificada por muchos como la dulce maldición del Padre Cañarte, uno de los responsables de la fundación de la hoy capital de Risaralda.

Sin desconocer el celo del presbítero por los asuntos de la aldea de entonces, se debe corregir lo que es un error repetido pero no purgado; pues aunque la frase se pronunció desde el púlpito, con la intención de describir las bondades de la hospitalaria aldea, no fue Cañarte su autor, sino otro levita entusiastamente pereirano.

Según lo relata Ricardo Sánchez en su libro “Pereira”, una mañana de domingo del año 1882, en un arrebato de amor por la tierra que lo acogía y era suelo fértil para su ministerio, el padre José Joaquín Baena pronunció la célebre frase, que por caprichos de la memoria oral se le atribuyó a Cañarte.

Años atrás, Carlos Echeverri Uribe relató en sus Apuntes para la historia de Pereira que el sacerdote Baena, en funciones de párroco desde mayo de 1882, dijo así: “Son tantas las gra-cias que la Divina Providencia ha dispensado a esta feliz po-blación, que me siento inspirado por el Espíritu Divino, para predecir que todo individuo que después de haber vivido aquí algún tiempo, se retire a otro municipio, volverá a ocupar su puesto irremisiblemente”.

Maldición o no, en mis veinte años como pereirano por convicción, la he visto cumplirse con exactitud matemática en

43. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 15 de octubre de 2006.

muchos de los inmigrantes que en la penúltima década del siglo XX, llegamos a la Villa de Cañarte en persecución de nuestros sueños.

Sin embargo, la magia salida de los labios del cura Baena parece inferior a las macabras fuerzas, que han hecho que Pe-reira pase de ser una ciudad receptora de inmigrantes a expul-sora de sus propios hijos, en una diáspora vergonzosa, que los condena al delito, la servidumbre y la prostitución.

Según un estudio publicado por la revista Semana, el 16% de los hogares del Área Metropolitana Centro-Occidente, cuyo centro es Pereira, tienen al menos un miembro trabajando en el exterior.

¿Será qué necesitamos otro ensalmo eclesial para superar la prueba y hacer que los ausentes regresen a sus hogares, al lado de sus hijos extraviados en núcleos familiares decapita-dos y en un medio insensible?

Alonso Molina Corrales124

Don Emilio Vallejo y la fundación de Cuba44

La celebración del aniversario cuarenta y cinco de la fun-dación del barrio Cuba, casi coincide con el fallecimiento de Don Emilio Vallejo Restrepo, uno de los pocos sobrevivientes de esa generación de patricios del medio siglo, que contribuyó con sus luces y actos a la consolidación de la Pereira que hoy conocemos.

La festividad y el deceso del prohombre, sólo serían una casualidad, si no fuera porque Vallejo Restrepo fue el que le dio vía libre a la construcción del barrio Cuba, a finales del quinto decenio del siglo XX, como respuesta al problema de hacinamiento detectado por varios estudios de la época.

En medio del sangriento remolino de la violencia política de los cincuentas, Pereira aparecía como el remanso de paz que podía ofrecerle a los desplazados, sin distingos de filia-ción política o credo religioso, la oportunidad de reconstruir los sueños arrasados por la intolerancia en sus lugares de origen. Por cuenta de esa situación, la apacible pero pujante y hospitalaria Pereira, pasó de tener en 1951, una población de 115.342 habitantes a 188.365 en 196445; más de setenta mil nuevos residentes en dos lustros, que se apiñaban en casas que llegaron a albergar -según el exconcejal Gildardo Castro Eusse, en ese entonces el inspector de salud pública encarga-do de adelantar el censo sanitario de la época- hasta diecisiete individuos bajo un mismo techo.

Para entonces, la presencia del Instituto de Crédito Terri-

44. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 7 de octubre de 2006.45. Grupo de acción comunitaria y social, Monografía del Barrio Cuba Pereira, Editorial XYZ, Cali, 1990.

torial era casi nula en Pereira. Dice Castro Eusse que no tenía oficina en la ciudad; todo se manejaba desde Manizales y su actividad se había limitado a adjudicar cinco viviendas, cuan-do el déficit habitacional ya configuraba una crisis de salud pública de grandes proporciones.

En ese momento, aprovechando la dramática problemática evidenciada por el censo sanitario, actúa don Emilio Vallejo Restrepo, quien en su calidad de alcalde de Pereira, logra que el Instituto de Crédito Territorial se establezca en la ciudad e inicie una serie de programas de vivienda popular, entre los que se encuentra Cuba.

Fue el mismo Vallejo Restrepo el encargado de facilitar la negociación entre el Instituto de Crédito Territorial y los pro-pietarios de la Hacienda Cuba y su voluntad política blindó el proyecto contra los eternos profetas del desastre, que califica-ron como un disparate, pretender construir un barrio en esa “lejura” y sin contar con la infraestructura vial y de servicios públicos, requerida para ese tipo de iniciativas. Quizás sin sa-berlo, don Emilio, como respetuosamente le decíamos sus con-ciudadanos, nunca supo que con su compromiso echó a andar uno de los más exitosos experimentos de techo por autocons-trucción a nivel nacional, que luego serviría de inspiración a la política pública que adoptaría la ciudad, con la fundación del Fondo de Vivienda Popular en cabeza de Ernesto Zuluaga Ramírez, durante la alcaldía de Roberto Arenas Mejía.

Tampoco podría haber imaginado entonces, lo que sus ojos cansados alcanzaron a ver al final de sus días: una Cuba po-pulosa y prometedora, con pretensiones de ciudad y en las puertas de un proceso de transformación urbana generado por el Megabús y las obras viales que proyecta la actual admi-nistración pública.

Con Cuba, el recuerdo de don Emilio Vallejo Restrepo será imperecedero. Paz en la tumba de Vallejo Restrepo y los mejo-res deseos para los habitantes del suroccidente de Pereira.

Alonso Molina Corrales126

Sabiduría de saco y corbata46

Se fue la sabiduría vestida de saco y corbata. Se fue una voz, que desde la experiencia vivencial y académica, fungía de faro para una ciudad que la amó y respetó. Se fue la pala-bra. Se fue Juvenal Mejía Córdoba.

No tuve el honor de ser su discípulo en el Liceo de los An-des. Tampoco gocé de un contacto permanente con su impo-nente presencia, pero fui bendecido con su aliento. Al leer y comentar mis columnas de opinión, con su aprobatoria pal-mada en la espalda, siempre venía la oportuna observación, el útil consejo, que me hacía crecer y me impulsaba a continuar ladrándole a la luna.

Con su partida, se marcha definitivamente toda una época, que él mismo determinó con su dilatada y feraz existencia. Una era, compuesta de muchas etapas, que involucró a varias generaciones con las cuales interactuó y a las cuales guió con su eterna vocación de educador; oficio desde el cual tuvo la mayor de las influencias.

Pasaron por su lado y fueron sus contemporáneos, epígo-nos y contradictores, recios personajes como Roberto Maru-landa, José Domingo Escobar, Camilo Mejía Duque, Octavio Mejía Marulanda, Bayron Gaviria, Hernando Vélez Maru-landa, César Augusto López Arias, Jaime Salazar Robledo y Emiliano Isaza Henao, entre otros. Le sobrevivió a todos y su presencia vital y sus antiguas maneras de republicano liberal, sobrevivieron para fustigar a los filisteos y animar a quienes creemos que la vida debe moldearse, en la horma de la virtud,

46. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 25 de noviembre de 2006.

como lo hace el artista con la materia inerte. Su existencia fue una aventura apasionada.

Del mismo modo, dejó su huella en gestas que marcaron el pulso de una región dispuesta a ser independiente y prós-pera. La creación del Departamento, el montaje de su ingenio azucarero y la fundación de la Universidad Libre, fueron tan solo algunas de las empresas en que empeñó su entusiasmo y sus luces.

Cuando llegué a Pereira hace veintiún años, el doctor Ju-venal Mejía Córdoba ya llevaba a cuestas setenta y tres invier-nos; una edad que para la mayoría es sinónimo de retiro y senilidad. Pero en ese entonces, él parecía un ambicioso hom-bre público, construyendo un porvenir de amplios horizontes, opinando sobre todo y señalando caminos en los ámbitos cívi-co, político y académico.

En el último tramo de su vida pública, dejó inolvidables enseñanzas, que sus compañeros en el Concejo de Pereira y los ciudadanos expuestos a su poderosa influencia siempre re-cordarán. Su accionar pulcro y desinteresado; su obsesión por enseñar y su paternal superioridad moral, le dieron un nuevo tono al quehacer de una corporación compuesta por jóvenes que bien podían haber sido sus nietos y que reconocían en él al maestro.

Paz en su tumba.

Alonso Molina Corrales128

Guillermo Ángel Ramírez47

Cuando en 1965 el escritor y periodista Miguel Álvarez de los Ríos escribió en el periódico La Patria un perfil sobre el abogado Guillermo Ángel Ramírez, este patricio pereirano tenía cincuenta años y parecía haber empezado un retiro gra-dual del escenario público, que ya en ese momento implicaba un alejamiento total de la actividad política del entonces de-partamento de Caldas.

La nota parecía una reseña biográfica sobre un general en uso de buen retiro. “A los cincuenta años de edad, Guillermo Ángel Ramírez es un hombre reposado, cordial, efusivo, ple-no de una bondad interior que lo hace tolerante en su vida de relación…”, dijo en su artículo Álvarez de los Ríos, para luego puntualizar: “Pudo haber sido un excelente Ministro de Hacienda, un activo gobernador, un diplomático por lo alto. Pero él está bien distante de esas aspiraciones…” Parecía estar hablando de un abuelito. Para septiembre de 1965, año en que vio la luz el escrito de Álvarez de los Ríos, Guillermo Ángel Ramírez ya había sido alcalde de Pereira a los 21 años –y re-pitió para culminar su obra de gobierno–, juez municipal y de circuito, secretario de despacho de la Gobernación de Cal-das, Senador de la República y dirigente gremial de enorme influencia para el crecimiento económico de su ciudad natal. Impresionante hoja de vida, que parecía tener clausurado el capítulo relacionado con las actuaciones públicas.

El empleo del tiempo pasado al hablar de lo que no fue en la vida de Ángel Ramírez, se impuso en el texto periodísti-

47. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 4 de febrero de 2007.

co, pues ¿quién puede predecir la historia, que atropella a los hombres y los traslada sin escalas de la placidez del sillón del retirado al fragor del campo de batalla?

Ni el propio Ángel Ramírez, que había estudiado con cui-dado la historia de Pereira y sabía que el embrión indepen-dentista crecía en la comarca, a la par que sus conquistas ma-teriales y espirituales, podía adivinar que sería protagonista de excepción de la gesta que precipitó la desmembración del Viejo Caldas y el nacimiento del Departamento de Risaralda.

Liderando el notablato pereirano que se sumó a tan noble causa, al lado de Gonzalo Vallejo Restrepo, Alberto Mesa Aba-día, Arturo Valencia Arboleda y Enrique Ocampo Restrepo; Ángel Ramírez se constituyó en el comunicador, en el vocero y expositor de las razones por las cuales era necesario dejar volar el sueño emancipador de los separatistas.

Su pluma fue la que redactó el proyecto de ley que la Cá-mara de Representantes estudió para darle vida a Risaralda, pero también su voz se escuchó en muchos otros escenarios e incluso la televisión nacional lo acogió, para que le expusiera al país la justicia de la causa, que lo había sacado de la relativa tranquilidad de su despacho de abogado.

La llegada de otro gran amor a la vida de hombre maduro de Ángel Ramírez, acabó por confirmar que en la existencia de los hombres no hay fechas, ni plazos establecidos para el cum-plimiento de los destinos superiores. Al ser nombrado en 1966 rector de la Universidad Tecnológica de Pereira, el carácter de hombre retirado dibujado por Miguel Álvarez de los Ríos en su nota de un año atrás, quedó desvirtuado. Quizás ese suceso era necesario para dar comienzo a todo lo demás.

Para quienes conocimos al doctor Ángel Ramírez como el padre del Senador Juan Guillermo Ángel Mejía y luego revi-samos la historia de Pereira y el papel del ilustre abogado en la misma, no podemos dejar de decir que sólo el ejemplo es capaz de convertir la continuidad genética, en una estirpe que haga historia.

Paz en su tumba.

Alonso Molina Corrales130

Recorrido y debate por el Olaya48

Tres años antes se había trepado al poder el liberal Enri-que Olaya Herrera, quien con su propuesta de un gobierno de Concentración Nacional, le arrebató al conservatismo casi medio siglo de hegemonía política, con el concurso entusiasta de los pereiranos rojos.

En atención a lo anterior, el “mono” Olaya, como se le decía con desenfado al político de Guateque, visitó Pereira el 7 de julio de 1933, con la banda presidencial puesta. Así lo mues-tran las fotos de su corpulenta figura rodeada por las frágiles y elegantes damas de sociedad, que entraron desde entonces a ser parte de los álbumes de las más prestantes familias de la ambiciosa y liberal Villa de Cañarte.

Por esa tendencia política y porque el dirigente se ganó el corazón de quienes votaron por él, nadie se opuso a que la plaza del Ferrocarril, construida en predios de la antigua finca La Brigada, llevara su nombre y se diera inicio a una tradición que bautizó, en memoria de los mandatarios de la República Liberal, las más importantes obras públicas de la época. La decisión fue adoptada por medio del Acuerdo No. 49 de ese año y no sólo determinó el bautismo, sino la construcción del gran parque que hoy conocemos.

Pero el dilatado espacio ya tenía historia antes de 1933. Como paso obligado de quienes venían de Cartago, la finca La Brigada se convirtió en la estación de las recuas de mulas de los comerciantes que venían a las famosas ferias semestrales, y el sobrenombre de contadero de Egoyá, se debió a su cerca-

48. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 18 de febrero de 2007.

nía con ese cuerpo de agua y a que allí se entregaba el ganado negociado que venía de Antioquia.

En 1915, por orden del Concejo, el municipio de Pereira adquirió la mencionada propiedad para construir la Plaza de Ferias, sus vías adyacentes y dos puentes de madera sobre la quebrada citada. Cinco años después, la misma corporación cedió el predio para la construcción de la Estación del Ferro-carril y una plaza aledaña.

Recuerdo que el doctor Arturo Valencia Arboleda, durante un viaje que hicimos juntos a Armenia para visitar al escritor Euclides Jaramillo, me contó que mucho se discutió sobre la forma como debía construirse ese recinto, pues para entonces el espacio era una especie de morro que sobresalía y algunos como él, proponían conservar esa topografía, al estilo de uno que conoció en Chile. Al final ganó la plaza tradicional que precedió al Olaya Herrera que hoy conocemos.

Hoy en día el Parque Olaya Herrera está condenado a pro-tagonizar una agudización del deterioro urbano que ha pa-decido durante años, pues ya no cuenta con el flujo de vian-dantes aportado por la Biblioteca Pública Ramón Correa, que funcionaba en la antigua estación del tren. Si por los años que estuvo esa institución funcionando allí, cruzar el dilatado es-pacio era una aventura durante la cual se desafiaba el desaseo y la inseguridad, ¿cómo será ahora que no está la biblioteca ni las oficinas del Instituto de Cultura de Pereira?

El rescate del histórico espacio para uso de la ciudadanía depende de dos decisiones. La primera consiste en incorpo-rarlo al proyecto de remodelación de la calle 19, de forma que sea el parque el portal de entrada al centro de la ciudad; lo que implica, incluso, discutir la conveniencia de abrir las vías que mueren en sus límites. La segunda, es destinar la antigua sede de la Biblioteca a un uso que implique un flujo conti-nuo y abundante de transeúntes, que generen lo que llaman los sociólogos, desplazamientos positivos y un nuevo tipo de apropiación por parte de la ciudadanía.

Cualquiera que sea la decisión, ésta deberá tener en cuenta

Alonso Molina Corrales132

criterios de sostenibilidad, para que el uso sea permanente e implique el embellecimiento y mantenimiento de la antigua estación. Lo anterior podría incorporar al sector privado y en particular, a los empresarios del turismo.

Queda abierta la discusión.

133Desde las Termópilas

Voz y guitarra pereirana en Barcelona49

Conocí al guitarrista y cantante Orlando Vásquez en la dul-ce bohemia de 1986, cuando recalábamos a diario con nues-tros sueños, en las aguas tranquilas de la taberna Abril Avril, en compañía de muchos otros aprendices de todas las buenas y las malas artes.

Allí Vásquez oficiaba como una especie de anfitrión sin tí-tulo de propiedad y los viernes tomaba su guitarra y prestaba su voz como parte de Canto Rodao, el dúo que se ganó el co-razón de todos los amigos de la Nueva Trova, la canción social y la música colombiana en Pereira y en muchas otras regiones del país. La sinergia establecida, gracias a la originalidad e histrionismo de Lilián Salazar Chujfi, su cómplice en esa em-presa musical y el humor tímido y socarrón de nuestro amigo, se sumaron a las excepcionales condiciones musicales de am-bos, para convertir ese proyecto en algo emblemático de aque-lla época de búsquedas y extravíos, encuentros y partidas.

Luego llegó la bella Nidia con su musicalidad y voz de campana a su vida, para iniciar la etapa de Café Libre, otro dueto que hizo historia y llevó a Orlando a cientos de esce-narios que pudieron ver la madurez de su arte, su magistral interpretación de la guitarra y la rara tesitura de su canto.

En su quehacer musical se celebraba diariamente, por en-tonces, el ritual de admiración por muchos de los grandes maestros de la canción comprometida; entre ellos Paco Ibá-ñez, el mismo de Palabras para Julia; la canción que convocaba en el alma de Vásquez no sé qué ocultas tempestades.

49. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 2007..

Los vaivenes de la incierta existencia terminaron convir-tiendo al músico en un trashumante, que no abandonó el ofi-cio cuando llegaron las tentaciones de una vida doméstica sin sobresaltos. Instalado en Barcelona, se convirtió en uno de los tantos artistas latinoamericanos que se gana la vida en los par-ques, plazas y subterráneos del metro de la ciudad condal.

Luego de algunos años, su presencia musical lo hizo des-collar en ese medio competitivo y hoy sus amigos podemos decir con orgullo, que están llegando los tiempos del recono-cimiento. Como un premio a su lealtad, los dioses lo pusieron en la misma senda de Paco Ibáñez y el oído diestro del maes-tro lo coronó con el laurel deparado a los grandes.

El 23 de abril de 2007, cuando se celebra en Barcelona el día de San Jordi y del libro, Vásquez fue invitado por su ídolo Paco Ibáñez a cantar con él un par de canciones, en el concier-to que ofrecía en el Liceo. “Yo también tuve veinte años”, el bambuco del compositor santandereano José Alejandro Mora-les y una tonada en portugués pusieron al maestro y al sabio aprendiz en el mismo escenario, como si se tratará del final de una cinta gringa sobre el esfuerzo y la fe.

Levanto mi copa llena de “Juan de la Cruz”, en nombre de todos los amigos que le queremos y brindo por esa vida auténtica y lo que esperamos de ella.

135Desde las Termópilas

El cabecilla y sus compinches

Quien le ve por la calle no se podrá imaginar que el mismo que viste y calza, es un cabecilla. Con su caminado de eterno alcanzado por el tiempo, su barba misionera, sus anteojos de andar por las nubes, su coronilla despejada por el huracán de la alopecia y una cola tan sospechosa como su mochila arahua-ca, esconde muy bien sus intenciones ante los transeúntes des-pistados.

Sin embargo, esos mismos que fueron atropellados por el ventarrón de su carrera, minutos después no lo reconocen cuando lo encuentran al lado de sus compinches, vestido de negro y sin la maleta de primer semestre. Sus cómplices son hombres trajeados de la misma forma y tienen la intención de tomarse la Plaza de Bolívar, sin que la autoridad haga algo para impedirlo.

-Yo le dije a Gloria Lucy que dejaran la Plaza cerrada des-pués del último festival– comenta una señora al toparse con la cuadrilla, camino a tomar el té.

De repente, nuestro personaje, frente al tumultuoso grupo, imparte órdenes que de inmediato los otros obedecen. ¡Es el jefe de esa banda! musitan en coro los pereiranos y pereiranas que se han reunido entorno a la temible formación.

Los edificios y templos devuelven el eco:-¡Pero qué elegante ropa! Se ve que le va bien con ese nego-

cio -afirma una muchacha.“Ese man” sale con una hembrita del barrio que está ¡más

buena! Se llama Euterpe y es toda musical ella –asegura con ínfulas de saberlo todo el fotógrafo, mientras la concurrencia le obliga a arriar su caballo de juguete debajo de otro palo de mango.

-Ahí donde lo ven, el tipo aprendió lo que hace con la gente de Medellín; allá hay muchas bandas de esas, dice uno de los que venden relojes en la esquina de la diecinueve con sépti-ma.

Un “cooperante”, con grandes anteojos negros y con las so-lapas de su sobretodo camuflado levantadas, repone con voz de delación: –Lo malo es que tengo informes en el sentido de que se fue para Apía y montó varias de esas mismas, con me-nores de edad y que además quiere organizar una para todo Risaralda.

Una viejecita, de las que asisten a todas las misas en la Ca-tedral, empieza a temblar cuando, al sumarse a la multitud retenida por esa tropa erizada de cobres, le preguntan si es cierto que esos invasores se esconden en una cueva a orillas de Egoyá: No sé -responde- pero hasta hijo de la mismísima “Madrecacho” serán, si la guarida es “Goya”.

Los integrantes de la Banda dejan el desorden y toman en sus manos los artefactos con los que pretenden paralizar a los parroquianos. Luego el cabecilla desenfunda su arma y em-pieza a blandirla con singular destreza. Si no es porque no lle-va sombrero y antifaz, como los de los amigos del Presidente, quien pasa a esa colorida hora del viernes, puede pensar en el regreso del “Zorro”. Pero no es así, aunque él sea el director culpable y sus compañeros, los otros de negro, sepan tanto como él y todo el apoyo lo hayan recibido de una mujer.

Al llegar la hora, los espectadores son fulminados. Las notas del bambuco “Cuatro preguntas” de Morales Pino im-pactan en los corazones y chorros de orgullo pereirano tiñen los charcos adoquinados de la Plaza de Bolívar. Los miembros de la Banda de Músicos de Pereira, que son tan despiadados como su director, prolongan la ráfaga melódica con un reper-torio que va de los autóctono a lo universal.

