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Nos lanzamos a una carretera de curvas sinuosas de verde intenso con el mar Caribe de fondo. Desde Santo Domingo hasta Pedernales, en la frontera con Haití, recorremos el 'sur profundo' a 45 km/h para saborear la carretera panorámica más colorida y auténtica de República Dominicana a ritmo de bachatas y merengues. LA RUTA DESCONOCIDA Texto: Rosa Marqués. Fotografía: Félix Lorenzo. BIENVENIDO AL PARAÍSO La famosa curva de Paraíso, precede a la localidad del mismo nombre, e inaugura el tramo del trayecto de mayor colorido y belleza de la ruta.

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Page 1: DESCONOCIDA - Casa Bonitacasabonitadr.com/es/wp-content/uploads/2016/08/conde_nast_traveler... · la piel los esclavos africanos –la esperanza de vida en estas fábricas no superaba

Nos lanzamos a una carretera de curvas sinuosas de verde intenso con el mar Caribe de fondo. Desde Santo Domingo hasta Pedernales, en la frontera con Haití, recorremos el 'sur profundo' a 45 km/h para saborear la carretera panorámica más colorida y auténtica de República Dominicana a ritmo de bachatas y merengues.

LA RUTA

DESCONOCIDA

Texto: Rosa Marqués. Fotografía: Félix Lorenzo.

BIENVENIDO AL PARAÍSO La famosa curva de Paraíso, precede ala localidad del mismo nombre, e inaugura el tramo del trayecto de mayor colorido y belleza de la ruta.

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TPero reconozco que cuando volví de este último viaje a República Dominicana y pisé tierra en la gri-sácea Europa, sentí por primera vez el mismo dolor punzante en el corazón que ellos, ('exiliados' por el devenir de la vida), cuando se alejan física y espiri-tualmente de este paraíso terrestre. Yo lo experimenté al distanciarme de la provincia de Barahona.

Una inmersión en el 'sur profundo', como llaman los dominicanos a esta zona, te pone de golpe en la onda certera de la dominicanidad que yo solo había intuido en otros viajes más superficiales a la isla. Por eso, esta ruta me pareció una alternativa perfecta e incluso complementaria al sol y playa habitual: tres o cuatro días recorriendo una tierra de agresiva belleza, de acantilados, montañas, desiertos, dunas... a lo largo de una carretera panorámica que atraviesa el alma local y sus modos de vida.

Alquilamos un 4x4 en el mismo aeropuerto de las Américas y nos aseguramos de llevar suficiente material musical para mimetizarnos con los nativos durante los trayectos (atención: hay tiendas de discos 'ripiados' de merengue y bachata por toda la ruta por solo unos cuantos pesos dominicanos. Aquí la SGAE tendría que montar un tribunal de la Inquisición y ni por esas...). Decididos a competir con los enormes altavoces incrustados en cada uno de los vehículos que circulan por el país, nos habíamos armado a con-ciencia de artillería pesada: Wilfrido Vargas, Johny Ventura, Fernando Villalona, Sergio Vargas, Juan Luis Guerra... Sabíamos de antemano que la del volumen era una batalla perdida frente a los nativos, pero en lo que a calidad musical se refiere, no estaba todo dicho, y no íbamos a renunciar tan fácilmente a la victo-ria (también su música ha formado parte de nuestra infancia). Y así, alardeando de 'carro' y de grandes hits, emprendimos sin miedo la ruta en dirección a la provincia de San Cristóbal con una meta clara: alcan-zar la paradisíaca y virginal Bahía de las Águilas, el cielo en la tierra dominicano. Pero como dice el dicho popular: lo importante era el camino.

EL LUJO DE LA SENCILLEZ Abajo, barcas de pescadores en Playa Saladilla, y un joven local vendien-do en la carrete-ra la pesca reciente. A la izquierda, área de la piscina de Casa Bonita Tropi-cal Lodge, un oasis de paz y calma.

