desarrollo de las ciencias desarrollo social

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Desarrollo de las ciencias y desarrollo social : GABRIEL GYARMATI U na problematización Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile "Todo conocimiento y toda actividad científica conducente a aumentarlo son intrínsecamente buenos". "Todo lo que puede hacerse para aumentar el conocimiento científi co debe hacerse". "La ciencia tiene su propia dinámica interna, autónoma, independiente del ordenamiento económico, social y polí- tico de la sociedad en la cual se inserta". Cuando una comunidad acoge és- tos como postulados básicos del quehacer científico, entonces la ciencia se convierte en ideología. El profesor Gyarmati pone en tela de juicio postulados de esta índole en cuanto, a más de hacer de la Ciencia una ideología, hacen que el esta- mento científico olvide la dimensión política de su actividad e indirectamente legitime determinadas estructuras de dominación, tanto a esca la nácional co - mo internacional. Con elJo quiere resaltar la dependencia científiéa y t ecno- lógica con sus consecuencias ideológicas y políticas en los países no indu s- trializado s. Efectivamente, según el autor, "la ciencia grande", es decir, la ciencia como institución social, ha quedado integrada a las estructuras eco- nómicas y político-militares de los países industrializados, sobr e la base de una retroalimentación planificada. A partir de estos planteamientos, el artíc ulo reitera la crít ica a la su- puesta neutralidad de la ciencia y a la manera "inocente" de hacer ciencia, dado que "su uso para l egitimizar las estructura s de poder, es netamente ideológico". Cien. Tec. Des. Bogotá (Colombia), 9 (1-4): 1-240, Ene.-Dic., 1985 21

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Desarrollo de las ciencias y desarrollo social : GABRIEL GYARMATI

U na problematización Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile

"Todo conocimiento y toda actividad científica conducente a aumentarlo son intrínsecamente buenos". "Todo lo que puede hacerse para aumentar el conocimiento científico debe hacerse". "La ciencia tiene su propia dinámica interna, autónoma, independiente del ordenamiento económico, social y polí­tico de la sociedad en la cual se inserta". Cuando una comunidad acoge és­tos como postulados básicos del quehacer científico, entonces la ciencia se convierte en ideología.

El profesor Gyarmati pone en t ela de juicio postulados de esta índole en cuanto, a más de hacer de la Ciencia una ideología, hacen que el esta­mento científico olvide la dimensión política de su actividad e indirectamente legitime determinadas estructuras de dominación, tanto a escala nácional co­mo internacional. Con elJo quiere resaltar la dependencia científiéa y t ecno­lógica con sus consecuencias ideológicas y políticas en los países no indus­trializados. Efectivamente, según el autor, " la ciencia grande", es decir, la ciencia como institución social, ha quedado integrada a las estructuras eco­nómicas y político-militares de los países industrializados, sobr e la base de una retroalimentación planificada.

A partir de estos planteamientos, el artíc ulo reitera la crítica a la su­puesta neutralidad de la ciencia y a la manera "inocente" de hacer ciencia, dado que "su uso para legitimizar las estructuras de poder, es netamente ideológico".

Cien. Tec. Des. Bogotá (Colombia), 9 (1-4): 1-240, Ene.-Dic., 1985 21

En el presente trabajo me limitaré sólo al examen de las ciencias natu­rales. Lo hago así porque, a mi jui­cio, las ciencias naturales y las socia­les exigen dos distintos tipos de es­quemas de análisis. Estudiarlas como si constituyeran una sola unidad con­ceptual puede conducir a confusión.

Las interpretaciones convenciona­les de la relación entre el quehacer científico y el progreso económico y social, especialmente en el caso de los países poco desarrollados, me parecen truncas y, a veces, incluso erradas. Esto es particularmente peligroso cuando se trata de identificar nuevas opciones para el desarrollo futuro. Creo que una interpretación más ade­cuada requiere un enfoque distinto o, a lo menos, complementario al que comúnmente se emplea. Llamaré este enfoque, en forma tentativa, "la ciencia como proceso político".

