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El sueño del príncipe (De los anales de Mordasov) Fedor Dostoiewski Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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El sueño del príncipe(De los anales de Mordasov)

Fedor Dostoiewski

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Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

www.luarna.com

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IMarya Aleksandrovna Moskalyova es, por

supuesto, la primera dama de Mordasov. Deesto no cabe la menor duda. Se comporta comosi no necesitara de nadie y, por el contrario,como si todos necesitaran de ella. Verdad esque nadie le tiene afecto, mejor aún, que mu-chos la detestan cordialmente; ello no quita quetodos la teman, que es lo que ella quiere. Estoes ya señal de alta política. ¿Por qué, por ejem-plo, Marya Aleksandrovna, que es aficionadí-sima a las habladurías y no pega ojo en toda lanoche si la víspera no se ha enterado de algúnchisme, por qué sabe conducirse, no obstante,de modo que quien la mire no sospechará queesta grave señora es la chismosa más grandedel mundo o por lo menos de Mordasov? Sepensaría más bien que el chismorreo debieradesaparecer en su presencia, que los murmura-dores debieran ruborizarse y temblar comoescolares ante el señor maestro, y que la con-

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versación debiera versar sólo sobre los temasmás elevados. Por ejemplo, ella sabe de algunosvecinos de Mordasov cosas tan sorprendentes yescandalosas que si las contara en ocasión opor-tuna y las demostrara como ella sabe demos-trarlas provocaría en Mordasov un terremotocomo el de Lisboa. Sin embargo, es muy discre-ta en cuanto a esos secretos y los revela sólo ensituaciones extremas y sólo a sus amigos masíntimos. Ella se limita a dar sustos, insinúa quesabe algo y prefiere mantener a ese caballero oaquella dama en estado de terror constante adarles el golpe de gracia. ¡Esto es talento, estoes táctica! Marya Aleksandrovna siempre se hadestacado entre nosotros por su irreprochablecomme il faut que todos toman por modelo. Enlo tocante a comme il faut no tiene rival en Mor-dasov. Sabe, por ejemplo, destruir, despedazar,aniquilar a un rival con una sola palabra, de locual somos nosotros testigos, a la vez que fingeno darse cuenta de lo que ha dicho. Sabido esque tal modo de obrar es propio de la más alta

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sociedad. Puede decirse que en tales ardides lelleva ventaja hasta al famoso nigromante Pinet-ti. Sus relaciones son incontables. Muchas delas personas que visitan Mordasov se marchanentúsiasmadas de la recepción que les hace ymás tarde se cartean con ella. Hasta se ha dadoel caso de que le escriban versos, y Marya Alek-sandrovna los enseña con orgullo a todo elmundo. Un literato itinerante le dedicó unacomposición que yo leí en casa de ella duranteuna velada y que produjo una impresión suma-mente agradable. Un científico alemán que vinode Karlsruhe con el propósito específico deestudiar una rara especie de gusano con ante-nas que se cría en nuestra provincia, y que hab-ía escrito cuatro tomos en cuarto sobre tal gu-sano, quedó tan encantado de la cordial acogi-da que le dispensó Marya Aleksandrovna quedesde entonces mantiene con ella, desde Karls-ruhe, una correspondencia respetuosa y edifi-cante, Marya Aleksandrovna ha sido compara-da en algún particular hasta con Napoleón.

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Esto, por supuesto, lo hacían en broma susenemigos, más con afán de caricatura que enaras de la verdad. Pero aun aceptando sin re-servas lo desaforado de la comparación, meatrevo a hacer una pregunta inocente: ¿por qué,vamos a ver, se le fue a Napoleón la cabezacuando llegó demasiado alto en su carrera? Lospartidarios del antiguo régimen lo atribuían aque Napoleón no sólo no era de estirpe real,sino que ni siquiera era gentilhomme de buenacasta, y era natural por lo tanto que acabara porasustarse de su propia grandeza y recordara suverdadero puesto. A pesar de la evidente agu-deza de tal conjetura que hace recordar lostiempos más brillantes de la antigua corte fran-cesa, me atrevo a agregar por mi parte: ¿porque a Marya Aleksandrovna nunca jamás se leva la cabeza y sigue siendo todavía la primeradama de Mordasov? Ha habido ocasiones enque la gente decía: «Habrá que ver cómo secomporta Marya Aleksandrovna en estas difíci-les circunstancias. » Pero llegaban las circuns-

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tancias difíciles, pasaban... y nada. Todo que-daba igual que antes, por no decir que mejor.La gente recuerda, por ejemplo, que su marido,Afanasi Matveich, perdió su cargo por incapa-cidad y mentecatez, rasgos que provocaron laira de un inspector general que pasó por Mor-dasov. Todos creían que Marya Aleksandrovnaquedaría anonadada, que se humillaría, quesolicitaría, que rogaría, en una palabra, queplegaría las alas. Pues nada de ello. MaryaAleksandrovna comprendió que ya no podríasonsacar más y se las arregló de manera que noperdió un ápice de su ascendiente en la socie-dad; y su casa sigue siendo considerada comola primera de Mordasov. La mujer del fiscal,Anna Nikolaevna Antipova, enemiga jurada deMarya Aleksandrovna aunque amiga en apa-riencia, ya cantaba victoria. Pero cuando se vioque era difícil poner a Marya Aleksandrovna enun aprieto se llegó a sospechar que la señoratenía raíces mucho más profundas de lo queantes se pensaba.

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A propósito, ya que hemos aludido a él di-gamos también unas palabras de Afanasi Mat-veich, marido de Marya Aleksandrovna. Enprimer lugar es hombre de aspecto gallardo yaun de principios muy aceptables, pero en si-tuaciones críticas, sin que se sepa por qué, seaturde y parece un borrego que ha visto unnuevo portillo en el redil. Es hombre de digni-dad poco común, sobre todo en los banquetesonomásticos, cuando lleva puesta su corbatablanca. Pero esa gallardía y dignidad duransolo hasta el momento en que abre la boca. En-tonces, perdonen ustedes, lo mejor es taparselos oídos. Francamente, no es digno de pertene-cer a Marya Aleksandrovna. Tal es la opinióngeneral. Hasta el cargo que tuvo lo debió exclu-sivamente al ingenio de su mujer. Según mimás ponderada opinión, hace ya tiempo quedebería estar sirviendo de espantapájaros en unhuerto. Allí, y sólo allí, podría ser de verdaderoe indudable provecho a sus compatriotas. Y poreso Marya Aleksandrovna hizo muy bien en

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desterrar a Afanasi Matveich a una propiedadrural cercana, a tres verstas de Mordasov, conciento veinte siervos -y digamos de paso queésa es toda la hacienda, ésos son todos los re-cursos con los que mantiene tan en alto la dig-nidad de su casa. Todo el mundo sabía quehabía tenido a Afanasi Matveich a su lado sóloporque ése era funcionario público y percibíaun sueldo y... algunos otros ingresos. Perocuando cesó de percibir uno y otros fue alejadoinmediatamente a causa de su inutilidad einepcia. Todo el mundo alabó a Marya Alek-sandrovna por lo claro de su juicio y lo decisivode su carácter. En el campo Afanasi Matveichestá en su elemento. Yo fui a verle y pasé con éluna hora entera con bastante agrado. Se pruebacorbatas blancas, se limpia él mismo los zapa-tos, no por necesidad, sino por amor al arte, yaque le gusta que le brillen; toma té tres veces aldía, se desvive por los baños... y tan contento.¿Recuerdan ustedes la historia infame que seurdió entre nosotros hace año y medio con rela-

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ción a Zinaida Afanasievna, hija única de Mar-ya Aleksandrovna y Afanasi Matveich? Zina esindiscutiblemente una belleza y posee una edu-cación excelente, pero tiene ya veintitrés años yhasta ahora sigue soltera. Entre las razones queexplican por qué Zina no se ha casado todavía,una de las principales parece ser el siniestrorumor sobre ciertas extrañas relaciones quetuvo hace año y medio con un pobre maestrode escuela del distrito, rumor que aún se oyehoy día. Todavía se habla de un billete amorosoque escribió Zina y que pasó de mano en manoen Mordasov. Pero, díganme, ¿quién vio esebillete? Si pasó de mano en mano, ¿a dónde fuea parar? Todo el mundo ha oído hablar de él,pero nadie lo ha visto. Yo por lo menos no hetropezado con persona alguna que lo haya vistocon sus propios ojos. Si se alude a ello en pre-sencia de Marya Aleksandrovna ella sencilla-mente no sabe de qué se habla. Supongamosahora que, en efecto, ese billete (yo mismo huboalgo y que Zina escribió creo que efectivamente

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fue así): ¡qué destreza entonces la de MaryaAleksandrovna! ¡Qué manera de poner coto yechar tierra a un asunto tan peliagudo y escan-daloso! ¡Ni un rastro, ni una alusión! AhoraMarya Aleksandrovna no hace caso siquiera deesa infame calumnia; y mientras tanto Diossabe lo que quizá haya trabajado para salvar detoda mancha el honor de su hija única. Y encuanto a lo de que Zina siga soltera, ello es muynatural: ¿qué novios podrían salirle aquí? AZina puede que no le cuadre más que unpríncipe reinante. ¿Han visto ustedes en algunaparte una mujer tan hermosa como ella? Sinduda que es orgullosa, demasiado orgullosa.Dicen que la corteja Mozglyakov, pero no esprobable que haya casorio. ¿Y qué es el talMozglyakov? Es joven, sí, bastante apuesto, undandy, con un centenar y medio de siervos li-bres de hipoteca, y natural de Petersburgo. Pe-ro, en primer lugar, tiene un poco la cabeza apajaros. Es algo veleta, habla por los codos ytiene ideas a la última moda. ¿Y qué son ciento

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cincuenta siervos, sobre todo cuando se profe-san ideas de última hora? No habrá tal casorio.

Todo lo que el amable lector ha leído hastaaquí lo escribí hace cinco meses y sólo por sen-timentalismo. Confieso de antemano que sientoparcialidad por Marya Aleksandrovna. He que-rido escribir algo así como una alabanza de estaespléndida señora y darle la forma de una fes-tiva carta al lector parecida a aquellas que an-taño, en una edad de oro, sí, pero que por for-tuna no puede volver, se publicaban en «LaAbeja del Norte» y otras revistas. Pero comocarezco de amigos y padezco por añadidura deuna congénita timidez literaria, mi composiciónquedó abandonada en mi mesa de trabajo comouna primicia de escritor y como testimonio deun pacífico entretenimiento en horas de ocio ycontento. Han pasado cinco meses y de repenteha ocurrido en Mordasov un acontecimientosorprendente: una mañana temprano llegó a laciudad el príncipe K. y se detuvo en casa deMarya Aleksandrovna. Las consecuencias de

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esta llegada han sido incontables. El príncipepasó sólo tres días en Mordasov, pero esos tresdías dejaron tras sí recuerdos tan indeleblescomo fatales. Diré más: en cierto sentido elpríncipe produjo una revolución en nuestraciudad. El relato de esa revolución constituye,sin duda, una de las páginas más memorablesde los anales de Mordasov. Esta es la páginaque, después de algunos titubeos, he decididopor fin elaborar en forma literaria y someter aljuicio del muy respetable público. Mi narracióncontiene en detalle la notable historia del ascen-so, apogeo y aparatosa caída de Marya Alek-sandrovna y toda su familia en Mordasov: dig-no y sugestivo asunto Para un escritor. Claroestá que antes que nada es preciso elucidar loque hay de sorprendente en el hecho de que elpríncipe K. llegara a la ciudad y se detuviera encasa de Marya Aleksandrovna; y a tal fin, porsupuesto, hay que decir algo acerca del propiopríncipe K. Así lo haré. Amén de que la bio-grafía de este personaje es absolutamente indis-

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pensable al ulterior desenvolvimiento de nues-tra narración. Empiezo, pues.

IIEmpezaré diciendo que el príncipe K. no era

excesivamente viejo y, sin embargo, al mirarlese recibía involuntariamente la impresión deque iba a desmoronarse de un momento a otro;a tal extremo había llegado su decrepitud o, sise quiere, su desgaste. De este príncipe se hancontado siempre en Mordasov cosas extrañísi-mas, verdaderamente fantásticas. Se ha llegadoa decir que estaba ido de la cabeza. A todo elmundo le parecía raro que un terrateniente,propietario de cuatro mil siervos, hombre deesclarecida estirpe que, de haberlo deseado,hubiera podido tener gran influencia en la pro-vincia, viviera solo, como un recluso, en susespléndidas posesiones. Muchos conocían alpríncipe desde una previa estancia suya enMordasov y aseguraban que entonces no podía

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aguantar la soledad y que de recluso no teníaun pelo. He aquí, sin embargo, lo que de fuen-tes fidedignas he podido averiguar de él. Alláen sus años mozos -de lo que, dicho sea de pa-so, hace ya mucho tiempo- el príncipe hizo unaentrada brillante en la sociedad, se divirtió amás y mejor, cortejó a las damas, residió variasveces en el extranjero, cantaba romanzas, hacíajuegos de palabras y en ningún momento dioprueba de excelsas dotes intelectuales. Huelgadecir que despilfarró toda su hacienda y que enla vejez se encontró sin un kopeck. Alguien leaconsejó que se trasladara a su finca rural, queya empezaba a ser vendida en pública subasta.Así lo hizo, y vino a Mordasov, donde residióseis meses. La vida provinciana le gustó sobre-manera, y en esos meses malgastó todo lo quele quedaba, hasta las últimas migajas, siguien-do su vida disipada y manteniendo íntimasrelaciones con varias señoras de la provincia.Era, no obstante, hombre buenísimo, aunque noexento de ciertas excentricidades que eran, sin

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embargo, consideradas en Mordasov como ras-gos típicos de la más alta sociedad, y que envez de enojo producían agrado. Las damas, enparticular, no cejaban en su entusiasmo por elsimpático visitante. De él se guardaban muchosrecuerdos curiosos. Se contaba, entre otras co-sas, que el príncipe pasaba más de la mitad deldía en su tocador y que todo él parecía com-puesto de varias piezas. Nadie sabía cuándo ydónde se las había arreglado para desintegrarsede tal manera. Usaba peluca, y sus bigotes, pa-tillas y hasta la perilla, todo ello era postizo,hasta el último pelo, y de un soberbio colornegro. Se blanqueaba y coloreaba el cutis todoslos días. Se decía que se alisaba las arrugas delrostro con unos muellecillos ocultos muy cu-camente entre el pelo. Se aseguraba que, porañadidura, usaba corsé, porque había perdidouna costilla al saltar con poco acierto por unaventana durante una de sus aventuras amoro-sas en Italia. Cojeaba de la pierna izquierda. Lagente juraba que era una pierna artificial, por-

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que la natural se la quebraron en París a resul-tas de otra aventura y le habían puesto otranueva de especial diseño. Pero ¿qué no diría lagente? Era cierto, sin embargo, que el ojo dere-cho lo tenía de cristal, aunque parecía de ver-dad. Los dientes también eran postizos. Duran-te días enteros se lavaba con diversas aguaspatentadas y se cubría de perfumes y pomadas.Pero se recordaba que ya para entonces elpríncipe empezaba a chochear perceptiblemen-te y a chacharear de modo inaguantable. Parec-ía que su carrera tocaba a su fin. Todo el mun-do sabía que no le quedaba un kopeck. Y de re-pente, por esas fechas, una de sus parientesmás allegadas, señora muy anciana que residíapermanentemente en París y de quien no cabíaesperar legado alguno, murió inesperadamentedespués de enterrar un mes antes a su herederolegal. Inopinadamente el príncipe quedó comotal heredero. Cuatro mil siervos en una magní-fica finca a sesenta verstas de Mordasov pa-saron indivisos a su exclusiva propiedad. Al

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punto se aprestó a atender a sus asuntos enPetersburgo. Para despedir a su huésped, nues-tras damas le ofrecieron una opípara comidapor suscripción. Se recuerda que el príncipeestuvo encantadoramente alegre en ocasión deeste último banquete, jugó del vocablo, hizoreír a los comensales, contó anécdotas hartoinsólitas, prometió instalarse lo más prontoposible en Duhanovo (su propiedad recién ad-quirida) y dio palabra de que a su regreso ha-bría una infinidad de fiestas, jiras campestres,bailes y fuegos de artificio. Durante todo unaño después de su partida las damas estuvieronhablando de los festejos prometidos y esperan-do a su simpático viejo con viva impaciencia.Durante la espera llegaron incluso a organizarvisitas a Duhanovo, donde estaba la vieja man-sión señorial y había un jardín con acacias re-cortadas en forma de leones, túmulos artificia-les, estanques por los que discurrían barcas conturcos de madera tocando caramillos, cenado-

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res, pabellones, mon plaisirs y otras atraccionespor el estilo.

Por fin regresó el príncipe, pero con sorpresay desencanto de todo el mundo ni siquiera sedetuvo en Mordasov y se instaló en Duhanovocomo un verdadero recluso. Corrieron extrañosrumores y cabe decir que desde entonces lahistoria del príncipe se hizo nebulosa y fantás-tica. Se decía, para empezar, que en Petersbur-go no le habían ido bien las cosas, que algunosde sus parientes, futuros herederos, querían,dada la chochez del prócer, imponerle una es-pecie de tutoría, probablemente por temor deque volviera a despilfarrarlo todo Más aún,algunos añadían que se le había querido inter-nar en un manicomio, pero que uno de los pa-rientes, caballero de muchas campanillas, pa-recía haber intervenido en su favor, demos-trando claramente a todos los demás que elpobre príncipe, contrahechura de hombre y yacon un pie en la sepultura, de seguro se moriríapronto y por completo y entonces todos here-

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darían sin haber tenido que recurrir a lo delmanicomio. Repito una vez mas, ¿que no dirála gente, especialmente aquí en Mordasov? To-do ello asustó al príncipe hasta el extremo deque cambió de carácter y se convirtió en unrecluso. Más de un conciudadano nuestro, pre-sa de curiosidad, fue a cumplimentarle, pero ono fue recibido o lo fue de la manera más ex-traña. El príncipe ni siquiera reconocía a susantiguas amistades. Se aseguraba que ni queríareconocerlas. Hasta el gobernador le hizo unavisita.

Este volvió con la noticia de que, a su parecer,el principe estaba en efecto algo ido de la cabe-za, y desde entonces torcía el gesto cada vezque recordaba su visita a Duhanovo. Las seño-ras pusieron el grito en el cielo. Averiguaron alcabo un detalle de gran importancia, a saber,que del príncipe se había apoderado una des-conocida, una tal Stepanida Matveevna quehabía venido con él de Petersburgo, mujergruesa y entrada en años, que lucía vestidos de

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percal y actuaba como ama de llaves; que elpríncipe la obedecía en todo, como un niño, yno osaba dar un paso sin su permiso; que ellahasta le lavaba con sus propias manos; que lemimaba, le llevaba y traía y le hacía carantoñas,también como a un niño; y que, por último,alejaba de él a todos los visitantes, y en particu-lar a los parientes que cada vez más a menudose descolgaban por Duhanovo para ver cómoiban las cosas. En Mordasov se hacían todasuerte de conjeturas sobre esa relación incom-prensible, descollando en ello las señoras. Co-mo si no fuera bastante, se decía que StepanidaMatveevna llevaba la administración de todaslas propiedades del príncipe, y ello de maneraindependiente y sin limitaciones; que despedíaa los intendentes, los capataces, la servidumbre;que cobraba las rentas; pero que todo lo llevabatan bien que los campesinos se congratulabande su suerte. En lo tocante al príncipe se llegó asaber que empleaba sus días casi por entero enel tocador, probándose pelucas y levitas; y que

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el tiempo sobrante lo pasaba con StepanidaMatveevna; que jugaba con ella a las cartas,echaba la buenaventura, y de cuando en cuan-do salía de paseo en una mansa yegua inglesa,y que en tales ocasiones le acompañaba inde-fectiblemente Stepanida Matveevna en un co-che cerrado para atender a cualquier percance,porque el príncipe montaba a caballo más porvanidad que por otra cosa y apenas podía te-nerse en la silla. A veces se le veía a pie, congabán y sombrero de paja de alas anchas, conun chal de señora color de rosa al cuello, monó-culo y en la mano izquierda un cesto de pajapara recoger setas, acianos y flores silvestres.También le acompañaba entonces StepanidaMatveevna, y detrás iban dos fornidos lacayosy un carruaje por lo que pudiera pasar. Cuandose encontraba con él un campesino que le cedíael paso, se quitaba el sombrero y se inclinabaprofundamente diciendo «Dios le guarde, pa-drecito príncipe, Excelencia, luz de nuestrosojos», el príncipe nunca dejaba de apuntarle

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con el monóculo, movía la cabeza afablementey le decía con dulzura: «Bonjour, mon ami, bon-jour.» En Mordasov circulaban muchos rumo-res por el estilo. No se podía olvidar al prínci-pe: ¡vivía tan cerca! ¡Cuál sería el asombro ge-neral cuando una hermosa mañana cundió laespecie de que el príncipe, el recluso, el ex-céntrico, había venido en persona a Mordasov yparaba en casa de Marya Aleksandrovna!¡Aquello fue agitación y sobresalto! Todo elmundo esperaba una explicación, todos se pre-guntaban lo que aquello significaba. Algunos seaprestaron a ir a casa de Marya Aleksandrovna.Para todos la llegada del príncipe era motivo degran extrañeza. Las señoras se mandaron reca-dos escritos, proyectaron visitarse unas a otras,enviaron a sus doncellas y sus maridos a ex-plorar el terreno. Lo que más extraño parecíaera que el príncipe se hubiera instalado en casade Marya Aleksandrovna y no en otra cual-quiera. Quien más lo lamentaba era Anna Ni-kolaevna Antipova, porque el príncipe era pa-

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riente muy lejano suyo. Pero para despejar to-das estas incógnitas es de todo punto menesteracudir a la propia Marya Aleksandrovna, acuya bondad apelamos para que reciba tambiénal amable lector. Verdad es que son sólo lasdiez de la mañana, pero estoy seguro de que nose negará a recibir a sus íntimos amigos. A no-sotros, por lo menos, nos recibirá sin falta.

IIILas diez de la mañana. Estamos en casa de

Marya Aleksandrovna, en la calle principal, enesa misma habitación que en ocasiones solem-nes la señora de la casa llama su salón. MaryaAleksandrovna tiene también un boudoir. Elsalón tiene suelos bien pintados y el papel delas paredes, encargado especialmente, es bas-tante bonito. En el mobiliario, un tanto engo-rroso, predomina el color rojo. Hay chimenea,sobre ella un espejo, delante de éste un reloj debronce con un cupido de muy mal gusto. En la

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pared, entre las ventanas, hay dos espejos a losque ya se han quitado los guardapolvos. Delan-te de los espejos, otros relojes sobre mesas pe-queñas. Junto a la pared del fondo un excelentepiano que se ha traído para Zina. Zina es exper-ta en música. En torno a la bien cargada chime-nea hay varios sillones distribuidos en lo posi-ble con pintoresco desorden. Entre ellos unamesita. En el otro extremo de la habitación hayotra mesa cubierta con un mantel de blancuradeslumbrante. Sobre ella hierve un samovar deplata y hay un bonito servicio de té. Al cuidadodel samovar y el té está una señora que vivecon Marya Aleksandrovna en calidad de pa-riente lejana, Nastasya Petrovna ZYablova. Dospalabras sobre esta dama. Es viuda que ha re-basado la treintena, morena, de color fresco yojos vivos castaño oscuro. En general, no estámal de aspecto. Es de genio alegre, muy dada alas risotadas, bastante astuta y, por supuesto,chismosa, y sabe bien dónde le pincha el zapa-to. Tiene dos hijos en no sé qué colegio. Mucho

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le gustaría casarse de nuevo. Mantiene su inde-pendencia con bastante celo. Su marido habíasido oficial del ejército.

La propia Marya Aleksandrovna está sentadaa la chimenea, en excelente disposición de áni-mo y lleva un vestido verde claro que le sientabien. Se ha alegrado lo indecible con la venidadel príncipe, quien en ese momento está arribaatendiendo a su toilette. Está tan contenta queno se esfuerza siquiera por disimular su gozo.Ante ella, de pie, está un joven que relata algocon animación. Por la expresión de sus ojos senota que quiere agradar a sus oyentes. Tieneveinticinco años. Sus modales no estarían malsi no fuera porque a menudo se deja arrastrarpor el entusiasmo y, además, con gran preten-sión de agudeza y humor. Viste con distinción,es rubio y apuesto. Pero ya hemos hablado deél: es el señor Mozglyakov, en quien se cifrangrandes esperanzas. Marya Aleksandrovnapiensa para sí que la cabeza del joven no estátodo lo llena que debiera estar, pero le recibe

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exquisitamente. Es aspirante a la mano de suhija Zina, de quien, según él, está enamoradohasta la locura. Se vuelve a cada instante haciaZina, afanándose por arrancar de los labios deésta una sonrisa a fuerza de ingenio y buenhumor. Pero ella se muestra fría y distante. Eneste momento se mantiene un poco apartada,de pie junto al piano, hojeando un calendario.Es una de esas mujeres que producen un asom-bro fervoroso y general cuando se presentan ensociedad. Es de extraordinaria belleza: alta,morena, de ojos espléndidos casi enteramentenegros, de hermoso talle y de robusto y sober-bio seno. Tiene hombros y brazos como los deuna estatua antigua, pies de seductora peque-nez y un porte majestuoso. Hoy está un pocopálida; no obstante, sus labios rojos y gordezue-los, de líneas maravillosas, entre los cuales bri-llan como hilo de perlas unos dientes menudose iguales, se le aparecerán a uno en sueños tresdías seguidos con sólo mirarlos una vez. Laexpresión de Zina es grave y severa. Monsieur

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Mozglyakov parece arredrarse cuando ella lemira con fijeza; por lo menos, cuando encuen-tra esa mirada se encoge un tanto. Los movi-mientos de Zina son altivamente desenvueltos.Lleva un vestido sencillo de muselina blanca. Elcolor blanco le va muy bien, aunque, la verdadsea dicha, todo le va bien. En uno de los dedoslleva un anillo de cabellos trenzados que, a juz-gar por el color, no son de su madre. Mozglya-kov nunca se ha atrevido a preguntarle dequién son. Esta mañana Zina parece más taci-turna que de costumbre, incluso triste, como situviera alguna preocupación. Por el contrario,Marya Aleksandrovna está dispuesta a charlarpor los codos, aunque de vez en cuando lanzatambién a su hija una mirada peculiar, recelosa,si bien a hurtadillas, como si ella también letuviera miedo.

-Estoy tan contenta, tan contenta, Pavel Alek-sandrovich -parlotea la dama-, que me dan ga-nas de ponerme en la ventana y gritárselo atodo el mundo. Y no es sólo por la agradable

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sorpresa que nos ha dado usted a Zina y a míllegando quince días antes de lo convenido; esoni que decir tiene. Lo que me colma de alegríaes que haya traído aquí a ese querido príncipe.¿Sabe usted lo mucho que quiero a ese ancianoencantador? Claro que no. Usted no me com-prenderá. Ustedes, la gente joven, no compren-derán mi entusiasmo por mucho que yo lesdiga. ¿Sabe usted lo que él fue para mí en elpasado, hace seis años? ¿Te acuerdas, Zina?Aunque me olvidaba de que tú estabas enton-ces visitando a tu tía... No se lo creerá usted,Pavel Aleksandrovich: yo era su guía, su her-mana, su madre. Me obedecía como un niño.Nuestras relaciones tenían algo de inocente, detierno y bien nacido; algo casi pastoril, por asídecirlo... En realidad no sé cómo llamarlo. Heahí por qué ce pauvre prince no ha pensado, ensu gratitud, más que en mi casa. ¿Sabe usted,Pavel Aleksandrovich, que quizá le haya salva-do con traerle aquí? En estos seis años he pen-sado en él con pena. No lo creerá usted, pero se

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me aparecía en sueños. Dicen que esa mujerabominable le ha hechizado, le ha aniquilado.Pero por fin le ha librado usted de sus garras.Ahora hay que aprovechar la ocasion y salvarlepor completo. Dígame una vez más cómo halogrado usted eso. Descríbame con todo detallesu encuentro con él. Hace un momento, con laprisa, no me he fijado más que en lo principal,aunque todos los pequeños detalles son, por asídecirlo, la verdadera esencia del caso. Me pirropor los detalles. Los detalles son para mí loprimero de todo, aun en las ocasiones más im-portantes ... ; y mientras que él sigue con sutoilette...

-¡Pero si ya le he contado todo lo que habíaque contar, Marya Aleksandrovna! -respondeMozglyakov complaciente, dispuesto a contarlotodo por décima vez, de gusto que le da hacer-lo-. He estado viajando toda la noche y, claro,no he dormido en toda ella. Bien puede ustedfigurarse la prisa que me he dado -añade vol-viéndose a Zina-; en resumen, maldije, grité,

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exigí caballos de refresco, hasta armé un escán-dalo por lo de los caballos en las estaciones derelevo. Si esto se imprimiera, resultaría unpoema del gusto más moderno. Pero dejemoseso. A las seis de la mañana llegué a la últimaestación, en Igishevo. Estaba aterido, pero noquise calentarme siquiera y pedí caballos.Asusté a la mujer del encargado que estabadando de mamar a un niño; ahora, por lo visto,se le ha cortado la leche... Una salida de solencantadora. Ya sabe usted que la escarcha setiñe de rojo, de plata. Pero no me fijé en eso; enfin, que llevaba una prisa atroz. Me apoderé delos caballos a la fuerza, quitándoselos a un con-sejero colegiado a quien casi desafié a un duelo.Me dijeron que un cuarto de hora antes habíapartido de la estación cierto príncipe que, des-pués de pasar la noche allí, había continuado elviaje con sus propios caballos. Apenas hice ca-so. Me metí en el trineo y salí disparado comosi me hubiera escapado de un cepo. Fet dicealgo por el estilo en una de sus elegías. A nueve

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verstas de la ciudad, en el cruce con el caminoque va al monasterio Svetozerski, vi que habíaocurrido algo insólito. Había volcado un enor-me coche de camino. El cochero y dos lacayosestaban junto a él, sin saber qué hacer, mientrasque del coche volcado salían gritos y lamentosque partían el alma. Pensé en pasar de largo:«¡Que se quede ahí volcado; no es de por aquí!» Pero salió ganando el amor al prójimo que,como dice Heine, siempre mete la nariz en to-do. Me detuve. Yo, mi Semyon y el cochero,que también tiene un alma rusa, corrimos enauxilio de los accidentados, y entre todos losseis levantamos el coche y lo pusimos de pie,aunque en realidad no tenía pies porque ibasobre patines. También ayudaron unos campe-sinos que iban con leña a la ciudad y a quienesdi una propina. Pensé que probablemente setrataba del príncipe. Miré. ¡Santo Dios! Era elmismo, el príncipe Gavrila. ¡Qué encuentro! Legrité: «¡Príncipe! ¡Tío!» Por supuesto que casino me conoció a la primera mirada, pero casi

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me conoció... a la segunda. Confieso, sin em-bargo, que aún ahora apenas sabe quién soy, y,al parecer, me toma por otro y no por un pa-riente suyo. Le vi hace siete años en Peters-burgo cuando, claro, yo era todavía muchacho.Yo sí le recordaba, porque me impresionó mu-cho, pero él ¿cómo iba a acordarse de mí? Mepresenté; quedó encantado, me abrazó, mien-tras todo él temblaba de espanto y lloraba, ¡ycómo lloraba! Todo eso lo vi con mis propiosojos. Hablando de esto y aquello acabé por per-suadirle de que subiera a mi trineo y vinierasiquiera un día a Mordasov para reponerse ydescansar. Aceptó sin rechistar. Me dijo que ibaal monasterio Svetozerski a ver al padre Misai-lo a quien honra y respeta; y que StepanidaMatveevna -¿y quien de nosotros los parientesno ha oído hablar de Stepanida Matveevna? elaño pasado me echó de Duhanovo a escobazos-había recibido una carta informándole que unpariente suyo en Moscú estaba en las últimas:un padre o una hija, no sé quién a punto fijo ni

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me interesa saberlo; quizá los dos, el padre y lahija, y por añadidura un sobrino que es mozode taberna... En suma, que la dama, muy soli-viantada, decidió apartarse de su príncipe unosdiez días y marchó aprisa y corriendo a la capi-tal a fin de embellecerla con su presencia. Elpríncipe aguantó un día, aguantó dos, se probóunas pelucas, se untó de pomada, se maquilló,trató de echarse la buenaventura con las cartas(y quizá también con las alubias), pero todo sele hizo inaguantable sin su Stepanida Matveev-na. Pidió los caballos y salió para el monasterioSvetozerski. Uno de los criados, temeroso de laausente Stepanida Matveevna, se atrevió a obje-tar, pero el príncipe se mantuvo firme. Salióayer después de comer, pasó la noche en Igis-hevo, de allí partió al alba, y en el cruce con elcamino que conduce al padre Misailo, el coche,que iba a gran velocidad, casi se cayó a un ba-rranco. Yo le salvé y le prometí llevarle a casade nuestra común y muy respetada amigaMarya Aleksandrovna. Dijo que es usted la

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dama más encantadora de cuantas ha conocidoen su vida. Y aquí estamos. El príncipe estáarriba retocando su toilette con el auxilio de suayuda de cámara a quien nunca se olvida dellevar consigo y a quien nunca, en ningunascircunstancias, se olvidará de llevar consigo,porque preferiría morir a presentarse ante lasdamas sin hacer algunos preparativos o, mejordicho, algunas reparaciones... Ésa es toda lahistoria. Eine allerliebste Geschichte!

-¡Pero qué humorista que es, Zina! -exclamaMarya Aleksandrovna después de oír toda lahistoria-. ¡Qué bien que lo ha contado! Ahorauna pregunta, Paul. Explíqueme exactamentequé parentesco tiene usted con el príncipe. ¿Us-ted le llama tío?

-A decir verdad, Marya Aleksandrovna, igno-ro el parentesco que nos une; parece que soyalgo así como sobrino de primos segundos oquizás algo aún más remoto. De eso yo no ten-go la culpa. La culpa la tiene mi tía Aglaya Mi-hailovna, que como no tiene otra cosa que

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hacer, se dedica a contar parentescos con losdedos. Ella fue la que me engatusó para quefuera a verle a Duhanovo el año pasado. ¡Ojaláhubiera ido ella misma. En fin, que para simpli-ficar le llamo tío y él me contesta. Ahí tieneusted nuestro parentesco, al menos hoy porhoy.

-De todos modos, repito que sólo Dios pudodarle a usted la idea de traerle directamente aesta casa. Me tiemblan las carnes de sólo pensarqué hubiera sido de él, pobre hombre, si hubie-ra caído en otras manos que las mías. ¡Lo habr-ían acaparado, lo habrían hecho pedazos, se lohabrían comido! Lo habrían explotado como sifuera un filón, una mina. ¡Usted no puede figu-rarse lo codiciosa, vil y trapecera que es la gen-tuza de aquí, Pavel Aleksandrovichi

-Pero, vamos a ver, ¿a qué casa había de traer-lo sino a ésta? ¡Qué cosas tiene usted, MaryaAleksandrovna! -inyecta la viuda NastasyaPetrovna, que está sirviendo el té-. ¿Piensa us-

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ted acaso que iba a llevarlo a casa de Anna Ni-kolaevna?

-¿Pero por qué tarda tanto en salir? No dejade ser raro -comenta Marya Aleksandrovnalevantándose impaciente de su sitio.

-¿Quién? ¿El tío? Pues creo que tardará to-davía cinco horas en vestirse. Además, como notiene pizca de memoria, es posible que hasta sehaya olvidado de que ha venido aquí de visita.¡Es un hombre sin igual, Marya Aleksandrov-na!

-Basta, por favor, no desbarre.-No es desbarrar, Marya Aleksandrovna; es la

pura verdad. ¡Pero si más que un hombre es unmedio-maniquí! Usted le vio hace seis años,pero yo le he visto hace una hora. ¡Si es un me-dio-difunto! ¡Si es más que el recuerdo de unhombre! ¡Si es que se han olvidado de enterrar-le! ¡Pero si tiene los ojos postizos y las piernasartificiales! ¡Si funciona por resortes y hastahabla por medio de resortes!

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-¡Dios santo, qué tarabilla es usted! ¡Hay queoírle! -exclama Marya Aleksandrovna poniendocara seria-. Y a usted, joven, que es parientesuyo, ¿no le da vergüenza hablar así de un ve-nerable anciano? Aparte de su incomparablebondad -y aquí su voz se colora de ternura-,recuerde usted que se trata de un vestigio, deun fragmento, por así decirlo, de nuestra aristo-cracia. ¡Amigo mío, mon ami! Comprendo lafrivolidad de usted, de la que tienen la culpaesas nuevas ideas de las que está siemprehablando. ¡Pero, Dios mío, si yo misma com-parto esas ideas! Bien entiendo que el fun-damento de esa actitud suya es noble y honro-so. Tengo la impresión de que hay incluso algosublime en esas nuevas ideas; pero nada deesto me impide ver el lado recto y, por así de-cirlo, práctico de las cosas. He vivido en elmundo, he visto más que usted y, al fin y alcabo, soy madre y usted es todavía joven. Él,por ser anciano, ¿habrá de parecernos ridículo?Hay más, y es que el año pasado anunció usted

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que pensaba emancipar a sus siervos y dijo quehabía que hacer algo para ponerse a la altura delos tiempos; y todo ello porque tenía la cabezaatiborrada de ese Shakespeare de usted. Créa-me, Pavel Aleksandrovich, ese Shakespeare deusted tuvo su momento de gloria hace ya si-glos, y si resucitara no entendería jota de nues-tra vida actual, a pesar de su talento. Si hayalgo caballeresco y espléndido en nuestra so-ciedad contemporánea es cabalmente en lasaltas esferas. Un príncipe, aun vestido de telade saco, seguirá siendo príncipe, Y aun vivien-do en una choza será como si viviera en un pa-lacio. Ahí está el marido de Natalya Dmitriev-na, que se ha hecho construir algo así como unpalacio; y, sin embargo, sigue siendo el maridode Natalya Dmitrievna y nada más. Incluso lapropia Natalya Dmitrievna, aunque se pongacincuenta crinolinas, seguirá siendo la NatalyaDmitrievna de antes, ni menos ni más. Tambiénusted representa en parte a las altas esferasporque de ellas desciende. Yo tampoco soy ex-

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traña a ellas -y malo será el pájaro que ensucieel propio nido. Pero, en fin, ya llegará usted asaber todo eso mejor que yo y olvidará a suShakespeare. Se lo pronostico. Estoy segura deque aun ahora mismo no es usted sincero y quequiere sólo estar a la moda. Pero ya es dema-siada cháchara Quédese aquí, mon cher Paul,que yo subo a enterarme qué hay del príncipe.Quizá necesite algo, y con esta estúpida servi-dumbre mía...

Y Marya Aleksandrovna abandonó el salónde prisa, recordando a su estúpida servidum-bre.

-Marya Aleksandrovna parece muy contentade que el príncipe no haya caído en manos deesa emperifollada Anna Nikolaevna. ¡Y ella quedecía a todo el mundo que era pariente de él!Esta vez de seguro que revienta de rabia--observó Nastasya Petrovna; pero notando queno le respondían y mirando a Zina y PavelAleksandrovich, adivinó al punto la situación ysalió de la habitación como si fuera a atender a

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algún quehacer. Pero en premio de su propiotacto se puso a escuchar detrás de la puerta.

Pavel Aleksandrovich se volvió inmediata-mente a Zina. Estaba agitadísimo y le temblabala voz.

-Zínaida Afanasievna, ¿no está usted enfada-da conmigo? -preguntó con aire tímido y supli-cante.

-¿Con usted? ¿Por qué? -repuso Zina, rubo-rizándose ligeramente y levantando a él susojos espléndidos.

-Por mi venida prematura, Zinaida Afana-sievna. Es que no podía resistir. No podía espe-rar quince días más... He llegado hasta soñarcon usted. He venido volando a enterarme demi suerte. ¡Pero frunce usted el ceño, está enfa-dada! ¿Es posible que tampoco ahora me digausted nada definitivo?

