del mictlan y de mictlantecuhtli, dios de los muertos

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DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2006 No. 233 Del Mictlan y de Mictlantecuhtli, dios de los muertos Isabel Garza Gómez ara los antiguos mexicanos la muerte no implicaba el fin, sino el inicio de una nueva forma de existencia. Desde esta perspectiva, se consideraba que coexistían varios reinos de los muertos y que el tránsi- to de las ánimas hacia alguno de ellos de- pendía de las circunstancias en que acon- tecía el deceso. Las fuentes históricas con- ceden mayor importancia a cuatro reinos. Uno de ellos, era el Chichihualcuauhco, sitio destinado para los que morían aún sien- do lactantes. Sobre los otros tres reinos, fray Bernardino de Sahagún menciona en la Historia General de las cosas de Nueva España, que el Tlalocan, reino de Tláloc, estaba reservado para los que fallecían por alguna causa relacionada con agua, para los fulminados por rayos y para los que eran victimados en honor a esta deidad. A los guerreros caídos en combate, a las mu- jeres que fallecían durante su primer parto y a los que eran sacrificados ante sus ído- los, les correspondía ir a la Morada del Sol. Los que morían por causas naturales y por enfermedades comunes tenían como desti- no final el Mictlan, ámbito presidido por Mictlantecuhtli, dios de los muertos. Debido a que el tipo de muerte condicio- naba el destino final de las ánimas, existían diversos y elaborados tipos de ritos fune- rarios. En el caso de los que iban al Mictlan, sin importar su condición social, recibían el mismo tratamiento mortuorio y los cadáve- res eran expuestos al fuego. Si el que falle- cía era un personaje importante, el entierro se posponía algunos días para que los no- bles de otros pueblos asistieran al funeral y se sacrificaban algunos cautivos para que le sirvieran durante su recorrido al más allá. Se concebía un Universo constituido por un nivel celeste y por el inframundo. El pri- mero, con trece cielos en los que habitaban astros y deidades. En el segundo, había nueve pisos y en el más profundo de ellos se encontraba el Mictlan, lugar de los des- carnados. Por ello, se consideraba que el camino que conducía el Mictlan era el más largo y el más peligroso. Se creía que este viaje duraba cuatro años y que durante este tiempo, las ánimas tenían que pasar entre dos sierras que chocaban entre si; burlar a una culebra que cuidaba el camino, atrave- sar el lugar de la lagartija verde, cruzar ocho páramos y ocho precipicios, caminar por la región del viento de navajas y cruzar a nado un caudaloso río. Finalmente y después de haber vencido estos obstáculos, se encon- traban con Mictlantecuhtli. Para ayudar en este difícil trance, los deudos quemaban, como ofrenda a Mictlantecutli, las perte- nencias del difunto a los ochenta días, al año, a los dos años, a los tres años y a los cuatro años del deceso. A diferencia de los otros reinos de los muertos en los que predominaba la luz, el Mictlan era concebido como un lugar frío, oscuro y pestilente. Se asociaban a este reino de los muertos los perros color ber- mejo, porque ellos ayudaban a cruzar el pe- ligroso río que separaba a las ánimas de su destino final. Otros animales asociados con el Mictlan eran los alacranes, los ciempiés, las arañas y los murciélagos. A Mictlante- cuhtli se le conocía también como Ixpúzte- pec, rostro quebrado, Nextepehua, esparci- dor de cenizas y Tzontémoc, el que baja la cabeza. La contraparte femenina de Mict- lantecuhtli era Mictlancíhuatl y ambas dei- dades eran representadas como esquele- tos o personajes semi-descarnados, cuyo principal atributo consistía en un rosetón en forma de círculo o semi-círculo de papel plegado, con un cono en el centro del que se desprendían dos bandas. Este mismo rosetón formaba parte de la indumentaria de los sacerdotes dedicados al culto del dios de los muertos. De acuerdo a Sahagún, durante la festi- vidad Tepeíhuitl en la que se honraba a los montes, se rendía culto a los muertos. Como Mictlantecuhtl.- Dios de los muertos Mitecacihuatl recibe la ofrenda. Códice Borgia La dualidad vida-muerte. Códice Laud parte del ritual se hacían imágenes de los difuntos con una pasta preparada con ble- dos. Dichas imágenes, se colocaban prime- ro sobre roscas de zacate y al amanecer, las ponían encima de un lecho de juncos en sus adoratorios. Se les ofrendaban alimen- tos, bebidas e incienso. Posteriormente, la ofrenda era consumida por familiares y ami- gos. De acuerdo al calendario romano esta festividad se celebraba a fines del mes de octubre y coincidía con la época en que se cosechaban los cultivos. Era una fiesta agrí- cola en la que coexistían la vida y la muerte. Este binomio de vida-muerte, fuerzas antagónicas que se complementan, era una de las expresiones de la dualidad, concepto básico de la filosofía religiosa mesoameri- cana. Esta dualidad estaba implícita en sus actividades cotidianas y era la perspectiva desde la cual se analizaban los fenómenos naturales. En el Códice Borgia se represen- tan a Mictlantecuhtli y a Quetzalcóatl como fuerzas opuestas complementarias; el pri- mero como la muerte y el segundo como la vida, ciclo básico del Universo. De igual manera esta concepción dual se manifiesta en la Leyenda de los Soles, texto que relata que antes del Quinto Sol, época en que se Pasa a la página II

