desde la montaÑa a la altura

1
A SI era Santa Cruz de Te- nerife en los primeros años del siglo actual. Vista desde la montaña de La Altura, la ciudad se ten- día a la vera de la mar y, cerca de ella, las torres de las iglesias de la Concepción y San Fran- cisco, se alzaban para, con gra- cia y esbeltez, clavar la brisa del océano. Aquí, la ciudad de generosa y noble bondad cuando, en épo- ca de muelle corto y muchos barcos, se requería el fondeo en mar abierta y, para los veleros y unidades de poco tonelaje, el abrigo del brazo de piedra que crecía y crecía. En la misma montaña, la cantera de La Canaria —o pe- drera, si se prefiere— cuya bue- na piedra de primera formó la escollera sobre la que nacieron las primeras secciones del Muelle Sur que hoy es orgullo de todos, secciones que, años más tarde, continuaron y se ci- mentaron con piedra de La Ju- rada. En primer término, una serie de edificaciones íntimamente ligadas a las obras que se lleva- ban a cabo en el puerto. A la iz- quierda y casi al filo de la ola, el antiguo castillo de San Mi- guel junto a la desembocadura del barranco de Tahodio; la ca- rretera de San Andrés, con los raíles de la locomotora y, justo a la entrada del puente —que bien se mantiene entre el Mue- lle Norte y el Club Náutico- una recua de camellos hacia la ciudad. Los hornos de cal, unidos por un pequeño puente metálico con la carretera, puente por el que las locomotoras llevaban tal producto a la fábrica de blo- ques artificiales, los antiguos prismas —o «prismes», que tam- bién así se les llamaban- que bien se aprecian a la derecha, ya pasada la arboleda grata- mente sonora de la finca de Ventoso. Una de las locomoto- ras, descendiente de la primiti- va «Añaza», aparece detrás del muro de contención que, en la desembocadura del barranco, protegía las obras del, muchos años más tarde, Muelle Norte. En su «El antiguo Santa Cruz», don Francisco Martínez Viera, buen santacrucero y buen al- calde de la ciudad, sobre la «Añaza» escribió: «La inaugura- ción de la locomotora, el 10 de octubre de 1890, fue un acon- tecimiento, congregándose un enorme gentío en la Marina y en la carretera de San Andrés para presenciar su primer via- je, en el que condujo a Ventoso a las autoridades y a los nume- rosos invitados, que fueron es- pléndidamente obsequiados por los contratistas». Bien recuerda el señor Martínez Viera el paso de la «Añaza» que, visto desde la «muralla» de la calle de la Ma- rina, era entonces atracción in- fantil, lo mismo que, años más tarde, en nuestros años niños lo En años idos, así era la ciudad, con sus playas y puerto, vista desde La Altura -w*"~\ Santa Cruz de ayer y de hoy Desde la montaña de La Altura fue la que duerme a la sombra de la farola y sus ya desguaza- das hermanas. «Y hasta la loco- motora «Añaza» —escribió don Francisco- dejó de hacer su trepidante recorrido, con su pe- nacho de humo negro y el ince- sante tocar de su campana , se- guida de numerosos carriles, que transportaban la piedra de La Jurada para la escollera del dique Sur de nuestro puerto». En el extremo del Muelle Sur, la primera grúa «Titán», traída de Alemania en 1887 y que, bajo la dirección de su téc- nico y maquinista —don Luis Braun, que luego fijó su resi- dencia en Santa Cruz— comen- a funcionar el 10 de sep- tiembre del mismo año. Atraca- dos, el primer «Viera y Clavijo», una goleta de velacho y varias goletas; detrás del muelle —frente al bajo denominado «petón de San Telmo»— un «ma- maria de cruceta» de tres palos que, mientras hace carbón y refresca la aguada, bien luce la estampa característica de los vapores de la Shaw, Savill