Zinaida, en efecto, tenía fruncido el ceño.-Esperaba que hablaría usted de eso

-respondió, bajando de nuevo los ojos, con voz

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firme y severa en la que despuntaba el enojo-. Ycomo esa expectativa ha sido muy penosa paramí, cuanto antes se resuelva mejor. Una vezmás exige usted, mejor dicho, solicita una con-testación. Permítame que se la repita, porque esla misma de antes: espere. Una vez más le digoque todavía no he llegado a una decisión, y queno puedo darle promesa de ser su esposa. Estono se obtiene a la fuerza, Pavel Aleksandrovich.Pero para tranquilizarle le digo que todavía nole rehúso definitivamente. Note usted ademásque, al darle ahora esperanzas de una decisiónfavorable, lo haga sólo por corresponder a suimpaciencia e intranquilidad. Repito que quieroquedar completamente libre en mi decisión yque si la contestación final es negativa, no de-berá acusarme de haberle dado esperanzas. Así,pues, aténgase a eso.

-Bueno, sea -exclamó Mozglyakov con vozquejosa-. ¿Pero no es esto en realidad una espe-ranza? ¿Puedo sacar alguna esperanza de suspalabras, Zinaida Afanasievna?

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-Recuerde lo que le he dicho y saque de ellolo que tenga por conveniente. Haga lo que leguste. Yo no le digo más. No le rechazo; le digosólo que espere. Pero repito que me reservo elpleno derecho de rechazarle si se me antoja. Lediré algo más, Pavel Aleksandrovich. Si ha ve-nido usted antes del plazo convenido para lacontestación para recurrir a medios indirectos,confiando en la ayuda ajena, por ejemplo, en lainfluencia de mamá, se ha equivocado ustedmucho en sus cálculos. En tal caso, le rechazosin más, ¿me entiende? Y ahora, basta, y porfavor no vuelva a hablarme de esto hasta que secumpla el plazo.

Todo este alegato fue pronunciado con se-quedad, firmeza y desembarazo, como algoaprendido de antemano. Monsieur Paul sintióque se le había dejado plantado. En ese mo-mento volvió Marya Aleksandrovna e inmedia-tamente tras ella la señora Zyablova.

-Me parece que viene en seguida, Zina. ¡Nas-tasya Petrovna, de prisa, haga té fresco! -Marya

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Aleksandrovna mostraba una punta de agita-ción.

-Anna Nikolaevna ha mandado ya a ver quépasa. Su Anyutka ha venido corriendo a pre-guntar en la cocina. ¡Menudo berrinche tendráahora! -apuntó Nastasya Petrovna abalanzán-dose sobre el samovar.

-¿Y a mí qué me importa, --dijo Marya Alek-sandrovna a Nastasya Petrovna por encima delhombro-. ¡Como si a mí me interesara averi-guar lo que piensa Anna Nikolaevna! Le asegu-ro que yo no mandaré a nadie por noticias a sucocina. Y me asombra, de veras que me asom-bra, que me considere usted enemiga de esapobre Anna Kikolaevna; y no sólo usted, sinotoda la ciudad. Apelo a su juicio, Pavel Alek-sandrovich. Usted nos conoce a las dos. ¿Porqué razón habría de ser yo enemiga suya? ¿Porcuestiones de primacía? ¡Pero si a mí me traesin cuidado esa primacía! ¡Que sea ella la pri-mera! Yo sería la primera en ir a felicitarla porsu primacía. Pero, al fin y al cabo, todo eso es

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injusto. Intercedo por ella, tengo que intercederpor ella. La calumnian. ¿Por qué la atacan uste-des todas? ¿Porque es joven y le gusta ir bienvestida? A mi juicio más vale que le guste laropa que no otra cosa, como le sucede a Natal-ya Dmitrievna, a quien le gusta... lo que no esposible decir. ¿Será acaso porque Anna Nikola-evna está siempre de la ceca a la meca y nopuede parar en casa? ¡Pero, Dios mío, si no harecibido educación ninguna y le cuesta trabajoabrir un libro u ocuparse dos minutos seguidosen cualquier cosa! ¿Que coquetea y hace ojosdesde la ventana a todo el que pasa por la calle?Pero ¿por qué le dicen que es tan bonita, cuan-do sólo tiene el cutis blanco y pare usted decontar? ¿Que es el hazmerreír de los bailes? Deacuerdo. Pero ¿por qué le aseguran que baila lapolca admirablemente? ¿Que lleva sombreros ycofias imposibles? Pero ¿qué culpa tiene ella deque Dios la haya privado de gusto y le hayadado en cambio credulidad? Si se le dice que esbonito prenderse en el pelo un papel de liar

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caramelos, se lo prende. ¿Que es una chismosa?¡Pero si eso es costumbre aquí! ¿Quién no chis-morrea aquí? ¿Que va a visitarle Sushilov, el delas patillas, por la mañana, por la tarde y casipor la noche? ¡Ay, Dios mío! ¿Y qué de extrañohay en ello si el marido se pasa jugando a lascartas hasta las cinco de la mañana? ¡Además,que aquí se dan tan malos ejemplos! Pero eso,al cabo, quizá no sea más que una calumnia. Enresumen, que yo siempre intercedo por ella.Pero, Dios mío, aquí viene el príncipe. ¡Es él, él!Le reconozco. Le reconocería entre mil. ¡Por finle veo, mon prince! -exclamó Marya Aleksan-drovna y voló al encuentro del príncipe queentraba.

IVEn una primera y rápida ojeada no tomarán

ustedes a este príncipe por un anciano, y sólomirándole de cerca y fijamente verán que es unmuerto que se mueve por resorte. Todos los

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recursos del arte han sido puestos en juego pa-ra dar a esta, momia el aspecto de un hombrejoven. Peluca, patillas, bigote y perilla todo elloes maravilloso, de un lustroso color negro, y lecubre la mitad del rostro. Éste está blanqueadoy coloreado con arte insólito, y en él apenas hayarrugas. Se ignora dónde se han metido. Viste ala última moda, como si acabara de salir de unfigurín. Lleva puesto un traje de visita o algopor el estilo, a decir verdad no sé a punto fijo loque es; sólo que está muy de moda, muy al día,algo hecho para las visitas matinales. Los guan-tes, la corbata, el chaleco, la ropa blanca y lo de-más, todo es de una frescura deslumbrante ydel gusto más exquisito. El príncipe cojea lige-ramente, pero con tanta destreza que pareceque lo hace porque está de moda. Lleva monó-culo en un ojo, cabalmente en el que ya de porsí es de cristal. El príncipe está empapado deperfume. Al hablar tiene una manera especialde arrastrar ciertas palabras, quizá por debili-dad de la vejez, quizá porque todos sus dientes

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son -postizos, o quizá sencillamente para darseimportancia. Pronuncia algunas sílabas conespecial suavidad, apoyándose sobre todo en laletra e. En él la palabra sí suena se-e, sólo quealgo más suave. En todos sus gestos se echa dever cierto descuido, adquirido en el curso de suvida de petrimetre. Pero en general, si algo haquedado de esa previa vida de dandy, ha que-dado inconscientemente, en forma de ciertosvagos recuerdos, de una vejez que se ha sobre-vivido a si misma, y que no hay cosmético,corsé, perfume o peluca que pueda remediar.Por eso haremos bien en reconocer de antema-no que si bien el anciano no ha sobrevivido suinteligencia todavía, sí ha sobrevivido su me-moria, y a cada minuto desbarra, se repite yhasta desatina por completo. Se necesita ciertapericia para hablar con él. Pero Marya Aleksan-drovna tiene confianza en sí misma, y a la vistadel príncipe da rienda a un entusiasmo indes-criptible.

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-¡No ha cambiado usted nada, absolutamentenada! -exclama, cogiendo al visitante por am-bas manos y sentándole en un sillón cómodo-.¡Siéntese, siéntese, príncipe! ¡Seis años, nadamenos que seis años sin vernos, y ni una carta,ni un solo renglón en todo ese tiempo! ¡Quémal se ha portado usted conmigo, principe! Yyo, ¡qué enfadada he estado con usted, mon cherprince! Pero el té, el té. ¡Ay, Dios mío! ¡NastasyaPetrovna, el té!

-Le estoy agradecido, sí, señora, muya-gra-de-cido, y con-trito -ceceó el príncipe (ol-vidamos decir que ceceaba un poco, y que lohacía como si fuera moda cecear)-. ¡Con-tri-to!Y, figúrese usted, el año pasado quería veniraquí sin fal-ta -agregó escudriñando la ha-bitación-. Pero me asustaron diciendo que aquíhabía có-le-ra...

-No, príncipe, aquí no ha habido cólera -diceMarya, Aleksandrovna.

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-Aquí hubo epidemia bovina, tío -hace notarMozglyakov, queriendo distinguirse. MaryaAleksandrovna le mide con una mirada severa.

-Pues sí, e-pi-de-mia bovina o algo por elestilo... Y me quedé en casa. ¿Pero cómo estásu marido, mi querida Marya Nikoiaevna?¿Sigue en su fis-ca-lía?

-N-no, príncipe, -dice Marya Aleksandrovnaun poco cortada-. Mi marido no es fiscal.

-¡A que mi tío se confunde y la toma a ustedpor Anna Nikolaevna Antipova! -exclama elperspicaz Mozglyakov, pero se contiene al pun-to cuando nota que, aun sin tales aclaraciones,Marya Aleksandrovna parece un tanto cohibi-da.

-¡Ah, sí, sí, Anna Nikolaevna, y... (se me olvi-da todo). ¡A, sí, Antipova, eso es, Antipova--corrobora el príncipe.

-N-no, príncipe, está usted muy equivocado-dice Marya Aleksandrovna con una amargasonrisa-. Yo no soy Anna Nikolaevna, no, se-

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ñor; y no esperaba, lo confieso, que usted nome reconociera. Me asombra usted, príncipe.Yo soy su antigua amiga Marya AleksandrovnaMoskalyova. ¿Se acuerda usted, príncipe, deMarya Aleksandrovna?

-¡Marya A-lek-san-drovna! ¡Hay que ver! ¡Yyo que suponía que era usted (¿cómo se lla-ma?), ah, sí, Anna Vasilievna ... ! C'est délicieux!O sea, que me he equivocado de sitio. ¡Y yo quepensaba, amigo mío, que me habías llevado acasa de esa Anna Matveevna! C'est charmant!Pero, en fin, esto me sucede con frecuencia. Yoa menudo me equivoco de sitio. Estoy contento,siempre contento, vaya adonde vaya. ¿De mo-do que no es usted Nastasya Va-si-liev-na? Esinteresante...

-¡Marya Aleksandrovna, príncipe, MaryaAleksandrovna! ¡Oh, qué mal se ha portadousted conmigo! ¡Olvidarse de la que es su mejoramiga!

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-Pues sí. De la me-jor amiga... Pardon, pardon!-masculló el príncipe, dirigiendo la mirada aZina.

-Ésta es mi hija Zina. Ustedes todavía no seconocen, príncipe. Ella no estaba aquí cuandousted nos visitó el año 18..., ¿recuerda?

-Éésta es su hija! Charmante, charmante! -mur-mura el príncipe, mirando a Zina con el monó-culo codicíosamente-. ¡Mais quelle beauté!-añade visiblemente impresionado.

-Té, príncipe -dice Marya Aleksandrovna, di-rigien do la atención del príncipe al paje queestá ante él bandeja en mano. El príncipe tomala taza y fija los ojos en el muchacho, que tienelas mejillas regordetas y sonrosadas.

-¡A-ah! ¿É-ste es su chico? -pregunta-. ¡Quéguapo mo-ci-to! Y-y... supongo... que se por-tabien.

-Príncipe -interrumpe al punto Marya Alek-sandrovna-, me han contado lo del terrible ac-cidente. Confieso que he estado loca de susto...

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¿No se ha hecho usted daño? ¡Cuidado, que nohay que desatender esas cosas ... !

-¡Me volcó! ¡Me volcó! ¡El cochero me volcó!--exclamó el príncipe con insólita animación-.Yo pensé que había llegado el fin del mundo oalgo por el estilo y, francamente, me asusté; oque -¡los santos me perdonen!- se me caía elalma a los pies. ¡No lo esperaba no lo esperaba,de ninguna manera lo es-pe-ra-ba Y quien tienela culpa de todo es mi cochero Feofil. Yo tengoconfianza en ti para todo, amigo mío. Tú dis-pón lo que convenga e investiga el caso. Estoycon-venci-do- de que aten-tó contra mi vida.

-Bueno, tío, bueno -responde Pavel Aleksan-drovich-. Lo investigaré todo. Pero, escuche,tío. Le perdonará por lo de hoy, ¿no? ¿Qué di-ce?

-De ninguna manera le perdono. Estoy per-suadido de que ha aten-ta-do contra mi vida.Tanto él como Lavrenti, a quien dejé en casa.Figúrense ustedes, ha abrazado no se que nue-

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vas ideas, ¿saben? Parece repudiar algo... ¡enfin, que es un comunista en el pleno sentido dela palabra! ¡A mí me da miedo hasta de tro-pezar con él!

-¡Ay, príncipe, cuánta razón tiene usted!--exclama Marya Aleksandrovna-. No querráusted creer lo que yo también sufro con estoscriados incapaces. Imagínese, acabo de tomar ados nuevos y debo decir que son tan tontos queme paso el día entero guerreando con ellos. Nopuede usted imaginarse, príncipe, lo tontos queson.

-Pues sí, sí. Sin embargo, debo decir que a míhasta me gusta que un lacayo sea algo tonto-indica el príncipe que, como todos los viejos,se pone contento cuando escuchan su chácharacon atención servil-. Eso le va bien a un lacayo,e incluso le presta dignidad si es buena personaademás de tonto. Por supuesto, sólo en ciertascir-cuns-tancias. Aumenta con ello su dis-tin-ción, y su rostro adquiere cierto aspectosolemne. En suma, que resulta mejor educado,

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y lo que yo ante todo exijo de un criado es labuena e-du-ca-ción. Ahí está, por ejemplo, miTerenti. Tú, amigo mío, de seguro que teacuerdas de Te-ren-ti. Apenas le vi, me dije: tútienes pinta de conserje. Era fe-no-me-nal--mente tonto. Parecía un borrego mirando elagua. ¡Pero qué so-lemni-dad! ¡Qué pre-s-tan-cia! ¡Qué nuez en la garganta, de color derosa! Pues bien, alguien así, con corbata blancay uniforme de gala, produce bastante efecto. Yole quiero mucho. De vez en cuando le miro y nopuedo apartar los ojos de él: se diría que estáescribiendo una disertación a juzgar por eseaspecto tan imponente. En suma, un auténticofilósofo alemán, un Kant, o, mejor aún, un pavobien cebado, mantecoso. Un verdadero comme ilfaut del género servil.

Marya Aleksandrovna ríe a carcajadas en unrapto de entusiasmo y hasta prorrumpe enaplausos. Pavel Aleksandrovich la imita detodo corazón. Encuentra a su tío divertidísimo.

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También Nastasya Petrovna suelta una risota-da. Hasta Zina se sonríe.

-¡Pero cuánto humorismo, cuánta jocundidad,cuánta agudeza tiene usted, príncipe!-proclama Marya Aleksandrovna-. ¡Qué precio-sa capacidad para subrayar el rasgo más sutil,más divertido! ¡Y desaparecer de la sociedad,encerrarse durante cinco años enteros! ¡Con esetalento! Usted podría escribir, príncipe. ¡Ustedpodría ser un nuevo Fonvizin, un nuevo Gribo-yedov, un nuevo Gogol!

-Pues sí, sí -dice el príncipe muy satisfecho-.Yo podría ser un nuevo... ¿Saben ustedes? Yoera extraordinariamente agudo en tiempos pa-sados. Hasta escribí un vaudeville para el tea-tro... en el que puse algunos cuplésde-li-cio-sos. Pero no se representó nunca...

-¡Qué agradable hubiera sido leerlo! Y ¿sabes,Zina? ahora vendría aquí muy a propósito,porque se preparan funciones de teatro pararecaudar donativos patrióticos, príncipe, a be-

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neficio de los heridos... ¡Ahora su vaudeville nosvendría de perilla!

-¡Claro! Estoy hasta dispuesto a escribirlo denuevo... aunque se me ha olvidado por comple-to. Recuerdo, sin embargo, que tenía dos o tresjuegos de palabras que... (y el príncipe se besóla punta de los dedos). Por lo común, cuandoestaba en el ex-tran-je-ro producía unver-da-dero en-tu-sias-mo. Recuerdo a LordByron. Fuimos bastante amigos. Bailó admira-blemente la cracoviana en el Congreso de Vie-na.

-¡Lord Byron, tío! Perdón, tío, ¿qué dice?-Pues sí, Lord Byron. Pero a lo mejor no fue

Lord Byron, sino otra persona. En efecto, no fueLord Byron, sino un polaco. Ahora me acuerdobien. ¡Qué hombre tan o-ri-gi-nal era ese pola-co! Se hacia pasar por conde, y al cabo resultóque era un maestro de cocina. Ahora bien, bai-laba la cracoviana ad-mi-ra-ble-mente y acabó

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por romperse una pierna. Yo con ese motivoescribí unos versos:

Un caballero polacoa bailar aficionado...

Y luego sigue... se me ha olvidado el resto...

se quebró la pierna izquierda...¡que le quiten lo bailado!

-Pero ¿de veras que seguía así, tío? -exclamaMozglyakov, cada vez más entusiasmado.

-Así parece que fue, amigo mío -responde eltío-, o algo pa-re-ci-do. Pero quizá no fuera así,y sí sólo que hayan salido bien esos versecillos.El caso es que se me olvidan algunas cosas aho-ra. Eso resulta de mis muchos quehaceres.

-Diga, príncipe, ¿en qué se ha ocupado usteddurante todo este tiempo de soledad? -inquíere

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con interés Marya Aleksandrovna-. He pensadotanto en usted, mon cher prínce, que confiesoque estoy ardiendo de impaciencia por ente-rarme de ello punto por punto.

-¿En qué me he ocupado? Por lo general, ¿sa-be usted? en varias cosas. A veces uno descan-sa; otras veces ¿sabe usted? ando de aquí paraallá, imagino varias cosas...

-Usted, tío, debe de tener una imaginaciónsobremanera viva.

-Sobremanera viva, querido. En ocasionesimagino tales cosas que yo mismo mea-som-bro después. Cuando estuve en Kadue-vo... A propos, tú, según creo, fuiste vícegober-nador de Kaduevo...

-¿Yo, tío? Perdón, ¿qué dice usted?-¡Pues figúrate, amigo mío! Y yo que te he

tomado por el vicegobernador, y me decía:¿cómo es que de repente parece que ha cam-biado de cara? Porque la suya ¿sabes? era unacara tan impresionante, tan inteliligente... Era

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un hombre ex-tra-or-di-na-riamente listo y co-m-po-nía versos para todas las ocasiones. Vistode perfil se parecía un poco a un rey de baraja...

-No, príncipe -interrumpe Marya Aleksan-drovna-. Apuesto a que con esa vida se estámatando usted. ¡Hundirse cinco años en la so-ledad, no ver a nadie, no oír nada! ¡Está ustedperdido, príncipe! Pregunte si quiere a cual-quiera de los devotos de usted y le dirá sin du-da que está usted perdido.

-¿De veras? -exclama el príncipe.-Se lo aseguro. Le hablo como una amiga,

como una hermana. Le hablo así porque le ten-go afecto, porque el recuerdo del pasado essagrado para mí. ¿De qué me valdría ser hipó-crita? No, tiene usted que cambiar radicalmentede vida. De lo contrario, perderá usted fuerzas,se pondrá enfermo, morirá...

-¡Dios mío! ¿Tan pronto habré de morir?-exclama asustado el príncipe-. ¡Y pensar que loha adivinado usted! Padezco muchísimo de

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hemorroides, sobre todo desde hace algúntiempo. Y cuando me da un ataque se me pre-sentan, por lo general, los síntomas más raros...Voy a describírselos con todo detalle. Primero...

-Tío, eso nos lo cuenta usted otra vez-, inte-rrumpe Pavel Alesandrovich-. ¿Y qué? ¿No eshora de que nos vayamos?

-Pues sí. Quizá otra vez. Después de todo,puede que no sea muy interesante de escu-char... Pero, de todos modos, es una enferme-dad muy curiosa. Hay varios episodios... Re-cuérdame, amigo mío, que a la noche te cuenteun caso en de-ta-lle...

-Pero escuche, príncipe -interrumpe una vezmás Mar-ya Aleksandrovna-; debería ustedtratar de curarse en el extranjero.

-¡En el extranjero! ¡Pues sí, sí! Iré sin falta alextranjero. Recuerdo que cuando estuve en elextranjero allá por los años 20 lo pa-sé muybien. Estuve a punto de casarme con una viz-condesa francesa. Andaba yo entonces muy

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enamorado y quería consagrarle toda mi vida.Pero quien se casó con ella no fui yo, sino otro.¡Caso más raro! Yo me ausenté un par de horas,y el otro, que era un barón alemán, salió triun-fante. Más tarde pasó algún tiempo en un ma-nicomio.

-Yo lo que decía, cher prince, es que necesitausted pensar seriamente en su salud. ¡Hay tanbuenos médicos en el extranjero! Y, sobre todo,que vale la pena cambiar de vida! Sin dudaalguna necesita usted salir de Duhanovo, aun-que sea sólo por poco tiempo.

-Sin du-da al-gu-na. Hace ya tiempo que lotengo resuelto, y ¿sabe usted? Pienso hacer unacura hi-dropática.

-¿Hidropática?-Hidropática. Ya he hecho una. Estaba enton-

ces en un balneario. Había allí una dama deMoscú..., no me acuerdo del nombre, sólo deque era una mujer sumamente poética, de unossetenta años. Estaba con ella una hija, de cin-

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cuenta, viuda, con una catarata en un ojo. Éstatambién casi hablaba en verso. Más tarde lesucedió una desgracia: mató a una de sus cria-das en un arrebato de ira y fue procesada. Ellasfueron las que me dieron la idea de hacer unacura de aguas. Yo, a decir verdad, no padecíade nada, pero ellas, machaconas, me decían:«¡Tome la cura, tome la cura! » Y por delicade-za empecé a beber agua y pensé que efectiva-mente me sentaría bien. Bebí a más y mejor, mebebí una cascada entera, y ¿saben ustedes? estahidropatía es muy beneficiosa. Me hizo muchí-simo provecho, hasta el punto de que si nohubiera acabado poniéndome enfermo, les ase-guro que hubiera tenido muy buena salud...

-Esa conclusión está plenamente justificada.Dígame, tío, ¿ha estudiado usted lógica?

-¡Dios mío, qué cosas pregunta usted!-comenta con severidad la escandalizada Mar-ya Aleksandrovna.

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-La estudié, amigo mío, pero hace ya muchotiempo. También- estudié filosofía en Alema-nia, la estudié todo un curso, pero la olvidétoda ella en seguida. Pero... confieso... que meha asustado usted tanto con esas enfermedadesque... me ha dejado deshecho. Vuelvo en se-guida...

-¿A dónde va usted, príncipe? -preguntaasombrada Marya Aleksandrovna.

-Vuelvo en seguida, en seguida... Sólo quieroapuntar un nuevo pensamiento... Au revoir.

-¿No es un tipo delicioso? -exclama PavelAleksandrovich retorciéndose de risa.

Marya Aleksandrovna pierde la paciencia.-¡No comprendo, no comprendo en absoluto

de qué se ríe usted! -dice con voz enojada-.¡Burlarse así de un anciano venerable, ridiculi-zar cada palabra suya, abusar de su angélicabondad ... ! Me pone usted colorada de ver-güenza, Pavel Aleksandrovich. A ver, ¿qué hay

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en él de ridículo? Yo no he visto nada en él quecause risa.

-¡Pero si no reconoce a la gente, si pierde elhilo cuando habla!

-Eso es consecuencia de la vida horrenda quelleva, de los cinco años de horrible reclusión,bajo la vigilancia de esa mujer abominable. Hayque tenerle lástima, y no reírse de él. Ni siquie-ra me reconoció a mí, ya lo vio usted. ¡Da gri-ma, por así decirlo! Es absolutamente precisosalvarle. Le he propuesto que vaya al extranjerosólo con la esperanza de que pueda dar esqui-nazo a esa. .. tendera.

-¿Sabe usted lo que pienso? Pues que hace fal-ta casarle, Marya Aleksandrovna- anuncia Pa-vel Aleksandrovích.

-¡Vuelta a las andadas! ¡Usted es incorregible,monsieur Mozglyakov!

-No, Marya Aleksandrovna, no. En esto hablocon completa seriedad. ¿Por qué no casarlo? Esuna idea, c'est une idée comme une autre. Dígame

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por favor, ¿en qué puede perjudicarle? Al con-trario, en una situación como la suya sólo unamedida como ésa puede salvarle. Legalmentepuede casarse todavía. En primer lugar, se verálibre de esa gorrona (disculpe la expresión). Ensegundo lugar, y lo que es más importante,figúrese que elige a una muchacha, o mejoraún, a una viuda, simpática, buena, sensata,tierna y, sobre todo, pobre, que le cuide como sifuera hija suya y que comprenda que él le hahecho un favor casándose con ella. ¿Y quiénmejor para él que una persona noble y sincerade su propia familia, que esté junto a él siem-pre, en lugar de esa... mujeruca? Por supuesto,tiene que ser de buen ver, porque a mi tío to-davía le gustan las mujeres guapas. ¿Ha notadousted cómo miraba a Zinaida Afanasievna?

-¿Pero dónde hallará una novia como ésa?-pregunta Nastasya Petrovna, escuchando conatención.

-¡Ah, bien hablado! Pues usted misma, si lotiene a bien. Permita la pregunta: ¿por qué no

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habría de ser usted la novia del príncipe? Enprimer lugar, es usted bonita; en segundo, viu-da; en tercero, de buena familia; en cuarto, po-bre (porque realmente no está usted muy biende dinero); en quinto, es usted una señora dis-creta, y por tanto le querrá usted, le llevará enpalmitas, mandará a esa mujer a freír espárra-gos, le llevará al extranjero, le dará de comerpuré de semolina y dulces -todo ello hasta elmomento en que diga adiós a este mundo efí-mero, cosa que ocurrirá al cabo de un año aquizás al cabo de dos o tres meses. Entoncesserá usted princesa, viuda rica, y como premiode su acción se casará con un marqués o ungeneral. C'est joi, ¿verdad?

-¡Uf, Dios mío! ¡Me parece que si el pobre se-ñor se me declarase me enamoraría de él depura gratitud! -exclama la señora Zyablova, aquien le brillan los ojos negros y expresivos-.Pero todo eso... es absurdo.

-¿Absurdo? ¿Quiere usted que no lo sea?¡Pídamelo de buenos modos y me puede cortar

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un dedo si mañana no es novia suya! No haynada más fácil que engatusar a mi tío o conven-cerle de algo. A todo dice: «Pues sí, pues sí.»Ustedes mismas lo han oído. Lo casamos y ni seentera. Quizá lo engañamos y lo casamos. ¡Porsu bien haga una obra de caridad ... ! Con-vendría que se pusiera su mejor vestido, por siacaso, Nastasya Petrovna.

El entusiasmo de monsieur Mozglyakov llegaal máximo. A la señora Zyablova, a pesar de susensatez, se le hace la boca agua.

-Bien sé yo que, sin que me lo diga usted, es-toy hecha hoy un adefesio -replica-. No me cui-do de mi aspecto; hace ya mucho tiempo queno tengo ilusiones. Por eso estoy como estoy.¿Qué? ¿No parezco una cocinera?

Mientras tanto Marya Aleksandrovna siguesentada, con una extraña expresión en el rostro.No me equivoco si digo que ha escuchado laextraña propuesta de Pavel Aleksandrovich con

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cierta perplejidad... Por fin vuelve en su acuer-do.

-Sin duda todo eso está muy bien, pero es ab-surdo y ridículo; y, peor aún, es inoportuno-dice, interrumpiendo bruscamente a Mozglya-kov.

-Pero, estimada Marya Aleksandrovna, ¿porqué ha de ser absurdo y ridículo?

-Por muchas razones, la principal de las cua-les es que está usted en mi casa, que el príncipees mi huésped y que no tolero que nadie seolvide del respeto que se debe a mi casa. Esti-mo que sus palabras son sólo una broma, PavelAleksandrovich. Pero, gracias a Dios, aquí vie-ne el príncipe.

-¡Aquí estoy --exclama éste entrando en lahabitación-. ¡Es asombroso, cher ami, cuántasideas se me ocurren hoy! Otras veces, aunqueno lo creas, no se me ocurre ninguna. Paso eldía entero en blanco.

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-Eso quizá se deba a la caída de hoy. Le ha sa-cudido los nervios y, por tanto...

-También yo lo atribuyo a eso, amigo mío, ycreo que el accidente hasta me ha resultadopro-ve-cho-so. Tanto así que he decidido per-donar a mi Feofil. ¿Sabes lo que te digo? Queme parece que no atentó contra mi vida. ¿Quécrees tú? Además, ya fue castigado no hacemucho cuando le afeitaron la barba.

-¿Qué le afeitaron la barba? ¡Pero si la tienemás grande que el Imperio Germánico!

-Pues sí, más grande que el Imperio Germáni-co. Por lo común, amigo mío, tienes mucharazón en lo que dices. Pero es postiza. Mira loque pasó: me mandaron un catálogo anuncian-do que acababan de recibir del extranjero exce-lentes barbas para caballeros y cocheros,además de patillas, perillas, bigotes, etc., todoello de la mejor calidad y a precios muy módi-cos. Decidí encargar una barba para ver cómoeran y pedí una de cochero, una verdadera ma-

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ravilla de barba. Resultó, sin embargo, que lade Feofil, la suya propia, era casi el doble degrande. Y, claro, surgió una duda: ¿afeitarse lapropia o devolver la encargada y quedarse conla natural? Después de pensarlo mucho acordéque lo mejor era que llevara la postiza.

-Probablemente, tío, por aquello de que el ar-te supera a la naturaleza.

-Precisamente. ¡Y qué pena le causó el que leafeitaran la barba! ¡Como si con ella hubieraperdido toda su carrera ... ! Pero ¿no es hora yade que nos vayamos, querido?

-Estoy listo, tío.-Espero, príncipe, que sólo vaya usted a ver al

gobernador -exclama agitada Marya Aleksan-drovna-. Usted es ahora mío, príncipe, y perte-nece a esta familia todo el día de hoy. No quie-ro decirle nada, por supuesto, de la sociedadlocal. Quizá quiera usted visitar a Anna Niko-laevna y no tengo derecho a desengañarle;además de que estoy convencida de que el

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tiempo todo lo aclara. Pero recuerde que yo soyla anfitriona, la hermana, la madre, la enferme-ra de usted durante todo este día; y, lo confieso,príncipe, tiemblo por usted. Usted no conoce aesa gente, usted no la conoce todavía a fondo.

-Cuente conmigo, Marya Aleksandrovna-dice Mozglyakov-. Todo lo que le he prometi-do se cumplirá.

-¿Con usted, señor veleta? ¿Contar con usted?Le espero a comer, príncipe. Comemos tempra-no. ¡Y cuánto siento que en esta ocasión esté mimarido en el campo! ¡Le hubiera gustado tantoverle a usted! ¡Le admira a usted tanto, le tienetanto afecto!

-¿Su.marido? ¿Pero tiene usted marido?-pregunta el príncipe.

-¡Ay, Dios mío, pero qué olvidadizo es usted,príncipe! Usted ha olvidado por completo, peropor completo, todo el pasado. ¿Es posible queno se acuerde de mi marido, Afanasi Matveich?Ahora está en el campo, pero antes le ha visto

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usted mil veces. ¿Recuerda, príncipe? AfanasiMatveich.

-¡Afanasi Matveich! ¡En el campo, hay quever! Mais c'est délicieux! ¿Con que tiene ustedmarido? ¡Pues sí que es raro! Esto es exacta-mente igual que un vaudeville: el marido en laaldea y la mujer en .... dispénsenme, se me haolvidado. La mujer parece que también habíaido a otro sitio, a Tula, o a Yeroslavl; en fin, quesale un dicho muy festivo.

-El marido en la aldea y la mujer donde sea,tío -dice Mozglyakov acudiendo en su ayuda.

-Pues sí, pues sí. Gracias, amigo mío, eso es:donde sea. ¡Charmant, charmant! Sale muy ri-mado. Tú siempre das con la rima, querido. Esoes, ahora me acuerdo: a Yaroslavl o a Kostroma... ; bueno, que la mujer también va a algún si-tio. ¡Charmant, charmant! Pero se me ha olvida-do un poco de qué estaba hablando... ¡Ah, sí!que nos vamos, amigo mío. Au revoir, madame;adieu, ma charmante demoiselle -añade el princi-

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pe, volviéndose a Zina y besándose la punta delos dedos.

-¡A comer, príncipe, a comer! No se olvide devolver pronto -exclama tras él Marya Aleksan-drovna.

V-¿Quiere usted echar un vistazo en la cocina,

Nastasya Petrovna? -dice después de acompa-ñar al príncipe-. Me da el corazón que esemonstruo de Nikitka va a echar a perder la co-mida. Estoy segura de que está ya borracho.

Nastasya Petrovna obedece. Al salir dirigeuna mirada de desconfianza a Marya Aleksan-drovna y nota en ella una agitación insólita. Enlugar de ir a vigilar al monstruo Nikitka, Nas-tasya Petrovna entra en la sala, de ella pasa porun corredor a su propia habitación, y de ahí aun cuartucho oscuro que sirve de trastero,donde hay baúles, cuelgan algunos vestidos yse acumula, liada, la ropa sucia de toda la casa.

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Se acerca de puntillas a una puerta cerrada,retiene el aliento, se agacha, mira por el ojo dela cerradura y escucha. Esta puerta es una delas tres de esa misma habitación en que se hanquedado Zina y su ma dre y está siempreherméticamente cerrada.

Marya Aleksandrovna tiene a Nastasya Pe-trovna por mujer taimada pero sumamentefrívola. Por supuesto, se le ha ocurrido variasveces que Nastasya Petrovna es una fisgona sinescrúpulos. Pero en este momento Marya Alek-sandrovna está tan absorta y agitada que se haolvidado por completo de tomar ciertas precau-ciones. Se sienta en un sillón y mira con inten-ción a Zina. Ésta nota los ojos posados en ella yempieza a sentir una desagradable opresión enel corazón.

-¡Zina!Zina vuelve despacio hacia ella su rostro

pálido y levanta sus ojos negros y pensativos.

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-Zina, quiero hablar contigo de un asuntoimportantísimo.

Zina se vuelve ahora por completo a su ma-dre, cruza los brazos y queda a la expectativa.En su cara se reflejan el enojo y el escarnio, quehace lo posible por ocultar.

-Quiero preguntarte, Zina, qué te ha parecidohoy ese Mozglyakov.

-Ya sabe usted desde hace tiempo lo quepienso de él -contesta Zina a regañadientes.

-Sí, mon enfant, pero me parece que se estávolviendo demasiado importuno con sus... re-quisitorias.

-Dice que está enamorado de mí, y su impor-tunidad es perdonable.

-¡Cosa rara! Tú antes no le perdonabas tan...benévolamente. Muy al contrario, le atacabassiempre que yo hablaba de él.

-También es cosa rara que usted siempre ledefendía y estaba empeñada en que me casara

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con él, mientras que ahora es usted la primeraen atacarle.

-O casi. No lo niego, Zina. Deseaba que te ca-saras con Mozglyakov. Me daba pena ver tucontinua melancolía, tus sufrimientos, que bienpodía comprender (a pesar de lo que pensarasde mí) y que me envenenaban el sueño. En fin,estaba segura de que te salvarías sólo medianteun cambio profundo en tu vida. Y tal cambiodebería ser el matrimonio. No somos ricos y nopodemos, por ejemplo, ir de viaje al extranjero.Los asnos de aquí se asombran de que tienesveintitrés años y aún no estás casada, y paraexplicarlo inventan toda clase de historias.¿Crees acaso que te voy a casar con un funcio-nario de aquí o con Iván Ivanovich, nuestroahogado? ¿Hay maridos para ti aquí? Mozgl-yakov, por supuesto, es una cabeza vacía, peroaun así es mejor que los otros. Su familia esdecente, está bien relacionado, y tiene centenary medio de siervos. Al fin y al cabo, esto es me-jor que vivir de trapacerías, de sobornos o de

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sabe Dios qué otros tejemanejes. Por eso me fijéen él. Pero te juro que nunca sentí por él verda-dera simpatía. Estoy segura de que el Altísimomismo me puso en guardia. Y si Dios enviaraahora a alguien mejor, ¡qué bien que no lehayas dado palabra de ser su esposa! ¿Hoy se-guramente no le habrás dicho nada?

-¿Para qué tantos rodeos, mamá, cuando todoel asunto se expresa en dos palabras? -preguntaZina con brusco enojo.

-¿Rodeos, Zina, rodeos? ¿Y hablas así a tumadre? ¿ Pero qué digo? Hace ya mucho tiem-po que no crees a tu madre. Hace ya muchoque me miras, no como madre, sino como ene-miga tuya.

-¡Basta, mamá! ¿Vamos a reñir por una pala-bra? ¿Es que no nos comprendemos ya bien? Sediría que bastante tiempo ha habido para ello.

-¡Me insultas, hija mía! Tú no crees que estoydecidída a todo, a todo, para asegurar tu por-venir.

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Zina mira a su madre con ironía y enfado.-¿No quiere usted casarme con ese príncipe

para asegurar mi porvenir? -pregunta con unasonrisa extraña.

-Ni una palabra he dicho de eso, pero ya quealudes a ello diré que si por acaso te casaras conél sería para tu felicidad y no una locura.

-¡Y yo digo que eso es sencillamente absurdo!-exclama Zina con vehemencia-. ¡Absurdo, ab-surdo! Y digo además, mamá, que tiene usteddemasiada inspiracion poética, que es usteduna poetisa en el pleno sentido de la palabra.Así la llaman a usted aquí. No para usted dehacer proyectos, sin que le arredre el hecho deque son absurdos e imposibles. Ya presentía yoque algo de esto pensaba usted cuando estabaaquí el príncipe. Cuando Mozglyakov, hacien-do el payaso, declaraba que era preciso casar aese viejo, leí todos esos pensamientos en la carade usted. Apuesto a que todavía piensa usteden ello y a que de ello quiere usted hablarme.

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Pero como sus continuos proyectos con respec-to a mí empiezan a fastidiarme hasta más nopoder, empiezan a atormentarme, le pido queno me diga una palabra de eso, ¿oye usted,mamá? ni una palabra. Y quisiera que se acor-dara usted de lo que digo-. La ira la ahogaba.

-Eres una niña, Zina, una niña irascible y en-ferma -respondió Marya Aleksandrovna convoz conmovida y llorosa-. Me hablas sin mira-miento y me insultas. No hay madre queaguante lo que yo aguanto de ti un día trasotro. Pero estás nerviosa, estás enferma, sufres,y yo soy madre y sobre todo cristiana. Debosobrellevarlo todo y perdonar. Ahora bien, unapalabra, Zina. Suponiendo que, en efecto, yohaya soñado con ese enlace, ¿por qué, dime, loconsideras absurdo? A mi juicio, Mozglyakovnunca ha hablado con más sentido que cuandodemostraba que al príncipe le es absolutamentepreciso casarse, y, por supuesto, que no con esaasquerosa de Nastasya. En eso sí que desbarró.

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-¡Escuche, mamá! Dígame sin equívocos:¿Pregunta usted eso sólo por curiosidad o conintención?

-Sólo pregunto que por qué te parece tan ab-surdo.

-¡Qué fastidio! ¡Valiente destino! -exclama Zi-na, golpeando impacientemente el suelo con elpie-. Ahora verá usted por qué, si todavía no losabe y sin hablar de los demás absurdos: apro-vecharse de que el vejete tiene la cabeza ida,engañarle, casarse con él, con un inválido, parasacarle el dinero y después, cada día y a cadahora, desear su muerte. A mi parecer, esto no essólo absurdo, sino que es algo tan vil, tan vil,que no la felicito a usted por tener tales pensa-mientos, mamá.

Durante un instante guardaron silencio.-Zina, ¿te acuerdas de lo que pasó hace dos

años? -preguntó de pronto Marya Aleksan-drovna.

Zina sintió un escalofrío.

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-¡Mamá! -dijo con voz severa-. ¡Usted prome-tió solemnemente no volver a recordármelo!

