desde el limite sinesio lopez y juan abugattas

Upload: juan-perez-sanchez

Post on 10-Jul-2015

54 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Desde el lmitePer: Reflexiones en el umbral de una nueva poca EL PERU Y LOS RETOS DEL ENTORNO MUNDIAL Juan Abugattas Este breve ensayo tiene como finalidad empezar una reflexin sobre las consecuencias de los cambios que se vienen operando en el orden internacional sobre la Amrica Latina y, ms concretamente, sobre el Per. El fin del bipolarismo, la tendencia a la formacin de bloques de poder, la irrupcin de movimientos integristas y ultra-nacionalistas, la crisis de los sistemas polticos, son hechos que lejos de anunciar el fin de la historia, parecen indicar que estamos entrando en un perodo de hondas transformaciones y de trnsito a un orden cuyas formas son difciles de visualizar desde el horizonte terico en que nos encontramos hoy. La magnitud de los cambios obliga, pues, a acometer la tarea de replantear las categoras del pensamiento poltico. Esta urgencia es particularmente fuerte en el mbito latinoamericano. Las crisis que confrontan casi todas las repblicas de este sub-continente son demasiado profundas y graves como para que se pueda soslayar la sospecha de que sus causas estn en la base misma de sus estructuras. En ese sentido, por ejemplo, una cuestin que es menester examinar y que es a lo que est centralmente dedicado este ensayo, es si los problemas de la Amrica Latina y las dificultades que se encuentran para resolverlos derivan en parte del agotamiento del estado-nacin como referente de organizacin poltica. Es por ellos que las primeras partes del ensayo estn dedicadas a una reflexin ms bien sucinta y general sobre ese tema. Esta reflexin pone los parmetros no solamente para proponer un nuevo diagnstico de la crisis, sino para pensar y sugerir posibles salidas a ella. Para este tipo de aproximacin, el hecho que el referente principal sea el Per es doblemente til. En ningn pas ms claramente que en este, agobiado por todas las plagas del siglo al punto que el subsecretario de estado para asuntos latinoamericanos, Bernard Aronson, no ha encontrado ninguna manera mejor de caracterizarlo que llamndolo el Job de las naciones, la crisis es una crisis terminal, una crisis de viabilidad. Si por ente, la tesis es correcta y no hay solucin definitiva de los problemas ms graves de la Amrica Latina en el marco del estado nacin, entonces esa verdad deber ser evidente y saltar a la vista en el caso peruano. En cuanto a las implicancias poltica de este tipo de consideraciones, hay que tener cuenta que detrs de las ahora populares especulaciones de Duheme y Khuhn sobre la naturaleza de las revoluciones cientficas y la validez de los paradigmas del conocimiento, se esconde una verdad simple, ignorada y, por eso mismo, sumamente importante: que todo saber sobre el mundo natural y social se elabora a partir de una imagen de la cual luego se deducen como verdaderas secundarias, las teoras. El paso lo marcan las premisas iniciales, que son las que le dan consistencia a los paradigmas. Las discusiones ms importantes, por ende, se plantean a ese nivel. En este siglo hemos asistido a un cambio radical de los paradigmas de las ciencias naturales. Aquellos que sirvieron de sustento a la mecnica clsica han sido sustituidos o, para ser ms precisos, han empezado a ser sustituidos, por los que dan sentido a la teora de los cuanta y a la teora de la relatividad. El hecho que, en ltima instancia, esas dos teoras sean incompatibles entre s muestra que la tarea de sustitucin de paradigmas todava no se ha completado. La situacin de las ciencias del hombre es curiosa en este sentido. A pesar de todo lo dicho y escrito sobre la post-modernidad! es meridianamente claro que sus paradigmas iniciales no han cambiado y; ms an; ni siquiera han empezado a ser revisados en serio. El discurso, an el que se presenta como renovador sobre el estado, la sociedad y, sobre el gran protagonista de la modernidad: EL INDIVIDUO; est totalmente inscrito en los parmetros clsicos. La manera de formular las preguntas que, como lo ha mostrado Wittgenstein, es a final de cuenta lo ms importante en la ciencia, es la inaugurada en el siglo XVI y sus distinciones siguen siendo los referentes obligados.

1

No es por ello sorprendente que el liberalismo econmico pueda reivindicar plausiblemente su validez cientfica. Despus de todo, la teora de Adam Smith es producto de uno de los ms finos y admirables ejercicios deductivos del pensamiento moderno. De las dos premisas bsicas, el individuo egosta y la sociedad como anudamiento de intereses varios, se deducen consecuencias sobre el objetivo general de la actividad humana y las maneras ms eficaces de administrar los recursos indispensables para el mantenimiento de las gentes y las naciones. Smith es prototpicamente moderno an en su concepcin de la funcin del Estado y su relacin con la CIVIL SOCIETY, y desde sus antecesores y contemporneos. Tanto los crticos de Smith, como sus continuadores, han mantenido las mismas referencias, segn veremos luego. De lo que se trata en este breve trabajo es, por el contrario, de mostrar que es imperativo para la reflexin poltica asumir las consecuencias de la crisis del paradigma moderno y adoptar las posturas intelectuales que eso implica. As como en la esfera de las ciencias naturales se ha vencido el horror que inicialmente causaba la necesidad de pensar al mundo como una realidad no-continua, no slida y ms bien fluida, del mismo modo debemos ahora dar el salto metodolgico que implica imaginar comunidades humanas distintas al estado-nacin, y estados distintos del Leviatn, cuya sombra ha acompaado al pensamiento poltico en las ltimas centenas de aos, pero, sobre todo hay que imaginar seres humanos distintos del individuo, aunque con igual o mayor capacidad para la libertad. Un segundo problema metodolgico a superar para abordar creativamente la cuestin del estado y pensar la poltica, es la tendencia a separar sistemticamente los estudios sociolgicos sobre la estructura de las sociedades de los estudios sobre la naturaleza del estado-nacin. No siempre se ha percibido, especialmente a partir del siglo XIX, la estrechsima relacin entre el estado-nacin y las estructuras socio-econmicas que le son propias. Este no es un erro en que hubieran incurrido los clsicos. Nuevamente tomamos como ejemplo a Adam Smith. Para el autor de la Riqueza de las naciones la identidad entre la preocupacin por la economa y por la seguridad es total, en la medida en que el referente de ambos es el estado-nacin y ambas tiene como norte su preservacin y fortalecimiento. Ms an, Smith no duda en afirmar que en caso de peligro, son las consideraciones de seguridad y de defensa las que deben primar sobre las de economa. Una moraleja importante se deriva de este reconocimiento, a saber, que no es legtimo ni til pretender hipostasiar la economa y separarse de su entorno. La ciencia econmica, que para Aristteles era la buena administracin de la casa, es para Smith y los clsicos la buena administracin del estado-nacin, del espacio en el cual se desenvuelve el individuo y que contiene al mercado, que no es sino el mbito de las transacciones operables por los individuos espontneamente pero con la garanta y el aval del estado que protege y sustenta a la nacin. Cosa similar es cierta para los polticos y moralistas. En efecto, a menudo se pierde de vista el hecho que las nociones modernas de justicia se hayan formulado todas en funcin de la idea de nacin. La crtica a la divisin de la nacin en clases, el rechazo a la marc d argent, las advertencias sobre el peligro de que se formen dos naciones, dentro de una, las admoniciones a la igualdad, etc., no son comprensibles sino sobre la base de una preocupacin preponderante por mantener y afirmar la unidad de la nacin. Curiosamente, sin embargo, la sociologa ha mostrado una propensin a analizar los procesos sociales hipostasiando a sus componentes y a sus actores. Se habla as no solamente de clases como si fueran entidades con relaciones permanentes entre si, sino del estado como una forma de organizar el poder independiente del tipo de espacio poltico en el cual se desarrolla. En este punto tal vez no est fuera de lugar una breve digresin sobre las diversas lgicas que se derivan para los actores sociales de la perspectiva de la nacin y de la perspectiva de las agrupaciones intranacionales y los antagonismos entre ellos.

2

Este es un asunto poco explorado que sin embargo tiene muchsima importancia. Algunas especulaciones sobre el origen del totalitarismos contemporneo, como las de Talmon por ejemplo y otras sobre las causas y la naturaleza de la guerra total, como las de Fuller, que tienen a percibir en las demandas igualitarias y democratizadores las razones de fondo de esos fenmenos pasan por alto, hasta cierto punto, la diferenciacin entre ambas lgicas. La lgica derivada de la nocin de nacin tiende, es cierto, a la igualacin, privilegia la nocin de igualdad entre los connacionales. No es de extraar, por ello, que el ultranacionalismo y todas las formas ms extremas de chauvinismo aniden con mayor facilidad entre los desheredados, entre los ms marginados de las sociedades. Son ellos los que tiene ms razones para temer cualquier incursin de elementos forneos, no nacionales en su sociedad. Son por ello pasto para la demagogia fascista y racista. Pero, de otro lado, esta lgica contiene en si algunos de los principios ms firmes y potencialmente fructferos de solidad de que es capaz la sociedad moderna. La lgica de las agrupaciones intranacionales, ya sean clases u otros tipos de asociaciones espontneas, apunta ms bien a una cierta polarizacin y a formas de antagonismo. Gran parte de las luchas polticas contemporneas, pero sobre todo, los criterios de encuadramiento de lo poltico y ticamente aceptable en ellas se enervan as a partir de la oposicin entre esta lgica y la de la nacin. El estado ha tenido un papel conciliador que trasciende el inters de clase y que tiene que ver con la necesidad de preservar el estado nacin como espacio poltico. Este ha sido sin duda uno de los fenmenos menos comprendidos por la tradicin marxista y, en general, socialista. A esta incomprensin se debe atribuir la facilidad con que se argumentaba por la abolicin del estado y de la poltica. El juego entre estas lgicas permite una lectura interesante de las contradicciones entre tres grandes doctrinas polticas de siglo: el fascismo, el socialismo y el liberalismo. El fascismo privilegia sobre todo lo dems la lgica de la nacin y reduce todas las diferencias al nivel de la diversidad funcional El socialismo juega todas las cartas a la lgica de oposicin de las asociaciones intranacionales de carcter espontneo, y por ello tiende a minimizar la importancia del mpetu nacional o a descalificarlo como una coartada ideolgica. Esto tiene que ver muchsimo, por cierto, con la tendencia al reduccionismo economicista. La idea que el espacio poltico como tal ejerza influencia determinante sobre los actores sociales parece demasiado esotrica e inmanejable a la mayora de los tericos sociales imbuidos de un firme espritu positivista. Es interesante notar, empero, que la versin exacerbada del clasismo lleva naturalmente a una coincidencia con planteamientos fascistas. Para ellos basta con identificar la clase que se considera prioritaria con la nacin de modo que su autoafirmacin sea simultneamente una afirmacin de la identidad nacional. El socialismo en un solo pas conduce as naturalmente a formas organizativas similares a las de las sociedades fascistas. El liberalismo, de otro lado, salva mejor las contradicciones justamente asumindolas como elementos dados. La poltica pasa a ser as el arte de administrarlas. El estado, en efecto, se coloca por encima de las clases y administra sus conflictos y lo hace precisamente en nombre de la preservacin de la nacin. Esa lgica poltica est, como se tiene visto, ntima y explcitamente formulada en los escritos de los fundadores de la tradicin libera. La conclusin prctica de esto para el trabajo actual es que la crisis del estado nacin supone necesariamente una reforma de todo el marco conceptual en el cual se mueven las ciencias humanas actuales, incluyendo la poltica y la teora del estado. Esta reformulacin debe ir a la raz de las cosas y debe basarse en un preguntar intransigentemen te penetrante. Una empresa como esta es la respuesta ms eficaz a las tesis sobre el fin de la historia y sobre la im- posibilidad de imaginar modelos alternativos de organizacin de la vida humana sobre el planeta. En ese sentido, el rescate de la voluntad de utopa, la reivindicacin de carcter espontneo de la razn prctica son impulsos indispensables en nuestra poca y, sobre todo, en las zonas ms deprimidas del planeta. Hacer posible lo que parece imposible es un reto de vida o muerte para quienes parecemos estar condenado ya a ser la porcin sobrante de la humanidad.