and Albión y, en el trinquete, el aparejo de cruz para auxiliarle en las largas travesías a y des- de Australia y Nueva Zelanda. Fondeados en la dársena, entre las gabarras carboneras y el Muelle Sur, un vapor mixto de carga y pasaje, una bricb ar- ca de tres palos y, luciendo la empavesada, el cañonero de ruedas «Ardent», de la Marina de Guerra francesa; aquí revi- ve el veterano cañonero que, desde Dakar, a Santa Cruz ve- nía una vez al año para, en lar- ga estancia, dar descanso a su dotación agotada por el clima agobiante del Senegal, clima que bien plasmó Fierre Loti en su «Un oficial pobre». A estribor del «Ardent», el también primer «León y Castillo» y, después de la farola —la misma que carga- da de años ha vuelto al puerto— bien se adivina el pescante que, de Londres, en 1860 trajo la Junta Provincial de Agricultu- ra, Industria y Comercio; el tin- glado de hierro que, para depó- sito de mercancías, también construyó la citada Junta; la Comandancia de Marina —construida en 1864 y recons- truida en 1897— la Pescadería, los almacenes de la firma Ruiz de Arteaga, la casa de baño «Las Delicias», la casa del to- rrero y las oficinas de Sanidad. Entre la mar y la tierra, las playas de Ruiz, La Peñita, San Antonio y Los Melones. Entre ellas, los «muellitos» de los va- raderos —Hamilton y Eider Dempster— y, a la sombra del castillo de San Pedro, el .«mue- llito del carbón», también lla- mado «de la frescura», y casi en primer término los almacenes carboneros de la citada Eider. Estos —que se demolieron hace muy pocos meses— lucen el pa- lo que, con la cruceta, servía para comunicarse por medio de banderas con los barcos que, en fondeo, hacían consumo y la aguada. También se utilizaba tal medio para señales a los va- pores carboneros que descar- gaban el buen gales de antaño en las gabarras que, luego, lo desembarcaban en el «muellito» —que en la imagen aparece re- pleto de carbón al aire libre— para su posterior estiba en los almacenes. La montaña de La Altura fue el primer hito de la batalla con- tra las fuerzas que Horacio Nelson desembarcó por la playa de Bufadero. El reducto de La Altura estaba defendido en los primeros momentos por 32 artilleros a las órdenes del subteniente José Cambreleng, 56 fusileros y 40 rozadores con armas blancas; a ellos se unie- ron otras fuerzas de militares y paisanos y, también, 40 mari- nos franceses al mando del ca- pitán de fragata Ponné y del te- niente de navio Faust. Con estas tropas, los reclutas de las banderas de Cuba y La Habana, los infantes del subte- niente Juan Sánchez, los arti- lleros de José Feo y Francisco Duggi que, con numerosos mili- cianos, mucho y bien lucharon a las órdenes del teniente coro- nel marqués de La Fuente de Las Palmas, comandante de la División de Cazadores. Este, advertido de que el enemigo había desembarcado artillería ligera, ordenó «que se conduxe- sen quatro cañoncitos de a tres y quatro, y se reforzase el pues- to con cincuenta hombres y un Capitán del Batallón de Infan- tería de Canarias; causando justa admiración a todos la ex- traña ligereza e intrepidez con que treparon por aquel escar- pado cerro veinte milicianos del Regimiento de La Laguna, llevando a sus hombros las quatro piezas de artillería con sus montages, juegos de armas y municiones, animados de Flo- rencio González, Cabo del mis- mo Cuerpo». De aquella fecha plena de historia, en el antiguo docu- mento gráfico bien se adivina el castillo de San Cristóbal y el de San Pedro y, a la izquierda y en primer término, el de San Miguel que —artillado con cua- tro cañones y dotación de 27 artilleros— intervino en la bata- lla