-Y ahora te pido solemnemente, hija mía, queme permitas quebrantar la promesa sólo unavez, esa promesa que nunca he dejado de cum-plir hasta ahora. Zina, ha llegado el momentode que nos expliquemos con toda claridad. Es-tos dos años de silencio han sido horribles. Lascosas no pueden seguir así... Te pido de rodillasque me dejes hablar. ¿Oyes, Zina? Tu propiamadre te lo pide de rodillas. Al mismo tiempote doy mi palabra solemne (palabra de una ma-dre desgraciada que adora a su hija) de quenunca volveré a hablar de ello, nunca, de nin-guna forma, en ningunas circunstancias, aun-que de ello dependa la salvación de mi vida.Será la última vez pero ahora es indispensable.

Marya Aleksandrovna contaba con el efectototal que producirían sus palabras.

-Hable usted -dijo Zina poniéndose percepti-blemente pálida.

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-Te lo agradezco, Zina. Hace dos años le pu-simos un tutor a tu hermano menor, el pobreci-to Mitya...

-¿Por qué empieza usted de manera tan so-lemne, mamá? ¿A qué viene esa retórica? ¿Aqué vienen todos esos detalles, que no son enabsoluto necesarios, que son penosos y que lasdos conocemos demasiado bien? -interrumpióZina con despechada repugnancia.

-Pues a lo que eso viene, hija mía, es a que yo,tu madre, estoy ahora obligada a justificarmeante ti; a que quiero presentarte todo este asun-to desde otro punto de vista, y no desde esepunto de vista equivocado en que tú acostum-bras a verlo; y, por último, a que quiero queentiendas bien la conclusión que pienso sacarde todo esto. No creas, hija mía, que quierojugar con tu corazón. No, Zina. Descubrirás enmí a una verdadera madre y quizá, derraman-do lágrimas, a mis pies, de esta vil mujer, comome llamabas hace un momento, pedirás la re-conciliación que hasta ahora, y desde hace tan-

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to tiempo, vienes rechazando con altivez. Heahí por qué quiero decirlo todo, Zina, todo,desde el mismísimo principio. De lo contrariocallaré.

-Hable usted -repitió Zina, maldiciendo detodo corazón la necesidad de retórica que sent-ía su madre.

-Prosigo, Zina. Ese maestro de la escuela deldistríto, casi un muchacho todavía, produjo enti una impresión que me resulta por completoincomprensible. Yo confiaba demasiado en tudiscreción, en tu noble orgullo, y sobre todo enel hecho de que él era un don Nadie -porque asíhay que decirlo- para sospechar que hubieraalgo entre vosotros. Y de repente vienes aanunciarme que piensas casarte con él. ¡Zina,eso fue una puñalada en mi corazón! Pero... túrecuerdas todo eso. Por supuesto que juzguénecesario recurrir a toda mi autoridad, que túllamas tiranía. Mira, si no: un muchacho, hijode un sacristán, que cobra doce rublos al mes,un emborronador de versos ripiosos que de

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lástima le publica la «Biblioteca para la Lectu-ra», un cualquiera que no sabe hablar más quede ese maldito Shakespeare --ese muchacho ¡tumarido, el marido de Zinaida Moskalyona! ¡Pe-ro eso es digno de Florian y sus pastorcillos!Perdona, Zina, pero sólo recordarlo me saca dequicio. Yo le rechacé a él, pero a ti no hay auto-ridad alguna capaz de sujetarte. Tu padre, cla-ro, se limitó a poner cara de tonto y ni siquierase enteró de lo que yo quería explicarle. Tú se-guiste manteniendo relaciones con el mucha-cho, incluso tuviste entrevistas con él, y lo peorde todo es que hasta decidiste cartearte con él.Empezaron a correr rumores por la ciudad. Amí comenzaron a lanzarme indirectas. La gentese regocijaba, trompeteaba el asunto, y de re-pente todos mis augurios se volvieron realida-des insoslayables. Vosotros reñisteis, no sé porqué, y él se comportó como un rapazuelo (nopuedo llamarle hombre) enteramente indignode ti, amenazándote con dar a conocer tus car-tas en el pueblo. Indignada ante tal amenaza, tú

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perdiste los estribos y le diste una bofetada. ¡Sí,Zina, hasta ese detalle me es conocido! El des-graciado, ese mismo día, enseña una de tuscartas al sinvergüenza de Zaushin y una horadespués esa carta está en casa de Natalya Dmi-trievna, mi enemiga mortal. Esa misma nocheese loco, arrepentido, hace una estúpida tenta-tiva de envenenarse. En suma, el escándalollegó al colmo. Esta asquerosa de Nastasya vie-ne a verme corriendo, llena de miedo, con lahorrible noticia de que desde hace una hora lacarta está en manos de Natalya Dmitrievna yque en dos horas más la ciudad entera conocerátu deshonra. Saqué fuerzas de- flaqueza, no medesmayé, pero ¡que golpe diste a mi corazón,Zina! Esta desvergonzada, este monstruo, Nas-tasya, pide doscientos rublos y jura que con esacantidad puede obtener la devolución de lacarta. Yo misma, en zapatillas, por la nieve,corrí a casa del judío Bumstein a empeñar miestuche de joyas, recuerdo de una mujer hon-rada, de mi madre. Dos horas después la carta

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estaba en mis manos. Nastasya la había sus-traído. Rompió un cofre y tu honor quedó asalvo, porque ya no había prueba de nada. ¡Pe-ro con qué ansiedad me obligaste a pasar esedía! ¡Al día siguiente, Zina, noté que me habíansalido las primeras canas! Juzga tú misma aho-ra de la conducta de ese muchacho. Tu mismaconvendrás ahora, y quizá con una amargasonrisa, que hubiera sido el colmo de la impru-dencia confiarle tu porvenir. Pero desde enton-ces, hija mía, vives angustiada, atormentada.No puedes olvidarle, aunque, mejor dicho, nose trata de él, pues fue siempre indigno de ti,sino del espectro de tu pasada felicidad. Esedesgraciado está ahora en su lecho de muerte.Dicen que está tísico, y tú, ángel de bondad, túno quieres casarte mientras viva para no desga-rrarle el corazón, porque aun ahora sigue te-niendo celos, aunque estoy segura de que nun-ca te quiso con amor genuino y exaltado. Sé quecuando oyó que Mozglyakov te pretendía teespió, mandó furtivamente a enterarse, buscó

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detalles. Tú tratas de ahorrarle pena, hija mía,te conozco, y Dios sabe cómo riego la almohadacon mis lágrimas...

-¡Vamos, mamá, deje usted eso! -interrumpeZina con aguda irritación-. ¿Para qué sacar arelucir su almohada? -agrega con acritud-. ¡Bas-ta ya de declamación y ringorrangos!

-¡Tú no me crees, Zina! ¡No me mires con hos-tilidad, hija mía! No he cesado de llorar en estosdos últimos años, pero te he ocultado mislágrimas y te juro que yo también he cambiadomucho en ese tiempo. Hace ya mucho quecomprendo tus sentimientos, y confieso quesólo ahora he llegado a entender toda la inten-sidad de tu angustia. ¿Cabe acusarme, hija mía,de haber mirado esa inclinación tuya como ro-manticismo, provocado por ese maldito Sha-kespeare, que de propósito mete la nariz dondeno le llaman? ¿Qué madre me condenará pormi susto de entonces, por las medidas que toméy por el rigor de mi sentencia? Pero ahora, aho-ra, viendo estos dos años de sufrimiento tuyo,

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comprendo y aprecio tus sentimientos. ¡Créemeque te comprendo quizá mucho mejor de lo quetú te comprendes a ti misma! Estoy convencidade que no sientes cariño por él, por ese mucha-cho tan poco natural, sino por tus sueños do-rados, por tu felicidad perdida, por tus altosideales. Yo también he amado, y quizá máshondamente que tú. Yo también he sufrido. Yotambién he tenido mis altos ideales. ¿Quiénpuede culparme por ello? Y, sobre todo, ¿pue-des tú condenarme por ver en un enlace con elpríncipe una solución salvadora a la vez queindispensable para ti en tu situación actual?

Zina escucha con asombro esta larga decla-mación, bien persuadida de que su madre noadoptaría este tono sin motivo. La conclusiónfinal, inesperada, la deja consternada de veras.

-¿Pero en serio se propone usted casarme conese príncipe? -gritó asombrada y mirando a sumadre casi con espanto-. ¿Con que va no setrata sólo de sueños ni de proyectos, sino deuna firme intención suya? ¿Con que yo llevaba

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razón? ¿Y... y... y... de qué manera me salva esecasamiento y por qué es indispensable en misituación actual? ¿Y de qué manera se relacionaesto con lo que acaba usted de decir, con todaesa historia? Francamente, no la comprendo austed mama.

-Y yo me asombro, mon ange, de que no pue-das comprenderlo -exclama Marya Aleksan-drovna, animándose a su vez-. En primer lugar,aunque sólo sea porque entras en otra sociedad,en otro mundo. Te vas para siempre de estepoblacho indecente, lleno de horribles recuer-dos para ti, donde no gozas de consideración nitienes amigos, donde te han calumniado, dondetodas esas urracas te odian por tu belleza. Pue-des incluso ir esta misma primavera al extranje-ro, a Italia, a Suiza, a España, Zina, a España,donde está la Alhambra, donde está el Guadal-quivir, y no este riachuelo repulsivo de aquíque tiene un nombre tan feo...

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-Pero, perdón, mamá. Usted habla como sí yoya estuviera casada, o al menos como si elpríncipe hubiera pedido mi mano.

-No te preocupes por eso, ángel mío, porquesé lo que me digo. Pero déjame seguir. Ya hedicho lo primero, ahora viene lo segundo. Com-prendo, hija mía la repugnancia con que daríastu mano a ese Mozglyakov...

-Aun sin decirlo usted, sé que nunca seré suesposa -replica con ardor Zina y con brillo enlos ojos.

-¡Si supieras qué bien comprendo tu repug-nancia hija mía! Es terrible jurar amor ante elaltar de Dios a quien no se puede amar. Es te-rrible pertenecer a quien ni siquiera se tienerespeto. Pero él exige tu amor; para eso se casa;y lo sé por las miradas que te dirige cuando levuelves la espalda. ¡Y cómo hay que fingir! Yotambién conozco eso desde hace veinticincoaños Tu padre echó a perder mi vida, se sorbió

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toda mi juventud, por así decirlo. ¡Y cuántasveces tú has visto mis lágrimas!

-Papá está en el campo. Déjelo en paz, por fa-vor -responde Zina.

-Sé que tú siempre te pones de su parte. ¡Ay,Zina! El corazón se me paraba cuando, porconveniencia deseaba tu casamiento conMozglyakov. Por otra parte, con el príncipe nohay por qué fingir. Bien claro está que no pue-des amarle... con amor, puesto que ya no escapaz de exigir ese amor...

-¡Dios mío, qué absurdo! Pero le aseguro quese equivoca usted desde el principio, y en loprimero y principal. ¡Sepa usted que no quierosacrificarme sin saber por qué! Sepa usted queno quiero casarme por nada del mundo, connadie, y que me quedaré soltera. Durante dosaños ha estado usted importunándome porqueno me casaba. Bueno, ahora necesita ustedacostumbrarse a la idea. No quiero, y basta.¡Así habrá de ser!

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-¡Pero, alma mía, Zinochka, no te sulfures,por amor de Dios, sin haber oído el resto! ¡Peroqué cabeza tan fogosa tienes! ¡De veras! Déjamemirar el asunto desde mi punto de vista y enseguida estarás conforme conmigo. El príncipevivira un año, dos a lo más, y en mi opiniónmás vale ser una viuda joven que una solteronamadura. Sin contar con que tú, muerto él, que-das como princesa, libre, rica, independiente.Quizá tú, hija mía, miras con repugnancia to-dos estos cálculos, cálculos basados en sumuerte. Pero yo soy madre, ¿y qué madre mecondenará por ser larga de vista? Finalmente, sitú, ángel de bondad,,, todavía sientes compa-sión por ese muchacho hasta el extremo de queno quieres casarte mientras viva (que es lo queyo sospecho), piensa entonces que, casándotecon el príncipe, le resucitarás en espíritu, lellenarás de gozo! Si tiene una pizca de sentidocomún, comprenderá por supuesto que tenercelos del príncipe es impertinente, ridículo; quete casaste por conveniencia, por necesidad. Por

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último, comprenderá..., en fin, sólo quiero decirque cuando muera el príncipe puedes volver, acasarte con quien te dé la gana...

-En resumen, que se trata de casarse con elpríncipe, desplumarle y contar luego con sumuerte para casarse con el amante. ¡Qué bienhace usted sus cuentas! Usted quiere seducir-me, proponiéndome... La comprendo a usted,mamá, la comprendo por completo. No puededejar de manifestar sus nobles sentimientosincluso en un negocio ruin. Hubiera sido mejory más sencillo decir: «Zina, esto es una bajeza,pero es una bajeza provechosa; por lo tanto,acéptale.» Eso, al menos, hubiera sido másfranco.

-Pero, hija mía, ¿por qué mirarlo desde esepunto de vista? ¿Desde el punto de vista delengaño, la insidia o el afán de lucro? Conside-ras mis cálculos como una bajeza, como unfraude; pero, por lo que hay de más sagrado,¿dónde está el fraude, dónde la bajeza? Mírateen el espejo: eres tan hermosa que por ti se

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podría dar un reino. ¡Y de pronto tú, una belle-za, sacrificas a un anciano tus mejores años! Tú,cual hermosa estrella, iluminas el ocaso de suvida. Tú, como verde hiedra, te abrazas a suvejez. Tú, y no ese cardo, esa mujer detestableque le ha embrujado y que le chupa los tuéta-nos con avidez. ¿Es posible que su dinero quesu título valgan más que tú? ¿Dónde están labajeza y el engaño? Zina, tú no sabes lo quedices.

-Quizá lo valgan, pues es preciso casarse porello con un carcamal. ¡Engaño y nada más queengaño mamá, cualesquiera que sean sus fines!

-Al contrario, querida, al contrario. Esto cabemirarlo desde un punto de vista elevado, hastacristiano. En cierta ocasión tú misma, en unmomento de exaltación, me dijiste que queríashacerte hermana de la caridad. Tu corazón sufr-ía, estaba endurecido. Decías (y esto lo sé) queya no podrías amar. Si no crees en el amor diri-ge tus pensamientos a otro objetivo más alto,dirígelos sinceramente, como un niño con su fe

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y su santidad, y Dios te bendecirá. Este ancianotambién ha sufrido; es desgraciado, perseguido.Yo le conozco desde hace años y siempre hesentido por él una extrana simpatía, una espe-cie de amor, como si presintiera algo. Sé suamiga, sé su hija, sé, si cabe, hasta su juguete -sihay que decirlo todo-, pero conforta su corazóny obrarás por amor de Dios y la virtud. Que esun ser ridículo, no te fijes en ello. Que es sóloun medio-hombre, apiádate de él, pues erescristiana. ¡Haz un esfuerzo! Tales hazañas sondificultosas. Para nosotras es penoso vendarheridas en un hospital y es repugnante respirarel aire infecto de un lazareto. Pero hay ángelesde Dios que hacen eso y dan gracias al Señorpor su vocación. Ahí tienes el remedio para tucorazón doliente: quehaceres, sacrificios. Asícurarás tus propias heridas. ¿Dónde está elegoísmo, dónde la bajeza? Pero no me crees.Piensas acaso que estoy fingiendo cuandohablo de deberes, de sacrificios. No puedescomprender cómo yo, mujer mundana, frívola,

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puedo tener corazón, sentimientos, principios.Pues bien, no me creas, insulta a tu madre, peroadmite que sus palabras son razonables y con-fortantes. Imagínate que no soy yo la que habla,sino otra persona. Cierra los ojos, vuelve la caraa la pared, piensa que te habla una voz invisi-ble... ¿Es que lo que más te molesta es que todoesto se hace por dinero, como un negocio decompraventa? ¡Pues bien, rechaza el dinero, siel dinero te repugna! Quédate con el indispen-sable y reparte el resto entre los pobres. Porejemplo, ayuda a ese desgraciado que está a laspuertas de la muerte.

-No aceptará ayuda ninguna -dice Zina envoz baja, como para sus adentros.

-Él no la aceptará, pero su madre sí -respondeMarya Aleksandrovna triunfante-. Sin que él seentere. Tú vendiste tus pendientes, que eran unregalo de tu tía, y le ayudaste hace medio año.Lo sé. Sé que la vieja plancha ropa ajena paradar de comer a su desgracíado hijo.

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-Pronto no le hará falta ninguna ayuda.-También sé a qué aludes -afirma Marya

Aleksandrovna, y en su rostro se dibuja unainspiración, una verdadera inspiración-. Sé dequé hablas. Dicen que está tísico y que morirápronto. ¿Pero quién lo dice? Hace unos díaspregunté adrede por él a Kallist Stanislavich yme contestó que, en efecto, la dolencia es peli-grosa, pero que está convencido de que el po-bre no está tuberculoso todavia, sino que sólopadece de una grave afección al pecho. Pregún-tale tú misma. A decir verdad, me dijo que enotras circunstancias, sobre todo con un cambiode clima y de impresiones, el enfermo podríarecobrar la salud. Me dijo que en España -y estoya lo he oído yo antes e incluso lo he leído hayuna isla extraordinaria, Málaga creo que se lla-ma .... en fin algo que suena a vino, donde nosólo los enfermos del pecho, sino los verdade-ros tuberculosos se curan por completo consólo el clima, y que allí van de propósito a cu-rarse los nobles, por supuesto, y quizá también

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los comerciantes, pero unicamente los que sonmuy ricos. Pero aunque no sea mas que esaAlhambra mágica, esos mirtos, esos limoneros,esos españoles en sus mulas..., ya esto, por sísolo, produce una extraordinaria impresión enun temperamento poético. ¿Crees tú que noaceptará tu ayuda, tu dinero para ese viaje?Entonces engáñale, si te da lástima. El engañoes perdonable cuando se trata de salvar unavida humana. Dale esperanza, prométele inclu-so tu amor; dile que te casarás con él cuandoenviudes. Todo se puede decir en este mundosi se dice noblemente. Tu madre, Zina, no teenseñará nada innoble. Todo eso lo harás por lasalvación de su vida y, por lo tanto, todo eso espermisible. Resucitará su esperanza; él mismoempezara a cuidar de su salud, a curarse, aobedecer a los médicos. Tatará de salvarse parala felicidad. Si recobra la salud, aunque no tecases con él, por lo menos la habrá recobrado, ytú le habrás devuelto la vida, le habrás salvado.En fin, hasta es posible mirarle con compasión.

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Quizá el destino le habrá dado una lección, lehabrá hecho hombre mejor, y si al menos llegaa ser digno de ti, pues ¿por qué no? te casas conél cuando quedes viuda. Serás rica, inde-pendiente. Después de curarle podrás facilitarleuna posición en el mundo, una carrera. Tu ca-samiento con él será entonces más perdonableque ahora, cuando es imposible. ¿Qué os espe-raría a los dos si decidierais ahora cometer esalocura? El desprecio general, la pobreza, el tirarde la oreja a chicos mugrientos, porque eso esparte de su oficio, la lectura conjunta de Sha-kespeare, el vivir para siempre en Mordasov y,por último, la muerte próxima e inevitable;mientras que, salvándole, le salvarás para unavida útil y virtuosa; perdonándole, le darásesperanza y le reconciliarás consigo mismo.Puede ingresar en la administración pública,alcanzar un puesto en una oficina del Estado.Por último, suponiendo que no recobre la sa-lud, morirá feliz, en paz consigo mismo, en tusbrazos, porque tú podrás estar a su lado en esos

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momentos, seguro de tu amor, perdonado porti, a la sombra de los mirtos, de los limoneros,bajo un cielo exótico y azul. ¡Oh, Zina, todo esoestá en tus manos! ¡Todas las ventajas están detu parte, y todo ello mediante el matrimoniocon el príncipe!

Marya Aleksandrovna acaba. Hay un silenciobastante largo. Zina muestra una agudísimaagitación.

Nosotros no intentaremos describir los senti-mientos de Zina porque no podemos sospe-charlos. Pero parece que Marya Aleksandrovnaha encontrado una vía practicable al corazón desu hija. Sin saber el estado del corazón de ésta,ha ido pulsando todas las cuerdas hasta dar porfin con la más conveniente. Ha ido palpandorudamente los puntos más sensibles del co-razón de Zina y, claro, por la fuerza de la cos-tumbre, no ha dejado de sacar a relucir sus no-bles sentimientos que, por supuesto, no handeslumbrado a su hija. «¿Pero qué importa queno me crea -piensa Marya Alesandrovnacon tal

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que la obligue a pensar? ¿Habré aludido conclaridad a temas que no debo tocar abiertamen-te?» Así ha pensado y ha dado en el blanco. Elefecto ha sido positivo. Zina ha escuchado conavidez. Ha tenido las mejillas encendidas y leha palpitado el pecho.

-Escuche, mamá -dice por fin con voz decidi-da, aunque la repentina palidez de su rostromuestra a las claras cuánto le cuesta esa deci-sión-. Escuche, mamá...

Pero en ese momento un rumor repentinoque llega del vestíbulo, junto con una voz agu-da y chillona que pregunta por Marya Alek-sandrovna, obligan a Zina a callar. Marya Alek-sandroyna se levanta de un salto

-¡Dios santo! -grita-. ¡El demonio nos trae aesa urraca! ¡La coronela! ¡Pero si casi la eché deaquí hace quince días! -agrega casi desespera-da-. Pero es imposible no recibirla ahora. ¡Im-posible! Seguramente trae noticias, de lo con-trario no se atrevería a asomar por aquí. Esto es

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importante, Zina. Tengo que enterarme... ¡Aho-ra no puede una descuidarse! ¡Pero cuánto leagradezco su visita! ---exclama saliendo al en-cuentro de la señora que entra-. ¿Cómo se le haocurrido pensar en mí, estimadísima Sofya Pe-trovna?

¡Qué en-can-ta-do-ra sorpresa!Zina sale corriendo de la habitación.

VILa coronela, Sofya Petrovna Farpuhina, se

asemeja a una urraca sólo en lo moral. En lofísico parece mas bien un gorrión. Es una pe-queña dama cincuentona, de ojillos penetran-tes, pecosa y con manchas amarillas por toda lacara. Sobre su exiguo y enjuto corpezuelo, sos-tenido por unas patitas de gorrión fuertes yflacas, lleva un vestido de seda oscuro que su-surra de continuo porque la coronela no puedeestarse quieta más de dos segundos. Es unacotilla siniestra y vengativa. Está pagada hasta

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la chifladura de ser esposa de un coronel. Ríñea menudo a su marido, coronel retirado, y learaña la cara. Por añadidura, se bebe cuatrovasos de vodka por la mañana v otros tantospor la tarde, y odia hasta la locura a Anna Ni-kolaevna Antippva, que la ha echado de su casala semana pasada, y a Ntly Dmitrievn Pasku-dina, que ha colaborado en esa empresa.

-Me detengo sólo un minuto, mon ange-gorjea-. No sé por qué me he sentado. He ve-nido a decirle que aquí están pasando cosasmuy raras. ¡Toda la ciudad se ha vuelto loca, nimás ni menos, con ese príncipe! Nuestras viejasraposas, vouz comprenez, le acaparan, le persi-guen, le traen y le llevan en palmito, bebenchampaña..., parece mentira, parece mentira.¿Pero por qué le ha dejado usted apartarse desu lado? ¿Sabe usted que ahora está en casa deNatalya Dmitrievna?

-¿En casa de Natalya Dmitrievna? -exclamaMarya Alesandrovna saltando de su asiento-.

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¡Pero si ¡Iba sólo a ver al gobernador y luego,quizá, a casa de Anna Nikolaevna, aunque na-da más que un ratito!

-¡Pues sí, nada más que un ratito! ¡Vaya usteda cogerle ahora! No encontró al gobernador encasa, luego fue a ver a Anna Nikolaevna, le diopalabra de comer con ella, y Natalya Dmitriev-na, que ahora no sale de allí, se lo llevó a al-morzar a su propia casa. ¡Ahí tiene usted alpríncipe!

-¿ Y qué de... Mozglyakov? Porque él prome-tió...

-¡Vaya con su Mozglyakov! Piensa usted biende él, ¿eh? También se fue con ellos. Ya veráusted cómo le hacen jugar a las cartas y perderáotra vez como perdió el año pasado! ¡Y alpríncipe también le harán jugar! ¡Lo dejarán encueros! ¿Y las cosas que cuenta esa Natalya?Dice a voz en cuello que quiere usted atraerseal príncipe, bueno... con el propósito consabido,vouz comprenez. Ella misma se lo explica. Claro

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que él no entiende palabra, sigue en su asientocomo un gato mojado y a cada momento dice:«Pues sí, pues sí.» Y ella misma, ella misma lepone delante a su Sonka -figúrese, quince añosy todavía viste de corto, así, sólo hasta la rodi-lla, y ya puede usted imaginarse... Mandaron abuscar a esa huerfanita Maskha, que tambiénestá de corto, sólo que por encima de la rodilla-la miré con los impertinentes-. Les colocaronen la cabeza unas caperuzas rojas con plumas...,no sé qué significa eso, e hicieron bailar la ka-zachka a las dos urraquitas acompañadas por elpiano. Bueno, ya conoce usted el punto débil deeste príncipe. Nada, que se derritió: «¡Formas-decía-, formas!» Las miraba con sus im-pertinentes y ellas, las dos urracas, ¡a ver cuálse destacaba más! Estaban subidas de color,echaban las piernas por alto, y se armó tal jara-na que hasta la servidumbre quedó avergonza-da, no le digo más. ¡Y a eso llaman baile! Yotambién bailé con un chal en la fiesta de despe-dida del excelente pensionado de madame Jar-

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nis ¡y cause muy buena impresión! ¡Me aplau-dieron unos senadores! ¡Allí se educaban hijasde príncipes y condes! Pero esto de aquí no esmas que un cancán. ¡Me puse colorada de ver-güenza, colorada, colorada! En fin, que no pudeaguantarlo más y me fui.

-¿Pero... ha estado usted también en casa deNatalya Dmitrievna? Pero si usted...

-Bueno, sí, me insultó la semana pasada. Se lodigo a todo el mundo sin rodeos. Mais, ma chére,yo quería ver a ese príncipe aunque sólo fuerapor un resquicio de la puerta. También fui. Sino, ¿dónde hubiera podído verlo? ¿Cree ustedque hubiera ido a esa casa si no hubiera sidopor ese miserable principejo? Figúrese que sir-vieron chocolate a todo el mundo menos a mí, yni siquiera me dirigieron la palabra durantetodo ese tiempo. Ella lo hizo de propósito...¡Barril de mujer, ya me las pagará! Pero adiós,mon ange, voy con prisa, con mucha prisa... Ne-cesito encontrar a Akulina Panfilovna y contár-selo todo... Ahora despídase usted del príncipe,

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porque en esta casa ya no le verá usted. Ya sabeusted que no tiene memoria; con que Anna Ni-kolaevna de seguro que se lo lleva consigo.Todas temen que usted... ¿comprende? por Zi-na.

-¡Quelle horreur!-Igual que se lo cuento. Toda la ciudad habla

de ello. Anna Nikolaevna quiere retenerle atoda costa para comer, y después para siempre.Lo hace por la inquina que le tiene a usted, monange. La he visto en el patio, por una rendija.¡Qué bullicio que hay allí! Estaban preparandola comida, rechinaban los cuchillos..., han man-dado por champaña... Dése usted prisa, muchaprisa, y cójale en el camino cuando vaya a casade ella. Porque, al fin y al cabo, la de usted fuela primera invitación a comer que aceptó. Es elinvitado de usted, no de ella. ¡Vamos, que es-taría bueno que se riera de usted esa vieja zan-carrona, esa intriganta, esa daifa! ¡Si no valeuna suela de mi zapato por muy fiscala que sea!¡Yo soy coronela! Yo me eduqué en el excelente

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pensionado de madame Jarnis... ¡qué se creeráella! Mais adieu, mon ange. He venido en mipropio trineo, que si no, me iba con usted en elsuyo.

La gaceta ambulante desaparece. MaryaAleksandrovna tiembla de agitación, pero elconsejo de la coronela resulta sobremanera cla-ro y práctico. No hay tiempo que perder. Aúnqueda, sin embargo, el obstáculo más im-portante. Marya Aleksandrovna corre al cuartode Zina.

Zina va y viene por él, pálida y angustiada,con los brazos cruzados y la cabeza gacha. Tie-ne lágrimas en los ojos, pero en la mirada quelanza a su madre hay resolución. Se enjuga laslágrimas precipitadamente y una sonrisa iróni-ca aparece en sus labios.

-¡Mamá -dice anticipando a Marya Aleksan-drovna-, hace un momento ha gastado usted enbalde conmigo mucha retórica, demasiada re-tórica! Pero no me ha deslumbrado usted. No

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soy una niña. Persuadirme de que cumplo lamisión de una hermana de la caridad, no te-niendo para ello la menor vocación, justificar labajeza que se hace sólo por egoísmo fingiendoque tiene un noble propósito, todo eso es deuna trapacería tal que no puede engañarme.¡óigame bien: no ha podido engañarme y quie-ro que lo sepa usted bien!

-¡Pero, mon age...! -exclama intimidada MaryaAleksandrovna.

-¡Céllese, mamá! Tenga paciencia para escu-charme hasta el fin. A pesar de tener plena con-ciencia de que esto no es más que una trapacer-ía, a pesar de mi pleno convencimiento de queesta conducta es enteramente innoble, aceptopor completo su propuesta, ¿oye? por completo,y le anuncio que estoy dispuesta a casarme conel príncipe, dispuesta incluso a ayudar con to-das mis fuerzas a inducirle a que se case con-migo. ¿Por qué hago esto? No tiene usted porqué saberlo. Baste el hecho de que estoy deci-

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dida. Estoy decidida a todo: le pondré las botas,seré su criada, bailaré para tenerle contento,para resarcirle de mi vileza, haré uso de cuantohaya a mano para que no se arrepienta dehaberse casado conmígo. Pero a cambio de midecisión exijo que me diga usted claramentecómo piensa arreglar el asunto. Puesto que haempezado usted a hablar de ello con tanta in-sistencia, la conozco demasiado bien para saberque no lo hubiera hecho usted sin tener ya en lacabeza un plan determinado. Sea franca al me-nos una vez en su vida. La franqueza es condi-ción indispensable. No puedo decidirme sinsaber exactamente cómo piensa usted hacertodo eso.

A Marya Aleksandrovna la deja tan perplejala in esperada conclusión de Zina que quedamuda e inmóvil de asombro ante ella, mirándo-la con los ojos muy abiertos. Estaba dispuesta aluchar con el obstinado romanticismo de suhija, cuya severa probidad le ha causado miedosiempre, y ahora oye de pronto que Zina está

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plenamente de acuerdo con ella y dispuesta atodo, e pesar de sus convicciones. El proyecto,pues, tiene ahora un firmísimo asiento. Sus ojosbrillan de gozo.

-¡Zinochka! -exclama en un rapto de entu-siasmo¡Zinochka! ¡Eres carne y sangre mía!

No puede decir mas y corre a abrazar a suhija.

-¡Ay, Dios mío! No le pido sus caricias, mamá-responde Zina con impaciente repugnancia-.¡No necesito sus entusiasmos! Exijo contesta-ción a mi pregunta y nada más.

-¡Pero, Zina, yo te quiero! Yo te adoro y tú merechazas... Ya sabes que mis afanes son por tufelicidad...

Le brillan los ojos de lágrimas sinceras. Mar-ya Aleksandrovna quiere a Zina de veras, a sumanera, y en esta ocasión la tienen muy conmo-vida la agitación y el éxito. Zina, a pesar decierta iluminación en su modo actual de ver lascosas, comprende que su madre la quiere y... se

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siente agobiada por ese cariño. Mejor sería quesu madre la odiara...

-Bueno, mamá, no se enfade. ¡Estoy tan agita-da! -dice para tranquilizarla.

-Si no me enfado, si no me enfado, angelitomío -gorjea Marya Aleksandrovna animándoseal instante-. Ya sé que estás agitada. Bueno, hijamía, pides franqueza... Pues bien, seré franca,completamente franca, te lo aseguro. ¡Si al me-nos me creyeras! En primer lugar, Zina, te diréque aún no tengo un plan enteramente elabo-rado, o sea, en todos sus detalles, ni, por su-puesto, podría tenerlo. Tú, con tu cabecita inte-ligente, comprenderás por qué. Preveo inclusoalgunas dificultades... Hace un momento esaurraca me ha trastornado con sus chismes...(¡Ay, Dios mío, habrá que darse prisa!) Ves quesoy enteramente franca. ¡Pero te juro que lo-graré mi propósito! -añade con entusiasmo-. Miconfianza no tiene nada de poesía, como túdecías hace una rato, ángel mío; está basada enlos hechos; está basada en la chochez innegable

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del príncipe .... y éste es un cañonazo en el quese puede bordar lo que se quiera. Lo importan-te es que nadie se entrometa. ¡Si se creerán esasimbéciles que pueden ganarme en gramáticaparda! --exclama, dando un puñetazo en la me-sa y echando chispas por los ojos-. Esto corre demi cuenta. Y lo más necesario es empezar cuan-to antes para poder terminar lo más importantehoy mismo, si es posible.

-Bien, mamá. Ahora escuche una... franquezamás. ¿Sabe por qué me intereso tanto por suplan y no tengo confianza en él? Pues porqueno tengo confianza en mí misma. Ya he dichoque estoy resuelta a cometer esa bajeza; pero silos detalles del plan de usted resultan dema-siado repugnantes, demasiado sucios, le advier-to que no lo toleraré y que lo abandonaré todo.Sé que esto es otra bajeza: decidirse a hacer algovil y no querer meterse en el fango en que flotala vileza; pero no hay más remedio: así tieneque ser.

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-Pero, Zinochka, mon ange, ¿dónde está esavileza tan particular? -objeta Marya Aleksan-drovna con timidez-. Aquí hay sólo un casa-miento ventajoso y eso es cosa de todos losdías. Basta con mirar el asunto desde ese puntode vista para que resulte por completo ho-norable. ..

-¡Por amor de Dios, mamá, no me venga consofismas! ¡Ya ve que estoy de acuerdo con todo,con todo! ¿Qué más quiere? Por favor, no seasuste de que llame las cosas por su nombre.Quizá sea mi único consuelo ahora.

En sus labios se dibuja una sonrisa amarga.-Bueno, bueno, angelito mío, podemos no es-

tar de acuerdo y, sin embargo, respetarnos mu-tuamente. Deja a mí cargo toda esa lata sí tepreocupan los detalles y temes que sean sucíos.Te juro que no te salpicará una mota de fango.¿Es que quiero yo que te comprometas antetodos? Confía en mí y todo saldrá a pedir deboca, y sobre todo con el mayor decoro. No

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habrá escándalo alguno, y si hubiera algún es-candalillo de poca monta, bueno ¿y qué?... paraentonces ya estaremos lejos de aquí. Porqueaquí no vamos a quedamos. Que griten a vozen cuello, ¿qué más da? Lo que tendrán es en-vidia. ¡Como si valiera la pena preocuparse deellos! Sin embargo, Zinochka, me asombra -note enfades conmigo- que con todo tu orgullo lestengas miedo.

-¡No les tengo ningún miedo, mamá! ¡Ustedsímplemente no me comprende! -respondeZína irritada.

-¡Bueno, bueno, querida, no te enfades! Sóloquería decir que ellos hacen algo sucío todoslos días del año, y tú, que lo haces una sola vezen tu vida... ¡pero qué tonta soy! ¿Qué hay desucío aquí? Nada, por supuesto. ¡Al contrarío,es algo perfectamente honroso! Quiero probár-telo de manera concluyente, Zínochka. En pri-mer lugar, repito que todo depende del puntode vista...

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-¡Basta ya de pruebas, mamá! -grita Zina im-paciente, golpeando el suelo con el pie.

-¡Bueno, hija, no digo más! Me he equivocadootra vez...

Hay un corto silencio. Marya Aleksandrovnaespera que Zina diga algo y la mira con inquie-tud, como una perrita culpable mira a su ama.

. -Francamente no comprendo cómo se las vaa arreglar usted -prosigue Zina con repugnan-cia-. Estoy convencida de que el resultado serála vergüenza. Desprecio el qué dirán, pero estoserá una deshonra.

-Sí eso es todo lo que te inquieta, ángel mío,por favor no te preocupes. ¡Te lo ruego, te losuplico! Pongámonos de acuerdo y no te pre-ocupes por mí. ¡Si tú supieras de cuántos loda-zales he salido con los pies limpios! ¡Los asun-tos que he tenido que resolver! Bueno, ahora,con tu permiso, ¡manos a la obra! En todo caso,lo que urge más que nada es quedarse a solascon el príncipe lo antes posible. ¡Es lo primerí-

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simo de todo! Todo lo demás depende de eso.Pero ya preveo el resto. La gente se va a suble-var, pero... ¡qué importa! Yo misma le siento lamano. Quien todavía me asusta es Mozglya-kov...

-¡Mozglyakov! -dice Zina con desprecio.-Pues sí, Mozglyakov. ¡No temas, Zinochka!

Te juro que le voy a trastear de manera queacabe por ayudarnos. ¡Tú no me conoces todav-ía, Zinochka! ¡Tú no sabes todavía lo batallonaque soy cuando hace falta! ¡Ay, Zinochka, hija!Tan pronto como oí hablar del príncipe hacepoco, me empezó a bullir una idea en la cabeza.Fue como una iluminación repentina. ¿Y quiénhabía de pensar que vendría a nuestra casa?Mil años que vivieramos no volvería a presen-tarse otra ocasión como ésta. ¡Zinochka! ¡Ange-lito! No hay deshonra en que te cases con unviejo tullido, pero sí en que te cases con alguiena quien no puedes aguantar y de quien tendrásque ser mujer verdadera. ¡Porque del príncipe nolo serás! ¡Esto no es un matrimonio! No es más

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que un contrato doméstico. Pero en ello hayventaja para ese tonto, porque a ese tonto se leda una felicidad inapreciable. ¡Qué hermosaestás hoy, Zinochka! ¡Requetehermosa, y nosólo hermosa! Si fuera hombre, hasta yo mismaganaría para ti medio imperio si tú lo quisieras.¡Todos esos son asnos! ¿Cómo no besar estamanecita? -Y Marya Aleksandrovna besa ardo-rosamente la mano de su hija-. ¡Pero si esto esmi cuerpo, mi carne, mi sangre! ¡Aunque sea ala fuerza hay que casar a ese tonto! ¡Y cómovamos a vivir Zinochka! Porque tú no te sepa-rarás de mí! ¡No arrojarás de tu lado a tu madrecuando consigas la felicidad! A pesar de quereñimos, angelito mío, nunca has tenido unaamiga como yo; a pesar de...

-¡Mamá! Si ya se ha decidido, quizá sea hora...de hacer algo. ¡Aquí no hace más que perder eltiempo! -dice Zina con impaciencia.

-¡Ya es hora, Zinochka, ya es hora! ¡Cómo ledoy a la lengua! -dice Marya Aleksandrovnareportándose-. Estarán tratando de atraerse por

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completo al príncipe. En seguida tomo el trineoy me voy. Llego, llamo a Mozglyakov y, nada...¡que me llevo al príncipe a la fuerza si es preci-so! ¡Adiós, Zina, adiós, paloma! ¡No te aflijas,no tengas dudas, no te pongas triste; sobre todono te pongas triste! ¡Todo saldrá bien, muy de-corosamente! Lo importante es mirarlo desdeun punto..., bueno, ¡adiós, adiós!

Marya Aleksandrovna hace la señal de la cruzsobre la cabeza de Zina, sale corriendo de lahabitación, da un par de vueltas ante el espejodurante un minuto, y en dos más vuela por lascalles de Mordasov en su trineo, que está listotodos los días a esta hora por si quiere salir.Marya Aleksandrovna vive en grand.

-No, no vais a ganarme por la mano -piensaen el trineo-. Ahora que Zina está conforme,queda resuelta la mitad del asunto. ¿Que puedefallar algo ahora? ¡Qué tontería! ¡Ay, qué Zinaésta! Ha consentido por fin, lo cual quiere decirque en esa cabecita también se hacen cálculos.¡Qué perspectiva tan tentadora le he dibujado!