Sonaba el maestro Juan Luis Guerra cuando salía-mos de la ciudad de Santo Domingo, con aquel tema suyo de El costo de la vida –hoy tan aplicable a la situación económica de la madre patria– y nos pare-ció una señal enviada a través de las ondas por el omnisciente músico dominicano, que se encargaba de dibujar a su gente con esta letra: "Somos un agujero en medio del mar y el cielo, quinientos años después, una raza encendida, negra, blanca y taína, pero ¿quién descubre a quién?”. Tatareando este clásico entramos en la provincia de San Cristóbal y pasamos por los Bajos de Haina y el cauce de un río que en otros

Tengo muchos amigos dominicanos en Madrid –una de las ciudades más importantes de la dominicanidad, por cierto– y siempre me están hablando de la belleza, de la alegría y del colorido de su tierra con una nostalgia que encoge el alma... "¡Qué le vais a contar a una andaluza!", les digo.

tiempos insufló vida a algunos de los ingenios de caña de azúcar más importantes de la isla. Aquí se dejaron la piel los esclavos africanos –la esperanza de vida en estas fábricas no superaba los siete años de vida–. Hoy las ruinas de estos ingenios, como el de Boca de Nigua, construido en 1600 y muy próximo a nuestra ruta, se postulan en la actualidad para convertirse en patrimonio mundial de la Unesco por la historia que representa. Aunque en la actualidad la primera fuente de riqueza de Dominicana es el turismo, hasta

Desayunamos acariciados por el silencio del entorno, un silencio que tras la batalla musicalcon los nativos tenía un valor incalculable

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E1975 la caña de azúcar fue la primera industria del país. Afortunadamente más adelante usó animales y máquinas en vez de seres humanos. En los años 80, aquello llamado 'Turismo' nacería en Puerto Plata enviando al baúl de los recuerdos las clásicas escenas de campos de caña. Con ellas, también se marcharía la única fuente de ingresos de muchas comunidades rurales aledañas que tuvieron que emigrar. Lo que ha quedado del negocio de la caña está en manos de una sola familia y el trabajo en el campo lo realizan los inmigrantes haitianos, el último eslabón social por estos lares.

Volvió a sonar la música reveladora en el interior del coche: Johnny Ventura y sus Caballos cantaban otro clásico, el merengue El pique: “Hay un grito gritando en la caña, grito de la mocha y de la boca haitiana... Vengo con un pique, vengo del batey, de ver tanta gente sin na que comei”.

Entrando a la provincia de Peravia, el paisaje del entorno de Baní nos saludaba con sus guazábaras, cactus e iguanas. La capital del mango celebraba estos días su gran festival internacional en el que participan todos los productores del codiciado mango banilejo mostrando toda la variedad de productos que se extraen de él. A ambos lados de la carretera, el colorido de los puestos y el aroma dulzón te obligaba a

extinción se enfrentan al avance del hormigón gracias a la prosperidad que alcanzan las familias receptoras de las remesas constantes de los llamados dominican york, los dominicanos emigrados a Nueva York en los años 70' y 80'.

La carretera continuaba hacia Azúa y a la salida de Baní un buen puñado de puestos de artesanos la salpi-caban para ofrecer sus pilones (morteros) fabricados en madera de buayacán. Como me desconcertó el tamaño de algunos, pregunté para qué servían desde la ventanilla del coche y alguien me contestó que era "un utensilio de la mujer dominicana" (como si fuera la extensión de un brazo o algo así), y que servían para machacar el grano de café y/o de cacao (osea, un mortero a lo grande). En el interior del coche sonaba entonces Abusadora, del divertido maestro Wilfrido Vargas (cuyo disco Los años dorados recomiendo escuchar para entender al dominicano de a pie). La visión de estos morteros sobrenaturales me traía la imagen de esas esposas dominicanas machando el grano con desdén mientras cocinaban el almuerzo para sus maridos e ideaban servirles, de segundo plato, una vengaza bien fría. Tal vez el hecho de que Wilfrido cantara entonces El Barbarazo en el interior del coche, tuvo algo que ver con esa visión de la mujer dominicana en plan vendetta. Wilfrido decía así: “Qué barbaridad, lo que tú me has hecho, entregarte a otro

en mi mismo lecho... con mi propia toalla se secó el sudor, que deja el cansancio de hacer el amor... Qué descaro tuvo el que fue tu amante, usar mi mujer, mi desodorante...”. Estallamos en carcajadas en el interior del vehículo y, a golpe de merengue, nos plantamos en plena Bahía de Ocoa bajo un sol radiante y un alegre ritmo.