Son los mismos temas, es el mismo profesionalismo y el mismo talento con que cautivaron a Paipa, de donde se traje-ron los dos más importantes galardones de su categoría –La Mejor Banda y el Mejor Director– durante el concurso nacio-

137Desde las Termópilas

nal que se celebra en esta localidad boyacense. En clima frío se recogieron los frutos de una larga y acertada tarea, que fue revolucionada por la llegada de Carlos Fernando López a la dirección de la Banda y por la señora Alcaldesa de Pereira, que decidió convertir a la formación en una verdadera escuela proyectada a la comunidad.

Felicitaciones a todos y cada uno de los maestros de nues-tra Banda. Felicitaciones al profesos López por su trabajo y por el premio recibido, y a la gobernante gracias por jugársela generosamente con la música.

¡Qué orgullosos nos sentimos con nuestra Banda!

Alonso Molina Corrales138

DE LA HISTORIA Y DE LOS LIBROS

Si Argos hubiera sidomi profesor de gramática50

Debo confesar que el tema de la gramática nunca fue de mis preferencias, en mi época de estudiante. Me parecía árido; quizás por la incorrecta metodología empleada por quienes fueron mis profesores. ¿Cómo podría sentirme a gusto si las normas son expuestas como camisas de fuerza?

Argumentar la importancia del conocimiento gramático no era suficiente para cambiar mi actitud frente a la materia, a diferencia del entusiasmo que me generaban otras cátedras. ¿Cuántas satisfacciones no me brindo, por ejemplo, el estudio de la historia? Por eso perdí la cuenta de las ocasiones en que mi profesora me envió fuera del aula al sorprenderme leyen-do el texto de historia, cuando ella estaba en una exposición sobre la trascendencia del triptongo.

A nadie se le ocurrió presentarme la gramática como una amiga dispuesta a facilitar mi relación con el lenguaje. Fácil habría sido explicarme las razones más profundas de las nor-mas para descubrir que también hay historia en el desarrollo de las formas de expresión. Creo que una orientación lingüís-tica de la enseñanza de la gramática habría sido el modo de alentar en el estudiante un interés por la materia y no tener que esperar la vejes para descubrir su magia gracias a Argos y sus Gazaperas.

Al pensar en él me entristece no haberlo conocido cuan-do yo estaba más consciente. Roberto Cadavid Misas vivió en Buga, mi tierra natal, y se hizo muy amigo de mi abuelo, quien presidía una especie de tertulia diaria, donde con sapiencia se

50. La Tarde, Pereira, 10 de Mayo de 1998, pág. Editorial

De la historia y de los librosDe la historia y de los libros

abordaba lo humano y lo divino. El antioqueño descollaba en lo idiomático y por eso lo animaron a aceptar el ofrecimiento que Occidente, el diario de Cali, le hiciera para escribir una co-lumna sobre la gramática; así nació “El criticón de Buga”, que empezó a publicar desde 1978.

Mi familia le encomendó en una ocasión la tarea de efec-tuar los levantamientos topográficos de una finca colgada del filo de la cordillera central, en límites entre el Valle del Cauca y el Tolima. Allí pasamos varias noches mágicas en medio del frío inclemente del páramo. Antes de las cinco de la tarde re-gresaba el ingeniero Cadavid con sus bártulos y se instalaba en el abrigado comedor, ya a esa hora iluminado por velas, para conversar largamente sobre los hechos fascinantes que estimulaban mi febril imaginación infantil. Me parece ver la escena; Argos se sentaba a la mesa, metido en una ruana café con rayas negras y con una gorrita caqui en su despoblada cabeza, a oficiar como sacerdote de la inteligencia, mientras yo guardaba silencio para no perder ninguna de sus palabras y evitar también el infaltable: ¡A dormir! Que ésta no es hora de estar despierto.

Años después, aquí en Pereira, lo volví a ver cuando en dos ocasiones se detuvo en la sala de redacción de La Tarde para saludar a su gran amigo, el inolvidable maestro de nues-tra generación don Hernán Castaño Hincapié, en ese entonces subdirector de este periódico.

Nunca fue tan divertido descubrir los errores en que coti-dianamente incurríamos los noveles redactores y era sorpren-dente como coincidíamos después los colegas en el carácter aburrido que tuvo la gramática en el tiempo de estudios.

Estos recuerdos calidos me llevan a fantasear: dese el caso de un profesor como Argos en mi clase de gramática. Segura-mente esa materia habría compartido con la historia el tiempo de mi clase de matemáticas.

Alonso Molina Corrales142

Homenaje semanal a Leónidas y a sus camaradas51

“Caminante, ve a decir a Lacedemonia que sus hijos han muerto sin abandonar sus puesto”. Ese era el epitafio del mo-numento que la ciudad de Esparta levantó en memoria de sus hijos muertos en la batalla de las Termópilas, durante la se-gunda de las guerras médicas. En ellas se enfrentaron persas y griegos, como materialización de la colisión de dos culturas, la de Oriente, cuya cabeza visible era el imperio de los medos y la de Occidente, que ya para entonces se bosquejaba en la Hélade.

En el año 480 A.C., el emperador persa Jerjes, dispuesto a vengar la humillación que su padre el gran Darío, había su-frido en la batalla de Maratón diez años atrás a manos de los atenienses, emprendió la invasión de Grecia. Envió una pode-rosa flota y ocupó Tracia, Macedonia y desplegó su infantería y su poderosa caballería en Tesalia, en espera de cruzar el paso de las Termópilas, estrecho desfiladero entre las aguas del mar Egeo y las escarpadas faldas del monte Eta, único camino ha-cia la Grecia central destino de su expedición punitiva y de conquista.

Las Termópilas, cuyo nombre significa puertas calientes por las aguas termales que brotan de las laderas de la monta-ña, eran entonces el baluarte natural para frenar al orgulloso persa y por tal motivo se le encomendó su defensa al general espartano Leónidas, en compañía de trescientos de sus ciuda-danos y dos mil infantes provenientes de las demás ciudades del sur de la península balcánica.

51. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 5 de abril de 1998.

Jerjes estaba convencido de que el despliegue de su Ejérci-to frente a los ojos de los defensores del paso sería suficiente para persuadirlos de lo inútil de una resistencia. Sin embargo, pasaron seis días y los griegos seguían en su puesto. El em-perador, presente ya en el teatro de operaciones, le envió a Leónidas un mensajero personal para invitarlo a entregar las armas y en coro los espartanos gritaron: “¡Ven a tomarlas!”. El mensajero contestó que los persas eran tan numerosos que ocultarían el sol con sus flechas y un soldado repuso: “Tanto mejor, así combatiremos a la sombra”.

Finalmente los persas atacaron sin lograr el objetivo y con un elevado número de bajas. Preocupado Jerjes envió al com-bate a “Los inmortales”, su tropa élite, pero con idéntica suer-te y un saldo trágico aún mayor.

Sólo la traición de un griego, que la historia ha cubierto de ignominia, pudo vencer a los defensores. El desertor informó a los persas de un paso secreto por el cual podrían ubicarse a espaldas del enemigo y atacarlos por la retaguardia. “Los In-mortales” hicieron la maniobra y pronto los exploradores grie-gos dieron cuenta de la situación al general espartano quien supo que tendría que pelear en dos frentes sin posibilidades de éxito. Por tanto, reunió a su estado mayor para concluir que era inútil un derramamiento de sangre y convinieron reti-rarse. Sin embargo, Leónidas anuncio que se quedaría con sus trescientos espartanos para cubrir la retirada y cumplir la ley militar de su ciudad, que prohibía a sus soldados abandonar el puesto de batalla.

Los valientes lucharon hasta morir, pero salvaron al resto de las fuerzas griegas y convirtieron una derrota militar en un triunfo moral que inspiró a los griegos y se erige como un ejemplo universal de valentía y patriotismo.

Pueden deducir que me encanta esa historia y todas aque-llas sobre la resistencia del hombre frente a la adversidad y la injusticia.

Todos deberíamos tener un poco de Leónidas.

Alonso Molina Corrales144

La historia de las carteleras52

Recuerdo las grandes producciones del cine y la televisión mundial que, cuando niños, nos convertían en expertos sobre la vida y obra de personajes, tales como Búfalo Bill, Daniel Boone y los pioneros de Kentucky, Billy The Kid, el General Custer, Toro Sentado, la “Larga Carabina” de “El último de los Mohicanos” y los habitantes del legendario poblado de “Centenario”.

Por fortuna, también siento nostalgia por los heroicos es-fuerzos del historiador y, en ese entonces, aprendiz de produc-tor de televisión, Eduardo Lamaitre y de su director Carlos José Reyes, para poner ante los ojos de los impresionables niños y adolescentes de finales de los setenta, a nuestros domésticos Bolívar, Santander, Nariño, Córdoba, Obando y a Gaitán, con la misma estatura de los superhéroes del celuloide.

Me parece estar viendo a un promisorio Jorge Emilio Sala-zar encarnando a José María Córdoba tan digno en Ayacucho como en la fatídica batalla del Santuario; casi siento la fuerte voz del mimetista Pedro Montoya, mágicamente trasfigurado en un Libertador delirante de gloria en Pativilca, y no se me borra Gustavo Angarita organizando la defensa de Santa Fe de Bogotá, amenazada por las huestes del federalista Baraya, tal como lo hizo el presidente del Estado Soberano de Cundi-namarca don Antonio Nariño.

Gracias a “Revivamos Nuestra Historia”–así llamaba el es-pacio televisivo de los domingos en las noches– muchos de los colombianos de la “generación de Plaza Sésamo” conocimos

52. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 26 de abril de 1998.

un poco del pasado colombiano. En la pantalla se presencia-ban mejor los hechos y con más acción de la que podía impri-mir el profesor en la habitualmente tediosa clase de sociales.

Por esa misma razón es más fácil que un joven colombiano tenga como referente de lo correcto a un cazador con un ma-pache por sombrero, sin importar su procedencia, que a uno de nuestros personajes, pese al esfuerzo del educador.

Ante esta realidad que bien habla de la habilidad gringa de convertir a los anónimos en héroes con capacidad de multi-plicar los dólares, debemos concluir que es necesario divulgar nuestra historia en nuevos y atractivos formatos audiovisua-les, dándoles a los protagonistas las dimensiones mortales que los acercan más a la comprensión del común, tal como lo dijo el maestro Luís López de Mesa al invitar a humanizar a Simón Bolívar. Un ejemplo es Crónica de una generación trágica, un es-pecial de R.T.I que con los libretos de Gabriel García Márquez recoge dramatizadamente los acontecimientos que van desde la revolución de los comuneros hasta el régimen del terror de Pablo Morillo.

La historia local igualmente está hecha por seres descono-cidos o escasamente recordados, muy a pesar del taquillero contenido que puede descubrirse si, con profesionalismo y arte, se construyen sus vidas y su entorno temporal y social para el cine y la televisión.

A nivel nacional, como hemos visto, ya hay un proceso de reconocimiento de nuestro “pasado nacional” (entiénda-se historia patria) como material de trabajo, pero se requiere incorporar a los temarios los sucesos que tejen la historia de pueblos, ciudades y grupos poblacionales de carácter comar-cano que protagoniza constantemente dramáticas transforma-ciones sociales. Pereira, un botón para la muestra, está lleno de personajes cuyas vidas, puestas en escena, podrían recrear momentos trascendentales de ese ayer que nos define cultural y políticamente.

Este es un reto para quienes escriben, actúan y producen con el fin de halagar a los amantes de ambas pantallas, y lo es

Alonso Molina Corrales146

también para los teatreros y para quienes están creando nue-vos insumos culturales a la sombra de la informática.

Ellos tienen la palabra.

147Desde las Termópilas

“Relatos de Gil”53

Llego a mis manos, casi por correo de las brujas, un libro pequeño de tamaño, pero grande en contenido. Se trata de Relatos de Gil del escritor manizaleño Gilberto Jaramillo Mon-toya, editado en Pereira bajo el auspicio de la Alcaldía de La Virginia, el Área Metropolitana Centro-Occidente y Bancafé.

En él se relatan, en forma amena, sucesos que van desde la primera presencia europea en las comarcas de los Quimbayas y Pijaos, con sus respectivas fundaciones, hasta la coloniza-ción del Valle del Risaralda y el nacimiento de La Virginia, pa-sando por los conflictos agrarios entre las tristemente célebres concesiones y los labriegos, empeñados en reivindicar con su trabajo el derecho de tener unos metros de tierra labrantía de su propiedad, bajo el sol de lo que sería posteriormente el Gran Caldas.

Dice el prologuista de la obra, Hernán Jaramillo Ocampo, que el autor felizmente no cayó en la tentación de escribir con el rigor propio del historiador o con la frialdad del sociólogo frente a los datos y me parece que eso es acertado, por cuanto el propósito del trabajo se va cumpliendo con una narración coloquial, descomplicada, gracias a que buena parte de los hechos allí narrados tuvieron por testigo al propio Jaramillo Montoya y a su familia; en especial a su padre, motor funda-mental en la incorporación del Valle del Risaralda a la vida productiva del país.

Y es que la historia así presentada se convierte en una in-vitación a la lectura y a reconocernos en un pasado que reafir-

53. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 12 de abril de 1998.

ma una identidad perdida bajo la avalancha informativa de la globalización, que nos vuelve ciudadanos del mundo, pero parias sin compromiso con nuestra propia casa, con nuestro propio suelo.

Por eso me parece oportuno plantear la urgencia de una política educativa en Pereira, que se edifique sobre la base de una nueva pedagogía de la historia regional para los niveles de primaria y media vocacional, sin acartonamientos, ni pre-juicios, que sea ofrecida a los jóvenes en los formatos más di-versos para su fácil consumo.

Por fortuna, la bibliografía es abundante y la riqueza de las fuentes de información permite desempolvar no sólo las realizaciones de quienes hicieron del poblado de Cañarte la “Ciudad prodigio” de la legendaria década del veinte, sino de los grupos sociales que aún desde antes y en la actuali-dad, amasan su prosperidad y la de la urbe del nuevo milenio. Un ejemplo es la presencia de los que fueron en los cincuenta los desplazados de la violencia y refugiados por la proverbial hospitalidad pereirana y ahora habitan la ciudadela de Cuba, una realidad social, económica y cultural que se constituye en una de las caras del poliedro sociólogo que es hoy la capital del Risaralda.

Los Relatos de Gil son una deliciosa forma de descubrir unos personajes y unos hechos que configuran nuestro presente y que deben inspirarnos para asumir el compromiso ciudadano con el futuro.

149Desde las Termópilas

La mágica dimensión de los libros de segunda54

Cuando una persona se enfrenta al análisis literario en-cuentra que el texto en cuestión tiene varias dimensiones re-lacionadas con los diversos tipos de tiempo que se hacen pre-sentes simultáneamente.

Es así como encontramos el tiempo durante el cual el au-tor escribió la obra, el lapso durante el cual suceden los acon-tecimientos de la misma y la etapa histórica en la cual están inmersos los personajes, ya sea como telón de fondo de sus vicisitudes íntimas, como parte integral de la trama propuesta por el escritor o porque, ciertamente, los héroes de la ficción fueron realmente actores de primer orden de acontecimientos trascendentales para una sociedad, como ocurre con la novela histórica o la biografía.

Pero hay otra dimensión temporal que me parece fantástica y se trata de la que encierra las aventuras vividas por la propia obra, desde su momento de ideación por parte del creador, pasando por su publicación, hasta que ve la luz e inicia ese proceloso viaje por el universo lector.

Justamente, es esa última etapa la que me parece más rica, pues en ella ocurre la mágica complicidad entre la obra y el lector, una relación de amor y desamor, un matrimonio que puede ser de toda una vida o una itinerancia constante por parte del libro, que de mano en mano enriquece a quien lo acoge.

Así pues, ese libro de segunda, el que encontramos en las librerías de “viejo” o en los “agáchese”, que erizan de obstácu-

54. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 16 de noviembre de 1998.

los nuestras vías públicas, deambula por ahí con una mácula sedimentaria, compuesta por las huellas indelebles de sus ro-mances intelectuales con sus muchos lectores, amantes pasa-jeros o leales, descuidados o responsables o definitivamente el gran amor.

Mi amigo Edison Marulanda, habitante de aquella “Roma” ideal que se ha instalado al frente de la Escuela Boyacá sobre la calle 21, me ha regalado el Napoleón de Emil Ludwig, el in-signe biógrafo que también habló de Bolívar. Se trata de la tercera edición que la Editorial Juventud de Barcelona hizo en junio de 1965 como parte de su “Colección Z”.

De su rústica presencia emana aquel olor característico de los libros viejos, quizás una reminiscencia de su origen vege-tal, un recuerdo de la corteza maternal y una esencia que defi-nitivamente sugiere más historias de las que se puedan narran en la propia obra.

Pero lo que más me inquieta es el nombre de alguien que quiso asegurar su dominio sobre el libro, dejándolo impreso en algunas de sus páginas por medio de un sello de tinta azul: “Mario Yepes López”.

Lo cursiva de su letra habla de otras épocas y sugiere un amor apasionado, de esos propios del bolero Propiedad privada, donde el amante habla de marcarle la frente al objeto de la pa-sión enfermiza “para que todos sepan a quien tu perteneces”.

No creo, por los antecedentes mencionados, que don Mario se haya desprendido de la obra voluntariamente. Muy proba-blemente, fue hurtada y así inició un periplo vertiginoso por muchos nuevos lectores, hasta que llegó a los anaqueles de la “Roma” o tal vez, al ausentarse para siempre el señor Yepes, su biblioteca vivió esa diáspora que muchas colecciones bi-bliográficas viven cuando ocurre algo similar.

Por el momento y gracias a Marulanda, ese libro como aquellas mujeres inolvidables, se ha cruzado en mi vida y me declaro su señor y dueño.

151Desde las Termópilas

Federico55

Se llamaba Federico, como mi hijo y como él perseguía la luna en las cornisas. Como Federico, Federico le robaba el co-lor a las aceitunas y el gualda de la bandera de España lo tor-naba en un encendido atardecer visto, seguramente, desde la almacenada terraza donde Abú Abdalá, entre lágrimas, le dijo adiós a la Granada “que no supo defender como hombre”.

Hace cien años nació en Fuente Vaqueros, Federico García Lorca. Su obra lo ubica como uno de los mejores poetas de la lengua castellana, pero son su muerte y las circunstancias que rodearon su vida las que hacen de él una leyenda. Los estu-diosos ya lo han dicho: uno de los mejores poetas, y los aficio-nados a la poesía nos reconciliamos con ella cuando podemos entonar con acento de circunstancias “Ay Federico García lla-ma a la Guardia Civil”.

Su pulcra imagen sepia y su obra, un gemido de parturienta que anuncia el alumbramiento de la nueva España que abortó Franco, se conjugan con el sueño de una residencia madrileña de estudiantes donde el habitante mayor era la genialidad y el mirar más allá de lo obvio la brújula que guió los pasos de creadores como Dalí y sus cómplices.

García Lorca era amigo de la República, pero no un mili-tante. Nunca he notado el panfleto en sus rimas y la denuncia no es su característica como sí puede ser en la obra de Miguel Hernández, el otro gran sacrificado de ese ensayo bélico que fue la aventura nacionalista. El granadino recogía los ecos de la España diversa; aquella gitana, aquella morisca; esa que no

55. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 7 de junio de 1998.

obedece los resultados de la batalla de Covadonga y si hon-ra la crueldad de Guadalete como el bautizo de sangre del sincretismo cultural producido por la presencia de romanos, griegos, fenicios, etruscos y mahometanos.

Seguramente es esa la capacidad de leer lo que no estaba en los textos pero sí en los mercados y las calles, lo que hizo odioso a García Lorca para los esbirros del Generalísimo; la prueba está en el tipo de España que durante cuarenta años debieron padecer sus hijos y contemplar desconcertados los hispanoamericanos.

Una “Madre Patria” igual de terca a la que presenció el desmembramiento de su imperio de ultramar, igual de aislada a la que nos depredó para entregar el producido a los ban-queros oportunistas que engordaron los Austrias y Borbones y terriblemente atrasada, como la puerta reseca que conduce, sin escalas, del primer al tercer mundo. Esa España catalana, gallega o levantina que comulga con el castellano, pero vive día a día con su propia lengua, con su propia cosmogonía.

El poeta recogía eso en su obra al nutrirse de las más pro-fundas raíces de la cultura popular y reflejaba la España de las secas sabanas y el machismo inútil pero nacional, aquel en el que tanto nos reconocemos.

Son cien años de su nacimiento y sesenta y dos de su au-sencia. Un laurel inmarcesible para su memoria y un ciprés para colgar los frutos de la barbarie.

153Desde las Termópilas

Reflexión lorquiana56

“…era el duende derrochador, la alegría centrífuga que re-cogía en su seno e irradiaba como un planeta la felicidad de vivir. Ingenuo y comediante, cósmico y provinciano, músico singular, espléndido mimo, espantadizo y supersticioso, ra-diante y gentil, era una especie de resumen de las edades de España, del florecimiento popular; un producto arábigo-an-daluz que iluminaba y perfumaba como un jazminero toda la escena de aquella España, ay de mí!, desaparecida”.

Así describió un grande de la poesía castellana a otro gran-de de la lírica y la dramaturgia iberoamericana. Así dibujó Pa-blo Neruda a su amigo Federico García Lorca, al recordarlo en su libro Confieso que he vivido, cuando da su testimonio sobre la guerra civil que desgarró a España, ante sus ojos sorprendidos de vate diplomático.

El chileno recordaba a García Lorca como lo más feliz y lo más triste de su permanencia en España; esa España republi-cana que inicia el tercer decenio del siglo XX con la esperanza de reencontrar un nuevo lugar en el mundo, lejos de la férula de los reyes borbones.

Tanto quiso Neruda al poeta del romancero gitano, como tanto lo evocamos ahora, cuando se cumplen setenta años de su muerte. Siete décadas hace que lo asesinaron en Granada y desde entonces nos debatimos entre la alegría de haber cono-cido su obra y su vida, y la frustración, el dolor y la perpleji-dad de saberlo ultimado, cuando ni él mismo creía ser blanco de los extremistas.

56. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 19 de noviembre de 2006.

Al respecto, podemos volver a Neruda: “Naturalmente nadie podía pensar que le matarían alguna vez. De todos los poetas de España era el más amado, el más querido, y el más semejante a un niño por su maravillosa alegría. Quién pudiera creer que hubiera sobre la tierra, y sobre su tierra, monstruos capaces de un crimen tan inexplicable?” Y sin embargo, allí es-taban acechando, por inverosímil que parezca; como impen-sables, como inimaginables, eran otros muchos homicidios padecidos por esta Colombia, tan hija de su madre patria.