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Le he tocado una cuerda sensible. ¡Hay que verlo guapa que está hoy! Con su belleza podría yorevolver media Europa a mi gusto. Bueno, es-peremos a ver... Shakespeare desaparecerácuando ella llegue a ser princesa y a conocerotras cosas, porque ¿qué conoce ahora? ¡Mor-dasov y ese maestro! ¡Hum...! ¡Qué princesaserá! Lo que me gusta de ella es ese orgullo, esaaudacia. ¡Es tan altanera! Cuando mira es comosi mirara una reina. Pero ¿por qué no com-prendía las ventajas? Bueno, por fin las com-prendió... y comprenderá el resto... ¡De todosmodos estaré junto a ella! ¡Al fin se puso deacuerdo conmigo en todos los particulares! ¡Yno puede prescindir de mí! ¡Yo también seréprincesa y me conocerán en Petersburgo!¡Adiós, poblacho! ¡Morirá el príncipe, moriráese mozuelo y entonces la casaré con un prínci-pe reinante! Sólo temo una cosa: ¿no le hehecho demasiadas confidencias? ¿No he sidodemasiado franca? ¿Demasiado efusiva? Measusta, ¡ay cómo me asusta!

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Y Marya Aleksandrovna se sume en sus re-flexiones. Ni que decir tiene que son complica-das; pero, como dice el refrán, el deseo hacemás que la obligación.

Cuando se quedó sola, Zína se estuvo pase-ando largo rato por la habitación, con las ma-nos cruzadas y absorta en sus pensamientos.Éstos eran de muy diversa índole. A menudo, ycasi inconscientemente, repetía: «¡Ya es hora, yaes hora, hace mucho que ya es hora! » ¿Quésignificaba esta exclamación suelta? Más de unavez brillaron lágrimas en sus largas y sedosaspestañas, pero no pensaba en retenerlas ni ensecarlas. Su madre no tenía por qué preocupar-se ni intentar adivinar los pensamientos de suhija. Zína estaba enteramente decidida y prepa-rada para afrontar todas las consecuencias...

-¡Espera y verás! -pensaba Nastasya Petrovnasaliendo sin hacer ruido del cuarto trasterocuando se fue la coronela- ¡Y yo que iba a po-nerme un lazo color de rosa para ese príncípejo!¡Tonta que soy, creer que se casaría conmigo!

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¡Pues adiós al lacito! ¡Ah, Marya Aleksandrov-na! ¡Con que soy una guarra, una mendiga aquien se puede sobornar con doscientos rublos?¡Hubiera debido dejarte, figurona, que tú mis-ma salieras del lío! ¡Sí, tomé ese dinero, y a mu-cha honra! Lo tomé para gastos relacionadoscon el asunto... Quizá hubiera tenido que so-bornarme yo a mi misma. ¿A tí qué te importaque rompiera el cerrojo con mis propias ma-nos? ¡Para ti trabajaba, señora de las manosblancas! A ti te basta con bordar la tela. ¡Espera,que ya te daré yo tela! ¡Ya os haré ver a voso-tras dos la clase de guarra que soy! ¡Ya veréisquién es Nastasya Petrovna y toda su humil-dad!

VIIA Marya Aleksandrovna la arrastraba su ge-

nio. Elaboraba un proyecto prodigioso y atre-vido. Casar a su hija con un príncipe cargadode taras físicas y de dinero, y casarla a hurtadi-

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llas de todos, aprovechándose de la debilidadmental y el desvalimiento de su huésped, casar-la «a lo ladrón», como dirían los enemigos deMarya Aleksandrovna, sería no sólo atrevido,sino audaz. Por supuesto, el proyecto era venta-joso, pero si fallaba, cubriría de deshonra aquien lo había fraguado. Marya Aleksandrovnalo sabía, pero no desesperaba. «¡De cuántoslodazales he salido con los pies limpios!» -habíadicho a Zina con razón. De otro modo, ¿quéclase de heroína sería?

Todo esto tenía, sin duda, aire de atraco amano armada en el camino real; pero MaryaAleksandrovna tampoco se fijaba demasiado enello. La dominaba en este particular una ideacompletamente irrebatible: «Una vez casados,ya no se descasan», idea sencilla, pero que se-duce a la fantasía con ventajas tan insólitas, quenada más que de figurárselas le entraba a Mar-ya Aleksandrovna un temblor y le daban esca-lofríos. Su estado general era de extrema agita-ción e iba en su trinco como sobre ascuas. Co-

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mo mujer inspirada, dotada de innegable capa-cidad creadora, ya había pensado en su plan decampaña, pero era sólo un boceto, trazado agrandes rasgos, percibido sólo oscuramente.Quedaban todavía un sinfín de detalles y variascircunstancias imprevisibles. Marya Aleksan-drovna, sin embargo, estaba segura de sí. Noera el temor del fracaso lo que la agitaba, no.Era sólo que queria émpezar al momento, en-trar en seguida en la refriega. Una noble impa-ciencia la consumía al pensar en pausas y de-moras. Pero, hablando de demoras, pedimosvenia para explicarnos con mayor claridad.Marya Aleksandrovna preveía y esperaba quela principal dificultad provendría de sus hono-rables conciudadanos, los habitantes de Morda-sov y, sobre todo, de las muy respetables da-mas de la ciudad.

Por experiencia conocía el odio implacableque le profesaban. Tenía, por ejemplo, la firmeconvicción de que en ese mismo momento yasabía todo el mundo cuáles eran sus intencio-

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nes, aunque a nadie se había hablado de ellastodavía. Por triste y frecuente experiencia, sabíaque cualquier cosa, por secreta que fuera, quepasaba en su casa por la mañana era sabida a latarde en el último tugurio del bazar o en elúltimo tenducho de la ciudad. Es cierto quehasta ahora Marya Aleksandrovna sólo pre-sentía dificultades, pero tales presentimientosnunca la engañaban. Tampoco se engañabaahora. He aquí, en efecto, lo que pasaba y queella no conocía aún positivamente. Hacia me-diodía, esto es, unas tres horas después de lallegada del príncipe a Mordasov, empezaron acorrer por la ciudad unos rumores extraños. Nose sabe dónde empezaron, sólo que se difun-dieron como un reguero de pólvora. Todo elmundo empezó de repente a jurar y perjurarque Marya Aleksandrovna había arreglado elmatrimonio del príncipe con Zina, la joven deveintitrés años, carente de dote; que Mozglya-kov había sido despedido y que todo estaba yadecidido y suscrito. ¿Cuál era el motivo de tales

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rumores? ¿Era que conocían a Marya Aleksan-drovna hasta el punto de que al momento pe-netraban sus secretos pensamientos e ideales?Ni la incongyuidad de tal rumor con el ordennormal de las cosas -porque tales asuntos rarasveces pueden resolverse en una hora- ni lo evi-dentemente infundado de la noticia -porquenadie logró averiguar de dónde partió- pudie-ron desacreditar tal rumor ante las gentes deMordasov. El rumor se difundió y se arraigócon desusada pertinacia. Lo más curioso detodo fue que empezó a circular cabalmentecuando Marya Aleksandrovna iniciaba conZina la conversación transcrita sobre ese mismotema. Tal es el olfato de los provincianos. Elinstinto de los correveidiles de provincias llegaa veces a lo milagroso y, por supuesto, conrazón, pues está basado en un conocimientoíntimo, interesado y de muchos años de dura-ción. Cada provinciano vive como en un esca-parate. No tiene posibilidad de ocultar nada alos ojos de sus honorables conciudadanos. Le

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conocen a uno de memoria; hasta conocen loque uno no sabe siquiera de sí mismo. Por supropia índole, el provinciano parece que debi-era ser psicólogo e intérprete del corazonhumano. Por eso me sorprende de veras encon-trar a menudo en provincias tantos asnos juntocon psicólogos e intérpretes del corazón huma-no. Pero dejemos esto aparte; es una idea mar-ginal.

La noticia produjo el efecto de un trueno. Elcasamiento con el príncipe les parecía a todostan ventajoso, tan brillante, que nadie reparósiquiera en el lado peregríno del asunto. Seña-lemos otro detalle: Zina era odiada casi másque Marya Aleksandrovna. ¿Por qué? Se igno-ra. Acaso la belleza de la joven era causa parcialde ello. Quizá también porque, en fin de cuen-tas, Marya Aleksandrovna era para todos loshabitantes de Mordasov un «ave del mismoplumaje» que ellos. Si hubiera desaparecido dela ciudad, ¿quién sabe? la hubieran echado demenos. Sus continuos tejemanejes animaban la

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sociedad. Sin ella, la vida hubiera sido aburri-da. Por el contrario, Zina se conducía como sino viviera en Mordasov, sino en las nubes. No«hacía juego» con los demás, ni era igual a ellosy, acaso sin darse ella misma cuenta, los mirabacon una altivez insoportable. Y de pronto estamisma Zina, sobre la cual hasta circulaban ru-mores escandalosos, esta Zina altiva, soberbia,se convertía en millonaria, en princesa, ingre-saba en la nobleza. En un par de años, cuandoenviudara se casaría con algún duque, quizáincluso con un general y quizá, ¿quién sabe?con un gobernador (y el de Mordasov, comopor casualidad, era viudo y muy tierno paracon el sexo femenino). En tal caso llegaría a serla primera dama de la provincia, idea, por su-puesto, que era ya de por sí inaguantable. Nun-ca noticia alguna había despertado tan granindignación en Mordasov como la del casa-miento de Zina con el príncipe. Inmediatamen-te se alzaron gritos de furia por todas partes,afirmando que eso era pecaminoso, incluso

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inmundo; que el ancíano no estaba en su sanojuicio; que lo habían engañado, embaucado,capturado a mansalva, aprovechándose de sudebilidad mental; que era indispensable salvar-lo de esas garras sangrientas; que esto, en fin decuentas, era un robo, una inmoralidad; y que, alfin y al cabo, ¿en qué desmerecían otras señori-tas comparadas con Zina? Otras podrían coniguales méritos casarse con el príncipe. MaryaAleksandrovna, de momento, sólo sospechabaestas protestas y comentarios, pero le bastabacon ello. Bien sabía que todo el mundo -y deci-mos todo el mundo- estaba dispuesto a hacer loimposible para dar al traste con sus propósitos.Por ejemplo, ahora mismo querían secuestrar alpríncipe, de modo que urgía rescatarle casi a lafuerza. Además, aunque ella lograra esto últi-mo y consiguiera traerle de nuevo a casa, seríaimposible tenerlo siempre atado con una cuer-da. Y, por último, ¿quién podría estar seguro deque hoy mismo, dentro de un par de horas,todo un concurso solemne de damas de Morda-

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sov no aparecería en su salón, y, peor aún, conun pretexto que haría imposible no recibirlas?Si se les cerraba la puerta, se colarían por laventana, lance casi imposible, pero nada insóli-to en Mordasov. En suma, que no cabía perderuna hora, un segundo, y hasta el momento elasunto ni siquiera estaba comenzado. De súbi-to, en la mente de Marya Aleksandrovna surgióy maduró un pensamiento genial del que nodejaremos de hablar en su debido lugar. Demomento diremos sólo que nuestra heroínavolaba, inspirada y terrible, por las calles de laciudad, decidida incluso a la violencia si elloera necesario para recobrar posesión delpríncipe. Aún no tenía idea clara de cómo lolograría o de dónde tropezaría con él, pero deuna cosa sí estaba segura, a saber, que Morda-sov se hundiría bajo tierra antes que ella cejaseun ápice en llevar a cabo su empeño.

El primer paso salió a pedir de boca. Logróalcanzar al príncipe en la calle y llevárselo acomer a casa. Si se pregunta cómo, a pesar de

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las maquinaciones de sus enemigos, logró salir-se con la suya y dejar plantada a Anna Nikola-evna, me veré obligado a declarar que con-sidero dicha pregunta injuriosa para MaryaAleksandroyna. ¿Es que esta dama no podíaganarle por la mano a una mujer como AnnaNikolaevna Antipova? Se limitó a detener alpríncipe, que iba camino de la casa de su rival,y sin pararse en barras, ni prestar oído a losrazonamientos del propio Mozglyakov, quetemía un escándalo, trasladó al anciano al pro-pio trineo de ella. Marya Aleksandrovna tam-bién se distinguía de sus rivales en que en oca-siones críticas ni siquiera pensaba en el escán-dalo, de acuerdo con el axioma de que el éxitolo justifica todo. No hay que decir que elpríncipe no opuso resistencia notable y que,según su costumbre, se olvidó muy pronto detodo y quedó muy satisfecho. Durante la comi-da charló por los codos, estuvo muy festivo,dijo agudezas, hizo juegos de palabras, contóanécdotas que no terminaba o saltaba de una a

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otra sin darse cuenta de ello. En casa de Natal-ya Dmtrievna había bebido tres copas dechampaña. Durante la comida siguió bebiendoy acabó por perder la cabeza. A ello contribuía,llenándole el vaso, la propia Marya Aleksan-drovna. La comida estuvo muy bien. El mons-truo Nikíta no la echó a perder. La señora de lacasa animaba a los concurrentes con la amabili-dad más encantadora; pero la mayoría de lospresentes se mostraban, como de propósito,sobremanera deprimidos. Zína callaba de unmodo casi solemne. Mozglyakov, evi-dentemente, no las tenía todas consigo y comíapoco. Pensaba en algo, y como en su caso estosucedía sólo de tarde en tarde, Marya Aleksan-drovna estaba muy intranquila. Nastasya Pe-trovna estaba sombría y, sin que nadie la viera,hacía señas extrañas a Mozglyakov, que éste nisiquiera notaba. De no haber sido por la encan-tadora amabilidad de la anfitriona, la comidahubiera parecido un velatorio.

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Y no obstante, Marya Aleksandrovna sentíauna extraordinaria agitación. La propia Zina laasustaba horriblemente con su cara triste y susojos llorosos. Y ahora quedaba otra dificultad:era preciso acelerar las cosas, apresurarse, yeste «maldito Mozglyakov» seguía sentadocomo un marmolillo, despreocupado, estorbán-dolo todo. Porque, claro, no había que pensaren comenzar el asunto con él delante. MaryaAleksandrovna se levantó de la mesa conhorrible ansiedad. ¡Cuál sería su asombro, sugozoso terror, por así decirlo, cuando el propioMozglyakov, en cuanto se levantaron de la me-sa, se le acercó e inesperadamente le anuncióque, por supuesto lamentándolo infinito, le erapreciso ausentarse al instante.

-¿Adónde va? -preguntó Marya Aleksan-drovna con pesadumbre poco usual.

-Pues vea lo que pasa, Marya Aleksandrovna--empezó diicendo Mozglyakov con inquietud,y hasta turbándose un poco-; me ha ocurrido

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un caso curioso. No sé siquiera cómo decírselo... ; ¡aconséjeme, por amor de Dios!

-¿De qué se trata?-Mi padrino, Boroduev... ya sabe usted, el

comerciante... se ha encontrado hoy conmigo.El viejo está enfadado de veras y se queja -asíme lo dice- de que me he vuelto orgulloso. Éstaes la tercera vez que estoy en Mordasov y no heaparecido por su casa. «Ven hoy a tomar el té»me ha dicho. Son ahora las cuatro en punto y,según la costumbre antigua, toma el té cuandose despierta a las cinco. ¿Qué debo hacer? Sólouna cosa, por supuesto, Marya Aleksandrovna;porque piense usted. Salvó de un mal apuro ami difunto padre cuando éste se jugó unos fon-dos del gobierno. Por tal motivo fue padrino demi bautizo. Si llega a arreglarse el que me casecon Zinaida Afanasievna, lo hago con sólo 150siervos, mientras que él tiene un millón de ru-blos, o más aún, de creer a la gente. No tienehijos. Si se le trata bien, le deja a uno cien mil

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rublos en su testamento. Setenta años tiene,figúrese usted.

-¡Ay, Dios mío! ¿Pero qué le pasa a usted? ¿Aqué espera? -interpeló Marya Aleksandrovna,que a duras penas ocultaba su alborozo-. ¡Vayausted, vaya usted! Con estas cosas no se juega.¿Con que eso es lo que hay? ¡Le he estado mi-rando durante la comida y parecía usted tanapagado! Vaya, mon ami, vaya usted. Debierausted haber ido a visitarle esta misma mañanapara quedar bien y para mostrarle que le quierey que aprecia el afecto que a usted le tiene. ¡Ay,la juventud, la juventud!

-¡Pero si usted misma, Marya Aleksandrovna,usted misma me criticaba por tener un parientecomo él -exclamó Mozglyakov con asombro-.¡Pero si usted decía que es un campesino, deesos de barba, relacionado con taberneros, legu-leyos y gente de baja estofa!

-¡Ay, mon ami! ¡Qué cosas no decimos sinpensar! Yo también puedo equivocarme. No

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soy una santa. No recuerdo, pero pude hallar-me en un estado de ánimo tal... Y, al fin y alcabo, usted todavía no se había declarado aZinochka. Por supuesto, será egoísmo por miparte, pero ahora, quiéralo o no, tengo que mi-rar las cosas desde otro punto de vista. ¿Quémadre me culparía de ello en caso tal? Vayausted, no pierda un minuto... Pase usted inclu-so la velada con él... ¡y escuche! Háblele ustedalgo de mí. Dígale que siento por él respeto,afecto, admiración, pero dígalo con tacto, consus mejores palabras. ¡Ay, Dios mío! ¡Tambiényo había olvidado todo esto! ¡Hubiera debidosugerírselo yo misma!

-Me ha salvado usted la vida, Marya Alek-sandrovna -exclamó Mozglyakov admirado-.Juro que en adelante la obedeceré en todo. ¡Ypensar que tenía miedo de decírselo!... Bueno,hasta pronto, que ya me voy. ¡Presente mis ex-cusas a Zinaida Afanásievna! Aunque volveréen seguida. .

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-¡Lleva usted mi bendición, mon ami! ¡No seolvide de hablarle de mí! ¡Es de veras un ancia-no simpatiquísimo! Hace ya tiempo que miopinión de él ha cambiado... ¡Au revoir, monami, au revoir!

«¡Pero qué bien que se lo lleve el diablo! ¡Me-jor dicho, no, esto es ayuda de Dios! », pensabaMarya Aleksandrovna, palpitante de gozo.

Pavel Aleksandrovich bajó al vestíbulo y yase ponía el abrigo de pieles cuando se presentóNastasya Petrovna, que le estaba esperando.

-¿Adónde va usted? -le preguntó cogiéndoledel brazo.

-A casa de Boroduev, Nastasya Petrovna, quese dignó ser padrino de mi bautizo. Es un viejorico, que me dejará algo y a quien hay que adu-lar un poco.

Pavel Aleksandrovich estaba de excelentehumor.

-¡A casa de Boroduev! Entonces despídase desu novia -dijo bruscamente Nastasya Petrovna.

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-¿Cómo que me despida?-Como lo oye. Usted creía que ya era suya y

ahora quieren casarla con el príncipe. Yo mismalo he oído.

-¡Con el príncipe! ¡Dios no lo permita, Nas-tasya Petrovna!

-¡Sí, Dios no lo permita! Si le parece, ustedmismo puede verlo y oírlo. Quítese el abrigo yvenga por aquí.

Pavel Aleksandrovich, abrumado por lo queoía, se quitó el abrigo y siguió a Nastasya Pe-trovna de puntillas. Ella le condujo al mismocuarto trastero desde donde había estado ob-servando y escuchando aquella mañana.

-¡Pero, perdón, Nastasya Petrovna, no com-prendo absolutamente nada!

-Pues comprenderá usted cuando se agache yescuche. La comedia seguramente está a puntode empezar.

-¿Qué comedia?

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-¡Chist! No hable fuerte. La comedia consistesencillamente en que le están engañando a us-ted. Esta mañana cuando salió usted con elpríncipe, Marya Aleksandrovna pasó una horaentera persuadiendo a Zina de que se case conel príncipe. Dice que no hay nada más fácil queengatusarle y obligarle a casarse; y se dio tanbuena maña que me dio asco. Lo oí todo desdeaquí. Zina aceptó. ¡Y cómo le pusieron a usted!Le tienen por tonto, así como suena. Zina dijosin morderse la lengua que por nada del mun-do se casará con usted. ¡Y yo, tonta de mí, quequería ponerme un lazo colorado! ¡Ande, escu-che, escuche!

-¡Pues si es así, es una infame traición!-murmuró Pavel Aleksandrovich, mirandoestúpidamente a Nastasya Petrovna.

-Pues ande, escuche, que todavía quedará al-go por oír.

-Escuchar, ¿dónde?-Agáchese, que ahí hay un agujeríto...

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-Pero, Nastasya Petrovna, yo... yo no soy delos que escuchan así.

-¡Bah, ya es tarde para eso! Aquí, amigo, semete uno el honor en el bolsillo. Ha venidousted, pues ahora escuche.

-Pero...-Si no es usted de los que escuchan, lo van a

dejar plantado. Una le tiene a usted lástima yusted se anda con remilgos. Bueno, ¿y a míqué? Porque yo no lo hago por mí. ¡Me voy deaquí antes de esta noche!

Haciendo de tripas corazón, Pavel Aleksan-drovích se agachó hasta la rendija. El corazón lelatía fuertemente y sentía un martílleo en lassienes. Apenas se daba cuenta de lo que le pa-saba.

VIII-Y qué, príncipe, ¿lo ha pasado bien en casa

de Natalya Dmitríevna? -preguntó MaryaAleksandrovna, oteando con ávida mirada el

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futuro campo de batalla y deseando empezar laconversación de la manera más inocente. Laexpectativa y la emoción la tenían jadeante.

Terminada la comida, trasladaron al príncipeal «salón» en que lo habían recibido esa maña-na, donde Marya Aleksandrovna solía celebrartodas las reuníones y recepciones solemnes.Estaba muy orgullosa de ese aposento. Con seiscopas de champaña en el cuerpo, el viejo parec-ía desmadejado y no estaba muy seguro sobresus piernas. Sin embargo, charlaba sin parar,aun más que de costumbre. Marya Aleksan-drovna se daba cuenta de que ésta era unaanimación momentánea y que pronto al medioachispado señor le entrarían ganas de dormir.Era necesario aprovechar el momento. Exami-nando el campo de batalla, notó con placer queel lascivo anciano miraba con especial avidez aZina, y el corazón maternal de la señora temblóde gozo.

-Lo pasé ex-tra-ordi-na-riamente bien-respondió el príncipe- y, ¿sabe usted? Natalya

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Dmitrievna es una mujer incomparable, unamujer in-com-para-ble.

Por muy absorta que estuviese Marya Alek-sandrovna en sus grandes proyectos, una ala-banza tan clamorosa de su rival no pudo menosde punzarle el corazón.

-¡Perdón, príncipe! -exclamó con los ojos cen-telleantes-. Si su Natalya Dmitrievna es unamujer incomparable, entonces no sé qué pensar.¡Usted dice eso porque no conoce en absoluto lasociedad de aquí, en absoluto! No es más queuna ostentación de méritos fingidos, de noblessentimientos, una comedia, la corteza doradaque se ve por fuera. Si quita usted esa cortezaverá un infierno entero bajo las flores, todo unnido de víboras, que se lo comen a usted sindejar hueso.

-¿Pero es posible? -exclamó el príncipe-. Esome asombra.

-Pues le juro que es así. Ah, mon prince. Mira,Zina, no puedo menos de contarle al príncipe

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eso tan degradante y ridículo que hizo NatalyaDmtrievna la semana pasada, ¿te acuerdas?Pues sí, príncipe, se trata de la NatalyaDmtrievna tan alabada por usted que ustedtanto admira. ¡Oh, mi querido príncipe! Le juroque no soy chismorrera. Pero necesito contaresto sólo como cosa de risa, para mostrar conun ejemplo vivo, como con lupa, por así decir-lo, la clase de gente que hay por aquí. Hacequince días vino a verme Natalya Dmitrievna.Sirvieron café y tuve que salir de la sala no sépor qué. Recuerdo muy bien cuánto azúcarhabía en el azucarero de plata: estaba comple-tamente lleno. Cuando volví, miré: en el fondoquedaban sólo tres terrones. En la sala no esta-ba más que Natalya Dmitrievna. ¡Así es la se-ñora! ¡Y tiene una casa toda de piedra y monto-nes de dinero! Es, sí, un incidente ridículo,cómico, ¡pero después de esto juzgue lo respe-table que es la sociedad local!

-¿Pe-ro es po-si-ble? -gritó el príncipe, asom-brado de veras-. ¡Pero qué mezquindad tan

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poco natural! ¿Es posible que ella sola se lohubiera comido todo?

-¡Ahí tiene usted lo incomparable que es esamujer, príncipe! ¿Qué le parece a usted esa ver-gonzosa acción? Porque yo creo que me moriríaen el acto si decidiera cometer un acto tan re-pugnante.

-Pues sí, sí. Sólo que, ¿sabe usted? ¡es tan bellefemme!...

-¿Quién? ¿Natalya Dmitrievna? ¡Perdón,príncipe, pero si es una cuba! ¡Ay, príncipe,príncipe! ¿Pero qué me dice? Yo esperaba deusted mejor gusto...

-Pues sí, una cuba..., sólo que, ¿sabe usted?tiene unas formas... Bueno, y esa muchacha queestaba bailando... esa tam-bién tenía unasfor-mas...

-¿Quién? ¿Sonechka? ¡Pero si es una chiquilla,príncipe! ¡Si sólo tiene catorce años!

-Pues sí..., sólo que ¿sabe usted? es tan maño-sa y tiene también... unas formas... que se están

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formando. ¡Cariño de niña! Y la otra quebai-la-ba con ella, también... se está formando...

-Esa es una pobre huérfana, príncipe. A me-nudo la recogen en esa casa.

-Huér-fa-na. Bastante sucia, por cierto, aun-que se había lavado las manos... Con todo, muyse-duc-tora también...

Dicho esto, el príncipe, cada vez con más co-dicia, examinó a Zina con su lorgnette.

-¡Mais quelle charmante personne! -murmurô amedia voz, derritiéndose de gusto.

-¡Zina, toca algo..., o no, mejor será que can-tes! ¡Cómo canta, príncipe! Se puede decir quees una virtuosa del canto, ¡una auténtica virtuo-sa! Y si supiera usted, príncipe -prosiguió Mar-ya Aleksandroyna a media voz, mientras Zinase dirigía al piano con su andar tranquilo ygrácil, que casi hizo retorcerse al pobre viejo-,¡si supiera usted qué hija es! ¡Cómo sabe que-rer, qué tierna es conmigo! ¡Qué sentimientos!¡Qué corazón!

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-Pues sí... los sentimientos... ¿sabe usted? Sólohe conocido una mujer en toda mi vida con laque pudiera compararse en cuanto a be-lle-za-interrumpió el príncípe, con la boca hechaagua-. La difunta princesa Nainskaya, que mu-rió hace treinta años. Era una mujerad-mí-ra-ble, de ín-des-crípti-ble belleza... perodespués se casó con su cocinero...

-¡Con su cocinero, príncipe!-Pues sí, con su cocinero... un francés... y fue-

ron al extranjero. En el extranjero ella le obtuvoun título. Era un hombre de buen parecer ymuy bien educado, y con unos bigotitos así depequenos...

-¿Y... cómo vivieron, príncipe?-Pues sí, vivieron bien. Pero se separaron po-

co después. Él la desplumó y se fue. Riñeronpor no se qué salsa...

-Mamá, ¿qué quieres que toque? -preguntóZína.

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-Mejor será que cantes, Zina. ¡Cómo canta,príncipe! ¿Le gusta a usted la música?

--Oh, sí charmant, charmant. La mú-sí-ca megusta mucho. En el extranjero conoci a Beet-hoven.

-¡A Beethoven! ¡Imagínate, Zina, el príncipeconoció a Beethoven! -exclamó entusiasmadaMarya Aleksandrovna-. ¡Ah, príncipe! ¿Pero deveras conoció usted a Beethoven?

-Pues sí. Nos lle-va-mos muy bien. ¡Él siem-pre con la nariz metida en el rapé! Daba quereír.

-¿Beethoven?-Pues sí, Beethoven. Aunque, bien pensado,

quizá no fuera Beethoven, sino algún otroalemán. ¡Hay tantos alemanes allí! Quizá meconfundo.

-¿Qué quieres que cante, mamá? -preguntóZina

-Zína, canta esa romanza, ¿te acuerdas? quetiene tanto de caballeresco, con aquello de la

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señora del castillo y su trovador... ¡Ay, príncipe,cómo me encanta todo lo caballeresco! ¡Esoscastillos! ¡Esa vida medieval! ¡Esos trovadores,heraldos, torneos ... ! Yo te acompaño, Zina.¡Siéntese aquí, más cerca, príncipe! ¡Ay, esoscastillos, esos castillos!

-Pues sí... los castillos. Yo también adoro loscastillos -murmuró el príncipe entusiasmado,asaeteando a Zina con su único ojo- . ...¡Pero,Dios mío! –exclamó- esa romanza ... ! ¡Pero siyo co-noz-co esa ro-man-za! Hace ya muchoque oí esa romanza... me recuerda tantas co-sas... ¡Ay, Dios mío!

No intentaré describir lo que le pasó alpríncipe mientras Zina cantaba. Ésta cantó unavieja romanza francesa que había estado muyde moda en tiempos pasados. La cantó admira-blemente. Su voz de contralto, pura y resonan-te, penetraba el alma. Su bellísimo rostro, susojos encantadores, sus dedos maravillosamenteformados con los que volvía las hojas de la par-titura, su cabello espeso, negro, brillante, su

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pecho agitado, toda su figura noble, bella, arro-gante, todo ello acabó por obrar un sortilegioen el pobre príncipe. Mientras Zina estuvo can-tando, no apartó de ella los ojos, casi ahogadopor la emoción. Su corazón senil, caldeado porchampaña, la música y los recuerdos renovados(¿y quién no tiene recuerdos favoritos?) latíacada vez más de prisa, como no latía desdehacía largo tiempo... Estaba dispuesto a caer derodillas ante Zina y casi rompió a llorar cuandoella terminó su canto.

-¡O, ma charmante enfant! -exclamó besándolelos dedos-. ¡Vous me ravissez! Sólo ahora, ahoramismo me he acordado... Pero... pero... ¡o macharmante enfant!

Y ni siquiera pudo concluir.Marya Aleksandrovna sintió que había llega-

do su momento.-¿Pero por qué se abandona usted, príncipe?

-preguntó en tono solemne-. ¡Tanto sentimien-to, tanta energía vital, tanta riqueza espiritual, y

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pasarse toda la vida en la soledad! ¡Escondersede las gentes, de los amigos! Eso es imperdona-ble. ¡Piénselo mejor, príncipe! Mire la vida conojos nuevos, por así decirlo! ¡Pida a su corazónlos recuerdos del pasado, los recuerdos de sujuventud dorada, de sus dorados días de des-preocupación! ¡Resucítelos usted, resucítese a símismo! ¡Vuelva de nuevo a vivir en sociedad,entre sus amigos! ¡Vaya al extranjero, a Italia, aEspaña... a España, príncipe! ¿Necesita ustedun guía, un corazón que le ame y le respete yque simpatice con usted? ¡Pero si tiene ustedamigos! Llámelos, dígales que acudan yvendrán en tropel. Yo sería la primera en dejar-lo todo y responder a su llamamiento. Recuer-do nuestra amistad, príncipe; abandono a mimarido y le sigo a usted... Más aún, si fueramás joven, si fuera tan linda, tan bella como mihija, me convertiría en su compañera, en suesposa, si así lo quisiera usted.

-Estoy seguro de que en su tiempo fue ustedune charmante personne -dijo el príncipe en-

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jugándose con un pañuelo los ojos húmedos delágrimas.

-Vivimos de nuevo en nuestros hijos-respondió con magnanimidad Marya Alek-sandrovna-. Yo también tengo mi ángel de laguarda. ¡Y es ella, mi hija, la compañera de mispensamientos, de mi corazón, príncipe! A sietepeticiones de mano ha renunciado ya por noquerer separarse de mí.

-¿De modo que la acom-pa-ñará cuando us-ted vaya con-mi-go al extran-jero? En tal casome voy al extranjero sin falta -exclamó muyanimado el príncipe-. ¡Me voy sin falta! Y sipudiera acariciar la es-per-an-za... Es una cria-tura encantadora, encantadora. ¡O ma char-mant,,, enfant ... ! -y el príncipe le besó de nuevolas manos. El pobre hombre hubiera queridoarrodillarse ante ella.

-Pero, príncipe, ¿dice usted que si pudieraacariciar la esperanza? -Marya Aleksandrovnacogió al vuelo la frase, sintiendo un nuevo

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amago de elocuencia-. ¡Pero qué extraño esusted, príncipe! ¿De veras que se cree ya indig-no de la atención de las mujeres? La juventudno hace hermoso al hombre. Recuerde que esusted, por así decirlo, un vestigio de la aristo-cracia; que es un representante de los senti-mientos y de las costumbres más caballerescosy refinados. ¿Acaso no amaba María al ancianoMazeppa? ¡Me acuerdo de haber leído queLauzun, ese marqués encantador de la corte deLuis... no sé cuántos, cuando ya estaba en edadavanzada conquistó el corazón de una de lasprimerísimas damas de palacio ... ! ¿Y quién leha dicho a usted que es viejo? ¿Quién se lo hasugerido? ¿Es que envejecen los hombres comousted? ¿Usted, con tal riqueza de sentimientos,de ideas, de jovialidad, de agudeza, de energíavital, de maneras tan brillantes? Preséntese us-ted ahora en cualquier sitio en el extranjero enun balneario, con una mujer joven, con unamujer bella como, por ejemplo, mí Zina -y nohablo de ella sino como término de compara-

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ción- ¡y ya verá usted e efecto colosal que pro-duce! ¡Usted, un vestigio de la aristocracia; ella,la más bella entre las bellas! Usted la llevatriunfalmente del brazo; ella canta en la másbrillante sociedad; usted, por su parte, va desti-lando agudezas -pues, nada, que todos los queestén en el balneario correrán a verles. TodaEuropa prorrumpirá en exclamaciones, porquetodos los periódicos todas las crónicas de lasociedad hablarán de lo mismo.. Príncipe,príncipe, ¿y dice usted que si puede acariciar laesperanza?

-Crónicas .... ¡pues sí, pues sí! Eso sale en losperiódicos... -murmuró el príncipe, sin com-prender la mitad de la cháchara de MaryaAleksandrovna y pareciendo cada vez másdesmarrido-. Pues, hi-ja mía, si no está cansada,¡repita la romanza que acaba de cantar!

-Pero, principe, si sabe otras romanzas todav-ía mejores... ¿Recuerda, príncipe, L'Hirondelle?Seguramente la ha oído usted.

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-Sí, la recuerdo... o, mejor dicho, la he olvida-do. No, no, la romanza de antes, la misma queacaba de cantar. No quiero L'Hirondelle. Quieroesa romanza... -dijo el príncipe en el tono supli-cante de un niño.

Zina la cantó una vez más. El príncipe no pu-do dominarse y cayó ante ella de rodillas. Esta-ba llorando.

-¡O, ma belle chátelaine! -exclamó con voztrémula de vejez y emoción-. ¡0, ma charmantechâtelaine! ¡Oh, mi niña querida! Me hace ustedre-cor-dar tanto... de lo que ya pasó hace largotiempo. .. Yo pensaba entonces que todo seríamejor de lo que fue más tarde. Entonces canta-ba dúos... con una vizcondesa... esa misma ro-manza..., y ahora... No sé lo que pasa ahora...

Todo esto lo dijo el príncipe con voz entrecor-tada y jadeante. La lengua se le entorpecía no-tablemente. Era casi imposible enteder algunaspalabras. Sólo era evidente que estaba en su

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máximo nivel de efusividad. Marya Aleksan-drovna se apresuró a echar leña al fuego.

-¡Príncipe! ¡Quizá se ha enamorado usted demi Zina! -exclamó, intuyendo que el momentoera solemne. La respuesta del príncipe rebasótodas sus esperanzas.

-¡Estoy enamorado de ella hasta la locura!-gritó el viejo, animándose de súbito y todavíade rodillas, trémulo de emoción-. ¡Estoy dis-puesto a entregarle mi vida! Si al menos pudie-ra abrigar alguna esperanza ... Ayúdenme alevantarme, porque me sien-to algo débil ... Situviera al menos alguna esperanza de ofrecerlemi corazón ... ; Yo... ella me cantaría romanzastodos los días y yo pasaría el tiempo mirándola,mirándola síempre... ¡Ay, Dios mío!

-¡Príncipe, príncipe! ¡Usted le está ofreciendosu mano! Usted quiere quitarme a mi niña, a miZina, a mi adorada Zina, a mi ángel. ¡Pero yono te dejo, Zina! ¡Que me la arranquen de misbrazos, de los brazos de su madre! -Marya

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Aleksandrovna se arrojó sobre su hija y laabrazó con fuerza, aunque notó que la joven larechaza con bastante vigor... La mamá exagera-ba un tanto. Zina se percató de ello con todo suser y observaba la comedia con indecible re-pugnancia. Callaba, sin embargo, y esto era loúnico que necesitaba Marya Aleksandrovna.

-¡A nueve pretendientes ha despedido sólopor no separarse de su madre! -gritaba-. Peroahora, mi corazón presiente la separación. Haceun momento noté que ella le miraba a usted deun modo... ¡usted la ha impresionado, príncipe,con su aire aristocrático, con su refinamiento!Ah, usted nos va a separar. Me lo dice el co-razón.

-La a-do-ro -balbuceó el príncipe, temblandotodavía como hojilla de álamo.

-¡Con que abandonas a tu madre! -exclamóMarya Aleksandrovna, arrojándose de nuevo alcuello de su hija.

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Zina se apresuro a poner fin a la penosa esce-na. Sin decir palabra, alargó al príncipe su her-mosa mano y hasta hizo un esfuerzo por son-reír. El príncipe la tomó con veneración y lacubrió de besos.

-Sólo ahora em-pie-zo a vivir -susurró ahoga-do de entusiasmo.

-¡Zina! -dijo solemnemente Marya Aleksan-drovna-. ¡Mira a este hombre! De todos los queconozco es el más noble y honrado. ¡Es un caba-llero medieval! Pero ella lo sabe, príncipe; ellalo sabe con dolor de mi corazón. ¡Oh, príncipe!¿Por qué ha venido usted? Le entrego a mi te-soro, a mi ángel. Protéjala usted, príncipe. Se loruega una madre, ¿y qué madre me condenaríapor sentir esta pena?

-¡Mamá, basta ya! -murmuró Zina.-¿La defenderá usted de toda injuria, prínci-

pe? ¿Brillará la espada de usted ante los ojosdel calumniador o del insolente que se atreva ainsultar a mi Zina?

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-Basta, mamá, que si no, voy a...-Pues, sí brillará -susurró el príncipe-. Sólo

ahora empiezo a vivir... Quiero que el enlace seefectúe ahora mismo, en este momento... Quie-ro mandar a alguien a Du-ha-no-vo. Allí tengounos brillantes y quiero ponerlos a sus pies...

-¡Qué entusiasmo! ¡Qué ardor! ¡Qué noblezade sentimientos! -exclamó Marya Aleksan-drovna-, ¿y cómo podía usted, príncipe, aban-donarse así, alejándose del mundo? Eso lo repe-tiré mil veces. Pierdo los estribos cuando piensoen esa infernal...

-¿Y qué hacer, con el miedo que yo te-nía?-masculló el príncipe, lloriqueando y dandorienda a su emoción-. Si querían me-ter-me enun ma-ni-co-mio... ¡Cogí un susto!

-¡En un manicomio! ¡Qué monstruos! ¡Genteinhumana! ¡Qué vil traición! ¡Había oído hablarde ello, príncipe! ¡Pero si son ellos los locos! ¿Ypor qué? ¿Porqué?

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-Ni yo mismo lo sé --contestó el anciano quepor debilidad tuvo que sentarse en un sillón-.Yo ¿sabe usted? estaba en un bai-le y con-té nosé que a-necdo-ta, que no les gustó. Pues bien,de ahí salió toda la historia.

-¿Y no fue más que eso, príncipe?-No. Más tarde estuve jugando a las cartas

con el príncipe Pyotr Dementich y no podíaganar baza. Tenía dos reyes y tres reinas... o,mejor dicho, tres reinas y dos reyes... ¡No, sóloun rey! y luego también las reinas...

-¿Y por eso fue? ¿Por eso? ¡Gente desalmada,infernal! Llora usted, príncipe, ¡pero eso ya novolverá a pasar! Ahora estoy yo aquí, al lado deusted, príncipe mío. No me separaré de Zina ¡ya ver quién se atreve a levantar la voz! ¿Y, sabeusted, príncipe? Su matrimonio los va a dejarturulatos. Los va a avergonzar. Van a ver quees usted todavía capaz..., es decir, se daráncuenta de que una belleza como Zina no se ca-saría con un loco. Ahora puede usted levantar

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la cabeza con orgullo. Puede usted mirarloscara a cara...