El azul intenso del mar Caribe lo inundaba todo y los plátanos verdes formaban ramilletes que ponían un punto y seguido a este festival de colores caribeños que se iba presentando por la carretera. Estos plátanos, al parecer, eran casi tan célebres como las batallas con-tra los haitianos que habían tenido lugar en la zona. Algo flotaba en

esta atmósfera que envalentonaba a sus habitantes, entre los que se encontraba el legendario cacique Guarocuya, quien se levantó contra los españoles para lanzar el que dicen fue el primer grito de libertad de América (allá por 1519). La estatua del revolu-cionario, al que los españoles llamaron Enriquillo, preside la ciudad pero él fue solo uno (tal vez el más conocido) de los seis caciques que organizaban la isla antes de la llegada de los colonos. Comentábamos sus

DE PLUMAS Y COLORESEl avistamiento de aves impulsó el turismo verde en la zona de Barahona y hoy sigue siendo uno de sus reclamos. Entre las aves endé-micas de la isla destaca la His-paniolan Trogon. La Laguna de Oviedo es per-fecta para esta práctica.

LA MEZCLA DOMINICANALos taínos llega- ron primero, un grupo étnico procedente de América del Sur que se extinguió con la llegada de los coloniza-dores españo-les (1492), quie-nes trajeron grandes cantida-des de esclavos de África Occi-dental (1506).

BACHATA VERSUS MERENGUEAmor y desamor son los temas clá-sicos del meren-gue y la bachata dominicanos. Y artistas como Juan Luis Guerra, pero también Wilfrido Vargas, Jonhy Ventura, Fernando Villalona, Sergio Vargas, Rubby Pérez... algunos de sus intérpretes.

EL CARIBE AGITADO Vistas de los acantilados desde el hotel Playa Azul, un mar relativamente embravecido de aguas cristalinas.

detenerte y a comprar un puñado a muy buen precio.La ruta atravesaba esta localidad de dulceros de la

que no te puedes marchar sin probar un coco con leche en Las Marías. Sus habitantes también tienen fama de comerciantes intrépidos y sus colmados (tiendecitas de barrio), se han expandido por todo el país. Nuestro coche, ya rebosante de mangos, circulaba por la plaza del Pilón entre las casitas de madera coloridas que salpican la ciudad. Estas construcciones en peligro de

LA VIDA ES BELLA El hotel Casa Bonita Tropical Lodge sigue fiel al toque rústico y el amor por su finca y las comunidades aledañas del señor Polibio Díaz. Abajo, el lounge y restaurante del hotel. A la derecha, la suite Ocean View con pisicina infinity y el mar en el horizonte.

CALIDAD DE VIDA Arriba, flamencos en Lago Enriquillo. A la izquierda, la cocinera de Casa Bonita Tropical Lodge tras recolectar de la huerta orgánica del hotel algunos ingredientes. Abajo, el paisaje espectacular camino, en lancha, hacia Bahía de las Águilas.

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"Aquí está Dios", gritó entu-siasmado el propietario del rancho desde el que se partía en lancha hacia Bahía de las Águilas

EL RÍO MÁS CORTOA 500 metros del mar Caribe, en la sierra de Bahuruco, nace este río que forma el popular Balneario de Los Patos, un lugar agradable donde pasar un domin-go al estilo local.

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Abiografías cuando llegamos a la bifurcación que subía a San Juan de la Maguana. La gente vendía de todo en la carretera y se podía comprar desde el vehículo (incluso calcetines). Pero lo que a mí se me antojó fue el casabe de yuca, alentada por la idea de paladear un fósil gastronómico, el prehispánico pan taíno cuya elaboración hoy sigue siendo la misma.

Entramos a la localidad de Barahona, la ciudad natal de la Reina del Technicolor, la actriz María Mon-tez, una belleza del cine 'hollywodiense' de los años 40 y 50, hija de padre canario y madre banileja. Murió muy joven, a los 39 años, de un ataque al corazón pero ya convertida en un mito del cine. Su cuerpo yace en el cementerio de Montparnasse, rodeada de un paisaje radicalmente opuesto al que la vio nacer. A la vista de aquella luz maravillosa sobre el mar turquesa, no pude evitar sentir verdadera lástima por aquella diva 'exiliada' y estresada tan lejos de su tierra.