¿Cuántos pensadores nuestros han caído en esta guerra, donde el plomo pretende acallar la idea y desterrar para siem-pre al disidente?, ¿Quién puede pensar ahora que a Gabriel García Márquez se lo pretendían llevar las fuerzas del orden, cuando reinaba el terror del estatuto de seguridad? Lo iban a poner preso –que abría sido lo menos letal– a escasos dos años de su consagración universal como depositario de un Premio Nobel de Literatura.

Este luctuoso aniversario lorquiano debe servir para reco-nocer la fragilidad de porcelana de los mundos que imagina-mos y anhelamos, insuflados por los más elevados valores, cuando agazapadas trabajan la ambición, la codicia y la into-lerancia; aliadas de la ignorancia prepotente del artillado, del potentado en ascenso, del criminal con abolengo. Una fragili-dad que es universal y una conspiración universal que mata la poesía y todo lo bello en España y también en Afganistán; en Cuba e Iraq; en el Cercano Oriente, pero igual en Colombia. Es la guerra eterna entre la oscuridad y la alegría abigarrada, lu-minosa, que dibujaron y dibujan en su poesía Federico García Lorca y tantos otros mártires a través de sus obras.

Para resaltar: El pasado jueves 16 de noviembre se le hizo en Pereira un homenaje al escritor y periodista Fernando Ga-ravito, por iniciativa del también escritor, periodista y profe-sor universitario Edison Marulanda Peña. “Una cita con la libertad”, así se llamó el acto, demandó el concurso entusiasta de un grupo de estudiantes de las universidades Católica Po-

155Desde las Termópilas

pular de Risaralda y Tecnológica de Pereira, y de otros comu-nicadores sociales y artistas, con el propósito de reconocer la obra de Garavito y rechazar las razones por las cuales debe estar lejos de su país.

Con la dirección de Miguel Ángel Rodríguez, la actriz Claudia López, interpretó en forma magistral un monólogo basado en una pieza literaria escrita por Fernando Garavito, con ocasión de la muerte de la poetiza María Mercedes Ca-rranza –su primera esposa– denominada Cuando tú te hayas ido. Por su parte, el divulgador cultural, escritor y periodista José Fernando Marín, fue el encargado de leer el mensaje del homenajeado, logrando proyectar toda la fuerza y el sentido de lo planteado por el autor. El comunicador social y teatrero Diego Leandro Marín fue el maestro de ceremonia. Para cerrar se presentaron los grupos “Se arrienda” de estudiantes de la Universidad Católica Popular de Risaralda y “Marca Regis-trada”, compuesto por alumnos de la Universidad Tecnológi-ca de Pereira.

Alonso Molina Corrales156

Una sombra que acusa57

“Quiso Dios formar de salvajes un imperio, y creó a Manco Capac. Pecó su raza y lanzó a Pizarro. Después de tres siglos de expiación tuvo piedad de América y os ha creado a vos. Sois, pues, el hombre de un designio providencial. Nada de lo hecho antes se parece a lo que habéis hecho, y para que al-guien pudiera imitaros, sería preciso que quedara un mundo sin libertad. Habéis fundado tres repúblicas que, en el inmen-so desarrollo a que están llamadas, elevarán vuestra estatua a donde ninguno ha llegado. Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina”.

Esto se lo dijo al Libertador Simón Bolívar un humilde cura de un poblado de indios en la sierra peruana, justo cuando éste se dirigía al Cuzco para poner en marcha la más honda reforma social, consistente en romper definitivamente las ca-denas milenarias que sometían a la servidumbre a miles de nativos, desde la época en que el Inca se enseñoreó de la cima de los Andes y de sus profundos valles. Era el mes de junio de 1825.

Hoy, cuando se nos vino encima el segundo milenio, las palabras de este presbítero indígena, pronunciadas quizás en su nativo quechua, tienen la resonancia de campana que ad-quieren las premoniciones acertadas. Nadie podrá eclipsar la gloria de Bolívar; ni siquiera su condición humana, que para algunos contribuyó a que el ilustre caraqueño soñara con una corona americana, contrariando su condición de revoluciona-rio consumado.

57. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 6 de septiembre de 1998.

Lamentablemente, la mácula inmortal que Bolívar ha im-preso en la historia moderna, le trazó a estos pueblos nuestros unas metas tan grandes como sus sueños y mucho más gigan-tescas si examinamos cómo las pequeñas pasiones derrocan, en estas tierras, los nobles ideales y prefieren los atajos al ca-mino recto.

Y para 1825, cuando Bolívar estaba en el pináculo de su vida pública, la emancipación de los indios le trajo sobre sí el odio de la aristocracia de Lima y del Alto Perú y la sorda hostilidad de los caciques que, siendo descendientes del Inca, medraban holgadamente en la tragedia de sus hermanos de sangre.

La ambición de poder de los jefes locales, los contrastes culturales que matizan a los pueblos libertados por Bolívar y a los demás de la América del Sur, y la injerencia de la nociva diplomacia de las potencias de entonces y de las que estaban en ciernes, frustró su mayor creación: la Gran Colombia e im-pidió luchar por el sueño de una gran confederación ameri-canista.

Pero es mucho más triste comprobar cómo la historia de estas repúblicas y de Colombia en particular, se reduce a un rosario de frustraciones colectivas, causadas justamente por la incapacidad de apropiarnos de los sueños con energía y senti-do de comunidad y por la tendencia a arroparnos con el fácil escepticismo, que paraliza todo y abona el campo para que germinen la envidia y la traición.

Indudablemente, tuvimos más Libertador que libertados y que libertades efectivas. Igualmente, ahora ha habido más caudillos que partidos, más leyes que justicia y más estado que democracia. Fuimos incapaces, entonces, de abrazar un gran sueño que hubiera requerido de las energías de todos durante siglos y tampoco hemos podido construir esa visión de futuro que nos inspire en la misión menor: forjar una ver-dadera nación con el despojo. Tal como se cocinaba en aque-llos tiempos de Bolívar, en inmensos recipientes se fermenta ahora el veneno que dará al traste con la unidad de Colombia

Alonso Molina Corrales158

y permitirá la disolución, el vulneramiento de la soberanía y de la integridad territorial.

Por eso la figura de Bolívar crece nostálgicamente a medi-da que nos reducimos espiritual y materialmente, de la misma manera que se esconde el sol y nos recuerda el destino que rechazamos. Si nos quedamos cruzados de brazos, la gloria de Bolívar en lugar de inspirarnos se convertirá en una ominosa fiscal de la historia, como una sombra permanente, una som-bra que acusa.

159Desde las Termópilas

Un mago hereje58

El conocimiento es un bien que libera y a veces con cruel-dad. Por su camino la especie humana se ha arrojado desbo-cadamente, impulsada por la necesidad de sobrevivir en un medio hostil, por la vanidad, por el poder o por esa angustia existencial que pretende burlar nuestra esencial condición de mortales.

Por el conocimiento, que es sinónimo de verdad, el hombre abandonó el Paraíso y lo sigue abandonando constantemente. Así les ocurrió, según el Génesis, a Adán y Eva, y le volvió a pasar al príncipe extraviado del cuento de Hans Christian Andersen, y ocurre invariablemente cuando el niño ya cons-ciente investiga y confirma con un sabor agridulce en la boca que el “Niño Dios” de la Navidad sólo es una ilusión de sus padres pudientes y generosos.

Algo similar pasaba, antes que la educación sexual vencie-ra los prejuicios, con el origen de los bebés, parisinos remiti-dos vía cigüeña a los brazos de una madre solícita al otro lado del océano.

El conocimiento descorre ante los ojos del adolescente y el joven aquellas cortinas, fronteras del mundo ideal de papá y mamá, que le impedían ver el mundo tal cual y al mismo tiempo les permite mirarlo de frente, vencer el temor y lanzar-se a la lucha por sobrevivir unos, o trascender otros.

“La verdad os hará libres”, decía el Maestro, aunque nos saque de esa Mesopotamia de leche y miel que tanto criticó Estalisnao Zuleta en su Elogio de la dificultad. Esa misma sed

58. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 25 de octubre de 1998.

de conocimiento que día tras día derriba las murallas del her-metismo; aquellos muros que albergan excluyentes a la aris-tocracia del conocimiento y en los cuales se atrinchera aún el despotismo ilustrado.

Hago estas reflexiones a raíz de un especial que durante la semana que termina transmitió el canal de televisión Caracol, referente a un misterioso mago que decidió dar a conocer de-talladamente los secreto de los más famosos actos de magia. Ninguno quedó en pie, ni se salvó de la revelación la memoria del celebérrimo Houdinni, quien quedó como un vulgar ilu-sionista al descubrirse el truco sobre el cual ideó su “escape de la trampa acuática”, aquella urna de cristal con 500 litros de agua y de la cual se libraba pese a estar encadenado.

Antes de cada función el presentador invitaba a aquellos dudosos de querer conocer la verdad sobre la magia a cambiar el canal o a apagar sus televisores. No sé cuántos lo pudieron hacer. No creo que muchos, pues la sed por la verdad es más fuerte y la curiosidad nos invita a volver atrás la mirada así nos volvamos estatuas de sal.

El caso es que una de las fronteras del hermetismo cayó ante los ojos de millones de televidentes que pagamos, con el sacrificio de la ilusión, el privilegio de saber cómo fuimos “engañados” durante largo tiempo.

No sé cómo será el futuro de los magos después de esto, pero quizás algún día encontremos encadenado a la cima de un alto cerro al hereje enmascarado que violó el sigilo, arreba-tó un sueño y nos dejó más humanos, más terrenales. Estará atado a la montaña, expuestas sus vísceras a la violencia de las aves de rapiña, purgando como el Prometeo de Esquilo el de-lito de robarle el fuego a Zeus para entregarlo a los hombres.

161Desde las Termópilas

Al cine un hombre de película59

Definitivamente los gringos tienen olfato para descubrir las grandes historias que siempre han estado allí, en el imagi-nario de las comunidades y en los textos, como diciéndole al celuloide: Yo soy un éxito de taquilla seguro.

Un importante productor y director de cine de Hollywood ha resuelto llevar al cine la vida y obra del Libertador Simón Bolívar, con lo cual se pone sobre el tablero de la actualidad el paso vital del venezolano y las consecuencias directas e indi-rectas de sus realizaciones.

Lo valioso aquí es la oportunidad de transformar al “Hom-bre de las Dificultades” en ícono de un futuro que nos debe cobijar a todos los latinoamericanos y convocar para la acción conjunta. Esa es la virtud y el riesgo del cine de taquilla: fa-cilita que el ciudadano desprevenido se apropie por igual del concepto fabricado para estimular el consumo o para generar consciente e inconscientemente posturas políticas.

Obviamente, en este punto no podremos esperar demasia-do del discurso implícito en las líneas del guión en cuestión, pero la impronta visual jugará un papel de primer orden en una nueva manera de abordar la historia de Bolívar por par-te de nosotros. Gandhi, por ejemplo, es alguien más familiar para los hombres contemporáneos, gracias a la película que sobre su biografía se hizo a comienzos de los ochenta.

El Libertador Simón Bolívar, guerrero, estadista, visionario, conocedor del hombre, caballero de salón que parecía salir del interior de una nube de agua de colonia, es la personificación

59. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 23 de noviembre de 1998.

de su tiempo, es la última consecuencia vital del Siglo de las Luces en América Meridional, tal como lo fue Bonaparte de la Revolución Francesa en Europa.

Al igual que el corso genial, el sueño visionario, asentado en profundas convicciones, antecedía y guiaba la acción de Bolívar, equilibrada siempre por decisiones prácticas y auda-ces, tomadas gracias al conocimiento que tenía de su época y de la sociedad colonial que pretendió transformar.

Con acierto, el ensayista y politólogo Alfonso Gutiérrez Millán afirma sobre el caraqueño: “Tal es la importancia de su figura, que pasa de mito patriótico a paradigma ideológico y fuente perenne de inspiración política”.

Este último atributo es el que podría potencializarse gra-cias al efecto socializador de una cinta, que si bien es cierto fa-bricará una nueva lectura angloamericana sobre el Libertador, incorporará al mercado universal de valores culturales y reva-lidará ante nuestros ojos, una figura emblemática, que como la de Bolívar, fue reducida a frase de cajón, a ornamento para una liturgia de poder que ya no nos interpreta, ni convoca, porque pertenece a un pasado que no queremos, sin importar que sea lo mejor, lo más glorioso, lo más propositivo de nues-tra memoria.

“Humanicemos al Libertador para conocerlo mejor”, decía el maestro Luís López de Mesa y consecuente con eso afirmó que Bolívar murió en Lima, quizás en Ayacucho, cuando su estrella brilló en lo más alto del firmamento de la historia”. Y esa es la tarea: traer a nuestra mesa de estudio al hombre para superar el mito patriótico y bosquejar su entorno, el uni-verso cultural en el que estuvo envuelto y la salvaje realidad que pretendió modificar, para descubrir lo que de paradigma ideológico tiene, más allá de las reivindicaciones interesadas de las facciones.

El resultado será apropiarnos, los americanos todos, de una “fuente perenne de inspiración política” a la cual, podre-mos llegar por cualquiera de los caminos trazados por el libre examen o la militancia partidista.

163Desde las Termópilas

Quizás así y con nuestra capacidad de construir un mejor futuro, comprobemos que el maestro Germán Arciniegas te-nía razón al decir: “…siempre he creído que, cuando Bolívar dice que aró en el mar, que edificó en el viento, sólo estaba desafiándonos para que lo contradigamos”. Ojalá así sea.

Alonso Molina Corrales164

Una película legendaria60

El pasado mes de marzo vio la luz un libro que recoge una interesante investigación del escritor pereirano Rigoberto Gil Montoya, galardonada con el Premio Departamental de His-toria 1998, promovido por el Ministerio de Cultura y la Presi-dencia de la República.

Nido de cóndores: aspectos de la vida cotidiana de Pereira en los años veinte, describe, usando como pretexto lo que significó la filmación de una película ya inscrita en el iridiscente terreno de la leyenda, los fenómenos culturales que son la tras escena de una aventura destinada a convertir una aldea en urbe.

Partiendo de los registros hechos por los cronistas de la Conquista, Gil Montoya invita a revisar la protohistoria perei-rana que ya imagina la impronta urbana, soñada y manufactu-rada como paradigma de soberanía por el caudillo peninsular y que rescata del olvido José Francisco Pereira Martínez en su vigilia de fugitivo, al abrigo de las ruinas de la vieja Cartago del Mariscal Robledo.

Desde los hechos de la cultura, el autor descubre los modos y usos, las ideas y sentimientos, los sueños y aspiraciones de la sociedad que hizo de la Pereira de los veinte, la “Ciudad Prodigio”.

Un grupo étnico con una élite sofisticada, que quiso traer a la comarca dadora de riqueza, los bienes y el estilo de vida que el dinero les permitió disfrutar, para convertirlos en íconos de un bienestar avalado como supuesto propósito colectivo.

El acercamiento a los pensamientos de la época, por medio

60. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 22 de agosto de 2002.

de una inspección a la biblioteca del patricio Jorge Roa Martí-nez y la exploración crítica de la obra cívica y literaria del pro-lífico Alfonso Mejía Robledo, quien fue el escritor y director de la película Nido de cóndores, se convierten en radiografías reveladoras de los orígenes espirituales de la Pereira actual y relanzan dentro del universo heroico local a dos figuras histó-ricas de primera línea.

El texto se convierte en una experiencia intelectual nove-dosa, de obligada consulta para los interesados en el estudio de Pereira, desde la antropología cultural y la historia, pues enciende lámparas exploradoras hacia prometedores filones investigativos. ¡Enhorabuena!

Al margen: Bendita sea Pereira, sus hijas, sus hijos y sus obras. La inexpugnable amargura de Antonio Caballero tam-baleó al hablar sobre las catedrales de la capital de Risaralda. Temores de positivismo en el adusto y peludo semblante del valiente columnista. Vean el fenómeno en la última revista Se-mana.

Alonso Molina Corrales166

¡Eran los buenos tiempos de la guerra fría!61

El León Conquistador de la Tribu de Judea, Elegido de Dios, Rey de Reyes y Emperador de Etiopía, Haile Selassie, habló el 30 de junio de 1936 ante la Asamblea General de la Sociedad de Naciones, reunida en Ginebra, Suiza. Treinta días antes había abandonado Addis Abeda, la capital de su desér-tico imperio, huyendo de las legiones del Duce Benito Mus-solini que lo había invadido hacía un poco más de seis meses, ante la mirada casi cómplice de la “comunidad internacional”.

Ante el foro multilateral y pluriétnico, donde denunció la agresión y exigió justicia, el monarca lució frágil: seco de car-nes, su figura, cubierta por un manto negro, representaba con patetismo la flaca fortuna de su patria y la indefensión de las naciones chicas, cuando a las grandes se les alborota el apeti-to.

De nada sirvieron las palabras del monarca en el exilio; las armas fanfarronas del nuevo “César” romano, impusieron sus condiciones y dos semanas después de su alocución, el des-graciado rey vio cómo las tímidas sanciones económicas im-puestas a Italia, al inició de las hostilidades, eran suspendidas ante los buenos oficios de Francia y otros países.

Algo parecido ocurrió en el recinto ginebrino, cuando Ja-pón, el Imperio del Sol Naciente, invadió a Manchuria en 1931. La Sociedad de Naciones fingió creer que las tropas niponas llegaban para imponer el orden en el norte de China, pese a las protestas del gobierno de ese país, que en adelante padeció una guerra considerada por los expertos como una catástrofe

61. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 13 de febrero de 2003.

humanitaria, de proporciones no divulgadas con amplitud su-ficiente en Occidente.

Esos hechos y otros que determinaron la caída de la iner-me Sociedad de Naciones y fueron la antesala de la Segunda Guerra Mundial, han sido recordados por los áulicos del Pre-sidente Bush para conseguir del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el apoyo a una intervención militar en Irak. Afirma que con las pruebas presentadas por el Secretario de Estado Colin Powell, la comunidad internacional no puede eludir la responsabilidad de conjurar una agresión apocalípti-ca del tirano de Bagdad, como sí lo hizo en forma cobarde en el tercer decenio del siglo XX. En pocas palabras, predican las acciones de fuerza como forma de prevenir males mayores y nos remiten a la Historia para recordar como la visión obtusa de los estadistas del mundo, alentó los sueños de poder de los militares japoneses, de los fascistas italianos y de los nazis ale-manes; bravucones que se hubieran podido detener con una posición enérgica y oportuna de las Democracias.

También desempolvan los sucesos de 1962, cuando la ONU apoyó a Estados Unidos en la crisis de los misiles apostados por la Unión Soviética, en una Cuba atemorizada por la posi-bilidad de una versión corregida y aumentada de Bahía Co-chinos, la aventura militar montada por la CIA y por Kennedy para tumbar a Fidel Castro. Los gringos y su presidente fue-ron respaldados incondicionalmente por las “naciones libres” del mundo. ¡Eran los buenos tiempos de la Guerra Fría!

Los de ahora son otros y las circunstancias que llevaron a Haile Selssie a acudir a la Liga de Naciones son muy distintas de las que mueven a Colin Powell y a su jefe. Aunque ambos tienen raíces étnicas similares, son diferentes: el uno era rey en un país de pastores, incapaz de responder ante el poder de fuego de una potencia europea; el otro, un prepotente mi-litar que comparte con George W. Bush presidente de la na-ción más poderosa del mundo– el sueño de ganar su propia guerra, terminar el trabajo empezado y no terminado por el progenitor de éste último y controlar de una vez por todas

Alonso Molina Corrales168

la producción global de petróleo. Es el agresor pidiendo una bendición para su futuro desenfreno; no la víctima rogando protección. Es un gobierno omnipotente, caracterizado por su unilateral e irrespetuosa actitud excluyente, solicitando la anuencia para expandir sus tentáculos; no es fervoroso y com-prometido miembro de la comunidad de naciones, que cree en el consenso y la cooperación. Es el gavilán demandándole una bendición a las gallinas para acabar con un gallo molesto y envalentonado. ¡Qué ironía! El díscolo autócrata reclamando licencia para que el pecado sea de todos.

Me pregunto ¿qué harán los Estados Unidos si la ONU no se pliega a su voluntad?, ¿Tendrá sus días contados como al parecer ocurre con la OTAN, otro espacio donde Bush no ha logrado sus propósitos?

169Desde las Termópilas

Otra vuelta a la tuerca62

Por estas épocas de reforma tributaria, no dejan de venir a mi memoria, los hechos que constituyeron la llamada Re-volución de los Comuneros, entre finales de 1780 y marzo de 1782 y que fueron motivados, justamente, por la imposición de nuevos tributos, para financiar la guerra que la corona es-pañola sostenía con Inglaterra.

Uno de los momentos más importantes, fue el levantamien-to en la ciudad del Socorro, el 16 de marzo de 1781, alentado por una mujer llamada Manuela Beltrán, que rompió el edicto fijado por el Regente Visitador Don Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, para anunciar los nuevos gravámenes a productos de consumo generalizado.

Luego, pasó de todo: Los ejércitos realistas fueron arrolla-dos por la horda de campesinos y artesanos, que enardecidos marcharon hacia Santa Fe de Bogotá, gritando “Viva el Rey y muera el mal gobierno”. Con dificultad, los alzados fueron convencidos de negociar en Zipaquirá, a instancias del Arzo-bispo Caballero y Góngora, quien con su presencia bendijo unos acuerdos que beneficiaban a los Comuneros y con su si-lencio se hizo cómplice de su incumplimiento por parte del Virrey Manuel Antonio Flórez. Los líderes del movimiento fueron procesados y ejecutados en forma cruel, para escar-miento de las presentes y futuras generaciones. Imposición, engaño, traición y represión, ya eran entonces protagonistas de nuestra historia patria.

Pero hoy no podemos hablar de imposición, de engaño, ni

62. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 30 de agosto de 2006.

de traición, pues el gobierno del Presidente Álvaro Uribe Vé-lez hará en materia tributaria, lo que siempre dijo que quería hacer y no había podido, incluso con referendo de por medio. Ahora, con el aval que le da esa aplastante y según los hechos, inerte mayoría, el Jefe del Estado se prepara para dar otra vuelta a la tuerca, con la frialdad del odontólogo: una reforma tributaria del tamaño de sus sueños.