-Pues sí, podré mi-rar-los cara a ca-ra-murmuró el príncipe cerrando los ojos.

-Pero ya esta «ido» por completo -pensabaMarya Aleksandrovna-. Estas son ya palabrasinútiles.

-Príncipe, veo que está usted agitado. Necesi-ta usted tranquilizarse, descansar de esta emo-ción -dijo inclinándose maternalmente sobre él.

-Pues sí, desearía a-cos-tarme un ratito-respondió él.

-Sí, sí. ¡Tranquilícese, príncipe! Estas emo-ciones... ¡Un momento, yo misma le acom-paño y, si es necesario, yo misma le acuesto!¡¿Qué es lo que mira usted en ese retrato,príncipe? Es el retrato de mi madre, que masque mujer fue un ángel. ¡Oh, qué no daría yoporque estuviera ahora con nosotros! ¡Erauna santa, príncipe, una santa! ¡No sé quéotro nombre darle!

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-¿U-na san-ta? C'est joli... Yo también tuvemadre... princesse... y ¿querrá usted creerlo? unamujer bien en-tra-di-ta en carnes... Pero no eraeso lo que quería decir... Me sien-to algo dé-bil.¡Adieu, ma charmante enfant!... Con gusto yo...hoy... mañana... ¡Pero, en fin, da lo mismo! ¡Aurevoir, au revoir!- aquí quiso mandar a Zina unbeso con la mano, pero resbaló y estuvo -a pun-to de caer en el umbral.

-¡Cuidado, príncipe! Apóyese en mi brazo--exclamó Marya Aleksandrovna.

-¡Charmant, charmant! -murmuró al salir-. Sóloahora empiezo a vivir...

Zina quedó sola. Una indecible pesadumbrela oprimía el corazón. La repugnancia que sent-ía le daba náusea. Estaba pronta a despreciarsea sí misma. Le ardían las mejillas. Con las ma-nos fuertemente apretadas, rechinando losdientes y la cabeza baja, permanecía clavada enel mismo sitio. Lágrimas de vergüenza le bro-taban de los ojos... En ese momento se abrió la

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puerta y Mozglyakov entró corriendo en la sa-la.

IXLo había oído todo, todo. Y, efectivamente, no

entró andando, sino corriendo, pálido de agita-ción y de rabia. Zina le miró con asombro.

-¡Con que así es usted! -gritó jadeante-. ¡Al finme entero de lo que es usted!

-¿De lo que soy? -repitió Zina mirándole co-mo a un demente. De repente sus ojos brillaronde enojo. -¡Cómo se atreve usted a hablarmeasí! -gritó ella acercándosele.

-¡Lo he oído todo! -repitió Mozglyakov so-lemnemente, pero dando involuntariamente unpaso atrás.

-¿Usted ha oído? ¿Usted ha estado escuchan-do? -preguntó Zina mirándole con desprecio.

-Sí, he estado escuchando. Sí, decidí cometeruna vileza, pero con ello me he enterado de que

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usted misma... Ni siquiera sé cómo expresarmepara decirle... ¡lo que ahora resulta ser usted!-respondió él, cada vez más intimidado por lamirada de Zina.

-Y aunque usted haya oído, ¿de qué puedeacusarme? ¿Qué derecho tiene a hablarme demodo tan insolente?

-¿Yo? ¿Que qué derecho tengo? ¿Y usted melo pregunta? ¿Usted se casa con el príncipe y yono tengo ningún derecho? ¡Y usted que me diosu palabra!

-¿Cuándo?-¿Cómo que cuándo?-Esta misma mañana cuando vino usted a

importunarme le respondí claramente que nopodía decirle nada positivo.

-Sin embargo, no me despidió usted ni me re-chazó de plano; ¡lo que quiere decir que meguardaba usted en reserva, por si acaso! ¡lo quequiere decir que me estaba usted engatusando!

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En el rostro de la enojada Zina se dibujó unsentimiento doloroso, como reflejo de un ma-lestar interno, agudo y penetrante, pero se so-brepuso a él.

-Si no le despedí -respondió claramente, mi-diendo las sílabas, aunque en su voz había untemblor casi imperceptible- fue sólo por lásti-ma. Usted mismo me suplicó que me tomaratiempo, que no le dijera que no, que le observa-ra más de cerca y «entonces -decía usted-,cuando se convenza de que soy un hombrehonrado, quizá no me niegue usted su mano».Éstas fueron sus propias palabras al comienzomismo de su galanteo. No puede usted retrac-tarse de ellas. Usted se atreve a decirine ahoraque le he engatusado. Pero usted mismo vio miaversión cuando nos entrevistamos hoy, quincedías antes de lo convenido; y yo no oculté esaaversión, sino que, al contrario, la puse de ma-nifiesto. Usted mismo lo notó, porque me pre-guntó si no me enfadaba porque había venidousted antes de lo acordado. Sepa usted que no

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se engatusa a quien no se puede ni se quiereocultar la aversión que por él se siente. Usted seha atrevido a decir que yo le guardaba en re-serva. A esto le respondo que pensaba de ustedlo siguiente: «Aunque no es hombre dotado degran inteligencia, quizás al menos sea un hom-bre bueno, y por ello sea posible casarse conél.» Ahora, sin embargo habiendo comprobadopor dicha mía que es usted un mentecato, yademás un mentecato maligno, no me que damás que desearle mucha felicidad y buen viaje¡Adiós!

Dicho esto, Zina le volvió la espalda y saliólentamente de la habitación.

Mozglyakov, sospechando que todo estabaperdido bufaba de rabia.

-¡Ah! ¿Con que soy un mentecato! -gritó-.¡Con que ahora soy un mentecato! ¡Pues bien,adiós! ¡Pero antes de irme le contaré a toda laciudad cómo usted y su mamá han engañado alpríncipe, emborrachándole! ¡Se lo contaré a

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todos! ¡Se enterará usted de quién es Mozglya-kov!

Zina se estremeció y estuvo a punto de dete-nerse para contestar, pero habiéndolo pensadoun instante se limitó a encogerse de hombroscon desprecio y dio un portazo tras sí.

En este momento apareció Marya Aleksan-drovna en el umbral. Había oído la exclamaciónde Mozglyakov al momento adivinó de qué setrataba y sintió un escalofrío de terror. Mozgl-yakov lo iría pregonando todo por la ciudad, yera necesario guardar el secreto aun que fuerasólo por breve tiempo. Marya Aleksandrovnatenía hechos sus cálculos.-En un tris hizo sucomposición de lugar, y el plan de apaciguar aMozglyakov preparado.

-¿Qué tiene usted, mon ami? -preguntóacercándose a él y alargándole amistosamentela mano.

-¿Qué es eso de mon ami? -gritó encolerizado-.¿Después de lo que ha hecho usted me viene

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todavía con lo de mon ami? ¡Ya basta, señoramía! ¿O es que cree que va a engañarme denuevo?

-Lamento mucho, pero mucho, verle en eseestado de ánimo tan extraño, Pavel Aleksan-drovich. ¡Qué manera de hablar! ¡No moderausted sus palabras ni en presencia de una seño-ra!

-¡En presencia de una señora! ¡Usted... será loque quiera, pero no es una señora! -exclamóMozglyakov.

No sé lo que quería expresar con su exclama-ción, pero probablemente algo tremebundo.

Marya Aleksandrovna le miró en el rostrocon dulzura.

-¡Siéntese! -dijo con tristeza, señalándole elsillón en el que un cuarto de hora antes habíadescansado el príncipe.

-¡Pero escuche, por favor, Marya Aleksan-drovnal -exclamó Mozglyakov perplejo-. Memira usted como si no tuviera culpa ninguna y

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como si yo fuera el culpable. ¡Eso no puedeser!... ¡Ese tono!... ¡Esto ya no hay quien loaguante ... ! ¿Lo sabe usted?

-Amigo mío -respondió Marya Aleksandrov-na-, me permitirá usted que siga llamándoleasí, porque no tiene usted mejor amiga que yo.¡Amigo mío! Usted sufre, usted está atormen-tado. Usted se siente herido en su propio co-razón -y por eso no es extraño que me hable enese tono-. Pero he decidido descubrirle a ustedtodo mi corazón, todo él, y cuanto antes, por-que yo misma me siento algo culpable anteusted. Siéntese y hablemos.

La voz de Marya Aleksandrovna tenía unasuavidad enfermiza. El sufrimiento se dibujabaen su rostro. Mozglyakov, pasmado, se sentó enun sillón junto a ella.

-¿Ha estado usted escuchando? -continuó ellamirándole con reproche.

-¡Sí, he estado escuchando! ¡Claro que he es-tado escuchando! De lo contrario hubiera sido

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un zopenco. Por lo menos me he enterado detodo lo que ustedes estaban tramando contramí -respondió Mozglyakov groseramente,azuzándose y envalentonándose con el propioenojo.

-¿Y usted, usted, con su educación y sus bue-nos principios ha sido capaz de tal cosa? ¡Diosmío!

Mozglyakov saltó materialmente de su asien-to.

¡Pero Marya Aleksandrovna! -gritó-. ¡Esto yapasa de castaño oscuro! ¡Recuerde lo que ustedmisma ha acabado por hacer con sus principios,y luego condene a los demás!

-Una pregunta más -agregó ella sin contestara las de él-. ¿Quién le dio a usted la idea deescuchar? ¿Quién le vino con cuentos? ¿Quiénestaba espiando aquí? Eso es lo que yo quierosaber.

-Disculpe, pero no se lo digo.

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-Bien. Ya me enteraré yo por mi cuenta. Co-mo iba diciendo, Paul, me siento culpable anteusted. Pero si examina de cerca todas las cir-cunstancias del caso, verá que si soy culpable,lo soy sólo porque quería para usted el mayorbien posible.

-¿Para mí? ¿El bien? ¡Pero esto es intolerable!¡Le aseguro que ya no me dejo engañar! No soyun chicuelo.

Y diciendo esto, se removió con tal violenciaen su sillón que lo hizo crujir.

-Por favor, amigo mío, serénese si puede.Escúcheme con atención y usted mismo se con-vencerá. En primer lugar, yo quería explicarletodo, todo y en seguida, y de ese modo hubierasabido de mí todo el asunto, hasta en sus deta-lles más nimios, sin tener que rebajarse a escu-char a las puertas. Y si no lo hice de antemanofue sólo porque el asunto estaba todavía enproyecto. Podía ocurrir que no cuajara. Ya veque soy franca con usted. En segundo lugar, no

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culpe a mi hija. Le quiere a usted con delirio, yno puede usted figurarse el esfuerzo que me hacostado apartarla de usted y convencerla deque acepte la propuesta del príncipe.

-Acabo de tener el placer de recibir la pruebamás completa de ese amor delirante -apuntóMozglyakov con ironía.

-Bien, ¿y usted, cómo habló con ella? ¿Es quehabla así un enamorado? O, mejor aún, ¿es quehabla así una persona bien educada? ¡Usted lairritó y la insultó!

-No es cuestión de educación ahora, MaryaAleksandrovna. Porque esta mañana, despuésde hacerme tantas carantoñas, cuando salí conel príncipe me pusieron ustedes como chupa dedómine. Las cosas claras, señora. Lo sé absolu-tamente todo.

-¿Y probablemente de la misma fuente in-munda? -preguntó Marya Aleksandrovna, son-riendo con desdén-. Sí, Pavel Aleksandrovich,le puse a usted como chupa de dómine, hablé

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mal de usted y confieso que buen trabajo mecostó. Pero el hecho mismo de verme forzada ahacer todo esto ante ella, incluso a calumniarle,prueba lo difícil que fue arrancarle el consenti-miento de que le despidiera a usted. ¡Hombremás miope! Si ella no le quisiera, ¿necesitaríayo difamarle, presentarle bajo un aspecto ridí-culo e indigno, recurrir a estas medidas extre-mas? ¡No sabe usted de la misa la media! Tuveque valerme de la autoridad de una Madre pa-ra arrancarle a usted de su corazón, y aun des-pués de esfuerzos increíbles logré sólo un con-sentimiento aparente. Si nos ha estado ustedescuchando, habrá notado que ella no meapoyó ante el príncipe ni con una palabra nicon un gesto. En toda esa escena apenas dijoesta boca es mía. Cantó como una autómata.Tenía el alma traspasada de tristeza; y de lásti-ma por ella me llevé de aquí al príncipe. Estoysegura de que, una vez sola, rompió a llorar.Cuando entró usted, habrá notado sus lágri-mas...

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Mozglyakov recordó en efecto que, al entraren la habitación, notó que Zina estaba llorando.

-Pero usted, usted, ¿por qué se ha puesto con-tra mí, Marya Aleksandrovna? --exclamó él-.¿Por qué me insultó, por qué me calumnió, co-mo usted misma confiesa ahora?

-¡Ah, ésa es otra cosa! Si me lo hubiera ustedpreguntado al principio con buenas maneras,ya hace tiempo que hubiera tenido contesta-ción. Sí, tiene usted razón. He hecho todo eso ylo he hecho sola. No meta usted en ello a Zina.¿Que por qué lo he hecho? Le contesto que, enprimer lugar, por Zina. El príncipe es rico, bienconocido, está bien relacionado, y, casándosecon él, Zina alcanza un espléndido partido.Cuando él muera -y quizá sea pronto, porquetodos, el que más el que menos, somos morta-les- Zina será una viuda joven, princesa, quizámuy rica, y pertenecerá a la más alta sociedad.Entonces podrá casarse con quien le dé la gana,podrá hallar un partido riquísimo. Ahora bien,se casará por supuesto con el hombre a quien

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quiera, con el hombre a quien quería antes, y aquien destrozó el corazón cuando se casó con elpríncipe. Bastaría sólo el remordimiento paraobligarle a expiar su conducta con la persona aquien había querido antes.

-¡Hum! -rezongó Mozglyakov mirándose fi-jamente las botas.

-En segundo lugar, y a esto aludiré sólo depaso -prosiguió Marya Aleksandrovna- porquequizás usted tampoco lo comprende... Usted leea ese Shakespeare de sus pecados y saca de éltodos sus sentimientos elevados, pero en lascosas de este mundo, aunque es usted muybueno, es usted demasiado joven. ¡Y yo soy ma-dre, Pavel Aleksandrovich! Escuche, pues. Casoa Zina con el príncipe hasta cierto punto por élmismo, porque quiero salvarle con este matri-monio. Ya antes he tenido mucho afecto a estenoble anciano, tan excelente, tan caballeresca-mente generoso. Éramos amigos. Él no es felizen las garras de ese demonio de mujer, que lelleva derechito al sepulcro. Bien sabe Dios que

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he consentido que Zina se case con él sólo des-pués de hacerle ver todo lo que hay de sagradoen su sacrificio. A ella la seduce la nobleza delos sentimientos, el encanto de la hazaña. Enella hay también algo caballeresco. Yo le herepresentado lo excelsamente cristiano de ser elapoyo, el consuelo, la amiga, la hija, la beldad,el ídolo de alguien a quien quizá sólo le quedaun año de vida. En los últimos días de su vidase vería rodeado de luz, amistad, amor, en lu-gar de verse oprimido por una mujer repug-nante, el temor y la desespeperación. ¡Un paraí-so le parecerían esos días de su ocaso! ¿Quéegoísmo hay en eso? A ver, dígame, por favor.Más que egoísmo, ésta es la conducta de unahermana de la caridad.

-¿Así pues..., ha hecho usted todo eso sólo porel príncipe, como obra de una hermana de lacaridad? -gruñó Mozglyakov con voz sarcásti-ca.

-Esa pregunta también la entiendo, PavelAleksandrovich. Está bastante clara. ¿Usted

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quizá piensa que aquí combinamos jesuítica-mente el provecho del príncipe y el provechopropio? Bueno, ¿y qué? Puede que me pasaranpor la cabeza tales cálculos, pero no fueron je-suíticos, sino involuntarios. Sé que le asombraesta franca confesión, pero sólo le pido, PavelAleksandrovích, que no mezcle en ello a Zina.Ella es pura como una paloma; no hace cálcu-los; sólo sabe amar, hija mía querida. Si alguienha hecho cálculos he sido yo, yo sola. Pero paraempezar, examine rigurosamente su concienciay dígame: en una situación como ésta ¿quién noharía cálculos en mi lugar? Calculamos nues-tros beneficios hasta en nuestras acciones másirreprochables y magnánimas, y lo hacemos sinquerer, sin pensar. Es indudable que casi todosnos enganamos cuando tratamos de conven-cernos de que obramos sólo por los motivosmás nobles. Yo no quiero engañarme a mí mis-ma. Confieso que junto a la pureza de mis in-tenciones ha habido cálculo también. Pero,pregúntese a favor de quién hago estos cálcu-

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los. Yo ya no tengo necesidad de nada, PavelAleksandrovich. Mi vida pertenece al pasado.Yo he hecho cálculos por ella, por ese ángelmío, por mi niña. ¿Qué madre me culparía enun caso así?

Los ojos de Marya Aleksandrovna se llenaronde lágrimas. Pavel Aleksandrovich escuchabaasombrado esta cándida confesión y parpadea-ba confuso.

-Bueno, sí, ¿qué madre ... ? -dijo por fin-. Us-ted canta muy bien, Marya Aleksandrovna,pero... pero ¡me dio usted su palabra! ¡Me diousted esperanzas! Y de mí ¿qué? Piénselo. Por-que ¿en qué situación quedo yo ahora?

-¿Pero puede usted creer que no he pensadoen usted, mon cher Paul? Muy al contrario. Entodos estos cálculos hay una ventaja tan enor-me para usted que ella ha sido uno de los moti-vos principales de que lleve a cabo mis planes.

-¡Ventaja para mí! -exclamó Mozglyakov, estavez estupefacto de veras-. ¿Cómo es eso?

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-¡Dios mío! ¿Pero es posible que sea usted taninocente y corto de vista? -prorrumpió MaryaAleksandrovna levantando los ojos al cielo-.¡Oh, juventud, juventud! Esto es lo que resultade leer a ese Shakespeare, de soñar, de imagi-narse que uno vive, cuando vive con la menteajena, con pensamientos ajenos. ¿Usted pregun-ta, mi buen Pavel Aleksandrovich, qué ventajahay en esto para usted? Permítame que, paraaclarar las cosas, le diga algo de paso: Zina lequiere; eso es indudable. Pero he notado que, apesar de su cariño evidente, siente en el fondocierta desconfianza hacia usted, hacia sus bue-nos sentimientos, hacia sus inclinaciones. Henotado que a veces, como de propósito, semuestra encogida y fría con usted, lo cual resul-ta de la duda y el recelo. ¿No lo ha notado us-ted mismo, Pavel Aleksandrovich?

-Lo he notado, sí; y hoy, por cierto... Pero¿qué quiere usted decir, Marya Aleksandrov-na?

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-Ya ve, usted mismo lo ha notado. Así, pues,no me equivocaba. Ella, por algún motivo raro,sospecha de la constancia del carácter de usted.Yo, que soy madre, ¿cómo no voy a adivinar loque pasa en el corazón de mi hija? Imagíneseahora que, en lugar de entrar corriendo en lahabitacion con quejas y aun con despropósitos,de irritar, ofender, insultar a una joven honra-da, bella, orgullosa, y reforzar con ello sin que-rer sus sospechas de que no es usted de fiar;imagínese que hubiera usted recibido esa noti-cia con mansedumbre, con lágrimas de compa-sión, quizá, sí, con desesperación, pero con no-bleza de espíritu...

-¡Humm ... !-No, no me interrumpa, Pavel Aleksandro-

vith. Quiero esbozarle a usted todo el cuadropara que quede fijo en su imaginación. Figúreseque se hubiera acercado usted a ella y le hubie-ra dicho: «Zinaida, te quiero más que a mi vida,pero cuestiones de familia nos separan. Com-prendo estas cuestiones. Tu felicidad depende

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de esas cuestiones y yo no me atrevo a opo-nerme a ellas. Zinaida, ¡adiós! ¡Sé feliz si pue-des!» Y entonces la hubiera usted mirado conojos de víctima propiciatoria, por así decirlo;¡imagínese todo esto y piense en el efecto quetales palabras hubieran producido en su co-razón!

-Sí, Marya Aleksandrovna, pongamos que to-do eso es como usted dice. Comprendo todoeso..., pero, bueno .... aun si lo hubiera hechoasí, no habría resultado nada...

-No, no, no, amigo mío. No me interrumpa.Insisto en bosquejar todo el cuadro, en todossus detalles, para que quede usted impyesiona-do como es debido. Imagínese que más tarde, alcabo de cierto tiempo, tropieza usted con ellaen la alta sociedad; que la encuentra en un bai-le, bajo una iluminación brillante y a los acor-des de una música arrebatadora, entre un gru-po de mujeres espléndidas, y que en medio detal fiesta es usted el único que está triste, pensa-tivo, pálido, apoyado en una columna (aunque

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de modo que se le vea), y que la sigue con losojos por entre el torbellino de la danza. Ella estábailando. Alrededor de usted flotan los ritmosseductores de la música de Strauss, las in-geniosas agudezas de la alta sociedad.... y ustedsigue solo, pálido y con el corazón destrozadopor la pasión. ¿Qué sentirá entonces Zina?Piénselo, ¿con qué ojos le mirará? «Y yo-pensará- ¡y yo que dudaba de este hombre queme lo ha sacrificado todo y que ha destrozadosu corazón por mí! No cabe duda de que el an-tiguo amor reverdecerá en ella con fuerza irre-sistible.

Marya Aleksandroyna hizo una pausa pararecobrar aliento. Mozglyakov se revolvió en elsillón con tal brío que una vez más lo hizo cru-jir. Marya Aleksandrovna continuó.

-Por causa de la salud del príncipe, Zina va alextranjero, a Italia,, a España..., a España, consus mirtos, sus limones, su cielo azul, su Gua-dalquivir, país de amor, donde no es posiblevivir sin amor, donde el aire, por así decirlo,

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arrastra rosas y besos. Usted, claro, la sigue allí,sacrificando su trabajo, sus relaciones, todo.Allí se inicia el amor de ustedes con vigor in-contenible; amor, juventud, España. ¡Dios mío!Ni que decir tiene que ese amor es casto, sagra-do; acaban ustedes por languidecer mirándoseuno al otro. ¡Ya me entiende usted, mon ami!Claro que habrá gentes mezquinas e insidiosas,monstruos, que afirmarán que lo que le ha lle-vado a ustedes al extranjero no ha sido un sen-timiento de parentesco hacia un anciano impe-dido. De propósito ha llamado casto a su amorporque acaso estas gentes le den significadomuy distinto. Pero soy madre, Pavel Aleksan-drovich; ¿cómo podría yo enseñarle nada inde-coroso? Por supuesto que el príncipe no estaráen condiciones de vigilarles, pero ¿qué más da?¿Cabe basar en ello una calumnia tan vil? Porfin morirá él bendiciendo su suerte. Dígame:¿con quién se casaría Zina sino con usted? Us-ted es un pariente tan lejano del príncipe queno puede haber ningún impedimento para el

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matrimonio. Usted la hará suya siendo ella jo-ven, rica, conocida. ¡Y en qué momento! Cuan-do los más destacados aristócratas se enorgu-llecerían de casarse con ella. Con su ayuda al-canzará usted el puesto que le corresponde enel círculo más alto de la sociedad. Con su ayudarecibirá usted un alto puesto en la ad-ministración. Ahora tiene usted ciento cincuen-ta siervos, pero entonces será rico. El príncipecuidará de todo en su testamento; ya me encar-garé yo de ello.

Y, por último, lo importante: ella tendrá plenafe en usted, en su corazón, en sus sentimientos,y usted será para ella un héroe de la virtud y elsacrificio... Y usted, después de esto, ¿ustedpregunta cuál será su provecho? Pero, hombre,hay que ser ciego para no notar, para no enten-der, para no calcular tal provecho, cuando estáa dos pasos de usted, cuando le mira a usted yle sonríe, y le dice: «¡Soy yo, tu provecho!» Pa-vel Aleksandrovich, ¡por Dios santo!

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-¡Marya Aleksandrovna! --exclamó Mozglya-kov con insólita agitación- ¡Ahora lo compren-do todo! Me he portado con grosería, con mez-quindad, con vileza.

Se levanto de un salto del asiento y se asió delos cabellos.

-Y sin prudencia -agregó Marya Aleksan-drovna-; sobre todo sin prudencia.

-Soy un asno, Marya Aleksandrovna -gritócasi desesperado. -Ahora todo está perdido,porque la amo hasta la locura.

-Quizá no esté todo perdido -añadió la señoraMoskaleva en voz baja, como cavilando algunacosa.

-¡Ah, si fuera posible! ¡Ayúdeme! ¡Instrúya-me! ¡Sálveme! Y Mozglyakov rompió a llorar.

-Amigo mío -dijo Marya Aleksandrovnaalargándole la mano-, lo ha hecho usted porexceso de fiebre, por ardiente pasión, o lo quees igual, por el amor que le tiene. ¡Estaba usted

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desesperado, perdió el tino! Ella, claro, debieracomprender eso...

-¡La amo con locura y estoy dispuesto por ellaa sacrificarlo todo! -exclamó Mozglyakov.

-Mire, yo le disculparé ante ella...-¡Marya Aleksandrovna!-Sí, yo me encargo de ello. Yo le guío a usted.

Usted le dice palabra por palabra lo que yoacabo de decirle a usted.

-¡Ay, Marya Aleksandrovna, qué buena es us-ted!... Pero ¿no habrá que hacerlo en seguida?

-¡Dios no lo permita! ¡Qué poca experienciatiene usted! ¡Con lo orgullosa que es ella, lotomaría como una nueva grosería, como unainsolencia! Mañana lo arreglo yo todo. Y ahoraváyase a algún sitio, aunque sea a casa de esemercader ...; venga a la noche, quizá, pero no selo aconsejaría.

-¡Voy, voy! ¡Dios mío, me salva usted! Unapalabra más: ¿y si el príncipe no se muere tanpronto?

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-¡Pero, santo Dios, que inocentón es usted,mon cher Paul! Al contrario, debemos rogar aDios por su salud. De todo corazón debemosdesear larga vida a ese anciano tan simpático,tan bueno, tan caballerescamente noble. Yo seréla primera en rogar a Dios noche y día conlágrimas en los ojos por la felicidad de mi hija.Pero ¡ay! la salud del príncipe no ofrece espe-ranzas. Por añadidura, será menester ahora ir ala capital e introducir a Zina en el mundo. Te-mo ¡ay cómo lo temo! que el pobre señor nollegue a realizar todo eso. Pero rezaremos, cherPaul, y el resto queda en manos de Dios. ¡Váya-se ahora! Le bendigo, mon ami. Tenga esperan-za, paciencia, valor; ¡lo importante es tener va-lor! Yo nunca he dudado de la nobleza de sussentimientos...

Le apretó fuertemente la mano y Mozglyakovabandonó la habitación de puntillas.

-Bueno, me he librado de un mantecato -dijoella en tono de triunfo-. Quedan otros...

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Se abrió la puerta y entró Zina, más pálidaque de ordinario. Le brillaban los ojos.

-¡Mamá -dijo- acabe pronto porque no aguan-to más! Todo esto es tan inmundo y vil queestoy dispuesta a escaparme de casa. ¡No meatormente más! ¡No me martirice! ¡Toda estaporquería me causa náusea, ¿sabe usted? náu-sea!

-¡Zina! ¿Qué te pasa, ángel mío? ¡Has estado...escuchando! -exclamó Marya Aleksandrovnamirando a Zina con fijeza e inquietud.

-Sí, he estado escuchando. ¿No quiere ustedavergonzarme a mí también, como ha hechocon ese idiota? Mire, le juro que si sigue ustedtorturándome así y haciéndome representartoda clase de papeles degradantes en esta infa-me comedia, doy al traste con todo y puntofinal. Ya es bastante que haya aceptado la infa-mia principal. ¡Esta cochambre me produceasfixia! -y salió dando un portazo.

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Marya Aleksandrovna la siguió fijamente conlos ojos y quedó pensativa.

-¡Hay que darse prisa, prisa! -dijo sintiendoun escalofrío-. Es ella la dificultad principal, elmayor peligro. Y si estos granujas no nos dejanen paz y lo proclaman por toda la ciudad -loque probablemente han hecho ya- todo estáperdido. Ella no resistirá este fregado y renun-ciará a todo. Sea como sea es preciso llevarse alpríncipe a la casa de campo. Voy volando allíprimero, recojo al cretino de mi marido y me lotraigo aquí. ¡Para algo, al fin y al cabo, habrá devaler! Mientras tanto el viejo habrá echado susiesta y podremos irnos.

Tiró del cordón de la campanilla.-¿Qué hay de los caballos? -preguntó al cria-

do que entró.-Hace rato que están listos, señora -respondió

el lacayo.

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Los caballos habían sido pedidos en el mismomomento en que Marya Aleksandrovna con-ducía al príncipe al piso de arriba.

Se vistió, pero no sin antes ir un instante a vera Zina para comunicarle a grandes rasgos sudecisión y darle algunas instrucciones. PeroZina no pudo escucharla. Estaba en la cama conel rostro hundido en la almohada y, los brazosdesnudos hasta el codo, lloraba a lágrima vivay se arrancaba el cabello largo y espléndido. Devez en cuando se estremecía como si un esca-lofrío le corriera por todos los miembros. Mar-ya Aleksandrovna empezó a decirle algo, peroZina ni siquiera levantó la cabeza.

Marya Aleksandrovna permaneció un rato depie junto a ella, salió confusa de la habitación y,para resarcirse, subió al carruaje y mandó salira toda velocidad.

-¡Qué fastidio que Zina haya estado escu-chando! -pensaba al montarse-. He tratado depersuadir a Mozglyakov casi con las mismas

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palabras que a ella. Es orgullosa y quizá sehaya ofendido... Bueno, lo que de veras importaes que haya bastante tiempo para arreglarlotodo antes de que la gente huela algo. ¡Qué lás-tima! ¿Y si ahora el idiota de mi marido no estáen casa?

Y sólo de pensar en ello se sentía poseída deuna rabia que no auguraba nada bueno paraAfanasi Matveich. Rebullía de impaciencia ensu asiento. Los caballos la arrastraban al galope.

XEl carruaje volaba. Ya hemos dicho que esa

misma mañana había surgido una idea genialen la mente de Marya Aleksandrovna cuandoiba en persecución del príncipe por la ciudad.De esa idea habíamos prometido ocuparnos ensu debido lugar. Pero el lector ya la conoce.Consistía en secuestrar por su cuenta al prín-cipe y llevárselo lo antes posible a la casa decampo que tenía a corta distancia de la ciudad,

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y en la que lejos del mundanal ruido florecía elbienaventurado Afanasi Matveich. No oculta-mos que Marya Aleksandrovna iba sintiendocada vez con más fuerza una inquietud inex-plicable. Esto les sucede aun a los héroes másauténticos, precisamente cuando alcanzan suobjetivo. Un cierto instinto le sugería que erapeligroso permanecer en Mordasov. «Pero unavez en el campo -razonaba ella- ¡por mí, quetodo el pueblo se ponga patas arriba!» Por su-puesto, que ni en el campo había tiempo queperder. Todo podía suceder, absolutamentetodo, aunque nosotros por supuesto no demosfe a los rumores que sobre nuestra heroínahicieron correr más tarde sus detractores, segúnlos cuales la señora temía hasta a la policía enaquellos momentos. En una palabra, se perca-taba de que era menester casar a Zina con elpríncipe cuanto antes. Los medios estaban alalcance de la mano. El sacerdote local podíacasarlos en la casa de campo. La boda podíacelebrarse dos días después, y en caso de abso-

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luta necesidad incluso al día siguiente. Porque,como es sabido, hay enlaces que se han arre-glado en un par de horas. Había que hacer veral príncipe que tal premura, con ausencia defestejos, de esponsales, de damas de honor, eraun indispensable comme il faut; había que indu-cirle a creer que ello resultaría más aristocráticoy decoroso. Por último, sería posible presentar-lo todo como si fuera una aventura romántica ypulsar de ese modo la cuerda más sentimentaldel corazón del príncipe. En un caso extremocabría hasta emborracharle o, mejor todavía, te-nerle continuamente ebrio. Después, pasara loque pasara, Zina sería ya princesa; y aun si noera posible evitar el escándalo, en Petersburgoo Moscú por ejemplo, donde el príncipe teníaparientes, también para ello había remedio. Enprimer lugar, todo eso estaba aún por suceder;en segundo lugar, Marya Aleksandrovna creíaque en la alta sociedad casi nada ocurría sinescándalo, especialmente en materia de caso-rios; más aún, que era de buen tono, ya que,

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según ella, los escándalos en ese elevado nivelsocial tendrían que ser por algún concepto es-peciales, grandiosos, algo por el estilo de Mon-tecristo o las Mémories du Diable. Bastaría, porúltimo, con que Zina se presentara en la altasociedad y que su mamá la apoyara para quetodos, sin excepción, quedaran subyugados alinstante; y ninguna de esas condesas y prince-sas, individual o colectívamente, estaría encondiciones de aguantar los latigazos verbales,al estilo de Mordasov, que sin ayuda de nadieestaría dispuesta a darles Marya Aleksan-drovna. En consecuencia de estas figuracionesMarya Aleksandrovna volaba ahora a suhacienda rural en busca de Afanasi Matveich, aquien, en sus cálculos, señalaba ahora una fun-ción indispensable. En realidad, llevar alpríncipe a la casa de campo suponía llevarlo aAfanasi Matveich, a quien quizá el príncipe notuviera muchas ganas de conocer. Pero si, porotra parte, Afanasi Matveich extendía una invi-tación, el asunto tomaría entonces un cariz dife-

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rente; amén de que la presencia de un padre defamilia bien plantado y de edad avanzada, ves-tido de frac y con corbata blanca, sombrero enmano, venido exprofeso de tierras lejanas encuanto se hubo enterado de la llegada delpríncipe, podía producir un efecto sobremaneraagradable, podía incluso halagar la vanidad delprócer. Marya Aleksandrovna opinaba que aéste le sería difícil declinar una invitación hechatan de propósito y con tanta ceremonia. El ca-rruaje cubrió por fin las tres verstas, y el coche-ro Safron detuvo los caballos ante la entrada deun edificio de madera, largo, de una sola plan-ta, bastante maltrecho y ennegrecido por losaños, con una larga hilera de ventanas y rodea-do por todos lados de viejos tilos. Era la casarural y la residencia veraniega de Marya Alek-sandrovna. En la casa había ya luces encen-didas.

-¿Dónde está ese idiota? -gritó Marya Alek-sandrovna entrando como un huracán en elcuarto-. ¿Por qué está aquí esta toalla? ¡Ah, se

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estaba secando! ¿Otra vez bañándose? ¡Y eso debeber té sin parar! ¿Por qué me miras con esosojos saltones, so mentecato? ¿Cómo es que no lehan cortado el pelo? ¡Grishka! ¡Grishka! ¡Grish-ka! ¿Por qué no has cortado el pelo al señorcomo te lo mandé la semana pasada?

Al entrar en la habitación, Marya Aleksan-drovna se proponía saludar a Afanasi Matveichcon mucha más suavidad, pero viendo quevenía del baño y que con deleite tomaba el té,no pudo contener la mas amarga indignación.A decir verdad ¡tanto trabajo y ajetreo por partede ella y tanto bendito quietismo por parte deAfanasi Matveich, hombre inútil e incapaz paranada! Ese contraste le dio al momento una pun-tada en el corazón. Mientras tanto, el menteca-to, o, para hablar con más respeto, aquel aquien se llamaba mentecato, estaba sentadojunto al samovar y, con terror insensato, abiertala boca y saltones los ojos, miraba a su cónyuge,petríficado ante su aparición. Del vestíbulosurgió la figura soñolienta y desmañada de

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Grishka, que miraba con pasmo toda esta esce-na.

-Porque no se ha dejado, por eso no se los hecortado -respondió con un gruñido sordo-.«Mire el señor, le he dicho, que de repente sepresenta la señora y nos va a echar una broncaa los dos, y ¿qué vamos a hacer entonces?»«No, espera, me ha dicho, porque el domingovoy a rizarme el pelo y para eso necesito te-nerlo largo.»

-¿Cómo? ¿Con que se lo riza? ¿Y has pensadorizártelo en mi ausencia? ¿Qué moda es ésa? ¿Ycrees que te va bien con esa cabezota de paloque tienes? ¡Dios, qué desbarajuste hay aquí!¿A qué huele? A ti te lo pregunto, bestia, ¿a quéhuele aquí? -gritaba la esposa apremiando cadavez más al inocente y ya aturdido Afanasi Mat-veich.

-¡Ma... madrecita! -murmuró el atemorizadomarido sin levantarse de su sitio y mirando con

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ojos suplicantes a quien así le tiranizaba-. ¡Ma...ma... madrecita!

-¿Cuántas veces te he de meter en esa cabezade burro que no soy tu madre? ¿Qué madrecitasoy para ti, pedazo de pigmeo? ¿Cómo te atre-ves a dar ese nombre a una dama noble cuyolugar está en la mejor sociedad y no junto a unasno como tú?

-Pero... pero si tú, Marya Aleksandrovna, eresal cabo mi esposa legítima...; por eso te hablo...conyugalmente... -dijo Afanasi Matveich, al-zando al mismo tiempo ambas manos sobre lacabeza para protegerse el cabello.

-¡Zopenco! ¡Pedazo de.adoquín! ¿Habráse oí-do una contestación más tonta? ¡Esposa legíti-ma! ¿Pero es que se estilan todavía las esposaslegítimas? ¿Es que hay alguien hoy, en la altasociedad, que use esa estúpida palabra, legíti-ma, esa palabreja repugnante propia de un se-minarista? ¿Y cómo te atreves a recordarme quesoy tu mujer cuando yo procuro con todas mis

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fuerzas y por todos los medios olvidarme deello? ¿Por qué te tapas la cabeza con las manos?¡Miren cómo tiene el pelo! ¡Chorreando todo él!No se le seca en tres horas. ¿Y cómo llevármeloahora? ¿Cómo presentárselo a la gente? ¿Quéhacer ahora?

Y Marya Aleksandrovna se retorcía las manosde rabia, corriendo de un extremo al otro de lahabitación. El apuro era de menor cuantía yremediable, pero lo que sucedía era que MaryaAleksandrovna no podía poner coto a su genioimperioso y arrollador. Le era necesario des-ahogar continuamente su enojo en AfanasiMatveich, porque la tiranía es una costumbreque llega a ser necesidad. Al fin y al cabo, todoel mundo sabe de qué contrastes son capaceslas damas refinadas de la buena sociedadcuando están entre bastidores, y yo he queridodescribir ese contraste. Afanasi Matveích seguíatrémulo las evoluciones de su esposa y sudabacon sólo mirarla.

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-¡Grishka! -exclamó por fin la dama-, hay quevestir en seguida al señor: frac, pantalón, corba-ta blanca, chaleco. ¡Hala, vamos! ¿Dónde estásu cepillo para el pelo? ¿Dónde?

-¡Madrecita, pero si acabo de salir del baño!Puedo resfriarme si vamos a la ciudad...

-No te resfriarás.-Pero tengo el pelo mojado...-¡Ya verás cómo te lo secamos! Grishka, tú

toma el cepillo y frótale la cabeza hasta que estéseca. ¡Más fuerte! ¡Más fuerte! ¡Más! ¡Así! ¡Así!

Ante este mandato, el fiel y servicial Grishkase puso con todas sus fuerzas a secar los cabe-llos de su amo, cogiéndole del hombro paramayor comodidad y obligándole a inclinarsesobre el diván. Afanasi Matveich arrugó el en-trecejo y casi estuvo a punto de llorar.

-¡Ahora ven acá! ¡Levántale, Grishka! ¿Dóndeestá la pomada? ¡Agáchate! ¡Agáchate, sinver-güenza! ¡Agáchate, bruto!

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Y Marya Aleksandrovna, con sus propiasmanos, se puso a aplicar el unto a su marido,tirándole sin piedad del cabello entrecano queel desgraciado no se había dejado cortar. Afa-nasi Matveich suspiraba, gemía, pero no lanzóun solo grito y aguantó con humildad toda laoperación.

-¡Me estás sorbiendo la sangre, cretino!-prosiguió Marya Aleksandrovna-. ¡Pero agá-chate más! ¡Agáchate!

-¿Cómo que te estoy sorbiendo la sangre,madrecita? -masculló el marido bajando la ca-beza todo lo posible.