3

Es obvio que terica y moral esto nos obliga a una suerte de revolucin copernicana: tenemos que obligarnos a ver el mundo tal y como se muestra realmente desde nuestras ventanas y no como se ve desde las de aquellos que viven al otro lado del ro. Aqu la economa tiene que seguir siendo pensada como una administracin de la escasez, y la poltica como una aventura histrica. Los nihilismos, eso que los alemanes han empezado a llamar la razn cnica nada tienen que aportar en estas latitudes sino la muerte segura. Pero para que el entusiasmo no sea vacuo y banal es menester que se sustente en una teora slida y bien fundada y en una profunda conviccin sobre las capacidades de la voluntad para cambiar el mundo. En este sentido, el dilema que sirve de ttulo al famoso libro de Dumont resulta an hoy pertinente: UTOPIA O MUERTE. Habra que agregar, empero, que ms que la muerte fsica de por medio est el peligro de una muerte moral definitiva Las tendencias, los cursos corrientes son innegablemente desfavorables a quienes habitamos la parte dbil del sistema mundo. Pero el imperativo moral nos llama a no permitir que esas tendencias prevalezcan, con lo cual nos obliga a un anti-determinismo, a una voluntad de utopas radicales e intransigentes. En este breve ensayo se tratar de argumentar que tal pretensin del imperativo moral no es absurda y que, por el contrario, es perfectamente susceptible de fundamentacin racional. El ncleo de esa fundamentacin es la bsqueda de elementos en la realidad misma que, administrado y potencia dos por la voluntad, pueden detener primero y revertir despus el curso de desastre en el cual supuestamente estamos inevitablemente embarcados quienes hoy vivimos sobre el planeta No se trata pues de sustituir un determinismo optimista, como fue el que sustentaba a la vieja modernidad expresa do en tales manifestaciones doctrinarias como el positivismo y el marxismo clsico, por un determinismo pesimista, como el que sustenta al neo-liberalismo, y le hace ver por doquier fuerzas incontrolables. Se trata de reivindicar la voluntad en su capacidad real de incidencia y de rescatar o ms sano de la pretensin moderna sobre las potencialidades de la razn para facilitar, a travs de la compresin, al capacidad de accin de la especie sobre su entorno. SENTIDO, LECCIONES, UTILIDAD Y RETOS DE LA HISTORIA Es tal vez pertinente aqu una brevsima digresin sobre el carcter del proceso histrico y el determinismo. Pues si bien es totalmente evidente que las ilusiones sobre la necesidad e inevitabilidad del progreso son totalmente in- justificadas; hay seales serias sobre el carcter cumulativo de la historia en un sentido importante. El avance mis- mo del conocimiento y del refinamiento de las maneras no trae consigo las garantas de la perpetuacin y mejora- miento de la vida civilizada, pues ni la voluntad divina ni las presuntas leyes generales de la historia la amparan. El sentimiento de desamparo es perfectamente explicable como resultado de la toma de conciencia de la precarie- dad de la existencia de la especie en la tierra. Pero es igualmente contundente el hecho que los milenios de historia pasada han servido para acumular conocimientos y hbitos manifiestamente superiores y ms amables que los que haba en otras pocas. Ese capital acumulado, que bien se puede perder, depende para su conservacin y perpetua- cin de la voluntad expresa de cada generacin en que recaiga el deber de su custodia. Al respecto, es obvio que el pensamiento poltico y social de este siglo ha sido, segn lo podemos juzgar en sus pos- trimeras con precisin, una fuente de muchas ilusiones infundadas, confusiones y clculos errados. Pero entre otras cosas muchas confusiones destaca una que ha estado en la base del hiper-optimismo positivista y, por ende, del de todas aquellas corrientes de pensamientos inspiradas en l: la mala interpretacin del carcter acumulativo de la historia. Este hecho, que fue torpe, pero comprensiblemente puesto en duda por los relativismos culturales de toda ndole en la medida en que aliment universalismos enceguecedores y unilaterales, dio lugar a un segundo tipo de malentendido maligno: la idea de que existen procesos ineluctables en la historia, leyes que establecen cursos necesarios de los acontecimientos. Obviamente, eso se entronca con la idea del progreso, aunque esta ltima vaya acompaada de un aadido sutil, esto es, que los procesos ineluctables son tambin ascendentes o, como deca Kant, van para mejor.

4

Negadas las deformaciones tejidas alrededor suyo, queda desnuda la realidad y pueden verse sus atributos. Respecto de lo que nos ocupa, algunos de los ms significativos son, como se tiene dicho, que lo acumulado puede olvidarse, ignorarse y hasta perderse y que es slo por intermediacin de la voluntad de las lites esclarecidas que la prdida de la experiencia y del saber recogidos a lo largo de los aos por una sociedad puede evitarse o minimizarse. La antropologa no ha errado pues al valorar el papel desempeado en las antiguas culturas por los custodios del saber, que, en buena cuenta, son los pilares de las civilizaciones y la garanta de que su identidad pueda ser conservada a travs del tiempo. La labor de estas lites y su lgica de aproximacin al mundo y a las cosas va, a menudo, a contracorriente de la prctica cotidiana, de las tendencias que las exigencias y las presiones del momento propician y privilegian. Por lo general, esas demandas responden a una lgica de preservacin acuciante, pragmtica, en el sentido aristotlico del trmino, que tiene que ver ms con la supervivencia cotidiana, que con la proyeccin histrica, y que, por ende, tiende a la individualizacin y a la dispersin, y no est siempre dispuesta a sacrificar lo ms til a lo cualitativamente superior. Aunque no es el tema central de este breve ensayo, vale tal vez la pena recordar que la estabilidad de las sociedades, segn adems lo podemos comprobar diariamente en las nuestras, depende muchsimo de que las lgicas de preservacin pragmtica y la de autoafirmacin del ente social como tal coincidan y no se contrapongan frontalmente. Gran parte del conflicto social ms intenso y destructivo proviene de esta contraposicin que lleva a los individuos a percibir como intiles las normas y preceptos bsicos de su sociedad y su espacio social como una crcel o un impedimento para su subsistencia y prosperidad. Muchas veces, es cierto, sucede, como tan grficamente lo haca nota Ortega y Gasset, que las mayoras, an en condiciones de prosperidad relativas, no prestan mucha atencin al acervo cultural de sus sociedades, pues no perciben la conexin inmediata entre l y sus ventajas, comodidades y la seguridad de que gozan. Sin embargo, estos tipos de desatencin y de desentendimiento no son necesariamente malignos, en la medida en que no conduzcan a una dedicacin militante a la destruccin de lo acumulado ni a una animadversin especial hacia el entorno socio-cultural. Por lo dems, esto que sucede a escala de cada sociedad, puede suceder, epocalmente, en relacin a civilizaciones enteras. Y tal vez sea algo as lo que est marcando el cambio de era que vivimos. En todo caso, estas consideraciones nos permiten comprender en qu sentido es posible afirmar que la humanidad se forja histricamente y no dejar de percibir, simultneamente, que en cada momento tiene mltiples vas abiertas. La tesis de Croce puede ser as reinterpretada: La Libertad crece con el incremento de la experiencia en la medida en que sta haga ms amplio el abanico de las posibilidades y aumente la oferta de opciones. Obviamente estas posibilidades no son necesariamente las que se ofrecen ms inmediata y fcilmente en al realidad. Los acontecimientos van marcando su propio rumbo, imponen unas tendencias, no en el sentido en que estn teleolgicamente proyectados en direccin alguna, sino simplemente del modo en que un explorador que penetra en la jungla va, con cada uno de sus pasos, forjando un sendero. Cada paso, en el mbito de la prctica, determina al siguiente en un sentido blando, pues no excluye la posibilidad de que el caminan decida arriesgar un giro radical, un cambio total de direccin. Es a esta dimensin que pertenecen las posibilidades de que hablbamos arriba. El error del determinismo histrico consiste en confundir planos, en pretender que el camino trazado por el recorrido determina y limita las posibilidades total es de la accin. Las posibilidades de accin estn, en sentido general, determinadas por la interaccin entre dos factores: el saber acumulado y las circunstancias. Un tercer factor, diferente e independiente, es el ya mencionado curso real de los acontecimientos. Es por ello que muchas veces y, quizs sera mejor decir, la mayor parte de las veces, las revoluciones aparecen como apuestas por el vaco y terminan por generar resistencias mltiples y muy fuertes entre los hombre comunes y silvestres. Y es que toda apuesta revolucionaria, toda apuesta a un cambio de curso es inevitablemente un llamado a la aventura, un riesgo, pero no una locura en la medida justamente en que se

