del topos al logos. fernando aínsa

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18 | Septiembre de 2011 Director: Héctor Loaiza— ISSN 1961-974X 02 02 2007 Del topos al logos. Propuestas de geopoética (Introducción), por Fernando Aínsa Si este no es privilegio del espacio americano, es evidente que la realidad del Nuevo Mundo se apareció, desde el momento de su incorporación a la historia occidental, como un conjunto de “lugares posibles” para el despliegue de un prodigioso imaginario geográfico. En la medida que se desconocía su articulación interna, el vacío primordial del espacio inédito tenía una predisposición cosmológica a la creación demiúrgica de la que cronistas y escritores serían artífices. Su propia indeterminación era una invitación a conquistar y a “bautizar” con palabras la nueva realidad, apasionantes grafías con las que se construyeron progresivamente los paisajes arquetípicos con que ahora se la caracteriza. Gracias al proceso que va del topos al logos se fueron haciendo inteligibles los conceptos y las nociones que permitieron la puesta del Nuevo Mundo en perspectiva y la proyección de una auténtica geopoética latinoamericana de la que estos ensayos aspiran ser una propuesta abierta. En ese nuevo “vivero de imágenes” —utilizando la feliz imagen de José Lezama Lima— América entrelazó íntimamente “el mito clásico y la nueva utopía” y propició un principio de agrupamiento, reconocimiento y diferenciación. Flora y fauna fueron objeto —en palabras de descubridores y cronistas— de comparaciones con viejos bestiarios, fabularios y libros sobre plantas mágicas, cuando no con la fantasía de libros de caballería o mitología clásica. De ahí que el estilo de esa primera literatura haya sido conscientemente exagerado, hiperbólico, efectista. De ahí la importancia de lo descriptivo; de ahí el barroco subsiguiente, dirán otros. Frente a la selva, la pampa, las altas cordilleras o los ríos caudalosos, se repetiría este proceso de apropiación por la palabra. La fuerza vital omnipotente de la naturaleza impresionó a quienes primero la percibieron viniendo de otros mundos y sin otro instrumento adecuado para aprehenderla que la lengua. Sin embargo, los modos como el espacio fue asumido y transformado en sucesivos paisajes literarios sería diferente. Si muchos textos reflejan un conflicto y un enfrentamiento con los elementos primordiales de un medio que se aparece hostil (narrativa de la selva, del mundo andino, de los ríos que vertebran el continente), otros reflejan el horror al vacío (las pampas y desiertos), mientras algunos recuperan el escenario de la Edad de Oro, el paraíso perdido en visiones edénicas o en reconstrucciones americanas de la Arcadia. Las ciudades, paradigma del espacio utópico y geométrico con que fueron inicialmente proyectadas, fueron los puntos desde los cuales se desplegó esa mirada. Desde la seguridad urbana y una centralidad administrativa se midieron distancias y fijaron los límites y fronteras con que se reconoce hoy la cartografía literaria del continente. Sin embargo, no tardaría el 1

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Page 1: Del topos al logos. Fernando Aínsa