Hasta hace unas pocas décadas, la conexión causal entre el desarrollo de las ciencias en un país, y el desarro­llo económico, social y cultural, cons­tituia un verdadero artículo de fe entre los científicos. Y como suele ocurrir con los artículos de fe, había reluctancia para examinar qué parte de ellos corresponde a la realidad ob-

jetiva y qué parte era simplemente ideología. Se suponía que mientras más ciencia se hace, más intenso va a ser el desarrollo y viceversa.

Pero este postulado empezó a cues­tionarse últimamente, tanto en Euro­pa Occidental como en los Estados Unidos. La confianza del público en la ciencia empezó a declinar y el su­puesto de que el desarrollo científico­tecnológico es inherentemente benefi­cioso para la humanidad, ya no se acepta en forma automática.

La razón de este cambio es que surgió una contradicción entre la ra­cionalidad científica y la racionalidad social. Mientras la ciencia, y la tec­nología derivada de ella, se hacen ca­da vez más autónomas y poderosas, los hombres sienten que ellos mismos llegan a ser menos poderosos, menos dueños de su propio destino, preci­samente debido al avance científico­tecnológico. La ciencia es la materia­lización de un concepto de la natura­leza como objeto para ,la manipula­ción y control. Augusto Comte lo ex­presó claramente al decir: "saber pa­ra prever, y prever para poder". La palabra clave es el poder. Esto ine­vitablemente conduce a una visión

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similar de la sociedad y del hombre mismo; se les percibe como objetos de dominación y de control.

La tarea que emprenderé en este trabajo consiste en analizar la rela­ción ambigua entre las dos racionali­dades, la científica y la social, y las consecuencias de esta relación para el desarrollo de nuestras sociedades y para el quehacer científico que se realiza en el seno de ellas. Enfocaré, primero, ,los problemas intrínsecos de la ciencia, planteados en forma ge­neral; enseguida, analizaré los pro­blemas específicos de la práctica cien­tífica en los países subdesarrollados.

1 . Problemas g,enerales del desarrollo científico

Cuando se estudia la ciencia, la dis­cusión generalmente se centra en sus aspectos epistemológicos y metodoló­gicos, es decir, en el modelo abstracto de conocer la realidad y de verificar la validez de los conocimientos para evitar errores inducidos por aparien­cias, juicios de valor, tradición, etc. Pero la ciencia no es simplemente una idea o un modelo abstracto. Es tam­bién una institución social, con su or­ganización, su ideología, un sistema de enseñanza especial para preparar la gente que la va a practicar. Todo ello implica métodos de financia­miento, con múltiples e intrincadas relaciones con las otras instituciones económicas, políticas y culturales de la sociedad'. Confundir el modelo abs­tracto de la ciencia con su institucio­nalización dentro de las sociedades concretas es, como trataré de demos­trarlo, convertir la ciencia en una ideología, con graves efectos políti­cos y sociales.

¿ Cuáles son las características prin­cipales de la ciencia como ideología?

Son las siguientes: a ) Todo conocimiento y toda ac-

tividad científica conducente a aumentar el conocimiento, es bueno per se.

b) Como consecuencia de lo ante-rior, todo lo que en materia de

aumentar el conocimiento científico puede hacerse debe hacerse, porque a la larga todo avance de la ciencia resultará en beneficio de la humani­dad entera.

Vale la pena mencionar que este pensamiento refleja el origen histó­rico de la ciencia moderna que, con algunas variaciones, coincide con el desarrollo del capitalismo. Comparte con él la ideología de la "mano invi­sible", formulada por Adam Smith, según la cual cada individuo, buscan­do independientemente su interés pri­vado en el mercado, a la larga con­tribuye al bien común, aún sin que­rerlo. El surgimiento del capitalismo corporativo, a mediados del siglo pa­sado, hizo que esta ideología gra­dualmente se haya abandonado. Sur­gieron las teorías económicas de la competencia imperfecta o monopolís­t ica, del mercado administrado, etc. Pero muchos dentistas, especialmen­te en los países subdesarrollados si­guen basándose en este concept¿ de la mano invisible, en cuanto a su apli­cación al quehacer científico.

c) La ciencia tiene su propia di-námica interna, autónoma inde­

pendiente del ordenamiento ec~nómi­co, social y político de la sociedad en que ella esté inserta. Dicha dinámica es igual para todo tipo de trabajo científico, no importa si éste se rea­lizaba en el siglo XVII o en la se­gunda parte del siglo XX, en un país super-industrializado o en uno sub­desarrollado.