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Page 1: Del Mictlan y de Mictlantecuhtli, dios de los muertos

DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2006 No. 233

Del Mictlan y de Mictlantecuhtli, dios de los muertos

◆ Isabel Garza Gómez ◆

ara los antiguos mexicanos la muerte

no implicaba el fin, sino el inicio de una

nueva forma de existencia. Desde esta

perspectiva, se consideraba que coexistían

varios reinos de los muertos y que el tránsi-

to de las ánimas hacia alguno de ellos de-

pendía de las circunstancias en que acon-

tecía el deceso. Las fuentes históricas con-

ceden mayor importancia a cuatro reinos.

Uno de ellos, era el Chichihualcuauhco,

sitio destinado para los que morían aún sien-

do lactantes. Sobre los otros tres reinos,

fray Bernardino de Sahagún menciona en

la Historia General de las cosas de Nueva

España, que el Tlalocan, reino de Tláloc,

estaba reservado para los que fallecían por

alguna causa relacionada con agua, para

los fulminados por rayos y para los que

eran victimados en honor a esta deidad. A

los guerreros caídos en combate, a las mu-

jeres que fallecían durante su primer parto

y a los que eran sacrificados ante sus ído-

los, les correspondía ir a la Morada del Sol.

Los que morían por causas naturales y por

enfermedades comunes tenían como desti-

no final el Mictlan, ámbito presidido por

Mictlantecuhtli, dios de los muertos.

Debido a que el tipo de muerte condicio-

naba el destino final de las ánimas, existían

diversos y elaborados tipos de ritos fune-

rarios. En el caso de los que iban al Mictlan,

sin importar su condición social, recibían el

mismo tratamiento mortuorio y los cadáve-

res eran expuestos al fuego. Si el que falle-

cía era un personaje importante, el entierro

se posponía algunos días para que los no-

bles de otros pueblos asistieran al funeral y

se sacrificaban algunos cautivos para que

le sirvieran durante su recorrido al más allá.

Se concebía un Universo constituido por

un nivel celeste y por el inframundo. El pri-

mero, con trece cielos en los que habitaban

astros y deidades. En el segundo, había

nueve pisos y en el más profundo de ellos

se encontraba el Mictlan, lugar de los des-

carnados. Por ello, se consideraba que el

camino que conducía el Mictlan era el más

largo y el más peligroso. Se creía que este

viaje duraba cuatro años y que durante este

tiempo, las ánimas tenían que pasar entre

dos sierras que chocaban entre si; burlar a

una culebra que cuidaba el camino, atrave-

sar el lugar de la lagartija verde, cruzar ocho

páramos y ocho precipicios, caminar por la

región del viento de navajas y cruzar a nado

un caudaloso río. Finalmente y después de

haber vencido estos obstáculos, se encon-

traban con Mictlantecuhtli. Para ayudar en

este difícil trance, los deudos quemaban,

como ofrenda a Mictlantecutli, las perte-

nencias del difunto a los ochenta días, al

año, a los dos años, a los tres años y a los

cuatro años del deceso.