Como anestesia, ofrece devolver el IVA que se recaude a los estratos 1 y 2, a través de cheques girados a las familias inscritas en el Sisbén y que seguramente serán entregados en el marco de los Consejos Comunitarios de Gobierno, con lo que esos encuentros televisados serán más emocionantes, al mostrar al Príncipe derrotando la pobreza, mientras la clase media se extingue sin doliente.

¿Será que merecemos los mandatarios que tenemos?

171Desde las Termópilas

Las claves del pasado63

Como si descubrieran un mal presagio, los liberales adictos a la historia recordaron que el 26 de mayo de 1900, el ejérci-to que ese partido había armado para derrocar la hegemonía conservadora instalada en el poder desde la época de la Re-generación de Núñez, fue derrotado calamitosamente por las fuerzas del gobierno en la batalla de Palonegro, en Santander, pese a que cinco meses atrás, en la acción bélica de Peralonso, la total desbandada fue de las huestes legitimistas.

Por una de esas decisiones que definen la suerte de los pueblos y hacen pensar en la fatalidad, el comandante gene-ral del ejército liberal, el Generalísimo Gabriel Vargas Santos, resolvió no perseguir al enemigo destrozado en Peralonso, ni emprender el camino a Bogotá, con lo cual hubiera sellado, a favor de los rojos, la victoria y le hubiera ahorrado al país, los tres largos y sangrientos años de la conocida Guerra de los Mil Días.

Con la derrota de los liberales en Palonegro, no sólo se pro-longó la guerra civil, sino que también se afianzó el conser-vatismo en el poder y se esfumaron las posibilidades de que figuras de la oposición accedieran a puestos de comando.

Del mismo modo, al ser derrotado el liberalismo, en lo que sería su última intentona militar, fue vencida también el ala belicista de esa formación, que al ser mayoría y encarnar la nostalgia de las épocas del Olimpo Radical y la Constitución de Rionegro, embarcó repetidamente a la colectividad en gue-rras desesperanzadas.

63. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 4 de junio de 2006.

Los generales y coroneles se hicieron a un lado y ascendie-ron a los puestos de comando partidista los civilistas, que ar-chivaron la agenda militar y se dedicaron a minar al régimen conservador, aferrado a las tradiciones e instituciones colo-niales que Colombia no pudo eliminar con su independencia política de España.

Aprovechando las contradicciones propias de quienes ejer-cen el poder en forma omnímoda, la nueva dirigencia se probó en posiciones marginales ofrecidas por el régimen para con-temporizar con la oposición, ganaron terreno en la contienda electoral y pericia en el manejo de los asuntos públicos, hasta que, finalmente, en 1930, ascendieron al poder con la bandera de la Concentración Nacional, que reunió a godos moderados y liberales, en torno a la candidatura presidencial del liberal republicano Enrique Olaya Herrera.

El de esas primeras tres décadas del siglo XX, era un Par-tido Liberal apaleado por el fracaso militar, pero firme en sus convicciones ideológicas, apuntalado en una doctrina mar-ginada de cualquier negociación, que hacía las veces de faro orientador en el camino hacia la realización de su vocación de poder, su voluntad de mandar para imponer el modelo de país por el que habían luchado. Una organización política avocada al cambio por el riesgo de desaparecer materialmente y diluirse en el universo de las ideas.

La estruendosa debacle de Palonegro aplazó por casi trein-ta años la llegada al poder del liberalismo, pero paradójica-mente significó el comienzo de una nueva era, que lo convirtió en una colectividad moderna, capaz de hacer realidad las ilu-siones de una nación atrapada en la Colonia.

La revisión de ese episodio de la historia nacional, con todo lo que tiene de pedagógico, debe servir para inspirar al libera-lismo en esta difícil hora, cuando el favor popular le ha dado la espalda y se ve lejano el día en que pueda ocupar los pues-tos de comando de la República.

Ante un futuro incierto, la clave es tener claridad y fe en las convicciones y ser capaces de interpretar los tiempos que co-

173Desde las Termópilas

rren, a pesar del ruido mediático, la indolencia y la amnesia de las masas. Como siempre, en el pasado están las claves para emprender con paso seguro el futuro.

Alonso Molina Corrales174

La reelección64

Colombia nunca fue un país reeleccionista y quienes ocu-paron la Presidencia de la República más de una vez, lograron la hazaña en circunstancias especiales y ejercieron el poder en medio de un tormentoso clima político y social. Sólo seis de los sesenta y ocho mandatarios de la Era Republicana, han ob-tenido ese privilegio.

Simón Bolívar ocupó la presidencia de la Gran Colombia, desde 1819 hasta marzo de 1830, gracias a las ratificaciones que de esa investidura hiciera el Congreso. Fueron la Guerra de Independencia y luego el golpe que lo volvió dictador des-pués del fracaso de la Convención de Ocaña, los que permi-tieron su permanencia en el poder, en medio de una virulenta oposición que llegó a atentar contra su vida.

Tomás Cipriano de Mosquera fue presidente de Colombia, en cuatro ocasiones debido a circunstancias coyunturales es-peciales y a sus excepcionales condiciones de liderazgo. Dos de sus presidencias las logró como líder de la única revolu-ción triunfante de nuestra historia, cuando en 1861, lideró la guerra contra el gobierno conservador de Mariano Ospina Ro-dríguez y en esa condición fue elegido presidente provisorio. Esa dignidad le fue ratificada por la Convención de Rionegro en 1863, con lo cual dio inicio a su tercer mandato. Su cuarta y última sentada en el Solio de Bolívar, fue interrumpida por un golpe de Estado, tras el cual fue desterrado fuera de las fronteras patrias.

Manuel Murillo Toro, la figura civil más importante del li-

64. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 11 de junio de 2006.

beralismo del tercer cuarto del Siglo XIX, ocupó la Presidencia de la República en dos ocasiones no consecutivas. El fenóme-no obedeció a que el político tolimense era el caudillo más relevante de lo que entonces se conocía como el Olimpo Radi-cal, la formación creadora de la Constitución de Rionegro, que limitó el poder de los jefes de Estado, hasta el punto de que cada período era tan sólo de dos años.

Quizás el caso que mayor similitud tiene con el del pre-sidente Uribe, es el de Rafael Núñez, quien fue primer man-datario en tres ocasiones, en nombre del lema “Regeneración o catástrofe”, cuya aplicación llevó a la promulgación de la Constitución Política de 1886, de corte conservador, confesio-nal y centralista. El político cartagenero, en su propósito rege-nerador, pasó del radicalismo liberal a una postura de derecha que lo llevó a aliarse con el conservatismo, para hacer de Co-lombia el Estado que fue hasta 1991. Su elección en repetidas ocasiones y la transformación institucional que lideró durante sus mandatos, fueron posibles gracias a la necesidad de resca-tar a la Nación de la anarquía que padeció durante la vigencia de las instituciones de la Constitución radical de 1863.

El otro presidente favorecido con la reelección, fue Alfon-so López Pumarejo, quien apuntaló su segunda aspiración al Solio de Bolívar en la gestión transformadora de su primer período, reconocido como el de la Revolución en Marcha. Sin embargo, su segundo mandato fue sacudido por la acción de-cidida de una oposición que incluso promovió un golpe mili-tar y que a la postre influyó en su decisión de retirarse antes de finalizar el período constitucional.

Junto a estos casos excepcionales que podrían confirmar la regla de que Colombia no es un país reeleccionista, están las historias de quienes fracasaron en su intento de llegar a la presidencia por segunda ocasión. Tales son los casos de Carlos Lleras Restrepo, que no logró ser postulado por su partido, el Liberal, como candidato a ocupar nuevamente la primera magistratura y el de Alfonso López Michelsen, que siendo el aspirante oficial por esa colectividad, fue derrotado por el

Alonso Molina Corrales176

conservatismo, como consecuencia de la disidencia liderada por Luís Carlos Galán Sarmiento.

La tradición no reeleccionista de los colombianos y la nece-sidad de estudiar a fondo, desde la perspectiva de la cultura política, la ratificación de Álvaro Uribe Vélez en el Solio de Bolívar, como suceso transgresor de ese paradigma, se confir-ma con los casos extraordinarios en que un dirigente ha ocu-pado la Presidencia de la República en más de una ocasión y que llevan a preguntar si lo que pasó el 28 de mayo es otra excepción que confirma la regla o es el síntoma de cambios en las costumbres políticas de los colombianos.

Queda abierto el debate. ¿La reelección presidencial vino para quedarse?

177Desde las Termópilas

Bagatelasperiodismo para la memoria65

Para hacer un programa de televisión sobre el libro del pro-fesor universitario Víctor Zuluaga Gómez, La nueva historia de Pereira: Fundación, recientemente publicado por la Adminis-tración Municipal, resolvimos salir a la calle a preguntarle a los parroquianos si conocían la razón del nombre de la capital de Risaralda.

El interrogante era pertinente, ya que el contenido de la obra puso en duda la participación de José Francisco Pereira Martínez y Guillermo Pereira Gamba, en la génesis de nuestra urbe, al punto de permitirle a los más extremistas, una even-tual propuesta sobre el cambio de nombre de la misma; quizás por el de algún otro personaje, accidente geográfico o circuns-tancia histórica.

Hay que recordar que nuestra ciudad dejó de llamarse “Cartagoviejo” en 1869, para ser identificada con el nombre de Villa de Pereira en honor al patriota cartagüeño José Fran-cisco Pereira Martínez, pues dice la tradición que a él se le ocurrió levantar, sobre las ruinas del Cartago del Mariscal Ro-bledo, una nueva población. El mismo relato oficial le asignó a su hijo, el abogado Guillermo Pereira Gamba, el papel de benefactor del nuevo poblado, al afirmar que éste le donó a sus habitantes, un globo de 12 mil hectáreas.

Por su parte, la investigación de Zuluaga Gómez probó que Pereira Martínez se cuidó de la posibilidad de que sus tierras, al otro lado del río La Vieja, pudieran ser ocupadas por colonos y que su hijo, Guillermo Pereira Gamba, no entregó ni

65. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 26 de agosto de 2006.

una pulgada de sus predios y que, por el contrario, se opuso a que el Congreso de los Estados Unidos de Colombia entre-gara a los pobladores de la incipiente aldea 12 mil hectáreas de baldíos.

Los resultados del sondeo callejero, no correspondieron con nuestra preocupación sobre el impacto que traería una posible reescritura de la historia de Pereira e incluso el cambio de su nombre, pues ninguno de los interrogados sabía la ra-zón por la cual nuestra ciudad se llama así.

179Desde las Termópilas

Una historia para todos66

La conmemoración del aniversario ciento cuarenta y tres de la fundación de Pereira, debería ser el escenario para afrontar el debate abierto por el profesor universitario Víctor Zuluaga Gómez, con la publicación de su libro Nueva Historia de Pereira: Fundación, con el cual deja sin piso una serie de afirmaciones sobre las cuales se ha edificado el discurso histórico y axioló-gico de la ciudad.

Que el lugar que ocupó Cartago entre 1540 y 1691, no per-maneció desierto desde el último año mencionado y el de la fundación de Pereira (1863); que la ciudad no siempre fue la plaza tolerante que acogía a todos, sin distingos de raza o fi-liación política; que cuando se oficializó la fundación ya ha-bía iglesia y por tanto, no es lógico que el cura Cañarte y sus acompañantes hayan tenido que construir primero una rama-da para los oficios religiosos; que Guillermo Pereira Gamba no donó los terrenos que ocupa hoy la urbe; y que fue ines-crupuloso, por decir lo menos, en sus actividades comerciales, son las líneas gruesas que resumen la investigación de Zulua-ga Gómez, sustentada con documentos hallados y analizados por él en diferentes y cercanas fuentes, al parecer no consulta-das por los cronistas e historiadores anteriores.

Y digo que debería la efeméride ser el decorado propicio, porque la discusión aún no se ha dado. Aunque no me cabe duda de que los planteamientos de Zuluaga Gómez deben haber suscitado muchas discusiones al interior de la Acade-mia Pereirana de Historia; ésta aún no ha hecho un pronun-

66. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 27 de agosto de 2006.

ciamiento oficial de cara a la opinión pública y la ciudadanía en general, mientras guardan silencio las demás instancias estudiosas de la ciudad y la propia administración municipal, que financió la publicación de la segunda edición de la obra, mejorada y aumentada. ¿Será que ese gesto, digno de elogio, es la notificación de que el gobierno local alienta la promulga-ción de una nueva historia de Pereira?

Creo que antes de especular, sería sano abrir el debate, con el concurso de todos los estamentos ciudadanos, para contestar, entre otras, las siguientes preguntas: ¿Qué piensan la Academia Pereirana de Historia y sus miembros sobre las afirmaciones hechas en el libro?, ¿En qué afectan los hallaz-gos la manera como se ha contado nuestra historia hasta el momento?, ¿Deberán caer de los altares del ritual cívico, algu-nas de las figuras objeto del incienso oficial?, ¿En qué afecta el contenido del libro la relación de los pereiranos raizales y por convicción con la ciudad?, ¿La cosmogonía que ha explicado durante más de cien años a Pereira y sus logros, qué tanto se replantea con el efecto iconoclasta de la obra?, ¿Cómo deberá ser narrada la historia de aquí en adelante?

Los hallazgos del profesor Víctor Zuluaga Gómez, puestos en común por esta época en que están pasando cosas tan im-portantes como el fortalecimiento de la Academia Pereirana de Historia, gracias al trabajo incansable de sus miembros y apoyo del Alcalde Juan Manuel Arango Vélez, y la imposi-ción de una nueva visión de ciudad competitiva, participativa y justa; ponen a prueba las intencionalidades de ese tipo de entidades y proyectos y la importancia que tendrá hacia el futuro y en nuestro ámbito local, la recurrente necesidad de seguirnos mirando en el espejo de la historia.

¡Es la gran oportunidad de volver la historia un tema de todos y una herramienta para hacer ciudadanía!

181Desde las Termópilas

Danza y la agonía de un soldado amante67

1. ¡Qué maravilloso espectáculo el presentado por el Grupo de Música y Danzas “Trietnia” de la Universidad Tecnológica de Pereira, el lunes anterior, en el Teatro Municipal Santiago Londoño!

La causa que nos hizo acudir al recinto era la mejor: reco-ger fondos para financiar el desplazamiento de ese colectivo a La Florida, Estados Unidos de América, como representantes culturales de Risaralda en una feria comercial.

La motivación, los artistas universitarios venían con el pri-mer premio de un encuentro nacional de danza universitaria, en Ocaña; un galardón más en una hoja de vida repleta de reconocimientos.

No sólo se ganaron el apoyo de los espectadores que casi llenan el Teatro Municipal Santiago Londoño, por la maestría de músicos y bailarines. También fue evidente la preocupa-ción por poner en conocimiento de los neófitos, nuevos temas musicales y nuevas coreografías, que pincelaron el aporte de negros, indios y mestizos al acervo cultural colombiano. Lo anterior refleja dedicación en la investigación, que no sólo aporta a la riqueza del repertorio, sino también al colorido del vestuario, verdadero deleite para los ojos.

Dividido el espectáculo en tres segmentos que correspon-dían a la tradición de las tres étnias que conforman nuestra nacionalidad, el momento culminante es la llamada “parran-da navideña”, que le pone la etiqueta de folclor a temas mu-sicales propios de las festividades decembrinas, muy difundi-

67. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 22 de octubre de 2006.

dos por las estaciones populares de radio. El éxito del grupo es algo que retribuye el esfuerzo de Bienestar Universitario de la Universidad Tecnológica de Pereira y nos llena de orgullo a los pereiranos, que vemos como la oferta cultural de la zona se amplía, con propuestas artísticas de gran calidad, dignas de poner en cualquier escenario.

Felicitaciones al director y coreógrafo de “Trietnia”, profe-sor Álvaro Javier Montero, que además se destaca como ges-tor cultural, pues debe dedicar parte de su tiempo a la conse-cución de los recursos necesarios para ubicar al grupo en el sitial que hoy está. También felicitaciones a cada uno de los músicos y bailarines, y gracias por el buen momento que nos brindaron.

2. El pasado 29 de septiembre tuve la oportunidad de reen-contrarme con la poética de Víctor Paz Otero -un payanés que ha reposicionado la literatura histórica en Colombia- , gracias a la puesta en escena de uno de sus textos, llamado “La agonía erótica de Bolívar, el Amor y la Muerte” y que es un conjunto de sesenta y un cartas imaginarias, dirigidas por el Libertador a Manuelita Sáenz, cuando transitaba por el Magdalena, rum-bo a su extinción física.

El traslado a las tablas, es el resultado de un experimento hecho por el Proyecto Teatral Manbel, dirigido por el teatrero irreductible Alonso Marulanda Álvarez y que reúne a un gru-po de enamorados de las artes histriónicas, y de sus potencia-lidades como herramientas para construir nación.

La propuesta le apunta a la circularidad que rompe el pa-ramento tradicional del teatro y combina el audio, para poner en común los textos de Paz Otero, con los parlamentos de tres mujeres que son la misma Manuelita y los del Libertador, que hace un gran esfuerzo para escribirle a su “amable loca”, pese a la debilidad que lo lleva a la tumba.

Se destaca la calidad de los textos de Víctor Paz Otero, que ya nos tiene acostumbrados a unos trabajos minuciosos en lo investigativo, copiosos en lo documental y estéticamente lo-grados en lo literario. Obras como El demente exquisito y El Edi-

183Desde las Termópilas

po de sangre, sendas novelas sobre los generales Tomás Cipria-no de Mosquera y José María Obando, respectivamente, son los antecedentes que anuncian la calidad del discurso, aprove-chado de la mejor manera por Marulanda y su colectivo.

Gracias al Proyecto Teatral Manbel, tenemos la posibilidad de conocer un nuevo Bolívar, que es más, en la medida que hace pareja con otro personaje de caracteres antológicos como es su amante, Manuelita Sáenz.

En el epistolario imaginario, Bolívar recrea su pasión car-nal por la quiteña, pero supera la expresión erótica para hablar del derrumbe de su obra política y de la suerte que correrán los pedazos de la Gran Colombia, pues Manuelita es amante y ciudadana; ama al hombre y a su idea y quiere trascender al papel adscrito a la mujer por entonces. Su compromiso supera los límites del lecho y el acontecer doméstico y la convierte en protagonista que ejemplariza en estas épocas de desinterés y egoísmo.

Como en el poema de Mario Benedetti, Bolívar y Manuela saben que “como amor no es aurora, ni cándida moraleja y porque somos pareja que sabe que no está sola, te quiero en mi paraíso; es decir, que en mi país, la gente viva feliz, aunque no tenga permiso”.

Alonso Molina Corrales184

Las preguntas del tambor68

Cuando era un niño, el 20 de julio tenía una connotación especial, pues en mi tierra natal, Guadalajara de Buga, se ce-lebraba por esas fechas una importante feria agropecuaria. Como a eso se sumaba que el Batallón Palacé hacía su desplie-gue bélico por las estrechas calles de la pequeña ciudad, en memoria de los insurrectos del florero de Llorente, deberán concluir todos que ese era un día de carnaval.

Después, en el colegio, supe con detalle los sucesos que dieron inicio a la andadura que despeñó por los desfiladeros de la historia, a toda una generación de jóvenes aristócratas, enardecidos por las ideas de la Ilustración.

Una generación trágica, la llamó Gabriel García Márquez, en su bien logrado guión literario de una serie de televisión que en 1991, R.T.I. Televisión puso al aire como una recorda-ción de los protagonistas de los hechos que llevaron al Grito de Independencia del 20 de julio de 1810 y a la guerra de libe-ración que libraron neogranadinos y venezolanos hasta 1819.

Las historias individuales de cada uno de esos dirigentes improvisados, que en la mayoría de los casos pasaron sin esca-la de los pupitres de San Bartolomé y el Rosario, a las tribunas y a los campos de batalla, le dan la razón a nuestro Nobel.

Empecemos por Antonio Nariño, que para ese 20 de julio de 1810, ya tenía laceraciones en tobillos y muñecas por los grillos que lo retuvieron en las bóvedas de Cartagena de In-dias y lo privaron de hacer parte de la revuelta santafereña. Después, su humanidad siguió siendo carne de presidio por

68. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 22 de julio de 2006.

largos años y ni siquiera la independencia lo libró de sus ene-migos, que quisieron escamotearle su gloria, cuando se opu-sieron a su nombramiento como senador de la Gran Colom-bia, acusándolo de delitos infundados.

Camilo Torres, Francisco José de Caldas, el canónigo Ro-sillo, José María Carbonell, entre otros, fueron procesados y ejecutados por la represión española, luego de que fracasaron en su intento de construir una república como la soñada por sus modelos franceses y norteamericanos.

Toda una generación; pero yo diría que fueron varias, que, al coincidir en el tiempo y en el espacio, interpretaron el mo-mento histórico que vivía el mundo de Occidente y trajeron a estas selvas y escarpadas montañas, las luces nuevas que proclamaban la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.

La mayoría de esos contemporáneos, se consumieron en el fuego de esas antorchas libertarias, pero abrieron el camino hacia una lucha que logró movilizar a los pueblos de la Amé-rica Meridional, en el entendido que ésta no era solamente una causa caprichosa de los criollos letrados y ricos. También recogía las expectativas de los afroamericanos e indígenas, so-metidos a la esclavitud y a la servidumbre, por más de tres-cientos años.

¿Cuál es la pasión que nos consume a nosotros, los hom-bres y mujeres colombianos de este comienzo de milenio?, ¿Cuál es el sueño que debemos perseguir en colectivo, para dignificar nuestra vida y aportar a la construcción de la eterna utopía de un mundo mejor?

Será que esas preguntas rondaron nuestros cerebros, cuan-do al son de tambores y trompetas desfilaron este 20 de julio pasado los soldados en frente nuestro y volvimos a sentir el compás marcial en nuestros estómagos, como cuando éramos niños.

Alonso Molina Corrales186

El incoloro día de la raza69

A propósito del llamado Día de la Raza –que pasó a ser otra de las fechas degradadas por la “social–chabacanería” de la Ley Emiliani– es bueno hacer una reflexión sobre la presencia de afrodescendientes e indígenas, en el territorio pereirano.

Lo primero que se debe decir, es que la historia muestra que mucho antes de la llegada de los europeos a lo que hoy se conoce como Risaralda, el control del territorio estaba en ma-nos de los Quimbayas, cuya presencia se prolongó, a pesar de la persecución y la explotación, hasta el año de 1874, cuando el gobierno de Cartago ordenó la extinción de la aldea La Paz, llamada antes Pindaná de los Cerritos, el último reducto de ese pueblo precolombino.