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El primero de las premisas, con relación al beneficio inherente al co­nocimiento correcto, probablemente tenga validez universal. Pero es un planteamiento sumamente abstracto y a-histórico. Para que adquiera un contenido concreto, es preciso anali­zarlo junto con las otras dos premi­sas. Estas, a juicio mío, están his­tóricamente condicionadas. Dependen de la organización social, política y económica de la sociedad en que la ciencia, como institución, está inser­ta. Si bien el ordenamiento social no afecta los principios abstractos de la ciencia como idea, sí afecta profun­damente al quehacer científico que se desarrolla en épocas y lugares his­tóricamente concretos. Si estas dos premisas podían tener alguna validez antes de la segunda Guerra Mundial después de ella dejaron de tenerla'. La razón es que durante la segunda parte del siglo XX la naturaleza de la ciencia y las relaciones entre ella y la sociedad han cambiado profun­damente. Estos cambios son el resul­tado del surgimiento de la "ciencia grande".

Tradicionalmente, desde sus albo­res en el siglo XVII, la ciencia em­pírica era una actividad realizada por individuos casi aislados o por gru­pos relativamente pequ~ños en el se­no de alguna institución académica. El motor de esta actividad era la cu­riosidad intelectual. Sin duda, tam­bién se esperaba contribuir con ella al bienestar de la humanidad, gra­cias al efecto emancipador del cono­cimiento. Incluso cuando los avances científicos encontraban aplicación tecnológica, la investigación no se hacía con miras a su utilidad comer­cial. Esta se consideraba como una consecuencia accidental, o sub-pro­ducto de ella. Así, la ciencia como institución formaba un enclave den-

tro de la sociedad. Esta última con­tribuia muy poco al desarrollo orga­nizado de las ciencias, excepto por medio de algún pequeño subsidio o a través del financiamiento de la en­señanza superior.

A partir de la segunda Guerra Mundial esta manera, diríamos "ino­cente", de hacer ciencia, cedió ,Jugar a la incorporación directa de las cien­cias a las estructuras militar y eco­nómica de los países industrializa­dos. Se hizo parte integral de dichas estructuras. El desarrollo industrial entró en una relación de retroali­mentación planificada con el queha­cer científico. La ciencia, la tecnolo­gía y su aplicación industrial se fu­sionaron en un solo sistema. Este sistema, a su vez, se conectó estre- · chamente con el estamento militar, formando lo que el Presidente Eisen­hower, en su discurso de despedida en 1960, denominó el "complejo mi­litar-industrial".

Según la UNESCO, más del 38% de todos los científicos del mundo es­tán trabajando en proyectos relacio­nados con las fuerzas armadas. El financiamiento y organización del de­sarrollo de la fuerza nuclear, de la cibernética, la exploración del espa­cio, la computación, y tantos otros, son demasiado conocidos para tener que analizarlos acá.

Aquella parte de la gran ciencia que no está integrada a la esfera mi­litar, es parte del sistema productivo. Un caso clásico es la ingeniería bio­lógica, dedicada a la transformación y creación de nuevos tipos de orga­nismos vivos. Esta rnma de las cien­cias está organizada y financiada ca­si en su totalidad' por las grandes cor­poraciones las que, lo primero que ha­cen cuando se logra algún avance, es

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patentar los resultados para explo­tarlos con fines de lucro. Hay billo­nes de dólares implicados en este nuevo complejo científico-industrial.

No analizaré, por el momento, si este nuevo fenómeno es beneficioso o contraproducente para el bienestar de la sociedad. Lo que deseo subrayar es que actualmente la ciencia, por lo menos aquellas ramas de ella que es­tán experimentando los avances de mayor significación, están insepara­blemente integradas a las estructuras económicas y político-militar de las sociedades industrializadas. Este he­cho es independiente de la posición o los sentimientos del científico indivi­dual, quien puede seguir siendo mo­tivado por su mera curiosidad inte­lectual. Pero el tipo de trabajo que va a realizar depende, en gran me­dida, de la institución en que él de­sarrolle sus actividades y las institu­ciones, quiéranlo o no, promueven aquellas áreas del saber en que el fi­nanciamiento es más abundante. Y éstas áreas corresponden a los inte­reses industriales y político-militares. Se establece así, en forma indepen­diente de la motivación del dentista individual, la retroalimentación pla­nificada en que la ciencia, la econo­mía y la política forman un solo sis­tema integrado.