A diferencia de los otros reinos de los

muertos en los que predominaba la luz, el

Mictlan era concebido como un lugar frío,

oscuro y pestilente. Se asociaban a este

reino de los muertos los perros color ber-

mejo, porque ellos ayudaban a cruzar el pe-

ligroso río que separaba a las ánimas de su

destino final. Otros animales asociados con

el Mictlan eran los alacranes, los ciempiés,

las arañas y los murciélagos. A Mictlante-

cuhtli se le conocía también como Ixpúzte-

pec, rostro quebrado, Nextepehua, esparci-

dor de cenizas y Tzontémoc, el que baja la

cabeza. La contraparte femenina de Mict-

lantecuhtli era Mictlancíhuatl y ambas dei-

dades eran representadas como esquele-

tos o personajes semi-descarnados, cuyo

principal atributo consistía en un rosetón

en forma de círculo o semi-círculo de papel

plegado, con un cono en el centro del que

se desprendían dos bandas. Este mismo

rosetón formaba parte de la indumentaria

de los sacerdotes dedicados al culto del

dios de los muertos.

De acuerdo a Sahagún, durante la festi-

vidad Tepeíhuitl en la que se honraba a los

montes, se rendía culto a los muertos. Como

Mictlantecuhtl.- Dios de los muertos Mitecacihuatl recibe la ofrenda. Códice Borgia La dualidad vida-muerte. Códice Laud

parte del ritual se hacían imágenes de los

difuntos con una pasta preparada con ble-

dos. Dichas imágenes, se colocaban prime-

ro sobre roscas de zacate y al amanecer, las

ponían encima de un lecho de juncos en

sus adoratorios. Se les ofrendaban alimen-

tos, bebidas e incienso. Posteriormente, la

ofrenda era consumida por familiares y ami-

gos. De acuerdo al calendario romano esta

festividad se celebraba a fines del mes de

octubre y coincidía con la época en que se

cosechaban los cultivos. Era una fiesta agrí-

cola en la que coexistían la vida y la muerte.

Este binomio de vida-muerte, fuerzas

antagónicas que se complementan, era una

de las expresiones de la dualidad, concepto

básico de la filosofía religiosa mesoameri-

cana. Esta dualidad estaba implícita en sus

actividades cotidianas y era la perspectiva

desde la cual se analizaban los fenómenos

naturales. En el Códice Borgia se represen-

tan a Mictlantecuhtli y a Quetzalcóatl como

fuerzas opuestas complementarias; el pri-

mero como la muerte y el segundo como la

vida, ciclo básico del Universo. De igual

manera esta concepción dual se manifiesta

en la Leyenda de los Soles, texto que relata

que antes del Quinto Sol, época en que se

Pasa a la página II

Page 2: Del Mictlan y de Mictlantecuhtli, dios de los muertos

DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2006II

◆ Barbara Konieczna ◆

Las exequias a los difuntos guerreros mexicas

a celebración de la fiesta a los difun-

tos, nos trae recuerdos de los seres que

hemos conocido y que se nos “adelan-

taron” en el camino hacia el más allá. Hay

también otros difuntos, cuya muerte quedó

en el olvido y sólo las antiguas crónicas

nos narran sobre los hechos que ocurrie-

ron y la tristeza que causó su pérdida. En

esta ocasión, quiero recordar a los guerre-

ros que murieron en la guerra de los mexi-

cas contra los tarascos de Michoacán, en

los tiempos de Axayacatl.

Axayacatl fue sucesor de Motecuhzo-

ma y gobernó aproximadamente entre los

años 1469-1481 d.C. Al igual que en tiem-

pos de su antecesor, durante su mandato

se inauguraron varias piedras de sacrificio.

de darles consuelo por medio de las pala-

bras, que expresaban el honor que repre-

sentaba haber tenido esposos que murie-

ron para la gloria de la patria y hacerlas sa-

ber que no era una muerte común.

Concluidas estas visitas, llegaban a la

plaza principal los cantores, gente espe-

cialmente preparada para entonar cantos de

las ceremonias fúnebres. En la cabeza te-

nían cintas negras. Tocaban una música

triste y hacían los lamentos para dar entra-

da a las viudas de los guerreros muertos.

Las mujeres traían los cabellos sueltos y

bien arreglados. En sus hombros estaban

puestas las mantas de sus maridos y en el

cuello les colgaban los ceñidores y brague-

ros. Al son de la melodía de los instrumen-

tos de los cantores, daban grandes palma-

das y lloraban amargamente y de vez en

cuando bailaban, inclinándose hacia la tie-

rra y andando en esta posición de recogi-

miento. Después de las viudas, salían los

hijos de los difuntos, vestidos en mantas

de sus padres y adornados con los bezo-

tes, orejeras, narigueras y todas las joyas.

