derivados de la carne

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  • 8/14/2019 Derivados de La Carne

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    DERIVADOS DE LA CARNE

    La mayor plaga de los cultivosPlinio, filsofo romano (100 d. J. C.)

    I.

    ampo o ciudad. Lgicamente, la vida transcurre de forma bien diferente enun sitio u otro. Y la muerte tambin. Yo personalmente prefiero la ciudad,con todos sus inconvenientes. No slo por convicciones propias de un hom-

    bre criado al amparo del acero y del cristal, sino porque hoy da, al menosdisponemos de ms rincones donde escondernos.

    CSabemos que en las grandes urbes de momento no llovern bombas, pues desean

    mantener el mayor nmero de infraestructuras intactas, perpetuando la esperanza de quellegue el da en que todo regrese a la normalidad. Pero no sucede lo mismo en el campo,en los pueblos y villas que conforman las afueras, el extrarradio...la periferia. Los ecosde las explosiones retumban con frecuencia, da y noche. Disponen los cebos y cuandola muchedumbre se agolpa a su alrededor, sueltan la andanada fatal.

    Qu opino yo de esta prctica de los gobiernos para afrontar la grave situacin?Pues que tiene la misma efectividad que liarse a patadas con un hormiguero con la pre-tensin de acabar con toda una plaga. As nunca erradicarn el problema, que engloba adecenas de millones de afectados, pero en fin, ellos sabrn como se manejan. Tal vez no

    se les ocurra nada mejor que hacer por el momento...

    ***

    Al grano T, al grano: dijo el general mientras se encenda otro habano.

    Bien seor. Er... pues ver. El volumen de produccin de vacunas an es nfi-

    mo en comparacin al nmero de receptores en caucin. Esperamos terminar de cons-truir muy pronto los nuevos invernaderos, con los cuales triplicar, o hasta cuadruplicar

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    las plantaciones cogeneradoras deDyatripales, ya que la produccin en laboratorio estmuy ralentizada. Aunque debo decirle que el principal escollo con que nos encontramos,son los muchos problemas para salvaguardar tanto las instalaciones en activo, como losnuevos emplazamientos. Al estar ubicados en las afueras y lejos del permetro seguro dela ciudad, nuestras instalaciones forman un islote que es permanentemente asediado. Ladoble verja es asaltada ferozmente y no descartamos que al fin encuentren la forma deatravesarla.

    Joder, T., sabe que los efectivos disponibles estn completamente ocupadosasegurando los ncleos urbanos y centros prioritarios de produccin. Deber plantearsela reorganizacin de sus efectivos. Hay que trabajar con lo que se tiene. No hay otro re-medio.

    Seor, actualmente las tropas que defienden los invernaderos trabajan al cien-to veinte por ciento en turnos de doce horas. Veo muy difcil, por no decir imposible,defender un permetro tan drsticamente ampliado con los mismos efectivos.

    Pues tendr que hacer lo imposible por conseguirlo, T.

    Tal vez seor...haya otra solucin.

    A ver, T., almbreme con sus sugerencias.

    No podremos salvaguardar eternamente tantas empalizadas dispersas. La bata-lla se pierde lentamente. Creo que sera prudente y conveniente, reducir los permetros

    seguros, reorganizando a los civiles en los pisos del centro y creando un crculo de pro-teccin mucho ms fuerte y cohesionado. As dispondramos de una facilidad de organi-zacin y una distribucin de efectivos mucho mayor.

    Me duele reconocerlo, T., pero tal vez tenga usted razn. Sin embargo debe-mos pensar en el volumen de gente que debemos desplazar desde los barrios de la peri-feria al centro. No va a ser sencillo protegerlos a todos.

    Deberemos correr el riesgo, seor. Dentro de poco, no tendremos ms alterna-tiva. Piense que de este modo, podr concentrar todos los puestos de suministro en unosolo, y para la distribucin de alimentos y vacunas eso ser una gran ventaja.