La distendida carretera panorámica atravesaba Barahona. Parecía como si todas las mujeres que andaban por los alrededores se hubieran puesto de acuerdo para llevar los rulos en la cabeza (más tar-

de me explicaron que aquí el salón de belleza es un ritual independientemente del nivel económico que se tenga). Habíamos contabilizado muchas cabezas con rulos cuando nos dimos cuenta de que era sábado y lo entendimos todo: los preparativos para la 'rumba' de la tarde/noche no habían hecho más que comenzar. En nuestro 4x4 sonaba Woman del Callao, de Juan Luis Guerra, y en las decenas de colmadones (extraña combinación comercial y nativa de supermercado, bar, discoteca y banca de apuestas a orillas de la carre-tera) ya se había iniciado la batalla de decibelios.

A nosotros aún nos quedaba trayecto para alcanzar nuestro alojamiento a medio camino de la ruta. Pero el sopor se había instalado en el interior del vehículo y necesitábamos un baño refrescante. Playa Saladilla era perfecta, justo a la salida de Barahona, abrazados por la sierra Martín García a nuestras espaldas. Cuando bajamos del vehículo nos dimos cuenta: estábamos prácticamente solos. No había nadie en la playa, solo unos jóvenes pescando en las aguas cristalinas que contrastaban con la no poca basura que, tristemente, se esparcía por la orilla (alguien debería hacerse cargo...).

Estábamos a cinco minutos en coche del hotel Playa Azul, un farallón sobre un acantilado que presumía de restaurante gastronómico, por lo que decidimos almorzar aquí. La arcada que daba entrada al hotel (con un punto de fuga que conducía la mirada al telón azul del mar de fondo) prácticamente nos absorvió y entramos en aquella pintura. Sylvain, un francés afin-cado en Barahona hacía 14 años, era el propietario. Desde entonces, trabajaba por generar un turismo de naturaleza internacional que ya había arrancado en la zona hace años con los amantes del avistamiento de aves. El helipuerto del hotel daba una pista sobre el tipo de clientela nacional que frecuentaba la zona (la casa de al lado era de un ministro, según nos contó).

Después de almorzar, continuamos nuestro camino buscando otra playa apacible donde echarnos una siesta. En la carretera, la explosión de los flamboya-nes en plena temporada de flor (junio, julio y agosto) inundaba el camino de rojos y naranjas. Dejamos atrás un 'club gallístico', muchas más señoras con rulos y, un grupo de niños abastenciéndose de mangos –con la vieja técnica de lanzar uno para descolgar otro– bajo

un ejemplar enorme al borde de la carretera. Justo al lado de esta pandilla, se encontraba el camino de arena que conducía a Playa Quemaíto, una playa popular de aguas transparentes (protegida del oleaje caracterís-tico de la zona) y salpicada de cabañas de pescado-res dispuestos a prepararte el mejor pescado fresco. Abrazando la playa, una vegetación exuberante. Era el lugar perfecto para descansar y tomar un baño. Así que nos acomodamos bajo la apacible sombra de los almendros de playa, mientras observábamos a un gru-po de niños de entre tres y cinco años que jugaban sin miedo a cazar avispas con botes de cristal.

A la caída del sol llegamos a Casa Bonita Tropical Lodge, la antigua casa de verano de la familia Schiffi-no, hoy convertida en un Small Luxury Hotels, pione-ro en turismo responsable de la zona, y con un spa que realmente valdría por sí solo todo el trayecto. La hora del atardecer era mágica sobre el área de la piscina, con palmeras creciendo desde su interior. La luz, la música, la paz que se respiraba, la montaña a nuestras espaldas, la reducida y exclusiva clientela... Todo era

Era una alternativa perfecta a la Dominicana de siempre: acantilados, dunas, desiertos, montañas... Una tierra de agresiva belleza.

SOBRE AGUAS MINERALIZADASCanopy tour en Casa Bonita Tropi-cal Lodge, una de las actividadesmás divertidas, en torno al río Bauru-co que pasa por la finca. En mitad de la corriente, el spa realiza trata-mientos de masa-jes en los que el sonido del agua ejerce su función curativa.

PARA TODOS LOS GUSTOSArriba, pozas del Balneario de San Rafael y paisaje de cactus e igua-nas camino de Pedernales. Abajo, recepción del spa de Casa Bonita Tropical Lodge, un habitante del spa y la piedra semi-preciosa local, el Larimar que se extrae cerca de Barahona.