Al igual que sus madres, daban palmadas

al tono de la música de los cantores. Esta-

ban presentes también otros parientes, de

pie, inmóviles, llorando. En las manos traían

las espadas y rodelas de los muertos.

La ceremonia se interrumpía con el pro-

nunciamiento de los viejos que recordaban

a todos los presentes que estas exequias

no sólo estaban dedicadas a los guerreros

muertos sino también al sol, que quedaba

honrado con estos llantos y que abrazaba

el mundo al resplandecer.

muy sucio, con mantas manchadas y cin-

tas de cuero atadas a la cabeza, todo lle-

no de mugre. Este canto se llamaba tzo-

cuicatl, lo que quiere decir “cantar puer-

co”. Todos se untaban las cabezas con

corteza molida del árbol que se usaba para

matar piojos. Luego, los cantores toma-

ban en las manos las jícaras con pulque,

las levantaban varias veces en lo alto,

delante de las estatuas, y derramaban el

liquido alrededor de la estatua.

A la puesta del sol, las viudas regalaban

a los cantores las mantas comunes y bra-

gueros y les daban coas para cavar. Los

viejos juntaban las estatuas y les prendían

fuego. Todo se quemaba en presencia de

las viudas que lloraban de tristeza. Acaba-

do el fuego, salían los viejos a agradecer a

las viudas y a consolarlas y anunciarles que

debían regresar a sus casas a sus labores

diarias. Iban a estar de luto por un periodo

de ochenta días, que consistía en no lavar-

se la cara, ni la cabeza, ni cambiar de ropa.

Pasado este tiempo, los viejos manda-

ban a sus ayudantes para que les raspa-

ran la mugre mezclada con lágrimas y la

recogieran en unos papeles especiales.

Éstos, debían ser llevados a los sacerdo-

tes del templo. Aquéllos, los recogían y

echaban a un lugar llamado Yaualiuhcan

(lugar redondo) que se encontraba en las

afueras de la ciudad. Por su lado, las muje-

res iban al templo para hacer oraciones y

ofrecer ofrendas de papel y copal y final-

mente quedar libres de llanto y luto.

El cronista Sahagún menciona la creen-

cia de que los muertos en guerra iban al

cielo, donde vive el Sol. En el cielo había

árboles y bosques y las ofrendas que se

hacían en la tierra, llegaban a los muertos

que moraban allá felices. Pasados los cuatro

años, las ánimas de los difuntos en guerra

se convertían en diversos aves de ricas plu-

mas y de colores y chupaban las flores del

cielo y de la tierra, como lo hace el colibrí.

desarrollaron las poblaciones prehispáni-

cas, existieron cuatro mundos que fueron

creados y destruidos por fuerzas divinas

antagónicas. Esta leyenda menciona que

creado el quinto Sol, los dioses sintieron la

necesidad de poblarlo con una nueva hu-

manidad para que le rindiera culto. Fue en-

tonces que Quetzalcóatl descendió al infra-

mundo por huesos de las poblaciones an-

teriores para crear con ellos al nuevo hom-

bre. Mictlantecuhtli, celoso de sus perte-

nencias, se enfrentó a Quetzalcóatl, pero

finalmente éste lo engañó y logró llevarse

las preciadas osamentas.

Del Mictlan y de... Viene de la página I

El culto a Mictlantecuhthi, señor de los

muertos, es uno de los más antiguos y más

difundidos en las culturas mesoamericanas.

Sus representaciones en piedra, códices,

vasijas y en otras manifestaciones artísticas

sugieren, particularmente entre los mexicas,

un culto importante a la muerte. Este culto

constituía uno de los principios básicos de la

religión de los antiguos mexicanos. Vida y

muerte eran inseparables, constituían un pro-

ceso cíclico. Por ello, en época prehispánica

la muerte no representaba el fin, sino una

transición a otra forma de existencia, era el

paso hacia una vida ultraterrena.