    Djeme pensarlo, T., djeme pensarlo...

    ***

    Tengo guardados en un fichero de mi ordenador, los artculos ms interesantesque fueron apareciendo desde entonces, y se aprecia perfectamente, paso a paso, la es-

    pectacular y dramtica evolucin de los acontecimientos. De vez en cuando los repaso yreleo con perplejidad y asombro, y an hoy, me parece increble que todo haya llegado a

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    este extremo. La deduccin que saco de las reflexiones posteriores, siempre me lleva apensar con emocin en el dbil, aunque perfecto equilibrio que sostiene la naturaleza.

    Yo no quiero parecer pedante, pero lo cierto es que las primeras noticias fueronampliamente ignoradas por el grueso del mundo occidental y relegadas al relleno de in-

    formativos de ltima hora. Eso a pesar de la grave amenaza que suponan los hechospara el tercer mundo, y la hambruna que desarrollara posteriormente. Yo me fui intere-sando de forma progresiva, aumentando mi curiosidad cuanto ms noticias al respectose concatenaban. Comprend a tiempo que no poda ser bueno que apareciera un agenteque destruyera de forma irremisible el cereal del que ms ha dependido la humanidaddesde siempre, y el cual, en muchas ocasiones, es el principal medio de subsistencia

    para un pas.

    La roya del tallo del trigo (Puccinia Graminis) ya ha causado tremendos proble-mas a la humanidad desde antiguo. Griegos y romanos ya tuvieron que luchar contraeste hongo que asolaba sus cosechas, e incluso se encontraron en la desesperada tesiturade ofrecer sacrificios de apaciguamiento aRobigo, la deidad de los funestos polvillos.

    Cclicamente han aparecido por el mundo estas plagas que han asolado cosechasenteras, devastando franjas de produccin inmensas. Pareca que el adelanto de las lne-as de trigo semi-enanas de Bourlagque desarrollaban resistencia a la roya habantranquilizado a cientficos y agricultores de bien. Pero la aparicin de la variante de laroya UG99, desde finales del siglo pasado hasta los comienzos de ste, desbarat todaslas previsiones existentes. Se descubri en Uganda, se detect ms tarde en Kenia y

    Etiopa, se propag por Yemen, Oriente Medio y sur de Asia, y as concaten su expan-sin a lomos del viento por el resto del mundo sin que ni siquiera los ocanos fueran ba-rrera suficiente a su avance.

    Mientras el precio del trigo continuaba su ascensin imparable y centenares demiles de personas se encontraban de cara con el hambre cada da, el grueso de occidentese fijaba ms en el ltimo modelo de telfono mvil en salir al mercado, en las milagro-sas pastillas para la disfuncin erctil, en los desbarajustes que ocasionaba el ltimo sis-tema operativo de Bill Gates o en relucientes y lujosos coches todo camino con faros dexenn y navegador de serie.

    La batalla por crear una variedad de trigo resistente a la nueva cepa aparecida,llevaba a cientficos especialistas de todo el mundo a efectuar mltiples cultivos experi-mentales modificados genticamente. Pero el camino se andaba despacio y la varianteUG99 sobrevolaba veloz su desdicha de un campo de cereal a otro. Entre tanto, en Eu-ropa se trataban amplios terrenos con fungicidas orgnicos de ltima generacin del tipode las Estrobilurinas, cuya accin podra simplificarse diciendo que se luchaba contralos hongos patgenos utilizando otros hongos (en este caso del gnero Strobilurus) quele resultan txicos.

    En Sudamrica, no se dispona de reservas suficientes de este tipo de fungicidas,y en muchos casos se opt por emplear sustancias ya superadas como el azufre o el sul-

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    fato de cobre muy a pesar de su fitotoxicidad, que incluso obligaron a una parte de lapoblacin dispersa en pequeos ncleos habitados, a emprender un xodo paulatino le-jos de las reas tratadas qumicamente, de forma masiva y casi incontrolada.