5

enmarque dentro del abanico de las posibilidades de accin sustentadas por el acervo cultural acumulado. Ahora bien, detrs de todas estas consideraciones habita, obviamente, un supuesto, a saber, que s posible determinar los rasgos ms valiosos de la experiencia acumulada con criterios ms o menos objetivos y sustentables. Otra manera decir esto es afirmando que hay una suerte de juicio moral superior que permite, como a los sabios de la Atlantis baconiana, determinar cules son los elementos ms valiosos y dignos de ser preservados de la tradicin cultural de cada sociedad y, por extensin, del conjunto de la humanidad y reconocer los cursos de accin posibles ms significativos y menos perjudiciales. El debate sobre esta cuestin es centra y toca en el meollo a las tesis relativistas tanto en el mbito del pensamiento social como en el del moral. No es pertinente entrar en el contexto de esta discusin a detalles, porque para los efectos de lo que aqu se quiere sostener basta con insistir en la idea de que es posible una lectura selectiva y extractiva de la experiencia acumulada. Un juicio sobre la situacin actual a partir de una lectura de ese tipo demuestra que son justamente los elementos ms valiosos de la cultura forjada en los ltimos siglos los que estn ahora en peligro de ser desechados como intiles y obsoletos. La contradiccin entre las tendencias establecidas por las exigencias pragmticas en la actualidad y las recomendaciones sobre el curos ms adecuado de accin que derivaran de los criterios de discernimiento que se aplican en la lectura atenta de la realidad es muy grave e irresoluble en los trminos en que est planteada. Las ideas de libertad, de autonoma, la nocin de que existe una dignidad intrnseca en el ser humano, etc.; son precisamente los elementos de la concepcin moderna de la vida que estn en la lnea de mira del pragmatismo. Psiclogos clebres e influyentes como Skinner nos instan explcitamente a ayudar al avance de la ciencia yendo ms all de la libertad y de la dignidad. La salida a este entrampamiento no es simple. Pues si de un lado hay que preservar estas nociones y valores, no puede ignorarse que ha sido justamente su vigencia, en su forma tradicional, la que ha conducido a la situacin actual. No es por ende pensable que pueda reimponerse su vigencia si no se opera sobre ellos un cambio profundo, si no son redefinidos de manera ms o menos radical. A igual conclusin sobre la necesidad de impulsar una gran revolucin moral se llega si se piensa que es menester responder a la crisis con un esfuerzo de creacin de nuevos valores. Pero, para seguir con las citas de Nietzche podramos decir: Cambio de los valores eso significa un cambio en los creadores (de valores). Sucede, empero, que la creacin de valores es equivalente a la edificacin de los cimientos de una nueva civilizacin. La refundacin de un nuevo orden social tiene siempre y necesariamente como punto de partida el establecimiento de una nueva base axiolgica. Son los valores los que delimitan el mbito de las acciones posibles y, por ende, el de las utopas y los anhelos que pueden convertirse en motores de la accin colectiva y concertada de quienes integran una comunidad humana. Y ese es el nivel del reto que surge de las condiciones de la poca presente, que, como se tiene dicho, es una etapa terminal. En esta poca hay dos y solamente dos maneras de custodiar ese legado. Una, que es la que se impone crecientemente en las zonas privilegiadas del planeta, es la opcin conservadurista, la primaca de la mentalidad del muselogo o, para ser ms exactos, del portero del museo. Esa mentalidad bloquea el efectivo aprovechamiento del legado civilizatorio. La otra, a la que es menester que nos invitemos los latinoamericanos, es la utilizacin creativas, valiente, arriesgada de ese legado para crear una nueva civilizacin, cualitativamente superior a la actual y, a la vez, continuadora de sus mejores rasgos. La conviccin en que se sustentan los apurados pensamiento que aqu se ofrecen para la discusin es que ninguna porcin del planeta est mejor dotada que la Amrica Latina para ser cuna de esa nueva civilizacin y que, por tanto, sus desastres y mediocridades actuales, que ciertamente pueden condenarla a los infiernos o como tem{a Bolvar revertirla a un

6

estado de barbarie, esconden y bloquean potencialidades que es todava posible rescatar y desplegar. Sueos como los de Vasconcelos, sin duda mal formulados y peor fundamentados en especulaciones ms bien ligeras, no son sin embargo en s irracionales. No somos la raza csmica ni somos el pueblo elegido. Pero tenemos los latinoamericanos a nuestro alcance la posibilidad real de disear, inicialmente para nosotros mismos, para nuestra propia salvacin y redencin, un nuevo orden poltico. Nuestra ambicin debe ser que luego tal orden pueda ser emulado o, en todo caso, ser un referente universal. Lo cierto empero, es que estamos todava lejos de estar condenados a ser apndices menores de los ahora poderosos de este mundo. La suerte no est an definitivamente echada y no seremos, si nos lo proponemos, hombrecillos mendicantes y degradados. Decan los europeos ilustrados de la poca de la emancipacin que nuestro continente era degradante y que nosotros y hasta nuestras plantas y animales estaban degradados. Los norteamericanos respondieron a esas afirmaciones construyendo la sociedad ms poderosa de la historia humana. Bolvar y unos pocos quisieron responder desde estas latitudes y fracasaron. Hoy se nos plantea renovada, pero mucho ms crudamente el mismo dilema. Nos toca a nosotros saber responder, pues hemos llegado a Rodas y hay necesidad de saltar aqu y ahora o aceptar con resignacin y profunda cobarda moral el fin de los tiempos y de la historia con sentido. Me ha parecido necesario decir estas cosas a modo de introduccin porque las exigencias del estilo y la tirana del espacio imponen una lgica de argumentacin y un estilo descarnado de decir las cosas que podra inducir al lector al error de suponer que las pginas siguientes estn infectadas de derrotismo o de resentimiento. No es ese el caso Por el contrario, lo escrito se basa en la conviccin que la utopa posible debe partir del diagnstico crudo de la realidad. Es del borde del abismo que se salta hasta el cielo. La constatacin de las tendencias dominantes, de los cauces establecidos, puede ciertamente llevar al desaliento; pero pueden tambin inducir una voluntad de poder y de auto-afirmacin capaz de apostar al rediseo de todo el paisaje, basta para ello compartir con Mart el convencimiento de que en efecto le est naciendo a Amrica, en estos tiempos reales, el hombre real. EL INDUSTRIALISMO COMO FACTOR DEL PODER DETERMINANTE Lo caracterstico de los tiempos llamados modernos ha sido que las grandes transformaciones polticas y sociales fueron precedidas de verdaderas revoluciones intelectuales y de profundos cambios en los paradigmas del pensamiento. Paradojalmente, en nuestros das, esto es, en la etapa que parece corresponder al cumplimiento y superacin de la modernidad, se est produciendo una honda revolucin poltica sin que la comunidad intelectual en general haya estado dotada de medios que le hubieran permitido anticiparla y que, ahora que est en curso, le permitan comprenderla. Los esquemas de que se dispone son, bsicamente, los que se elaboraron teniendo como referente el mundo que colapsa. Hasta cierto punto, la fuente de la celada terica que ha generado el actual desconcierto es justamente la perfeccin de esos esquemas y mecanismos conceptuales, entronizados en las llamadas ciencias sociales. Como bien lo seala Immanuel Walllerstein, una de las personas que ms ha hecho por demostrar la insuficiencia de los instrumentos de anlisis de las ciencias sociales tradicionales para comprender el curso actual de los acontecimientos, entre los conceptos ms problematizados por los cambios est el ms fundamental y el que constitua la base de la estructura terica decimonnica para el anlisis de las comunidades huamnas: la nocin de sociedad. Wallerstein nota correctamente que ese concepto condiciona la percepcin del analista en dos sentidos fundamentales. De un lado le impone la dicotoma ESTADO NACIN y, del otro, le crea la ilusin de que es posible, un anlisis intrnseco de cada sociedad. Dicho en palabras que no son exactamente las de Wallerstein pero que reflejan el sentido de su preocupacin, podra afirmarse respecto de esto 8ltimo que los analistas sociales han sido inducidos a interpretar en trminos literales la nocin de soberana que es inherente al concepto jurdico de estado-nacin.

7

La ficcin jurdica, convertida en elemento de anlisis terico, asume as por extrapolacin un papel central en los esfuerzos de descripcin de la realidad que trasciende con mucho su naturaleza prescriptiva. Lo cierto, sin embargo, como lo reconoce el propio Wallerstein, es que esas ficciones tericas, como muchas de las que regularmente se emplea en las ciencias para dar cuenta de los fenmenos resultaron muy tiles y escondieron sus limitaciones mientras el mundo poltico tena correlatos que podan ms o menos acomodarse a sus significados. En efecto, cuando el mundo era pensado, como lo imaginaba Kant y lo presupone la Carta de las Naciones Unidas, en trminos de una estructura ordenada de naciones soberanas, la nica duda razonable que se poda tener en la reflexin sobre los procesos sociales, era si la incidencia de los factores externos sera mayor en las estructuras sociales ms pequeas que en las ms grandes. Pues bien, el sentido de los cambios ltimos para las ciencias sociales, incluyendo la poltica, es que ahora se ha tornado imposible y absurdo pretender pensar los procesos sociales meramente como un resultado de cambios internos o del juego de factores propios y exclusivos de cada sociedad. Aun en los casos en que las causas! de un fenmeno son bsicamente las interrelaciones entre factores y actores internos, la modificacin de las estructuras globales descarta toda posibilidad de comprensin de la trayectoria a mediano y largo plazo de esos actores nacionales sin referencia a la incidencia de factores externos. Algo de esto, pero de manera imprecisa y hasta errnea, se quiere indicar cuando se habla de la globalizacin de la economa y de los patrones de conducta. El problema no es solamente en sentido estricto la globalizacin de las relaciones internacionales, sino algo ms profundo y de ms serias consecuencias, a saber, el cambio de las condiciones generales y, por ende, la aparicin de nuevos parmetros para la constitucin y conformacin de receptculos para la vida social humana. Es en ese sentido que la contrapropuesta de Wallerstein a la nocin de sociedad como unidad de anlisis para las ciencias sociales no es tal vez la ms feliz. Uno de los problemas de la perspectiva de Wallerstein es que responde todava a otra de las deformaciones que l mismo critica en la percepcin decimonnica, esto es, al reduccionismo economicista. Los tipos de sistemas histricos que l propone son todas bsicamente formaciones sociales determinadas por la complejidad y la magnitud de su organizacin econmica. En ese sentido, parecera ms pertinente optar por otro concepto, que ponga el nfasis ms bien en el carcter poltico, esto es, en los criterios de organizacin y en los mecanismos generales de constitucin de asociaciones humanas. La nocin de espacio poltico parece ser ms til para esos fines. Si a algo debiera compararse la nocin de espacio poltico sera lo mejor hacerlo con la idea aristotlica de polis entendida como la forma tpica y caractersticamente humana de construir sociedades. Segn las circunstancias, esto es, segn los vectores derivados de la cantidad humana, de los medios tcnicos y recursos, de las correlaciones de fuerza y de las manifestaciones bsicas de la naturaleza humana, as como de los anhelos propios de los tiempos, es posible acomodar y alojar a al especie sobre planeta de unas maneras y no es posible hacerlo de otras. Las formas y modalidades que adopten los espacios polticos, incluyendo su magnitud, dependen pues en gran medida de factores que podramos denominar materiales, pero lo que importa destacar aqu no es ese bien y hasta exageradamente reconocido hecho, sino ms bien que los parmetros generales de composicin de comunidades humanas estn fijados por ciertas reglas que establecen las condiciones de posibilidad de toda forma humana de convivencia estable y que no pueden ser subsumidas o reducidas a ninguna de estas causas materiales que condicionan la vida comunitaria. Las comunidades polticas son, pues, en sentido estricto morales y, por ende, tienden a ser auto-centradas, a tomarse a s mismas como referencia primaria de su conducta. Pero son, adems, una vez conformadas, entidades artificiales en sentido fuerte, con atributos propios, generados en el proceso mismo de conformacin, y cuyo comportamiento est en mucho determinado por esos mismos atributos.

