desarrollo de las ciencias desarrollo social
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Desarrollo de las ciencias y desarrollo social : GABRIEL GYARMATI
U na problematización Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile
"Todo conocimiento y toda actividad científica conducente a aumentarlo son intrínsecamente buenos". "Todo lo que puede hacerse para aumentar el conocimiento científico debe hacerse". "La ciencia tiene su propia dinámica interna, autónoma, independiente del ordenamiento económico, social y político de la sociedad en la cual se inserta". Cuando una comunidad acoge éstos como postulados básicos del quehacer científico, entonces la ciencia se convierte en ideología.
El profesor Gyarmati pone en t ela de juicio postulados de esta índole en cuanto, a más de hacer de la Ciencia una ideología, hacen que el estamento científico olvide la dimensión política de su actividad e indirectamente legitime determinadas estructuras de dominación, tanto a escala nácional como internacional. Con elJo quiere resaltar la dependencia científiéa y t ecnológica con sus consecuencias ideológicas y políticas en los países no industrializados. Efectivamente, según el autor, " la ciencia grande", es decir, la ciencia como institución social, ha quedado integrada a las estructuras económicas y político-militares de los países industrializados, sobr e la base de una retroalimentación planificada.
A partir de estos planteamientos, el artíc ulo reitera la crítica a la supuesta neutralidad de la ciencia y a la manera "inocente" de hacer ciencia, dado que "su uso para legitimizar las estructuras de poder, es netamente ideológico".
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En el presente trabajo me limitaré sólo al examen de las ciencias naturales. Lo hago así porque, a mi juicio, las ciencias naturales y las sociales exigen dos distintos tipos de esquemas de análisis. Estudiarlas como si constituyeran una sola unidad conceptual puede conducir a confusión.
Las interpretaciones convencionales de la relación entre el quehacer científico y el progreso económico y social, especialmente en el caso de los países poco desarrollados, me parecen truncas y, a veces, incluso erradas. Esto es particularmente peligroso cuando se trata de identificar nuevas opciones para el desarrollo futuro. Creo que una interpretación más adecuada requiere un enfoque distinto o, a lo menos, complementario al que comúnmente se emplea. Llamaré este enfoque, en forma tentativa, "la ciencia como proceso político".
Hasta hace unas pocas décadas, la conexión causal entre el desarrollo de las ciencias en un país, y el desarrollo económico, social y cultural, constituia un verdadero artículo de fe entre los científicos. Y como suele ocurrir con los artículos de fe, había reluctancia para examinar qué parte de ellos corresponde a la realidad ob-
jetiva y qué parte era simplemente ideología. Se suponía que mientras más ciencia se hace, más intenso va a ser el desarrollo y viceversa.
Pero este postulado empezó a cuestionarse últimamente, tanto en Europa Occidental como en los Estados Unidos. La confianza del público en la ciencia empezó a declinar y el supuesto de que el desarrollo científicotecnológico es inherentemente beneficioso para la humanidad, ya no se acepta en forma automática.
La razón de este cambio es que surgió una contradicción entre la racionalidad científica y la racionalidad social. Mientras la ciencia, y la tecnología derivada de ella, se hacen cada vez más autónomas y poderosas, los hombres sienten que ellos mismos llegan a ser menos poderosos, menos dueños de su propio destino, precisamente debido al avance científicotecnológico. La ciencia es la materialización de un concepto de la naturaleza como objeto para ,la manipulación y control. Augusto Comte lo expresó claramente al decir: "saber para prever, y prever para poder". La palabra clave es el poder. Esto inevitablemente conduce a una visión
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similar de la sociedad y del hombre mismo; se les percibe como objetos de dominación y de control.
La tarea que emprenderé en este trabajo consiste en analizar la relación ambigua entre las dos racionalidades, la científica y la social, y las consecuencias de esta relación para el desarrollo de nuestras sociedades y para el quehacer científico que se realiza en el seno de ellas. Enfocaré, primero, ,los problemas intrínsecos de la ciencia, planteados en forma general; enseguida, analizaré los problemas específicos de la práctica científica en los países subdesarrollados.