Estas ceremonias requerían ofrecer en sa-

crificio a los prisioneros capturados en las

guerras, con el fin de ensangrentar el tem-

plo. Entre las piedras talladas que mandó

hacer Axayacatl sobresalía la piedra del sol;

de la cual, su elaboración se encargó a Tla-

caelel. Para la ceremonia de su inaugura-

ción, se necesitaban de nueva cuenta cau-

tivos, así que por común acuerdo, se deci-

dió emprender una guerra, en este caso,

contra los tarascos de Michoacán.

La campaña militar congregó a muchísi-

mos guerreros de los señoríos que confor-

maban el imperio mexica. Se calcula que hubo

alrededor de 24 mil combatientes en total.

La batalla era feroz y la matanza de gue-

rreros del ejército de los mexicas resultó tan

grande, que se tuvieron que retirar para que

no los matasen a todos. Se estima que mu-

rieron alrededor de 20 mil hombres; entre

ellos, grandes señores locales. La tristeza

de la derrota y de la pérdida de tantas vidas

era muy grande. Para consolar a los deudos

y para revindicar la imagen del ejercito de-

rrotado, Axayacatl ordenó hacer unas exe-

quias especiales con los ritos fúnebres que

ameritaban a los caídos en guerra. El cro-

nista español Fray Diego Durán, dominico

del siglo XVI, narra en el capitulo XXXVIII

de su Historia de las Indias de Nueva Es-

paña e Islas de Tierra Firme, las ceremo-

nias luctuosas que se llevaron a cabo por

este motivo. Como se ha dicho, las exe-

quias tenían el propósito de consolar a las

viudas de los guerreros muertos en el com-

bate, así como de otorgar el honor a los

caídos como defensores de la patria.

En la sociedad mexica había personas

que específicamente se encargaban de or-

ganizar las ceremonias fúnebres. Antes de

iniciar los rituales, Axayacatl dio la orden a

los llamados cuauhuehuetques para que

acudiesen a las casas donde vivían las mu-

jeres de los guerreros muertos. Se trataba

Enseguida, entraban a la plaza los amor-

tajadores, que eran parientes de las viudas.

Su entrada estaba acompañada del sonido

de los instrumentos, acompañados con el

llanto, lamento, grito, aullido, todo un tre-

mendo ruido que daba miedo. Cuando ce-

saba este gran alboroto, los amortajadores,

en fila, iban acercándose a las viudas y les

daban el pésame, así como a los viejos que

estaban presentes.

Pasados los cuatro días de la ceremonia,

al quinto día se hacían figuras de los muer-

tos con palos de ocote. Se les ponían los

pies, brazos y cabeza, así como los ojos y la

boca. Estas figuras, bultos, los vestían en

mantas de papel, bragueros y ceñidores.

En los hombros se les colocaban las alas de

plumas de gavilán, para que de esta mane-

ra, el muerto pudiera volar cada día alrede-

dor del sol. Las plumas adornaban también

las cabezas. Finalmente, le colocaban al

bulto orejeras, bezotes y narigueras.

Hay que mencionar, que en esta circuns-

tancia particular, las estatuas de palos imita-

ban a los cuerpos que quedaban abandona-

dos en la guerra. En una situación normal, el

bulto contenía el cuerpo del muerto, que

después de cuatro días se llevaba a quemar

o sepultar. Los restos se enterraban, por lo

general, abajo del piso de la casa o cerca de

ella, colocando junto algunas ofrendas.

Regresando a la descripción de la cere-

monia, las estatuas así hechas, se las lleva-

ban a un recinto llamado Tlacochcalco. Era

un lugar especial, dedicado a la guerra. Las

viudas ponían delante de la estatua de su

marido muerto, un plato con un guisado

que llaman tlacatlacuali (comida humana) y

tortillas llamadas papalotlaxcalli (pan de

mariposas); además de harina de maíz tos-

tado disuelta en agua, como bebida. Se

ofrendaba también una jícara con pulque,

flores e incienso. Se ponía un palo grueso,

llamado bebedero de sol, para que a través

de él, se bebiera.