8

En otras palabras, cuando se pretende caracterizar o explicar la conducta de los espacios polticos es menester empezar por identificar el tipo de motivacin de las acciones en cuestin, distinguiendo aquellas que derivan de factores o causas materiales, de aquellos que corresponden ms bien a atributos formales o estructurales. Una hiptesis que es ciertamente menester corroborar, pero que en relacin a la conformacin de los espacios polticos ms sofisticados parece vlida, es que las relaciones entre espacios sociales diversos tienden a estar determinadas ms por factores formales que por fuerzas materiales en funcin de la mayor complejidad del entorno.} Este hecho, aparentemente balad, determina por lo general con mayor fuerza que otras consideraciones que pueden tener coyunturalmente peso importante, los trminos de las relaciones entre diversos espacios polticos, incluyendo las irrupciones expansivas. As, el que la guerra haya sido y contine siendo un mecanismo tan comn el el proceso de autoafirmacin de las comunidades humanas no debe resultar sorprendente, pues en gran medida el acto constitutivo de una comunidad es necesariamente un acto de diferenciacin y de apropiacin de una identidad y de un espacio para ejercerla. Cuando se quiere estudiar el proceso de conformacin de un orden mundial no puede entonces pretenderse que la clave est primariamente en los requerimientos de las economas, ni en las impaciencias de los aparatos militares, ni en las ambiciones de los prncipes. Se trata de un proceso muchsimo ms complejo que se enraiza con la naturaleza misma de las comunidades. Es un proceso en el cual, como acabamos de ver, la incidencia de lo que hemos llamado causas materiales declina segn el grado de complejidad del entorno. En la prctica esto significara que, por ejemplo, las grandes guerras sean explicadas primariamente por factores polticos y por clculos de correlaciones de poder, antes que por mecanismos de reacomodo econmico. Este es un asunto que es de de vital importancia dilucidad para fijar criterios de interpretacin sobre los cambios actuales y su sentido. Si el sistema mundo est bsicamente conformado por un tejido de relaciones capitalistas entonces la clave de las transformaciones actuables deber ser buscada en la economa y en los flujos financieros. Si, por el contrario, los factores determinantes son otros, como por ejemplo, la incidencia mayor de algunos instrumentos de poder y el agotamiento de formas polticas, entonces, sin por ellos obviamente menospreciar el peso de lo econmico, las explicaciones debern poner el nfasis en fenmenos de otra ndole. Esta ltima hiptesis que parece ms productiva, pues permite apreciar en su verdadera magnitud la naturaleza de las transformaciones contemporneas. En sentido estricto, lo que est gestndose no es un cambio de un sistema de produccin por otro, sino la liquidacin de una manera de organizacin de la comunidad humana y la multiplicacin de las demandas y presiones para el surgimiento de una frmula alternativa de ordenamiento de la vida social. Si siguiramos por ejemplo el simple pero til esquema de Murray Bookchin para la clasificacin de los giros histricos, deberamos decir que ha llegado la etapa del agotamiento del Estado-Nacin, del mismo modo como en su momento se tornaron obsoletas las tribus y las villas y luego, en una segunda etapa, las ciudades. Lo que est a punto de cambiar, entonces, es el receptculo mismo de la vida en comunidad, y no meramente sus formas. El tipo de espacio poltico que denominamos estado-nacin surgi, como es perfectamente sabido, de circunstancias muy peculiares que han suscitado un grave y distorsionador malentendido, a saber, que se lo interprete como el marco para el desarrollo del sistema capitalista. Ciertamente, el capitalismo es una forma de organizar la produccin compatible con el estado nacin, pero ste es antes que nada el contenedor de un tipo de ser humano, el individuo, cuya naturaleza es compartida notablemente por el mercader, el banquero y el industrial, pero que no es reductible a esos tipos humanos. Esto es, el estado-nacin no surgi para dar cabida al capitalismo, sino para acomodar al individuo. El espacio fsico ideal, dentro del estado-nacin, para el desarrollo del individuo en todas sus potencialidades, era la ciudad, cuyo modelo fue la ciudad burguesa de fines de la Edad Media Hipostasiada e idealizada por los pensadores polticos. La comunidad de los ciudadanos libres, el espacio agradable y acogedor, pero a la vez vibrante y desafiante, esa

9

era la ciudad moderna que deba reflejar en su diseo la grandeza y la capacidad esttica de la nacin. Las ciudades eran un festejo permanente, una perpetua celebracin de s mismas de las sociedades modernas o, por lo menos, as eran imaginadas. Ciertas nociones e ilusiones del pensamiento poltico moderno no son comprensibles fuera de ese escenario. En realidad, surgen como producto de un esfuerzo de extrapolacin a partir de la definicin de las relaciones ciudadanas. La ciudad principal, sede del poder, era el centro neurlgico del estado-nacin, el lugar donde se adoptaban todas las decisiones relevantes y donde, por ende, deba residir la clase poltica. No es por accidente que las grandes naciones modernas tienden a identificarse con su capital: Londres, Pars y, poco ms tarde, Berln. Un caso interesante de dualizacin explcita de centro de poder es el norteamericano, en el cual el ncleo de las decisiones polticas, Washington, result separado del centro de poder econmico. Nueva York. En las ciudades, las relaciones entre clases sociales y grupos de influencia y de inters quedaban graficadas espacialmente y las relaciones entre ellas se tornaban visibles, se hacan materiales. A cada clase un barrio; a cada grupo un sector preferencial de la ciudad. La toma de poder, democrtica o violenta era as literalmente una mudanza. El golpe de estado un desalojo violento, como se ha sealado a veces. Las ideas primarias de democracia y participacin modernas se forjaron teniendo como referente inmediato a las ciudades. La imagen de la democracia perfecta es la de una asamblea de plaza pblica, donde se decide a gritos y en base a resonantes discursos el curso a tomar. No otra cosa explica la obvia inaplicabilidad de propuestas como las de Rousseau, pensadas para comunidades diminutas. La otra vertiente de justificacin de la democracia, derivada de la tradicin utilitaria, si ha tenido ms presente la cuestin de la magnitud de las sociedades reales, y es por ello a que identifica democracia con gobierno de mayoras, asumiendo como inevitables los consabidos riesgos de imposicin totalitarias que se ocuparon de destacar Tocqueville y J. S. Mill. La nocin que permite comprender al individuo como habitante privilegiado del estado nacin y de la ciudad es la de libertad. El individuo aspira a ser libre de las ataduras tribales, pero tambin de las formas de servidumbre que primaban en las otras modalidades de la sociedad antigua. El proyecto de vida, la manera de proyectarse al mundo y al futuro que tiene el individuo estn, empero, dominados por una ambigedad. El individuo, lejos de aspirar a universalizar su especie sobre el planeta, aspira fundamentalmente a auto-afirmarse y a imponerse mediante su fuerza o su superioridad intelectual. De all que para el individuo el espacio ms adecuado para organizar subida en comn con algunos otros hombres haya sido el estado nacin, que le permite ser sbdito y soberano a la vez, pero sobre todo, maximizar su libertad de accin. El derecho de propiedad privada es, visto desde esta perspectiva, simplemente un instrumento de garanta del mayor grado posible de autonoma. Esta que podramos llamar autonoma primara, se complemente, en condiciones ideales, con un segundo nivel de autonoma, a saber, la secundaria o poltica, que le permite al individuo participar en los procesos de toma de decisiones sobre asuntos que competen directamente a sus intereses. Esa es, en ltima instancia, la justificacin de los sistemas democrticos. Pero, adicionalmente, un individuo acostumbrado a pensar en funcin de intereses y de correlaciones de poder, no puede dejar de percibir que, una vez cerrada su comunidad, el riesgo mayor es precisamente que en los procesos de confrontacin que inevitablemente se suscitan con otras comunidades humanas, pueda ponerse en peligro la autonoma de su propia comunidad. Tal es el sentido profundo de la nocin moderna de soberana. La otra nocin central, la idea de autodeterminacin, no es sino resultado del reclamo natural de los individuos autnomos para que, dentro del espacio poltico que se ha conformado. Se les permita actuar colectivamente con entera libertad.