1 . Problemas g,enerales del desarrollo científico
Cuando se estudia la ciencia, la discusión generalmente se centra en sus aspectos epistemológicos y metodológicos, es decir, en el modelo abstracto de conocer la realidad y de verificar la validez de los conocimientos para evitar errores inducidos por apariencias, juicios de valor, tradición, etc. Pero la ciencia no es simplemente una idea o un modelo abstracto. Es también una institución social, con su organización, su ideología, un sistema de enseñanza especial para preparar la gente que la va a practicar. Todo ello implica métodos de financiamiento, con múltiples e intrincadas relaciones con las otras instituciones económicas, políticas y culturales de la sociedad'. Confundir el modelo abstracto de la ciencia con su institucionalización dentro de las sociedades concretas es, como trataré de demostrarlo, convertir la ciencia en una ideología, con graves efectos políticos y sociales.
¿ Cuáles son las características principales de la ciencia como ideología?
Son las siguientes: a ) Todo conocimiento y toda ac-
tividad científica conducente a aumentar el conocimiento, es bueno per se.
b) Como consecuencia de lo ante-rior, todo lo que en materia de
aumentar el conocimiento científico puede hacerse debe hacerse, porque a la larga todo avance de la ciencia resultará en beneficio de la humanidad entera.
Vale la pena mencionar que este pensamiento refleja el origen histórico de la ciencia moderna que, con algunas variaciones, coincide con el desarrollo del capitalismo. Comparte con él la ideología de la "mano invisible", formulada por Adam Smith, según la cual cada individuo, buscando independientemente su interés privado en el mercado, a la larga contribuye al bien común, aún sin quererlo. El surgimiento del capitalismo corporativo, a mediados del siglo pasado, hizo que esta ideología gradualmente se haya abandonado. Surgieron las teorías económicas de la competencia imperfecta o monopolíst ica, del mercado administrado, etc. Pero muchos dentistas, especialmente en los países subdesarrollados siguen basándose en este concept¿ de la mano invisible, en cuanto a su aplicación al quehacer científico.
c) La ciencia tiene su propia di-námica interna, autónoma inde
pendiente del ordenamiento ec~nómico, social y político de la sociedad en que ella esté inserta. Dicha dinámica es igual para todo tipo de trabajo científico, no importa si éste se realizaba en el siglo XVII o en la segunda parte del siglo XX, en un país super-industrializado o en uno subdesarrollado.
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El primero de las premisas, con relación al beneficio inherente al conocimiento correcto, probablemente tenga validez universal. Pero es un planteamiento sumamente abstracto y a-histórico. Para que adquiera un contenido concreto, es preciso analizarlo junto con las otras dos premisas. Estas, a juicio mío, están históricamente condicionadas. Dependen de la organización social, política y económica de la sociedad en que la ciencia, como institución, está inserta. Si bien el ordenamiento social no afecta los principios abstractos de la ciencia como idea, sí afecta profundamente al quehacer científico que se desarrolla en épocas y lugares históricamente concretos. Si estas dos premisas podían tener alguna validez antes de la segunda Guerra Mundial después de ella dejaron de tenerla'. La razón es que durante la segunda parte del siglo XX la naturaleza de la ciencia y las relaciones entre ella y la sociedad han cambiado profundamente. Estos cambios son el resultado del surgimiento de la "ciencia grande".
Tradicionalmente, desde sus albores en el siglo XVII, la ciencia empírica era una actividad realizada por individuos casi aislados o por grupos relativamente pequ~ños en el seno de alguna institución académica. El motor de esta actividad era la curiosidad intelectual. Sin duda, también se esperaba contribuir con ella al bienestar de la humanidad, gracias al efecto emancipador del conocimiento. Incluso cuando los avances científicos encontraban aplicación tecnológica, la investigación no se hacía con miras a su utilidad comercial. Esta se consideraba como una consecuencia accidental, o sub-producto de ella. Así, la ciencia como institución formaba un enclave den-
tro de la sociedad. Esta última contribuia muy poco al desarrollo organizado de las ciencias, excepto por medio de algún pequeño subsidio o a través del financiamiento de la enseñanza superior.
A partir de la segunda Guerra Mundial esta manera, diríamos "inocente", de hacer ciencia, cedió ,Jugar a la incorporación directa de las ciencias a las estructuras militar y económica de los países industrializados. Se hizo parte integral de dichas estructuras. El desarrollo industrial entró en una relación de retroalimentación planificada con el quehacer científico. La ciencia, la tecnología y su aplicación industrial se fusionaron en un solo sistema. Este sistema, a su vez, se conectó estre- · chamente con el estamento militar, formando lo que el Presidente Eisenhower, en su discurso de despedida en 1960, denominó el "complejo militar-industrial".