Es significativo anotar que uno de los últimos avances científicos de im­portancia que se ha realizado en for­ma relativamente artesanal, en forma independiente d'e la ciencia grande, era la investigación realizada por Bárbara McClintock, galardonada con el Premio Nobel de Medicina en 1983, en el área de la genética. Pero este trabajo fue desarrollado en los años treinta y cuarenta, y sus resul­tados finales publicados en 1951, ha­ce más de treinta años.

El hecho de que la ciencia quedó incorporada a las estructuras econó­mica y político-militar, ha cambiado la naturaleza de ella como institución y como quehacer. Seguiré, por el mo­mento, analizando la situación de los países altamente industrializados por­que eHa, como lo mostraré, influye poderosamente en la organización y las actividades científicas en los paí­ses poco desarrollados. Desde luego, ha desaparecido en gran medida la naturaleza autónoma del progreso científico, siguiendo su supuesta di­námica interna. Ahora, el desarrollo científico se planifica a través de la asignación de fondos cada vez más gi­gantescos, de acuerdo con intereses y objetivos externos a la ciencia mis­ma. Este hecho invalida la pretensión de que la ciencia es autónoma e inde­pendiente de las otras instituciones sociales. En este nuevo contexto de las estructuras integradas, ya no se puede separar el quehacer científico propiamente tal del uso que eventual­mente se dará a los resultados de él, ya que las investigaciones se realizan dentro de un esquema planificado con el objeto de alcanzar determinadas finalidades preestablecidas. Esto nos obliga a analizar la legitimidad de la ciencia a la luz de sus relaciones di­rectas con las estructuras de poder de la sociedad en que se establecen dichas finalidades. Ello envuelve im­portantes problemas éticos y políti­cos.

Los sectores que detentan el poder político y económico ( tanto en los países capitalistas como en los socia­listas) insisten en la aparente falta d'e poder de la sociedad sobre los "im­perativos científicos y tecnológicos". Hacen aparecer a la sociedad gober­nada por leyes y principios genera­les más allá de la voluntad de las personas. Hablan de la "dinámica in-

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terna de la ciencia" y de la "lógica interna de la tecnología" que cons­tituirían "imperativos históricos", frente a los cuales la sociedad no tie­ne otro remedio que tratar de adap­tarse lo mejor posible. De esta forma se absuelve a la ciencia de toda res­ponsabilidad moral por los efectos que ella pudiera producir en la sociedad; a su vez, en forma circular, se usa la ciencia para legitimizar el dominio y el proyecto económico y político d~ las élites de poder, ya que ellas simplemente obedecerían a los impe­rativos históricos determinados por el avance científico y tecnológico.

Este uso de la ciencia y de la tec­nología para legitimizar las estruc­turas de poder, es netamente ideoló­gico. Las cosas no se hacen por sí so­las. ¿ Quiénes decidieron si la comu­nidad' quiso invertir su dinero y el conocimiento acumulado por genera­ciones de científicos y profesionales, en aviones supersónicos, en trasplan­tes de corazón, en ingeniería biológi­ca, en viajes a la luna, en bombas atómicas, o en encontrar los medios para paliar la desnutrición y el ham­bre de una proporción creciente de la humanidad? Estas decisiones no las tomaron las "tendencias históri­cas", ni los imperativos de la cien­cia, y mucho menos la comunidad que no ha sido consultada. Las tomaron quienes dominan la economía y la es­tructura político-militar de los países altamente industrializados, en combi­nación con el estamento científico.