    Ahora, la verdad al desnudo:

    Existe una rama escindida de la ingeniera que se extiende a numerosas reas yacta de incgnito para la gran masa a pesar de la omnipresencia de su trabajo en nues-tro devenir cotidiano. Su misin es la de perpetuar los ciclos productivos en sus especia-lidades, dando continuidad al proyecto empresarial del que dependan. Esto se entiende

    perfectamente poniendo varios ejemplos:

    Los qumicos tratan el almidn que se utiliza en la confeccin del pan, de formaque la retrogradacin del almidn est acelerada artificialmente. De este modo, el panse pone duro mucho antes de lo que naturalmente le correspondera, obligndonos a ir

    diariamente a comprarlo. Somos conscientes del pan duro que se desperdicia todos losdas por esta causa?

    Otro ejemplo podra ser el desgaste programado de los elementos. En la indus-tria automovilstica, la cuarta en potencia econmica del mundo, es necesaria la paulati-na renovacin del parque para dar continuidad y constancia a su produccin. Los moto-res se disean para rendir con normalidad un determinado y bien programado nmerode aos, a partir de los cuales, los numerosos fallos y reparaciones instarn al usuario a

    plantearse el cambio de vehculo. El tratamiento endurecedor a base de cromo y nquelque se da en las partes sometidas a rozamiento, tiene un micro espesor determinado por

    clculos minuciosos que obedece a esta norma. Una vez completada su degradacin alcabo de siete u ocho aos, la fundicin pura de hierro o aluminio, ahora expuesta, sedesgasta con asombrosa rapidez.

    Lo mismo podra decirse de los productos electrnicos, en los cuales la tempera-tura de funcionamiento elevada, acorta la vida de los circuitos y sus componentes. Porello, se obvian los mrgenes de seguridad en resistencias, transformadores y condensa-dores haciendo que trabajen a un ritmo intenso que acabe degradndolos en un determi-nado nmero de aos.

    Y as se podra seguir poniendo ejemplos indefinidamente, todo ello concordadoen convenios secretos entre las distintas asociaciones de fabricantes e imperios indus-triales.

    En un proceso de fabricacin, se estudia tanto el beneficio que debe crear unproducto, como el tiempo estipulado en el cual debe entregarlo hasta dejar de ser til.Este proceso pudiera denominarse deconstruccin programada, y es un proceso tanreal y cotidiano, como inmensamente desconocido, ya que son departamentos que traba-

    jan en el absoluto secretismo.

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    Por ello, no debiera extraarnos que la plaga de UG99 estuviera inducida artifi-cialmente, al igual que otras tantas aparecidas con anterioridad, o que las cepas resisten-tes creadas en laboratorio, lo fueran tan slo durante un tiempo ms bien breve.

    Decenas de miles de toneladas de fungicidas fueron consumidas por los pases

    productores, enriqueciendo enormemente a los laboratorios farmacuticos a pesar de na-dar en medio de una gran crisis global. Ellos creaban la enfermedad y nos vendan elnico remedio para combatirla.

    As pues, tras agotar existencias de caros y poco eficaces fungicidas, resulta quelos grandes laboratorios alumbraron al mundo con una nueva generacin de agentes qu-micos capaces de contener la nueva cepa de la roya del trigo, y miles de bidones de estenovedoso producto, se acumulaban en sus almacenes esperando a los seguros compra-dores del mundo entero.

    Adems tan slo ellos con un convenio interno de reparticin de cuotas po-sean los cultivos, guardados en tanques de nitrgeno, de las cepas productoras de hon-gos hiperparsitos (Calcarisporium, Cladosporium, Fusarium, Sporothrix y Zygospo-rium) con los cuales inducir el control de plaga por antibiosis. Es decir, se utilizabanhongos parsitos de otros hongos que al final inhiban el crecimiento del agente fitopa-tgeno dado que se alimentaban de l. Pero resulta obvio y sorprendente, que sin la pre-sencia del hongo parsito, el hongo que se alimenta de l no puede subsistir, y las mues-tras de ste, estaban celosamente guardadas como dije por los distintos laborato-rios.