10

En cuanto a las caractersticas de las relaciones de los individuos respecto de los otros que comparte el mismo espacio poltico, hay dos ejes que permiten deshilvanar la lgica con que se construyen. El dilema es cmo hacer que las diferencias, que no deben aparecer como naturales sino como artificialmente determinadas, sean acomodables a un esquema que debe partir por reconocerles a todos los individuos niveles de igualdad bsicos. Lo primero se explica porque obviamente la idea de una jerarqua natural es totalmente incompatible con la nocin de individuo libre. Lo segundo se ha manejado con dos criterios complementarkios. En primer lugar, se presume un grado de homogeneidad material mnima entre los individuos que conforman una misma sociedad. Esa homogeneidad debe ser lingstica o de ndole tal que no acente diferencias que puedan devenir antagnicas. Por ello es que por ejemplo las homogeneidades religiosas o ticas relativas ms tradicionales no fueron por lo general tomadas como puntos de referencia y que la exacerbacin de las diferencias de clase haya sido percibida desde el estado tradicional como una amenaza crtica. La igualdad lingstica tiene la virtud de ser un sentido importante formal y, por lo dems, su establecimiento depende de factores y de iniciativas polticas antes que del azar o de la naturaleza La dimensin complementaria de esta homogeneidad material es la homogeneidad jurdica construida sobre la base de la ficcin legal de la igualdad ante la ley o de la igualdad de derechos. De los individuos que son miembros del mismo estado nacin se espera, por ello, que compartan una misma cultura, esto es, una visin bsica del mundo artificialmente inducida. Por ello, de las escuelas puede decirse, con igual fuerza que del estado, que han sido instrumentos para la creacin y reproduccin del estado-nacin. La contradiccin esencial respecto de la posibilidad del estado nacin para auto-perpetuarse como esquema prototpico de organizacin de los espacios polticos humanos ha surgido, en alguna medida, de su propia lgica de funcionamiento. Para legitimarse ante sus integrantes, el estado nacin debe mostrarse como almacn de beneficios y de poder. Las limitaciones y consecuencias de la bsqueda ilimitada de beneficios en la forma de bienestar material creciente han sido objeto de mucha reflexin y justamente por el sesgo economicista que la ha caracterizado en los ltimos decenios, la ciencia social ha estudiado exhaustivamente esa dimensin, lo que le ha permitido detectar y comprender los procesos de globalizacin, las modalidades de la distribucin internacional del trabajo, la consecuente polarizacin entre centro y periferia, y algunas de las formas del gigantismo industrial. Estos estudios han llevado casi naturalmente a una conclusin que generalmente es manejada como axiomtica, a saber, que el estado-nacin ha sido desbordado pro los mecanismos econmicos financieros. Esto es, se asume, algunas veces explcitamente, como en el caso del citado Wallerstein, pero otras muchas veces de manera implcita, que es la consolidacin del sistema capitalista en su fase de mayor desarrollo lo que ha puesto en entredicho a los esquemas de organizacin poltica tradicional, incluyendo por cierto, al estado-nacin. No cabe duda que esta tesis tiene algo y tal vez mucho de verdad. Al mismo tiempo, hay mucha evidencia que lleva a plantear la necesidad de matizarla. Al respecto, hagamos un experimento mental y tratemos de imagina la persistencia del estado nacin en su forma clsica, paralelamente con un desarrollo capitalista similar al actual El esfuerzo no genera de modo alguno una contradiccin. Y no lo hace porque cuando crece un aparto productivo o se expande una economa esos procesos no conllevan automticamente el cuestionamiento del estado nacin. Ms an, son muchos los casos en los cuales el fortalecimiento de los aparatos productivos ha servido justamente para afirmar a un estado nacin y facilitar la imposicin de su hegemona sobre otros. La extensin de las relaciones capitalista, la lucha y apertura de los mercados, etc., no son procesos que en s y de por s demanden la creacin de estructuras poltico-jurdicas supra-nacionales, salvo, claro est, las indispensables para la salvaguarda de las propias transacciones econmicas.

11

Esto es, para decirlo con analogas clsicas, la globalizacin del capitalismo en s misma puede requerir de un derecho de gentes, pero no exige un derecho natural fuerte ni menos que todos los habitantes del globo se igualen y se tornen ciudadanos. Lo que ha creado la sensacin de que una cosa lleva aparejada la otra ha sido ms bien el hecho de que la expansin econmica ha sido a menudo utilizada como arma poltica de manera deliberada. Esto es, la expansin econmica y la afirmacin de la hegemona econmica de un grupo de estados-nacin sobre otros contribuye a la polarizacin del sistema-mundo, ciertamente, y sirve de instrumento de dominacin, pero no genera en s misma un movimiento de autonegacin de las formas polticas existentes. La dominacin econmica y la globalizacin son ms bien factores coadyuvantes a la consolidacin de las relaciones de dominacin y, por ende, contribuyen de manera crucial a la afirmacin de los espacios nacionales, especialmente de aquellas que tiene un papel hegemnico. Esto hay que sealarlo, pues es obvio que al mismo tiempo que se afir- man a s mismo, log grandes poderes tienen a buscar minimizar la autonoma de los ms dbiles, pues es inherente a un estado nacin el propender a una relacin de dominacin sobre su entorno, no solamente porque de esa ma- nera los riesgos a su seguridad disminuyen considerablemente, sino porque se fortalece el proceso de auto-afirma- cin, en la medida en que afirmar una identidad de manera excluyente en medio de una gran diversidad requiere la asuncin de un presupuesto de de superioridad relativa. Es en este sentido que el nacionalismo moderno tiene un componente importante de mesianismo. Las comunidades que ms afirman su identidad grupal, las que de modo ms frreo excluyen a las otras, tienden a hacerlo porque se reservan para s mismas la condicin humana. La historia contempornea nos brinda innmera- bles ejemplos de cmo esta tentacin es un rasgo latente muy fuerte de los estados nacin. En el fondo de estas percepciones errneas est la confusin entre sistema capitalista y sistema industrial. Es el in- dustrialismo el que ha venido atacando, como un cncer de lento crecimiento, la visin idlica de la modernidad, dis torsionando y desfigurando por dentro los espacios sociales y polticos dentro de los cuales pretenda desarrollarse. Primero fueron afeados y masificados territorios enteros, luego barrios y zonas importantes de las ciudades. Las rela ciones ciudadanas en esos sectores se convertan en relaciones entre productores, y lo que en un barrio era respeto mutuo y cuidado, en otro barrio era brutalizacin y servidumbre. Las respuestas administrativas a este proceso fueron varias y en general poco eficaces. Las normas de zonificacin, en unos casos; la instalacin de centros urbanos productivos, industriales en otros. Las medidas correctivas resultaron as catalizadores del mal. De otro lado, el hecho que se mantuviera el centro poltico administrativo en unas zonas y que las reas de trabajo fueran alejadas, obligaba a desarrollar medios de transporte rpidos y permanentes entre distancias inmensas y, como bien lo han sealado los socilogos, impulsaba la concentracin de la poblacin. Eventualmente habran de surgir esas verdaderas anti-ciudades, las mega-ciudades, esos conglomerados urbanos inmanejables que no parecen tener comienzo ni fin y que ni siquiera tiene por ello un centro real. La disolucin espacial de la ciudad anticipa el fenmeno ms de fondo que estamos viendo desarrollarse hoy con tanta rapidez a nuestros ojos: la disolucin del estado-nacin, la transformacin del estado nacin en un ente obsoleto y en una traba para el progreso y, ciertamente, para los juegos de poder. El principio de poltica internacional que permita manejar las correlaciones de poder de manera compatible con la subsistencia del estado-nacin fue el que tan conscientemente utilizaron los ingleses durante un par de siglos, a saber, el del equilibrio de poderes. Ledas ls cosas desde esa perspectiva, las dos grandes guerras mundiales, pero tambin el experimento sovitico, pueden verse como intentos burdos por dejar de lado ese principio y por reemplazar el estado-nacin con entidades polticas ms abarcantes. El problema en ese caso, que llev necesariamente a conductas tan brbaras como el racismo y los intentos de exterminio de poblaciones enteras, es que la expansin se haca a partir justamente de

12

principios propios del nacionalismo. Esto es, se pretenda crear imperios no al estilo de los romanos, incorporando dentro de un esquema flexible y no homogenizador de dominacin, a grupos nacionales distintos, sino imponiendo ciegamente, adems de la dominacin, un inflexible rasero igualador o recurriendo al exterminio. Durante varios decenios, a partir de los acuerdos que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y facilitaron entre otras cosas el proceso de descolonizacin, se perpetu y hasta se revitaliz el esquema de los estados-nacin. Esta estabilizacin fue posible gracias al bipolarismo, es decir, a la existencia de una tensin-eje equilibradora a partir de la hiperconcentracin del poder de destruccin y de avasallamiento en dos polos contrapuestos y la consiguiente divisin del mundo en dos reas de influencia. Esa estabilidad precaria permiti la perpetuacin de la ilusin nacionalista, pues era funcional a los esquemas de dominacin imperantes el que el conjunto de la humanidad estuviera compartimentalizada en zonas ms o menos delimitadas, que pudieran ser disputadas como piezas en un juego de damas. Esta compartimentalizacin permita a las naciones pequeas y dbiles mantener una ilusin de soberana apoyndose en una u otra de las grandes potencias. El No-Alineamiento, como se sabido, fue producto de la adopcin explcita de ese juego como una tctica para ganar el mayor nivel de autonoma de accin posible. Un caso extremo de este tipo de aprovechamiento de la situacin de equilibrios es el de Cuba, que pudo dotarse de un rgimen capaz de desafiar abiertamente a uno de los polos en base a la cobertura militar y econmica que le brindaba el otro. Pero la superacin del equilibrio mediante la derrota estratgica de uno de los dos polos ha desatado un proceso que se mantena latente hacia la disolucin de los estados-nacin ms dbiles, ms pobres y ms laxamente conformados. En una poca de fluidez, las ilusiones no tienen fuerza propia para mantenerse inclumes y tienden por ellos a diluirse, especialmente si empujan en direccin contraria a la que impulsan los factores del poder. Tal es justamente lo que viene sucediendo. Las naciones dbiles empiezan a tener que pagar ahora todos los costos generados por su aspiracin a ser como los poderosos, a vivir de la manera que slo se puede vivir a partir de la posesin de una gran capacidad productiva sustentada en la autonoma relativa de la creatividad tecnolgica. Sin tecnologa propia que les permita reproducir autnomamente su modo de vida, su precariedad se hace absolutamente evidente y se esfuma toda pretensin de soberana. La toma de conciencia de esta situacin, ms que ningn otro elemento, explica la popularidad del neo-liberalismo y los esfuerzos que han engendrado por acoplarse a algn bloque de poder, admitiendo, tcita o explcitamente, que se ha perdido el carro de la historia. Comprender este punto es sustantivo. Cuando los factores de poder determinantes era la economa y las finanzas, las naciones, an las ms pequeas, podan, al modo de lo que se pretendi con el No-Alineamiento y el tercermundismo, mantener un cierto nivel de autonoma ora asocindose en carteles de productores de materias primas para mantener control semi-monoplico sobre algunas de ellas, ora negociando, amparados por el juego poltico, en los mejores trminos su insercin en el mercado mundial. Empero, ante la primaca de la creatividad tecnolgica como factor de poder tales juegos se tornan intiles, pues el aporte posible de las pequeas naciones al mercado mundial es reemplazable, sustituible. Esas naciones y sus habitantes se torna as en excedentes, en porciones sobrantes o marginales y, por ende, estrictamente hablando prescindibles del sistema mundo. Y, en la medida en que adems formulan demandas y exigencias, esas naciones, que albergan la inmensa mayora de la humanidad, resultan una molestia. Al respecto, baste recordar aqu el caso referido por Bell para ilustrar este punto, a saber, el de la situacin de Alemania durante la Primera guerra Mundial. Cuando los estrategas estimaban que su dependencia del mercado chileno para abastecerse de nitratos terminara por hacer inviable su esfuerzo blico tan pronto las lneas comerciales fueran cortadas, los laboratorios alemanes empezaban a producir sustitutos artificiales con tanta eficacia que hacia el fin de la guerra la importacin del elemento natural era innecesaria.