No faltaban las voces que llamaban la atención a los peligros potenciales y presentes que significan estas es­trechas relaciones entre la ciencia y las estructuras de dominación. Cien­tíficos eminentes, como Albert Eins­tein, Niels Bohr, Linus Pauling, Ro­bert Oppenheimer, Andrei Sakharov,

y tantos otros, insistieron en que el hombre de ciencia debe oponerse ac­tivamente al uso irracional de sus trabajos por parte de los sectores que detentan el poder. Pero estas exhor­taciones casi siempre se hicieron al científico como ciudadano, instándolo a asumir sus responsabilidades polí­ticas individuales tal como deben ha­cerlo todos los miembros de la socie­dad. Lo único que lo diferenciaba era la mayor profundidad de sus cono­cimientos que daba más peso a su voz. Pero este enfoque experimentó un cambio de profunda importancia con un planteamiento reciente del Papa Juan Pablo II. Lo cito no sólo porque reflej a ,Ja posición de una de las grandes religiones, con considera­ble influencia política, sino porque expresa un enfoque ético-social que está ganando creciente influencia en el mundo.

En numerosas oportunidades el Papa se ha referido a los riesgos que entraña la ciencia grande. Alertó so­bre "las manipulaciones tendientes a modificar el patrimonio genético", que pueden dar origen a "experimen­tos aventurados tendientes a fomen­tar superhombres", o a la creación de seres híbridos subhumanos que po­drían ser explotados como esclavos. Igualmente, condenó la aplicación de los avances de la ciencia a la indus­tria de armamentos, con el peligro creciente de la destrucción de la hu­manidad. Llamó a los científicos a abandonar "los laboratorios de la muerte", donde se investigan los me­dios de destrucción para dedicarse a trabajos en beneficio de la vida.

En estas declaraciones el Papa comparte la posición de los científi­cos a quienes acabo de referirme. No hay todavía un planteamiento nuevo. La solución de abandonar los "!abo-

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ratorios de la muerte" tampoco pa­rece ser muy práctica. Mientras la exhortación esté dirigida al científi­co individual, es difícil suponer que la situación imperante vaya a cam­biar mucho. Algunos seguirán el lla­mado del Papa, pero muchos otros, tal vez la mayoría, seguramente no, atraída por el hecho de que hoy en día hacer ciencia significativa requie­re, casi inevitablemente, incorporarse en la ciencia grande, al servicio de los intereses financieros y políticos.

El cambio radical se produjo en el discurso pronunciado por el Papa el 22 de diciembre de 1980, ante un gru­po de científicos ganadores del Pre­mio Nobel, a quienes recibió en audiencia especial. En él planteó "la crisis de legitümidad de la ciencia", debido a la aplicación distorsionada de sus adelantos que amenazan "ca­da vez más gravemente" a la huma­nidad. S e ha redefinid<> así !,a, natura­leza del problemci. Un asunto de res­ponsabilidad individual del dentista se ha convertido en una cuestión de legitimidad de la ciencia como insti­tución. Con el arribo de la ciencia grande, se abolió la separación entre el quehacer científico propiamente tal y la responsabilidad por sus conse­cuencias sociales y políticas debido a la retroalimentación planeada que ya se mencionó.

¿ Cuál es la naturaleza de esta res­ponsabilidad? Promover un tipo de sociedad en que la búsqueda del cono­cimiento y su difusión puedan flore­cer, es una obligación moral que la comunidad científica siempre ha te­nido, a pesar de que, en más de una oportunidad, los científicos, atraídos por lujosos laboratorios, estatus so­cial y los abundantes recursos que se ponían a su disposición, se han olvi­dado de este deber. Pero el rol domi-

nante que ha adquirido la ciencia grande en el mundo contemporáneo ha introducido formas adicionales de responsabilidad. Y a no basta con ase­gurar que se pueda hacer ciencia. Pa­ra que ella sea legítima como institu­ción es preciso que el quehacer cientí­fico se oriente hacia la racionalidad social, en beneficio de las grandes ma­sas de la humanidad, y que se impida su uso para fines destructivos o para afianzar el d'ominio de unas peque­ñas minorías sobre la población ge­neral, en su propio beneficio econó­mico, de estatus y de poder.

Durante siglos el estamento cientí­fico se ha regido por la ideología de la responsabilidad dividida. Uno po­día decir: "Yo hago ciencia de acuer­do con mis mejores conocimientos. Su aplicación no es, ni debe ser, asunto mío. Yo haga mi trabajo y después de mí, el diluvio". Fue la época de .la inocencia de la institución científica. Esa época ha tocado su fin . El que­hacer científico, al incorporarse en las estructuras de poder, ha cambiado su naturaleza social y con ello entra­mos en un nuevo período histórico: el de la responsabilidad política de la ciencia.