Terminada esta ofrenda, los cantores re-

tomaban los tambores y empezaban a can-

tar los cantares de luto. Esta vez, vestían

Piedra de sacrificio Tizoc. Museo Nacionalde Antropología

El duelo y el llanto. Códice Florentino

Piedras ceremoniales ( temalacatl ycuauhxicalli) para sacrificio. CódiceVindobonensis

Exequias de los guerreros muertos enMichoacán en presencia de Axayacatl.Lámina 25 de Códice Duran

Page 3: Del Mictlan y de Mictlantecuhtli, dios de los muertos

DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2006 III

ada año, durante los últimos días de

octubre y los primeros de noviembre

se lleva acabo lo que comúnmente

se conoce como “Día de muertos”; sin

embargo, para las comunidades nahuas

del Alto Balsas, Guerrero, éstas no son

las únicas fechas en las que se les invita

a la casa ni que se les pone ofrenda. Se

puede mencionar que, por ejemplo, en

las localidades cercanas a San Agus-

tín Oapan, como parte del proceso ri-

tual matrimonial, hay una celebración

especial para los parientes difuntos (el

responso), en donde se les da una ofren-

da para invitarlos y presentarles a los

nuevos miembros de la familia.

Para entenderlo, hay que conocer la

concepción que se tiene sobre la muerte

y los difuntos en estas comunidades,

tema que ha sido analizado en diversos

estudios, en diferentes grupos étnicos.

Para los nahuas del Alto Balsas, Ca-

tharine Good (2004) menciona que los

muertos no dejan de ser miembros de la

comunidad, a lo que agregamos, que

tampoco de las redes parentales. Por

esto se observa que a lo largo del año

hay una serie de intercambios entre los

seres humanos y los difuntos que no se

limitan a estas fechas.

También hay que decir, en referencia

al “Día de muertos”, que no se reducen a

2 ó 3 días sino que para los nahuas del

Alto Balsas hay una serie de eventos

anteriores a los días a los que en las ciu-

dades se les destinan. Asimismo, tampo-

co se refieren a éstos como “Día de muer-

tos”, sino que se acostumbra decir “las

ofrendas”, es decir, la gente expresa “des-

pués de ofrendas” o “para las ofrendas”

para hablar acerca de estos momentos.

De la región, nos interesa presentar la

celebración que se lleva a cabo durante

estos días en una comunidad, en parti-

cular Tula del Río.

Las ofrendas en Tula del Río

Los preparativos para recibir a los muer-

tos comienzan con la reparación del ca-

mino del Campo Santo, que se encuentra

a las afueras, hacia la comunidad, lo cual

es una tarea asignada a los hombres.

Cada grupo doméstico tiene que mandar

a un miembro hombre, sea niño o adulto,

en su representación para trabajar, pues

esto es visto como una de las obligacio-

nes que cada “ciudadano” o tequitlaca-

tl (trabajador) de la comunidad debe

cumplir. La reparación consiste en arre-

glar las brechas causadas por la lluvia y

limpiar la maleza crecida, que se realiza

un sábado anterior antes de su llegada.

El año pasado, fue el 22 de octubre.

Para los tulenses, los lunes y jueves son

“los días de las almas”, no importa la épo-

ca del año, pues son los días en que Dios

“suelta” las almas y pueden salir a visitar

las casas de sus parientes vivos. Así cada

vez que alguien quiere poner un vaso de

agua, una fruta, una cera, etc., a algún pa-

riente fallecido lo hace en esos días.

De igual forma, tiene que ser un lunes

o un jueves que los parientes vivos de-

ben ir por ellos hasta el Campo Santo para

las ofrendas. La fecha varía, pero indu-

dablemente debe ser uno de estos días,

pues como Dios los ha dejado salir, en-

tonces se encuentran todos juntos

En nuestro registro de 2005, fue el lu-

nes 24. En esta fecha salen, principalmen-

te mujeres, a recogerlos hasta el Campo

Santo; son llevados a la iglesia del pue-

blo, donde permanecen hasta el 3 de no-

viembre. Diariamente en este periodo, se

reza por las mañanas un rosario en la iglesia

dirigido por los rezanderos (cantorme).

Es hasta el 31 de octubre que se ponen

las primeras ofrendas en las casas, comen-

zando con la dirigida a los niños, a quien se

les colocan frutas (manzanas, plátanos,

sandías y guayabas), pan en forma de

figuras de animales, caldo de pollo o mole

verde sin chile y flores (cempoaxóchitl,

terciopelo y alelí). Además, calabaza en

dulce, refrescos y tamales de fríjol.

Al día siguiente se pone la ofrenda a

los adultos, para la cual se matan galli-

nas para el mole verde que, a diferencia

del de los niños, es picoso.