    Por desgracia para todos, este juego tocaba a su fin. Un pequeo error de clcu-lo, unos parmetros insuficientemente contrastados, un inesperado comportamiento cau-sado probablemente porque la naturaleza juega muy bien sus cartas y si nosotros nosempeamos en marcarlas constantemente para ganarle la partida, puede que le entregue-mos por error los ases con los cuales desbaratar nuestra jugada ganadora.

    El caso es que las grandes extensiones de trigo contaminadas por la epidemia dela roya del tallo del trigo variante UG99, fueron tratadas con hongos hiperparsitos, y lamuerte del elemento indeseado conllevaba la desaparicin del agente utilizado para ello.

    O no del todo.Este nuevo agente mostr ser un abono extraordinario para otro tipo de hongos

    que si bien, no afectaban de modo destructivo a las cosechas, s eran perniciosos paralas personas y animales en contacto frecuente. Estos hongos actuaron de oficio sobre lascepas hiperparsitas y tomaron ciertas caractersticas aadidas que potenciaron su creci-miento.

    Tanto la histoplasmosis, como la coccidioidomicosis, blastomicosis y candidia-sis, eran hasta ahora enfermedades infecciosas producidas por sus respectivos hongos,que podan ser repelidas y controladas por organismos con las defensas naturales intac-tas. Con excepcin de los que poseyeran un sistema inmunitario deficiente, como por

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    ejemplo, los enfermos de SIDA, en los cuales la exposicin a altas concentraciones deesporas de estos hongos, creaba infecciones de diversa ndole segn la fase en que evo-lucionaran.

    Por ejemplo, la histoplasmosis se desarrollaba principalmente en los pulmones y

    se descubra en tres estadios diferentes. La forma aguda primaria rara vez mortallaprogresiva diseminada o la crnica cavitada. El lento desarrollo de los sntomas agra-vaba su diagnstico, y una vez hecho ste, la extensin de la enfermedad podra hacerlairreversible. A partir de la fumigacin de los campos infectados con el nuevo compues-to, el hongo deHistoplasma capsulatum mut a una nueva forma muy virulenta para elser humano, que encontr una enorme facilidad para vencer la resistencia a los sistemasde inmunodeficiencia con que cuenta nuestro organismo.

    Algo muy parecido pas con el hongo Coccidioides immitis, causante de la fie-bre del valle o fiebre de S. Joaqun, que en sus dos variantes de afeccin, aguda pri-maria que desapareca sin necesidad de tratamiento o en su forma progresiva mucho ms rara, y mortal en un elevado porcentaje desembocaron finalmente en unagravsima afeccin de tremendas consecuencias. Igualmente, los sntomas se desarrolla-

    ban de forma lenta pero inexorable, siendo difcil su diagnstico precoz y posterior tra-tamiento.

    Lo mismo valdra para la blastomicosis en su forma diseminada, inhalada y de-sarrollada por los pulmones y posteriormente esparcida a el resto del cuerpo, a la ya no

    poda hacer frente de forma habitual, la anfotericina B intravenosa o el itraconazoloral.

    O para la candidiasis, que una vez extendida en su forma virulenta, produca in-crebles desperfectos cutneos sobre el cuerpo humano.

    Trillones de minsculas y letales esporas flotaban por el aire de un campo a otro,siendo aspiradas eventualmente por humanos o animales, encontrando all un nuevo co-

    bijo en donde expandir sus hifas. Una vez vencida la primera batalla contra el sistemainmunitario, los pulmones se convertan en estupendos invernaderos en los cuales de-sarrollarse en silencio, aprovechando las favorables condiciones de calor y humedad. Ylos rganos invadidos por el moho se pudran lentamente hasta que sus efectos dejaban

    de pasar inadvertidos. Las dificultades respiratorias y las frecuentes expectoraciones desangre y pus, angustiaban a los hasta entonces sanos, puesto que los dbiles sucumbancon rapidez. La piel desarrollaba pstulas inmensas de color blanquecino y llagas quecuarteaban toda su superficie hasta convertir a los huspedes en entes macilentos cubier-tos de horrorosas ampollas que desprendan lquidos sanguinolentos y un ftido olor a

    podrido.