La característica esencial de este planteamiento, y que lo distingue de las posiciones anteriores, es que las responsabilidades políticas surgen del hecho de hacer ciencúi, y no d'e los otros roles y obligaciones socia ­les que los científicos comparten con todos los demás ciudadanos. Siguien­do lo expresado por Juan Pablo II, sostengo que asumir la responsabili­dad política es parte inherente del quehacer científico. La subdivisión del ser humano en compartimientos estancos: el científico, el ciudadano, el intelectual, el ente familiar, etc., aislando entre sí las correspondientes

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esferas de responsabilidad, reflejan una ideología que podía tener validez cuando era posible pensar que toda actividad científica a la larga redun­dará en beneficio de la humanidad. Con el advenimiento de la ciencia grande, incorporada a la estructura de dominación económica y político­militar, esta ideología perdió su va­lidez. Insistir en ella puede conducir a un mundo de pesadillas o incluso a su destrucción total.

2 . Ciencia y subdesarrollo

A continuación quisiera hacer al­gunas reflexiones respecto a lo que significa la existencia de la ciencia grande para el quehacer científico en los países poco desarrollados. En ellos también se plantea el dilema ético de trabajar en lo que el Papa llamó "los laboratorios de la muerte", desviando los escasísimos recursos hacia instru­mentos de destrucción. Sabemos que existe el peligro real en más de un país iberoamericano de tratar de fa­bricar armas atómicas. Pero el pro­blema de fondo es distinto. Mientras en los países industrializados la legi­timidad de la ciencia se ve amenaza­da por su integración a las estructu­ras económicas y político-militares en los países poco desarrollados ocu~ rre lo opuesto. Investigación tecnoló­gica seria, correspondiente al "R. and D." (Research and Development) en los países industriales, para transfor­mar los avances científicos en ade­lantos tecnológicos, prácticamente no existe. En general, las empresas im­portan la tecnología que necesitan, sea en forma de maquinarias, de pro­cesos patentados, o de plantas indus­triales enteras. Luego, la investiga­ción científica queda aislada, desvin­culada del sistema productivo nacio­nal. Y no sólo de él. Debido a la po­breza y la dramática ineficiencia de

nuestro sistema educativo, la ciencia tampoco está integrada a la cultura nacional. Es el bien privado de una pequeña élite.

Este hecho conduce a un círculo vi­cioso. Citaré un párrafo de un ar­tículo escrito por uno de nuestros más eminentes biólogos, el doctor Héctor Croxatto: "Descontando algunas ex­cepciones, en nuestras instituciones académicas se realizan investigacio­nes sin ninguna conexión con necesi­dades que pueden ser apremiantes en la solución de algunos problemas vinculados al desarrollo ( ... ) . La in­vestigación básica, devidida en pe­queños departamentos, muchas veces con una masa humana subcrítica, ha tenido su mirada puesta hacia afue­ra, en los problemas básicos muy atractivos que eran de primario in­terés en los centros extranjeros don­de el investigador se capacitó o se formó. No mira hacia adentro, es de­cir, hacia las necesidades de su pro­pio país. Esto no resulta fácil, por­que si tomara la iniciativa de inves­tigarlas, no encontraría la infraes­tructura mínima, ni su esfuerzo es­taría inserto en un plan que ofreciera apoyo".

Y o agregaría que no sólo tendría dificultades para encontrar apoyo, sino también perdería su estatus co­mo científico de primera clase. Es corriente en Iberoamérica, incluyendo Chile, evaluar la calidad del trabajo de un científico por el número de sus publicaciones en revistas de circula­ción internacional. Tales revistas se publican casi exclusivamente en unos pocos países altamente industrializa­dos, y los trabajos que ellas aceptan son Ios que reflejan los intereses del estamento científico de dichos paí­ses. Tales intereses generalmente es­tán relacionados con la ciencia gran-

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de, que en los países poco desarrolla­dos prácticamente no existe. Pero como el científico será evaluado de acuerdo con este criterio de publica­ción, tenderá a integrar su propia in­vestigación, aunque sea en forma muy marginal y atomizada, al sistema científico del mundo desarrollado, alienándose de su propia realidad cul­tural y económica. Siendo esto así podríamos afirmar, sin mucha exa­geración, que una proporción impor­tante del quehacer científico de los países subdesarrollados sirve para subvencionar al sistema científico y, a través de él, las estructuras eco­nómicas y político-militares, de los países altamente industrializados. Es­ta subvención se hace a través de la mano de obra barata, (ya que el suel­do de nuestros científicos es más ba­jo que en los países avanzados), y a menudo también en forma directa, a través de los recursos nacionales que nuestros gobiernos y universidades entregan para apoyar la investigación científica.