La puesta de la ofrenda se hace en ná-

huatl y es realizada con el trabajo de las

señoras, las muchachas, los niños y las ni-

ñas, siempre mencionando el nombre del

difunto, con un padre nuestro o rezando un

rosario: “este año todavía nos dio tiempo

para ponerte tu comidita, es poquita, pero

te la damos para que comas con nosotros,

para que estés contento porque te recor-

damos”, dice doña Ana a su abuelo.

Es un acto doloroso, pues se llora al

recordar al difunto; otros se ponen tris-

tes cuando escuchan a la banda tocar,

pues saben que sus parientes los están

acompañando, pero no los pueden ver.

La comida tiene que provenir, en su

mayoría, de lo que tengan en sus sola-

res, es decir, las gallinas deben ser cria-

das y no compradas; asimismo, la semilla

de calabaza para hacer el mole. De esta

manera, es a través de la comida que se

les comparte trabajo a los difuntos, pues

a la gallina la tuvieron que alimentar, cui-

dar y matar; mientras que a la calabaza la

tuvieron que sembrar y cortar.

Suponen que los “muertitos” perma-

necen en la iglesia, pero en las noches

visitan las casas de sus parientes, así que

frente a la ofrenda se ponen sillas y peta-

La celebración a los muertos en un

pueblo nahua de Guerrero◆ Adriana Saldaña Ramírez* ◆

Ofrenda a los difuntos niños (2005) Tula del Río, Guerrero

Foto: A

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Visita de los huexkisklis a un altar familiar donde recogen parte de la ofrenda parallevarla el 3 de noviembre al Campo Santo y repartirla a todos los difuntos de lacomunidad (2005) Tula del Río, Guerrero

Foto: A

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írez

Pasa a la página IV

Page 4: Del Mictlan y de Mictlantecuhtli, dios de los muertos

Consejo Editorial: Ricardo Melgar, Lizandra Patricia Salazar, JesúsMonjarás-Ruiz, Miguel Morayta y Barbara Konieczna

Coordinación: Guadalupe Calzada Gutiérrez

Formación: Arturo Mendoza Vázquez

Matamoros 14, Acapantzingo, [email protected]

EL YAUHTLI

◆ Margarita Avilés y Macrina Fuentes ◆

NARDO / OMIXOCHITL

Polianthes tuberosa L.

FAMILIA: AGAVACEAE

Flor de nardo

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n México, como parte de los fes-

tejos de días de muertos, encon-

tramos una diversidad de flores

en las ofrendas y en los panteones;

entre ellas, se encuentra el nardo que

puede incluirse, según las costumbres

de cada región. Popularmente, las flo-

res de color blanco como el nardo, al-

helí y nube, se incluyen debido a que

significan pureza y ternura.

El género Polianthes cuenta con 10

especies originarias en nuestro país. Po-

lianthes tuberosa es una de las especies

ampliamente cultivada en México y Cen-

troamérica, actualmente se cultiva en

otros países. Las especies conocidas

como nardos silvestres se venden en los

mercados. En algunas fuentes bibliográ-

ficas podemos leer que con anterioridad

ya se incluía a estas especies en la fami-

lia amarylidáceas.

La especie Polianthes tuberosa, tam-

bién conocida popularmente como vara

de San José, es una planta herbácea,

anual, que tiene rizomas tuberosos; sus

hojas son de forma acintada, algo carno-

sas, las flores se encuentran en racimos

terminales, que son vistosas y fragan-

tes, de color blanquecino, verdoso, ro-

sado o blanco.

Actualmente, de las flores se extraen

sus aceites esenciales que son utilizados

en perfumería y en aromaterapia.

En fuentes históricas del siglo XVI,

Francisco Hernández en su obra Histo-

ria natural de nueva España, menciona

al nardo como OMIXÓCHITL o flor de

hueso y cita que “… algunos las llaman

azucenas de indias…y … La raíz es fría,

húmeda, y de naturaleza salivosa o mu-

cilaginosa. Parece ser una especie de

narciso desconocida en el Viejo Mundo.

La raíz aplicada resuelve los tumores, y

tomada, corta las fiebres y contiene

los flujos que provienen de causa cá-

lida. Nace en regiones frías o tem-

pladas. Las flores se emplean en ra-

milletes y en perfumes…”

Esta planta fue introducida y culti-

vada en Francia, en el siglo XVII. La

corte del Rey Sol la apreciaba espe-

cialmente; y las mujeres utilizaban las

flores como perfume, adornaban con

ella sus corpiños.