al mando del subteniente José Marrero. En la ciudad de hoy, tres baluartes de ayer —San Andrés, Paso Alto y San Juan— de lo que en aquella fe- cha histórica reafirmaron el es- pañolismo de Tenerife. En las calles que perduran., todo el eco de una gesta. En ellas —Cande- laria; Barranquillo, hoy de Imeldo Serís; Santo Domingo; Las Tiendas, ahora de la Cruz Verde; plaza de la Iglesia y zo- na norte del barranco de San- tos— todo el estruendo de los combates, el resonar del cañón de la guerra y, luego, la paz plena de caballerosidad entre los contendientes. Tal el respe- to y la caballerosidad, que Nel- son recogió el parte de guerra del general Gutiérrez y, bajo bandera de parlamento, lo en- tregó en Algeciras* Así, el mari- no inglés llevó a las tierras de España la noticia de su derrota en Santa Cruz de Tenerife. Desde la montaña de La Al- tura, así era la ciudad con vele- ros que sangraban de soledad y ausencia, la de los vapores que llegaban moliendo espumas y rompiendo mares, la que tiene y bien mantiene historia que, pequeña y sencilla, por parado- ja es grande, plena de reso- nancias. Desovillando los recuerdos, hemos vuelto a las playas con callaos y musgos, a los anchos relámpagos de espuma, al hori- zonte que —desde la montaña de La Altura— siempre apare- cía pintado de blancas velas y penachos de humo negro.— Juan A. Padrón Albornoz. E N mi criterio particular, estimo que Fer- nando Padilla, ese malogrado poeta que tanto amó a su tierra, supo captar admi- rablemente la realidad de esa tierra de la chácara y el tambor, en esa realidad también suya, la de sus versos, cuando de una forma ex- traordinariamente significativa y veraz a la vez, vuelca en las estrofas finales de una de sus poe- sías, esta llamada de atención, esta toma de con- ciencia de la problemática de su terruño: «¡Go- mera! que silbas tu angustia, silbas tus temores, silbas tus tragedias... Y el SUDO se pierde y nadie se entera»... Y esta verdad, proclamada por él en la poesía y realidad de estos versos suyos, no es otra cosa -si así se me permite el definirlo— que esa in- comprensión e insensatez, con visos de desprecio proyectado injustamente a una tierra que su uní co pecado (?) es la hospitalidad y la nobleza de los suyos... «Y el silbo se pierde, y nadie se entera»..., pro- clama Fernando Padilla, como la voz, el clamor continuo y la protesta más absoluta de esa tierra incomprendida en su compleja problemática; el mensaje que el silbo pregona como el unísono sentir de sus gentes —y que pese a recorrer toda la geografía de la isla y de trascender fuera de ella hacia otras latitudes— nadie se entera, por- que ese silbo es al propio tiempo un llamamiento vehemente y justo a las dormidas, enfermizas y enquistadas conciencias; a los organismos esta- tales y públicos; a los indiferentes, a los pasotis- tas, a los pusilánimes y a los egoístas producto de esta sociedad devoradora de consumo que nos ha tocado vivir, para ese necesario cambio de conducta, para ese «stop» de prohibitiva andadu- ra y para esa reflexión de tomar conciencia y de obrar en consecuencia. Porque a la Gomera se la ha prometido mu- cho; se le ha dicho y garantizado además de esto, acuello, esto otro? se ha querido agradar con es- ¡Gomera...! y el silbo se pierde y nadie se entera Exhaustiva realidad de esta tierra e imposible: «Los jardines colgantes de Babilo- nia», o la Corte del Rey Baltasar; se le ha regala- do el oído —burlona o hipócritamente— prome- tiendo y prometiendo, pero lo cierto es que ni esos jardines, ni esa corte jamás han tenido sus- tantividad en ella, porque todo ha sido una pura y barata