El criterio de evaluación aludido es, en cierta manera, lógico y valio­so: promueve la realización de traba­jos de buen nivel. Pero, al mismo tiempo, intensifica la desvinculación del quehacer científico de las necesi­dades del país de origen.

Otro peligro que encierra esta des­vinculación es que se crea un sector social subvencionado al que el resto de la población entrega recursos para que pueda desempeñar una actividad que, en último análisis, tiene muy es­casos efectos para el desarrollo eco­nómico, social y cultural del país; ~a­bemos que, por ejemplo, la mus1ca también se subvenciona. Pero ella lle­ga a la masa de la población. En cambio, la ciencia, en cuanto no esté incorporada a las necesidades nacio-

nales, no pasa de ser, tal como lo se­ñalara, la propiedad de la misma pe­queña élite que recibe la subvención para realizarla.

Esta posición ambigua dentro de la sociedad puede distorsionar el pro­yecto científico. La situación presen­te y el porvenir de un individuo o de un sector social depende de su poder económico, de su prestigio o estatus, y de su poder político. Los científi­cos, en general, carecen de poder po­lítico y económico. Luego, para ase­gurar su subvención, compiten por el estatus. Y la mejor manera de ase­gurar este estatus consiste, tal como lo acabo de señalar, en integrarse, aunque sea en forma muy marginal, al sistema científico en los países in­dustrializados. La razón detrás de muchas investigaciones (y de los equi­pos costosísimos que se adquieren pa­ra su realización), se entiende mucho mejor si las examinamos desde el pun­to de vista de la competencia por el estatus que desde el ángulo de las ne­cesidades del país en que eHas se rea­lizan.

No cabe duda de que el cuadro que acabo de pintar cubre sólo los aspec­tos negativos del quehacer científico en los países poco desarr?lla~os, rea­lizado a ,la sombra de la ciencia gran­de. Concluir de ahí que en esos países se deben disminuir o abandonar las actividades científicas, o limitarlas sólo a algunas áreas de aplicación in­mediata sería caer en el error más dramáti~o del anti-intelectualismo destructivo. Significaría la muerte de todli esperanza de llegar a ser al­gún día •una sociedad realmente eman­cipada cultural, política y económica­mente. Hay muchas áreas en que un desarrollo científico de alto nivel es posible e incluso indispensable. No es éste el lugar para analizar los cam-

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pos específicos y la organización ne­cesaria para lograrlo. Lo que propon­go es la necesidad de reestudiar y re­definir lo que significa el quehacer científico en .los países poco desarro­llados, dentro del contexto de la cien­cia grande centrada en unos pocos países altamente industrializados, or­ganizada y dirigida de acuerdo con los intereses y objetivos de estos últimos. Se argumenta que la ciencia no es "dependiente", sino interdependiente. Eso es cierto. Igual que dentro del sistema ecológico de la naturaleza t?dos son interdependientes. Es pre~ c1samente por eso que el pez grande se come al más chico.

El objetivo de un desarrollo cientí­fico no alienado es, por definición, in­tegrarse a la dinámica social, cultu­ral y económica de su propio país. Al respecto citaré otro capítulo del tra­bajo ya mencionado del Dr. Croxatto. Dice así: "Debido tal vez a la corta tradición que tiene la ciencia en nues­tros países, la intervención de las ac­tividades científicas en las esferas de decisiones políticas es muy escasa; de hecho, su opinión es raramente con­sultada. En cambio, en los países de gran desarrollo, cuerpos especializa­dos ( . .. ) con experiencia en diver­sas disciplinas del saber actúan con gran gravitación en altas esferas del gobierno. Si bien el nivel científico no es lo único en la escala de valores para juzgar a una nación, podemos repetir: sin cultura científica no hay progreso tecnológico y sin tecnología avanzada no hay desarollo posible. Ha llegado a ser así la planificación científica un factor substancial para un despegue que eleve la condición social y que es parte integrante de un conjunto de sistemas, cuya coheren­cia está destinada a equilibrar las ne­cesidades de la nación en diversos do­minios dependientes, desde el merca-

do del trabajo hasta la satisfacción de las más altas aspiraciones intelec­tuales".