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Cperfecto. Mientras cenábamos por la noche en aquel lugar maravilloso, organizábamos nuestra excursión a la paradisíaca Bahía de las Aguilas para el día siguien-te. Pero en vista del oasis y deseosos de experimentar algún tratamiento de su spa integrado en el bosque tropical, decidimos regresar y alojarnos más días. A la mañana siguiente, desayunamos acariciados por el silencio sonoro de la naturaleza en su estado más puro. Un silencio que tras nuestra batalla musical con los nativos tenía un valor incalculable. Ese placer sumado al jugo de piña recién exprimido, al pan, la mantequilla y la mermelada de guayaba (todo casero) me hicieron tan feliz que casi dudé de que Bahía de las Águilas fuera la meta (y no esta).

Aun así partimos en dirección a la localidad de Paraíso. Un sinfín de mariposas amarillas parecían acompañarnos volando en fila india a la altura de las ventanillas del vehículo. Eran grupos de seis, ocho, diez... Pero tantos grupos y tan constantes que cuando nos detuvimos a mirar el paisaje en la famosa curva de Paraíso (con el pueblo a tus pies y el mar de fondo), los grupos de mariposas amarillas nos adelantaban como si fueran equipos de miniciclistas alados. Era un espectáculo propio de una novela de García Márquez.

Fuimos dejando uno a uno los balnearios de pozas de agua dulce a orillas del mar, donde los locales pasan el tiempo a remojo los fines de semana. El ritual

es el siguiente: junto a unos chirinquitos donde se pre-para el pescado fresco, se toman yaniquiques, batata dulce y mucha cerveza y mucho ron con la música a un volumen realmente increíble. Nos detuvimos en el de Los Patos (por allí pasa camino del mar, el río más corto del mundo, nacido en la sierra de Bahoruco, a solo 500 metros del Caribe).

Entre curvas que descendían bajamos hacia la Laguna de Oviedo, un paraíso de agua dulce para las aves, de 27 km2 de extensión. En este punto se iniciaba el parque nacional Jaragua. La excursión por el inte-rior del lago y sus 24 islas merecía la pena (por lo que la apuntamos para otra jornada).

Cuando sobrepasamos esta frontera imagi-naria, el paisaje comenzó a mutar rápidamente. Los cactus se elevaban como manos de largos dedos. La tierra se volvió rojiza por la proximidad de las minas de bauxita y, en unos minutos, el verde agresivo de la curva de Paraíso y el turquesa del mar quedaron reem-plazados por un paisaje casi desértico y deshabitado. Solo la carretera y nosotros (esta vez sin música). Finalmente, enfilamos Cabo Rojo y el paisaje volvió a mutar. De repente, una playa llena de uvas de playa y pelícanos nos indicó que volvía la vida y estábamos cerca... El Rancho Bahía de las Águilas era el punto donde debíamos tomar la lancha que nos llevaría hasta

CÓMO LLEGARAir Europa (aireuropa.com) vuela de Madrid a Santo Domingo des-de 900€ ida y vuelta. Desde el aeropuerto de Las Américas puedes alquilar tu 4x4 para hacer la ruta.

DÓNDE DORMIRCasa Bonita Tropical Lodge (Ctra. de la Cos-ta, km 17, Bahoruco; tel. +809 540 5908; casabonitadr.com; HD: desde 156€) es una antigua casa solariega tropical de la familia Schiffino, enclavada en un alto desde donde se divisa el espectacular entorno. Miembro de Small Luxury Hotels of the World, cuenta con 12 habitaciones. Su spa es un concepto único en mitad del bosque tro-pical en el que la única música que oirás son las javillas al romper en el suelo, los insectos y el río en el que se practi-can tratamientos (con masajes en una cama en medio del cauce). Su temazcal es otra de las experiencias recomen-dables y el área de re-lajación, lectura y yoga está abierto todo el día. Te recomendamos que camines la senda ecológica y la hagas en bicicleta (si estás en forma). Otro alojamiento más sencillo, sobre un acantilado, es el Hotel Playa Azul (Ctra. Barahona-Paraíso, km 7; tel. +809 424 5375; HD: desde 56€/pers., desayuno incluido), con vistas y actividades relacionadas con el avis-tamiento de aves. Más

escondido y alejado del mar (a 38 km de Bara-hona) pero con un sinfín de posibilidades (kayak, caballos, caminatas, toboganes, bicicletas...) es Rancho Platón (Pº de los locutores, 12, en-sanche Piantini; rancho-platon.com; HD: desde 66€). Perfecto si vas en familia. Cuenta con cuatro tipos de caba-ñas en madera (con to-dos los detalles), piscinas naturales, restaurante...