Del mismo modo, los historiadores y cronistas reseñan la presencia de afrodescendientes en la zona que hoy ocupa Pe-reira, por cuanto en su sitio se asentó por más de ciento cin-cuenta años, la Cartago del Mariscal Robledo; plaza militar y minera, que requirió del trabajo de los esclavos negros. Luego, cuando la fundación española se mudó a las sabanas que hoy ocupa, la esclavitud de los africanos y sus vástagos, sustentó la economía colonial, con una crueldad tal, que los alzamien-tos y fugas no se hicieron esperar; siendo la más importante la protagonizada por 27 esclavos en 1785 y que dio como resul-tado, el fugaz asentamiento de un palenque en lo que hoy es Turín. También es un hecho avalado por la historiografía, que a la ceremonia de fundación de la villa de Pereira en 1863, asis-tió Guadalupe Zapata, mujer negra ya asentada en los alrede-

69. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 14 de octubre de 2006.

dores. Con lo anterior se hace claro que el territorio pereirano, fue habitado muchos años antes y hasta épocas relativamente recientes, por grupos étnicos diferentes a los que conformaron las riadas migratorias de mestizos y blancos provenientes de Antioquia.

Lamentablemente, la historia oficial de Pereira narra la gesta de esa colonización con acento paisa, invisibiliza la pre-sencia indígena y negra “precañarte”, y no da cuenta de los re-latos que suponen las corrientes migratorias que recalaron en la aldea, la hicieron crecer vertiginosamente y la convirtieron en la urbe multicultural y pluriétnica que es hoy en día.

Por esa razón, los asentamientos afrodescendientes, por ejemplo, numerosos y ricos en posibilidades para engrande-cer a Pereira en términos económicos y culturales, solo existen para el establecimiento, como frías cifras del asistencialismo gubernamental y no como estamentos actuantes, creativos, de la sociedad contemporánea; pereiranos de pleno derecho.

¿Si esto pasa con los afrocolombianos, cuya ocupación del territorio pereirano obedece a unos patrones comunitarios que los homogenizan y son prometedores en términos de organi-zación social, y muchos de sus líderes tienen peso específico en el panorama político, qué se podrá decir de los indígenas chamíes? Ellos ya no son los que estaban en Cauquillo o Pu-rembará; ellos son los que hieren nuestras conciencias anes-tesiadas en cada esquina de Pereira, con sus pies descalzos y sus numerosos hijos sin esperanzas. Distribuidos en el mapa de la mendicidad, no son nada como grupo; solo relictos de un pasado precolombino que aún agoniza, imágenes de un país que ignoramos con indiferencia criminal. ¿A qué niveles infrahumanos llegó su pobreza?, ¿Qué hizo que la tolerancia de ese pueblo, acostumbrado a una miseria secular, se haya agotado, para luego arrojarse a la indigencia citadina?

Esas son las razas, que junto con la surgida del mestizaje, hacen de Pereira lo que es hoy en día. En medio de la cele-bración del ahora pálido –incoloro, más bien– Día de la Raza, son referentes históricos, pero en la cotidianidad, son una rea-

Alonso Molina Corrales188

lidad cultural, económica y demográfica, que debe contar al momento de construir una ciudad con destino.

189Desde las Termópilas

Sin olvido70

El 10 de diciembre anterior, se celebró el día de los derechos humanos, con el cual se pretende promocionar y defender esta importante conquista de la civilización, y que no es otra cosa que reconocer una dignidad inherente a nuestra condición de seres racionales.

Recoge la efemérides una tradición propia de la Cultura de Occidente y que puede datar de la Roma republicana, cuando se instituyó el llamado derecho de gentes -jus gentium-, que protegía los intereses de las personas que no disfrutaban del privilegio de ser ciudadanos y no ejercían las prerrogativas que a favor de ellos disponía el jus civile o derecho civil.

Sin embargo, como lo he repetido, las conquistas de nues-tra civilización se mantienen en vilo y así lo ha demostrado la historia. ¿Acaso lo anterior no se prueba con el Holocausto Judío, en una Europa orgullosa de sus avances? Como si fuera poco, viene la orgía de sangre en el despojo de la antigua Yu-goslavia, con lo cual mi tesis es ratificada.

En el caso de nuestro país, el tema de los derechos humanos tiene como dos ámbitos: El académico y profesional, dentro del cual se promueven, se defienden y se hacen las denuncias cuando se evidencia su violación y el de la Colombia profun-da, donde todo pasa y la sangre corre sin que nada ocurra.

La realización de los derechos humanos aquí en Colombia es aplazada a favor de infinidad de intereses, que terminan por consagrar algo inaudito para una sociedad que se precia de estar organizada como un Estado de Derecho: la total in-

70. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 17 de diciembre de 2006.

defensión del ciudadano y la indiferencia de las autoridades competentes.

Por esa situación, es que la promoción de ese tema, a través de recordatorios como el del 10 de diciembre, debe ser con-vertida en una liturgia de la memoria, que nos haga recordar como el camino recorrido por nuestra especie hacia la homi-nización y luego hacia la humanización, se pierde cada vez que la dignidad inherente a ese esfuerzo, se desconoce con la acción depredadora del más fuerte contra el más chico y la insolidaridad de los demás. No permitamos que los derechos humanos sean una simple fecha para olvidar

191Desde las Termópilas

De la guerra a muerte al acuerdo humanitario71

El próximo 26 de noviembre se cumplen ciento ochenta y seis años de la firma del Tratado de Regularización de la Gue-rra, por medio del cual se adoptaron por parte de la nacien-te República de Colombia que presidía el Libertador Simón Bolívar y las fuerzas del Rey de España, que comandaba el Pacificador Pablo Morillo, disposiciones que buscaban huma-nizar el conflicto bélico, desarrollado hasta entonces con gran crueldad.

Bolívar escogió suscribir el tratado en la ciudad venezola-na de Trujillo, como gesto simbólico; pues siete años antes -un 15 de junio- en ejecución de la célebre campaña de 1813, expi-dió la Declaración de Guerra a Muerte, con la cual pretendió polarizar a sangre y fuego a la indiferente sociedad colonial, que no se decidía a tomar partido definitivo por la causa li-bertadora.

“Españoles y Canarios: contad con la muerte aun siendo in-diferentes si no obráis en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida aún cuando seáis culpables”, decía la declaración, que terminó de degradar un conflicto ya caracterizado por el desprecio a la dignidad humana, pero realinderó a la población y presionó a los tibios e irresolutos.

Siete años después; cuando el éxito le sonreía a la causa libertadora luego de la batalla de Boyacá y el alzamiento que sometió al rey español Fernando VII a las disposiciones de la Constitución de Cádiz; la búsqueda de un armisticio entre las fuerzas en disputa, dio como su más preciado fruto el com-

71. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 4 de noviembre de 2006.

promiso solemne de conducir las futuras e ineludibles ope-raciones bélicas, dentro de un marco de supremo respeto por los derechos humanos o lo que por entonces se conocía como Derecho de Gentes.

Aunque la contienda sólo se detuvo cuatro años después, cuando los ejércitos españoles fueron derrotados definitiva-mente en Ayacucho, el Tratado de Regularización de la Gue-rra, contribuyó a que ésta fuera menos cruel para los comba-tientes y civiles involucrados irremediablemente.

De su suscripción no dependieron los sucesos que final-mente extinguieron el enfrentamiento, ni al firmarse se pensó que era un paso en el camino de la paz. Por el contrario, la necesidad de humanizar la guerra apareció como tema impor-tante, al comprender todos que ésta continuaría hasta que uno de los dos ejércitos fuera derrotado definitivamente.

Si el pasado doméstico, nuestra propia historia, nos da lec-ciones tan elocuentes, ¿por qué seguimos presenciando, ma-niatados, ese diálogo de sordos y prepotentes, entre las partes obligadas a humanizar la guerra no declarada que consume a Colombia desde hace más de cuarenta años, con un saldo trágico entre la inerme población civil?

El siglo XXI se inaugura con un Derecho Internacional Hu-manitario actuante al cual Colombia ha adherido como Esta-do y que debería ser respetado en todo lo relacionado con los no combatientes, sin temor a que se interprete su acatamiento como un triunfo político de una de las partes.

Hay más de un centenar de compatriotas secuestrados, que están esperando mucho más de todos nosotros.

193Desde las Termópilas

Historia de un derecho72

El primero de diciembre próximo se celebrarán los cin-cuenta años del plebiscito que les concedió a las mujeres co-lombianas el derecho de votar. Para ese momento, después de muchos forcejeos legislativos, a lo largo de un poco más de cien años, las damas podían desempeñar cargos públicos; con lo que se presentaba una situación paradójica, pues se les reconocía capacidad para ejercer esas responsabilidades, al tiempo que se les impedía expresarse en las urnas.

Lo conquistado en ese final de 1957, fue precisamente el resultado de una larga lucha, que tuvo avances y retrocesos y estuvo supeditada a las conveniencias electorales de los par-tidos tradicionales.

Como un país católico occidental, en Colombia la conso-lidación de las aspiraciones políticas femeninas tuvieron las mismas dificultades que en las naciones europeas de esa mis-ma órbita, como España, Italia y Portugal. Allí el sufragismo, el movimiento internacional que propendía por la aprobación del voto de las mujeres, tuvo feroces enemigos en todas las orillas. En la Madre Patria, fuera de la oposición de la Iglesia de Roma, sectores de la extrema izquierda descalificaron esa conquista, pues atribuían la pérdida del control de la Repú-blica, a mediados del decenio de los treinta, a que las mujeres votaron aleccionadas desde los confesionarios.

Justamente, el temor de que los sacerdotes orientaran el voto femenino, produjo que muchos destacados dirigentes li-berales de Colombia, se opusieran o limitaran el alcance de las

72. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, febrero de 2007.

reformas que impuso el presidente Alfonso López Pumarejo, a favor de los derechos civiles y políticos de las mujeres: amas de casa piadosas y votantes, constituían una ecuación cuyo resultado podía ser el regreso del conservatismo al poder.

De todos modos, frente a esa reivindicación, las derechas liberales y conservadoras integraban un solo cuerpo opositor, acolitadas por una Iglesia Católica preocupada por el golpe que una concesión de esas, podía significar para la vida fami-liar.

Durante el régimen de Gustavo Rojas Pinilla, el tema del voto femenino fue tratado en las deliberaciones de la Asam-blea Nacional Constituyente y las posiciones tenían sus pun-tos polares en la gradualidad de su aplicación y el reconoci-miento inmediato de la facultad, en todas las instancias y para todos los comicios.

Ese cuerpo delegatario aprobó mediante el acto legislativo No. 3 de 1954, el derecho de la mujer a elegir y ser elegida, aunque con votación dividida. La situación política del país y el endurecimiento del dictador de turno, impidieron la con-vocatoria de elecciones para que las damas se estrenaran en las urnas.

Con la caída del militar y el consecuente “borrón y cuenta nueva”, la conquista quedó en veremos, hasta que la legiti-mación electoral del Frente Nacional demandó del voto de las mujeres, aquel primero de diciembre de 1957.

Una larga historia. Lo curioso es que, pese a que los secto-res opuestos al voto femenino en Colombia lograron retrasar su aprobación hasta promediar el siglo XX, quizás este país sea el primero en haber elevado esa facultad a norma consti-tucional, mucho antes que las naciones anglófonas avanzadas. Si Nueva Zelanda fue la primera en aprobar el sufragio de las féminas en 1893, la provincia de Vélez, en Santander, al am-paro de la carta política de 1953, que permitía a esos entes te-ner las suyas, extendió esa potestad a todos los habitantes sin distinción de sexo, en ese mismo año. Corresponde ahora al conjunto de la sociedad colombiana; sin distinciones de sexo;

195Desde las Termópilas

evaluar el aporte de esa institución a nuestro Estado. ¿Qué tanto ha perfilado el ejercicio de esa conquista la sociedad ac-tual?, ¿Cuáles deben ser las próximas metas? ¿Realmente, la inclusión política de la mujer colombiana se reduce a votar y a unas posiciones burocráticas?, ¿Qué pasa con la mujer, sujeta de derechos políticos, en este medio violento, donde la expre-sión es restringida por los artillados de todas las orillas?

¡Que se abra el debate! Otra Colombia; menos mojigata e hipócrita, dependiente de una fuerza de trabajo donde la mu-jer es fiel de la balanza; espera conclusiones, para continuar el camino hacia la construcción del Estado Social de Derecho.

Alonso Molina Corrales196

El olvido que seremos73

Hace pocos días terminé de leer El olvido que seremos, el li-bro que sobre su padre Héctor Abad Gómez, escribió Héctor Abad Faciolince, uno de los más reconocidos literatos colom-bianos de la actualidad, y que editó Planeta con acierto.

Hacía mucho tiempo no me enfrentaba con una lectura tan conmovedora y a la vez tan escueta en su capacidad de describir, sin eufemismos ni palabras sensibleras, la Colombia que vio morir en forma violenta al introductor del concepto de salud pública en nuestro país y a uno de los más valientes defensores de los derechos humanos; así como a tantos otros mártires anónimos.

La obra visibiliza la vida y realizaciones de un humanista integral, que se vio condenado a padecer los castigos que los más oscuros sectores del establecimiento inflingen a quienes no admiten uniformar el pensamiento. La persecución laboral, la excomunión, la calumnia, el amordazamiento y finalmente el asesinato, son los correctivos utilizados por los esbirros de la caverna y con todos ellos fue disciplinado este médico pai-sa. Incluso su familia, integrada por prestantes miembros de la sociedad antioqueña, padeció las consecuencias colaterales de las luchas del padre soñador y generoso.

De la lectura se desprende que, pese a lo anterior, Abad Gómez nunca sintió la incomprensión de su familia. Por el contrario, fue el gran soporte para emprender las empresas filantrópicas que le dieron sentido a su existencia. Su mujer, doña Cecilia Faciolince, estuvo a su lado como compañera de

73. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, Junio de 2007.

todas las horas, pese a que muchos de los desnudados y ex-puestos en su insolidaridad y ambición por el médico, perte-necían a la misma aristocracia de la cual provenía. Sus hijos lo veían como un ejemplo difícil de imitar y un dispensador de amor filial inagotable.

Justamente, una de las dos enseñanzas que me ha dejado la lectura del libro de Abad Faciolince es la del amor del padre por el hijo. La relación padre–hijo descrita por el autor, hace que nos sintamos en deuda con los seres queridos, al tiempo que nos reafirma en la certeza de que más puede la cercanía, el diálogo y la comprensión, que la enumeración de reglas y la ejecución de castigos.

La otra enseñanza, es más bien la confirmación de algo que he venido diciendo por muchos años acerca de la fragilidad de la civilización humana, entendida ésta como la suma de la tolerancia, la solidaridad, la participación, la responsabili-dad y el respeto: Todo ese andamiaje institucional y cultural se puede venir abajo por acción de los bárbaros de todos los tiempos, como tantas veces ha ocurrido en mi país y en el mundo entero.

¿Cómo fue posible lo qué pasó en 1987?, ¿Cómo asistimos indiferentes al genocidio del cual el médico Abad Gómez fue tan solo una víctima más?, ¿Cómo fue exterminado todo un partido como la Unión Patriótica y junto con ellos académicos, periodistas, políticos, estudiantes de todas las orillas, sin que nada pasara? Era la barbarie institucionalizada socavando la civilidad, el amor al prójimo y el respeto, ante los ciegos, cóm-plices o impotentes que fuimos y seguimos siendo.

Lo confirma el hecho de que nadie alcanzó a dar la noticia completa del homicidio del médico, pues el mensajero de la mala nueva, después de formular algo como… “ha ocurrido una tragedia”, era interrumpido por la pregunta o la afirma-ción cargada de pavura “mataron a mi papá”. Todos sabían que eso ocurriría, como estaba ocurriendo en todo el territorio nacional con tantos otros y como sigue ocurriendo.

Sí, todos sabían como siempre lo hemos sabido. Quienes

Alonso Molina Corrales198

veían marchar al buen médico por las calles de Medellín re-clamando noticias sobre los desaparecidos, lo hacían a través de ojos muy tristes y avisados: Ahí va uno que será muerto. ¡Cómo nos acostumbramos a todo! ¡Cómo doblamos la cabe-za!

No se puede terminar la lectura de El olvido que seremos sin emitir un hondo e indescifrable suspiro y detener una lágrima solitaria mejilla abajo.

199Desde las Termópilas

A propósito de López Michelsen74

Desde que tengo memoria la política ha sido un tema de interés para mí y si hago un esfuerzo para remontarme en el pasado, me sorprendo por la pasión que esa actividad me despertó, cuando Alfonso López Michelsen buscó y obtuvo la Presidencia de la República en las elecciones de 1974.

A pesar de mi corta edad, viví con emoción los detalles de esa campaña electoral que enfrentaba a dos delfines –el libe-ral Alfonso López Michelsen y el ultraconservador Álvaro Gómez Hurtado– al final de un cuestionable experimento de paridad política, como fue el Frente Nacional, que permitía la alternación automática de los partidos tradicionales en el poder, como fórmula para acabar con la violencia de la mitad del siglo XX.

El hecho de que aquellas fueran las primeras elecciones sin la vigencia del mencionado pacto, había rodeado el proceso de rumores sobre un eventual fraude, para impedir que las riendas del poder salieran de las manos del conservatismo. Aquellas consejas tenían buen recibo entre quienes habían sido testigos y víctimas del nivel de intolerancia y barbarie, que se alcanzó durante la llamada Violencia, y entre perso-nas de los sectores populares con un alto grado de politiza-ción banderiza. Recordaban cómo la trampa electoral se había entronizado como una constante a lo largo de más de ciento cincuenta años de historia política y se acusaba al gobierno saliente, de haber alcanzado el triunfo luego de una descarada manipulación de los guarismos.

74. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, Julio de 2007.

En mi casa, mi padre y mi madre eran lopistas, pese a la estirpe conservadora de sus familias y aunque no eran polí-ticos, el tema siempre se abordaba en la sobremesa y en las reuniones con amigos y parientes, donde se comentaban los planteamientos de los aspirantes a suceder a Misael Pastrana Borrero en el solio de Bolívar, pero poniendo especial aten-ción en el duelo entre López y Gómez, que parecía reeditar el sostenido con furia por sus respectivos padres más de tres décadas atrás.

En las ventanas de mi casa había afiches, en el carro calco-manías; mi padre portaba en su pecho con orgullo un botón rojo con el lema del “Mandato claro”, e iba a las reuniones del Directorio Municipal Liberal de Guadalajara de Buga los viernes por la noche.

Por mi parte, para ese momento, el mundo de las personas conocidas había sufrido una gran división entre lopistas y alvaristas, hasta el punto de que empecé a ver con desapro-bación a mis adorados “amigos González”, pues en el auto-móvil del padre ondeaba la cruz con la cual el conservatismo identificó su candidatura. Todos, incluyéndome, estábamos atrapados en el debate.

Una noche –creo que fue la víspera de las elecciones– una pariente muy cercana conocida como la Mona Walter, llegó a la casa muy alarmada y le dijo a mi papá:

-¿Vos crees, Gerardo, que estos godos van a soltar así como así la presidencia? En la calle se dice que todo está listo para un gran fraude, parecido al que le hicieron a mi general Rojas para que se trepara Pastrana.

No recuerdo qué contestó mi padre, pero sí experimenté, como si fuera aquella noche, la angustia que me hizo caminar por horas a lo largo del balcón de mi casa, ida y vuelta, como buscando una solución, hasta que me mandaron a dormir.

En ese mismo sitio pasé todo el día de los comicios, agi-tando una bandera roja fabricada con un palo de escoba y el capote del juego de torero que me habían regalado en la Navi-dad anterior. En compañía de una vecinita, avivamos las cara-

201Desde las Termópilas

vanas que engalanadas con globos y banderines pasaban por el frente de la casa, para llevar liberales a votar.

López Michelsen triunfó, para mi felicidad, y ahí empezó otra etapa de la vida nacional, que está expuesta al veredicto de la historia.

Ahora que Alfonso López Michelsen ha partido, debo ad-mitir que de la mano de ese gran colombiano entré al mundo de la política, pues desde ese momento siempre estuve atento al tema y cuando lo pude hacer, me sumé al activismo, curio-samente, en apoyo de Luís Carlos Galán, el líder que se opuso a la reelección del estadista.

Paz en su tumba.

Alonso Molina Corrales202

Fouché y los aprendices75

Por estos días de agitación electoral y de aparición de nue-vos actores en la palestra proselitista, vuelve a circular un libro considerado por algunos como un clásico de la ciencia política, al lado de otros tales como Calila y Dimna, Memorias de Adriano, El arte de la guerra y, por supuesto, El Príncipe de Nicolás Maquiavelo.

Se trata de Fouché, el genio tenebroso; la inmortal biografía escrita por el austriaco Stefan Zweig sobre la vida y milagros de quien fue protagonista de primera línea de la política du-rante la Revolución Francesa, el régimen de Napoleón Bona-parte y el reinado de Luís XVIII, y luego tuvo el privilegio de morir en su cama por causas naturales.

Muchos “aprendices de brujo” -entiéndase como nobeles aspirantes a puestos de elección popular- leen por recomen-dación de sus asesores y mentores el mencionado texto, de cuya existencia tuve noticias desde la época en que la llegada de la elección popular de alcaldes, propició la ruptura de las tradicionales formaciones liberales pereiranas y el ascenso de un puñado de jóvenes ambiciosos a los puestos de dirección. Por entonces, el abogado Carlos Humberto Isaza prescribía su lectura, para conocer que tres siglos después de la publi-cación de El Príncipe, hubo en Francia un hombre que llevó más allá de lo posible, la aplicación de las recomendaciones de Maquiavelo.

La lectura de la obra citada, así como las de las otras seña-ladas al comienzo, son indudablemente de gran utilidad para

75. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira.

conocer la forma como se maneja la política, pero el riesgo de no ser matizadas con reflexiones sobre el deseable contenido ético de ésta, que debiera ser una noble profesión, puede lle-var a contemporizar con aquellas conductas reprochables, que han hecho de su ejercicio algo digno de sospecha, por decir lo menos.