disertación convencional, sólo para sor- prender la buena fe de sus gentes. Porque la Gomera sabe mucho de eso que lla- man buenas razones (?) y que repele totalmente, porque carecen de sustantividad, prefiriendo y deseando siempre la otra parte del refrán: las obras que son amores a pesar de que en este as- pecto se ha considerado siempre huérfana y dé- bil, porque nunca se han afincado en ella, y en los suyos. Así lo proclama Fernando Padilla: «Y el silbo se pierde y nadie se entera»... ¡Cuántas desilusio- nes, cuántos fracasos, cuántas promesas, cuán- tos aguijonazos han herido a esta tierra, cuánta injusticia, marginación y olvido, cuánto despre- cio. «Y el silbo se pierde y nadie se entera»... Ra- zón más que sobrada tenía Fernando Padilla, cuando en sus versos proyectó tan clara, exhaus- tiva y extraordinariamente la realidad de su tie- rra. Porque en la época en que vivimos, y por lo j que vemos, parece como si la filosofía, la econo I mía y la propia política no respondan a su eti- j rra, donde los efectos positivos de esa «trinidad política bien conjugada», cual es: la filosofía, la política y la economía para un buen gobierno y desarrollo, falla en las altas esferas políticas na- cionales —que no en las de esta isla— porque la política lleva implícita la filosofía, como ciencia de la lógica, aplicada al arte de gobernar (gober- nar con filosofía: buen gobierno) y también afec- ta a la economía, ciencia que estudia la produc- ción y distribución de la riqueza: (buena econo- mía), para así conseguir el logro positivo de aspi- raciones y necesidades apremiantes, latentes e imprescindibles para el normal desenvolvimien- to y vivir de esta tierra, y que aquí en La Gomera —repito— fallan con demasiada frecuencia, a pe- sar de todo el interés y desvelo de las «fuerzas vi- vas de la isla», y de la capacidad política de sus rectores —demostrada a diario— a pesar de la terquedad e indiferencia de las esferas superio- res, que ahoga los beneficiosos, útiles y fructífe- ros, efectos de esa economía, si se aplicara con filosofía y lógica proyectados a La Gomera. «Y el silbo se pierde y nadie se entera»..., acaso también por la lejanía que es distancia que sepa- ra a Madrid de la Gomera, pero que no es jamás razón para el más absoluto silencio y olvido, y menos para tabique de separación entre uno y otra, como fácil y cómoda postura de desentendi- miento de su problemática. Por tales razones, el silbo, denuncia ese agra- vio comparativo en que La Gomera vive dentro del Archipiélago como tal, respecto a sus herma- nas geográficas en que esa «trinidad política» se ha anidado, logrando desaparecer y erradicar el fantasma de su debilitamiento y empobrecimien- to de ellas y de sus gentes, y el silbo se pierde y nadie se entera. «Y el silbo se pierde y nadie se entera», mensa- je y protesta unánime de La Gomera, al verse despojada de tantos y tantos logros y realidades, que no voy a enumerar, sustantivas (?) sólo en teoría, proyectos, estudios, seminarios, conven- ciones, etc., pero en el fondo, toda una continua negación para esta tierra generosa, sufrida y he- roica que lo dio todo, para que a cambio see la premie en reconocimiento, con la mas cruel in- gratitud. Inadmisible esta postura política para con ella, de ahí la razón de Fernando Padilla al can- tar en sus versos, cuando proclama la exhausti- va realidad de su tierra: «Y el silbo se pierde y nadie se entera»... Mario Hernández Siverio SE VENDE CHALET URB. LA NINFA VISTA MAGNIFICA SANTA CRUZ, 6 DORMITORIOS, 4 CUARTOS BAÑO, CANCHAS EN RADAZUL 30 Chalets Individuales COMUNIDAD DE PROPIETARIOS ALPE A E DEN I