Según la UNESCO, más del 38% de todos los científicos del mundo están trabajando en proyectos relacionados con las fuerzas armadas. El financiamiento y organización del desarrollo de la fuerza nuclear, de la cibernética, la exploración del espacio, la computación, y tantos otros, son demasiado conocidos para tener que analizarlos acá.
Aquella parte de la gran ciencia que no está integrada a la esfera militar, es parte del sistema productivo. Un caso clásico es la ingeniería biológica, dedicada a la transformación y creación de nuevos tipos de organismos vivos. Esta rnma de las ciencias está organizada y financiada casi en su totalidad' por las grandes corporaciones las que, lo primero que hacen cuando se logra algún avance, es
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patentar los resultados para explotarlos con fines de lucro. Hay billones de dólares implicados en este nuevo complejo científico-industrial.
No analizaré, por el momento, si este nuevo fenómeno es beneficioso o contraproducente para el bienestar de la sociedad. Lo que deseo subrayar es que actualmente la ciencia, por lo menos aquellas ramas de ella que están experimentando los avances de mayor significación, están inseparablemente integradas a las estructuras económicas y político-militar de las sociedades industrializadas. Este hecho es independiente de la posición o los sentimientos del científico individual, quien puede seguir siendo motivado por su mera curiosidad intelectual. Pero el tipo de trabajo que va a realizar depende, en gran medida, de la institución en que él desarrolle sus actividades y las instituciones, quiéranlo o no, promueven aquellas áreas del saber en que el financiamiento es más abundante. Y éstas áreas corresponden a los intereses industriales y político-militares. Se establece así, en forma independiente de la motivación del dentista individual, la retroalimentación planificada en que la ciencia, la economía y la política forman un solo sistema integrado.
Es significativo anotar que uno de los últimos avances científicos de importancia que se ha realizado en forma relativamente artesanal, en forma independiente d'e la ciencia grande, era la investigación realizada por Bárbara McClintock, galardonada con el Premio Nobel de Medicina en 1983, en el área de la genética. Pero este trabajo fue desarrollado en los años treinta y cuarenta, y sus resultados finales publicados en 1951, hace más de treinta años.
El hecho de que la ciencia quedó incorporada a las estructuras económica y político-militar, ha cambiado la naturaleza de ella como institución y como quehacer. Seguiré, por el momento, analizando la situación de los países altamente industrializados porque eHa, como lo mostraré, influye poderosamente en la organización y las actividades científicas en los países poco desarrollados. Desde luego, ha desaparecido en gran medida la naturaleza autónoma del progreso científico, siguiendo su supuesta dinámica interna. Ahora, el desarrollo científico se planifica a través de la asignación de fondos cada vez más gigantescos, de acuerdo con intereses y objetivos externos a la ciencia misma. Este hecho invalida la pretensión de que la ciencia es autónoma e independiente de las otras instituciones sociales. En este nuevo contexto de las estructuras integradas, ya no se puede separar el quehacer científico propiamente tal del uso que eventualmente se dará a los resultados de él, ya que las investigaciones se realizan dentro de un esquema planificado con el objeto de alcanzar determinadas finalidades preestablecidas. Esto nos obliga a analizar la legitimidad de la ciencia a la luz de sus relaciones directas con las estructuras de poder de la sociedad en que se establecen dichas finalidades. Ello envuelve importantes problemas éticos y políticos.
Los sectores que detentan el poder político y económico ( tanto en los países capitalistas como en los socialistas) insisten en la aparente falta d'e poder de la sociedad sobre los "imperativos científicos y tecnológicos". Hacen aparecer a la sociedad gobernada por leyes y principios generales más allá de la voluntad de las personas. Hablan de la "dinámica in-
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terna de la ciencia" y de la "lógica interna de la tecnología" que constituirían "imperativos históricos", frente a los cuales la sociedad no tiene otro remedio que tratar de adaptarse lo mejor posible. De esta forma se absuelve a la ciencia de toda responsabilidad moral por los efectos que ella pudiera producir en la sociedad; a su vez, en forma circular, se usa la ciencia para legitimizar el dominio y el proyecto económico y político d~ las élites de poder, ya que ellas simplemente obedecerían a los imperativos históricos determinados por el avance científico y tecnológico.