    Pero para nuestra desgracia, eso no era todo.

    Los infectados creaban otros nuevos infectados por contacto o proximidad conti-nuada, y su aislamiento era prioritario hasta que se desarrollase una nueva cura. Por otrolado, como si los acontecimientos fuesen dictados por un macabro plan del destino, y

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    dignos de un buen guin de film de terror, resulta que el rgano ms sensible y suscepti-ble de padecer las consecuencias de la contaminacin por hongos, era el cerebro.

    Invadido por el micelio del hongo, vea afectadas importantes funciones de for-ma progresiva, alterando la comunicacin neuronal y la respuesta natural a diferentes

    estmulos y necesidades corporales. La leptina, es una sustancia que se genera por lasclulas adiposas e interacta en la nsula y la corteza parietal y temporal, relacionandolas sensaciones de saciedad y satisfaccin que controlan el hambre en los seres huma-nos. Pues bien, la produccin de esta hormona disminua radicalmente en los individuos

    bajo severa contaminacin, con lo cual desapareca el freno qumico que posee el cuer-po humano y que nos indica que ya estamos llenos o saciados de comida. Esto se com-binaba con la disfuncin en los lbulos parietales, (entre otras numerosas faltas an enfase de estudio) encargados de procesar el sistema emocional y valorativo. Los sntomasderivados de la combinacin de esos factores, no son difciles de prever.

    Brotes de esquizofrenia, combinados con la prdida de la consciencia social quenos integra y nos hace conscientes de nosotros mismos y de los que nos rodean. Com-

    portamientos alejados del control mental de nuestras funciones, hambre insaciable y te-rribles padecimientos. Todo ello se poda traducir, en lo que cada da asomaba de formainvariable ante los sanos, enseando las terrorficas consecuencias reflejadas en los nue-vos contagiados, para difuminar con sus monstruosos sntomas todas nuestras esperan-zas de presente y futuro.

    Los antdotos llegaban con cuentagotas, y la solucin a emplear, al menos en mi

    pas, era la de esperar una fecha convenida atendiendo al previo sorteo efectuado a tenordel nmero de la seguridad social. No obstante, todos los sanos acudan mucho antescon la esperanza de que hubiera ms existencias o que algunos de los poseedores de n-meros pretritos hubiesen sucumbido finalmente a la plaga dejando vacante su lugar yacelerando el turno. Pero lo normal era acudir a los centros de tratamiento y recibir una

    prrroga por falta de existencias.

    Desde la privilegiada posicin de mi ventana, yo mismo poda observar todos losdas a una gran multitud agolparse frente a las puertas del campamento instalado entre latercera y la avenida catorceava, ofreciendo un lamentable espectculo de desesperacin

    enfrentada contra las fuerzas del orden, que a duras penas podan contener con su ordenmarcial, tamaa avalancha. Yo personalmente no pensaba presentarme a la fila ni un daantes de mi turno, y tan slo abandonara mi segura atalaya arriesgndome a posar los

    pies en la calle, cuando me escaseara el alimento y tuviera de forma obligada que acudiral campamento con mi cartilla de racionamiento.

    Qu hacer hasta entonces mientras se esperaba? Pues como toda persona pru-dente y cabal, atrincherarme en mi hogar y seguir las recomendaciones del gobierno di-fundidas las veinticuatro horas por radio y televisin en los canales de emergencia: Uso

    permanente de mascarillas. Consumicin expresa de alimentos proporcionados por el

    ejrcito y por tanto libres de esporas. Abundante consumo de agua y aislamiento en el

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    domicilio evitando contacto directo con otras personas no pertenecientes al mbito es-trictamente familiar.