-¡Estúpido! ¡No entiende la alegoría! ¡Ahorapéinate! ¡Y tú, vístele! pero ¡hala! ¡de prisa!

Nuestra heroína se sentó en un sillón y, conmirada inquisitorial, estuvo siguiendo todo elceremonial del atavío de Afanasi Matveich.Mientras tanto, él logró descansar un poco ycobrar ánimos; y cuando llegó el momento deque se le anudara la corbata blanca, hasta se

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atrevió a expresar una opinión propia acerca dela forma y hermosura del nudo. Por último,cuando se le puso el frac, el respetable caballerorecobró por completo su aplomo y empezó amirarse en el espejo con cierta estimación.

-¿A dónde me llevas, Marya Aleksandrovna?-preguntó acicalándose.

Marya Aleksandrovna no podía dar crédito asus oídos.

-¿Habéis oído? Animal disecado, ¿cómo teatreves a preguntanne que a dónde te llevo?

-Pero, madrecita, es preciso saber...-¡A callar! ¡Ay de ti si me llamas una sola vez

madrecita en el sitio a que vamos! Te dejo sin téun mes entero.

El aterrado marido guardó silencio.-¡Se habrá visto! ¡El muy indecente no ha ga-

nado ni una sola condecoración -prosiguió ellamirando con desprecio el frac negro de AfanasiMatveich.

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Afanasi Matveich acabó por ofenderse.-Las condecoraciones, madrecita, las concede

el gobierno, y yo soy un consejero y no un in-decente -replicó con noble indignación.

-¿Qué? ¿Qué es eso? ¿Has aprendido a razo-nar aquí? ¡So patán! ¡So pringoso! Lástima queno tenga tiempo ahora para arreglarte las cuen-tas, que si no... Pero ya me acordaré más tarde.¡Dale el sombrero, Grishka! ¡Dalé el gabán!Aquí hay que arreglar estas tres habitacionesmientras que yo estoy fuera. ¡Mano a las esco-bas en seguida! Quitad los guardapolvos de losespejos y de los relojes y que todo esté listo pa-ra dentro de una hora. Y tú ponte también defrac y reparte los guantes a los criados. ¿Oyes,Grishka, oyes?

Subieron al carruaje. Afanasi Matveich estabaconfuso, perplejo. Entretanto, Marya Aleksan-drovna iba pensando en cómo meterle en lacabeza a su marido ciertas instrucciones, inelu-

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dibles en la actual situación de él. Pero el mari-do le tomó la delantera.

Hoy, ¿sabes, Marya Aleksandrovna? he teni-do un sueño de lo más original -anunció ines-peradamente en medio del silencio mutuo.

-¡Vaya con el fantoche! ¡Y ahora a mí se me haido el santo al cielo! ¡Valiente sueño! ¡Y te atre-ves a importunarme con tus sueños de patán!¡Original! ¿Es que tú entiendes lo que es origi-nal? Escucha, porque es la última vez que te lodigo: si con una sola palabra te atreves hoy arecordarme tu sueño o cualquier otra cosa, te...bueno, ¡no sé lo que hago contigo! Escuchabien: hoy ha venido a casa el príncipe K. ¿Teacuerdas del príncipe K.?

-Sí, madrecita, me acuerdo. ¿A qué se debe lavisita?

-Calla, eso no te importa. Tú, como amo de lacasa debes invitarle con especial amabilidad aque venga en seguida a nuestra casa de campo.A eso te llevo. Hoy pues, cogemos y nos veni-

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mos. Pero si tú te atreves a decir una sola pala-bra en toda la noche, o mañana, o pasado, ocualquier otro día, te pongo a guardar gansosun año entero. No digas nada. Ni pío. En esocon siste lo que tienes que hacer. ¿Entendido?

-Pero ¿y si me preguntan algo?-Te callas de todos modos.-Pero es imposible callar a todo, Marya Alek-

sandrovna.-En ese caso responde con monosílabos. Di,

por ejemplo, «humm ... », o algo por el estilo,,para demostrar que eres hombre inteligente yque piensas antes de contestar.

-Humm...-Entiéndeme. Te llevo para que digas que te

has enterado de la llegada del príncipe, y que,encantado con su visita, has venido corriendo acumplimentarle y a invitarle a la casa de cam-po. ¿Entiendes?

-Humm...

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-¡Todavía no es hora de «humear», idiota!¡Contéstame!

-Bueno, madrecita, todo se hará según tus de-seos. Pero ¿por qué tengo que invitar al prínci-pe?

-¿Qué es eso? ¿Otra vez razonando? ¿Y a tiqué te importa por qué? ¿Cómo te atreves apreguntarlo?

-Pero vuelvo a lo mismo, Marya Aleksan-drovna. ¿Cómo voy a invitarle si me mandasque me calle?

-Yo hablaré por ti, y tú no haces más que in-clinarte ¿me oyes?, sólo inclinarte con el som-brero en la mano. ¿ Entiendes?

-Entiendo, mad .... Marya Aleksandrovna.-El príncipe es sumamente ingenioso. Si dice

algo, aunque no se dirija a ti, tú contestas a to-do con afabilidad y con una sonrisa alegre,¿comprendes?

-Humm...

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-¿«Humeando» otra vez? ¡Conmigo no se«humea»! Contesta sencilla y directamente: ¿meoyes o no?

-Te oigo, Marya Aleksandrovna, te oigo.¿Cómo no te voy a oír? Si digo «humm» es paraacostumbrarme, como me has mandado. Sóloque vuelvo otra vez, madrecita, a eso de que elpríncipe dice algo y tú me mandas que le mirey me sonría. Bueno, suponte que me preguntaalgo.

-¡Pero qué cernícalo! Ya te he dicho que tú ca-llas. Yo contesto por ti y tú te limitas a mirar ysonreír.

-Entonces va a creer que soy mudo -murmuróAfanasi Matveich.

-¡Como si eso importara! Deja que lo piense.De esa manera disimulas que eres tonto.

-Humm... ¿y si otros me preguntan algo?-Nadie te preguntará nada, porque no habrá

nadie Y en caso de que venga alguien -¡Dios nolo permita!y te pregunte o te diga algo, tú le

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contestas al instante con una sonrisa sarcástica.¿Sabes lo que es una sonrisa sarcástica?

-Ingeniosa, ¿no es eso, madrecita?-¡Ingeniosa! Ya te daré yo... ¡Idiota! Pero, zo-

penco ¿quién va a esperar de ti nada ingenioso?Una sonrisa burlona, ¿entiendes? Burlona ydespreciativa.

-Humm...«¡Ay, qué miedo le tengo a este pazguato!»

-decía para sí Marya Aleksandrovna-. «No cabeduda de que ha jurado sorberme la sangre. Deveras que más hu biera valido no traerle.»

Cavilando de este modo, intranquila y que-jumbrosa Marya Aleksandrovna sacaba conti-nuamente la cabeza por la ventanilla del ca-rruaje y apremiaba al cochero para que fueramás de prisa. Los caballos volaban, pero a ellale parecía que iban con lentitud. Afanasi Mat-veich, en su rincón, repetía mentalmente suslecciones. Por fin el coche entró en la ciudad ehizo alto ante la casa de Marya Aleksandrovna.

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Pero apenas hubo pisado nuestra heroína elescalón de entrada cuando de pronto vio acer-carse a la casa un trineo cubierto, de dos plazas,tirado por dos caballos, cabalmente el trineo enel que de ordinario paseaba Anna NikolaevnaAntipova. En él venían dos señoras. Una deellas era, por supuesto, la propia Anna Nikola-evna; la otra, Natalya Dmitrievna, desde hacíapoco su más sincera amiga y secuaz. A MaryaAleksandrovna se le cayó el alma a los pies.Pero apenas tuvo tiempo para lanzar una ex-clamación cuando llegó otro trineo, en el quepor lo visto venía otra visitante. Se oyeron gri-tos de alegría.

-¡Marya Aleksandrovna! ¡Y con Afanasi Mat-veich! ¡Con que acaban de llegar! ¿De dónde?¡Y qué a propósito, porque venimos a pasar conustedes la velada entera! ¡Qué sorpresa!

Las visitantes saltaron al escalón de la puertagorjeando como golondrinas. Marya Aleksan-drovna no daba crédito a sus ojos ni a sus oí-dos.

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«¡Así os trague la tierra! -musitó para sí-. Estohuele a conspiración. Hay que investigar. Perono seréis vosotras, urracas, las que me ganaréispor la mano! ¡Esperad y veréis!

XIMozglyakov, al parecer, salió de casa de

Marya Aleksandrovna completamente satisfe-cho. Ella había logrado enardecerle la fantasía.No fue a Boroduevo, porque sentía la necesi-dad de estar solo. Un cúmulo formidable deensueños heroicos y románticos le tenía intran-quilo. Soñaba con sincerarse solemnemente conZina, soñaba con las nobles lágrimas de un co-razón dispuesto a perdonarlo todo, con la pali-dez y la desesperación de que daría muestra enel brillante baile de Petersburgo, con España,con el Guadalquivir, con el amor y con elpríncipe moribundo, que en su lecho de muertejuntaría las manos de los amantes. Luego consu bella y fiel esposa, maravillada de continuo

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ante su heroísmo y magnanimidad; y, de paso,a hurtadillas, con la atención de alguna condesade la alta sociedad, en la que ingresaría por sucasamiento con Zina, viuda del príncipe K., conun cargo de vicegobernador, con dinero...; enuna palabra, todo lo que Marya Aleksandrovnale había descrito de modo tan elocuente se lerepresentó una vez más en su alma satisfecha,mimándola, subyugándola y, mejor todavía,halagando su amor propio. Pero he aquí y no séen verdad cómo explicar esto que cuando yaempezaba a cansarse de todos estos arrebatos,se le ocurrió de pronto un pensamiento moles-to, a saber, que, bien mirado, todo eso estabatodavía en lontananza, y que por el momentoquedaba él de todos modos en ridículo. Cuan-do se le ocurrió esto, notó que en su paseo hab-ía ido bastante lejos, hasta un arrabal solitario ydesconocido de Mordasov. Había oscurecido.Por las calles, bordeadas de casuchas pequeñasmedio enterradas en la tierra, ladraban furio-samente los perros, esos perros que en las ciu-

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dades provincianas abundan en cantidadesinauditas, especialmente en los barrios en queno hay nada que guardar y nada que robar.Empezó a caer una nieve húmeda. De vez encuando pasaba un ciudadano rezagado o al-guna mujeruca bien embozada en su pelliza ycon botas altas. Todo ello, por algún motivo,empezo a irritar a Pavel Aleksandrovich, lo queera mala señal, porque cuando las cosas vanpor buen camino todo nos parece halagileño yde color de rosa. Pavel Aleksandrovich no pu-do menos de recordar que hasta entonces élhabía sido el que daba siempre el tono en Mor-dasov; y le agradaba mucho que en todas lascasas le señalaran por un buen partido y le di-eran la enhorabuena por tal distinción. Hasta seenorgullecía de serlo. Y ahora de repente seríapara todos... un jubilado. Quedaría en ridículo.Porque por supuesto no cabría explicar a todoel mundo la verdad del caso, hablar de los bai-les de Petersburgo en salones de columnas, odel Guadalquivir. Cavilando, mohíno y que-

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jumbroso, dio por fin con una idea que, imper-ceptiblemente, le venía hurgando en el corazónalgún tiempo: «¿Pero era verdad todo esto?¿Sucedería exactamente como Marya Aleksan-drovna lo había descrito?» Recordó entoncesque Marya Aleksandrovna era una señora su-mamente astuta y que, a pesar de merecer elrespeto de todos, se pasaba el día entero chis-morreando y mintiendo; que ahora tenía pro-bablemente razones especiales para alejarle y,por último, que en pintar cuadros bonitos todoel mundo se da maña. Pensaba asimismo enZina, se acordaba de la mirada de despedidaque ella le había lanzado, mirada que estabamuy lejos de expresar un oculto amor apasio-nado; y además recordaba muy a propósito queuna hora antes ella le había llamado mentecato.Ante tal recuerdo Pavel Aleksandrovich sequedó de repente como clavado en el suelo yhasta se le saltaron las lágrimas de vergüenza.Un instante después, y como si fuera adrede, leocurrió algo desagradable: tropezó y cayó de la

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acera de madera en un banco de nieve. Mien-tras se revolcaba en ésta, una jauría de perrosque desde hacía rato venía tras él ladrando leacosó por todos lados. Uno de los perros, elmás pequeño y agresivo, se colgó de él cogien-do con los dientes el faldón del gabán. Sacu-diéndose de encima a los animales, maldicien-do en voz alta y renegando de su suerte, PavelAleksandrovich, con el faldón desgarrado y elalma transida de pesadumbre, llegó por fin auna esquina y descubrió que se había extravia-do. Sabido es que cuando uno se extravía, espe-cialmente de noche, en un barrio desconocidode la ciudad, no puede caminar en línea rectapor la calle. Una fuerza ignota le impele a me-terse a cada momento por todas las calles ycallejas que encuentra en su camino. Conformea esta pauta, Pavel Aleksandrovich acabó porextraviarse del todo. «¡Que el demonio se llevetodas estas ideas sublimes!» -murmuró para susadentros escupiendo de furia. «iY que el demo-nio os lleve a todos, con vuestros sentimientos

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elevados y vuestros Guadalquivires!» No diréque Mozglyakov estuviera muy atrayente enese momento. Finalmente, malparado, rendido,tras dos horas de andar sin rumbo fijo, llegó ala puerta de la casa de Marya Aleksandrovna.Quedó asombrado de ver tantos coches. «¿Peroes que tienen invitados? ¿Es que hay una re-cepción? -pensaba-. ¿Con qué objeto?» Pre-guntó al criado que salió a su encuentro y seenteró de que Marya Aleksandrovna había es-tado en la casa de campo y de allí se había traí-do a Afanasi Matveich, con corbata blanca, yque el príncipe ya estaba despierto, pero quetodavía no había bajado a reunirse con los invi-tados. Pavel Aleksandrovich, sin decir palabra,subió a ver a su tío. En tal momento estaba pre-cisamente en ese estado de ánimo en que unhombre de carácter débil puede cometer la ac-ción más horrible, ruin y rastrera por venganza,sin pensar en que puede arrepentirse de ellotoda su vida.

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Una vez arriba, vio al príncipe sentado en unsillón, ante su mesa de tocador portátil, con lacabeza enteramente calva, pero ya con la perillay las patillas en su sitio. La peluca estaba enmanos de su ayuda de cámara favorito, IvanPahomych, anciano de cabello blanco, quien lapeinaba pensativa y respetuosamente. En cuan-to al príncipe, tenía todavía un aspecto muylamentable y no había vuelto en su acuerdodespués de las anteriores líbaciones. Parecíatodo él hundido en el sillón, contraído y apla-nado, y miraba, parpadeando, a Mozglyakovcomo si no le reconociera.

-¿Cómo va de salud, tío? -preguntó Mozglya-kov.

-¿Cómo?... ¿Eres tú? -inquirió por fin el tío-.Pues, amigo, he echado un sueñecillo. ¡Ay, san-to Dios! ---exclamó resucitando por completo-,¡pero si estoy... sin peluca!

-No se inquiete, tío. Yo... yo le ayudo si le pa-rece bien.

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-¡Ahora tú has descubierto mi secretol Ya de-cía yo que había que cerrar la puerta. Bueno,amigo mío, debes darme, sin fal-ta, tu palabrade ho-nor de que me guardarás el secreto y deque no dirás a nadie que tengo el pelo pos-ti-zo.

-Por Dios, tío. ¿Me cree usted capaz de tama-ña vileza? -exclamó Mozglyakov con deseo deagradar al viejo... para lo que pudiera ofrecersemás tarde.

-¡Pues sí, pues sí! Como veo que eres unhombre honrado, está bien, te voy a a-som-brardescubriéndote todos mis se-cre-tos. ¿Qué teparece mi bi-go-te, querido?

-¡Magnífico, tío! ¡Sorprendente! ¿Cómo hapodido usted conservarlo tanto tiempo?

-Te equivocas, amigo mío. ¡Es pos-ti-zo! –agregó el príncipe, mirando triunfalmente aPavel Aleksandrovich.

-¿De veras? Cuesta trabajo creerlo. Bueno, ¿ylas patillas? Confiese, tío, que de seguro se lastiñe.

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-¿Que me las tiño? No sólo no me las tiño, si-no que son enteramente ar-ti-fi-ciales.

-¿Artíficiales? No, tío, con perdón, no me locreo. Se burla usted de mi.

--Parole d'honneur, mon ami -exclamó victorio-samente el príncipe-. Y figúrate, todos,ab-so-lu-ta-mente todos se en-ga-ñan como tú.Incluso Stepanida Matveevna no se lo cree,aunque ella misma me las pone de vez encuando. Estoy seguro, amigo mío, de que meguardarás el secreto. Dame tu palabra dehonor...

-Palabra de honor, tío, que lo guardaré. Unavez más le pregunto si me cree usted capaz desemejante bajeza.

-¡Ay, amigo mío! ¡Qué caída he tenido hoy entu ausencia! Feofil volcó el coche y otra vez salídespedido.

-¿Otra vez? ¿Cuándo?-Pues, mira, íbamos camino del

mo-nas-te-rio...

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-Ya lo sé, tío, esta mañana.-No, no. Hace un par de horas na-da más. Yo

iba al monasterio y él me volcó. ¡Qué susto mellevé! Aún no tengo el corazón en su sitio.

-Pero tío, ¡si ha estado usted descansando!-dijo Mozglyakov asombrado.

-Pues sí, descansé ... pero luego salí en el co-che... aunque por otra parte .... yo quizá... ¡quéextraño es esto!

-Le aseguro, tío, que eso lo ha soñado. Ustedha estado descansando con toda tranquilidaddesde después de comer.

-¿Ah, sí? --el príncipe quedó pensativo-. Sí,bueno, quizá lo haya soñado. Por otra parte, meacuerdo de todo lo que soñé. Primero soñé conun toro terrible, con cuernos. Luego soñé conno sé qué fis-cal que parecía tener cuernos tam-bién...

-Habrá sido Nikolai Vasilyevich Antipov, tío.-Pues sí, puede haber sido él. Después vi a

Napoleón Bona-parte. ¿Sabes, amigo? Todos

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me dicen que me parezco a Napoleón Bo-na-parte ... ; y de perfil, por lo visto, tengo unparecido sorprendente con un papa antiguo.¿Crees tú que me parezco a un papa, amigomío?

-Creo que se parece usted más a NapoleónBonaparte.

-Pues sí, de frente. Yo, por lo demás, soy de lamisma opinión. Soñé con él cuando ya estabaen la isla, y ¿sabes? es un hombre jovial, par-lanchín y listo. Lo pasé estupendamente biencon él.

-¿Habla usted de Napoleón, tío? -le preguntóPavel Aleksandrovich mirándole con aire pen-sativo. En su mente empezaba a rebullir unaextraña idea de la que él mismo no se daba to-davía plena cuenta.

-Pues sí, de Napoleón. Estuvimos hablandode filosofía. Y ¿sabes? amigo mío, me da lásti-ma de que se hayan portado tan severamentecon él... los in-gle-ses. Claro que si no lo tuvie-

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ran encadenado se abalanzaría otra vez sobre lagente. Era un hombre rabioso. Pero aun así meda lástima. Yo no le hubiera tratado de ese mo-do. Lo hubiera mandado a una isla de-sier-ta...

-¿Por qué desierta? -preguntó Mozglyakovdistraídamente.

-Bueno, aunque estuviera habitada; sólo quepor gente sensata. Y le procuraría variasdi-ver-sio-nes: teatro, música, ballet, todo ello acosta del Estado. Le permitiría pasear, por su-puesto vigilado, porque si no se nos escabulliríaen seguida. Había unos pasteles que le gusta-ban mucho. Yo se los haría preparar todos losdías. Lo tendría prisionero pa-ter-nal-mente,por así decirlo. Se arrepentiría conmigo inclu-so...

Mozglyakov se mordía las uñas de impacien-cia y escuchaba distraído la cháchara del viejo,que aún estaba medio dormido. Quería llevar laconversación al tema del casamiento -no sabía-todavía por qué. Una furia sin límites le roía el

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pecho. De repente el viejo dejó escapar unaexclamación de asombro.

-¡Ay, amigo! Se me olvidaba decírtelo. Figúra-te que hoy he hecho una oferta dema-tri-mo-nio.

-¿Una oferta, tío? -gritó Mozglyakov despa-bilándose.

-Pues sí, una o-fer-ta. Pahomych, ¿te vas ya?Bueno, bien. C'est une charmante personne... Perote confieso, amigo mío, que lo he hecho sinpensar. Sólo ahora me doy cuenta. ¡Ay, Diosmío!

-Pero, perdone, tío, ¿cuándo hizo usted laoferta?

-Te confieso, amigo, que no sé a punto fijocuándo. ¿No lo habré soñado también? ¡Quéextraño es todo esto!

Mozglyakov sintió un escalofrío de placer. .En su mente brilló una nueva idea.

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-¿A quién y cuándo hizo usted la oferta,tío?.-repitió impacientemente.

-A la hija de la señora de la casa, mon ami...cette belle personne... por cierto que he olvidadocómo se llama. Pero ocurre, amigo mío, que yono puedo ca-sarme de ninguna manera. ¿Quévoy a hacer ahora?

-Por supuesto que el casamiento sería un de-sastre para usted. Permítame que le haga.otrapregunta, tío, ¿Está usted de veras seguro deque ha hecho esa oferta?

-Pues sí... estoy seguro.-¿Y si todo eso lo hubiera soñado, como soñó

lo del segundo vuelco del coche?-¡Dios mío! Efectivamente, quizá lo haya so-

ñado también. Lo que pasa en que ahora no sécómo pre-sentar-me ahí abajo. ¿Cómo podriaaveriguar de alguna manera indirecta si de ve-ras hice o no hice la -oferta? Imagínate en quésituación me encuentro.

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-¿Sabe, tío? Pienso que no hay por qué averi-guarlo.

-¿Cómo?-Porque creo de veras que lo ha soñado.-Lo mismo pienso yo, querido, tanto más

cuanto que tengo a menudo sueños como ése.-Mire, tío. Recuerde que bebió un poco du-

rante el almuerzo, luego en la comida y, porúltimo...

-Pues sí, amigo mío. Quizá se deba precisa-mente a eso.

-Cuanto más, tío, que por muy excitado queestuviera usted, nunca habría hecho despiertouna oferta tan imprudente. Por lo que a mí seme alcanza, tío, es usted un hombre en extremosensato y...

-Pues sí, sí.-Basta que se imagine lo que pasaría si se en-

teraran sus parientes que, en todo caso, le tie-nen a usted entre ojos.

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-¡Dios mío! -exclamó aterrado el príncipe-.¿Qué pasaría entonces?

-Perdone, pero todos gritarían en coro que lohabía hecho usted cuando no estaba en su jui-cio, que está usted loco, que habría que ponerlebajo tutela y quizá recluirle en algún sitio don-de le vigilaran.

Mozglyakov sabía cómo asustar al viejo.-¡Dios mío! -gritó el príncipe, temblando co-

mo una hoja-. ¿De veras que me recluirían?-Así, pues, reflexione, tío: ¿Podría usted hacer

despierto una oferta tan imprudente? Ustedmismo comprende lo que conviene a sus inter-eses. Le aseguro solemnemente que todo eso loha soñado.

-In-du-dable-men-te, indudablemente lo hesoñado -repitió -el asustado príncipe-. ¡Ay, que-rido! ¡Con cuánto tino has aclarado esto! Teagradezco en el alma que me hayas hecho verlas cosas como son.

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-Y yo, tío, estoy sumamente contento dehaber tropezado hoy con usted. Figúrese que, sino fuera por mí, podría usted equivocarse, pen-sar que es novio formal y, salir de, aquí casado.Figúrese lo horrible que sería eso.

-¡Sí, sí... horrible!-Recuerde, además, que esa muchacha tiene

veintítrés años, que nadie quiere casarse conella y que, de pronto, usted, rico, noble, se pre-senta como novio. Ellos, al momento, se afe-rrarán a esa idea, le asegurarán que es usted enefecto el novio y le casarán a usted quizás a lafuerza. Y contarán con la posibilidad de que semuera usted pronto.

-¿De veras?-Y, por último, tenga presente, tío, que un

hombre de sus méritos...-Pues sí, de mis méritos...-De su inteligencia, de su amabilidad...-Pues sí, de mi inteligencia, sí...

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-Y, para colmo, es usted príncipe. ¿Es ése elpartido que podría encontrar si de veras, por elmotivo que fuese, necesitara usted casarse?Piense en lo que dirían sus parientes.

-¡Ay, amigo mío! Sencillamente me devorar-ían vivo. ¡Me han tratado ya con tanta insidia ymalevolencia! Imagínate, sospecho que queríanmeterme en un ma-ni-co-mio. Amigo mío, dimepor favor si eso no es absurdo. ¿Qué hubierahecho yo allí, en el ma-nico-mio?

-Pues claro que es absurdo, tío. Por eso ahorano voy a apartarme de su lado cuando baje us-ted. Hay ahora visita.

-¿Visita? ¡Ay, Dios mío!-No se preocupe, tío, que yo estaré con usted.-¡Cuánto te lo agradezco, querido! ¡Eres senci-

llamente mi salvador! Pero, ¿sabes? lo mejor esque me vaya de aquí.

-Mañana, tío. Mañana a las siete de la maña-na. Hoy se despide usted de todos y anunciaque se marcha.

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-Voy a ir sin falta a ver al padre Misailo... Pe-ro, amigo mío, ¿y si quieren casarme?

-No tema, tío. Yo estaré con usted y, porúltimo, a pesar de lo que digan, a pesar de loque insinúen, usted afirma sin titubeos quetodo eso lo ha soñado..., como efectivamente haocurrido...

-Pues sí, diré lla-na-mente que ha sido unsueño. Ahora que, amigo, ha sido un sueño delo más encantador. Ella es una verdadera belle-za y ¿sabes? con unas formas...

-Bueno, adiós, tío. Yo bajo y usted...-¿Cómo? ¿Me vas a dejar solo? -gritó el

príncipe atemorizado.-No, tío. Es que bajaremos por separado. Yo

primero y usted después. Así será mejor.-Pues sí. A propósito, necesito apuntar un

pensamiento.-Eso, tío. Apunte su pensamiento y después

baje. No se detenga. Mañana, pues, por la ma-ñana...

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-¡Y mañana por la mañana a ver al padre Mi-sailo, a verle sin falta! ¡Charmant, charmant! ¿sa-bes, amigo mío? Una ver-da-de-ra belleza...¡qué formas!... Si me fuera absolutamente nece-sario casarme, entonces...

-¡Dios no lo permita, tío!-Pues sí, ¡Dios no lo permita! Bien, adiós, que-

rido, al momento... voy a hacer ese apunte. Apropos, hace tiempo que quiero preguntarte sihas leído las memorias de Casanova.

-Las he leído, tío. ¿Por qué?-Pues... Mira, se me ha olvidado lo que quería

decir...-Luego se acordará, tío. Hasta la vista...-Hasta la vista, amigo mío, hasta la vista. De

todos modos, ha sido un sueño encantador,en-can-ta-dor...

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XII¡Todas venimos de visita! ¡Todas! Praskovya

Ilyinichna vendrá también y Luiza Karlovnaquería venir -gorjeó Anna Nikolaevna entrandoen el salón y mirando ansiosamente en tornosuyo. Era una señora pequeña, bastante bonita,ataviada rica aunque abigarradamente, y,además, muy consciente de su buen parecer. Sele antojaba que en algún rincón estaba escon-dido el príncipe con Zina.

-También vendrá Katerina Petrovna y tam-bién quería venir Felisata Mihailoyna -agregóNatalya Dmitrievna, una dama de tamaño co-losal cuyas formas agradaban mucho al prínci-pe y que se parecía extraordinariamente a ungranadero. Llevaba un diminuto sombrero co-lor de rosa caído sobre la nuca. Desde hacía tressemanas era la amiga más íntima de Anna Ni-kolaevna, a quien venía haciendo la rueda hacíatiempo y a quien hubiera podido tragarse de unbocado, huesos y todo.

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-No tengo que decirles el delite, así comosuena, que siento de ver a ustedes dos en micasa y a esta hora -entonó Marya Aleksandrov-na reponiéndose de su asombro inicial-. Peropor favor, ¿a qué milagro debo esta visitacuando ya desesperaba por completo de tenertal honor?

-¡Por Dios, Marya Aleksandrovna! ¡Qué me-moria tiene usted! -dijo con tono meloso Natal-ya Dmitrievna, hablando remilgadamente, convoz tímida y chillona que contrastaba extraña-mente con su aspecto.

-Mais, ma charmante -dijo con voz cantarinaAnna Nikolaevna-, es preciso, absolutamentepreciso, terminar los preparativos de ese teatro.Hoy, sin ir más lejos, Pyotr Mihalovich ha di-cho a Kallist Stanislavich que le fastidia muchoque la cosa no marche bien y que no hacemosmás que pelearnos. De modo que hoy noshemos reunido las cuatro y hemos pensado:vamos a casa de Marya Aleksandrovna y lodecidimos todo de una vez. Natalya Dmitriev-

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na mandó recado a las otras. Todas vendrán.Así nos pondremos de acuerdo y todo irá bien.¡Ya no dirán que no hacemos más que pelear-nos, mon ange! -añadió juguetonamente besan-do a Marya Aleksandrovna-. ¡Dios mío, ZinaidaAfanasyevna! ¡Está usted cada día más guapa!-Anna Nikolaevna se lanzó a besar a Zina.

-¡Pero si no tiene más remedio que embelle-cer! -agregó azucaradamente Natalya Dmi-trievna frotándose las manos enormes.

-«¡Que el diablo se las lleve! ¡No pensé en lodel teatro! ¡Alguna cosa venís tramando, urra-cas!» masculló entre dientes Marya Aleksan-drovna, a quien la rabia tenía fuera de sí.

-Y para que no faltara detalle, mon ange-añadió Anna Nikolaevna- tiene usted ahora ensu casa a ese adorable príncipe. Ya sabe ustedque en Duhanovo, en tiempos de los dueñosanteriores, había un teatro. Hemos hecho inda-gaciones y hemos sabido que en algún sitio deallí están almacenados todos los decorados an-

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tiguos, el telón y hasta el vestuario. El príncipeha estado hoy en mi casa, pero su visita mesorprendió tanto que olvidé por completo pre-guntarle. Ahora sacaremos a relucir el tema delteatro, usted nos ayuda y el príncipe hará quese nos envíen todos esos trastos. Porque ¿aquién se puede pedir aquí que haga un decora-do o cosa por el estilo? Además, queremostambién interesar al príncipe en nuestro teatro.Debe suscribirse, porque al fin y al cabo es abeneficio de los pobres. Quizás incluso acepteun papel. ¡Es tan simpático y servicial! Enton-ces irá todo a pedir de boca.

-Claro que aceptará un papel. Es hombre aquien se le puede hacer desempeñar cualquierpapel -añadió con intención Natalya Dmitriev-na.

Anna Níkolaevna no había engañado a Mar-ya Aleksandrovna. A cada minuto llegabanotras señoras. Marya Alekasndrovna apenastenía tiempo para recibirlas con los aspavientos

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que en tales casos exigen el decoro y la conduc-tor comme il faut.

No intentaré describir a todas las visitantes ysí sólo señalar que todas tenían cierto aire demalicia. En el rostro de cada una se retrataba laexpectación y algo así como una impacienciadesbocada. Algunas habían venido con la in-equívoca intención de presenciar un insólitoescándalo y se enfurecerían si tuvieran que irsesin haberlo visto. En apariencia todas se com-portaban con la mayor amabilidad, pero MaryaAleksandrovna se preparaba resueltamentepara el ataque. Menudearon las preguntas so-bre el príncipe, al parecer muy naturales, peroen cada una despuntaba una alusión o una se-gunda intención. Apareció el té y las damas sedesparramaron por el salón. Un grupo se apo-deró del piano. A la invitación que se le hizo detocar y cantar algo, Zina contestó que no sesentía bien y la palidez de su rostro lo mostra-ba. Se le hicieron preguntas interesándose porsu salud, y con ellas hubo ocasión de curiosear

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y lanzar indirectas. Se preguntó asimismo acer-ca de Mozglyakov, preguntas dirigidas tambiéna Zina. Marya Aleksandrovna se multiplicabapor diez: veía todo cuanto sucedía en cadarincón de la sala, escuchaba cuanto decía cadauna de las visitantes, aunque casi llegaban auna docena, y contestaba sin falta a todas laspreguntas, sin tener por supuesto que rebuscarlas palabras. Temblaba por Zina y se maravilla-ba de que ésta no abandonara la sala comosiempre lo había hecho hasta ahora en reunio-nes de ese género. Tampoco le quitaba el ojo deencima a Afanasi Matveich. Todas le tomabanel pelo para zaherir a Marya Aleksandrovnapor medio de su marido. Además, en esta oca-sión era posible sonsacarle algo al bobo ycándido de Afanasi Matveich. Marya Aleksan-drovna veía con inquietud el estado de sitio enque se hallaba su cónyuge. Por añadidura, atodas las preguntas éste respondía «humm ... »,con una cara tan afligida y tan poco natural quebastaba para hacer rabiar a su mujer. -Marya

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Aleksandroyna, Afanasi Matveich se niega deplano a hablar con nosotras -exclamó una da-mita atrevida y de ojos muy vivos, que no tem-ía absolutamente A nadie ni se azoraba antenada-. Mándele que se porte mejor con las se-ñoras.

-A decir verdad, ni yo misma sé lo que le pa-sa --contestó Marya Aleksandrovna, interrum-piendo su conversación con Anna Nikolaevna ycon Natalya Dmitrievna y sonriendo alegre-mente-. De veras que está taciturno. Ni siquieraa mí me ha dicho palabra. ¿Por qué no respon-des a Felisata Mikhailovna, Athanase? ¿Qué lepreguntaba usted?

-Pero... pero... madrecita, si tú misma...-empezó a mascullar Afanasi Matveich sor-prendido y aturdido-. En ese momento estabade pie junto a la chimenea encendida, con losdedos de una mano entre los botones del chale-co, en una postura pintoresca muy de su gusto.De cuando en cuando tomaba un sorbo de té.Las preguntas de las señoras le desconcertaban

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hasta el extremo de que llegó a ruborizarse co-mo una mocita. Cuando empezó a justificarsetropezó con una mirada tan terrible de su enfu-recida esposa que estuvo a punto de desmayar-se. No sabiendo qué hacer y deseando enmen-darse y merecer de nuevo respeto, tomó unsorbo de té, pero el té estaba demasiado calien-te. Como no había calculado la cantidad, sequemó terriblemente la boca, dejó caer la taza,se atragantó y comenzó a toser de tal modo queal momento se vio precisado a abandonar lasala, ante el asombro de todos los circunstantes.En una palabra, todo quedó claro. Marya Alek-sandrovna comprendió que sus visitantes losabían ya todo y se habían juntado con las peo-res intenciones. La situación era peligrosa. Pod-ían sacar de quicio al pobre imbécil del príncipeen la misma presencia de ella; podían hastaarrebatárselo, hacerle reñir con ella esa mismatarde, atraérselo con halagos. Cabía esperarcualquier cosa. El destino, sin embargo, le pre-paraba todavía otra difícil prueba. La puerta se

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abrió y apareció Mozglyakov, a quien ella creíaen Boroduevo y a quien por supuesto no espe-raba ver en su casa esa tarde. Sintió un escalofr-ío como si hubiera recibido un pinchazo.

Mozglyakov se detuvo en la puerta y abarcócon su mirada a todos, no sin cierto encogi-miento. No lograba dominar la agitación queclaramente se expresaba en su rostro.

-¡Dios mío! ¡Pavel Aleksandrovich!--exclamaron varías voces.

-¡Dios mío! ¡Pero si es Pavel Aleksandrovich!¿Y usted, Marya Aleksandrovna, decía quehabía ido a casa de los Boroduev? Nos habíandicho que se había escondído usted en Boro-duevo, Pavel Aleksandrovich -chilló NatalyaDmitrievna.

-¿Escondido? -respondió Mozglyakov consonrisa algo torcida-. ¡Extraña expresión! Per-done, Natalya Dmitrievna, yo no me escondode nadie ni quiero esconder a nadie -añadió

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mirando significativamente a Marya Aleksan-drovna.

Ésta se puso trémula.-«¿Cómo? ¡También este mentecato se va a

rebelar? -pensó, mirando inquisitivamente aMozglyakov-. ¡Eso sería el colmo!»

-¿Es verdad, Pavel Aleksandrovich, que re-nuncia usted a su puesto... en la administra-ción, quiero decir? -saltó la audaz Felisata Mi-hailovna, mirándole burlonamente en los ojos.

-¿Que renuncio? ¿Cómo que renuncio? Sólocambio de puesto. Me ha salido uno en Peters-burgo -respondió secamente Mozglyakov.

-¡Ah, entonces le felicito -prosiguió FelisataMihailovna-. Nos asustamos cuando oímosdecir que buscaba usted un puesto aquí enMordasov. Los puestos aquí no son muy de-confiar, Pavel Aleksandrovich. Volaría ustedde aquí en seguida.

-Aquí sólo será posible encontrar vacante enla enseñanza, en la escuela del distrito- subrayó

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Natalya Dmitrievna. La alusión era tan clara ygrosera que Anna Nikolaevna, avergonzada,tocó ligeramente con el pie a su maliciosa ami-ga.

-¿Pero creen ustedes que Pavel Aleksandro-vich consentiría en reemplazar a un maestro deescuela cualquiera? -irrumpió Felisata Mihai-lovna. -

Pero Pavel Aleksandrovich no supo qué con-testar. Giró sobre los talones y tropezó conAfanasi Matveich que le alargaba la mano.Mozglyakov, estúpidamente, no se la tomó y lehizo una profunda y burlona reverencia. Presade gran irritación fue derecho a Zina y, mirán-dola iracundo en los ojos le dijo por lo bajo:

-Todo esto es por culpa suya. Espere y le de-mostraré esta noche si soy un mentecato.

-¿Por qué aplazarlo? Ya se ve que lo es usted-contestó Zina sordamente, midiendo desdeño-samente con los ojos a -su antiguo pretendiente.

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Mozglyakov se desvió al momento, asustadopor la ronca voz de la joven.

-¿Viene usted de ver a Boroduev? -decidiópor fin preguntar Marya Aleksandrovna.

-No, señora; vengo de estar con mi tío.-¿De estar con su tío? ¿Es decir, que acaba us-

ted de estar con el príncipe?--¡Dios mío! Eso quiere decir que el príncipe

está ya despierto. ¡Y nos habían dicho que esta-ba todavía descansando! --comentó NatalyaDmitrievna mirando malignamente a MaryaAleksandrovna.

-No se inquiete usted por el príncipe, NatalyaDmitrievna -respondió Mozglyakov-. Se hadespertado y, gracias a Dios, ha vuelto ya a suacuerdo. Hoy le han dado de beber demasiado,primero en casa de usted, luego aquí, al puntode que se le fue por completo la cabeza que yade por si no es muy firme. Pero ahora, gracias aDios, hemos estado hablando y ya ha empe-zado a ver las cosas con claridad. Bajará en se-

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guida a saludar a usted, Marya Aleksandrovna,y a agradecerle su hospitalidad. Mañana alamanecer nos vamos al monasterio y luego yomismo le conduciré directamente a Duhanovo,para que no se repitan las caídas del género,por ejemplo, de la que ha tenido hoy. Y allí selo entregaré a Stepanida Matveevna, que yapara entonces estará de vuelta de Moscú y quepor nada del mundo le dejará salir de viaje otravez. De eso respondo yo.

Diciendo esto, Mozglyakov miraba con in-quina a Marya Aleksandrovna. Ésta estaba sen-tada y se diría que había enmudecido de cons-ternación. Confieso con pesar que, quizá porvez primera en su vida, mi heroína estaba aco-bardada.

-¿De manera que se van en cuanto amanezca?¿Cómo es eso? -interrogó Natalya Dmitrievnadirigiéndose a Marya Aleksandrovna.

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-¿Cómo es eso? - , repitieron inocentementeotras voces-. Pero si hemos oído decir que ....,de veras que es extraño.