En el estado de Morelos se reporta

el uso medicinal de otra especie Po-

lianthes variegata (Jacobi) Shinn.,

conocida como hoja de víbora, espe-

cie nativa de México, se emplea para

detener hemorragias, acabar con la

mala influencia, contrarrestar un aire

fuerte y en piquetes de alacrán o en

mordeduras de víbora.

El nardo forma parte de la colec-

ción nacional de plantas medicinales

del jardín etnobotánico.

tes para que puedan descansar. En la

comunidad, cuando las personas lle-

gan a visitar a alguien, es común que

ofrezcan una silla para “descansar”,

pues se piensa que se ha recorrido un

largo camino y lo mismo pasa con los

muertos.

Durante el 31 de octubre, el 1 y 2 de

noviembre, la gente deja abiertas sus

puertas por la noche, con algunas ve-

las en la entrada para que sus parien-

tes puedan pasar a comer la ofrenda.

Las ánimas solas

Desde el 31 de octubre hasta el 2 de

noviembre, por las noches salen los

huexkisklis (de Huexca, “hay ale-

gría”), que es un grupo de más o me-

nos 11 niños, con máscaras, a pedir

pan, frutas y ceras a cada una de las

casas de la comunidad.

En cada una se presentan hasta el

altar donde se persignan y esperan a

que la dueña “coopere” con algo de la

ofrenda. Cada noche, este grupo de

niños deja el pan, la fruta y las velas

en la iglesia. Lo que se recaba es para

las almas que son olvidadas y que

nadie les pone algo. La salida de este

grupo es sólo por la noche, pues se cree

que representan a los muertos y éstos

sólo andan al caer el sol.

Esta práctica tiene más o menos 4

años y fue organizada por maestras

de la misma comunidad, que vieron en

Chilapa y otros lugares, cómo los ni-

ños pedían el Halloween y lo adapta-

ron, pero como la gente dice “aunque

un tantito diferente”.

Los huexkisklis ya existían, pero

eran los que entregaban los regalos

de los padres de los novios a los pa-

dres de las novias, cuando se iban a ca-

sar, salían tapados de la cara, pero con

pelo de ixtle. Ahora, para las ofrendas

han adaptado está práctica, con algu-

nos elementos como las máscaras de Ha-

llowen, pero dándole otro sentido.

Lo que recogen durante los tres días

se lleva al Campo Santo el 3 de noviem-

bre para repartirlo en cada uno de los

“panteoncitos” (así se refieren a las tum-

bas) del lugar, pues de esta manera la co-

munidad en su conjunto comparte con

sus difuntos la comida y sus ceras. Esto

es muy importante, pues cuando lo van

recabando en la iglesia es con el objetivo

de compartir con los difuntos a los que

nadie les pone nada, pero una vez que

sale de ésta para llevar a las tumbas, los

huexkisklis reparten algo a cada difunto

de la comunidad, no importando que ten-

gan parientes que les ofrenden.

Son los mismos panes y las mismas

velas, pero con objetivos diferentes en

este mismo proceso.

Los sueños, espacio y tiempo

de comunicación con los muertos

Don Eufrenio dice: “en los sueños es

lo más real, lo más directo”. Para los

nahuas de esta región, los difuntos utili-

zan los sueños como una vía de comuni-

cación con sus parientes vivos.

En esas fechas es a través de los sue-

ños que se comunican con sus difuntos.

Se encontraron varios testimonios sobre

difuntos que pedían que se les pusiera su

ofrenda o que necesitaban más ceras, como

en éste, en el que Clara soñó con su tía que

le decía: “Clara, necesito brasas, ¿qué no

has comprado tus velitas? Ponme una

vela”. De igual forma, otros miembros de

la comunidad soñaron que sus parientes

pedían que se les diera más agua y luz.

Los sueños no son sólo una vía ex-

clusiva para los muertos, de esta forma tam-

bién se comunican con la Virgen de Guada-

lupe y con otros santos, de los que reci-

ben sanación, consejos o hasta los pre-

vienen de algún problema en el futuro.

*Proyecto de Etnografía de las

Regiones Indígenas de México

en el nuevo milenio

Equipo regional Morelos

La celebración a los... Viene de la página III