Este uso de la ciencia y de la tecnología para legitimizar las estructuras de poder, es netamente ideológico. Las cosas no se hacen por sí solas. ¿ Quiénes decidieron si la comunidad' quiso invertir su dinero y el conocimiento acumulado por generaciones de científicos y profesionales, en aviones supersónicos, en trasplantes de corazón, en ingeniería biológica, en viajes a la luna, en bombas atómicas, o en encontrar los medios para paliar la desnutrición y el hambre de una proporción creciente de la humanidad? Estas decisiones no las tomaron las "tendencias históricas", ni los imperativos de la ciencia, y mucho menos la comunidad que no ha sido consultada. Las tomaron quienes dominan la economía y la estructura político-militar de los países altamente industrializados, en combinación con el estamento científico.
No faltaban las voces que llamaban la atención a los peligros potenciales y presentes que significan estas estrechas relaciones entre la ciencia y las estructuras de dominación. Científicos eminentes, como Albert Einstein, Niels Bohr, Linus Pauling, Robert Oppenheimer, Andrei Sakharov,
y tantos otros, insistieron en que el hombre de ciencia debe oponerse activamente al uso irracional de sus trabajos por parte de los sectores que detentan el poder. Pero estas exhortaciones casi siempre se hicieron al científico como ciudadano, instándolo a asumir sus responsabilidades políticas individuales tal como deben hacerlo todos los miembros de la sociedad. Lo único que lo diferenciaba era la mayor profundidad de sus conocimientos que daba más peso a su voz. Pero este enfoque experimentó un cambio de profunda importancia con un planteamiento reciente del Papa Juan Pablo II. Lo cito no sólo porque reflej a ,Ja posición de una de las grandes religiones, con considerable influencia política, sino porque expresa un enfoque ético-social que está ganando creciente influencia en el mundo.
En numerosas oportunidades el Papa se ha referido a los riesgos que entraña la ciencia grande. Alertó sobre "las manipulaciones tendientes a modificar el patrimonio genético", que pueden dar origen a "experimentos aventurados tendientes a fomentar superhombres", o a la creación de seres híbridos subhumanos que podrían ser explotados como esclavos. Igualmente, condenó la aplicación de los avances de la ciencia a la industria de armamentos, con el peligro creciente de la destrucción de la humanidad. Llamó a los científicos a abandonar "los laboratorios de la muerte", donde se investigan los medios de destrucción para dedicarse a trabajos en beneficio de la vida.
En estas declaraciones el Papa comparte la posición de los científicos a quienes acabo de referirme. No hay todavía un planteamiento nuevo. La solución de abandonar los "!abo-
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ratorios de la muerte" tampoco parece ser muy práctica. Mientras la exhortación esté dirigida al científico individual, es difícil suponer que la situación imperante vaya a cambiar mucho. Algunos seguirán el llamado del Papa, pero muchos otros, tal vez la mayoría, seguramente no, atraída por el hecho de que hoy en día hacer ciencia significativa requiere, casi inevitablemente, incorporarse en la ciencia grande, al servicio de los intereses financieros y políticos.
El cambio radical se produjo en el discurso pronunciado por el Papa el 22 de diciembre de 1980, ante un grupo de científicos ganadores del Premio Nobel, a quienes recibió en audiencia especial. En él planteó "la crisis de legitümidad de la ciencia", debido a la aplicación distorsionada de sus adelantos que amenazan "cada vez más gravemente" a la humanidad. S e ha redefinid<> así !,a, naturaleza del problemci. Un asunto de responsabilidad individual del dentista se ha convertido en una cuestión de legitimidad de la ciencia como institución. Con el arribo de la ciencia grande, se abolió la separación entre el quehacer científico propiamente tal y la responsabilidad por sus consecuencias sociales y políticas debido a la retroalimentación planeada que ya se mencionó.