13

De modo similar han respondido las potencias industriales a todas las presiones de los pases productores de materias primas en los ltimos decenios. En consecuencia, para las naciones dbiles y pobres el estado-nacin no puede ya significar una forma poltica que sea deseable perpetuar indefinidamente, salvo, claro est, como plataforma de salvacin o de negociacin. Este ltimo parece ser el clculo de las lites polticas que estn impulsando la proliferacin de mini-naciones por todo Europa. Se tratara para ellas de dotarse de bases de apoyo a partir de las cuales puedan luego pugnar por una colocacin mejor, aunque secundaria y marginal, en los grandes conglomerados polticos que se estn incubando paralelamente a los procesos de fragmentacin protagonizados por ellos. Siempre es mejor para los ms pequeos que su integracin en bloques mayores se de con la apariencia de una federacin, que por la va de una absorcin simple y llana. Es obvio, igualmente, que toda idea de ciudadana en el sentido tradicional resulta absolutamente incompatible con las condiciones de vida en las sociedades de los pases dbiles. No solamente es imposible ser ciudadano de pleno derecho en medio de la miseria y de la enfermedad, sino tambin cuando no se es dueo de los instrumentos para disear la propia forma de vida. Nadie es ms dbil ni padece ms duramente la condicin de servidumbre que quien no puede valerse por s mismo en su medio. Los centros modernos del llamado Tercer Mundo son, de otro lado, la anttesis absoluta de la ciudad moderna. Para empezar, la lgica que rige en esos lugares es simplemente la del consumo. Esto es, se trata de una modernidad por smosis, que proviene no del hecho de tener una mentalidad ni menos una formacin modernas, sino simplemente la capacidad relativa de consumir los productos manufacturados en el norte o de usar algunos aparatos smbolo. Al mismo tiempo, las condiciones de vida reales de las ciudades modernas de los pases dbiles son crecientemente deplorables. Muchas de ellas ni siquiera pueden asegurar ya un abastecimiento normal de energa y de agua potable a los habitantes de los mejores barrios, para no hablar siquiera de los cinturones de miseria, y los dems servicios tienen a ser totalmente deficientes. Esto sucede no solamente porque no se disponga de tcnicos suficientes ni suficientemente formados, sino porque hay un problema de costos. Mantener una ciudad gigante demanda recursos que esos pases difcilmente pueden generar. De otro lado, habindose concentrado los polos de modernidad, el fenmeno demogrfico que eso suscita es inevitable: una tendencia a la concentracin de la poblacin en partes pequeas del territorio y el abandono de toda posibilidad de desarrollar polticas equilibradas y racionales de ocupacin en las partes restantes. Lagos, Kinhasha, Bombay, Calcuta, Nueva Delhi, Ro de Janeiro, Sao Paulo, Mxico, Tehern, Argel, El Cairo, Mxico, Lima; son algunas de las ciudades gigantes del Tercer Mundo que compartes estas caractersticas y de las cuales es difcil saber si estn ms cerca de ser un paraso o una antesala del infierno y que, en todo caso, nada tienen que ver con el ideal clsico del mbito privilegiado para la vida civilizada. Curiosamente, por razones opuestas, lo mismo vale para los pases altamente industrializados y dotados de capacidad de creacin tecnolgica. Al respecto conviene resaltar las consecuencias de la hiper-industrializacin para la vida urbana. Ya Ivn Illich ha sealado la manera como el individuo es absorbido y funcionalizado por lo que el aptamente llama los monopolios radicales, que encauzan cada etapa y cada acto de la vida. La pregunta es: qu grado de autonoma efectiva puede tener un individuo en una ciudad como Los Angeles?. Si el chantaje del capitalismo tradicional consista en condenar al hombre al hambre si se resista al trabajo asalariado, el chantaje de hoy se ha visto multiplicado: el individuo no puede ni siquiera entretenerse si no se somete a las reglas implacables del sistema. No se trata ya solamente de que trabaje y se asegure un ingreso, sino que adems tiene que conformarse a mil y una normas, las ms de las cuales, por lo dems, han sido formuladas en aras de la libertad y del respeto de los derechos colectivos.

14

En verdad, a estas alturas de la historia es muy difcil saber quin tiene a su cargo la construccin de las vas al abismo, si los buenos y esos que los norteamericanos llaman dogooders o los declaradamente malos. La manera como las normas limitan los espacios para cada actividad, la proliferacin de reglas y principios, de sistemas de control y de requisitos para actuar y moverse, no tiene precedentes en la historia de la humanidad y hasta los relatos de Wittfogel sobre la China Imperial quedan como cuentos de hadas ante la eficacia controlista de los ms democrticos de lso estados contemporneos. Contaba Adorno de una conversacin entre Walter Benjamn y Ernst bloch en el perodo inmediatamente anterior al advenimiento del fascismo. Bloch y el propio Adorno al parecer atribuan parte de los males de Alemania a la corrupcin de los funcionarios pblicos, a lo que Benjamn habra respondido incisivamente que l tema muchsimo ms lo que pudiera pasar cuando esos mismos funcionarios se tornaran incorruptibles. Solamente que ahora sabemos que la combinacin de corrupcin, de ineficacia y de eficacia relativa es la peor de las posibilidades imaginables y es, a la vez, la ms generalizada. No se exagera ni una pizca cuando se afirma que el sistema hospitalario ms eficaz del mundo es hoy la principal amenaza a la salud. Lo cierto es que el individuo comn y corriente, pero tambin el funcionario de alto rango, no puede hoy satisfacer su deseo de autoafirmacin de manera relevante ni respecto de los grandes centros de toma de decisiones, ni respeto de los centros de produccin o de generacin y diseminacin de informacin. Su autoafirmacin es crecientemente contraria a la lgica racional del sistema, de modo que el nico espacio que le queda para desplegar su libertad ilusoria y, por ende, balad, es el mercado. El individuo es libre en los mbitos, como el del consumo, que no implican relaciones inmediatas de correlaciones de poder. Ya ni siquiera es relevante como productor. De modo que este endiosamiento del mercado que estamos viviendo no es de manera alguna casual; como no lo es el hecho que haya crecido el descreimiento en la poltica, que aparece al individuo como un ejercicio cada vez menos relacionado con la administracin del poder. El problema de los poltico, tal y como son percibidos por el ciudadano comn y corriente, es que parecen no poder afectar el curso de las cosas de manera importante y por ello aparecen a menudo como parlanchines# y vendedores de ilusiones. Sucede en este campo lo mismo que en el de la administracin de las relaciones de poder en las empresas de envergadura, donde ms cuenta el manager que el dueo. Al mismo tiempo, el tejido social ha cambiado notablemente. Es cada vez ms difcil distinguir con nitidez los grupos de inters. Al entrar a un supermercado todos los gatos se tornan pardos y entonces crece la ilusin de la democratizacin. Nada hay al parecer ms democrtico que tener a funcionarios y desempleados, a propietarios y proletarios haciendo una cola en shorts un domingo cualquiera frente a una caja registradora en un supermercado o cultivando luego sus jardines. Pero resulta que ese igualamiento, como el que implica la condicin universal de votantes, es cada vez menos relevante para poder afectar los mecanismos reales de toma de decisiones y de agrupamiento con fines d defensa mutua y de autopromocin. Las clases de otrora carecen de significado y, en todo caso, han cambiado de signo poltico. En efecto, uno de los fenmenos ms interesantes de ser notados en relacin al resurgimiento del racismo y de la xenofobia en los pases europeos es que los elementos ms radicales e intransigentes sean justamente los que el marxismo proclamaba no hace mucho heraldos de la revolucin. Es casi una regla que cuanto ms baja sea la clase social a la que se pertenece, tanto mayor es la probabilidad de que se adopten posturas recalcitrantes y chauvinistas. La solidaridad se torna as cada vez ms corporativa y, por ende, menos universalizable. Pero estos rasgos, con un ser sumamente importante en la determinacin de la conducta de las naciones, no son los factores que explican la tendencia histricamente observable en el sistema mundo a la generacin de potencias dominantes. Un error de la teora clsica,

15

derivado de la mana reduccionista, ha sido asumir que la explicacin de las aspiraciones hegemnicas de las naciones debe buscarse bien en sus dinmicas interiores bien en mpetus de dominacin que, en ltima instancia, resultan ser tan esotricos como el que Buridan atribua a las piedras. Lo que ha faltado es justamente un cambio radical de perspectiva , un intento de ver la dinmica del sistema global no desde uno de sus fragmentos, no desde una de sus partes componentes, sino a partir de atributos predicables del sistema como tal. Al respecto, la tesis que aqu se quiere enunciar, y que servir como premisa para la argumentacin siguiente, es que el sistema-mundo genera sus propias condiciones y tiene sus propios parmetros a partir de los cuales produce una lgica de ordenacin. Las reglas derivadas del propio sistema son las que fijan los trminos para la jerarquizacin entre las naciones que lo componen. Es decir, son las exigencias del propio sistema las que generan la necesidad de que se establezcan relaciones de dominacin y preeminencia entre las naciones. La forma que adopten estas relaciones de dominacin puede ciertamente variar, pero lo que al parecer es intrnseco al sistema es que exista una jerarqua bsicamente consolidada. Segn las circunstancias, el eje de la do9minacin-ordenacin puede ser uni-, bi- o multi-polar. En cada caso la configuracin del sistema de relaciones vara, pero lo que se preserva es una cierta centralidad de los mecanismos bsicos de decisin. Ahora bien, en la medida en que los factores de poder varen, irn variando las formas y las dimensiones de los espacios polticos que constituyen el sistema-mundo. El manejo de los factores de poder contemporneos, especialmente el ms importante de todos, esto es, la creatividad tecnolgica, no es factible desde ncleos limitados.. La exigencia del sistema de establecer una jerarqua que garantice el control centralizado del conjunto ha generado as una contradiccin insalvable entre el estado-nacin y sus inherentes tendencias limitantes, y la administracin de los factores del poder, que no puede hacerse sino desde espacios capaces de concentrar un quantum de poder que permita mantener en equilibrio al sistema y ese es precisamente el tipo de espacios polticos que se estn gestando. La experiencia reciente muestra que la probabilidad mayor frente a los dilemas que plantea la situacin actual es que aunque se pueda finalmente evitar el holocausto, el precio a pagar puede ser una existencia brutal, en la cual los seres humanos vern crecientemente recortadas sus posibilidades individuales y colectivas de accin y de creacin, es decir, su autonoma en el sentido ms estricto de la palabra. Lo que aqu est en juego es obviamente el ncleo mismo del proyecto moderno. En trminos morales, la voluntad de poder sobre la naturaleza inanimada y luego sobre la sociedad se justificaba con el argumento del aumento de la libertad. Esto es, el mayor control sobre los complementos y los marcos de la vida humana redundara en un aumento de la libertad y de la autonoma de la especie respecto de ellos. Pero el crecimiento de ese poder, que debi ser instrumento de la libertad y de la autorrealizacin humana, se ha convertido, paradojal pero quizs previsiblemente, en su principal amenaza. El poder ha tomado la forma de la tecnologa moderna, ha generado los arsenales de armas nucleares, biolgicas, qumicas y, a la vez, ha producido ese complejo fenmeno del que hablbamos arriba y que puede denominarse genricamente industrialismo y que la experiencia est mostrando que es muchsimo ms difcil de controlar y morigerar que todos los arsenales. Esto se debe, en gran medida, a que, despus de todo, no es completamente absurda la viejsima tesis filosfica segn la cual es poco probable que se haga deliberadamente aquello que se per4cibe como malo. No es nada difcil en efecto reconocer el carcter nocivo y letal de los arsenales nucleares y, por ende, es posible convocar a movimientos masivos y consensuados para propiciar el control y la eliminacin de armas de este tipo. No sucede lo mismo con el industrialismo, que aparece atractivo a las mayoras y que, en realidad, toca al meollo del sueo moderno, porque es su instrumento de realizacin por excelencia. En efecto, el industrialismo aparece como atractivo de dos maneras principales:

16

1. Es percibido, falsamente!, como proveedor insustituible e indispensable de comodidades y de bienestar y 2. Es reconocido como fuente central de poder. Se cumple entonces, respecto del industrialismo eso que tambin seala el viejo Kant, a saber, que no es posible desear un fin y no simultneamente los medios que parecen indispensables para alcanzarlo. En los ltimos 30 aos hemos tenido ejemplos notables de la fuerza del industrialismo para actuar como criterio dominante en los juicios y evaluaciones polticas. Sin duda, los dos casos ms saltantes son el de china y el enfrentamiento entre la ex URSS y los Estados Unidos. Bajo la direccin de Mao, la china intent un experimento sui generis de modernizacin e industrializacin, tratando de no generar las inmensas conmociones que proceso similares haban propiciado en otros lugares y, sobre todo, en la URSS. Eso supona tratar de mantener un equilibrio ms o menos estricto entre el impulso al crecimiento industrial y el desarrollo del agro, a fin de evitar los flujos masivos de poblacin y otros fenmenos de gran potencial desestabilizador. En trminos de su poltica de defensa y de planificacin militar, esta estrategia requera impulsar de manera prioritaria la formacin de fuerzas armadas dotadas de material de guerra ultramoderno y de arsenales de armas sofisticadas, cuya produccin requiere justamente la posesin de tecnologas de punta. Por lo dems, la naturaleza de las relaciones de China con Mosc y otros centros de poder internacionales, no permita la transferencia de tecnologa militar avanzada. La poltica maoista estaba tambin ligada a concepciones ideolgicas que no recomendaban el fortalecimiento de cpulas de militares profesionales con independencia relativa del poder poltico. Mao, sin embargo, no vea en todo esto desventaja militar alguna, en la medida en que abrigaba la ilusin que el ejrcito chino podra recurrir a su inmensa ventaja numrica sobre cualquiera de sus rivales para compensar su falta de armamento sofisticado. Se llegaba a esta conclusin a partir de una lectura sesgada de la guerra de Corea y de la propia historia china. El esquema maosta, empero, se desmoron tan pronto tuvo que ser confrontado con un hecho derivado de las opciones de poltica de Peking que definan a la URSS, una potencia militar con arsenales de armas estratgicas, como principal enemigo potencial de china. Un anlisis militar elemental mostraba que la URSS no podra responder a sus propias dificultades logsticas ante un conflicto generalizado con China sino recurriendo, lo ms rpidamente posible, a sus arsenales estratgicos. El empleo de esos arsenales anulaba en la prctica el significado militar de la superioridad numrica china. La conclusin, por ende, se impuso por su propio peso y dio como resultado la famosa poltica de las modernizaciones: China no puede sobrevivir si no se dota a s misma de un aparato industrial moderno, de tecnologa de punta y, por ende, de un equipamiento militar competitivo, adems, claro est, de un ejrcito profesional apto. El fin de la guerra Fra con la derrota estratgica de la URSS nos ofrece otro ejemplo. El equilibrio estratgico entre los Estados Unidos y la URSS se mantuvo durante varias dcadas en base a la doctrina conocida como MAD (Mutual Assured Destruction). Era el equilibrio del terror. Pero ese equilibrio se basaba en una ficcin generada a partir de confundir los factores de poder. En efecto, durante aos, hasta mediados de la dcada del 70 aproximadamente, los estrategas de ambos bandos determinaban sus respectivas fuerzas contando misiles y ojivas y midiendo la magnitud de sus arsenales. Tan pronto los norteamericanos se percataron que el verdadero poder emanaba de las fbricas y laboratorios, esto es, de la capacidad de creacin tecnolgica de cada uno, la ecuacin del terror se empez a difuminar y lo impensable se torn pensable: es posible pelar una guerra nuclear y ganarla sin resultar totalmente aniquilado. La superioridad de determinadas ramas tecnolgicas, principalmente en la electrnica, permitiran tal hazaa. Fue entonces que se planific la derrota de la URSS, que adoleca de un aparato industrial atrasado y que no haba sabido aprovechar su principal capital, a saber, su extraordinaria

17

clase cientfico-tecnolgica. Los norteamericanos simplemente tenan que elevar las tensiones, forzar una carrera armamentista y tecnolgica y apostar a quebrar el espinazo de la economa del rgimen comunista. La ms extraordinaria batalla de la historia termin con la derrota total del imperio ruso sin que se hubiera siquiera tenido que disparar un solo misil. La tecnologa emerga claramente como un factor central del poder en el mundo y, por ello, la ronda Uruguaya del GATT debe hoy discutir principalmente el manejo de la propiedad intelectual y de las patentes, es decir, las reglas de los flujos del saber tecnolgico en el futuro. El hecho que se haya tomado plena conciencia de la centralidad de la tecnologa para las relaciones de poder hace que la voluntad poltica que, en principio, es la que podra intentar contrarrestar las tendencias pragmticas de que antes hablbamos, se convierta ms bien en un factor de potenciacin de las mismas. Lo mismo ocurre si se juzgan las cosas a partir del otro elemento de atraccin de la tecnologa antes mencionado, esto es, su calidad de instrumento por excelencia de la vida cmoda. Es en ese punto en que se entronca la tecnologa de manera ms ntima y ms universal con las ilusiones de la modernidad. Pues si el clculo del poder es propio de las lites y, ms limitadamente, de las lites polticas y militares, el clculo de placer, el clculo felicfico como lo denominaba Bentham, es la mercanca ms universal del momento y ocupa el lugar que otrora atribuan los filsofos al sentido comn, en realidad, se puede decir que es su contenido real. Pero aunque jams ha estado ms errado el sentido comn, seguramente nunca ha estado tampoco ms empeado en perpetuar su yerro. Esta pertinacia est ntima y estrechamente relacionada con la naturaleza misma de las contradicciones centrales de la poca generadas por la primaca del industrialismo como eje definidor de las formas de vida. Hay tres elementos a tener en cuenta para comprender esa contradiccin. El primero es el que venimos sealando, que se expresa en una universalizacin o globalizacin de las expectativas. Hoy el modelo de vida dependiente del industrialismo y solamente garantizable por l es el paradigma universal que se adopta ms all y a pesar de las idiosincrasias particulares de cada regin del mundo. La fuerza de fondo ms movilizadora, la que m aliento puede dar a los grandes movimientos sociales es el anhelo de alcanzar niveles de comodidad y de bienestar que solamente el uso de aparatos y bienes industrialmente producidos y de servicios tecnolgicamente generados pueden dar. Ni los ms duros e intransigentes fundamentalismos son capaces de contrarrestar y disminuir los mpetus generados por la globalizacin de las expectativas. El sentido comn muestra en eso una flexibilidad y una astucia infinitas: siempre encuentra vas para tornar compatibles las ansias de vida beatfica y de premios celestiales, con el deseo de comodidad terrenal. Parte de la ilusin, de otro lado, es que las trabas que se deben enfrentar para tener acceso al goce de los placeres del industrialismo son superables, que se trata de obstculos artificiales, de ndole bsicamente poltica. Esta ilusin es lo que hasta hace poco alimentaba y daba energas a las utopas socialistas y las converta en fuerzas revolucionarias. No era determinante en eso slo el ansia de justicia, sino tambin el de prosperidad. No hay que olvidar que el marxismo, por ejemplo, prometa una prosperidad compartible por todos, universal. El no poder concretarla ni siquiera al mismo nivel que el alcanzado por el capitalismo signific su perdicin y su desprestigio. Pero lo cierto es que hoy sabemos que Marx estuvo equivocado en un punto central: las trabas que limitan la universalizacin de los beneficios del industrialismo no son nica ni primariamente de ndole poltica ni son superables con cambios en la estructura de las relaciones de produccin y en las normas que rigen la propiedad. Hay limitaciones de carcter estructural y material que no son superables de mantenerse intactos e inclumens los postulados bsicos en que se asienta el industrialismo. Sobre esto volveremos luego. Interesa por ahora solamente enunciar los trminos de la contradiccin central de la poca, uno de los cuales es justamente este que estamos buscando formular y que se resume de la manera siguiente: es material y prcticamente imposible universalizar los beneficios del sistema industrial moderno sin generar consecuencias catastrficas para la humanidad que pongan en cuestin no solamente esos mismos beneficios, sino la supervivencia del proyecto de la modernidad como tal, exacerbando hasta lmites incompatibles con la vida civilizada los fenmenos arriba sealados. La contradiccin puede presentarse entonces como el choque entre la globalizacin de las expectativas generadas por el sistema industrial y la no-universalizacin de los beneficios que ese sistema puede brindar.