Upload: servicio-de-biblioteca-universidad-de-la-laguna

Post on 22-Mar-2016

220 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1986/04/20

TRANSCRIPT

Page 1: DESDE LA MONTAÑA A LA ALTURA

ASI era Santa Cruz de Te-

nerife en los primerosaños del siglo actual.Vista desde la montaña

de La Altura, la ciudad se ten-día a la vera de la mar y, cercade ella, las torres de las iglesiasde la Concepción y San Fran-cisco, se alzaban para, con gra-cia y esbeltez, clavar la brisadel océano.

Aquí, la ciudad de generosay noble bondad cuando, en épo-ca de muelle corto y muchosbarcos, se requería el fondeo enmar abierta y, para los velerosy unidades de poco tonelaje, elabrigo del brazo de piedra quecrecía y crecía.

En la misma montaña, lacantera de La Canaria —o pe-drera, si se prefiere— cuya bue-na piedra de primera formó laescollera sobre la que nacieronlas primeras secciones delMuelle Sur que hoy es orgullode todos, secciones que, añosmás tarde, continuaron y se ci-mentaron con piedra de La Ju-rada.

En primer término, una seriede edificaciones íntimamenteligadas a las obras que se lleva-ban a cabo en el puerto. A la iz-quierda y casi al filo de la ola,el antiguo castillo de San Mi-guel junto a la desembocaduradel barranco de Tahodio; la ca-rretera de San Andrés, con losraíles de la locomotora y, justoa la entrada del puente —quebien se mantiene entre el Mue-lle Norte y el Club Náutico-una recua de camellos hacia laciudad.

Los hornos de cal, unidos porun pequeño puente metálicocon la carretera, puente por elque las locomotoras llevabantal producto a la fábrica de blo-ques artificiales, los antiguosprismas —o «prismes», que tam-bién así se les llamaban- quebien se aprecian a la derecha,ya pasada la arboleda grata-mente sonora de la finca deVentoso. Una de las locomoto-ras, descendiente de la primiti-va «Añaza», aparece detrás delmuro de contención que, en ladesembocadura del barranco,protegía las obras del, muchosaños más tarde, Muelle Norte.En su «El antiguo Santa Cruz»,don Francisco Martínez Viera,buen santacrucero y buen al-calde de la ciudad, sobre la«Añaza» escribió: «La inaugura-ción de la locomotora, el 10 deoctubre de 1890, fue un acon-tecimiento, congregándose unenorme gentío en la Marina yen la carretera de San Andréspara presenciar su primer via-je, en el que condujo a Ventosoa las autoridades y a los nume-rosos invitados, que fueron es-pléndidamente obsequiadospor los contratistas».

Bien recuerda el señorMartínez Viera el paso de la«Añaza» que, visto desde la«muralla» de la calle de la Ma-rina, era entonces atracción in-fantil, lo mismo que, años mástarde, en nuestros años niños lo

En años idos, así era la ciudad, con sus playas y puerto, vista desde La Altura-w*"~\

Santa Cruz de ayer y de hoy

Desde la montaña de La Alturafue la que duerme a la sombrade la farola y sus ya desguaza-das hermanas. «Y hasta la loco-motora «Añaza» —escribió donFrancisco- dejó de hacer sutrepidante recorrido, con su pe-nacho de humo negro y el ince-sante tocar de su campana , se-guida de numerosos carriles,que transportaban la piedra deLa Jurada para la escollera deldique Sur de nuestro puerto».

En el extremo del MuelleSur, la primera grúa «Titán»,traída de Alemania en 1887 yque, bajo la dirección de su téc-nico y maquinista —don LuisBraun, que luego fijó su resi-dencia en Santa Cruz— comen-zó a funcionar el 10 de sep-tiembre del mismo año. Atraca-dos, el primer «Viera y Clavijo»,una goleta de velacho y variasgoletas; detrás del muelle—frente al bajo denominado«petón de San Telmo»— un «ma-maria de cruceta» de tres palosque, mientras hace carbón y

refresca la aguada, bien luce laestampa característica de losvapores de la Shaw, Savill andAlbión y, en el trinquete, elaparejo de cruz para auxiliarleen las largas travesías a y des-de Australia y Nueva Zelanda.