Sería difícil no estar de acuer­do con este planteamiento del doc­tor Croxatto. Pero influir en las al­tas esferas donde se toman las deci­siones respecto a las políticas de desa­rrollo significa asumir una posición política, con las responsabilidades in­herentes a ella. Puede haber un de­sarro11o económico basado en los avan­ces de la ciencia que conduzca al en­riquecimiento de un sector reducido de la sociedad y a la concentración del poder económico en las manos de una pequeña élite, entregando sólo beneficios marginales a la gran ma­sa de la población. Pueden lograrse grandes avances tecnológicos, basa­dos en la investigación científica, pe­ro los que, sin el desarrollo social y cultural correspondientes, pueden con­ducir al totalitarismo más represivo que se haya conocido. Puede usarse la ciencia y el crecimiento económico para convertir un país en una verda­dera colonia de alguna de las super­potencias, o para orientarlas hacia una verdadera emancipación.

La ciencia en sí, como conocimien­to puro, no determina ninguna de es­tas opciones. Pero los científicos, cuando hablan en su calidad de tal, para intervenir, en las palabras del doctor Croxatto, "en la esfera de decisiones políticas", inevitablemente asumen, ya sea en forma implícita o expresa, una posición política en cuanto al tipo de desarrollo que su actividad va a promover. Luego, en una escala menor, se repite el mismo problema de legitimidad que afecta a la ciencia grande en los países in­dustrializados.

Concluiré con un resumen de la te­sis planteada en esta exposición.

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1. La ciencia grande, que tomó cuerpo básicamente a partir de

la segunda Guerra Mundial, cam­bió no sólo las dimensiones del que­hacer científico, sino también su na­turaleza. La ciencia, como institución social, quedó integrada a las estruc­turas económicas y político-militares de los países industrializados, sobre la base de la retro-alimentación pla­nificada.

2. Como resultado de lo anterior, la racionalidad de la ciencia asu­

mió las características de una ideolo­gía, legitimizando determinadas es­tructuras de dominación, tanto a ni­vel nacional como internacional.

3. La concentración de la ciencia grande en unos pocos países al­

tamente industrializados, cambió ra­dicalmente la naturaleza del quehacer científico también en los países poco desarrollados. La racionalidad de la interdependencia científica cedió lu­gar a la dependencia científica y tec­nológica , con sus consecuencias ideo­lógicas y políticas.

4. Seguir aferrándose a la raciona­lidad de la ciencia tradicional

cuando las condiciones nuevas la transformaron en ideología, significa

correr el riesgo de que la ciencia, has­ta ahora una de las instituciones bá­sicas de la civilización occidental, pierda su legitimidad.

5. La solución, a juicio mío, con-siste en que el estamento cientí­

fico reconozca la dimensión política inherente a su quehacer en el mundo de la ciencia grande, tanto en los países industrializados como en los poco desarrollados, y que asuma cons­ciente y deliberadamente, las respon­sabilidades políticas que esta situa­ción nueva entraña, más allá de la responsabilidad del cientista indivi­dual.

Introducir reflexiones políticas en el ámbito de la ciencia es una tarea desagradable, dura y peligrosa. Estoy consciente de que con ello el estamen­to científico entrará en un verdadero campo minado de contradicciones, conflictos y callejones sin salida. Pe­ro es una tarea que no podemos sos­layar. Los planteamientos específicos que hice en torno a este problema pueden estar equivocados. Pero el problema ideológico y político de la ciencia en el mundo contemporáneo existe. Con ignorarlo, no lo haremos desaparecer.

32 Cien. Tec. Des. Bogotá (Colombia), 9 (1-4): 1-240, Ene.-Dic., 1985