18 | Septiembre de 2011 Director: Héctor Loaiza— ISSN 1961-974X

02 02 2007

Del topos al logos. Propuestas de geopoética (Introducción), por Fernando AínsaSi este no es privilegio del espacio americano, es evidente que la realidad del Nuevo Mundo se apareció, desde el momento de su incorporación a la historia occidental, como un conjunto de “lugares posibles” para el despliegue de un prodigioso imaginario geográfico. En la medida que se desconocía su articulación interna, el vacío primordial del espacio inédito tenía una predisposición cosmológica a la creación demiúrgica de la que cronistas y escritores serían artífices. Su propia indeterminación era una invitación a conquistar y a “bautizar” con palabras la nueva realidad, apasionantes grafías con las que se construyeron progresivamente los paisajes arquetípicos con que ahora se la caracteriza.Gracias al proceso que va del topos al logos se fueron haciendo inteligibles los conceptos y las nociones que permitieron la puesta del Nuevo Mundo en perspectiva y la proyección de una auténtica geopoética latinoamericana de la que estos ensayos aspiran ser una propuesta abierta. En ese nuevo “vivero de imágenes” —utilizando la feliz imagen de José Lezama Lima— América entrelazó íntimamente “el mito clásico y la nueva utopía” y propició un principio de agrupamiento, reconocimiento y diferenciación. Flora y fauna fueron objeto —en palabras de descubridores y cronistas— de comparaciones con viejos bestiarios, fabularios y libros sobre plantas mágicas, cuando no con la fantasía de libros de caballería o mitología clásica. De ahí que el estilo de esa primera literatura haya sido conscientemente exagerado, hiperbólico, efectista. De ahí la importancia de lo descriptivo; de ahí el barroco subsiguiente, dirán otros. Frente a la selva, la pampa, las altas cordilleras o los ríos caudalosos, se repetiría este proceso de apropiación por la palabra. La fuerza vital omnipotente de la naturaleza impresionó a quienes primero la percibieron viniendo de otros mundos y sin otro instrumento adecuado para aprehenderla que la lengua. Sin embargo, los modos como el espacio fue asumido y transformado en sucesivos paisajes literarios sería diferente. Si muchos textos reflejan un conflicto y un enfrentamiento con los elementos primordiales de un medio que se aparece hostil (narrativa de la selva, del mundo andino, de los ríos que vertebran el continente), otros reflejan el horror al vacío (las pampas y desiertos), mientras algunos recuperan el escenario de la Edad de Oro, el paraíso perdido en visiones edénicas o en reconstrucciones americanas de la Arcadia.Las ciudades, paradigma del espacio utópico y geométrico con que fueron inicialmente proyectadas, fueron los puntos desde los cuales se desplegó esa mirada. Desde la seguridad urbana y una centralidad administrativa se midieron distancias y fijaron los límites y fronteras con que se reconoce hoy la cartografía literaria del continente. Sin embargo, no tardaría el topos de la ciudad, en ser centro, a su vez, de una difícil e inconclusa representación literaria que ha privilegiado tanto la solidaria integración de sus barrios evocados con nostalgia, como la desarticulación babélica, cuando no caótica y violenta, de su tejido urbano. En todos los casos, el texto/textura de la narrativa que se ha ido apropiando del espacio —sabanas y llanos, selvas y montañas, barrios y ciudades— integra conjuntos simbólicos con un “sentido común”, un mundo de significaciones suficiente para permitir tanto la reconstrucción de espacios de origen, como la recuperación de un lugar privilegiado del “habitar”, ya que para habitar el paisaje —como recordaba Paul Ricoeur— es necesaria la mezcla de la mirada del geógrafo, el espíritu del viajero y la creación del artista para, respectivamente, darse cuenta del entorno concreto de la naturaleza, desear penetrar en sus sendas, caminos y secretos, fijar direcciones y sentidos y fundar lugares. Construir y habitar concretan el lugar, el topos; al describirlo se lo trasciende en logos. La representación se filtra y se distorsiona a través de mecanismos que transforman la percepción exterior en experiencia psíquica y hacen de todo espacio, un espacio experimental y potencialmente literario. El punto de vista es, por lo tanto, variable, pero está siempre originado en un aquí y ahora estrechamente fusionados que explican la dimensión de historicidad que puede reconocerse en todo espacio y la dimensión espacial de todo devenir.El lenguaje, el pensamiento y el arte se funda en esa “conquista interior” abierta al mundo, “espacio mental” —estructura antropológica del imaginario, al decir de Gilbert Durand—que propicia un