¿ Cuál es la naturaleza de esta responsabilidad? Promover un tipo de sociedad en que la búsqueda del conocimiento y su difusión puedan florecer, es una obligación moral que la comunidad científica siempre ha tenido, a pesar de que, en más de una oportunidad, los científicos, atraídos por lujosos laboratorios, estatus social y los abundantes recursos que se ponían a su disposición, se han olvidado de este deber. Pero el rol domi-
nante que ha adquirido la ciencia grande en el mundo contemporáneo ha introducido formas adicionales de responsabilidad. Y a no basta con asegurar que se pueda hacer ciencia. Para que ella sea legítima como institución es preciso que el quehacer científico se oriente hacia la racionalidad social, en beneficio de las grandes masas de la humanidad, y que se impida su uso para fines destructivos o para afianzar el d'ominio de unas pequeñas minorías sobre la población general, en su propio beneficio económico, de estatus y de poder.
Durante siglos el estamento científico se ha regido por la ideología de la responsabilidad dividida. Uno podía decir: "Yo hago ciencia de acuerdo con mis mejores conocimientos. Su aplicación no es, ni debe ser, asunto mío. Yo haga mi trabajo y después de mí, el diluvio". Fue la época de .la inocencia de la institución científica. Esa época ha tocado su fin . El quehacer científico, al incorporarse en las estructuras de poder, ha cambiado su naturaleza social y con ello entramos en un nuevo período histórico: el de la responsabilidad política de la ciencia.
La característica esencial de este planteamiento, y que lo distingue de las posiciones anteriores, es que las responsabilidades políticas surgen del hecho de hacer ciencúi, y no d'e los otros roles y obligaciones socia les que los científicos comparten con todos los demás ciudadanos. Siguiendo lo expresado por Juan Pablo II, sostengo que asumir la responsabilidad política es parte inherente del quehacer científico. La subdivisión del ser humano en compartimientos estancos: el científico, el ciudadano, el intelectual, el ente familiar, etc., aislando entre sí las correspondientes
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esferas de responsabilidad, reflejan una ideología que podía tener validez cuando era posible pensar que toda actividad científica a la larga redundará en beneficio de la humanidad. Con el advenimiento de la ciencia grande, incorporada a la estructura de dominación económica y políticomilitar, esta ideología perdió su validez. Insistir en ella puede conducir a un mundo de pesadillas o incluso a su destrucción total.
2 . Ciencia y subdesarrollo
A continuación quisiera hacer algunas reflexiones respecto a lo que significa la existencia de la ciencia grande para el quehacer científico en los países poco desarrollados. En ellos también se plantea el dilema ético de trabajar en lo que el Papa llamó "los laboratorios de la muerte", desviando los escasísimos recursos hacia instrumentos de destrucción. Sabemos que existe el peligro real en más de un país iberoamericano de tratar de fabricar armas atómicas. Pero el problema de fondo es distinto. Mientras en los países industrializados la legitimidad de la ciencia se ve amenazada por su integración a las estructuras económicas y político-militares en los países poco desarrollados ocu~ rre lo opuesto. Investigación tecnológica seria, correspondiente al "R. and D." (Research and Development) en los países industriales, para transformar los avances científicos en adelantos tecnológicos, prácticamente no existe. En general, las empresas importan la tecnología que necesitan, sea en forma de maquinarias, de procesos patentados, o de plantas industriales enteras. Luego, la investigación científica queda aislada, desvinculada del sistema productivo nacional. Y no sólo de él. Debido a la pobreza y la dramática ineficiencia de
nuestro sistema educativo, la ciencia tampoco está integrada a la cultura nacional. Es el bien privado de una pequeña élite.
Este hecho conduce a un círculo vicioso. Citaré un párrafo de un artículo escrito por uno de nuestros más eminentes biólogos, el doctor Héctor Croxatto: "Descontando algunas excepciones, en nuestras instituciones académicas se realizan investigaciones sin ninguna conexión con necesidades que pueden ser apremiantes en la solución de algunos problemas vinculados al desarrollo ( ... ) . La investigación básica, devidida en pequeños departamentos, muchas veces con una masa humana subcrítica, ha tenido su mirada puesta hacia afuera, en los problemas básicos muy atractivos que eran de primario interés en los centros extranjeros donde el investigador se capacitó o se formó. No mira hacia adentro, es decir, hacia las necesidades de su propio país. Esto no resulta fácil, porque si tomara la iniciativa de investigarlas, no encontraría la infraestructura mínima, ni su esfuerzo estaría inserto en un plan que ofreciera apoyo".