Lo anterior es mucho más real cuando hablamos de aque-llos jóvenes que ahora hacen sus primeras armas en política. La identificación, sin crítica alguna, con el modelo de José Fouché, el mismo que utilizó la traición sistemática y la extor-sión para encumbrarse en la vida pública francesa y superar apocalípticos cambios de régimen, puede convertir a los lla-mados al relevo, en seres sórdidos, egoístas, cínicos, inescru-pulosos y proclives al delito; en fin, como dice Silvio Rodrí-guez en su canción La maza: “…servidores de pasado en copa nueva…”

Al cumplirse el 22 de febrero sesenta y cinco años de la muerte de Stefan Zweig; quien se quitó la vida en su exilio brasilero, al ver que su mundo se hundía ante la tromba cri-minal del nazismo, un régimen cuyos objetivos, precisamente, siempre justificaron los más despiadados medios y las menti-ras mil veces repetidas; es justo decir que su exposición de la vida de Fouché no tuvo el tono del panegírico, ni el propósito de exponerlo como modelo de lo recomendable. Por el contra-rio, su libro de 1929 es una denuncia elocuente sobre todo el daño que puede hacer un ser humano, cuando no hay reglas éticas, ni morales que lo autorregulen. Un daño que puede ser exponencial, si hablamos de personas dedicadas al manejo de los asuntos públicos.

Frente al desesperanzador mensaje que puedan enviar los cínicos y los escépticos, es indispensable anteponer la decisión de luchar por el bien en todas sus expresiones y en todos los contextos. Incluso en el mundo de la vilipendiada política.

Alonso Molina Corrales204

Crónicas marcianas76

Según una noticia publicada por el periódico El Tiempo, en Marte existió hace más dos mil millones de años un gran océa-no, similar a los que hoy cubren la mayor parte de la superfi-cie terrestre. El diario capitalino recoge la información que J. Taylor Perron, el director del equipo científico que estudia al planeta rojo, publicó en la revista Nature y que habla también sobre la existencia de depósitos de agua en el subsuelo de esa esfera de nuestro sistema solar.

El hecho de que el vital líquido exista en el planeta mejor explorado por el hombre, ubica al mismo en el primer destino de una probable y quizás necesaria expansión galáctica de la especie humana, cuando la sostenibilidad de la vida en la Tie-rra no sea viable.

Es sin duda una gran noticia, que al mismo tiempo acerca a la realidad, los sueños de muchos visionarios, que convirtie-ron a Marte en el escenario de muchas de las más célebres his-torias de ciencia ficción. Se me viene a la cabeza ahora, el libro escrito por el norteamericano Ray Bradbury titulado Crónicas marcianas, que narra la colonización del mencionado planeta por parte de los terrícolas.

Siendo en sí mismo una gran aventura de ciencia ficción, es un texto hermoso en lo literario y profundo en cuanto al análisis del comportamiento humano, pues tiene en cuenta lo que la especie ha hecho con su aparente lugar de origen y lo que podría hacer con Marte, si alcanza la tecnología para co-lonizarlo y explotarlo.

76. “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira.

Bradbury parte de la premisa de que lo hecho en la Tierra por el hombre, será replicado en Marte, ante la mirada impo-tente de los fantasmales sobrevivientes de una raza anterior a la humano y que pobló el planeta antes de desaparecer sin explicación.

Es magistral la forma como traslada a la superficie y a las relaciones de los humanos en Marte, las representaciones e imaginarios de la civilización de occidente y los grandes hitos de la cultura contemporánea. Hace un homenaje, por ejemplo, a Edgard Allan Poe, su escritor favorito, al trasplantar a los yermos colorados de ese planeta la casa Usher, uno de los más célebres relatos del oscuro escritor.

Como siempre, se comprueba que la imaginación es la pionera de las grandes realizaciones humanas y quienes vi-sionaron a Marte como un planeta con vida parecida a la de la Tierra o pensaron en que las condiciones del mismo podrían servir para albergar a nuestra especie en caso de emergencia o necesaria diáspora, tienen en el anuncio co-mentado combustible para avivar los sueños e idear nuevas aventuras. Entre tanto, con Bradbury nos debemos pre-guntar: ¿cómo nos relacionaremos con el nuevo hábi-tat?. ¿Repetiremos la historia de depredación suicida? y, finalmente, ¿tendremos que abandonar nuestro bello pla-neta azul?

Alonso Molina Corrales206

LA CRÍTICA, EJERCICIO EMANCIPADOR

(Hacer oposición, un

servicio a la democracia)

El discurso se repite77

Soy vallecaucano. Nací y crecí en Guadalajara de Buga; así le decían los antiguos, o en Buga “La real”, como le llaman por estos entornos. Me correspondió ser testigo y víctima del em-bate de los Señores del Atajo, que con sus volquetadas de dó-lares mal habidos, compraron el alma colectiva de mi comarca y trastocaron los valores de cuatrocientos años de existencia frugal. Antes de eso, mis paisanos vivían como labriegos, aun-que al morir eran los causantes de sucesiones millonarias. Soy superviviente de una generación extraviada en los vértigos de la riqueza instantánea y en los macabros juegos del poder hedonista que asesinó, corrompió y prostituyó, en todos los estratos de la inmóvil sociedad de las riberas del Cauca. Por eso considero que los hermanos Rodríguez Orejuela, instiga-dores de la debacle económica, social y moral de mi tierra, deben pagar por sus crímenes y padecer penas que retribuyan y sirva de ejemplo.

Sin embargo, tan nocivas y vergonzosas son las consecuen-cias del narcotráfico en Colombia, como lo son las activida-des de la clase dirigente y el gobierno nacional, frente a esos hechos previsibles y subsanables, como la excarcelación de los capos de Cali. ¿Acaso el actual ministro de Justicia, una “Biblia” en asuntos penales, ignoraba que, por la aplicación de normas procesos vigentes al momento de dictarse la sen-tencia, de suyo benigna, los jefes del Cartel la sacarían barata?, ¿Se le olvido a Francisco Santos, en la ebriedad de su cuatrie-nio sabático, que las leyes a la medida de los intereses mafio-

77. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 2003.

La crítica, ejercicio emancipador -Hacer oposición, un servicio a la democracia-

sos, se empezaron a dictar cuando él y otros ilustres fueron secuestrados por los extraditables?

Pero la carga perniciosa de ese rasgado de vestiduras estri-ba en que fue propicio para pronunciar un discurso repetido una y otra vez por este gobierno, contra el Estado Social de Derecho y que pretende vulnerar, con la desvergüenza y la rudeza provocadora de los” camisas pardas” de la Alemania Nazi, el basamento de la democracia moderna; la división e independencia de las ramas del poder público y el imperio absoluto de la ley.

Dejando a un lado lo aprendido en la Universidad y en años de polémica práctica legal, el Ministro de Justicia, léase bien, de justicia, embiste contra las providencias del juez de ejecución de penas del caso, sin estudiar la juridicidad del acto y en flagrante usurpación de las funciones de los encargados de determinarla.

Además, juega a las escondidas entre los tipos que confor-man el titulo quinto del Código Penal-Delitos contra la inte-gridad moral- al atribuirle irresponsablemente al funcionario judicial, supuestos intereses extra procesales.

Tal vez recuerda este cachorro de Leopardo trocado en Cón-dor azuzador, que de las palabras se puede pasar fácil e impu-nemente, a las tropelías callejeras contra quienes son blancos inmediatos de sus etiquetamientos: Quienes se pronunciaron contra los nuevos exabruptos del alto dignatario, fueron gra-duados por éste como amigos de los Rodríguez Orejuela, ante los medios masivos de comunicación.

Claro que con lo anterior no es extraño en quien califica de resabios las garantías procesales, después de haber convertido la sagrada espada del derecho, en almarada callejera al servi-cio del mejor postor. Lo grave es que el Presidente de la Repú-blica, que hasta ahora había mantenido sus suaves maneras al estilo optimista, cambio de actitud.

En esta oportunidad, el primer mandatario consideró blan-dura el respeto a la ley, prefirió pasar pos arbitrario, al pa-trocinar las maniobras de última hora tendientes a dejar en

Alonso Molina Corrales210

la sombra a Gilberto Rodríguez, y dejó entrever la verdadera preocupación: la reacción de los Estados Unidos.

Si antes legislábamos a favor de los jefes de la delincuencia organizada, ahora expedimos normas, gobernamos y preva-ricamos, esperando el hueso sintético del amo implacable del norte. Menos mal no se enojó. ¡Es que los malos son los jueces! ¿Todo okey, pues?

211Desde las Termópilas

Ojos abiertos y oídos despiertos78

Respaldo a lo benéfico para la Nación y distancia, y crí-tica ante todo aquello que lesione los intereses del país y de sus ciudadanos, debe ser la conducta de los colombianos en general y una misión para quienes consideramos que el libe-ralismo tiene un claro papel en esta nueva etapa de la historia de la Nación, muy diferente al determinado por los acuerdos de la actualmente llamada gobernabilidad.

Es esencial respaldar al nuevo régimen en sus esfuerzos de paz, porque entendemos que ésta no surgirá de un diálogo bilateral gobierno–actores armados y sí tendrá posibilidades cuando todos los estamentos de nuestra sociedad se sienten a la mesa para compartir las visiones que cada uno de esos sec-tores tienen sobre la Colombia del futuro y no exclusivamente a tratar de silenciar las armas, tan solo uno de los síntomas del mal que corroe las entrañas de nuestra nacionalidad.

Es importante, por ejemplo, darle status político a los gru-pos de autodefensa para que sientan que tienen garantías y que además deben brindarlas. La guerrilla debe entender que no puede exigir la persecución de los paramilitares cuando ellos son una de las caras de una misma moneda y el Estado no puede llenarse de escrúpulos frente a quienes le disputan el monopolio de las armas por cuenta de su ausencia o incapa-cidad para garantizar el orden público.

“Pero es que son asesinos, genocidas”, dirán algunos; to-dos lo son en una guerra. Además nunca ha habido en Colom-bia un proceso de reforma económica y desplazamiento social

78. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 9 de agosto de 1998.

que no haya tenido el macabro ingrediente de la intimidación y el asesinato. Reformas agrarias, cruentas y silenciosas en be-neficio de unos pocos, sin que haya pena o sanción social; por el contrario, son premiados los promotores por su aporte al desarrollo nacional.

También es crucial definir el papel de las Fuerzas Milita-res y de Policía en las discusiones, pues ellos son actores del conflicto, tienen información valiosa sobre el desarrollo de la guerra y serán tema obligado en el momento de definir los posibles cambios institucionales sobre los que se levantará la paz. Creo que deberían sentarse con los demás, sin importar las limitaciones constitucionales y legales.

Pero también es esencial estar atentos a aquellas propues-tas, medidas e intenciones que en nada contribuyen a la con-quista de la paz. Por ejemplo, la ampliación del salario inte-gral para todos los trabajadores es una iniciativa que vulnera desvergonzadamente los intereses de la clase trabajadora y un intento por liberar de responsabilidades sociales a los empre-sarios, que justo hoy deben prepararse a entregar más en pro de la concordia. Esa propuesta debe ser estudiada con cuida-do pues es una carga de profundidad contra las buenas inten-ciones.

De igual manera debemos vigilar todo lo relacionado con la reducción del impuesto a las ventas. Ya el ministro de Ha-cienda el viernes anterior confirmó que se aumentará la base gravable y que la rebaja será gradual; es decir, los colombia-nos deberemos pagar esa carga en un mayor número de pro-ductos. “La misma perra pero con diferente guasca”.

Otra cosa preocupante es que el gobierno sólo consultará a las fuerzas políticas que hacen parte de la Gran Alianza por el Cambio, lo relacionado con el referendo sobre la Reforma Constitucional. Piensa el presidente conformar con sus voce-ros un comité de acuerdo político, han dicho algunos medios de comunicación. ¿Y los otros cinco millones de colombianos que votaron por Serpa ya no cuentan?, ¿son ahora ciudadanos de segunda categoría?, ¿no tienen representación política?

213Desde las Termópilas

Como colombianos debemos desearle lo mejor al presiden-te Pastrana que debe entender que su gran esfuerzo es lograr que a Colombia le vaya bien cuando a él también le vaya bien. Necesitamos un gobierno para todos y no simplemente para unos gremios o sociedades político-electorales.

Alonso Molina Corrales214

Revanchismo y doble moral79

El triunfo de Carlos Ossa Escobar ha demostrado la in-mensa debilidad de la misma alianza que logró imponer sus condiciones al escoger presidente del Senado de la República y las mesas directivas de las comisiones legales y constitucio-nales del Congreso. En esta oportunidad no hubo cohesión a pesar de las dudas que algunos congresistas argumentaron para devolver la terna a las corporaciones postuladoras.

Lo curioso es que Ossa Escobar es elegido por una bancada parlamentaria variopinta y en muchos casos antagónica con lo que el dirigente se ha identificado a lo largo de su carre-ra política. Casi esa condición lo hace ser la materialización de una venganza por parte de quienes fueron atropellados en aras de ungir como presidente del Senado a Fabio Valencia Cossio y él mismo es ejecutor de su propio desquite frente a Andrés Pastrana Arango, quien lo cuestionó duramente desde su curul en la Cámara Alta, cuando el escándalo del “cachito” de marihuana. El entonces congresista dijo que si llegaba a ser presidente lo sacaría de la mesa directiva del Banco de la Re-pública. Ahora es Ossa Escobar quien ejercerá el control fiscal y evaluará la gestión del mandatario ¡Cosas de la vida!

Otro aspecto evidenciado durante este episodio es la do-ble moral de nuestra dirigencia y de la sociedad en general. Condenaron a Jaime Buenahora Febres Cordero por haber tra-bajado con David Turbay en la Contraloría General, como si uno no supiera que los congresistas se peleaban los favores del antiguo contralor. ¿Acaso no es peor recibir la prebenda

79. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 23 de agosto de 1998.

a cambio de dar, hacer o no hacer algo, elementos que cons-tituyen un contrato (precio y objeto), que trabajar para una institución cumpliendo una tarea específica?

Luego surgió lo pertinente a la relación entre Pastor Pera-fán y Ossa Escobar, que es ni más ni menos el dedo que nos señala como sepulcros blanqueados. La sociedad colombiana en su conjunto le vendió el alma al diablo cuando en forma explícita o tácita le dio acceso a los nuevos “comerciantes”, ca-lificativo utilizado por los medios de comunicación para refe-rirse a algún narcotraficante víctima de un ajuste de cuentas.

Los nuevos millonarios eran bien recibidos si querían com-prar la casa o la finca por un precio cuatro veces superior al real o cuando podían sacar con sus ilimitados recursos a una empresa de los aprietos financieros, aunque para eso fuera necesario estrechar los lazos con un matrimonio por conve-niencia.

En todas las esferas de la vida nacional la ominosa presen-cia del narcotráfico dejó su mácula y generó procesos diná-micos muy parecidos a la prosperidad pero edificados sobre la quiebra moral y la flacidez de los mecanismos de control social, ebrios también con la aromática avalancha del dinero fácil. En mayor o menor grado, los recién enriquecidos fueron aceptados económica y moralmente y en el Valle del Cauca, por ejemplo, el fenómeno tuvo connotaciones especiales por ser el asiento del Cartel de Cali.

Hoy, ese pasado se usa para invalidar a alguien que estorba y para eso se enciende una memoria parcial con la cual se se-leccionan los recuerdos útiles y no comprometedores. A veces pienso que si para la época de las bonanzas de la droga el uso de las cámaras de video casero hubiera sido más extendido mucha gente estaría en serios aprietos.

Lo importante ahora es que el nuevo Contralor General cumpla con su promesa de devolverle la dignidad a esa insti-tución, que para sus últimos representantes legales fue la an-tesala de la cárcel. Una enseñanza debe sacar el gobierno del suceso en cuestión: la Gran Alianza en términos parlamenta-

Alonso Molina Corrales216

rios no es de fiar y las grandes iniciativas no deben ser impul-sadas con un cabildeo individual, sino a través de acuerdos con las autoridades de los partidos o de lo contrario puede naufragar en el océano de los intereses particulares.

217Desde las Termópilas

Cuentos de banco80

Las utilidades de los bancos crecieron 61,19 por ciento, du-rante los primeros meses de 2002; recuerdo al descubrir que llevo treinta minutos en el mismo lugar de la fila y el sudor empieza a descender copioso por mi frente, estimulado por el calor que se encierra en el salón abarrotado de clientes con signos preocupantes de impaciencia.

Respiro profundo para que lo mejor de mí, impida que se arruine la primera mañana de una corta semana después de “puente”. Entonces, pienso que debe ser por el prolongado receso, que la corporación financiera se ha visto rebasada en su capacidad de atención, por la avalancha de usuarios con obligaciones urgentes y así se lo expreso a una anciana de pelo de algodón, que cansada espera cobrar “la platica de la pen-sión”.

Con resignación contesta que siempre es demorado, pero que hoy es peor, pues sólo están trabajando con dos cajeros. Se me viene a la mente que algún defensor del “menesteroso” sistema financiero colombiano, atribuyó las utilidades de los primeros meses del año a la reducción de los costos de admi-nistración y no a que el negocio sea bueno.

Para evitar la combustión interna de mis humores, trato de contemporizar con esa tesis lógica de la economía, pero a mi vecina de cola la llevan algo mareada a uno de los pocos esca-ños disponibles para que repose. Ella no quiere dejar el lugar que ocupa en la fila desde que la oficina empezó a laborar esa mañana, pero yo le prometo que le respetaré el turno.

80. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 4 de julio de 2002.

Los presentes empiezan a manifestar, a viva voz, su incon-formidad por la demora. Ellos no entienden que con menos cajeros se ha logrado la utilidad mencionada, lo que “después de tres pésimos años, es un rendimiento natural”. Opinaría el experto financiero ya citado.

Un hombre moreno y bajo, con un delgado bigote que ocul-ta un grueso labio superior, termina de hacer su transacción y en lugar de abandonar feliz y acalorado la sede bancaria, pide enérgico más cajeros para atender a un número de clientes que ya alcanzan la puerta, pese a que la fila sudorosa se retuerce por el recinto.

Alguna funcionaria llama al alborotador, lo conmina a ca-llarse y le exige que no indisponga a los presentes. El argu-mento de la fuerza es peor y las palabras empiezan a subir de tono. Algunos señores de la fila han cedido su espacio a los ancianos pensionados.

El celador, algunos casos ejerce funciones de gerente ante los más humildes, suspira aliviado cuando ve que su “homo-loga” de la oficina, ordena a una funcionaria atender una ven-tanilla más.

El líder espontáneo de la protesta la señala y dice: “¿Si ven que hay que defender los derechos humanos de las personas humanas? Es que uno no se puede quedar callado. “¡Hasta luego!”, y todos lo aplaudieron.

“Estos guaches no entienden”, seguro diría el defensor de esos “boy scouts” que son los del negocio financiero y mientras camino hacia un cajero automático de otro banco, cruzando los dedos para que funcione, como no lo hacen los fines de semana y los días de pago, recuerdo que hay otros con ideas diferentes sobre las utilidades de esos establecimientos y el costo de la intermediación: “Este margen es demasiado alto porque se paga por los depósitos un 5 por ciento, pero se pres-ta al 18 por ciento”, dijo Eduardo Sarmiento, un “pizco quesa-be”, a El Tiempo. Agregó que las mencionadas tasas “son irra-cionales porque van en detrimento del empleo, la producción y el progreso económico general”.

219Desde las Termópilas

Taxonomía de un proceso81

Con el ánimo de aportar un poco al análisis de los resul-tados de las elecciones del 26 de mayo, me he puesto el de-lantal del taxonomista, para diseccionar los componentes de este fenómeno excepcional: la designación de un presidente de Colombia en la primera vuelta.

La copiosa votación que lleva a Álvaro Uribe Vélez al Solio de Bolívar, muestra una tendencia que algunos han calificado como la derechización del país, muy a tono con el conserva-durismo que se ha venido imponiendo en el resto del mundo, pero que es, más bien, la reacción popular de una sociedad victimizada por los actores del cruel conflicto armado.

Por lo tanto, y para empezar a categorizar los elementos que componen el colorido mosaico de la votación del exgo-bernador de Antioquia, podemos señalar como un porcentaje importante de su cauda, a las víctimas materiales y sicológicas de la guerra.

También pusieron su cuota los que no les gusta perder, sin importar lo que derrochan cuando ganan –“es que él va a ga-nar”, decían aleccionados por las encuestas– y los que deben conservar a toda costa el espacio debajo de la nueva sombra, pues no hay principio, valor, idea, política o sentimiento, que justifique asumir las costosas consecuencias de una derrota. A lo primero se le ha llamado arribismo, supervivencia política a lo segundo, aunque también podría ser un episodio de Ex-pedición Robinsón.

La maquinaria de los barones electorales incorporados en

81. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 6 de junio de 2002.

diferentes momentos del proceso, también metió baza. Buena parte de los jerarcas liberales terminaron donde Uribe, mien-tras el conservatismo demostró la magnitud de su crisis, ad-hiriendo sin mayor trámite. Con el nombre del síndrome del Alka-Seltzer podría ser llamado este último caso: debe diluirse para lograr su cometido.

Las FARC aportaron lo suyo, y muy a su estilo, determi-naron una vez más el curso del proceso electoral. La ofensi-va terrorista y los hostigamientos en poblados y carreteras, validaron la piedra angular del discurso de Uribe Vélez, que apareció ante el país como el único capaz de hacerle frente a los actores armados.

También aportó la ortodoxia neo–liberal, aquella matricu-lada en cualquiera de las dos formaciones políticas tradiciona-les, pero que interpreta su mejor papel desde la tecnocracia y los gremios económicos.

Quizás estos epígonos del orden nuevo; entusiastas defen-sores de la economía de mercado, de la globalización, de la apertura a ultranza, del desmonte de los subsidios para los más pobres, de la flexibilización de la legislación laboral y del sistema de seguridad social, son los más consecuentes en el colage del uribismo, por cuanto llenan de contenido y le fijan metas a ese fenómeno político y porque apostaron para obte-ner las mayores ganancias. Ellos son los verdaderos triunfa-dores o mejor dicho, los intereses que representan serán los mejor tutelados por el nuevo régimen “que no es lo mismo, pero es igual” al que termina; pregúntenselo a la señora em-bajadora de los Estados Unidos, tan solícita ella al momento de las celebraciones.

221Desde las Termópilas

Conmoción interior82

Por estos días la conmoción interior es la figura más nom-brada de los estados de excepción, por cuenta del todavía Presidente Andrés Pastrana Arango, que se niega a invocarla para enfrentar el galopante deterioro del orden público y del futuro Ministro del Interior y de Justicia, que ya la condenó a una muerte de tercera categoría, junto con otras hijas del Constituyente delegado de 1991.