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espacio vivencial, intuitivo, sensible, íntimo, espacio vivido, “espacio que se tiene”, “espacio que se es”, espacio de la experiencia y la creación.II. Los ensayos que integran Del topos al logos. Propuestas de geopoética van unívocamente en esa dirección. Dividida en tres partes —“Espacios inéditos”, “Ciudades” y “Fronteras”— los once capítulos de esta propuesta invitan a una lectura donde realidad y ficción se entrelazan a partir del poético vaticinio de Juan de Castellanos en las Elegías (1587) que dedica a Cristóbal Colón: “Al Occidente van encaminadas las naves inventoras de regiones”. En el primer ensayo —“Grafías del espacio en perspectiva”— se aventura una teoría del espacio como vacío al que la palabra da un contenido, apasionante toma de posesión que tiene en la narrativa latinoamericana su mejor expresión, cuyas “voces de la tierra” y metaforización poética de la geografía se analizan en el segundo capítulo. El topos de la selva y sus arquetipos más connotados (la catedral verde, la cárcel vegetal, la espiral y el laberinto, la dialéctica espacio–tiempo) se rastrean en las obras canónicas de Juan León Mera, José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos, Alejo Carpentier y Mario Vargas Llosa. Un capítulo especial se consagra a la literatura que tiene a los ríos por escenario, temática poco recurrida por narradores y críticos que pretendemos descubrir para el Uruguay. Los “lugares de la memoria” que el poder instaura en las ciudades a través de un “sistema celebratorio” representado en monumentos, placas conmemorativas, nombres de calles y avenidas configura una visión histórica del pasado. El espacio urbano refleja esta reconstrucción de una memoria selectiva, temporalidad espacial a la que consagramos el primer capítulo de la segunda parte.La invención literaria de la ciudad, los nuevos paisajes que propicia una narrativa que la ha ido progresivamente conquistando en la misma medida en que se ha descentrado y fraccionado, son analizados en otro capítulo. De la Caracas de Salvador Garmendia y Adriano González León al Buenos Aires de Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Ernesto Sábato, Leopoldo Marechal y César Aira, pasando por el México de Carlos Fuentes, Gustavo Saínz y Guillermo Samperio y La Habana de Guillermo Cabrera Infante y Leonardo Padura, la ciudad latinoamericana reconcilia imaginación y memoria a través de una urdimbre textual que sigue atenta a las vibraciones de “los signos de la calle” y abierta a los desafíos del deterioro o la violencia.Al salir de un largo período de urbanofobia más o menos reflexiva, la ciudad —considerada como espacio de anonimato y soledad, agobio masificado y contaminación— está recuperando sus virtudes más secretas y propone una aventura en la que su propio caos se transforma en objeto estético, atracción por el sentido del sinsentido de “les villes énormes” que ya sedujera a Baudelaire. Ahora poetas, pintores y fotógrafos entienden que “la enjundia poética de la calle estaba en la verdad de su desorden, en la parte de calamidad y desolación que contiene”, un “territorio agreste donde leer las tensiones de la Alteridad, del desarraigo y la pérdida” (María Bolaños), sugerente derivación que recoge la narrativa que analizamos en la segunda parte. El espacio preservado del jardín, refugio que rodea y prolonga la casa como resumen del mundo, es abordado a través de la obra de José Donoso, El jardín de al lado. Leit-motiv de la narrativa latinoamericana, el jardín invita desde la mirada del exilio a un sugerente reflejo de espejos entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Sin embargo, la ciudad como apropiación literaria no se identifica solo en la toponimia de una cartografía real. Juan Carlos Onetti funda Santa María; Juan Rulfo, Comala; Gabriel García Márquez, Macondo; Roberto Bolaño, Santa Teresa, ciudades del imaginario que condensan con intensidad alegórica una cosmovisión en la que se reconocen signos de la realidad. Otros, como Borges, proyectan ciudades a través del sueño del poeta Coleridge o de la relectura del Libro de las Maravillas de Marco Polo. A estas utopías visionarias consagramos el último capítulo de la segunda parte. En la tercera parte —“Fronteras”—proponemos una teoría de la frontera como espacio de diferencia, encuentro y trasgresión. Expresión de poder, el límite genera diferencias, crea zonas fronterizas e invita a pasajes e intercambios. Fijar la frontera, poblar el espacio interior que enmarca fueron preocupaciones fundacionales de Sarmiento y Alberdi en la Argentina, proyecto que inicialmente pudo ser el de una “tierra prometida” y derivó en una desordenada Babel. La narrativa ha reflejado esta búsqueda, a cuyo análisis dedicamos el último capítulo. El topos encarnado en logos llega así a la única liberación posible para un texto: plasmarse en el libro que lo fija y lo difunde, en esa vida propia y tan aleatoria de su destino independiente, cuando otro que su autor lo lee. Porque Del topos al logos tiene en cuenta —siguiendo a Ricardo Gullón— que es en la lectura donde se produce la verdadera dilatación del espacio literario, es decir, donde el texto “da de sí” y “donde el encuentro autor-lector, desencadena en éste una cadena de respuestas que no sólo es decodificación, sino ajuste a una

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realidad verbal que pide ser completada”. El lector introduce un nuevo punto de vista y tiende puentes y abre pasajes entre su propio espacio y el de la obra a través de esa “comunidad de evidencias” en las que se reconoce y se apoya. La lectura invita a la trasgresión de fronteras establecidas en el topos, a la comunicación entre espacios diferenciados y a la creación de esa “comunidad de evidencias” que procura el logos.Hagamos de esta “comunidad de evidencias” el vínculo por el cual los lectores de estas “propuestas de geopoética” puedan ingresar a una lectura del espacio imaginario americano, donde se representan los vastos territorios de una invención a la que han contribuido sus mejores escritores.

Zaragoza/Oliete, mayo 2006

 ACERCA DEL AUTOR

Fernando Aínsa, escritor y crítico uruguayo de origen español, trabajó en UNESCO de París desde 1974 hasta 1999. Reside actualmente en Zaragoza (España). Ha publicado ensayos, libros de cuentos y novelas. Entre sus últimas obras de crítica y de ensayo figuran "La reconstrucción de la utopía" Buenos Aires y México; "Travesías", (2000). "Del canon a la periferia. Encuentros y transgresiones en la literatura uruguaya" y "Pasarelas. Letras entre dos mundos" y "Espacios del imaginario latinoamericano. Propuestas de geopoética" (2002). "Narrativa hispano-americana del siglo XX. Del espacio vivido al espacio del texto" Zaragoza (2003). "Rescribir el pasado. Historia y ficción en América Latina" (2003) y “Del topos al logos. Propuestas de geopoética” (Iberoamericana, Madrid, 2006). Algunos de sus libros obtuvieron premios en Argentina, México, España, Francia y Uruguay. Colabora en revistas literarias especializadas de Latinoamérica, EE.UU. y Europa.

 

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