Y o agregaría que no sólo tendría dificultades para encontrar apoyo, sino también perdería su estatus como científico de primera clase. Es corriente en Iberoamérica, incluyendo Chile, evaluar la calidad del trabajo de un científico por el número de sus publicaciones en revistas de circulación internacional. Tales revistas se publican casi exclusivamente en unos pocos países altamente industrializados, y los trabajos que ellas aceptan son Ios que reflejan los intereses del estamento científico de dichos países. Tales intereses generalmente están relacionados con la ciencia gran-
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de, que en los países poco desarrollados prácticamente no existe. Pero como el científico será evaluado de acuerdo con este criterio de publicación, tenderá a integrar su propia investigación, aunque sea en forma muy marginal y atomizada, al sistema científico del mundo desarrollado, alienándose de su propia realidad cultural y económica. Siendo esto así podríamos afirmar, sin mucha exageración, que una proporción importante del quehacer científico de los países subdesarrollados sirve para subvencionar al sistema científico y, a través de él, las estructuras económicas y político-militares, de los países altamente industrializados. Esta subvención se hace a través de la mano de obra barata, (ya que el sueldo de nuestros científicos es más bajo que en los países avanzados), y a menudo también en forma directa, a través de los recursos nacionales que nuestros gobiernos y universidades entregan para apoyar la investigación científica.
El criterio de evaluación aludido es, en cierta manera, lógico y valioso: promueve la realización de trabajos de buen nivel. Pero, al mismo tiempo, intensifica la desvinculación del quehacer científico de las necesidades del país de origen.
Otro peligro que encierra esta desvinculación es que se crea un sector social subvencionado al que el resto de la población entrega recursos para que pueda desempeñar una actividad que, en último análisis, tiene muy escasos efectos para el desarrollo económico, social y cultural del país; ~abemos que, por ejemplo, la mus1ca también se subvenciona. Pero ella llega a la masa de la población. En cambio, la ciencia, en cuanto no esté incorporada a las necesidades nacio-
nales, no pasa de ser, tal como lo señalara, la propiedad de la misma pequeña élite que recibe la subvención para realizarla.
Esta posición ambigua dentro de la sociedad puede distorsionar el proyecto científico. La situación presente y el porvenir de un individuo o de un sector social depende de su poder económico, de su prestigio o estatus, y de su poder político. Los científicos, en general, carecen de poder político y económico. Luego, para asegurar su subvención, compiten por el estatus. Y la mejor manera de asegurar este estatus consiste, tal como lo acabo de señalar, en integrarse, aunque sea en forma muy marginal, al sistema científico en los países industrializados. La razón detrás de muchas investigaciones (y de los equipos costosísimos que se adquieren para su realización), se entiende mucho mejor si las examinamos desde el punto de vista de la competencia por el estatus que desde el ángulo de las necesidades del país en que eHas se realizan.
No cabe duda de que el cuadro que acabo de pintar cubre sólo los aspectos negativos del quehacer científico en los países poco desarr?lla~os, realizado a ,la sombra de la ciencia grande. Concluir de ahí que en esos países se deben disminuir o abandonar las actividades científicas, o limitarlas sólo a algunas áreas de aplicación inmediata sería caer en el error más dramáti~o del anti-intelectualismo destructivo. Significaría la muerte de todli esperanza de llegar a ser algún día •una sociedad realmente emancipada cultural, política y económicamente. Hay muchas áreas en que un desarrollo científico de alto nivel es posible e incluso indispensable. No es éste el lugar para analizar los cam-
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pos específicos y la organización necesaria para lograrlo. Lo que propongo es la necesidad de reestudiar y redefinir lo que significa el quehacer científico en .los países poco desarrollados, dentro del contexto de la ciencia grande centrada en unos pocos países altamente industrializados, organizada y dirigida de acuerdo con los intereses y objetivos de estos últimos. Se argumenta que la ciencia no es "dependiente", sino interdependiente. Eso es cierto. Igual que dentro del sistema ecológico de la naturaleza t?dos son interdependientes. Es pre~ c1samente por eso que el pez grande se come al más chico.