    Curiosamente exista otra forma de liberarse de manera puntual del contagio pornube de esporas no difundida de forma oficial, pero s oficiosa- y con resultados al

    parecer muy satisfactorios: El tabaco. Fumar. Este hbito de introducir agentes txicosen nuestros pulmones, principales receptores de las esporas, resulta que mataba el hon-go e impeda su reproduccin. Los fumadores veteranos, tenan lo suficientemente con-taminados sus pulmones como para poder incluso prescindir de la mascarilla de protec-cin. Por ello, el tabaco era un bien tan preciado como la comida o el agua estando enespera de la vacuna. Se llegaba a cualquier cosa por conseguirlo, puesto que los estan-cos estaban intervenidos y su reparto a voluntad, igualmente racionado para evitar la es-

    peculacin. As que todo aquel que poda voluntariamente, fumaba todo lo fumable has-ta agotar su racin correspondiente. Luego deba buscar en los subterfugios tabaco de

    contrabando o marihuana (tambin efectiva) y pagar su precio en oro. Otros optaron porcultivarla sta ltima en su casa, y evidentemente, optaron por una va poco orto-doxa pero acertada.

    Pero una vez en la calle todas estas precauciones no te libraban del contagio o dela muerte. De cualquier rincn poda surgir alguien infectado intentando abalanzarse so-

    bre ti con la intencin de aplacar sus infinitas ansias de alimentarse con tus propias car-nes. De nada servan las palabras entonces, porque el ser racional no habitaba ya ensus cabezas. Seguan siendo personas, s, pero desconectadas de su consciencia para pa-sar a ser autmatas alimenticios que aullaban su dolor y rabia por donde quiera que tran-

    sitaran. Lo mismo les daba merendarse a un perro callejero que a un familiar.

    Dado que nicamente optaban a la vacuna los afiliados a la seguridad social,toda la masa de inmigrantes ilegales haba quedado excluida automticamente del sor-teo. Por ello, muchos haban decidido huir a la frontera portando slo lo imprescindible.La nica solucin que se les dio en pos de ofrecer algn tipo de amparo y a sabiendas deque marchaban a merced de la muerte, fue la de acoger y hacerse cargo de los menoresde doce aos, igualndolos en prestaciones a los nativos y engrosando todos ellos elgrupo prioritario merecedor de recibir antdoto. Con mucho dolor, los padres ms sensa-tos optaron por la desesperada opcin de separarse de sus hijos.

    Pero una vez llegados a las fronteras, fueron repelidos por las fuerzas militares.En sus respectivos pases no era bien acogida la nueva avalancha de gente, incapaces dehacerse cargo siquiera de los residentes, con lo que desestimaron hacerse cargo de la gi-gantesca ola de inmigrantes. As que al fin se convirti en una balsa humana de centena-res de miles de individuos que flotaba entre dos tierras sin esperanza alguna. Cuando lanube de esporas finalmente los alcanz, regresaron de nuevo con las facultades mentalescambiadas y portando un hambre atroz. Pasearon sus carnes magras por los campos al-canzando cualquier pequea localidad, invadiendo casas y refugios, y su nmero supercualquier previsin anterior. Por ello el ejrcito no tuvo ms remedio que emplearse afondo contra el mortfero avance de la franja de infectados que llegaba desde el sur aso-

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    lando cualquier pueblo o villa; como una plaga hambrienta que caminara sin descanso.Tras de s, dejaban una estela de destruccin sin precedentes. Muerte y caos sin fin, delque no se libraban ni siquiera los animales. Y al fin regresaron al pi de las grandes ciu-dades, cuyos permetros eran fuertemente custodiados por el grueso armamentstico.Pero resultaba tremendamente complicado guardar indemnes todos los pasos de aquellamarea humana, que avanzaba en busca de la lozana de las carnes sanas a falta de cual-quier otro tipo de alimento.