18

Hay que anotar, y ese es el tercer elemento a ser tomado en cuenta, que la fuerza de la contradiccin depende en gran medida de la creencia en la insustituibilidad del sistema actual, esto es, de la conviccin de que la produccin masiva de bienes y servicios debe adoptar necesariamente la forma que tiene hoy y que, a lo ms, son posibles algunos arreglos cosmticos ms o menos llamativos en la disposicin de los elementos centrales del industrialismo (v.g. superacin del fordismo; reacomodo de la relacin mercado/planificacin;: redefinicin del papel del estado; robotizacin acelerada; etc.). La fuerza de la argumentacin en que se sustentan el neo-liberalismo y tesis como las de Nozick sobre el fin de las utopas o la de Fukuyama sobre el fin de la historia deriva y depende enteramente de esa conviccin. LOS BLOQUES DE PODER. EL NUEVO ORDEN Y LA NATURALEZA DE LOS CONFLICTOS ACTUALES Igual que los estados-naciones se han peleado para dominar territorios, despus para dominar la disposicin y explotacin de materias primas y de mano de obra barata, es pensable que se peleen en el provenir para dominar las informaciones. As se abre un nuevo campo para las estrategias industriales y comerciales y para las estrategias militares y polticas. JEAN FRANCOIS LYOTARD En la segunda mitad del siglo pasado se forj, desde diversas perspectivas, una gran esperanza. Se lleg a creer que en un plazo relativamente breve sera posible superar los particularismos excluyentes y conformar una suerte de gran repblica universal. Esta creencia fue especialmente acendrada en los cuarteles de la tradicin socialista. Testimonio de ello son las grandes discusiones sobre el internacionalismo y las funciones del nacionalismo. Anarquistas y comunistas por igual apostaban al advenimiento de una humanidad unificada por la solidaridad y unos y otros compartan al conviccin de que el actor capaz de generar tan importante revolucin poltica sera el proletariado que no solamente era la clase mayoritaria, sino que adems tena una colocacin estratgica en el aparato productivo que sostena el sistema y estaba potencialmente libre de las trabas y egosmos que impedan a las otras clases asumir un papel emancipador sin reticencias. Esta hermosa mitologa sufri un primer golpe con el estallido de la Gran Guerra y la consiguiente explosin de entusiasmo nacionalista que suscit entre las clases trabajadoras. Luego, el advenimiento de la Revolucin de octubre permiti a los observadores ms lcidos advertir que la clase trabajadora no pareca destinada a asumir ningn protagonismo determinante y que, en realidad, el protagonismo le corresponda al estado y las grandes corporaciones, o, para decirlo ms directamente, a las burocracias y legiones de servidores pblicos y trabajadores de cuello y corbata que controlan las riendas de la administracin de los aparatos polticos y econmicos de los modernos estados-nacin. Las pioneras amonestaciones de James Burnham son ilustrativas al respecto. La transicin del capitalismo no sera hacia el socialismo y, por consiguiente, a la sociedad universal sin clases, sino a una sociedad con fuertes propensiones totalitarias: la sociedad de los gerentes. Esta digresin tiene un solo sentido: establecer una analoga con lo que est sucediendo ahora con los eatados-nacin. Siempre se pens que stos podan solamente ser sustituidos por una repblica universal en la medida en que el capitalismo haba globalizado la economa. La implacable realidad muestra sin embargo ahora con absoluta claridad que, por lo menos para el futuro que es relevante, es decir para el futuro que involucrar adems de la presente a las generaciones inmediatas, el escenario que se ofrece es el de un mundo dividido en dos tipos de entidades polticas: 1. Bloques supra-nacionales, dotados de territorio extenso, de poblacin numerosa y de capacidad de creatividad tecnolgica.

19

2. Pequeas naciones con mucha o poca poblacin y territorio, pero sin capacidad de creatividad tecnolgica, es decir, estructuralmente dbiles. A esta divisin poltica parece que corresponder una rgida y terrible bifurcacin antropolgica, una suerte de desdoblamiento de la naturaleza humana. Lejos de haberse multiplicado los esperados indicios sobre la constitucin de una sola humanidad universal, las tendencias dominantes son ms bien a consolidar dos tipos humanos radicalmente diferenciados: el hombre del norte industrializado y el homnculo del sur atrasado. Respecto de este asunto es particularmente importante saber evitar el encantamiento de las apariencias. En efecto, el discurso de la globalizacin y la revolucin informtica y comunicativa empuja a un error de apreciacin muy grave, a saber, la confusin de la universalizacin de las expectativas con la homogenizacin efectiva de las formas de vida. La universalizacin de las expectativas, segn se tiene dicho, es sobre todo un elemento a ser teido en cuenta para explicar la agudizacin de los conflictos, pero tiene muy poca utilidad para caracterizar la condicin humana real de los hombres del sur y para diagnosticar el sentido de los procesos polticos en curso. Un indicio de esta confusin es el pertinaz discurso de la modernizacin. Tan fuerte es el efecto distorsionador de las apariencias que los procesos de deterioro y de masificacin desordenada e inconducente que tienen lugar en las sociedades no-industrializadas son vistos por muchos tericos y analistas como movimientos de modernizacin, olvidando que la nica modernizacin relevante es la que se basa en la extensin del industrialismo. Este complejo proceso de dualizacin del mundo va por cierto aparejado de un reordenamiento de los sistemas de administracin y, por consiguiente, de las estructuras de poder del sistema mundo. El poder de mando y de decisin se concentra en los bloques de poder, y aunque est por definirse la modalidad de la jerarquizacin, esto es, si las estructuras de dominio obedecern a un modelo uni-, bi- o multipolar, llo que es cierto es que solamente estn en la competencia las grandes potencias dotadas de una infraestructura industrial significativa y, sobre todo, de capacidad de creatividad tecnolgica. Al respecto hay que sealar que si bien en toda la historia pasada de la humanidad ha habido dominados y dominadores, privilegiados y marginados, esclavos y seores, nunca antes el abismo entre unos y otros ha sido tan marcado ni nunca antes las tendencias al ahondamiento de las diferencias han sido tan vigorosas. Esto permite afirmar que estamos asistiendo al proceso de generacin de dos fenmenos complementarios que carecen de precedentes. Una es la condicin que puede ser denominada de privilegio absoluto, mientras que la otra deber ser correspondientemente denominada de debilidad absoluta. Decimos que hay privilegio absoluto de una porcin de la humanidad sobre el resto cuando esa porcin no solamente disfruta de condiciones de existencia inconmensurablemente superiores, juzgadas en trminos de confort material y de posibilidades de accin, a las del resto, estando a la vez dotada de los medios necesarios para incrementar las distancias, sino que adems est en condiciones de ejercer un poder avasallador e irresistible sobre las partes no privilegiadas. Teniendo en cuenta el hecho que el industrialismo tal y como es ahora es un fenmeno nouniversalizable debido a las insuperables trabas materiales y sociales existentes, resulta fcil inferir que los procesos de dualizacin y la conformacin de una nueva estructura de mando tendrn que ir ntima e indisolublemente ligados a la introduccin de frmulas de exclusin muy rgidas. Este hecho se hace ms patente cuando se recuerda que la Procin de la humanidad que no puede beneficiarse con las ventajas materiales que comporta el industrialismo debido a su no-universalizacin es la inmensa mayora de los habitantes del planeta. Esto significa que la fuerza del proceso fsico de dualizacin se agregar, para confirmarlo en su direccin y acelerarlo, una decisin poltica consciente. Esta obviamente incidir sobre las formas que asuma la estructura de mando y de gestin del sistema mundo. Algunos indicios permiten vislumbrar las maneras cmo podra configurarse este sistema de mando y control del sistema-mundo en las nuevas circunstancias. Por lo menos en lo que respecta a la cosa econmica, hay una larga tradicin de concentracin monoplica en manos de los siete grandes, tres de los cuales adems pertenecen al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Una pregunta abierta es ciertamente si el nivel de unidad alcanzado durante la etapa de la guerra fra, que en muchas ocasiones permita pasar por alto discrepancias y conciliar intereses a costa de sacrificios significativos en aras de la salud de las alianzas polticas y por consideraciones de seguridad, podr mantenerse en las nuevas

20

circunstancias de post-guerra. Una posibilidad, muy destacada por los tericos de las relaciones internacionales, es que se agudice la tendencia a la exacerbacin de las rivalidades econmicas entre los site, que, en realidad, son tres: el bloque norteamericano (USA- Canad); el bloque europeo (la CEE) y el bloque asitico (Japn). Sin entrar ahora a discutir esta posibilidad a fondo, es tal vez importante sealar de paso dos cuestiones a ser tenidas en cuenta. La primera es el asunto de la presunta primaca de lo econmico en la determinaciones de las relaciones internacionales. Ya arriba se han hecho algunas observaciones al respecto. Aqu baste con recalcar que la experiencia histrica reciente ofrece numerosos ejemplos que ponen en duda esta tesis. La segunda cuestin deriva directamente de la argumentacin precedente en el sentido que la hiptesis de partida supone que se asuma como central el proceso de dualizacin, dentro del cual las rivalidades econmicas mantendrn sin duda un peso especfico, pero no podrn ser determinantes. En otras palabras, las contradicciones entre los poderosos, avanzando el proceso de dualizacin, debern tender a subordinarse al antagonismo norte/sur generado por la no-universalizacin de la industrializacin. Esto significa que el eje de la vida poltica global, de acuerdo a esta hiptesis, debe ser la contraposicin entre privilegio y debilidad absolutas. Debemos en este sentido debemos suponer que primar un movimiento a la cristalizacin de un centro de toma de decisiones global, que adems del monopolio del manejo de la cosa econmica, tienda, cada vez de manera ms pronunciada, a ejercer un monopolio en el manejo de la cosa poltica. La coalicin forjada a partir de la iniciativa anglo-sajona para preparar y llevar a cabo la guerra del Golfo es un anticipo, todava rudimentario, pero muy revelador de eso. Las grandes potencias definen un ncleo bsico de intereses comunes irrenunciables y un esquema rgido de valores incuestionables y los proyectan como elementos centrales de la legalidad internacional. Luego, de manera consecuente, se dotan de los medios militares adecuados para imponer ese legalidad, arrastrando tras s, mediante una combinacin de coercin y negociacin poltica, al resto de los pases del mundo. En este esquema es bsico que la coalicin justiciera sea real y efectivamente mayor que la coalicin de quienes estn dispuestos a apoyar al pas que, en un momento dado, encarne al mal, es decir, las tendencias disgregadoras dentro del sistema mundo. Como es usual en los esfuerzos de afirmacin de un nuevo cdigo de valores o de una nueva norma general, quienes estn interesados en su