Ahora bien, la señora de la casa ya no sabíaqué responder. De pronto la atención general sevio desviada del modo más insólito y excéntri-co. En la habitación vecina se oyó un rumorextraño seguido de agudas exclamaciones y, derepente, como caída del cielo, irrumpió SofyaPetrovna Karpuhina en el salón de MaryaAleksandrovna. Sofya Petrovna era sin dudaalguna la dama más excéntrica de Mordasov,tan excéntrica que desde hacía no mucho tiem-po se había acordado no recibirla en sociedad.Queda todavía por señalar que todas las tardessin falta, a las siete en punto, esta señora echabaun traguito -«por mor del estómago» como elladecía- y que después de ello se hallaba en unestado de ánimo muy emancipado, para nollamarlo de una manera más vigorosa. Cabal-mente se hallaba en ese estado ahora, cuando

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irrumpió tan inesperadamente en el salón deMarya Aleksandrovna.

-¡Con que es así, Marya Aleksandrovna -y sugrito repercutió en toda la habitación- con quees así como se porta usted conmigo! No se mo-leste, que me quedo sólo un momento. En casade usted no me siento. Vengo de propósito parasaber si es verdad lo que me han dicho. ¡Ah, demodo que en casa de usted hay bailes, banque-tes, esponsales, mientras que Sofya Petrovna sequeda en la suya, haciendo media! ¡Han convo-cado a todo el mundo menos a mí! Y, sin em-bargo, hoy mismo me llamaba usted amiga ymon ange cuando vine a decirle lo que estabanhaciendo con el príncipe en casa de NatalyaDmitrievna. Y ahora también está aquí invitadaNatalya Dmitrievna, a quien esta mañana laponía usted verde y quien, por su parte, lacubría a usted de insultos. ¡No se moleste, Na-talya Dmitrievna! No me hace falta su chocolateà la santé perra gorda la onza. ¡Más espeso queel suyo lo tomo yo en mi casa! ¡Uf!

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-Ya se ve, señora -comentó Natalya Dmitriev-na.

-Pero, por favor, Sofya Petrovna --exclamóMarya Aleksandrovna enrojeciendo –de irrita-ción-. ¿Qué le pasa? Trate de calmarse.

-No se inquiete por mí, Marya Aleksandrov-na. Lo sé todo, todito. ¡Me he enterado de todo!--exclamó Sofya Petrovna con su voz penetran-te y chillona en medio de todas las visitantes,que evidentemente estaban disfrutando de estaescena inesperada-. ¡Me he enterado de todo!Su Nastasya vino corriendo a verme y me locontó todo. Ha atrapado usted a ese principillo,le ha emborrachado y le ha hecho pedir la ma-no de la hija de usted, con la que nadie quierecasarse. ¡Y piensa usted ahora remontarse a lasalturas, duquesa emperifollada! ¡Uf! No se pre-ocupe, que yo soy coronela. Me importa uncomino que no me invite usted a los esponsales.Con mejores gentes que usted me codeo. Hecomido en casa de la condesa Zalihvatskaya.Kurochkin, comisario en jefe, me hizo la corte.

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¡Mucha falta que me hace la invitación de us-ted! ¡Uf!

-Mire, Sofya Petrovna -respondió MaryaAleksandrovna perdiendo los estribos-, le hagosaber que no se entra en una casa honrada deesta manera y, además, en ese estado. Y si almomento no me libra usted de su presencia yelocuencia, voy a tomar las medidas necesarias.

-Ya sé, señora, que mandará a sus criados queme echen de aquí. No se moleste, que yo mismahallaré la salida. ¡Adiós! Haga usted el casorioque quiera. Y usted, Natalya Dmitrievna, hagael favor de no reírse de mí. No me importa unpito su chocolate. Aunque no me han invitadoaquí, yo no me pongo a bailar la Kazachka de-lante de ningun príncipe. Y usted, Anna Niko-laevna, ¿por qué se ríe? ¡Sushílov se ha quebra-do la pierna y acaban de llevárselo a casa! ¡Uf Ysi usted, Felisata Mihailovna, no manda a suMatryoshka, ésa que anda descalza, que llevasu vaca a otro sitio para que no muja bajo misventanas todos los días, le digo que a esa Matr-

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yoshka le quiebro yo una pierna. ¡Adiós, MaryaAleksandrovna! ¡Que lo pase bien! ¡Uf!-. SofyaPetrovna desapareció. Las visitantes rieron.Marya Aleksandrovna estaba sumamente cons-ternada.

-Me parece que estaba-bebida -dijo NatalyaDmitríevna con su voz empalagosa.

-¡Pero qué vulgaridad!-¡Quelle abominable femme!-¡Es un hazmerreír!-¡Qué despropósitos ha dicho!-¿Y qué es eso de los esponsales de que ha

hablado? ¿Qué esponsales? -interrogó burlo-namente Felisata Mihailovna.

-¡Es horrible! -exclamó por fin Marya Alek-sandrovna-. Son monstruos como éste los quevan sembrando a manos llenas esos estúpidosrumores. Lo sorprendente, Felisata Mihailovna,no es encontrar a señoras así en nuestro mediosocial, no; lo chocante es que se las considera

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necesarias, que se las escucha, que se las apoya,que se les da crédito, que...

-¡El príncipe! ¡El príncipe! -exclamaron depronto todos los presentes.

-¡Dios mío! ¡Ce cher prince!-Bueno, a Dios gracias, ahora nos entera-

remos de todos los detalles -murmuró Felí-sata Mihailovna a su vecina.

XIIIEl príncipe entró con una sonrisa de contento.

Toda la zozobra que en su corazón de gallinahabía inyectado Mozglyakov un cuarto de horaantes desapareció cuando se vio ante las da-mas. Se disolvió al instante como un caramelo.Las damas salieron a su encuentro con un es-tridente grito de alegría. En general, habíanmimado siempre a nuestro vejete y le tratabancon insólita familiaridad. Sabía divertirlas comonadie. Felisata Mihailovna llegó hasta afirmaresa misma mañana (en broma, por supuesto),

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que estaba dispuesta a tenerle sentado en susrodillas si ello agradaba al anciano, «porque esun viejo de lo más simpático, simpático hastamás no poder». Marya Aleksandrovna teníafijos en él los ojos, afanosa de leer algo en surostro y de adivinar cómo saldría ella de sudifícil situación. Estaba claro que Mozglyakovle había dicho cosas afrentosas de ella y que elproyecto estaba en peligro. Pero no cabía leernada en el rostro del príncipe. Estaba lo mismoque antes y que siempre.

-¡Dios mío! ¡He aquí al príncipe! ¡Y nosotrasaquí espera que te espera! -exclamaron algunasseñoras.

-¡Con impaciencia, príncipe, con impaciencia!-chillaron otras.

-Eso me halaga ex-tra-or-di-na-riamente-ceceó el príncipe, sentándose junto a la mesaen que hervía el samovar. Al momento le ro-dearon las señoras. Junto a Marya Aleksan-drovna se quedaron sólo Anna Nikolaevna y

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Natalya Dmitrievna. Afanasi Matveich sonreíarespetuosamente. Mozglyakov sonreía también,y miraba con aire de reto a Zina, quien, sinprestarle la menor atención, fue a sentarse juntoa su padre cerca de la chimenea.

-Príncipe, ¿es verdad lo que dicen de que semarcha usted? -bisbiseó Felisata Mihailovna.

Pues sí, mes dames, me marcho. Quiero irmein-me dia-ta-mente al ex-tran-je-ro.

-¿Al extranjero, príncipe, al extranjero?-pregun taron todas en coro-. Pero ¿como se leha ocurrido eso?

-Al ex-tran-je-ro -afirmó el príncipe pavo-neándose-. Y sepan que quiero ir allá sobre to-do en busca de nuevas ideas.

-¿Cómo que de nuevas ideas? ¿Sobre qué?-preguntaron las señoras mirándose unas aotras.

-Pues sí, de nuevas ideas -repitió el príncipe,con cara de profundísima convicción-. Ahora

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todo el mundo va en busca de nuevas ideas. Yotambién quiero conocer las nue-vas i-de-as.

-¿Y no quiere usted ingresar en una logíamasónica, querido tío? -inquirió Mozglyakov,deseando por lo visto farolear ante las damascon su agudeza y desenvoltura.

-Pues sí, amigo mío, no te equivocas-respondió el tío inesperadamente-. En efecto,en tiempos pasados pertenecí a una logiamasónica en el extranjero y también tuve unaporción de ideas generosas. Entonces me pro-puse incluso trabajar de firme a favor del pro-greso con-tem-po-ráneo y estuve a punto, enFrancfort, de dar la libertad a mi siervo Sidor, aquien llevé conmigo al extranjero. Pero, congran sorpresa mía, él mismo se escapó. Erahombre so-bre-ma-nera extraño. Más tarde tro-pecé con él en París, hecho un currutaco, conpatillas, y acompañando a una mademoiselle porel bulevar. Me miró e hizo una inclinación conla cabeza. Y la mademoiselle que iba con él eratan alegre, tan apetítosa, tan viva de ojos...

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-Bueno, tío. Después de esto, y si va ustedotra vez al extranjero, dará usted libertad a to-dos sus siervos -exclamo Mozglyakov soltandouna carcajada.

-Amigo mío, has a-di-vi-nado punto por pun-to mis deseos -respondió el príncipe sin alterar-se-. Quiero precisamente ponerlos a todos enli-ber-tad.

-Pero, dispense, príncipe; en ese caso todos seescaparán. ¿Y quién le pagará a usted rentaentonces? -interrogó Felísata Mihailovna.

-Por supuesto que se escaparán -replicó pre-ocupada Anna Nikolaevna.

-¡Dios mío! ¿De veras que se escaparán?-preguntó el príncipe atónito.

-Se escaparán, sí, señor, se escaparán todos yle dejarán solo -afirmó Natalya Dmitrievna.

-¡Dios mío! Entonces no les pongo enli-ber-tad. Pero, claro, no lo decía en serio.

-Mejor es así tío -corroboró Mozglyakov.

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Hasta entonces Marya Aleksandrovna habíaestado escuchando y observando en silencio. Leparecía que el príncipe se había olvidado porcompleto de ella y que esto no era natural.

-Permita, príncipe -comenzó diciendo en vozalta y con dignidad- que le presente a mi mari-do, Afanasi Matveich. Ha venido expresamentede nuestra casa de campo tan pronto como seha enterado de que se hospedaba usted aquí.

Afanasá Matveich sonrió y tomó un aire demucha dignidad. Le parecía ser objeto de unaalabanza.

-¡Ah, mucho gusto, Afanasi Matveich! -dijo elpríncipe-. ¡Un momento, por favor, que meparece recor-dar algo! A-fa-na-sí Mat-veich.Pues sí, usted es el que está en la casa de cam-po. Charmant, charmant, mucho gusto. ¡Amigomío! -exclamó el príncipe volviéndose aMozglyakov-. ¡Pero si es el mismo de las coplasde esta mañana! ¿Te acuerdas? A ver cómo eraaquello: «El marido en la aldea y la mujer ....

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pues sí, no sé en qué pueblo, y la mujer semarchó también...»

-Sí, así es, príncipe: el marido en la aldea y lamujer... donde sea. Ese es el vodevil que repre-sentó aquí una compañía teatral el año pasado-interpuso Felisata Mihailovna.

-Pues sí, donde sea. Se me olvida todo. Char-mant, charmant! ¿Con que es usted esa mismapersona? Tengo mu-chí-si-mo gusto en cono-cerle -agregó el príncipe sin levantarse delsillón y alargando la mano a Afanasi Matveich-.Bueno, ¿y cómo va de salud?

-¡Humm ... !-Va bien, principe, va bien -se apresuró a res-

ponder Marya Aleksandrovna.-Pues sí, se ve que va bien. ¿Y sigue usted en

el campo? Bueno, mucho gusto. ¡Pero quéme-ji-llas tan coloradas que tiene y cómo seríe...!

Afanasi Matveich sonreía, se inclinaba y hastahacía reverencias. Pero oyendo las últimas pa-

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labras del príncipe no pudo contenerse y, sinmotivo aparente, rompió a reír del modo másestúpido. Todos soltaron la carcajada. Las seño-ras daban chillidos de contento. Zina se rubo-rizó y miró con los ojos llameantes a MaryaAleksandrovna, quien por su parte reventabade furia. Había llegado el momento de cambiarde conversación.

-¿Cómo ha descansado, príncipe? -preguntócon voz melosa, al par que daba a entender aAfanasi Matveich con una mirada amenazado-ra que se retirara inmediatamente a su sitio.

-He dormido muy bien -respondió el prínci-pe-. ¿sabe? he tenido un sueño en-can-ta-dor,en-can-ta-dor.

¡Un sueño! Me despepito por oír hablar desueños -exclamó Felisata Mihailovna.

-¡Yo también! -agregó Natalya Dmitrievna.-Un sueño en-can-ta-dor -repitió el príncipe

con una dulce sonrisa-. Sin embargo, ese sueñoes un profundo secreto.

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-¿Cómo, príncipe? ¡No nos lo va a contar? En-tonces será un sueño maravilloso -apuntó AnnaNikolaevna.

-Un pro-fun-do secreto -subrayó el príncipe,aguzando con deleite la curiosidad de las da-mas.

-Entonces será algo verdaderamente excep-cional -gritaron éstas.

-Apuesto a que en sueños el príncipe se hincóde rodillas ante alguna mujer hermosa y le de-claró su amor -prorrumpió Felisata Mihailoy-na-. ¡Vamos, príncipe, confiese que es verdad!¡Confiéselo, querido príncipe!

-¡Confiese, príncipe, confiese! -se oyó por to-dos lados.

El príncipe escuchaba, triunfante y extáti-co, estas exclamaciones. El apremio de lasdamas halagaba tanto su amor propio quecasi se chupaba los dedos.

-Si bien he dicho que mi sueño es un secretoprofundo- dijo por fin-, debo confesar, señora,

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que, con gran asombro mío, usted casi lo haadi-vi-na-do.

-¿Que lo he adivinado? -prorrumpió entu-siasmada Felisata Mihailovna-. Pues bien,príncipe, ahora tendrá usted que revelarnosquién es esa bella mujer.

-¡Tiene que revelarlo!-¿Es de aquí?-¡Dígalo, querido príncipe!-¡Príncipe, cariño, dígalo! ¡Por su vida, dígalo!

-exclamaron de todos lados.-¡Mes dames, mes dames!... Si in-sis-ten ustedes

tanto en saberlo, sólo puedo revelarles que es lamuchacha más en-can-ta-dora y, cabe decir,más pura de cuantas conozco --masculló elpríncipe enteramente derretido.

-¡La más en-can-ta-dora! y... ¡es de aquí!¿Quién será? -preguntaban las señoras cam-biando miradas y guiños.

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-Por supuesto la que es considerada como lamás hermosa de aquí -dijo Natalya Dmitrievnafrotándose las enormes manos rojas y clavandosus ojos felinos en Zina. Todas las demás mira-ron también a Zina.

-En tal caso, príncipe, si tiene usted sueñoscomo ése, ¿por qué no se casa en la realidad?-preguntó Felisata Mihailovna lanzando entorno suyo una mirada significativa.

-¡Y qué estupendamente le casaríamos a us-ted! -subrayó otra dama.

-¡Cásese, querido príncipe, cásese! --chilló unatercera.

-¡Cásese, cásese! -exclamaron por toda la sa-la-. ¿Por qué no casarse?

-Pues sí... ¿por qué no casarse? -asintió elpríncipe, aturdido por todos esos gritos.

-¡Tío! --exclamó Mozglyakov.-Pues sí, amigo mío, ya te en-tien-do. Mes da-

mes, precisamente quería decirles a ustedes queya no estoy en condiciones de casarme y que,

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después de haber pasado una velada en-can-tadora en casa de nuestra bella anfitriona,visitaré mañana al padre Misailo en su monas-terio y luego saldré directamente para el ex-tranjero con el fin de seguir más de cerca elprogreso europeo.

Zina empalideció y miró a su madre con in-decible angustia. Pero Marya Aleksandrovnahabía tomado ya una decisión. Hasta ese mo-mento había estado a la expectativa, tanteandoel terreno, si bien comprendía que el proyectoestaba desbaratado y que sus enemigos le hab-ían tomado la delantera. Por fin se dio cuentade todo y decidió aplastar la hidra de cien ca-bezas de un solo golpe. Majestuosamente selevantó de su asiento y se acercó a la-mesa conpaso firme, midiendo a los pigmeos que eransus enemigos con una mirada orgullosa. En ellabrillaba el fuego de la inspiración. Había deci-dido sorprender y desconcertar a todas estaschismorreras ponzonosas, aplastar al canalla deMozglyakov como si fuera una cucaracha, y

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con un golpe atrevido y decisivo recuperar todala influencia que había perdido sobre el idiotadel príncipe. Ni que decir tiene que para elloera menester insólita audacia; pero en audacianadie podía ganarle a Marya Aleksandrovna.

-Mes dames -empezó digna y solemnemente (aMarya Aleksandrovna, en general, le gustabamuchísimo la solemnidad)- mes dames, llevolargo rato escuchando su conversación y susbromas festivas y agudas y creo que ha llegadola hora de que yo también diga mis cuatro pa-labras. Saben ustedes que nos hemos reunidoaquí por pura casualidad (lo que me complacemucho, muchísimo)... Nunca habría sido yo laprimera en tomar la decisión de revelar un im-portante secreto familiar y de divulgarlo antesde lo que exige el más elemental sentimiento dedecoro. En particular, pido perdón a nuestroquerido huésped; pero me ha parecido que élmismo, con veladas alusiones, me sugiere queno sólo no le desagradará la revelación formal ysolemne de nuestro secreto familiar, sino que él

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mismo lo desea... ¿Verdad, príncipe, que no meengaño?

-Pues sí, no se engaña... yo, yo también estoycontento, muy contento... -dijo el príncipe sinentender en realidad de qué se trataba.

Para mayor efecto, Marya Aleksandrovnahizo alto para tomar aliento y abarcó con lamirada a los circunstantes. Todos éstos la escu-chaban ansiosos e intranquilos. Mozglyakovsintió un escalofrío. Zina enrojeció y se levantódel sillón. Afanasi Matveich, en espera de algoinsólito, se sonó la nariz por si acaso.

-Sí, mes dames, con gran placer por mi parteestoy pronta a confiarles mi secreto familiar.Hoy, de sobremesa, el príncipe, subyugado porla belleza y... las buenas prendas de mi hija, leha hecho el honor de pedir su mano. ¡Príncipe!-concluyó con voz velada por la agitación y laslágrimas- ¡querido príncipe, usted no debe,usted no puede enojarse conmigo por esta in-discreción! Sólo el extraordinario gozo que

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siento como madre ha podido arrancar prema-turamente de mi corazón este preciado secreto,y... ¿qué madre podría culparme en tales cir-cunstancias?

No encuentro palabras para describir el efectoque produjo la inesperada declaración de Mar-ya Aleksandrovna. Todos quedaron como pe-trificados de asombro. Las pérfidas visitantesque pensaban atemorizar a Marya Aleksan-drovna dando a entender que ya conocían susecreto y que pensaban destruirla con la revela-ción prematura de él, que pensaban torturarlamientras tanto con meras indirectas, quedaronestupefactas ante tan atrevido candor. Esa in-trépida sinceridad era ya en sí una señal defuerza. «¿Quiere decirse, pues, que de veras elpríncipe, por propia voluntad, se casa con Zi-na? ¿Así, pues, no le han cautivado, no le hanemborrachado, no le han engañado? ¿Así, pues,no le obligan a casarse secreta y furtivamente?¿Así, pues, Marya Aleksandrovna no se arredraante nadie? ¿Así, pues, no cabe impedir esta

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boda si el príncipe no se casa a la fuerza?» Oyó-se un murmullo momentáneo que se trocó alpunto en gritos estridentes de alegría. La pri-mera en lanzarse a abrazar a Marya Aleksan-drovna fue Natalya Dmitrievna; tras ella AnnaNikolaevna, a la que siguió Felisata Mihai-lovna. Todas saltaron confusas de sus sitios.Muchas estaban pálidas de despecho. Comen-zaron a felicitar a Zina, que estaba aturdida, yhasta asediaron a Afanasi Matveich. MaryaAleksandrovna extendió los brazos con gestoteatral y casi a la fuerza abarcó en ellos a suhija. Sólo el príncipe contemplaba esta escenacon asombro extraño, aunque seguía sonriendo.La escena, sin embargo, le agradaba un tanto.Cuando vio a la madre abrazar a la hija sacó unpañuelo y se limpió una lágrima que aparecióen el ojo bueno. Por supuesto que también seabalanzaron sobre él para felicitarle.

-¡Enhorabuena, príncipe, enhorabuena!--exclamaron en torno suyo.

-¿Con que se casa usted?

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-¿Con que de veras se casa?-Querido príncipe, ¿con que se nos casa us-

ted?-Pues sí, pues sí -respondió el príncipe, suma-

mente satisfecho de las enhorabuenas y de lasmanifestaciones de entusiasmo-. Y confieso austedes que lo que más me agrada es la bondadque me muestran y que nunca olvidaré, nunca.Charmant, charmant. Hasta me han hecho uste-des llo-rar...

-¡Deme un beso, príncipe! -dijo Felisata Mi-hailovna en voz más alta que las demás.

-Y les confieso -prosiguió el príncipe, inte-rrumpido por todos lados -que lo que más memaravilla es que Marya Iva-nov-na, nuestrarespetada anfitriona, haya adivinado mi sueñocon tan rara pers-pi-ca-cia. Es como si ellahubiera soñado lo mismo que yo. ¡Rara perspi-cacia!

-¿Otra vez con lo del sueño, príncipe?

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-¡Cuéntelo, príncipe, cuéntelo! -gritaron todasagrupándose a su alrededor.

-Sí, príncipe, no hay nada que ocultar. Ya eshora de revelar ese secreto -subrayó MaryaAleksandrovna con determinación y severi-dad-. Comprendo la fina alegoría, la encanta-dora delicadeza con que ha querido usted alu-dir a su deseo de anunciar que va a casarse. Sí,mes dames, es verdad: hoy el príncipe se hapuesto de rodillas ante mi hija y, bien despiertoy no en sueños, ha pedido formalmente su ma-no.

-Exactamente igual que si estuviera despiertoy hasta en esas mismísimas cir-cuns-tan-cias-afirmó el príncipe-. Mademoiselle --continuó,volviéndose con extraordinaria cortesía a Zina,que aún no se había repuesto de su confusión-.Mademoiselle, le juro que nunca hubiera osadopronunciar su nombre si otras personas no lohubieran hecho antes que yo. Ha sido un sueñoen-can-ta-dor, un sueño en-can-ta-dor, y el po-

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der decírselo a usted ahora me hace doblemen-te feliz. ¡Charmant, charmant!

-Pero, por favor, ¿qué es esto? Todavía estácon lo del sueño -murmuró Anna Nikolaevna aMarya Aleksandrovna. Ésta daba señales dealarma y se había -puesto ligeramente pálida.¡Ay! A Marya Aleksandrovna, aun sin estasadvertencias, ya se le oprimía y le temblaba elcorazón.

-¿Qué es esto? -mascullaban entre dientes lasseñoras mirándose unas a otras.

-Perdone, príncipe empezó a decir MaryaAleksandrovna con un rictus penoso que quer-ía ser sonrisa-, le aseguro que me asombra us-ted. ¿Qué es esta extraña idea suya acerca de unsueño? Confieso que hasta ahora he creído quebromeaba usted, pero... si se trata de una bro-ma, es una broma bastante improcedente ...Quiero, deseo, atribuirlo a una distracción suyapero ...

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-Efectivamente, quizá resulte de una distrac-ción -murmuró Natalya Dmitrievna.

-Pues si... quiza proceda de una dis-trac-ción-confirmó el príncipe sin entender todavía deltodo qué se esperaba de él-. Y, miren, voy acontarles una a-nécdo-ta. En Petersburgo mellamaron para un funeral en casa de cierta gen-te, maison bourgeoise, mais honnête, y yo me con-fundí creyendo que era el día del santo de al-guien, el cual en realidad había sido la semanaanterior. Preparé un ramo de camelias para lafestejada. Entro ¿y qué encuentro? En la mesayacía un hombre respetable, dignísimo, lo cualme dejó asombrado. Yo, francamente, queríaque la tierra se abriese y me tragase con el ramoy todo.

-Pero, príncipe, ahora no estamos para anéc-dotas -interrumpió irritada Marya Aleksan-drovna-. Mi hija, por supuesto, no tiene queandar a caza de novios, pero hoy, aquí, junto aeste piano, usted mismo ha pedido su mano. Yono le alenté a que lo hiciera... Más bien la cosa

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me sorprendió. Claro que se me ocurrió en-tonces una idea y lo aplacé todo hasta que us-ted se despertara. Pero soy madre y ella es mihija... Usted mismo acaba de hablar de no séqué sueño, y yo pensé que en forma de alegoríaquería usted aludir a su petición de mano. Biensé que quizás influya alguien para que cambieusted de propósito... incluso sospecho quiénpuede ser..., pero... ¡explíquese, príncipe, explí-quese del modo más satisfactorio! ¡No cabebromear así con una familia honrada ... !

-Pues sí, no cabe bromear así con una familiahonrada -confirmó mecánicamente el príncipe,pero ya con una punta de inquietud.

-Ésa, príncipe, no es una respuesta a mi pre-gunta. Le pido que responda positivamente.Confirme, aquí y ahora mismo, ante todo elmundo, que hoy ha pedido usted a mi hija enmatrimonio.

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-Pues sí, estoy dispuesto a confirmarlo. Sinembargo, ya lo he contado todo, y Felisata Ya-kovlevna adivinó mi sueño perfectamente.

-¡Nada de sueño! ¡Nada de sueño! -gritó ira-cunda Marya Aleksandrovna-. ¡Nada de sueño!Eso ha sido una realidad, príncipe, una reali-dad, ¿me oye? una realidad.

-¡Una realidad! -exclamó el príncipe, le-vantándose sorprendido del sillón-. Pues, ami-go mío, está pasando lo que me decías hace unrato -añadió dirigiéndose a Mozglyakov-. Perole aseguro, mi respetable Marya Stepanovna,que se equivoca usted. Estoy absolutamentecierto de que todo eso lo soñé.

-¡Santo Dios! -vociferó Marya Aleksandrovna.-No se sulfure, Marya Aleksandrovna -terció

Natalya Dmitrievna-. Puede ser que el príncipelo haya olvidado... Ya se acordará.

-Me asombra usted, Natalya Dmitrievna-replicó indignada Marya Aleksandrovna-.¿Acaso pueden olvidarse esas cosas? ¿Acaso es

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posible olvidar esto? Por favor, príncipe, ¿esque se ríe usted de nosotras? ¿O es que quizáquiere usted hacerse pasar por uno de esos Ca-laveras de los tiempos de la Regencia que nosretrata Dumas? ¿Por un Faire-la-cour o un Lau-zun? Pero, aparte de que sus años no están paraeso, le aseguro que sería inútil. Mi hija no esuna vizcondesa francesa. Hoy, aquí, en estemismo sitio ella le cantó a usted una romanza,y usted, cautivado Por su canto, se hincó derodillas y pidió su mano. ¿Es que estoy soñan-do? ¿Es que estoy dormida? Conteste, príncipe,¿es que estoy dormida?

-Pues sí... pero quizá no... -respondió el des-pistado príncipe-. Quiero decir que ahora, porlo visto, no estoy soñando. Pero ¿sabe? hace unrato sí lo estaba, y por eso soñé que en sueños...

-¡Dios mío! Pero ¿qué es esto? ¡Que si soñan-do, que si no soñando, que si soñando, que sino soñando' ¿Quién diablos entiende esto?¿Está usted delirando, principe?

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-Pues sí, el diablo sabe .... pero yo ya, por lovisto, no doy pie con bola... -añadió el príncipelanzando a su alrededor miradas intranquilas.

-¿Pero cómo podía usted haberlo soñado-preguntó desesperada Marya Aleksandrovna-si yo le he contado a usted su sueño con todoslos detalles cuando todavía no se lo había con-tado usted a ninguno de los aquí presentes?

-Quizás el príncipe se lo había contado ya aalguien -dijo Natalya Dmitrievna.

-Pues sí, quizá se lo había contado a alguien-afirmó el príncipe enteramente desorientado.

-¡Vaya comedia! -apuntó Felisata Mihailovnapor lo bajo a su vecina.

-¡Santo Dios! ¡Esto es inaguantable! -gritóMarya Aleksandrovna, retorciéndose con fre-nesí las manos¡Ella le cantó una romanza, unaromanza le cantó! ¿Es que también soñó ustedeso?

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-Pues sí, en efecto, parece que cantó una ro-manza -murmuró pensativo el príncipe. Depronto un recuerdo animó su rostro.

-¡Amigo mío! --exclamó, volviéndose aMozglyakov-. Olvidé decirte antes que hubo deveras una romanza, y que en esa romanza hab-ía unos castillos, y luego más castillos, de ma-nera que había muchísimos castillos, y luegohabía tro-va-dor! Pues sí, recuerdo todo eso...hasta el punto de que me eché a llorar... y miraque ahora no sé a punto fijo si esto sucedió deveras o si lo soné...

-Le confieso, tío -respondió Mozglyakov en eltono más mesurado posible, aunque en su vozvibraba cierta inquietud-, le confieso que, a miparecer, todo esto es muy fácil de explicar yconcordar. A mi parecer usted realmente oyócantar. Zinaida Afanasievna canta maravillo-samente. Después de comer le trajeron a ustedaquí y Zina le cantó una romanza. Yo no estabaaquí, pero usted probablemente dio rienda a suemoción y recordó el pasado. Quizá recordó a

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esa misma vizcondesa con la cual solía cantarromanzas y de la cual usted mismo nos hablóesta mañana. Pero luego, cuando se acostó us-ted, soñó, como consecuencia de estas agrada-bles impresiones, que estaba usted enamoradoy que había pedido la mano...

Marya Aleksandrovna se quedó pasmada an-te tal vileza.

-¡Amigo mío, eso es efectivamente lo que meha pasado! --exclamó el príncipe con entusias-mo-. ¡Precisamente como consecuencia de esasagradables impresiones! Recuerdo en e-fec-toque me cantaron una romanza y luego, en sue-ños, sentí el deseo de casarme. Y había tambiénuna vizcondesa... ¡Que hábilmente has desci-frado todo esto, querido! ¡Bueno, ahora estoyplenamente convencido de que todo esto losoñé! ¡Marya Vasilyevna, le aseguro que seequivoca! Ha sido un sueño. De lo contrario, nome permitiría jugar con sus nobles sentimien-tos...

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-¡Ahora veo claro quién ha sido el cizañeroaquí! -gritó Marya Aleksandrovna, a quien lafuria tenía fuera de sí, dirigiéndose a Mozglya-kov-. ¡Usted, señor mío, usted, hombre sinhonor, usted es el responsable de todo esto!¡Usted ha alborotado a este infeliz idiota por-que usted mismo ha sido mandado a paseo!¡Pero me las pagarás, canalla, por este insulto!¡Me las pagarás, me las pagarás, me las pa-garás!

-Marya Aleksandrovna -exclamó Mozglya-kov, enrojeciendo a su vez como un cangrejo-,sus palabras llegan al extremo de... No sé hastaqué extremo sus palabras... Una dama de la altasociedad jamás se permitiría... Yo por lo menosprotejo a mi pariente. Confiese usted mismaque engañar así...

-Pues sí, engañar así... -asintió el príncipe, tra-tando de esconderse detrás de Mozglyakov.

-¡Afanasi Matveich! -gritó Marya Aleksan-drovna con voz nada natural- ¿es que no oyes

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cómo nos avergüenzan y deshonran? ¿O es quete has sacudido de encima todas tus obligacio-nes? ¿Es que en realidad no eres un padre defamilia, sino un miserable poste de madera? ¿Aqué viene ese abrir y cerrar de ojos? ¡Otro ma-rido ya hubiera lavado con sangre el ultrajehecho a su familia ... !

-¡Mujer! --empezó a decir con fatuidad Afa-nasi Matveich, muy orgulloso de servir por finpara algo¡Mujer! ¿No habrás tú, en efecto, so-ñado todo eso y luego, cuando te despertaste,te hiciste un lío como de costumbre ... ?

Pero Afanasi Matveich no estaba llamado aterminar su perspicaz suposición. Hasta enton-ces los visitantes se habían tenido a raya, dandomendazmente a sus semblantes un aspecto dedecorosa seriedad. Pero ahora una descarga derisotadas irreprimibles retumbó por toda lasala. Marya Aleksandrovna, echando por altolas buenas maneras, se lanzó sobre su cónyuge,seguramente con el propósito de arrancarle losojos allí mismo. La sujetaron a la fuerza. Natal-

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ya Dmitrievna se aprovechó de la ocasión paraverter una gota más de veneno.

-Quizá, Marya Aleksandrovna, haya sucedidoefectivamente así y se atormenta usted inútil-mente -sugirio con voz meliflua.

-¿Cómo ha sucedido? ¿Qué ha sucedido?-gritó Marya Aleksandrovna sin entender to-davía lo que se le decía.

-Eso, Marya Aleksandrovna, sucede a veces...-¿Qué es lo que sucede? ¿Es que quiere usted

volverme loca?-Quizá lo soñara usted en efecto.-¿Que lo soñé? ¿Yo? ¿Que lo soñé? ¿Y se atre-

ve usted a decirme eso a mi propia cara?-Puede ser que efectivamente sucediera así

-replicó Felisata Mihailovna.-Pues sí, quizás efectivamente sucediera así

-murmuró también el príncipe.

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-¡También él, también él! ¡Dios santo!-vociferó Marya Aleksandrovna, estrujándoselas manos.

-¡Qué alborotada está usted, Marya Aleksan-drovna! Recuerde que los sueños nos los man-da Dios. Y si Dios así lo quiere, nadie puedeoponerse, y todos deben acatar su santa volun-tad. Nada se gana con enfurecerse.

-Pues sí, nada se gana con enfurecerse.-Con que me toman ustedes por loca, ¿no es

eso? -pudo apenas articular Marya Aleksan-drovna, a quien ahogaba la furia-. Esto ya nohay fuerza humana que lo aguante-. Se apre-suró a buscar una silla y cayó en ella desmaya-da.

-Éste es un desmayo diplomático -susurróNatalya Dmitrievna a Anna Nikolaevna.

Pero en ese momento de máxima perplejidadpara los presentes y de tensión en la escena, seadelantó de pronto otro personaje que hasta

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entonces había guardado silencio, y el escenariocambió al punto de carácter...

XIVHablando en términos generales, Zinaida

Afanasievna era de talante sobremaneraromántico. No sabemos si, como aseguraba lapropia Marya Aleksandrovna, ello se debía a lalectura frecuente de «ese idiota» de Shakes-peare con «su maestrucho». Pero jamás, en todasu vida en Mordasov, Zina se había permitidojugar un papel tan insólitamente romántico,mejor aún, tan heroico, como el que a continua-ción vamos a describir.

Pálida, con la resolución pintada en los ojos,pero casi trémula de agitación, pasmosamentebella en su ira, dio un paso adelante. Abarcan-do a todos en una larga y retadora mirada, enmedio del silencio que de repente la rodeó, sevolvió a su madre, quien, al primer movimien-

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to que hizo la hija, volvió en sí de su desmayo yabrió los ojos.

-Mamá -dijo Zina- ¿a qué viene engañar? ¿Aqué ensuciarse más con la mentira? Ya está to-do tan sucio que, francamente, no vale la penahacer un esfuerzo humillante para ocultarlo.

-¡Zina! ¡Zina! ¿Qué te pasa? ¡Vuelve en tuacuerdo! -exclamó Marya Aleksandrovna ate-rrada, saltando de su asiento.

-Ya le dije, mamá, le dije de antemano que noaguantaría esta ignominia -prosiguió Zina-.¿Acaso es necesario humillarse todavía más,ensuciarse más? Pero escuche, mamá, yo mehago responsable de todo, porque soy más cul-pable que nadie. ¡Yo, yo, con mi consenti-miento, he dado curso a esta vergonzosa... in-triga! Usted es madre y me quiere. Usted pensóhacer mi felicidad a su manera, según su en-tender. Cabe todavía perdonarla a usted, pero amí, a mí nunca.

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-Zina, ¿pero es que quieres contar ... ? ¡Ay,Dios! ¡Ya me temía yo que este puñal se meclavada en el corazón!

-Sí, mamá, lo contaré todo. Estoy deshonrada,usted... ¡todos nosotros estamos deshonrados ...!

-Tú exageras, Zina. No estás en tu juicio cabaly no piensas en lo que dices. ¿Y para qué contarnada? No hay por qué... La vergilenza no esnuestra... Verás cómo demuestro ahora mismoque la vergüenza no es nuestra...

-No, mamá -exclamó Zina con un temblor deenojo en la voz-. Ya no quiero callar más anteestas gentes cuyas opiniones desprecio y quehan venido a reírse de nosotros. No quieroaguantar más sus agravios; ni una sola de estasseñoras tiene derecho a cubrirme de lodo. To-das ellas están dispuestas en cuálquier momen-to a portarse treinta veces peor que usted o queyo. ¿Se atreven a ser nuestros jueces? ¿Puedenserlo?

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-¡Habráse visto! ¡Pero qué manera de hablar!¿Qué es esto? Nos está insultando -se ovó portodos lados.

-En realidad ni ella misma sabe lo que estádiciendo -indicó - Natalya Dmitrievna.

Digamos entre paréntesis que Natalya Dmi-trievna tenía razón. Si Zina no consideraba aestas damas dignas de juzgarla, ¿entonces paraqué salir con esta declaración pública y estaconfesión? Bien mirado, Zinaida Afanasievnase apresuraba en demasía. Tal fue más tarde laopinión de las mejores cabezas de Mordasov.Se hubiera podido arreglar todo. Se hubierapodido echar tierra al asunto. Es verdad que lapropia Marya Aleksandrovna se hizo muchodaño aquella tarde con su apresuramiento yarrogancia. Hubiera bastado tan sólo con reírsedel carcamal imbécil y mandarlo a paseo. PeroZina, como si lo hiciera adrede, y a pesar de lasensatez y de la sabiduría propias de Morda-sov, se dirigió al príncipe.

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-Príncipe -le dijo al anciano, quien por respetohasta se levantó de su sillón, tal fue la impre-sión que ella le produjo en ese momento-.¡Príncipe, perdóneme, perdónenos! Le hemosengañado, le hemos engatusado...

-¡Cállate, infeliz! -gritó Marya Aleksandrovnaatónita.

-Señorita, señorita, ma charmante enfant...-masculló el príncipe sorprendido.

Pero el carácter de Zina, orgulloso, impulsivoy en alto grado fantasioso la arrastró en eseinstante más allá de todas las convenciones queexige la realidad. Se olvidó hasta de su propiamadre, a quien tales confesiones tenían convul-sa.

-Sí, nosotras dos le hemos engañado, prínci-pe. Mi madre porque decidió hacerle casarseconmigo y yo porque lo acepté. Se le embriagóa usted, yo consentí en cantar y hacer remilgosante usted. A usted, débil, inerme, se le echó lagarra, como dice Pavel Aleksandrovich, se le

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echó la garra porque es usted rico y porque esusted príncipe. Todo esto ha sido horriblemen-te sórdido y me arrepiento de ello. Pero le juro,príncipe, que no consentí en esta vileza pormotivos innobles. Yo quería... Pero ¿qué hago?Sería doble vileza justificarse en este asunto. Ledigo, sin embargo, príncipe, que si hubiera to-mado algo suyo, habría sido en cambio parausted su juguete, su criada, su bailarina, su es-clava... ¡Hubiera jurado y hubiera cumplidosagradamente mi juramento!

Un nudo en la garganta la obligó a detenerseen ese momento. Todos los presentes parecíanestupefactos y escuchaban con ojos desorbita-dos. La declaración de Zina, inesperada y ente-ramente incomprendida, les había sacado dequicio. Sólo el príncipe estaba hondamenteconmovido, aunque no entendía la mitad de loque Zina decía.

-Pero me casaré con usted, ma belle enfant, siasí lo desea -murmuró- y lo estimaré un gran

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ho-nor. Le aseguro, sin embargo, que fue como¿qué importa que soñara? ¿Para qué un sueño.¿Pero inquietarse? Parece, amigo mío --dijovolviéndose a Mozglyakov- que no he com-prendido nada. Explícame tú, por favor...