El objetivo de un desarrollo científico no alienado es, por definición, integrarse a la dinámica social, cultural y económica de su propio país. Al respecto citaré otro capítulo del trabajo ya mencionado del Dr. Croxatto. Dice así: "Debido tal vez a la corta tradición que tiene la ciencia en nuestros países, la intervención de las actividades científicas en las esferas de decisiones políticas es muy escasa; de hecho, su opinión es raramente consultada. En cambio, en los países de gran desarrollo, cuerpos especializados ( . .. ) con experiencia en diversas disciplinas del saber actúan con gran gravitación en altas esferas del gobierno. Si bien el nivel científico no es lo único en la escala de valores para juzgar a una nación, podemos repetir: sin cultura científica no hay progreso tecnológico y sin tecnología avanzada no hay desarollo posible. Ha llegado a ser así la planificación científica un factor substancial para un despegue que eleve la condición social y que es parte integrante de un conjunto de sistemas, cuya coherencia está destinada a equilibrar las necesidades de la nación en diversos dominios dependientes, desde el merca-
do del trabajo hasta la satisfacción de las más altas aspiraciones intelectuales".
Sería difícil no estar de acuerdo con este planteamiento del doctor Croxatto. Pero influir en las altas esferas donde se toman las decisiones respecto a las políticas de desarrollo significa asumir una posición política, con las responsabilidades inherentes a ella. Puede haber un desarro11o económico basado en los avances de la ciencia que conduzca al enriquecimiento de un sector reducido de la sociedad y a la concentración del poder económico en las manos de una pequeña élite, entregando sólo beneficios marginales a la gran masa de la población. Pueden lograrse grandes avances tecnológicos, basados en la investigación científica, pero los que, sin el desarrollo social y cultural correspondientes, pueden conducir al totalitarismo más represivo que se haya conocido. Puede usarse la ciencia y el crecimiento económico para convertir un país en una verdadera colonia de alguna de las superpotencias, o para orientarlas hacia una verdadera emancipación.
La ciencia en sí, como conocimiento puro, no determina ninguna de estas opciones. Pero los científicos, cuando hablan en su calidad de tal, para intervenir, en las palabras del doctor Croxatto, "en la esfera de decisiones políticas", inevitablemente asumen, ya sea en forma implícita o expresa, una posición política en cuanto al tipo de desarrollo que su actividad va a promover. Luego, en una escala menor, se repite el mismo problema de legitimidad que afecta a la ciencia grande en los países industrializados.
Concluiré con un resumen de la tesis planteada en esta exposición.
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1. La ciencia grande, que tomó cuerpo básicamente a partir de
la segunda Guerra Mundial, cambió no sólo las dimensiones del quehacer científico, sino también su naturaleza. La ciencia, como institución social, quedó integrada a las estructuras económicas y político-militares de los países industrializados, sobre la base de la retro-alimentación planificada.
2. Como resultado de lo anterior, la racionalidad de la ciencia asu
mió las características de una ideología, legitimizando determinadas estructuras de dominación, tanto a nivel nacional como internacional.
3. La concentración de la ciencia grande en unos pocos países al
tamente industrializados, cambió radicalmente la naturaleza del quehacer científico también en los países poco desarrollados. La racionalidad de la interdependencia científica cedió lugar a la dependencia científica y tecnológica , con sus consecuencias ideológicas y políticas.
4. Seguir aferrándose a la racionalidad de la ciencia tradicional
cuando las condiciones nuevas la transformaron en ideología, significa
correr el riesgo de que la ciencia, hasta ahora una de las instituciones básicas de la civilización occidental, pierda su legitimidad.
5. La solución, a juicio mío, con-siste en que el estamento cientí
fico reconozca la dimensión política inherente a su quehacer en el mundo de la ciencia grande, tanto en los países industrializados como en los poco desarrollados, y que asuma consciente y deliberadamente, las responsabilidades políticas que esta situación nueva entraña, más allá de la responsabilidad del cientista individual.
Introducir reflexiones políticas en el ámbito de la ciencia es una tarea desagradable, dura y peligrosa. Estoy consciente de que con ello el estamento científico entrará en un verdadero campo minado de contradicciones, conflictos y callejones sin salida. Pero es una tarea que no podemos soslayar. Los planteamientos específicos que hice en torno a este problema pueden estar equivocados. Pero el problema ideológico y político de la ciencia en el mundo contemporáneo existe. Con ignorarlo, no lo haremos desaparecer.
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