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Dedicación de la Basílica de Letrán
9 de noviembre
… y haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo…
¡Quitad esto de aquí, no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre!
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: Destruid este templo y en tres días lo levantaré.
Juan 14, 1-6.
Hoy celebramos la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma y madre de todas las
parroquias. La iglesia de Letrán es sede del obispo de Roma y fue inicialmente dedicada al Salvador, en el
siglo IV por el Papa Silvestre. Se construyó en un terreno donado por el emperador Constantino.
Más tarde, en el siglo XII fue dedicada a San Juan Bautista. Ha sido residencia de papas y de reyes, y sede de diversos concilios. Tras siglos de guerras y
persecuciones, se convirtió en el signo exterior de la victoria de la fe sobre el paganismo.
Para los judíos el templo, junto con la Ley, era el pilar de su religión. Para los cristianos Jesús se convierte en el templo de Dios. Lo más importante ya no es el
edificio, sino la persona de Jesús.
Cristo es el altar viviente.
Esta fiesta nos invita a sentirnos Iglesia viva y templo del Espíritu Santo.
San Pablo lo dice bellamente: cada uno de nosotros es templo de Dios desde el momento del bautismo. Y todos somos miembros del cuerpo de Cristo.
Todos formamos parte de Dios.
Cristo es el verdadero templo: él nos cura y nos
hace santos. El evangelista Juan explica
que subir a Jerusalén, para Jesús, es el inicio del
itinerario de la cruz. Su pueblo lo rechaza, no
acepta la novedad de su mensaje. La pasión de
Jesús comienza en la infancia, con la huida a
Egipto, y termina ante los muros de la ciudad santa.
El legalismo religioso de los judíos se rebela ante la novedad y la frescura de Jesús y lleva a sus dirigentes a condenarlo. Con este telón de fondo podemos entender mejor las palabras y la actitud vigorosa de Jesús ante los vendedores del templo.
Profundamente unido a su Padre, Jesús no puede concebir un espacio sagrado que se prostituye
de tal manera. El templo es un lugar de comunicación íntima con el Creador, la casa de su Padre. El celo ardiente lo lleva a consumirse
hasta cumplir su voluntad.
Y hoy, nosotros, ¿qué hacemos con nuestros templos?
La casa del Padre no se puede rebajar a un lugar donde se mercantiliza la fe para obtener beneficios
materiales. Dios no quiere que su espacio sagrado sea un simple mercado.
Es el hogar donde nos comunicamos con el Padre, donde podemos abrir el corazón para dejarnos
llenar por él. La esfera íntima donde dejamos que Dios nos acoja en sus brazos y, en esa intimidad,
podemos sentirnos hijos suyos.
La indignación de Jesús nos alcanza también a nosotros. No convirtamos nuestro cuerpo, nuestro
tiempo y nuestra vida en pasto de mercaderes, ávidos de arrebatarnos lo más precioso que tenemos.
Convirtamos nuestro corazón en un espacio de oración.
Luchar por la libertad interior:
Jesús se siente hijo del Padre, por eso lucha con fuerza para derribar los dioses falsos, como el dios dinero. Y lo hace con aparente violencia, que quizás nos asombre y
escandalice en él, que era un hombre pacífico. Pero Jesús nos enseña a sacar energía cuando se trata de
defender nuestra relación con Dios.
Se trata de salvar algo tan íntimo que yace en lo más hondo de nuestro ser. Tenemos derecho a que nuestra libertad religiosa sea respetada, aunque las ideologías
imperantes quieran hacernos callar y recluir la fe al ámbito privado.
Ni leyes ni ideologías pueden impedir que seamos fieles y vivamos según el modelo de hombre nuevo que nos propone Jesús. Aunque por esta lealtad tengamos
que afrontar una pasión, una subida a Jerusalén en nuestra vida. En el horizonte de todo cristiano siempre
asoma el misterio de la cruz.