Fondeados en la dársena,entre las gabarras carbonerasy el Muelle Sur, un vapor mixtode carga y pasaje, una bricb ar-ca de tres palos y, luciendo laempavesada, el cañonero deruedas «Ardent», de la Marinade Guerra francesa; aquí revi-ve el veterano cañonero que,desde Dakar, a Santa Cruz ve-nía una vez al año para, en lar-ga estancia, dar descanso a sudotación agotada por el climaagobiante del Senegal, climaque bien plasmó Fierre Loti ensu «Un oficial pobre». A estribordel «Ardent», el también primer«León y Castillo» y, después dela farola —la misma que carga-da de años ha vuelto al puerto—bien se adivina el pescante que,

de Londres, en 1860 trajo laJunta Provincial de Agricultu-ra, Industria y Comercio; el tin-glado de hierro que, para depó-sito de mercancías, tambiénconstruyó la citada Junta; laComandancia de Marina—construida en 1864 y recons-truida en 1897— la Pescadería,los almacenes de la firma Ruizde Arteaga, la casa de baño«Las Delicias», la casa del to-rrero y las oficinas de Sanidad.

Entre la mar y la tierra, lasplayas de Ruiz, La Peñita, SanAntonio y Los Melones. Entreellas, los «muellitos» de los va-raderos —Hamilton y EiderDempster— y, a la sombra delcastillo de San Pedro, el .«mue-llito del carbón», también lla-mado «de la frescura», y casi enprimer término los almacenescarboneros de la citada Eider.Estos —que se demolieron hacemuy pocos meses— lucen el pa-lo que, con la cruceta, servíapara comunicarse por medio de

banderas con los barcos que,en fondeo, hacían consumo y laaguada. También se utilizabatal medio para señales a los va-pores carboneros que descar-gaban el buen gales de antañoen las gabarras que, luego, lodesembarcaban en el «muellito»—que en la imagen aparece re-pleto de carbón al aire libre—para su posterior estiba en losalmacenes.

La montaña de La Altura fueel primer hito de la batalla con-tra las fuerzas que HoracioNelson desembarcó por laplaya de Bufadero. El reductode La Altura estaba defendidoen los primeros momentos por32 artilleros a las órdenes delsubteniente José Cambreleng,56 fusileros y 40 rozadores conarmas blancas; a ellos se unie-ron otras fuerzas de militares ypaisanos y, también, 40 mari-nos franceses al mando del ca-pitán de fragata Ponné y del te-niente de navio Faust.

Con estas tropas, los reclutasde las banderas de Cuba y LaHabana, los infantes del subte-niente Juan Sánchez, los arti-lleros de José Feo y FranciscoDuggi que, con numerosos mili-cianos, mucho y bien lucharona las órdenes del teniente coro-nel marqués de La Fuente deLas Palmas, comandante de laDivisión de Cazadores. Este,advertido de que el enemigohabía desembarcado artilleríaligera, ordenó «que se conduxe-sen quatro cañoncitos de a tresy quatro, y se reforzase el pues-to con cincuenta hombres y unCapitán del Batallón de Infan-tería de Canarias; causandojusta admiración a todos la ex-traña ligereza e intrepidez conque treparon por aquel escar-pado cerro veinte milicianosdel Regimiento de La Laguna,llevando a sus hombros lasquatro piezas de artillería consus montages, juegos de armasy municiones, animados de Flo-rencio González, Cabo del mis-mo Cuerpo».