QUÉ COMPRARSubiendo por la carrete-ra que va de Barahona a Lago Enriquillo se encuentran algunos de los artesanos de la piedra larimar. En la casa de César Félix, que lleva 13 años trabajándola junto a su mujer, podrás hacerte con piezas que luego se venden en los talleres de joyería (una libra, unos 3.200 pesos).

DÓNDE COMEREn Playa Quemaíto, a pocos kilómetros de Ba-rahona, encontrarás este lugar ideal para co-merse un pescado fres-co frito preparado por los propios pescadores. Es un lugar virgen que no cuenta con infraes-tructuras pero la sombra de los almendros y las hamacas improvisadas hacen que sea un lugar mágico. El restaurante Hotel Playa Azul (km 7, Carretera Barahona-Paraíso; tel. +809 424 5375) puede ser un buen alto en el camino. Sirve cocina local con un toque francés. En cual-quiera de los Balnearios encontrarás la típica

cocina dominicana. Pero si quieres probar una versión realmente sabrosa, tendrás que llegar hasta el Rancho Bahía de las Águilas. Su propietario, Santiago Rodríguez, pescador y antiguo proveedor del famoso Capitán Cook, sabe de lo que habla y lo que pesca. El plato es-pecial es el Bahía Tongo. Pero prueba también su langosta a la plancha, el lambí y el moro de gandules.

QUÉ HACERImprescindible alcanzar Bahía de las Águilas, de-clarada Reserva Mundial de la Biosfera. Puedes hacerlo por tu cuenta (con cuidado si te pilla la noche en esta carretera de curvas y tráfico de camiones) o alquilar la excursión en tu hotel o con Barahona Ecotur (ecotourbarahona.com). Consulta la temporada en que las tortugas carey salen del mar a poner sus huevos. Otra excursión recomenda-ble es la de la Laguna de Oviedo que pertenece al parque nacional Jara-gua, un área importante para la conservación de las aves. Hay gran diversidad, especies en-démicas, cuatro tipo de mangles... El recorrido se hace en yola (una pe-queña embarcación de madera) y realiza un tour por el archipiélago de la laguna. Si quieres visitar las Minas de Larimar se toma un desvío en la carretera de la sierra de Bahoruco hasta alcanzar el pueblo Los Cheche-ses y Las Filipinas.

la playa más virginal que hubiéramos visto nunca. Pero también, dicho sea de paso, uno de los lugares donde mejor se comía de todo el suroeste de la isla.

“¡Aquí está Dios!” gritó entusiasmado el propie-tario del rancho cuando nos recibió y entendió que éramos periodistas decididos a dar fe de tanta belleza. “La naturaleza aquí es riquísima”, continuó, relatán-donos cómo se había ido haciendo con este área antes abandonada (siempre pensando en verde). Formado en ecoturismo con sus propios medios, este antiguo pescador había organizado un cámping, lanchas para alcanzar la remota bahía virginal, buceo, pesca, esnór-quel... y además se había tomado la responsablidad de limpiar la bahía de la basura que dejan los insensatos y de denunciar a políticos no menos conscientes.

Finalmente partimos en la lancha bordeando las rocas coralinas que formaban esta bahía con forma de águila. Calas minúsculas en las que no había cober-tura, si acaso algún ser humano que había elegido detenerse allí las tres horas de la excursión. Cuando pisamos la ''arena-harina' de la playa principal, dece-nas de caracolas inmaculadas descansaban en la orilla junto con maderas de caprichosas formas, esponjas y estrellas de mar... Bajo la sombra de una uva de playa, sentí el abrazo sereno y reconciliador de la Madre Naturaleza. En ese momento recordé la frase del pro-pietario del rancho. Aquí está Dios, me repetí.

CONTRASTES CARIBEÑOS En la carretera, la explosión de color de los flamboya-nes en flor (duran-te junio, julio y agosto) inunda el camino de rojos y naranjas. Arriba, la entrada al camino que conduce a Playa Quemaíto y unos vecinos con pan para vender en su colmadito.

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LA VERSIÓN 'ECO' DE LA ISLA