-Y usted, Pavel Aleksandrovich -continuó Zi-na, volviéndose también a Mozglyakov- usted,en quien alguna vez he estado a punto de ver ami futuro esposo, usted, que ahora se ha ven-gado tan cruelmente de mí ¿de veras ha podidohacer causa común con esta gente para infa-marme y herirme? ¿Y decía usted que me ama-ba? Pero no soy yo quien puede darle una lec-ción de moral. Soy más culpable que usted. Lehe ofendido porque efectivamente le he venidoincitando con promesas, y mis palabras hansido trampa y mentira. No le he querido a us-ted nunca, y si decidí casarme con usted fuesólo para salir de aquí, de esta maldita ciudad ylibrarme de toda esta porquería... Pero le juroque de haberme casado con usted, hubiera sidouna esposa buena y fiel... Se ha vengado usted

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cruelmente de mí y si esto halaga su amor pro-pio...

-¡Zinaida Afanasievna! -exclamó Mozglya-kov.

-Si sigue usted sintiendo odio hacia mí...-¡Zinaida Afanasievna!-Sí alguna vez -continuó Zina reprimiendo las

lágrimas-, si alguna vez me ha amado usted...-¡Zinaida Afanasievna!-¡Zina, Zina, hija mía! -gimió Marya Aleksan-

drovna-¡Soy un canalla, Zinaida Afanasievna, soy

simplemente un canalla! -declaró Mozglyakov,produciendo con ello la más aguda conmoción.Alzáronse gritos de asombro, de cólera, peroMozglyakov permaneció clavado en su sitio,incapaz de pensar ni hablar...

En los caracteres débiles y frívolos, habitua-dos a la sumisión, que deciden por fin enfure-cerse y protestar, en una palabra, ser firmes y

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consecuentes, se echa de ver un rasgo, a saber,el límite siempre cercano de su firmeza y con-secuencia. Por lo común su protesta es al prin-cipio sumamente enérgica, con energía quellega incluso al frenesí. Se lanzan sobre losobstáculos con los ojos cerrados y casi siemprecarecen de fuerza bastante para sobrellevar lacarga que asumen. Pero una vez que ha llegadoa cierto punto, el hombre enfurecido, comoasustado de sí mismo, se detiene estupefactoante la terrible pregunta: «¿Qué es lo que hehecho?» Y al punto decae en su esfuerzo, llori-quea, pide explicaciones, se pone de rodillas,pide perdón, implora que todo vuelva a comoestaba antes, y pronto, lo más pronto posible...Eso mismo, poco más o menos, fue lo que pasóentonces con Mozglyakov. Después de perderlos estribos, de enfurecerse, de provocar undesastre del que ahora se juzgaba exclusiva-mente responsable, deispués de saciar su ira ysu vanidad y de odiarse a sí mismo por haberlohecho, se detuvo de repente, herida su concien-

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cia por la inesperada declaración de Zina. Lasúltimas palabras de ésta fueron el golpe de gra-cia. El tránsito de un extremo a otro fue cosa deun instante.

-Soy un asno, Zinaida Afanasievna -exclamóen un impulso de frenético arrepentimiento-.No, ¿Qué digo, asno? ¡Asno es poco! ¡Muchísi-mo peor que un asno! ¡Pero le voy a probar austed, Zinaida Afanasievna, le voy a probarque hasta un asno puede ser un hombre honra-do! ¡Tío, le he engañado a usted! ¡Sí, yo, yo lehe engañado a usted! Usted no dormía. Ustedrealmente, despierto, hizo una propuesta dematrimonio, y yo, yo, canalla que soy, paravengarme por haber sido despedido, le aseguréa usted que lo había soñado.

-Se están descubriendo cosas sumamente cu-riosas -murmuró Natalya Dmitnevna al oído deAnna Nikolaevna.

-Amigo mío, tran-qui-lí-zate, por fa-vor. ¡Me-nudo susto me has dado con tus gritos! Te ase-

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guro que te e-qui-vo-cas... Yo puede ser queesté dispuesto a casarme si es pre-ci-so; perofuiste tú mismo quien me aseguró que todohabía sido un sueño...

-¡Ay, y cómo convencerle ahora! ¡Díganmeustedes cómo convencerle ahora! ¡Tío, tío! ¡Queesto es cosa importante! ¡Que es un asunto defamilia de lo más importante! ¡Considere usted!¡Piense!

-Perdona, amigo mío, estoy pen-san-do. Es-pera que lo recuerde todo punto por punto.Primero fue lo del cochero Fe-o-fil...

-¡Tío! ¡Que Feofil no viene ahora a cuento!-Pues sí, pongamos que ahora no viene a

cuen-to. Luego fue Na-po-le-ón, y luego meparece que tomamos el té y que llegó una seño-ra y se nos comió todo el azúcar...

-¡Pero, tío! -soltó Mozglyakov en su propiotrastorno-. ¡Si eso fue lo que nos dijo antes lapropia Marya Aleksandrovna refiriéndose aNatalya Dmitrievna! ¡Si yo estaba allí y lo oí

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con mis propios oídos! ¡Si yo estaba escondidoy les miraba a ustedes por un agujero ...!

-¿Cómo, Marya Aleksandrovna? -interpusoNatalya Dmitrievna- ¿con que ha dicho alpríncipe que yo le robaba a usted el azúcar delazucarero? ¿Con que vengo aquí a robar azú-car?

-¡Fuera de aquí! -gritó Marya Aleksaiidrovnapresa de desesperación.

-¡No hay fuera de aquí que valga, MaryaAleksandrovna! ¡No se atreva usted a hablarmeasí! ¿Qué, vamos a ver, le robo yo a usted elazúcar? Hace tiempo que oigo decir que-levanta usted esas viles calumnias contra mí.Sofya Petrovna me ha dado detalles... ¿Con quele robo a usted el azúcar?

-Pero, mes dames --exclamó el príncipe-, ¡si to-do esto no es más que un sueño... ¿Qué importalo que yo vea en sueños?

-¡Maldita cuba! -rezongó Marya Aleksan-drovna a media voz.

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-¿Cómo? ¿También soy una cuba? -chilló Na-talya Dmitrievna-. Y usted ¿qué es? Ya hacetiempo que sé que me llama usted una cuba. Yopor lo menos tengo un marido, mientras queusted tiene un imbécil...

-Pues sí, recuerdo que también había unacu-ba -musító el príncipe, recordando incons-cientemente su conversación con Marya Alek-sandrovna.

-¿Cómo? ¿Insulta usted así a una señora?-¿Cómo se atreve, príncipe, a insultar a una

señora? Si yo soy una cuba, usted es un hombresin piernas...

-¿Quién? ¿Yo sin piernas?-Pues sí, sin piernas, y además sin dientes.

¡Eso es lo que es usted!-¡Y además tuerto! -gritó Marya Aleksan-

drovna.-¡Con un corsé en lugar de costillas! -agregó

Natalya Dmitrievna.

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-¡Y con una cara montada con muelles!-¡Sin un pelo propio!-Y el idiota tiene bigotes postizos -cerró el co-

ro Marya Aleksandrovna.-Déjeme al menos la nariz, Marya Stepanov-

na, que es la mía propia -clamó el príncipe, es-tupefacto ante franqueza tan inesperada-.¡Amigo mío, me has traicionado! Les has dichoque tengo el cabello pos-ti-zo...

-¡Tío!-No, amigo mío, no puedo permanecer aquí

más tiempo. ¡Llévame a cualquier sitio ... !¡Quelle société! Dios mío, ¿adónde me has traí-do?

-¡Idiota! ¡Sinvergüenza! -aulló Marya Alek-sandrovna.

-¡Ay, Dios mío! -dijo el pobre príncipe-. Mira,he olvidado de momento por qué he ve-ni-doaquí, pero pronto lo re-cor-da-ré. Llévame acualquier si-tio, amigo, que aquí me despeda-

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zan. Además... necesito apuntar al instante unnuevo pensamiento...

-Vamos, tío, que aún no es tarde. Le llevo enseguida al hotel y yo también voy con usted...

-Pues sí, al hotel. Adieu, ma charmante enfant...Sólo usted... Usted es la única... virtuosa. Ustedes una muchacha hon-ra-da. Vamos, amigomío. ¡Ay, Dios santo!

No describiré, sin embargo, el final de la des-agradable escena que se produjo al marcharseel príncipe. Las visitantes se dispersaron conchillidos y juramentos. Marya Aleksandrovnase quedó por fin sola en medio de los jirones ydespojos de su pasada gloria. Poder, fama, ca-tegoría social, todo ¡ay! se volatilizó en esa solatarde. Marya Aleksandrovna comprendió queya no volvería nunca a alcanzar la altura deantes. Su prolongado despotismo, de muchosaños de duración, sobre toda la sociedad sedesplomó por fin. ¿Qué le quedaba ahora? Filo-sofar. Pero no filosofó. Pasó la noche entera

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rabiando. Zina estaba deshonrada y las mur-muraciones serían inacabables. ¡Horrible!

Como historiador puntual debo señalar queel que mejor salió de ese fregado fue AfanasiMatveich, quien logró esconderse en un cuartode trastos y allí permaneció, transido de frío,hasta la mañana. Llegó por fin ésta, pero tam-poco trajo nada bueno. La desgracia nunca vie-ne sola...

XVCuando el destino hace que el infortunio cai-

ga una vez sobre alguien, sus arremetidas ya notienen fin. Esto ya se sabe de antiguo. No bas-taba una tarde de infamia y vergüenza paraMarya Aleksandrovna. No. El destino le prepa-raba otros golpes aún más violentos.

Ya antes de las diez de la mañana circulabapor toda la ciudad un rumor extraño y difícil decreer, recibido por todo el mundo con malignay feroz alegría, como por lo común recibimos

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un escándalo insólito de que es víctima cual-quiera de nuestros prójimos. «¡Llegar a extremotal de desvergüenza y desfachatez!» -se excla-maba por todas partes-. «Humillarse hasta esepunto, despreciar todo decoro, menospreciarasí todos los miramientos», etc., etc. He aquí,sin embargo, lo que había pasado. Por la maña-na temprano, cuando apenas eran las seis, unapobre vieja de aspecto lamentable, desesperaday llorosa, corrió a casa de Marya Aleksandrov-na y rogó a la doncella que despertara a la se-ñorita en seguida, sólo a la señorita y en secre-to, para que no se enterase Marya Aleksan-drovna. Zina, pálida y acongojada, corrió alpunto al encuentro de la anciana. Ésta cayó alos pies de la joven, los cubrió de besos, losregó de lágrimas y le imploró que fuera con ellainmediatamente a ver a su Vasya, que, enfer-mo, había tenido una mala noche, tan mala, quequizá no saliera vivo de ese día. La vieja dijo aZina entre sollozos que era el propio Vasyaquien la llamaba para pedirle perdón a las

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puertas de la muerte, y que se lo suplicaba portodos los ángeles del cielo y por todo lo quehabía pasado antes; y que si ella no iba a verle,moriría él presa de la desesperación. Al mo-mento Zina determinó ir, a pesar de que darsatisfacción a tal súplica confirmaría todos losodiosos rumores de antes acerca de la nota in-terceptada, de su conducta escandalosa, etc. Sindecir nada a su madre, se echó un manto enci-ma y al momento, junto con la vieja, cruzó abuen paso toda la ciudad hasta llegar a uno delos arrabales más pobres de Mordasov, a unacalle apartada en la que había una casuca vieja,ladeada, con unas como aspilleras por ventanasy medio hundida entre montones de nieve.

En esa casuca, en un cuartucho pequeño,húmedo y bajo de techo, en el que una enormeestufa ocupaba la mitad de él, en un camastrode tablas sin pintar, sobre un jergón delgadocomo una oblea, yacía un joven cubierto con unviejo capote. Tenía la cara pálida y chupada ylos brazos flacos y enjutos como palillos. Le

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brillaban los ojos con ardor morboso. Su respi-ración era dificultosa y ronca. Se echaba de verque había sido de buen parecer; pero la enfer-medad había alterado los finos rasgos de suhermoso rostro, en el que daba pena y espantofijar los ojos, como en el de todos los tísicos o,mejor aún, como en el de los moribundos. Suanciana madre, que durante todo un año, porno decir hasta el último momento, había espe-rado que su Vasyenka se salvara, comprendiópor fin que se acercaba el fin. Ahora estaba jun-to a él, presa de angustia, de pie, con las manosentrecruzadas, secos los ojos, mirándole sinapartar de él la vista, sin poder aún compren-der, aunque bien lo sabía, que en breves días lahelada tierra cubriría a su adorado Vasya, allí,bajo los montones de nieve, en el miserablecementerio. Pero no era a ella a quien Vasyamiraba en ese momento. La cara del enfermo,consumida y doliente, respiraba ahora felici-dad. Veía por fin ante sí a aquella con quiensoñaba desde hacía año y medio, dormido y

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despierto, durante las largas y penosas nochesde su enfermedad. Comprendía que ella le per-donaba, apareciéndosele como un ángel deDios en la hora de la muerte. Ella le estrechabalas manos, lloraba sobre su pecho, le sonreía, lemiraba de nuevo con sus ojos espléndidos...; ytodo lo ya pasado para no volver resucitó denuevo en el alma del moribundo. La vida ardióuna vez más en su corazón y parecía como siesa misma vida, al huir, quisiera hacer sentir alpaciente lo difícil que era separarse de él.

-¡Zina --dijo- Zinochka! No llores por mí, note aflijas, no te inquietes, no me recuerdes quevoy a morir pronto. Quiero mirarte... comoahora te miro, quiero sentir que nuestras almashan vuelto a juntarse, que me has perdonado.Besaré tus manos como antes, y morire quizásin darme cuenta de la muerte. ¡Has adel-gazado, Zinochka! ¡Con qué bondad me mirasahora, ángel mío! ¿Y recuerdas cómo te reíasantes? ¿Recuerdas ... ? ¡Ay, Zina! No te pidoperdón, ni quiero recordar lo que pasó, porque,

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Zinochka, aunque tú me hayas perdonado, yonunca me perdonaré a mí mismo. Ha habidonoches largas, Zina, noches de insomnio y te-rror, y en tales noches, tendido en esta mismacama, he pensado mucho. Hace ya tiempo queestoy convencido de que lo mejor para mí esmorirme, de veras que es lo mejor. ¡Yo no sirvopara vivir, Zinochka!

Zina lloraba y le apretaba las manos, como sicon ello quisiera poner coto a sus palabras.

-¿Por qué lloras, ángel mío? -prosiguió el en-fermo-. ¿Porque voy a morir? ¿Sólo por eso?¡Pero si hace tiempo que todo lo demás murió yestá enterrado! Tú eres más lista que yo, tienesun corazón mas puro, y por lo tanto sabes des-de hace mucho que soy malo. ¿Es posible queaún puedas quererme? ¡Cuánto me ha costadohacerme a la idea de que sabes lo malo y vanoque soy! ¡Cuánto hubo de vanidad en todoaquello, cuánto quizá también de honradez...no lo sé! ¡Ay, amor mío, toda mi vida ha sidoun sueño! Lo he soñado todo, he soñado siem-

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pre. No vivía, me vanagloriaba, despreciaba ala muchedumbre ¿y de qué podía vanagloriar-me ante ella? Ni yo mismo lo sé. ¿De pureza decorazón? ¿De nobleza de sentimientos? ¡Pero sitodo esto fue sólo en sueños, cuando leíamosjuntos a Shakespeare! Y cuando llegó la hora deobrar yo también hice alarde de mi pureza y demis nobles sentimientos...

-¡Basta -dijo Zina- basta!... ¡No fue como di-ces! ¡En vano... te atormentas!

-¿Por qué me interrumpes, Zina? Ya sé queme has perdonado y que tal vez me perdonastehace ya tiempo; me juzgaste y comprendistequé clase de hombre soy: eso es lo que me tor-tura. ¡Soy indigno de tu cariño, Zína! Tú hastaen el obrar fuiste honrada y magnánima.Hablaste con tu madre y le dijiste que te casar-ías conmigo y con nadie más, y cumpliste tupalabra, porque en ti palabra y obra van juntas.¡Pero en mí! Cuando era cosa de obrar... ¿Sabes,Zinochka, que ni siquiera comprendía entonceslo que tú sacrificabas casándote conmigo? No

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comprendía siquiera que, casándote conmigo,quizá te morirías de hambre. ¡Si ni siquiera seme pasó por la cabeza! Yo sólo pensaba en quete casabas conmigo, con un gran poeta (es de-cir, con un futuro gran poeta), y no quería en-tender los motivos que aducías al pedirme quese aplazara la boda. Te atormenté, te tiranice, tehice reproches, te denigré, y por último lleguéal extremo de amenazarte en aquella carta. ¡Nome porté sólo como un canalla entonces, sinocomo un sabandija! ¡Oh, cómo me debiste des-preciar! Sí, está bien que me muera. Está bienque no te hayas casado conmigo. No hubieracomprendido tu sacrificio, te hubiera hecho lavida imposible, te hubiera atormentado porcausa de nuestra pobreza. ¿Y qué digo? Tal vezhubiera llegado a odiarte, como un obstáculoen mi vida. ¡Ahora es mejor! Ahora al menosmis lágrimas amargas me han lavado el co-razón. ¡Ay, Zinochka! ¡Quiéreme un poquito,como antes me querías! Aunque ésta sea la

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última hora ... Bien sé que no soy digno de tucariño, pero, pero ... ¡oh, ángel mío!

Durante toda esta plática Zina también estu-vo sollozando y trató de cortarle la palabra másde una vez Pero él no la escuchaba, aguijonea-do por el deseo de decirlo todo, y seguíahablando, aunque con esfuerzo ahogándose,con voz ronca y entrecortada.

-¡Si no me hubieras conocido, si no me hubie-ras querido, ahora no estarías como estás! --dijoZina- ¡Ay! ¿Por qué nos conocimos? ¿Por qué?

-No, amor mío, no te hagas reproches porquevoy a morir -prosiguió el enfermo-. ¡Yo tengo laculpa de todo! ¡Cuánta vanidad ha habido entodo ello! ¡Cuánto romanticismo! ¿Te han con-tado en detalle mi estúpida historia, Zina? Mi-ra, hubo aquí el año antepasado un preso, pro-cesado en una causa criminal, un malhechor yasesino; pero cuando llegó la hora de la penaresultó ser un hombre pusilánime. Sabiendoque a un enfermo no se le impone el castigo, se

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agenció un poco de vino, puso en él tabaco y selo bebió. Le sobrevino un vomito tal, mezcladocon sangre, y duró tanto tiempo que le dañó lospulmones. Lo llevaron a la enfermería y al cabode algunos meses murió de tisis galopante.Pues bien, amor mío, yo me acordé de ese presoel mismo día que .... bueno, ya sabes, despuésde lo de la carta... y también decidí matarme.Pero, a ver, piensa, ¿por qué escogí la tisis? ¿Porqué no colgarme o ahogarme? ¿Le tenía miedoa una muerte rápida? ¡Tal vez fuera eso, perono sé por qué sospecho, Zinochka, que tambiénahí anduvieron tonterías románticas! De todosmodos, se me ocurrió entonces una idea: ¡quéhermoso sería estar en la cama muriendo detisis, mientras tú estarías con el alma en un hilo,sufriendo porque me habrías llevado hasta eseestado! Tú misma vendrías a confesarme tuculpa, te arrodillarías ante mí... Yo te perdonar-ía, muriendo en tus brazos... ¡Estúpido, Zi-nochka, estúpido! ¿verdad?

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-No recuerdes eso -dijo Zina-. No digas eso...Tú no eres así... ¡Es mejor que recordemos otracosa, lo nuestro, que fue tan hermoso y tan fe-liz!

-Me es penoso, amor mío, por eso hablo deello. ¡Hace año y medio que no te veo! ¡Es comosi desnudara mi alma ante ti! Desde entonces,durante todo este tiempo, he estado enteramen-te solo y creo que no ha habido un momento enque no haya pensado en ti, ¡ángel mío de mialma! Y ¿sabes, Zinochka? ¡cuánto hubiera que-rido hacer algo, algo meritorio para que cam-biaras tu concepto de mí! Hasta hace poco nocreía que iba a morirme, porque la dolencia nome abatió de repente, y durante mucho tiempohe estado yendo y viniendo con el pecho en-fermo. ¡Y cuántas conjeturas ridículas he hecho!Soñaba, por ejemplo, que llegaba a ser de re-pente un grandísimo poeta, que imprimía enNotas de la Patria un poema sin par en el mun-do. Pensaba verter en él todos mis sentimien-tos, toda mi alma, de modo que, dondequiera

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que tú estuvieras, yo estaría siempre contigo,haría que me recordaras con,tinuamente conmis poesías. Y mi mejor sueño era que por finreflexionarías y dirías: «No, no es tan malo co-mo yo creía.» ¡Estúpido, Zinochka, estúpido!¿Verdad?

-¡No, no, Vasya, no! -dijo Zina, cayendo sobreel pecho del enfermo y besándole las manos.

-¡Y qué celoso he estado de ti durante todo es-te tiempo! ¡Creo que me hubiera muerto sihubiera oído decir que te casabas! Mandabaque no te quitaran los ojos de encima, que tevigilaran, que te espiaran...; ésta es la que iba yvenía (y señaló con un gesto a su madre). Por-que tú no querías a Mozglyakov, ¿verdad, Zi-nochka? ¡Ay, ángel mío! ¿Te acordarás de mícuando me muera? Sé que te acordarás; ¡peropasarán los años, el corazón se endurecerá, lle-gará el frío, el invierno, al alma, y me olvidarás,Zinochka!...

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-¡No, no, nunca! ¡Ni me casaré tampoco!... Túeres el primero... y lo serás siempre...

-¡Todo muere, Zinochka, todo, hasta los re-cuerdos!... También mueren nuestros noblessentimientos. A ocupar su puesto viene el buensentido. ¿De qué sirve quejarse? Aprovéchatede la vida, Zina, vive larga y felizmente. ¡Quie-re a otro, si puedes querer, porque de nada valequerer a un muerto! Pero por lo menos acuér-date de mí, aunque sólo sea de tarde en tarde.¡No recuerdes lo malo, perdona lo malo, por-que también en nuestro amor hubo algo bueno,Zinochka! ¡Oh, días dorados que ya no vol-verán...! Escucha, ángel mío, siempre le he te-nido cariño al atardecer, a la puesta de sol. Re-cuérdame a veces a esa hora. ¡Ah, no, no! ¿Porqué morir? ¡Cuánto quisiera ahora volver avivir! ¡Recuerda, amor mío, recuerda, recuerdaese tiempo! Era la primavera, el sol brillabaesplendoroso, brotaban las flores, y en tornonuestro había un aire de fiesta... Y ahora. ¡Mira,mira!

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Y el pobre señalaba con una mano enflaque-cida la mugrienta ventana cubierta de escarcha.Luego cogió las manos de Zina, las apretó con-tra sus propios ojos y comenzó a sollozaramargamente. Los sollozos casi destrozaban supecho consumido.

Todo el día estuvo sufriendo, añorando y llo-rando. Zina le consolaba en lo posible, pero supropio espíritu estaba en angustia mortal. Ledecía que no le olvidaría y que nunca amaría anadie como a él le amaba. Él la creía, sonreía, lebesaba las manos, pero los recuerdos del pasa-do servían sólo para atenazarle y atormentarleel alma. Así transcurrió el día. Entretanto, Mar-ya Aleksandrovna, alarmada, mandó diez ve-ces por Zina, le rogó que volviera a casa y queno acabara por desacreditarse del todo en laopinión pública. Por último, cuando ya oscu-recía, decidió ir ella misma en busca de su hija.La llamó a un cuarto vecino y, casi de rodillas,le pidió que «no traspasara su corazón con esteúltimo y mortífero puñal». Zina salió a verla

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sintiéndose enferma: le ardía la cabeza. Escuchóa su madre sin entenderla. Marya Aleksan-drovna se fue por fin desesperada, porque Zinase había propuesto pasar la noche en casa delmoribundo, y durante toda ella no se apartó uninstante de la cama de éste. El enfermo empeo-raba por momentos. Llegó un nuevo día, peroya sin esperanza de que el paciente lo sobrevi-viera. La anciana madre estaba como loca, ibade un lado para otro como si no comprendieranada, daba al hijo medicinas que él no queríatomar. La agonía del joven duró largo tiempo.Ya no podía hablar y de su pecho brotaban sólosonidos roncos e inconexos. Hasta el últimomomento estuvo mirando continuamente aZina, buscándola con los ojos, y cuando en ellosempezó a apagarse la luz siguió buscando conmano tentativa e incierta la mano de ella paraapretarla. Entretanto transcurría el corto díainvernal. Y cuando, finalmente, el postrer rayodel sol declinante pintó de oro el único venta-nuco de la exigua habitación, todo él cubierto

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de escarcha, el alma del paciente, abandonandoel agotado cuerpo, voló en pos de ese rayo. Lavieja madre, al ver por fin ante sí el cadáver desu adorado Vasya, entrecruzó las manos, lanzóun grito y cayó sobre el pecho del muerto.

-¡Tú, víbora, has sido su perdición! --gritó aZina en su desesperación-. ¡Tú, maldita cizañe-ra, tú, malvada, eres la que le has matado!

Pero Zina ya no oía nada. Estaba de pie juntoal muerto, como enajenada. Al cabo se inclinósobre él, hizo la señal de la cruz, le besó y saliómaquinalmente de la habitación. Le quemabanlos ojos y le daba vueltas la cabeza. Las penosasvicisitudes que había presenciado y las dosnoches en que apenas había dormido casi laprivaron de juicio. Sentía vagamente que todosu pasado se desgajaba, por así decirlo, de sucorazón, y que empezaba una nueva vida, te-nebrosa y amenazadora. Pero no había andadodiez pasos cuando Mozglyakov se presentóante ella como brotado de la tierra. Por lo visto

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había estado esperándola de intento en ese si-tio.

-Zinaida Afanasievna -murmuró en tono me-droso, mirando rápidamente a su alrededorporque todavía hacía bastante luz-; ZinaidaAfanasievna, soy, por supuesto, un asno. O, siusted prefiere, ya no soy un asno, porque al finy al cabo, como usted ha visto, me porté hon-radamente. Pero, de todos modos, siento habersido un asno. Parece que no atino, Zinaida Afa-nasievna, pero... perdone usted, hay varios mo-tivos para ello...

Zina le miró casi inconscientemente y conti-nuó andando en silencio. Como la alta acera demadera no era bastante ancha para que camina-ran los dos juntos y Zina no le dejaba sitio, Pa-vel Aleksandrovich abandonó la acera y a lolargo de ella corría junto a la joven, sin apartarlos ojos de su rostro.

Zinaida Afanasievna -prosiguió- he recapaci-tado y, si usted quiere, estoy dispuesto a reno-

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var mi oferta. Estoy incluso dispuesto a olvi-darlo todo, Zinaida Afanasievna, todo estesórdido asunto, dispuesto a perdonar pero conuna condición: que mientras estemos aquí tododebe permanecer en secreto. Usted se marcharáde aquí cuanto antes- y lo la seguiré sin quenadie se entere. Nos casamos en algún lugarremoto para que nadie nos vea y seguidamentenos vamos a Petersburgo, en silla de posta, porlo que debiera usted llevar sólo un maletín,¿eh? ¿De acuerdo, Zinaida Afanasievna? Díga-melo en seguida. No puedo esperar. Nos pue-den ver juntos.

Zina no respondió. Se limitó a mirar aMozglyakov, pero de tal manera que él lo com-prendió todo en el acto, se quitó el sombrero, seinclinó y desapareció por la primera bocacalle.

-¿Cómo? -pensaba-. ¿Anteayer por la tardetanto despliegue de sentimientos y tanto cul-parse a sí misma? ¡Está visto que cambia de undía para otro!

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Y mientras tanto en Mordasov se sucedían losacontecimientos, entre ellos uno trágico. Elpríncipe, conducido al hotel por Mozglyakov,cayó enfermo esa misma noche, y enfermo degravedad. Los vecinos de Mordasov se entera-ron de ello a la mañana siguiente. Kallist Stanis-lavich casi no se apartaba de -la cabecera delenfermo. A la tarde se celebró una consulta detodos los médicos de Mordasov, a quienes semandaron invitacíones en latín. Pero, a pesardel latín, el príncipe había perdido ya el juicio,desvariaba, pedía a Kallist Stanislavich que lecantara una romanza, hablaba de pelucas; aveces parecía asustarse de algo y gritaba. Losmédicos acordaron que, a resultas de la hospi-talidad mordasoviana, el príncipe padecía deuna inflamación de estómago, que se había ex-tendido (probablemente en el camino) a la ca-beza. No rechazaron la posibilidad de un tras-torno moral. Llegaron a la conclusión de que,desde tiempo atrás, el príncipe estaba predis-puesto a la muerte y por lo tanto moriría sin

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remedio. En esto último no se equivocaron,pues el pobre anciano murió en el hotel tresdías después, a última hora de la tarde. Estoafectó muchísimo a las gentes de Mordasov.Nadie esperaba que el asunto tomara un girotan grave. Acudieron en tropel al hotel dondeyacía el cadáver, reflexionaron y deliberaron,menearon la cabeza y acabaron condenandocon severidad a las «asesinas del infeliz prínci-pe», dando a entender, por supuesto, que setrataba de Marya Aleksandrovna y su hija. To-dos pensaban que esta historia, por lo escan-dalosa, llegaría quizás a comarcas remotas, ycavilaban sobre toda suerte de posibles conse-cuencias. Durante todo este tiempo Mozglya-kov estuvo en constante bullebulle, yendo deun lado para otro, hasta que la cabeza acabódándole vueltas. En ese estado de ánimo estabacuando se vio con Zina. Bien mirado, su situa-ción era peliaguda. Él mismo había llevado alpríncipe a la ciudad, él mismo le había trasla-dado al hotel, y ahora no sabía qué hacer con el

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difunto, cómo y dónde darle sepultura, a quiéninformar de lo ocurrido. ¿Debía conducir elcadáver a Duhanovo? Por añadidura, se consi-deraba a sí mismo como sobrino. Se estremecíade pensar que le culparan de la muerte del res-petable anciano. «Quizás el asunto tenga reper-cusiones en la alta sociedad de Petersburgo»-pensaba con un escalofrío. De las gentes deMordasov era inútil esperar consejo alguno.Todos se asustaron repentinamente de algo, seapartaron del cadáver y dejaron a Mozglyakoven una soledad tenebrosa. Mas de repente laescena cambió por completo. Al día siguiente,por la mañana temprano, llegó un viajero a laciudad. Todo Mordasov empezo a hablar delvisitante, pero furtivamente, en voz baja,mirándole por todas las ventanas y resquicioscuando iba por la calle Mayor a casa del gober-nador. Hasta el mismo Pyotr Mihaílovich pare-ció intimidarse un tanto y no sabía cómo con-ducirse con el recién venido. Éste era el conoci-do príncipe Shchepetilov, pariente del difunto,

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hombre aún relativamente joven, de treinta ycinco años, con charreteras trenzadas de coro-nel. La vista de estas charreteras produjo entodos los funcionarios un pavor nada común.El jefe de policía, por ejemplo, perdió la cabeza,aunque por supuesto sólo en lo moral, ya queen lo físico bien presente estaba aunque conuna cara bastante larga. Pronto se supo que elpríncipe Shchepetilov venía de Petersburgo yde paso se había detenido en Duhanovo. Nohabiendo encontrado a nadie en Duhanovo,voló en pos de su tío a Mordasov donde, comoun rayo, cayó sobre él la noticia de la muertedel anciano, acompañada de toda clase de ru-mores acerca de las circunstancias de su muer-te. Hasta Pyotr Mihailovich se aturdió un pocoal darle las explicaciones necesarias, ya quetodo el mundo en Mordasov parecía en ciertamedida culpable. Además, el viajero tenía unacara severa y descontenta, aunque pareceríaimposible que estuviera descontento con laherencia que iba a recibir. En seguida, él mis-

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mo, personalmente, se encargó de todo. Mozgl-yakov, avergonzado, escurrió el bulto tan pron-to como se presentó el auténtico -y no sólo pre-tendido- sobrino, y desapareció sin dejar rastro.Quedó decidido conducir el cadáver al monas-terio, donde había de tener lugar el funeral. Elvisitante daba todas sus instrucciones en tonolacónico, seco y severo, pero con tacto y decoro,Al día siguiente la ciudad entera fue al monas-terio para asistir al funeral. Entre las damascundió el rumor absurdo de que Marya Alek-sandrovna se presentaría en la iglesia y que, derodillas ante el ataúd, pediría en voz altaperdón, y que todo ello sería según manda laley. Ni que decir tiene que el rumor era ridículoy que Marya Aleksandrovna no apareció por laiglesia. Hemos olvidado decir que tan prontocomo Zina volvió a casa, su madre determinómudarse esa misma noche a la casa de campo,puesto que era imposible quedarse más tiempoen la ciudad. Desde su rincón escuchó con avi-dez los rumores que corrían por la ciudad,

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mandó a buscar noticias acerca del visitante ydurante todo ese tiempo estuvo febril. El cami-no del monasterio a Duhanovo pasaba a menosde una versta de las ventanas de su casa, y así,pues, Marya Aleksandrovna pudo observarcómodamente el largo cortejo que se desplaza-ba del monasterio a Duhanovo después delfuneral. El cadáver iba en un alto coche fúnebrey tras él marchaba una larga hilera de carruajesque acompañaron al difunto hasta llegar al cru-ce que conducía a la ciudad. Y durante largorato se vio, contrastando con el campo blancode nieve, el negro perfil de ese lúgubre carruajeque rodaba en silencio, con el decoro debido.Pero Marya Aleksandrovna no pudo mirarlomucho rato y se apartó de la ventana.

Al cabo de ocho días se trasladó a Moscú consu hija y su marido. Un mes más tarde se supoen Mordasov que la casa de la ciudad y la pro-piedad rural de Marya Aleksandrovna habíansido vendidas. Así, pues, Mordasov perdió pa-ra siempre a esa dama tan comme il faut. Tam-

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poco esto se pudo arreglar sin dar pasto a lamaledicencia. Se aseguraba, por ejemplo, que laventa de la finca del campo incluía a AfanasiMatveich... Pasó un año, luego otro, y casi seolvidó por completo a Marya Aleksandrovna.Así ¡ay! es la vida. Sin embargo, se decía quehabía comprado otra casa de campo y que sehabía trasladado a otra capital de provincia, enla que, por supuesto, ya tenía a todo el mundoen un puño; que Zina no se había casado todav-ía; que Afanasi Matveich... Pero no hay por quérepetir tales rumores. Nada de esto tiene visosde verdad.

Han pasado tres años desde que escribí elúltimo renglón de la primera parte de los ana-les de Mordasov, y quién iba a pensar quetendría que abrir de nuevo el manuscrito paraañadir una noticia más a mi narrativa. ¡Manos ala obra! Empezaré por Pavel AleksandrovichMozglyakov. Cuando desapareció de Morda-sov fue directamente a Petersburgo, donde ob-

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tuvo oportunamente el puesto en la adminis-tración que hacía tiempo le habían prometido.Pronto olvidó todos los acontecimientos deMordasov, entró en el torbellino de la vidamundana en la isla Vasilyevski y en el puertode Galerna, disfrutó de la vida, hizo la corte alas damas, estuvo a la altura de su tiempo, seenamoró, hizo una propuesta de matrimonio yfue rechazado una vez más; y no resignándoseal rechazo, por la frivolidad de su carácter ypor no estar con los brazos cruzados, se agencióun puesto en una expedición que iba a una delas comarcas más remotas de nuestra inmensapatria para inspeccionar algo o para algún otrofin -no sé de cierto. La expedición atravesó sincontratiempo bosques y desiertos y, por fin,tras largo viaje, se presentó ante el gene-ral-gobernador de esa remotísima comarca.Éste era un general alto, delgado y severo, unviejo militar cubierto de heridas recibidas envarias campañas, con dos estrellas y una cruzblanca al cuello. Recibió a la expedición con

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dignidad y decoro e invitó a todos los funcio-narios que la componían a un baile en su casaque se daba precisamente esa noche para cele-brar el día del santo de su esposa. Pavel Alek-sandrovich quedó muy contento de la invita-ción. Se puso su traje de Petersburgo, con el quepensaba causar gran impresión, y entró condesenvoltura en el gran salón, aunque prontoquedó algo cohibido al ver la gran cantidad decharreteras trenzadas y gruesas y de uniformescon estrellas de altos funcionarios. Fue necesa-rio cumplimentar a la esposa del gene-ral-gobernador, de quien ya había oído decirque era joven y muy hermosa. Se acercó a ellacon aire jactancioso y de repente quedó estupe-facto. Ante él estaba Zina, en un soberbio vesti-do de baile, cubierta de diamantes, orgullosa yaltiva. No reconoció en absoluto a Pavel Alek-sandrovich. Su mirada resbaló inatenta por elrostro de él y en seguida pasó a otro. El atónitoMozglyakov se hizo a un lado y entre la mul-titud tropezó con un funcionario joven y tímido

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que parecía asustado de verse en el baile delgeneral-gobernador. Pavel Aleksandrovich sedispuso en el acto a interrogarle y se enteró decosas sumamente interesantes. Averiguó que elgeneral-gobemador se había casado dos añosantes, en ocasión de un viaje, con una joven ri-quísíma de una familia distinguida; que la ge-nerala era «terriblemente hermosa, podía inclu-so decirse que era una belleza de primer orden,pero que mostraba un orgullo excesivo y nobailaba más que con generales»; que en esemismo baile había un total de nueve generales,propios y ajenos, incluyéndose en tal númerolos consejeros de Estado en activo; y que final-mente, «la generala tenía una madre que vivíacon ella, y que esta madre procedía de la másalta sociedad y era muy inteligente», pero queestaba sometida por entero a la voluntad de lahija. Él general, por su parte, idolatraba a suesposa y no le quitaba los ojos de encima. Moz-glyakov no pudo menos de preguntar discre-tamente por Afanasi Matveich, pero de éste no

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se sabía absolutamente nada en la «remota co-marca». Envalentonándose un poco, Mozglya-kov recorrió las salas y pronto apercibió a Mar-ya Aleksandrovna, espléndidamente ataviada,que desplegaba un precioso abanico y hablabaanimadamente con un funcionario de alta cate-goría. En torno a ella se apiñaban algunas da-mas que querían halagarla, y Marya Aleksan-drovna, por lo visto, se mostraba muy amablecon todas. Mozglyakov se arriesgo a presentar-se. Marya Aleksandrovna pareció estremecerseligeramente, pero casi al instante se repuso.Consintió amablemente en reconocer a PavelAleksandrovich, le preguntó por amistades dePetersburgo y por qué no estaba en el ex-tranjero. De Mordasov no dijo una palabra,como si no hubiera tal lugar en el mundo. Alcabo, después de pronunciar el nombre de cier-to príncipe importante de Petersburgo y deinteresarse por su salud -aunque Mozglyakovno tenía idea de quién pudiera ser- la dama sevolvió imperceptiblemente a un funcionario de

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fragante pelo gris que por allí pasaba y al puntose olvidó por completo de Pavel Aleksandro-vich, que seguía ante ella. Con una sonrisasarcástica y el sombrero en la mano Mozglya-kov volvió al salón principal. No se sabe porqué, quizá por considerarse herido en su amorpropio y hasta agraviado, decidió no bailar. Surostro no perdió en toda la noche su aspectosombrío y abstraído ni su mordaz sonrisa me-fistofélica. Apoyóse ostentosamente en unacolumna (el salón ¿cómo no? tenía columnas) ydurante todo el baile, que duró varias horas,permaneció en el mismo sitio, siguiendo a Zinacon la mirada. Pero ¡ay! todas sus mañas, todassus posturas pintorescas, su cara de desengaño,etc., etc., todo fue en vano. Zina sencillamenteno se percataba de él. Por último, furioso, conpiernas que le dolían de estar tanto de pie,hambriento, ya que como enamorado y enfer-mo de amor no podía quedarse a cenar, volvióa su aposento, agotado y por así decirlo, derro-tado. No se acostó en mucho rato, recordando

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lo olvidado hacía largo tiempo. A la mañanasiguiente se anunció una misión especial yMozglyakov consiguió, muy complacido, quele escogieran para ella. Su espíritu pareció re-frescarse cuando salió de la ciudad. En el espa-cio infinito y desierto yacía la nieve como unsudario deslumbrante. A lo lejos, en la mismalínea del horizonte, se percibía la mancha negrade los bosques.

Volaban los briosos caballos, levantando consus cascos un polvillo de nieve. Sonaba la cam-panilla. Pavel Aleksandrovich se quedó pensa-tivo, luego se puso a fantasear y por último sequedó tranquilamente dormido. Se despertó enla tercera estación de relevo, fresco y sano, ycon pensamientos de muy distinta índole.

FIN