Ambos coinciden en que lo expuesto por los artículos 213 y 214 de la Carta Política y su posterior desarrollo legislativo, la ley 137 de 1994, carecens de uñas y dientes para derrotar a una guerrilla perfilada hacia nuevas e indescifrables fases de su estrategia terrorista. Según ellos, su inutilidad radica en el control formal y material que ejerce la Corte Constitu-cional en el momento de declararla, en la revisión minuciosa que ésta hace de las medidas adoptadas bajo su amparo, en la temporalidad de su vigencia; en el carácter intangible que se le concede, en concordancia con los tratados internacionales, a ciertos derechos fundamentales, y a las consideraciones que se deben observar al limitar algunos otros.

En gracia de discusión, podríamos afirmar que la Asam-blea Nacional Constituyente concibió unos estados de excep-ción controlados, ya que el país había aprendido una amarga lección durante el reino secular del Estado de Sitio.

Sin embargo, al revisar el articulado la ley que instrumen-taliza los estados de excepción, encontramos una serie de he-rramientas adecuadas para afrontar la agresión demencial de

82. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 18 de julio de 2002.

los grupos subversivos de todas las vertientes y en particular, la ofensiva de las FARC en dilatadas regiones de Colombia.

Restricciones a la circulación y residencia, a la radio y a la televisión, a las reuniones y manifestaciones, al uso de servi-cios o al consumo de artículos de primera necesidad y a los derechos civiles de los extranjeros, son algunas de ellas. Tam-bién se puede interceptar o registrar las comunicaciones, apre-hender en forma preventiva a personas e inspeccionar y regis-trar domicilios sin orden judicial, si la urgencia es insuperable y no hay tiempo de acudir ante el funcionario competente.

De la misma forma, habilita la suspensión de alcaldes y gobernadores; la imposición de contribuciones fiscales y para-fiscales sin la camisa de fuerza de los presupuestos de rentas y gastos, que se podrán modificar; el uso temporal de bienes privados y la suspensión de los salvoconductos de porte de armas. Durante la vigencia de la conmoción interior, y me-diante decreto legislativo, el gobierno podrá elevar a conducta punible ciertas actuaciones, aumentar y reducir penas y mo-dificar el procedimiento penal, con lo que se dota a las au-toridades de facultades para enfrentar el asedio criminal tan dinámico e imaginativo. Al demostrar con la ley 137 de 1994 que la conmoción interior no es una institución inerme, cabe preguntar qué tipo de libertades requiere el futuro gobierno para derrotar a la subversión y la respuesta que se deduce de las actitudes y diatribas del Adelantado Londoño Hoyos, pone la piel de gallina. No hay derechos absolutos, ha dicho y le ha puesto la mácula de los sentenciados al patíbulo a la Corte Constitucional, a la Defensoría del Pueblo, al debido proceso, a los periodistas y ahora a los militantes de izquierda y a los ecologistas. Aún a costa de ser objeto de la atención del “Millón de Amigos” del presidente Uribe Vélez, es necesario cerrar filas en torno a la defensa del Estado Social de Derecho, que debe defenderse de sus enemigos desde la legalidad y re-chazando arbitrariedades que lo deslegitiman y lo ponen en el mismo plano de los antisociales. De lo contrario, habremos silenciado los fusiles sin lograr la verdadera paz.

223Desde las Termópilas

Las preguntas de los derrotados83

La conformación del gabinete ministerial que acompañará a Álvaro Uribe Vélez en la primera etapa de su mandato, no da lugar a equivocaciones sobre sus propósitos y la estirpe de sus planteamientos. Sus integrantes provienen de la tecnocra-cia y representan, a pesar de su disímil filiación partidista, la élite del intelectualismo neoliberal, cuyos intereses, como ya lo he dicho, fueron los reales triunfadores en los pasados co-micios y cobrarán por ventanilla su victoria, en detrimento de un país nacional cada vez más empobrecido.

Frente a esa realidad, hay 3 millones 486 mil 384 liberales que esperan de su partido y sobre todo de los encargados de ejercer en su nombre el control político desde el Congreso de la República, una defensa de las tesis enarboladas durante el debate, aún vigente en un país con once millones de indigen-tes y una criminal concentración de la riqueza en unas pocas manos.

La actitud digna de unos congresistas opuestos a entregar-les la llave del Partido Liberal a los disidentes triunfadores, fue una señal sobre la aparente independencia que la colec-tividad deseaba conservar de cara al gobernante electo y su propuesta de trabajo. Muchos pensamos en la posibilidad de un reverdecimiento liberal, logrado con base en el ejercicio de una oposición seria y una actitud de grandeza histórica.

Sin embargo, las cosas empiezan a cambiar gracias a la es-trategia de la zanahoria y el garrote, que ya aplica, sin haber-se posesionado, el futuro Ministro del Interior y Justicia. El

83. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 20 de julio de 2002.

pugilista de los estrados judiciales ha dicho donde lo quieran oír, que la sorprendente mayoría de los amigos del nuevo Pre-sidente, en el Congreso de la República, le obliga a trabajar en su consolidación como fórmula para sacar adelante el progra-ma de gobierno; es decir, no habrá reforma del legislativo, si éste tramita obediente las iniciativas del ejecutivo.

No se han desvanecido todavía estas palabras del espectro electromagnético, cuando ya vemos a los congresistas del li-beralismo oficialista dispuestos a respaldar la candidatura del uribista Fuad Char a la Presidencia del Senado de la Repúbli-ca; basado, eso sí, en entendimientos sobre la reforma política, las relaciones de la colectividad con el nuevo gobierno y la reunificación del partido.

Pero, si no se va a reestructurar el Congreso ¿cuál es la re-forma política de Uribe?; si el oficialismo liberal insiste en sus planteamientos de corte social-demócrata ¿cuál será la base de las relaciones con un gobierno mercantilista?, y si persisten las diferencias programáticas e ideológicas entre la disiden-cia uribista y el llamado serpismo ¿cómo se va a reunificar el partido?

Las anteriores son preguntas que se hacen muchos de esos tres millones de liberales casados con una trasnochada pro-puesta de corte social, apaleada por la estampida pro–mano dura. Son cuestionamientos importantes y para muchos, tan poco prácticos como ¿qué diablos es el Partido Liberal y cuál y de qué procedencia es su oferta al país?.

Son interrogantes que deben ser contestados, a pesar de que es tradición resolver lo importante en los sancochos de gallina y en las reuniones de los parlamentarios; los coparti-darios solo sirven para que voten en las elecciones.

225Desde las Termópilas

El camino fácil y el camino difícil84

Por fin se posesionó el nuevo gobierno. El presidente Uri-be Vélez podrá pasar de las palabras a los hechos y el brio-so corcel que parecía ser su nuevo equipo administrativo en el partidor, deberá demostrar de qué es capaz ahora que ha comenzado la carrera. Una competencia donde todos los co-lombianos esperamos ganar, porque el fin del Estado es que todos sus asociados, incluidos sus leales contradictores y los opositores al gobierno, disfrutemos de la prosperidad general y convivamos en paz, bajo la vigencia de un orden justo.

El país tiene ahora al gobierno que quisieron la mayoría de los electores del 26 de mayo; tienen un mandatario que pro-metió instaurar una seguridad basada en la recuperación de la autoridad, entendida ésta como cero guerrillas, cero paramili-tares y cero impunidad.

Sin duda, el reto es grande. Sin embargo, hay caminos me-nos difíciles que otros y aunque los niveles de dificultad pue-den ser los consejeros, lo ideal sería que el “cómo pasaré a la historia” del Presidente pese más en el momento de escoger la ruta.

Es más fácil, por ejemplo, concentrarse en escalar el conflic-to hasta el punto de forzar a los alzados en armas a negociar por un ínfimo valor o a que se rindan en forma incondicional, como fruto de una incuestionable derrota militar.

Y es fácil porque esa salida, que no significa cambio alguno para la Colombia profunda, si le permite al Establecimiento mantener sus privilegios. Es más, contribuiría a que al am-

84. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 9 de agosto de 2002.

paro de una legislación de guerra, que limita a la medida de la paranoia oficial los derechos y las garantías, se mejoren las utilidades con base en el deterioro salarial y prestacional de la clase trabajadora, y se abarate tanto la mano de obra, que sea atractivo el país para los inversionistas de adentro y de afuera.

Por ese camino, el Presidente Uribe Vélez pasaría a la his-toria oficial como el “Pacificador”, en los exclusivos clubes sociales sería calificado como un “buen pisco” y en el Depar-tamento de Estado su nota sería sobresaliente, sueño dorado de cualquier mandatario latinoamericano.

Pero si lo que realmente quiere Uribe Vélez es la transfor-mación del país y consagrarse como un capítulo aparte de la historia nacional, con los altos costos que eso implica (la vía difícil), tendrá que hacer algo más que derrotar a la guerrilla; pues aunque el país percibe a la subversión como una oscura fuerza desprovista de altruismo, las raíces de la problemática se arraigan en la injusticia, en la exclusión y la inmovilidad so-cial y en el entreguismo y la corrupción de la elite, temas que nunca se abordaron con profundidad en el fallido proceso de paz. Si eso no cambia, los alzados en armas de ahora mutarán hacia otras formas de insurgencia, tal como ocurrió después de la aniquilación de las “repúblicas independientes” durante el mandato de Guillermo León Valencia.

El liderazgo que demostró el Presidente durante la campa-ña, debe servir para: 1) Concertar entre las clases sociales un acuerdo sincero que simiente un orden justo; 2) Exigir un nue-vo modelo económico hemisférico que nos rescate de la mise-ria del neoliberalismo; y 3) Negociar una política multilateral sobre la producción, tráfico y consumo de drogas ilegales, que nos devuelva la dignidad y la soberanía.

Las anteriores son acciones que requieren del valor que ca-racteriza a los estadistas visionarios. Veremos en el futuro si Uribe Vélez quiere estar en esa categoría (el camino difícil) o prefiere convertir la banda presidencial en la traílla de un dócil mastín, que es lo más fácil.

227Desde las Termópilas

Tríptico85

IAlgunos expertos creen que muchos de los temas incluidos

en el proyecto de referendo del gobierno Uribe podrían ser materia de trámite ordinario y yo, que no lo soy, comparto esa apreciación y creo que es un desperdicio.

Se muestra la falta de pertinencia en el numeral 15 que pretende “modificar” el Artículo 120 de la Constitución, para introducir la “muerte política” de los condenados por delitos contra el patrimonio público, ya prevista en el inciso quinto del 122 de la misma carta, y que se materializa como inhabi-lidad para aspirar a cargos de elección popular en otros de sus capítulos y en la ley 617 de 2000. Tampoco es claro por-que la reforma del legislativo la introducen por medio de un cambio en el Artículo 171, que habla del Senado y no con una variación del 114, el cual determina la actual conformación del Congreso.

Pero el anterior punto es irrelevante al lado del corto alcan-ce del proyecto de referendo, una institución que debería ser aprovechada a fondo, pues consulta la voluntad del constitu-yente primario en forma preferente y extraordinaria. El des-gaste que su convocatoria implica en lo político y económico, amerita una propuesta más profunda y definitiva, sustentada en la gran legitimidad del nuevo mandatario. Es una pena no insistir en el auténtico régimen de partidos y un error perse-verar en lo de reducir el llamado Parlamento, propuesta con mucha taquilla, pero de execrables antecedentes y con un tufi-llo fascista que pone a rechinar los dientes.

85. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 15 de agosto de 2002.

IIPero si la corrupción amerita de toda nuestra atención para

recuperar valiosos puntos del Producto Interno Bruto, sucesos como los acaecidos en Bogotá durante la posesión del nuevo Presidente, nos deben llamar a la reflexión sobre el difícil ca-mino que hemos emprendido y del cual nadie se puede sus-traer.

Cuando el terrorismo arrecia, la ciudadanía debe unirse en procura de la protección de algo superior a la existencia indi-vidual y a los bienes; me refiero a la visión que compartimos como sociedad organizada jurídicamente, con todo lo que im-plica en términos de valores y de deber ser.

Hemos declarado que somos un Estado Social de Derecho con el cual pretendemos asegurar la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz –fines y auténticas categorías axiológicas– a través de un orden político, económico y social justo, que es la meta colec-tiva, el imperativo categórico. Es lo que debemos proteger, es nuestra visión compartida.

Lo riesgoso de enfrentar al terrorismo, es que la necesidad de derrotarlo nos lleva a socavar las bases de la institucionali-dad, en aras de una seguridad concebida para protegerla; pa-radoja con la cual juegan los violentos, en procura de nuestro envilecimiento como sociedad, como Estado, como ciudada-nos y como seres humanos. Su gran triunfo es que nos parez-camos a ellos.

IIILimitar derechos, abreviar u obviar procedimientos que

urden este tejido protector, que es el debido proceso, y el sim-ple hecho de un ejecutivo de suyo poderoso, que se arma y concentra su atención en eliminar a los enemigos del Estado, no es lo deseable; pero cuando el peligro es eficaz y actual, y no afrontarlo con rigor es invocar por omisión la justicia por propia mano, el ejercicio arbitrario del derecho y la ley del más fuerte, no hay otro camino que los estados de excepción.

Por eso me pareció importante la declaratoria de la conmo-

229Desde las Termópilas

ción interior, por parte de un gobierno que no había ocultado sus reservas sobre los alcances de esa herramienta constitu-cional. Con todos sus riesgos, es una respuesta legítima ante la agresión y es el camino para derrotar al terrorismo sin que triunfe la paranoia, ni medre el autoritarismo.

Alonso Molina Corrales230

¿Delincuentes o enfermos?86

El Presidente Álvaro Uribe Vélez revivió, durante el Con-sejo Comunitario de Gobierno en Pereira, la penalización de la llamada dosis personal, con la consiguiente polémica que muestra, según los sondeos de opinión, una población dividi-da frente al tema.

Quienes se oponen a la dosis personal exhiben el alarman-te crecimiento del consumo, como consecuencia de la permi-siva providencia y esgrime estadísticas sobre la precocidad de los jóvenes al experimentar con las drogas prohibidas. El Programa Presidencial Rumbos ha dicho que los colombianos están iniciando su carrera de evasión entre los 10 y 12 años de edad.

Los defensores de la despenalización, son los mismos que consideran que la represión no es la salida a un problema con hondas raíces sociales en cuanto a la pesadilla del adicto y de carácter económico, en virtud del negocio loco que implica el tráfico de estupefacientes. El Senador Carlos Gaviria Díaz, el mismo que fue ponente de la discutida providencia de la Cor-te Constitucional, afirma que la política antidrogas mundial apunta a controlar el consumo y a atender los riesgos deriva-dos, con medidas de carácter educativo y estrategias de salud pública, no con sanciones penales. Por su parte, el también Congresista Enrique Gómez Hurtado, extremo del otro extre-mo, dice que el sistema de represión de las drogas ha sido un fracaso mundial y que es más eficaz la educación y la restric-ción. Algunos traen a colación la paulatina despenalización

86. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, septiembre de 2002.

del tráfico y consumo de marihuana en diversos lugares de los Estados Unidos, como otro punto a favor de la flexibilización punitiva.

Ante una sociedad dividida, que al parecer no es conscien-te de que el trasfondo del asunto, la legalización, es un tópico que compete a la comunidad internacional en su conjunto y no sólo a Colombia, y que en el afán de proteger a los hijos se olvida de los pobres resultados de la represión; cabe poner-nos al interior de las familias flageladas por la tragedia de la adicción.

Cerremos los ojos e imaginemos que somos parte de la fa-milia vecina que tiene a un “drogo” como uno de sus inte-grantes. Dejemos la frustración y la rabia para examinar en su contexto el cuadro familiar, si es que nuestro núcleo es víctima directa de esta tragedia. Recordemos el fracaso de nuestro sis-tema penitenciario en su papel resocializador y, por último, preguntémonos ¿cómo quiero que traten al hijo, al hermano, al padre, a la madre, en caso de que alguno sucumbiera ante el sueño artificial que ofrece la droga?, ¿como delincuentes o como enfermos?

Y las familias que son codependientes, qué prefieren ¿ha-cer la visita semanal en la cárcel, vistazo general a una pesadi-lla, o buscar alternativas terapéuticas para mitigar o erradicar el mal?

Creo que el país perdió desde la famosa providencia de la Corte Constitucional, ocho años en discusiones que dejaron de lado una realidad: la drogadicción es un problema de salud pública que se reproduce en la clandestinidad y que se mejo-rará como operación económica, al convertirse la prohibición en un regulador de la oferta.

En presencia de una actitud permisiva frente al consumo, es necesario reglamentar estrategias para inventariar, evaluar y tratar a los adictos, si así lo quieren. Quien le alegue a la autoridad que está en posesión de su dosis personal, debería ser registrado, examinado médicamente y carnetizado, a fin de que pueda acceder a servicios de rehabilitación, que en la

Alonso Molina Corrales232

mayoría de los casos son inalcanzables para la mayoría, en razón de su alto costo.

Es una salida humana a un problema humano, que va más allá de las estadísticas y que requiere de una sociedad dis-puesta a encararlo. Lo otro, como lo es también la restricción del horario para menores, es dejar en la órbita coercitiva del Estado, un asunto que pasa por los contextos educadores de la familia, la escuela, la universidad y el trabajo.

233Desde las Termópilas

¿Cuál es el titular?87

Cuando decidí, con la venia de la señora Directora de este medio, dar por terminado el receso de fin y comienzo de año de “Las Termópilas”, tal vez era víctima de la euforia colectiva con la cual los colombianos comenzaron el 2003 y que tiene como principal producto el optimismo ciego frente al futuro del país, reflejado por diversas encuestas.

Llegué incluso a revisar mi actitud frente a algunos temas y a plantearme seriamente la posibilidad de ser más crédulo, menos desconfiado. “A la gente hay que creerle”, decía Lau-reano Gómez y si él así lo pensaba, siendo la “mata” de la tole-rancia, por qué yo, uno más de la generación de Plaza Sésamo, no podía dar un compás de espera y apostar sinceramente a las posibilidades abiertas al país por sucesos tales como la re-forma laboral, que no es otra cosa que decirle a los empresa-rios: señores, éste es su turno para hacer algo por Colombia.

Dicho y hecho. Olvidé los flacos resultados que en materia de empleo arrojó la Reforma Laboral de 1990, vendida tam-bién con el argumento de aliviarle la carga al sector producti-vo, que con el ahorro generado invertiría en la expansión de los negocios, con la consiguiente necesidad de mano de obra nueva. También borré de la cinta cualquier prejuicio o precon-cepto atribuible a las convicciones políticas de mis primeros años, atendiendo la invitación que el Ministro de Salud y de Trabajo y viceversa, hizo en ese sentido y en varias oportuni-dades. Dejé de recordar la irritación que me produce el “¡Qué rico!” que repite el entusiasta funcionario, cada vez que habla

87. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 30 de enero de 2003.

con los medios más complacientes. Incluso, digité el nombre de la que sería la primera “Desde las Termópilas” del 2003: “Empresarios, ustedes tienen la palabra” y me sentí feliz de romper con ese enemigo que es el escepticismo.

Estando en ese trance, ocurrió algo que me puso de ma-nos y narices frente a la realidad. El presidente de la Andi, Luís Carlos Villegas Echeverri, durante el Exposhow de la Ra-dio que organizó RCN en Pereira, le dijo muy serio al elenco de La Zaranda que la reforma laboral no había sido pensada para generar empleo, sino competitividad y así echó a per-der su actuación estelar en el programa de humor, me bajó de la mullida nube de la alegría y permitió que los temores y desconfianzas me arrinconaran nuevamente en la esquina del desánimo y la indignación.

Recordé, entonces, que Sabas Pretel de la Vega, presiden-te vitalicio de FENALCO, nunca pudo afirmar sin sonrojarse, que la reforma laboral era para ofrecerle trabajo a los colom-bianos; siempre gagueaba cuando el más incisivo de los cole-gas periodistas le planteaba el interrogante con alguna dosis de duda, y entendí por qué el Ministro del Trabajo anunciaba que cogería el maletín para recorrer al país y comprometer a los gremios con el cumplimiento de las metas de empleo fija-das por el Gobierno Nacional. No era esa decisión fruto de su presteza de “boy scout”, sino de la preocupación por el papel que, finalmente, los gremios quieran jugar en la construcción de un país con mayores oportunidades para más gente.

Y es que ese es el dilema de fondo: utilidades miríficas y exclusivas para unos pocos o menos ganancias mejor repar-tidas. ¿Qué pretende la flexibilización de la legislación labo-ral?, ¿la plusvalía ociosa y suntuaria o recursos para ampliar la producción, el empleo, el consumo, los mercados y las ga-nancias?

¿Quién contesta? Pese a los negros presagios, el titular en-tonces es el mismo: Empresarios, ustedes tienen la palabra.

235Desde las Termópilas

La semana que debió encanecer al presidente88

Se ha vuelto una costumbre, quizás morbosa, observar con detenimiento la metamorfosis física de los personajes públi-cos sometidos a grandes presiones, sobre todo la experimen-tada por los gobernantes.

Al final del gobierno del Presidente Andrés Pastrana Aran-go, por ejemplo, diversos medios se dedicaron a resaltar los cambios de su fisonomía ubicando en orden cronológico, di-ferentes fotos que dejaban al descubierto el gran trecho gana-do por las arrugas y las canas. Su envejecimiento galopante, parecía ser testimonio del fracaso de sus sueños y quizá, una evidencia de que sin importar la frivolidad del mandatario, el pesado fardo deja una huella indeleble, que no oculta ningún afeite.

La misma suerte corrió el presidente Belisario Betancur Cuartas, quien era un vigoroso ejecutivo “a ritmo paisa” el 7 de agosto de 1982 y un abuelo que no podía camuflar la amar-gura y el cansancio, la tarde que le dejó el solio a su sucesor, el liberal Virgilio Barco Vargas.

Este último tuvo la ventaja de contar, desde ese momento y desde antes, durante la campaña electoral: con una pinta de anciano venerable y despistado, mantenida y mejorada con celo durante su administración. Gracias a ese don, estuvo a salvo de las miradas indiscretas.

Caso aparte fue el presidente Ernesto Samper Pizano, que parecía más rozagante y satisfecho con el paso del tiempo, y el agravamiento del clima político y social que acompañó su

88. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 20 de febrero de 2003.

gestión. Quizás unas canas de más pudieron delatar el resenti-miento de su maquinaria vital; pero hasta esas nieves parecían favorecerle, si nos atenemos a las prescripciones de sus aseso-res de imagen durante la etapa proselitista, que no dudaron en pintarle algunas para despojarlo de ese tufillo de inmadu-rez y despreocupación tan característico en él.