De aquella fecha plena dehistoria, en el antiguo docu-mento gráfico bien se adivinael castillo de San Cristóbal y elde San Pedro y, a la izquierda yen primer término, el de SanMiguel que —artillado con cua-tro cañones y dotación de 27artilleros— intervino en la bata-lla al mando del subtenienteJosé Marrero. En la ciudad dehoy, tres baluartes de ayer—San Andrés, Paso Alto y SanJuan— de lo que en aquella fe-cha histórica reafirmaron el es-pañolismo de Tenerife. En lascalles que perduran., todo el ecode una gesta. En ellas —Cande-laria; Barranquillo, hoy deImeldo Serís; Santo Domingo;Las Tiendas, ahora de la CruzVerde; plaza de la Iglesia y zo-na norte del barranco de San-tos— todo el estruendo de loscombates, el resonar del cañónde la guerra y, luego, la pazplena de caballerosidad entrelos contendientes. Tal el respe-to y la caballerosidad, que Nel-son recogió el parte de guerradel general Gutiérrez y, bajobandera de parlamento, lo en-tregó en Algeciras* Así, el mari-no inglés llevó a las tierras deEspaña la noticia de su derrotaen Santa Cruz de Tenerife.

Desde la montaña de La Al-tura, así era la ciudad con vele-ros que sangraban de soledad yausencia, la de los vapores quellegaban moliendo espumas yrompiendo mares, la que tieney bien mantiene historia que,pequeña y sencilla, por parado-ja es grande, plena de reso-nancias.

Desovillando los recuerdos,hemos vuelto a las playas concallaos y musgos, a los anchosrelámpagos de espuma, al hori-zonte que —desde la montañade La Altura— siempre apare-cía pintado de blancas velas ypenachos de humo negro.—

Juan A. Padrón Albornoz.

E N mi criterio particular, estimo que Fer-nando Padilla, ese malogrado poeta quetanto amó a su tierra, supo captar admi-rablemente la realidad de esa tierra de la

chácara y el tambor, en esa realidad tambiénsuya, la de sus versos, cuando de una forma ex-traordinariamente significativa y veraz a la vez,vuelca en las estrofas finales de una de sus poe-sías, esta llamada de atención, esta toma de con-ciencia de la problemática de su terruño: «¡Go-mera! que silbas tu angustia, silbas tus temores,silbas tus tragedias... Y el SUDO se pierde y nadiese entera»...

Y esta verdad, proclamada por él en la poesíay realidad de estos versos suyos, no es otra cosa-si así se me permite el definirlo— que esa in-comprensión e insensatez, con visos de desprecioproyectado injustamente a una tierra que su uníco pecado (?) es la hospitalidad y la nobleza delos suyos...

«Y el silbo se pierde, y nadie se entera»..., pro-clama Fernando Padilla, como la voz, el clamorcontinuo y la protesta más absoluta de esa tierraincomprendida en su compleja problemática; elmensaje que el silbo pregona como el unísonosentir de sus gentes —y que pese a recorrer todala geografía de la isla y de trascender fuera deella hacia otras latitudes— nadie se entera, por-que ese silbo es al propio tiempo un llamamientovehemente y justo a las dormidas, enfermizas yenquistadas conciencias; a los organismos esta-tales y públicos; a los indiferentes, a los pasotis-tas, a los pusilánimes y a los egoístas producto deesta sociedad devoradora de consumo que nosha tocado vivir, para ese necesario cambio deconducta, para ese «stop» de prohibitiva andadu-ra y para esa reflexión de tomar conciencia y deobrar en consecuencia.

Porque a la Gomera se la ha prometido mu-cho; se le ha dicho y garantizado además de esto,acuello, esto otro? se ha querido agradar con es-

¡Gomera...! y el silbo sepierde y nadie se entera

Exhaustiva realidad de esta tierrae imposible: «Los jardines colgantes de Babilo-nia», o la Corte del Rey Baltasar; se le ha regala-do el oído —burlona o hipócritamente— prome-tiendo y prometiendo, pero lo cierto es que niesos jardines, ni esa corte jamás han tenido sus-tantividad en ella, porque todo ha sido una puray barata disertación convencional, sólo para sor-prender la buena fe de sus gentes.