    El periodo de incubacin del hongo es demasiado largo como para esperar a quemueran por s solos, puesto que los infectados que consigan alimentarse regularmente,

    podrn prolongar su agona hasta sucumbir ms all de los ocho o nueve meses. Es porello que no se andan con miramientos de ningn tipo a la hora de hacerles frente con lasarmas. Desgraciadamente lejos de menguar su nmero, el porcentaje de infectados semantiene estable, pues las bajas se auto-compensan con los nuevos infectados por las

    esporas o por contacto, dentro del enorme grupo de personas susceptibles de caer conta-giados antes de recibir la vacuna.

    ***

    II.

    Los canales de emergencia local han estado transmitiendo durante toda la maa-na. Ayer han comenzado a desmantelar el campamento que se halla en el cruce de la ter-

    cera con la catorceava avenida. Nos instan a abandonar nuestras casas y dirigirnos alcentro para reunificarnos en un ncleo cerrado ms grande y seguro. De nada nos sirveestar en contra de esta decisin.

    Casi no me quedan alimentos y ya me he quedado sin tabaco. Mi situacin deprivilegio estando tan cerca de un campamento se ha desvanecido. As que recoger loms imprescindible y me dispondr a llegar a la nueva empalizada.

    He observado que la gente va llenando las calles y circula poco a poco en proce-sin con direccin al punto indicado. Los soldados se hallan dispersos por las esquinas

    de los cruces vigilando que todo transcurra con normalidad. As que armado de resigna-cin, me unir a la comitiva.

    ***

    III.

    Llueve con cadencia. Los paraguas desplegados se mueven al comps sorteandolos automviles varados bajo este cielo gris de media tarde. Aunque procure no rozarme

    con nadie, es imposible. Somos demasiados, y alguien siempre, te empuja al pasar portu lado ms deprisa. Los soldados quedan atrs, esperando a los ms rezagados, mien-

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    tras los dems nos replegamos hacia el centro. Jams pens que fusemos tantos los queesperbamos pacientemente dentro de nuestras casas. Veo nios de la mano de sus pa-dres, y eso me alegra un poco la vista tras tanto tiempo de ausencia y desesperanza.

    El camino se hace largo y el paso es cada vez ms parsimonioso. Cuanto ms

    nos reagrupamos, ms estrechos se hacen los pasos de control de entrada a la nueva em-palizada. La ma, la puerta este, la tengo a doscientos metros. Una doble valla sobre-ele-vada cruza las amplias avenidas despojadas ahora de vehculos. Alta, cubierta de obst-culos puntiagudos, y electrificada. Infranqueable.

    La tarde muere y apenas avanzo un par de metros cada media hora. Apoyo mismanos por primera vez en las verjas metlicas de separacin, pintadas de amarillo, ele-vadas y fuertemente sujetas al suelo, que forman junto con sus hermanas mltiples pasi-llos de fila nica que desembocan en la puerta de entrada al recinto. Las flechas colora-das son mudas consejeras que nos informan del camino a seguir. La gente est agotadade caminar y esperar bajo el impertinente aguacero. Al menos mientras llueva no sernecesaria la mascarilla, pero muchos an optan por seguir con ella puesta. Slo por siacaso.

    La espera es asfixiante. El de atrs me empuja levemente por ensima vez, yoempujo por inercia al de delante, y ste hace lo propio con el siguiente. La presin au-menta con la impaciencia y la noche va alcanzando nuestras cabezas sin que hayamosconseguido nuestro objetivo de cruzar a zona segura. Ahora se encienden los potentesfocos localizados sobre la verja y su luz se refleja sobre los rostros desesperados de mi-

    les de personas atrapadas en la espera por las numerosas filas.Suenan disparos y explosiones en la lejana.