Sin embargo, no podemos negar que el efecto colateral más notorio de esa experiencia en la cima del poder, es la de-vastación física: acelerada y directamente relacionada con el desgaste de aquella ficción que es la popularidad. Quizás por eso, César Gaviria Trujillo no dejó de reír satisfecho y juvenil durante los últimos meses de su período y al abandonar el puesto parecía listo para emprender otra campaña; su nivel de aceptación final fue histórico.

En lo corrido de su mandato, el presidente Álvaro Uribe Vélez también ha acusado los impactos del oficio en su me-nuda humanidad. Las primeras detonaciones que escuchó durante su posesión, cuando la subversión lo recibió con un bombardeo a la casa de gobierno, eran el redoble de apertura de una frenética actividad, llena de peligros de toda clase. Esa tarde, muchos le descubrieron las primeras hebras de plata, ocultas hasta entonces por los tintes de la estrategia electoral.

Pero es indudable que el Primer Magistrado de la Nación ha tenido su prueba de fuego, en los días siguientes a la des-aparición de la aeronave del Ministro de Protección Social. Esa aciaga noticia fue minimizada por el atentado terrorista contra el Club El Nogal y la racha macabra pareció tener su punto de no retorno cuando, mientras se enterraba al malo-grado titular de los asuntos sociales, se anunció la caída de una avioneta con funcionarios gringos y militares colombia-nos en el Caquetá, con sus impredecibles consecuencias. Na-die sabía en ese momento, que la orgía de sangre continuaría en Neiva, al pie del aeropuerto. ¡Y lo de Arauca como parte del decorado!, ¡Qué semana!

Unos días antes de esa riada trágica, un periódico local ha-blaba de la caída de la popularidad del Presidente y alguien

237Desde las Termópilas

anotaba como éste estaba desaparecido; quizás eclipsado por las tropelías de su Ministro del Interior, la fría seguridad de su Señora de la Guerra y la hiperactividad de Londoño De la Cuesta. ¡Qué poco duró su paso por el lado oscuro! ¿Cuántas canas y arrugas le habrán dejado al mandatario esas “bobadi-tas”? Espero que sean menos que las lecciones aprendidas y que no sean tapadas –ni las unas, ni las otras– con los enjua-gues del manejo de medios.

Alonso Molina Corrales238

Mi peor parte ¿hasta cuándo meteré la pata?89

Es extraño que un Presidente que no le “para bolas” a las “bobaditas” que el terrorismo le ha dejado sembradas aquí y allá; que no le tiembla la voz para regañar en público a un Generalote de la República o a un funcionario de alto nivel y mucho menos a los periodistas, parezca un padre débil frente a los exabruptos del Ministro Fernando Londoño Hoyos.

Ante la más reciente actuación del dignatario estrella, que puso en entredicho las relaciones diplomáticas entre Colom-bia y las vecinas Venezuela y Brasil, el enérgico mandatario solo emitió un tibio comunicado, donde puso a todos sus inmediatos colaboradores en el mismo costal, al no precisar para quién era la “gallina”. ¿Qué pensarán de eso los titulares de algunas carteras, que aún no estrenan sus voces y parecen más bien sombras?

Lo curioso es la restricción consignada en ese pronuncia-miento: queda prohibido emitir declaraciones imprudentes, cuando se habla a nombre del gobierno; lo que me trae un recuerdo y me invita a una reflexión.

Remember, pues. Vuelven a mi mente las penurias de un reino donde su monarca legislaba sobre asuntos inútiles o que se caían de su peso. “Quedan prohibidos los ladrones”, orde-naba el Soberano, que luego dormía plácidamente, pegado de su vanidad y confiado en la salubridad y efectividad de su decisión.

Y ahí va la reflexión: ¿será que el presidente Uribe podrá estar tranquilo sobre la forma de actuar de sus segundos,

89. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 1 de marzo de 2003.

cuando debe advertirles, como si fueran niños, que deben ser prudentes al referirse a los asuntos públicos? No me imagino a los periodistas repreguntando: Señor ministro, ¿la metida de pata de hoy es a nombre del gobierno o a título personal?

Otro aspecto llamativo es que después del regaño con “re-gadera”, el Gobierno Nacional envió a su homólogo de Vene-zuela, una carta solicitando especial colaboración en la lucha contra el narcoterrorismo, donde advierte sobre los riesgos de un traslado del conflicto colombiano al otro lado de la fronte-ra. ¡La idea del Ministro peleador, bien interpretada y expre-sada con suavidad, sin patadas idiomáticas! Como quien dice: Lo regaño, pero usted tiene la razón.

¿Por qué el Presidente no lo pone en cintura?, ¿Por qué asume el constante desgaste de mantenerlo en el Gobierno, si desde antes de la posesión se avizoraban los problemas?, ¿Será que estamos ante un problema de doble personalidad, en el cual la peor parte del mandatario –la más sectaria, into-lerante y agresiva– necesita expresarse a través del manizale-ño?, ¿Por medio de cuál ministro habla la porción buena de Uribe Vélez? Como decía Marco Tulio Cicerón: “¿Hasta cuán-do, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”

Lo más triste es que con esa trabajadera, ningún ministro tiene tiempo para meter la pata de forma particular. Bendito sea mi Dios.

Alonso Molina Corrales240

Fin de la diplomacia, fin de las apariencias90

El comienzo de la anunciada guerra en Irak no solamen-te es el fin de la diplomacia, sino también la muerte de las apariencias que los más fuertes han utilizado para disfrazar el omnímodo ejercicio de su poder. Es la entronización de la desvergüenza, del cinismo y la contumacia en las formas de resolver los asuntos públicos.

En pocas palabras, es la promulgación de la ley del más fuerte como norma rectora. Es un retroceso cualitativo para la civilización humana y no porque ahora, invocados por Bush, la intimidación, el sometimiento por diversas vías y la dialéc-tica de la violencia debuten o hagan su regreso triunfal; ellos nunca se han ido y siguen siendo los actores de primera línea; sino por el cambio del discurso y sus paradigmas. Si bien an-tes los poderosos hacían lo mismo –traficar, expoliar, asesinar, degradar y esclavizar para hacer buenos negocios– algo de pu-dor había en ellos cuando validaban la paz, el entendimiento y la resolución pacífica de los conflictos, como principios y valo-res declarados, acogidos, respetados y defendidos por la mal llamada comunidad internacional y los Estados signatarios de infinidad de cartas, declaraciones, acuerdos y códigos.

Y aunque esas intenciones normatizadas eran letra muer-ta –¿cuándo sirvió para algo el Consejo de Seguridad de la ONU?–, siempre aparecían como el “deber ser” en marque-sina, la visión de lo deseable o el cúmulo de bienes jurídicos aceptados por todos como intangibles e inspiradores de la sociedad humana. Eran una declaración de convicciones y

90. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 22 de marzo de 2003.

convenciones, con un eventual efecto vinculante, que ahora es desplazada por la paranoica teoría de la seguridad norte-americana.

Con la “Guerra Preventiva” en la antigua Mesopotamia, se abre un nuevo capítulo de la historia que comenzó con la caí-da de la bipolaridad geopolítica y el ascenso inatajable de los Estados Unidos como amos de la Tierra. Un capítulo donde no habrá afeites, ni eufemismos y donde lo que no se someta a los propósitos de la potencia única y sus epígonos, será compra-do, intimidado, chantajeado, eludido, desechado, prescindido o en últimas, liquidado; “borrado del número de los pueblos”, como decía Atila.

El nuevo discurso muestra sin adornos quién tiene el ver-dadero poder o por lo menos, para quién trabajan los gobier-nos y al servicio de quién están las instituciones de los Esta-dos. Poco les ha importado a los gobernantes empecinados en la aventura bélica, la opinión ciudadana y lo que es más grave, por sus implicaciones para la democracia, la de sus electores. El primer ministro británico parece más un funcionario de la British Petroleum Company, que el jefe de un gobierno labora-lista y Bush obviamente está en su salsa; no sólo se trata de petróleo, su negocio, sino que con las reservas de Irak en sus manos, asegura el abastecimiento estadounidense y se adueña de la producción mundial de combustibles. Aznar, al que sus nuevos amigos reunidos en las Azores le decían “Pepito, el soldadito” sueña con ser una versión moderna del Cid Cam-peador o de Hernán Cortés. ¿Quién lo sabe?

La nueva realidad tiene otro elemento importante: el más fuerte no respeta los “matrimonios ajenos”; que lo digan los incansables hacedores de la Unión Europea, ayer único blo-que capaz de hacerle contrapeso a los gringos y hoy, una co-munidad económica puesta a prueba en cuanto a su propósito de cohesión política. Lo mismo podemos decir de la OTAN (d.e.p.)

Afortunadamente, no hay cúspide sin descenso y lo que ahora parece la expresión más rotunda del poderío norteame-

Alonso Molina Corrales242

ricano, e el partidor de un tobogán que llevará a la gran na-ción a su colapso como megapotencia universal. Lo aconteci-do en el seno del Consejo de Seguridad demuestra lo inútil del aparato, pero es la caja de resonancia de un gran malestar que lleva a muchos, con grandes intereses en juego, a hacerle frente a la soberbia del amo. ¡Qué bien lo de Alemania, Fran-cia, Rusia y China! Y la valiente actitud de Chile y México nos llena de esperanza como seres humanos y por contraste, acentúa la vergüenza patria por las inclinaciones perrunas de nuestros gobernantes. ¿Será que mejorarán la calidad del con-centrado?

243Desde las Termópilas

Positivos negativos91

Ojalá que los móviles de los vergonzosos hechos que nue-vamente empañan el prestigio de las Fuerzas Militares de Colombia, tengan origen en la naturaleza inescrupulosa y la ambición sin medida de los pocos oficiales aparentemente in-volucrados en los montajes denunciados por el General Mario Montoya, a instancias de las investigaciones hechas por Sema-na y El Tiempo.

Tranquiliza saber que los llamados “positivos” con los cua-les los involucrados accedían a los reconocimientos, se regis-traron después del proceso electoral, cuando ya esos hechos de orden público no podían afectar la voluntad de los electo-res; cuya expresión mayoritaria pareció premiar la política de seguridad democrática del entonces Presidente Candidato.

Sin embargo, queda la duda sobre la autenticidad de tantas otras acciones del pasado, reportadas por las Fuerzas Arma-das y los organismos de inteligencia como triunfos sobre el te-rrorismo, y de otras que sin mostrar la efectividad de aquellos y habiendo sido perpetradas; sí pudieron servir para quebran-tar la legitimidad política de la insurgencia -si es que alguna le quedaba- y validar la propuesta de mano dura del actual régimen.

Recuerden que no hubo claridad sobre los móviles busca-dos por quienes, utilizando sus posiciones en el DAS de la Costa Atlántica, montaron cinematográficos atentados contra Álvaro Uribe Vélez, cuando buscaba por primera vez sentarse en el solio de Bolívar.

91. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 9 de septiembre de 2006.

Es claro que el afán por mostrar resultados, que busca evitar la picota pública a la que el Presidente de la República conde-na periódicamente a la alta oficialidad de las Fuerzas Militares y de Policía, es el mismo que ha llevado a las capturas masivas de inocentes, como ocurrió en Quinchía, y es similar al que lleva a los uniformados a cometer tropelías, cuyas víctimas fatales terminan siendo, en algunos casos, reclutados después de fallecidos, en las filas de los enemigos del Estado.

Es el mismo afán que impide que haya un verdadero con-trol por parte de las autoridades militares, sobre las acciones de los subalternos, cuando éstas implican reportar un positivo en la lucha ingrata y difícil contra la subversión.

Pienso que en estos casos, el Ejército debería ser tan cui-dadoso como lo es la Iglesia Católica cuando se da cuenta de un milagro. Al menos debería investigar en forma minuciosa todo el procedimiento que llevó al “positivo”, antes de tra-mitar los reconocimientos y recompensas; como actúa Roma antes de certificar un fenómeno como divino o poner a algún difunto en el camino de los altares.

De lo contrario, los logros de los uniformados, seguirán siendo “positivos” muy negativos, que cubrirán de escándalo a instituciones cuyo mayor patrimonio debería ser su legiti-midad.

245Desde las Termópilas

¡Y echamos a Fernando VII!92

Hoy, cuando el Gobierno Nacional ha decidido defender su legitimidad y permanencia por medio del internamiento de los llamados “exjefes paramilitares” en cárceles de ver-dad; aún continúan sonando los ecos de ominosas propuestas orientadas a conjurar la crisis desatada por la confirmación de los nexos de los políticos con estos Señores de la Guerra.

La más preocupante de todas, lo es por su recurrencia y por la forma como se debe practicar, según lo creen la ciudada-nía, algunos opinadores públicos e incluso varios congresistas y altos dignatarios del gobierno. Me refiero al denominado cierre de las cámaras legislativas, que en el imaginario de las gentes es el remedio de todos los males; la bizarra acción que eliminaría el foco infeccioso que ahoga a la institucionalidad colombiana.

El hombre de a pie –pero también el propio ministro del interior, en sintonía con sus más caros instintos de derecha– se imagina al Presidente Uribe dando la orden y sacando del Capitolio a los Padres de la Patria, con la ayuda de la fuerza pública; para que, como en la película sobre el Rey Arturo lla-mada Excalibur, la yerma geografía del reino vuelva a florecer al paso de los santos caballeros del monarca.

Al revisar la Constitución Política y las leyes que regla-mentan el ejercicio del poder ejecutivo y las actuaciones del legislativo, no se encuentran disposiciones que faculten al Presidente de la República a cerrar el Congreso, ni siquiera en cumplimiento de sus facultades como Jefe de Estado; lo que

92 . “Bagatelas”, en Diario del Otún, Pereira, 3 de noviembre de 2006.

es apenas lógico en una república presidencialista, sujeta a las leyes y con su poder público divido en ramas autónomas.

Eso debería ser claro para la ciudadanía y aún más para los periodistas, los columnistas, los congresistas y los altos dig-natarios, incluyendo al inquilino de la Casa de Nariño que, al parecer lo ignora, cuando manifiesta, como anunciando una graciosa concesión, que no cerrará el Congreso de la Repúbli-ca; acto que configuraría un golpe de Estado o un “fujimora-zo”, como lo llaman algunos amigos de ese expediente.

Lamentablemente, el aplauso generalizado a aquellas ór-denes que el mandatario da, casi siempre cocinadas al calor de los reflectores que acompañan a las cámaras de televisión en sus consejos comunitarios y que en muchas ocasiones im-plican el usurpamiento de las funciones de otras autoridades, llevan a pensar que el principio de la legalidad no hace parte del sistema de valores de nuestros ciudadanos y el papel de los congresistas como legisladores y agentes del control polí-tico no goza de su aprecio. Si hay alguna mirada cercana a la benevolencia, ocurre cuando se sopesa lo que estos congre-sistas pueden brindar como dispensadores de los servicios y productos que se trafican en el circuito clientelista, pero siem-pre con la advertencia de que pueden incumplir con lo pro-metido.

Así las cosas, debemos decir que después de ciento ochenta y siete años de vida independiente, los colombianos seguimos necesitando de alguien que nos pastoree, como lo quería ha-cer el buen Rey Fernando VII después de sacar a Napoleón de España, sin ataduras, ni cortapisas; alguien que nos mande, no importa cómo, ni para qué. Lo importante es saciar esta nostalgia de cadenas que nos impide llegar a la mayoría de edad como seres humanos, como ciudadanos y como socie-dad. ¿Para qué Congreso?; las leyes las puede hacer el Presi-dente y los favorcillos también, pues el recorte de las transfe-rencias es para eso. Parece que lo de la Independencia estuvo de más. ¡Tanta sangre derramada en vano y tanto monumento a la gloria mancillado!

247Desde las Termópilas

Transferencias: ¿cómo votan nuestros Congresistas?93

El 16,4 por ciento de las transferencias que reciben las enti-dades territoriales por parte del Gobierno Nacional, debe ser invertido en saneamiento básico, cultura y deporte. Eso fue una conquista alcanzada por la Colombia profunda que respi-ra en las provincias, a raíz de la promulgación de la Constitu-ción Política de 1991 y de las normas que reglamentaron todo lo referente a las competencias otorgadas a los municipios y departamentos.

La misma carta estableció que las transferencias, o lo que ahora se llama el Sistema General de Participación, correspon-dieran a un porcentaje de los ingresos corrientes de la Nación, que son los percibidos vía impuestos directos e indirectos, tasas, multas, rentas contractuales y transferencias del sector descentralizado a la Nación.

De acuerdo a esa normatividad, los municipios de Colom-bia en el 2002 estarían participando de los ingresos corrientes de la Nación en un 22 por ciento; circunstancia que fue seña-lada por el gobierno del presidente Pastrana como causa de un inminente colapso de las finanzas públicas y que sirvió de pretexto para modificar transitoriamente las disposiciones de la carta política, por medio del acto legislativo No. 01 de 2001, que amarró el incremento del monto de las transferencias al comportamiento de la tasa de inflación causada, más el 2% entre 2002 y 2005 y 2.5% entre 2006 y 2008.

Ahora, el gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez pre-tende perpetuar la medida con el mismo argumento, por me-

93. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 18 de noviembre de 2006.

dio del proyecto de un acto legislativo que ya fue aprobado por el Senado de la República, en una demostración del poco valor que le dan los legisladores de circunscripción nacional a la suerte de los departamentos y los municipios, y en especial, al destino de servicios cruciales como la educación, la salud, el saneamiento básico, la cultura y el deporte, que son los finan-ciados con el Sistema General de Participación.

Sobre las consecuencias de una medida como esa, debe-mos decir que hoy ya las estamos padeciendo. En Pereira, por ejemplo y sólo para hablar del porcentaje de las transferencias destinado a saneamiento básico, cultura y deporte, sabemos que se ejecuta un Plan Maestro de Acueducto y Alcantarillo con financiación externa asegurada, pero ya es noticia conoci-da por todos, las penurias del Instituto de Cultura, que finan-cia su presupuesto de inversión con los recursos del Sistema General de Participación. Como quien dice, el oscuro futuro que propone el Gobierno Nacional ahora, ya se ha hecho pre-sente con sus calamidades, ante la impotencia de todos y el desinterés de quienes, en el caso de la cultura, debían ser do-lientes.

Y digo esto, porque el problema del financiamiento de los programas culturales no debe ser un tópico del exclusivo inte-rés de los burócratas. También debería ser tema prioritario en las agendas de los empresarios y gestores culturales y de los creadores. Excluidos como están de los escenarios donde se arbitran los recursos, pues los ordenadores vienen del mundo de la política, deberían pensar en la necesidad de expresarse políticamente. Podríamos empezar ya, averiguando cómo vo-taron los senadores de la región el proyecto de acto legislativo que pretende ahogar financieramente a las provincias y em-plazar a los representantes a la Cámara, que deberán estudiar en breve la ominosa iniciativa del presidente Uribe, para que entiendan que en sus manos está la futura salud de la cultu-ra.

249Desde las Termópilas

La sociedad fragmentada94

El alumno alza el brazo con alguna aprensión y en su rostro se dibuja ese rictus de incredulidad que puede ser calificado, a fuerza de repetirse en el de millones de colombianos, como la mueca nacional. Me dice que es mentira que la solidaridad sea, junto con la responsabilidad, la base del Estado Social de Derecho que es Colombia desde la promulgación de la Cons-titución Política de 1991.

- La forma como actuamos los ciudadanos, los estamentos socia-les y las instituciones del Estado, no se ajusta a ese principio de la solidaridad –dice con energía este joven, que trabaja para ga-narse un salario mínimo, pelea con su jefe todos los días para poder llegar a tiempo a la Universidad y cada semestre vive la agonía de financiar la matrícula.

Yo le explico que la Constitución de 1991 nos marca la tarea que todos debemos adelantar para hacer de Colombia ese Es-tado Social de Derecho proclamado en la misma carta y luego pienso que siempre tendré que resolver esa inquietud, pues para la mayoría, la sociedad dibujada en ese texto superior, debía surgir en forma simultánea con la lectura de sus incisos y artículos, como si fuera el hechizo de un poderoso mago. Para mis adentros concluyo, que volver realidad esa visión de futuro en ella pincelada, debe ser la gran tarea de las genera-ciones que coincidimos en este tiempo y espacio.

Tengo fuertes convicciones en ese sentido, pero las mismas se ponen a prueba cada día al escuchar los noticieros de radio, ver la televisión y leer la prensa. En esta semana que termina,

94. “Desde las Termópilas”, en La Tarde, Pereira, 30 de diciembre de 2006.

por ejemplo, la forma como fue impuesto el salario mínimo para 2007 es una de esas circunstancias que me exigen tem-planza para no sucumbir en la nave de mis convicciones.

La forma como fracasó la negociación directa entre las cen-trales obreras y los gremios, que algunos atribuyen a la terca defensa de unos privilegios para las directivas sindicales del magisterio, demuestra que estos personajes tienen agendas diferentes a la que debería guiar sus actuaciones. La indolen-cia de los dueños del aparato productivo, del mismo modo, evidencia que su dios es la ganancia creciente y sin talanque-ras, sin importar que después venga el diluvio -de seguro tie-nen un arca oculta-. La decisión del gobierno de autorizar un aumento del 6.29%, cuando los empresarios llegaron a ofrecer un 6.95%, hace claridad sobre los intereses que sirve el Presi-dente Uribe, juicioso ejecutor de las políticas dictadas por la banca multilateral, para garantizar el flujo de nuestros recur-sos hacia sus cuentas.

Tres actores que deciden la suerte de más de cuatro millo-nes de colombianos, actúan sin pensar en esos compatriotas, que no sé donde estaban cuando fue reelegido Álvaro Uribe Vélez, quien funge ahora como un ángel castigador y despia-dado, ante una Nación rendida a sus pies.

Pero como la unificación de nuestra sociedad fragmentada no admite la incredulidad y debe tener la solidaridad como la argamasa que obre el milagro; el cinismo del actual régimen no nos debe detener, ni la ambición extrema de los empresa-rios nos debe acobardar, ni desestimular la torpeza de la diri-gencia sindical. La tarea es la misma: fundar un Estado Social de Derecho basado en el respeto de la dignidad humana. Res-peto que no se logra con un aumento salarial de veinticinco mil pesos.

251Desde las Termópilas

253Desde las Termópilas

Pereira, ColombiaAbril de 2009

Alonso Molina Corrales254