Porque la Gomera sabe mucho de eso que lla-man buenas razones (?) y que repele totalmente,porque carecen de sustantividad, prefiriendo ydeseando siempre la otra parte del refrán: lasobras que son amores a pesar de que en este as-pecto se ha considerado siempre huérfana y dé-bil, porque nunca se han afincado en ella, y enlos suyos.

Así lo proclama Fernando Padilla: «Y el silbose pierde y nadie se entera»... ¡Cuántas desilusio-nes, cuántos fracasos, cuántas promesas, cuán-tos aguijonazos han herido a esta tierra, cuántainjusticia, marginación y olvido, cuánto despre-cio. «Y el silbo se pierde y nadie se entera»... Ra-zón más que sobrada tenía Fernando Padilla,cuando en sus versos proyectó tan clara, exhaus-tiva y extraordinariamente la realidad de su tie-rra.

Porque en la época en que vivimos, y por lo jque vemos, parece como si la filosofía, la econo Imía y la propia política no respondan a su eti- j

rra, donde los efectos positivos de esa «trinidadpolítica bien conjugada», cual es: la filosofía, lapolítica y la economía para un buen gobierno ydesarrollo, falla en las altas esferas políticas na-cionales —que no en las de esta isla— porque lapolítica lleva implícita la filosofía, como cienciade la lógica, aplicada al arte de gobernar (gober-nar con filosofía: buen gobierno) y también afec-ta a la economía, ciencia que estudia la produc-ción y distribución de la riqueza: (buena econo-mía), para así conseguir el logro positivo de aspi-raciones y necesidades apremiantes, latentes eimprescindibles para el normal desenvolvimien-to y vivir de esta tierra, y que aquí en La Gomera—repito— fallan con demasiada frecuencia, a pe-sar de todo el interés y desvelo de las «fuerzas vi-vas de la isla», y de la capacidad política de susrectores —demostrada a diario— a pesar de laterquedad e indiferencia de las esferas superio-res, que ahoga los beneficiosos, útiles y fructífe-ros, efectos de esa economía, si se aplicara confilosofía y lógica proyectados a La Gomera.

«Y el silbo se pierde y nadie se entera»..., acasotambién por la lejanía que es distancia que sepa-ra a Madrid de la Gomera, pero que no es jamásrazón para el más absoluto silencio y olvido, ymenos para tabique de separación entre uno yotra, como fácil y cómoda postura de desentendi-miento de su problemática.

Por tales razones, el silbo, denuncia ese agra-vio comparativo en que La Gomera vive dentrodel Archipiélago como tal, respecto a sus herma-nas geográficas en que esa «trinidad política» seha anidado, logrando desaparecer y erradicar elfantasma de su debilitamiento y empobrecimien-to de ellas y de sus gentes, y el silbo se pierde ynadie se entera.

«Y el silbo se pierde y nadie se entera», mensa-je y protesta unánime de La Gomera, al versedespojada de tantos y tantos logros y realidades,que no voy a enumerar, sustantivas (?) sólo enteoría, proyectos, estudios, seminarios, conven-ciones, etc., pero en el fondo, toda una continuanegación para esta tierra generosa, sufrida y he-roica que lo dio todo, para que a cambio see lapremie en reconocimiento, con la mas cruel in-gratitud.

Inadmisible esta postura política para conella, de ahí la razón de Fernando Padilla al can-tar en sus versos, cuando proclama la exhausti-va realidad de su tierra: «Y el silbo se pierde ynadie se entera»...

Mario Hernández Siverio

SE VENDECHALET URB. LA NINFA

VISTA MAGNIFICA SANTACRUZ, 6 DORMITORIOS, 4

CUARTOS BAÑO, CANCHAS

EN RADAZUL30 Chalets Individuales

COMUNIDAD DE PROPIETARIOSALPE A E DEN I