    La gente se intranquiliza an ms. El repliegue del ejrcito conlleva un avancede la masa infectada y al fin logran penetrar las primeras empalizadas.

    Veo que el personaje que llevo detrs se cuelga de mis hombros ligeramente ymueve la cabeza nervioso para sortear la ma, intentando ver ms all de ella, en direc-cin a la puerta de entrada. Temo que finalmente quiera saltarme por encima. Los empu-

    jones son cada vez ms frecuentes. La seora gruesa de la fila de mi derecha, de la que

    tan slo me separa la verja metlica, se resbala y pierde el equilibrio al ser vencida porel empuje de los que vienen detrs. La falta de resistencia hace que toda la fila se le ven-ga encima, cayendo los ms inmediatos sobre ella. Los primeros gritos alertan a todaslas filas y la presin y los empujones son ms evidentes en todas ellas. Es imposible queen una fila tan estrechada puedan levantar a la mujer, y los primeros zapatos se posansobre su espalda. Yo me horrorizo al ver cmo cada cual lucha por su propia integridaddespreciando a su vecino. Los dems slo son obstculos para la propia salvacin. Des-

    precio esta actitud y pienso que tal vez, la humanidad tenga finalmente lo que se mere-ce.

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    El de mi espalda me empuja de nuevo con ms mpetu al escuchar el redoble desalvas un poco ms cerca que antes. Su impaciencia me hace enfurecer y miro haciaatrs, a su rostro. l sigue oteando por encima de m, ignorndome. Soy el obstculo in-mediato a traspasar. Vuelvo la cabeza hacia delante y me empuja de nuevo violentamen-te, instndome a que haga yo lo mismo con el de delante.

    No aguanto ms.

    Me doy la vuelta y estampo mis nudillos contra su rostro de sesentero espabila-do, rompindole la nariz y causndole una aparatosa hemorragia que intenta apaciguarcon su pauelo. Pero no intenta devolverme el golpe a pesar de mantenerme siempre

    justo delante de l, y se aguanta el dolor y las ganas resignado. Los dems le miran des-de las otras filas, mucho ms caticas y escandalosas, que parecen avanzar ms rpidosobre los cuerpos de aquellos que caen regularmente al suelo.

    Ya nadie esconde los gritos. El escndalo se apodera del final de las colas de es-pera. Los soldados de retaguardia han llegado y traen tras de s a la turba sangrante deencas contradas y dispuestas a hincar el diente a todo lo que se mueva o respire.

    Est todo perdido. Mi vecino entra en guerra con mi espalda y me empuja ayu-dado por el centenar de personas que lleva detrs. Las verjas, pensadas para mantenerun orden, ahora forman los comederos en los cuales los infectados van a encontrar pres-to alimento. La gente se aferra al metal y escala por ellas intentando avanzar por las al-turas, pero el peso las curva y caen dobladas sobre el resto. Ahora avanzan rpido sobrelas pasarelas, apoyadas sobre las espaldas de los que permanecen debajo, aplastados. Yo

    soy uno de ellos. Estoy inmovilizado por el peso y por los que me acompaan, dentro deun sndwich de caos y horror indescriptibles. Por entre los agujeros veo cmo los pri-meros infectados trepan con uas y dientes sobre las espaldas de los que huyen hacia las

    puertas. La sangre fluye y se mezcla con el agua de lluvia. Los disparos y las granadashacen estallar cabezas y cuerpos sin hacer divisiones. La furia se desata por encima delas vallas y se confunde con la noche y el resplandor de las explosiones.

    Mis pulmones se agotan. Ya no les llega aire suficiente. Mi cerebro se apaga de-jando atrs todo el horror desplegado en el piso superior. Los hierros de la valla contra-

    en mis vrtebras contra el suelo y siento como cada pisada se marca en mis costillas.Cierro los ojos y me abandono al descanso que mi cuerpo reclama con insistencia. Ya nomerece la pena mantenerse despierto.

    Que el fin me llegue cuanto antes...

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